1. introducción: mito y verdado narraciones: el relato del hombre y la mujer, creados por dios y...

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1 Organiza: Patrocina: LECCIÓN 1 Génesis 1-3. ¿Creación en 7 días o en 14.000 millones de años? Prof. Armand Puig i Tàrrech 1. Introducción: Mito y verdad Muchas personas están convencidas de que las afirmaciones de la Escritura se encuen- tran en contradicción con la cosmovisión que propone la ciencia. A menudo se piensa que los textos de la Biblia, sobre todo los que hablan de la creación del mundo (Génesis 1,1-2,4a), no aportan datos científicos y, por tanto, no pueden ocupar un lugar en la cultura actual. Igual- mente, en relación a la creación del ser humano (Génesis 2,4 b-3, 24), se toman distancias frente a un relato que es calificado, peyorativamente, de «mítico» —se quiere comprender esta palabra en el sentido de «fantasioso» o «falto de veracidad», oponiéndolo a «científico», es decir, «comprobable» y «verdadero»—. Se acusa, pues, el texto bíblico de contener un re- lato arcaico que se contradice con las ciencias físicas y biológicas actuales, ya que presentaría la realidad creada como el resultado de la acción directa e inmediata de Dios. En efecto, si leemos los textos bíblicos como si fueran crónicas de unos hechos, Dios se nos presenta como un personaje venerable que desde su palacio en lo alto de los cielos iría dando órdenes a la materia (Génesis 1) o bien, con el delantal de alfarero, modelaría sucesiva- mente la figura del hombre, de los seres vivos y finalmente de la mujer, hecha a partir de una costilla del hombre (Génesis 2). El libro del Génesis sería una descripción «exacta» de lo que habría «pasado» al comienzo del mundo, en el tiempo primordial: la creación del universo y del hombre, así como la caída de éste en el jardín del Edén, tentado por la serpiente. O bien, si escogiéramos, por ejemplo, los capítulos 38-39 del libro de Job, nos encontraríamos con un Dios-arquitecto y constructor, que rige todo el universo y que sería el responsable inmediato de la vida de las especies animales que pueblan la tierra, hábitat de los humanos. Parece claro que Génesis 1 y Génesis 2 se superponen en algunos puntos y que, en otros, refieren cosas que no son exactamente las mismas. Por eso, hay que distinguir los dos relatos o narraciones: el relato del hombre y la mujer, creados por Dios y puestos en el paraíso, donde acabarán pecando por el hecho de querer ser como dioses (2,4 b-3, 24), y el relato, en siete días, de la creación del universo y de la persona humana, creada hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios (1,1-2,4a). Muy probablemente, ambos textos corresponden a dos épocas y escuelas distintas den- tro del pensamiento judío. El más antiguo es Génesis 2-3 y el más reciente, Génesis 1. Este último pertenece a la tradición llamada «sacerdotal», y se escribió entre los siglos VI y IV aC. 2. La intención de Génesis 1-3 Lo primero que hay que entender es el llamado «género literario» y las intenciones de fondo de los capítulos 1-3 del libro del Génesis, es decir, el tipo de lenguaje y los objetivos Mira: El tapiz de la creación que se conserva en la Catedral de Girona

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Page 1: 1. Introducción: Mito y verdado narraciones: el relato del hombre y la mujer, creados por Dios y puestos en el paraíso, donde acabarán pecando por el hecho de querer ser como dioses

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Organiza: Patrocina:

LECCIÓN 1Génesis 1-3. ¿Creación en 7 días o en 14.000 millones de años?

Prof. Armand Puig i Tàrrech

1. Introducción: Mito y verdad

Muchas personas están convencidas de que las afirmaciones de la Escritura se encuen-tran en contradicción con la cosmovisión que propone la ciencia. A menudo se piensa que los textos de la Biblia, sobre todo los que hablan de la creación del mundo (Génesis 1,1-2,4a), no aportan datos científicos y, por tanto, no pueden ocupar un lugar en la cultura actual. Igual-mente, en relación a la creación del ser humano (Génesis 2,4 b-3, 24), se toman distancias frente a un relato que es calificado, peyorativamente, de «mítico» —se quiere comprender esta palabra en el sentido de «fantasioso» o «falto de veracidad», oponiéndolo a «científico», es decir, «comprobable» y «verdadero»—. Se acusa, pues, el texto bíblico de contener un re-lato arcaico que se contradice con las ciencias físicas y biológicas actuales, ya que presentaría la realidad creada como el resultado de la acción directa e inmediata de Dios.

En efecto, si leemos los textos bíblicos como si fueran crónicas de unos hechos, Dios se nos presenta como un personaje venerable que desde su palacio en lo alto de los cielos iría dando órdenes a la materia (Génesis 1) o bien, con el delantal de alfarero, modelaría sucesiva-mente la figura del hombre, de los seres vivos y finalmente de la mujer, hecha a partir de una costilla del hombre (Génesis 2). El libro del Génesis sería una descripción «exacta» de lo que habría «pasado» al comienzo del mundo, en el tiempo primordial: la creación del universo y del hombre, así como la caída de éste en el jardín del Edén, tentado por la serpiente. O bien, si escogiéramos, por ejemplo, los capítulos 38-39 del libro de Job, nos encontraríamos con un Dios-arquitecto y constructor, que rige todo el universo y que sería el responsable inmediato de la vida de las especies animales que pueblan la tierra, hábitat de los humanos.

Parece claro que Génesis 1 y Génesis 2 se superponen en algunos puntos y que, en otros, refieren cosas que no son exactamente las mismas. Por eso, hay que distinguir los dos relatos o narraciones: el relato del hombre y la mujer, creados por Dios y puestos en el paraíso, donde acabarán pecando por el hecho de querer ser como dioses (2,4 b-3, 24), y el relato, en siete días, de la creación del universo y de la persona humana, creada hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios (1,1-2,4a).

Muy probablemente, ambos textos corresponden a dos épocas y escuelas distintas den-tro del pensamiento judío. El más antiguo es Génesis 2-3 y el más reciente, Génesis 1. Este último pertenece a la tradición llamada «sacerdotal», y se escribió entre los siglos VI y IV aC.

2. La intención de Génesis 1-3

Lo primero que hay que entender es el llamado «género literario» y las intenciones de fondo de los capítulos 1-3 del libro del Génesis, es decir, el tipo de lenguaje y los objetivos

Mira: El tapiz de la creación que se conserva en la Catedral de Girona

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LECCIÓN 1Génesis 1-3. ¿Creación en 7 días o en 14.000 millones de años?

