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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (1) 1. La vocación monástica: Jesús llamó a los que quiso 1 . La elección del Señor, iniciativa libre y soberana, es personal e irrepetible 2 El Señor llama por medio de su palabra «Después de la muerte de sus padres (Antonio) quedó solo con su única hermana, mucho más joven. Tenía entonces unos dieciocho a veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus padres, iba, como de costumbre, de camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y reflexionaba cómo los apóstoles dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt 4,20; 19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la gente vendía lo que tenía y lo ponía a los pies de los apóstoles para su distribución entre los necesitados; y qué grande es la esperanza prometida en los cielos a los que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el evangelio, y escuchó el pasaje en que el Señor dice al joven rico: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19,21). Como si Dios le hubiera puesto el recuerdo de los santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él, Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que tenía de sus antepasados: trescientas “aruras” 3 , tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo demás, los bienes muebles que poseía, y entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su hermana. Pero de nuevo, otra vez que entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del Señor en el evangelio: “No se preocupen del mañana” (Mt 6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y distribuyó a los pobres también esto último» (San Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio, 2-3). El Señor llama por medio del testimonio de vida de los cristianos «Después de la persecución reinó el gran Constantino, primicia de los emperadores cristianos de Roma. Y como estaba en guerra contra cierto tirano mandó reunir muchos reclutas. También Pacomio, que contaba cerca de veinte años, fue llevado 4 . Mientras bajaban el río los reclutas, con los soldados que los vigilaban, anclaron en la ciudad de Tebas, donde los mantenían prisioneros. Al atardecer, cristianos misericordiosos que habían oído sobre ellos, les llevaron de comer, de beber y otras cosas necesarias, pues los reclutas estaban en la aflicción. El joven Pacomio, preguntando sobre esto, aprendió que los cristianos son misericordiosos con todos, incluidos los extranjeros. Entonces volvió a preguntar qué era un cristiano, y le dijeron: “Son hombres que llevan el nombre de Cristo, Hijo único de Dios, y que hacen el bien a todos, con la esperanza puesta en aquél que hizo el cielo, la tierra y a nosotros los hombres”. Al escuchar hablar de una gracia tan grande, se inflamó su corazón del temor de Dios y de gozo. Se retiró aparte en la prisión, levantó las manos al cielo para orar y decir: “Dios, creador del cielo y de la tierra 5 , si vuelves tu mirada hacia mí 6 , porque no te 1 Cf. Mc 3,13; Jn 15,16; Rm 8,28-30; 1 Jn 4,10. 2 Cf. Ratio institutionis de la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur, n. 5. 3 Aproximadamente 80 hectáreas. 4 En realidad, Pacomio fue obligado a prestar el servicio militar a raíz de la contienda surgida entre Maximino Daia y Licinio en el año 313. El segundo saldrá victorioso del enfrentamiento, quedando así como único emperador del Oriente. 5 Cf. Hch 4,24. 6 Cf. 1 S 1,11; Lc 1,48.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (1) 1. La vocación monástica: Jesús llamó a los que quiso1. La elección del Señor, iniciativa libre y soberana, es personal e irrepetible2 El Señor llama por medio de su palabra «Después de la muerte de sus padres (Antonio) quedó solo con su única hermana, mucho más joven. Tenía entonces unos dieciocho a veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus padres, iba, como de costumbre, de camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y reflexionaba cómo los apóstoles dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt 4,20; 19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la gente vendía lo que tenía y lo ponía a los pies de los apóstoles para su distribución entre los necesitados; y qué grande es la esperanza prometida en los cielos a los que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el evangelio, y escuchó el pasaje en que el Señor dice al joven rico: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19,21). Como si Dios le hubiera puesto el recuerdo de los santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él, Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que tenía de sus antepasados: trescientas “aruras”3, tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo demás, los bienes muebles que poseía, y entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su hermana. Pero de nuevo, otra vez que entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del Señor en el evangelio: “No se preocupen del mañana” (Mt 6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y distribuyó a los pobres también esto último» (San Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio, 2-3). El Señor llama por medio del testimonio de vida de los cristianos «Después de la persecución reinó el gran Constantino, primicia de los emperadores cristianos de Roma. Y como estaba en guerra contra cierto tirano mandó reunir muchos reclutas. También Pacomio, que contaba cerca de veinte años, fue llevado4. Mientras bajaban el río los reclutas, con los soldados que los vigilaban, anclaron en la ciudad de Tebas, donde los mantenían prisioneros. Al atardecer, cristianos misericordiosos que habían oído sobre ellos, les llevaron de comer, de beber y otras cosas necesarias, pues los reclutas estaban en la aflicción. El joven Pacomio, preguntando sobre esto, aprendió que los cristianos son misericordiosos con todos, incluidos los extranjeros. Entonces volvió a preguntar qué era un cristiano, y le dijeron: “Son hombres que llevan el nombre de Cristo, Hijo único de Dios, y que hacen el bien a todos, con la esperanza puesta en aquél que hizo el cielo, la tierra y a nosotros los hombres”. Al escuchar hablar de una gracia tan grande, se inflamó su corazón del temor de Dios y de gozo. Se retiró aparte en la prisión, levantó las manos al cielo para orar y decir: “Dios, creador del cielo y de la tierra5, si vuelves tu mirada hacia mí6, porque no te

1 Cf. Mc 3,13; Jn 15,16; Rm 8,28-30; 1 Jn 4,10. 2 Cf. Ratio institutionis de la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur, n. 5. 3 Aproximadamente 80 hectáreas. 4 En realidad, Pacomio fue obligado a prestar el servicio militar a raíz de la contienda surgida entre Maximino Daia y Licinio en el año 313. El segundo saldrá victorioso del enfrentamiento, quedando así como único emperador del Oriente. 5 Cf. Hch 4,24. 6 Cf. 1 S 1,11; Lc 1,48.

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conozco, tú, el único Dios verdadero7, y si me libras de esta aflicción, seré esclavo de tu voluntad todos los días de mi vida; y amando a todos los hombres, los serviré según tus mandatos”8. Hecha esta oración, seguía navegando con los otros reclutas. En las ciudades más de una vez sus compañeros lo hostigaban respecto de los placeres mundanos y otros desórdenes: todos los rechazaba en memoria de la gracia de Dios que había recibido. Porque amaba mucho la pureza, desde la infancia. Constantino derrotó a sus enemigos y los reclutas fueron dejados en libertad. Entonces, Pacomio, una vez que la nave ancló en la Alta Tebaida, se dirigió a una iglesia de la aldea llamada Chenoboskeion9. Allí fue catequizado y bautizado...» (Primera vida griega de san Pacomio, 4-5).

7 Cf. Jn 17,3. Pacomio siempre consideró su conversión como una verdadera curación espiritual. 8 Cf. Lc 22,26. 9 Corría entonces el año 313. Pacomio estuvo tres años en ese pueblo actualmente llamado: Kasr-es-Sayad (Seneset en copto), perteneciente a la diócesis de Dióspolis. En ese lapso se dedicó al servicio de la gente humilde del lugar.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (2) 1. La vocación monástica (continuación) El Señor llama por intermedio del pobre «Cierto día, no llevando consigo nada más que sus armas y una sencilla capa militar (era entonces un invierno más riguroso que de costumbre, hasta el punto de que muchos morían de frío), encontró Martín, en la puerta de la ciudad de Amiens, a un pobre desnudo. Como la gente que pasaba a su lado no atendía a los ruegos que les hacía para que se apiadaran de él, el varón- lleno de Dios, comprendió que sí los demás no tenían piedad, era porque e! pobre le estaba reservado a él. ¿Qué hacer? No tenía más que la capa militar. Lo demás ya lo había dado en ocasiones semejantes. Tomó pues la espada que ceñía, partió la capa por la mitad, dio una parte al pobre y se puso de nuevo el resto. Entre los que asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez. A la noche, cuando Martín se entregó al sueño, vio a Cristo vestido con el trozo de capa con que había cubierto al pobre. Se le dijo que mirara atentamente al Señor y la capa que le había dado. Luego oyó al Señor que decía con voz clara a una multitud de ángeles que lo rodeaban: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”. En verdad el Señor, recordando las palabras que él mismo dijera: Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mi me lo hicieron (Mt 25,40), proclamó haber recibido el vestido en la persona del pobre. Y para confirmar tan buena obra se dignó mostrarse llevando el vestido que recibiera el pobre. Martín no se envaneció con gloria humana por esta visión, sino que reconoció la bondad de Dios en sus obras. Tenía entonces dieciocho años, y se apresuró a recibir el bautismo» (Sulpicio Severo, Vida de san Martín, 3,1-5). El Señor llama por medio de mociones interiores “Hubo un hombre de vida venerable, bendito por gracia y por nombre Benito, que desde su más tierna infancia tuvo la prudencia de un anciano. Adelantándose a su edad por sus costumbres, no entregó su espíritu a ningún placer sensual, sino que en esta tierra en la que por un tiempo hubiera podido gozar libremente, despreció, como ya marchito, el mundo con sus atractivos. Nacido de una familia libre de la región de Nursia, fue enviado a Roma para estudiar las ciencias liberales. Pero al ver que en este estudio muchos se dejaban arrastrar por la pendiente de los vicios, retiró el pie que casi había puesto en el umbral del mundo, temiendo que, al adquirir un poco de su ciencia, también él fuera a caer por completo en un precipicio sin fondo. Abandonó por eso los estudios de las letras y dejó la casa y los bienes de su padre y deseando agradar sólo a Dios, buscó la observancia de una vida santa. Así se retiró, ignorante a sabiendas y sabiamente indocto” (San Gregorio Magno, Diálogos, II, Prólogo 1).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (3)

1. La vocación monástica (continuación) Las tres clases de vocación según Juan Casiano «Dijo el santo abad Pafnucio: … Hay tres géneros de llamamiento. Uno, cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los hombres, y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad. Examinemos esto con detención. Si reconocemos que fuimos llamados directamente por Él a su culto, tendremos que ordenar toda nuestra vida de modo que esté en consonancia con la alteza de esa vocación. Porque de nada servirían los bellos comienzos si el fin no respondiera a los principios. Supongamos, en cambio, que Dios nos ha segregado del mundo por una vocación de rango más humilde, llamados para los hombres o por la necesidad. En tal caso, cuanto menos gloriosos sean los comienzos con que inauguramos la vida monástica, tanto más deberemos avivar nuestro fervor para consolidarnos en ella y tener un buen fin en nuestra carrera… Para poner en claro estos tres modos de vocación y sus notas distintivas, repitamos que el primero es de Dios, el segundo se produce por intermediaria humano y el tercero es hijo de la necesidad. La vocación viene directamente de Dios, siempre que envía a nuestro corazón alguna inspiración. Esta nos sorprende a veces sumidos como en un profundo sueño. Nos sacude, despierta en nosotros el deseo de la vida y de la salvación eternas, y nos empuja, merced a la compunción saludable que origina en el alma, a seguirla, manteniéndonos adheridos a sus preceptos. Así leemos en las Sagradas Escrituras que Abraham fue llamado por la voz divina lejos de su patria natal, de sus deudos y de la casa de su padre: Sal de tu tierra, le dice el Señor, y de tu parentela, y de la casa de tu padre (Gn 12,1). Sabemos que tal fue la vocación del bienaventurado Antonio. Sólo a Dios era deudor de su conversión. Porque habiendo entrado un día en el templo, oyó estas palabras del Señor en el Evangelio: Aquel que no aborrece a su padre, a su madre, a sus hijos, a su mujer, sus campos y su propia vida, éste tal no puede ser mi discípulo (Lc 14,26). Y: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme (Mt 19,21). Le pareció como si este consejo fuera dirigido personalmente a él. Penetrado de este sentimiento, abrazó el consejo con gran compunción de corazón, e inmediatamente renunció a todo y se fue en pos de Cristo. Como se ve, ningún consejo, ninguna enseñanza humana tuvo el menor influjo en su decisión, sino sólo la palabra divina oída en el Evangelio. La segunda clase de vocación es aquella en que, según hemos dicho, media la intervención de los hombres. En tal caso nos sentimos movidos por las exhortaciones y ejemplos de los santos, y se enciende en nosotros el deseo de salvación. De esta manera me acuerdo haber sido yo llamado, por gracia del Señor. Movido por los consejos del santo abad Antonio y vivamente impresionado por sus virtudes, me incliné a seguir este estilo de vida consagrándome a la profesión monástica. De este modo, como nos dice la Escritura, libró Dios a los hijos de Israel de la cautividad de Egipto, por ministerio de Moisés (cf. Ex 14). El tercer género de vocación nace de la necesidad. Sucede cuando, cautivos en las riquezas y en los placeres de este mundo, sobreviene de pronto la tentación y se cierne

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sobre nosotros. Unas veces será cuando nos amenaza el peligro de muerte, otras cuando la pérdida de los bienes o la proscripción asesta un duro golpe a nuestra existencia, y otras cuando nos atenaza el dolor de ver morir a los que amamos. Entonces la desgracia nos obliga, tal vez a pesar nuestro, a echarnos en los brazos de Aquel a quien no quisimos seguir en la prosperidad. De esta vocación que motiva la necesidad, encontramos también frecuentes ejemplos en la Escritura. Así, cuando el Señor entregaba en manos de sus enemigos en castigo de sus pecados a los hijos de Israel, bajo la cautividad y cruel tiranía que los oprimía, se volvían clamando hacia Dios. Y el Señor -se nos dice- les suscitó un libertador, llamado Aod, hijo de Guera, hijo de la tribu de Benjamín, el cual era zurdo (Jc 3,15). Y de nuevo -afirma- clamaron al Señor, quien les suscitó un salvador que los libertó; a saber, Otoniel, hijo de Quenaz, el hermano menor de Caleb (Jc 3,9). He aquí las palabras de los salmos que hacen alusión a casos semejantes: Cuando los hería de muerte, le buscaban, se convertían y se volvían a Dios. Y se acordaban que era Dios su amparo, y el Dios altísimo, su Redentor (Sal 77 [78],34-35). Y también: Clamaron al Señor en sus peligros, y los libró de sus angustias (Sal 106 [107],19). De estas tres vocaciones, las dos primeras parecen fundarse en un principio y origen más noble. No obstante, hemos visto a algunos que, partiendo de ese tercer llamamiento -que es en apariencia de menos estima y propio de los tibios-, se mostraron perfectos y excitaron nuestra admiración por su fervor y gran espíritu. Incluso llegaron a equipararse a aquellos que, habiendo tenido mejores principios en su vocación, perseveraron en este fervor lo restante de su vida. Muchos, al contrario, después de haber sido favorecidos por más alto llamamiento, se enfriaron poco a poco bajo la desidia y la tibieza y tuvieron un fin desgraciado. Así como a los primeros, convertidos por la necesidad más que por propia iniciativa, no perdieron nada, porque vemos que el Señor, en su bondad, les dio igualmente ocasión de arrepentirse, así también de nada les sirvió a los segundos el haber tenido tan hermosos comienzos, por no haber conformado con ellos el resto de su vida. Nada faltó al abad Moisés, que vivió en este desierto, en la zona llamada Cálamo, para ser un gran santo. Bien es verdad que por el temor de la pena de muerte, a que había sido condenado por homicidio, se refugió en el monasterio. Pero supo sacar provecho de esta conversión forzosa, convirtiéndola con su entusiasmo en una donación voluntaria, que le llevó a las más altas cumbres de la perfección. ¡Cuántos, al contrario, cuyo nombre no puedo aducir aquí, no han aprovechado en la santidad, a pesar de haber tenido comienzos más honrosos en el servicio de Dios! Una vida anquilosada en la tibieza fue suplantando las buenas disposiciones, y les vimos caer en una indiferencia fatal hasta precipitarse en el abismo de la muerte. Cosa pareja vemos que aconteció en la vocación de los apóstoles. ¿De qué le sirvió a Judas el haber abrazado voluntariamente aquella sublime dignidad, al igual que Pedro y los demás discípulos? Porque, dando a tan esclarecidos principios un fin abominable, se entregó a la pasión de la avaricia y llegó hasta la traición de su Maestro, perpetrando el más cruel de los parricidios (cf. Mt 26,14-16). Y he aquí a san Pablo. Cegado súbitamente por el Señor, es como arrastrado a su pesar al camino de salvación (cf. Hch 9,3 ss.). ¿Dónde está aquí la desventaja? Sigue desde luego al Señor con un amor y una fe insobornables. Y trocando la coacción primera por un sacrificio libre y espontáneo de sí mismo, corona con un fin incomparable una vida gloriosa, cuajada de ejemplos de virtud. Todo estriba, por tanto, en el fin. Es posible que después de haber uno comenzado su conversión de la manera más laudable, descienda por su negligencia al más bajo nivel de vida. Y no es menos posible que, arrastrado a la vida monástica acuciado por la

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necesidad, vaya elevándose, merced al temor de Dios y a un celo santo, hasta la perfección» (Juan Casiano, Conferencias, III,3-5).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (4) 1. La vocación monástica (continuación) Las tres clases de vocación según san Antonio abad «Hermanos, juzgo que hay tres clases de personas entre aquellas a quienes llama el amor de Dios, hombres o mujeres. Algunos son llamados por la ley del amor depositada en su naturaleza y por la bondad original que forma parte de ésta en su primer estado y su primera creación. Cuando oyen la palabra de Dios no hay ninguna vacilación; la siguen prontamente. Así ocurrió con Abraham, el Patriarca. Dios vio que sabía amarlo, no a consecuencia de una enseñanza humana, sino siguiendo la ley natural inscrita en él, según la cual Él mismo lo había modelado al principio. Y revelándose a él le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que Yo te mostraré” (Gn 12,1). Sin vacilar, se fue impulsado por su vocación. Esto es un ejemplo para los principiantes: si sufren y buscan el temor de Dios en la paciencia y la tranquilidad reciben en herencia una conducta gloriosa porque son apremiados a seguir el amor del Señor. Tal es el primer tipo de vocación. He aquí el segundo. Algunos oyen la Ley escrita, que da testimonio acerca de los sufrimientos y suplicios preparados para los impíos y de las promesas reservadas a quienes dan fruto en el temor de Dios. Estos testimonios despiertan en ellos el pensamiento y el deseo de obedecer a su vocación. David lo atestigua diciendo: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante” (Sal 18 [19],8). Así como en otros muchos pasajes que no tenemos intención de citar. Y he aquí el tercer tipo de vocación. Algunos, cuando aún están en los comienzos, tienen el corazón duro y permanecen en las obras de pecado. Pero Dios, que es todo misericordia, trae sobre ellos pruebas para corregirlos hasta que se desanimen y, conmovidos, vuelvan a Él. En adelante lo conocen y su corazón se convierte. También ellos obtienen el don de una conducta gloriosa como los que pertenecen a las dos categorías anteriores. Estas son las tres formas de comenzar en la conversión, antes de llegar en ella a la gracia y la vocación de hijos de Dios» (Antonio abad, Cartas, 1,1).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (5) 1. La vocación monástica (continuación) Las tres clases de vocación según san Bernardo de Claraval Hay tres tipos de vocación: la divina, como en Pablo (cf. Ga 1,1); la humana, en los cinco mil convertidos a raíz del discurso de los apóstoles (cf. Hch 4,4); la necesaria, en Pablo, primer ermitaño” (Bernardo de Claraval, Sentencias, II,165). La vocación, por necesidad, de Pablo, primer ermitaño «… Vivía Pablo en la Tebaida inferior, con su hermana que ya estaba casada; tenía por entonces unos dieciséis años, y después de la muerte de sus dos padres recibió una gran herencia. Era muy instruido tanto en las letras griegas como en las egipcias, manso de carácter y muy amante de Dios. Cuando estalló la tormenta de la persecución, se retiró a una propiedad algo apartada y secreta. Pero, “¿a qué no fuerzas el corazón del hombre, tú, temible hambre de dinero?”10. El marido de su hermana empezó a buscar a aquél a quien debía ocultar. Ni las lágrimas de su mujer, ni el parentesco de la sangre, ni la consideración de que Dios todo lo ve desde el cielo, lograron detenerlo de semejante crimen. Empecinado, lo acosaba cruelmente fingiendo justicia. Cuando el muy prudente adolescente comprendió su situación, se fue huyendo al desierto de los montes aguardando el fin de la persecución. Pero, transformando la necesidad en deseo11, se adentró cada vez más en el interior, haciendo algunas paradas. Así llegó a un monte rocoso, en cuya base había una gran cueva cerrada con una piedra. La corrió y, como los hombres tienen una natural curiosidad para conocer las cosas ocultas, la exploró con mucho interés, y vio que adentro había un amplio vestíbulo, abierto hacia el cielo, aunque cubierto por una vieja palmera con ramas entrecruzadas que se inclinaban señalando una fuente cristalina. Su torrente apenas salido de la vertiente, después de un breve recorrido, era absorbido nuevamente por la tierra que lo producía12. Además de esto, había unas cuantas habitaciones, corroídas por la erosión de la montaña, en las cuales se hallaban yunques y martillos ya herrumbrados y gastados, que habían servido para acuñar moneda. Aquel lugar fue usado, según las historias de los egipcios, como taller para hacer moneda falsa en la época en que Antonio se unió con Cleopatra. Pablo tomó cariño por ese lugar, como si le hubiese sido presentado por Dios mismo y allí pasó toda su vida en oración y soledad. El vestido y el alimento se lo suministraba la palmera... Estas cosas parecerán increíbles a los que no creyeren que todas las cosas son posibles para los que creen13» (san Jerónimo, Vida de san Pablo, primer ermitaño, 4-6).

10 Virgilio, Eneida 3,57. 11 El subrayado es nuestro. 12 También en la Vida de Hilarión (31), el desierto será presentado con características paradisíacas. 13 Cf. Flp 4,13.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (6) 2. Recepción y formación a la vida monástica «Movido por el amor de Dios, Pacomio buscó hacerse monje. Le señalaron a cierto anacoreta llamado Palamón, y se fue a vivir con él en la soledad. Llegado al lugar, golpeó la puerta. Asomándose desde arriba de la puerta, el anciano le dijo: “¿Qué quieres?”, pues era rudo en su forma de hablar. Pacomio le respondió: “Te ruego, padre, haz de mí un monje”. Le dijo Palamón: “No puedes: porque no es un asunto sencillo el servicio de Dios. Muchos que vinieron no lo soportaron”. Pacomio le dijo: “Pruébame en ese servicio y ve”. El anciano habló de nuevo: “Primero experimenta tú mismo por un tiempo, y después vuelve de nuevo aquí. Porque yo tengo una ascesis rigurosa: en verano ayuno cada día, en invierno como cada dos días. Por la gracia de Dios, como sólo pan y sal. No tengo costumbre de usar aceite y vino. Paso en vela, como me lo enseñaron, la mitad de la noche en oración y meditación de la palabra de Dios, y a menudo incluso toda la noche”. Habiendo escuchado estas palabras del anciano, el joven se sintió todavía más fortalecido en su espíritu para soportar todo esfuerzo con Palamón, y le dijo: “Creo que, con el auxilio de Dios y tus oraciones, soportaré todo cuanto me has dicho”. Entonces, abriendo la puerta, Palamón le hizo entrar y le vistió con el hábito de los monjes. Juntos practicaban la ascesis y se consagraban a la oración. Su trabajo era hilar y tejer bolsas hechas de pelo; fatigándose en el trabajo, no en favor de ellos mismos, sino recordando a los pobres, como dice el Apóstol14. En las vigilias el anciano si veía que pesaba el sueño sobre ellos, iban los dos a la arena del médano. Y allí transportaban arena en canastas de un lugar a otro, cansando el cuerpo para velar en la oración; mientras el anciano decía: “Vigila, Pacomio, para que no te tiente Satanás y te perjudique”15. Viendo la obediencia de Pacomio en todo y su progreso en la perseverancia, el anciano se alegraba a causa de su salvación. … (Pacomio) no sólo soportaba de buen grado el esfuerzo de la ascesis exterior, sino que también se aplicaba a guardar la conciencia pura para cumplir la ley de Dios, aguardando la esperanza mejor del cielo16. Cuando empezó a leer o recitar de corazón las palabras de Dios, no lo hacía de forma desordenada como la mayoría, sino que se esforzaba por retenerlas cada una totalmente, con humildad, mansedumbre y verdad, como dice el Señor: Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)» (Primera Vida Griega de san Pacomio¸6. 9).

14 Cf. Ga 2,10. 15 Cf. Mt 26,41. 16 Cf. Col 1,5: La esperanza del premio que Dios les ha reservado en los cielos.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (7) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Por aquel tiempo había en la aldea vecina un anciano que desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad. Cuando Antonio lo vio, “tuvo celo por el bien” (Ga 4,18), y se estableció inmediatamente en la vecindad de la ciudad. Desde entonces, cuando oía que en alguna parte había un alma esforzada, se iba, como sabia abeja, a buscarla y no volvía sin haberla visto; sólo después de haber recibido, por decirlo así, provisiones para su jornada de virtud, regresaba.

Ahí pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su determinación de no volver a la casa de sus padres ni de pensar en sus parientes, sino de dedicar todas sus inclinaciones y energías a la práctica continua de la vida ascética. Hacía trabajo manual, porque había oído que “el que no quiere trabajar, tampoco tiene derecho a comer” (2 Ts 3,10). De sus entradas algo guardaba para su manutención y el resto lo daba a los pobres. Oraba constantemente, habiendo aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar (Lc 18,1 ; 21,36; 1 Ts 5,17). Además, estaba tan atento a la lectura de la Escritura, que nada se le escapaba: retenía todo17, y así su memoria le servía en lugar de libros. Así vivía Antonio y era amado por todos. Él, a su vez, se sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se esforzaba en aprender aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y práctica ascética. Observaba la bondad de uno, la seriedad de otro en la oración; estudiaba la apacible quietud de uno y la afabilidad de otro; fijaba su atención en las vigilias observadas por uno y en los estudios de otro; admiraba a uno por su paciencia, a otro por ayunar y dormir en el suelo; miraba atentamente la humildad de uno y la abstinencia paciente de otro; y en unos y otros notaba especialmente la devoción a Cristo y el amor que se tenían mutuamente.

Habiéndose así saciado, volvía a su propio lugar de vida ascética. Entonces hacía suyo lo que había obtenido de cada uno y dedicaba todas sus energías a realizar en sí mismo las virtudes de todos. No tenía disputas con nadie de su edad, pero tampoco quería ser inferior a ellos en lo mejor; y aun esto lo hacía de tal modo que nadie se sentía ofendido, sino que todos se alegraban por él. Y así todos los aldeanos y los monjes con quienes estaba unido, vieron qué clase de hombre era y lo llamaban “el amigo de Dios”18, amándolo como hijo o hermano» (Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio, 3-4).

