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Número 22 | Diciembre de 2011

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Música hecha literatura y literatura hecha música. Del corrido del Komander a Botellita de Jerez.

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Diez4 Realidades y casualidades de la urbe. www.diez4.com. [email protected]. Sirak Baloyán #1917, interior 210. Zona Centro, Tijuana, Baja California, México. Código postal 22000. Tel: (664) 378-2524

Diez4, año 1, número 22. Diciembre de 2011. Revista mensual editada y publicada por Editorial Diez4. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método del contenido, incluyendo cualquier medio electrónico o magnético sin previa autorización por escrito del director. Derechos de autor reservados en forma y concepto. El contenido de las imágenes, la publicidad y los artículos incluidos en Diez4 reflejan solamente la opinión de sus autores o anunciantes y no representan el punto de vista de Editorial Diez4. Esta publicación se encuentra protegida y registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Secretaría de Educación Pública, según consta en la Reserva de Derechos No. 04-2011-090909291600-102. Esta revista es producida gracias al Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2011, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Diez4 se imprime en Cias. Periodísticas del Sol del Pacífico S.A. de C.V. Dirección: Rufino Tamayo #4 Zona Urbana Río Tijuana.

Marco Tulio [email protected]

Wilberth ChongJefe de diseñ[email protected]

Carlos [email protected]

Alejandra Del ToroEditor [email protected]

Jesús BrijandezEditor [email protected]

Dalia ChávezEditor de [email protected]

Luis Mario [email protected]

VENTAS

Lina ContrerasJefa de [email protected]

Rigoberto [email protected]

Abril ValdezCrédito y [email protected]

PORADAWilberth Chong

COLABORADORESArturo J. Flores, Javier Fernán-dez, Daniel Espartaco Sánchez, Krystel Gómez Sevilla y Óscar Benassini

CONSEJO EDITORIALJuan Pablo Proal, Rafael Fregoso, Ruth Ramírez, Quitzé Fernández.

Música

Música hecha literatura y literatura hecha música. Canciones que bien podrían publicarse como poemas; poemas, cuentos y novelas que suenan en la memoria como la banda sonora de la vida de cualquiera; legendarias bandas de rock cuyo rastro ha sido borrado, groupies que han alcanzado la mayoría de edad, la experien-cia emancipadora de la música en una fábrica de papel, leyendas vivientes sumer-gidas tanto en la lírica como en los acordes y una serie de entrevistas –con el bardo del cártel sinaolense, con uno de los máximos representantes del rock mexicano y con el autor del nuevo folk que ha trascendido los bares hipsters– conforman este número dedicado a la música y las letras.La música sirve de pretexto para contar historias que parecieran estar escritas sobre partituras: literatura al son que les toque. En esta edición los autores nos sumergen en sus más recónditas melodías para entregarnos una revista para leerse cantando y bailarse leyendo.

Diez4 se incubó en:

Directorio

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ARMANDO VEGA-GIL, DE BOTELLITA DE JEREZ

Busco la belleza en el ascoArturo J. FloresIlustración: Diez4

En México, nadie como Armando Vega-Gil para representar el matrimonio indiscutible e indisoluble que existe entre la literatura y la música, entre las guitarras y las letras, entre los gritos y los teclazos.Bajista de Botellita de Jerez, El Palomazo Informativo e integrante de Susana San José y El Arraigo Domiciliario es también uno de los escritores mexicanos más prolíficos, irreverentes y “todo terreno” que existen. Ha incursionado con éxito en la novela, la crónica, el cuento y la poesía. Es premio nacional de estas dos últimas disciplinas. A continuación, una charla sobre literatura con el rockero, muy en sus términos.

El reclamo de RocoEn particular, Diario íntimo de un guacarróquer –que inició como una pequeña columna en la desaparecida Mosca en la Pared que mutó a dos páginas enteras de la revista de culto dirigida por Hugo García Michel en la

década de los 90– gestó, además de la primera crónica de periodismo Gonzo del rock hecho en México en forma de una bizarra y barroca novela de no ficción por entregas, un estilo que el mismo Vega-Gil explotaría después en libros como Brevísima relación de un ladrón que yace encuerado y otras pesadillas y Picnic en la fosa común.–Al rock mexicano no lo parió Dios ni Huichilopoztli, ¡lo cagó el Diablo cuando se la salió un pedo escoltado!– gritó Güeva Vil parándose en una frágil mesa de corona y, claro, como ésta fuera diseñada para jugar dominó y no pa pódium de autocompasivos, el idiota se fue de nalgas: madrazo choncho en la nuca y el coxis, así inicia el capítulo Pícate el hoyo fonqui, incluido en la primera edición del Diario… “Lo que hice fue crear un lenguaje en que el todo era escatológico, desmadroso, en el que ponía un albur y de ese mismo colgaba un segundo albur y un tercero”, dice Vega-Gil en entrevista a propósito de éste, el más freaky de sus hijos.–¿Cómo inició el Diario íntimo…?–Era un tiempo oscuro para Botellita, fue cuando entramos a Televisa y nos empezaron a criticar mucho. Nos iba de la chingada. Yo decidí que escribiría la crítica más ácida, más atroz contra Botellita, en la que nadie podría burlarse más. Después se volvió una columna en La Mosca, que fue la única revista que se animó a publicar eso. Un día me encontré a Roco, de La Maldita

Vecindad, que me reclamó: “¿por qué escribes esas cosas? ¡Botellita es una leyenda, son nuestros héroes!” Entonces le di un giro y sin perder su personalidad, el Guacarróquer se convirtió en una especie de reivindicación de lo que una banda de rock tiene que vivir en México. El valor del periodismo es que no se olvide lo que pasó.

Me robaron mi máquina de escribirLos empresarios gandallas, las grupis cebosas, los grupos de metal con cara de malos, los excesos, los ménage à trois, las viejitas calenturientas, los teporochos, las tocadas en San Juandequiénsabedonde en condiciones infrahumanas y los excesos están retratados en una columna mensual que acabó siendo un libro de más de 400 páginas. En ellas, Armando se autoentrevista. Grabadora en mano, interroga a su alter ego, Armiados Güeva-Vil, un teporocho ex estrella de rock que perteneció a La Maquinita de Pachuca, el alter ego a su vez de Botellita de Jerez.Todo lo que narra en cada uno de los capítulos es real. De tan hilarante te saca ronchas; de tan emotivo te arranca las lágrimas. De tan escatológico te hace dar arcadas, pero de tan sincero se te revuelven las tripas como si en su interior dormitara un Alien. –¿Tienes fetiches literarios, digamos,

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sábanas de seda u ojos de rubí?–Más bien son cuchillos cebolleros. Mi fetiche es mi computadora. Antes tenía una máquina de escribir, pero un ratero se metió a mi casa y se la robó, junto con mi afinador y mi tele. No sabes el daño emocional que me provocó.–Tu escritura es escatológica. ¿Sientes que estás desvirgando mentalidades? –Una vez escribí un cuento gruesísimo… Fue como comerme un mole poblano bien picoso, atascándome y batiéndome. Yo uso la risa y el horror para colar ideas más profundas. Pero esa vez irrité de un modo muy preocupante a un chavo de 17 años. Me escribió para reclamarme por lo que escribí, estaba muy enojado por mis guarradas. Lo único que quise decirle es que yo llegué a la mesa puesta, mucha gente se rompió la madre antes que yo para decir lo que se les hinchara la gana. El que algo te irrite es el barómetro de la libertad de prensa. Si Miguel Ángel Cornejo publica, ¿yo por qué no?, pensé. Yo no escribo para espantar burgueses, como lo hacía Baudelaire. –Tú escribes sobre tirarse viejitas, pero los sacerdotes pederastas lo hacen con niños…–La diferencia es que lo mío es legal. Creo que la apertura de mentes es más bien una apertura de mercado. En la televisión ves muchas viejas encueradas, pero nada de escatología.