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Lo primero que hay que

entender es el llamado «géne-

ro literario» y las intenciones de fondo de los

capítulos 1-3 del libro del Géne-sis, es decir, el

tipo de lenguaje y los objetivos

que la Biblia pone de relieve al hablar de los

orígenes.

que la Biblia pone de relieve al hablar de los orígenes. En Génesis 1-3 las Escrituras pretenden explicar la ordenación de la realidad del universo y del ser humano según sus dos grandes coordenadas: el espacio, con todo lo que contiene, y el tiempo, dividido de una manera ar-mónica. Por espacio debe entenderse la expresión «el cielo y la tierra» (1,1) el conjunto de toda la realidad cósmica, incluyendo también «el mar» (1,10). Por tiempo debe entenderse «el primer día» (1,5), «el segundo día» (1,8)... y así sucesivamente hasta el «séptimo día» o día de reposo (2,2); es decir, la unidad básica de tiempo, la semana, que es la base del mes lunar (cuatro semanas de 28 días). La semana se convierte así en una unidad cronológica y litúrgica, ya que toda ella camina según el designio de Dios hacia el día de reposo o sábado. Por otra parte, la «tierra» es el espacio del hombre: moldeado éste con «polvo del suelo» (2,7), la «cul-tiva» (2,15) y de ella come el fruto de sus «árboles» (2,9). Después del pecado, la «tierra» se vuelve «maldita» y pasa a ser motivo de muchas fatigas para el hombre que la ha de cultivar (3,17), hasta el punto de que la tierra y el polvo serán el destino fatal del ser humano, ahora condenado a morir (3,19).

En segundo lugar, notemos que se relata la aparición del universo y de la persona humana mediante una narración que mantiene concomitancias con otras narraciones de pueblos ve-cinos de Israel y de otras culturas, aunque posee un carácter singular. Así, en Génesis 1, que es como un gran lienzo en el que se van dibujando todos los «elementos» o «multitudes» de la realidad creada (2,1), se subraya que es el Dios único el que, libremente y sin conflicto primordial con ningún otro dios o con ninguna otra fuerza cósmica, ha querido que el universo fuera tal como lo vemos o intuimos: un todo extraordinario, inabarcable para las capacidades humanas, ordenado según unas leyes físicas que la humanidad ha ido descubriendo y lleno de incógnitas que la ciencia procura responder a medida que avanza en sus observaciones e hipótesis. En Génesis 2 la narración pretende explicar más directamente la naturaleza del hombre y su relación con la tierra que ha de cultivar, si bien es Dios quien hace brotar los árbo-les que dan fruto y hace llover para que haya fertilidad. La tierra está regada, además, por los cuatro ríos que salen del río que baña el jardín del Edén. El hombre, pues, es el responsable de una tierra que era un desierto y que Dios ha convertido en un vergel. Aquí, en Génesis 2, las tradiciones de los pueblos vecinos de Israel, sobre todo la de los babilonios, han contribuido a la formación del texto y nos ayudan a entender muchos de sus aspectos.

En tercer lugar, podemos decir que Génesis 1-3 es una explicación en forma de relato del origen del universo y de la persona humana (hombre y mujer), con el fin de presentar la

Tapiz de la creación

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Piensa: ¿Sabrías dibujar un esquema de la concepción del mundo que hay detrás de Génesis 1? Más adelante encontrarás la solución.

realidad creada como obra amorosa de Dios. Dios ha querido que todo el universo (con sus tres partes: cielo, tierra y mar) fuera un himno a la gloria divina, y que el ser humano fuera el representante de Dios en la tierra. Por lo tanto, cuando utilizamos la palabra «creación» no nos referimos tanto a un momento preciso en el que Dios habría hecho aparecer las cosas como las vemos, sino que queremos indicar «lo creado», la realidad que vemos y oímos y que interpretamos como querida y deseada por Dios (esto significa que «todo ha salido de él», ya que esta expresión no puede tener un sentido físico). La ciencia nos habla pues de un mundo que existe porque Dios lo ha amado desde siempre, y particularmente de un ser humano que es imagen de Dios y guardián y administrador (¡no depredador!) de todo lo que ha sido creado, de toda la creación. Este mundo es autónomo en cuanto a sus reglas internas —¡así lo ha querido Dios!— y, por lo tanto, podemos hablar de una «creación continuada» que Dios sostiene con su fuerza de amor (ver lecciones 9 y 10) y, por lo tanto, de una «creación evolu-tiva», expresión que integra a la vez la teología cristiana de la creación y la teoría científica de la evolución (ver lección 12), y que, como iremos viendo, hace innecesaria la propuesta del Intelligent Design (ver lección 10).

En cuarto lugar, Génesis 1-3 es la explicación en forma de relato de la realidad creada como obra amorosa de Dios, en un marco histórico y cultural preciso. Este marco son los relatos de tipo mítico sobre la creación del mundo y del hombre que surgen en el Creciente Fértil u Oriente Medio, sobre todo en Mesopotamia y particularmente en Babilonia (al sur del actual Irak), en el segundo y primer milenio aC. El texto de la Biblia se alinea, pues, con las grandes culturas de la época —sin olvidar la cultura griega, con la «Teogonía» o «lucha de los dioses» del poeta Hesíodo— y las culturas de muchos pueblos antiguos (mayas, aztecas...), si bien la relación más estrecha la mantiene sobre todo con los relatos babilonios. Estos relatos, es-pecialmente el llamado «Enuma Elish», desarrollan una lucha primigenia —ahistórica— entre Marduk y Tiamat, entre la divinidad y el caos, siendo así que la derrota del caos explica el ori-gen y el orden de lo creado. En la Biblia aparecen, como veremos, elementos de este marco cultural babilonio —por ejemplo, la existencia del «caos» primordial (1,2)— pero la gran novedad de la Biblia es que Dios crea con su Palabra: «Dijo Dios... y la luz existió» (1,3), «porque él lo dijo y existió» (Salmo 33,9). Las fuerzas cósmicas están radicalmente sometidas a Dios. Su soberanía no tiene competencia.

En quinto lugar, el marco cultural de Génesis 1-3 incluye unos conocimientos astronómicos, geomé-tricos y matemáticos, que los sabios babilonios y egipcios adquirieron mediante la observación del sol, la luna y los demás astros. Para los antiguos, la tierra firme era una superficie plana, surcada por ríos y fuentes que se nutrían de las aguas subte-rráneas o abismales (Deuteronomio 8,7). Los extre-mos de la superficie de la tierra coincidían con los

Creación del Sol y la Luna Biblia souvigny S XII

Génesis 1-3 es una explicación

en forma de relato del origen

del universo y de la persona

humana (hom-bre y mujer), con el fin de presentar la

realidad creada como obra amo-

rosa de Dios. Dios ha querido que todo el uni-

verso (con sus tres partes: cie-lo, tierra y mar) fuera un himno a la gloria divi-na, y que el ser humano fuera

el representante de Dios en la

tierra.

