tlaloque n°3

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TLÁLOC ¿QUÉ? Boletín del Seminario El Emblema de Tláloc en Mesoamérica Año 1 N°3 Julio-Septiembre 2011

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Boletin del Seminario de Tlaloc

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Page 1: Tlaloque N°3

TLÁLOC ¿QUÉ?

Boletín del Seminario

El Emblema de Tláloc en Mesoamérica

Año 1 N°3 Julio-Septiembre 2011

Page 2: Tlaloque N°3

2

Portada: Lámina 12, Códice Laud.

Página 3: Detalle, Lámina 4, Códice Laud.

Cenefa: Detalle Mural de Zacuala, Greca según Felipe Dávalos. En Miller, 1973.

José Narro Robles

Rector

Estela Morales Campos

Coordinadora de Humanidades

Renato González Mello

Director del Instituto de Investigaciones Estéticas

María Elena Ruiz Gallut

Titular del proyecto

Editores

María Elena Ruiz Gallut

América Malbrán Porto

Enrique Méndez Torres

Diseño editorial

América Malbrán Porto

Consejo Editorial:

Jorge Angulo Villaseñor

Marie-Areti Hers

Alejandro Villalobos

Patrick Johansson K.

Las opiniones expresadas en Tláloc ¿Qué? Boletín del

Seminario El Emblema de Tláloc en Mesoamérica son

responsabilidad exclusiva de sus autores.

Tláloc ¿Qué? Boletín del Seminario El Emblema de Tla-

loc en Mesoamérica es una publicación trimestral del

Proyecto El Emblema de Tláloc en Mesoamérica, del

Instituto de Investigaciones Estéticas de La Universidad

Nacional Autónoma de México, Circuito Mario de la

Cueva s/n, Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México

D.F. Tel. 5622-7547 Fax. 5665-4740.

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Certificado de reserva de derecho al uso exclusivo

del título, Dirección General de Derechos de Autor,

Secretaría de Educación Pública, número ( en

trámite ) . Certificados de licitud de título y de con-

tenido, Comisión Certificadora de Publicaciones y

Revistas Ilustradas, Secretaría de Gobernación,

números, ( en trámite ) , ISSN ( en trámite ) .

Page 3: Tlaloque N°3

3

CONTENIDO

Presentación p. 5

Una visión sobre conceptos astronómicos asociados a Tlaloc p. 7 J. Daniel Flores Gutiérrez

El ahuítzotl:

función y simbolismo en la cosmovisión mexica p.14

Camilo Mireles

Tláloc: agua, fuego y agricultura p. 27

Ofelia Márquez Huitzil

Sesiones del Seminario p. 39

Page 4: Tlaloque N°3

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Page 5: Tlaloque N°3

5

PRESENTACIÓN

En este tercer número mostraremos algunas facetas de Tláloc como señor del tiempo, deidad que no

sólo se vincula con el astro solar sino con otros elementos de la naturaleza propios de su calidad, como

las aguas del lago central del México-Tenochtitlán.

En la opinión del astrónomo Daniel Flores, Tláloc está también relacionado con el calendario y algunos

aspectos astronómicos que debieron ser visibles en determinados momentos del día o de la noche y que

tuvieron un vínculo, sobre todo, con los momentos de siembra y cosecha de plantas importantes como lo

fue el maíz. Analizando la iconografía de la capsa petrea de Tizapan, Flores nota que el total de las

cuentas, de los collares que llevan las cuatro figuras de los Tlálocs, equipara a los 18 meses de un

xiuhtlapohuali.

Daniel Flores también entrevé la posibilidad de que el calendario usado por los mexicas sea un legado

del pueblo teotihuacano que modeló su paisaje urbano para marcar las salidas del sol en fechas específi-

cas.

Los lagos del Centro de México, además de formar un importante cuerpo de agua fueron el hábitat de

una criatura mitológica empleada como regulador social. El Ahuítzotl, nos comenta Camilo Mireles, es un

ser que tienen la facultad de transitar entre dos espacios el agua, lugar donde se da la vida, las riquezas,

lugar donde se localiza el Tlalocan y aquel espacio donde habitan los hombres, la Tierra.

Mireles hace una recopilación de las imágenes iconográficas donde aparece representado este numen y

un análisis de diversos textos que mencionan las cualidades del Ahuítzotl, para entender el proceder con

la gente según su comportamiento, castigándolas o premiándolas llevándolas al Tlalocan, su morada.

En el tercer texto, Ofelia Márquez, nos refuerza la idea que se trató en el artículo del doctor Flores, de

cómo se vincula Tláloc con el tiempo e, indudablemente, con las cosechas, pero esta vez analizando

laminas de los códices Nuttall, Borgia y Baticano B.

Márquez analiza los elementos iconográficos que componen al miotli, símbolo del año, y aprecia que es

un tocado que en algunas ocasiones llega a usar Tláloc en estos códices y en otras representaciones.

De éste modo vincula a este dios como una metáfora del ciclo solar que influye en las cosechas.

Los editores

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7

UNA VISIÓN SOBRE CONCEPTOS ASTRONÓMICOS ASOCIADOS A TLALOC

J. Daniel Flores Gutiérrez

C on los estudios e interpretaciones de los elementos iconográficos de las imágenes

de Tlaloc, pretéritos y recientes (Lorenzo, 1968: 70-71; Lorenzo et. al. 1968; López

Austin y López Luján, 2004), se han estructurado conjuntos de ideas que han con-

ducido a conceptualizar diversas visiones como la meteórica que lo enviste de dios de la llu-

via, truenos y relámpagos, o como la telúrica que lo asocian a un camino debajo de la tierra

o bien a una cueva larga (Durán, 1984). Además de estas visiones me parece que existen

ciertos elementos sígnicos que nos hacen pensar en su conexión con el calendario y deter-

minados conceptos astronómicos en función de la observación de objetos celestes.

Tlaloc y los cuatro rumbos del universo

Entre las numerosas advocaciones de la gran deidad surgen las imágenes de cuatro repre-

sentaciones pintadas en la capsa petra o tepetlacalli de Tizapán (Caso, 1932), las cuales in-

tegran elementos sígnicos de Tlaloc además de mostrar colores distintos entre sí tanto en su

vestimenta como en los tocados (Fig. 1). A ello agregaremos el atributo de temporalidad da-

do por los elementos iconográficos ubicados hacia las esquinas entre cada uno de los perso-

najes, ya que pueden asociarse al maíz en diferentes fases de crecimiento entre la siembra

de la semilla y su cosecha (Rivas, comunicación personal)1, por otro lado se observa que el

número de cuentas en los collares se repite en parejas de personajes (Márquez, comunica-

ción personal)2.

1 Rivas Castro, Francisco, comunicación personal dada en la discusión general en el Seminario de Tlaloc,

agosto, 2010.

2 Márquez, Ofelia, comunicación personal dada en la discusión general en el Seminario de Tlaloc,

agosto, 2010.