17 Cf. Lc 8,15. 18 “Amigo de Dios” es el título que la Escritura atribuye al patriarca Abraham y a los profetas en general; cf. St 2,23; Sb 7,27; 2 Cro 20,7; Is 41,8; Jdt 8,22; de Moisés: Ex 33,11; Nm 12,8. Apoyada en el lenguaje bíblico, la tradición cristiana desde los primeros siglos llamó “amigos de Dios” a los justos que gozaban de la gracia o del favor particular de Dios (cf. Jn 15,15).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (8) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Pregunta: ¿Se debe recibir a todos los que vienen a nosotros, o hay que probarlos?; y ¿cuál debe ser esta prueba? Respuesta: Puesto que la clemencia de Dios llama a todos, según aquellas palabras: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré (Mt 11,28), no está exento de responsabilidad el rechazar a cualquiera que viene a nosotros. Pero no hay que ser demasiado indulgente a punto de hacer entrar a alguno en la santa doctrina con los pies sucios. Sino que así como nuestro Señor Jesucristo interrogó a aquel joven que se había presentado a él, acerca de su vida anterior, y cuando oyó que ésta había sido recta, le mandó cumplir lo que le faltaba, y después lo invitó a seguirlo19, lo mismo también nosotros debemos averiguar acerca de la vida y conducta anteriores, no sea que alguno venga a nosotros con simulaciones ocultas y con ánimo falso. Esto se reconoce fácilmente si acepta cualquier trabajo que se le mande hacer y está dispuesto a cambiar hacia una vida de sacrificio; o también si interrogado acerca de un delito suyo no se avergüenza en modo alguno de confesarlo y recibe con gratitud el remedio que se le aplica para curarlo, sometiéndose sin vergüenza alguna a cualquier humillación, y si hay razones de utilidad, no recibe con desprecio el ser destinado a los oficios más viles y abyectos. Por tanto, una vez que se haya comprobado, mediante cada una de estas pruebas, que tiene una intención firme y un propósito estable, y un ánimo pronto, entonces conviene recibirlo. Pero antes de que sea incorporado a la comunidad es necesario imponerle algunas tareas difíciles y que los hombres del mundo consideran humillantes, y hay que observar también si las cumple de buen grado, con libertad y fielmente, y no le resulta gravoso soportar la vergüenza: y también, si se lo encuentra dispuesto y no perezoso para el trabajo» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 6).

19 Cf. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (9) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Pregunta: ¿Para iniciar aquél género de vida y de conducta que es según Dios, es necesario antes renunciar a todas las cosas? Respuesta: Al decir nuestro Señor y Salvador Jesucristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24), y de nuevo: “El que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33), (establece) que el que viene con la intención de seguir al Señor, también debe negarse a sí mismo y tomar su cruz: es cierto que ya antes renunció al diablo y a sus obras. Pero esto suelen hacerlo no los que han progresado en la vida o los que ya tienden a la perfección, sino los que están en los primeros pasos de la vida cristiana20. La renuncia del hombre a sí mismo (consiste) en lo siguiente, a saber: renunciar tanto a sus hábitos anteriores y a su vida (pasada), cuanto a sus costumbres y a los placeres de este mundo, y también a los parentescos según la carne, sobre todo a aquellos que podrían impedir su propósito, considerando más bien como padres suyos a los que lo engendraron en Cristo Jesús mediante el Evangelio21, y como hermanos a los que han recibido el mismo Espíritu de adoración, estando convencido de que todas las posesiones no son suyas. Para decirlo brevemente, aquel para quien a causa de Cristo el mundo entero está crucificado y él mismo está crucificado para el mundo22, ¿cómo puede hacerse esclavo de los pensamientos y de las solicitaciones del mundo, cuando el Señor le manda que a causa de él renuncie hasta a la vida misma? La renuncia es perfecta en él si se mantiene totalmente alejado de las pasiones mientras aún vive en el cuerpo, pero comienza a hacer esto ante todo en las cosas exteriores23, es decir en las posesiones, en la vanagloria y en otras cosas semejantes, de modo que primero se haga ajeno a ellas. Esto es lo que nos enseñaron los Apóstoles Santiago y Juan, que abandonaron a su padre Zebedeo y a la misma nave en la que estaban24. Y también Mateo, quien, abandonando el despacho de los impuestos, se levantó y siguió al Señor25; él no sólo renunció a las ganancias de los impuestos, sino que también despreció el peligro, que podía provenir de las autoridades civiles por haber dado las cuentas de los impuestos incompletas y en desorden. Tanto lo pulsaba su ardiente deseo de seguir al Señor, que ya no le preocupó absolutamente ningún cuidado ni pensamiento de esta vida, porque no se debe tener ninguna consideración por el afecto hacia los padres, si estos se oponen a los preceptos del Señor ni por ningún otro deleite humano que pudiera impedirle alcanzar lo que se ha propuesto26; así nos lo enseña el Señor diciendo: “Si alguien viene a mi y no odia a su

20 Se trata de las renuncias bautismales. Cf. Sobre el bautismo, I,1: “... Primero (es absolutamente necesario) ser arrancado de la opresión del diablo, que empuja al que está poseído del pecado a los males que no quiere, y luego, después de haber renunciado a todas las cosas presentes y a sí mismo, hay que apartarse de la adhesión a la vida (mundana), haciéndose discípulo del Señor”. 21 Cf. 1 Co 4,15; Rm 8,15. El bautismo despoja al cristiano del hombre viejo y sus acciones, pone término a la naturaleza manchada por el pecado original y establece un nuevo orden de valores y una nueva forma de relacionarse con los semejantes: bienes diferentes (no más los materiales), parientes nuevos (se trascienden los vínculos de la carne). “Nos apartamos de los parientes carnales y de la participación en esta vida, como gente que... emigra hacia otro mundo” (Gandes Reglas, 5). 22 Cf. Ga 6,14. 23 “Cosas exteriores”: es decir en el grado más bajo, en el ejercicio más fácil, allí comienza el compromiso que será renuncia perfecta sólo cuando la obediencia a Cristo lo lleve, en lo concreto y cotidiano del diario vivir, hasta la muerte. “Tomar la propia cruz... significa estar preparados a morir por Cristo... no tener ninguna afección a la vida presente” (Grandes Reglas, 6). 24 Cf. Mt 4,21-22; Mc 1,19-20. 25 Cf. Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27-28. 26 La doctrina espiritual de San Basilio es fogosa, aun dentro de su gran objetividad. Por eso, con frecuencia insiste en la ardiente fuerza con que se debe tender hacia la perfección de la obediencia, en el seguimiento de Cristo. Esto es, de

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padre y a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26). Lo que es semejante a aquello que había dicho, a saber: “Que uno se niegue a sí mismo” (cf. Mt 16,24)» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 4).

hecho, amar a Dios: “Empujar siempre la propia alma, por encima de sus fuerzas, a cumplir la voluntad de Dios, en la búsqueda y el deseo de su gloria (la de Dios)” (Pequeñas Reglas, 221).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (10) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Pregunta: ¿Es conveniente que quien quiere unirse a los siervos de Dios deje indiscriminadamente a sus parientes parte de sus bienes? Respuesta: El Señor dice: “Vende todos tus bienes y dalos a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme” (Mt 19, 21); y también: “Vendan todo lo que tengan y den limosna” (Lc 12,33). Considero que quien se entrega al servicio de Dios no debe despreciar irreflexivamente los bienes que le corresponden, sino que ha de buscar, por todos los medios, distribuirlos con todo cuidado, en la medida de lo posible, pues se trata de bienes que ya están dedicados al Señor, sabiendo que no deja de ser peligroso actuar negligentemente en las cosas de Dios27. Pero si sus parientes o sus padres obraran contra la fe, debe asimismo recordar lo que dice el Señor: “Nadie que deje casa, hermanos, madre, mujer, hijos o campos a causa de mí y del Evangelio, dejará de recibir el céntuplo en el tiempo presente y en el futuro la vida eterna” (Mc 10, 29-30)28. Por lo tanto él debe protestar y denunciar a aquellos que le niegan lo suyo y lo obstaculizan en su obrar, ya que incurren en pecado de sacrilegio, según el mandato del Señor que dice: “Si tu hermano peca contra ti, corrígelo” (Mt 18, 15), y lo que sigue29. Pero la dignidad de la piedad prohíbe entablar juicio acerca de estas cosas ante los jueces civiles por aquello que dice el Apóstol: “¿Se atreve alguno de ustedes que tiene conflicto con otro, a ser juzgado por los injustos y no por los justos?” (1 Co 6, 1). Y otra vez: “Es ya un delito el que haya litigio entre ustedes” (1 Co 6, 7)» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 5).

27 “Actuar negligentemente”: ver Jr 48, 10. 28 Cf. Mt 19, 29. 29 Aquello a lo que se renuncia por el Señor con la profesión monástica deviene res sacra (“cosas consagradas al Señor”; “cosas dedicadas al Señor”. Parece claro, por tanto, que aquel que se abraza a la vida perfecta conserva el cuidado de administrar sus bienes, hasta que estos sean distribuidos a los pobres. Pero en la Grandes Reglas, 9, Basilio modifica esta posición y aconseja renunciar a esa administración. Él mismo, en su correspondencia nos lo confirma, había hecho la experiencia personal de los problemas legales que implicaba el sistema que propuesto en la presente cuestión. Más tarde, en su Carta 150 hará que esa renuncia a los bienes sea obligatoria. Rápidamente se avanza hacia las formas estructuradas de la pobreza religiosa.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (11) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Pregunta: ¿Desde qué edad debemos ofrecernos a Dios, o a partir de cuándo se puede considerar que la profesión de virginidad es firme y estable?

Respuesta: El Señor dice: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 10, 14; Lc 18, 16), y el Apóstol Pablo alaba al que desde la infancia había aprendido las sagradas letras, y también ordena que los hijos sean educados en la doctrina y en la corrección del Señor30; por tanto, consideremos que todo tiempo es oportuno, aun desde la primera edad, para aprender el temor y la enseñanza del Señor31; pero la profesión de la virginidad será firme desde el comienzo de la edad adulta, la que suele considerarse apta y adecuada para las nupcias. Pero es necesario que los niños sean recibidos con la voluntad y el consentimiento de los padres, más aún, que sean ofrecidos por los mismos padres con el testimonio de muchos, para que se excluya toda ocasión de maledicencia de parte de los hombres malvados. Hay que emplear suma diligencia para con ellos, de modo que puedan ser instruidos razonablemente en todos los ejercicios de la virtud, tanto en palabra, cuanto en pensamiento y obra; lo que les hubiere sido inculcado en su tierna infancia lo conservarán con más firmeza y tenacidad en el futuro. Por tanto, hay que encomendar el cuidado de los niños a los que, ante todo, han mostrado de modo convincente tener la virtud de la paciencia, que puedan también aplicar a cada uno la medida de la corrección proporcionada al grado de la culpa y a la edad, y que, por sobre todo, los preserven de las palabras ociosas32, de la ira y de los incentivos de la gula y de todos los movimientos indecorosos y desordenados. Pero si con el aumento de la edad no se percibe en ellos ningún progreso, sino que su mente permanece voluble y su ánimo vano e hinchado, y aun después de enseñanzas adecuadas permanece estéril, hay que despedir a estos tales y principalmente cuando el ardor juvenil provoca en esa edad inexperta. En cuanto a aquellos que vienen al servicio de Dios en edad ya madura, hay que investigar, como dijimos, el tenor de su vida pasada, y hasta es suficiente si piden insistentemente (dedicarse al servicio de Dios), y si tienen un verdadero y ardiente deseo por la obra de Dios. Esta constatación deben hacerla aquellos que pueden examinar y comprobar estas cosas con mucha prudencia. Después de haber sido aceptados, si desgraciadamente son infieles a su propósito, entonces hay que considerarlos como a quienes han pecado contra Dios, y ante él (han violado) el pacto de su profesión. “Si un hombre peca contra un hombre, se dice, habrá quienes oren al Señor por él; pero si peca contra Dios,¿quién orará por él?” (1 S 2,25)» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 7).

30 Cf. Mt 19, 14; 2 Tm 3, 15; Ef 6, 4. 31 “El temor... del Señor”: cf. Sal 33 [34],12; Sal 110 [111],11; Jb 28,28; Si 1,14. 32 Cf. Mt 12, 36. La enseñanza de Basilio contra las palabras ociosas se basa fundamentalmente en dos textos del Nuevo Testamento, que él suele presentar unidos: Mt 12, 36; Ef 4, 29-30. El cristiano no debe proferir palabras que no sean para la edificación de la fe, a fin de no contristar al Espíritu Santo.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (12) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) “Si alguno se presenta a la puerta del monasterio con la voluntad de renunciar al mundo y de ser contado entre los hermanos, no tendrá la libertad de entrar. Se comenzará por informar al padre del monasterio. El candidato permanecerá algunos días en el exterior, delante de la puerta. Se le enseñará el Padrenuestro y los salmos que pueda aprender. El suministrará cuidadosamente las pruebas de lo que motiva su voluntad (de ingresar). No sea que haya cometido alguna mala acción y que, turbado por el miedo, haya huido sin demora hacia el monasterio; o que sea esclavo de alguien. Esto permitirá discernir si será capaz de renunciar a sus parientes y menospreciar las riquezas. Si da satisfacción a todas estas exigencias, se le enseñará entonces todas las otras disciplinas del monasterio, lo que deberá cumplir y aquello que deberá aceptar, ya sea en la synaxis que reúne a todos los hermanos, en la casa o dónde fuera enviado o en el refectorio. Así instruido y consumado en toda obra buena, podrá estar con los hermanos. Entonces será despojado de sus vestidos del siglo y revestido con el hábito de los monjes. Después será confiado al portero que, en el momento de la oración, lo llevará a la presencia de todos los hermanos y lo hará tomar asiento en el lugar que se le haya asignado. Los vestidos que trajo consigo serán recibidos por los encargados de este oficio, guardados en la ropería y a disposición del padre del monasterio” (Regla de san Pacomio, Preceptos, 49).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (13) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) «Vamos a mostrar ahora cómo se debe examinar a los que vienen del mundo para convertirse. En primer lugar, se debe cercenar en ellos las riquezas del mundo. Si es un pobre el que desea convertirse, también él posee riquezas que se deben cercenar, lo que muestra el Espíritu Santo diciendo por boca de Salomón: “Mi alma odia al pobre orgulloso” (Si 25,2); y en otro lugar dice: “El soberbio es como un herido” (cf. Sal 88 [89],11). E1 que preside debe, por tanto, mantener esta regla con gran empeño: si un pobre se convierte, deponga primero su carga de soberbia y, probado de este modo, recíbaselo. Ante todo, debe ser educado en la humildad, de modo que -lo que es más importante y es un sacrificio agradable a Dios- no haga su voluntad sino que esté “pronto para todo” (2 Tm 2,21). En cualquier cosa que suceda debe acordarse: “Pacientes en la tribulación” (Rm 12,12). Cuando un hombre tal quisiera librarse de las tinieblas del mundo (cf. Ga 1,4), en primer lugar, al acercarse al monasterio, permanezca a la puerta por una semana; no se junte con él ninguno de los hermanos sino preséntenle constantemente cosas duras y difíciles. Pero “si persevera llamando” (Lc 11,8; cf. Hch 12,16), no se niegue el ingreso al que lo pide, pero el que preside debe enseñar a este hombre cómo puede observar la regla y seguir la vida de los hermanos.

Si fuera rico, poseyendo muchas riquezas en el mundo y quisiera convertirse, en primer lugar debe cumplir la voluntad de Dios y seguir aquel precepto primordial que se le dio al joven rico: “Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21; 16,24). Además el que preside lo debe instruir para que cuide de no reservar nada para sí sino la cruz que debe llevar, y seguir a Cristo. Lo más importante de la cruz que debe llevar es: en primer lugar, con una obediencia total, no hacer su voluntad sino la de otro. Si quisiera ofrecer una parte de sus bienes al monasterio, sepa en qué condiciones serán recibidos él y su ofrenda. Pero si quisiera tener consigo alguno de sus servidores, sepa que “ya no tendrá un servidor, sino un hermano” (Flm 16), para que sea hallado perfecto en todas las cosas» (Regla de los Cuatro Padres, 7. Hacia 535-540).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (14) 2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación) “Si alguien quisiera dejar el mundo y llevar vida religiosa en el monasterio, se le leerá la regla al entrar y se le expondrán todos los usos del monasterio. Si acepta todo buenamente, entonces sea recibido dignamente por los hermanos en el monasterio. Si quisiera traer algún bien (material) al monasterio, sea puesto en la mesa ante todos los hermanos, como lo prescribe la regla. Si fuera aceptada la ofrenda, no sólo del bien que trajo, sino tampoco ni de sí mismo podrá disponer desde aquel momento. Porque si algo distribuyó anteriormente a los pobres o, viniendo al monasterio, trajo alguna cosa para los hermanos, sin embargo, (ya) no le es lícito tener alguna cosa en su poder. Si después de tres días quisiera irse por cualquier motivo de discordia, no recibirá absolutamente nada sino el vestido con el cual vino; y si muriese, ninguno de sus herederos debe ir (al juez). Si quisiera impulsar (un juicio), se le leerá la regla, y (así) se lo cubrirá de vergüenza y se irá confundido, porque también le fue hecha la lectura a aquel que exigía los bienes” (Regla de Macario, caps. 23-25. Después del año 533).

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (15) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito En las precedentes entregas presentamos una antología de textos del monacato primitivo, regida por dos temas: 1) la vocación monástica; 2) la recepción y formación a la vida monástica. Luego de un intervalo destinado a festejar los grandes sacramentos de nuestra fe, comenzamos a ofrecer el texto completo, en castellano, de las reglas monásticas occidentales, anteriores a la de nuestro padre san Benito. Todas ellas irán precedidas por una breve introducción y ordenadas cronológicamente.

I. ORDO MONASTERII (REGLAMENTO DEL MONASTERIO)* Introducción 1. Autor y fecha de composición del Ordo Monasterii (= OM) L. Verheijen1 es del parecer que el OM debe atribuirse a Alipio, pero su principio y su final serían de Agustín. Aquél le habría mostrado el texto, redactado al retorno de su viaje por Oriente, y su amigo se lo aprobaría añadiéndole, tal vez, un inicio y, con más probabilidad, un final a fin de darle un tono menos técnico y formal a la regla de Alipio. Obrando así Agustín estaba en su pleno derecho puesto que la comunidad de Tagaste había sido fundada por él. Además, sin duda, en el texto del OM veía expresadas muchas de sus principales ideas sobre la vida monástica. Más tarde Alipio habría conocido, en ocasión de uno de sus viajes a Hipona, la regla de san Agustín. Entonces juntaría los dos textos en orden cronológico: primero el OM y luego el texto agustiniano, dando así origen al Praeceptum longius. Sin duda fue en este ropaje que las envió a Italia, donde tenía buenos amigos, destacando entre ellos Paulino de Nola. Así habrían circulado ambas reglas por la península antes de la invasión de los vándalos al África (año 430). El OM deja traslucir, especialmente en su ordenamiento del Oficio Divino, la experiencia que su autor había vivido en el Oriente, y más concretamente en Belén junto a san Jerónimo. En ese viaje debe haber conocido también otras reglas orientales, que no lo habrán dejado indiferente e influyeron en la composición del OM. Otro dato en favor de la paternidad de Alipio es el ya anotado tono jurídico de la regla. Sabemos que el amigo de Agustín había sido jurista (ver Conf. 6,8,13) y en varios puntos el texto “traiciona” el oído de alguien acostumbrado a las fórmulas del derecho romano2. La fecha de composición del OM se puede fijar entre el regreso de Alipio del Oriente, su elevación a la sede episcopal de Tagaste y primeros meses en dicha función. Por tanto, entre los años 394-395. Sería así la primera regla de Occidente. 2. Alipio y Agustín Casi todo lo que sabemos de Alipio nos es referido por Agustín, principalmente en sus Confesiones.

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Era Alipio, al igual que su amigo, oriundo del municipio de Tagaste, “nacido de una de las primeras familias” del lugar y más joven que Agustín puesto que había sido su discípulo cuando él empezó a enseñar en Tagaste y más tarde en Cartago3. Experimentó muy pronto una enorme afición por los juegos circenses: “Amaba perdidamente el circo”, nos dice san Agustín. Al irse a estudiar derecho (ius) a Roma, por deseo de sus padres, cayó de nuevo en esa pasión por los juegos, de la que ya había conseguido alejarlo en una primera ocasión su amigo. Otros “amigos” lo arrastraron al circo, aunque Alipio se oponía e incluso no miraba lo que sucedía en la arena, “hasta que en un lance de la lucha fue tan grande y vehemente la gritería de la turba, que, vencido de la curiosidad y creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y vencer lo que viera, fuese lo que fuese, abrió los ojos y fue herido en el alma con una herida más grave que la que recibió el gladiador en el cuerpo...”4. En Roma se encontraron Alipio y Agustín y se unieron en una íntima amistad (fortissimo vinculo), al extremo que ambos partieron juntos para Milán: “ya por no separarse de mí, dice Agustín, ya por ejercitarse algo en lo que había aprendido de derecho, aunque esto era más por voluntad de sus padres que suya. Tres veces había hecho ya de asesor, y su entereza había admirado a todos...”5. Destaca también Agustín el amor por las letras que sentía Alipio (studio litterario), y que lo impulsaba a mandar copiar códices, a menudo a precios exagerados. Ambos amigos, en este período de sus vidas, vacilaban sobre el modo de vida que habrían de seguir6. En virtud del gran afecto que los unía, Alipio le insistía a su amigo para que no tomase mujer, para así poder dedicarse por completo al amor de la sabiduría (in amore sapientiae vivere). “Porque él, afirmaba Agustín, era en esta materia castísimo, de modo tal que causaba admiración; porque aunque al principio de su juventud había experimentado el deleite carnal, sin embargo no se había apegado a él, antes se dolió mucho de ello y lo despreció, viviendo en adelante contentísimamente”7. No sólo fueron amigos, sino también “compañeros de ruta”: en las discusiones filosóficas8; en el hallazgo de la vida monástica9; en la conversión10; en el gran momento en que abrazaron a Cristo y recibieron el bautismo11. Alipio permanecería siempre como fiel amigo del gran Agustín. Junto a él inició el soñado proyecto de vida monástica12. Más tarde lo apoyó, siendo los dos obispos, en la controversia con los donatistas, participando activamente a su lado en la Conferencia de Cartago del año 41113. Adoptando luego idéntica actitud durante la ardua polémica con los pelagianos14. Alipio no es, entonces, únicamente “alguien” del entorno de Agustín, sino mucho más: es su gran amigo, con quien compartió toda una vida. Podemos por eso decir que el OM es una regla escrita en el espíritu de san Agustín. 3. Plan y desarrollo del contenido del OM Tiene esta regla un plan bastante sencillo: un prefacio y un epilogo; y dos partes, una de carácter más organizativo y otra de tinte más espiritual. Lo exponemos desarrollando contemporáneamente los elementos esenciales que comprenden cada una de esas secciones.

1. Prefacio: probablemente es de san Agustín; recuerda el mandamiento del amor. Primera parte: Organización del monasterio

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2 Ordo del Oficio Divino (semejante al curso oriental de Antioquía): - Oración matutina ( = Laudes): 3 salmos (62, 5 y 89; ver Casiano, Inst. 3,1: CSEL 17, pp. 38-41). - Tercia, sexta y nona: 1 salmo responsorial, 2 antifonales, lectura, oración15. - Lucernario (= Vísperas): 1 salmo responsorial, 4 antifonales, 1 responsorial, lectura, oración. - (Entre Vísperas y Completas: lectura comunitaria). - Completas: salmos acostumbrados. - Maitines: su composición varía según los meses del año: primavera-otoño (marzo y abril; setiembre y octubre): 10 salmos antifonales, 5 salmos (responsoriales?), 3 lecturas; primavera-verano (mayo, junio, julio, agosto): ocho salmos antifonales, 4 salmos (responsoriales?), 2 lecturas; otoño-inviemo (noviembre, diciembre, enero, febrero): 12 salmos antifonales, 6 salmos (responsoriales?), 3 lecturas.

3. Horario monástico:

hasta Sexta: trabajo (a comenzar luego de Laudes o de Tercia? ver 9) de Sexta a Nona: lectura de Nona a Vísperas: trabajo.

Segunda parte: La vida “espiritual” del monje

4. Desapropiación: Hch 4,32. 5-9. Normas “espirituales” para los monjes: 5. prohibición de murmurar. 6. obediencia. 7 y 9. silencio en el trabajo y refectorio. 8. relación con el mundo exterior. 10. La corrección de los que desprecian la regla: el código penal.

11. Epílogo o conclusión: observar la regla en el nombre de Cristo; sería de san Agustín. Notas: * El texto de la introducción se ha tomado, con algunas variantes, de: Cuadernos Monásticos, n. 83 (1987), pp. 487-490. 1. La Règle de Saint Augustin. I: Tradition manuscrite; II: Recherches historiques (Paris 1967). Ver, más recientemente, del mismo Verheijen su art. Regula augustini: DIP 7 (1983) 1542-1554. 2. Op. cit., II, pp. 169 ss: con una enumeración de los pasajes en los que se advierte este aspecto. 3. Conf. 6,7,11, citamos según la traducción de A. Custodio Vega, en la edición de las obras de Agustín de la BAC (nº 11: Madrid 51967) p. 242. Alipio era un poco menor que Agustín (minor natu), ubicándose la fecha de su nacimiento hacia el 354. 4. Confesiones 6,8,13: BAC 11, pp. 244-245. 5. Ibid., 6,10,16: BAC 11, p. 248. 6. Ibid.: BAC 11, p. 249. 7. Ibid. 6,12,21: BAC 11, p. 253. 8. Ibid. 6,16,26: BAC 11. p. 258. Ver De beata vita 15. 9. Conf. 8,6,13-14: BAC 11, pp. 323-324.

