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13/12/13 Viaje a la intemperie | El Viajero en EL PAÍS elviajero.elpais.com/elviajero/2013/12/12/actualidad/1386852855_161915.html 1/5 PATRICIA ORTEGA DOLZ 13 DIC 2013 - 00:00 CET EN PORTADA Viaje a la intemperie Recorremos los parajes que inspiraron ‘Intemperie’, la exitosa novela del escritor Jesús Carrasco. Descubrimos con él la dignidad del llano, entre los Montes de Toledo y la Sierra de Gredos. Un escondite de abismales secretos Archivado en: Toledo Sierra Gredos Viajes Reservas naturales Castilla-La Mancha Espacios naturales Ofertas turísticas España Turismo Medio ambiente Jesús Carrasco se detiene en plena ruta en la palabra “poterna”. Su pequeño universo, su trayectoria, su primer libro —traducido ya a 11 idiomas y camino de los 13—, su vida, al fin y al cabo, está llena de términos desnudos, abandonados, despojados, dejados de la mano de Dios; vocablos que designan cosas que están ahí, a la Intemperie, el título de su novela editada por Seix Barral. Recorremos senderos de tierra siguiendo la estela polvorienta del sidecar del temible alguacil de su relato. Nos adentramos en la lejanía del campo abierto toledano, en parajes sobrevolados por rapaces, reservas de matojos, escarabajos, roedores y lombrices, en busca de todos esos nombres atesorados en su memoria y en su escritura. Transitamos por los recuerdos del niño que montaba en bicicleta entre olivares y cultivos de cereal buscando restos de pólvora en los cartuchos de los cazadores. Husmeamos en los rincones íntimos del chaval que pasaba los veranos con sus primos en esa casa-cuartel que era el castillo de Maqueda, y en los del adolescente que encontró su primer trabajo como levantador de perdices… Este es un viaje emocional del hijo de Nicolás, el maestro de Torrijos —a quien va dedicado su libro—, y el de un estudiante de filosofía tardío… Seguimos sus huellas secas por el llano, esa gran meseta por la que vagaban el chiquillo y el pastor de su narración, y que separa la sierra de Gredos y los Montes de Toledo. Una llanura corajuda, expuesta a la inclemencia, que esconde inmensos secretos: desde increíbles versiones del Cañón del Colorado hasta palacios versallescos. Poterna Es una puerta disimulada en una fortaleza, como la que acabamos de encontrarnos en uno de los muros del solitario castillo de Montalbán, al final de un desvío de tierra que sale (con indicación fucsia incluida) de la carretera que une La Puebla de Montalbán con San Martín de Montalbán. “Del primer pueblo, aparte de los soportales de la plaza, son famosos los melocotones, y del segundo la caza”, explica Carrasco, que parece sabérselas todas. Poterna, insiste, “es una vía de escape, un hueco por el que salir sin ser visto”. Pero al escritor le hemos pillado en plena fuga un rato antes: “No revelaré el lugar exacto en el que transcurre gran parte de la novela, pero sí otros que me inspiraron”. Emprendemos el viaje con esa premisa misteriosa y accedemos a ir literalmente a ciegas: “Tápate los ojos”. Las cárcavas El Viajero Vista desde las Barrancas de Burujón. Al fondo, los Montes de Toledo. / PEDRO ALBORNOZ

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PATRICIA ORTEGA DOLZ 13 DIC 2013 - 00:00 CET

EN PORTADA

Viaje a la intemperieRecorremos los parajes que inspiraron ‘Intemperie’, la exitosa novela del escritor Jesús Carrasco.

Descubrimos con él la dignidad del llano, entre los Montes de Toledo y la Sierra de Gredos.

Un escondite de abismales secretos

Archivado en: Toledo Sierra Gredos Viajes Reservas naturales Castilla-La Mancha Espacios naturales Ofertas turísticas España Turismo

Medio ambiente

Jesús Carrasco se detiene en plena

ruta en la palabra “poterna”. Su

pequeño universo, su trayectoria, su

primer libro —traducido ya a 11

idiomas y camino de los 13—, su vida,

al fin y al cabo, está llena de términos

desnudos, abandonados, despojados,

dejados de la mano de Dios; vocablos

que designan cosas que están ahí, a

la Intemperie, el título de su novela

editada por Seix Barral. Recorremos

senderos de tierra siguiendo la estela

polvorienta del sidecar del temible

alguacil de su relato. Nos adentramos

en la lejanía del campo abierto

toledano, en parajes sobrevolados por

rapaces, reservas de matojos, escarabajos, roedores y lombrices, en busca de todos esos

nombres atesorados en su memoria y en su escritura. Transitamos por los recuerdos del niño

