una nueva forma de gobernar
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UNA NUEVA FORMA DE GOBERNAR
Una nueva formade gobernar
por Mauricio Merino
La transición política que vivió México en los últimoslustros del siglo XX no sólo modificó la distribucióndel poder, sino la forma de gobernar el país,transformando los rasgos característicos delrégimen político. Existe una administración públicaque encuentra límites más acotados y las políticaspúblicas del país deben contar con una dimensiónética
I
México ya no se puede gobernar como antes. La fórmula de la decisión política
tomada por el presidente de la República, seguida por un programa diseñado
por la administración pública ya no tiene vigencia. Esa fórmula ha ido cediendo
su sitio a otra que consiste en la promulgación previa de leyes y el diseñoposterior de las políticas necesarias para llevarlas a cabo. En este texto
veremos las mudanzas que han llevado al abandono paulatino de esa pareja
que formaban la decisión presidencial y el programa de gobierno y las razones
por las que se ha venido imponiendo una nueva forma de gobernar mediante
leyes y políticas públicas. No es un cambio circunstancial, sino una de las
principales secuelas de la transición que ha vivido el país durante los últimos
veinte años y que hoy está reclamando, además, una nueva concepción ética
de la acción pública.
Lo primero que debe decirse es que el gobierno nacional mexicano ya no tiene
las mismas funciones ni la misma fuerza que tuvo durante buena parte del siglo
XX.
La primera versión de este texto fue presentada con el título Administración y política pública en México en
el seminario Los Nuevos Retos de México, organizado por la Benemérita Universidad Autónoma dePuebla y nexos, el pasado 6 de junio de 2006, en la ciudad de Puebla.
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El gobierno dejó de ser el continente del verdadero poder político y el medio
principal para su ejercicio. La transformación que ocurrió en México de 1988 al
año 2000 no sólo modificó la distribución del poder, sino la forma de gobernarel país. Para entenderlo, vale la pena recordar que venimos de un régimen que
tenía al menos cinco rasgos característicos:
1. Era, en primer lugar, un gobierno de partido “prácticamente único”, como
lo llamó en su momento el presidente Salinas, que servía como correa
de transmisión de las órdenes giradas por el presidente de la República
y, a la vez, como medio para articular intereses y negociar decisiones.
Ese partido pudo cambiar varias veces de programa político y hasta de
orientación ideológica gracias a esa relación de apoyo y control mutuo
entre el gobierno y el sistema político en su conjunto.
2. Como consecuencia de ese entramado de relaciones, venimos también
de un régimen de presidencialismo muy fuerte. Algunos autores (como
Enrique Krauze) lo identificaron como una presidencia imperial y otros
(como Mario Vargas Llosa) lo definieron como una dictadura perfecta1.
Ambas son exageraciones. Pero lo cierto es que casi todas las redes del
Estado estaban controladas por el presidente de la República y casi
todas las decisiones pasaban por la ejecución del gobierno a su cargo.
Lo hacían gracias al respaldo del partido hegemónico que estaba detrás.
De modo que partido y gobierno formaban una realidad política
entrelazada hasta el punto en que pertenecer al gobierno prácticamente
equivalía a militar en el partido hegemónico, mientras que participar en
tareas de partido casi siempre aseguraba un lugar en la burocracia. Ese
presidencialismo prevaleció mientras el titular del ejecutivo tuvo en sus
manos las facultades extraordinarias que le otorgaban las redes tejidas
1 Para la primera, véase Enrique Krauze, La presidencia imperial, Tusquets, México, 1997. La segundafue una conocida declaración de Vargas Llosa a la prensa, antes de las elecciones mexicanas del año2000.
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entre partido y gobierno (incluyendo las famosas facultades
metaconstitucionales, como les llamó Jorge Carpizo).2
3. Esa doble condición produjo, a su vez, el centralismo administrativo que
vivió México durante casi todo el recorrido del siglo XX. El centralismo
era una condición de ese régimen, pues al final del día las decisiones las
tomaba el presidente de la República. Más adelante veremos que la
pluralidad transformó radicalmente esa forma de tomar decisiones y
organizar programas de gobierno. Pero ahora lo que me interesa
subrayar es que la concentración del poder no podía disociarse de una
forma de gobierno que exigía que todos los mandos condujeran
invariablemente a la casa presidencial.