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10. Ibid. 8,11,27-12,30: BAC 11, pp. 338-341. 11. Ibid. 9,4,7-8: BAC 11, pp. 354-356; y 9,6,14: BAC 11, pp. 360-362. 12. Ver Posidio, Vita Aug. 3,1-2. 13. Ver la ed. de las Actas de la Conferencia de Cartago de 411 en la colección SCh vols. 194, 195 y 224 (Paris 1972-75), sobre todo el vol. I (SCh 194), pp. 246 ss, donde el editor (S. Lancel) analiza las intervenciones de Alipio en la trascendental reunión. Ver también J. L. Maier, L'Episcopat de l'Afrique romaine, vandale et byzantine (Neuchâtel 1973) pp. 213. 253-254. 14. Ver Contra duas ep. Pel 1,1,2; De nupt. et conc. 2,1,1; Op. imp. ctr. Iul. 1,42; 3,35. 15. Los salmos antifonales son los que canta todo el coro, mientras que los salmos responsoriales son cantados por un cantor mientras el coro escucha y responde con un versículo o antífona. Existe una proporción entre unos y otros: a un responsorial corresponden dos antifonales.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (16) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

I. ORDO MONASTERII (REGLAMENTO DEL MONASTERIO)* Texto 1. Ante todo, hermanos muy queridos, amemos a Dios, luego también al prójimo, porque estos son los mandamientos que nos han sido dados en primer lugar (Mt 22,37-40). 2. Pasamos a indicar de qué modo debemos rezar o salmodiar: En la oración matutina se dirán tres salmos: el sesenta y dos, el cinco y el ochenta y nueve; en tercia, se dirá primero un salmo responsorial, luego dos antífonas, una lectura y la oración conclusiva; del mismo modo en sexta y nona; en el lucernario, un salmo responsorial, cuatro antífonas, otro salmo responsorial, una lectura y la oración conclusiva. En el momento oportuno, después del lucernario, estando todos sentados, léanse algunas lecturas. Después de esto se dirán los salmos acostumbrados antes de acostarse. En cuanto a las oraciones nocturnas, en los meses de noviembre, diciembre, enero y febrero comprenderán doce antífonas, seis salmos, tres lecturas; en marzo, abril, setiembre y octubre, diez antífonas, cinco salmos, tres lecturas; en mayo, junio, julio y agosto, ocho antífonas, cuatro salmos, dos lecturas. 3. Trabajen por la mañana hasta sexta y desde sexta hasta nona dedíquense a la lectura, a nona devuelvan los códices y después que hayan comido, trabajen hasta la hora del lucernario, sea en la huerta o en cualquier lugar que fuera necesario. 4. Nadie considere que algo es de su propiedad, ya sea en materia de vestimenta o en cualquier otra cosa, pues hemos optado por vivir la vida apostólica (Hch 4,32). 5. Nadie haga nada con murmuración, para que no sufra el mismo juicio de los murmuradores (Nm 14,1-37). 6. Obedezcan con fe; después de Dios, honren a su padre; y respeten a su prepósito, como corresponde a los santos. 7. Cuando estén sentados a la mesa, guarden silencio, escuchando la lectura. Si se necesitara algo, ocúpese de ello el prepósito. El sábado y domingo, tal como está establecido, reciban vino los que lo deseen. 8. Si hubiera que enviar a alguien por una necesidad del monasterio, vayan dos. Nadie coma, ni beba fuera del monasterio sin autorización, pues esto no corresponde a la disciplina del monasterio. Si se envía a los hermanos a vender los trabajos del monasterio, cuiden con solicitud de no hacer nada contra lo mandado, sabiendo que irritan a Dios irritando a sus servidores. Y si compran algo necesario para el monasterio, háganlo con solicitud y honestidad, como servidores de Dios. 9. No haya entre ellos palabras ociosas (Mt 12,36). Desde la mañana, dedíquense a su trabajo. De la misma manera, vayan a sus trabajos después de las oraciones de Tercia. No se paren a conversar, a menos que sea para provecho del alma. Una vez que se han sentado a trabajar, guarden silencio, a no ser que una necesidad del trabajo exija que alguien hable. 10. Si alguno no se aplicara con todas sus fuerzas a cumplir estas prescripciones, con la ayuda de la misericordia del Señor, sino que, con ánimo contumaz, las hubiera

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despreciado, amonestado una y otra vez, si no se enmendare, sepa que se lo someterá a la disciplina del monasterio como corresponde. Si, por su edad, fuera conveniente, castígueselo incluso corporalmente. 11. Observando fiel y piadosamente todas estas cosas en nombre de Cristo, ustedes progresarán y su salvación nos proporcionará no pequeña alegría. Amén. Notas * Traducción de María Eugenia Suárez, osb. Monasterio Ntra. Sra. de la Esperanza (Rafaela, Santa Fe, Argentina), publicada en: Cuadernos Monásticos, n. 83 (1987), pp. 491-493. La versión se realizó a partir de la edición crítica del texto latino publicada por: L. Verheijen, La Règle de Saint Augustin. I: Tradition manuscripte (Paris 1967) pp. 148-152. Los números remiten a los correspondientes capítulos del OM. 2. Matutinis = Laudes (ver RB 12). Salmo responsorial: “psalmus unus ad respondendum dicatur”. Oración conclusiva: “conpletorium”. Lucernario = Vísperas. Lectura antes de completas: lo mismo que en RB 42,2-7. 3. No queda claro si se salía a trabajar luego de terminada la oración matutina (Laudes), o si recién iniciaban las tareas, sobre todo exteriores, luego de Tercia, como lo podría dejar suponer el cap. 9. 4. Dirá Agustín en su regla (Praeceptum [= Pr] I,3): “Y no digan que alguna cosa es suya, sino que todas las cosas sean comunes entre ustedes. El prepósito distribuirá a cada uno el alimento y el abrigo, no a todos en la misma medida porque no todos tienen la misma salud, sino a cada uno según su necesidad, como leen en los Hechos de los Apóstoles: Tenían todo en común, y era distribuido entre ellos según la necesidad de cada uno” (Hch 4,32.35). 5. Cf Agustín, Pr V, 1. 5. 9. 6. Obedezcan con fe: fideliter oboediant. Pater: término con que se designa al obispo del lugar. 7. Según parece el OM, prevé un ayuno de cinco días, y consiente que se lo rompa, con el agregado de poder tomar vino, dos veces a la semana: sábado y domingo. Esta costumbre puede ser de origen oriental Ver Agustín, Epístola 36,8: “Si uno ayuna cuatro veces por semana o cinco, exceptuados el sábado y domingo (muchos lo hacen durante toda su vida, especialmente en los monasterios), entonces no sólo aventaja en la fatiga del ayuno al fariseo (ver Lc 18, 11-12) que ayunaba dos veces por semana, sino también al cristiano, que acostumbra a ayunar miércoles, viernes y sábado, como lo hace con frecuencia el pueblo romano” (BAC 69, Madrid 1951, p. 175.). 8. Cf. Agustín, Pr IV, 2 y V,2. 7. 10. Cf. Agustín, Pr IV, 8-11; VI, 3. 11. Cf. Agustín, Pr VIII, 1.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (17) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

II. REGLA DE SAN AGUSTÍN

Introducción* 1. Agustín y la vida monástica

Ya antes de su conversión y bautismo (años 386-7), tuvo Agustín el firme deseo de llevar vida en común, compartiendo los bienes de quienes se asociaran al proyecto y dedicándose todos al estudio y búsqueda de la sabiduría (otiose vivere). Pero este hermoso plan no prosperó. He aquí la causa: “Cuando se comenzó a discutir si en ello vendrían o no las mujeres, que algunos ya tenían y otros queríamos tener, todo aquel proyecto tan bien formado se disolvió entre las manos, se hizo pedazos y fue dejado de lado”1 Algunos años más tarde, casi sobre el final del largo recorrido que lo condujo a la conversión, tendrá Agustín su primer encuentro con la vida monástica. Será de modo casual, por intermedio de un tal Ponticiano, quien lo pondrá al tanto de la existencia de numerosos monasterios y le hablará de la Vida de san Antonio, obra del santo obispo Atanasio de Alejandría. “(Ponticiano) tomó la palabra, hablándonos de Antonio, monje de Egipto, cuyo nombre excelentemente resplandecía entre tus fieles y nosotros ignorábamos hasta aquella hora. Lo que como él advirtiera, se detuvo en la narración dándonos a conocer tan gran varón que desconocíamos, y admirándose de nuestra ignorancia... De aquí su relato pasó a las muchedumbres que vivían en los monasterios, y de sus costumbres (impregnadas) de tu suave perfume (suaveolentiae tuae), y de los fértiles desiertos del yermo de los que nada sabíamos”2. Ponticiano incluso le va a relatar su propia experiencia, no sin antes indicarle a Agustín que en la misma Milán había un monasterio, ubicado fuera de los muros de la ciudad. En dicha experiencia Agustín, estando en Tréveris, salió de paseo junto con algunos amigos y se encontró con una casa “donde habitaban ciertos siervos tuyos pobres de espíritu (cf. Mt 5,3)... Allí hallaron un códice en el que estaba escrita la Vida de san Antonio. Lo que uno de ellos empezó a leer, y a admirarse, entusiasmarse, y dejando la milicia del mundo: servirte a ti”3. Este primer encuentro de Agustín con la vida monástica y la consiguiente lectura de la Vida de Antonio el Grande, serán decisivos en el momento mismo de su conversión4. De modo que en su espíritu quedará marcado para siempre el deseo de consagrarse a Cristo en una vida común, renunciando al matrimonio y a los bienes propios, dedicado con los hermanos a la oración, la ascesis, el trabajo y el estudio. Realización del proyecto Poco tiempo después de recibido el bautismo (vigilia Pascual del 387), Agustín decide retomar junto con su madre a la tierra natal. Pero antes de embarcarse, su madre cae enferma y muere. Luego de darle cristiana sepultura, el hijo de Mónica opta por permanecer durante algunos meses en Roma, estadía que aprovecha para informarse con más detalle sobre la vida monástica, en particular la practicada en los monasterios de la gran urbe: “Conocí varios monasterios (diversorium) en los que presidían aquellos que de entre sus miembros sobresalían en modestia, prudencia y ciencia divina, viviendo en caridad, santidad y libertad cristianas. Para no ser carga uno del otro, según la costumbre de Oriente y autoridad del apóstol Pablo, se sustentaban con

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el trabajo de sus manos. También era increíble el ayuno que muchos practicaban rigurosamente...”5. Agustín comprueba que lo mismo se observa en los monasterios femeninos. Pero hay un detalle que anota con especial cuidado en las casas de ambos sexos: “A nadie se le obliga a austeridades que no pueda soportar, ni se le impone nada que rehúse hacer, ni lo desprecian los demás por su incapacidad para imitar lo que otros hacen. Se recuerdan cuánto en todas las Escrituras se recomienda la caridad: Todo es puro para los puros (Tt 1,15); y: No los mancha lo que entra en la boca de ustedes, sino lo que de ella sale (Mt 15,11). Y por eso todo su esfuerzo lo ponen no en abstenerse de ciertos alimentos como si estuviesen manchados sino en dominar la concupiscencia y conservar el amor de los hermanos...”6. Más tarde volcará esta experiencia suya sobre la necesidad de contemplar las necesidades de cada hermano en la Regla. Con lo visto y oído en Roma como bagaje, se embarca Agustín para el África (julio/agosto 388): se inicia una nueva etapa para su vida. Pisando su tierra se dirige a Tagaste donde junto con otros compatriotas y amigos suyos funda una comunidad, aprovechando su herencia: casa y campos, para llevar a la práctica el tan ansiado deseo de servir a Dios totalmente. Su biógrafo Posidio nos dice cómo era la vida del santo en este período: “Vivía para Dios con ayunos, oraciones y buenas obras, meditando día y noche en la ley del Señor. Comunicaba lo que Dios le enseñaba por medio del estudio y la oración, y enseñaba con sus sermones y libros a presentes y ausentes”7. Corriendo ya el año 391 realiza una visita a la ciudad de Hipona con el doble propósito de informarse sobre las posibilidades de instalar allí una comunidad monástica y realizar una obra de caridad en favor de un hombre que estaba por entrar al seno de la fe. Es entonces cuando lo sorprende la ordenación presbiteral, que acepta con no poco disgusto pero confiando en la gran misericordia de Dios8. En la nueva situación no abandonó Agustín su proyecto de vida monástica: “Y hecho presbítero instituyó luego un monasterio en la iglesia, y empezó a vivir con los siervos de Dios según el modo y regla establecido por los santos apóstoles (cf. Hch 4,32 ss). Sobre todo cuidaba que nadie tuviese alguna cosa propia en aquella sociedad, sino que todo fuese común, y se distribuyese a cada uno según su necesidad, como él mismo lo había practicado primero, cuando volvió de Italia (transmarinis) a su patria”9. Hacia el final de sus días (año 425), en una homilía, recordará Agustín cómo el obispo Valerio lo apoyó en su santo propósito, dándole un huerto apto para instalar el monasterio. De esa forma se fue constituyendo una nueva comunidad: “Comencé a reunir a los hermanos con el mismo buen propósito, pobres como yo, nada tenían, y cuando tenían me imitaban el modo que yo había vendido mi escaso patrimonio y dado a los pobres. Así debían hacerlo también aquellos que quisiesen estar conmigo, viviendo de lo común. Dios mismo sería para nosotros nuestro común, grande y rico patrimonio “10. Agustín, por tanto, no cesaba en su empeño: una nueva ciudad y otra situación personal no eran obstáculos suficientes para hacerlo desistir de su entusiasmo por la vida monástica. Pero Dios también tenía sus proyectos. “Llegué al episcopado”... “Y vi la necesidad para el obispo de ofrecer hospitalidad a los que sin cesar iban y venían, pues al no hacerlo se mostraría inhumano. Delegar esa función en el monasterio parecía inconveniente. Y quiso tener en esta casa episcopal el monasterio de clérigos. He aquí de qué modo vivimos. A ninguno le está permitido tener algo propio”11. Un nuevo cambio en su existencia lo obliga a modificar una vez más su original proyecto, mas no pierde vista el santo propósito: llevar a la práctica el modelo de vida de la primitiva comunidad apostólica. Pocos años tuvo Agustín la dicha de vivir

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en paz la vida monástica; con todo, permaneció firme en el convencimiento de que, aun en medio de las numerosas solicitaciones de su servicio episcopal, no debía perder lo que con tanto ardor había abrazado en el momento de la conversión. Como obispo, Agustín será propagador incansable de la vida monástica y promoverá la fundación de nuevos monasterios, los cuales a su vez serán fuente de gracias y también de obreros para su Iglesia, y más tarde para otras Iglesias del África12. Sin embargo, para nosotros es fruto especialmente caro su enseñanza sobre la vida monástica que no cesó de prodigar, en la medida que sus múltiples empeños se lo iban consintiendo. La doctrina de Agustín ha sido espejo en el que tantos monjes y monjas se han mirado en su camino de ascensión hacia las cumbres de la caridad. Un solo corazón y una sola alma En distintas oportunidades y diversas obras, Agustín, durante su episcopado (395/6-430), abordó prácticamente todos los temas que pueden denominarse monásticos. Dos obras, próximas en el tiempo (año 401), le sirvieron para tocar puntos tan importantes como: la castidad y el trabajo. Sobre la primera trata en el De sancta virginitate, insistiendo en su carácter de don divino y, por ende, con cuánta humildad debe ser custodiada13. Es asimismo un don que expresa la consagración a Dios de modo muy patente14. Sobre el trabajo trata en su obra De opere monachorum, libro escrito a pedido del obispo Aurelio Cartago con motivo de una disputa surgida a raíz de que ciertos monjes sostenían que no se debe trabajar, y además no se cortaban el cabello15. Agustín demuestra que los monjes deben dedicarse al trabajo: necesario e importante para la vida monástica, y también a la oración. Sólo enfermedad, ministerio pastoral o estudio son motivaciones válidas para eximirse del trabajo. Otro tema particularmente querido a Agustín es el de la pobreza. En ocasión de una dificultad surgida por problemas de herencia entre dos hermanos que se habían consagrado al Señor en la vida monástica, lo lamentará con acentos cargados de emoción sincera: “Saben todos o casi todos que en esta casa, llamada casa episcopal, vivimos de manera que, en la medida de nuestras fuerzas, imitamos aquellos santos, de los que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: Nadie decía propia a una cosa, sino que todas las cosas eran comunes (Hch 4,32)... Nada traje; no vine a esta Iglesia (de Hipona) sino con la ropa que en aquel tiempo vestía... He aquí de qué modo vivimos. A ninguno le está permitido en la comunidad tener algo propio. Pero tal vez algunos lo tienen. A ninguno le está autorizado, si algunos lo tienen, hacer lo que no les está permitido. Pienso bien de mis hermanos, y por pensar siempre bien me he abstenido de una investigación al respecto, porque al hacerla me parecía como desconfiar de ellos. Sabía y sé que todos los que conmigo viven conocen nuestro propósito, conocen la norma de nuestra vida”16. Pobreza y vida común eran, y lo fueron hasta el final de su vida, constituyentes esenciales de la vida monástica en el pensamiento de Agustín. Van juntos: no hay verdadera vida común sin pobreza comunitaria; no hay verdadera pobreza sin vida comunitaria. Y entiéndase bien que se trata de la pobreza de nada tener como propio, ninguna cosa reservarse para uso privado. Esto no significa que el monje renuncia para luego hallarse en una situación económica mejor que la tenía en el mundo, antes de entrar al monasterio. Tal posibilidad ciertamente puede darse, mas en la nueva vida el monje ya nada tiene ocasión de denominarlo propio. Además, Agustín en varias ocasiones recuerda a los siervos de Dios la necesidad de vivir realmente una pobreza material, compartiendo la suerte de los menos favorecidos y dando auténtico testimonio cristiano de desprendimiento17.

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Puede considerarse como una suerte de síntesis del pensamiento de san Agustín sobre la vida monástica su Enarratio al Salmo 132[133], escrita hacia el año 407. En ella aclara qué entiende por monje: “Monos significa uno solo. Los que viven en unión de modo que hacen un solo hombre, para que se cumpla en ellos verdaderamente lo que está escrito: un alma y un corazón (Hch 4,32), son muchos cuerpos, pero no muchos corazones. Con razón se llaman monos, es decir uno solo”18. La concordia fraterna, el ser los monjes uno solo con los hermanos por la caridad es un don de Dios: “Como rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión (Sal 132,3). Con esto quiso se entendiese, hermanos míos, que por la gracia de Dios es que los hermanos habitan en uno; no por sus fuerzas, no por sus méritos, sino por un don de Dios, por su gracia, que es como rocío del cielo...”19. El monje es aquel que como el profeta “Daniel eligió la vida quieta, servir a Dios en el celibato, es decir no buscando mujer... Varón entregado en vida a los deseos celestiales”20, Y ello viviendo en comunión con sus hermanos que tienen el mismo ideal de vida: “No habitan en unión sino en los que es perfecta la caridad de Cristo. Pues en los que no es perfecta la caridad de Cristo, aunque sean uno odian, son molestos, son turbulentos, con su ansiedad turban a otros y buscan qué decir de ellos... Pero ¿quiénes son los que habitan en común unión? Aquellos de quienes se dice: Eran un solo corazón y una sola alma en Dios; y nadie decía que algo era propio, sino que todas las cosas le eran comunes (Hch 4,32)”21. 2. La Regla de san Agustín La Regula ad servos Dei o Praeceptum (Pr) es un texto rico, denso, pleno de variados matices; es la “desembocadura” de la experiencia y reflexión de Agustín sobre la vida monástica. Después de los estudios de L. Verheijen parece ya firme que fue escrita para los siervos de Dios. Su composición puede ubicarse a fines del siglo IV, aunque todavía no hay unanimidad en lo que hace a la fecha exacta22. Acertadamente se ha señalado que no faltan “antecedentes” al texto de la Regla. Algunos meses antes de su bautismo, noviembre del 386, hallamos en el diálogo De ordine lo que Verheijen llama la primera regla: una serie de útiles recomendaciones para los jóvenes que aspiran a dedicarse al estudio23. En su Regla, Agustín seguirá un ordenamiento semejante, en algunos puntos, al presentado en dicho diálogo. Es más, también es similar la estructura de ambos textos. Aquí nos interesa únicamente señalar la de la Regla24, que es la siguiente:

-1. prefacio: Pr 1,1; -2. preceptos para ser observados en el monasterio, son siete:

a) vida común y renuncia a la propiedad privada (Pr 1,2 ss) b) oración comunitaria y personal (Pr II) c) refectorio, lectura durante las comidas, ayuno y pureza de corazón (Pr III) d) salidas, relaciones con las mujeres y corrección fraterna (Pr IV) e) servicios comunitarios: ropería y biblioteca (Pr V) f) el perdón que debe darse y pedirse (Pr VI) g) el superior del monasterio, sus relaciones con los hermanos (Pr VII);

-3. el espíritu que debe animar las anteriores prescripciones, expuesto en forma de oración (Pr VIII, 1); -4. epilogo: frecuencia de la lectura de la Regla, y espíritu con que debe leerse (Pr VIII.2).

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Se trata de una estructura extremadamente simple: praecepta vivendi, que deben ser observados con el amor de la belleza espiritual25. Notas: * Tomada de: Cuadernos Monásticos 80 (1987), pp. 115-122. 1. Confesiones (= Conf.) 6,14,24: BAC 11, pp. 256-257. Para comodidad del lector de nuestra lengua

remitimos, en las citas de las obras de Agustín, a la edición de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), señalando el número de orden de los volúmenes en dicha colección. Pero nuestra traducción castellana no sigue siempre la allí presentada.

2. Conf. 8,6,14-15: BAC 11, pp. 324-325. 3. Conf. 8,6,15: BAC 11, p. 325. 4. Cf. Conf. 8,12,29: BAC 11, pp. 339-340; Vita Antonii 2 (trad. cast. en Cuadernos Monasticos 33-34, pp.

171 ss.). 5. Sobre las costumbres de la Iglesia católica (= De mor. eccl. cath.) 1,33,70: BAC 30, pp. 344-345. Ver

Conf. 9,8,17: BAC 11, p. 364. 6. De mor. eccl. cath. 1,33,71: BAC 30, p. 344-345. 7. Vida de san Agustín (=Vita s. Aug.) 3: BAC 10, pp. 362-363. Ver las Epístolas (= Ep.) 3 a 14: BAC 69,

pp. 24-67, de san Agustín. 8. Ver Ep. 21,3-4 (a Valerio, obispo de Hipona): BAC 69, pp. 84-87; Conf. 10,43,70 y 11,2,2: BAC 11, pp.

453 y 465. 9. Posidio, Vita s. Aug. 5: BAC 10, pp. 364-367. 10. Sermón 355,2: BAC 461, pp. 245-247. 11. Sermón 355,2: BAC 461, p. 246; cf. Sermón 356: BAC 461, pp. 255-270. 12. Cf. Posidio, Vita s. Aug. 11: BAC 10, pp. 374-377; Agustín, Ep. 60,1: BAC 69, pp. 371-372. 13. Ver Retractaciones 2,13: PL 32,635. Sobre la santa virginidad (= De sanct. virg.) libro I: BAC 121, pp.

138-227. 14. “No alabamos a las vírgenes por el hecho de ser vírgenes, sino por ser vírgenes consagradas a Dios por

una religiosa continencia” (De sanct. virg. 11,11: BAC 121, pp. 150-151). Lo mismo se debe aplicar a los monjes.

15. Cf. Retractaciones 2,21; PL 32,638-639. Sobre el trabajo de os monjes: BAC 121, pp. 696; 771. 16. Sermón 355,2: BAC 461, pp. 246-247. 17. Agustín es muy sensible al testimonio que deben dar los consagrados de verdadera pobreza,

manifestada en una completa renuncia a las posesiones personales. Puede verse a este respecto el cuidado con que explica a sus fieles hasta el más mínimo detalle que pueda prestarse a malentendidos en los Sermones 355 y 356 (BAC 461, pp. 245-270). Para un estudio más detallado sobre este tema ver D. Sanchis, Pauvreté monastique et charité fraternelle chez Saint Augustin. Le commentaire de Actes 4,32-35 entre 393 et 403: Studia Monastica 4 (1962) 7-33.

18. Enarraciones sobre los Salmos (= Enarr. in Ps.) 132,6: BAC 264, p. 471. 19. Enarr. in Ps. 132,10: BAC 264, p. 475. 20. Enarr. in Ps. 132,5: BAC 264, pp. 468-469. 21. Enarr. in Ps. 132,12: BAC 264, pp. 477-478. Para completar, esta síntesis ver las Epístolas 48; BAC 69,

pp. 280-285; 157: BAC 99, pp. 380-425; 210-211: BAC 99, pp. 986-993; 243: PL 33,1055 ss. 22. La obra fundamental de L. Verheijen es: La Règle de Saint Augustin, Paris 1967 (2 vols.). Respecto de

la fecha hay quienes optan por una anterior al 397 (hacia el 391), otros la ubican entre el 397 y el 400, y algunos prefieren una fecha más tardía (427-428).

23. Nouvelle approche de la Règle de Saint Augustin, Bellefontaine 1980, p. 206. El texto es Sobre el orden 2,8,25: BAC 10, pp. 760-761; y 2,19,51: BAC 10, pp. 792-793. Ver Soliloquios 1,10,17: BAC 10, pp. 522-525.

24. Para la comparación detallada de las dos obras ver L. Verheijen, Nouvelle..., pp. 201 s. 25. L. Verheijen, Nouvelle.., p. 202.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (18) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

II. REGLA DE SAN AGUSTÍN Texto* (Ante todo, hermanos queridísimos, amemos a Dios, luego al prójimo, porque éstos son los principales preceptos que se nos han dado)1. I. Un solo corazón y una sola alma 1. Estas son las cosas que les prescribimos para que las observen los que viven en el monasterio. 2. En primer lugar, porque están congregados en uno, habiten de perfecto acuerdo en la casa, y tengan una sola alma y un solo corazón en Dios. 3. Y no digan que alguna cosa es suya, sino sean todas las cosas comunes entre ustedes. El prepósito2 distribuirá a cada uno el alimento y el abrigo, no a todos en la misma medida porque no tienen todos la misma salud, sino a cada uno según su necesidad, como leen en los Hechos de los Apóstoles: “Tenían todo en común, y era distribuido entre ellos según la necesidad de cada uno”. 4. Que, al ingresar en el monasterio, los que algo poseían en el mundo, quieran gustosamente ponerlo en propiedad común. 5. Pero los que nada tenían, que no busquen en el monasterio lo que ni afuera poseyeron. Subvéngase, sin embargo, a los tales en sus enfermedades, aun cuando, por causa de su pobreza, no podían procurarse lo que les era necesario cuando estaban afuera. Solamente, que no se tengan por felices porque encontraron tal sustento y abrigo cual no los pudieron hallar afuera. 6. Ni se engrían por frecuentar la compañía de aquellos a quienes afuera no osaban acercarse; antes bien, tengan el corazón levantado y no busquen las vanidades terrenas, no sea que los monasterios comiencen a ser útiles sólo para los ricos y no para los pobres, si allí aquellos se vuelven humildes y los pobres se inflan. 7. Que el que gozaba de cierta consideración en el mundo no sienta fastidio por aquellos hermanos suyos venidos de la pobreza a la santa sociedad. Por el contrario, que pongan todo su empeño en gloriarse de la compañía de los hermanos pobres y no del rango de sus parientes ricos; que no se envanezcan por los bienes que aportaron a la vida común, ni se vuelvan más soberbios a causa de las riquezas que dieron para compartir en el monasterio, como si las estuvieran gozando en el siglo. Pues los otros vicios se cultivan en el mal para producirlo, mientras que la soberbia se filtra en el bien para destruirlo. ¿Y de qué serviría distribuir lo propio en favor de los pobres y hacerse pobre, si el alma mísera se hace más soberbia al despreciar las riquezas que al poseerlas?. 8. Así, pues, vivan todos unánimes y honren mutuamente en ustedes a Dios, de quien han sido hechos templos. II. La oración 1. Sean asiduos a la oración en las horas y tiempos establecidos.