Si le hablas a la gente de lagañas, pedos y pus, se espanta.–¿Qué libro hizo que tu propio cerebro dejara de apretarse el chon?–Fueron tres: La divina comedia, primero. Estaba en la voca estudiando para técnico y tenía una maestra de literatura con unas patotas bien sabrosas que nos hablaba de Poe y esos rollos. La divina es un libro muy loco que me rompió algo por dentro, todavía me acuerdo de los güeyes a los que les roían el cráneo en el infierno. El segundo fue Los errores, de José Revueltas, porque sus palabras parecían hostiles entre sí, como si pelearan en cada enunciado. Me fascinó esa forma de narrar. Y, Bajo el Volcán (de Malcom Lowry) fue como un madrazo en el hocico.–¿Existe diferencia alguna entre la literatura erótica y la cachonda?–Soy un pornográfico, así me asumo. Decir: “escribo poesía erótica” se me hace más mamón que decir “cachondo”. Hay que llamar las cosas por su nombre. Yo pensaba que era un escritor de humor hasta que un amigo me dijo: “Eres un escritor de desmadre”. Es como pasa en Bellas Artes: llega un acomodador y si te sientas en gayola, eres poesía cachonda; si lo haces en palco, entonces te llamas poesía erótica.–¿Tus libros darían a los marcianos un retrato fiel de la raza humana?–Primero necesitarían un diccionario

(risas). Cuando escribo trato de retratar las guarradas, albures y, en general, la forma en que hablamos, sin adornos. Pero sé que a veces rebaso los límites y hago metaguarradas.–¿Te has dado asco tú mismo?–Me doy risa y a veces paroxismo, porque mis relatos van más a prisa que mi cabeza. Sé que hago del asco mi recurso, pero el asco como una de las Bellas Artes. Hay niveles: un teporocho le da asco al burgués, pero la vecindad de asco donde vive el teporocho es aún mayor motivo de asco. Yo trato de reivindicar al naco y el mal gusto. Lo que no sería es ser caníbal, como mis personajes.–¿Tememos al naco?–Te lo voy a poner así: si viene tu primo de Italia, seguramente lo llevas a las Pirámides de Teotihuacán. Pero si un mazatlehueco da vuelta en la calle y te lo encuentras, te echas a correr. Tenemos un rollo como conceptual de defender a los indígenas, pero en vivo no nos gusta verlos.–¿Existe belleza en una musa a la que le huela la boca?–Claro, porque la escatología nos hace humanos. Pasolini buscaba la belleza en el horror, yo lo hago en el asco. El cuento Cine negro (incluido en Brevísima relación…) lo escribí inspirado en cinco teporochos que vivían muy cerca de mi casa, dentro de un cine. Mi inspiración viene de la calle. No hay de otra.

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LOS NUCI APARECIERON CUANDO EL RUIDO SE ESPIGÓ EN MICO

La tribu del ruidoJavier FernándezIlustración: Diez4

1 Grave y cumplidor, con un par de

audífonos que lo circunscriben a la rutina del cuarto de calderas, al tiempo que lo extravían del mundo, Mico acumula seis años en la fábrica. Su identidad es hermética y sin embargo activa, casi desbordante. Se le ve cómodo al custodiar las bocazas de fuego que vomitan rollos de pulpa celulosa, canaletas hirvientes de lignina y yute, sitio del que todos rehúyen. Tamborilea la cabeza al ignoto rumor de los audífonos, normaliza manivelas, rota ganzúas; silba y secretea en el pandemónium de las máquinas. Entender a Mico.Es mirarlo y decir: bah, ensenadense promedio. Como ante una rana dardo, un tronco alfombrado de ponzoñosos líquenes o un pie de agave en Cl2O3 se agradece la apariencia plácida, el porte campechano y simple, mientras las cosas sigan como están. En tanto la rana no escupa, siempre que el agave no explote. Con Mico Albarrán el anfibio se turbó –el agave se hinchó– el día de su ingreso a la fábrica de papel, al pie de la ensordecedora cuba y las cuchillas. El ruido de las máquinas se coló al depósito craneal del desguarnecido Mico, dragó su cuerpo hasta esculpir una envoltura fúnebre, socavó los nervios, el amarre de los huesos, cada glándula. El estado contemplativo en que vivía, del que abrevaba, migró de la soledad más vasta que uno pueda conjeturar a un estado de júbilo que se pobló de ruido, y luego, de aborígenes. Docenas de nativos –los nuci, o nucitos– se apiñan en un área nuclear a media pulgada del tálamo de Mico Albarrán: hectáreas de tierra fértil, escabrosos riachuelos, relámpagos que azuzan la materia verde, córtex circunvalado, humus gris, todo un Papaloapan. Entender aproximadamente a Mico. Chica tarea para un colegiado bizarro y audaz. Lo que sabe un internista sobre los estertores que azuzan a Mico y lo mantienen de pie, al amparo del ruido y la monotonía, llega al cuaderno de notas de un etnólogo. La ciencia de un ingeniero acústico –experto en curvaturas, devoto de tríadas y frecuencias– aporta juicio al quehacer de un fundidor de plástico, la erudición de un jardinero, el tino de un lingüista. Cartógrafos impugnan la