4. En cuarto lugar hay que mencionar que la cultura política de ese
régimen era necesariamente autoritaria. Una cultura basada en
mentalidades, más que en ideologías, como observó atinadamente Juan
Linz, y que se acompañaba de una intensa movilización popular a través
de grandes corporaciones, de negociaciones puntuales con cámaras y
agrupaciones empresariales y de un control inequívoco del espacio
público. Todo en nombre de la causa encabezada por el gobierno de
turno, cualquiera que ésta fuese, y siempre planteada como el proyecto
que el pueblo quería. Eso era la cultura política autoritaria: una relación
de obediencia y acatamiento del pueblo al gobierno, sostenida en el
supuesto de que los grandes propósitos se establecían y se perseguían,
sin embargo, a nombre del pueblo. De ahí también el compromiso
sincero de esa forma de gobernar con las instituciones asistenciales y
los argumentos de propiedad nacional: el petróleo, la energía eléctrica,
la seguridad social, la educación pública, las empresas compradas o
subsidiadas por el Estado, etcétera. Todo aquello que ensanchaba y le
daba sentido a la idea de que el gobierno actuaba en todo lugar para el
pueblo.
2 Véase Jorge Carpizo, El presidencialismo mexicano, Siglo XXI, México, 1979.
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5. Finalmente, había un férreo control del debate público. La cultura política
autoritaria se construía y se reproducía a sí misma a través de todos los
medios. El debate público, como casi cualquier otra cosa que ocurriera
en el espacio de las relaciones políticas y económicas, estaba mediado
por el gobierno. Casi nada de lo que se dijera en la radio y en la
televisión o se publicara en la prensa más influyente pasaba inadvertido
a los censores de la administración pública.
Ese fue el régimen que se transformó con la transición a la democracia. El
partido prácticamente único dejó su sitio a un régimen de partidos, en el que
tres fuerzas políticas comparten el control del Estado y dominan el sistema de
representación en todos los frentes, incluyendo los gobiernos locales y lascámaras legislativas. El presidencialismo cedió su sitio al equilibrio entre los
poderes, de modo que hoy el presidente ya no puede tomar todas las
decisiones ni ordenar la confección de todas las leyes, porque las cámaras son
plurales y porque el poder judicial ha adquirido una independencia que
solamente tuvo en algunos momentos del XIX. El papel del gobierno como eje
y regulador de casi todo el espacio público se ha reducido para abrir nuevos
ámbitos de acción del Estado y de acción pública entre organizaciones eindividuos que ya no están bajo el control de la presidencia. El centralismo ha
cambiado a favor del federalismo y de una creciente importancia política de los
gobiernos locales. Y no hay duda de que el dominio casi absoluto de la opinión
pública ha desaparecido para dejar su lugar a un debate cada vez más abierto
y más libre. Así pues, ninguno de aquellos cinco rasgos que caracterizaban al
régimen anterior sigue vigente.
II
En estos años de cambio político, además, se han construido nuevas
instituciones que limitan la acción del gobierno (aunque al mismo tiempo
ensanchan la del Estado). Subrayo cinco que me parecen especialmente
importantes:
1. En primer lugar, el gobierno ya no controla la administración electoral del
país. Esa función fue delegada al Instituto Federal Electoral (IFE), al que
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se dotó de condiciones jurídicas especiales para llevarla a buen puerto.
No sólo por su carácter de órgano autónomo del Estado, sino porque las
impugnaciones sobre la actuación del órgano electoral (o sobre los
partidos y los derechos políticos de los ciudadanos), se resuelven con
una ley especial y en un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación especializado en esa materia. Ni siquiera en términos
laborales el órgano electoral está vinculado con la legislación aplicable
para el resto de la administración pública. El IFE opera con un estatuto
laboral propio y sus relaciones de trabajo son dirimidas, en última
instancia, por el Tribunal Electoral. El gobierno ya no tiene ninguna
influencia en ese ámbito de la administración pública.