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extremos del cielo inferior, que era como una bóveda o firmamento del cual «colgaban» las estrellas, la luna, los astros y las nubes (Proverbios 8,28). Por su parte, el sol iba cada día de levante a poniente:

«Asoma por un extremo del cielo y su órbita llega al otro extremo» (Salmo 19,7). Encima de la bóveda inferior del cielo hay otras bóvedas, hasta un total de siete, sobre las que está el trono de Dios y su palacio, con la corte de ángeles o seres divinos que cumplen «sus órdenes» (Salmo 103,20). Por eso, la Biblia afirma refiriéndose a Dios: «El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies» (Isaías 66,1). La tierra es fértil porque los cielos se abren por sus compuertas y baja el agua de la lluvia: son las «aguas del cielo», nutridas por las nubes y desatadas por los relámpagos (Jeremías 51,16). La tierra tiene unos «fundamentos» que la sostienen y sostienen también las montañas, y estos cimientos llegan hasta el fondo del mar (Salmo 18,8.16), que a su vez se conecta con las «las fuentes del gran abismo» (Génesis 7,11). Así describía la ciencia antigua el cielo, la tierra y el mar, las tres partes en que se dividía la realidad física del mundo.

En resumen, Génesis 1-3 es la explicación, en forma de relato, de la realidad creada como obra amorosa de Dios, en el marco histórico y cultural de los mitos y de los conocimientos astronómicos de los pueblos vecinos de Israel, pero con una singularidad que diferencia el texto bíblico de todos ellos.

3. El primer relato de la creación (Génesis 1,1-2,4 a): la creación como distinción y ordenación

El primer relato de la creación está concebido arquitectónicamente, como si fuera una catedral o una sinfonía. Domina la cifra «siete». La creación se hace en siete días, que con-forman la unidad básica de tiempo, la semana, y por siete veces expresa la reacción de Dios ante su propia obra creadora: «Vio Dios que la luz era buena» (v. 4), «Dios vio que esto era bueno» (vv. 10.12.18.21.25) y «Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno» (v. 31). Antes de que la creación sea motivo de dar gloria a Dios por sus obras, lo creado es motivo de alegría íntima por parte del creador. Dice el Salmo que «el cielo proclama la gloria de Dios» (19,2), pero en Génesis 1,31 Dios habla de la gloria de lo creado, constatando su carácter bello y benéfico. La creación es buena y hermosa. Este es el sentido del término hebreo «bueno» (tov). La Palabra divina no sólo crea el universo, el cosmos, sino que crea un universo que está traspasado por aquello que lo hace agradable y atractivo a los ojos humanos: la belleza y la bondad divinas. La obra creada es bella y es útil porque es una obra de amor.

Piensa: Con lo que has leído hasta ahora, ¿qué razones darías para solucionar el conflicto Ciencia-Fe? ¿Qué nuevos argumentos aportarías? Anota los nuevos argumentos.

Mira: Antes has hecho un esquema sobre la visión del mundo en Gn1 ahora puedes comparar tu esquema con el siguiente. ¿En que puntos coinciden? ¿Qué elementos no tenías presente?

Antes de que la creación sea motivo de dar

gloria a Dios por sus obras, lo

creado es mo-tivo de alegría

íntima por parte del creador.

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antiguos representaban el universo como una esfera —que ponían en la mano de Jesucristo, Rey del universo (la famosa «bola del mundo»)— puesto que la esfera es la figura geométrica sin aristas ni ángulos sino tan solo con diámetro y volumen, que evoca totalidad, plenitud y armonía.

En consecuencia, hay que entender la creación y el acto creador en sentido amplio y profun-do, no como algo que queda limitado a un momento preciso. Que Dios cree no quiere decir que hace tantos millones de años hubiera habido un período de creación que hubiera durado un cier-to tiempo, tras el cual todo el mundo hubiera empezado a existir tal como ahora lo conocemos. Decir que Dios crea significa que da el ser a todo lo que existe y esto no de manera puntual,

Crear significa «llevar a la existencia», y no a cualquier tipo de existencia sino a una existencia plena, desarrollada, en la que cada ser se va con-virtiendo en lo que ha de ser, en lo que le corres-ponde ser, según el designio de Dios que articula toda la obra creada, dentro de la gigantesca sinfo-nía que es el cosmos en movimiento. Crear sig-nifica dar existencia y consistencia a la realidad, hacer que se mantengan los procesos de transfor-mación que la configuran y garantizar el equilibrio necesario que debe haber entre ellos. Dios crea mediante su Palabra, su Logos, y eso significa que el mundo tiene una racionalidad, es decir, que es un mundo ordenado. De hecho, un mundo en desorden, inmerso en el caos, un mundo sin leyes internas ni principios de funcionamiento y de ex-pansión, no sería realmente mundo. Por eso los

sino que continuamente lo mantiene en el ser. Dios mantiene en el ser a un cosmos que evoluciona.

La ciencia física nos enseña que la formación del universo no se ha acabado, ya que éste con-tinúa expansionándose, y que, por lo tanto, sigue habiendo creación: Dios no abandona el universo que él mismo ha querido que existiera. También nos enseña la ciencia que el universo se modifi-ca y que nuestro propio sistema solar —¡y el sol es uno de los millones de astros que hay en el cosmos!— tiene fecha de caducidad, no es eter-no. Por lo tanto, el universo no se identifica con nuestro sistema solar ni la tierra es el centro in-móvil de este sistema —como suponía la ciencia antigua, de egipcios, griegos y babilonios, hasta el siglo XVI, con Copérnico y Galileo, que introduje-

Creación peces y aves Biblia Souvigny S. XII

Separacion luz de tinieblas Biblia Souvigny S. XII

Escucha: Lee ahora (en tu Biblia) el relato de Gn 1 teniendo como música de fondo la obertura del Oratorio de la Creación de J. Haydn. Obertura

Crear significa «llevar a la exis-

tencia», y no a cualquier tipo de existencia

sino a una exis-tencia plena, de-sarrollada, en la que cada ser se va convirtiendo en lo que ha de ser, en lo que le corresponde ser

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Esta es, precisamente, una de las grandes aportaciones de la Biblia: contemplar la obra creada como un todo, desde la galaxia más gigante al átomo más humilde. Nuestra mirada sobre lo creado no debería apartarse de la que se encuentra en Jeremías 10,12: «Él hizo la tierra con poder, cimentó el orbe con sabiduría, extendió los cielos con inteligencia.»

En Génesis 1,1-2 se explica qué significa que Dios haya creado el mundo. Por una parte, se afirma que «el cielo y la tierra» han sido creados por él (v. 1) y, por otra, se dice que antes de esta creación «la tierra» era «informe y vacía» (en hebreo, tohu va bohu) y que «el abismo» estaba cubierto de «tinieblas» (v. 2). En otras palabras, todo era tinieblas porque no había luz, y todo era caótico porque no había orden. Y está claro que sin luz y sin orden no se puede hablar de mundo. Sólo hay caos, una mezcla informe, una realidad sin ninguna articulación. Es necesario, pues, que haya un «principio», un «comienzo», un «inicio», en el que surja la luz, y con la luz el mundo será posible.