decisión de cirujanos; litigantes riñen con salseros. Locutores dialogan con espías y plomeros, jinetes con kinesiólogos, dibujantes con lanceros. Mineros desafían a psiquiatras para rastrear el núcleo emocional de Mico entre los 118 y los 126 GgH (Gabba-gabba Hey, unidad de cálculo que articula estridencia, sabotaje y pensamiento laxo). –Hola, soy de Ensenada –informó Mico casi por milagro en su cumpleaños dieciséis, el día de su contratación, con la zozobra del nuevo ingreso. La encargada de personal selló la solicitud de Mico e imprimió el gafete. Esa mañana un nimbo de grafito sobrevoló la planta. El hangar se hinchaba de camiones.Mico saludó, develó su origen, y listo. Con ello mostró todas sus cartas: no hay más. Los del Matutino escuchan ciertas cosas del ‘Chino’, como se conoce a Mico desde que entró a la Papelera San Francisco por primera vez: el uniforme a raya, flaquito, cejas gruesas como fustes, ojos de oriental, cabello negro y alaciado a la altura del hombro. Pero jamás lo ven. Y los del Vespertino, que se lo topan en la fila del checador, los talleres o la hilera de mingitorios se han acostumbrado al trote de lobo, el mirar peñascoso y antiguo, a su silencio. Apenas puso un pie en el cuarto de calderas apresuró a poner el otro. A seis años, puede decirse que Mico Albarrán vive allí. Nadie le sabe queja, ni le conoce mujer. El ‘Chino’ es cumplidor y eficiente, se mantiene sano, erguido. Tolera la presión, bebe agua que da gusto, suda copiosamente. Atiende al dedillo los ajustes al blanqueado y al encolado; se adecúa a la norma como las buenas máquinas. Ejecuta ritmos inhumanos de productividad en el lecho volcánico de la planta, sin mostrar fatiga ni desgaste, como las malas máquinas. Lo que come lo trae de casa en recipientes fichados: ensalada (cuadritos), fruta (rodajas, cubitos), cereales (lóbulos, triguiña y detritos). En los pasillos se dice que el ‘Chino’ es el único en una nómina de setecientos que cobra ininterrumpidamente el bono de puntualidad. Su voz no parece existir, más allá de breves comandos que endosa, dicta o recibe. No obstante su actitud y la confianza que transmite a los supervisores, la rúbrica del ‘Chino’ es el ceño convexo y sin párpados en un semblante liso, eternamente serio. Si Mico ríe, se quiebra. Los ojos versados hacia afuera le proveen de un carácter ñoño y emboscado. La pregunta es: ¿a quién sacó? Ni la menor idea. Se sabe que vive en la Colonia Abasolo, al fondo, donde hay montón de chinos, aunque

Arturo Cavada, que vive cerca y suele tratarlo en otro rol, advierte: “Es como japonés y toca en una banda”. Añade: “Banda de rock, haga de cuenta, pero no de rock”, dice. “Suponiendo como si, bocinas rotas, los instrumentos se joden, canción de muerto, la oreja mal, una cosa sucia”, explica Arturo con ansiedad. El gafete dice ‘Domingo Albarrán’.No se le conoce familia, ni gente de fiar, más allá del par de chamacos en vestimenta negra que cada tarde pasa a recogerlo en un fiestita.

2En la mañana de su cumpleaños dieciséis, Mico perdió el sueño antes de que saliera el sol. Permaneció en su cama, aspirando a jalones el aroma a césped, tierra húmeda y papel que entraba por la ventana: el aroma provenía de la papelera, a menos de un kilómetro de allí. Los residentes de la Abasolo tiñen su vida de celulosa, un aroma agradable excepto si las chimeneas expulsan hormillas azules, cargadas de sulfuros. A las seis cuarenta se alistó, con excelente ánimo. “Me recuerdas a Pancho”, dijo su madre, a propósito de su cabello lacio. Mico no dio juego a la broma: Pancho, el león marino que se contonea por el muelle de Ensenada con un giboso copete no es su modelo estético. Desayunó cualquier cosa. Se excusó para ausentarse de la preparatoria “por única vez”, con el ventajoso argumento del cumpleaños y de “su entrevista en la fábrica”. Se enfundó la chamarra Exxon que compartía con sus hermanos y salió de la casa. Jamás volvió a la escuela. Tomó la vereda que agrupa el caserío terregoso y abrevado de la Abasolo –raro oasis al noreste de Mexicali– rumbo a la carretera. Caminó con avaricia el tramo que separaba su vida de las pipas humeantes: la papelera, el oficio soñado. Ya en la carretera, Mico contempló el paso de un larguísimo tráiler cargado con envoltorios de basura prensada; lo vio internarse en la planta y colocar el pimpollo en un hangar del que Mico, en el futuro cercano, sería controlador. Mico sabía que iban a entrevistarlo. Quería trabajar ahí, aproximarse al aroma de la celulosa, a los contenedores que entran y salen de ahí a toda hora con gesto apostólico. Como tantos de sus vecinos y amigos, como su padre y todos sus hermanos, quería pertenecer a la Papelera San Francisco. El olor a papel daba sentido a sus aspiraciones, cohesión a su edad: hasta que irrumpió el ruido, claro está. Con facilidad halló la ventanilla y entregó un sobre rotulado con su nombre que preparó desde la

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lejos de diluir su cultura, la templaron, Bartók se convirtió en líder y único macho reproductivo. También uno ve a Bartók y piensa: ensenadense promedio. Está probado que Mico no lo es.Bartók lo sería, de no ser porque en la cuenca de los güevos, donde suponemos que arrebuja el semen, lleva gotitas de mercurio.Estirpe hecha y derecha, los nuci niegan la civilización. Adoran al silencio: silencioso era el mundo antes de las máquinas, el canto y la revolución, antes del Hombre. En justa medida, también adoran al fuego, entidad dominante y soberana, no obstante silenciosa. Su vocación es sofocar el ruido, resistirse a él. Aspiran a instaurar el silencio, y por ende, conocen a plenitud el ruido. Tan hondo desacuerdo con su huésped (Mico, que respira y transpira ruido) los confinó al hemisferio derecho. Cuando Mico se satura del ruido después de horas, se retira del cuarto de calderas, adormece la iPod y sale al área de descanso, al patio o al baño: victoria fugaz para los nucitos que se celebran con mímica y flores, sacrificando un yak. Tan pronto Mico fuma, bebe o mea, algo lo impulsa a volver, a seguir… Y los nuci refrendan un belicoso credo. En uno de dichos lapsos lo halló Arturo Cavada el 21 de febrero del 2006, a eso de las diez, en el andador de los talleres. “Felicidades, vato”, le dijo, rompiendo la burbuja. Mico cumplía seis años en la planta: veintidós de edad. El equipo de Recursos Humanos le hizo llegar una tarjeta firmada por el Gerente de la Planta, tres globos y una rebanada de chocoflán. Por su parte, Arturo había reunido doscientos cuarenta pesos con la aportación de la cuadrilla de Mico, ciertos mecánicos y choferes. Tratándose de cualquier festejado, el recurso se habría destinado a un pastel, sodas de la maquinita, servilletas y Cheetos. Dada la singularidad del ‘Chino’, Arturo los persuadió para regalar algo significativo que él mismo compró en iTunes. El Goo de Sonic Youth, que ambos comentaron días atrás y, de estreno, el Pink de Boris.Cuando Mico apareció en el andador lo recibió un minúsculo aguacero de cumplidos, felicitaciones y abrazos. Pronto, el grupo se deshilvanó.En sigilosa sesión, Arturo transfirió los archivos del hocico de su vieja iPod al ojo solemne del iPhone de Mico Albarrán.–Ooowh vato, gracias.Play.

