vidas que cambian, sueños que avanzan

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vidas que cambian, sueños que avanzan

Para Oxfam las personas están en el centro de nuestro trabajo, cada proyecto nuevo, cada iniciativa que apoyamos y cada acción en la que nos comprometemos está impregnada de nuestra convicción de que las personas merecen vivir en una sociedad con igualdad, respeto a sus derechos y una vida digna en el sentido más integral de la palabra.

Oxfam en Nicaragua cada año desarrolla proyectos con personas, organizaciones e instituciones con las que compartimos estrategias de trabajo y visiones comunes de justicia e igualdad. El camino que recorremos con cada acción que implementamos es largo, pero los frutos que recogemos nos llenan de alegría y esperanza para seguir avanzando.

Las historias que se presentan en este folleto son el reflejo del trabajo individual de sus protagonistas, de su empeño por hacer cambios significativos en sus vidas y la de sus comunidades, pero también reflejan el empeño de las organizaciones de las cuales son parte.

Desde el equipo de Oxfam en Nicaragua agradecemos a cada una de las personas que nos brindan su testimonio y a quienes siguen trabajando cada día, cada mes, cada año para que más hombres y mujeres avancen hacia sus propios sueños.

El folleto “Vidas que cambian, sueños que avanzan” nos muestra la grandeza de personas que con empeño, tenacidad, entusiasmo y conciencia de sus derechos han llegado a ser ejemplos de cambio que vale la pena conocer.

Esperamos que lo disfruten.

En Nicaragua nuestras estrategias están encaminadas hacia el fortalecimiento de los liderazgos de mujeres y jóvenes, la capacidad de resiliencia frente al cambio climático de las comunidades rurales, indígenas y afrodescendientes, la preparación ante desastres y atención a las comunidades en situaciones de emergencia.

Si querés saber más sobre Oxfam en Nicaragua,te invitamos a visitar:

https://www.oxfam.org/es/paises/nicaragua

@oxfamnicaragua

@ oxfamnica

Oxfam en NicaraguaLa historia de Oxfam en Nicaragua inicia en los años 60 con un proyecto de ayuda humanitaria en la Región Autónoma Costa Caribe Norte de Nicaragua (RACCN) con poblaciones indígenas y afro descendientes. A partir de los años 70 y 80, afiliados de la Confederación de Oxfam Internacional establecieron las primeras alianzas con diversas organizaciones y movimientos sociales en el país para brindar apoyo a grupos más vulnerables y excluidos, con mayor énfasis en personas desplazadas por la guerra.

En los años 90 Oxfam consolidó su apoyo a organizaciones que trabajan en la promoción y defensa de los derechos humanos, prevención, mitigación y atención de desastres, desarrollo rural, producción agroecológica, empoderamiento juvenil y derechos de las mujeres.

Con el paso de los años, Oxfam ha transformado sus estrategias a nivel global para dar respuesta a los problemas que afectan a las sociedades en el siglo XXI. Respondiendo a esos cambios, hoy apoyamos iniciativas que potencien la fuerza y la capacidad de las personas para salir de situaciones adversas.

Leonarda camina con orgullo por su parcela de dos manzanas mostrando los pequeños cultivos de frijoles que empiezan a asomarse, y que ella cuida con esmero porque son la base de la alimentación de su familia y le aseguran la próxima siembra.

Dejar la mejor semilla para el próximo ciclo es una práctica nueva para ella y para otros productores y productoras de su comunidad, Los Manguitos, en el municipio de Terrabona, Matagalpa. “Hemos vuelto a hacer algo que se había perdido, porque por mucho tiempo nos olvidamos de la semilla criolla y creímos que la semilla mejorada era mejor” cuenta Leonarda.

Cosechar frijoles con semilla criolla fue una práctica a la que llegó gracias a su integración en la cooperativa Nueva Esperanza, la cual es parte de la Federación Agropecuaria de Cooperativas de Mujeres Productoras del Campo de Nicaragua (FEMUPROCAN).