Por otra parte, existe una espera de aquello que puede empezar a ser pero que ahora

ron la ciencia moderna y la nueva concepción he-liocéntrica (el sol como astro en torno al cual gira la tierra).

Esta nueva concepción, como veremos a con-tinuación, no se contradice con las ideas de fondo que se encuentran en Génesis 1. En este texto bí-blico la creación se presenta como una actividad precisa y concreta de Dios que dura siete «días». Pero hay que entender la creación y el acto crea-dor a partir de sus efectos y resultados, es decir, a partir de lo que Dios ha creado. Génesis 1 desglo-sa la realidad creada, en ocho «obras», la primera de las cuales es la luz. Entendemos que Dios no es creador en abstracto sino en concreto: sabe-mos que él es el creador cuando nos fijamos en su obra creada y la contemplamos en su conjunto.

se encuentra limitado, en un estado de postra-ción, aparentemente sin futuro. Dice la Biblia que «el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (v. 2), como signo del acto creador que da-ría nacimiento a lo creado, concebido como exis-tencia plena y consistente. Sin embargo, lo que es caótico y tenebroso, es decir, no apto para ningún tipo de proceso físico ni para ninguna alianza ni combinación entre protones, neutrones y electro-nes —los elementos que constituyen el átomo—, tiene una posibilidad real de avanzar. Como deci-mos coloquialmente, no está dejado de la mano de Dios. En la tiniebla más absoluta de las aguas del océano, sobre las aguas abismales, existe una presencia incipiente que anuncia la obra creada. Junto a la postración total que representan el caos y la oscuridad hay un movimiento, aún sin función

Creación firmamento Biblia souvigny S. XII

Pantocrator tapiz de la creación de Girona

Esta es, preci-samente, una

de las grandes aportaciones de

la Biblia: con-templar la obra

creada como un todo, desde la

galaxia más gi-gante al átomo

más humilde

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precisa, un elemento dinámico que hace pensar en el dinamismo de la creación, en el movi-miento de un universo que, una vez puesto en marcha, no se va a detener.

Este movimiento, intenso o no tan intenso, viene de Dios, y de ahí que las diversas posi-bles traducciones («el Espíritu / el espíritu / el aliento de Dios se movía sobre las aguas», «un viento poderoso soplaba sobre las aguas») apuntan a un solo origen. Como si quisiera prepa-rar su obra creadora, Dios ha introducido un elemento dinámico, de vida, dentro de una reali-dad de muerte, dominada por el caos y la tiniebla. De todas formas, tanto si se entiende que la Biblia habla aquí de «Espíritu de Dios» (es la opción preferible), o si se prefiere la traducción «el espíritu / el aliento de Dios» (que hace posible la vida), o bien «un viento poderoso» (en he-breo, la forma «de Dios» puede ser traducida por un superlativo: «poderoso»), se quiere decir que «el Espíritu / un viento» está a punto para actuar sobre una realidad informe y primordial, estéril, incapaz de producir vida. Basta con que actúe la Palabra divina.

Que el mundo aparezca, significa, pues, que el cosmos ha acabado imponiéndose al caos, que el universo ha surgido allí donde todo era confusión. «Crear» (v. 1) es distinguir, separar, ordenar. Lo creado es el resultado de un designio divino que distingue, separa y ordena. Las cosas creadas se definen según un espacio (el lugar que ocupan en el cosmos) y un tiempo (las fases en que el cosmos se divide) bien determinados. Es necesario, sin embargo, que Dios pronuncie su Palabra poderosa para que el Espíritu, que hasta entonces se cernía sobre las aguas abismales, donde todo era confuso, empiece a actuar. Todo comienza con la Palabra y con el Espíritu, los cuales, según san Ireneo de Lión, son «las dos manos del Padre», el instrumento eficaz que hace posible la creación (véase Adversus Haereses V,6,1). La Palabra o voz de Dios domina todo (véase Salmo 29) y es firme y estable, «permanece para siempre» (Isaías 40,8). Más aún, es del todo fecunda, ya que, según el oráculo profético, «no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo» (Isaías 55,11). En cuanto al Espíritu, se le aplica lo que se lee en el Salmo 104,30: «Envías tu espíritu, y los creas, y repue-blas la faz de la tierra.» La tierra ha recibido su forma gracias al Espíritu que Dios ha enviado y que nunca ha dejado de actuar en el mundo que ha salido de sus manos, es decir, del Espíritu y de la Palabra.

Así pues, en la creación la sabiduría escondida de Dios se ha hecho visible, y lo creado, la naturaleza, testimonia el amor que ha puesto en la obra creada. Pero esta Sabiduría, en mayúsculas, ha venido a «establecer su morada» en un pequeño pueblo, Israel, escogido por Dios para ser el germen de su presencia en la humanidad (Eclesiástico 24,8). Por eso la crea-ción ha sido testigo de las maravillas de Dios, quien con la fuerza de su Palabra ha liberado a su pueblo, que era esclavo en Egipto (Sabiduría 18,14-15). Y, en la plenitud de los tiempos, esta Palabra, gracias a la cual «se hizo todo», «se hizo carne y habitó entre nosotros». Esta Palabra o Verbo ha entrado en la humanidad y tiene un nombre: «Dios unigénito, que está en el seno del Padre», Jesucristo (Juan 1,3.14.18). El prólogo del Evangelio según Juan comienza pues como un gran eco del libro del Génesis: el «principio» es el inicio de lo creado (Génesis 1,1) y en aquel principio está la Palabra, el Logos o Verbo de Dios (Juan 1,1).

Piensa: ¿Sabrías explicar con tus propias palabras, las principalesetapas de la evolución cósmica y biológica según las principales teorías científicas? ¿Podemos decir que aquí también encontramos un paso del caos al orden? (todo esto lo estudiaremos en los temas 7 y 8).

El prólogo del Evangelio según

Juan comienza pues como un gran eco del li-

bro del Génesis: el «principio»

es el inicio de lo creado (Génesis

1,1) y en aquel principio está la

Palabra, el Lo-gos o Verbo de

Dios (Juan 1,1).

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LECCIÓN 1Génesis 1-3. ¿Creación en 7 días o en 14.000 millones de años?

