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Leída como tragedia, Alcestes termina con un simulacro de resu- rrección ; leída como comedia, Alcestes termina en un matrimo- nió mortal. "Nunca he comprendido la diferencia que la gente en- cuentra entre lo trágico y lo cómico", escribió Ionesco en su Expe- riencia del teatro. Lo "cómico" [... ] me parece a mí más irremediable que lo "trágico". Lo "cómico" no tiene ninguna escapatoria [.. . ] La develación es una alegoría de la verdad. " E l tiempo que de- vela la verdad" era, según el patrón antiguo, un tema frecuente en la escultura y la pintura del Renacimiento y el barroco, lo mismo que un adagio retórico; " . . . desenmascarar la falsedad y sacar la verdad a la luz", escribió Shakespeare en El rapto de Lucrecia (940). El levantamiento del velo es, en Alcestes, el momento de la verdad. Pero este gesto final es ambiguo. La Extraña se ha develado, pero Alcestes ha quedado velada. pañan son las mismas." (Cito a Rosenmayer, op. cit., p. 246.) E s extraño que la interpretación de Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, de la retornada Alcestes como la máscara de Dionisos, también la visualice como una figura de muerte: Imaginémonos a Admeto recordando en profunda meditación a su esposa Alcestes que acaba de fallecer, y consumiéndose totalmente en la contem- plación espiritual de la misma —cómo de repente conducen hacia él, cu- bierta por un veló, una figura femenina de formas semejantes a las de aquélla, de andar parecido: imaginémonos su súbita y trémula inquietud, su impetuoso comparar, su convicción instintiva— tendremos así algo aná- logo al sentimiento con que el espectador agitado por l a excitación dioni- siaca veía avanzar por el escenario al dios con cuyo sufrimiento ya se ha- bía identificado. Involuntariamente transfería la imagen entera del dios que vibraba mágicamente ante su alma a aquella figura enmascarada, y, por así decirlo, diluía la realidad de ésta en una realidad fantasmal. (Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Ed. Alianza Editorial, Madrid. 1973, p. 86.) no "¿Pero dónde está ahora el famoso Heracles?" I. Los rostros de Heracles En el libro x i de La Odisea, el primer viaje literario a la tierra de los muertos, el episodio más sorprendente es el encuentro entre Odi- seo y Heracles. Todos los muertos: mortales ordinarios como la ma- dre de Odiseo y héroes como Aquiles y Áyax, asesinos y sus vícti- mas, ladrones y amantes terrestres del mismo Zeus, todos eran som- bras y se encontraban en el Hades para siempre. Sólo Heracles se en- cuentra aparte, viviendo al mismo tiempo en la cima y en el fondo del gran cosmos griego, un inmortal en compañía de los dioses del Olimpo y un fantasma en el Hades. A l verlo, Odiseo no esconde su asombro: Vi después al fornido Heracles, o, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banque- tes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Hera, de las áureas sandalias {Odisea, xi, 681 ss.). 1 El único hombre que se ha vuelto inmortal es Heracles, pero su deificación era difícil de aceptar en los tiempos de Homero. Incluso si la extraña teología del Heracles dividido, tal como aparece en.¿a Odisea, es una interpolación posterior, resulta significativo que, pa- ra Homero, la vida terrenal de Heracles terminase en desolación. El infierno homérico es similar, en un aspecto, a todos los infiernos posteriores: el tiempo no existe o es un solo tiempo: el pluscuam- perfecto. Para los vivos, los muertos están quietos e inmóviles, como una impresión en la concha calcificada de un insecto antediluviano. Pero para los muertos en el Hades de Homero, todo su pasado es su presente; viven en stasis, simultáneamente dentro y fuera de sí 1 Las citas de La Odisea y La Ilíada son de las traducciones de Luis Segalá y Estalella, si no se indica otra cosa. 111

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Page 1: Traquinias, en El manjar de los dioses. Jan Kott.pdf

Leída como tragedia, Alcestes termina con un simulacro de resu­rrección ; leída como comedia, Alcestes termina en un matrimo­nió mortal. "Nunca he comprendido la diferencia que la gente en­cuentra entre lo trágico y lo cómico", escribió Ionesco en su Expe­riencia del teatro.

Lo "cómico" [ . . . ] me parece a mí más irremediable que lo "trágico". Lo "cómico" no tiene ninguna escapatoria [.. . ]

La develación es una alegoría de la verdad. " E l tiempo que de­vela la verdad" era, según el patrón antiguo, un tema frecuente en la escultura y la pintura del Renacimiento y el barroco, lo mismo que un adagio retórico; " . . . desenmascarar la falsedad y sacar la verdad a la luz", escribió Shakespeare en El rapto de Lucrecia (940). El levantamiento del velo es, en Alcestes, el momento de la verdad. Pero este gesto final es ambiguo. La Extraña se ha develado, pero Alcestes ha quedado velada.

pañan son las m i s m a s . " ( C i t o a Rosenmayer , op. cit . , p. 246.) E s extraño que l a interpretación de Nietzsche , en El nacimiento de la tragedia, de l a retornada Alcestes como l a máscara de Dionisos , también l a visual ice como u n a f igura de m u e r t e :

Imaginémonos a Admeto recordando en profunda meditación a s u esposa Alcestes que acaba de fa l lecer , y consumiéndose totalmente en l a contem­plación espir i tual de l a m i s m a —cómo de repente conducen h a c i a él, c u ­bierta por u n veló, u n a f i g u r a femenina de formas semejantes a las de aquélla, de andar p a r e c i d o : imaginémonos s u súbita y trémula inquietud, su impetuoso comparar , s u convicción i n s t i n t i v a — tendremos así algo aná­logo a l sentimiento con que el espectador agitado por l a excitación dioni-s i a c a veía avanzar por el escenario a l dios con cuyo sufrimiento ya se ha­bía identif icado. Involuntar iamente transfería l a imagen entera del dios que v i b r a b a mágicamente ante su a l m a a aquel la f igura enmascarada , y, por así decirlo, diluía l a r e a l i d a d de ésta en u n a r e a l i d a d fantasmal .

(Traducción de Andrés Sánchez P a s c u a l . E d . A l i a n z a E d i t o r i a l , M a d r i d . 1973, p. 86 . )

no

"¿Pero dónde está ahora el famoso Heracles?"

I . Los rostros de Heracles

En el libro x i de La Odisea, el primer viaje literario a la tierra de los muertos, el episodio más sorprendente es el encuentro entre Odi-seo y Heracles. Todos los muertos: mortales ordinarios como la ma­dre de Odiseo y héroes como Aquiles y Áyax, asesinos y sus vícti­mas, ladrones y amantes terrestres del mismo Zeus, todos eran som­bras y se encontraban en el Hades para siempre. Sólo Heracles se en­cuentra aparte, viviendo al mismo tiempo en la cima y en el fondo del gran cosmos griego, un inmortal en compañía de los dioses del Olimpo y un fantasma en el Hades. A l verlo, Odiseo no esconde su asombro:

V i después al fornido Heracles, o, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banque­tes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Hera, de las áureas sandalias {Odisea, x i , 681 ss.).1

El único hombre que se ha vuelto inmortal es Heracles, pero su deificación era difícil de aceptar en los tiempos de Homero. Incluso si la extraña teología del Heracles dividido, tal como aparece en.¿a Odisea, es una interpolación posterior, resulta significativo que, pa­ra Homero, la vida terrenal de Heracles terminase en desolación. El infierno homérico es similar, en un aspecto, a todos los infiernos posteriores: el tiempo no existe o es un solo tiempo: el pluscuam­perfecto. Para los vivos, los muertos están quietos e inmóviles, como una impresión en la concha calcificada de un insecto antediluviano. Pero para los muertos en el Hades de Homero, todo su pasado es su presente; viven en stasis, simultáneamente dentro y fuera de sí

1 L a s citas de La Odisea y La Ilíada son de las traducciones de L u i s Segalá y E s t a l e l l a , s i no se i n d i c a otra cosa.

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mismos: pueden observar sus propias vidas. En el pasado congelado del Hades, todos los honores y glorias terrenales son vanos. Aquiles, confortado por Odiseo con la noción de que toda Grecia lo venera como a un dios, replica:

No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo; preferi­ría ser labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera pocos recursos para mantenerse, a reinar sobre todos los muer­tos {Odisea, x i , 487 ss.) . 2

En el Hades de Homero los muertos han conservado sus cuerpos, los instrumentos que utilizaban, los vestidos y armaduras que por­taban. Como figuras de un museo de cera, son réplicas de sí mismos. En este cementerio homérico de héroes, Heracles es una imagen del poder inútil y desperdiciado. Deambula por el Hades como un loco en un asilo, agobiado por una pasión de cometer crímenes. Lleva su arco, tensando la cuerda, buscando a alguien a quien matar. Pero es imposible matar a los muertos.

En contorno suyo dejábase oír la gritería de los muertos —cual s i fueran aves— que huían espantados a todas partes; y Heracles, semejante a la tenebrosa noche, llevaba desnudo el arco, con la flecha sobre la cuerda, y volvía los ojos atrozmente, como si fuese a disparar (ibid., 605 ss.).

En el breve encuentro con Odiseo, Heracles recuerda el más di­fícil de sus trabajos, la expulsión de Cerbero fuera del Hades. Pero ahora tanto el can como su vencedor están para siempre en el Hades. La palabra griega panos tiene dos significados: "trabajo" y "do­lor". 8 El descenso a los infiernos en vida, si uno ha de morir des­pués, es un dolor inútil:

[estuve] sometido a un hombre muy inferior que me ordenaba penosos trabajos. Una vez me envió aquí para que sacara el can, figurándose que ningún otro trabajo sería más difícil; y yo me lo llevé y lo saqué del Hades, guiado por Hermes y por Palas Atenea, la de los claros ojos (ibid., 621 s s . ) .

3 D e l a traducción de R i c h m o n d L a t t i m o r e . Segalá: " N o intentes consolar­me de l a muerte , esclarecido O d i s e o : preferiría ser labrador y servir a otro, a u n hombre indigente que tuviera pocos recursos p a r a mantenerse, a re inar sobre todos los muertos . "

8 Véase B e r n a r d M . W . K n o x , The Heroic Temper: Studies in Sophoclean Tragedy, ed. c it . , p. 140.

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Los momentos de fracaso de Heracles le interesan a Homero: "abrumado por los trabajos que Euristeo le impusiera" {llíada, v i l i , 363).* Heracles, a las puertas del infierno, grita lo más fuerte que puede, y Zeus debe enviar apresuradamente a Atenea para que le ayude. Zeus manda ayuda a Heracles por segunda vez en la Isla de Kos. El divino Heracles es una "agonía infinita" para Zeus (ibid., XV, 24). Los designios divinos se ven frustrados; Zeus fue engañado y debe contentarse con presenciar cómo su amado hijo, en vez de gobernar "sobre los argivos", completa "los penosos trabajos que Euristeo le impusiera" {llíada, xrx, 133).

Para Homero, Heracles es un héroe fracasado; su poder era o> demasiado poco o excesivo: " E l arco de ese osado, sus brutales peleas, / eran de los Olímpicos enojo y confusión [ . . . ] " {llíada, v, 408, a . , traducción de Reyes). Homero encontró a este siniestro Heracles,, héroe del "trabajo sucio",* destruyendo todo lo que le rodeaba y destruido por su propia fuerza, una trágica figura. No es por acci­dente que Aquiles se refiere al ejemplo de Heracles en el momento-de su última elección, cuando Tetis trata de disuadirlo de regresar a*, la guerra de Troya y predice que la gloria tendrá por precio la muerte:

. . .sufriré la muerte cuando lo dispongan Zeus y los demás dio­ses inmortales. Pues ni el fornido Heracles pudo librarse de ella, con ser carísimo al soberano Cronida, sino que el hado y la có­lera funesta de Hera le hicieron sucumbir (ibid., xm, 115 ss.).

Heracles, el más fuerte de los hombres, también tenía que morir.

4 Traducción de Alfonso R e y e s , La ¡liada de Homero, p r i m e r a parte , ed . cit .

5 " L o s canales , túneles o conductos subterráneos naturales solían ser des­critos como obra de H e r a c l e s " , escribió Robert G r a v e s , The Greek Myths, ed. c it . , vol . n , p. 124. Y e n l a Subasta de vidas de L u c i a n o , tiene l u g a r e l s i ­guiente diálogo entre el comprador y Diógenes durante l a venta de filosofía que h a c e n Z e u s y H e r m e s :

COMPRADOR: ¿Qué secta s igues? DIÓGENES: Imito a H e r a c l e s . COMPRADOR: E n t o n c e s ¿cómo es que no tomas l a pie l de león? ¡ E n lo to ­cante a l a c lava , cierto y a te pareces a él ! DIÓGENES: E n vez de l a p i e l de león tengo este manto gastado. P e r o , como él, muevo guerra contra l a voluptuosidad. Y no por mandatos , como él, sino espontáneamente. P o r q u e m e he determinado a pur i f icar l a v i d a de los hombres.