2. En segundo lugar, el control de la política monetaria, que en otro tiempo
fue crucial para el ejercicio del poder político concentrado en la
administración pública federal, tampoco está ya en el gobierno. La
autonomía del Banco de México, como órgano del Estado, fue diseñada
precisamente para generar condiciones de estabilidad en el manejo de
nuestra moneda, al margen de decisiones coyunturales tomadas por
razones políticas. A pesar de la influencia que todavía ejerce laSecretaría de Hacienda en el resto de las variables propias de la política
económica, y especialmente mediante el control del gasto y la
administración de las variables fiscales, lo cierto es que el gobierno ya
no establece la política monetaria.
3. Otro órgano autónomo del Estado dedicado a salvaguardar los derechos
humanos ha restado posibilidades de acción al gobierno. En ese caso,
como consecuencia de la vigilancia que la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH) ejerce sobre la forma en que los servidores
públicos realizan sus atribuciones legales. Es verdad que las
recomendaciones de la CNDH no tienen carácter obligatorio y que esa
limitación le ha restado fuerza a sus decisiones. Pero también es cierto
que no pasan inadvertidas y que muchas de las prácticas que otrora se
consideraban legítimas para ejercer el poder político, afortunadamente
ya no lo son. Hoy los derechos humanos forman parte de la agenda
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pública del país y no hay ninguna duda de que cuando un funcionario
público quiere desconocerlos paga costos muy altos. Quizás todavía no
sean suficientes, pero es un hecho que el poder burocrático ya no puede
ejercerse como se hacía en el pasado.
4. Desde hace casi diez años, por otra parte, el gobierno ya no ha contado
con el respaldo automático del poder legislativo. Se trata de un cambio
central para la administración pública mexicana, porque los
presupuestos que ejerce el gobierno como las leyes a través de las
cuales lo hace, deben pasar en nuestros días por el visto bueno de los
legisladores. El gobierno ya no puede, como hacía antes, construirse un
marco jurídico a modo de sus deseos propios, ni tampoco utilizar eldinero público con total libertad.
No hace mucho que vivimos una controversia constitucional animada,
precisamente, por la disputa entre esos dos poderes respecto la asignación del
erario público. Y aunque la Corte decidió que el gobierno sí puede objetar los
cambios señalados por la Cámara de Diputados, el hecho es que los poderes
que este último tuvo para decidir por completo hacia dónde iban todos los
presupuestos hoy están limitados en serio por la división de poderes. De otro
lado, además, sería largo hacer un recuento puntual de los cambios que ha
traído a la administración pública la promulgación de las leyes recientes que
regulan e incluso determinan su desempeño, y sobre las cuales el gobierno
debe rendir cuentas ante el Congreso. Pero vale la pena señalar tres ejemplos
que me parecen más que suficientes para explicar este punto.
a) La Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública quefue producto de una intensa negociación entre las distintas
fuerzas políticas, no solamente ha abierto la información del
gobierno al escrutinio social sino que, en la práctica, ha
modificado la forma en que se produce y se organiza la
información pública. La reserva y la oscuridad tradicionales en la
administración burocrática del país han cedido su sitio, gradual
pero constantemente, a una visión mucho más abierta y muchomás comprometida con la construcción de un espacio público que
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puede ser vigilado tanto como se quiera, mientras los datos no
lleguen hasta la intimidad de las personas físicas. Sorprende
saber que, en comparación con otros países, la burocracia
mexicana se ha convertido hoy en una de las más abiertas del
mundo.
b) Las leyes de Desarrollo Social y de Desarrollo Rural
Sustentable, que también fueron promulgadas luego de largas
negociaciones entre partidos, han modificado no solamente la
forma en que el gobierno asigna presupuestos y diseña políticas
destinadas a esos temas torales de la agenda pública del país,
sino también el modo en que la sociedad puede vigilarlas yparticipar en su cumplimiento. Hoy se discute con razón sobre la
complejidad de las reglas de operación de esas políticas o sobre
la integración y la publicidad de sus padrones de beneficiarios,
pero hace apenas veinte años no había padrones ni reglas que
pudieran ser criticados porque no existían. El gobierno actuaba
con total discrecionalidad y distribuía los recursos del mismo
modo. Este es un terreno en el que las políticas públicas todavíadeben ser revisadas a fondo. Pero lo que quiero subrayar es que
el gobierno ya no puede actuar sino en función de las leyes
vigentes, ni podría omitir el cumplimiento de las reglas de
operación, ni tampoco podría asignar recursos sin sujetarse a las
fórmulas de distribución establecidas en ellas, ni podría sumar o
restar personas del padrón de beneficiarios de manera
discrecional sin afrontar denuncias por faltar a las leyes. No dudoque haya programas vulnerables y que todavía prevalezcan
prácticas arbitrarias. De hecho las hay. Pero mi punto es que hoy
son ilegales y pueden y deben ser denunciadas, mientras que en
el pasado esas prácticas formaban parte del quehacer legítimo del
gobierno. Y esa es una diferencia crucial: lo que ayer se hacía
como si fuera cosa normal, hoy constituiría un delito.