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2. En el oratorio nadie haga otra cosa sino aquello para lo cual se construyó y de donde recibió el nombre que lleva, para que si alguien, estando desocupado, quiere alguna vez rezar fuera de las horas fijadas, no se lo impida aquel hermano que crea poder hacer allí cualquier otra cosa. 3. Cuando oren con salmos e himnos a Dios, mediten en el corazón lo que profieren con la voz. 4. Y no canten sino lo que leen que debe ser cantado, pero lo que no esté escrito para ser cantado, no lo canten. III. El ayuno y la pureza de corazón 1. Domen su carne por medio de ayunos y abstinencia en el comer y beber, en cuanto que lo permita su salud. Cuando alguien no puede ayunar, que se abstenga de tomar algún alimento fuera de la hora de la comida, a no ser que esté enfermo. 2. Cuando se sienten a la mesa hasta que se levanten, oigan, evitando ruido y desorden, lo que es costumbre leer entre ustedes, para que no solamente las bocas coman alimentos sino que también sus oídos se sacien con la palabra de Dios. 3. Los que están enfermos por causa de las antiguas costumbres, si en el alimento fueran tratados de otro modo, que no se sientan los demás molestos ni lo vean como una injusticia, los que mediante otras costumbres se han hecho más fuertes; ni estimen a los primeros como más felices porque comen lo que ellos no comen; felicítense más bien por tener una salud de la que los otros no gozan. 4. Y si a los que vinieren al monasterio de una vida más delicada se les dieren otros alimentos, vestidos, lechos y abrigos, que los que no se dan a los más fuertes, y por tanto más felices, deberán considerar a los que no se les da cuánto se han humillado aquellos al pasar de la vida que llevaban en el siglo a la presente, no rehusando alcanzar la frugalidad de aquellos que son de cuerpo más robusto. No vayan todos a aspirar recibir lo que a algunos se les da demás, no para honrarlos sino por tolerancia, no sea que se llegue en el monasterio a tal detestable perversidad que mientras los ricos, en la medida que pueden, se den al trabajo de la ascesis, los pobres se vuelvan delicados. 5. En cuanto a los enfermos establecemos que, como la enfermedad los forzó a recibir menos para que no se agravaran, sean tratados de tal manera que se apresure su restablecimiento, aunque en el mundo hayan carecido de todo recurso natural, por cuanto la reciente enfermedad ha equiparado sus necesidades a las que se atienden en los ricos, por razón de su antiguo régimen de vida. Pero en cuanto hayan recuperado su vigor anterior, vuelvan a aquella su más feliz costumbre: el tener pocas necesidades, la cual tanto más conviene a los servidores de Dios. Que después de restablecidos no los demore la molicie en cuidados propios de enfermos. Que se estimen como más ricos si tienen fortaleza como para contentarse con poco, ya que es mejor necesitar menos que tener más cosas. IV. Castidad y corrección fraterna 1. Que su hábito no sea llamativo. No procuren agradar más con sus vestidos que con sus costumbres. 2. Cuando salgan, vayan juntos y juntos permanezcan al llegar.

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3. Que al caminar, al descansar y en todos sus movimientos, a nadie ofenda su figura. Obren como conviene a la santidad de su estado. 4. Sus ojos si se posan en alguna mujer, no los fijen en ninguna. Cuando van de viaje no les está prohibido mirarlas pero desearlas o querer que ellas los deseen es pecaminoso. No sólo por el tacto y el afecto se desea y se quiere ser deseado por la concupiscencia de las mujeres, sino también por la mirada. No digan que su espíritu es púdico si tienen ojos impúdicos, porque el ojo impúdico es el enviado de un corazón impúdico. Y cuando, aun callando la lengua, por intercambio de mutuas miradas, los corazones revelan su impureza, y según la concupiscencia de la carne se deleitan en el recíproco ardor, aunque los cuerpos hayan permanecido intactos de toda inmunda violación, la castidad ha huido de sus costumbres. 5. El que fija sus ojos en una mujer y se complace en la mirada que se fija sobre él, no se debe creer que no es visto de los otros cuando hace esto. Lo ven perfectamente aun los que él no sospecha. Aunque pudiera pasar desapercibido y por ningún hombre ser visto, ¿qué hará con ese Observador de Arriba para quien nada está escondido? ¿Creerá que no lo ve porque tanto más paciente es su mirada cuanto más sabio es? Por tanto, tema el varón santo desagradar a este Testigo y no quiera agradar malamente a una mujer. Piense en aquel que todo lo ve y no la quiera mirar malamente; pues en efecto Él encomendó tener temor en esta causa, como está escrito: “El que clava los ojos, es abominable para el Señor”. 6. Cuando, pues, estén reunidos en la iglesia o en cualquier otro lugar donde hay mujeres, custodien mutuamente su pureza y Dios, que habita en ustedes, de este modo, por ustedes mismos, los guardará. 7. Y si advierten en alguno de ustedes esa mirada desvergonzada de que hablé, amonéstenlo enseguida y para que el mal no progrese, corríjanlo inmediatamente. 8. Si a continuación de la reprensión de nuevo, o en cualquier otro día, lo vieren hacer esto mismo, ya es claro que se trata de un enfermo que necesita ser curado, y como tal debe ser denunciado. Pero que primero se cerciore por uno o dos testigos más para que, por el testimonio de dos o tres, pueda confundirlo y corregirlo con la severidad conveniente. No se tengan por malvados cuando lo denuncien. No serán más inocentes si a aquellos hermanos de ustedes, a quienes podrían corregir con una denuncia, callando dejan que se pierdan. Porque si tu hermano tuviera una llaga en el cuerpo, que quisiera ocultar por temor a ser curado, ¿no serían crueles al silenciarlo y misericordiosos al manifestarlo? Entonces, ¿no deben hablar para que no se pudra mucho más perniciosamente el corazón? 9. Pero antes que ponerlo ante otros testigos por medio de los cuales convencerlo, si se negase, es el prepósito el primero que debe amonestarlo por su falta, si después de advertido no puso cuidado en enmendarse. No sea que esta reprimenda más secreta dispensara de divulgar lo demás. Pero si todavía lo negase, entonces que a sus desmentidos se oponga la palabra de otros, para que no sea un solo testigo el que lo inculpe, sino dos o tres quienes lo convenzan en presencia de todos. Una vez puesto al descubierto, según la decisión del prepósito, o también del presbítero, a quien le competa ejercer la autoridad, deberá someterse a un castigo corrector. Si no aceptara soportarlo será arrojado de su sociedad aun cuando él no pensara abandonarla. Hacer esto no es crueldad sino misericordia, no sea que el contagio pestífero pierda a muchos. 10. Esto que he dicho con respecto a no fijar la mirada también será observado diligente y fielmente en los demás pecados a descubrir, impedir, denunciar, probar y castigar, con dilección de los hombres y odio de los vicios.

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11. Si alguno hubiera avanzado tanto en el mal que hubiese aceptado secretamente de una mujer cartas o pequeños regalos, si luego esto confesare, perdónenlo y rueguen por él; pero si fuera sorprendido y confundido deberá ser severamente corregido según el arbitrio del presbítero o del prepósito. V. Uso y cuidado de los bienes comunitarios 1. Tengan en propiedad común sus vestidos. Estén al cuidado de uno o dos hermanos o los que sean suficientes para sacudirlos, no sea que los roa la polilla. Y así como guardan sus alimentos en una despensa, también guarden sus vestidos en una ropería. Y si es posible que no les competa a ustedes determinar lo que deben vestir de acuerdo a las estaciones, poco importa que cada uno reciba el vestido que había depositado o uno que otro había traído, en cuanto que a nadie se niegue lo que necesita. Si esta disposición originara riñas y murmuraciones entre ustedes al encontrar alguno que ha recibido algo que está en peores condiciones que lo que tenía, y considerase indigno vestirse con lo que otro hermano se vistió antes, tomen conciencia cuan raído tienen aquel interior y santo hábito del corazón, que litigan por el hábito del cuerpo. Si igualmente se tolerara su enfermedad, de modo que reciban lo que depositaron, sin embargo, que sean guardados en un solo lugar, bajo una custodia común, los vestidos que depositan. 2. Así también que nadie trabaje para su propio provecho, sino que todos sus trabajos se hagan en común y con mayor aplicación y más entusiasmo que si cada uno trabajara para sí. Pues, está escrito: “La caridad no busca lo que es suyo”, porque comprende que las cosas comunes preceden a las propias y no antepone las propias a las comunes. Y así, cuanto más cuidado tengan de las cosas de la comunidad que de las suyas, tanto más experimentarán mayores progresos. Para que prevalezca sobre todas las necesidades, que pasan, la caridad, que permanece. 3. Por consiguiente, si algunos ofrecen a sus hijos u otros parientes o amigos que viven en el monasterio regalos como vestidos u otros artículos de primera necesidad, que no sean recibidos a escondidas. Al contrario, pónganlos a disposición del prepósito, para que, como bien que pertenece a todos, pueda ser adjudicado al que tenga necesidad de él. (Si alguno ocultare una cosa para su uso privado, sea juzgado por el delito de robo)3. 4. Sus prendas se lavarán según el arbitrio del prepósito; lo harán o bien ustedes o bien los lavanderos. No sea que, por un demasiado vivo deseo de pulcritud en los hábitos, contraigan manchas del alma. 5. No se prohíba en lo más mínimo el uso de baños si lo exige la salud. Cúmplase sin murmuración lo que aconseje el médico. Y aun cuando no los quiera el que los necesita, si lo manda el prepósito, hágase lo que se deba hacer por la salud. Pero si los quiere y no se los prescriben, no se obedezca a sus deseos. Pues a veces lo que deleita, aun si es nocivo, suele considerárselo provechoso. 6. Brevemente, si se trata de un dolor en el cuerpo y así lo manifiesta el servidor de Dios, ha de creérsele sin dudar. Si a pesar de todo el remedio que deleita sana, déselo, y si no se está seguro que se consulte al médico. 7. No vayan a los baños ni a cualquier otro lugar que fuese necesario sino de a dos o tres. Que aquel que tiene alguna necesidad de salir no lo haga con quienes quiera, sino que juzgue el prepósito con quiénes debe salir.

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8. El cuidado de los enfermos, de los convalecientes y de las otras molestias de los enfermos sin fiebre, debe confiarse a un hermano que pida a la despensa lo que prevea ser necesario. 9. Tanto los que trabajan en la despensa, como en las ropas, como con los códices sirvan a sus hermanos sin murmuración. 10. A hora determinada se pedirán los códices cada día; fuera de esa hora los que pidan, no los reciban. 11. Los hermanos que tienen a su cuidado los vestidos y calzados que no difieran el tiempo de entregarlos cuando tales cosas fueran necesarias a los indigentes. VI. El perdón de las ofensas 1. En cuanto a las reyertas, o no tengan ninguna o póngales fin prontamente; no sea que la ira aumente y se convierta en odio, la brizna se vuelva viga y el alma se haga homicida, pues es eso lo que leen: “El que odia a su hermano es un homicida”. 2. Si un hermano hiere a otro con injurias o maldiciones o calumnias, acuérdese de dar satisfacción cuanto antes por el mal cometido; y el que fue herido perdónelo sin recriminaciones. Pero si se han ofendido mutuamente, mutuamente deberán absolverse de las deudas, gracias a sus oraciones. Porque cuanto más frecuentemente se contraigan, tanto más deben tratar de curarlas. Mejor es el hermano que, aunque se deja tentar a menudo por la ira, se apresura, sin embargo, a pedir perdón a aquel a quien reconoce haber ofendido, que el que es más tardo para enojarse, pero mucho más difícilmente se inclina a pedir perdón. Quien nunca quiere pedir perdón, o no lo hace de corazón, sin razón está en el monasterio, aunque no haya sido echado de él. Por eso absténganse de palabras duras; las cuales si su boca llegare a proferir, no vacile en remediarlo con la misma boca que causó las heridas. 3. Cuando la necesidad de la disciplina, que se debe exigir a los más jóvenes, los obliga a decir una palabra dura, no se les exige que les pidan perdón aun cuando sientan que se han excedido en el modo, no sea que ante los que les conviene estar sometidos, por servir a una extrema humildad, pierdan la autoridad de gobierno. Sin embargo, deben pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia aman también a aquellos a quienes han corregido más de lo justo. No haya entre ustedes amor carnal sino espiritual. VII. El superior 1. Obedezcan al prepósito como a un padre, con el honor que se le debe para no ofender a Dios en su persona; y con mayor razón al presbítero que lleva sobre sí el cuidado de todos ustedes. 2. Que todo esto, pues, sea observado, y en caso de que no lo fuera para que no se lo pase por alto negligentemente, se lo cuidará enmendando y corrigiendo, lo que corresponde principalmente al prepósito; el cual refiera a los presbíteros, que entre ustedes detentan la mayor autoridad, lo que exceda a su medida y a sus fuerzas. 3. Que el que los preside no se considere feliz por ejercer un poder tiránico, sino por servir en la caridad. Delante suyo, sea muy honrado; delante de Dios, el temor lo ponga a sus pies. Delante de todos que se muestre como ejemplo de buenas obras: corrija a los inquietos, consuele a los pusilánimes, sostenga a los enfermos, sea paciente con todos.

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Que observe gustosamente la disciplina y la imponga con temor. Y aun cuando las dos cosas son necesarias, sin embargo, desee ser más amado por ustedes que temido, acordándose siempre que es a Dios a quien deberá dar cuenta de ustedes. 4. Por eso, si bien es cierto que con su obediencia manifiestan tener misericordia de ustedes mismos, aún más la tienen con él, porque entre ustedes cuanto más alto es el lugar que se ocupa, tanto mayor es el peligro en que se está. VIII. Conclusión 1. El Señor les conceda observar todo esto con amor, como amantes de la belleza espiritual, exhalando el buen olor de Cristo con una buena vida, no como siervos sino como hijos constituidos bajo la gracia. 2. Para que puedan examinarse en este librito como en un espejo, les será leído una vez por semana; no sea que por olvido descuiden alguna cosa. Y cuando encuentren que están haciendo lo que aquí está escrito, den gracias al Señor, dador de todos los bienes. Si alguno de ustedes ve que ha faltado en algo, duélase de lo pasado y guárdese en el futuro, orando para que se le perdonen las deudas y no caiga en la tentación. Notas: * La traducción la hemos tomado de Cuadernos Monásticos 80 (1987), pp. 127-134. Para evitar sobrecargar el texto con las citas bíblicas, las damos al final. 1. Este primer párrafo no es retenido por Verheijen en su edición, pero se trata de un trozo comúnmente admitido en las ediciones de la Regla, motivo por el que lo colocamos entre paréntesis. 2. Para Agustín el praepositus es el superior de la comunidad, aunque subordinado a un presbítero en virtud de su condición de laico; el presbítero sería el encargado de dar la palabra final en las cuestiones difíciles. Mas el verdadero superior de la casa es el prepósito. 3. Esta frase también es omitida en la edición de Verheijen pues falta en los mejores manuscritos de la Regla. Referencias bíblicas:

I,2 Sal 67 [68],7; Jn 11,52; Hch 4,32

I,3 Hch 4,32.35; 1 Tm 6,8

I,5 Is 3,12; Hch 4,35b; Rm 12,13

I,6 Qo 1,14; 3,19-20; Mt 6,21; Lc 14,11; Flp 3,19-20; Col 3,1-2

I,7 Lv 20,26; Sal 111 [112],9; Qo 5,10; Si 3,30; 10,15; Mt 16,26; 19,21; Lc 18,22; 1 Co 1,28-29;

3,21; 13,3; 2 Co 8,9; 12,11; Ga 2,2; 6,3; 1 Tm 6,17; St 1,9-10; 4,6

I,8 Hch 4,32; Rm 12,10; 13,7; 15,5-6; 1 Co 3,16-17; 6,19-20; 2 Co 6,16; 1 P 2,17

II,1 Lc 18,1; 21,36; Hch 1,14; Rm 12,12; Ef 6,18; Col 4,2; 1 Ts 5,17-18; 1 Tm 5,5

II,2 1 Co 7,5

II,3 Dt 30,14; Is 29,13; Mt 12,34-35; 15,8. 19;Rm 10,10; 15,6; Ef 5,19; Col 3,16

III,1 Rm 14,21; 1 Co 9,27; Col 3,5

III,2 Dt 8,3; Sal 18,11; Am 8,11; Mt 4,2-3; 4,4

III,4-5 Is 3,12

IV,1 Si 11,4; 1 Tm 2,9-10; 1 P 3,3-4

IV,3 Ef 5,3; Tt 2,3

IV,4 Jb 31,1; Si 9,5. 8: Mt 5,28

IV,5 Jb 11,11; 23,10; Sal 32 [33],13-14; 52 [53],6; Pr 24,12.18; 27,20 LXX; Sb 1,6.8; 11,24; 12,10;

Si 5,5-6; 15,18-19; 23,25-28; Ez 33,11; Mt 6,4; Rm 2,4; Ga 1,10; Hb 4,13; 1 P 3,20; 2 P 3,9

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IV,6 1 Co 3, 16-17; 2 Co 6,16.19-20; Ef 3,17

IV,7 Si 19,17; Ez 3,16-21; 33,1-19; Mt 18,15-17

IV,8 Lv 19,17; Dt 17,6; 19,15; Jb 5,17; Sal 140 [141],5; Pr 3,12; Mt 9,12; Mt 18,15-17; 2 Co 13,1;

1 Tm 5,19; Hb 12,6

IV,9 Dt 13,5; Mt 18,15-17; 1 Co 5,2.5.13; 2 Co 13,2; Ga 2,14; 2 Ts 3,14; 1 Tm 5,20; Tt 3,10

IV,10 Lv 19,17; Ga 6,1; 2 Ts 3,15

IV,11 Si 20,4; St 5, 16

V,1 Ex 16,8; Lv 20,26; Sb 1,11; 1 Co 1,11; 3,3; 10,10; Flp 2,14; Tt 2,3; 1 P 3,3-4; 4,9

V,2 1 Co 7,31; 10,24.33; 12,31; 13,5.8; 13,13; Flp 2,4-5

V,3 Rm 12,13

V,4 1 P 3,3-4

V,5 Ex 16,8; Sb 1,11; 1 Co 10,10; Flp 2,14; 1 P 4,9

V,8 Hch 4,3 5b

V,9 Ex 16,8; Sb 1,11; Lc 12,37; 1 Co 10,10; Flp 2,14; 1 P 4,9-11

V,11 Rm 12,13

VI,1 Lv 19,17; Si 28,2-8.10; Mt 7,3-5; Ef 4,26; 2 Tm 2,24; 1 Jn 3,15

VI,2 Pr 16,32; Si 28,2-8; 29,9; Mt 6,12.14-15; 18,32-35; Mc 11,25; 1 Co 5,13; Ef 4,32; Col 3,13;

1 Tm 2,8; St 3,10

VI,3 Lv 19,32; Pr 3,12; Rm 8,13; Ga 5,17; Ef 5,21; 1 P 5,3

VII,1 Ex 20,12; Si 3,8; 7,29-31; Lc 10,16; Rm 13,1-7; Ef 6, 1-3; 1 Tm 5,17; Hb 13,17; 1 P 2,13.17

VII,2 Dt 8,5; Ez 3, 16-21; 33,1-19

VII,3 Ex 20,12; Si 3,20; 44,3; Is 3,12; Ez 3, 16-21; 33,1-19; Mt 20,25-28; Mc 9,34; Lc 12,37; 14,11;

22,25-26.32; Jn 13,14-15; 2 Co 4,5; Ga 5,13; Ef 2,10; Col 3,12; 1 Ts 5,14; Tt 2,7; Hb 4,13;

13,17; 1 P 4,10-11; 5,3

VII,4 Tb 12,10; Si 30,24

VIII,1 Sal 44 [45],3. 12; cf. 1,3-4; Sb 8,2; Si 39,18; 44,6; Is 55,2-3.8; Rm 6,14-22; 13,8-9; 2 Co 2,15;

Ga 5,6; Col 3,23; St 1,25; 3,13; 1 P 2,12; 3,16

VIII,2 Mt 6,12-13; Col 3,16-17; 1 Ts 5,17-18; Tt 1,5; Hb 12,5; St 1,17.23.25.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (19) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

III. REGLA DE LOS CUATRO PADRES

Introducción33

La Regla de los Cuatro Padres: Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario, no es de origen egipcio, como parecerían indicarlo los nombres de los cuatro autores mencionados. Es un documento de origen latino cuyos autores han adoptado seudónimos griegos. Tampoco se trata de cuatro Padres, sino de tres, pues los dos Macarios son una misma persona. ¿Quiénes son, entonces, los autores de esta Regla anónima y enigmática? Mucho se ha investigado al respecto, como también acerca de su origen y fecha de composición. Recientemente el P. Adalberto de Vogüé ha demostrado con mucho acierto que se trata de la Carta de fundación de Lerins. Este monasterio fue fundado (entre 400 y 410) por Honorato, miembro de una importante familia gala de senadores y cónsules quien, junto con su hermano Venancio abrazó la vida monástica. Huyendo de la popularidad viajó a Oriente, pero después de muchas dificultades regresó a su tierra natal. En Frejus, ciudad episcopal del sud de la Galia fue recibido con alegría por Leoncio34, quien le pidió que fundara allí un monasterio. Pero Honorato que prefería la soledad, decidió instalarse en la pequeña y pintoresca isla de Leríns, habitada en esa época por ermitaños. Allí fundó un monasterio que iba a desempeñar un papel muy importante en la historia del monaquismo de Occidente. La Regla de los Cuatro Padres es una obra colectiva, sinodal. Con ocasión de la fundación de Lerins se reunieron gran número de monjes y prelados. Honorato, Leoncio de Frejus y Caprasio35, expusieron principios normativos para la organización de la vida cenobítica en sendos discursos, y firmaron el documento con seudónimos egipcios36. Uno de ellos pronunció dos discursos. La Regla consta, pues, de cuatro secciones. A éstas se añadió posteriormente un Apéndice. Algunos manuscritos consideran este Apéndice como un capítulo aparte. Es una obra breve -seis veces más breve que la Regla de san Benito- y arcaica. El estilo y el vocabulario son muy primitivos. No hay nombre para designar al superior. Se lo llama: qui praeest, el que preside. Asimismo el contenido es sumamente sencillo. Es una comunidad que está como a la búsqueda de sus observancias. Pero estos monjes tienen una noción muy clara acerca de su objetivo, y también acerca de la necesidad de la gracia divina para alcanzarlo. A este respecto es notable el brevísimo y decisivo Preámbulo, en el que los autores imploran el don del Espíritu Santo37. I. El primer discurso es el de Serapión. Los monjes pasarán de la dispersión a la vida común. Esta decisión responde a un doble motivo: uno de orden práctico -la existencia de “monstruos”, a saber de serpientes- pero se basa sobre todo en la palabra de Dios. Cita el comienzo del Salmo 132, que canta la alegría de los hermanos que viven unidos,

33 Por la Hna. Bernarda Bianchi di Cárcano, osb. Monasterio “Nta. Sra. de la Esperanza” (Rafaela, Santa Fe, Argentina). Publicado en Cuadernos Monásticos n. 69 (1984), pp. 259-266. 34 Leoncio de Frejus, hermano de Castor, a quien Casiano dedicó las Instituciones. 35 Anciano asceta. 36 Posteriormente otros escritores de Lerins también firmaron sus obras con seudónimos egipcios. 37 El Espíritu Santo esta mencionado dos veces en el discurso de Serapión (II,3,7).

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y la conocida frase del Salmo 67: “El Señor hace habitar en una casa a los que viven unánimes”. La feliz reunión de ambos textos tiene un hondo contenido teológico. Serapión expresa su decidida intención de basar su enseñanza en la Sagrada Escritura. Y esta orientación se manifiesta a lo largo de toda la Regla. Luego establece el principio fundamental del cenobitismo: unidad basada en la obediencia a uno solo. II. A continuación Macario habla sobre las cualidades del superior, haciendo hincapié en la bondad y la firmeza38, sobre la formación de los postulantes y la acogida de los huéspedes. III. El discurso de Pafnucio es ante todo práctico: ayunos, horario de la comunidad, lectura y trabajo manual, servicio mutuo, el mayordomo, el cuidado de los útiles, de trabajo. Son interesantes las semejanzas de este pasaje con la Regla de S. Benito. A las disposiciones sobre el trabajo manual siguen dos citas bíblicas que advierten contra la murmuración. Han sido insertadas aquí con toda intención. En efecto, en los monasterios de Galia no se practicaba el trabajo manual, que estaba reservado a los siervos. La observancia de Lerins, 3 horas de lectura y 6 horas de trabajo manual, realizado bajo obediencia, fue una verdadera revolución. Era natural que esta observancia pudiera resultar muy costosa, especialmente a los monjes provenientes de familias nobles. Sin embargo el renombre que adquirió el monasterio desde los primeros años de su existencia, demuestra la sabiduría de aquella decisión. Cuántos monjes se santificaron en Lerins mediante esa vida sencilla de oración y trabajo, cuántos grandes obispos salieron de entre sus filas. IV. El segundo discurso de Macario trata acerca de dos casos particulares referentes a la hospitalidad: la recepción de los monjes extranjeros y de los clérigos. La Regla termina con algunas indicaciones generales sobre las faltas y sanciones. Aun no existe una visión de conjunto acerca de la corrección. La Regla de los Cuatro Padres, como ya apuntamos, tuvo gran difusión. También hemos aludido a sus puntos de contacto con la Regla de san Benito. Nos llevaría muy lejos extendernos sobre este terna, digno de ser estudiado más a fondo. Mencionemos, a modo de ejemplo, la frase: “Deo vacentur” (dedíquense a Dios), que aparece dos veces en la Regla de los 4 Padres39; no se encuentra en la Regla del Maestro, pero san Benito la repetirá varías veces en su Regla40.

La Regla de los Cuatro Padres atrae principalmente por su piedad, limpidez y profundidad. Se respira en ella un clima de oración, un deseo sincero de buscar a Dios y cumplir Su voluntad, Es muy hermosa la serena exhortación conclusiva a “observar” y “guardar fielmente” estos preceptos. A su vez la doxología final del Apéndice está muy en consonancia con la súplica inicial del Preámbulo: “... Rogamos a nuestro Señor que nos concediera el Espíritu Santo...”.

Texto41

Regla de los santos Padres Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario Preámbulo

38 Cf. RB 2,24. 39 IX,6; X,10. 40 Cf. RB 48. 41 Traducción: Hna. María Eugenia Suárez, osb. Monasterio de Ntra. Sra. de la Esperanza (Rafaela, Santa Fe, Argentina).

