tres ensayos sobre la religión - mill, john stuart

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  • 8/12/2019 Tres Ensayos Sobre La Religin - Mill, John Stuart

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    John Stuart MillTRES ENSAYOS

    SOBRE LA RELIGIN

    Introduccin, traduccin y notasde Gerardo Lpez Sastre

    CLSICOSDE LA CULTURA

    E D I T O R I A L T R O T TA

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    Tres ensayos sobre la religin

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    E D I T O R I A L T R O T T A

    Tres ensayos sobre la religin

    John Stuart Mill

    Introduccin, traduccin y notas

    de Gerardo Lpez Sastre

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    Ttulo original: Three Essays on Religion

    Editorial Trotta, S.A., 2014Ferraz, 55. 28008 Madrid

    Telfono: 91 543 03 61Fax: 91 543 14 88

    E-mail: [email protected]://www.trotta.es

    Gerardo Lpez Sastre, 2014

    Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pbli-

    ca o transformacin de esta obra solo puede ser realizada con laautorizacin de sus titulares, salvo excepcin prevista por la ley. Di-rjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si ne-cesita utilizar algn fragmento de esta obra(www.conlicencia.com;91 702 19 70 / 93 272 04 45).

    ISBN (edicin digital pdf): 978-84-9879-513-4

    CLSICOSDE LA CULTURA

    mailto:[email protected]:[email protected]://www.trotta.es/http://www.conlicencia.com/http://www.conlicencia.com/http://www.conlicencia.com/mailto:[email protected]://www.trotta.es/http://www.conlicencia.com/
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    CONTENIDO

    Introduccin: Gerardo Lpez Sastre ..................................................... 9

    TRES ENSAYOS SOBRE LA RELIGIN

    Nota introductoria ............................................................................... 51

    La Naturaleza ....................................................................................... 55

    La utilidad de la religin ...................................................................... 93

    El tesmo .............................................................................................. 125

    Parte IIntroduccin................................................................................... 125El tesmo ........................................................................................ 127Las evidencias del tesmo ................................................................ 131

    El argumento a favor de una Causa Primera.................................... 133El argumento a partir del consenso general de la humanidad .......... 139El argumento a partir de la conciencia ............................................ 143El argumento a partir de las seales de designio en la Naturaleza.... 146

    Parte IILos atributos .................................................................................. 150

    Parte IIILa inmortalidad .............................................................................. 161

    Parte IVLa Revelacin ................................................................................. 171

    Parte VResultado general ........................................................................... 187

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    INTRODUCCIN

    Gerardo Lpez Sastre

    En cierta ocasin encontr una cita de la obra Characteristics of Men,Manners, Opinions, Timesdel conde de Shaftesbury (1671-1713) quecreo que representa muy bien una visin del mundo natural que hapredominado bastante en nuestra cultura: Oh, gloriosa naturaleza! Su-premamente inmaculada y soberanamente buena! Toda amor y toda be-

    lleza, toda divina... cada una de cuyas obras brinda un escenario ms am-plio y es un espectculo ms noble que todo lo que jams haya presentadoel arte! Oh, poderosa naturaleza! Sabia sustituta de la Providencia... Yole canto al orden de la naturaleza en los seres creados...1. La Naturalezaaparece aqu verdaderamente divinizada, lo que suele ser me atrevo acomentar un paso previo para demostrar a partir del orden de la mismala existencia de un dios que la habra creado. Pero siempre cabe preguntar-se, es esta una descripcin adecuada y completa de la Naturaleza? Cmohacer que encaje, por ejemplo, con la observacin de Leopardi de que laNaturaleza no tiene ms corazn ni preocupacin por el linaje humanoque por las hormigas? Y una vez que descubrimos como, por desgracia,es demasiado fcil hacer que la Naturaleza con frecuencia nos maltra-ta y nos tortura, qu consecuencias teolgicas habr que extraer de estehecho? Es ms, la creencia en la perfeccin de la Naturaleza, no ha sidoun obstculo para el progreso cientfico? Para qu habra que enmendary corregir lo que cabe pensar que ya es de por s tan perfecto como admi-rable? No habra ms bien que limitarse a imitarlo? No es solo, entonces,

    que la consideracin de la Naturaleza que tan bien ejemplifica el conde de

    1. Citado por Th. A. Horne,El pensamiento social de Bernard Mandeville. Virtudy comercio en la Inglaterra de principios del siglo XVIII, trad. de C. Aid Paschevo, FCE,Mxico, 1982, p. 90.

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    Shaftesbury sea falsa, es que adems resulta perjudicial para el desarrolloy el progreso de la humanidad. Qu pensar, entonces, de las creencias re-

    ligiosas que usualmente se obtenan a partir de la misma? No resulta quecarecen de fundamento? Demos un paso ms y hagamos una pregunta deamplio alcance, en qu sentido si es que hay alguno la religin es unelemento til en el desarrollo de nuestras vidas tanto a nivel social comoen el estrictamente individual? Estos son los temas que John Stuart Millva a tratar en los ensayos que aqu presentamos. Pero antes de exponer ycomentar algunas de las ideas contenidas en los mismos, merece la penadetenerse en la figura del propio Mill. Su vida tuvo mucho de excepcional,y puede ayudarnos muy bien a contextualizar su obra.

    El notable proceso educativo al que su padre someti a John StuartMill (1806-1873) es bien conocido gracias a su magistral Autobiogra-

    fa. All nos cuenta que a los tres aos comenz a aprender griego y alos ocho latn. Para entonces, y siempre bajo la direccin de su padre, yahaba ledo, entre otras obras, todo Herdoto, la Ciropediade Jenofonte,y algunas vidas de filsofos de Digenes Laercio. En 1813 nos lo encon-tramos leyendo los primeros dilogos de Platn, aunque reconocer cn-didamente que hubiera sido mejor omitir el Teeteto, pues era completa-

    mente imposible que lo entendiera. Adems de un estudio exhaustivo delos clsicos griegos y latinos, su padre hizo que Mill se familiarizara con lahistoria, las matemticas, la fsica (a los once aos dominaba losPrincipia

    Mathematicade Newton) y la economa (a los catorce leyLa riquezade las nacionesde Adam Smith y LosPrincipios de Economa poltica yTributacinde David Ricardo)2. Reflexionando sobre este aprendizaje ysus resultados Mill escribir: Hubo un punto cardinal en esta prepara-cin, del que ya he indicado algo, y que, ms que cualquier otra cosa, fuela causa de todo lo bueno que produjo. La mayor parte de los nios o delos jvenes a los que se imbuye una gran cantidad de conocimientos, noven fortalecidas sus capacidades mentales, sino que acaban anegados porlos mismos. Se les llena hasta reventar con meros hechos, y con las opi-niones o frases de otras personas, y se las acepta en sustitucin del poderde formar opiniones propias. Y as, los hijos de padres eminentes, quie-nes no han ahorrado esfuerzos en su educacin, a menudo se desarrollancomo meros papagayos de lo que han aprendido, incapaces de utilizar susmentes excepto en los surcos que otros han trazado para ellos. La ma,

    2. Para una relacin de lo que Mill haba ledo o estudiado hasta los diecisis aospuede acudirse al Apndice B del volumen I de The Collected Works of John Stuart Mill,editadas bajo la direccin general de J. M. Robson, University of Toronto Press, Toronto/Londres, 1980 (en adelante Collected Works, seguido de volumen y pgina).

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    sin embargo, no fue una educacin basada en acumular conocimientos.Mi padre nunca permiti que cualquier cosa que yo aprenda degenerase

    en un mero ejercicio memorstico. Se esforz en hacer que la compren-sin no solo acompaara a cada paso la enseanza, sino que si era posi-ble, la precediera. Nunca se me deca nada que pudiera encontrarse me-diante el pensamiento hasta que yo haba agotado toda mi capacidad deencontrarlo por m mismo3. Luego parece evidente que la educacinde Mill aspiraba a que aprendiera a pensar y razonar por s mismo,y que la impresionante influencia paterna iba en esa direccin. Mill te-na que aprender a confiar en sus propias capacidades. Y ahora llegamosa un punto central para nuestro tema. Como se complace el mismo Millen informarnos, y ello es un elemento si cabe ms extraordinario que elresto de su educacin, su padre omiti de la misma todo tipo de creen-cia religiosa. En laAutobiografada cumplida cuenta de este asunto: Mipadre, educado en el credo del presbiterianismo escocs, haba llegado arechazar tempranamente, conducido por sus propios estudios y reflexio-nes, no solo la creencia en la Revelacin, sino tambin los fundamentos dela comnmente llamada Religin Natural... Encontr imposible de creerque un mundo tan repleto de mal fuera la obra de un Autor que combi-

    nara un poder infinito con una bondad y una rectitud perfectas. [...] Hu-biera sido completamente contradictorio con las ideas que mi padre tenaacerca del deber permitirme adquirir impresiones contrarias a sus con-vicciones y sentimientos en materia de religin. Desde el principio meinculc la doctrina de que nada poda saberse en lo referente a la formaen que el mundo lleg a existir; que la pregunta Quin me hizo? nopuede responderse, porque no tenemos experiencia o informacin au-tntica para contestarla; y que cualquier respuesta que demos solo con-sigue que la dificultad retroceda un paso, porque la pregunta siguientese presenta de inmediato: Quin hizo a Dios?. Al mismo tiempo, mipadre se preocup de que conociera lo que la Humanidad haba pensa-do sobre estos impenetrables problemas. [...] Soy, as, uno de los poqu-simos ejemplos en este pas de alguien que no ha abandonado las creen-cias religiosas, sino que nunca las tuve. Crec en un estado negativo conrespecto a las mismas. Consideraba las religiones modernas exactamen-te igual que como consideraba las antiguas, como algo que de ningunaforma me concerna4.

    3. J. S. Mill,Autobiography, ed. e introd. de J. M. Robson, Penguin, Londres, 1989,pp. 44-45. De ahora en adelante citaremos comoAutobiography, seguido del nmero depgina correspondiente.

    4. Autobiography, pp. 49-52.

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    Todo lo anterior no quiere decir que no se le ofreciese o encontraseun sustituto de la religin tradicional, en cierto sentido, una nueva re-

    ligin: el utilitarismo. Como l mismo escribe tambin: El principiode utilidad, entendido tal como Bentham lo entenda, y aplicado de lamanera en que l lo aplicaba [...] concedi unidad a mi concepcin delas cosas. Ahora tena opiniones; un credo, una doctrina, una filosofa;en uno de entre los mejores sentidos de la palabra, una religin; cuyainculcacin y difusin poda convertirse en el principal propsito exter-no de una vida. Tena ante m una gran concepcin de los cambios querealizar en la condicin de la humanidad a travs de esa doctrina. [] Yel horizonte de mejoras que Bentham abri era lo suficientemente gran-de y brillante como para iluminar mi vida, igual que para dar una formadefinida a mis aspiraciones5.