4El ruido es nada. Lo cubre todo. Se viste de punto, de retardo, de fusa. Cae sobre la ciudad con el fin de

semana anterior. Contenía todos los documentos, revisados tres veces. Sus fotos eran del tamaño adecuado; las referencias incluían croquis para facilitar la localización (avisó a sus primos de Pueblo Nuevo, a su tía de Algodones: recibirían un llamado, rogó que lo atendieran). En breve, mientras Mico veía deambular a los trabajadores experimentados con una venia de honor, alguien dijo su nombre.La entrevista.Media hora después, le entregaron un gafete con nombre y fotografía.Comprobó que, en efecto, se empleaba a quien tuviera la edad, los documentos y las ganas. Lo reunieron con los recién firmados. Se dieron un aplauso. Les pusieron un video y el Gerente de Producción les habló de forma económica.El primer recorrido.Mico supone que el primero de los nuci alzó la cabeza en ese instante (quizá Bartók, quizá otro) y allanó su hueso parietal con afán de conquista. Conocieron el desayunador, los vestidores, la caseta de seguridad, Informática, la traila de los laboratorios. En el taller saludó a un mecánico que se asomó desde el interior de un voluminoso motor, tan grande que Mico no pudo figurarse a qué siglo, creatura o máquina pertenecía. En el último tramo de la inducción accedieron al vientre del monstruo. Mico afinó el olfato, pasmado por la chance de aspirar la fragancia que desde niño lo hacía codiciar un empleo, una vida allí. La fuente; el manantial. Les explicaron los riesgos del oficio, el orgullo San Francisco, la niágara de prestaciones, el reloj checador, las vanidades del Afore, etc. Hombro a hombro, con la beldad de los misioneros que descienden de la montaña, entraron al cuarto de calderas. La estructura gástrica de los cilindros de lavado, el gemir inanimado del depósito de recuperación, el rodar neolítico de la pulpa caliente. Pendiente del olfato, Mico no cayó en cuenta de lo que se oía. Aspiró… … y se desencantó. ¿Dónde estaba el olor a madera resuelta, a fruto sobrio, a pan idílico? Lo que despedía esa mugrosa máquina era, por el contrario, un nixtamal de chicha y nabo, empobrecido por solventes y formas plásticas. Con molestia, Mico supuso que el aroma angelical en las ventanas de su casa llegaba enriquecido, endulzado, tras recorrer 1,400 metros de lodo y pastizal. Esto, en cambio, era un batido de amoniaco. Ronchas de jabón. Erupciones de cal que no remitían a la idea cardinal del papel, sino, en todo caso, al nacimiento del papel. Previó la pureza virginal de un bebé, no las suciedades del parto. Ya no le interesó

lo que veía y olía. No le importó saber la capacidad de las calderas ni el wataje de las turbinas. Pasó por alto cómo se drena el corazón de los hornos; quién y para qué libera las espigas con apariencia de cohetón; cómo se modera la acidez de la pulpa, el flujo de los licores –negro, jaspeado y verde–, para qué tanto ajuar, tanta relojería. De pronto, en un resquicio del hangar, Mico se vio atraído por un chiflido súbito y abrasador, cuya estridencia se elevó hasta el infinito. Mico, te presento al ruido. Toneladas de cascajo orgánico, corteza, celulosa, cartón, devorados, deglutidos por la ceguera predatoria de una oruga mecánica: el masticar de titánicos engranes, el golpe de remotas cerbatanas. La pulpa fluye, susurra en un sentido; el descarte de residuos gime en otro. Filtros del tamaño de reses regurgitaban frente a él, con descaro. Mangueras, generadores, prensas envasan, compactan, empacan. Pliegos residenciales de papel superaban un falso caos que, como Mico aprendió, se ciñe a un umbral perfectamente controlado.Nueve horas al día, trescientos cincuenta y pico días al año, al regazo de aquel gigantesco y motorizado rehén. Dos o tres melancólicos fulanos –la tribu– ascendieron a la sien de Mico para asentarse, parcelar y florecer, atentos al ruido.

3Los nuci aparecieron cuando el ruido se espigó en la cabeza de Mico. Tentaron la tierra, otearon el viento. Visto que abundaba el agua y, ante todo, el ruido, los pioneros encendieron una hoguera y la avivaron con hojas de plátano para que la columna de humo transmitiera la noticia a su gente. En breve, la prole engrosó. Hileras y grupitos emergían de las grietas, por las veredas, moviendo piedras, quebrando arbustos, arreando animales y, al lomo de éstos, molotes con sus pertenencias. En dos días se completó una centena de aldeanos dispuestos a fincar, organizados en seis familias. Son escrupulosos, violentos. Sedentarios, reflexivos. Comparten dialecto y hábitos del tributo, de costumbres recias. Les encabeza un tipo menesteroso y barbón a quien Mico identifica como Bartók, que al hablar, sisea. Según entrevé Mico, el origen data de mediados del siglo XX tras la emancipación de un bártulo indoeuropeo que aterrizó en los Cárpatos. Bien o mal, luego de una serie de agarrones y traslapes que

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batirla y combatirla, de conjugarla. Generalmente lo consigue: tijuanié, amsterdámonos, bruselear, habanéate, otawazo, pragancia, calcutable, austineado. Bartók explica a la tribu que el ruido es un fenómeno neumático, aunque sabe que todo intento por reducirlo lo vulgariza y exhorta a los aldeanos a evitar dicha tentación alimentando un casto respeto hacia el enemigo. Sabe que definir el ruido es inútil y una de las mujeres pide la palabra para asentar que, peor aún, el mero intento es desgastante y ocioso. –No se define; se internaliza. Déjenlo fluir. Déjenlo ser. Vivan atentos a cada movimiento suyo, como la sierpe, como la rana dardo. Un buen día, el ruido se distraerá y uno de nosotros sabrá fulminarlo. Mico reproduce por enésima ocasión ‘Tunic (song for Karen)’. Se ha atorado en ella. El moscardón de las guitarras hace que la pulse tantas veces como le da la gana, que son muchísimas. Transcurrirá un mes antes de que el Goo fluya completo en su iPhone. Bartók tipifica el fenómeno como un maridaje entre el moscardón de las tormentas, la probóscide de los

elefantes y el efecto nocivo de una cuerda pulsada. La tribu está de acuerdo.El décimo sexto hijo de Bartók forjó una hipótesis que ha encendido el debate. Que Johan Sebastian Bach en lo particular, y la música sacra en lo general, son las culpables de que la psique humana (la psique de Mico: muestra universal) confiera al órgano tal poder de afectación. En las aulas se factoriza la tasa de abatimiento del órgano en ‘Sister Ray’ de Velvet Underground con el de ‘Chest Fever’ de The Band, y no falta quien estropee la fórmula con ‘Light my fire’ de los Doors: si esto sucede, la tierra se mueve, Mico refunfuña. Bartók vigila que la bronca prospere y se encauce. A su tutela, los docentes se muestran astutos y enfocados. Si el órgano –dicen– da de sí como objeto de estudio, dirijamos la atención al feedback, a la historia del Moog, a las posibilidades trasgresoras de un pandero, que las hay. Ante escenarios emergentes el ruido adopta una actitud marcial. En ambiente áspero –digamos: el interior de un hormiguero en su cuarto año, con la colmena a tope– se

mitiga a una certeza aguda, de coro triste y distante. Se tiene claro lo que es el ruido para quienes laboran en un submarino, un separo judicial o una mina, pero no para los bebés: sin lógica ni excesos, sin referencia estética, un crujido de alambrón, un violín destartalado o el paso de un ferrocarril son tan simples y abstractos como un haz de luz, un roce de piel o un beso.Mico deja reposar el Goo.Simultáneamente afloja dos manivelas: la aguja de una de ellas se aposenta en el 0.016. La de la otra, bastante más espigada, desciende a cero.El rostro de su iPod pulsa con gentileza –los audífonos lo entienden como una lluvia de moscardones– la infección de Boris. Las fosas nasales de Mico se abaten. Avanza el río de pulpa celulosa. Hierve, humea, cuaja.El brío de ‘Farewell’ segrega un abolengo que desanima a la tribu. Pero, con un hálito de esperanza, un grupo de bachillerato hace la vivisección de ‘Blackout’: en las tripas descubren que es tan violenta como ascética y corren a buscar a Bartók.

