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VENECIA 1991: EL MITO CELTA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD EUROPEA Javier Campos Calvo-Sotelo [email protected] Resumen 1 El objetivo de este trabajo es analizar la causalidad, desarrollo y repercusiones sociológicas presentes en el proceso de re-historización de la supuesta herencia étnica de los primitivos celtas en el marco de la construcción ideológica de la identidad europea, partiendo de un amplio estudio de fuentes secundarias y de una serie de trabajos de campo y entrevistas personales. El mito celta y su particular universo semiológico han fundamentado diversos procesos contemporáneos de nation-building, generalmente en nacionalismos periféricos de la Europa atlántica. Sin embargo en los años setenta y ochenta la Unión Europea aspiraba a convertirse en un mercado mundial competitivo. Fue en este contexto geopolítico cuando los arquitectos de la ‘nueva Europa’ diseñaron los moldes de una conciencia supranacional basada en los remotos celtas de la Edad del Hierro. La lujosa exposición arqueológica celebrada en Venecia en 1991 significó la celebración oficial de esta activa territorialización de la identidad, no por casualidad un año antes de la firma del Tratado de Maastricht. El título fue significativo, I Celti: La Prima Europa. La fiebre celta que desencadenó la muestra veneciana fue arrolladora, superando cualquier etapa anterior del longevo mito celta en Europa, y destacando el papel desempeñado por la música merced a su popularidad y capacidad comunicativa. Palabras clave: Venecia 1991, políticas culturales, Unión Europea, mito celta, música celta. 1 El presente trabajo se basa en uno anterior publicado en Popular Music and Society (Campos 2017 [2016]). Sin embargo dista de ser una mera traducción del mismo, ya que estructuralmente tiene cambios importantes, así como numerosas supresiones y añadidos.

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VENECIA 1991: EL MITO CELTA EN LA CONSTRUCCIÓN DE

LA IDENTIDAD EUROPEA

Javier Campos Calvo-Sotelo

[email protected]

Resumen 1

El objetivo de este trabajo es analizar la causalidad, desarrollo y

repercusiones sociológicas presentes en el proceso de re-historización de la

supuesta herencia étnica de los primitivos celtas en el marco de la

construcción ideológica de la identidad europea, partiendo de un amplio

estudio de fuentes secundarias y de una serie de trabajos de campo y

entrevistas personales. El mito celta y su particular universo semiológico han

fundamentado diversos procesos contemporáneos de nation-building,

generalmente en nacionalismos periféricos de la Europa atlántica. Sin

embargo en los años setenta y ochenta la Unión Europea aspiraba a

convertirse en un mercado mundial competitivo. Fue en este contexto

geopolítico cuando los arquitectos de la ‘nueva Europa’ diseñaron los

moldes de una conciencia supranacional basada en los remotos celtas de la

Edad del Hierro. La lujosa exposición arqueológica celebrada en Venecia en

1991 significó la celebración oficial de esta activa territorialización de la

identidad, no por casualidad un año antes de la firma del Tratado de

Maastricht. El título fue significativo, I Celti: La Prima Europa. La fiebre

celta que desencadenó la muestra veneciana fue arrolladora, superando

cualquier etapa anterior del longevo mito celta en Europa, y destacando el

papel desempeñado por la música merced a su popularidad y capacidad

comunicativa.

Palabras clave: Venecia 1991, políticas culturales, Unión Europea, mito celta, música celta.

1 El presente trabajo se basa en uno anterior publicado en Popular Music and Society (Campos 2017

[2016]). Sin embargo dista de ser una mera traducción del mismo, ya que estructuralmente tiene cambios

importantes, así como numerosas supresiones y añadidos.

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Introducción

En 1996 el crítico musical Michael Walsh describía la oleada celta que recorría

imparable el mundo como ‘a Celtic musical revival … sweeping the globe … the

worldwide Irish musical renaissance is upon us’ 2. ¿Cómo se había llegado a esa

singular omnipresencia de un género musical hasta entonces de muy moderado eco? A

continuación se examinan las principales claves de un proceso histórico que constituye

un notable marco referencial de realización, por la eficacia y repercusiones

socioculturales del metamensaje étnico medular y propaganda correlativa desplegada.

Comenzando por el contexto histórico, cuando el telón de acero se desmembró a finales

de los años 80, poniendo fin a la guerra fría, el mundo desarrollado se polarizó

gradualmente en torno a tres grandes áreas de producción y mercado de masas: América

del Norte, Asia Oriental, y Europa occidental. Fue éste un período de creciente

globalización económica que demandó medidas de alcance continental (Habermas

1998), afectando directamente a la Unión Europea (en adelante UE). Fue entonces

cuando los ideólogos europeos comenzaron a buscar una identidad colectiva que

pudiera actuar como soporte de la proyectada unidad supranacional. Para ello resultaban

difícilmente útiles el lenguaje o la geografía (demasiado dispares), lo que llevó a pensar

en elementos tales como el folklore y la historia. En este contexto geopolítico los

semidesconocidos celtas de la Edad del Hierro aparecieron como el perfecto mito

étnico, tanto inclusivo como excluyente, para fomentar la conciencia de un pasado

arraigado y constituir una atractiva metáfora en el camino hacia la unidad política y

económica de Europa (Kristiansen 2008). De acuerdo con esta estrategia de

apropiación, los europeos pertenecerían a un único linaje y la teórica unidad de sus

naciones, evolución histórica, variedad cultural, y esfuerzos económicos, sería el

resultado natural de un patrimonio cohesivo proveniente de los ancestros comunes, de

la etnogénesis compartida.

La suntuosa exposición celebrada en Venecia en 1991 tuvo lugar no por casualidad un

año antes de la firma del Tratado de Maastricht. El nombre dado al evento, I Celti: La

2 En el caso de lenguas como el italiano y el gallego hemos optado por ofrecer nuestra traducción. Para el

idioma inglés, dada su actual implantación, hemos mantenido las citas en su forma original.

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prima Europa (Los celtas: La primera Europa), era toda una proclamación de

principios. Un amplio volumen fue publicado posteriormente (Kruta et al 1991; Fig. 1);

su prefacio afirmaba que todas las culturas europeas tienen un origen celta (questa

Madre comune), haciendo hincapié en que la prima Europa era el sello distintivo de la

exposición, dedicada a ‘esta nueva Europa que no saldrá adelante si no es plenamente

consciente de su unidad’ (Benvenuti 1991: 11; italiano original). El prólogo enfatizaba

asimismo el denominador común celta-pan-europeo:

Consideramos la grandiosa unificación de Europa occidental, que era

inminente; y decidimos resaltar la singularidad de la civilización celta, que

constituyó la primera documentada de dimensión europea, [el común]

denominador de nuestro continente … nuestras raíces compartidas. (Leclant

y Moscati 1991: 14; italiano original)

Fig. 1. Portada del volumen publicado a raíz de la exposición de Venecia en 1991. La edición fue

excepcional en varias facetas, incluyendo el lujo de colaboradores, detalles y acabado material.