que montaba en bicicleta entre olivares y cultivos de cereal buscando restos de pólvora en los

cartuchos de los cazadores. Husmeamos en los rincones íntimos del chaval que pasaba los

veranos con sus primos en esa casa-cuartel que era el castillo de Maqueda, y en los del

adolescente que encontró su primer trabajo como levantador de perdices… Este es un viaje

emocional del hijo de Nicolás, el maestro de Torrijos —a quien va dedicado su libro—, y el de

un estudiante de filosofía tardío… Seguimos sus huellas secas por el llano, esa gran meseta

por la que vagaban el chiquillo y el pastor de su narración, y que separa la sierra de Gredos y

los Montes de Toledo. Una llanura corajuda, expuesta a la inclemencia, que esconde inmensos

secretos: desde increíbles versiones del Cañón del Colorado hasta palacios versallescos.

Poterna

Es una puerta disimulada en una fortaleza, como la que acabamos de encontrarnos en uno de

los muros del solitario castillo de Montalbán, al final de un desvío de tierra que sale (con

indicación fucsia incluida) de la carretera que une La Puebla de Montalbán con San Martín de

Montalbán. “Del primer pueblo, aparte de los soportales de la plaza, son famosos los

melocotones, y del segundo la caza”, explica Carrasco, que parece sabérselas todas. Poterna,

insiste, “es una vía de escape, un hueco por el que salir sin ser visto”. Pero al escritor le

hemos pillado en plena fuga un rato antes: “No revelaré el lugar exacto en el que transcurre

gran parte de la novela, pero sí otros que me inspiraron”. Emprendemos el viaje con esa

premisa misteriosa y accedemos a ir literalmente a ciegas: “Tápate los ojos”.

Las cárcavas

El Viajero

Vista desde las Barrancas de Burujón. Al fondo, los Montes de Toledo. / PEDRO ALBORNOZ

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El escritor Jesús Carrasco, en pose

quijotesca. / PEDRO ALBORNOZ

Panorámica de las Barrancas de Burujón. / P. A.

El llano en todo su esplendor, con los Montes de

Toledo de fondo. / P. A.

Cogidos de su brazo, ciegos —bufanda liada a la cabeza—, dejamos

el coche a mitad de camino y caminamos 100 metros por una cuesta

arriba pedregosa en busca del significante de eso que él llama “las

cárcavas”, una de las primeras palabras que ha anotado en el

itinerario circular trazado con Google Maps: “Ya puedes mirar”. Ante

nosotros, las Barrancas de Burujón, que bien podrían ser la versión

0.0 del Gran Cañón o, sencillamente, una definición de lo sublime: un

espectacular paisaje rojizo socavado por un gran meandro del río

Tajo sobre una montaña arcillosa de 25 millones de años. Un

precipicio al infinito calmo, sobre el embalse de Castrejón y sus

islotes, que se pierde en la neblina de los Montes de Toledo. Es del

todo imposible adivinar que tanta belleza se encuentra al final de esa

cuesta que linda con los olivares, a escasos kilómetros del pueblo

que le da nombre a las barrancas y a 30 de la capital toledana. No se

imagina. Ni siquiera con el

anuncio previo de Carrasco, ni con las escabrosas

historias que nos ha contado durante el desayuno en el

bar El Ceibo, frente al ayuntamiento de Torrijos: “El

primer punto del trayecto son las cárcavas, que os van a

sorprender, pero quería partir de mi pueblo, donde yo he

crecido, y enseñaros este magnífico edificio que han

rehabilitado como ayuntamiento. Es el antiguo palacio del

rey Pedro I, construido en el siglo XIV y que después

ocupó Gutierre de Cárdenas, un íntimo amigo de la reina

Isabel [la católica]”, explica el escritor. “De Cárdenas”,

continúa, “se casó con Teresa Enríquez, que era una

mujer tan beata que se ganó el apodo de la loca del

sacramento. Y la visión de su cuerpo incorrupto ha sido

como un rito iniciático para todos los niños del pueblo: un

esqueleto con pellejo al que le siguen creciendo el pelo y

las uñas. La van a beatificar y se ocupan de ella las

monjas concepcionistas, que la cambian de ropa y

todo… Es un poco macabro, pero se puede visitar…”.

El sarcófago

Todo en esta ruta tiene cierto carácter de profanación.

Empezando por el silencio que rompe el motor del coche

en todos esos parajes desolados. Justo enfrente del

desvío del castillo de Montalbán, al otro lado de la

carretera —y también señalado con cartel fucsia— otro

camino terroso conduce hasta la curiosa ermita visigoda

de Santa María de Melque, adonde Carrasco —que tomó

la comunión e hizo la confirmación— fue más de una vez

con sus padres. “Un año traen la virgen en romería desde

La Puebla y se la llevan a San Martín y, al siguiente, a la

inversa”, cuenta Alicia, la guía que permanece a pie firme —llueva o haga sol— junto a ese

monumento recóndito con profundas raíces en la Edad Media.