    Pues bien, hasta qu punto el utilitarismo o cualquier otra ideo-loga secular puede convertirse en una verdadera religin? Qu pue-de ofrecernos? Hay algn aspecto o dimensin en el que no pueda darnoslo mismo que nos proporcionaba el cristianismo? E, igual de importan-te, sobrevive algo de las creencias religiosas tradicionales una vez queson examinadas cientficamente? Es en este mbito de preguntas donde

    han de situarse estos Tres ensayos sobre la religin. Los mismos desafiabanabiertamente las creencias cristianas ms importantes. No es, entonces,extrao que en su momento tuvieran un gran impacto e influencia6; ynuestra opinin es que su inters no ha disminuido con el paso del tiem-po. Ha llegado, entonces, el momento de ocuparnos brevemente de sucontenido.

    Puede que la mejor forma de empezar a caracterizarlos sea recurrira una cita de Platn que refleja muy bien el mtodo socrtico: Interro-gan primero sobre aquello que alguien cree que dice, cuando en reali-dad no dice nada. Luego cuestionan fcilmente las opiniones de los asdesorientados, y despus de sistematizar los argumentos, los confron-

    5. Autobiography, pp. 68-69. Hablando de la palabra utilitarista, Mill observarque l no la invent, sino que la encontr en una de las novelas de Galt,Los anales de laparroquia, en la que al clrigo escocs del que el libro es una supuesta autobiografa se lerepresenta advirtiendo a sus feligreses de que no abandonen el Evangelio para convertirseen utilitaristas (Autobiography, p. 77). Por su parte, Bentham ya haba utilizado el trmi-

    no en 1781. Vase a este respecto J. E. Crimmins (ed.), Utilitarians and Religion, Thoem-mes, Bristol, 1998, p. 3.6. Vase a este respectoMill and Religion. Contemporary Responses to Three Essays

    on Religion, ed. e introd. de A. P. F. Sell, Thoemmes, Bristol, 1977. Estas respuestas a Millestn tambin muy presentes en A. P. F. Sell,Mill on God. The Pervasiveness and Elusive-ness of Mills Religious Thought, Ashgate, Aldershot/Burlington, 2004.

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    tan unos con otros y muestran que, respecto de las mismas cosas, y almismo tiempo, sostienen afirmaciones contrarias. Al ver esto, los cues-

    tionados se encolerizan contra s mismos y se calman frente a los otros.Gracias a este procedimiento, se liberan de todas las grandes y slidasopiniones que tienen sobre s mismos, liberacin esta que es placenterapara quien escucha y base firme para quien la experimenta. En efecto,estimado joven, quienes as purifican piensan, al igual que los mdicos,que el cuerpo no podr beneficiarse del alimento que recibe hasta queno haya expulsado de s aquello que lo indispone; y lo mismo ocurre res-pecto del alma: ella no podr aprovechar los conocimientos recibidoshasta que el refutador consiga que quien ha sido refutado se avergence,

    eliminando as las opiniones que impiden los conocimientos, y muestreque ella est purificada, consciente de que conoce solo aquello que sabe,y nada ms7.

    De acuerdo con este planteamiento, que nos indica que vamos a en-contrarnos con obras de carcter marcadamente crtico hacia muchas teo-ras y opiniones establecidas, en el primero de sus ensayos, titulado sim-plementeNature, Mill se lamentar de que Platn no escribiera un dilogosobre la Naturaleza siguiendo este procedimiento, un dilogo en el que

    se examinasen y analizaran las ideas que denota esta palabra. Ya que no lohizo, nuestro autor se sentir obligado a emprender esa tarea. Intentarmostrar el carcter absurdo de muchas ideas sobre la Naturaleza predomi-nantes en nuestra historia intelectual, pues solo despus de esta labor decrtica podrn ocupar su lugar opiniones ms correctas. Pues bien, cules la lnea argumental que aqu se nos presenta? Mill comienza observan-do que usualmente se acepta como prueba de la bondad de una forma depensar, sentir o actuar afirmar que est de acuerdo con la Naturaleza. Porel contrario, estar en contra de la misma, ser antinatural, es un eptetoinjurioso. Ahora bien, tenemos que preguntarnos, qu significa propia-mente hablar de natural o de Naturaleza? En su ensayoEl someti-miento de la mujer, Mill ya haba notado que muchas veces se identificalo natural con lo tradicional o lo acostumbrado. Confusin que l, siem-pre atento a las consecuencias de los actos o las ideas, denunciaba con

    7. Sofista, 230b-d, en Platn,Dilogos V.Parmnides, Teeteto, Sofista, Poltico, trads.,introds. y notas de M. Isabel Santa Cruz, Alvaro Vallejo Campos y Nstor Luis Cordero

    [la traduccin del Sofistaes de este ltimo], Gredos, Madrid, 1998, pp. 366-367. Para laimportantsima influencia de Platn en Mill (y para saber cmo lo interpretaba), puedeacudirse a R. Devigne, Mill on Liberty and Religion: An Unfinished Dialectic, en E. J. Ei-senach (ed.),Mill and the Moral Character of Liberalism, The Pennsylvania State Universi-ty Press, Pensilvania, 1998, espec. pp. 239-242; vase, igualmente, la declaracin de MillenAutobiography, pp. 38-39.

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    fuerza. Al fin y al cabo, alguien podra afirmar que el gobierno ejercidopor el sexo masculino sobre las mujeres es natural8. Pero Mill destacar

    que toda dominacin ha parecido natural a los que la ejercan: Huboun tiempo en que la divisin de la humanidad en dos clases, una peque-a de amos y otra muy numerosa de esclavos, pareca, incluso a los es-pritus ms cultivados, una condicin natural, la nica condicin natural,del gnero humano. El mismo Aristteles, el genio que tanto contribuyal progreso del pensamiento humano, sostuvo esta opinin sin ningunaduda ni temor, y la dedujo de las mismas premisas en que se basa gene-ralmente esta misma afirmacin referida al dominio del hombre sobre lamujer, a saber, que existen diferentes categoras de hombres: naturalezaslibres y naturalezas esclavas; que los griegos eran de naturaleza libre, ylas razas brbaras, los tracios y los asiticos, de naturaleza esclava. Peropor qu remontarse hasta Aristteles? Acaso los propietarios de escla-vos de los estados del sur de los Estados Unidos no sostenan la mismadoctrina, con todo el fanatismo con que los hombres se agarran a las teo-ras que justifican sus pasiones y legitiman sus intereses personales? Nojuraron y perjuraron que el dominio del hombre blanco sobre el negroes natural, que la raza negra es por naturaleza incapaz de libertad y naci-

    da para la esclavitud? Algunos llegaron incluso a decir que la libertad deltrabajador manual es contraria al orden natural de las cosas. Asimismo,los tericos de la monarqua absoluta siempre han afirmado que es la ni-ca forma natural de gobierno, salida de la forma patriarcal, que era laforma primitiva y espontnea de gobierno, modelada sobre la autoridadpaterna, que, a su vez, es anterior a la sociedad misma y, segn defien-den, la autoridad ms natural de todas. Es ms, la misma ley de la fuerzasiempre ha parecido, a los que no tenan otra que invocar, el fundamen-to ms natural para el ejercicio de la autoridad. Las razas conquistado-ras pretenden que es genuina ley de la Naturaleza que los vencidos de-ben obedecer a los vencedores o, como para que suene mejor explican,que las razas ms dbiles y menos blicas deben someterse a las ms va-lientes y fuertes. Un mnimo conocimiento de la vida en la Edad Medianos ensea hasta qu punto la nobleza feudal encontraba absolutamentenatural su dominio sobre los hombres del estado llano, y antinatural laidea de que una persona de clase inferior pretendiera igualarse a ellos ydominarlos. Y apenas pensaba de modo diferente la clase que se hallaba

    sometida. Los siervos emancipados y los burgueses, aun en sus ms en-

    8. Igual que un personaje de la novela de Agatha ChristieDiez negritosafirma: Queun hombre asesine a su mujer entra en la esfera de las posibilidades; es hasta casi natural,aadira yo (Diez negritos, trad. de O. Llorens, Molino, Barcelona, 1958, p. 121).

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    carnizadas luchas, nunca pretendieron tener parte en la autoridad; pedannicamente que se pusiera algn lmite al poder de tiranizarlos. Tan cier-

    to es, queantinaturalgeneralmente solo significa desacostumbrado, y quetodo lo que es acostumbrado parece natural. Como el sometimiento de lamujer al hombre es una costumbre universal, cualquier derogacin de estacostumbre parece, claro est, antinatural9.

    En el texto que aqu queremos presentar,La Naturaleza, Mill se mues-tra todava ms interesado en el anlisis conceptual y observa que de-bemos partir de dos significados principales de la palabra Naturaleza.En un primer sentido es un nombre colectivo para todo lo que es (lospoderes y propiedades de todas las cosas) y para todo lo que ocurre enel mundo. En un segundo sentido significa todo lo que es por s mismo,todo lo que tiene lugar sin la intervencin voluntaria del hombre. Puesbien, en cul de estos dos sentidos se toma la palabra Naturaleza cuan-do se utiliza para transmitir ideas de recomendacin, aprobacin, e inclu-so obligacin moral? Quienes afirman que deberamos actuar conformea la Naturaleza, que la misma debera ser nuestro modelo a seguir o imi-tar, pues es la norma de lo correcto y lo incorrecto, a qu significadose estn refiriendo?10.

    9. El sometimiento de la mujer, en J. S. Mill y H. Taylor Mill,Ensayos sobre la igual-dad de los sexos, prlogo de V. Camps, introd. de A. B. Rossi, trad. de P. Casanellas, An-tonio Machado Libros, Madrid, 2000, pp. 157-159.