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En relación a la causalidad Shore y Black subrayaron la necesidad de un nexo

emocional para lograr la unidad, calificando a los funcionarios en Bruselas (sede de la

Comisión Europea) como ‘architects of the new Europe’ (1992: 11). Para Champion el

intento aglutinador estaba integrado por ‘extravagant claims [that embodied] a distorted

vision of both archaeology and modern Europe’ (1996b: 142), y en general hay

consenso en asumir la exposición veneciana como una estrategia ‘engaged in the

process of [European] political and economic unification’ (Wells 1998: 815). Más

elementos del proceso fueron el euro, el pasaporte europeo, la bandera de doce estrellas,

un carnet de conducir europeo normalizado, el Día de Europa (9 de mayo), un lema

europeo (Unidos en la diversidad), y una versión de la Oda a la Alegría de Beethoven

como himno oficial. El Festival de Eurovisión y la presión mediática también

contribuyeron al objetivo, pero el mito racial celta parece ser la elaboración más

sobresaliente de los ideólogos pan-europeos a finales del siglo XX 3.

Lo cierto es que Venecia 1991 resultó abrumadora; la exposición fue patrocinada por

Fiat, el gigante de la industria del automóvil y propietario del Palazzo Grassi, y fue

visitada por casi un millón de personas.

[A]t the Palazzo Grassi in Venice the biggest exhibition of all was mounted;

over 2000 exhibits culled from 200 museums and private collections … As

this note was being written, queues continued to swell the record-breaking

numbers of visitors. … I Celti: La prima Europa [is the] block-buster of all

block-busters. (Megaw and Megaw 1992: 254)

Los efectos de la campaña fueron mucho más allá de la disciplina arqueológica.

Gramsch menciona la década de 1990, “when political changes and the expansion of the

EU required a cultural and historical backing. Today, ‘Europe’ is a brand” (2013: 25).

Las publicaciones del momento mostraron esta tendencia claramente, por ejemplo,

Éluère y Briggs con el expresivo título The Celts: First Masters of Europe (1993) o The

3 El proyecto para promover la unidad de Europa a través de una serie de eventos científicos comenzó

después de la Segunda Guerra Mundial, y hay antecedentes históricos que se remontan a mucho antes.

Una exposición anterior a Venecia con análogo significado político fue Die Hallstattkultur, celebrada en

Austria en 1980 con el subtítulo ‘una forma temprana de unidad europea.’ Exposiciones en Steyr (Austria

1987) y Valenciennes (Francia 1990) también difundieron la nueva semántica celta. Ocasionalmente otras

raíces étnicas fueron invocadas llamando a la unidad europea, como en la exposición Los Francos:

Precursores de Europa (Mannheim, Berlín y París, 1996-97).

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Pagan Celts: Creators of Europe de Ross (1998), mientras que Delaney insistía en ‘the

real Celts, the fathers of Europe’ (1993: 68, 217, contraportada). En Alemania la villa

celta de Steinbach fue reconstruida, y el Keltenmuseum de Hochdorf abrió en 1991.

Bibracte (Francia) fue ennoblecida una vez más como núcleo del alma franco-gala: el

17 de septiembre de 1985, el presidente socialista François Mitterrand pronunció allí

una conferencia alegando que Bibracte constituía ‘one of the grand sites of Celtic

civilization … not defined by political boundaries but by common culture [that]

extended over the better part of Europe’ (citado en Dietler 1994: 596). La fundación

holandesa Van Hamel de estudios celtas fue creada en 1991 en Utrecht. En 1997

Amsterdam acogió la exposición Southern Netherlands, Celts or Teutons? The Celts

Are Coming, How About You? En Italia el movimiento celta se escindió en dos

tendencias diferentes, una de ellas apoyando la tesis de una ascendencia celto-europea

niveladora (visible, por ejemplo, en el festival Folk Concerto: Celtic Music from Europe

que comenzó en Ancona en 1998), y la otra adoptando la teoría celta para construir

ideológicamente la Lega Nord, un partido político de extrema derecha fundado en 1991.

En Francia también hubo un divorcio entre la apropiación de la celticidad del FLB

(Frente para la Liberación de Bretaña) y el ultraderechista Frente Nacional. Una

conferencia sobre celtismo se celebró en la Royal Irish Academy de Dublín en mayo de

1993, bajo los auspicios de la Fundación Europea de la Ciencia, y en 1998 el British

Museum abrió una nueva galería consagrada a la ‘Celtic Europe’, lo que despertó

críticas de envergadura:

The problem with the exhibition is not just that it elevates the Celts at the

expense of the Tartessians, the Ligurians, the Iberians and all the people of

Iron Age Europe that we cannot name, but that it presents ethnicity as the

most appropriate conceptual basis for the study of history. (Talbot 1998)

Otra exposición de motivos celtas se llevó a cabo en Rosenheim (Baviera) en 1993,

con el pegadizo lema Die Kelten Kommen (los celtas están aquí). La arqueología seguía

prevaleciendo en el debate genealógico, con visibles consecuencias:

Major exhibitions of Celtic art (ancient and modern) and historical artifacts

have been held in many countries of Europe, from Venice to London to New

York. Universities from the United States and Canada to Nagoya in Japan

and Moscow and Petersburg in Russia have departments of Celtic Studies.

(Berresford Ellis 2002: 13)

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En Galicia la longeva tradición celta se vio impulsada por la oleada de los 70, pero

aún más por la de los 90. En este caso, el conflicto entre un galleguismo convencional y

la apelación a una identidad supralocal generó tensiones específicas y resistencia social

(Campos 2009). Sin embargo, los ecos más notables tuvieron lugar en el ámbito de la

música (ver más abajo). El caso de la vecina Asturias es equiparable en varias facetas,

aunque con alguna demora. Las designaciones de Glasgow (en 1990) y Dublín (en

1991) como capitales europeas de la cultura fueron probablemente medidas

complementarias para impulsar el potencial simbólico de la celticidad. La presidencia

de Irlanda en el Consejo de la UE (en 1990, 1996 y 2004), sus victorias sucesivas en el

Festival de Eurovisión (1992, 1993, 1994, y 1996), y los premios Grammy ganados por

los Chieftains (todos en los años 90, mientras que antes y después sólo obtuvieron

nominaciones) corroborarían la hipótesis de una activa presión en favor de la unidad

europea a través de la exaltación de las virtudes celtas (en sus centros históricos) y su

teórico carácter continental (Hepburn y McLoughlin 2011).