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MÁS CHEVE, MENOS IMPUESTOS

Más cheve, menos impuestosJesús BrijandezIlustración: Diez4

Armando, un estudiante de Ingeniería Industrial optó por el camino de la cheve. No ese camino no. Me refiero a que con 100 dólares ensambló un kit casero para fermentar su propia cerveza y venderla. Suena como algo improvisado, pero no. La cerveza artesanal es un proceso legítimo.Aparte de conocer las bases técnicas y químicas de cajón, está el rollo de los costos. Y aquí el que la riega es, una vez más, el gobierno. Impuestos tras impuestos. El Impuesto Especial Sobre el Consumo (obvio, cobran por consumir) pretende reducir la ingesta de productos considerados nocivos a la salud. Sí, sí, sí. La cuestión es que la cerveza artesanal tiene otras intenciones además de meramente ahogarte. ¿Qué diferencias? Los beneficios a la salud vía los antioxidantes que contiene y sus efectos antiinflamatorios. Hablo de un uso moderado, obvio. Otra de las diferencias, y la que más da en la madre, es que los grandes productores, esos que sí podemos encontrar en el Oxxo de la esquina, pagan aproximadamente 3.50 pesos por cada litro de cheve que producen versus unos 8 pesos que pagan los productores artesanales. ¿Injusto, no?Pues en el senado, Fernando Castro Trenti propone reducir el IESP de manera equitativa para los industriales y los artesanales. 1 peso con 60 centavos, dice la iniciativa.El argumento es que si se le da mayor margen de utilidad a los artesanos, pueden generar chambas y crecer como negocio. Ahora falta que los legisladores voten a favor de la iniciativa, porque mientras tanto, todo queda en buenas intenciones.

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«LA MÍA ES MÚSICA MATEMÁTICA»

Dylan: la inteligencia en la canciónAlejandra Soto del ToroIlustración: Luis Mario Sarmiento

Hablar de Bob Dylan es hablar de múltiples facetas, de cambio constante, de innovación permanente, de una búsqueda infinita. Intentar definirlo es meterse en camisa de once varas, como bien lo entendió Todd Haynes con su biopic “I’m not there”, en el cual tuvo que recurrir a seis actores para personificar cada una de esas facetas. Su relevancia en la música como en las letras es la misma. A casi ya medio siglo de la aparición de The Freewhelin’ Bob Dylan, sus canciones siguen vigentes pues, como toda obra literaria que sobrevive a nuestro más implacable verdugo el tiempo, es atemporal. Su obra nunca fue local (Kennedy, Medgar Evers y los derechos civiles) como Pete Seeger y demás puristas folkies del Newport Folk Festival y hipsters indignados del Greenwich Village quisieron creer, sino más bien universal (vida, amor y muerte). Ahí su trascendencia. Por eso nunca aceptó el calificativo de “protest singer” o “topical singer”, refutándoles a todos los que insistían en hacerlo, que él sólo era un cantante. Sí, un cantante que sucede escribe poesía. La relación entre las letras de Dylan y la literatura surge de la relación de la literatura con la vida misma. Bob Dylan tiene una canción para cada etapa de tu existencia. A sus escasos 21 años escribía como si ya hubiera recorrido todas las dichas, desgracias y miserias que la vida tiene para ofrecernos, pero también escribía sobre su realidad inmediata y el proceso era constante y progresivo pues la experiencia era nueva para él, dejándonos hasta hoy más de 500 canciones, más de 500 maneras de ver la vida, de interpretarla. Un Fausto de los años 60 o un joven con alma de viejo o quizá ambas cosas al mismo tiempo. El caso es que desde sus inicios en los cafecillos del Village supo que debía diferenciarse de sus contemporáneos, quienes cantaban canciones ajenas y escribir las suyas propias, metamorfoseándose en Woody Guthrie o Hank Williams o en Dylan Thomas para así pasar de juglar a trovador y convencer a los directivos de Columbia Records que aún sin poseer la apariencia ni la voz de un Frank Sinatra o un Johnny

Mathis, podía llegar al inconsciente colectivo de muchas generaciones a través de sus letras, siendo precisamente éstas su principal legado tanto a la música como a la poesía norteamericana contemporánea.

La capacidad de escribir todoDylan demostró que la industria de la música popular no tenía que estar desprovista de inteligencia y cultura ni limitarse a la banalidad del boogie-woogie y a letras pegajosas al estilo “I want to hold your hand” o “She loves you” de los primeros Beatles. Desde el inicio en sus canciones se vio reflejada toda su avidez lectora de años anteriores, la cual le marcaría la pauta literaria a sus singulares imágenes, metáforas, simbolismos y juegos de palabras, todos ellos ejercicios literarios que resultaban toda una osadía para la escena musical de ese entonces. Y es que en sus letras se escuchan las voces de los poetas malditos, de Baudelaire, Rimbaud y Verlaine (pero sobre todo Rimbaud), de la poesía de los trascendentalistas Whitman y Thoreau, de la poesía moderna norteamericana de Ezra Pound y T S Eliot, de los ingleses como Dylan Thomas (del que supuestamente tomó su nombre, otro de los tantos mitos) y de los beats, especialmente de los beats (el “On the road” y el “Aullido”), de quienes tomó su cosmovisión y la transmitió con su repertorio a la generación de los baby boomers, quienes a su vez se abanderaron con ellas en sus protestas y marchas pacifistas, marchas a las que Dylan nunca asistió pues él no deseaba ser el tipo al que todos siguieran, sólo era alguien que tenía algo que decir y su única forma de hacerlo era a través de la música. Y como todo incipiente escritor emulaba estilos de aquí y allá hasta lograr encontrar el suyo propio, el estilo Bob Dylan. “La mía es música matemática”, respondería en una entrevista en 1965, al preguntársele sobre el tipo de música que interpretaba, dejando claro que le tenía sin cuidado seguir con las tendencias de la época (Nashville Skyline salió en 1969, en pleno auge psicodélico) así como su aversión al encasillamiento, a las etiquetas. Sus composiciones pasaron por diferentes etapas así como su vida misma y en todas ellas dejó entrever el ingenio y la genialidad en sus rimas, en sus temas de relevancia social como en “Masters of War”, “A hard rain’s a-gonna fall” y “Only a pawn in their game”; en sus letras de rompecabezas e imaginería surrealista como “Subterranean Homesick blues” y “Bob Dylan’s 115th Dream”; en su habilidad