( L u c i a n o , Novelas cortas y cuentos dialogados, traducción de R a f a e l Ramí­rez T o r r e s , ed . c it . , vol . I , p. 261.)

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Heracles era el hijo amado de dios, y esto no lo salvó de la des­trucción: "hube de padecer males sin cuento", dice a Odiseo en el Hades (Odisea, x i , 620).

En la Teogonia de Hesiodo, Heracles limpia la tierra de mons­truos. La enumeración es monótona: mató al gigante de tres cabe­zas Gerión (289), mató a la Hidra de Lerna "con la espada des­piadada" (317), y mató al águila "de largas alas", que devoraba el "hígado inmortal" de Prometeo (523). La Teogonia termina, no obstante, con una apoteosis universal, la concordia del cielo y de la tierra, y con una larga lista de uniones carnales de los dioses y las diosas con sus amantes terrenales. Los hijos de Zeus suben al Olim­po y también Heracles es deificado: "Feliz él, porque ha terminado

-su gran obra y vive entre los inmortales dioses, sin que nadie le moleste y sin que envejezca nunca" {Teogonia, 953 ss.). Pero la imagen de Heracles está llena de contradicciones: en los Catálogos aparece nuevamente como asesino: "mató a los más nobles hijos del valiente Neleo, que eran once". Su vida acaba en el desastre: "ella [Deyanira] hizo algo espantoso [ . . . ] la túnica envenenada que detuvo la destrucción [ . . . ] . e Aquí, el manuscrito recuperado ter­mina abruptamente.

La dramática oposición entre destrucción y apoteosis, entre la vida, en que predominan el sufrimiento y la atrocidad, y la eterna felicidad en el cielo, es muy evidente en el canto homérico A Hera­cles el de corazón de león:

Cantaré acerca de Heracles, el hijo de Zeus y con mucho el más poderoso de los hombres de la tierra. Alcmena lo parió en Tebas, la ciudad de las danzas encantadoras, cuando el hijo de Cronos, envuelto en una nube oscura, yació con ella. En un tiempo solía vagar por partes inmesurables de tierra y mar a petición del rey Euristeo, y él mismo cumplió muchos actos de violencia y soportó otros muchos, pero ahora vive felizmente en la gloriosa casa del nevado Olimpo y tiene a Hebe, la de los tobillos ligeros, por esposa.

¡Loa, señor hijo de Zeus! Concédeme el éxito y la prosperidad.

El mito de Heracles quedó disperso hasta el final del periodo clá­sico y nunca fue reunido en un todo completo. A fines de la Edad Media y durante el Renacimiento se redescubrieron los diversos ros-

1 8 L a s citas de l a Teogonia son de l a traducción de R o q u e V i c e n t e Caputo . E d . C E C L A , Buenos A i r e s , 1968. L a s citas de los Fragmentos de Hesiodo y los Himnos homéricos en traducción de R a f a e l Ramírez T o r r e s , Épica helénica post-homérica, ed. cit .

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tros de Heracles. Mi l años después, el Hércules de los relieves romanos, vencedor

de un jabalí salvaje o de una hidra, se convirtió en modelo para las imágenes de San Miguel o de San Jorge matando al dragón.7

Heracles el salvador, que limpia la tierra de amenazantes monstruos del mundo subterráneo durante los primeros días de la creación, tiene una notable semejanza con los arcángeles que atacan las puer­tas del infierno. Los mitos sobre Heracles se incorporaron muy pron­to a la historia bíblica: el Heracles alegórico representaba a David y a Sansón. Hacia fines del Renacimiento, cuando bajo la influen­cia del neoplatonismo griego los mitos fueron investidos de simbo­lismo cristiano, Heracles, que fue hasta el Hades y regresó vivo de ahí, se convirtió en una figura de Cristo. Incluso a Cristo se le ha llamado "el Hércules cristiano". En pintura, Hércules aparecía igual a Cristóbal, el gigante que cargó al niño Cristo a través de las aguas. También filosóficamente se le cristianizó. Entre los neoplatonistas del círculo de Marsileo Ficino y Pico della Mirándola, él era la personificación de la virtud heroica, el poder del espíritu que con- , quista la bestialidad de la naturaleza, somete las pasiones y renuncia £V i s l O al placer. Hasta el mazo de Hércules se convirtió en emblema de la ^\.¿Ytt>b razón y la moderación, como en la Iconología de César Ripa (1593jf,8

estaba, después de todo, hecho de madera de olivo. En la república de Florencia, Hércules no vencía nada más a los

monstruos, sino también a los tiranos, y después del Renacimiento, los primeros románticos adoptaron esta visión de Hércules. El héroe que abatió al águila que devoraba el hígado de Prometeo se volvía él mismo prometeico. Adam Mickiewicz, en su Oda a la juventud (1820), escrita en la vena de Schiller, escribió:

Como el infante que en su cuna cortó la cabeza de la hidra, este joven estrangulará centauros,

7 E r w i n Panofsky , Studies in Iconology: Humanistic Themes in the Art of the Renaissance. ed. c i t . : " [ . . . ] mientras que el relieve romano representa a Hércules l levando a l jabalí de E r i m a n t o a l rey E u r i s t e o , e l maestro medieval , sustituyendo l a p ie l de león por tapices ondeantes, e l temeroso r e y por u n dragón, y e l jabalí por u n ciervo, transformó l a historia mitológica e n u n a alegoría de l a salvación" (p . 1 9 ) . " [ . . . ] e l tipo de Hércules sacando a rastras a Cerbero del H a d e s se utilizó p a r a pintar a Cristo salvando a Adán del L i m b o " ( i b i d . ) Véase también E . Panofsky , Hercules am Scheidewege, muí andere antike Bildstoffe in der neuren Kunst, L e i p z i g , 1930, así como J e a n Seznec, The Survival of the Pagan Gods: The Mythological Tradition and its Place in Renaissance Humanism and Art. E d . H a r p e r , N u e v a Y o r k , 1961, pp . 30„ 118, 155, 211.

* E u g e n e M . W a i t h , The Herculean Hero in Marlowe, Chapman, Shake­speare and Dryden. C o l u m b i a Univers i ty P r e s s , N u e v a Y o r k , 1962, pp. 40 ss.

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arrancará a las víctimas del infierno, irá al cielo por laureles*

El Hércules romántico no dirige al carcelero sino a los presos, y los lleva fuera del infierno para tomar el cielo por asalto. Pero, in­cluso en la tradición posclásica, el oscuro Hércules, al mismo tiempo verdugo y víctima, nunca fue olvidado. Este héroe de poder des­tructor era el Hércules furens. Hipócrates, que en De morbis mu-lierum fue el primero en describir en detalle los síntomas precisos de la epilepsia, la llamó "el mal de Hércules". El término apareció después en los diccionarios y enciclopedias renacentistas y se volvió proverbial:

¿Por qué todos los hombres que destacan en filosofía, en la poe­sía o las artes son melancólicos, y algunos a tal punto que quedan infectados por las enfermedades que produce la bilis negra, como lo relata la historia de Heracles entre los héroes? Pues Heracles parece haber tenido este carácter y por ello los antiguos llamaron al mal de la epilepsia el "mal sagrado" en su honor.1 0

En la Edad Media, la epilepsia era considerada lo mismo un es­tigma que un don profético. Era un signo de aquellos escogidos por el diablo o por Dios. Durante el Renacimiento, cuando el significado de la "locura bendita" se aproximaba más a los neoplatonistas, fue­ron los síntomas físicos de la epilepsia los que despertaron el mayor interés. Uno de los cuatro estados era el de la melancolía. El "me­lancólico extático", en quien quemaba la bilis negra, se convirtió en el héroe de la tragedia isabelina de la venganza. Este vengador negro a menudo se comparaba a sí mismo con Hércules.11

En el sincretismo magnífico de Shakespeare, todos los rostros de

9 Oda a la juventud en l a traducción de E . J . C z e r w i n s k i . 1 0 Problemata (autor anónimo), atribuido a Aristóteles en tiempos del R e ­

n a c i m i e n t o ; citado de Rof f Soel lner , The Madness of Hercules and the Eliza-bethans. Comparat ive L i t e r a t u r e x , 1958, p. 312.

1 1 E n Orlando Furioso (1594) de Robert Greene , el héroe retorna a escena sacudiendo como u n a c l a v a l a p i e r n a que ha arrancado a su víctima. I m a ­gina ser Hércules. Ci tando de Soel lner , p. 317 :

V i l l a i n e , prouide me straight a L i o n ' s s k i n T h o u seest I now a m mightie H e r c u l e s L o o k wheres my massie c lub upon m y necke .

( I I , i )

[ V i l l a n o , proporcióname en el acto u n a p ie l de león / V e s que ahora soy e l poderoso Hércules / M i r a donde traigo m i pesada c l a v a sobre e l cuel lo . ]

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Hércules estaban representados. Cuando Quince, en el Sueño de una noche de verano, reúne a su grupo de rústicos y empieza a asig­narles funciones, Bottom lo que más desea es desempeñar el papel de tirano cómico que aplasta y destruye todo lo que le rodea: " [ . . . ] y sin embargo mi preferencia es por un tirano. Podría actuar cu­riosamente como Ereles, o un papel para descoyuntar a un gato, y descuartizarlo todo" ( i , i , 22 ss.). 1 2 En El mercader de Venecia, Porcia compara a Bassanio, que debe escoger la gorra adecuada para conseguir su mano, con Hércules el salvador, que libera a las víc­timas inocentes del poder de los monstruos:

Ahora va, con no menos presencia pero con mucho más amor que el joven Alcides cuando redimió el tributo virginal pagado por la gimiente Troya al monstruo marino. Yo estoy por el sacrificio; el resto libre son las esposas de los dárdanos, con rostros asombrados se acercan a ver el tamaño de la hazaña. ¡Ve, Hércules! Vive tú, yo vivo.

( m , i i , 52 ss.)

El Antonio de Shakespeare, con una piel de león sobre la arma­dura, se consideraba un descendiente de Hércules al cual igualaba en valor y en fuerza. La noche anterior a la batalla que acabó con su derrota, los soldados lo ven como si fuese Hércules caminando por el campo:

¡Paz, digo! T E R C E R SOLDADO:

¿Qué quiere decir esto?

1 2 Bottom acaso recuerda , de leer a P l a u t o en l a escuela elemental , cómo en Las Báquides e l joven Pistoclero amenaza a s u tutor, diciendo que lo m a ­tará s in n i n g u n a ceremonia .

L I D O : ¿Se atreve u n alumno a amenazar a su propio maestro? P I S T O C L E R O : V o y a actuar como Hércules. Tú serás m i L i n o .

( D e l a traducción de E r i c h Segal , Román Laughter: The Comedy of Plautus. H a r v a r d Univers i ty P r e s s , C a m b r i d g e Mass . , 1968, p. 20.) L o s héroes de Plauto j u r a n m u y a menudo por Hércules, en especial cuando alguien pierde de pronto l a razón: " [ . . . ] pues, por Hércules, que no debes estar en tus c a ­bales [ . . . ] " Los Meneemos [3131. Teatro Latino: Plauto y Terencio. E D A F , M a d r i d , 1967, p. 316. Bottom recuerda aquí s i n duda, de sus días de escuela , que el juramento latino " p o r Hércules" suena como " H e r c l e " , de ahí su " E r e l e s " .

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SEGUNDO SOLDADO: Es el dios Hércules, a quien Antonio amaba, que ahora lo deja.

(Antonio y Cleopalra, i v , i i i , 14 ss . )

Antonio encontró su propia imagen en Hércules el conquistador. Pero en el momento del desaliento, cuando Cleopatra lo abandona y está muy cerca la derrota, se compara con otro Hércules, tal vez la más notable de todas las imágenes de Hércules en Shakespeare. Hércules se vuelve ahora un ejemplo de autodestrucción que al mis­mo tiempo destruye al mundo, o por lo menos todo aquello que se puede destruir. Antonio desea terminar como el Hércules furens:

La camisa de Neso está encima de mí; muéstrame, Alcides, ancestro mío, tu rabia; déjame colgar a Licas de los cuernos de la luna y con esas manos que tomaron el mazo más pesado abatir lo mejor de mí.