La oleada de los 90

La celtofilia que se desencadenó tras Venecia 1991 fue extraordinaria, superando

claramente cualquier otra etapa en la larga historia de la celticidad europea. En los años

siguientes ‘fascination with the Celts, on the part of both academics and the public

[was] evident across Europe’ (Biehl y Gramsch 2002: 367). Hubo una eclosión a escala

mundial de asociaciones celtas (como la Irish Celtic Music Association, a partir de

1992), pubs celtas/irlandeses, y un sinnúmero de producciones materiales de signo celta.

También se fundaron revistas de contenidos celtas; entre las más importantes estuvieron

la galesa Journal of Celtic Linguistics (1992), la italiana Celtica (1999), Celtic Cultural

Studies (2000) y la americana e-Keltoi: Journal of Interdisciplinary Celtic Studies

(2000), mientras que American Anthropologist publicó una monografía en 1994 con el

título ‘Archaeology, Ethnic Nationalism, and the Manipulation of Celtic Identity in

Modern Europe’ (vol. 96/3, 1994) y Western Folklore dedicó un número especial a la

música celta (vol. 57/4, 1998). Un portavoz de la cadena de librerías Waterstones

comentó en una entrevista radiofónica que los libros con la palabra ‘celta’ en sus títulos,

simplemente volaban de los estantes (citado en Bowman 2000: 74). Incluso una

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compañía aérea de nombre Euroceltic Airways se fundó en Irlanda en 1999. Para

Sawyers, en el cambio de siglo:

Celtic music seems to be everywhere or, at the very least, an approximation

of it. But not only music. Look around you and you’ll witness a procession

of Celtic-themed novels, travel narratives, movies, theatrical productions,

and poetry. (2001: 1)

Haywood describía este renacimiento como ‘New Age Celtomania’ (2004: 211),

mientras que Hale aludía a ‘the Celtic Craze, which began in the mid-1990s [and] has

been unprecedented in scope and scale’ (2006b: 273). La contundente expresión

acuñada por Piccini—‘Celts sell’ (1996: S96)—se extendió. El ámbito de la publicidad,

siempre atento a lo que más vende, también izó la bandera celta. Alrededor de 1998:

Uilleann pipes echo through ads for mega-corporations like Mobil Oil, while

General Electric’s aerospace division looks to the future to the strains of a

traditional Welsh folk song. When Tim Horton’s, the Canadian coffee and

doughnut chain, set out to find the ideal personality and music match for

their TV commercials, they looked no further than winsome and talented

Cape Breton fiddler, Natalie MacMaster. (Melhuish 1998: 28-29. Cf. Hale y

Payton 2000)

La marea celta fue lógicamente más intensa en la Europa atlántica. En 1995 se

inauguró el National Piping Centre en Glasgow (tras una inversión de 4,5 millones de

libras) y el Hebridean Celtic Festival en 1996; en 1999 el evento se había convertido en

la atracción turística más relevante de las islas y, muy importante para nuestro enfoque,

‘around one-third of the festival’s income was provided by subsidies from six public

agencies, including EU regional development funding’ (Symon 2002: 201).

Simultáneamente florecieron en Escocia las publicaciones, lanzamientos de discos,

trabajos de campo, otros festivales, enseñanza y difusión de la gaita, y la fabricación

artesanal (McKean 1998). En resumen, en la década de 1990 tuvo lugar la ‘formation

and development of Scotland the Brand’ (Paterson 2001: 3).

Irlanda—la gran capital de la música celta—fue probablemente el país que más se

benefició de la corriente: recibió ‘billions of euros in structural funds’ de la UE en los

años cruciales del Celtic Tiger (Langlois 2013: 269), y complementariamente ‘Irish

culture (or a particular globalized version of it) had never been so popular nor so

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profitable as in this period’ (272) 4. McCann subraya el “growing commercial

development within Irish ‘traditional’ culture” de esos años (2012: 654). En palabras del

senador Labhrás Ó Murchú, ‘Traditional Irish music is winning new audiences all over

the world’ (citado en McCann 2012: 665). Mícheál Ó Súilleabháin fundó el Irish World

Music Centre en 1994, convirtiéndose en el primer titular de la nueva cátedra de música

de la Universidad de Limerick. En 2001 los artistas irlandeses vendieron más de 56

millones de discos, lo que representó el 2,3% de las ventas de discos en todo el mundo

(Strachan y Leonard 2004: 40); el índice de grabaciones per cápita de músicos

irlandeses era entonces casi 30 veces el promedio mundial (47. Cf. Sawyers 2001;

Hitchner 1999).

The Long Black Veil de los Chieftains (RCA Victor, 1995) contó con la participación

de celebridades como Sting, Sinéad O’Connor, Ry Cooder, Marianne Faithfull, Tom

Jones, Mick Jagger (como solista y con los Rolling Stones), Mark Knopfler y Van

Morrison. Fue un homenaje universal del reino del rock al grupo irlandés y lo que éste

representaba. Paddy Moloney—gaitero y líder de los Chieftains—admitía en aquellos

momentos que ‘In the past 10-12 years, [Irish music] has opened up enormously and it’s

not necessary to go into England anymore to make your mark. Now, we go direct

throughout the world’ (citado en Melhuish 1998: 65). Nada menos que un icono del pop

como Paul McCartney también abrazó la mitología celta cuando fue abordado para

grabar Standing Stone (EMI Classics, 1997). McCartney declaró entonces: ‘I also

wanted to explore my Celtic roots … so many of these Celtic myths fired my

imagination’ (citado en Melhuish 1998: 36).

Además de este torrente factual, es importante tener en cuenta que el marco histórico-

cultural desempeñó un papel determinante. Entre las razones complementarias del éxito

de la música y mitología celtas, el final del siglo XX fue un período razonablemente

próspero en el mundo, lo que favoreció las actividades de ocio, participación en

festivales y crecimiento de la industria del disco (con un máximo alrededor del año

2000). Asimismo la causalidad psicoemocional jugó una particular baza, ya que hubo

4 También fue notable la implantación de multinacionales americanas de productos farmacéuticos (Pfizer,

Eli Lilly, Merck) e informática (Intel, Apple, Dell, Microsoft, IBM) en suelo irlandés. Dispuestos a

expandir horizontes en el nuevo tablero político que surgió tras la caída del comunismo, para los

inversores estadounidenses Irlanda ofrecía ventajas importantes en comparación con otros países

europeos.

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una tendencia creciente a explorar el potencial sobrenatural de la celticidad (cf.