    10. Es interesante destacar aqu que una distincin muy parecida a la que propone Millse ha utilizado para criticar determinados planteamientos del denominado pensamien-

    to verde. As, este sera culpable de no alcanzar a distinguir entre, de una parte, la na-

    turalezaprofundade los procesos y estructuras causales que no estn sometidos a la influen-cia humana ni a su poder de transformacin, y, de otra, la naturalezasuperficial, las formasnaturales, sobre las que esa accin humana se proyecta y aplica. La naturaleza en su sentido

    profundo alude, as, a la estructura misma de la realidad ms all de sus apariencias: los pro-cesos bioqumicos y las leyes fsicas que rigen la existencia y su funcionamiento: la naturalezacomo inmanencia. La naturaleza superficial, en cambio, constituye la manifestacin externade aquella, su encarnacin en formas sujetas a cambio evolutivo y por ello sometidas a la in-fluencia transformadora del hombre, que es tambin, dicho sea de paso, una de esas formas.[] no cabe una foto fija de la naturaleza superficial, como no cabe una alteracin de la natu-raleza a nivel profundo: por ms que el hombre, como los avances en el campo de la genticao la fsica vienen a anunciar, pueda llegar a influir en elfuncionamientode los procesos na-turales ms esenciales para la configuracin de la realidad, estar hacindolo sobre una basecuya existencia le precede y sobrevivir. La transformacin de la naturaleza por el hombre

    provoca, as, el fin de la naturaleza en su sentido superficial, como realidad independientedel hombre, pero en modo alguno el de una naturaleza profunda que siempre establecer unlmite ltimo a nuestra influencia en ella. Para los verdes, sin embargo, las formas naturalesvisibles terminan constituyendo lanaturaleza, sin ms, de donde se deriva que esas formasno deben ser alteradas so pena de acabar definitivamente con aquella: paradjicamente, laesencia de la naturaleza por la que el ecologismo estara llamado a velar se identifica cndi-

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    Si entendemos por Naturaleza todo lo que es, parece obvio que re-sulta absurdo recomendar actuar de acuerdo con ella, pues se trata de

    algo que no podemos dejar de hacer. Como escribe Mill: No hay formade actuar que no est de acuerdo con la Naturaleza en este sentido deltrmino, y todas las formas de actuar estn de acuerdo con la Naturale-za exactamente en el mismo grado. Toda accin es el ejercicio de algnpoder natural, y sus efectos de todas clases son tantos fenmenos de laNaturaleza, producidos por los poderes y propiedades de algunos de losobjetos de la Naturaleza, en obediencia exacta a alguna ley o a algunasleyes de la Naturaleza11. Luego, en este sentido, todo lo que hacemos esnatural, y ello incluye tanto el bien como el mal. No solo, por tanto, re-sulta completamente superfluo pedirnos actuar de una forma que inevi-tablemente hacemos, adems es que carece de todo valor a la hora deorientarnos moralmente.

    Hemos de pasar, entonces, al segundo sentido; aquel en el que la Na-turaleza se distingue del arte, de lo artificial, y solo denota el curso espon-tneo de las cosas, previo a la interferencia humana. La pregunta queda,por consiguiente, formulada de la siguiente manera: es el curso espont-neo de las cosas, dejadas a s mismas, un modelo a seguir por los seres hu-

    manos? Seguir esta mxima implicara no entrometerse con la misma: ono actuar en absoluto, o hacerlo solo en obediencia a los instintos, puestoque estos pueden quiz considerarse como parte del orden espontneo dela Naturaleza. Pero aqu hay que decir que esta recomendacin tambines absurda. Aunque nuestras acciones no pueden evitar conformarse a laNaturaleza entendida en el primer sentido del trmino, parece claro queel gran objetivo de los esfuerzos humanos a lo largo de la historia ha sidoalterar, mejorar y conquistar el curso espontneo de la Naturaleza, no se-guirlo. Lo cierto es que los poderes naturales y los caminos que recorrenaparecen con triste frecuencia como nuestros enemigos. Una plaga de lan-gostas, una inundacin, un cambio qumico insignificante en una raz co-mestible pueden provocar el hambre, terribles desgracias, o la muerte demiles de personas12. Mediante la investigacin cientfica, el esfuerzo tec-

    damente con su apariencia (M. Arias Maldonado, Retrica y verdad de la crisis ecolgica:Revista de Libros 65 [mayo de 2002], p. 9).

    11. J. S. Mill,Nature, en Collected Works, X, p. 379 [infra, pp. 62-63. En adelante,

    indicaremos tambin entre corchetes las pginas de esta edicin].12. VaseNature, p. 385 [p. 71]. Estara pensando Mill en la hambruna que provo-c la crisis de la cosecha de la patata en Irlanda en los aos 1845, 1846 y 1848? En unade las reseas de los Tres ensayos sobre la religinse reconoca que un milln de personashaban perecido de hambre en Irlanda, lo que sin duda era algo horrible, pero se afirmabatambin que dado el estado degradado, y sin embargo, satisfecho, en que Irlanda se encon-

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    nolgico y todo lo que llamamos en general civilizacin pretendemosevitar o paliar esas desgracias. Elogiar las actividades tcnicas y cientficas

    supone, de hecho, criticar el curso espontneo de la Naturaleza, reconocerque este ha de ser corregido o alterado, no imitado. No podra ser de otraforma, porque todo lo que los peores hombres cometen contra la vida y lapropiedad de sus prjimos lo realizan los agentes naturales en una escalamucho ms grande. Mill escribe: Todo lo que la gente est acostumbradaa lamentar como desorden y sus consecuencias, es precisamente un equi-valente de los caminos de la Naturaleza. La anarqua y el reino del terrorse ven sobrepasados en injusticia, ruina y muerte por un huracn y unapeste13. La conclusin es bien clara: el curso espontneo de la Naturale-

    za no puede constituir para nosotros un modelo a imitar: O es correctoque deberamos matar porque la Naturaleza mata; torturar porque la Na-turaleza tortura, arruinar y destruir porque la Naturaleza hace lo mismo;o no deberamos considerar en absoluto lo que hace la Naturaleza, sinolo que es bueno hacer14. Y los criterios para decidir lo que sea bueno ha-

    traba antes de esa hambruna, la fe no encontraba difcil creer que en esas circunstancias unhecho tan impresionante era la mejor cosa posible. El autor de la resea es Henry ShaneSolly, y esta se encuentra recogida enMill and Religion, cit., pp. 41-49. Planteando estemismo argumento a un nivel ms general, alguien podra decir que la presencia del mal enel mundo natural y social sirve de estmulo para el desarrollo de las capacidades humanas.Que la enfermedad y la injusticia son ocasiones para que ejerzamos nuestra simpata y nues-tra solidaridad. En suma, que en un mundo en el que no hubiera nada a lo que oponerseno tendra entrada un considerable nmero de virtudes. Adis, por ejemplo, al herosmo yal valor. La dimensin pica que ha caracterizado algunas de las vidas ms dignas de admi-racin quedara como un mero recuerdo de pocas pasadas. No se vera, entonces, la vidahumana reducida a la de un animal satisfecho? Puede tambin preguntarse, qu papel po-dra jugar el arte en nuestras vidas?, qu sentido tendra en un mundo que no necesitasede esfuerzos, sacrificios o grandes ideales? Si Dios nos hubiera colocado en una situacin

    perfecta, capacidades como un espritu enrgico, el esfuerzo, la previsin (cosas que Milladmiraba mucho) no tendran posibilidad de ponerse en prctica. Todos los poderes activosdel hombre seran poco menos que intiles. Dos observaciones son pertinentes a este respec-to; en primer lugar, observar que muchos de nosotros pagaramos con gusto ese precio contal de que muchos males desaparecieran. En segundo lugar, aparte de lo que pueda chocara nuestra sensibilidad moral, qu evidencias tenemos de ese supuesto plan formativo quehabra diseado la divinidad? El planteamiento de Mill en sus ensayos La Naturaleza y Eltesmo es ver a qu conclusiones sobre la existencia y los atributos de la Deidad podemosllegar a partir de la experiencia, no ver cmo puede justificarse el mal una vez que tenemosuna creencia previa y no fundada empricamente en un determinado tipo de Dios.

    13. Nature, p. 386 [p. 71].14. Ibid. [p. 72]. Uno no puede sino recordar lo que escriba Nietzsche: Queris vivirsegn la naturaleza? Oh, nobles estoicos, qu embuste de palabras! Imaginaos un ser comola naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de inten-ciones y miramientos, de piedad y justicia, que es feraz y estril e incierta al mismo tiempo,imaginaos la indiferencia misma como poder cmopodraisvivir vosotros segn esa indi-

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    cer habr que obtenerlos de otras fuentes distintas de la mera observacindel curso natural.

    Sigamos avanzando y planteemos ahora otra pregunta: No se ha con-siderado como uno de los argumentos ms fuertes a favor de la existen-cia de otra vida tras la muerte la necesidad de reajustar la balanza?, yno equivale esto a admitir que el orden de las cosas en esta existenciaterrenal es con frecuencia un ejemplo claro de injusticia? Mill concluirque ni siquiera sobre la base de la teora del bien ms forzada y retorci-da que alguna vez elabor el fanatismo filosfico o religioso puede hacerseque el gobierno de la Naturaleza, su forma de actuar, se parezca a la obrade un ser a la vez bueno y omnipotente. Es aqu donde aparece la dimen-sin teolgica del ensayo de Mill. O mejor dicho, ha estado presente des-de el primer momento, porque la concepcin que afirma que la dispo-sicin general de la Naturaleza es un modelo a imitar tiene usualmenteen su base la creencia de que es una obra divina, y como tal, perfecta. Yeste es un argumento que, segn Mill, simplemente, no se sostiene. Novemos que a travs de toda la Naturaleza animada los ms fuertes devo-ran a los ms dbiles? Puede llamarse a esto perfeccin? Pero no es soloque estemos ante una conclusin claramente ilegtima, es que como

    decamos al comienzo de esta introduccin ha supuesto adems un im-portante obstculo para el progreso de la humanidad. Puesto que se tenaconciencia de que todos los intentos del hombre por mejorar su suer-te implicaban una crtica del orden espontneo de la Naturaleza (si no,por qu hacer algo que puesto que no podra mejorar las cosas necesa-riamente empeorara nuestra situacin?), esos intentos eran vistos comosospechosos. No eran una interferencia con la voluntad de ese dios o deesos dioses que se supona que gobernaban los diversos fenmenos deluniverso? No estaban, as, los hombres intentando presuntuosamente de-rrotar o desbaratar los designios de la Providencia? Personalmente creoque dos ejemplos pueden servirnos muy bien para ilustrar este punto.El primero es la observacin de David Hume, el filsofo escocs del si-gloXVIII, de que la vieja supersticin romana consideraba impo des-viar el curso de los ros, y que para la supersticin francesa resulta impoinocular contra la viruela15. Al fin y al cabo, alguien podra argumentar

    ferencia? Vivir no es cabalmente un querer-ser-distinto de esa naturaleza? (Ms all delbien y del mal, introd., trad. y notas de A. Snchez Pascual, Alianza, Madrid, 61980, p. 28,sec. I, 9).

    15. Vase D. Hume, Del suicidio, enEnsayos morales, polticos y literarios, ed.,prlogo y notas de E. F. Miller, trad. de C. Martn Ramrez, Trotta/Liberty Fund, Madrid,2011, p. 499.