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[I] 1Estando, reunidos, 2seguros de que se trataba de un proyecto muy útil, rogamos a nuestro Señor que nos concediera el Espíritu Santo (cf. Ga 3,5) 3para que nos enseñara cómo podíamos ordenar el comportamiento religioso42 de los hermanos y establecer una regla de vida. 1. La esencia del cenobitismo: la unidad fundada sobre la obediencia a uno solo [II] Dijo Serapión 1que “la tierra está llena de la misericordia del Señor” (Sal 32 [33],5) 2y una falange numerosa tiende a la perfección de la vida; la desolación del desierto y el temor a los diversos monstruos no permite que los hermanos habiten solos. 3Nos parece que lo mejor es obedecer los preceptos del Espíritu Santo (cf. Jos 24,24) 4y nuestras propias palabras no pueden mantenerse firmes si la firmeza de las Escrituras no confirmara nuestro ordenamiento. 5Ella dice: “Vean qué dulzura, qué delicia habitar los hermanos unidos” (Sal 132 [133],1), 6y otra vez: “El que hace habitar en una casa a los que viven unánimes” (Sal 67 [68],7).

7Confirmada ya ahora la regla de la piedad por la preclara manifestación del Espíritu Santo, prosigamos estableciendo la regla de los hermanos. [III] 8Queremos, pues, que los hermanos vivan unánimes con alegría en una casa (cf. Sal 67 [68], 7; 132 [133],1); 9pero determinamos, con la ayuda de Dios, cómo mantener con un recto ordenamiento esta unanimidad y alegría. [IV] 10Queremos que uno presida sobre todos 11y que nadie se desvíe hacia la izquierda de su consejo o mandato, 12sino que los obedezcan con toda alegría como si fueran órdenes del Señor, 13ya que el Apóstol dice a los Hebreos. “Obedezcan a sus propósitos, porque ellos velan por ustedes” (Hb 13,17); 14y el Señor dice: “No quiero sacrificio sino obediencia” (1 S 15,22; cf. Mt 9,13; Os 6,6; Qo 4,17).

15Los que obrando de este modo desean vivir unánimes, deben tener en cuenta que por la obediencia Abraham agradó a Dios y fue llamado amigo de Dios (St 2,23; cf. Gn 15,6; 1 M 2,52; Hb 11,5. 8). 16Por su obediencia, los mismos apóstoles merecieron ser testigos del Señor entre los pueblos y las tribus (cf. Mt 4,18-22; Hch 1,8; Ap 11,9). 17También nuestro Señor descendiendo de las regiones superiores a las inferiores (cf. Ef 4,9; Jn 8,23) dice: “No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió” (Jn 6,38). 18Así pues, la obediencia, confirmada por tantos ejemplos, manténgase con el mayor celo y con gran empeño. 2. El papel del superior. Recepción de postulantes y huéspedes [V] Macario dijo 1que más arriba se ha puesto por escrito lo que manifiesta en los hermanos la virtud de la convivencia y de la obediencia. 2Ahora, con la ayuda de Dios, mostramos cómo han de cumplir su oficio espiritual aquéllos que presiden.

3El que preside debe mostrarse tal como dice el apóstol: “Sean un modelo para los creyentes” (1 Tm 4,12; cf. 1 Ts 1,7), 4es decir, por sus cualidades de piedad y verdad sobrenatural, elevar el alma de los hermanos de las realidades terrenas a las celestiales (cf. Jn 3,12; 2 M 15,10; 1 Co 15,47-49); 5como dice el Apóstol: “Arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable” (2 Tm 4,2); 6y en otro lugar dice: “¿Qué prefieren? ¿Que vaya a verlos con la vara en la mano o con espíritu de mansedumbre?” (1 Co 4,21). 42 El latín dice: conversationem.

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7El que preside tiene que discernir cómo debe demostrar a cada uno su afecto paternal. 8Debe tener equidad, 9sin olvidar lo que dice el Señor: “La medida con que midan se usará con ustedes” (Mt 7,2). [VI] 10Cuando asisten a la oración, ninguno presuma entonar la alabanza de un salmo sin orden del que preside. 11Se guardará la siguiente norma: que ninguno se atreva a colocarse delante de otro más anciano, o anticiparse a él en el orden de la salmodia, 12según dice Salomón: “Hijo, no ambiciones el primer puesto” (cf. Si 7,4; 3 Jn 9), 13ni ocupes el primer lugar en un banquete, no sea que venga alguien más importante que tú y se te diga: “Levántate” para tu confusión (Lc 14,8-9; cf. Pr 25,6-7); 14y dice también: “No te enorgullezcas, más bien, teme” (Rm 11,20). 15Si se demora el que preside, primeramente se le anoticiar y en segundo lugar conviene obedecer sus órdenes. [VII] 16Vamos a mostrar ahora cómo se debe examinar a los que vienen del mundo para convertirse. 17En primer lugar, se debe cercenar en ellos las riquezas del mundo.

18Si es un pobre el que desea convertirse, también él posee riquezas que se deben cercenar, 19lo que muestra el Espíritu Santo diciendo por boca de Salomón: “Mi alma odia al pobre orgulloso” (Si 25,3-4); 20y en otro lugar dice: “El soberbio es como un herido” (Sal 88 [89],11). 21E1 que preside debe, pues, mantener esta regla con gran empeño: si un pobre se convierte, deponga primero su carga de soberbia 22y, probado de este modo, recíbaselo. 23Ante todo, debe ser educado en la humildad, de modo que -lo que es más importante y es un sacrificio agradable a Dios- no haga su voluntad sino que esté pronto para todo (cf. 2 Tm 2,21). 24En cualquier cosa que suceda debe acordarse: “Pacientes en la tribulación” (Rm 12,12).

25Cuando un hombre tal quisiera librarse de las tinieblas del mundo (cf. Ga 4,1; Col 1,13), en primer lugar, al acercarse al monasterio, permanezca a la puerta por una semana; 26no se junte con él ninguno de los hermanos sino preséntenle constantemente cosas duras y difíciles. 27Pero si persevera llamando (cf. Lc 11,8; Hch 12,16), no se niegue el ingreso al que lo pide, 28pero el que preside debe enseñar a este hombre cómo puede observar la regla y seguir la vida de los hermanos.

29Si fuera rico, poseyendo muchas riquezas en el mundo 30y quisiera convertirse, en primer lugar debe cumplir la voluntad de Dios y seguir aquel precepto primordial que se le dio al joven rico: 31“Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21; cf. Mt 16,24; Mc 10,21). 32Además el que preside lo debe instruir para que cuide de no reservar nada para sí sino la cruz que debe llevar, y seguir a Cristo. 33Lo más importante de la cruz que debe llevar es: en primer lugar, con una obediencia total, no hacer su voluntad sino la de otro. 34Si quisiera ofrecer una parte de sus bienes al monasterio, sepa en qué condiciones serán recibidos él y su ofrenda. 35Pero si quisiera tener consigo alguno de sus servidores, sepa que ya no tendrá un servidor, sino un hermano (cf. Flm 16; Mt 19,21; 2 Tm 3,17), para que sea hallado perfecto en todas las cosas. [VIII] 36Cómo se han de recibir los huéspedes de paso. 37A su llegada, que nadie acuda a atender al que llega sino aquel que haya recibido el encargo de hacerlo. 38No le estará permitido orar con el huésped ni ofrecerle la paz antes de que lo haya visto el que preside, 39y una vez hecha la oración en común se le dará el saludo de paz. 40Y no le esté permitido a nadie conversar con el recién llegado sino solamente al que preside o a quienes él autorice. 41Al llegar la hora de la refección, no se le permitirá al hermano peregrino comer con los hermanos sino con el que preside, para que se edifique. 42A ninguno se le permitirá hablar ni se escuche otra palabra sino la divina que se lee en voz

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alta de la Escritura, y la del que preside o la de aquellos a quienes él mandara decir algo que convenga acerca de Dios. 3. El ayuno y el trabajo [IX] Pafnucio dijo: 1Todo lo que se ha dicho es grande y útil para la salud del alma (cf. 1 P 1,9). 2Y no se puede pasar en silencio este punto: Cuál es la norma que se debe observar en los ayunos. 3Ningún otro testimonio lo confirma mejor que el que dice: 4“Pedro y Juan subían al templo alrededor de la hora nona” (Hch 3,1). 5Se debe, pues, observar esta norma: que ningún día se coma en el monasterio hasta la hora nona, excepto los domingos. 6E1 domingo dedíquense solamente a Dios; 7no se haga ningún trabajo sino que el día transcurra en medio de “himnos, salmos y cantos espirituales” (Ef 5,19). [X] 8 Vamos a indicar de qué modo deben trabajar los hermanos. 9Se debe observar esta norma: 10Desde la primera hora hasta la tercera dedíquense a Dios. 11Pero desde la tercera hasta la novena, reciban sin ninguna murmuración cualquier cosa que se les hubiera mandado. 12Los que reciben el mandato deben acordarse de la palabra del Apóstol: “Háganlo todo sin murmuración” (Flp 2,14). 13Deben temer también aquella sentencia terrible: “No murmuren como murmuraron algunos de ellos y murieron víctimas del Exterminador” (1 Co 10,10). 14Por otra parte, el que preside debe encargar a uno lo que hay que hacer de modo que los demás obedezcan las órdenes del encargado. [XI] 15Cómo debe tener en cuenta el que preside la debilidad o la posibilidad física. 16Si alguno de los hermanos, por causa del ayuno o del trabajo manual -17que el Apóstol prescribe: “Trabajábamos con nuestras manos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes” (1 Co 4,12; 1 Ts 2,9; 2 Ts 3,8)- 18si éste, decíamos, estuviera oprimido por su debilidad, el que preside debe tomar las providencias necesarias para sostener esa debilidad. 19Si el hermano fuera débil de carácter, es necesario que esté más ocupado en algún trabajo considerando cómo el Apóstol “sometía su cuerpo” (1 Co 9,27). 20Esto se debe observar para que en nada haga su voluntad. [XII] 21Cómo se han de anticipar los hermanos unos a otros en el servicio mutuo (cf. Rm 12,10). Si la comunidad de los hermanos es numerosa, el que preside debe determinar el orden y los oficios semanales de modo que se sucedan unos a otros en el servicio.

23Cómo debe ser el encargado de la despensa de los hermanos. 24Debe ser elegido aquel que pueda dominar siempre las tentaciones de la gula 25y tema la sentencia de Judas que fue ladrón desde el principio (cf. Jn 12,6 y 8,44; cf. [sententiam] Mt 26,24). 26Aquel a quien se le ha encargado este oficio debe tratar de desempeñarlo de modo que oiga decir: 27“Los que desempeñan bien su ministerio se hacen acreedores de honra” (1 Tm 3,13).

28Los hermanos deben saber también que todo lo que se usa en el monasterio, sean recipientes o herramientas o cualquier otra cosa, todo es sagrado. 29Si alguien hubiera tratado alguna cosa con negligencia 30sepa que compartirá la suerte de aquel rey que bebía con sus concubinas en los vasos sagrados de la casa de Dios y el castigo que mereció (cf. Dn 5,1-30).

31Estos preceptos se deben guardar y repasarlos cada día para que los hermanos los oigan.

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4. Casos particulares: recepción de monjes extranjeros y de clérigos [XIII] Macario dijo 1que la Verdad atestigua diciendo: “Que todo asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos” (Mt 18,16; cf. 2 Co 13,1; Dt 19,15). 2Así pues, está firme la regla de la piedad. 3Y no se puede pasar en silencio de qué manera los monasterios pueden llegar a tener una paz estable entre ellos. 4No estará permitido recibir un hermano de otro monasterio sin el consentimiento del que lo preside -5no sólo recibirlo, sino ni siquiera hay que atenderlo-, 6porque dice el Apóstol que “el que ha faltado a su primer compromiso es peor que un infiel” (1 Tm 5,12. 8). 7Si ha solicitado al que lo preside que le permita ingresar en otro monasterio, sea recomendado por él al que preside en el lugar donde desea permanecer 8y recíbasele 9con la condición de que a todos los hermanos que encuentre en el monasterio los considere como mayores; 10y no se tendrá en cuenta lo que fue, sino que habrá que probar lo que comienza a ser. 11Una vez recibido, si se ve que posee algo, ya sea algún objeto, o un libro, no se le permitirá retenerlo por más tiempo, 12para que pueda ser perfecto (cf. Mt 19,21; 2 Tm 3,17), él que no ha podido serlo en otra parte.

13Si durante la reunión de los hermanos hubiera alguna colación sobre la Sagrada Escritura y él tuviera conocimientos sobre este tema, no se le permita hablar, a menos que hubiera recibido orden del que preside. [XIV] 14Cómo deben recibirse los clérigos que llegan como huéspedes: 15Con toda reverencia, como ministros del altar. 16A ninguno le esté permitido, excepto a él, concluir la oración, aunque sea ostiario, porque es ministro del templo de Dios. Si ha caído en alguna falta y se comprueba que es culpable de lo que se le imputa, no se le permitirá concluir la oración cuando están presentes el que preside o el segundo. 18A ningún clérigo se le permita habitar en el monasterio, 19sino solamente a aquellos a quienes una caída en pecado hubiera llevado a humillarse y están heridos, de modo que puedan curarse en el monasterio con la medicina de la humildad (cf. Sal 88 [89],11).

20Es suficiente que ustedes observen estos preceptos, conviene que los guarden fielmente y serán irreprochables (cf. Flp 2,15; 1 Tm 5,7). 5. Apéndice: La corrección [XV] 1No debemos omitir la manera de corregir las faltas de cada uno. La excomunión será proporcionada a la falta. Se observará, pues, esta norma: 2Si alguno de los hermanos dijera palabras ociosas (cf. Mt 12,36), 3para que no sea reo del tribunal (Mt 5,22) prescribimos que se le mantenga tres días apartado de la comunidad y de las conversaciones de los hermanos, de modo que nadie se junte con él. 4Pero si alguno fuera sorprendido riéndose o diciendo bufonerías -5 que, como dice el Apóstol: “Están fuera de lugar” (Ef 5,4)- 6mandamos que durante dos semanas, en nombre del Señor (1 Co 5,3-5) se le corrija de todas maneras con la vara de la humillación , 7según dice el Apóstol: “Si alguno entre ustedes, llamándose hermano es iracundo, soberbio o maldicente” (1 Co 5,11), 8“señálenlo, pero no lo consideren como a un enemigo sino repréndanlo como a un hermano” (2 Ts 3,14-15), 9y en otro lugar: “Si un hermano es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, instruyan y corrijan al hermano” (Ga 6,1; cf. 2 Ts 3,15). 10Así, cada uno de ustedes debe instruir al otro de modo que por un recurso frecuente a la humildad no sea considerado réprobo (cf. 1 Co 9,27) sino que, probado, persevere en la comunidad. [XVI] 11Les recomendamos esto sobre todo a ustedes que han sido designados para este oficio: que no hagan acepción de personas (cf. St 2,1; Rm 2,11; Ef 6,9), 12sino que todos sean amados con igual afecto y corregidos para su curación, porque la equidad agrada a

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Dios 14como dice el Profeta: “Si verdaderamente pronuncian la justicia, juzguen rectamente” (Sal 57 [58],2).

15Y no queremos que ignoren que el que no hubiera reprendido al extraviado deberá rendir cuentas de él. 16Sean fieles (cf. Ap 2,10; Mt 25,21) y buenos cultivadores. 17“Reprendan a los indisciplinados, sostengan a los débiles, sean pacientes con todos” (1 Ts 5,14) 18y recibirán una gran recompensa por cuantos hayan ganado (cf. Mt 18,15; 2 Jn 8); 19en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Amén.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (20) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IV. SEGUNDA REGLA DE LOS PADRES

Introducción43 La Segunda Regla de los Padres (= 2RP) ha llegado hasta nosotros unida a la Regla de los Cuatro Padres (= R4P). Se trata, por tanto, de una continuación, tal como se lo afirma desde el mismo prefacio de la 2RP: “Según la tradición de los Padres, varones santos”. Palabras que son una clara alusión a los Cuatro Padres. Por eso debe ser leída en unión con su predecesora44.

La 2RP es bastante concisa. Con sus 46 versículos no es sino algo más de un tercio de la longitud total de la R4P. Su estilo es el de las actas conciliares, particularmente el utilizado en la Gallia durante los siglos IV-VI. Debe notarse que la división en discursos falta en la 2RP, y no se mencionan los participantes del sínodo, razón por lo que resulta todavía más misteriosa que su antecesora.

La fecha probable de su composición es la de los años 426-428, en la isla de Lérins, en ocasión de la toma de posesión del segundo abad del monasterio de la isla: Máximo; quien luego, a partir del año 434, sería el obispo de Riez. La 2RP se presenta no ya como una carta de fundación, cual era el caso de la R4P, sino más bien como un documento de aggiornamento. Dentro de este marco el punto principal es el interés mucho mayor de la 2RP por las relaciones fraternas dentro de la comunidad, de las que muy poco se había ocupado su predecesora, a lo que se deben sumar otros tres aspectos que deben ser tomados en especial consideración: a) la aparición de un cursus litúrgico; b) la mención de las “celdas”, distinguidas del monasterio, las que testimonian la permanencia del eremitismo en Lérins, pero con un tono menos fuerte, menos colorido, que en la R4P. Se busca evitar una pérdida de la cohesión del ideal comunitario; es lo que pareciera al menos indicar la frase: “Si alguno de los hermanos, ya sea de los que están en el monasterio o de los que residen en las celdas, lo apoyara en su error, merecerá con toda justicia la excomunión” (2RP 30); c) la ausencia de “oficiales” nuevos en la Segunda Regla. Estas notas muestran que en Lérins no se han dado grandes cambios, aunque haya una tendencia hacia una estructuración u organización más estricta y se vea necesario apuntalar más firmemente el ideal de vida comunitaria.

Una mirada de conjunto sobre el plan de la 2RP facilitará su lectura:

• prefacio (1-4) • caridad y posesión comunitaria de los bienes (5-6) • el superior y la obediencia (7-10) • silencio (11-13) • huéspedes (14-16) • orden comunitario (17-21) • horario del trabajo (22-26) • excomunión(27-30) • el oficio divino y sus exigencias (31-39)

43 Introducción y traducción tomadas de Cuadernos Monásticos n. 79 (1986), pp. 543-549. 44 En la presente introducción se presentan algunas de las conclusiones a las que llegaba el P. A. de Vogüé en su obra: Les Règles des saints Pères, vol. 1, Paris 1982, pp. 209-272 (Sources Chrétiennes 297); en ella hay una más completa información. Ver también J. Neufville, art. Regula Patrum Secunda: DIP 7 (1983) 1590-1591.

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• segundo código penal (40-45) • el silencio en la mesa (46).

El texto latino ha sido editado, con una traducción francesa, por el P. A. de Vogüé, osb, en la colección Sources Chrétiennes, n. 297, pp. 274-283. La versión castellana se ha realizado sobre esta edición. Texto45 [Comienzan los estatutos de los Padres] [Prefacio] 1Estando reunidos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Co 5,4; Mt 18,20) según la tradición de los Padres, varones santos, 2nos ha parecido conveniente redactar y establecer una regla que sea observada en el monasterio para facilitar el progreso de los hermanos 3de modo que nosotros mismos estemos libres de inquietudes y el santo prepósito instituido en ese lugar no tenga ninguna duda que lo perturbe. 4Así, todos unidos, teniendo un mismo sentimiento -como está escrito (Flp 2,2)- y honrándose mutuamente (Rm 12,10), guarden con una observancia inalterable lo que el Señor ha establecido.

[I] 5Ante todo, tengan caridad, humildad, paciencia, mansedumbre y todo lo demás que enseña el santo Apóstol (Flp 2,2-3; 1 Tm 6,1; Ef 4,2), 6a fin de que nadie reivindique alguna cosa como propiedad suya sino, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles: “Todo lo tenían en común” (Hch 2,44; cf. 4,32).

7En todas las cosas se debe respetar, amar y obedecer de veras a aquel que es Superior por el juicio de Dios y la ordenación del obispo, 8pues si alguno piensa despreciarlo, desprecia a Dios 9como está escrito: “El que a ustedes escucha, a mí me escucha; el que a ustedes desprecia, desprecia a Aquel que me envió” (Lc 10,16); 10 de modo que sin su consentimiento ningún hermano haga nada, ni reciba ni dé ninguna cosa, ni vaya absolutamente a ninguna parte sin una orden suya. [II] 11También esto debe observarse: que no se perjudiquen mutuamente con conversaciones vanas, sino que cada uno se dedique a su trabajo y a su meditación y tenga su pensamiento puesto en el Señor (cf. Mt 12,36; Sal 54 [55],23). 12En las reuniones de toda la comunidad, ninguno de los jóvenes hablará sin ser interrogado. 13Por lo demás, si alguno desea ser reconfortado o escuchar una palabra en privado, que busque el momento oportuno.

[III] 14Cuando llegue algún peregrino, se contentará con ofrecerle una humilde acogida y la paz. 15En cuanto a lo demás, no se preocupe en averiguar de dónde viene, ni para qué viene, ni cuándo se irá, 16ni se junte con él para charlar.

[IV] 17Además se debe observar lo siguiente: que estando presente un anciano o alguno que lo preceda en el orden de la salmodia, el que es menor no tendrá facultad de hablar ni de tomar ninguna iniciativa, 18sólo podrá hacerlo aquél a quien le corresponde en el orden de precedencia, como se ha dicho, 19y así hasta el último. Se hará así sobre todo en la oración, pero también en el trabajo o para dar una respuesta. 20Pero si un hermano fuera más simple o menos dotado para hablar y cediere su turno, solamente entonces hablará el que sigue. 21Háganlo todo con amor (1 Co 16,14), no por espíritu de discordia o por cierta vanidad (cf. Flp 2,3).

45 Traducción de la Hna. María Eugenia Suárez, osb. Monasterio Ntra. Sra. de la Esperanza (Rafaela, Santa Fe, Argentina).

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[V] 22Obsérvese el ordenamiento de la oración y de los salmos ya establecidos, así como los tiempos dedicados a la meditación* y al trabajo. 23Los hermanos se dedicarán a la meditación de modo que lean hasta la hora tercera, 24a no ser que se presente la necesidad de hacer un trabajo en común, omitiendo entonces la meditación. 25Después de la hora tercera cada uno estará preparado para hacer su trabajo (cf. 2 Tm 2,21) hasta la hora nona 26y cumplan sin murmuración ni vacilación lo que se les mande, como enseña el santo Apóstol (cf. Flp 2,14). 27Si alguno murmurara o fuera amigo de discusiones (cf. 7 Co 11,16), o se opusiera en algo a lo mandado con una voluntad rebelde, 28sea corregido como corresponde según el juicio del prepósito. Se lo mantendrá aparte todo el tiempo que lo exija la gravedad de la falta o hasta que, haciendo penitencia, se haya humillado y enmendado. 29El que ha sido corregido no se atreva a marcharse a ninguna parte. 30Si alguno de los hermanos, ya sea de los que están en el monasterio o de los que residen en las celdas, lo apoyara en su error, merecerá con toda justicia la excomunión.

[VI] 31A la hora de la oración, una vez que se ha dado la señal, si alguno no estuviera pronto, dejando de lado inmediatamente lo que está haciendo -pues nada se debe anteponer a la oración-, será dejado fuera para su confusión (cf. 2 Ts 3,14). 32Se hará de modo que mientras se celebra el oficio, ya sea de día como de noche, cuando se debe permanecer por más tiempo en oración, los hermanos no dejen de asistir o se retiren, saliendo sin necesidad, 33porque está escrito en el Evangelio: “Es necesario orar siempre y no desfallecer” (Lc 18,1), 34y en otro lugar: “Que nadie te impida orar siempre” (Si 18,22). 35 Si a alguno se le ocurriera salir, no por necesidad sino más bien por vicio, sepa que cuando sea descubierto, será juzgado como culpable, 36porque por su negligencia incita al mal también a los demás.

37En las vigilias, en cambio, cuando todos están reunidos, se debe observar lo siguiente: el que se sienta abrumado por el sueño y salga afuera, no se ponga a conversar, 38sino vuelva enseguida a la obra para la que se han reunido. 39En la asamblea donde hay lecturas, tengan siempre el oído atento a las Escrituras y observen todos el silencio.

[VIII] 40Se tuvo que agregar también esto: el hermano que ha recibido una observación o ha sido reprendido por cualquier falta, tenga paciencia y no responda al que lo acusa, sino humíllese en todo 41de acuerdo al precepto del Señor según el cual: “Dios resiste a los soberbios pero da su gracia a los humildes” (1 P 5,5; St 4,6; 1 P 5,5; Pr 3,39 LXX [3,34 VL]), 42y “quien se humilla, será ensalzado” (Lc 14,11). 43Pero, el que corregido muchas veces no se enmendare, se le ordenará colocarse en el último lugar. 44Al que ni así se enmendara, se le tendrá por extranjero, 45 como dijo el Señor: “Considéralo como pagano y publicano” (Mt 18,17).

46En la mesa, especialmente, nadie hable, fuera del que preside o el que sea interrogado.