Bowman 2000; Campos 2016). También sugerimos que, sobre todo en relación al

estamento juvenil, la era hippie y la contracultura habían dejado cierto desencanto tras

el fracaso de la Woodstock nation. En consecuencia, la nueva generación fue menos

beligerante y más propensa a formas de evasión y tendencias musicales que no

implicasen necesariamente una ruptura vital extrema. El universo celta pasó a ser, en

ese contexto, una opción muy válida en la búsqueda de la identidad personal y

colectiva, incluyendo el placer hedonista y no comprometido de los conciertos,

festivales, y fantasía celta en general. La confluencia sinérgica de estos factores

históricos y sociológicos es crucial para explicar el éxito popular del discurso

desplegado por la muestra veneciana.

El escenario mediático

En los años 80 la música celta era un género sólidamente establecido pero modesto,

con cifras lejos de las principales corrientes. Cuando Michael Flatley—el futuro creador

de Riverdance—iba de gira con los Chieftains en esos años, confesaba: ‘I couldn’t

support myself. We’d finish a tour—and I’d come home to dig ditches. The contrast

was unbearable’ (Flatley 2006: XXIV). El gran salto de la celtomania en el mercado

mundial llegó con la cantante irlandesa Enya, quien lanzó su disco homónimo Enya en

1986. En 1992, el mismo álbum fue remasterizado y publicado como The Celts,

evidenciando un significativo giro. En el año 2001 la cantante había vendido 54

millones de discos; ‘Enya came to personify a kind of Celtic cool - sophisticated,

attractive, engaging and yet slightly remote’ (Smyth 2009: 95-96).

Pese a la relevancia de Enya, Riverdance (seguido de Lord of the Dance y otras

secuelas) superaría sus impresionantes cifras. Estrenado en Dublín en abril de 1994

como un intermedio durante el Festival de Eurovisión, el éxito del espectáculo fue

increíble, sobre todo en EEUU, y a pesar del hecho de que Riverdance ‘totally

reinvented traditional Irish dance’ (Sawyers 2001: 58). Entre otros galardones, Bill

Whelan recibió un Grammy en 1997 al mejor compositor por la música, y el CD

recaudó más de 300 millones de dólares en todo el mundo, ganando un disco de oro

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(fig. 2). El video Riverdance se convirtió en el registro audiovisual más vendido de

todos los tiempos (Brabazon y Stock 1999). Sin embargo la importancia social de

Riverdance rebasó los márgenes de una aplaudida realización; encarnó la ‘symbolic and

exuberant rejection of Parochial Ireland … a parable of the modernisation of Irish

culture’ (Keohane, Kavanagh, y Kühling 2006; cf. Carby 2001; Motherway 2013).

Fig. 2. Portada del disco Riverdance (Celtic Heartbeat 1995). La pareja en primer plano es esencialmente

ajena a la danza tradicional irlandesa anterior a los años 90.

La exaltación de lo celta iba a entremezclarse con diversas iniciativas empresariales,

materializándose en diversas formas y correlativos niveles de rentabilidad:

Perhaps the best-known example is the enormously popular Asterix the Gaul

comic series … Asterix has even spawned a Disneyland-style theme park

outside Paris called Parc Astérix … Everyday images of the Celtic heritage

in France are present in everything from the state-owned Gauloises

cigarettes to the myriad bars and cafes named Le Gaulois. (Dietler 1994:

593)

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En varios de estos proyectos, los fondos y orientación ideológica proporcionados por la

UE fueron claves. Celtworld, un parque temático construido en Tramore (Irlanda), abrió

en mayo de 1992.

The funds for the project were half derived from the private sector, and half

from the European Union Structure Fund Grant … For [Jim] Tuohy [General

Manager of Celtworld] the Celts provide a conceptual link between a

developing Ireland and the emerging European Union. “There is a greater

realization of the Celts not just being Irish,” he said. Tuohy noted that the

Celts were the basis for most European cultures. (Hale 2006a: 250)

Celtworld recibió 1,81 millones de libras en fondos de la UE. Sus responsables

declararon que el parque había sido diseñado ‘for an international audience, and hoped

to appeal to incipient pan-Celtic European sentiments’ (citado en Hale 2006a: 255).

Highland Mysteryworld (en Glencoe, Escocia) fue otro parque temático destinado al

turismo y la promoción ideológica. Balnain House, en Inverness (la capital de las

Highlands), fue conocida como ‘The home of Highland music’ desde su apertura en

1993 (cf. Melhuish 1998). En Celtica (Machynlleth, Gales) el visitante podía

experimentar ‘the Mysterious and Magical World of the Celts’; Celtica fue inaugurado

en 1995, y los 3 millones de libras que costó la exposición permanente fueron

parcialmente financiados por la UE. Hale concluye que la UE tenía ‘encouragement and

deep pockets for these projects’, interpretando las inversiones como ‘a type of official

sanction for the content of these attractions’ (2006a: 255-56).

La mayoría de los parques temáticos celtas no tuvo éxito y quebró poco después del

estreno al acumular pérdidas masivas, lo que demuestra que el público quería la magia

céltica por otros medios y fórmulas. Sin embargo, la imagen resultante de un escenario

celta opulento y sólidamente promovido estimuló tanto a organismos públicos como a la

empresa privada, lo que derivó virtualmente en un circo mediático celta (Dietler 2006).

En Galicia la ciudad de Santiago de Compostela, meta del ‘Camino’, recibiría un trato

preferencial por parte de las instituciones españolas y gallegas—en especial mediante la

poderosa empresa Xacobeo 93—, conociendo un permanente apogeo en los 90 5.

5 Fundada en 1991 por la Xunta de Galicia ante la inminencia del año jubilar de 1993, la empresa

Xacobeo 93 nació como una marca comercial con su correspondiente logotipo y mascota—el Pelegrín.

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El revival celta se manifestó activamente en representaciones escénicas tales como

Riverdance, y películas como Titanic y Braveheart. Esta última, a pesar de sus errores

historiográficos, desempeñó una notable labor en la propagación de una celticidad

envuelta más que nunca en heroísmo ancestral y con una proyección universal.

Braveheart—‘a heavy blend of fantasy and anachronism’ (Paterson 2001: 286)—fue

recibida en Escocia como una celebración del orgullo local frente a la codicia inglesa.

Sin embargo, “the film is actually constructed as a post-colonial, ‘white-pioneer’ myth

of origin and ancestry which addresses and confirms a mainly American sense of

cultural identity” (Morgan 1999: 375). En el caso de Riverdance, Fagan estima que

provocó ‘the full effect of deterritorialization of [Irish] culture’ (2002: 141); los

musicales de Flatley implicarían ‘the Americanization of Irish dancing’ (Carby 2001:

336). Específicamente el modelo para Lord of the Dance habría sido ‘the Michael

Jackson version of mass spectatorship and adoration … The effect is breathtaking in its

evocation of fascist spectacle’ (339). Lo cierto es que en la fase inmediatamente post-

comunista hubo un fuerte empuje en Europa hacia la empresa neoliberal de inspiración

estadounidense (cf. Kaneva 2012). Marx había muerto, y en gran medida tuvo lugar la

americanización no sólo de la semiología referencial de Irlanda o Escocia, sino de

Europa en su conjunto.