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c) La Ley del Servicio Profesional de Carrera ha exigido del
gobierno federal un orden que jamás le había sido reclamado
antes. Más allá del debate en curso sobre la pertinencia de ciertas
reglas impuestas por esa ley o sobre los instrumentos que se han
diseñado para cumplirla, lo que me interesa destacar en este
momento es que al menos una parte considerable de la
administración de los mandos medios y superiores de la
administración pública federal está ahora sujeta a un conjunto de
reglas que antes parecían cosa imposible. Hacer catálogos de
puestos, definir sus funciones puntuales, evaluar su desempeño
conforme a resultados verificables, exigir la capacitación de los
servidores públicos como condición de su permanencia, concursar
las plazas vacantes y rendir cuentas públicas del modo en que se
está haciendo todo eso representa un cambio de fondo en la
administración pública mexicana. Podemos discutir la eficacia en
la operación de esa nueva política, entrar en el detalle de la forma
en que se está haciendo, pero es un hecho que el gobierno está
sujeto ahora a esa nueva ley y que ya no podría contratar plazas
exclusivas del servicio profesional de carrera como se hacía
antes: como regalos y premios a los amigos y a las lealtades
políticas. O al menos, de nuevo, ya no podría hacerlo sin pagar
los costos que esa nueva legislación le impondría.
5. Por último, debo mencionar el control de la constitucionalidad que hoy
ejerce la Suprema Corte de Justicia de la Nación. La acción de
inconstitucionalidad para cancelar la vigencia de leyes que contradigan ala Constitución Política del país y, sobre todo, la controversia
constitucional como medio para impedir que un poder o un órgano del
Estado se arrogue facultades concedidas a otro han puesto un límite
definitivo a la forma en que se gobernaba antes, cuando el gobierno de
la República podía hacer prácticamente cualquier cosa que se
propusiera, aunque pasara por encima de los gobiernos locales o incluso
de otros poderes. Hoy ya no es así: el principio de legalidad según el
cual los funcionarios públicos solamente pueden hacer aquello para lo
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que están expresamente facultados en las leyes vigentes ha cobrado
plena validez gracias a la intervención de la Corte. La controversia
constitucional se ha convertido en una especie de derecho de amparo
entre los poderes. Y, en ese sentido, ha acotado la tentación del
gobierno de inventarse atribuciones o facultades que no le conceden las
leyes. Y no hay duda de que ha sido un instrumento eficaz.
En estos primeros años del siglo XXI, en suma, el gobierno está muy lejos de
ser lo que era. Ya no es el recipiente privilegiado de los favores y de las
familias políticas más poderosas; ya no es el instrumento casi único para
ejercer el poder concentrado en la presidencia de la República; ya no es el
instrumento que servía para determinar el destino del espacio públicomexicano. Es decir, el gobierno ya no equivale al Estado. El Estado, como la
organización política superior de los mexicanos, es hoy mucho más amplio y
más fuerte que el gobierno a secas. Como ha dicho nuestro clásico Luis
Fernando Aguilar: lo público es hoy mucho más que lo gubernamental3.