* Meditación es la lectura que se hacía en voz alta para aprender do memoria los textos sagrados. Aquí es prácticamente sinónimo de “lectio divina”.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (21) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

V. LA REGLA DE MACARIO

Introducción* 1. Autor, lugar y fecha de composición1 Luego de un minucioso análisis del texto de la Regla de Macario (=RMac), el P. de Vogüé llega a la conclusión de que se trata de un escrito originalmente latino, como lo demuestran las citas de Jerónimo y Cipriano. Macario sería, pues, un seudónimo, utilizado probablemente por Porcario2, abad de Lérins a fines del siglo V3. Además, la RMac utiliza, con muy pocas variantes, una amplia sección de la Segunda Regla de los Padres (=2RP). Estaríamos entonces ante una regla lerinense, escrita a finales del siglo V, o comienzos del VI, cuyo autor se esconde tras un seudónimo oriental. Si el abad Porcario, que murió hacia el año 490, fue su autor, sin duda la RMac es anterior a los Monita del mismo Porcario4. El P. de Vogüé sustenta su posición en los siguientes argumentos principales:

a) La estrecha relación que existe entre la RMac y la 2RP, de suerte que puede establecerse la dependencia de aquella respecto de ésta: en cambio, no parece que la RMac haya utilizado la Regla de los Cuatro Padres (=RIVP). b) La vinculación de la RMac con la Vita Pachomii Iunioris5; en efecto, al conectar su Regla con Egipto y con la leyenda de Pacomio, el autor de la RMac se coloca en la atmósfera orientalizante que marcó a Lérins en sus orígenes6. Todo lo cual nos ubica claramente en la célebre isla y su monacato, dándonos una primera indicación cronológica: años 404 (los Pachomiana de Jerónimo) y 525 (la versión latina, efectuada por Dionisio el Exiguo, de la auténtica Vida de San Pacomio)7. c) La utilización, por parte de la RMac, de algunos pasajes de la Epístola 125 de San Jerónimo. La carta va dirigida a Rústico y fue escrita en el año 411. Rústico llegó a ser obispo de Narbona y participó, especialmente invitado, en el concilio de Arles (años 449 y 461), que arbitró la controversia del obispo de Fréjus con el abad de Lérins. Rústico se halla, por ende, relacionado con la comunidad de Lérins8. d) La Vita Pachomii Iunioris y la Carta de Jerónimo confirman el índice de ubicación que ya nos daba la relación entre la 2RP y la RMac. Si Macario pertenece a la zona de influencia de Lérins, en el siglo V, es natural que se preocupe por la leyenda de Pacomio y por la Carta a Rústico. e) El tono parenético de la RMac se asemeja mucho al de los Monita del abad Porcario. ¿Pero cómo aceptar que el abad de una comunidad importante haya escrito una regla tan sumaria? Es posible que se trate de la obra de un superior aún joven y con poca experiencia, con un temperamento más espiritual que práctico, y que apunta a la edificación de las almas. Por lo demás, la adopción de un formato reducido, en continuidad con la 2RP, no le permite entrar en detalles. f) La escasa importancia que en la RMac se asigna a la misión del abad, es un rasgo que no desentona respecto de nuestro conocimiento de la personalidad de

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Porcario. “Este abad que deberá, incluso contra su voluntad, autorizar la ordenación de Cesáreo (de Arles), es ciertamente el hombre modesto, discreto, poco preocupado por aparecer, que puede haber escrito la RMac casi sin hablar de sí mismo”9. g) La utilización de la RMac por parte de la Tercera Regla de los Padres, junto con los concilios de Agde (506) y Orléans (511 y 533), no permite ubicar aquella después de tales fechas. Además, se tiene la impresión de que la Tercera Regla de los Padres coloca sus citas de la RMac entre los Padres antiguos, más próximos al concilio de Agde que a los de Orléans10.

2. Características sobresalientes del texto de la RMac11 Nuestra Regla presenta algunas peculiaridades sobresalientes que deben señalarse, aunque sólo sea de modo sintético. Ante todo, llama la atención su interés por promover la vida fraterna. El monasterio es presentado no solamente como un lugar opuesto al mundo, sino como un paraíso poblado de hermanos (6,3-4), los cuales son parientes del monje por toda la eternidad (6,4; 21,5-6). El padre del monasterio debe ciertamente ser amado, mas no con carácter exclusivo, porque el mismo amor debe mostrarse a todos los hermanos (7,1-2)12. Los hermanos son asimismo una compañía que salvaguarda al monje de diversos peligros cuando debe salir del monasterio (22,1-3)13. Pareciera que hay un cierto “imperio de la comunidad sobre el individuo”14. Por ello el scandalum es considerado como un mal gravísimo, que pone en peligro la caridad mutua y la concordia (28,1-7; ver caps. 1 y 2). Incluso la última advertencia de la Regla, que se dirige a los artesanos, exige que pongan sus talentos al servicio de la comunidad (30). La caridad mutua es la primera prescripción de la RMac (1,2), y al concluir el texto se pide que todo se haga para el bien de ¡a comunidad que habita en el monasterio (30,4). La RMac está marcada del principio al fin por este espíritu fraterno. Otras características notables de la RMac son:

a) El acento puesto sobre la persona de Cristo, para quien militan los monjes (ver 1,1; 2,4; 7,3; 8,4; 9,3; 21,4). b) La sentencia sobre el amor que hay que profesar al cursus litúrgico y a la oración frecuente (9,2). c) El reglamento para la admisión de los postulantes (23-25), que es de una gran simplicidad, y puede decirse que un tanto ingenuo, revela un estado de la legislación anterior a la Regla del Maestro (caps. 87-90) y a la Regla de San Benito (cap. 58). En este punto es llamativo, aunque coherente con todo el desarrollo de la RMac, el papel asignado a la comunidad en la recepción de los candidatos (23,3; 24,2. 5). d) El código penal también presenta un cierto tono de arcaísmo (26-28). El culpable de una falta, sin avisos ni puniciones previas, es excluido de la oración -no así de la mesa- y se le obliga a un riguroso ayuno. La sección penal de la RMac es muy severa, y la impresión se agrava por el carácter sumario de la legislación, falto de matices15. Se advierte asimismo una cierta inexperiencia por parte del legislador, análoga a la que se apreciaba en el procedimiento seguido para la admisión de un candidato. En vez de presentar una ley general, que abrace todos los casos particulares, se opta por enumerar una serie de hipótesis,

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que quizá no se verifiquen, echando de esa forma por tierra lo que se dice después16. e) A pesar de cierta aparente vacilación en el uso de los títulos de praepositus y abbas (7,1; 27,3. 4-5) para designar al superior de la comunidad, resulta claro, a partir de RMac 27, que al superior se le reserva el de abad17. f) Al igual que en gran parte de las reglas, los temas de la humildad y la obediencia ocupan un lugar privilegiado en la RMac18.

3. Visión de conjunto de la RMac Luego de la primera lectura del texto de nuestra Regla, se tiene la impresión de que estamos ante una obra que reúne elementos bastante diversos, no siempre bien relacionados entre sí. Sin embargo, al leer con mayor atención se advierte que existe una adecuada conexión interna de las diferentes partes. Esto es mérito de un escritor hábil. El P. de Vogüé sostiene que la RMac “es una obra completa y relativamente homogénea, escrita del principio al fin por el mismo autor, que ha utilizado materiales pre-existentes”19. Para facilitar su lectura proponemos una sinopsis de las partes principales:

1) Título (alusión a la Vita Pachomii Iunioris) 2) Sentencias dirigidas a los soldados de Cristo (caps. 1-3: sección “original”) 3) Exhortación al monje individual (caps. 4-9: texto en tú, que depende de

Jerónimo) 4) Legislación tomada de la 2RP (caps. 10-18: se inicia ya en el cap. 9, que hace

las veces de “enganche”) 5) Nueva exhortación individual (caps. 19-21: texto en tú, dependiente de

Jerónimo) 6) Salidas del monasterio (cap. 22: texto “original”) 7) Admisión de los postulantes (caps. 23-25: sección “original”) 8) Código penal (caps. 26-28: sección “original”) 9) Apéndice 1° (cap. 29: sobre el ayuno) 10) Apéndice 2° (cap. 30: sobre los

artesanos). Notas * Introducción, traducción y notas tomadas de: Cuadernos Monásticos n. 92 (1990), pp. 99-117. 1. Seguimos a A. de VOGÜÉ, Les Règles des saints Peres, vol. 1, Paris, Sources Chrétiennes (= SCh), n. 297, 1982, pp. 340-356; Les Règles monastiques anciennes (400-700), Turnhout, 1985, p. 57 (Typologie des Sources du Moyen Âge Occidental, fasc. 46). 2. Para Porcario de Lérins cf. la noticia de V. SAXER en DPAC 2, 1984, 2875-2876; y la de A. de VOGÜÉ, en SCh 297, pp. 31-34. 3. Así resume su posición A. de VOGÜÉ, op. cit., p. 57. 4. Tal la opinión de A. de VOGÜÉ, op. cit., p. 345, quien además considera que la RMac sería una obra del inicio del abadiato de Porcario. 5. La edición se puede cf. en Acta Sanctorum, Mai III, 358-362; PL 73, 429-438. Análisis de la relación entre ambos textos en SCh 297, pp. 287-292.

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6. Esta dimensión orientalizante ya se halla presente en Martín de Tours y en su émulo Honorato de Arles (+429/30), fundador de Lérins, y parece haber sido característica dominante en el primer monacato galo. Para la vida de San Honorato cf. HILARIO de ARLES, Sermo de vita S. Honorati, ed. M. D. Valentin, Paris, SCh 235, 1977 (Hilario de Arles murió en el 449). En los índices de su edición la Hna. Valentin señala una serie de lugares paralelos entre el Sermo y la Vita Martini de Sulpicio Severo (cf. p. 187). 7. Éd. de H. van Cranenburgh en Subsidia Hagiographica 46, Bruxelles, 1969 (con el texto griego). 8. El P. de Vogüé sostiene que, en cierto modo, la RMac es “jeronimiana”, por lo que dicha Regla se relaciona, nuevamente, con la Vita Pachomii. Cf. SCh 297, p. 342. 9. A. de VOGÜÉ, op. cit., p. 347. Cf. Vita Caesarii 1,10. Esta vida de Cesáreo de Arles fue escrita por CIPRIANO de TOULON (+549) y otros discípulos del santo obispo, en los años 542/49. Ha sido editada por G. Morin, S. Caesarii episcopi Arelatensis opera omnia II, Maredsous, 1942, pp. 291-345. 10. Cf. 3RP, caps. 1. 5-8. 10; ed. A. de Vogüé, Paris, SCh 298, 1982, pp. 532-538. Esta Regla es del año 535. 11. Cf. el análisis al texto de la RMac en SCh 297, pp. 287-337. 12. Cf. BASILIO de CESÁREA, Regla 4,7; ed. K. Zelzer, CSEL 86, Wien, 1986, p. 33: “Considera como padres suyos más bien a los que lo engendraron en Cristo Jesús mediante el Evangelio; y como hermanos a los que han recibido el mismo Espíritu de adopción” (cf. 1 Co 4,15; Rm 8,15). 13. Cf. PACOMIO, Pr 56; Ordo monasterii 8; AGUSTÍN, Pr 5,7. 14. A. de VOGÜÉ, SCh 297, p. 327. Cf. RMac 26,3; 27 5; 28,3. 15. A. de VOGÜÉ, op. cit., p. 325, afirma que el sistema penal de la RMac corresponde al estadio primitivo del de la RM. 16. Así A. de VOGÜÉ, op. cit., pp. 326-327. 17. RMac 7,1 utiliza el término praepositus para el superior, mas se trata de una cita de san Jerónimo: “praepositus monasteríi tuneas ut dominum, diligas ut parentem...” (Ep. 125, 15: “temerás al prepósito como a un señor y lo amarás como a un padre”). Discusión y análisis de los textos en cuestión en SCh 297, pp. 329-330. De Vogüé señala que, a excepción de este pasaje, la RMac cambia dos veces el título de praepositus, que leía en sus fuentes, por el de senior (cf. RMac 4,1 y JERÓNIMO, Ep. 125,15; RMac 12,3 y 2RP 28). 18. Cf. RMac 2,7 y 19,2 (humilitas); 16,5 y 28,7 (humilis); 3,3; 12,5; 16,4. 6 (humilio); 2,1. 7; 19,2 (oboedientia). 19. SCh 297, p. 337; cf. pp. 334-337. Con todo, conviene no descartar totalmente la posibilidad de que no tengamos completa la RMac, y que algunas -o varias- sentencias de ella se hayan perdido. Lo cual podría explicar ciertas discontinuidades en el texto actual. 20. Op. cit., pp. 372-388.

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Texto Comienza la Regla de san Macario abad, que tuvo bajo su jurisdicción a cinco mil monjes Capítulo 1

1. Los soldados de Cristo deben acomodar sus pasos del siguiente modo: 2. observando perfectísimamente la caridad entre sí, 3. y amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, Con todo el corazón y

con todas sus fuerzas. Capítulo 2

1. Practicando continuamente entre sí una perfectísima obediencia, 2. pacíficos, mansos, moderados, 3. no (siendo) soberbios, ni injuriosos, ni murmuradores, ni burlones, ni

demasiado locuaces, ni presuntuosos, 4. no buscando su propio deleite sino el de Cristo, para quien militan; 5. sin complacerse en hablar mal ni en contradecir a alguien; 6. no (siendo) perezosos en su servicio, prontos para la oración, 7. perfectos en la humildad, dispuestos a la obediencia, asiduos a las vigilias,

gozosos en los ayunos. Capítulo 3

1. Nadie se juzgue a sí mismo más justo que otro, 2. sino que cada uno se tenga en poco y se considere inferior a todos, 3. porque el que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado.

Capítulo 4

1. Recibe la orden de un anciano como la salvación. 2. No hagas ningún trabajo murmurando. 3. No opongas a una orden una respuesta negativa.

Capítulo 5

1. No te enorgullezcas o te exaltes cuando hagas una obra útil. 2. No te alegres si has logrado alguna ganancia, 3. ni te aflijas si has sufrido una pérdida.

Capítulo 6

1. No te dejes arrastrar por ninguna familiaridad hacia el siglo, 2. sino que todo tu amor permanezca en el monasterio. 3. Considera el monasterio como un paraíso, 4. confía en que tus hermanos espirituales serán tus parientes eternos.

Capítulo 7

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1. Teme al prepósito del monasterio como a Dios mismo, ámalo como a un

padre. 2. Igualmente es necesario también amar a todos los hermanos, 3. con quienes también confías verte en la gloria de Cristo.

Capítulo 8

1. No odies el trabajo penoso, 2. no busques la ociosidad; 3. agotado por las vigilias, empapado de transpiración por los trabajos justos,

durmiendo mientras caminas, 4. llega cansado al lecho, y cree que tú reposas con Cristo.

Capítulo 9

1. Y, por sobre todo, ama el curso litúrgico del monasterio. 2. Quien verdaderamente quiera orar con frecuencia, 3. encontrará una más abundante misericordia junto a Cristo.

Capítulo 10

1. Recitados los matutinos, los hermanos estudiarán hasta la segunda hora, 2. siempre que no haya una causa, 3. que obligue a suprimir también el estudio, para hacer algo en común.

Capítulo 11

1. Después de la segunda hora cada uno estará disponible para su trabajo hasta la novena hora,

2. y todo lo que le sea mandado lo hará sin murmuración, 3. como lo enseña el santo Apóstol.

Capítulo 12

1. Si alguno murmurara o fuera contestador, 2. o se mostrara de mala voluntad en algo respecto a lo mandado, 3. sea corregido como corresponde según el arbitrio del anciano y la gravedad

de la falta; 4. se lo mantendrá aparte por todo el tiempo que la naturaleza de la falta lo

exija 5. y hasta que, haciendo penitencia, se humille y se corrija como corresponde. 6. El hermano que ha sido corregido no se atreva a marchar a ninguna parte.

Capítulo 13

1. Si algunos de los hermanos que están en el oratorio o que habitan en las celdas

2. se solidariza con el error de él, será (considerado) culpable.

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Capítulo 14

1. Dada la señal para la hora de la oración, 2. aquel que no abandona inmediatamente toda obra que esté por hacer 3. -porque nada se debe anteponer a la oración-, para estar disponible, 4. será dejado afuera, para que se avergüence.

Capítulo 15

1. Cada uno de los hermanos hará verdaderamente un esfuerzo, 2. para que en el tiempo en que se celebran los oficios -en las vigilias deben

velar-, 3. cuando todos se reúnen, 4. aquel que esté abrumado por el sueño, 5. que salga afuera y no se ocupe en fábulas, 6. sino que inmediatamente vuelva a la obra para la cual se han reunido. 7. En la reunión misma donde se hace la lectura, 8. tengan siempre el oído (atento) a las Escrituras y observen todos el silencio.

Capítulo 16

1. Se tuvo que agregar también esto: 2. el hermano que por cualquier falta es acusado o reprendido, 3. tenga paciencia y no responda al que lo reprende, 4. sino humíllese en todo, según el precepto del Señor que dice: 5. Dios da la gracia a los humildes, pero resiste a los soberbios, 6. y quien se humilla, será exaltado.

Capítulo 17

1. A aquel que, corregido a menudo, no se enmienda, 2. se le ordenará colocarse en el último lugar en el orden (de la comunidad). 3. Si ni siquiera así se enmendara, 4. se lo tratará como a extranjero, tal como lo dice el Señor: Que sea para ti

como un pagano y un publicano. Capítulo 18

1. En la mesa, especialmente, nadie hablará, 2. excepto el que preside y aquel que fuera interrogado.

Capítulo 19

1. Ninguno se enorgullecerá de su pericia ni de su voz, 2. sino que se alegrará en el Señor por la humildad y la obediencia.

Capitulo 20

1. Cultiven la hospitalidad en todas las circunstancias, y no apartes los ojos para dejar al pobre sin nada,

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2. no sea que el Señor venga a ti en el huésped o en el pobre, 3. te vea dudar y te condene. 4. Pero muéstrate alegre con todos y obra fielmente.

Capítulo 21

1. “Al padecer una injuria, calla”. 2. “No sepas hacer injuria, (pero) sé capaz de tolerar la que te hagan”. 3. Que no te seduzcan consejos vanos, 4. sino afírmate siempre más en Cristo. 5. No estimes (tener) parientes más próximos que tus hermanos, 6. que están contigo en el monasterio.

Capítulo 22

1. Si hay que ir a buscar las cosas necesarias para el monasterio, saldrán dos o tres hermanos,

2. y solamente aquellos a los que se les tiene confianza, 3. no los que se entregan a la charlatanería o la gula.

Capítulo 23

1. Por tanto, si alguien quisiera dejar el mundo y llevar vida religiosa en el monasterio,

2. se le leerá la regla al entrar y se le expondrán todos los usos del monasterio. 3. Si acepta todo buenamente, entonces sea recibido dignamente por los

hermanos en el monasterio. Capítulo 24

1. Si quisiera traer algún bien (material) al monasterio, 2. sea puesto en la mesa ante todos los hermanos, como lo prescribe la regla. 3. Si fuera aceptada la ofrenda, no sólo del bien que trajo, 4. sino tampoco ni de sí mismo podrá disponer desde aquel momento. 5. Pues si algo distribuyó anteriormente a los pobres o, viniendo al monasterio,

trajo alguna cosa para los hermanos, 6. sin embargo, (ya) no le es lícito tener alguna cosa en su poder.

Capítulo 25

1. Si después de tres días quisiera irse por cualquier motivo de discordia, 2. no recibirá absolutamente nada sino el vestido con el cual vino; 3. y si muriese, ninguno de sus herederos debe ir (al juez). 4. Si quisiera impulsar (un juicio), 5. se le leerá la regla, y (así) se lo cubrirá de vergüenza y se irá confundido, 6. porque también le fue hecha la lectura a aquel que exigía los bienes.

Capítulo 26

1. Por tanto, por cualquier causa que faltare un hermano,

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2. será excluido de la oración y sometido a rigurosos ayunos. 3. Si pidiese perdón postrado delante de todos los hermanos, se lo perdonará.

Capítulo 27

1. Pero si quisiera persistir en su pecado y soberbia y dice: 2. “No puedo seguir, pero tomaré mi manto y me iré donde me quiera Dios”, 3. el primero de los hermanos que le oiga decir esto, 4. se lo referirá al prepósito, y el prepósito al abad. 5. El abad se sentará delante de todos los hermanos, 6. mandará traerlo, (y después) de corregirlo con golpes, se hará oración (por

él), y así se lo recibirá en la comunión. 7. Porque si no se enmendara con sana doctrina, se curará con golpes.

Capítulo 28

1. Si por casualidad algún hermano quisiera salir del monasterio por cualquier motivo de discordia,

2. nada absolutamente se le pondrá sino un vestido ridiculísimo, 3. y que se vaya el infiel fuera de la comunión. 4. Pues los mansos y los pacíficos se apoderan del reino de lo alto, 5. y son contados como hijos del Altísimo, y reciben preciosas coronas

resplandecientes; 6. en cambio, los hijos de las tinieblas irán a las tinieblas exteriores. 7. ¿Sobre quién descansaré, dice el Señor, sino sobre el humilde, el paciente y

el que teme mis palabras? Capítulo 29

1. He aquí también algo que debe observarse: 2. los que infringen el ayuno en la cuarta (miércoles) y la sexta (viernes) feria

se hacen pasivos de una pena grave. Capítulo 30

1. Esto también hay que agregar: 2. que dentro del monasterio nadie haga artesanía, 3. sino aquel cuya fe fuera probada, 4. y que hará lo que pueda hacer para utilidad y para las necesidades del

monasterio. Notas * Traducción castellana a partir del texto latino editado por A. de Vogüé en SCh 297, pp. 372-388. Las referencias

envían a los correspondientes capítulos y versículos del texto.

Título: dice “incipit regula sancti Macharii abbatis...”.

1,1-3. Cf. CIPRIANO de CARTAGO, De dom. orat., 15.

1,1. Cf. 2 Tm 2,3.

1,2-3. Cf. 2RP,4-5.

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1.2. Cf. 1 P 4,8; 1 Jn 4,18.

1,3. Mc 12,30.

2,1. Cf. Ga 5,13-15; Ef 5,21.

2,2. Cf. Mt 5,9. 4.

2,3-4. Cf. RB 4,34. 30; PORCARIO, Monita, 49 y 9-10; SEUDO BASILIO, Admon., 3 (agradar a Cristo).

2,3. Cf. Tt 1,7.

2,4. Cf. Rm 15,3; 2 Tm 2,4.

2.5. Cf. Ef 4,31; Col 3,8; PORCARIO, Monita, 47. Dedicere (contradecir) no aparece en los diccionarios clásicos

de latín.

2,6. Cf. Rm 12,11;RB 4,38 (RM 3,43).

2,7. Cf. 2 Co 6,5; Mt 6,16-18.

3,2. Cf. CASIANO, Inst. 4,39,2.

3,3. Lc 14,11.

4,1-3. Cf. 2RP 7-10.

4,1-2. Cf. JERÓNIMO, Ep. 125, 15 (Dt 27, 9: Calla y escucha, Israel).

5,1-2. Cf. RB 57,2 y RMac 19,1.

6,1. Cf. 3RP 4,1-5.

6,2. Cellula: traducimos por “monasterio” al igual que en la versión francesa del P. de Vogüé. Todo tu amor es

la versión del latín: “tota dilectio vestra”.

6,3. Cf. JERÓNIMO, Eps. 125,7 (cellulam); 24,3 (cellulae).

6,4. También se podría traducir: “serán tus parientes por (toda) la eternidad”. Cf. RMac 21,5-6.

7,1. Cf. JERÓNIMO, Ep. 125, 15; 2RP 7.

7,3. Cf. Jn 11,40; Hch 7,55.

8,1. Si 7,16 (Vulgata).

8,2. Cf. Pr 28,19.

8,3-4. Cf. JERÓNIMO, Ep. 125,15.

9, 1-3. Cf. JERÓNIMO, Ep 125,15 (que remite a Sal 46 [47],8; 1 Co 14,15; Ef 5 19); 2RP 22. Cf. también

PORCARIO, Monita 12-13; RB 52, 3-4.

9,1. Curso litúrgico: puede traducirse asimismo por ordenamiento litúrgico. Parece que se trata, en primer lugar,

de una referencia al Oficio Divino, mas no debe descartarse que haya aquí una alusión a toda la vida litúrgico-

sacramental del monje.

10-18. 2RP 23-46.

10,1. 2RP 23. Matutinos: es decir laudes u oración de la mañana. Hasta la segunda hora: aproximadamente las 8

de la mañana en invierno. Meditare (estudiar) parece tener aquí el sentido de estudiar para leer. Cf. RIVP 3,10;

CESÁREO, Regula virginum 69.

10,2-3. 2RP 24.

11,1. Cf. 2 Tm 2,21; 2RP 25. Cf. RIVP 3,11. Novena hora: las 14 hs. aproximadamente, en invierno.

11,2-3. Flp 2,14; 2RP 26. Cf. RIVP 3,11-12.

12,1-2. 2RP 27. Cf. RM 12, 1-6; RB 23,1-5.

12,3-4. 2RP 28. Cf. RIVP 5,1-3.

12,5. 2RP 28. Cf. RM 13,6.

12,6. 2RP 29.

13,1. 2RP 30. Cf. BASILIO de CESAREA, Poenae, 44.

13,2. Ibid., 30.

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14,1. Ibid., 31. Cf. DOROTEO de GAZA, Instr. 11,118; PACOMIO, Pr 3; PORCARIO, Monita, 12; RB 43,3;

CASIANO, Inst. 3,7,1 (en relación con RMac 14,1-4); RM 73,3-4. 7.

14,2-3. 2RP 31.

15,1-2. Ibid., 32.

15.2. Ibid., 37.

15.3. Ibid., 37.

15,4-5. Ibid. Cf. PACOMIO, Pr 11; RB 8,4.

15,6. 2RP 38.

15,7-8 Ibid., 39. Cf. CESÁREO, Regula monachorum 8.

16,1-3. 2RP 40.

16.4. Ibid., 40-41.

16.5. 1 P 5,5; St 4,6; Pr 3,34 (Vulgata). 2RP 41.

16,6. Lc 14,11. 2RP 42.

17,1-2. Ibid., 43.

17,3. Ibid., 44.

17,4. Mt 18,17. 2RP 44-45. Cf. RM 64,4.

18,1. 2RP 46. Cf. RIVP 2,42; RM 24,34-37; CESÁREO, Regula virginum, 18.

18,2. 2RP 46. Cf. RB 38,5 ss.; CASIANO, Inst. 4,17; PACOMIO, Pr 33.

19,1. Cf. RMac 5,1-3; JERÓNIMO, Ep. 125,15.

19.2. Cf. Sal 31 [32],11; RMac 2,7 (humildad-obediencia).

20,1. Rm 12,13; Si 4,5. Cf. JERÓNIMO, Ep. 125,15.

20,2-3. Cf. Mt 25,43-46.

20,2. Cf. RM 16, 37; CESÁREO, Serm. 83,4 (sobre todo al final del párrafo).

20,4. Cf. 2 Co 9, 7; Ordo Monasterii 8 (obra fielmente).

21,1. JERÓNIMO, Ep. 125,15.

21,2. CIPRIANO, De or. dom., 15.

21,3-4. Cf. RMac 6,1-2.

21,5-6. Cf. Regula Basilii 4,7. 15-17 (en 4,7 se envía a 1 Co 14,15 y Rm 8,15); RMac 6,3-4; 7,1-3.

22,1-3. Cf. CESÁREO, Serm. 80,1-2; 204,3.

23,1. Cf. PACOMIO, Pr, 49;CESÁREO, Regula virginum, 2; Regula monachorum, 1; RM 90,1; RB 58,1.

23,2-3. Cf. RIVP 2,22. 28.

24,2. El vocablo mensa, ¿tal vez convendría, en este caso, traducirlo por altar?

24,3-4. Cf. R Basilii, 29 y 106; CASIANO, Inst. 2,3,1; Conl. 24,23,1; RIVP 2,34; RB, 58,24-25. Cf. también

CASIANO, Inst. 4,20; Conl. 18,7,4.

24,5. Cf. Mt 19,21.

24,6. Cf. RM 81,13.

25,1-2. Cf. ibid., 90,92.