( i b i d . , x i i , 43 ss . )

Thomas Haywood, un contemporáneo de Shakespeare, trazó la ge­nealogía de Julio César a partir de Hércules. Teseo imitó a Hércu­les, Aquiles a Teseo, Alejandro a Aquiles, Julio César a Alejandro:

, Ver, como yo he visto, a Hércules bajo su propia imagen cazando al jabalí, tumbando al toro, domando al ciervo, peleando con Hi ­dra, asesinando a Gerión, destrozando a Diómeda, hiriendo a las stimphalides, matando a los centauros, descuartizando al león, aplastando al dragón, arrastrando a Cerbero en cadenas, y por fin, en sus altas Pirámides escribiendo retí ultra, ¡oh!, estas eran visiones como para hacer un Alejandro™

Pero hasta este modelo hercúleo tenía dos signos opuestos: de gran­deza y de debilidad. El Julio César de Shakespeare, que momentos antes de su asesinato se comparaba con el impasible Olimpo y la estrella polar, sufrió de la "enfermedad que hace caer", es decir, era Hercuianus morbus.

El Renacimiento redescubrió a este Hércules en Séneca. En am­bas tragedias de Séneca, Furens y Oetaeus, Hércules es por encima de todo un tirano cuyas fechorías, poses y retórica parecen despertar el interés particular del dramaturgo. Los ataques asesinos de locura

1 8 T h o m a s Heywood en Apology jor Actors, escrita supuestamente alrededor de 1607-8, publ icada en 1612; c i t a de W a i t h , op cit . , p. 53.

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son descritos con un profundo conocimiento, como si Séneca cono­ciese el modelo merced a una autopsia. En Furens, a Hércules le dan vueltas los ojos y baila como un histérico; en Oetaeus "con espantosos gritos llenó el aire" (797). 1 1 4 A los ojos de Deyanira, Hércules es un violador cuyo apetito amoroso no tiene medida ni conoce límites: "su afán es siempre el amor, el lecho de la don­cella". Hércules se jacta de que ha liberado a la raza humana del temor, pero él deja semillas de miedo a su alrededor. El asesino de su propia esposa y de sus hijos culpa a los dioses de sus críme­nes. Deyanira se hace pocas ilusiones: "¡tal es su cruel método para el divorcio, pero no puede señalársele como culpable!, ¡pues él hace creer al mundo que Juno es la causa de sus crímenes!" (432 ss.).

Octavia, una de las obras más curiosas de la antigüedad y la primera tragedia histórica, es a veces sorprendentemente parecida a las historias de Shakespeare. Séneca y Nerón son los principales personajes. El filósofo, tutor de Nerón, le advierte de la ira divina que provocaría si asesinase a los senadores que se oponen a su nuevo matrimonio. La respuesta de Nerón es simple:

N E U Ó N :

Yo, que hago dioses, sería un loco de temerlos. SÉNECA:

Cuanto mayor sea tu poder, mayor debiera ser tu temor. N E R Ó N :

Yo, gracias a la Fortuna, puedo hacer lo que quiera. (450 s . ) 5 5

Atribuida durante mucho tiempo a Séneca, Octavia fue obvia­mente escrita después de que murieron los dos personajes del dra­ma. Lo que resulta más interesante es la notable semejanza de Ne­rón en esta obra con el Hércules mitológico de Séneca. En el pró­logo al Oetaeus, Hércules, que no ha encontrado a nadie que le iguale en la tierra, pide a Júpiter una de las constelaciones: "¿Por qué, oh padre, por qué me niegas las estrellas? [ . . . ] Toda mons­truosa forma surgida de la tierra o el mar o el aire o el mismo in­fierno se ha rendido en mis brazos" (12 ss.). Este Hércules, como los Césares romanos, está dispuesto a deificarse y a forzar su en­trada en el Olimpo: "Considérame un cielo tormentoso gigantesco.

1 4 Séneca, Tragedies, 2 vols. , traducción de F r a n k J u s l u s M i l l e r . H a r v a r d Univers i ty Press , C a m b r i d g e , M a s s . , 1917, 1968.

1 5 Séneca, Four Tragedies and Octavia, traducción de E . F . W a t l i n g . E d . P e n g u i n Books , Bal t imore , 1966.

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Sí, en verdad podría haber tomado por asalto al mismo cielo" (1303).

Casi todos los estudiosos señalan que en Séneca la retórica rem­plazó a la acción trágica. Pero llamarse dios a sí mismo es siempre un acto retórico, de una retórica bastante aterradora, pero de todas formas tradicional. Cuando Filipo hizo la guerra a los persas, Isó-crates le escribió: "Cuando obligues a los bárbaros a seguir a Gre­cia [ . . . ] y exijas al rey de reyes que cumpla tus órdenes, nada más quedará que convertirte en dios." Entre los griegos el primero en convertirse en dios fue Alejandro, hijo de Filipo. La resistencia a la deificación de un soberano en el mundo helénico puede verse mejor en Plutarco, que cita a la respuesta del oráculo cuando Ale­jandro buscó a la pitonisa para alcanzar la máxima consagración: "si Alejandro quiere ser un dios, responde el oráculo, dejadlo ser un dios". Alejandro se convirtió así en un dios por petición propia. En Roma, el primer Augusto fue incluido entre los dioses por reso­lución del senado. Deus nobis haec etia fecit, escribió Virgilio {Égloga, i , 6 ) ; Augusto, que logró establecer la paz, fue así dei­ficado.1 6 La canonización de Augusto vino después de su muerte. Pero otros Césares después de él exigieron su deificación en vida. Domiciano pidió que se le llamase Dominus ac Deus noster: "Señor y Dios Nuestro."

La retórica del Hércules de Séneca es la retórica de los Césares; el Nerón histórico no sólo se identificó con los dioses y los semi-dioses, sino que incluso los representó en el teatro. "Y de hecho apareció en tragedias operáticas", escribe Suetonio,

desempeñando papeles de héroes y dioses, a veces hasta de heroí­nas y diosas, llevando máscaras modeladas con sus propias fac­ciones o con las de cualquier mujer que en el momento fuese su amante en turno. Entre sus representaciones estaban Conoce en el nacimiento, Orestes el matricida, Edipo ciego y Hércules des­esperado.

Aparentemente el papel favorito de Nerón era el de Hércules, puesto que Suetonio se refiere a él otra vez:

debido a su canto y al manejo de carros, tenía un león tan bien entrenado que podía sin riesgo alguno enfrentarse a él desnudo en el anfiteatro lleno de gente y luego matarlo con su maza o

l * A . J . Festugiére, De Pessence de la tragedle grecque. E d . A u b i e r - M o n -taigne, París, 1969, p. 90.

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bien estrangularlo.1

Hércules Oetaeus, por el contrario de las obras de Sófocles, ter­mina en una apoteosis. Lo mismo que en La Odisea, Hércules se ^di­vide después de su muerte. Pero las oposiciones son bastante dis­tintas. En el epílogo, su madre aparece apretando contra el pecho una urna que contiene las cenizas del héroe. Su epitafio para el hijo lo repetirá, casi literalmente, Shakespeare:

¡Que poco espacio ocupan las cenizas de Alcides! ¡A este pequeño ámbito llegan los restos de este gigante! Oh sol ardiente, cuan grande hombre se ha convertido en nada.

(1777 s.)

En ese momento la voz de Hércules responde desde el cielo o, si la tragedia se representa, su sombra aparece in machina: " la parte mortal de mí mismo, la parte que tú salvaste, fue consumida por las llamas avasalladoras; tu parte al fuego, la parte de mi padre ha sido destinada al cielo" (1966) ss.). Alcmena, que dio vida al hijo de Júpiter, es la prefiguración de la Pietá, la madre del hijo que ascendió al cielo. Las imágenes y la poética son como un misterio cristiano: las cenizas permanecen en la tierra y el alma inmortal regresa al padre, pero la verdadera oposición sigue siendo estoica: el vacío y la fama.

Pero cuando se han consumido los días de la vida, y llega la hora final, a ellos un sendero hasta los dioses les extiende la gloria.

(1487 ss , )

La epifanía de Hércules es profana. Alcmena actúa como la ma­dre de César: "¿qué sepulcro, oh hijo, qué tumba es bastante gran­de para ti? Ninguna más que el mundo mismo [ . . . ] " (1826).

La división postuma de Heracles en La Odisea no podía, por su­puesto, escapar a la burla de Luciano. Diógenes, en los Diálogos de los muertos, se sorprendió bastante al encontrar a Heracles en el Hades: "¡Por el arco, la clava, la piel de león, la estatura, es Hera­cles! Mas ¿cómo ha podido morir, siendo hijo de Zeus? Dime, ¡oh

1 7 Nerón, 20 y 5 3 ; Suetonio, The Twelve Caesars, traducción de Robert Graves . E d . P e n g u i n Books , Bal t imore , 1957, 1965, pp. 219 y 240.

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excelente triunfador! ¿eres muerto? ¡Porque yo allá en la tierra te ofrecía sacrificios como a un dios!" 1 8

• En vano intenta Heraclgs, convencer a Diógenes de que no es sino una sombra y que el verdadero Heracles goza de eterna felicidad en el Olimpo. El implacable Diógenes opina que el reverso puede ser igualmente verdadero: "¡Cuídate! no sea que resulte lo con­trario: que tú seas el Heracles verdadero en tanto que tu simulacro sea quien ha desposado a Hebe en el cielo!" A fin de cuentas, el Heracles de Luciano se vio dividido en tres después de su muerte:

D I Ó G E N E S : El hecho es que no eres sino un simulacro incorpóreo. De ma­nera que ahora ¡hay el peligro de que fabriques tres Heracles!

H E R A C L E S :

¿Cómo tres?

DIÓGENES :

¡Poco más o menos de este modo! Uno que ya está en el cielo; otro que eres tú, el simulacro, y estás con nosotros, y luego el cuerpo resuelto ya en cenizas. Indaga, por consiguiente, ¡a ver qué encuentras para el cuerpo! En el frío patetismo de la tragedia senequiana y el burlón caba­

ret intelectual de Luciano, el mito de Heracles se parte finalmente por entero. Quedan dos mitades disímbolas; dos Heracles diferentes en vez de un solo Heracles con dos caras. El mito se hallaba divi­dido desde un principio, pero su aspecto más notable es la división misma, el plexo de contrastes: una agonía en sus trabajos y un fracaso en su victoria. Tiene dos padres, dios y hombre; es lumi­noso y oscuro; tirano y esclavo; filicida y redentor, el más exaltado y el más degradado de todos los héroes.

En la especulación mística de los gnósticos, donde la tradición griega se mezcla con la judía, la oriental y la cristiana temprana, se mencionan tres grandes profetas: Moisés, Hércules y Jesús. Pero Hércules es un profeta incompleto que frustra el plan de Dios. Mata a los ángeles rebeldes, pero a la larga él mismo es derrotado porque cambia su manto con la mujer-serpiente. Los monstruos empollados en la unión de Gea y Urano se transformaron en los ángeles rebel­des. Onfalia vino a ser la serpiente bíblica. Pero incluso el Hércules

1 8 Diálogos de los muertos, x v i , en L u c i a n o , Novelas cortas y cuentos dia­logados, ed . c it . , vol . i , p. 194.

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cabalístico es un héroe de la derrota.1 8 Con el cosmos desgarrado desde arriba y desde abajo, Hércules fue enviado a reparar el pri ­mer Génesis, mas no logró cumplir su misión. Los monstruos resul­taron más fuertes, y la mediación no se produjo.