La administración pública, por lo tanto, está obligada a subrayar sus
capacidades técnicas (más que políticas) para cumplir cabalmente con las
obligaciones que le imponen las leyes y para diseñar y llevar a cabo las
políticas públicas que se desprenden de ellas. La política-política, si se me
permiten llamarla así para distinguirla de las políticas públicas, se hace y debe
hacerse sobre todo fuera de la administración pública. La política-política es el
territorio de los partidos, del Congreso y acaso de las relaciones entre
gobiernos y entre poderes. Y es también, por supuesto, el terreno de la
interacción entre esos poderes y la sociedad en sus múltiples manifestaciones
concretas. La administración pública sigue y seguirá teniendo, en ese sentido,
un componente inexorable de política-política. Pero ya no es el único lugar
donde ese componente encuentra un espacio para realizarse con éxito y para
convertirse en acción pública. Hoy el gobierno es un actor más de ese espacio
y es el responsable de llevar a cabo las decisiones tomadas con legalidad, con
eficacia y con transparencia.
3 Véase Luis F. Aguilar (comp.), El estudio de las políticas públicas, Miguel Ángel Porrúa, México, 1996.
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Pensar que desde la administración pública puede hacerse cualquier cosa,
como ocurría en el pasado, es una ilusión o un despropósito. El gobierno ya no
tiene los mismos poderes. Cualquier proyecto, cualquier cambio, cualquier
política que quiera implantarse sin tomar en cuenta los nuevos equilibrios
derivados del proceso de transición democrática resultaría inútil. En cambio, la
administración pública está obligada a actuar con la mayor precisión, rindiendo
cuentas de cada uno de sus actos y cumpliendo al pie de la letra lo que le
exigen las leyes. La eficacia y la pulcritud se han convertido en las dos
cualidades más importantes de la administración pública en nuestros días.
III
Por otra parte, también ha resurgido el federalismo. Varios autores han
señalado, de hecho, que la transición a la democracia no podría explicarse sin
tomar en cuenta el papel que jugó el régimen federal en la recomposición de
las fuerzas políticas del país. El federalismo fue una de las puertas de entrada
más importantes para el cambio político que ha vivido el país en los últimos
veinte años. No sobra recordar que apenas en 1989 había solamente 39
municipios que eran gobernados por partidos diferentes al PRI, y que no había
ningún gobierno estatal ni ninguna legislatura local que respondiera a otras
siglas. La nueva composición política del federalismo ha ocurrido durante los
últimos quince años.
Durante ese periodo los presupuestos manejados directamente por los
gobiernos de los estados y de los municipios prácticamente se han duplicado.
Solamente durante los últimos cinco años, según los datos proveídos por el
gobierno federal, el gasto transferido a las entidades federativas y a losgobiernos municipales ha aumentado en 31%, aun a pesar de que no hubo
reforma fiscal.
Y no hay duda de que hay una relación causal entre esos datos y la pluralidad
política que hoy caracteriza al federalismo. Los gobiernos de los estados (y,
más puntualmente, los gobernadores de los estados) tienen hoy un papel
mucho más activo y mayor influencia política que en el pasado reciente. No
sólo porque han ganado autonomía respecto el gobierno de la República, sino
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porque también han incrementado su capacidad de influir a través de las
cámaras federales de diputados y senadores. No es casual que la Conferencia
Nacional de Gobernadores (Conago) se haya convertido en un actor central de
las relaciones entre gobiernos, ni tampoco que en estos años se haya gestado
la Conferencia Nacional de los Municipios de México (CONAMM), mediante la
articulación de las agrupaciones que ya reunían a los alcaldes de los tres
principales partidos políticos del país.
A la vez, las entidades federativas han aprendido a lidiar con gobiernos
divididos, en donde las cámaras locales de diputados tienen mayorías distintas
al partido del gobernador del estado, mientras que en prácticamente todos los
municipios la pluralidad ya forma parte de su gestión cotidiana. Nuestrofederalismo alberga hoy, inequívocamente, la nueva pluralidad política del país;
los gobiernos locales tienen muchos más recursos que en el pasado reciente; y
su influencia en la hechura de leyes y en la operación de programas sociales
es también mucho más relevante que en cualquier momento del siglo XX.