Repercusiones fuera de Europa

La oleada celta de los 90 fue mucho más allá de las fronteras de Europa, afectando en

particular a Canadá, EEUU y Australia. Generó una ‘internationalisation of the Celtic’

(Harvey et al. 2002: 2), sobre todo en América del Norte. La música celta en Canadá

durante los años 70 y 80 había dependido de iniciativas individuales y tenía poco

respaldo del sector discográfico. Pierre Guerin resumía su carrera allí destacando el

notable cambio de los 80 hasta mediados de los 90:

Fifteen years ago we came to Winnipeg to play Celtic music, and it was

considered exotic … Now, I get demo tapes from kids who are combining

Celtic and African music with South American rhythms. (Citado en Tsai

2007-08: 80. Cf. Hornby 1988)

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Los logros más importantes de los Rankins, los Barra MacNeils, Jerry Holland, Mary

Jane Lamond y Natalie MacMaster fueron mayoritariamente en la década de 1990,

cuando Cabo Bretón (Nueva Escocia) se convirtió en una destacada capital celta

(McDonald y Sparling 2010). El músico local Sheldon MacInnes observaba en 1997

una ‘Celtic craze … labelling everything and anything as Celtic’ (144), con ‘incredible

success stories for some Cape Breton performing artists’ (141). El Celtic Colours

Festival se fundó allí en 1997; hoy en día es el más célebre encuentro pancéltico de

América del Norte y uno de los más importantes de su tipo en el mundo (Hayes 2012;

Ivakhiv 2005). La revista Celtic Heritage, muy activa hasta el año 2000, nació en

Halifax (Nueva Escocia) en 1996.

Los discos de Loreena McKennitt The Mask and the Mirror (precedido por una fase

de estudio in situ de la cultura gallega) y The Book of Secrets recibieron varios discos de

oro y platino (fig. 3). Pero aún más interesante para esta investigación fue la visita de

McKennitt a la exposición de Venecia en 1991. Cuando se publicó The Book of Secrets,

la cantante recordaba ese viaje como un punto de inflexión crucial en su evolución

como artista y para su asunción de la cultura neo-celta:

Until I went to that exhibition [Venice] I thought that Celts were people who

came from Ireland, Scotland, Wales and Brittany. Seeing the unimagined

riches and variety in the centuries of Celtic art gathered from as far afield as

Hungary, Ukraine, Spain and Asia Minor, I felt exhilarated. It was like

thinking that all there is to your family are your parents, brothers and sisters,

and then you realize there’s a whole stretch of history that is an extension of

who you are. (Citado en Melhuish 1998: 175)

McKennitt había captado perfectamente el significado de Venecia 1991, y su influyente

respaldo sin duda contribuyó a que la ola cruzase el Atlántico. Vale la pena apuntar que

los orígenes del Celtic Colours Festival en Cabo Bretón también tuvieron un punto de

arranque europeo (Ivakhiv 2005).

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Fig. 3. Portada del disco The Book of Secrets (Warner 1997). Tanto el título como los colores

evanescentes, contornos indefinidos y ocasional evocación exótica (en este caso orientalista) son muy

representativos de la estética de los modernos celtas.

Los EEUU también participaron en la moderno advenimiento celta. Con una

apreciable población descendiente de la diáspora escocesa/irlandesa, el cambio de siglo

trajo una expansión del universo celta en prácticamente todos los campos culturales:

[D]uring the 1990s Celtic interests have grown phenomenally and the

number of Celtic festivals across the country quadrupled … Still more

people are attracted to Celtic-themed entertainment and Web sites … The

result is a growing idea of a Celtic-American identity. (McCarthy y Hague

2004: 392)

En marzo de 1998 el senado estadounidense reconoció formalmente ‘the outstanding

achievements and contributions made by Scottish Americans to the United States’; y

aprobó por unanimidad la Resolución 155 que establece el 6 de abril como ‘Tartan Day’

(Hague 2002: 139). Hague también proporciona un gráfico que muestra el ‘[n]umber of

Scottish festivals and Highland games in the USA (1830–2000)’, en el cual la curva

ascendente en la década de 1990 es impresionante (141; cf. Campos 2017). Un

periodista texano escribía en 1998: ‘Celtic is cool these days … It’s ancient, and it’s

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trendy’ (Fulton). Sin embargo, la novedad ‘celta’ más sorprendente en EEUU provino

de una temática específicamente política: ‘the League of the South, a neo-Confederate

group formed in 1994 that uses claims to Celtic ancestry to promote the maintenance of

white privilege in the American South’ (Dietler 2006: 245-46). Un destacado miembro

de la League of the South, Barry Reid McCain, afirmaba en 1996:

The people and culture that created the South [of the USA] were a

transplanting of a still-intact Celtic world and the core elements of that

society were part of a continuum that stretches back to the indigenous people

of Bronze Age Europe. (Citado en Hague 2007: 8)

Aunque menos intensa, la moda celta también llegó a Argentina, Japón, Sudáfrica, y

muchos otros países no europeos 6. Australia en particular sobresalió como la región

más activa del hemisferio sur en producciones celtófilas; allí surgieron entonces

abundantes grupos y festivales de signo celta:

Maireid Sullivan reckons that it isn’t just America where things are shaking

Celt-wise. The voice of Celtic culture has reached the diaspora and Celts as

far flung as Latin America and Australia are awakening to their ethnic

heritage. (Melhuish 1998: 35) 7

El ecléctico conjunto Afro Celt Sound System tuvo una especial relevancia

transnacional. Formado en 1995 por músicos de diferentes países, mezcló música

electrónica de baile con estilos irlandeses y tradicionales de África occidental. Sus

discos fueron publicados por Real World Records, el sello de Peter Gabriel, y el grupo

participó asiduamente en los festivales WOMAD (World of Music Arts and Dance).

Sólo el propio Gabriel superó sus ventas en la compañía. A través de esta agrupación la

música celta convergía con la llamada ‘World Music’, una categoría igualmente sujeta a

controvertidos procesos de apropiación. Ambos géneros sellaron la globalización de una

6 En Argentina, por ejemplo, el grupo Xeito Novo se formó en 1984 pero fue en los 90 cuando más

creció. En 1998 comenzó en Buenos Aires el conjunto Sete Netos, también de ascendencia gallega y que

se autodefinió específicamente como de ‘música celta’.