En la imagen mística de Heracles se repiten todos los signos ar-quetípicos del mediador entre cielo e infierno. Heracles es el hijo del Dios Padre y de una mortal; desciende a los infiernos y des­pués de morir asciende al cielo. "El héroe trágico", escribe Nor­throp Frye,

suele hallarse en la cima de la rueda de la fortuna, a medio ca­mino entre la sociedad humana sobre la tierra y aquello más gran­de que ocupa el cielo. Prometeo, Adán y Cristo están colgados entre el cielo y la tierra, entre un mundo de libertad paradisiaca y un mundo de servidumbre. Los héroes trágicos son a tal grado el punto más alto en el paisaje humano, que parecen los conduc­tores inevitables de la fuerza en torno suyo, grandes árboles más vulnerables al relámpago que la hierba. 2 0

Frye no menciona a Heracles, quizá porque en el teatro griego era ante todo el héroe favorito de las sátiras y~comedias. El Heracles dórico era toscó^ pero en las leyendas de Tesalia aparece como un héroe popular. Para seducir a Alcmena, la madre de Heracles, Zeus adopta la forma de su marido, Anfitrión, a quien con ese propósito ha mandado a la guerra. Para disfrutar de la mujer en el lecho, perturba todo el orden de la naturaleza, deteniendo el sol y tripl i ­cando la duración de la noche. Todos los personajes de esta historia son objeto de escarnio: Zeus, Anfitrión e incluso la fiel y piadosa Alcmena; y de Plauto a Giraudoux 2 1 Ja concepción de Heracles ha

1 9 E n l a Refutación de todas las herejías, de Hipólito: " F i n a l m e n t e E l o h i m eligió u n profeta de los incircuncisos , H e r a c l e s , y lo envió a contender con los doce ángeles del Edén y a l i b e r a r el [espíritu del] P a d r e de los doce ángeles de la_ creación. Estos son doce trabajos de H e r a c l e s en los que H e r a ­cles contendió por orden, del primero al último, con el león y l a h i d r a y e l jabalí y los demás; pues estos son los nombres que dio a las naciones el poder de los ángeles maternos. C o m o parec iera s a l i r victorioso, Onfale [ B a ­bel -Afrodita] lo atacó y lo sedujo y le quitó s u poder, los mandamientos de B a r u c h que E l o h i m m a n d a b a , y le puso su propia túnica, el poder del Edén, que es el poder inferior. Así l a profecía de H e r a c l e s y sus trabajos quedó sin efecto. " ( " B a r u c h by J u s t i n " , en Gnosticism: A Source Book of Heretical Writings from the Eariy Christian Period, compilado por R o b e r t M . G r a n t . E d . H a r p e r , N u e v a Y o r k , 1961, p. 98.

2 0 Northrop F r y e , Anatomy of Criticism. P r i n c e t o n Univers i ty Press , P r i n -ceton, N . J . , 1957, p. 207.

2 1 " [ . . . ] para asegurar el nacimiento de Hércules, había que engañarla

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sido uno de los temas cómicos más duraderos. N i siquiera Kleist, en su Anfitrión, logró imponer al drama un cufio trágico. En las leyendas de Tesalia, e incluso en Homero, el nacimiento de Hera-

£p cíes era una inacabable comedia de equivocaciones. La partera en-viádí~por Hera se acuclilla con las piernas cruzadas frente a la casa de Alcmena, la ropa atada en nudos, con el fin de retardar la lle­gada a la tierra del hijo de Zeus. El Heracles de los doce trabajps

.* pertenece casi por entero a la comedia, desde Aristófanes y Flauto 2 2

hasta Hércules y el establo de Augías de Dürrenmatt. Los últimos trabajos de Heracles fueron las expediciones al pa­

raíso y al infierno. El árbol de los frutos dorados fue el regalo de bodas de la Madre Tierra a Hera, quien lo plantó en su huerto celestial del lado del mundo, donde la noche y el día se encuentran y Atlas carga en hombros la bóveda del cielo. A través del Monte Atlas pasaba un eje vertical del cosmos. El viaje a la cima de la tierra prefiguraba la ascensión. Per» Heracles apareció en el pa-raíso para robar las manzanas^ de o'ro, igual que más tarde élitro en el infierno para raptar a CérberóT El héroe de ambas expedicio­nes, en las que Atlas sufrió engaño y Hades fue herido, era el Heracles de las sátiras y de las pinturas en cerámica, un gigante de barba negra agitando frenético su garrote. Aristófanes recuerda en Las ranas eT gran grito qué"estremeció"todo el Hades: " ¡Yo, Heracles el fuerte!" Las sátiras y la comedia arístofánica se burla­ban de los dioses, y quizá por esta misma razón el Heracles cómico aparece en las situaciones arquetípicas del hijo de dios, desde su nacimiento retardado y las señales de su origen divino hasta su

^ viaje a la cumbre cimera de la tierra y su d"^»""" «1 i n f i V m n

El Heracles trágico aparece en el escenario griego cuando ya ha realizado los doce trabajos, al» final de su vida, y en el estadio más bajo de la condición humana. En Las Traquinias de Sófocles arde t en vida; en el Heracles de Eurípides despierta entre los cadáveres dé su esposa y sus hijos. La mediación desemboca en una destruc­ción total. En Sófocles, no hay una sola palabra que anticipe la apoteosis postuma. En Eurípides, Heracles se despoja de su papel de mediador y renuncia a su padre divino. El mundo se desgarra

[ a A l c m e n a ] . N i n g u n a promesa de inmortal idad o deificación podía tentar a A l c m e n a " . D e L a u r e n t L e Sage," Jean Giraudoux, His Life and Work. P e n n s y l -vania State Univers i ty P r e s s , Univers i ty P a r k , P a . , 1959, p. 69.

2 2 E n Los Meneemos, e l mell izo de E p i d a m n o c i t a el e jemplo de Hércules cuando roba el vestido de su m u j e r p a r a ofrecérselo a u n a cortesana : " ¡ Q u é riesgos corrí a l robar esto! No fue Hércules tan valiente como yo cuando, en su noveno trabajo, robó el cinto de aquel la amazona Hipólita" (199 s s . ) . Plautus: Three Comedies, traducción de E . Segal , cit .

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y se divide de arriba abajo, pero el cielo no es el "paradisiaco mun­do de libertad" sobre el que Frye escribe, y no hay esperanza en la tierra n i en el cielo. El mundo humano se halla sumergido en una crueldad impenetrable, que puede llamarse dioses, éter o vacío.28

En Filoctetes, Heracles aparece ex machina por_ última vez para convencer al obstinado Filoctetes de partir rumbo a~Troya. En esta tragedia del rehusarse, Heracles de gloria inmortal" es ya un ins­trumento de la historia que debe cumplirse. Pero la verdadera his­toria humana que Filoctetes revela y anticipa es siniestra y terrible.

Mediante la tragedia alcanza el mito su contenido más hondo —es­cribió Nietzsche en El nacimiento de la tragedia—, su forma más expresiva; una vez más el mito se levanta, como un héroe herido, y con un resplandor último y poderoso brilla en sus ojos todo el sobrante de fuerza, junto con el sosiego lleno de sabiduría del moribundo. 2 4

El mito de dos caras de Heracles se _convirtió para Sófocles y E u r í p i d e s pri ia tragedia de un mundo sinesperanza para la me diación.25 '

I I . Sófocles negro, o la circulación de los venenos

$ )

La tragedia sofocleana de ^Las~Traquinias tiene lugar en un largo día al cabo de los quince meses que_duró la última ausencia hoga­reña de HgnicjesénsU vlaje~cte doce años; el momento en el que según oscuras^profecias su destino ha de cambiar. Al amanecer De­yanira manda a su hijo a enterarse de lo que ha ocurrido con el padre. A l mediar la mañana el heraldo entra conduciendo a las mujeres que Heracles tomó cautivas en la conquistada Ecalia. De­yanira se entera de que entre ellas viene Yole, una nueva consorte de su esposo; Heracles saqueó la ciudad y mató a todos los hom­bres cuando el padre de Yole rehusó permitirle compartir el lecho

2 3 Véase Eurípides: " O h , m u c h a c h a , dada a luz por Éter, a quien l a h u ­m a n i d a d l l a m a Z e u s " ( N a u c k , fragmento 8 6 9 ) .

2 4 F r i e d r i c h Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, traducción de Andrés Sánchez P a s c u a l , ed . cit . , p. 99.

: 2 0 E l fracaso metafísico del H e r a c l e s mítico ocurre m u y c laramente en l a interpretación hegel iana. Véase H e g e l , Vorlesungen über die Aesthetik, ed . cit . , n i , 1, 744.

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del héroe. Al atardecer Deyanira manda a su esposo, con el mismo heraldo, una túnica empapada en la sangre del centauro Neso. A l anochecer el hijo vuelve y maldice a su madre. La poción amorosa ha resultado fatal. Heracles se muere; la túnica lo envuelve y le impregna de veneno las entrañas. Vive aún pero sufre atrozmente. A l mediar la noche una comitiva trae a Heracles de vuelta a Traquis.

La noche parece ser de otro tiempo, otro día, de una Semana Santa en la que el Hijo de Dios muere en la tierra. Presa de dolor insoportable, el Hijo de Zeus yace en la litera. El Coro femenino grita aterrado: "Se aproxima a la casa entre tormentos de los que no hay liberación, maravilla de dolor indecible" (953 ss.)1

Cuando Heracles revive, sus primeras palabras las dirige a su padre "¡Oh Zeus! ¡Tortura, tortura es lo único que me das!" (966). 2 En este heracleano "Eli Eli, lama sabachtani", la queja y el reproche son todavía más amargos: "Quisiera no haberos visto nun­ca con estos pobres ojos que ahora han de enfrentar el inexorable florecer de la locura" (996 ss.).

El veneno ha penetrado ya sus entrañas y lo carcome hasta el hueso. El hijo de Ze(us grita de dolor, y éste es uno de los gritos más pavorosos en toda la tragedia griega. Sólo el Filoctetes de Só­focles gritará más tiempo y en forma más terrible. Heracles pide a Zeus que abrevie su sufrimiento con un rayo, y que en el Hades lo arrulle para el sueño eterno. Su cuerpo, hinchado de dolor y consumido por el fuego interno, es ahora su peor enemigo. En este teatro de la crueldad, Heracles, tras invocar a los dioses, se vuelve a los hombres para implorarles cortar su cabeza y separarla del cuerpo atormentado. Las súplicas son vanas. ¡El salvador que redi-mió al mundo muere en el pavoroso silencio de los cielos, sólo entre los hombres!

Oh los más ingratos de los griegos, ¿dónde estáis por quienes me destrocé tantos años limpiando de bestias los mares y los bosques? Ahora que yo sufro, ¿nadie vendrá en mi ayuda con el fuego o el filo de la espada?

(1011 ss . )

No se ha mencionado uno solo de los trabajos de Heracles hasta el presente momento. Sófocles conocía a Homero de memoria, pero,

1 The Complete Plays of Sophocles, traducción de S i r R i c h a r d Claverhouse J e b b , edición de Moses H a d a s , ed . cit .

3 T o d a s las citas de Las Traquinias, salvo indicación en contra , proceden de l a traducción de M i c h a e l J a m e s o n , en The Complete Greek Tragedies, So­phocles I I . Univers i ty of C h i c a g o P r e s s , C h i c a g o , 1957.

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como en Áyax, lo interpretaba a través de una luz oscura. Odiseo bien se acordaba del tahalí de oro que Heracles llevaba en el Hades y en el cual "se habían labrado obras admirables: osos, agrestes jabalíes, leones de relucientes ojos, luchas, combates, matanzas y homicidios" {Odisea, x i , 609 ss., traducción de Segalá). Cada vez que sus acciones se describen en el drama, el "famoso" Heracles, "el más noble de los hombres", ha asesinado, violado o ha calcinado la tierra para someter a sus pobladores. Siervo de amos horrendos, 9

ejecutó para ellos tareas aún más horrendas. El rey Euristeo lo llamó "cosa rota" y "esclavo de hombre libre" cuando Heracles se atre-vió~a~proponer una competencia de arquería a sus hijos. Luego se burló de él, se emborrachó y lo corrió del palacio. En jueaganza Heracles atrajo con dolo a su hijo y a sangre fría "lo arrojó desde fl

la cimj/^TBasTíon" (2¿ó). Como castigo Heracíe^~fne~vefldfdb a Onfalia, remátete Lidia, y le prestó tan infames servicios que el heraldo al conyer^arcon Deyanira los pasa por alto en silencio.'

Estejnismo_&eraTdj4 que sin saber lo que hacía le trajo un re- * galo 7[e Deyanira~ muere después a-jnanos de Heracles en^ forma por dgjnás horrible. El héroe lo toma "de un pie, en el tobillo mis­mo donde embona con la pierna" —Sófocles siempre es preciso en las descripciones anatómicas; sólo aquí podía cobrar ímpetu— "y lo golpeó contra un roquedal que surge de las aguas. Quebróse el ir cráneo [ . . . ] y quedó esparcido en fragmentos cuajados de sangre. Alzó la voz la turba horrorizada ante uno que sufría y otro que murió" (779 ss.).