Como consecuencia de estas mudanzas, ni el gobierno nacional ni los
gobiernos locales pueden actuar como lo hacían antes. La administración
pública se ha transformado en todos los planos y en todos los niveles. El
presidente ya no toma ni puede tomar todas las decisiones ni encabezar todos
los proyectos; el gobierno ya no puede ser confundido con el Estado; las
políticas públicas son parte de una acción compartida entre distintos actores y
están limitadas por restricciones que nunca tuvieron antes; el gobierno ya no
decide la agenda pública del país, sino que participa en su formación junto con
muchos otros actores, que también cuidan sus intereses, sus causas y sus
razones. Esos son los desafíos que ha traído la transición democrática a la
administración pública del país. No son pocos ni mucho menos triviales
IV
Termino con una última idea que no quiero dejar fuera de este recuento: la
dimensión ética que todos estos cambios están exigiendo de la administración
pública del país. No hablo de las cuestiones morales que pertenecen a las
ideas y a la formación propia de cada persona, sino de los valores que una
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sociedad democrática tendría que aclarar y defender para hacer posible que
cada uno de los actores que participan en el espacio público responda
efectivamente a ese modelo de convivencia. Dije antes que la legalidad y la
eficacia eran cualidades centrales de la administración pública que
necesitamos en estos tiempos de pluralidad y consolidación de la democracia.
Pero también agregué pulcritud. Y es esta dimensión la que alude a la
dimensión ética que a mí me interesa.
Decía Michael Oakeshott que cualquiera que proponga una política pública
cuyo cumplimiento sabe imposible está cometiendo un acto de corrupción.4
Hay que agregar a ese punto que cualquiera que suponga que una política
pública puede ser perfectamente neutral está cometiendo un engaño. He ahílas dos dimensiones éticas de la política pública: de un lado, deben ser
realizables, factibles, técnicamente posibles; de otro, han de responder a un
sistema de valores explícito y discutido a la luz del día. Eso supone que hay
que definir cada problema por sus causas puntuales, hay que buscar
alternativas viables de solución y hay que diseñar políticas que efectivamente
puedan llevarse a cabo tomando en cuenta todas las variables involucradas.
Aun así puede haber problemas de implementación: cambios de preferencias,datos que surgen sobre la marcha, intereses y dificultades que no habían sido
previstas. Pero la primera condición para el éxito de una política pública es, en
efecto, que pueda ser viable. Que se pueda llevar a cabo.
La segunda es la selección franca de las soluciones posibles, a la luz de los
valores que cada política ha de plantear claramente. Cada una de las
soluciones propuestas para cada problema tiene una carga de valor, y no sólo
una relación económica de costo-beneficio. Cada una privilegia posiciones
políticas, modifica el mapa de los intereses, afecta expectativas y otorga
pérdidas y ganancias que se distribuyen de modos distintos según la opción
que se tome. De ahí la importancia de hacer explícita la posición de valor que
se está eligiendo, además de la factibilidad práctica de cada política. Y en una
4 Citado por Giandomenico Majone, en Evidencia, argumentación y persuasión en la formulación depolíticas, Fondo de Cultura Económica, Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública,México, 1997, p.109
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democracia consolidada esa dimensión ética no puede pasarse por alto,
porque cada decisión del gobierno afecta el espacio público.
Hay que agregar una dimensión ética (que antes se daba por hecho, conforme
a las decisiones tomadas por el presidente de la República) a las políticas
públicas del país. Y esa dimensión ética atañe a la construcción y a la
consolidación del espacio público. Es decir, al espacio que, como ha observado
Nora Rabotnikof, nos pertenece a todos y por tanto no debe ser de nadie en
particular; que debe ser conocido y por tanto no debe ocultarse a la vigilancia
pública; y que debe ser abierto y por tanto no debe excluir a quien tiene
derecho a participar.5 Es ese espacio público el que reclama una posición ética
definida para cobrar verdadero sentido en la construcción democrática del país.Nadie debería tener derecho a adueñárselo, a ocultarlo ni a clausurarlo en
nombre de sus intereses particulares.
Tomo prestado el título de un libro escrito por Felipe González y Juan Luis
Cebrián para decir que el gobierno, como el futuro, ya no es lo que era. La
nueva forma de gobernar está reclamando una reflexión de fondo, con
parsimonia y con verdadero compromiso democrático, para evitar que en la
confusión sigamos creyendo que la democracia solamente consiste en un
régimen que reparte el poder político para que el ganador haga lo que quiera.
Eso ya no es verdad. Y qué bueno que así sea. n
5 Nora Rabotnikof, En busca de un lugar común. El espacio público en la teoría política contemporánea,UNAM, México, 2005.
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