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Fig. 1 Vista del interior de la tapa de la capsa perta de Tizapán (caja chica).

Se indican las cuentas en los collares de los cuatro personajes las cuales suman un total de

dieciocho. De ser así muestran de modo indirecto el número de meses del año.

De esta caja Alfonso Caso hacer ver la pre-

sencia conceptual de los cuatro rumbos del

universo y, por su parte, por ello considero,

efectivamente, que dada esta inferencia es

factible pensar en la correlación del concep-

to de Tlaloc con la antigua práctica mesoa-

mericana de contar grupos de cuatro años,

los cuales se identificaban plenamente apli-

cando un nombre mediante la asignación

sucesiva de uno de los cuatro puntos cardi-

nales o uno de los siguientes nombres Co-

jo, Caña, Pedernal o Casa, o bien la asig-

nación de uno de un grupo de cuatro colo-

res que fue distinto según la época y la zo-

na cultural.

Tlaloc como deidad asociada a la cuenta

de los días

En las fuentes coloniales se menciona el

interés que hubo por conocer lo relacionado

con el calendario del México Antiguo y

cuando celebraban los naturales el inicio de

su año. De acuerdo a Sahagún, Códice Flo-

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rentino (1979), y otras fuentes, aquello

ocurría en los primeros días del mes de fe-

brero, concretamente el día 2 del calendario

Juliano, y por otro lado se puntualizaba que

las fiestas del segundo día del mes de fe-

brero estaban dedicadas a Tlaloc (Borunda,

1978).

León y Gama (1972:15-20) describió cómo

efectuaban dicha cuenta de días lo cual se

resumía en trece ciclos de cuatro años:

De 18 de estos meses constaba su

Año común, ó de 360 días útiles, a

los cuales añadía otros cinco días,

al fin del último mes, que nombra-

ban Nemontemi, que tanto suena

como vanos e inútiles, porque en

ellos ni trabajaban, ni se emplea-

ban en cosa alguna, manteniéndo-

se siempre ociosos, y temerosos

de que les viniesen en cualquiera

de ellos muchas desgracias; cre-

yendo, por un delirio de sus su-

persticiones, que en último de

aquellos 5 días se había de acabar

el mundo…

…representaban los 18 meses de

su Año en forma circular, con otras

tantas divisiones ó casillas donde

figuraban los símbolos respectivos

con que se conocía cada uno de

los dichos meses.

los dichos meses. Llamaban a esta

especie de rueda, Xiuhtlapohuali, o

Cuenta del año, y en el centro de

ella figuraban la imágenes del Sol.

En la misma forma circular repre-

sentaban su Ciclo, que era un per-

íodo de 52 años, que nombraban

Xiuhmolpilli, y significa, atadura de

años: algunas veces pintaban dos

ruedas concéntricas, la una que

contenía los 18 meses, y la otra

que estaba encima de ella era el

período de los 52 años…

Por otro lado notemos que en los collares

de los personajes de la capsa petra de Ti-

zapán el número de dieciocho meses esta

sutilmente representado en el total de cuen-

tas (Fig. 2).

Con todo ello he tratado de resaltar que

ciertos atributos de Tlaloc corresponden

con ciertos aspectos de la calendárica del

México antiguo con lo cual podemos identi-

ficar diversos elementos en los contextos

arqueológicos y astronómicos con la tradi-

ción teotihuacana.

En función de los conceptos vertidos por

Fray Diego Durán de una cueva o camino

subterráneo parece ser que existió una re-

lación con las prácticas calendáricas teo-

tihucanas, que si bien aún no se tiene cer-

Page 10: Tlaloque N°3

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teza del tipo de calendario que se utilizaba,

es razonable pensar que hubo una práctica

cotidiana de contar el transcurso de los

días.

De la Pirámide del Sol Batres (1906) nos

narra sus trabajos de exploración en los

templos adheridos al costado Oeste y nos

habla de los numerosos hallazgos de diver-

sos símbolos cronométricos, señalando

que:

…entre los minuetos más notables

que se han descubierto en el costado

Oeste de la pirámide, debemos de

Citar dos tableros de piedra que mi-

den un metro diez centímetros de al-

to, un metro cuatro centímetros de

ancho y diez centímetros de espesor,

llevando esculpido en sus caras exte-

riores la figura de unas cintas dobla-

das formando un lazo, en el centro un

calabrote retorcido, y en la parte infe-

rior unos dibujos parecidos a flamas.

Estos dibujos están pintados de rojo,

verde y azul. Se encontraron también

dos dados, el uno hecho pedazos y el

otro aunque mutilado en mejor estado

Fig. 2. Dibujo extendido de los tlaloques, interior capsa petra de Tizapán, en la que indica-

mos las cuentas en los collares y cuatro fases del crecimiento del maíz.

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estado de conservación, llevando en

sus dibujos de alto relieve los mismos

símbolos que tienen esculpidos los

tableros de piedra. Estos dados mi-

den un metro de alto y cincuenta y un

centímetros de ancho por lado.

Me inclino á creer que ese lazo, esa

cuerda retorcida y esas llamas en

conjunto simbolizan una atadura de

años y la gran fiesta de renovación

del fuego sagrado de cada siglo. So-

bre el gran plano superior horizontal

del templo central de tres cuerpos,

descubrí un gran brasero que afecta

la forma de una doble copa, ceñida por

el centro con una banda que parece su-

jetar dos cuadretes que colocados late-

ralmente opuestos en las paredes exte-

riores del vaso, llevan esculpidos los

calabrotes retorcidos iguales á los de

los tableros y además cuatro barras

atadas por el centro. Probablemente

este brasero servía para encender el

fuego en la renovación de ese elemento

sagrado, cada siglo de cincuenta y dos

años, como los mexicanos…

(Batres 1906:25)

Fig. 3. Salida del sol el 12 de febrero observada desde el montículo ubicado en el cuadrante W2-W3

y N3-N4, que señala el antiquísimo interés teotihuacano por registrar el suceso solar que mas tarde

se tomaría como el inicio del año en el altiplano mexicano.

Page 12: Tlaloque N°3

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Con esta descripción nos encontramos en

Teotihuacan ante los modos de contar el

tiempo, así descubre elementos que repre-

sentan ataduras de años en unos tableros

de la estructura de tres cuerpos en la que

se representan las ataduras de años según

los mexicanos, como señala el propio Ba-

tres. A estos hallazgos podemos agregar

otro elemento notable que es la observa-

ción del sol desde el montículo (Fig. 3) ubi-

cado por Millon entre los cuadrantes W2-

W3 y N3-N4 (Millon, et. al. 1973), desde ahí

se observa cada año el avance del sol del

día 7 al 11 de febrero para culminar en el

día 12 que señalaba el inicio del año, como

lo describe Sahagún, el 12 de febrero el

cual corresponde al 2 de febrero del calen-

dario Juliano marcando los ciclos anuales

en intervalos de trescientos sesenta días

más cinco con los que se completaba el año

trópico de trescientos sesenta y cinco días.