7 Sullivan es una cantante australiana, autora del libro Celtic Women in Music (1999). Téngase en cuenta

que la información de este epígrafe sobre la avalancha celta de los 90 constituye una selección

representativa pero más bien breve de un fenómeno muy amplio. Muchos otros músicos, agrupaciones,

festivales, ediciones y eventos se iniciaron o expandieron entonces.

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nueva cultura musical destinada a explotar los iconos de ascendencia, exotismo, y

alteridad.

En resumen, al final del segundo milenio el mundo entero vibraba al ritmo de los

remotos y virtualmente ignotos celtas de la Edad del Hierro. La música se convirtió en

un factor decisivo en el fenómeno, por razones inherentes y tras el arranque de la

‘música celta’ dos décadas antes.

El papel de la música

La música sin duda jugó un papel destacado en el proceso de creación de los

euroceltas, en la construcción del lugar, la legitimación del pasado, y la producción de

identidad, gracias a su popularidad y comunicatividad, pero también porque

proporciona un fuerte sentimiento de cohesión grupal y afinidad compartida. Su

influencia en la expansión celta fue irresistible: ‘Celtic music’s current international

momentum is a train under a full head of steam’, afirmaba Melhuish en 1998 (78). Para

Smyth, en los años 90 ‘it was a good time to be Celtic; and music was a crucial—

perhaps the single most important—element of that condition’ (2009: 96).

Históricamente la ‘música celta’ había constituido un género bien conocido desde

alrededor de 1975. A menudo vista como invención puramente comercial o mera

herramienta de intereses nacionalistas, la nueva orientación del movimiento celta

aumentó considerablemente su ascendiente y ventas, pero no menos importantes fueron

las repercusiones sociales. Es muy posible que los arquitectos de la Europa unida

tuvieran en cuenta su etiqueta de romanticismo, entornos naturales, filosofía altruista,

progresismo moderado, connotaciones espirituales, barniz juvenil con clara influencia

del rock, y la simpatía general que despertaba. Sin la participación de la música, la

estrategia pancéltica desplegada en Venecia habría carecido de una valiosa embajadora.

En un corto espacio temporal la música celta pasó a convertirse tanto en beneficiaria

como portavoz del pan-europeísmo, y esta polaridad interactiva parece ser el rasgo

predominante de la música celta en los años 90. Parece claro que algunos músicos y

grupos se beneficiaron largamente de la oportunidad que la fortuna había puesto

inesperadamente a su alcance, pero—conscientes de ello o no—también ejercieron una

nuclear labor educativa concordante con el propósito subyacente aquí estudiado.

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La música celta siguió a una generación profundamente ligada a la canción protesta y

sus característicos logocentrismo y austeridad sonora. Por el contrario la música celta es

generalmente instrumental—el lenguaje ‘silencioso’, como se podría calificar—, lo cual

resultaba muy oportuno en la búsqueda de rasgos universales europeos puesto que

inducía a una percepción músico-filológica unitaria. La acrítica ensalada de

instrumentos, tan típica del género, mezclando bajo el paraguas celta a bodhrán,

bouzouki, banjo, castañuelas, darbuka, arpa, violín, gaita, bombarda, tin whistle,

zanfona, didgeridoo, saxofón, sitar, violoncello, nyckelharpa, todos los instrumentos

estándar del rock y casi cualquier artefacto musical por extravagante que pudiera

parecer, actuó como una perfecta metáfora del lema europeo ‘Unidos en la diversidad’.

Pero la música celta también es excepcionalmente sensorial, y los instrumentos citados

provenían en la mayoría de los casos de refinados luthiers, su aspecto era brillante y

atractivo, obedecían rigurosamente a la afinación temperada y sus ejecutantes poseían

un alto nivel técnico, lo que forjó un icono de comunidad plural, pero rica y

perfectamente ensamblada. En los festivales de música celta la dimensión comunitaria

prevalecería sobre los artistas individuales, como Ni Earcáin experimentó

personalmente en Lorient en los años 90: ‘the whole Celtic world presents itself as a

unit’ (1995: 6); de hecho los eventos más llamativos terminaban allí con la unión de

bandas de gaitas (no solistas), en apoteosis colectiva.

The image … presented was one of “all Celts together” and was one which

was firmly cultivated by the festival committee. While no attempt was made

to undermine the identity of any group, neither was their nationality

highlighted. The blend of musics and bands within each concert setting,

presented an image of a Celtic rather a Galician, Scottish and then Irish

performance [sic]. (19)

Los festivales ciertamente tuvieron un impacto determinante en la percepción y

asunción del neoceltismo:

Celtic festivals potentially become significant sites for the construction and

maintenance of Celtic identities. Musicians travelling around the expanding

Celtic festival circuit provide an important common reference for audiences

to construct a sense of shared cultural identity. (Symon 2002: 195)

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La banda de gaitas creció imparable en toda Europa durante la década de los 90,

respaldada sin restricciones en regiones como Galicia. Estas formaciones enriquecieron

el espectáculo visual y auditivamente, pero asimismo hicieron hincapié en la noción de

formar una comunidad frente a la tradicional figura del gaitero individual. Las bandas

estaban integradas por músicos anónimos, en contraste con el nombre personal del

gaitero de la aldea, subordinando así las partes separadas al conjunto. El desfile de

bandas de gaitas, que caracterizaría el comienzo o el final de casi cualquier festival de

música celta, conllevaba una dosis implícita de disciplina, imponiendo el uniforme

obligatorio, marchando en estilo militar bajo una bandera, y obedeciendo las órdenes

del director (fig. 4). Los concursos constituyeron otra sustancial faceta de estas

agrupaciones, y otra comparación significativa con el mercado europeo se sugiere por sí

sola: el objetivo no era mejorar en abstracto, sino ser competitivos, con el fin de vencer

a los rivales.

Fig. 4. Desfile de bandas de gaita en Ortigueira, 10 de julio de 2011. Foto: Javier Campos.

En parte debido al impacto de estas bandas, las gaitas se convirtieron entonces en un

símbolo universal, el tótem sagrado de la tribu celta, impregnando a toda la oleada de un

carácter de identidad transnacional aglutinante 8. Pero la gaita transmitía asimismo un

8 El arpa sería el otro instrumento celta favorito, complementando a la gaita como emblema cultural

merced a su elegancia, delicadeza y capacidad polifónica.