Pero el camino no ha sido fácil, Leonarda cuenta que cuando recibió sus primeras semillas criollas por parte de la cooperativa nadie creía en el potencial de estos pequeños granos. “Me dieron cinco libras y yo las sembré. En la comunidad me decían que esa semilla no servía, pero cuando faltó la lluvia esa semilla fue la que aguantó y fue la que dio el frijol porque no necesitaba mucha agua, entonces toda la comunidad empezó a buscarme para que le vendiera de mi semilla” explica sonriendo por su logro.

En lugar de venderla, Leonarda decidió intercambiar semillas de frijoles por otros cultivos que tuvieran sus vecinos, “así se empezó a cosechar ese frijol rojo aquí y ahora solo eso sembramos porque sabemos que es resistente… y que para la siembra y la alimentación de uno, no hay nada como la semilla criolla”.“No hay nada como la

semilla criolla”

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“Yo podría decirte de entrada que no soy machista, pero eso no es cierto, hay demasiadas cosas que aún tengo que cambiar” así inicia Alexander hablando sobre su forma de ser como hombre, a sus 26 años reconoce que hay un sinfín de privilegios que ha

tenido y que renunciar a ellos es un proceso permanente. “No es como cambiarte un calcetín, no cambiás de un día a otro” comenta Alex, como le dicen sus amigos.

Los cambios a los que se refiere están relacionados con su masculinidad, un tema que abordan cada vez más en la red de jóvenes Voces del Presente, del departamento de Chinandega, de la cual Alex es parte. “Sentía que como activista no había un equilibrio entre lo que yo hacía como activista (marchas, cabildos, talleres) y mi práctica como hombre, hasta que en un proceso de formación me empecé a preguntar ¿Por qué soy hombre? Y esa pregunta me la sigo haciendo todo el tiempo”. Para Alex se trata de una práctica de privilegios que “se nota en todo, los hombres tenemos más libertades en todo”.

Pero cuestionar su masculinidad no fue suficiente, por eso Alex se integró al Colectivo Jóvenes que creemos en otros Jóvenes, que luchan en contra del abuso sexual a niñas, niños y adolescentes, “cuando te vas conociendo descubrís que el abuso está muy cerca de tu vida, de tu familia, de tus amigos y amigas” afirma Alex que hace talleres en escuelas sobre este tema.

Alex siente que su activismo es más comprometido y más honesto porque se atreve a tocar temas difíciles que muchos hombres no hablan, “hablar del abuso es doloroso, pero también es sanador” concluye.

“Hablar del abuso es doloroso, pero también es sanador”

Alexander Bautista

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El día que Estrella decidió plantarle cara a los manoseos, silbidos, miradas y palabras groseras que escuchaba a diario en las calles de Managua, fue el día que no encontró respuestas a la rabia que le dejó un episodio que recordará siempre: “En el 2014,

una tarde yo iba en el bus y un hombre mayor me iba rozando sus partes (genitales), cuando me bajé el hombre se bajó y me esperó, me apretó fuerte y me decía cosas asquerosas…nadie hizo nada…cuando lo conté solo me dijeron: ‘así son los hombres’. Esa no era la respuesta que yo esperaba” cuenta, aún indignada.

La necesidad de hacer algo frente a estos abusos la llevó a encontrarse con el concepto de acoso callejero y junto a otras jóvenes crear el primer observatorio contra el acoso callejero en Centro América. Para Estrella un paso importante en su camino fue “cuando escuché a más mujeres contar sus historias de violencia y vi que todas teníamos experiencias parecidas, pero también vi la fuerza con que seguimos adelante…entonces me di cuenta que no estoy sola y que juntas podemos hacer algo”. Varias de esas historias las escuchó mientras participaba en talleres en el Programa Feminista La Corriente.