Los famosos trabajos se recuerdan sólo ahora, cuando Heracles yace en una litera gritando de dolor mientras el veneno de la Hidra circula en sus venas. Los monstruos que mató han entrado en su cuerpo. Son ya su cuerpo: grandes brazos, cuello duro, pecho enor­me, un estómago con nudos de músculos. "Quien lucha contra dra­gones", escribió Nietzsche, "se vuelve dragón él mismo". El des­censo al infierno y el viaje al fin de la tierra son ahora sólo brazos, que apresaron al perro y domaron al monstruo: "¡Ah, manos, ma­nos mías; ah, espaldas y pecho; ah, mis pobres brazos, ved en qué habéis parado después de lo que fuisteis! Domasteis a la Hidra de Lerna, y a la tropa monstruosa de doble forma, hombre juntado al

a L u c i a n o recordaba a l parecer el servicio y el cautiverio de Herac les . C u a n ­do H e r a c l e s desea obtener un sitio de más honor a l a mesa de los dioses, Asc lepio le responde con aspereza : " S i n embargo, yo, por lo menos, n i he sido esclavo como tú, n i he cardado l a n a en L i d i a vestido con l a túnica r o j a , y azotado por O n f a l i a con l a s a n d a l i a de oro, n i m u c h o menos, en Un acceso de m a l humor, he dado muerte a mis hi jos y a m i m u j e r " (Diálogos de los dioses, 13, traducción de V i d a l y D e l g a d o ) .

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corcel, una raza con quien nadie convive, violenta, sin ley, de fuerza suprema; dominasteis a la bestia de Erimanto y al tricápite perro de los abismos del Hades, vivo terror parido por la tenebrosa Equid­na; vencisteis al dragón que guardaba los frutos de oro en la linde más lejana de la tierra" (1089 ss., traducción de Jebb).

El mediador y salvador se encuentra reducido a la carne, mons­truoso e impotente al mismo tiempo. Como el Lear de Shakespeare, el amado hijo de Zeus es ya "un trozo de Natura en ruinas": " Y aquí estoy ahora, deshecho, descoyuntado, mísera ruina saqueada por el desastre invisible [ . . . ] " (1103 s.). Es "esta cosa rota": "No soy nada", pero en este "nada, nada que aún pueda arrastrarse" (1107)/ queda odio todavía. A l final de la tragedia uno puede decir de Heracles, como de Macbeth: " [ . . . ] todo lo que tiene den­tro se condena por estar allí (v, i i , 24-25). Pide a su hijo que traiga a la madre; quiere que el joven contemple cómo la tortura. El me­diador emponzoñado de veneno quiere ver con sus propios ojos qué cosa afectará más a su hijo, si el sufrimiento del padre o los gritos de la madre torturada. Quiere sujetarlo a una prueba. Pero Deyanira ha muerto por su propia mano.

2

En esta tragedia, Heracles y Deyanira nunca se enfrentan. Parece que no pueden hacerlo; pertenecen a dos tiempos y dos mundos diferentes. Heracles es mítico y arcaico: Deyanira es contemporánea del público y similar a todas las mujeres de Traquis, que al ama­necer vinieron de la aldea a escuchar su lamento. Heracles abarca la tierra de un extremo a otro; Deyanira es aquella que siempre espera, a la que uno toma y deja.

Hemos tenido hijos y los ve de cuando en cuando, como el labrador que trabaja un campo arrendado nada más lo ve para sembrar y cosechar.

j (31 ss . )

En este primer largo monólogo de Deyanira, el temor, el miedo y el terror vuelven sin cesar. Lo más antiguo que recuerda es "un tor­turante miedo al matrimonio" cuando los primeros pretendientes llegaban a la casa de su padre. Más tarde hubo miedo de su esposo

4 L a frase de H e r a c l e s " n o soy n a d a , n a d a que aún pueda a r r a s t r a r s e " eg digna de comparación con otra de M a c b e t h : " [ . . . ] y n a d a es sino lo que no e s " ( i , i i i , 1 4 1 ) .

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y miedo por su esposo, miedo cuando el hombre estaba presente y miedo cuando se ausentaba. Temor por su casa, temor ante los exi­liados, temor por sus hijos y por lo que sería de ellos si se que­daran solos. "Sólo seremos salvos si él puede salvarse. Su ruina es la nuestra" (85).

Cuando Heracles se halla ausente, es amarga la suerte de Deya­nira, pero todos sus miedos y temores parecen comunes y corrien­tes. Es hija de reyes, pero se queja de su suerte como una aldeana. Su letanía de pesares no deja de recordar las que se encuentran en canciones tradicionales de todos los países:

[ . . . ] Mas la angustia que me carcome el corazón no sabes. ¡No la sepas jamás, como hasta ahora no la has probado aún! Lo que a la vida tierno se entreabre, a gusto va creciendo en ambiente feliz, sin que la agosten divino ardor del sol, vientos ni lluvias: vive su blanda vida entre delicias. Mas todo es hasta el día en que, de virgen, pasa a llamarse esposa, y se halla luego cargando con su lote de cuidados [. . . ]

(142 ss. [ t rad . P o l i t ] )

Las noches son para Deyanira largas y llenas de miedos; "algu­nos se dispersan cada noche; cada noche trae otros nuevos" (30). Sus noches están vacías. En la primera canción las traquinias hablan de sus noches sin sueño y su lecho vacío: " [ • • . ] se angustia en su lecho de viuda, sufriendo al presentir el infortunio" (104 ss., traducción de Jebb). LaJiisjoriade^mor-^ie.-dpggjvy^ Heracles no era fieLjJQe^ani^a jD^Eásabido largo, tiempo. "Un hom­bre y"much"&5"' mujeres; Heracles ha enlazado su cuerpo con tan­tas" (459). Pero ahora por vez primera, a la luz del día, manda a casa a su nueva desposada. " Y ahora, lo estás mirando, vuelve al hogar y la ha mandado aquí", admiter despiadado el Mensajero, "no sin razón, señora, ni para ser esclava" (365 ss.).

La muchjicha, a quien Deyanira ha guiado bajo su propio techo y que nunca respondió pregunta alguna, es joven y bonita. " [ . . . ] su juventud florece mientras la mía se marchita. X los ojos de los hombres aman arrancar la flor que se abre [ . . . ] " (547 s.). Deya­nira no se hace ilusiones; sabe lo que la aguarda. "Ahora las dos yacemos en el mismo lecho esperando los mismos brazos" (539). Sólo la Clitemnestra de Eurípides repetirá la desvergonzada violen-

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cia de esta imagen cuando Agamemnón vuelve de Troya: " [ . . . ] vino a casa con una muchacha loca, llena del dios, y la metió en nuestro lecho. Y allí estábamos, dos esposas como dos comederos «n un pesebre" (Electro, 1032 ss.).s El lecho ya no estará vacío,

& pero desde ahora habrá en él dos mujéresv'rm--hffiñ5Ere: " I • puede llamarse mi esposo y ser el hombre~He la joven" (550 s.).

Un marido, una esposa que envejece, una muchacha: el drama de Deyanira es común y corriente. "Se puede hallar a Heracles y Deyanira cualquier mañana de domingo en alguna delegación de policía", escribió Gilbert Murray en sus Greek Studies, "como en el manicomio de Broadmoor se ven Medeas que mataron a sus hi ­jos".® Discípulo de Verrall y educado en el teatro naturalista, Mu­rray encontrónumerosos casos de Medeas, Heracles y Deyaniras en las noticias"dé periódico. Una madre arrojó a sus hijos "al füe-

% go; Tina poción de amor preparada por una gitana resultó ser ve­neno; una mujer virtió ácido sobre su marido infiel: el tiempo, después de todo, no se ha "descoyuntado".

Heracles se aproxima. Está ofreciendo a Zeus los primeros frutos «le la tierra en las ruinas mismas de la ciudad arrasada. Pero la crueldad no es aún desmesurada. El Mensajero ya le ha dicho todo a. Deyanira: ¿por qué entonces ella lo interroga? "Dime toda la verdad" (453). ¿Qué es lo que todavía quiere saber? "Me lastima el no saberlo; el saberlo no, ¿por qué?" (458). Deyanira es de la misma raza que Edipo, cuya destrucción se inició al resolver el enigma de la Esfinge y que también quería desesperadamente saber. La tragedia de Deyanira empieza cuando reconoce la naturaleza del veneno. "¿Tienes miedo de lastimarme? Te equivocas" (457). Ra­cine, en los márgenes de la edición latina de Sófocles, escribió en este sitio: "Admirable discoars d'une jalouse qui veut apprendre son malheur."7 Los venenos que lentamente se acumulan en el co­razón no son menos letales que la sangre seca del centauro preser­vada en una urna de latón. Deyanira ha hecho ya su elección, pero aún no alcanza a advertirla.

Por vez primera el escenario queda vacío. Sólo el Coro perma­nece en la orkhéstra. Las mujeres de Traquis, que han escuchado

5 D e l a traducción de E m i l y T o w n s e n d V e r m e u l e de Electra en Eurípides V, The Complete Greek Tragedies. Univers i ty of C h i c a g o P r e s s , C h i c a g o , 1959.

6 G i l b e r t M u r r a y , Greek Studies. C l a r e n d o n Press,, Oxford , 1946, p. 126. 7 R a c i n e escribió sus comentarios en l a traducción l a t i n a de Sófocles h e c h a

por e l filólogo alemán J o a c h i m C a m e r a r i u s . P a u l E s t i e n n e , en el comentario de su edición de Sófocles, compiló las notas de R a c i n e . E l e jemplar de C a ­merar ius que perteneció a R a c i n e f igura actualmente en l a colección de l a Bibl ioteca de Tolosa . C f . R a c i n e , Théatre complet, edición de M a u r i c e R a t . E d . cit . , p. 723.

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en silencio, inician su danza y canción acerca de monstruos: el Dios-Río y el hijo de Zeus pelean por la muchacha. La primera lamentación de Deyanira empezó con el horror que le produjo su monstruoso pretenalenTe7"Eñ"Tas islas griegas y "en Ital ia , al sur de Roma, Ios"p ¡zos~dé~aIdea tienen hasta hoy día cabezas de tritones, leones o ancianos; el agua de negras honduras brota entre los labios gruesos y fluye por la lengua obscena para caer sobre la densa barb enmarañada y el tdrso de piedra.

[ . . . ] era mi pretendiente el río Aquelpo, % que solía venir a pedirme de mi padre bajo tres formas: ya era un brioso toro, ya una serpiente de escamas brillantes, o bien un cuerpo de hombre con rostro de toro [ . . . ]

• • (9 ss . )

En los sueños eróticos de las jóvenes, los hombres aparecen húme­dos y de sus monstruosas cabezas brotan chorros de agua:

[ . . . ] o bien un cuerpo de hombre con rostro de toro, y de su barba grandes torrentes de agua caían como una fuente.

(12 ss . )

Los monstruos nacen siempre de los traumas, pero ahora se re­presentan en la escena como si hubieran cobrado carne y sangre. La frenética danza del Coro, como en la ópera china, se vuelve de pronto pantomima* Dos monstruos luchan entre sí. Tienen catorce cabezas, catorce vientres prominentes, catorce pares de brazos vio­lentamente agitados en el aire, catorce pares de piernas trenzadas. El ritmo se hace más y más violento. "Sonaba el estruendo de los puños y del arco, y el crujir de los cuernos del toro; hubo forcejeos entrelazados y mortales golpes con la frente y hondos gritos retum­bantes de ambos" (517 ss., traducción de Jebb). Una de las mu­chachas ha dejado el Coro. Ha cesado de bailar. El ritmo muere de repente. El Coro canta ahora de ella: " Y la tierna muchacha de bellos ojos reposaba lejos en una ladera, esperando al que sería su esposo" (523).

Deyanira, que entonces aguardaba a su futuro marido, moja aho­ra la túnica de éste en la sangre oscura del monstruo. La sostiene

8 L u c i a n o en Saltado (50) m e n c i o n a entre las danzas en E t c l i a , que s in duda deben haber sido u n a especie de pantomima, " l a l u c h a entre H e r a c l e s y el río A q u e l o o " . H a r v a r d U n i v e r s i t y Press , C a m b r i d g e , Mass . , 1936.

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entre las manos. Habla a las mujeres de su encuentro con este mons-truo tercero. Cuando Heracles se la llevaba "corrió a una vaquilla que apartan de su madre", el río cruzaba su camino.9 Los símbolos en la tragedia son siempre elementales: luz, oscuridad, fuego y agua. Neso, el centauro-barquero, ofreció llevar en brazos a Deyanira al otro lado. A la mitad del río la tocó con lascivia. Heracles oyó un grito y, disparando una flecha, que había envenenado mojándola en Ia^sairgre de la hidra, atravesó el pecho del monstruo. Antes de morir, el centauro apenas tuvo tiempo de decir a Deyanira que tomara sangre de su herida: " [ . . . ] l tendrás un hechizo_para el corazón de Heracles [ . . . ] " (575). ~~ ~"

Deyanira entrega la túnica al heraldo, que parte habiéndola es­condido en el fondo de un baúl, para que la luz no la toque ni por un momento. Heracles se aproxima de nuevo. Se encuentra ahora en Ceneo, en el templo de Zeus, preparando la solemne heca­tombe en honor de su padre. Degollará doce toros jóvenes y otras cien bestias de sacrificio bajo los rayos del sol tardío. En lo exte­rior el mundo es tan común como antes. De las cenizas de ciudades diezmadas, de la sangre animal ofrecida a un dios arcaico, de los monstruos-barqueros que violan mujeres, de los venenos en corazo­nes y en urnas, del amor, que es lo mismo que el dolor, de todo esto aún es posible refugiarse en la tersa superficie material del mundo, que parece segura y racional en su inmutabilidad. Un copo de lana es por siempre un copo de lana. ¿Qué amenaza puede haber en un copo de lana?