como story teller en “The Lonesome Death of Hattie Carroll y The Ballad of Hollies Brown” y en sus composiciones más intimistas y soberbias de trabajos posteriores (Another side of Bob Dylan y Bringing It All Back Home) como “It Ain’t me, Babe”, “To Ramona” y “Its all over now, baby blue”, por mencionar unos exiguos ejemplos. A Bob Dylan le han sido otorgados todos los premios a los que cualquier artista puede aspirar, hasta el colmo de ser considerado para el premio Nobel de literatura, propuesta instaurada desde los años 90 por Allen Ginsberg. También ha sido incluido en el Libro de poesía americana (Oxford Book of American Poetry), y es que al aislarles la música sus canciones pasan a convertirse en poemas, ya que en cada uno de sus versos encontramos la musicalidad y el ritmo sin necesidad de guitarras ni pianos ni ninguna otra clase de acompañamiento.Dylan puede escribir lo que sea, pues sin limitarse al verso ha incursionado asimismo en la prosa con su autobiografía “Chronicles” (ganadora del premio Pulitzer), narrando con gran destreza y una ágil prosa recuerdos imborrables así como con su novela “Tarántula”, escrita entre 1965 y 1966, una novela experimental de escritura automática y monólogos interiores con toda una poética implícita y a la que sólo tenemos acceso por medio de copias pirata y bootlegs.La primera vez que me enteré de la existencia de Bob Dylan fue al leer su definición de canción: “Las canciones son como sueños que debes luchar por hacer realidad, países ignotos a los que hay que penetrar”, y es precisamente como si hubiera hecho una descripción de sus propias canciones. Me atrapó su habilidad para lograr ese grado de intimidad y comunión entre un hombre, su guitarra y su harmónica, y no solamente eso, sino que lo podía hacer de la manera más melancólica y soberbia al estilo Dylan Thomas o irónica y sarcástica a lo Quevedo o T S Eliot. Una dicotomía absoluta. Gracias a él me introduje a la poesía, a la literatura misma y, como en el caso de esta última que no es más que un desdoblamiento de los sentimientos y pensamientos de quien la escribe, sus versos llegaron en el momento más indicado para poder encontrar en ellos una vía de comunicación, necesidad inherente a todo ser humano. Hasta el día de hoy, creo que es al único músico al que le presto atención a sus letras. A veces al mundo se le olvida que Bob Dylan continúa con nosotros ya que a diferencia de de John Lennon o Jim Morrison, Dylan alcanzó su status de inmortalidad antes de haber dejado este mundo. Pero él sigue presente, y si ya no lo estuviera, su música lo estará al menos unos 500 años más.

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EL KORRIDO ES EL HIP HOP MEXIKANO

El Komander nomás kanta la netaTexto y fotos: Marko Tulio Kastro

Rodeado de morritas y batos kon tragos de Chivas Regal, Alfredo Ríos, también konocido komo El Komander, se prepara para subir al escenario entrada la noche. “Oiga, ya son las 3:30 de la madrugada, ¿siempre se tarda tanto para salir?”, pregunta un despistado que se koló a la sala VIP del Klub Maya y que está a punto de eskuchar al jefe del korrido alterado. –Komander, mucho gusto. Kiero platikar kontigo; una entrevista. –Sí parejón, pero ya voy a subirme, ¿platikamos al bajar? –… ¿Komo en una hora? Ya son kasi las 4:00 –Nombre, algo rápido. Voy a dar un show de 25 minutitos. –Cheka Komander, le pegamos hasta donde alkancemos, y si te llaman, pues le paramos ¿ok? El Komander anda con una morena bien chula, eskotada y con un pantalón negro que deja ver sus buenos gustos. No se porké trae lentes oskuros y anda muy alterado. “Sí. Soy fan de los korridos desde ke estaba chikillo. Krecí kon músika de Chalino Sánchez, Los Invasores, muy influenciado y ahora Dios me da la oportunidad de interpretarlos y eskribirlos”, me dice el Komander enfundado en su “pechera” bordada kon motivos que van entre lo Louis Vuitton y lo béliko.“Komander, tómate una foto kon mis plebes, Los Plebes de Arranke”, le pide uno de los organizadores del koncierto al artista de la noche. –Bueno dime, ¿ké piensas de la prohibición de los korridos en la radio?

–Pues sí, la mayoría se prohíbe. Estamos kongelados. No me atrevería a decir ke es exagerado pero sí nos satanizan mucho. –¿Ké les dice a la gente ke no les pasan los korridos alterados?–Kreen ke porke uno kanta korridos la gente está haciendo su desmadre allá en la kalle y eso no es cierto. La músika es músika y yo puedo ser albañil, takero o lo que sea y eskuchar korridos y no por eso voy a ser delinkuente. Esto es músika, es regional, es mexikana, siempre ha sido.Shaka. Días antes, el investigador del Kolegio de la Frontera Norte, José Manuel Valenzuela Arce, decía en una entrevista que el narkokorrido no era motivo para que aumentaran las filas del narkotráfiko en el país.–A la gente le gusta eskuchar la verdad y nosotros lo úniko que hacemos es kantarla. –¿Y entonces ké papel juega el korrido moderno? –Komo te digo es músika regional. Lo más fácil es decir: “¡Ah, el país está de la fregada y es porke aquellos kantan korridos!”, ¿verdad? Pero el korrido es komo el hip hop mexikano: habla de armas, de drogas, de mujeres, de todo. –Aunke en Estados Unidos no lo prohíben… –Nomás ke así somos los mexikanos, kritikamos nuestra misma raza, lo ke hacemos akí en kasa.–¿Ké es el movimiento alterado? –Es la nueva era del korrido. El korrido ke le gusta a la mujer, ke se baila. ¡La nueva era del korrido! –Kada vez más explícito también…“Ya está listo eh, vamos”, le grita una voz al jefe del korrido alterado y luego se eskucha la grabación de una deskarga de armas automátikas (supongo kalibre 7.62 x 39 milímetros): –Kreo ke ya voy para allá, eh. Mientras apago la grabadora, el Komander sube al escenario y empieza a kantar su éxito, Sanguinarios del M1. Kon kuernos de chivo y bazuka en la nuka volando kabezasas ke se atraviesa somos sanguinarios lokos bien ondeados nos gusta matar.