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Génesis 1,1-2 es como el gran título de la historia del universo y del ser humano. Dios ha querido «crear» el cielo y la tierra, es decir, ha proporcionado entidad y contenido al universo entero. El universo no es, pues, una caja vacía. La realidad, lo que vemos y lo que intuimos sin verlo, lo que comprobamos y lo que postulamos más allá de nuestras capacidades de medición, nos desborda pero no nos desconcierta. Lo que descubrimos es una realidad que puede ser conocida o proyectada, es decir, que puede ser entendida. La «tierra» es nuestro microcosmos, el pequeño ámbito desde el cual la humanidad fija la mirada en el «cielo» o, si se quiere ser más fiel a la lengua hebrea, en «los cielos»: las galaxias, las constelaciones, los agujeros negros, los territorios siderales frente a los que los humanos somos un minúsculo grano de polvo. Todo se sostiene gracias al Dios creador, gracias a unos principios de funcio-namiento que el cosmos lleva grabados dentro de sí. Esto es lo que quiere decir que el mundo ha sido creado.

La luz es la primera obra creada, la única de la que se dice explícitamente que era algo fundamental y precioso: «Vio Dios que la luz era buena» (v. 4). La primera separación es la que se hace entre la luz y las tinieblas. Parecería que la luz era hasta entonces inexistente en sí misma y que haya sido como «extraída» de las tinieblas con las que estaba entremezcla-da —aquella oscuridad que, según Génesis 1,2, cubría «la superficie del abismo», las aguasabismales—. Con la aparición de la luz, la definición de tiniebla cambia: sólo hay oscuridad allí donde no hay luz. Leemos en Juan 1,5: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió». Sólo hay «tiniebla» (o «noche») allí donde no hay «luz» (o «día»). Por eso en la nueva Jerusa-lén, la ciudad donde Dios convive con la humanidad para siempre, «ya no habrá más noche» (Apocalipsis 22,5). La razón es ésta: «La gloria del Señor» llena la ciudad de claridad (21,23). Y continúa: «y su lámpara es el Cordero.» En las representaciones medievales de Cristo To-dopoderoso o Pantocrátor, como la del ábside de Sant Climent de Taüll (Pirineo catalán), aquel sostiene un libro abierto donde está escrito: «Ego sum lux mundi», «yo soy la luz del mundo» (Juan 8,12).

Piensa: La frase «Todo se sostiene gracias al Dios creador, gracias a unos principios de funcionamiento que el cosmos lleva grabados dentro de sí», recuerda una afirmación del Concilio Vaticano II que ha tenido mucha repercusión GS 36.¿Cuales son las principales aportaciones de este texto del Concilio para el diálogo ciencia-fe? Anótalas en un papel.

Mira: En el Nuevo Testamento queda más claro que la creación es obra de las tres personas divinas. El Padre crea a través del Hijo en el Espíritu Santo. Podemos encontrar diversos textos en los que se afirma el papel creador del Hijo (Col 1,15-20; 1Co 8,6; Ef 1,3-10; Jn 1,1-3; He 1,2-3). Puedes consultar los n. 290-292 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Ver: «Ego Sum Lux mundi» en dos obras del románico catalán (S. XII)

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Así pues, el universo vive de la luz que Dios ha puesto en él como primera obra creada. El triunfo de la luz es el triunfo de la vida. Separando la luz de las tinieblas y llamándolos «día» y «noche», Dios ha puesto los cimientos de toda la realidad cósmica, considerada de una mane-ra compleja. Por eso, leemos en Isaías 45,7: «forma la luz y crea las tinieblas.» La consistencia de las tinieblas depende de la consistencia de la luz. Cuando Dios separa la luz de las tinieblas, creando la luz, se puede decir, en consecuencia, que también las tinieblas han sido creadas; éstas, por sí solas, no existen. Solo la existencia de la luz hace que las tinieblas existan. Y la luz existe gracias al querer poderoso de Dios: «fiat lux», «exista la luz» (Génesis 1,3). Él es el único que puede preguntar al hombre que ignora tantas cosas: «¿Por dónde se va a la casa de la luz?, ¿dónde viven las tinieblas?» (Job 38,19).

La segunda separación, la que corresponde al segundo día, tiene como punto de partida la superficie del abismo cuyas aguas estaban cubiertas por las tinieblas (Génesis 1,2). El texto describe ahora la estructura fundamental del universo, tal como lo imaginan los conocimien-tos de su tiempo: el cielo, arriba, y la tierra, abajo. Hablando de las aguas, de hecho nos encon-tramos ante la segunda gran separación, la que existe entre el cielo y la tierra. Y, así como la

Creación aves peces y monstruos marinos

Pantocrator Taull detalleBaldequino de Tost S. XII-XIII

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mordiales eran una mezcla colosal de elementos sólidos y elementos líquidos, una especie de barro primordial. Crear significa que «las aguas de debajo del cielo» se reúnen «en un solo lugar», quedan recogidas homogéneamente y, en consecuencia, aparece la tierra seca, «los continentes» (v. 9).

Notemos que tanto esta separación entre la tierra y el mar como la anterior separación (entre el cielo y lo que hay bajo el firmamento del cielo) son el resultado de la Palabra poderosa de Dios. Tal como dice el Salmo 33: «Por la Palabra del Señor se hizo el cielo; el aliento de su boca sus ejércitos; encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano» (vv. 6-7). Y el autor del libro de Job, lleno de estupor ante la fuerza del mar que no llega a en-gullir la tierra, hace hablar así a Dios: «¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite, poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas?”» (38,8-11).

Ahora, cuando ya se han producido las tres separaciones fundamentales (entre luz y tinie-blas, entre el cielo y lo que hay bajo el cielo, entre tierra y mar), todo está a punto para que la vida estalle en todos los ámbitos de la realidad creada, armónicamente estructurada y cons-truida. Atrás quedan los elementos incipientes, confusos y mezclados, que eran como una es-pecie de masa informe previa a la creación gracias a la que se ordenan las cosas creadas y se les pone nombre. Así, las tinieblas dan paso a la luz, el abismo con sus aguas entremezcladas deja paso al cielo, delimitado por la bóveda del firmamento que separa las aguas, y el caos y la desolación dan paso a la tierra, separada del cielo y del mar.

La tierra será la primera en ser objeto del cuidado máximo del Dios creador. Lo que era caótico y desolado, ahora será ordenado y fértil. Nos encontramos todavía en el tercer día. La separación de la tierra y del mar es también la separación del agua dulce y del agua salada.

luz existe después de que ésta quede separada de las tinieblas, así también las aguas deben quedar separadas en dos partes por una especie de gran dique o bóveda, que recibe el nombre de «firma-mento», y, más arriba, lo que Dios llama «cielo» (v. 8). Esta palabra significa algo «firme, sólido», y es evidente que la bóveda del cielo debe ser muy re-sistente para impedir tanto que suban «las aguas que hay bajo la bóveda del cielo» (las aguas de la tierra y, sobre todo, las de los mares) como que bajen «las aguas que hay encima la bóveda del cie-lo» (las aguas de los diluvios y de la lluvia).