Estrella ya no es la misma que aquella tarde de 2014. El activismo feminista, el compartir con otras y combatir el acoso son actividades que la ha fortalecido, “me siento mucho más fuerte para exigir respeto en cualquier espacio” cuenta, pero aún queda mucho camino por recorrer, “ya hay expresiones de desagrado frente al acoso callejero, pero espero que algún día todas las personas reaccionen contra el agresor… y que llegue el día que las mujeres no tengamos que defendernos y caminemos libres por la calle”. Estrella Lovo Martínez

“Llegará un día en que no tengamos que defendernos”

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Quien habla con Ignacio Vallecillo hoy y escucha su entusiasmo para sembrar y enseñar, no se imagina que hacía muy poco tiempo, este joven productor, estuvo a punto de perder las esperanzas de seguir

cosechando debido a la falta de lluvia y a los pocos

alimentos que cultivó durante tres años.

Ignacio vive en la comunidad de Sawasca, en el municipio de Palacagüina, en Madriz, cultiva en una parcela de media manzana y ha hecho de su pequeño terreno una finca con una gran diversidad de cultivos tanto frutales, como granos básicos, legumbres y “hasta un pedacito de café”. Su finca es un ejemplo para otros productores de la cooperativa 10 de mayo que han recibido impulso para levantar nuevamente sus parcelas afectadas por la falta de lluvia.

“Yo he sido productor beneficiado y promotor. Como productor fue un gran apoyo recibir granos de maíz y frijol de parte de la cooperativa…como promotor mi papel es empujar el motor del conocimiento para que entre productores nos apoyemos mutuamente”.

Para Ignacio, el papel del promotor inicia en su propia casa, “por ejemplo yo le enseño a mi hija que debe tirar la basura en su lugar… cuando siembro un árbol le digo que debemos cuidarlo porque ese árbol le servirá a ella o a sus hijos…de nada sirve explicar algo a los productores si primero uno no lo pone en práctica” comenta.

Su preocupación no acabó con la llegada de un buen invierno, Ignacio cree que la falta de lluvia o el exceso de la misma son problemas que seguirán persistiendo, por eso “a veces me trepo a la loma y miro la comunidad y pienso…si seguimos así, quemando, talando…a nuestros hijos les espera un futuro amargo” concluye con preocupación.

“El promotor lo que hace es empujar el motor del conocimiento”

Ignacio Vallecillo

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rosibel Ramos no pasa desapercibida, quien llega a la Fundación entre Mujeres (FEM) o a la central de cooperativas Las Diosas, conoce a esta pequeña productora que para muchas mujeres de su comunidad y su organización es un ejemplo

de tenacidad y crecimiento. Ella es productora de rosa de jamaica y granos básicos y dedica una parte de su tiempo a la comercialización en el mercadito verde en Estelí. Rosibel vive en la comunidad de San Ramón en el municipio de Condega.

Conocerla da gusto porque transmite el entusiasmo con el que realiza su trabajo y con el que cuenta parte de su historia como mujer, “antes era una mujer sin voz y sin rostro, hasta vergüenza me daba salir, todo lo decidían por mí…ahora tengo mi casita, tengo mi tierra a mi nombre, tengo mi dinero”.

Para Rosibel contar con sus propios recursos es motivo de orgullo, y cree que es un paso que todas las mujeres deben dar, “tener dinero para la mujer es un gran avance, porque cuando yo no estaba organizada necesitaba hasta para la libra de sal, pero ya con su dinero uno compra lo que uno quiere, hace lo que uno quiere, no deciden por uno…”

Para tener recursos propios, Rosibel y otras mujeres de Las Diosas están procesando café, rosa de jamaica entre otros productos para la comercialización, “nos enorgullece tener esos productos, pero no nos vamos a quedar aquí, porque estos productos tienen que llegar al mercado nacional e internacional” afirma. Y así como su esfuerzo ya ha dado frutos en su vida, ella espera que más mujeres rurales avancen como lo ha hecho ella, “que estudien, que no haya ninguna analfabeta, que ninguna mujer esté arrinconada en una cocina…”

“tener dinero para una mujer es un gran avance”

rosibel ramos

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“Lo que no se nombra, no existe” afirma Anita Guerrero, una joven lesbiana, de 25 años, que desde hace cuatro, decidió nombrar abiertamente su opción sexual y enfrentar la discriminación con información, organización y participación activa en toda acción

que implique visibilizar a la comunidad LGBT en Nicaragua.