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    que la viruela formaba parte del orden natural. Estaba, entonces, cla-ro que con tal mentalidad poco progreso cientfico y tecnolgico iba a

    alcanzarse. Nuestro segundo ejemplo lo sacamos de una de las novelas his-tricas ms logradas de Walter Scott, Old Mortality. All una anciana sir-vienta presenta la siguiente queja: A vuestra seora y al administradorles ha complacido proponer a mi hijo Cuddie trabajar en el granero conuna mquina moderna que separa el grano de la paja, alterando as demanera impa la voluntad de la Divina Providencia; pues levanta vien-to para el uso particular de vuestra seora de forma artificial, en lugarde solicitarlo mediante la oracin, o esperar pacientemente a que Diosquiera enviarlo al lugar donde se trilla la mies16.

    Ahora bien, puesto que parece que aplicar a cualquier accin la sos-pecha anterior nos condenara a la inactividad ms absoluta, pues lo nicoque cabra hacer sera esperar pacientemente a que Dios acte, Millobservar en su ensayo que lo que suele ocurrir normalmente es que algu-nas partes especiales del conjunto del orden espontneo de la Naturale-za, seleccionadas de acuerdo con las predilecciones del creyente de turno,se consideran como las verdaderas manifestaciones de la voluntad delCreador, como una clase de postes indicadores de la direccin que se pre-

    tende que tomen nuestras acciones voluntarias. Pero esto es introducir-se en el terreno de la arbitrariedad ms completa, porque, cmo decidirque algunas de las obras del Creador son expresiones ms verdaderas desu carcter que el resto? Podramos utilizar el criterio de que todo lo queproduce el bien es lo que debemos imitar, pero entonces parece evidenteque estamos utilizando un criterio de bondad (de dondequiera que lohayamos obtenido) para distinguir, clasificar y valorar los fenmenos na-turales, y no utilizando a la Naturaleza para que nos proporcione ese cri-terio de bondad.

    En todo caso, dentro de esa arbitrariedad general que el creyentereligioso acaba practicando, no es inusual afirmar que nuestros instintosy propensiones naturales constituyen las indicaciones que debemos se-guir; que cuando el Autor de la Naturaleza cre las circunstancias en lasque se desenvuelve nuestra vida, puede que no haya pretendido indicarel modo en que debamos adaptarnos a las mismas, pero que cuando im-plant en nosotros estmulos positivos, propulsndonos hacia una cla-se particular de conducta, resulta imposible dudar de sus pretensiones.

    Puesto que este argumento conduce a la conclusin de que Dios pre-tende todo lo que hacen los hombres (puesto que todo lo que hace-

    16. W. Scott, Old Mortality, ed. e introd. de A. Calder, Penguin, Harmondsworth,1975, p. 119.

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    mos tiene detrs algn impulso), ha habido que matizarlo distinguiendoentre el hombre tal como Dios lo ha hecho y el hombre tal como se ha

    hecho a s mismo con el paso del tiempo. El hombre sera responsablede los actos que implican deliberacin, mientras que la parte irreflexi-va sera la contribucin de Dios. El resultado es, escribe Mill, esa venade sentimiento tan comn en el mundo moderno que exalta el instinto acosta de la razn17. Seamos naturales! Sigamos nuestros instintos! Pero,y aqu merecera la pena destacar las semejanzas entre Mill y Freud,no son el egosmo y la crueldad naturales en el hombre? No existe en elmismo, adems, un espritu destructivo, un instinto de destruir porel mero placer de destruir, y un instinto de dominio, un deleite en el ejer-cicio del despotismo, independientemente de cul sea su objetivo? Si an-tes habamos insistido en que el hombre ha de enmendar la Naturalezaexterior, no podemos sino concluir que tambin ha de enmendar la na-turaleza interior (que el creyente considera que Dios le ha dado). Perosiempre cabra preguntar, y si esa naturaleza interior, esos instintos nofueran obra divina? Mill piensa que puede que el creyente solucionaramuchas de las dificultades a las que de otra forma se ve expuesto si acep-tase que aunque su divinidad es benevolente, no es todopoderosa. En-

    tonces, no tendra que hacer malabarismos mentales para evitar atribuir elmal a Dios o justificar un mal aduciendo un bien mayor que se consiguegracias a la presencia del mismo. Podra reconocer fcilmente que el malexiste porque la divinidad creadora no pudo hacer todo lo que le hubieragustado. Aunque volveremos ms tarde sobre este punto, permtasenosabandonarlo aqu resaltando lo profunda y personalmente que nuestroautor se senta tocado por el mismo. En cierto momento escribir en untono pattico que si la vida humana est gobernada por seres superio-res, en qu gran medida debe el poder de las inteligencias malvolassobrepasar el de las buenas!, cuando un alma y un intelecto como el desu amada Harriet Taylor, ... tales que el principio del bien jams logrcrear con anterioridad; cuando una persona que parece haber sido desti-nada a habitar en algn cielo remoto, y a la cual no le falta nada, exceptouna posicin de poder, para convertir en cielo incluso esta tierra estpi-da y miserable; cuando un ser as, digo, debe, igual que todos nosotros,perecer dentro de unos aos, o quizdentro de unos meses, por cau-sa de una alteracin en la estructura de unas cuantas fibras y membranas

    [Harriet Taylor padeca tuberculosis] que encuentran exacto paraleloen todo cuadrpedo! Si se tratara solamente de un cambio de residencia,

    17. VaseNature, p. 392 [p. 80].

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    y no de una aniquilacin... Pero dnde est la prueba? Y dnde el fun-damento en que basar nuestra esperanza, cuando solo podemos juzgar

    acerca de la probabilidad de otro estado de existencia o si de hecho lohay acerca de cmo es gobernado, por analoga con la nica otra obraque es fruto de los mismos poderes y de la cual tenemos conocimiento,a saber, este mundo de cosas empezadas y no acabadas, de promesas norealizadas y de empeos frustrados; un mundo cuya nica regla y obje-to parece ser la produccin de una perpetua sucesin de frutos, de loscuales casi ninguno est destinado a madurar y, si madura, es solo paradurar un da?18.

    En esas ltimas frases de la cita anterior se encuentra una descrip-cin muy precisa de lo que para Mill era la Naturaleza. Algo que ha deser dominado en funcin de nuestro bienestar. Y, sin embargo, Mill habaobservado en susPrincipios de economa polticaque no produce mucha

    18. Diario, ed. de C. Mellizo, Alianza, Madrid, 1996, pp. 32-33 (a partir de ahoracitaremos comoDiario, seguido del nmero de la pgina correspondiente en esta edicin).Por su parte, Harriet Taylor le haba escrito a Mill el 16 de julio de 1849 en relacin conla enfermedad de su marido, John Taylor, quien fallecera dos das despus: Pobre hom-bre! De qu manera ms cruel le ha tratado la vida! Concluyendo este fiero combate enel que la muerte va ganando pulgada a pulgada! / La tristeza y el horror de los actos coti-dianos que realiza la Naturaleza sobrepasan un milln de veces los intentos de los poetas!No hay nada en este mundo que yo no estara dispuesta a hacer por l, y no hay nada enel mundo quepueda hacerse. / No me escribas. Recogido en C. Mellizo,La vida privadade John Stuart Mill, Alianza, Madrid, 1995, p. 104. Veamos otro ejemplo, este tomado dela literatura, para poder apreciar en toda su tragedia el comportamiento de la Naturalezacon respecto a los seres humanos, y las consecuencias que de ah pueden extraerse. BenitoPrez Galds nos est describiendo la enfermedad de una nia: Len sinti escalofrosde pavor y como un pual partindole el corazn al ver a Monina con la cara lvida y des-compuesta, los labios violados, los ojos muy abiertos, pestaeantes y lacrimosos, el cuello

    entumecido, tirante, hinchado por el infarto de los ganglios, y padeci ms al or aquelgemido estertoroso, que no era tos ni habla, sino algo semejante a una voz de ventrlocuo,una nota aguda, desgarradora, agria [...] La vio contraerse sofocada, llevndose los dedosal cuello para clavrselos, con ansia de agujerearse para dar paso al aire que faltaba a sugarganta obstruida. Espectculo horrible! La muerte de un nio por estrangulacin, sinque nadie lo pueda evitar, sin que la ciencia ni el cario materno puedan distender la in-visible garra que aprieta el cuello inocente, [...]; aquella vida pura, inofensiva, amorosa,angelical, que se extingue de manera trgica, con las convulsiones del criminal ahorca-do y el espanto de la asfixia, es uno de los ms crueles ejemplos del dolor inexorable queacompaa, como prueba o castigo, a la vida humana. / En aquella agona sin igual, Mo-

    nina volva sus ojos ac y all y miraba a su madre y a los criados, como pidindoles quele quitasen aquella cosa apretadora, [...] Brbaro drama de la Naturaleza! / Inmensa erala desolacin. Los corazones manaban sangre. Ya de tanto padecer ni siquiera se lloraba.Por la mente de todos pasaba como relmpago infernal una idea sacrlega: la idea de queno hay, de que no puede haber Dios (B. Prez Galds,La familia de Len Roch, Alianza,Madrid, 2000, pp. 171-172).

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    satisfaccin contemplar un mundo en el que no queda nada de la activi-dad espontnea de la Naturaleza; en el que se ha puesto en cultivo todo

    pedazo de terreno que es susceptible de producir alimentos para los sereshumanos; en el que han desaparecido los pastizales floridos devoradospor el arado; se ha exterminado, como rivales que nos disputan los ali-mentos, a los cuadrpedos y los pjaros que no han sido domesticadospara uso del hombre; todos los setos y los rboles superfluos arrancadode raz, y en el que casi no queda un sitio donde pueda crecer una floro un arbusto silvestre sin que se los destruya como una mala hierba ennombre del progreso agrcola19. Aqu Mill se manifiesta muy preocu-pado por la posible desaparicin de la capacidad de relacionarnos conla Naturaleza (entendida como actividad espontnea, sin interferenciashumanas) en trminos distintos del mero dominio tcnico de la misma,por ejemplo a travs de la contemplacin esttica y la poesa. l, desdeluego, pas su vida amando los paisajes que tena ocasin de contemplara lo largo de las frecuentes excursiones campestres a las que se aficiondesde muy pronto, y en las que tambin poda satisfacer su aficin porcoleccionar plantas20. Sobre esta dimensin del pensamiento y la sensibi-lidad de Mill un estudioso de su obra escribe lo siguiente: En relacin

    con este aspecto afectivo de la personalidad de Mill se encuentra susensibilidad para las bellezas de la naturaleza. Tan fuerte y acusada eraen l que, cuando se iba a construir el ferrocarril a Brighton y a deter-minar la direccin exacta de la va entre cinco direcciones posibles, ad-virti pblicamente, y con las expresiones ms clidas que cabe pensar,el peligro de echar a perder el valle de Norbury al pie del Box Hill, cuyabelleza plstica le pareca insuperable. Se encolerizaba cuando los miem-bros de los partidos de la mayora parlamentaria, las mismas gentes quenegaban a los economistas y a los utilitaristas sensibilidad y comprensinpara las cosas estticas, demostraban no tener el menor inconveniente endesfigurar con el humo y el holln, por intereses econmicos de nfimaespecie, la fuente eterna de toda belleza artstica: la naturaleza. Estos de-talles recuerdan la vana lucha de Thomas Carlyle y John Ruskin contrala esttica de las chimeneas de las fbricas. En este punto senta Mill lo

    19. J. S. Mill,Principios de economa poltica, trad. de T. Ruiz, rev. de C. Lara Beau-

    tell, FCE, Mxico, 1985, libro IV, cap. 6, sec. 2, p. 643. Hemos modificado ligeramentela traduccin para que se corresponda mejor con el original ingls. Mill insista adems enque todos (incluyendo las clases trabajadoras) haban de poder disfrutar de esa naturalezasalvaje. Vase a este respecto The claims of Labour, en Collected Works, IV, p. 384.