Se acerca el mediodía y nos ha dado tiempo a dedicar un rato a la contemplación en el

desierto de las Barrancas. A escudriñar —escalera de piedra arriba y escalera abajo— las

imponentes habitaciones abovedadas con vistas al llano y los habitáculos de reminiscencias

arabescas que se esconden entre los arcos de medio punto del castillo de Montalbán. Por

supuesto, hemos subido a lo alto de su torre para divisar las profundidades del río Torcón

sobre el que se flanquea la fortaleza, a modo de foso natural. Incluso hemos conversado con

las malas pulgas de un pastor que se cruzó a nuestro paso. Y una vez superado el impacto

visual del misterioso sepulcro de la iglesia de Santa María de Melque, ponemos rumbo a

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13/12/13 Viaje a la intemperie | El Viajero en EL PAÍS

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Los restos del castillo de Gálvez, conocido como “las

tres torres”. / P. A.

Gálvez para llegar a Jumela, “una aldea abandonada, en la que solo queda su iglesia entre

campos de labranza, aunque se pueden intuir las pequeñas casas que la acompañaron en su

época”, comenta Carrasco, que funciona como un GPS de caminos ignotos.

Carcamusa

Antes hacemos una parada gastronómica en Los Olivos,

el primer restaurante que encontramos después de

atravesar la calle desierta que parte en dos San Martín de

Montalbán. Allí está Diego Torrecilla, que nos atiende

solícito entre los bocinazos semiebrios de una partida de

ocho cazadores italianos vestidos de camuflaje. Nos

ofrece de primero unas migas con sus buenos

tropezones de tocino y chorizo o unas judías con liebre. Y

carcamusa —“carne guisada con tomate”, aclara—, pollo

al ajillo, lomo de cerdo a la brasa, venado en salsa o

cochinillo asado —“que nada tiene que envidiar al de Segovia”—, de segundo. Para los

postres —“todos caseros”— se reserva lo mejor: pudin, flan o natillas. La artífice de un menú

tan suculento, que —con café, bebida y pan incluidos— sale a 10 euros por cabeza, es Ana

María Blanco, que permanece tímida tras la barra del salón.

Durante la comida —abstrayéndonos del griterío y la testosterona de los compañeros de mesa

— nos da tiempo a arreglar el mundo, a analizar la importancia de los medios de comunicación

y a recordar la necesidad de recuperar su prestigio para que sigan ejerciendo ese papel de

contrapeso, de “cuarto poder”. ¿Quién dijo que Jesús Carrasco no habla? Este escritor que ha

dedicado su vida a desbrozar y desbrozarse, a “quitar, quitar, quitar”, a quedarse con lo

esencial, con la mejor versión de todo —incluida la de sí mismo—, gasta una ironía

sorprendente y se lanza: “Hay que saber mucho para escribir humor, pero quizá algún día…”.

En 1826 el Diccionario Geográfico Estadístico de España y Portugal de Decado describe

Jumela del siguiente modo: “Provincia, partido y arzobispado de Toledo, 11 vecinos, 49

habitantes, 1 parroquia. Esta villa se despobló en 1688 y se volvió a poblar en 1790. No es

fácil que prospere a causa de la cortedad de su término y por estar rodeada de grandes

poblaciones, como son Menansalbas, Gálvez, Cuerva, Totanes y San Martín de Montalbán.

Produce trigo, cebada, centeno, algarroba y garbanzos”. Allí, entre cardos altos y campos en

barbecho, solo queda el templo —supuestamente del siglo XIV— con su torre y las cuatro

raquíticas paredes de su única nave. Desprovisto de muchas de sus piedras —que hoy sirven

para delimitar fincas aledañas—, se yergue, luciendo con dignidad su desarraigo, poderoso,

orgulloso sobre la nada, como quien guarda un secreto eterno. Para los curiosos: se

encuentra, campo a través, en el primer desvío de “coto de caza” de la carretera que une San

Martín de Montalbán con Gálvez.

El ‘regatón’

Quedan pocas horas de luz y todavía, según la ruta trazada por Carrasco, nos quedan las tres

torres y el palacio en el que nunca ha podido entrar. Las primeras se levantan en el término

municipal de Gálvez. Puede resultar complicado dar con ellas hasta que uno se topa, junto a la

comandancia de la Guardia Civil del pueblo —punto clave—, con un agricultor: “Muy fácil: sigue

esta carretera hacia el campo, no te desvíes del camino hasta que cruces el regatón y, ahí,

gira a la izquierda. Todo seguido, hasta que las veas”.