Hemos revisado como ciertos atributos aso-

ciados a Tlaloc indican relaciones concep-

tuales con la cuenta de los días y las atadu-

ras de los años, que se aclararán en un

próximo trabajo más amplio que en breve

se presentará.

Bibliografía

Batres, Leopoldo.

1906 Teotihuacan. Memorias, Imprenta de

Fidencio S. Soria, México.

Borunda, Joseph Ignacio.

1798 Clave General de Jeroglíficos Mexica-

nos. Paris.

Duran, Fray Diego.

1984 Historia de las Indias de la Nueva Es-

paña, Editorial Porrúa, México.

León y Gama, Antonio.

1792 Descripción histórica y cronológica de

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Zúñiga, México.

Lorenzo, José Luis.

1968. “Clima y agricultura en Teotihuacan”, en

J.L. Lorenzo, ed., Materiales para la Arqueo-

logía de Teotihuacan, Serie Investigaciones N°

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Lorenzo José Luis, Piña Chan Román,

Pavón Abreu Raúl, Gurría Lacroix y Reyes

Cortés Manuel.

1968 Materiales para la arqueología de

Teotihuacan. Serie Investigaciones, N° 17.

INAH, México.

Page 13: Tlaloque N°3

13

López Austin Alfredo y Leonardo López

Lujan.

2004 El templo de Tenochtitlan, el Tona-

catépetl y el mito del robo del maíz, en

Acercarse y Mirar. Uriarte María Teresa y

Staines Cicero Leticia Eds. Universidad Na-

cional Autónoma de México, pp. 423-455.

Millon, René, R. Bruce Drewitt and George

L. Cowgill.

1973 Urbanization at Teotihuacan, Mexico,

Volume 1: The Teotihuacan Map, Part 2: Maps.

University of Texas Press, Austin.

Sahagún, Fray Bernardino de.

1979 Códice Florentino. Manuscrito 218-20 de

la Colección Palatina de la Biblioteca Lauren-

ziana. Edición Facsimilar. Secretaría de

Hacienda y Crédito Público, Secretaría de Go-

bernación. México.

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EL AHUÍTZOTL:

FUNCIÓN Y SIMBOLISMO EN LA COSMOVISIÓN MEXICA

Camilo Mireles

E l paisaje ritual se presenta al espectador como un espacio coherente, organizado, que re-

produce el orden social y cosmogónico. Mediante un proceso isomorfo se cristaliza una

asociación entre rasgos naturales, por una parte, y culturales y estructurales, por otra; ge-

nerando una serie de reglas y formas de comportarse ante tal escenario. Parte de este fenómeno

es la creación de seres antropomorfos o zoomorfos que representan los elementos naturales incon-

trolables, a éstos se les atribuye el desorden que puedan ocasionar, por tanto se les asignan pro-

piedades simbólicas que implican contaminación y tabú.

En el caso del ahuítzotl estos elementos son fácilmente perceptibles, mas no así explicables. El

códice Matritense de la Real Academia de la Historia y Florentino, ambos parten de la documenta-

ción reunida por Sahagún, contienen esencialmente la misma mención en náhuatl sobre este ani-

mal, variando en escasos términos, aunque en el segundo se incluye una traducción no literal en

español. El texto en náhuatl, traducido por López Austin (1969:107-111), expresa en el primer

párrafo una breve descripción física:

“Es como un perrito tehui, como un perrito tehui, muy lisillo, de pelillo corto, de orejitas pun-

tiagudas, del tamaño de un perrito. Es negro como el hule, resbaloso, resbaladizo, escurridi-

zo. Es de cola larga, y en el extremo de su cola tiene una mano; como una mano humana,

Page 15: Tlaloque N°3

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así está en la punta de la cola. Y sus ma-

nos son como manos de mapache, o

quizá como manos de mono” (ibíd.: 107).

Al parecer los indígenas lo concebían como

una especie de perro acuático, aunque ni

ellos ni Sahagún lo consideraban una nutria,

por eso advierten:

“A la nutria la llaman aitzcuintli, la cual

también anda en el agua” (2005, III: 264).

El Doctor Hernández, sin embargo, afirma:

“puede considerarse como una especie de

nutria, pues hay en Nueva España gran

cantidad de ellas” (1959, III: 353).

Aún así, si aceptásemos que se trataba de di-

cho mamífero, al igual que supuso Garibay

(1985: 153), el significado etimológico de su

nombre en náhuatl nos referiría directamente

al perro: Aitzcuintli, de la raíz –a; de atl, agua;

e itzcuintli, perro; es decir, Perro de agua.

Este par de referencias también son visibles en

la iconografía. Existe una escultura en el Museo

Nacional de Antropología en que se muestra de

forma naturalista (Fig.1). Dicha pieza asemeja

un perro, en especial por las proporciones del

cuerpo en razón de sus piernas; vemos las ex-

tremidades delanteras estiradas y las traseras

flexionadas a la manera en que se sientan los

canidos. Por otra parte, en la imagen mostrada

en el folio 71 del Códice Florentino se observa,

en su posición y complexión, claramente una

especie de nutria (Fig.2); incluso, aun cuando

en la descripción literaria del mismo documento

se menciona la mano al final de la cola, ésta no

aparece en la pintura. En base a lo anterior, se

puede considerar que compartía características

con ambos animales, los cuales eran parte de

categorías taxonómicas semejantes, recordan-

do que éstas no siempre corresponden a las

actuales.

Fig. 1. El ahuítzotl, escultura naturalista. Museo Nacional de Antropología.

Foto: Camilo Mireles.

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Siguiendo el curso del relato de los códices

arriba mencionados, se nos informa:

“En las cuevas acuáticas, en las profundida-

des del agua vive, tiene su casa” (López

Austin, óp. cit.).

Es decir, habitaba en el umbral del Tlalocan,

en un espacio liminar. Su morada se encontrba

entre dos conceptos plenamente definidos, e

plano terrestre y la región donde iban los

muertos por algún hecho relacionado al agua.

Es por eso que su clasificación contenía princi-

pios de peligro y pureza. Para entrar a ese es-

ese estado puro, al “paraíso terrenal”, se tenía

que morir. Sólo un “ser liminar” podría vivir en

un contexto inter-estructural, es decir, entre

dos o más estados. En este caso, la vida y la

muerte, la Tierra y el Tlalocan.

Enseguida se comenta la forma en que se ma-

nifestaba:

“Y al que llega a su entrada, o quizá donde

se encuentra en el agua. Se dice que lo

hunde, lo sumerge, lo lleva a su hogar, lo

mete a la profundidad. Así lo agarra con su

cola, así lo irá a coger” (ibíd.).