    20. Vase como mero ejemplo la mencin que hace a este asunto su amigo Alexan-

    der Bain y que est recogida en C. Mellizo,La vida privada de John Stuart Mill, cit., p. 47.

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    que un fantico sentimental de la naturaleza del cuo ms moderno21.Preocupado, entonces, por la destruccin de las bellezas naturales, la al-

    ternativa que Mill va a ofrecer consistir en destacar que no tiene nin-guna importancia el que se dupliquen los medios de consumo de cosasque no producen otro placer que el de permitirnos sobresalir sobre losdems.Al fin y al cabo Mill escriba: Confieso que no me agrada elideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal delos seres humanos es una lucha incesante por avanzar; y que el pisotear,empujar, dar codazos y pisarle los talones al que va delante, que son ca-ractersticos del tipo actual de vida social, constituyen el gnero de vidams deseable para la especie humana22. El convencimiento de esto nospermitira ver como deseable un estado estacionario de la economa. Nospermitira desembarazarnos diramos hoy del ideal de un progre-so econmico que tiene mucho de despilfarro y de grave amenaza para elmedio ambiente, y no tanto de calidad de vida. Entraramos entoncesen una situacin donde la preocupacin central de las personas no esta-ra en el mundo de la produccin, sino en el arte de vivir23. Un paso

    21. S. Saenger, Stuart Mill, trad. del alemn por J. Gaos, Revista de Occidente, Ma-drid, 1930, pp. 34-35.

    22. J. S. Mill,Principios de economa poltica, cit., libro IV, cap. 6, sec. 2, p. 641.23. Lo que para Mill, con un espritu verdaderamente clsico, implica el desarrollo

    de la capacidad de las personas para estar con frecuencia a solas. As, escribir: La sole-dad [] es esencial para lograr una meditacin y un carcter; y la soledad es presencia delas bellezas naturales y de sus grandezas, es cuna de pensamientos y de aspiraciones queno solo son buenos para el individuo, sino que la sociedad no puede prescindir de ellos(loc. cit.). En suAutobiografadestaca la influencia que en l ejerci a este respecto la lec-tura de los poemas de W. Wordsworth: Esos poemas se dirigan con intensidad a una delas propensiones ms fuertes de las que obtena placer, el amor de los objetos rurales y del

    paisaje natural; a ese amor haba debido no solo una parte considerable del placer de mivida, sino bastante recientemente el alivio de una de mis recadas ms largas en la depre-sin. En este poder sobre m de la belleza rural se encontraba establecida una base para quela poesa de Wordsworth me resultara placentera; [] Pero Wordsworth nunca hubiera te-nido un gran efecto sobre m si meramente hubiera colocado delante de m descripcioneshermosas de la belleza natural. [] Lo que convirti los poemas de Wordsworth en unamedicina para el estado de mi mente era el hecho de que expresaban no solamente belle-za exterior, sino estados de sentimiento, y de pensamiento coloreados por el sentimiento,bajo la excitacin de la belleza (Autobiography, p. 121). Sobre la conocida depresin deMill, sus causas y su recuperacin de la misma, debe leerse todo el captulo V de esta obra.

    Por lo dems, en la nota necrolgica escrita por John Morley con el ttulo The Death ofMr. Mill, y publicada en The Fortnightly Review, aquel recuerda una conversacin conMill en la que este mencion que sus amigos radicales solan enfadarse mucho con l por-que le gustaba Wordsworth. A lo que Mill replicaba: Wordsworth, les deca yo, sin dudaest contra vosotros. Pero una vez que esa batalla se gane, el mundo necesitar ms quenunca esas cualidades que Wordsworth est manteniendo vivas y alimentadas (en C. Me-

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    ms y acabaremos pensando en Henry David Thoreau cuando declara-ba: Que los hombres sigan con autenticidad el camino que les indica su

    naturaleza y cultiven los sentimientos morales, viviendo vidas indepen-dientes y virtuosas; que hagan de las riquezas medios para la existencia,nunca fines, y no volveremos a escuchar una palabra sobre el espritucomercial. El mar no va a detener su movimiento; la tierra seguir sien-do tan verde y el aire tan puro como siempre. Este curioso mundo quehabitamos es ms maravilloso que conveniente, ms hermoso que til;est ms para ser admirado y disfrutado que para ser utilizado. El ordensocial de las cosas debera invertirse en cierto modo: el sptimo deberaser el da de labor en que el hombre se gane el pan con el sudor de sufrente; los otros seis, su descanso dominical para el alma y los sentidos,para poder recorrer este amplio jardn y beber de los sutiles influjos ylas sublimes revelaciones de la naturaleza24.

    Dejando de lado el tema de si Mill hubiera simpatizado completa-mente con esas palabras, y despus de todo lo visto, parece seguro con-cluir que en l hay claramente el deseo de encontrar un equilibrio entredos planteamientos, nuestra obligacin ineludible de dominar tcnica-mente una naturaleza hostil, y el placer esttico que podemos obtener

    de la contemplacin de la misma, y que se convierte en un acicate paranuestro desarrollo moral, pues (y esto merecera una reflexin aparte) lasensibilidad para con las bellezas naturales nos permite hacernos cons-cientes de que muchos de nuestros intereses estrictamente individualesson insignificantes. En cuanto a las consecuencias para la economa dela sntesis de estas dos perspectivas, es perfectamente comprensible que,para un espritu imbuido de ideales romnticos como estamos viendoque era el de Mill, una vida humana gastada en hacer que las cosasnos resultaran un poco ms cmodas a nosotros y a nuestras familias, oen elevarnos uno o dos peldaos en la escala social, pareciera algo bas-tante pobre25.

    llizo,La vida privada de John Stuart Mill, cit., p. 192). Hay que insistir a este respecto enque para Mill, la filosofa representa la unin de la lgica y de la poesa. Vase la carta deMill a Carlyle de 5 de julio de 1833, en Collected Works, XII, p. 163.

    24. El texto pertenece aEl espritu comercial de los tiempos modernos, considerandosu influencia en el carcter poltico, moral y literario de una nacin,y se encuentra reco-

    gido en A. Casado da Rocha, Thoreau. Biografa esencial, Acuarela, Madrid, 2005, p. 46.25. Muy inspirados por las reflexiones de Mill hemos desarrollado algunos de los

    temas aqu tratados en nuestro ensayo Entre el conflicto y la armona en nuestras rela-ciones con la Naturaleza. En defensa de un antropocentrismo inteligente, en M. Amri-go y B. Corts (comps.),Entre la persona y el entorno, Intersticios para una investigacinmedioambiental, Resma, La Laguna, 2006, pp. 125-140.

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    Sera en una situacin que partiera de ese convencimiento dondepodra alcanzar importancia social lo que Mill denominaba la verda-

    dera Religin de la Humanidad, un tema del que nos ocuparemos msadelante, pero que de momento podemos definir como la difusin deun sentido de unidad de todas las personas y de un profundo senti-miento por el bien comn. No estamos tan lejos de aquello en lo queEdgar Morin y Anne Brigitte Kern insistieron hace unos aos en su obraTierra-patria, que la Tierra era nuestra patria, y que era importantehacer un llamamiento a favor de una nueva religin que nos vincula-ra de forma solidaria y que comportara diversidad. Una religin queasegurara, y no prohibira, el pleno empleo del pensamiento racional.

    Una religin que tomara a su cargo el pensamiento laico, problemati-zante y autocrtico nacido del Renacimiento europeo26.

    Por su parte, y pensando tambin en la importancia del ideal de so-lidaridad, Mill insista en que no existe una necesidad intrnseca de queningn ser humano haya de ser un eglatra ocupado solo de s mismo,carente de toda suerte de sentimientos o preocupaciones ms que lasque se refieren a su propia miserable individualidad. Algo muy superiora esto es lo suficientemente comn incluso ahora, para proporcionar am-

    plias expectativas respecto a lo que puede conseguirse de la especie hu-mana. Es posible que todo ser humano debidamente educado sienta, engrados diversos, autnticos afectos privados y un inters sincero por elbien pblico27. De hecho, entramos aqu en el que es con toda seguridadel tema central del pensamiento de Mill: el desarrollo interior del indi-viduo y de todo aquello que le haga salir del estrecho crculo del egosmopersonal y familiar, y le habite a actuar a partir de motivos pblicos,guiando as su conducta por propsitos que en vez de aislar a las per-sonas las unan. Algo, dicho sea de paso, en lo que se separaba radical-mente de Bentham, el cual segn Mill jams reconoce al hombrecomo un ser capaz de perseguir la perfeccin espiritual como un fin;capaz de desear como algo valioso en s mismo la conformidad de supropio carcter con una norma de excelencia elaborada por la misma

    26. E. Morin y A. B. Kern, Tierra-patria, trad. de M. Serrat, Kairs, Barcelona, 1993,p. 218.

    27. J. S. Mill,El utilitarismo, introd., trad. y notas de E. Guisn, Alianza, Madrid,

    1984, pp. 57-58. Lo que por una irona de nuestra constitucin psicolgica ciertamentenos conviene a nivel personal. Como Mill haba observado en otro lugar: Solo son felices(pens) aquellos que tienen sus mentes fijadas en algn objeto distinto de su propia felici-dad; en la felicidad de los dems, en la mejora de la humanidad, incluso en algn arte oproyecto, perseguido no como un medio, sino como un fin ideal en s mismo. Apuntandoas a otra cosa, encuentran la felicidad por el camino (Autobiography, p. 117).