" E l vellón desapareció sin que nada en la casa lo consumiera: él solo se deshizo, se devoró a sí mismo y se convirtió en polvo" (676 ss.). Deyanira narra a las aldeanas la desaparición del copo de lana como si describiera una reacción química. El vellón fue consumido por la luz. El mundo fue dañado en su textura misma: " . . . Veo algo indecible, incomprensible a la razón humana" (693).

En Macbeth, las manchas de sangre que no pueden lavarse ins­piran más miedo que el asesinato nocturno del rey. La esencia de la historia no es la procesión de reyes, sino un soldado desconocido semidesnudo y manchado de sangre ("¿Qué hombre sangriento es ése?" Macbeth, I , i i , 1 ) , que aparece sólo un momento y, como el heraldo griego, trae noticias del campo de batalla. La comida y el sueño están igualmente envenenados. Las cosas de la tierra son viscosas, frías e incoherentes, como en un sueño:

9 E r a u n arroyo pedregoso, e l E v e n o , que fluía de l a ladera occidental del Monte E t a de Zeus , y que súbitamente creció. E l nombre del centauro Neso s igni f ica " e l rugido d e l torrente a i r a d o " . J e b b , The Trachiniae, C a m b r i d g e , 1892, comentario a l verso 557.

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[•...] lo que parecía corpóreo se deshizo igual que el aliento en el aire.

(Macbeth, i , i i i , 81-82)

En esta pesadilla la verdadera naturaleza del mundo se revela: "Pero en la tierra donde reposa, hierven burbujas de espuma como el espeso mosto del fruto verdiazul de las vides de Dionisio, regado en la tierra" (701 ss.).M

Las Hermanas de la Noche y el infernal Portero, que al amanecer abre las puertas del castillo, son criaturas de sustancia en Macbeth, igual que los monstruos y el veneno de la Hidra en Las Traquinias. Él mundo en Macbeth está contaminado de sangre, como en Las Traquinias emponzoñado por el veneno:

Si recoges en tus manos esta sangre, coagulada en mis heridas, donde negra retiene la bilis de la Hidra de Lerna, el veneno en el cual mojó sus flechas [ . . . ]

(572 s.)

El contagio es transitivo: el infectado es el que infecta. En Las Traquinias, el contagio es la estructura de la tragedia y su teología. Heracles el salvador rescató a Deyanira del asalto de la bestia, pero sus flechas estaban envenenadas. El mediador, el hijo de Zeus, salvó al mundo de los monstruos. Pero mata a los monstruos con la pon­zoña de un monstruo. La mediación es la renovada infección del mundo. El portador de la infección la sufre: " [ . . . ] la Hidra, ho­rrible y monstruosa, se ha infiltrado" (836).

En esta bacteriología cósmica, el veneno arcaico de la ctónica Hidra se transmite por la sangre, como la espiroqueta de la sífilis. La magia es la transposición de las propiedades de una deidad, persona u objeto a un objeto, persona o deidad diferentes. Las ope­raciones mágicas requieren semejanza simbólica o contacto físico: la identificación o bien la contigüidad temporal y espacial. Estas

1 0 C f . H e r b e r t M u s u r i l l o , The Light and the Darkness: Studies in the Dra-matic Poetry of Sophocles. E d . B r i l l , L e i d e n , 1967: " C o n f o r m e e l sol se ca ­l ienta en e l cielo, e l vellón se desintegra en fino polvo ; pero luego, cuando desaparece, de l a t ierra desnuda brotan las costras espumantes y sanguinolen­tas que tanto aterran a D e y a n i r a (701 s s . ) . E n E s q u i l o (Coéforas, 6 6 - 7 0 ) , l a sangre que l a t ierra no absorbe representa u n hecho de sangre que no se h a vengado. Aquí los trozos de sangre que rezuman de l a t ierra represen­tan l a muerte no vengada del traicionero Neso ; son u n a prenda del oráculo que H e r a c l e s recibió otrora de Zeus , que u n poder brotaría del H a d e s p a r a destruirlo . Y así l a sangre burbujeante se convierte en portento oracular p a r a D e y a n i r a , aunque ésta no pueda comprender toda s u significación" (p . 7 2 ) .

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dos operaciones mágicas corresponden, como alguna vez señaló Román Jakobson,*1 al principio de metáfora o metonimia en la l in­güística. La transposición puede realizarse con una figurilla que simule a una persona o deidad, o por la representación de la per­sona o deidad. Frazer llama "imitativa" la primera magia y "con-tactual" la segunda. Todos los objetos con los que el cuerpo ha en­trado en contacto —ropa, cabello o sangre— son parte suya. La ope­ración mágica es un contagio. "Venga pues, el muy deseado, di­suelto bajo la persuasión de la estratagema bestial" (680 ss.). 1 2

En ¿as Traquinias se presentan todas las operaciones de la magia "contactual". Deyanira obtuvo la sangre del centauro en el sitio de la infección, "donde negra retiene la bilis de la Hidra" ; la túnica está empapada en esa sangre; el heraldo la trae; Heracles la pone sobre su piel desnuda. En cada una de estas operaciones la estruc­tura básica del contagio es la misma: el infectado pasa a ser quien infecta. La circunferencia se cierra, y todos los portadores de la infección son destruidos a su turno: Neso, Deyanira, el heraldo y, al final, Heracles mismo.

a Pero en Las Traquinias hay todavía otro conducto por el que < circulan venenos. Yole, destruida por Heracles y destructora de

' 6 t A / t O c u a n t o J a r o d e a > e s muda portadora de esta segunda ponzoña: sjí/Vtw* " [ t < > ] contra su voluntad, esta joven desdichada saqueó y escla-

/VUQJOvizó la tierra de sus padres" (465). La muchacha preñada entra —' silenciosa en la casa de Deyanira como una mensajera del infortu­

nio. Las traquinias lo saben ya todo: "La nueva esposa ha parido una gran Furia para esta casa" (893 ss.).

Este conducto "realista", por el cual circula el veneno de la pa­sión, es paralelo y simétrico con respecto al mítico, por el cual la ponzoña de la Hidra pasa en la sangre. La circulación de venenos en Las Traquinias puede mostrarse en una figura cuadrangular (con una línea vertical que la corta a lo largo) cuyos cuatro vér­tices representan, por turno, a Heracles, el centauro Neso. Deyani­ra y Yole:

1 1 Román Jakobson , Fundamentos del lenguaje. E d . S e i x B a r r a l , Barce lo ­n a , 1976. E s p e c i a l m e n t e e l capítulo " D o s aspectos del l e n g u a j e " .

1 2 D e l a traducción de M u s u r i l l o , op. cit . E s t e verso parece casi intradu­cibie . J e b b lo virtió así: " P u e d a entonces l legar , l leno de deseo, impregnado de amor por e l especioso ardid de l a túnica, en l a que Persuasión extendió su encanto soberano. " [ E s p i n o s a P o l i t : " Y venga él todo ungido de su amor primerizo / —amaños del centauro que e l l a trocó en h e c h i z o — " ; G a r i b a y : " V e n g a de allí abrasado de amor, deshaciéndose en él cuando haya embe­bido e l bálsamo misterioso de l a antigua f i e r a . " ]

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El veneno de la Hidra pasa de Heracles a Deyanira a través de Neso. El oscuro Eros la envenena de Heracles a través de Yole. Heracles y Deyanira sólo se comunican a través del heraldo y del hijo de ambos. El heraldo ha traído a Yole y se lleva la fatal po­ción de amor. "No ha de volver con las manos vacías quien vino tan bien provisto" (495 s.). El hijo trae a la madre las nuevas de la agonía de su padre, y al padre las nuevas del suicidio de su madre. La ponzoña de amor y la sangre contaminada del centauro son, estructural y teológicamente, un mismo veneno:

f'ai revu Vennemi que j'avais éloigné: Ma blessure trop vive aussitót a saigné. Ce n'est plus une ardeur dans mes veines cachee: Cest Venus tout entiére á sa proie attachée.

(Phédre, I , i ü ) i *

_ M E n l a traducción de M a n u e l M u j i c a L a i n e z , Fedra. Colección O b r a s Maestras , í o n d o N a c i o n a l de las Artes . E d . S u d a m e r i c a n a , Buenos A i r e s 1972 p. 5 3 : > *

Avisté a l enemigo que yo había a l e j a d o : m i h e r i d a viva aún sangró inmediatamente. Y a no es más u n ardor en mis venas oculto : es V e n u s , toda V e n u s a su presa adherida .

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Racine fue el primero en ver la unidad de venenos en Las Tra­quinias; su Fedra es destruida por la implacable Venus Afrodita, y el veneno de la Hidra fluye en sus venas.1"

Afrodita aparece por primera vez en Las Traquinias cuando, "único arbitro del combate", observa la batalla de los monstruos. Aparece por segunda vez cuando la túnica emponzoñada se adhiere a la carne de Heracles y lo asiste en silencio, como ayudante de verdugo: "Cipris Afrodita se revela; es obra suya" (859 ss.).

Ambos venenos se ocultan largo tiempo. "[Soy] una mísera rui ­na saqueada por el desastre invisible", dice Heracles (1104). "He

i albergado bajo mi techo a un pnemign oculto", dice Deyanira (575). Como en Fedra, la tragedia se inicia cuando los" venenos"es-condidos en la sombra son llevados a la luz y llamados por su nombre: "Quiero deciros la obra que mis manos han hecho" (533). Las manos de Deyanira no cometieron un yerro. Eligieron lo que •ella deseaba elegir. Cuando el hijo regresa con las fatales nuevas, Deyanira sale sin una palabra. Todo se ha dicho ya.

Hay^seis suicidios en las siete tragedias que nos quedan de Sófo­cles, pero sólo dos de ellos, los de Áyax y Deyanira, se describen con gran detalle, objetivamente, como en actas judiciales. Sabemos sólo que Antígona se colgó con un cinturón en la oscuridad de una cueva; que Hemón se arrojó sobre una espada; que Eurídice se mató también con una espada; y que Yocasta se ahorcó. Áyax se echó sobre una espada en el brillo del sol de mediodía, a la vista de los espectadores. Se mató por desprecio del mundo, en el que no valía la pena vivir. Deyanira, aplastada por el mundo, comete

> t f suicidio en la oscuridad de la casa, fuera de escena. Pero su no­driza la sigue paso a paso, como una cámara de cine: "fTTTpse-

<6 cretamente, desde las sombras, yo lav ig iHbn" (9H)T "Caída ante ^ ^ e l alfar, clamaba entre sollozos que ahora quedaba sola; llorando

1 4 George Méautis, en Sophocle: Essai sur le héros tragique, e d . c i t . , fue e l primero en recordar estas famosas líneas en s u capítulo sobre Las Tra­quinias (p . 2 8 3 ) . L a V e n u s de R a c i n e "toute enture á sa proie attachée" es cas i u n a transcripción l i t e r a l de l a imagen de Sófocles: " [ . . . ] l a H i d r a se h a inf i l trado, horrible y m o n s t r u o s a " ( 8 3 6 ) .

E n l a Fedra de R a c i n e pueden hal larse veintenas de versos asombrosamente próximos a Las Traquinias. P e r o l a dependencia no está sólo en el nivel del texto mismo. P a r e c e que en s u " e s t r u c t u r a p r o f u n d a " Fedra se a c e r c a más a Las Traquinias que a l Hipólito de Eurípides. A l p r i n c i p i a r e l p r i m e r estásimo el C o r o h a b l a del Dios-sol . H e r a c l e s , teológica y estructuralmente, se " d e s ­g a r r a " entre l a H i d r a y Zeus , el cielo y el poder ctónico, como l a F e d r a de R a c i n e , "lía filie de Minos et de Pasiphaé", se encuentra dividida entre l a V e ­nus oscura y e l Dios-sol . E s t a correspondencia no parece haberse advert ido ; l a s imi l i tud estructural entre Las Traquinias y Fedra espera aún su propio B a r t h e s p a r a mayor investigación.,

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tocaba uno por uno los objetos de la casa que solía usar [ . . . ] " •=» (904 ss., traducción de Musurillo). ~~

Deyanira, como la Alcestes de Eurípides, se despide del lecho que compartió con su esposo. Ese lecho es un altar donde sacrificará su propia carne: "empezó a tender sobre el tálamo los cobertores. Y cuando hubo acabado subió a tomar asiento en la mitad del le­cho [ . . . ] " (ibid., 914 ss.).