Este fragmento del texto es fundamental, en él

se alude a la función de la larga cola. Se trata

de un rasgo exagerado que siempre se pre-

senta en forma de espiral, se puede observar

en relieves y pinturas cuando funge como an-

tropónimo ya sea delante de un chorro de agua

que corre por su espalda o de un fondo acuáti-

co; en el caso de las esculturas, se presenta

como la base. La imagen que se produce es

aquella típica de los remolinos de agua que

son apreciables en otras piezas mexicas ofren-

dadas a los lagos (Figs. 3, 4 y 5). Así, el ahuít-

zotl se muestra como la imagen zoomorfizada

de los remolinos:

“Y cuando lo agarra, para que ninguno baje

a él a atemorizarlo, enseguida mueve el

agua, está zangoloteando, hace borbollo-

nes, hace espuma; lejos llega el agua; viene

Fig. 2. El ahuítzotl, engañando a un individuo mostrándole peces. Códice Florentino, libro XI,

folio 71.

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a tenderse su espuma; gotea mucho; se

extiende la espuma” (ibíd.).

De tal manera, la mano resulta un elemento

dispensable, eludible, en algunas imágenes

aparece y en otras no; más aun, en la descrip-

ción física es mencionada, pero en la cita ante-

rior ni siquiera es tomada en cuenta. Sin em-

bargo, es de cierta importancia ya que afianza

el sentido metafórico. Ayuda a describir la sen-

sación de sumergimiento experimentada por

los arrastrados al fondo del lago, por tanto no

es necesaria; la cola remite al mismo efecto

de manera más concisa, en forma de espiral.

En algunas ocasiones el ahogado era encon-

trado en la superficie, aunque:

“El sumergido ya no tiene ojos, ni dientes,

ni uñas. Todo se lo rasparon hasta la piel.

Pero su cuerpo no está entonces en algu-

na forma desollado, en ninguna parte; sólo

tiene su cuerpo cardenales como produci-

dos por el roce del agua” (ibíd.).

Fig. 3. Lápida de Tepoztlan, se relaciona a otra lápida encontrada en la misma pared que muestra la fe-cha Diez-Conejo, año en que muere el tlatoani Ahuítzotl ; su antropónimo se presenta con un chorro de agua que corre por su espalda y se mezcla con la cola formando un espiral, un remolino. Museo Nacional de Antropología. Foto: Camilo Mireles.

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Los cardenales eran provocados por golpes en

los procesos de hundimiento y transporte a las

costas. Escalante propone que las partes blan-

das del cuerpo serían las primeras que cual-

quier animal carnívoro hambriento comería de

un cadáver humano, ojos, encías y yemas de

los dedos; lo cual podría explicar que la gente

encontrase al ahogado como se describe

(1999: 60). El sentido metafórico es el que no

queda muy claro; sin embargo, gracias a algu-

nas pistas propongo lo siguiente:

1) Los ojos, al ser orificios del cuerpo, produ-

cen materia marginal que cruza del interior al

exterior, pasando de un estado a otro; así,

lágrimas y lagañas pueden simbolizar benefi-

cios o peligros (Douglas, 1973: 164). No es

extraño ver vasijas Tláloc llorando; asimismo

cuando sacrificaban niños en las cimas de las

montañas, era un buen pronóstico el que llo-

rasen ya que llamaban las lluvias (Sahagún,

2005, I: 110); es decir, las lágrimas represen-

taban lluvia, la cual produce fertilidad, pero en

exceso también inundaciones.

2) Otros restos corporales marginales pueden

contener los principios ya señalados

(Douglas, ibíd.).

Los dientes tienen la capacidad de crecer

después de haberse caído en cierta etapa de

la vida, sólo una vez sucede esto y posible-

mente haya significado un tránsito entre esta-

Fig. 4. Cara interior de la Caja de Ahuítzotl, la imagen muestra al animal con un fondo acuático y la cola en-rollada, formando claramente un remolino sobre el agua. Museo Británico. Foto tomada de Britishmuseum. com, 2011.

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dos; una analogía con la vida y la muerte pa-

rece verosímil ya que crecen, caen “mueren”

y vuelven a surgir “nacen de nuevo”.

3) En el Códice Florentino, en el Apéndice del

Libro V, se hace un comentario sobre las

uñas en relación a este ser:

“los que se cortaban las uñas echábanlas

en el agua, y decían que por esto el anima-

lejo que se llama ahuitzotl haría que se le

naciesen bien las uñas, porque es muy

amigo de comer las uñas” (2005, II: 37;

Garibay reproduce los comentarios, óp.

cit.: 147).

Al igual que los dientes, las uñas vuelven a

crecer, pero a diferencia de los primeros,

éstas resurgen innumerables veces. Es facti-

ble pensar que estaban relacionadas con la

fertilidad y el resurgimiento cíclico de los man-

tenimientos, por tanto era menester propiciar

de esa fuerza creadora al agua.

Fig. 5. Base de la escultura del MNA, la parte inferior muestra un espiral, forma mexica típica de representar remolinos, complementada con una mano que refuerza la metáfora. Foto: Camilo Mireles.

Page 20: Tlaloque N°3

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En resumen, estos tres elementos marginales

del cuerpo se encontraban relacionados con

los ciclos acuáticos, fertilidad y muerte, sin

descartar el sentido social que pudo estar

implícito –ej.: el aspecto estético de uñas y

dientes, perder uno o varios de ambos, quedar

ciego, etc. La cita sobre las uñas sugiere que

este ser se comía los tres, por tanto proveía a

su espacio y a sí mismo de la energía renova-

dora que contenían, se alimentaba de símbo-

los de fertilidad, y a su vez podía propiciarla

recíprocamente a los sujetos que le daban de

comer

La narración continúa:

“Y ningún hombre irá a tomarlo de allá don-

de está el que fue sumergido. Lo consideran

deber propio de los sacerdotes, de los guar-

dianes de Dios, de los que se dice que no

tienen polvo, que no tienen basura” (López

Austin, óp. cit.: 109).

Los muertos, en la cosmovisión mexica, tenían

que ser provistos de los elementos simbólicos

necesarios para llegar a su destino posmortem

en rituales funerarios, los cuales se pueden in-

terpretar como ritos de paso entre un estado a

otro, de una vida a otra. Pero el sumergido

había tenido contacto con un ser liminar que lo

llevó a su hogar, cruzando las fronteras sin

preparación alguna, su contaminación era in-

evitable. Por tanto, el transgresor se convertía

en tabú. Sólo los sacerdotes de los Tlaloque,

“que no tienen polvo, que no tienen basura” -

libres de pecado-, podían tocarlo, ya que ellos

estaban limpios, embestían los poderes de lo

ordenado, poseían la preparación simbólica

para lidiar con la contaminación. Si alguien

“lleno de polvo, lleno de basura” -pecador- to-

caba el cadáver, sería llevado también por los

Tlaloque o se enfermaría de “gota artéti-

ca” (López Austin, ibíd.; Sahagún, 2005, III:

265). Representando así, peligro, justo como el

fenómeno que había terminado con su vida; y

contaminación, al igual que el lugar al que hab-

ía sido llevado.