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    persona28. Por el contrario, para nuestro autor, la naturaleza humana esuna realidad dinmica, que puede educarse, perfeccionarse y desarro-

    llarse; y en esto consiste el cultivo de la individualidad, pues como ha-ba defendido en Sobre la libertad, las mismas cosas que sirven de est-mulo y ofrecen oportunidades de crecimiento a una persona pueden serobstculos para otra29. Pero el cultivo de nuestra propia excelencia, pormucho que en gustos y en estilo de vida pueda separarnos de la conduc-ta de nuestros semejantes, no se contrapone con el sentimiento de estarunidos con ellos, no se contrapone a la preocupacin por el progresode la humanidad en su conjunto. Es justamente el sentimiento de soli-daridad con respecto a los intereses colectivos de la humanidad el quenos permite, aun en la vspera de nuestra muerte, mantener un intensointers por la vida30. En ese documento tan extraordinariamente intere-sante que es suDiario, Mill va a decirnos que la nica doctrina en la quemerece la pena esforzarse, ya sea para construirla, o para inculcarla, es laFilosofa de la Vida. Esa Filosofa de la Vida la gran necesidad de es-tos tiempos, va a resaltar habra, por una parte, de estar libre de su-persticin y, por otra, estar en armona con los sentimientos ms noblesde los hombres. En qu est aqu pensando Mill? Inmediatamente nos

    lo desvela cuando observa que, como seal Goethe, solo en pocas decreencia se han realizado grandes cosas. Es verdad que hasta ahora laspocas de creencia han sido las pocas religiosas, pero, como aclara in-mediatamente Mill, Goethe no quiso decir que tambin haban de ser-lo en el futuro. La Religin, de un tipo o de otro, ha sido a un mismotiempo el resorte y el regulador de la accin energtica, principalmenteporque la religin ha sido la que hasta ahora ha proporcionado la nicaFilosofa de la Vida, o la nica que difera de una mera teora del desen-freno. Hgase saber lo que la vida es y lo que puede ser, y cmo hacer deella lo que ella puede ser, y habr tanto entusiasmo y tanta energa como

    28. Vase J. S. Mill,Bentham, en J. S. Mill y J. Bentham, Utilitarianism and otherEssays, ed. de A. Ryan, Penguin, Harmondsworth, 1987, p. 152. Tambin en su escritoAuguste Comte and positivism, Mill va a hablar (manifestando su acuerdo con Comte) deque nuestra experiencia de la humanidad no tiene una validez universal. Debemos tener encuenta el carcter maravillosamente maleable de la mente humana, admitiendo que puedensurgir seres humanos muy diferentes de los que conocemos, tanto en su nivel general dedesarrollo intelectual como moral. De hecho, el progreso intelectual crea un criterio para

    guiar los sentimientos morales de la humanidad. VaseAuguste Comte and Positivism, enCollected Works, X, pp. 322-323.29. Vase On Liberty, en J. S. Mill, Three Essays. On Liberty. Representative Go-

    vernment. The Subjection of Women, introd. de R. Wollheim, Oxford UP, Oxford/NuevaYork, 1975, pp. 83-84.

    30. VaseEl utilitarismo, cit., p. 57.

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    jams los ha habido31. Mill est hablando, por consiguiente, de un pen-samiento secular (centrado en esta vida) que ocupara el papel que hasta

    ahora han desempeado las religiones trascendentes. La anotacin delda siguiente en suDiariodesarrolla este planteamiento: Lo mejor, lonico verdaderamente bueno (detalles aparte) que puede encontrarse enel segundo tratado de Comte es la minuciosidad con que ha reforzado eilustrado la posibilidad de hacer que le culte de lhumanitrealice lasfunciones y tome el lugar de una religin. Si suponemos cultivados engrado sumo los sentimientos de fraternidad para con los seres de nuestraespecie, pasados, presentes y por venir; de veneracin para aquellos queen el pasado y en el presente la han merecido, y de devocin por aque-llos que habrn de venir; [si suponemos] una educacin moral universalen la que se haga de la felicidad y dignidad de ese cuerpo colectivo elpunto central al que habrn de tender todas las cosas y por el que todoshabrn de ser juzgados, en vez de [que ese punto central sea] el placerde un Poder invisible y meramente imaginario; [si suponemos] que laimaginacin ha sido al mismo tiempo alimentada desde la juventud conrepresentaciones de todas las cosas nobles que han sido sentidas y he-chas hasta ahora, no hay digna misin de la religin que este sistema de

    cultivo no parezca adecuado para realizar. Sera suficiente para aliviary guiar la vida humana. Ahora bien, esto solo podra ser as suponien-do que la Religin de la Humanidad se apoderase del gnero humanocon una firmeza y un poder para modelar sus usos, sus instituciones ysu educacin, tan grandes como los que han posedo en muchos casosotras religiones32. Se tratara, as, de que una elevada devocin al idealde la humanidad adquiera el carcter de toda religin: ser fundamentoltimo del pensamiento, y poseer poder animador y controlador de laaccin. Entonces podra reemplazar a las religiones hasta ahora cono-cidas33. Todava ms adelante en el mismoDiario(en la anotacin co-rrespondiente al 17 de marzo de 1854) volver a insistir sobre el mismotema: Cuando vemos y sentimos que los seres humanos pueden tener elms profundo inters en lo que pueda acontecerle a su pas o a la especiehumana mucho despus de que ellos hayan muerto, y en lo que pueden

    31. Diario, p. 18.32. Loc. cit. En una carta a Comte del 15 de diciembre de 1842, Mill escribe: Ha-

    biendo tenido el destino bastante raro en mi pas de no haber credo nunca en Dios, ni siquie-ra cuando era nio, siempre vi en la creacin de una filosofa social verdadera la nica baseposible para la regeneracin general de la moralidad humana, y en la idea de Humanidad lanica capaz de reemplazar a la idea de Dios, en O. A. Haac (ed.), The Correspondence of JohnStuart Mill and Auguste Comte, Transaction, New Brunswick (NJ), 1995, pp. 118-119.

    33. VaseDiario, p. 33.

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    hacer mientras estn vivos para influir en ese futuro que ellos no vernjams, no podemos dudar que si este y otros sentimientos similares fue-

    ran cultivados del mismo modo y en la misma medida que la religin,llegaran a constituirse en una religin34.Dentro de poco tendremos ocasin de seguir hablando de las caracte-

    rsticas y funciones de esta Religin de la Humanidad, pero ahora creemosque ha llegado el momento de ocuparnos del segundo de nuestros ensa-yos, La utilidad de la religin. En una carta fechada el 14 y 15 de febre-ro de 1854, Harriet Taylor le escriba a Mill: En cuanto a los ensayos,querido mo, no sera la religin, la Utilidad de la Religin, uno de lostemas sobre los que ms tendras t que decir? Hay que dar explicacinde la existencia casi universal de algn tipo de religin (supersticin),mediante los instintos de miedo, esperanza, misterio, etc. [...] [Hay quedecir] cmo la religin y la poesa vienen a colmar la misma necesidad:el fuerte deseo de que haya objetos superiores; de que haya un consue-lo para los que sufren; la esperanza en el cielo de los egostas, y en elamor de Dios de los de corazn tierno y los agradecidos. [Hay que de-cir] cmo todo eso ha de ser superado por una moralidad que derive sufuerza de la simpata y la benevolencia, y que tenga su recompensa en la

    aprobacin de aquellos a quienes respetamos35

    .Aqu aparece esbozadotodo un conjunto de temas que tratar. En efecto, para comprender la im-portancia de este segundo ensayo de Mill, nada mejor que reparar en eltipo de preguntas a las que intenta responder: Son necesarias para la hu-manidad las creencias religiosas? Esta pregunta puede concretarse en otra,conduce la incredulidad al vicio y la inmoralidad? Y hay otra preguntatanto o ms importante, es la ausencia de creencias religiosas fuente deinfelicidad? Haciendo la pregunta a la inversa, producen bienestar per-sonal y social las creencias religiosas? Mejoran la naturaleza humana? O,por el contrario, no han sido otros aspectos de nuestra naturaleza los quehan tenido que mejorar la misma religin? Mill admite la posibilidad deque la religin pueda ser til moralmente sin ser al mismo tiempo intelec-tualmente sostenible (pues est claro que si fuera verdadera, su utilidad seseguira sin necesidad de ninguna prueba). Lo que hay que preguntarsees si esta es la situacin general y si lo ser en el futuro. Detallando elcontenido de la investigacin que va a emprender Mill escribir: Propo-nemos investigar si la creencia en la religin, considerada como una mera

    persuasin, aparte de la pregunta por su verdad, es verdaderamente indis-pensable para el bienestar temporal de la humanidad; si la utilidad de la

    34. Diario, p. 46.35. En C. Mellizo,La vida privada de John Stuart Mill, cit., pp. 126-127.

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    creencia es intrnseca y universal, o local, temporal y, en algn caso, ac-cidental; y si los beneficios que produce no podran obtenerse de otra

    manera, sin la mezcla tan grande de mal por la que esos beneficios, inclusoen la forma mejor de creencia, se ven atenuados36.Embarcarse en esta investigacin implica analizar lo que la religin

    hace por la sociedad y lo que hace por el individuo. Se trata de ocuparsede sus posibles beneficios para los intereses sociales y, por otra parte, dever si ejerce alguna influencia a la hora de mejorar y ennoblecer al creyenteindividual. Centrndonos en el primer punto, estamos ms que acostum-brados a que se nos insista en la importancia de la religin como un ins-trumento del bien social; pero lo cierto es que muchos de los beneficiosque se atribuyen a la religin como talhabra que cargarlos en el haberde la educacin y la influencia de la opinin pblica y la autoridad (esdecir, de lo que se nos presenta como aceptado de forma unnime, go-zando del asentimiento universal de la sociedad en que vivimos). Millobserva que el deseo de gloria, el deseo de obtener alabanzas y respeto,el deseo de ser admirado, son porciones del poder atrayente de la opininpblica, y contina: El miedo a la vergenza, el temor a una mala repu-tacin o a causar disgusto u odio, son las formas directas y simples de su

    poder de disuasin. Pero la fuerza disuasoria de los sentimientos des-favorables de la humanidad no consiste solamente en el dolor de saberque uno mismo es el objeto de tales sentimientos, incluye todos los cas-tigos que puede imponer: la exclusin del trato social y de los innumera-bles buenos oficios que los seres humanos requieren los unos de los otros;la prdida de todo lo que es llamado xito en la vida; a menudo una grandisminucin o la prdida total de los medios de subsistencia; malos ofi-cios de varias clases, suficientes para convertir la vida en desdichada, yque en algunas sociedades alcanzan la persecucin real hasta la muerte.E, igualmente, la influencia atrayente o impulsora de la opinin pblicaincluye todo el abanico de lo que quiere decirse comnmente por ambi-cin; porque, excepto en pocas de violencia militar sin ley, los objetosde la ambicin social solo pueden obtenerse por medio de la buena opi-nin y la disposicin favorable de nuestros prjimos; tampoco, en nuevecasos de cada diez, se desearan esos objetos si no fuera por el poder queconfieren sobre los sentimientos de la humanidad37. Luego parece acer-tado concluir que la religin posee un gran poder no por ser propiamente

    religin, sino porque hemos sido educados en la misma desde la infanciams temprana y porque goza del apoyo de la opinin pblica que nos ro-

    36. J. S. Mill, Utility of Religion, en Collected Works, X, p. 405 [p. 96].37. Utility of Religion, pp. 410-411 [pp. 102-103].