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EL PATETISMO Y HUMOR DE LOS GRANDES AUTORES

Sobre Leonard Cohen y yoDaniel Espartaco Sánchez

Ilustración: Luis Mario Sarmiento

Debió ser más que una coincidencia. Cuando me pidieron un texto sobre Leonard Cohen y su relación con la música y la literatura yo me encontraba leyendo Poems and Songs de la Everyman’s Library Pocket Poets, selección editada y prologada por Robert Faggen, en pasta dura y de pequeño formato, muy práctica de llevar a todas partes. Mi relación con la poesía ha sido conflictiva en los últimos años: leo poco de este género y siempre los autores clásicos. Estoy consciente de que no es algo que pueda presumir.Creo que tenemos una necesidad básica como individuos de esta especie tan contradictoria —tan llena de hijos de puta y de buenas personas—; una necesidad de lírica, de poesía, que muchas veces no se corresponde con la oferta contemporánea. Algo no necesariamente negativo: cada medio tiene su público. No se puede juzgar un arte, una tradición, por el número de lectores u oyentes. ¿Qué si la poesía contemporánea apenas se lee entre los mismos poetas? Tampoco me parece un pecado. Me llama la atención que en las lenguas eslavas la palabra para poema y canción es la misma. Mientras la poesía del romanticismo y del modernismo intentaba llegar a un gran público la contemporánea se ha alejado de él. No obstante la necesidad del ser humano por la lírica ha sido llenada por la canción popular. En esta dicotomía entre lo “culto” y lo popular, L. Cohen ocupa un lugar intermedio. Sus canciones no son necesariamente fáciles para una quinceañera enamorada de Justin Bieber pero tampoco difíciles para un adulto

semieducado. Al leer Poems and Songs encuentro poemas tan contemporáneos que me aburren y otros que me divierten, como “I have two bars of soap” o “Roshi”. Sin embargo (y aunque se me juzgue por eso) encuentro que disfruto más leer su canciones como si fueran poemas, y además rimados (perdónenme poetas y fans a toda costa de Leonard Cohen). Descubro que canciones como “Hey, that’s no Way to say Goodbye”, “Dance me to the End of Love”, “If it Be your Will”, “Hallelujah”, “First We Take Manhattan”, “Alexandra Leaving”, “Boogie Street” y muchas más han llenado esa necesidad del alma mía de sentir una conexión poética con ese entorno nada fácil de ser un adulto al final de un milenio y el comienzo del otro, cuando la depresión está entronada sobre el mundo y la flouxetina es su reina consorte y lo que tenía sentido deja de tenerlo, y parafraseando a Marshall Berman parafraseando a Karl Marx: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Una conexión que jamás me podrá dar el último gran premio de la poesía mexicana ni la discusión entre barroquismo y la claridad. Bostezo.Ser fan de alguien me parece el grado máximo de abyección. Mi mentalidad es tan crítica que no puedo aceptar de un autor o un compositor todo lo que éste produce, sin embargo, si yo estuviera cerca de ser fan de alguien sería del Cohen compositor. Aunque en el poeta “culto” encuentro poemas que me gustan mucho ninguno de ellos estimula mis glándulas lagrimales como “So long, Marianne”. No fue sino hasta ver el DVD Live in London (2009) que comprendí por qué me gusta tanto escuchar sus canciones. Su ironía y sensibilidad, sí, por supuesto, pero también esa capacidad para autoparodiarse, tan propia del gueto que me recuerda a mis autores favoritos en prosa como Philip Roth o Saul Bellow. Su patetismo y humor es el de los grandes autores yidis como Schalom

Aleijem y I.L. Peretz. Como autor de historias me siento muy identificado con este sentido del humor y con esta capacidad para evadir la solemnidad (mientras escribo esto suena “Iodine”, una de mis favoritas). Leonard Cohen le gusta mucho a personas que ignoran esta tradición, incluso le gusta mucho a personas francamente solemnes y aburridas, no es culpa del bardo de Montreal. Es un poeta en el sentido amplio y tradicional de la palabra, no uno revolucionario, ni de vanguardia. Al verlo bailar, a su venerable edad, bromear, sonreír, contar chistes, dar las gracias con absoluta humildad, quitarse el sombrero, vestido con elegancia fantasmal, rodeado de admirables músicos y las más bellas y sofisticadas coristas, uno piensa en él como en una especie de saltimbanqui, en un cantor de sinagoga, en un showman que podría estar vestido de lentejuelas frente a un órgano Hammond en un Holiday Inn de carretera. En resumen, quiero que L. Cohen sea mi bisabuelo y sentarme en sus rodillas para que me cuente un cuento, y también deseo que, aunque la ciencia no ha podido encontrar la cura para el amor, al menos encuentre la cura para el envejecimiento y tenerlo con nosotros para siempre. Gracias L. Cohen. Sinceramente, D. Espartaco.

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«PRIMERO SENTÍ PENA, DESPUÉS ME BURLÉ, LUEGO ME DIO ENVIDIA»

Mercurio entre el amor y el ascoKrystel Gómez SevillaFotos: Dalia Chávez

En mi garganta se quedó atorado un escandaloso “Dani, te amooooooo” cuando tuve a esos cinco frente a mí. Lo sé, lo sé, apenas hace seis meses amanecí con un esguince cervical después de reventarme el cuello al ritmo de Slayer y ayer descubrí que todavía recuerdo la coreografía de “Enamoradísimo” de Mercurio.Sí, el tan esperado encuentro de la banda de Edgar Vallejo, mismo manager de Magneto, llegó hasta la frontera más bonita del mundo para beneplácito de todas sus fans o “niñas” como les llaman ellos, pero que de niñas no tienen nada. Concierto gratis, frente al Mercado Hidalgo. Sólo para chicas chic que soportan pisar la mierda y el lodo que dejan los circos. Ajá. No me culpen, tenía once años cuando mi papá, rojillo de clóset y roquero de corazón, me llevaba, con walkman y una Proceso en mano, a todos los conciertos de la banda pop más marica que puedan recordar cuando venían a Tijuana. Por eso ‘tenía’ que ir. Curiosidad, pues.Esta vez no llevé mi cartita de amor para Dani, Héctor o Poncho, dueños de mi corazón dependiendo de mi estado de ánimo; tampoco compré banderitas con una foto de ellos engrapada en el centro. Ni siquiera logré subirme al escenario como en tiempos remotos. Por primera vez mi oficio de reportera sirvió para algo que ningún psiquiatra ha logrado: sanar a la niña interior que jamás pudo conocer a Mercurio. Bah, dejé de lado la pena (y el respeto por mi persona, mi profesión y el estilo) y en cuanto tuve enfrente a esos cinco treintones-cuarentones ofreciendo una rueda de prensa (“polvo eres, en polvo te convertirás”) quedé en shock.Sí, sí, sí, preguntas de la prensa del corazón: “¿Por qué el reencuentro?, ¿Qué dicen sus fans más leales?, ¿Cómo se prepararon?, ¿Habrá nuevo disco?, ¿Dónde están los otros integrantes?”, me