Contarle a su mamá y su papá que le gustaba una mujer fue un gran paso en su proceso, un paso que dio con temor, pero que ha sido una motivación para seguir reafirmando su identidad y sus derechos “Mis papás no son tan diferentes a cualquier otros papás, también vivieron el proceso de no saber qué significaba la palabra lesbiana, diversidad sexual, pero lo vivieron de otra forma, se permitieron conocer y abrir su mente para entender”, cuenta Anita.

Para ella también ha sido un proceso, no solo por la aceptación de su familia, sino porque ser lesbiana en Nicaragua no es fácil, “a mí no me da miedo ir de la mano con mi pareja, pero soy consciente que hay lugares donde no puedo arriesgarme a que me agredan verbalmente, físicamente por expresar mi afecto a una mujer… hay mujeres que han sido abusadas sexualmente para corregirlas, ese tipo de violencia hacen que carguemos con el temor de poder ir por la calle tranquilas, atemoriza muchísimo no saber si vas a regresar viva de algún lugar”.

Pero el miedo no ha detenido sus ganas de seguir adelante, por el contrario, esta realidad la ha llevado a colaborar con distintas organizaciones y participa en marchas, plantones, talleres…lo hace porque le gusta y también “porque quiero que algún día me incluyan como una ciudadana con todos los derechos que merezco como habitante de este mundo”.

“LO QUE NO Se NOMBRA, NO EXISTE”ANITA GUERRERO

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A pesar de tener muchas anécdotas de discriminación por ser una mujer afrodesciente, Heidy Forbes reconoce que algunas situaciones no las vivió de tal manera porque “hasta que llegué a la universidad a Managua con 18 años me di cuenta que a las

personas de la Costa no nos ven igual…lo primero que me decían era: ‘ahí está tu música, bailá’. No me preguntaban nada de la Costa” cuenta Heidy, una joven de 33 años que colabora en el área de investigación de la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense (URACCAN).

Heidy es hija de padre creole y madre mestiza, nació y creció en Bilwi y estudió relaciones internacionales en Managua, un dato que ella resalta para compartir un hecho que marcó su vida: “cuando terminé la carrera fui a buscar trabajo y me entrevistó un historiador en una institución, me preguntó si sabía inglés, le dije que sí, y me dijo que necesitaba una empleada en su casa que le enseñara inglés a sus hijos”, aunque en ese momento no reaccionó indignada, con el tiempo ella se ha dado cuenta que esa experiencia es el reflejo de una cultura racista y sexista que tanto daña a las mujeres afros e indígenas, por eso, llegar a la URACCAN y vincularse con el Centro de Estudios e Información de la Mujer Multiétnica (CEIMM) le cambió la vida.

“Escuchar a tantas mujeres contar cosas que se parecían a lo que me pasaba me reafirmó” explica Heidy, con una amplia cabellera que por mucho tiempo alisó para parecer mestiza y no creole. “En 2011 fui a Noruega y conocí a gente de África y ahí me encontré conmigo misma, esas personas eran mi familia, me enseñaron lo que significa ser afrodescendiente… a partir de ahí nunca más me amarré el cabello”, cuenta emocionada.

Lo primero que me decían es: “ahí está tu música, bailá”

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Una mujer líder está más expuesta a ser criticada y a ser analizada en su actuar que un hombre, esto lo sabe bien María José Urbina, que a sus 33 años es responsable de la secretaría de la mujer de una cooperativa mixta, llamada Cooperativa de Iniciativas

Locales del municipio de León.