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    dea. De cualquier norma de vida o sistema de ideas que sean inculcados dela misma manera y cuenten con el mismo apoyo podra decirse lo mismo.

    Es verdad que cabra argumentar que hay un punto especfico en cuanto alapoyo que puede recibir la moralidad que solo la religin proporciona: laapelacin a recompensas y castigos en otra vida; pero puede responderseque estas son cosas que no solo no han visto nunca nuestros ojos, es queadems incluso si creemos en ellas siempre nos va a resultar muy dif-cil aceptar que vayamos a ser castigados. Cualquier mal que hayamos co-metido en el corto espacio de nuestra vida no parece que pueda mereceruna tortura que se extiende por toda una eternidad38. Pues bien, si nadie,quitando algn hipocondraco, se considera bajo el peligro real de tenerque afrontar un castigo eterno en el infierno, resultar evidente que lospoderes disuasorios de las creencias religiosas sern muy limitados. Mejordicho, son tan limitados o tan poderosos como los de cualquier otramoral que goce del apoyo de lo verdaderamente importante: la autoridad,la educacin y la opinin pblica. Hemos as de concluir que la religin noes verdaderamente til como un instrumento que pueda reforzar la mo-ralidad a nivel social.

    Concluido as el tratamiento de lo que el propio Mill denomina la

    parte ms vulgar del tema, la que tiene que ver con la funcin de la re-ligin como una clase de polica a la que nada se le escapa, todava po-dramos preguntarnos si la religin no fue necesaria a la hora de ense-arnos esa misma moral, porque es obvio que las moralidades que hanpredominado hasta ahora han tenido en todas partes un origen religioso.La respuesta de Mill es tajante y clara. En primer lugar, admitir esto lti-mo no quiere decir que las verdades morales no sean lo suficientementefuertes en su propia evidencia como para que, de manera independien-te de cmo las haya obtenido histricamente la humanidad, no puedansostenerse hoy en da por s mismas. Pero es que, en segundo lugar, Millobservar que se sigue un mal muy importante de atribuir un origen so-brenatural a la moralidad. Este supuesto origen evita que sea discutida,criticada y mejorada39.

    38. Esto es lo que afirma Mill en un pasaje vanse las pp. 412-413 [p. 105] de Uti-lity of Religion en el que cabe pensar que est siendo indebidamente optimista. Lo cier-to es que la posibilidad de una condenacin eterna se ha vivido en determinadas pocas

    histricas y dentro de ciertos credos como algo extremadamente probable, y por lo tantocomo algo que despertaba una enorme angustia. Otra cosa completamente distinta es quela desproporcin entre un mal finito (el que pueden cometer los seres humanos) y un cas-tigo infinito sea percibida por los propios creyentes como una terrible injusticia.

    39. VaseUtility of Religion, p. 417 [pp. 110-111]. En otra ocasin Mill haba ob-servado que si somos capaces de reconocer el carcter moralmente bueno de las rdenes

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    Vista esta respuesta, queda por preguntarnos si las creencias religio-sas son necesarias para la mejora del carcter individual de las personas

    (lo que, desde luego, no dejar de tener efectos sociales). Mill proponeque antes de responder a esta pregunta intentemos determinar las nece-sidades de la mente humana que la religin satisface y qu cualidadesdesarrolla. Al fin y al cabo, sabiendo cules son esas necesidades y cuali-dades podremos luego decidir si pueden satisfacerse o desarrollarse atravs de medios distintos de los que histricamente ha proporciona-do la religin. A Mill no le preocupa tanto la historia natural de la reli-gin, el origen de las creencias religiosas en las mentes primitivas, comodeterminar las causas de su permanencia en la actualidad, y a este respectosugiere que la religin responde a la necesidad de concepciones idea-les ms grandiosas y ms bellas que las que vemos realizadas en la prosade la vida humana40. O como escribe tambin en la misma pgina: Entanto que la vida humana resulte insuficiente para satisfacer las aspira-ciones humanas, habr un anhelo de algo ms elevado, el cual encuentrasu satisfaccin ms obvia en la religin. En tanto que la vida en la Tierraest llena de sufrimientos, habr necesidad de consuelos. En este sentido,la religin no es seguramente algo que podamos esperar que desaparezca.

    Pertenece a un estrato demasiado profundo de la naturaleza humana. Perolo que podemos discutir es acerca del tipo de religin que mejor satisfacenuestras necesidades y contribuye a generar sentimientos elevados. Ha-blando con mayor claridad y concrecin: necesitamos viajar ms all delos lmites de este mundo para encontrar algo ms importante y excelen-te que nosotros mismos, y que nos proporcione sentimientos elevados?Un problema con las religiones sobrenaturales es que, segn Mill, soninteresadas. Promueven en el creyente la preocupacin por su propiasalvacin, le tientan a considerar la realizacin de sus deberes para conlos dems como un medio para la misma, y en este sentido refuerzanel elemento egosta de nuestra naturaleza. Esto, desde luego, no es unsentimiento elevado!

    Otro problema con las religiones sobrenaturales es que corrompende manera importante nuestras facultades intelectuales y morales. Millescribe a este respecto que la persona religiosa debe aprender a pensarque la parcialidad ciega, la crueldad atroz y la injusticia despreocupada

    de una deidad, deben poseer esa bondad independientemente del hecho de ser rdenes; yesa bondad que la razn puede reconocer cuando se le presenta en el contenido de talesrdenes, tambin podr entonces descubrirla por s misma. Vase J. S. Mill, Blakeys His-tory of Moral Science, en Collected Works, X, pp. 27-29.

    40. Utility of Religion, p. 419 [p. 113].

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    no son imperfecciones en un objeto de adoracin, puesto que todas estascosas abundan hasta el exceso en los fenmenos ms usuales de la Natu-

    raleza, Naturaleza que supuestamente esa Divinidad ha creado41

    . Estapersona religiosa tiene como su objeto de adoracin a un Ser que pudohacer un Infierno; y que pudo crear generaciones incontables de sereshumanos con el conocimiento previo y seguro de que los estaba creandopara ese destino Hay alguna atrocidad moral que no pudiera justificar-se en imitacin de una tal Deidad? Y es posible adorarla sin una espantosadistorsin del criterio del bien y del mal?42. En efecto, y continuando laargumentacin de Mill por nuestra cuenta, alguien podra preguntarque si Dios va a castigar a algunos hombres con unas penas tan terri-

    bles como interminables, no est justificado el que nosotros imitemosla crueldad de su conducta? Pongamos un ejemplo literario tomado deOld Mortality, la obra de Walter Scott que ya hemos citado en otrocontexto. Inspirado por la lectura de la Biblia, un personaje de la no-vela exclama: Quin habla de paz y de un salvoconducto? Quinhabla de perdn para la estirpe sanguinaria de los malignos? Yo digo:coged a los nios y estrelladlos contra las rocas; sacad a las hijas y alas madres de sus casas y arrojadlas desde las almenas de su confianza,

    para que los perros puedan engordar con su sangre, como hicieron conla de Jezabel, la esposa de Acab, y que sus cadveres sean como estircolen la superficie del campo, incluso en la porcin de sus padres43. Pen-sando en la inspiracin de procedencia divina, uno siempre puede creerque ha odo el siguiente mensaje: Matad, matad castigad, matadcompletamente. No dejis que vuestro ojo tenga piedad! Matad com-pletamente, a viejos y jvenes, a la doncella, al nio, a la mujer cuyos ca-bellos son grises. Profanad la casa y henchid de muertes los patios!44.

    Ciertamente, nuestra persona religiosa podra evitar completamenteo en parte esta corrupcin moral recurriendo a la idea de que los desig-nios de la Providencia son misteriosos, que los caminos de la Deidad noson los nuestros, y que, por lo tanto, no debemos imitar ni la crueldadde la Naturaleza (por mucho que sea sin duda un producto de la volun-tad de Dios y tenga su sentido en el plan divino) ni el comportamiento de

    41. VaseUtility of Religion, p. 423 [p. 118]. Aqu puede apreciarse muy bien la co-nexin entre este ensayo y el anterior.

    42. Utility of Religion, p. 424 [p. 119]. Pero uno puede preguntarse, no haba sos-tenido antes Mill que la mayor parte de las personas religiosas no creen en la condena-cin eterna? Vasesupra la nota 38.

    43. W. Scott, Old Mortality, cit., pp. 272-273. Los textos bblicos de referencia sonSalmos 137, 9 y 2 Reyes 9, 30-37.

    44. Old Mortality, cit., p. 274. La referencia es Ezequiel 9, 5-7.

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    Dios que la Revelacin nos transmite. Pero Mill no se deja impresionarpor esta respuesta. En cierta ocasin haba escrito: No llamar bueno

    a un ser que no sea lo que quiero decir cuando aplico ese epteto a miscongneres, y si tal criatura puede mandarme al infierno por no llamar-la as, al infierno ir45. Ahora, enLa utilidad de la religin, observarque cuando ese es el sentimiento del creyente (que no podemos aspirara comprender la forma de actuacin divina), la adoracin de la Deidaddeja de ser la adoracin de la perfeccin moral abstracta. Se convierteen inclinarse ante la imagen gigantesca de algo que no es adecuado quenosotros imitemos. Es exclusivamente la adoracin del poder46.

    Vistas las dificultades anteriores, Mill observar que la nica creen-

    cia en lo sobrenatural que puede tener un efecto moralmente ennoblece-dor sera afirmar la existencia de un Principio del Bien de carcter perso-nal que no es omnipotente, que como ya dijimos en su momento noha podido hacer todo lo que quiso, y que, por lo tanto, nos necesita comocolaboradores en la lucha por conseguir un mundo mejor47. El problemacon esta creencia es que la evidencia a su favor, si puede llamarse eviden-cia, es demasiado vaga e insustancial48. O como escribe Mill inmedia-tamente despus: Aparte de toda creencia dogmtica, existe para aque-

    45. An Examination of Sir William Hamiltons Philosophy, en Collected Works, IX,p. 103. En un mitin electoral que Mill iba a dar con motivo de su candidatura al Parlamen-to se encontr con la pregunta de si haba realmente escrito esas palabras. De pie, bajo lacolumna en Trafalgar Square, que est coronada por una estatua de Nelson, respondi in-mediatamente que s. La ancdota se encuentra recogida en N. Capaldi,John Stuart Mill.A Biography, Cambridge UP, Cambridge, 2004, p. 323. Mill habla de ese mitin en las p-ginas 208-209 de suAutobiography, pero solo menciona otra afirmacin suya (que la cla-se trabajadora era generalmente mentirosa) que se le pidi que confirmara. Tambin esinteresante mencionar en este contexto que al comienzo de su campaa electoral, Mill ha-

    ba anunciado que no respondera ninguna pregunta sobre sus opiniones religiosas. VaseAutobiography, p. 208. En la p. 284 de su biografa de Mill, Nicholas Capaldi ha notadoel paralelismo de las palabras de aquel con las de Milton: Aunque se me mande al infiernopor ello, un Dios tal (uno que lo tiene todo predestinado) nunca se har acreedor de mi res-peto. Un tema extremadamente interesante, pero que aqu solo podemos mencionar depasada, es preguntarnos si tal comportamiento de Mill (no aceptar denominar bueno aun ser que permite el mal, aunque ello signifique ir al infierno) no desborda los lmites delos criterios utilitarios de conducta.