valían poca cosa. Soy una profesional, entonces yo sólo esbocé, como buena reportera, una sola pregunta: ¿Dani, te tomas una foto conmigo? Si pensé que con eso yo era la persona que había caído en lo más bajo, estaba muy equivocada porque en ese pozo sin fondo también caían decenas de mujeres, ellas mucho mayores que yo. Ellas con base, maquillaje líquido y polvo compacto en cara, ellas con más kilos que yo y ellas seguramente con una rajada en la panza por una cesárea mal practicada.Cuáles 25, cuáles 30, cuál madurez, mujeres profesionistas y realizadas mis polainas. Claro está, todas ellas solteras. Las había recién salidas de oficina, con olor penetrante a cigarro de recepcionista, con fajas, escotes, peinados de salón. También las que cargaban con su álbum de recortes de revistas Tú, Eres, Qué Pegue, 15 a 20 y de fotografías de su etapa más joven, cuando iban al hotel a perseguirlos.“Héctor, yo te amo, eres el amor de mi vida, no puedo creerlo”, decía una pelirroja mientras se colgaba del cuello del Mercurio romántico, el de la voz penetrante y personalidad ecuánime. Le tocaba la cara, el cabello, le abrazaba y yo primero sentí pena ajena, después me burlé, después me dio envidia, después me dieron celos, después me dio furia. ¡Suelta a MI Héctor! Tuve que salirme del backstage (OK, me sacaron) para detener ese frenesí que, evidentemente, las otras zorras que fueron al concierto no quisieron detener porque nada más se apagaron las luces, empezaron las primeras notas de Enamoradísimo y corrieron con gritos de loba a punto de parir hasta el frente del escenario.Un concierto tan ridículo como esta cobertura. Las muy perdedoras prendieron sus cámaras para grabar todo el espectáculo (pinshi celular que tengo, qué mala calidad tiene) y cuando Dani cantaba en la esquina por donde yo estaba, ahí iban como zombies a berrearle al pobre hombre que se esforzaba por lograr alcanzar las notas sin ayuda de playback.Patéticas se veían coreando a todo pulmón las cinco canciones (Enamoradísimo, una que no conozco, Amarte en exceso, Chicas Chic, Explota Corazón, ay qué bonita les salió) que interpretaron; ni decir de las pancartas del club de fans. Aún hay club de fans. Lo peor fue cuando ese maldito viejerío comenzó a empujar para bailar más cómodas los pasos que de seguro practicaron el fin de semana pasado

que obviamente tuvieron libre. Claro, si yo no tuviera una vida y un trabajo de verdad, también me los sabría. Mjú. Lloraban y se estiraban para poder tocar la mano de Rodrigo, el más pequeño de todos ellos. Idiotas, que no saben que él ni es el original, que antes estaba Andrés pero lo corrieron por feo. Qué dañadas, de plano.Así pasaban los minutos y el sudor ya les empapaba los ojos o eran lágrimas de emoción por ver a sus ídolos de la juventud, el maquillaje corrido y la voz gangosa haciendo gala en cada coro de sus grandes éxitos. La decadencia y la vergüenza. Ash. Les permití de todo a ese millar de nacas con residuos de adolescencia todavía en sus arterias: que gritaran, que brincaran, que lloraran, que aventaran la cerveza (me cae que eso es nuevo, en los otros conciertos no había eso), pero el colmo de los colmos fue cuando las brujas, en su desesperación por tenerlos cerca, me empezaron a empujar. Ahí sí dije “ya estuvo, no más”, sáquense de aquí, yo soy una mujer adulta, tengo criterio, tengo carácter, conozco de música, conozco de arte, soy licenciada en lengua y literatura, no tengo por qué estar aquí, en esta situación, ¡Se acabó! No quedó de otra así que respiré hondo y me di la media vuelta pero únicamente para agarrar potencia. ¡Pos oye, me están tapando! ¡No me dejan ver bailar a Dani!Entonces puse un “hasta aquí”, empujé a la horrorosa de al lado, codazo a la de la camiseta morada de Mercurio (o sea, yo tenía la original del 99, bye), zancadilla a la cuarentona con acné y presto, volví a estar, como siempre lo estuve y como siempre debí estarlo, frente al escenario. Cinco canciones y se retiraron los cinco ex pubertos del escenario. Me acomodé el abrigo, revisé que nadie hubiera abierto mi bolsa (digo) y me dispuse a salir corriendo de ahí. No quiero mezclarme ni que me identifiquen con esas ñoñas de mal gusto que fueron al concierto de Mercurio.Después de todo, ¿quién a los 20, 25, 30, 35 años va a un concierto de Mercurio en su sano juicio, eh? ¡Guácala! ¡Qué patético! ¡Qué asco! Post datum: El primero de diciembre volverán a Tijuana para un magno concierto. Pfff, ni quien quiera ir. En fin, ¿Alguien sabe cómo me puedo acreditar como prensa? ¿Puedo entrevistarlos? Ay, me tomé una foto con Dani, qué emoción.

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LA REALIDAD DESDE LA GUITARRA

Juan Cirerol desempolva el corridoÓscar Benassini Ilustración: Diez4

En el principio de un siglo que se caracteriza por la ausencia de movimientos juveniles que disientan –después del punk y el hip hop ahora ya todo es friendly– aparece Juan Cirerol. Si bien su música se popularizó entre varios de los patéticos círculos hipsters que lo tomaron como un estandarte de rebeldía (muchas de sus letras se pueden emparentear con las de los narcocorridos) la música de Cirerol es valiosa porque es incapaz de morir, porque está viva. Más allá de las composiciones –que son realmente notables– la gente mantiene en movimiento la energía de su música, memoriza sus canciones, las reinterpreta y las baila. El talento Juan

Cirerol es el de tomar el riesgo (Cirerol no es un simulacro que se vale de la ironía) de desempolvar un género tan manoseado como lo es el norteño (corrido, sierreño...) y hacerlo su alternativa para explicarse su realidad y la de todos.La siguiente ronda de preguntas y respuestas se llevó a cabo mediante mensajes de Facebook durante noviembre de este año.–Cirerol es un apellido inusual ¿Sabes su procedencia, hay alguna historia detrás?–Mi fallecido padre decía que venía de algún lugar catalán, o algo así.–¿Cuál fue tu primer encuentro con la música norteña?– No sabría decirlo. Desde que nací he sabido de la música norteña.–¿Crees que la recepción de tus canciones, de tu música, es distinta en el norte que en centro del país?–Hay cierta diferencia entre los públicos pero siempre me es igual grato tocar en cualquier lugar.–¿Qué le preocupa a Juan Cirerol? Hay tantas cosas de que preocuparse que prefiero que no me preocupe nada.–¿Qué lo alegra?

–Me alegra sentarme frente a unas bocinas bien machines y escuchar música con amigos y tomar algo.–¿Tienes compas?–Como decía, tengo un chingal de compas y a todos les agradezco que me busquen para pistear o para lo que sea.–¿Cuál es tu tocada más memorable?–Pues he gozado de tener shows bien macizos, los que más recuerdo son el primero que me aventé en Hermosillo en La Verbena, y también en Chihuahua estuvo macizo.–¿Tienes alguna canción norteña preferida?–“‘La licencia’” del Flaco Jiménez está a toda madre.–¿Crees que, como dicen los rumores, Sergio Vega era gay?–PUTÍSIMO.–¿Con qué músico norteño te gustaría compartir el escenario?–With the king Raymond Ayala.–Si tuvieras que resumir tu música en 3 palabras, ¿Qué dirías?–Cobro, una, feria.–¿Cuál es tu próxima movida?–Durango, varias fechas en DF, Monterrey y posiblemente de nuevo otras en Guadalajara, Tijuana y Mexicali.

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