26,2. Cf. (otro procedimiento) Mt 18,15-17; AGUSTÍN, Pr. 4, 8-9; 2RP 43; CESÁREO, Regula virginum, 12,2;

RM 12,2; RB 23,2-3. En cambio, más cerca de la RMac están CASIANO, Inst. 4,16; RIVP 5,1-6.

27,1. Cf. RM 13,68; ROr, 32,6.

27,2. Cf. CASIANO, Inst, 4,13; Cf. Verba Seniorum, 5,7,15; 5,7,39; 5,7,41; 3RP 3,2.

27,3. Cf. BASILIO, Poenae, 40.

27,4. Cf. PACOMIO, Inst. 12; RM 15,12-13; Vitae Patrum Jurenses, 126 (praeposito vel abbate).

27,5. Cf. RM 14,32; RB, 44,4-5.

27,6. Cf. RM 14,74.

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27,7. Cf. Tt 1,9; CASIANO, Inst. 4,16,3 (corregir la referencia de la ed. de Vogüé, que dice 18) RB 2,27-28 (que

manda a Pr 29,19).

28,1-2. Cf. RMac 25,1-2.

28,3. Cf. 1 Co 7,15; RB 28,7.

28,4. Cf. Mt 5,9; 11,12.

28,5. Cf. Mt 5,9; Sb 5,5; Lc 1,32; Sal 20 [21],4.

28,6. Mt 8,12.

28,7. Is 66,2: texto pre-Vulgata, como en CASIANO, Inst. 12,31 y en CESÁREO, Serm. 48,3; 100,4.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (22) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

VI. La Regla Oriental46

Introducción 1. Su origen

A pesar del nombre que lleva esta regla es de origen occidental, y es deudora, principalmente de la Segunda Regla de los Padres. Sin embargo su autor hizo un uso abundante de las Reglas de Pacomio y quiso, a su vez, darle a su escrito una autoridad indiscutida, como era dentro del ambiente occidental, la de los padres monásticos de Egipto, es decir, de “oriente”. A pesar de tomar como modelo monástico el oriental, su autor no vacila en cambiar ciertos aspectos de su doctrina e instituciones, como es, por ejemplo, la abolición de la celda individual para tener un solo dormitorio común para los monjes. Por otra parte los especialistas han señalado la estrecha relación que une muchos aspectos de la Regla Oriental con la Vida de los Padres del Jura, región ubicada al norte del núcleo monástico de Lérins y que estuvo estrechamente relacionada con sus monjes y escritos. Sin embargo no ha podido precisarse quién haya sido su autor. Por el momento sólo hay hipótesis, de las cuales la más verosímil es la que la atribuye al autor de la Vida de los Padres del Jura, quien al final de su escrito comunica que les envía a los monjes de Lérins, gobernados por el abad Martín, unas “Instituciones” que bien podrían ser nuestra Regla Oriental. De allí se sigue también la datación probable, que es la del año 515, lo que explica que esta regla de origen galo haya tenido tiempo para llegar a Italia y haya dejado marcas de su influencia en la Regla del Maestro y después en la Regla de san Benito. 2. Su doctrina Tal como señalamos arriba, la Regla Oriental está formada por pasajes de la Segunda Regla de los Padres, por textos de las Reglas de Pacomio, que fueron traducidos en forma temprana por san Jerónimo, y por pasajes propios de claro corte lerinense. Lo más llamativo de esta regla es la estructura que presenta de la comunidad, pues sería el antecedente inmediato a la que después asumirán las Reglas del Maestro y la de san Benito. Al Abad lo acompañan los jefes de decanías. Por otra parte el celerario (ecónomo) tiene un rol muy importante, y para cada uno de ellos la regla establece una serie de pautas de conducta y normas que deben cumplir. El abad es acompañado en su tarea de gobernar por dos ancianos, muy semejantes a los dos prepósitos que va a poner después el Maestro en su Regla a cargo de dos grupos de diez hermanos. Sin embargo el prepósito del que habla la Regla Oriental es el prior que va a establecer luego san Benito, pero que el Maestro rechaza absolutamente.

46 Traducción del Hno. Bernardo Álvarez, monje benedictino de la Abadía de la Ssma. Trinidad de Las Condes (Santiago de Chile); introducción de los monjes de la Abadía San Benito de Luján (Buenos Aires, Argentina). Publicadas en Cuadernos Monásticos n. 135 (2000), pp. 495-510.

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De esta manera la Regla Oriental se presenta como un serie de consejos y preceptos para cada uno de los oficiales del monasterio, a los que va haciendo referencia por orden descendente, desde el abad hasta los hermanos, en su conducta cotidiana. Y, en este sentido, la Regla Oriental establece un equilibrio en la vida de la comunidad, dando una clara prioridad al papel del abad pero, por otra parte, no descuida las relaciones fraternas entre los hermanos, las que deben mantenerse en el marco de la humildad, la sinceridad, la caridad. Incluso puede entreverse la presencia velada del ideal de la comunidad de los Hechos de los Apóstoles al decir que los hermanos no deben considerar nada propio ni llamarlo como tal. 3. La presente traducción Como texto latino de la Regla Oriental se ha tomado la edición crítica de A. de Vogüé publicada en Sources Chrétiennes 29847. Para poder identificar el origen de los textos o ideas centrales de cada número en que está subdividida esta edición se ha puesto en nota las dos fuentes ya mencionadas: la Segunda Regla de los Padres (=2RP); las Precepta de Pacomio (=Praec.); las Instituta de Pacomio (=Inst.); las Leges (=Leg.) de Pacomio, y las Iudicia (Iud.) de Pacomio.

47 Les Règles des Saints Pères, vol. II, Paris 1982.

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Texto Comienza la Regla Oriental 1. Para evitar que los ancianos se esfuercen más de la cuenta en dirigir a los hermanos y que no se produzca entre los jóvenes un debilitamiento de la observancia, ésta debe encontrar su más firme apoyo en el comportamiento monástico del abad48; [2] es preciso que éste sea irreprochable49, severo, paciente, amante del ayuno, piadoso, humilde, [3] para que cumpla con su cargo de doctor y de padre ofreciéndose el mismo como modelo de buenas obras50, [4] bajo cuyas órdenes estarán todos los hermanos; nada se hará sin su consejo ni su autorización51. [5] Quien vele por las necesidades del monasterio, juzgará con libertad sobre todos aquellos asuntos que suceden en éste. [6] No hará acepción de personas ni prestará favor alguno a nadie en especial, [7] sino juzgará en verdad a cada uno según los méritos de su vida, dando consejos, animando, castigando, censurando. [8] Si lo considera conveniente, admitirá a quienes vienen al monasterio 9 o expulsará, si así fuese necesario, a quienes viven indignamente dentro de éste. 2. Habrá dos ancianos, a los cuales el abad encontrándose presente o ausente, encargará la disciplina de todos los hermanos y el cuidado de los quehaceres del monasterio. [2] Ellos se dividirán y se alternarán la carga y las necesidades de éste. [3] Uno de estos, cuando le corresponda, estará siempre presente en el monasterio para prestarle consuelo al abad, ocuparse de los hermanos que llegan [4] y salir allí donde lo exigiese la necesidad. Se preocupará de todo lo relativo a la observancia regular y a la vida diaria del monasterio, [5] para que, sin cometer una negligencia y sin provocar una queja, haga todo lo necesario para servir al monasterio. [6] El otro anciano permanecerá con los hermanos cuando le corresponda, saldrá con éstos para realizar cualquier tipo de trabajo y todo lo que sea menester, cuidando que éstos no falten a la disciplina. [7] Este considerará todas las acciones individuales y si viese algún hecho impropio, lo corregirá o lo pondrá en conocimiento del abad. 3. Sin duda, quien ha sido designado “como prepósito” para dirigir a los hermanos, conforme al orden regular y por disposición del abad, con el parecer y el consentimiento de toda la comunidad, tendrá a su cargo la disciplina de éstos y el buen funcionamiento del monasterio, [2] teniendo la facultad de hacer todo lo necesario en ausencia del abad, es decir, todo lo que éste haría si estuviera presente. [3] Por lo tanto, éste deberá ser paciente, bondadoso, humilde, caritativo52, justo, sin mostrar preferencia por una persona, [4] de modo que nadie disguste al abad, ni que los hermanos sufran un celo excesivo de su parte53. [5] El anciano del monasterio que haya sido designado en este cargo por los hermanos, observará estas normas, poniendo en conocimiento del abad todo lo que sucede; en primer lugar aquello que por sí mismo no pueda resolver. 4. Nadie recibirá nada, ni siquiera algo confiado por un hermano de sangre54. [2] Nadie tendrá algo en su celda sin autorización del prepósito, ni frutas ni otras cosas de este tipo55. 48 2RP 3. 49 1Tm 3,2. 50 Tt 2,7. 51 Cf. 2RP 10. 52 Cf. Flp 2, 2-3; 1 Tm 6,11; Ef 4, 2. 53 2RP 5-6. 54 Praec. 113.

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5. Los hermanos no dirán nada profano mientras trabajen, sino meditarán sobre aquellas cosas que son sagradas o guardarán silencio56. 6. El encargado de la cocina no probará nada antes de que los hermanos coman57. 7. Nadie tendrá algo ni en la celda ni en el monasterio, fuera de aquello que ordena la regla58. 8. Cuando se dispongan a dormir no hablarán entre sí. [2] Nadie se permitirá entrar a la celda de un hermano sin haber tocado antes la puerta59. 9. Nadie se atreverá a cambiar con otro los objetos que ha recibido del prepósito; [2] ni recibirá lo mejor ni dará menos que eso, o por el contrario, dará lo mejor y recibirá algo peor60. [3] Nadie aceptará algo de otro sin que el prepósito lo haya ordenado61. 10. Nadie dormirá en una celda cerrada, ni tendrá una habitación que pueda cerrarse, salvo que el padre del monasterio lo permita por causa de la vejez o de una enfermedad62. 11. Nadie desatará una cuerda atada a la tierra sin la autorización del padre63. [2] Quien encuentre un objeto en el lugar donde los hermanos se reúnen para el oficio, lo pondrá en alto para que su propietario lo reconozca y se lo lleve64. 12. Nadie inventará algún pretexto para no asistir al oficio y a la salmodia. Y donde se encontrase, [2] ya sea en el monasterio, en el campo, de viaje o en cualquier trabajo, no dejará pasar el tiempo de la oración y de la salmodia65. 13. Quien sea responsable de los trabajos, tendrá el cuidado de que ningún objeto desaparezca del monasterio. [2] El padre increpará al encargado de los trabajos, si algo se perdiera o fuera destruido por negligencia, en cualquier oficio que practiquen los hermanos; [3] el encargado a su vez amonestará a quien hubiese perdido el objeto, sólo si cuenta con la autorización y la presencia del superior, [4] de otra manera, no tendrá el derecho de reprender a un hermano66. 14. Si alguno de los hermanos discute o contradice la autoridad del superior, será amonestado de acuerdo a la gravedad de su pecado67. 15. Quien mintiese o sintiera odio por alguien, fuera desobediente, se entregase más a las chanzas que a lo honesto, estuviera ocioso, respondiese duramente o tuviera la costumbre de denigrar a los hermanos o bien a cualquier forastero, [2] y en general, “transgrediera” los preceptos de las Escrituras y la disciplina del monasterio, “será

55 Praec. 114. 56 Praec. 60. 57 Praec. 74. 58 Praec. 81. 59 Praec. 88-89. 60 Praec. 98. Cf. Lv 27,10. 61 Praec. 106. 62 Praec. 107. 63 Praec. 118. 64 Praec. 132. 65 Praec. 141-142. 66 Inst. 5. 67 Inst. 9.

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castigado por el abad, según la gravedad de la falta cometida, cuando éste sea informado de ello”68. 16. “Si todos los hermanos que viven en una casa viesen al prepósito con un comportamiento muy negligente o increpando duramente a los hermanos o bien excediendo la regla del monasterio”, lo darán a conocer al padre; y el prepósito será amonestado por él. [2] El prepósito no hará nada sin que el padre lo haya ordenado, especialmente, si se trata de asuntos recientes. Observará la regla del monasterio, la que tiene su origen en la tradición69. 17. El prepósito, por cierto, no se embriagará, [2] ni se sentará en los lugares más humildes. [3] No romperá los vínculos que Dios ha establecido en el cielo para que se cumplan en la tierra70. [4] No se lamentará en el día de la fiesta de nuestro Señor y Salvador. [5] Dominará su carne según el ejemplo de los santos71. [6] No se le encontrará en los asientos ilustres imitando la costumbre de los gentiles72. [7] Se guardará de no caer en una fe doble. [8] No seguirá los pensamientos de su corazón sino la ley de Dios. [9] No resistirá con ánimo exaltado a los superiores73. [10] No se indignará ni vociferará encolerizado contra sus inferiores, [11] ni cambiará los preceptos de la regla74. [12] No será falaz ni maquinará engaños con sus pensamientos; [13] tampoco descuidará el pecado de su alma; [14] ni se dejará vencer por la lujuria de la carne75. [15] No caminará en forma negligente. [16] No dirá palabras ociosas76. [17] No pondrá obstáculos en el camino de un ciego77. [18] No dejará que el deseo gobierne su alma. [19] No se disipará con la risa de los tontos ni con sus chanzas. [20] No dejará que su corazón sea capturado por aquellos que dicen necedades y lisonjas. [21] No se dejará ablandar con regalos78. [22] Ni se dejará llevar por la palabra de los niños. [23] No desfallecerá en la aflicción79. [24] No temerá a la muerte, sino a Dios. [25] No prevaricará por un temor inminente. [26] No abandonará la verdadera luz por alimentos insignificantes80. [27] No vacilará ni dudará en su actuar. 28 No cambiará de opinión, sino que se mantendrá firme e inquebrantable en sus decisiones, justo, tomando todo en consideración, juzgando según la verdad, sin vanagloria, transparente ante Dios y los hombres y lejos del engaño81. [29] No ignorará el ejemplo de los santos ni permanecerá ciego a sus enseñanzas82. [30] No hará daño a nadie por orgullo, [31] ni irá en pos de las concupiscencias de sus ojos83. [32] Jamás omitirá la verdad. [33] Odiará la injusticia. [34] No hará acepción de personas por causa de los obsequios recibidos84. [35] Ni condenará por orgullo a un alma inocente. [36] No se reirá con los niños. [37] No abandonará la verdad dejándose

68 Inst. 10. 69 Inst. 17. 70 Cf. Mt 16,19; 18,18. 71 Rm 8,13. 72 Cf. Lc 14,8. 73 Cf. Rm 13,1. 74 Cf. Dt 27,17; Pr 22,28. 75 Ga 5,19. 76 Cf. Mt 12,36. 77 Lv 19,14. 78 Ex 23,8. 79 Ef 3,13. 80 Cf. Jn 1,9. 81 Cf. Sal 95 [96],13; 2 Co 5,11. 82 Cf. Pr 30,3; Sb 10,10. 83 Cf. Si 5,2; 1 Jn 2,16. 84 Cf. Is 5,23; Ex 23,8.

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dominar por el temor. [38] No despreciará a aquellos que necesitan misericordia. [39] No abandonará la justicia por causa del hastío. [40] No perderá su alma por respeto humano85. [41] No deseará los platos de una mesa mejor servida86, [42] ni tampoco vestidos hermosos, [43] no descuidará sus pensamientos sino, por el contrario siempre los examinará. [44] No se embriagará con vino, sino unirá la verdad con la humildad87. [45] Cuando imparta justicia, seguirá las órdenes de los ancianos y la ley de Dios que ha sido predicada en todo el mundo88. 18. Si a un hermano le gusta reír y jugar con los niños y mantiene amistad con los jóvenes, se le advertirá tres veces, para que rompa estos lazos y vuelva a la honestidad y al temor de Dios. [2] De no cesar en ello, se le corregirá como corresponda mediante la sanción más severa89. 19. Quienes menosprecian los preceptos de los superiores y las reglas del monasterio, dispuestas por orden de Dios, y los que desdeñan la opinión de los ancianos serán corregidos de la manera establecida en la regla hasta que se enmienden90. 20. Los ancianos enviados al exterior con los hermanos tendrán, mientras dure su mandato, los mismos derechos que los prepósitos y todo será dispuesto conforme a su arbitrio. [2] Ellos instruirán a los hermanos en los días establecidos [3] y si por casualidad naciese entre ellos alguna disensión; corresponde a estos ancianos escuchar, zanjar las diferencias y condenar la falta con justicia, [4] para que bajo su autoridad se restablezca, inmediatamente la paz de todo corazón91. 21. Si un hermano se queja del prepósito o éste tiene quejas de un hermano, [2] los hermanos de probada observancia y fe, deben escuchar y resolver las discrepancias entre ellos, [3] si el padre del monasterio está ausente o de viaje, [4] entonces ellos, en primer lugar lo esperarán, pero si tarda mucho tiempo fuera; escucharán al prepósito y al hermano para evitar una disputa mayor debido a la espera del juicio. [5] De este modo, tanto el prepósito como el hermano, como aquellos que se encargan del asunto, procederán en todo con temor de Dios y no darán ningún motivo de discordia92. 22. Nadie será enviado solo fuera del monasterio por algún asunto93. [2] Los enviados no irán solos sino de a dos o de a tres, [3] así se cuidarán y se consolarán mutuamente. De esta manera, los ancianos se asegurarán del correcto comportamiento y de que los hermanos no corran ningún peligro. [4] Sin embargo deberán tener cuidado de no causarse daño entre sí por murmuraciones insignificantes y no dejar que una negligencia dé paso a la destrucción94, [5] sino que cada uno estará atento a sus tareas en la medida que el tiempo lo permita. 23. De vuelta al monasterio, si encuentran a alguien en la puerta preguntando por uno de sus parientes que vive en éste, no podrán ir a buscarlo, darle la noticia o llamarlo. [2] No podrán contar nada en el monasterio de lo que hayan hecho en el exterior95.

85 Si 20,24. 86 Si 40,29 87 Cf. Ef 5,18 88 Regla Oriental 17,1-45: Inst. 18. 89 Iud. 7. 90 Iud. 8. 91 Leg. 13. 92 Leg. 14. 93 Praec. 56. 94 2RP 11. 95 Praec. 57.

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24. Los hermanos podrán leer hasta la hora tercia, [2] siempre que no haya ningún impedimento que los obligue a realizar otra tarea a la misma hora96. [3] Si después de la hora tercia, no se cumple con lo establecido ya sea por soberbia, negligencia o desidia97, [4] será considerado culpable quien cometiese esta falta, ya sea por su error o por inducir a otros al vicio98. 25. El mayordomo velará diligente y fielmente por lo que se recibe en el monasterio para el abastecimiento de los hermanos, sin faltar a la abstinencia y a la sobriedad. [2] No recibirá ni entregará nada sin la autorización y el parecer de los ancianos. [3] Estará a cargo de todos los enseres que hay en el monasterio: ropas, recipientes, herramientas y todo lo preciso para las necesidades cotidianas. [4] Proporcionará cada objeto cuando sea oportuno; lo pedirá a quien se lo haya solicitado y volverá a ponerlo en su lugar. [5] Entregará los alimentos que corresponden a los semaneros. [6] Para condimentar los alimentos, proporcionará lo necesario según el gasto diario, sin ser prodigo ni avaro, [7] cuidando que una mala administración no perjudique los bienes del monasterio y no contriste a los hermanos. [8] Considerará las necesidades y los dolores de los hermanos enfermos. No negará nada de lo que estos enfermos deseen, siempre que disponga de ello. [9] A la llegada de los hermanos que vienen del exterior, les preparará de comer. [10] Tal será la tarea del mayordomo, siempre recurrirá a los consejos de los ancianos y los consultará en todo, principalmente en aquellos asuntos que su propio intelecto no pueda resolver99. 26. El portero recibirá a todos aquellos que llegan a las puertas “del monasterio”, [2] les dará una respuesta honesta con humildad y reverencia. Anunciará de inmediato, tanto al abad como a los ancianos, quién se encuentra en la puerta y qué es lo que pide. [3] No ofenderá a ningún forastero. [4] Nadie podrá hablar con algún hermano sin el conocimiento del abad o sin la presencia de los ancianos. [5] Si llegase algún mensaje u objeto para algún hermano, éste no recibirá nada antes que el abad y los ancianos sean informados de ello. [6] El portero del monasterio cumplirá especialmente estas normas para que ningún hermano pueda salir. 27. Si alguien se presenta a la puerta del monasterio queriendo renunciar al siglo y sumarse al número de los hermanos, no se le permitirá entrar “ de inmediato”. [2] Se le anunciará en primer lugar al padre del monasterio. Permanecerá, durante algunos días, ante la puerta. Se le enseñará la oración dominical y tantos salmos como pueda aprender. [3] Proporcionará consistentes pruebas de su vocación. “Se examinará” si hubiese cometido algún delito y turbado “por esto” hubiese huido en un momento de temor, mientras estaba bajo el dominio de alguien. [4] Por otra parte, “se verá” si puede abandonar a su familia y renunciar a sus bienes. [5] Si se lo encuentra digno para esta vida, entonces se le enseñará el resto de las normas del monasterio; [6] qué deberá hacer, a quiénes deberá servir “ya sea en la reunión de todos los hermanos” o en el refectorio, [7] para instruirlo y hacerlo perfecto en toda obra buena, cuando se una a los hermanos100. [8] El portero observará estas normas informando todo a los ancianos, como se ha mencionado anteriormente.

96 2RP 23-24. 97 2RP 25 y 4. 98 2RP 35-36. 99 Cf. Ex 18,22 y 26. 100 Regla Oriental 27,1-7: Praec. 49.

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28. Los semaneros estarán siempre dispuestos para preparar los alimentos, disponer las lámparas, hacer la limpieza y todo lo concerniente al servicio y al buen funcionamiento del monasterio. [2] No se preocuparán de ningún otro quehacer, sino de cumplir diligente y provechosamente la tarea que se les ha encomendado. 3 Si ellos no saben lo que deben hacer, deberán preguntar siempre a los ancianos. 29. Así pues, aquellos a quienes se ha confiado el funcionamiento, los intereses, la reputación y el cuidado del monasterio, observarán y cumplirán fielmente los oficios que les han sido asignados. [2] Los encargados de corregir todas las faltas no podrán cometer errores. [3] Si alguien por soberbia, negligencia o desidia no cumple algunas de las prescripciones contenidas en la regla [4] y es motivo de ruina en lugar de hacer progresar el monasterio, 4 estará sujeto a todos los castigos que ésta indica. 30. Todos los hermanos observarán esto: obedecerán a sus ancianos, se respetarán mutuamente, serán pacientes, templados, humildes, caritativos, no darán una paz fingida, ni engañarán, no dirán palabras malvadas, habladurías ni juramentos. [2] Nadie reclamará algo como suyo ni usurpará nada de otro, por el contrario todo será en común101. 31. Nadie hará algo, tampoco recibirá o dará alguna cosa, ni se dirigirá a algún sitio, sin la autorización expresa de los ancianos102. 32. Cuando se descubra alguna falta, aquel que sea encontrado culpable, será reprendido por el abad en secreto. [2] Si esto no fuera suficiente para que se enmendase será reprendido por algunos ancianos. [3] Si a pesar de esto no se enmendara, se le reprenderá en presencia de todos los hermanos. [4] Si incluso así no se corrigiese, será excomulgado y no comerá nada103. [5] Si esto no lo enmienda será degradado, cualquiera sea su puesto, al último lugar en el orden de la salmodia104. [6] Si persiste en su maldad se le negará incluso el derecho a salmodiar. [7] Si esta humillación no lo conmueve, se le separará de la comunidad de los hermanos, [8] de modo que no participará ni en el refectorio ni en el oficio; ni tampoco conversará con ninguno de los jóvenes. [9] Se mantendrá separado tanto tiempo como lo exija la naturaleza de su falta, según el juicio del abad y de los ancianos, [10] hasta que no se haya humillado de corazón haciendo penitencia por su propia culpa y pidiendo perdón por su pecado ante todos los presentes105. [11] Si ha faltado contra un hermano, le pedirá perdón por haberlo ofendido. 33. Si alguien está de acuerdo con el error de un hermano y le anima en su dureza de corazón, más aún le aconseja no humillarse106, [2] debe saber este hermano que sorprendido en tal falta, se le considerará de igual modo culpable107. 34. Es preciso agregar esto: un hermano reprendido o increpado por una falta cualquiera, deberá conservar la paciencia y no responder a aquel que lo reprende, por el contrario deberá humillarse y enmendarse totalmente108. 35. Si alguien se muestra tan duro y tan ajeno al temor de Dios, que después de tantos castigos y remisiones no se enmienda, se le expulsará del monasterio y se le

101 2RP 4-6. 102 2RP 10. 103 Mt 18,15-17. 104 Regla Oriental 32,3-5: 2RP 43-44. 105 Regla Oriental 32,7 y 9-10: 2 RP 28. 106 2 RP 30. 107 2RP 35. 108 2RP 40.

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tratará como a un forastero, para que su vicio no ponga en peligro a los demás hermanos109. 36. Si alguien habla o se ríe durante las comidas será reprendido y hará penitencia110. 37. Si alguien llegase tarde a comer sin una orden del superior, igualmente hará penitencia o bien volverá a su celda sin haber comido111. 38. Si faltase algo en la mesa, nadie se atreverá a levantar la voz sino que mediante un sonido hará una señal a los que sirven112. [2] En cuanto a los servidores, no comerán nada distinto de lo que se ha preparado para todos los hermanos, ni se permitirán comer platos diferentes113. 39. Nadie dará a un hermano más de lo que otro ha recibido. [2] Si alguien se manifiesta enfermo, el prepósito del monasterio buscará a los enfermeros y les proporcionará lo necesario114. 40. Cuando alguna persona llegue a la puerta del monasterio, si fuera clérigo o monje, se le recibirá con el mayor honor, [2] se le lavará los pies según el precepto del Evangelio115 y se pondrá a su disposición todo lo que conviene al uso de los monjes116. 41. Si alguien se presenta a la puerta del monasterio, pidiendo ver a su hermano o a un pariente, el portero lo anunciará al abad; con el permiso de éste, el “forastero” recibirá como acompañante a un hermano de probada fe, [2] y así se le permitirá ver a su hermano o a su pariente117. 42. Si muriese el pariente de algún hermano, no se le permitirá asistir al funeral, salvo que el padre del monasterio lo autorizase118. 43. Nadie tomará legumbres del jardín sin haberlas recibido del hortelano119. 44. Nadie hablará con otro en la oscuridad. [2] Nadie dormirá con otro en la misma estera120. [3] Nadie tomará la mano de otro. Estando de pie, caminando o sentado, mantendrán un codo de distancia entre uno y otro. 45. Si alguien toma un objeto que no le pertenece, se le pondrá este objeto sobre sus hombros, y de este modo, hará penitencia en público en la reunión de los hermanos121. 46. Si el prepósito juzga sin equidad, será condenado por los demás por su injusticia122.