La tercera separación corresponde al tercer día y se orienta a distinguir lo que aún quedaba mez-clado: la «tierra» y el «mar» también reciben de Dios su propio nombre (v. 10). Él es el Señor del universo y demuestra su señorío dando nombre a las tres partes que lo forman (visto, evidentemen-te, desde la tierra): cielo, tierra y mar. Es decir, lo que hay por encima de la bóveda o firmamento (el cielo), y lo que hay debajo de ella (la tierra y el mar). Hasta la tercera separación, las aguas pri-

La creación de Adán y Eva de la Bíbliade Brailes (c 1250)

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Tal como relata el mito babilónico de la creación, en las aguas primordiales, inmensas e in-móviles, se mezclaban las aguas dulces de Apsu y las aguas saladas o amargas de Tiamat, su esposa. La separación de unas y otras hace posible que en la tierra crezca la vegetación: «la tierra brotó hierba verde y árboles que daban fruto», y todos «engendraban semilla según su especie» (Génesis 1,12).

Después de la tierra, debe ser revestido el firmamento del cielo, que está por encima de la tierra. Estamos en el cuarto día, el día central de la semana y de la creación. Entran en escena las «grandes lumbreras» (v. 14), el sol y la luna, que marcan la separación entre el día y la no-che —creados en el primer día— y señalan la unidad de la semana que culmina con el sábado o día de reposo —el séptimo día—. El sol y la luna señalan el calendario de festividades —la fiesta de Pascua, por ejemplo, que va ligada con la primera luna llena de primavera— y mar-can, además, el ritmo de los años, de las estaciones y de los meses. El ritmo de la tierra viene determinado en último término por la alternancia entre luz y tinieblas, entre día y noche, entre sol y luna. Pero ya no nos hallamos en las tinieblas primordiales sino en una tiniebla «gober-nada» por la luna y las estrellas, que iluminan tenuemente la noche, mientras que es el sol el que «gobierna» el día con su claridad radiante (v. 16).

Notemos que, a diferencia de lo que sucede en las culturas vecinas, «el cielo, el sol, la luna, las estrellas y los astros» en general son criaturas, seres que Dios ha querido que existieran y formaran parte de lo creado, y no divinidades que tuvieran que ser adoradas (Deuteronomio 4,19). Todo el universo es obra de Dios. La naturaleza tiene la fuerza que le ha sido dada y, por lo tanto, no es divina en sí misma. Más aún, es testigo universal de la potencia de la Palabra divina y de la benevolencia del Creador: «el día le pasa al día el mensaje, la noche a la noche se lo susurra... a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Salmo 19,3.5).

Después de la tierra (la vegetación) y el cielo (las lumbreras), viene ahora el mar. Estamos ya en el quinto día. Entramos en el reino animal. Se enuncian, por este orden, los seres vivos que viven en el mar y los animales que viven en la tierra. De hecho, la creación ha comenzado a partir del océano, las aguas mezcladas e informes del caos, que ha dado pie a los espacios delimitados y vivos del mar, el cielo y la tierra. Donde hay creación, hay vida. Las aguas de los mares producen «los seres vivientes», entre los que se encuentran «los cetáceos» (Génesis

Tapiz de la creación: Adán da nombre a los animales, pero no encuentra ninguno similar a él. El texto del tapiz dice: «Adam non inveniebatur similem sibi (Adán no encontraba ningún [animal] a él parecido» cf. Gn 2,20

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1,21). Notemos que, a diferencia de lo que ocurre en los mitos babilonios, estos monstruos, como Leviatán, no son fuerzas del caos, sino seres vencidos por Dios (Salmo 74,14: «Aplastas-te las cabezas de Leviatán») o incluso domesticados (Salmo 104,26: «Leviatán, que modelaste para que retoce»). En cuanto a la tierra, los animales que se multiplican son los que vuelan entre el cielo y la tierra («las aves», Génesis 1,22), los que se arrastran por el suelo («los rep-tiles», v. 26) y los «ganados y fieras» (v. 25).

Todos ellos han sido confiados al ser humano, particularmente los últimos, y él ha de ga-rantizar su crecimiento, de acuerdo con el mandato divino. «Someter» todos los animales de la tierra y del mar no significa expoliarlos sino, todo lo contrario, hacer que se multipliquen, contribuir a la creación de más vida dentro de una creación que, por si misma, es fertilidad y crecimiento. El ser humano, creado hombre y mujer, debe estar al cuidado de lo creado, espe-cialmente de los seres vivos: «los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles». Esta misión le viene asignada en su calidad de ser —el único— que ha sido creado a «imagen y semejanza» de Dios (v. 26). El hombre es el guardián y administrador de lo creado. Su inteligencia —palabra que significa «leer en profundidad»— le debe permitir entender que las cosas creadas están a su alcance para que pueda sobrevivir, dominar los seres vivos y multiplicar la vida de una manera fecunda (v. 28). El ser humano recibe de Dios una forma de humanidad que es cercana a la condición divina. Por eso dice el Salmo 8, refi-riéndose al hombre: «lo hiciste poco inferior a los ángeles... le diste el mando sobre las obras de tus manos» (vv. 6-7). Ser «imagen y semejanza» de Dios significa ser capaz de dialogar y llegar a entrar en comunión con Él, participando de la responsabilidad divina de cara a las cosas creadas. La dignidad y la gloria del hombre pasan por su relación única con Dios —es semejante a él y por ello es su hijo— y por su relación singular con la creación —que el hom-bre debe gestionar como Dios mismo lo haría.

En resumen, la creación es un gran mapa abierto, que Dios mismo ha preparado con todo cuidado, en el que el hombre ha de trazar las rutas del mundo donde vive para que dé una res-puesta al proyecto inicial de aquél, es decir, al amor con el que Dios ha querido que el mundo existiera. El mundo donde el hombre vive es una parte muy pequeña del universo creado, que se encuentra en continuo movimiento, de acuerdo con los principios con los que Dios lo ha modelado. La ciencia es una invitación constante a constatar la pequeñez del ser humano y la bondad de lo creado. La Biblia concluye así el primer relato de la creación: «Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno» (v. 31). Igualmente, lo que el ser humano haga en relación a lo creado debe poseer un alto grado de bondad. El hombre debe poder decir que todo lo que hace en la obra creada es digno de Aquel que ha pensado el mundo.

4. El segundo relato de la creación (Génesis 2,4 b-3, 24): la creación como amistad y como herida

La grandiosa arquitectura de Génesis 1, que narra la creación del cosmos por la Palabra y el Espíritu de Dios, contrasta con el relato concreto y dramático de Génesis 2-3, que presenta a Dios modelando al hombre y ubicándolo en la tierra, antes y después de que éste peque. Toda la atención se concentra ahora sobre el hombre, que Dios coloca con su mujer en la parte mejor de la tierra, el jardín del Edén, hasta que desobedece el mandato divino y es expulsado.