Seguimos las instrucciones al pie de la letra, cruzamos “el regatón” —un pequeño arroyo,

según el dialecto local—, y serpenteando por el sendero, nos encontramos con esa imagen

insólita al atardecer. Allí están, desnudas, en una atalaya natural, como moáis de la isla de

Pascua, a contraluz. Son los restos que quedan del castillo de Gálvez, del que se sabe que fue

construido en el siglo XIII y que tuvo una población circundante. Era de planta cuadrada, pero

su vida de ocho siglos a la intemperie lo ha dejado en tres sugerentes torres ruinosas. Alguna

todavía conserva su saetera: “Esa ventana volada y protegida que servía para disparar al

enemigo desde arriba, protegido de su ataque, o para lanzarle los cuerpos muertos de los

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13/12/13 Viaje a la intemperie | El Viajero en EL PAÍS

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JAVIER BELLOSO

Parte del castillo de Montalbán, en la carretera que

une La Puebla de Montalbán con San Martín de

Montalbán. / PEDRO ALBORNOZ

Cerradura de la puerta de la casa

del guarda, vecina al castillo de

Montalbán, en La Puebla de

Montalbán. / P. A.

apestados, como bombas biológicas”, explica Carrasco.

La puesta de sol en ese lugar huérfano, enmarcado por la

misma Estrella Polar que orientaba en su huida hacia el

norte al chiquillo de la novela, se convierte en algo

místico. De la penumbra emerge un poni color canela. Se

cruza y marcha al trote, rumbo norte.Unos segundos de

asombro: la razón en suspensión.

Anochece. Tomamos la carretera de Polán (el siguiente

pueblo a Gálvez) a Burujón, que nos lleva de vuelta a

Torrijos, para cerrar el círculo de nuestro particular eterno

retorno.

De regreso nos topamos de

bruces con “ese palacio” en el

que Carrasco nunca había

podido entrar, pero que tantas

veces había observado desde

la verja. La puerta de hierro está

abierta y hay algunas luces

encendidas. “Es propiedad

privada”, advierte. Pero la tentación es más fuerte que la cautela.

Entramos a cuatro ruedas por un camino de cantos. Atravesamos los

arcos de coníferas que envuelven la vereda y nos adentramos en el

jardín de Alicia en el país de las maravillas. Bordeamos una

larguísima fuente rectangular que termina a las puertas de la mansión

versallesca conocida como el palacio de Ventosilla de Doña Sol.

—¿Son los invitados?, pregunta el guarda, que ha salido de la

oscuridad.

Los propietarios, “los Cavero”, esperan la visita de unos portugueses con los que al día

siguiente irán de cacería. Es obvio que no somos nosotros, pero la amabilidad del vigilante nos

descubre un lugar de cuento. Enciende las luces para señalarnos la salida y nos sumerge en

una postal navideña, de la que salimos al volver a cruzar la verja. Lo real.

La despedida del llano, de sus tierras tercas, de sus ruinas espartanas y de sus horizontes

agónicos, bien merece unas cervezas en el Stonebar (Torrijos), el templo desde el que Fermín

Sánchez —amigo de Carrasco desde niño— controla a la parroquia. Un lugar que guarda otros

muchos secretos...

Guía

Dónde comer

Los Olivos (925 41 71 95). San Martín de Montalbán

(Toledo). Especialidad en cochinillo asado, migas y

judías con liebre. Increíbles postres. Precio menú: 10

euros.

Los Arcos (925 75 04 11). La Puebla de Montalbán

(Toledo). Es una casa que homenajea a la cocina

local por temporadas. Precio medio, alrededor de 20

euros (menú diario, 8,50 euros). Viernes cerrado.

El Nogal (925 75 15 02). La Puebla de Montalbán

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13/12/13 Viaje a la intemperie | El Viajero en EL PAÍS

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(Toledo). Un asador en el que degustar perdiz estofada, lechazo y

platos de caza. Frente al Museo de La Celestina.

Dónde dormir

La Salve (925 77 52 63). En las afueras de Torrijos (Toledo), lindando

con el pueblo, se encuentra esta insólita casa-hotel-spa restaurada

por sus propietarios. Resulta un sitio ideal para alojarse. Una antigua

quintana manchega en la que disfrutar de la intimidad con gran

confort: salones, biblioteca, restaurante, jardines, patios, piscina...

Otras páginas de interés

www.turismocastillalamancha.com.

www.diputoledo.es.

www.torrijos.es.

www.pueblademontalban.com.

www.sanmartindemontalban.com.

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