Existían dos razones para este tipo de muerte:

“Y dizque el sumergido había sido de buen

corazón. Por eso lo llevaba [los dioses] allá

al Tlalocan. O quizá [porque] había guarda-

do jades, dizque por eso se disgustan los

Tlaloque” (López Austin, ibíd.).

Para ambas formas había un tipo de engaño,

como hizo notar previamente Escalante (óp.

cit.: 198). A la gente de “buen corazón” se le

presenta sollozando:

“y el que lo oye cree que quizá llora un ni-

ñito, un muchachito, quizá abandonado al

nacer. Por eso se entristece; allá va a verlo;

así cae en las garras del ahuítzotl, allá lo

sumerge” (López Austin, ibíd.).

Mientras a los codiciosos “viene a mostrar los

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peces, los juiles, los amilotes, las ranas” (ibíd.).

Éstos saltan fuera del agua y el pescador opor-

tunista busca atraparlos sin ninguna mesura, el

ahuítzotl “enseguida hace espumar el agua pa-

ra que allí muera, para que allí sea sumergi-

do” (óp. cit.: 111).

La fuerza natural zoomorfizada a que me refie-

ro, el remolino, parte de una experiencia instru-

mental muy simple, no acercarse a ellos pues-

to que pueden ser mortales. Sin embargo, aquí

se muestra el nivel expresivo plenamente. A

los pescadores se les presentan límites para

su codicia, aunque en general se advierte del

peligro de los remolinos a las personas que tra-

bajan en el agua, a los llamados atlaca. Así, se

presenta un modelo de humildad con miras a

conservar las distinciones sociales. La gente

común era la que trabajaba los lagos, los no-

bles se encargaban de labores administrativas,

religiosas o de liderazgo; por tanto, estas ad-

vertencias eran para los primeros.

Más aun, el jade “es señal de que es persona

noble el que la trae; a los macehuales no les

era lícito traerla” (Sahagún, óp. cit.: 334).

Los labradores de oro y jade, quienes habían

aprendido el oficio de los dioses, vestían a los

nobles con la joyería que los númenes acuáti-

cos portaban, formando ambos parte de un

círculo social similar. Esto es claro en la Caja

de Ahuítzotl, en la cual se muestra un Tlaloque

con anteojeras, colmillos y un collar de chal-

chihuites del que cuelga un pectoral de oro

(Fig. 6). En sus manos sostiene una olla con el

símbolo de jade de la cual brota agua, mazor-

cas de maíz y retoños de flores, las ofrendas

que los labradores de piedras preciosas y me-

tales finos ofrecían a Xipe Tótec, Nuestro se-

ñor el desollado, en la fiesta del segundo mes,

Tlacaxipehualiztli (óp. cit.: 56-67); al igual que

los pipiltin a Cintéotl, deidad masculina del

maíz (y uno de los cuatro creadores del oficio

de dichos labradores; ibíd.), en la cuarta fiesta

del año, Huey Tozoztli (óp. cit., I: 113); las cua-

les daban la bienvenida a la temporada de fer-

tilidad (Velasco, 1999: 178-179). Es decir, las

clases altas intentaban emparentarse con las

deidades para justificar su papel de minoría

poseedora del poder político e ideológico. Así,

los símbolos que representaban deidades,

también representaban a la clase noble; para

ellos el jade no era peligroso, mientras para los

otros sí, incluso podían fallecer si lo portaban.

La contaminación del sumergido era transmisi-

ble a su familia, las consecuencias dependían

de su actuar antes de la muerte, haber sido

humilde o codicioso. En el primer caso, el con-

tagio era benéfico y los familiares recibían

bienestar “Y dizque ellos se enriquecían, diz-

que se hacían acreedores de maíz, bledos,

chía, etcétera” (López Austin, ibíd.).

Page 22: Tlaloque N°3

22

Más si había obrado con oportunismo y sin

mesura “también así les acontecía a algunos

de sus parientes; quizá también ser sumergi-

dos, o les caería un rayo. Así irían al cielo lla-

mado Tlalocan. Por esto vivían precavidos; no

se bañaban mucho” (ibíd.).

La ofensa de las personas codiciosas era gra-

ve, provocando que su familia se privase de los

beneficios del agua, por eso, a manera de pe-

nitencia, dejaban de bañarse regularmente pa-

ra no morir.

De esa forma se completa el modelo expresivo

arriba mencionado, el cual configuraba la for-

ma de comportarse –humildemente– y man-

tenía las posiciones sociales –los nobles pod-

ían resaltar ya que estaban emparentados con

las deidades, mientras los macehuales debían

ser mesurados–. No sólo el muerto era afecta-

do, también su familia podía serlo, provocando

que la coerción fuese mayor; es decir, más

personas intentarían mantener el orden, abste-

nerse de romper las reglas y que otros tampo-

co lo hiciesen ya que podrían sufrir consecuen-

cias por su acción o por la de terceros.

Por último, el animal era un ser transicional, su

poder era igual al de su morada, era peligroso

y contaminante. El sólo verlo podía causar da-

ño “Al que sólo lo ve, al que nada le hace, no

Fig. 6. Cara exterior de la Caja de Ahuítzotl, la pieza se relaciona a la Tapa de Ahuítzotl del Real Museo de Etnología de Berlín, la cual muestra una fecha, posiblemente Siete-Caña, año en que se construye el acueducto de Acuecuéxatl; se piensa que se corresponden y que conmemoran dicho hecho histórico. Foto. Britishmuseum.org.

Page 23: Tlaloque N°3

23

lo sumerge. Éste lo tomaba como un augurio;

dizque morirá (…), al silbarle un poco [el ahuít-

zotl], moría” (ibíd.).

Sin embargo, en una ocasión una viejita logró

capturar uno, lo tapó con su huipil y rápida-

mente lo puso en un cántaro que llenó de agua

y presentó a sus “Señores”:

“Cuando lo hubieron visto, en verdad tuvie-

ron al animalito por dios, dizque era Tláloc,

dizque era un sacerdote. Enseguida orde-

naron que fuese de nuevo dejado allá, allá

donde lo fue a tomar la viejita. Le dijeron a

la viejita que había pecado” (ibíd.).

Es decir, se había ensuciado. A los ancianos

se les atribuían cualidades especiales al estar

cercanos a la muerte, por lo que la viejita pudo

tocarlo sin sufrir consecuencias mortales, aun-

que no pudo evitar ensuciarse. Su penitencia

fue regresarlo de donde le tomó, ya que al

haber sido éste considerado como un Tlama-

cazque, un Tlaloque, no debía ser molestado,

ni mucho menos retenido, su lugar no era entre

humanos. De la cita anterior cabe mencionar

que la palabra “tlamacazqui” se tradujo por

“sacerdote” (López Austin, 1969: 110, 111). Es-

te mismo autor advirtió con antelación que se

trataba de uno de “los auxiliares de Tláloc”:

“Son meras prolongaciones del poder de los

dioses, sus servidores, sus instrumentos co-

esenciales de acción. Cito por ejemplo el ahuít-

zotl, especie de nutria con una mano humana

en la punta de la cola” (2000: 195).