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profundo mensaje de ancestralidad, autenticidad y raíces europeas, y siempre se la había

vinculado a la madre tierra debido a su uso de pieles animales y otros recursos primarios

(Campos 2015). Por lo tanto, el instrumento podía encarnar una alegoría musical de los

valores más genuinos de la patria europea. Entre todas las gaitas se impuso el principal

modelo escocés, probablemente debido a que la Highland bagpipe exhibe un aspecto

llamativo (con tres bordones verticales), un potente sonido (por encima del promedio), y

desde más de un siglo atrás había sido utilizado por bandas de guerra que el ejército

inglés contrataba en Escocia. Esta gaita propagó la imagen de una Europa céltica,

poderosa y atractiva, plenamente imbuida de talante escocés:

The Scots are re-enacted as “good guys”, fighting on the right side … As

medieval and Jacobite rebels the Scots are construed as defenders of local

identity … As British or even Canadian soldiers of the twentieth century, the

Scots are liberators of Western Europe. (Hesse 2013: 178)

Los niveles técnicos de un instrumento tan relevante alcanzarían un zénit histórico en

los años 90; de acuerdo con Roderick Cannon en 1999:

Outstanding over the past few decades is the dramatic improvement in the

general standard of [bagpipe] musicianship. There have never been more

good players than now, and never so many good teachers and good

instruments. (Citado en Paterson 2001: 229)

El gaitero bretón Patrick Molard constataba en 2000 que en Bretaña ‘it’s incredible the

number of bands we have at the moment’, mientras que en Irlanda ‘there are lots and

lots of young pipers learning the uilleann pipes’ (citado en ibid: 220). El gaitero Iain

MacInnes corroboraba esta impresión en Escocia: ‘The quality of performance is

fantastically good, the quality of the instruments is as never before’ (citado en ibid:

245). El desenlace fue una inevitable globalización del instrumento:

The great Highland bagpipes have toured with Madonna, been used to

market ice cream in Korea, been played on the thinning ice of the Antarctic

and by American troops in the Republican Palace of the late president of

Iraq, Saddam Hussein. (Paterson 2009: 222)

En Galicia, el decenio de 1990 marcó un hito en el desarrollo de lo celta y la música

popular en general. Para Bieito Romero—líder de Luar na Lubre y frecuente

colaborador de Mike Oldfield—la gaita ‘es ahora un instrumento estrella … hay una

enorme demanda y Galicia se ha convertido en la primera potencia dentro del folk

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español’; para Susana Seivane (otra gaitera gallega, también en el cambio de siglo): ‘Es

el mejor momento de la historia. Las compañías discográficas y los medios de

comunicación están interesados en nuestra música, vamos a los mejores festivales del

mundo’ (citados en Blanco 2004: 42-43, gallego original; cf. Toro 2002; Campos 2007).

La dinámica década de los 90 también marcó el punto más álgido de la carrera de

Milladoiro, mientras que se desencadenó un aluvión de nuevas agrupaciones orientadas

hacia la música celta 9. La polémica Real Banda de Gaitas recibió altos honores por

parte del rey de España y del Vaticano. La enseñanza y práctica del instrumento se

extendieron como nunca antes, provocando el dicho popular de que ‘en Galicia hay más

gaiteros que gallegos’. En la vecina Asturias, la transición del ocaso de la gaita a su

redescubrimiento se hizo a gran velocidad, si nos guiamos por las palabras de José

Ángel Hevia:

En los años 70 la gaita empezó prácticamente a desaparecer de las

costumbres asturianas. Era algo increíble, pero entonces no había en todo el

Principado más de 25 gaiteros. Ahora, sin exagerar, vamos por los 3000 …

(citado en Velasco y Lorenzo 1999: 12. Gallego original)

El disco Tierra de Nadie de Hevia en 1998 se impuso a cualquier grabación ‘folk’

conocida en España, superando el millón de copias vendidas y ganando seis discos de

platino nacionales. La gaita estaba en pleno auge en aquellos momentos en Asturias,

pero Tierra de Nadie fue un paso más allá, nivelando al instrumento y su semántica

local con la plenitud celta internacional.

En Bretaña la música celta había sufrido una leve caída durante la década de 1980,

para renacer con ímpetu en los años siguientes, particularmente en el Festival

Intercéltico de Lorient—la mayor celebración celta en el mundo, gracias en gran medida

al ‘Parisian support’ (Wilkinson 2003: 228; cf. Gemie 2005; Campos 2013). Jean-Pierre

Pichard, director del evento entre 1972 y 2007, describía una ‘explosión des années

1990’ (2000: 58). Curiosamente, Pichard fue subvencionado por el Consejo de Europa

para estudiar las ‘routes of the Celts’ 10. Adicionalmente Dan Ar Braz y su agrupación

9 El fundador y gaitero de Milladoiro, Xosé Ferreirós, confirmaba que la década fue muy provechosa para

su grupo, y estimaba que la fiebre por la música neo-tradicional que estalló entonces en toda Galicia había

obedecido a una tenaz campaña mediática (comunicación personal, 27 de marzo de 2013).

10 Puede añadirse que la exposición anual Euro-Celtic Art fue fundada en 1999, lo que resulta

significativo por el título y por el hecho de celebrarse dentro del festival de Lorient.

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(Héritage des Celtes) representaron a Francia en el Festival de Eurovisión en 1996

cantando en gaélico, una polémica decisión el gobierno de Jacques Chirac (el francés es

la única lengua oficial de la República).

Las publicaciones y grabaciones relacionadas con la música celta se multiplicaron,

con macroinversiones en Lorient (Bretaña) y Ortigueira (Galicia). En Glasgow, el

festival Celtic Connections comenzó en 1994, y fue alrededor de ese momento cuando

la atención académica—en forma de congresos, publicaciones y estudios sistemáticos—

ascendió significativamente. La UE estaba apoyando directa e indirectamente a la

música celta con diversas medidas, y ésta se convirtió en un género imparable durante

dos décadas 11. Músicos ‘celtas’ tan conocidos como Alan Stivell, Loreena McKennitt,

The Corrs, Enya, y Carlos Núñez lanzaron o ampliaron entonces sus carreras para

audiencias masivas. No obstante fue en concreto a finales de los 90 cuando los

conciertos, grabaciones, entrevistas y programas de televisión alcanzaron su techo. Esos

fueron los mejores años de Riverdance y estatus general de la categoría. La moderna

música celta pasó a ser global, y lo hizo enarbolando la bandera europea.

Vale la pena abordar la influencia del festival de Eurovisión, debido a la

concentración de semánticas culturales y geopolíticas que genera y redefine año tras año

por medio de la música. Bohlman considera que a través de Eurovisión ‘song has

unified Europe, achieving a unity that even the European Union itself has yet to

achieve’ (2004: 1; cf. Tragaki 2013). En los años 90 las preferencias del jurado eran

acusadas: Irlanda fue indiscutiblemente la campeona de Eurovisión entre 1990 y 1997,

pero con canciones bastante convencionales: “none were particularly markable in

comparison to other entries of the period. Ireland’s ‘edge’ is very likely to have been the

country’s prominence as an international ‘brand’” (Langlois 2013: 273). El final de los

90 contempló la retirada de la manifiesta ayuda a Irlanda, hasta el punto de que el país

fue excluido del certamen en 2002. Langlois interpreta el contraste sugiriendo un

trasfondo político (no de calidad musical): ‘It is unlikely that musical tastes would have

changed that radically across Europe between 1997 and 2001’ (ibidem).