Sin el ser humano la tierra es yerma, sin matorrales ni hierbas, ya que no hay nadie «que cultivase el suelo» (Génesis 2,5). Igualmente, sin la lluvia que Dios envía, la tierra no produce nada, ya que su fecundidad depende del agua dulce que baja del cielo cuando Dios así lo dis-

«Someter» to-dos los anima-

les de la tierra y del mar no sig-nifica expoliar-

los sino, todo lo contrario, hacer que se multipli-quen, contribuir a la creación de

más vida dentro de una creación que, por si mis-ma, es fertilidad

y crecimiento.

Ser «imagen y semejanza» de

Dios significa ser capaz de

dialogar y llegar a entrar en co-munión con Él,

participando de la responsabi-

lidad divina de cara a las cosas

creadas.

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pone (Génesis 2,5). Ciertamente, la vida que Dios hace surgir «modelando» el ser humano (v. 8) y «haciendo brotar» todo tipo de árboles (v. 9) parece anticiparse en un manantial que fluye «de la tierra» (v. 6). No parece clara la naturaleza de este manantial o flujo, de esta humedad que «regaba toda la superficie del suelo» (v. 6). Probablemente se trate de las aguas primor-diales informes, de tipo fangoso, en las que se mezclaban las aguas dulces con las saladas —de manera similar al abismo de aguas sin delimitar, de las que se habla en 1,2—, que se convertirán sólo en dulces gracias al hecho de que Dios mismo hará de agricultor y plantará «un jardín en Edén» (v. 8), lleno de árboles «buenos para comer» (v. 9). Pero antes, Dios hará de alfarero y moldeará el hombre «del polvo del suelo» e «insufló en su nariz aliento de vida» (v. 7).

El Dios alfarero, que moldea figuras de seres vivos, y agricultor, que planta jardines y ár-boles y hace nacer ríos caudalosos, es un Dios que crea con las manos, mientras que el Dios que crea y organiza el cosmos entero, lo hace mediante su Palabra. Crear es, pues, una acción que depende de la Palabra (Génesis 1) o bien que es fruto de las manos que trabajan (Génesis 2). En ambos casos, crear significa imaginar, proyectar, preparar la llamada a la existencia que se hará mediante la Palabra o bien que se llevará a cabo modelando con las manos lo que se quiera crear. Este modelar con las manos es un antropomorfismo, muy corriente en el texto bíblico: se aplica a Dios lo que es propio de los seres humanos, con el fin de mostrar el grado de implicación de Dios en el mundo y en la obra creada (el hombre, los árboles, los animales). Nada llega a ser sin que Dios mismo no haga posible su existencia. La creación es un balance equilibrado entre proyectos y resultados, entre lo que puede ser y lo que llega a ser. En la tarea del agricultor y del alfarero advertimos este paso entre lo que potencialmente puede ser —y que empieza a ser— y que llegará a la realidad plena de la existencia. Por lo tanto, en Génesis 2 los antropomorfismos señalan una creación que se va haciendo, una creación que engloba el proceso desde la misma existencia hacia la existencia ya conseguida.

Génesis 2, como ya lo hemos comprobado en Génesis 1, cuenta las realidades que son creadas en términos de obra de amor. Podríamos decir que Dios «se arremanga» para llevar al hombre a la existencia (modelándolo), dotarlo del mejor hábitat posible (el jardín del Edén, lleno de agua y de árboles con frutos sabrosos), conferirle autoridad sobre los otros seres vivos (los animales salvajes y los pájaros) y darle el ser que es igual a él (la mujer). En Génesis 2 la creación comienza donde termina en Génesis 1: con el hombre. El ser humano culmina

En la imagen del Tapiz de la creación podemos leer «inmisit Dominus Deus soporem in Adam et tulit unam de costis eius (El Señor Dios hizo caer Adán en un sueño y tomó una de sus costillas)» Gn 2,21

Podríamos decir que Dios «se arremanga»

para llevar al hombre a la

existencia

La ciencia es una invitación

constante a constatar la

pequeñez del ser humano y

la bondad de lo creado.

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la creación pero también la inicia. Siempre ocupa comoquiera un lugar preferente. Él es un ser hecho «a imagen y semejanza» de Dios (1,26), que recibe del mismo Dios «el soplo de vida» (2,7). El hombre existe porque una serie numerosísima de variantes —físicas, biológi-cas y neuronales— han actuado de manera acorde y han trazado un camino evolutivo que ha desembocado en la aparición de la conciencia y la cultura, el símbolo y la historia, el alma y la religión, es decir, todo aquello que constituye el ser humano como singular en el universo, al menos dentro del universo conocido hasta ahora (ver lecciones 7 y 8). Esta concatenación de variantes en el interior del proceso evolutivo y su resultado final, que llamamos Homo Sapiens, debe ser leída según la finalidad presente en Génesis 1 y 2: Dios ha querido que el universo y el ser humano llegaran a la existencia. Todo tiene un telos, una finalidad, que debe ser indagada en el designio amoroso de Dios (véase lección 5).

El ser humano es a la vez relación y conciencia, amistad y herida. Ésta es la verdad sub-yacente, respectivamente, a Génesis 2 (el hombre y la mujer creados por Dios) y Génesis 3 (el hombre y la mujer heridos por el pecado). Según 2,15-22, las experiencias humanas fun-damentales pueden resumirse en tres: la acción productiva —el trabajo, que permite alimen-tarse—, el diálogo interpersonal —que vence la soledad y la insatisfacción— y el orden moral —que se fundamenta en el bien, puesto por Dios, y asienta a la vez la convivencia humana—. Por eso, desde el primer momento, aún en el paraíso, el ámbito primero de la estirpe huma-na, el hombre recibe la misión de «cultivar» el jardín del Edén, trabaja, no vive ocioso. Pero la soledad amenaza al hombre: «No es bueno que el hombre esté solo» (2,18), ni es suficiente que pueda disponer de los animales dándoles un nombre y una función. Cabe «una ayuda que le apoye» (v. 20). Así se define a la mujer, en términos de amistad y compañía, y tiene una naturaleza humana idéntica a la del hombre, que le llama «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (v. 23). La imagen de la mujer extraída por Dios del costado del hombre, de gran valor poético, expresa la igualdad radical de uno y de la otra al tiempo que la singularidad específica inscrita en ambos. ¡Pocas veces una imagen ha hablado con tanta fuerza!