Conclusiones

Con lo anterior se ha tratado de caracterizar a

este ser de forma más detallada de lo que se

ha hecho en la literatura. Aun así, cabe resaltar

ciertos puntos que son fundamentales para

aclarar los resultados de dicho ejercicio. Estos

son considerados a manera de conclusión ya

que condensan las propuestas que fueron insi-

nuadas entre líneas a lo largo del texto.

Se creó una clasificación de los objetos

en que se plasmó al ahuítzotl diferencian-

do dos temáticas, Naturalista e Histórico,

posibilitando así un análisis iconográfico

del cual se pudo determinar que este ani-

mal es la representación zoomorfizada de

los remolinos de agua; conclusión apoya-

da por las narraciones de las fuentes (Fig.

7).

En consecuencia, se propone que la esta-

tua del Museo Nacional de Antropología

no representa el antropónimo del tlatoani

Ahuítzotl como se ha supuesto (ej.: Um-

berger, 1993: 92), sino la del animal

simbólico posado sobre un remolino. Esa

es la implicación de clasificarla como Na-

turalista (Debemos hacer énfasis en que

no se sabe de dónde proviene exacta-

mente esta pieza; por lo tanto, se desco-

noce el contexto espacial que ocupaba en

Page 24: Tlaloque N°3

24

Fig

. 7.

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Page 25: Tlaloque N°3

25

asociación ya sea con elementos natura-

les, culturales o ambos. Lo que dificulta en

sobremanera su lectura, manteniendo la

incógnita de su verdadero tema, pero no

impide lanzar propuestas en base a una

aproximación teórica.).

Al ser la explicación de un fenómeno del

paisaje natural, formando parte del paisa-

je ritual, su función es claramente pe-

dagógica.

En un nivel instrumental, enseña que los

remolinos pueden causar la muerte.

Mientras, en el nivel expresivo se presen-

tan dos temas: 1) el cosmogónico, que

recuerda la separación entre Tierra y Tla-

locan, y el axioma que sentencia el desti-

no posmortem en razón del tipo de muer-

te; y 2) el social, que procura la distinción

de clases, describe la forma de compor-

tarse ante tal asimetría, humildemente, e

incluso explica la naturaleza de ella, re-

cordando que los nobles estaban empa-

rentados con las deidades.

Convirtiéndose así en un dispositivo

simbólico para controlar la conducta. De-

bido a su carácter inter-estructural, la

fuerza coercitiva que hacía operable el

modelo expresivo radicaba en el poder de

contaminación.

No entraba completamente dentro de las

categorías de lo ordenado, era un ani-

mal reconocible en la naturaleza, una re-

presentación zoomorfizada y un ayudante

de Tláloc. Por tanto, se trataba de un

símbolo complejo que actuaba dentro de

los campos de la pureza y peligro ritual.

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Page 27: Tlaloque N°3

27

TLÁLOC: AGUA, FUEGO Y AGRICULTURA

Ofelia Márquez Huitzil

N o cabe duda, la xiuhcóatl es la serpiente de fuego que vemos en numerosos códices,

como en el Códice Nuttall en el que Manuel Hermann la identifica como el yahui mixteco,

siendo rojo y con un cuerpo formado de trapecios y lo define como “un ser fantástico y

dotado con características de otros animales que simboliza en realidad un cuerpo lumino-

so” (Hermann Lejarazu, 2007: 24). El yahui se presenta como nagual del sacerdote chamán yaha

yahui en la lámina 44 del mencionado códice, como lo identifica el mismo autor. El yahui vuelve a

aparecer dentro de un río, en la lámina 64, como el Yuta Yahui, el “Río del Yahui”, al que Hermann

ubica en Ayuta, nombre mixteco del actual Atoyaquillo al sur de Tilantongo, y que vemos también

en la lámina 12 del mismo códice.

Por otra parte, podemos pensar que en la lámina 46 del Códice Nuttall, el yahui forma parte de la

representación de un cerro que ha sido conquistado por 8 Venado, como si se tratara de un rayo o

como si, simultáneamente, le diera nombre a éste.

El yahui, del que asoma por las fauces un rostro humano rojo, desciende del cielo y toma el corazón

del perro que ha sido sacrificado en la lámina 71 del Códice Nuttall (Fig. 1).

Fig. 1. Detalle lámina 69 del Códice Nuttall, 1974.

Page 28: Tlaloque N°3

28

En el Códice Borgia, tenemos la presencia de

numerosas serpientes de fuego, xiuhcóatl. En

la lámina 46 del mismo, vemos que cuatro ser-

pientes forman un recinto rectangular en donde

hierve el contenido de una olla: el sacerdote

Quetzalcóatl. Las serpientes de fuego en esta

lámina, tienen varios colores: una es roja, cuyo

cuerpo está formado de trapecios en medio de

los cuales vemos un rectángulo azul turquesa

bordeado de una línea ancha amarilla. Sin du-

da, es la serpiente de fuego, pues flamas ama-

rillas con rojo emergen de su cuerpo. Otra ser-

piente es blanca con líneas rojas, con rectán-

gulos azules al centro de sus trapecios. Tam-

bién hay una serpiente azul con rectángulos al

centro de sus trapecios amarillos.

Finalmente, otra serpiente es amarilla cuyos

rectángulos al interior de los trapecios son ocre

verdoso (Fig. 2).

En la lámina 28 del Códice Borgia, en la coro-

nilla de los dioses que portan mascarillas de

Tláloc, vemos el signo del año miotli, trapecio y

rayo. Observamos que esos trapecios y rayos

no son muy distintos de los trapecios que con-

forman las serpientes de la lámina 46 (Fig. 3).

En el rectángulo del extremo superior izquier-

do, el miotli aparece en la coronilla de Xiuhte-

cuhtli, el dios del fuego, identificado por la pin-

tura de su rostro que se alcanza a ver, amarilla

con una raya transversal negra a la altura del

ojo y otra raya transversal también negra a la

altura de la boca, cubierto por la mascarilla de

Fig. 2. Detalle de la lámina 46 del Códice Borgia, 1993.

Page 29: Tlaloque N°3

29

Tláloc. El miotli en este caso, está formado por

un trapecio y un rayo rojos, como la xiuhcóatl

roja. Lo mismo sucede con el trapecio y rayo

que se ven representados en la coronilla del

Xochipilli identificado por su pintura facial ama-

rilla, con dos líneas rojas curvas en la frente,

cubierta con la mascarilla de Tláloc, en el

rectángulo central de la lámina.