Cuando María José habla, tanto hombres como mujeres la escuchan con atención, habla con aplomo y seguridad, pero esto no siempre ha sido así. “Ha sido un proceso en mi vida, yo conocí el cooperativismo bastante joven y pensaba que solo se podía estar en cooperativas si tenías bienes materiales y yo no tenía nada, con el tiempo entendí que yo tengo recursos, y mi principal recurso son mis capacidades, sobre todo para gestionar, poco a poco eso me dio reconocimiento entre mujeres y hombres de mi cooperativa”.

María José hace más evidente su capacidad para debatir, gestionar y actuar cuando se trata de de los problemas más sentidos por las mujeres de su cooperativa y de otras que son parte de la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC). “Es una lucha diaria empoderar a las mujeres para que tomen cargos de toma de decisión, porque las mujeres muchas veces solo nos quedamos como socias, y muchas no se integran porque tienen demasiado trabajo en la casa y además el trabajo productivo” explica.

Ella ha visto que “muchos hombres se resisten a reconocer a las mujeres” pero también ha decidido avanzar y arriesgarse, para que algún día “mi trabajo sirva para que más mujeres sean gestoras, productoras y buenas negociadoras en su familia, en la cooperativa y en la política”.

“Ser líder es arriesgarse a que te aplaudan o te critiquen”

María José Urbina

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con la naturalidad de alguien que sabe de lo que habla, así explica Yonari el análisis de los medios de vida con los que cuenta su comunidad delante de brigadistas locales, miembros del SINAPRED, personal de Oxfam, autoridades locales y visitantes de la Oficina de

Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO).

Como coordinadora de la Brigada Local de Rescate (BRILOR) de la comunidad Kum en el municipio de Waspán, territorio Wanki Maya, Yonari comparte la información necesaria que permite identificar dónde están los principales riesgos para la comunidad y en particular para las mujeres ante un eventual desastre, así como los planes de mitigación y rescate que han desarrollado en su comunidad y que han puesto en práctica en los simulacros.

Yonari explica al grupo que uno de los aspectos que más amenaza a las mujeres es la posibilidad de perder sus cultivos o el daño a la tierra que no les permita seguir cosechando, lo que muchas veces obliga a que ellas, principalmente madres solas, tengan que emigran a la cabecera de Waspán a trabajar como empleadas de hogar, dejando su comunidad, sus costumbres y sus familias.

Los talleres sobre agua y saneamiento, salvamento y rescate, manejo de albergues, entre otros le han permitido destacarse como líder en su comunidad y lograr reconocimiento de sus compañeras y compañeros de brigada que ven en ella a una guía y un apoyo ante cualquier evento que les amenace. El fortalecimiento de las brigadas locales es el primer eslabón en la cadena de preparación ante eventos naturales riesgosos, es por eso que el trabajo de Yonary es un gran recurso en su comunidad y el municipio. “preparada ante cualquier desastre”

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dania López empezó a cosechar la tierra hace ocho años cuando vio a otras mujeres de su comunidad organizadas y produciendo a pesar de no tener tierra propia. Ahora ella es una de las más descatadas productoras de la cooperativa La Esperanza de la

comunidad Chiquimulapa en Posoltega.

Dania produce en tierra alquilada, paga alrededor de 100 a 200 dólares por manzana para cosechar granos básicos y otros cultivos diversificados como piña, berenjena, pipianes, ayotes, entre otros. Para ella, lo que la tierra le da es solo el resultado de una relación entrañable que ella establece con el espacio donde siembra.

“Aunque la tierra no sea mía yo la cuido, la tierra es como una mujer, tiene vida, hay que tratarla bien, hay que amarla, por eso le decimos madre tierra, porque somos sus hijos y ella nos da frutos con amor…entonces hay que tratarla con amor”.

Dania tiene dos hijas, con ellas y con su pareja, cuidan y trabajan la tierra, para cuidarla han dejado de usar todo tipo de químicos que la contaminen y “así le quitamos lo tóxico que nos hace daño a todos, no solo a la tierra” afirma esta joven productora.