    46. Utility of Religion, p. 424 [pp. 118-119].47. Recientemente, el filsofo italiano Gianni Vattimo ha hablado de esta tesis como

    una respuesta no, desde luego, lgicamente definitiva, pero s suficientemente convincente:Pienso [] en muchas posiciones que, sobre todo al considerar el Holocausto de los he-breos bajo el nazismo, han empezado a reflexionar sobre la posibilidad de pensar un Diosno omnipotente, sino en lucha, junto al hombre, por el triunfo del bien (Creer que se cree,trad. de C. Revilla, Paids, Barcelona, 2004, p. 80).

    48. Utility of Religion, p. 425 [p. 121].

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    llos que lo necesitan un amplio campo en la regin de la imaginacinque puede plantarse con posibilidades, con hiptesis que no puede saber-

    se que sean falsas; y cuando existe en las manifestaciones de la Naturalezaalgo que las favorece, como existe en este caso (porque cualquiera que seala fuerza que concedamos a las analogas de la Naturaleza con los efec-tos de la planificacin humana, no es discutible la observacin de Paleyde que lo que es bueno en la Naturaleza manifiesta esas analogas muchoms a menudo que lo que es malo), la contemplacin de esas posibilida-des es algo en lo que podemos legtimamente complacernos, y algo quees capaz, junto con otras influencias, de cumplir su parte en alimentar yanimar la tendencia de los sentimientos e impulsos hacia el bien49. Estoes todo lo lejos que Mill, siempre dispuesto a buscar lo mejor de las tesisde sus adversarios, est dispuesto a ir. Bien mirado, equivale a poco msque admitir que somos libres de profesar tal creencia (y, por supuesto,podra mantenerse al mismo tiempo que la Religin de la Humanidad), yque constituye una posibilidad que puede junto con otras influenciasconducirnos hacia el bien. Lo que el creyente no debiera olvidar es queest en el dominio de la imaginacin.

    Lo mismo pasa con la creencia en una vida tras la muerte. Es una po-

    sibilidad, pero no hay nada que la pruebe. Y aqu vamos a ver que pa-rece haber una prdida real. Es verdad que siempre podra argumentar-se como Mill lo haba hecho en su Diario, pues en el mismo escriba:La creencia en una vida despus de la muerte sin tener una idea proba-ble de lo que esa vida va a ser, no sera un consuelo, sino el mismsimo reyde los terrores. Un viaje a lo enteramente desconocido: ese pensamientoes suficiente para infundir alarma en el corazn ms firme. Quiz sea deotro modo en aquellos que creen que se hallarn bajo el cuidado de unProtector Omnipotente; pero viendo cmo el mundo ha sido hecho lanica obra de este supuesto Poder, mediante la cual podemos conocer-lo, una confianza as solo puede pertenecer a quienes son lo suficien-temente insensibles y ruines como para pensar que ese Poder Supremova a favorecerlos a ellos particularmente de un modo especial. Resul-ta bien, por tanto, que todas las apariencias y probabilidades parezcanfavorecer la cesacin de nuestra existencia cuando nuestro mecanismoterrestre deje de funcionar50. Pero aqu cabra argumentar que lo queprofesa el creyente es una esperanza, que de lo que debemos ocuparnos es

    de algo que el hombre religioso imagina: que la felicidad que no ha en-contrado aqu, en esta vida, se le va a proporcionar en el ms all. Mill

    49. Utility of Religion, p. 426 [pp. 121-122].50. Diario, pp. 47-48.

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    hace varias observaciones sobre esta problemtica. Por una parte, notaque quienes creen en la inmortalidad del alma abandonan esta vida con

    tanto disgusto como quienes no creen en una vida futura; y por otra, quequienes han obtenido la felicidad en su vida terrena pueden soportar sepa-rarse de la existencia (y cabe pensar que el progreso histrico ir aumen-tando el nmero de las personas verdaderamente felices). Otra formade insistir sobre el mismo punto es destacar que quienes se han familia-rizado con todo tipo de placeres aquellos a los que no les queda nadaque probar pueden fcilmente reconciliarse con la muerte. Incluso llegaa escribir lo siguiente (y estas son las palabras con las que concluye su en-sayo): Me parece no solo posible, sino probable, que en una condicinms elevada de la vida humana, y sobre todo ms feliz, no sea la aniquila-cin, sino la inmortalidad, la idea difcil de soportar; y que la naturalezahumana, aunque complacida con el presente, y de ninguna manera impa-ciente por abandonarlo, encuentre confort y no tristeza en el pensamientode que no est atada por toda la eternidad a una existencia conscienteque no puede estar segura de que desear siempre conservar51. Desdeluego, podramos admitir que hay algo mejor que la inmortalidad, la ca-pacidad de decidir cundo queremos extinguirnos, que cuando conclu-

    yramos que ya no queremos conservar nuestra existencia, esta acabara.Pero qu pasa con el hecho inescapable de la existencia de todas aquellaspersonas que murieron antes de tiempo, que no fueron felices []? Elmismo Mill ha reconocido en la pgina anterior a esa conclusin opti-mista con la que decide terminar su escrito que el escptico no tiene a sudisposicin un consuelo verdaderamente valioso: la esperanza de reunirsecon los seres queridos que le precedieron en la muerte52. Y tambin habaadmitido que es duro morir cuando no se ha disfrutado de la vida. Se-guramente hay aqu un elemento trgico de la condicin humana sobreel que Mill en estas pginas no quiere insistir mucho. Y digo, insistir,porque no solo, como acabamos de ver, s reconoce el problema; es queadems sabemos por lo que llevamos citado de suDiarioque l perso-nalmente lo experimentaba con un gran dolor53.

    51. Utility of Religion, p. 428 [p. 124].52. Sabemos que a un amigo afligido por una pena familiar Mill le coment que el

    nico valor permanente del cristianismo estaba en aliviar el sentimiento de separacin to-

    tal que es tan terrible en una pena importante. La ancdota nos la cuenta Alexander Bain.VaseMill and Religion, cit., p. 209.53. Que el problema se ha seguido planteando en el sigloXXcon gran dramatismo

    puede apreciarse, por ejemplo, en la siguiente cita del pensador francs Roger Garaudy:Cmo me sera posible hablar de un proyecto universal para la humanidad y del signi-ficado que debe asignarse a su historia cuando millones de seres humanos son excluidos

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    En todo caso, vistas las dificultades tericas y morales de las religionessobrenaturales (falta de pruebas, carcter moralmente cuestionable de al-

    gunos de sus principios) se comprende perfectamente que Mill apuestepor la Religin de la Humanidad como fuente de nuestra mejora indivi-dual. En la misma podemos encontrar un objeto ideal capaz de satisfa-cer nuestras aspiraciones ms elevadas, capaz de exigir su preeminenciasobre los objetos de nuestros deseos egostas. Mill no detalla mucho eneste ensayo el sentido y el contenido de esta Religin de la Humanidad,quiz porque poda confiar en que sus lectores conoceran bien de qu es-taba hablando. En todo caso, quien necesite ms detalles debiera acudir aotra importante obra suya,Auguste Comte and positivism. All Mill admi-ta que nueve de cada diez lectores, al menos en Gran Bretaa, pen-saran que no creer en Dios y hablar, sin embargo, de religin era algo almismo tiempo absurdo e impo; y que una gran proporcin de esa dci-ma parte restante volvera la espalda a todo lo que se autodenominarareligin. Vistas as las cosas, Mill no poda ser muy optimista sobre lapopularidad de proponer una Religin de la Humanidad; y, sin embar-go, tiene la valenta de afirmar que aunque es consciente de pertenecera una minora extremadamente pequea, se atreve a pensar que pue-

    de existir una religin sin la creencia en un Dios, y que una religin tal

    de su pasado, cuando tantos esclavos y soldados han vivido y han muerto sin que sus vi dasy sus muertes tuvieran sentido? Cmo podra reconciliarme con el pensamiento de quetambin en el futuro las personas sacrificarn sus vidas por este mundo nuevo si no estu-viera convencido de que todas ellas estn incluidas en esta nueva realidad y sobreviven detal forma que viven y resucitan en la misma? O mi ideal del socialismo futuro es una ideaabstracta que promete a los elegidos del futuro una victoria hecha posible por la aniquila-cin de las masas a lo largo de milenios, o las cosas ocurren de tal forma que toda mi ac-

    cin se basa en una creencia en la resurreccin de los muertos (cit. en D. McLellan,Mar-xism and Religion. A Description and Assessment of the Marxist Critique of Christianity,Macmillan, Londres, 1987, pp. 170-171). A continuacin de esta cita, David McLellanobserva que mientras que el marxismo se dirige a los vivos, a los victoriosos, el cristianis-mo se dirige de forma preferente a los derrotados, a los mutilados e, incluso, a los falle-cidos. El problema es real, pero habra que preguntarse: cmo puede basarse la accin,poltica o de cualquier otra clase, en una creencia (la resurreccin de los muertos) que ca-rece de toda evidencia a su favor?, no es posible que nos estemos limitando a complacer-nos en una ilusin? Mill prefera, por el contrario, la lucidez del que aspira a saber cmoes el mundo, por desagradable o insatisfactorio que nos resulte ese conocimiento. Po-

    demos tener derecho a la esperanza, por supuesto, pero hemos de reconocer que no estvalidada por prueba alguna. Por otra parte, tambin podra argumentarse que la creenciaen la inmortalidad nos quita un incentivo muy importante para mejorar la nica vida queestamos seguros de poseer: la terrenal. Por qu preocuparse de la misma si hay una eter-nidad que est esperndonos? Luego, ms que apoyar los intentos de transformacin so-cial, la creencia en la inmortalidad puede socavarlos.

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    puede ser, incluso para los cristianos, un objeto de contemplacin ins-tructivo y provechoso54.

    A fin de entender esta idea de que puede perfectamente existir unareligin sin la creencia en una divinidad lo que tenemos que preguntar-nos es