11 Por citar tan solo un ejemplo, el volumen editado por Mathieson en 2001 (un tratado general de música

celta) ofrece una relación de ‘Recommended Records’ en cada capítulo. Aquellos publicados entre 1960 y

1990 representan únicamente el 17.4% del total, mientras que el restante 82.6% se localiza entre 1991 y

2000 (Mathieson 2001b).

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La reciente crisis económica ha agravado lo que podría haber sido únicamente una

ligera disminución del ardor celta en el siglo XXI. Sin embargo un cierto empacho de

celticidad tenía que pasar factura; en 1999 Rich Denhart, gerente del sello Narada,

mencionaba un ‘Celtic glut’ causado por el exceso de grupos, promociones y giras;

gestores de RCA corroboraron esta evaluación (Hitchner 1999: 34). En nuestro tiempo

el interés hacia el mundo celta ha disminuido, pero no desaparecido; entre otros

ejemplos posibles, en 2013 la universidad escocesa de Aberdeen instauró la disciplina

de estudios celtas y anglosajones. De cara al futuro cabe vaticinar que el legado de una

corriente tan poderosa no termine diluyéndose en la nada; sin duda evolucionará y se

ramificará en nuevas tendencias, pero es difícil imaginar que vuelva a poseer la

inusitada pujanza que mostró hace dos décadas, al menos a corto plazo.

Conclusiones

Este artículo pretende situar el intento de encarnar y re-historizar la supuesta herencia

étnica de los celtas de la Edad del Hierro en el marco político de la construcción

ideológica y social de la identidad europea. Los líderes europeos se esforzaron en

construir una meta-identidad a través del capital cultural del viejo mito celta. Sin

embargo el resultado fue esencialmente desigual: parco en relevancia política pero con

profusión de repercusiones socioculturales. Esta dicotomía, paradójica sólo en

apariencia, es una de las piedras angulares de la celticidad contemporánea. Como señala

Hayes, ‘while Celticism may be critiqued for its romanticization of the past and

invented traditions, identity is actively constructed and these ideas may have profound

meaning for some individuals’ (2012: 28).

Dos décadas después de la ambiciosa campaña destinada a reforzar una identidad

continental, sus resultados parecen no haber tenido éxito, quizá debido a las ‘conflicting

visions of European history, still dissonant and contested by neo-nationalism in a New

Europe’ (Bohlman 2004: 74; cf. Gordon 2010); y no sólo en una nueva sino ‘multi-

ethnic Europe’ (Amin 2004), un continente que posiblemente necesita de otras

orientaciones políticas para lograr la integración. De hecho en pleno 1996 la escritora

croata Slavenka Drakulic, señalaba que: ‘I can see growing xenophobia, nationalism,

and racism everywhere [in Europe]’ (citado en Nic Craith 2009: 203). En las elecciones

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europeas del 25 de mayo de 2014, la extrema derecha francesa arrolló a los demás

partidos; en el Reino Unido el euroescepticismo (para muchos simple eurofobia) creció

considerablemente; y en casi toda la UE los principales partidos y sus políticas

consensuales experimentaron un duro revés. En 2015 la crisis griega puso en jaque la

unidad monetaria del euro, y el terrorismo islámico ha golpeado recientemente a varias

capitales europeas. En relación a este estudio tal vez el problema es la falta de

consistencia de una tesis pan-europea de base arqueológica: ‘The idea of Europe as a

political entity … is profoundly alien to the Celtic spirit’ (Morris 43). ‘The Franks, or

the Celts … cannot serve as identity myths for all of Central and Eastern Europe’

(Gramsch 2013: 26-27). De hecho el arte prerromano celta es el único elemento

unificador que puede reconocerse como tal en el legado céltico.

El capital simbólico de la teoría celta se había desplazado desde representar ‘a figure

of otherness’ (Chapman 1992: 228) a constituir el mito fundacional de los Estados

Unidos de Europa. Materializó un nuevo modelo de política cultural supranacional, con

repercusiones a escala mundial. La verdad es que el objetivo de unir a los europeos

podría tener un propósito razonablemente altruista, a pesar del obvio eurocentrismo

político-financiero: ‘Flawed though they may be … I Celti … are to be applauded, since

they remind us of what we have in common rather than what divides us’ (Megaw y

Megaw 1992: 259). No obstante, Venecia 1991 tuvo una esencia educativa de gran

alcance en su manipulación de la arqueología (Champion 1996a).

En el ámbito de la cultura expresiva algunos rasgos de la música celta encajaron

perfectamente con el contenido de la exposición veneciana. El soporte que recibió el

género fue considerable, a través de activas promociones de festivales, con las

facilidades dadas a las agrupaciones de música celta, parques temáticos y sellos

discográficos, y mediante el respaldo de los medios de comunicación e incluso del

festival de Eurovisión. Por estas y otras razones Irlanda y Escocia tenían forzosamente

que convertirse en iconos sobresalientes de la nueva europeidad. En esencia eran

regiones asumidas como específicamente celtas en su totalidad, y por lo tanto símbolos

públicos de la resonante celticidad europea. Además, el fenómeno del Celtic Tiger fue

muy pronunciado: Irlanda reificó el nuevo espíritu continental, para demostrar que un

país europeo era capaz de modernizarse y ser competitivo a gran velocidad. Gracias a la

confluencia afortunada de los intereses de los inversores americanos y las instituciones

europeas, Irlanda en particular habría sido el núcleo de un encuentro sinérgico

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excepcional. Riverdance y Braveheart prevalecieron en la esfera mediática pero, como

hemos visto en este artículo, la raíz última del irresistible espectáculo celta del momento

probablemente estribó en el fin del bloque soviético y la consiguiente rearticulación

macroeconómica de alcance transnacional que tuvo lugar a partir de la década de 1980

en todo el mundo, provocando un acelerado ritmo de cambio histórico y repercusiones

culturales.

Para concluir, en la década celta de los 90, Europa se convirtió en un tablero de

ajedrez en el que los países celtas—sus tradiciones, folklore, historia, imagen social y

música popular—actuaron como significantes culturales de un objetivo más amplio, el

de la construcción de la identidad europea. El mito celta demostró una vez más que ser

lo suficientemente fértil para soportar el nuevo (y enorme) proceso de apropiación,

dejando tras de sí una sensación histórica tanto de sutiles campañas de contenido

político como, de alguna forma, de un restablecimiento del equilibrio cultural a través

de la intersección con la magia y la evasión que el mundo occidental parece demandar

cíclicamente generación tras generación.

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