La figura de Tlahuizcalpantecuhtli en el rectán-

gulo superior derecho y que porta la mascarilla

de Tláloc, lleva la pintura corporal blanca con

rayas rojas, propia del huahuantli, el sacrifica-

do y el rostro blanco, el rayo de su miotli es

blanco con rayas rojas y el trapecio es amarillo.

El miotli en la coronilla del Tezcatlipoca cubier-

to parcialmente con la mascarilla de Tláloc,

que se encuentra en el rectángulo inferior de-

recho tiene un color oscuro difícil de definir, así

como el miotli en la coronilla del Quetzalcóatl

en el rectángulo inferior izquierdo. Pero ambos

parecen tener en el centro de sus trapecios un

rectángulo azul oscuro, como la serpiente de

fuego azul que está representada en la lámina

46.

Es incontestable el vínculo tan estrecho que

existe entre Tláloc y Xiuhtecuhtli, el fuego,

cuando aquél es patrón del signo Mázatl en la

lámina 12 del Códice Borgia, siendo el signo

Mázatl, Venado, un ser del fuego y del Sol, a

quien porta en la lámina 33. Mientras que otro

ser de fuego: Tonatiuh, el Sol, es regente del

signo Quiáhuitl, Lluvia, en la lámina 9. Sin olvi-

Fig. 3. Lámina 28 del Códice Borgia, 1993.

Page 30: Tlaloque N°3

30

dar que en la Leyenda de los soles, el tercer

Sol se llamó Nahui Quiáhuitl, 4 Lluvia, en don-

de todo terminó arrasado por el fuego, tratán-

dose entonces de un Sol que terminaría en llu-

via de fuego: “Este fue el sol de Nahui Quiá-

huitl. Estos terceros vivieron durante el sol de

Nahui Quiáhuitl; cuando perecieron fueron

abrasados por el fuego, y se volvieron guajolo-

tes. Ardió también el sol, y ardieron todas sus

casas; y vivieron 312 años. Cuando perecie-

ron, durante un solo día llovió fue-

go…” (Leyenda de los soles, traducción de Te-

na, 2002: 175). Por todo esto, no es extraño

que Tláloc porte el signo del año miotli, trape-

cio y rayo en la coronilla, pues rayos del Sol,

lluvia de fuego con rayos y agua son paralelos,

además de que el miotli, signo del año, es

metáfora del ciclo solar que rige la agricultura,

con su trapecio, como extensión del espacio

terrestre que cubre el recorrido que de solsticio

a solsticio tanto en el Este como en el Ponien-

te, que sigue el Sol, siendo el rayo solar, su

emblema.

En el miotli, Sol y fuego son sinónimos. Este

signo se inserta en espacio temporal real en

las láminas 27 y 28 del Códice Borgia, que jun-

to con un numeral y otro signo de los días con

otro numero, señalan fechas precisas. El Sol,

es el astro que rige los ciclos agrícolas, y

Tláloc también se encuentra en dichas lámi-

nas, como el gran regidor de dichos ciclos, ac-

tuando bajo las características de ciertos cielos

en la lámina 27 y a través de ciertos dioses en

la lámina 28.

Los cielos correspondientes a los recuadros

inferior izquierdo y superior derecho en la lámi-

na 27, muestran el halo solar amarillo extendi-

do como un rectángulo con los rayos solares

rojos. Esos rayos solares son también parte

del miotli. Reiteramos que con el trapecio co-

mo referencia a los rumbos terrestres, Tláloc

con el miotli también, se extiende sobre la su-

perficie cultivable. Los cultivos resultado de la

falta de nubes en esos cielos, dan como resul-

tado la presencia de roedores que devoran las

mazorcas sobre un pasto amarillo, seco, las

mazorcas se revientan dejando salir de ellas

masa blanca con puntos, por un lado, y por

otro, vemos la aparición de langostas de dife-

rentes colores que devoran igualmente la ma-

sa de mazorcas partidas.

En la sección de láminas 43 a 48 del Códice

Vaticano B, encontramos la presencia de

Tláloc “…avanzando con sus rayos: el hacha

en una mano y la serpiente en la otra, mientras

el carácter de la lluvia se indica de acuerdo

con el tiempo en que se presenta.” (Anders, et

al., 1992a: 257). Las seis láminas forman parte

de un Tonalpohualli completo de 260 días.

En la lámina 43 (Fig. 4) vemos la columna ini-

cial del Tonalpohualli con los signos Cipactli,

Ácatl, Cóatl, Ollin y Atl, signos todos del Este,

Page 31: Tlaloque N°3

31

además de 7 numerales que representan una

columna de cinco días cada uno, lo que da un

total de 40 días. En la imagen central Tláloc

porta un yelmo de colibrí, tiene el rostro negro,

el ojo de oscuridad y plumas de quetzal en la

coronilla, así como bigotera y un hocico de la-

garto que emerge de su boca, además del

hacha de castigo que aparece en las láminas

27, 50, 52 y 57 del Códice Borgia pues en la

lámina 27 (Fig. 5) se ve exactamente en uno

de los brazos de Tláloc cuando las mazorcas

han estallado, y el pasto se ha secado, bajo un

cielo con halo solar y rayos solares más sobre-

salientes que las otras franjas celestes; o bien

en las láminas 50 y 52 (Figs. 6 y 7) en donde

parece formar parte del difrasismo tétl-cuáhuitl:

piedra-madera, que significa castigo, y que

aportan los Macuilxóchitl-Tonallehqueh-Ahuia-

teteo, dioses de la voluptuosidad que descien-

den del espacio celeste. También esa hacha,

en las láminas 57 y 59 (Figs. 8 y 9) forma parte

de pronósticos negativos del matrimonio en

contextos de castigo, siendo en el detalle de la

lámina 57, el instrumento que porta el dios

Patécatl del pulque, frente a la diosa Tlazolt-

éotl, la comedora de inmundicias, quien porta

la piedra, mientras que en el detalle de la lámi-

na 59, la figura masculina parece amenazar

Fig. 4. Lámina 69, Códice Vaticano B, 1992.

Page 32: Tlaloque N°3

32

Figs. 5, 6, 7, 8 y 9. Detalles de la láminas 27, 50, 52, 57 y 59 del Códice Borgia.

Page 33: Tlaloque N°3

33

zar con el hacha a la figura femenina.

El hacha de piedra es llamada por Seler itzto-

polli “…símbolo del poder judicial y que al mis-

mo tiempo es el arma de Tláloc, el fuego que

se precipita del Cielo a la Tierra.” (Seler, 1980,

I: 26). Esta misma herramienta, engarzada en

una banda de papel blanco con tiras blancas

de puntas ocre a lados, recuerda la forma en

que termina la serpiente de fuego, como la ve-

mos colocada sobre una casa en llamas en la

lámina 12 y que Seler mismo identifica como el

relámpago, tlahuitequiliztli (Figs. 10, 11).