Deyanira apila en su lecheóla ropa de cama, de la que todas las griegas se enorgullecían, y se arrodilla ^encima. TOmcTeñ" im¿jira. * Suelta^eljjrochejie^^^ > caiga de su briazoTzquierá^^lésciSriendo su pecho y-s« estómago. El conocimiento que Sófocles tiene de las heridas es tan exacto como el de Homero: Deyanira toma la hoja en la mano derecha y se abre el estóma^yJiinclSfido éTTajo en j£~costado izquierdo. f "Secortó el cbstadrohastaeTiíígado y el centro de la-vT3a con una espada de dos filos" (930 s.).

Deyanira se abre el estómago sentada en la pila de ropa con las piernas cruzadas (de otro modo es imposible cortar de través el pro­pio estómago), de acuerdo con las reglas del hara-kiri. La espada es de doble f i lo; para el fatal seppuku se necesitan dos cortes dia­gonales, de izquierda a derecha y luego hacia abajo a la izquierda. El suicidio, que es un sacrificio, debe realizarse como un ritual. *

La tragedia se acerca a su fin. En la ribera, ante la casa de Deyanira, donde el heraldo trajo a Yole y las mujeres cautivas, Heracles yace en una litera y grita su agonía. Hilo, su hijo, sale de la casa: nuevamente es el mensajero del infortunio entre su madre y su padre.

H I L O : Murió por su propia mano y por ninguna otra.

H E R A C L E S : ¡Ah! Muere demasiado pronto. Debió morir por la mía.

(1132 s.)

Heracles ha hecho a un lado las mantas que lo cubrían. Quiere mostrar su cuerpo consumido por el veneno.

[ . . . ] mira bien mi desgracia, contempla lo que sufro. Quitaré las coberturas para mostrarte. Mira, miradlo todos, ¿veis este triste cuerpo?

(1077 ss.)

Desnuda y con el estómago tajado, Deyanira yace en el lecho * nupcial de la casa. También Heracles esjá desnudo.

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Cuando en Edipo Rey parece por un momento que las profecías de los dioses podrían errar y sus maldiciones quedar sin cumplimiento, el Coro se rebela y no quiere ya asistir en la ceremonia. "¿Por qué he de tomar parte en la danza sagrada?" El Coro en Edipo comprendía la esencia de la tragedia. Si el parricidio y el incesto no se anuncian por adelantado, si no constituyen el desconocido or­den metafísico del universo, si no son componentes de la justicia divina, no son nada sino azar, una de las muchas bajas en los anales de sucesos comunes. Camus escribió en El mito de Sísifo:

En una obra trágica el destino se hace siempre sentir mejor bajo los rostros de la lógica y de lo natural [ . . . ] Todo el esfuerzo del drama consiste en mostrar el sistema lógico que, de deducción en deducción, va a consumar la desgracia del pro­tagonista. El anuncio de ese destino inusitado es apenas horrible por sí solo, porque es inverosímil. Pero si se demuestra su nece­sidad en el cuadro de la vida cotidiana, la sociedad, el Estado, la emoción familiar, entonces el horror se consagra. En esa rebelión que sacude al hombre y le hace decir: "Eso no es posible", hay ya la certidumbre desesperada de que "eso" es posible.15

Tal vez Camus no tiene razón. Tal vez la crueldad accidental es absurda. Pero la crueldad dotada del divino-rigor de la^Jneyitabi-lidad es insoportable.

2 0 En_£ffls Traquinias hay tres profecías sobre el destino de Hera­cles. Las primeras dos son como lecturas gitanas de la fortuna: '^Volverá o no volverá"; "Todo ser¿_mfijox-o peor". Tales augurios siempre resultan ciertos, pero en Las Traquinias fijan la fecha: "después de doce años", "después de quince meses". L a tragedia debe representarse dentro de un tiempo fijo. La tercera profecía, sin embargo, conlleva una malicia intencional. Como en Macbeth, parece anunciar lo imposible. 1 8 "De antiguo me reveló mi padre .que no moriría a . manos de un ser que viviera, sino de alguien fcuerto~TTTprTn59j^-- "

1 5 A l b e r t C a m u s , El mito de Sísifa. El hombre rebelde, ed. c i t . , p. 100. 1 6 E n Macbeth, l a predicción de que M a c b e t h no morirá a manos de n i n ­

gún nacido de m u j e r , y de que regirá " h a s t a que el bosque de B i r n a m venga a D u n s i n a n e " (v, v, 44 -45) , se rea l iza , pero con u n cambio de atmósfera, de " s o b r e n a t u r a l " a " r e a l i s t a " . E l mundo volvió a s u orden n a t u r a l y legal . U n heredero del gobernante asesinado se convierte nuevamente en el señor u n ­g ido : " A quien invitamos a v e m o s coronados en S c o n e " ( v , v i i i , 7 5 ) .

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Un mundo así, en que el más fuerte de los hombres y el héroe de toda Grecia muere a causa de una mujer, es estúpido. El rnimdo eiij jue_elhijo de dios muere emponzoñado por un monstruo al que mato es~arjsurdó. Pero si se ordenó por adelantado que la media­ción y el mediador se contaminaran, la crueldad es la ley del cos­mos, y el absurdo recobra de pronto su propia lógica estremece-dora. Heracles cesa en sus gritos de dolor. Las profecías se han cumplido.

. [ . . . ] qué E S P L E N D O R ,

TODO COHESIONA. (1174 S . ) 1 7

En el espacio simbólico de Las Traquinias, por encima del teatro y del mundo, se yergue el sagrado monte Eta, cuyas laderas nunca rasgó un arado y cuyas cañadas golpea el relámpago. Áyax, cuya sombría obstinación y fuerza brutal son similares a las de Heracles, desdeñó el mundo, que se desmorona como una montaña, y a los dioses, que también se desbaratan. En Las Traquinias el Eta per­manece incólume, y Heracles acepta la inmutable crueldad del mun­do. El tiempo de mediación ha pasado, y no habrá nuevos trabajos para Heracles. "Para los muertos no hay más trabajos" (1173). La Hidra murió, pero su temible forma tiene preso a Heracles. La ne­gra sombra de la Hidra cae sobre el teatro, que es el mundo entero.

Dios es un monte en silencio, pero las profecías se cumplen. Con­taminado de veneno, el hijo de Zeus está dispuesto a aceptar la "teo­logía del fraude, la malicia y la siniestra alegría".18 " [ . . . ] qué es­plendor, todo cohesiona". Las profecías se están cumpliendo; por tanto es posible hallar derecho y razón en la injusticia declarada y en el absurdo del cosmos. "Lo que constituye la voluptuosidad dolorosa de la tragedia es la crueldad", escribió Nietzsche en Más allá del bien y del mal."19 Heracles descubre ahora la siniestra fasci-

1 7 E z r a P o u n d , Wornen of Trachis. E d . N e w Direct ions , N u e v a Y o r k , 1957. E n el comentario a este verso P o u n d escr ibe : " E s t a es l a frase clave, p a r a l a que existe el d r a m a " (p . 5 0 ) . E l "tanta oun epeide lampra sumbaneí' de Sófocles, Jameson lo traduce l i tera lmente : " y a que todo esto se cumple tan c l a r a m e n t e " . L a versión poundiana de Las Traquinias parece a ratos acer ­carse más en su tono a W a g n e r que a Sófocles. P e r o P o u n d h a traducido muchos pasajes con bri l lante intuición, y Sófocles suena en inglés como gran poesía. P o r ejemplo , l a siguiente línea casi intraducibie (1259 s s . ) : " Y ppn cemento e n tu rostro, concreto reforzado [ . . . ] " (p . 5 4 ) .

1 8 G e r h a r d Nebel en Weltangst und Gótterzorn. C i tado de J e a n - M a r i e D o -m e n a c h , Le retour du tragique. E d . S e u i l , París, 1967.

1 8 F . Nietzsche, Más allá del bien y del mal. E d . A l i a n z a E d i t o r i a l , M a ­d r i d , 1975, p. 177.

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nación de la crueldad. Si no se puede ser el hijo humano de dios, siempre se puede ser

un superhombre. Si la mediación no existe, nunca ha existido y nunca existirá, si la crueldad es la regla del universo, es posible confirmarla incluso con la propia agonía. Si dios no es más que una montaña-muda, parece apenas justo encender una pira en la .cumbre, v allí quemarse en vida. Jfero hay que llevar la destrucción hasta el último extremo. Como'en Macbeth: "Mientras mire vivos, los tajos les van mejor a ellos" (v, v i i i , 2-3). Heracles exige que su hijoJoJIeve a la rocosa cima del monte Eta, líaga una pira y_la encienda.jccn sus, propias manos:

H I L O : Padre, padre, ¿a qué me impeles? Me pides que sea tu asesino, manchado con tu sangre.

H E R A C L E S : Eso no. Te pido ser quien me cure, el único médico que puede sanar mi sufrimiento.

(1206 ss . )

En la lógica del absurdo, todos los valores se trastocan: la muer­te es una cura y el asesinato un remedio. El miasma era el más horrible de los miedos griegos: los infectados eran expelidos de la comunidad de los vivientes. Pero ahora han de romperse todas las leyes divinas y humanas.

Sólo el más arcaico de los deberes —la ciega devoción al propio padre— permanece firme. En los planes del padre divino, como ates­tiguan las profecías, figuraba la contaminación del hijo; ahora, por tanto, Heracles debe infectar a su vez al propio hijo. Hilo juró por los dioses que estaba dispuesto a hacer todo lo que su padre orde­nara, excepto tocar la pira con sus propias manos. Pero Heracles insiste en "este pequeño favor" (1217). En estas palabras, "peque­ño favor", hay "malicia y siniestra alegría" divinas. Hilo debe tomar a Yole por esposa. Heracles, por su libre voluntad y sin recurrir a las oscuras profecías, carga en las espaldas de su hijo los crímenes de Edipo: parricidio e incesto.20 El incesto no es solamente formal —Heracles envió a Yole a casa como su esposa— ni solamente sim­bólico: el hijo de Yole engendrado por Heracles será, como en Edipo, a la vez hijo y hermano de Hilo. Sólo estos dos quedarán con vida: Hilo y Yole; ambos deben arruinarse.

20 Véase W a l t e r K a u f m a n n , Tragedy and Philosophy, ed. c it . , p. 226.

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Alzan la litera en la que yace Heracles; en un momento la pro­cesión ascenderá la montaña:

En dicha de suma belleza los Inmortales lo han honrado como a alguien que aman, y la Juventud es su esposa; mora como un príncipe en salones de oro y Hera es la madre de su esposa.

(Píndaro, Istmicas m - i v , 65 s s . . ) * 1

En Las Traquinias no hay ascenso y no habrá teofanía. El Hera­cles de Sófocles ofrecía sacrificios a Zeus en las ruinas de las ciu^ dades saqueadas; ahora tiene que sacrificarse él mismo. Pero ¿a quién? El sacrificio significa mediación: la repetición del martirio de los hijos de dios, torturados a muerte en la tierra, o la súplica de su nuevo descenso al mundo; el sacrificio es un aplacamiento o una acción de gracias; un pago o un soborno, pero siempre debe haber algo o alguien del otro lado. En las tragedias de Sófocles, excep­tuando la última, Edipo en Colona, no hay mediación: dios no es inhumano, dios está más allá de lo humano, como la montaña in­culta que pertenece a Zeus.

El sacrificio se ofrece a la montaña silenciosa. Heracles perma­nece mudo hasta el final. "Oh porfiada alma mía, dame un freno de acero para fijar mis labios como la piedra y no dejar que grito alguno escape" (1259 ss., traducción de Jebb). E l sacri f ic io f inal de Heracles no es más que autodestrucción. Siendo una piedra sólo una piedra, el significante y el significado no difieren. El ritual no es más que forma. Pero esta forma se halla vacía. Cuando un rito ha de persistir como forma pura, todos los rigores deben cumplirse. El holocausto tendrá lugar en el rocoso acantilado de una montaña; la pira se hará con madera consagrada a Zeus: roble y olivo silves­tre; el fuego se encenderá de noche. Como en el suicidio de Deya­nira, el rigor es la crueldad transformada en ceremonia.