La cooperativa en la cual participa Dania es parte de la Coordinadora de Mujeres Rurales, un espacio donde ella no solo ha aprendido a sembrar mejor, sino a tomar conciencia que tener tierra es un derecho que la gran mayoría de mujeres no logran tener, a pesar de ser las principales productoras de alimentos para las familias campesinas y urbanas.

No tener tierra a Dania la impulsa a seguir cosechando y sembrando en sus hijas ese derecho que algún día espera ver transformado en realidad.

“La tierra es como una mujer, tiene vida y hay que tratarla bien”

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esperanza le hace honor a su nombre. Mientras cuenta lo que hace, los ojos le brillan y su voz sube de tono con la emoción que van transmitiendo sus palabras. El tema del que habla no es nada fácil, pero ella lo cuenta desde la esperanza y la certeza de que su

trabajo está ayudando a cambiar uno de los problemas más sentidos por las mujeres en Nicaragua: la violencia machista.

Cuando habla de su trabajo nunca lo hace desde el dolor, sino desde la fuerza que le da la labor que realiza. Y es que Esperanza Soza es una de las defensoras de derechos de la Red de Mujeres de Norte “Ana Lucía”, un espacio conformado por unas 700 mujeres y creado hace 23 años en el norte del país para acompañar a otras mujeres que están en situaciones de violencia.

“Algo que me emociona es acompañar a las mujeres, que ellas se sientan que alguien las apoya” explica Esperanza, que a lo largo de estos años ha acompañado a más de 900 sobrevivientes en procesos legales y personales para que logren salir de la violencia, generalmente ejercida por sus parejas.

Ella sabe bien de esta situación, no solo por el trabajo que hace, sino porque antes de ser defensora, vivió la misma situación. “Con mi pareja anterior tuve problemas de violencia. Puedo decir que soy una sobreviviente y eso me motivó a ser defensora”.

La fuerza con la que Esperanza habla la transmite a las mujeres que llegan a ella. “Me siento muy realizada, porque las mujeres llegan a mi oficina con el autoestima muy baja, casi sin poder ni hablar. Y Cuando veo lo mucho que han cambiado pienso: ‘ese granito de arena yo lo puse ahí’”. “Ese granito de arena

yo lo puse ahí”

Esperanza Soza

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ni la guerra de los años 80 detuvo a las mujeres de Río Blanco para organizarse. Muchas eran desplazadas que funcionaban en pequeños grupos de productoras, pero con el tiempo y decidieron fundar la Cooperativa de Mujeres de Río Blanco que

hoy tiene una presencia muy importante en el municipio.

“Nosotras somos parte de la mesa de desarrollo territorial, desde que se formó la mesa nosotras somos parte de ese proceso y dentro de esa mesa cada uno de los actores pone los puntos en común, qué necesita de los otros actores para poder fortalecer los proyectos productivos donde está nuestro radio de acción” cuenta Adilia Vega, presidenta de la cooperativa.

La mesa territorial a la cual se refiere es un espacio mixto donde participan distintos actores, y donde las mujeres han ido abriéndose un espacio a lo largo de los años. “Ya era tiempo que nos dieran espacio los varones a las mujeres, porque los comentarios que uno escucha que las mujeres solo servimos para la casa, para parir hijos, pero no, es todo lo contrario… las mujeres tenemos capacidad para liderar desde la familia, la comunidad, el municipio y el país” afirma esta líder que además es fundadora de la FEMUPROCAN.

Adilia está convencida que el lugar que ocupan las mujeres en la mesa territorial es el resultado del esfuerzo de la cooperativa por mostrar todo su potencial que tienen como lideresas y como productoras. “Mostramos con nuestras capacidades cómo producir y nos esforzamos por ver cómo hacemos nuestros los pequeños proyectos que nos llegan y hemos mostrado en las ferias campesinas toda esa producción que las mujeres hacemos” comenta. adilia vega

“En Río Blanco la presencia de las mujeres es notable”

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La fuerza de las personas contra la pobreza