Volviendo a nuestra imagen del Códice Vatica-

no B, vemos que así como en una mano porta

el hacha del castigo, en la otra porta una ser-

piente color ocre-verdoso con manchas ne-

gras, que en el Códice Borgia correspondería

al color jade verdoso, propio de la serpiente de

Chalchiuhtlicue la diosa de la falda de jade, re-

gidora del agua terrestre.

Hacha y serpiente en las manos del dios pue-

den ser interpretados de dos maneras: como

rayos y agua de lluvia, o bien, como el hacha

con la que la lluvia se abre camino, sin que por

ello deje de haber alusión al peligro de la lluvia

que puede ser castigo, ya sea por los rayos, ya

sea por el exceso de agua. Frente al dios ve-

mos una ofrenda con una planta de maíz, ma-

Figs. 10 y 11. Detalles de la lámina 12 del Códice Borgia.

Page 34: Tlaloque N°3

34

zorcas, la bola de hule para quemar, oltelolotli,

y el palo de sonajas, chicahuaztli. El cielo pre-

senta nubes blancas con puntos y terminacio-

nes rojizas, entre las cuales corre una franja

azul con protuberancias que forman el núcleo

de las nubes, sobre un fondo gris.

En la lámina 44 (Fig. 12) tenemos la novena

columna de días del Tonalpohualli con los sig-

nos Atl, Cipactli, Ácatl, Cóatl, y Ollin, signos

todos del Este, además de 3 numerales que

representan cada uno cinco días, lo que da un

total de 20 días. Tláloc es representado con

yelmo de serpiente, rostro color ocre e indu-

mentaria del mismo color pero con manchas de

chapopote. Un cuchillo de pedernal que sobre-

sale de sus colmillos transversalmente. Como

particularidad, este Tláloc porta medio disco

solar con un centro de placas de turquesa,

xíhuitl, como collar.

De su boca emergen corrientes o lenguas de

fuego. El dios porta el hacha y la serpiente que

portaba en la lámina anterior. La planta de

maíz colocada en un recipiente frente a él, pre-

senta hojas tiesas y mazorcas. La rodean un

insecto semejante a una langosta, un gusano

gris, y un roedor, la bola de hule reaparece co-

mo ofrenda. El cielo está dividido en dos, del

lado izquierdo vemos que hay nubes gris-

Fig. 12. Lámina 44, Códice Vaticano B, 1992.

Page 35: Tlaloque N°3

35

oscuro cuyo núcleo no está formado por una

franja azul con protuberancias, sino por una

franja blanca con puntos rojos, mientras que el

fondo está constituido por una gran corriente

de agua que se derrama en el extremo izquier-

do. Del lado derecho vemos nubes blancas con

líneas horizontales rojas que recuerdan la pin-

tura corporal del huahuantli, el sacrificado, la

línea que forma el núcleo de aquéllas es gris,

mientras que en el extremo superior derecho

vemos un disco solar que derrama una corrien-

te de sangre en medio de la cual vemos una

flecha, un escudo, un corazón, dos huesos cru-

zados y un cráneo, signos de guerra y muerte.

Anders, Jansen y Reyes García, señalan que

en esta lámina no sólo se ven amenazados los

cultivos, sino también la casa, cuya representa-

ción se localiza sobre la corriente de fuego en

el extremo superior izquierdo (Anders, et al.,

1992a: 260).

Las mismas corrientes de fuego, pero prove-

nientes del cielo, las volvemos a ver en las

láminas siguientes, de la 45 a la 48, a excep-

ción de la 47 (Figs. 13, 14, 15 y 16).

En la lámina 48 (Fig. 14) vemos emerger co-

rrientes de fuego, de un torrente de agua que

desciende del cielo y que llega a la boca de

Tláloc; otra corriente emerge de la boca misma

del dios, mientras que una corriente más,

emerge del hocico del cocodrilo de la tierra,

Cipactli, que se encuentra detrás del dios y

que parece devorar a un hombre. El cielo por

encima de las imágenes presenta nubes grises

con una línea intermitente azul y blanca,

además del fondo completamente rojo, en el

cielo. Todo este contexto parece determinado

por la columna de días del Tonalpohualli que

vemos en la parte inferior, con los signos

Cuetzpalin, Ozomatli, Tochtli, Xóchitl, y Malina-

lli, signos todos del Sur, lugar vinculado con la

muerte, pero con la muerte por calor, la muerte

roja, y no con la muerte por frío, vinculada con

el Norte, como se encuentran ambas ilustradas

y diferenciadas en las láminas 50 y 52 del

Códice Borgia, con el árbol de espinas con el

águila de pedernales y la presencia de dios Itz-

tlacoliuhqui, el cuchillo curvo de obsidiana, dios

del frío, en la región y cuarto del Tonalpohualli

del Norte, y el árbol rojo, con la guacamaya

roja, el cuarto del Tonalpohualli del Sur y la

muerte roja en el extremo superior izquierdo.

Regresando a la lámina 48 del Códice Vatica-

no B, es obvio que en esta lámina, también del

torrente de agua que desciende del cielo, la

lluvia, descienden rayos o corrientes de fuego,

de los que se alimenta Tláloc, y que de la mis-

ma manera, emergen de él. Es evidente tam-

bién, de que hacia esa misma corriente de

agua, fluye el fuego del cocodrilo Cipactli, de la

tierra ardiente, del Sur, tierra que devora a los

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36

Figs. 13, 14, 15 y 16. Láminas 45, 46, 47 y 48 del Códice Vaticano B, 1992.

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37

hombres, bajo un cielo en el que hay nubes,

pero en donde impera el calor, representado

por el color rojo del fondo, la bóveda celeste,

en esta lámina.

Por todo esto, Tláloc vincula los elementos del

agua y el fuego con el espacio-tiempo de la

agricultura.

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Page 39: Tlaloque N°3

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SESIONES DEL SEMINARIO

Etnóloga Carmen Macuil García y Dra. María Elena Ruiz Gallut

Mtra. Isabel Mercado Archila

Arqlga. Violeta Vargas y Mtra. Beatriz de la Torre

Dr. Alfonso Garduño Arzave

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Invitación a publicar

Se invita a todos los investigadores interesados

en temas relacionados con Tlaloc y demás dei-

dades de la lluvia y la fertilidad a enviar sus artí-

culos de no más de 8 cuartillas.

Las imágenes se enviaran por separado en re-

solución de 300dpi. Se aceptará un máximo de

8 imágenes.

Para entrega de originales se siguen las normas

de la revista Anales IIEs

Toda correspondencia deberá dirigirse a la Dra.

María Elena Ruiz Gallut al Instituto de Investiga-

ciones Estéticas, Circuito Mario de la Cueva,

s/n. Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México

D.F. Tel. 5622-7547 Fax. 5665-4740.

De igual manera los artículos podrán mandarse

a las siguientes direcciones electrónicas:

[email protected];

[email protected].

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