El fuego no es una purificación. En el rígido simbolismo de la tragedia, sólo significa, destrucción. Cuando el fuego del veneno que­mó el copo de lana, del polvo que cayó al suelo quedó sólo espuma sucia, como sobras de mosto.

Se llevan a Heracles. A l final de la tragedia, los hombres juzgan por fin a los dioses. El hijo formula el mensaje:

Veis cuan poca compasión mostraron los dioses en lo que ha acaecido;

2 1 Píndaro, traducción de A . E s c l a s a n s .

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los llaman padres nuestros, nos engendraron, e impávidos contemplan tal sufrimiento. Nadie percibe lo que está por venir. Lo presente es lastimero para nosotros y vergonzoso para los dioses [. . . ]

(1266 s.)

De todas las tragedias de Sófocles, Las Traquinias contiene la más desesperada lectura de cualquier posible comprensión que pue­da existir sobre el destino humano. Heracles,, que rescató a Deya­nira, fue destruido por ella. Pero Heracles fue destruido también

•V por_Yole, causa primera de todos los infortunios. Heracles murió del veneno oculto en la_ sangre del centauro, pero el veneno era la ponzoña "de la Hidra. La Hidra mató a Heracles, que había matado a la Hidra. Eros es veneno, y el hechizo de amor es ponzoña. La carne de los hombres, y los dioses mismos, se hallan infectados de Eros y Veneno. HeraaHmentó^con^su pecho a la Hidra mi-tológica, que fue hermana "de Cerbero y tía de la Esfinge, nacida de la unioñ incestuosa de madre e hi jo ; las flechas de Heracles, em­papadas en su veneno, infligieron a Hera una lesión incurable. " [ . . . ] y nada hay aquí que no venga de Zeus" (1278).

De lejos sólo puede verse el espasmo de los cuerpos en su lujuria y agonía, emponzoñados por Eros y Veneno. Todos los cuerpos se parecen; el cuerpo de Deyanira despierta la lujuria de los mons­truos, y ese es su destino. El cuerpo de Yole despierta la lujuria de Heracles, y ese es también su destino. " M i belleza habría de traerme dolor" (25), dice Deyanira desde el principio. "Su propia belleza ha destruido su vida" (464), dice luego de Yole. El cuerpo de Heracles, el más fuerte de los hombres, se debilita: "Ahora en mi desgracia me veo convertido en mujer" (1075). 2 2

i El mismo actor interpretaba -aJHeracles y Deyanira. La máscara " en el teatro griego representaba a la persona, pero en el laberinto

de símbolos y permutaciones en Las Traquinias, parece como si el confiar dos papeles, Deyanira y Heracles, al mismo actor, al mismo

2 2 H e r a c l e s l lora como u n a m u c h a c h a : " ¡ T e n lástima de mí, pues parezco lastimoso a muchos otros, l lorando y sollozando como m u c h a c h a ! " (1070 ss.). P e r o Y o l e n u n c a l lora . D e y a n i r a es también más fuerte que H e r a c l e s . C f . L e o A y l e n , Greek Tragedy and the Modern World. E d . Methuen , L o n d r e s y E d . B a r n e s & Noble, Nueva Y o r k , 1964, p. 90: " D e y a n i r a y Herac les son e l mis­mo actor. L a necedad femenina y l a arrogancia m a s c u l i n a p a r a n en lo mismo. E l hombre brutal es amado, y amado a causa de su bruta l idad , por l a m u j e r de buen corazón. Así son las cosas. P e r o D e y a n i r a enfrenta l a adversidad con

^ silencioso _yalor J_Jtíeracj£s__con_já£rm Esto es nuevamente u n a p a r a d o j a - que nóTTTaBla, aunque no podamos parafrasear lo que d i c e . "

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cuerpo, fuera un signo intencionado.2,3 " Y nada hay aquí que no venga de Zeus."

Sobre la orkhéstra y sobre el monte Eta, la Osa Mayor da una y otra vuelta, trayendo por turno la dicha y la ansiedad. Esta rue­da oblicua de la Osa Mayor, que en su ciclo anual se alza y cae sobre la tierra, se compara con una rueda de la fortuna, donde el cénit anuncia el nadir: el nuevo principio. 2 4 Pero en Las Traquinias la rueda de la fortuna es más bien como la "Rueda de Fuego" en la que fue quebrantado el rey Lear.

Heracles llama al regalo de Deyanira "una red llena de erinias" (1052). El Coro compara a Yole, que entra en casa de Deyanira llevando a un hijo cuyo padre es Heracles, con una Furia. La ima­gen y el estilo son esquilianos. Pero en la Orestíada, las Furias hambrientas de sangre y perseguidoras implacables de los asesinos, se convierten en perros guardianes que protegen la ciudad. A par­tir de Micenas y Tebas, torturadas por tres generaciones, a partir de matri-, patri-, fratri-cidios, al final Atenas se levantó merced a una alianza con la hija de Zeus. Pero en Sófocles no hay mediación entre lo humano y lo sobrehumano, ni tampoco entre la crueldad del azar y la necesidad divina. La vida humana se vive una vez, y la redención no existe.

La teología de Sófocles, en que los dioses permanecen mudos y los oráculos se cumplen, se asemeja en forma asombrosa (e inquie­tante) al juego del azar y la necesidad, que los más brillantes bió­logos contemporáneos han descrito recientemente. De los billones de vueltas de la ruleta cósmica, la vida emergió una vez, y somos parte de ella. Los campos magnéticos o térmicos cambiaron, y con una

2 3 A l menos tres veces en las tragedias que sobreviven esta"iriación espe­c i a l entre dos personajes interpretados por e l mismo actor parece digna de meditarse : D e y a n i r a - H e r a c l e s , Antígona-Tiresias y Penteo-Agave. Sobré l a mis­m a máscara que dos actores distintos se ponían, véase " A l c e s t e s l a v e l a d a " (p. 105 y n o t a ) .

2 4 C f . J o h n Jones , On Aristotle and Greek Tragedy, ed. c i t . , p. 175: " L a forma n a d a arti f ic iosa en que Sófocles atrapa e l aquí-y-ahora humano en l a tonada de l a O s a separa a ésta de l a consabida imagen estelar de trascenden­c i a [ ] mientras que distinguimos l a O s a que gira de l a R u e d a de l a F o r ­tuna del c lasicismo tardío por l a tr iv ia l idad esencial de l a segunda ( l a rueda es u n mero d i a g r a m a del ritmo prosperidad-adversidad que se observa en los asuntos h u m a n o s ) , y por el hecho de que el movimiento de l a r u e d a se pro­duce sobre u n e je p e r p e n d i c u l a r : l a prosperidad en l a cumbre se opone antitéticamente a ía adversidad en el fondo; de aquí l a l a r g a e íntima conexión de l a rueda con l a tradición de l a Caída de los Príncipes en l a teoría y l a práctica trágicas. L a O s a , en contraste, es u n a r e a l i d a d de voz profunda, allá a r r i b a a l a vista de todos, poder viviente cómo eran todas las estrellas para los griegos, activas en cambiar las estaciones y no simplemente yendo y vinien­do con el las [ . . . ] "

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nueva situación bioquímica, ocurrió la mutación, y una gota de vida, que siempre ha de repetirse a sí misma, repetirá el mismo cambio hasta el infinito mientras no ocurra una nueva mutación. Dentro del cosmos no hay intención alguna. De los billones de mutaciones surgió en forma imprevisible la extraña espiral DNA , que podría compararse con una antigua Hidra de mil cabezas28 y que es el código de un gene humano. El gene se repite y, entre el billón de vueltas ciegas de la ruleta, se regeneran monstruos de acuerdo a la ley de probabilidades. Todas los profecías que se cumplen vienen de la DNA . Hace mucho tiempo, el macrocosmos se convirtió en "el eterno silencio de espacios infinitos más allá de lo humano". El nue­vo microcosmos de la biología se encuentra también más allá de lo humano. Las mutaciones en las partículas de la vida carecen de di­rección y de propósito. Así habló Zaratustra:

"Por acaso" — esta es la más vieja aristocracia del mundo, yo se la he restituido a todas las cosas, yo las he redimido de la ser­vidumbre a la finalidad. Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azul sobre todas las cosas al en­señar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna "voluntad eterna" que — quiera. Esta arrogancia y esta necesidad púselas yo en lugar de aquella voluntad cuando enseñé: "En to­das las cosas sólo una es imposible — ¡racionalidad!"26

Esta extraña espiral enhiesta de nodulos es la única en todo el microcosmos y macrocosmos que tiene conciencia plena de su pro­pia existencia y conocimiento pleno del sufrimiento.

Doncella, deja la casa y ven con nosotros. Has presenciado una muerte tremenda y tormentos, muchos y extraños, y nada hay aquí que no venga de Zeus.

(1275 s . ) «

2 5 L a H i d r a era un dragón acuático como e l leviatán b i b l i c o : "¿Pescarás con anzuelo a l Leviatán y con cordel sujetarás su l e n g u a ? ¿Por su nariz harás pasar u n j u n c o y con gancho taladrarás su q u i j a d a ? " (Job, 40, 20 -21 ) . L a H i d r a de L e r n a e r a u n monstruo de agua dulce . Vivía c e r c a de L e r n a , no le jos de Argos , donde se extendían anchos pantanos. Tenía cientos de cabezas : "Calcinó c a d a mortífera cabeza de h i d r a en el perro de L e r n a con m i l cabezas . " Eurípides, Heracles (420 ss . ) en traducción de W i l l i a m A r r o w -smith , The Complete Greek Tragedies, Eurípides I. Univers i ty of C h i c a g o P r e s s , C h i c a g o , 1956.

2 4 Así habló Zaratustra, F r i e d r i c h Nietzsche, traducción de Andrés Sánchez P a s c u a l . E d . A l i a n z a E d i t o r i a l , M a d r i d , 1972, p. 235.

2 7 Quién pronuncia el último anapesto (1275-78) h a sido desde hace tiem-

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La procesión sigue a la litera. Yole ha salido de la casa para su­marse al Coro. Heracles asesinó a su padre y sus hermanos, la dejó preñada, y dispuso que su hijo la tomara por esposa. No ha dicho una sola palabra en toda la tragedia. 2 8 Nada sabemos de ella. No sabemos siquiera si empezó a amar o a odiar a Heracles cuando él la tomó en su tienda una hora después de arrasar la ciudad. Yole sólo cruza dos veces la escena. La primera vez se aparta del grupo de cautivas y Deyanira advierte que es distinta de sus compañeras. Yole es la única en soportar su destino con dignidad. Enfrenta en silencio la crueldad humana y suprahumana. Esta es la única alter­nativa heroica que le resta: es el más sofocleano de todos los per­sonajes en Las Traquinias.

L'étoüe a pleuré rose au coeur de tes oreilles, L'infini roulé blanc de ta nuque á tes reins; La mer a perlé rousse á tes mames vermeilles, Et YHomme saigné noir á ton flanc souverain.

(Rimbaud, Quatrain)

La estrella ha llorado rosa en el corazón de tus oídos, El infinito rodó blanco de tu nuca a tus ríñones, La mar perló bermellón en tus mamas bermejas, Y el hombre sangró negro en tu flanco soberano.2*

po u n tema de discusión entre los editores de Las Traquinias. Véase el co­mentario de J e b b a estas líneas, y e l de M u s u r i l l o , e l más reciente ( p . 7 9 ) . L a lógica del d r a m a y los f inales de otras tragedias sofocleanas piden que estas líneas se den a l Corifeo. R e c u e r d a n de m a n e r a asombrosa e l último mensaje .de H o r a c i o :

Así escucharéis de hechos carnales , sangrientos y ant inatura les ; de j u i c i o s por accidente , matanzas por a c a s o ; de muertes producidas por astucia y causa forzada [ . . . ]

(Hamlet, v, i i , 472-75)

Otro motivo de controversia es a quién se dirigen l a s últimas palabras . ¿ A las mujeres del C o r o ? ¿ A Y o l e ? L a si lenciosa Y o l e es l a f igura más trágica d e l d r a m a , y l a coda de l a acción es su presencia en e l cortejo fúnebre.

2 8 E n e l Hercules Oetaeus de Séneca, Y o l e no es u n papel m u d o ; habla , pero l a tensión se destruye de inmediato y todo se vuelve súbitamente p l a n a

2 9 A r t h u r R i m b a u d , Obra poética, traducción de E . M . S . Dañero. E d . del S ig lo , B u e n o s A i r e s , 1970, p. 115.

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