Por otra parte, haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios implica haber recibido conciencia, libertad y responsabilidad, en el marco de una vida en plenitud, simbolizada por el «árbol de la vida», que es signo de inmortalidad (2,9; véase Apocalipsis 22,2). Pero el segundo árbol en mitad del jardín del Edén, «el árbol del conocimiento del bien y del mal», pone al ser humano ante sí mismo: éste debe responder de una manera libre y responsable al mandato divino de no comer el fruto de este segundo árbol. Transgredir este mandato, comer el fruto prohibido, supone pretender dominar el bien y el mal, imponerse por encima de ellos y contro-larlos. Cuando el ser humano pretende ocupar el lugar de Dios y convertir su criterio en criterio de verdad al margen de Aquel, cae en la dictadura de su propio individualismo. Entonces, es él, y no Dios, quien decide qué está bien y qué no lo está —o bien si es aceptable todo lo que resulta, aparentemente, productivo—. Este es uno de los desafíos mayores que se plantean al ser humano en relación a la investigación biotecnológica actual.

Existe un engaño fatal —de ahí la presencia de la serpiente, persuasiva y pérfida— en el hecho de querer ser como dioses. El pecado se insinúa a menudo como una ventaja pero de hecho es un desastre, pues borra la inocencia y el corazón limpio, y hace brotar la culpa, el miedo y la vergüenza, simbolizados todos ellos por una desnudez inasumible. La derrota del ser humano en su humanidad es una herida que hiere a toda la creación, arrastrada por la desobediencia de aquel. La existencia de esta herida implica que la tierra ahora sea «maldita» y se la tenga que cultivar con muchas «fatigas» (Génesis 3,17). La tierra se resistirá al hombre y acabará siendo su tumba: «eres polvo y al polvo volverás» (v. 19). El universo creado, como

haber sido hecho a imagen

y semejanza de Dios implica haber recibido

conciencia, libertad y res-

ponsabilidad, en el marco de una

vida en pleni-tud, simboliza-

da por el «árbol de la vida»

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dice Pablo, está herido por el pecado del hombre —y podemos pensar en el abuso que éste hace de su capacidad de modificar el mundo y consumirlo— y solo podrá ser curado y liberado por el Señor Jesucristo junto con el ser humano (Romanos 8,19-21). La ciencia muestra las heridas que surcan la creación y la fe nos muestra su remedio.

5. La verdad de la Sagrada Escritura

Lo dicho hasta aquí ayuda a aclarar la afirmación de que la Escritura no se equivoca ni con-tradice los resultados de la ciencia. Ya en el siglo XVII Galileo Galilei, un científico creyente, escribió que él no pretendía explicar de dónde procedía el mundo sino cómo estaba hecho y cómo funcionaba (ver lección 1). El método experimental de la ciencia moderna ha obtenido grandes resultados, pero también los antiguos reflexionaban a partir de la observación, como se puede comprobar en el relato de Génesis 1 sobre el origen del universo y del hombre. Los sabios babilonios y egipcios medían el cielo (astronomía) y la tierra (geometría) y sacaban sus conclusiones a partir de un lenguaje empírico y no únicamente mítico, aunque ambos lengua-jes se fusionaban en el ámbito de la religión.

La Biblia es deudora de su tiempo y de las culturas de alrededor de Israel, y, por tanto, la idea que se hace del mundo es la de dichas culturas. Pero en la Biblia hay un solo Dios y Éste, por decirlo con la física de hoy, es la fuente de la energía, de la materia y de la información que conforman el universo. Por lo tanto, no se dan en la Biblia luchas primordiales entre los dioses o fuerzas cósmicas y telúricas que sean tan poderosas como ellos. El texto bíblico es palabra y está dominado por la Palabra y el Espíritu, que dinamiza la Palabra ordenadora. Este punto es esencial. El universo es creado porque Alguien quiere crearlo, y no es necesario que haya un conflicto con el caos. La creación es el resultado del designio soberano del Dios único, que lleva las cosas a la existencia mediante su Hijo, el Logos, y el Espíritu Santo, «las manos del Padre». Ésta es la primera verdad de la Escritura y de la fe cristiana: la creación, obra de amor del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La segunda verdad es la consecuencia de la primera. La Biblia se orienta a la salvación de la humanidad y, por lo tanto, la verdad que contiene es, ante todo, una «verdad salvadora». El Concilio Vaticano II afirma: «Los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en orden a nuestra salvación» (Dei Verbum 11). Que la Escritura sea inspirada, no quiere decir, pues, que la visión bíblica del mundo tenga que ser la de la física cuántica. La inspiración o acción del Espíritu Santo se hace a través de las «fa-cultades y capacidades» de las personas que han elaborado los libros de la Escritura, en este caso a través de los conocimientos científicos que los pueblos poseen en los dos milenios previos al nacimiento de Cristo.

En consecuencia, hay que respetar la verdad religiosa de Génesis 1-3, es decir, las verda-des de fe que se encuentran en sus páginas, la más importante de las cuales es formulada así en el Credo: «Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles». Interpretando este primer artículo de la fe en términos de la física contemporánea, diremos que Dios está en el origen de la realidad visible y de la realidad invisible, es decir, tanto de la materia normal (el cinco por ciento de la densidad de la energía) como de la materia oscura (un veinticinco por ciento) y de la energía oscura (el seten-ta por ciento restante). Dios se halla en el origen de un universo en expansión, acelerada o no. No hace falta, pues, propugnar el llamado «creacionismo bíblico» (los siete días de la creación corresponderían a siete épocas del origen del mundo) ni las teorías del Diseño Inteligente o

El universo creado, como

dice Pablo, está herido por

el pecado del hombre —y po-

demos pensar en el abuso que

éste hace de su capacidad de modificar

el mundo y consumirlo— y solo podrá ser

curado y libera-do por el Señor Jesucristo junto

con el ser hu-mano

La Biblia es deudora de su

tiempo y de las culturas de alre-dedor de Israel,

y, por tanto, la idea que se

hace del mundo es la de dichas

culturas.

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Intelligent Design. Tan solo hay que leer el texto bíblico desde la autonomía y armonía entre ciencia y fe.

Notemos que el universo inmenso, el cosmos sin límites conocidos, queda como recogido en la extraordinaria vitalidad de un solo ser humano, aquel por el que Jesús, el Cristo, ha muer-to en la cruz, redimiendo así el universo entero. Esta es la verdad salvadora que la ciencia no puede más que respetar y que la fe debe presentar teniendo en cuenta los resultados científi-cos. La verdad salvadora es la que la Sagrada Escritura contiene y ofrece a todos aquellos que se acercan a ella. El texto de Génesis 1-3 da unas claves de comprensión que permiten ver en lo creado el designio de amor de un Dios que ha diseminado este amor por toda su obra. «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Génesis 1,31).

La Biblia se orienta a la

salvación de la humanidad y,

por lo tanto, la verdad que con-

tiene es, ante todo, una «ver-dad salvadora»