109 2RP 44. 110 Praec. 31. 111 Praec. 32. 112 Praec. 33. 113 Praec. 35. 114 Praec. 39-40. 115 Jn. 13,14-15. 116 Praec. 51. 117 Praec. 53. 118 Praec. 55. 119 Praec. 71. 120 Praec. 94-95. 121 Inst. 8. 122 Iud. 14.

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47. Aquel que esté de acuerdo con las faltas y defienda a un pecador, será maldito ante Dios y los hombres y recibirá un castigo muy severo123.

123 Iud.16.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (23) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

VII. Tercera Regla de los Padres Introducción124 «La Tercera Regla de los Padres (= 3 RP) depende de la Regla de Macario (= RMac), de la cual reproduce ocho capítulos125. Otros seis capítulos están relacionados con los cánones de los concilios galos del siglo VI. El capítulo nueve (castigo del monje ebrio) invoca explícitamente la enseñanza “de los cánones”, citando una prescripción del concilio de Agde (año 506); dos pasajes de este concilio se encuentran (citados) literalmente (1,1-2; y 14,1: contra los monjes que van de un monasterio a otro), al igual que la sanción final del concilio de Orléans de 533 (14,3). Los abades están subordinados a los obispos (2,4-5; 4,4), siguiendo la decisión de los concilios de Orléans de 511 y 533; el castigo del clérigo ladrón (concilio de Agde del 506, canon 5; y de Orléans del 538, canon 9) se encuentra claramente en el capítulo 13; un abad puede ser depuesto por retener una donación o una herencia (2,5), o por haber introducido una mujer en la clausura (4,1-4), sanción que recuerda las disposiciones conciliares de Orléans (año 541) y de Tours (año 567). Esta regla, por tanto, es ciertamente posterior a 506 y 533, puede ser que a 538... Fue compuesta en la Galia, sin que se pueda precisar dónde, por uno de esos sínodos de abades, reunidos bajo la presidencia de un obispo, conforme lo prescribían los concilios de Orléans (511) y de Auxerre (561-605)».

124 Traducción de la introducción escrita por el P. Vincent DESPREZ, osb en: Régles Monastiques d’Occident. IVe-VIe siècles. D’Augustin à Ferréol, Bégrolles-en-Mauges (Maine-et-Loire), Abbaye de Bellefontaine, 1980, pp. 141-142 (Vie monastique, 9). Cf. para una más amplia información: A. de VOGÜÉ, osb, art. Regula Patrum Tertia, en Dizionario degli Istituti di Perfezione, Roma, Ed. Paoline, 1983, vol. VII, cols. 1591-1592; y sobre todo, del mismo autor, la introducción a la edición de la Tercera Regla de los Padres, Sources chrétiennes n. 298, pp. 499 ss. (ver la referencia completa en la nota 3). 125 Se dan las referencias en la traducción del texto de la 3 RP.

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Texto126 1. 1Cuando nos habíamos reunido con nuestros hermanos en el nombre del Señor, nuestra primera decisión fue leer la regla y las instituciones de los padres de principio a fin127. 2En cuanto se leyeron se decidió: 3Si alguien quisiera dejar el mundo y llevar vida religiosa en el monasterio, 4se le leerá la regla al entrar y se le expondrán todos los usos del monasterio. 5Si acepta todo buenamente, entonces sea recibido dignamente por los hermanos en el monasterio. 6Si quisiera traer algún bien (material) al monasterio, sea puesto en el altar ante todos los hermanos, como lo prescribe la regla. 7Si fuera aceptada la ofrenda, no sólo del bien que trajo, sino tampoco ni de sí mismo podrá disponer desde aquel momento. [11-2: concilio de Agde, prólogo; 3-5: RMac 23; 6-7: RMac 24,14] 2. 1Ningún abad podrá reclamar nada como propio para sí, 2aun cuando todas permanecen bajo la autoridad de aquél, por gracia de Dios. 3Pero si alguno, en contra de lo que está prohibido en la regla a los inferiores, se haya atrevido a retener para sí alguna cosa de la herencia de sus padres o cualquier cosa de lo donado y no lo pusiera todo en común, será reprendido por los hermanos. 4Si persistiera en su falta, póngase en conocimiento del Obispo; 5el que si, después de corregido por el Obispo ni así se enmendase, sea depuesto. 3. 1Pero las ropas necesarias para los hermanos, el abad debe disponer para todos, las que son convenientes a los monjes; 2no teñidas con colores variados, excepto las casullas que se deban comprar: si fueran negras, pensamos que deben usar esas. [31 Concilio de Agde, Canon 20] 4. 1Para custodiar la vida (monástica) y guardarla de las trampas del diablo, pensamos prohibir, según enseña la regla, toda familiaridad con mujeres tanto parientes como extrañas en todo monasterio o granjas de los monjes, o la frecuentación de los monjes a los monasterios femeninos. 2Y tampoco que ninguna mujer se atreva a entrar en el interior del atrio de un monasterio. 3Pero si, con el parecer o permiso del abad alguna hubiera entrado al monasterio o a las celdas de los monjes, 4éste mismo abad sea depuesto del título y nombre de abad y se reconozca inferior a todos los presbíteros; 5porque el santo rebaño debe confiarse a tal abad que procure ofrecer a Dios esas ovejas sin mancha, no uno que se apresure a asociarse al diablo por relaciones familiares de toda clase. [41: cf. 1 Tm 3,7; concilio de Agde, Cánones 10 y 28] 5. 1Recitados los matutinos128, los hermanos vacarán en la lectura hasta la segunda hora, 2siempre que no haya una causa, que obligue a suprimir también la lectura, para hacer algo en común. 3Después de la segunda hora cada uno estará disponible para su trabajo hasta la novena hora, 4y todo lo que le sea mandado lo hará sin murmuración. [51-2: RMac 10; 3-4: RMac 11,1-2; 4: cf. Flp 2,14]

126 Texto latino editado por A. de VOGÜÉ, osb: Les Règles des saint Pères, t. II, Paris, Eds. du Cerf, 1982, pp. 532-542 (Sources chrétiennes, 298). Para esta traducción se tuvo en cuenta la versión castellana de José Gerardo BERMELL FRAILE, ocso: Reglas de los Santos Padres, Zamora, Eds. Monte Casino, 2009, pp. 139 ss. (Col. Espiritualidad monástica: Fuentes y Estudios, 65). 127 Per ordinem. 128 Maitines.

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6. 1Dada la señal para la hora de la oración, aquel que no abandona inmediatamente toda obra que esté por hacer -porque nada se debe anteponer a la oración-, 2sea corregido por el abad o el prepósito, 3y si no pidiera perdón postrado, sea excomulgado. [61: RMac 14,1-3] 7. 1En la mesa, especialmente, nadie hablará, 2excepto el que preside y aquel que fuera interrogado. [71-2: RMac 18] 8. 1Si hay que ir a buscar las cosas necesarias para el monasterio, saldrán dos o tres hermanos, 2y solamente aquellos a los que se les tiene confianza, 3no los que se entregan a la charlatanería o la gula. [81-3: RMac 22] 9. 1Si alguno ha salido a cualquier lugar que sea, sin el conocimiento del abad o del prepósito, se ha abandonado a la gula o la ebriedad, 2o si enviado a la vecindad no ha vuelto al punto a la comunidad con la misión cumplida, por su volubilidad o su gula, 3cuando fuera descubierto en esta fechoría, como enseñan los cánones, (será) o bien privado de la comunión treinta días, o bien corregido a golpes de varas. [93: “Como enseñan los cánones”, se refiere al concilio de Agde, Canon 41] 10. 1Si por casualidad algún hermano quisiera salir del monasterio por cualquier motivo de discordia, 2nada absolutamente se le pondrá sino un vestido ridiculísimo, 3y que se vaya el infiel fuera de la comunión. [101-3: RMac 28,1-3; 3: cf. 1 Co 7,15] 11. 1También establecemos esto: que los abades deben comer en todo tiempo con los hermanos, 2porque es en ese tiempo en el que deben o reprender a los hermanos por su negligencia, o instruir con un sermón espiritual; sin una necesidad precisa no deben ausentarse. 12. 1También establecemos esto, para custodiar especialmente la fama de los hermanos: 2ningún monje cuando esté enfermo deje el monasterio para ser confiado al cuidado de sus parientes, 3porque consideramos que él se ha de manchar más con lo visto y oído del espectáculo mundano129, que pueda llegar a curarse de la enfermedad. [121-2: concilio de Agde, Canon 10; 3: concilio de Agde, Canon 39] 13. 1Si algún monje cometiera un hurto, o por decirlo mejor un sacrilegio, 2esto es lo que consideramos que se debe establecer: 3cuando es un inferior reo de tal crimen, golpeado con varas, nunca reciba el oficio clerical; 4pero si ya es clérigo cuando fuera

129 O: “entre los seculares”.

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sorprendido en esta acción, sea privado de la dignidad y del título mismo; 5después de haber cumplido la penitencia y la satisfacción por la ligereza cometida, le será suficiente para poder comulgar. [131: concilio de Agde, Canon 5; 3: concilio de Agde, Canon 21; 4: concilio de Agde, Canon 5; 5: concilio de Orléans II, Canon 8; concilio de Agde, Canon 5] 14. 1Ningún abad se permita recibir un monje que cambie de un monasterio a otro, o retenerle, sin el permiso o sin el consentimiento de su abad. 2Pero si le ha sido permitido por su mismo abad pasar a otro monasterio a buscar una regla más estricta, no por empeñarse en un acto suyo de ligereza, 3por ninguna razón permitimos que le consienta salir después (de allí) por alguna circunstancia. 4Si algunos, después de esta cuidadosa decisión se atrevieran a no observar lo que está comprendido arriba, estarán destinados a ser, que lo sepan bien, reos en juicio de doble condena de la divinidad y de los hermanos. [141: concilio de Agde, Canon 27; 4-5: concilio de Orléans II, Canon 21]

ACABA LA REGLA

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (24) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

VIII. Recensión Π de los Cuatro Padres Introducción La así llamada recensión Π es una variante de la Regla de los Cuatro Padres (= RIVP), la cual ya fue publicada en nuestra página web130. Aunque las diferencias entre ambos textos son mínimas, y poco notables en la versión castellana, es conveniente no obviar esta recensión. Claramente dependiente de la anterior forma de la RIVP, la recensión Π realiza lo que el P. de Vogüé ha llamado. “un pulido literario”131, tal vez en función de la lectura pública de la regla132. La recensión Π añade un párrafo final (el n. 6), cambia el nombre del superior: en vez de “el que preside” utiliza praepositus (prepósito), modifica varias citas bíblicas, suprime o modifica subtítulos y anuncios, agrega términos de coordinación al inicio de las frases133, tiende a reforzar ciertas expresiones, evita las repeticiones. «Π es una tentativa por hacer la RIVP aceptable, sino agradable, a un auditorio comunitario más exigente que los “oídos de los hermanos” de otro tiempo a quienes estaba dirigida»134. Respecto a la datación de esta recensión, al parecer anterior a la Regla de san Benito, se puede conjeturar que fue compuesta entre 535-540, en Italia. La traducción que ahora se presenta se ha efectuado a partir del texto latino editado en la colección Sources chrétiennes135. También se confrontó la versión castellana de José Gerardo Bermell Fraile, ocso136. Para que se vean con claridad los cambios respecto de la precedente forma de la RIVP se señalan “en negrita” esas modificaciones.

130 http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-19. 131 Les Règles des saint Pères, t. II, Paris, Eds. du Cerf, 1982, p. 558 (Sources chrétiennes, 298). 132 Ibid., p. 559. 133 Ibid., p. 553. 134 Ibid., p. 560. 135 Vol, 298, pp. 580 ss. 136 Reglas de los Santos Padres, Zamora, Eds. Monte Casino, 2009, pp. 147 ss. (Col. Espiritualidad monástica: Fuentes y Estudios, 65).

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Texto Regla de los santos Padres Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario Preámbulo 1Estando, reunidos, 2seguros de que se trataba de un proyecto muy útil, rogamos a Dios nuestro Señor que nos concediera el Espíritu Santo (cf. Ga 3,5) 3para que nos enseñara cómo podíamos ordenar la regla de los hermanos en esta vida. 1. Dijo Serapión 1que “la tierra está llena de la misericordia del Señor” (Sal 32 [33],5) 2y una falange numerosa tiende hacia la bienaventurada vida perfecta. 3Nos parece que lo mejor es obedecer los preceptos del Espíritu Santo (cf. Jos 24,24) 4y nuestras propias palabras no pueden mantenerse firmes si la firmeza de las Escrituras no confirmara nuestro ordenamiento. 5Porque dice el Espíritu Santo: “Vean qué dulzura, qué delicia habitar los hermanos unidos” (Sal 132 [133],1), 6y otra vez: “El que hace habitar en una casa a los que viven unánimes” (Sal 67 [68],7).

7Confirmada, por tanto, ahora la regla de la piedad con la indicación del Espíritu Santo que la hace conocer137, ya afirmada la enseñanza138, prosigamos. 8Queremos, pues, que todos los hermanos vivan unánimes con alegría en una casa (cf. Sal 67 [68], 7; 132 [133],1). 9¿Pero cómo mantener con un recto ordenamiento esta unanimidad y alegría? Con la ayuda de Dios, (Él) nos lo mostrará. 10Queremos, por tanto, que uno presida la santa congregación 11y que nadie se desvíe hacia ni a la derecha ni a la izquierda de sus mandatos ni siquiera un poco139, 12sino que obedezcan a las órdenes del Señor con toda sumisión y alegría, 13ya que el Apóstol dice a los Hebreos. “Obedezcan a sus prepósitos y sométanse a los que les mandan, porque ellos velan siempre por ustedes, como quienes tendrán que dar cuenta por sus almas” (Hb 13,17); 14y el Señor dice: “No quiero sacrificio sino obediencia” (1 S 15,22; cf. Mt 9,13; Os 6,6; Qo 4,17).

15Los que obrando de este modo desean vivir unánimes, deben tener en cuenta que por la obediencia Abraham agradó a Dios y fue llamado amigo de Dios (St 2,23; cf. Gn 15,6; 1 M 2,52; Hb 11,5. 8). 16Por su obediencia, los mismos apóstoles merecieron ser testigos del Señor entre los pueblos y las tribus (cf. Mt 4,18-22; Hch 1,8; Ap 11,9). 17También nuestro Señor descendiendo de las regiones superiores a las inferiores (cf. Ef 4,9; Jn 8,23) dice: “No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió, el Padre” (Jn 6,38). 18Así pues, la obediencia, firmemente establecida con tantos testimonios de virtudes, manténgase con el mayor celo y con gran empeño.

FIN DE SAN SERAPIÓN. COMIENZO DE SAN MACARIO 2. Macario dijo 1que más arriba se ha puesto por escrito lo que manifiesta en los hermanos la virtud de la convivencia y de la obediencia. 2Ahora hay que mostrar cómo han de cumplir su oficio espiritual aquéllos que presiden.

3El prepósito debe mostrarse tal como lo dice el apóstol afirmando: “Sean un modelo para los creyentes” (1 Tm 4,12; cf. 1 Ts 1,7), 4es decir, que combinando bondad

137 El latín lee: monstrata. 138 Literal: institutionem. 139 Traducción de modicum.

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y severidad religiosas, haga elevar el alma de los hermanos de las realidades terrenas a las celestiales (cf. Jn 3,12; 2 M 15,10; 1 Co 15,47-49); 5como dice el Apóstol: “Arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable” (2 Tm 4,2)140.

7El anciano tiene que discernir cómo debe demostrar a cada uno su afecto paternal. 8Así, ante todo, en primer lugar se debe guardar la mesura, 9conforme a lo que dice el Señor: “La medida con que midan se usará con ustedes” (Mt 7,2). 10Cuando asisten a la oración, ninguno presuma entonar la alabanza de un salmo sin orden del prepósito. 11Se guardará la siguiente norma: que ninguno se atreva a colocarse delante de otro más anciano, o anticiparse a él en el orden de la salmodia, 12según dice Salomón: “Hijo, no ambiciones el primer puesto” (cf. Si 7,4; 3 Jn 9), 13ni ocupes el primer lugar en un banquete, no sea que venga alguien más importante que tú y se te diga: “Levántate” para tu confusión (Lc 14,8-9; cf. Pr 25,6-7); 14y también se dice: “No te enorgullezcas, más bien, teme” (Rm 11,20). 15Si se demora el que preside, primeramente se le anoticia y en segundo lugar conviene obedecer sus órdenes. 16Vamos a mostrar ahora cómo se debe examinar a los recientemente se han convertido. 17En primer lugar, se debe cercenar en ellos las riquezas del mundo141.

18Si es un pobre el que desea convertirse, también él posee riquezas que se deben cercenar, 19aquellas de las que dice el Espíritu Santo: “Mi alma odia al pobre orgulloso” (Si 25,3-4)142. 21Se debe, pues, mantener esta regla: si es pobre, que deponga primero su carga de soberbia, 22y entonces recíbaselo. 23Ante todo, debe ser formado en la humildad, de modo que -lo que es más importante- no haga de ningún modo su voluntad sino que esté pronto para todo lo que le fuere mandado (cf. 2 Tm 2,21), 24recordando que las Escrituras santas dicen: “Pacientes en la tribulación” (Rm 12,12).

25Entonces cuando un hombre se preocupa por dejar las tinieblas de este mundo (cf. Ga 4,1; Col 1,13), en primer lugar, al acercarse al monasterio, permanezca a la puerta por una semana; 26no se junte con él ninguno de los hermanos sino preséntenle constantemente cosas duras y difíciles. 27Pero si persevera llamando (cf. Lc 11,8; Hch 12,16), no se niegue el ingreso. 28Sin embargo, debe enseñársele cómo puede seguir la regla y la vida de los hermanos.

29Pero si fuera rico, poseyendo muchas riquezas en el mundo y quisiera convertirse, en primer lugar debe cumplir la voluntad de Dios 30y realizar143 aquel precepto que el joven rico recibió la orden de hacer, cuando el Señor le dijo: 31“Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, después toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21; cf. Mt 16,24; Mc 10,21). 32No debe reservar absolutamente nada para sí sino la cruz que debe llevar para seguir a Cristo. 33Lo más importante de la cruz que debe llevar es: en primer lugar, custodiar con una obediencia total, no hacer su voluntad, sino obedecer las órdenes del anciano. 34Si quisiera ofrecer una parte de sus bienes al monasterio, sepa en qué condiciones serán recibidos él y su ofrenda. 35Pero si quisiera tener consigo alguno de sus servidores, sepa que ya no serán para él servidores, sino hermanos (cf. Flm 16; Mt 19,21; 2 Tm 3,17), para que sea hallado perfecto en todas las cosas.

140 El v. 6 es omitido en el texto de la recensión Π: “6y en otro lugar dice: “¿Qué prefieren? ¿Que vaya a verlos con la vara en la mano o con espíritu de mansedumbre?” (1 Co 4,21)”. 141 Concupiscentia saecularium. 142 Omisión del v. 20: «20y en otro lugar dice: “El soberbio es como un herido” (Sal 88 [89],11)». 143 Facere.

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36Ahora tengo que enseñar de qué modo se han de recibir los huéspedes de paso. 37A su llegada, que nadie acuda a atender al que llega sino aquel que haya recibido el encargo de hacerlo. 38No le estará permitido orar con el huésped ni ofrecerle el ósculo de paz antes de que lo haya visto el prepósito, 39y una vez hecha la oración en común se le dará el saludo de paz. 40Y no le esté permitido a nadie conversar con los huéspedes extranjeros sino solamente al prepósito o a quienes él autorice. 41Al llegar la hora de la refección, no se le permitirá al hermano peregrino comer con los hermanos sino con el prepósito, para que se edifique. 42A ninguno se le permitirá hablar ni se escuche otra palabra sino aquella divina que se lee, según la costumbre, de las divinas Escrituras, y la del que preside o a quienes él mismo quisiera decir algo.

FIN DE LAS PALABRAS DE SAN MACARIO. COMIENZO DE LAS PALABRAS DE SAN PAFNUCIO

3. Pafnucio dijo: 1Todo lo que se ha dicho es grande y útil para la salud del alma (cf. 1 P 1,9). 2Sin embargo no se puede pasar en silencio este punto: cuál es la norma que se debe observar en los ayunos. 3Ningún otro testimonio lo confirma mejor que el que dice: 4“Pedro y Juan subían al templo alrededor de la hora nona” (Hch 3,1). 5Se debe, pues, observar esta norma: que ningún día se coma en el monasterio hasta la hora nona, excepto los domingos. 6En ese día, dedíquense solamente a Dios; 7no se procure ningún trabajo sino que el día transcurra en medio de “himnos, salmos y cantos espirituales” (Ef 5,19). 8Además se debe instruir cómo deben trabajar los hermanos144. 10Desde la primera hora hasta la tercera dedíquense a Dios. 11Pero desde la tercera hasta la novena, reciban sin ninguna murmuración cualquier cosa que se les hubiera mandado. 12Los que obedecen fielmente deben acordarse de la palabra del Apóstol: “Háganlo todo sin murmuración ni hesitación” (Flp 2,14). 13Recordemos también aquella sentencia terrible: “No murmuren como murmuraron algunos de ellos y murieron víctimas del Exterminador” (1 Co 10,10). 14Por otra parte, el que preside debe encargar cualquier trabajo para hacer, al cuidado de un hermano capaz, de modo que los demás se sometan a sus órdenes. 15También él debe mostrar cómo debe tener en cuenta la debilidad o la posibilidad física de cada uno. 16Si alguno de los hermanos, por causa del ayuno o del trabajo manual -17que el Apóstol enseña diciendo: “Trabajábamos con nuestras manos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes” (1 Co 4,12; 1 Ts 2,9; 2 Ts 3,8)- 18si éste estuviera oprimido por su debilidad, el anciano debe tomar las providencias necesarias para sostener esa debilidad. 19Pero el que está con cuerpo robusto debe trabajar de todos modos considerando cómo el Apóstol “sometía a su cuerpo a servidumbre” (1 Co 9,27). 20Pero a pesar de todo, que en primer lugar se cumpla aquello que a menudo hay que recordar: a ninguno le está permitido hacer algo que sea su propia voluntad, sin permiso del prepósito. 21Por otra parte, en los servicios mutuos, se tenga esta norma: que a los servicios se avisen unos a otros (cf. Rm 12,10). Si la comunidad de los hermanos es numerosa, el prepósito debe determinar el servicio semanal de modo que se sucedan unos a otros.

23La despensa, por otra parte, conviene que se confíe al que 24pueda dominar desde el principio las tentaciones de la gula; 25y tema la sentencia de Judas que fue ladrón desde el inicio (cf. Jn 12,6 y 8,44; cf. [sententiam] Mt 26,24). 26Aquel a quien se 144 Omisión del v. 9: “9Se debe observar esta norma”.

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le ha encargado este oficio se recordará que debe tratar de realizar aquella palabra del Apóstol: 27“Los que desempeñan bien su ministerio se hacen acreedores de honra” (1 Tm 3,13).

28Los hermanos deben saber también que todos los utensilios que se usan en el monasterio, sean recipientes o herramientas o cualquier otra cosa, todo es sagrado. 29Si alguien hubiera tratado alguna cosa con negligencia 30sepa que compartirá la suerte de aquel rey Baltasar que bebía con sus concubinas en los vasos sagrados de la casa de Dios, y conocerá qué castigo merece (cf. Dn 5,1-30).

31Estos preceptos se deben observar completamente y leer cada día al mismo tiempo que se escuchan por todos los hermanos.

FIN DE LAS PALABRAS DE SAN PAFNUCIO. PRINCIPIO DE LAS PALABRAS DE SAN MACARIO

4. Macario dijo 1que la Verdad atestigua diciendo: “Que todo asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos” (Mt 18,16; cf. 2 Co 13,1; Dt 19,15)145. 3Y no se puede pasar en silencio de qué manera los monasterios pueden llegar a tener una paz estable entre ellos. 4No estará permitido recibir un hermano de otro monasterio sin el consentimiento del prepósito -5no sólo recibirlo, sino ni siquiera hay que atenderlo-, 6porque dice el Apóstol que “el que ha faltado a su compromiso inicial” (1 Tm 5,12). 7Si ha solicitado al prepósito que le permita ingresar en otro monasterio, sea recomendado por él al prepósito en el lugar donde desea permanecer 8y recíbasele con la condición 9de que a todos los hermanos que encuentre en el monasterio los considere como mayores; 10y no se tendrá en cuenta lo que fue, sino que habrá que probar lo que comienza a ser. 11Una vez recibido, si se ve que posee algo, ya sea algún objeto o un libro o cualquier otro objeto, no se le permitirá poseerlo, 12para que pueda ser perfecto (cf. Mt 19,21; 2 Tm 3,17), él que no ha podido serlo en otra parte.

13Si durante la reunión de los hermanos hubiera alguna colación sobre las santas Escrituras aun cuando tal vez éste que ha sido recibido posea la ciencia de las Escrituras, no se le permita hablar sin el permiso del prepósito. 14Por otra parte, si algún clérigo llegara como huésped, 15se lo debe recibir con toda reverencia, como ministro del altar. 16A ninguno le esté permitido concluir la oración en su presencia, aunque sea ostiario, porque es ministro del templo de Dios. 17Si ha caído en alguna falta y se comprueba que es culpable de lo que se le imputa, no se le permitirá concluir la oración, sino el prepósito o el que después de él está en el orden jerárquico o cualquier otro de los hermanos, el que él mismo (prepósito) quiera, concluya la oración. 18A ningún clérigo se le permita habitar en el monasterio, 19sino solamente a aquellos a quienes una caída en pecado hubiera llevado a humillarse y están heridos, de modo que puedan curarse en el monasterio con la medicina de la humildad (cf. Sal 88 [89],11).

20Es suficiente que ustedes observen estos preceptos, conviene que los guarden y serán irreprochables (cf. Flp 2,15; 1 Tm 5,7). 5. 1No debemos omitir ésto, la manera de corregir los vicios de cada uno según su naturaleza. Respecto de la excomunión, se observará, pues, esta norma. 2Si alguno de los hermanos dijera palabras ociosas (cf. Mt 12,36), 3será acusado en el consejo (cf. Mt 5,22), y excluido tres días de la comunidad de los hermanos, y a nadie en absoluto le 145 Omisión del v. 2: “2Así pues, está firme la regla de la piedad”.

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sea permitido ni juntarse con él ni hablar con aquél. 4Pero si alguno fuera sorprendido riéndose o diciendo bufonerías -5 que, como dice el Apóstol: “Están fuera de lugar” (Ef 5,4)- 6mandamos que durante dos semanas, en nombre del Señor (1 Co 5,3-5), se le corrija con el flagelo de la humillación, 7según dice el Apóstol: “Si alguno entre ustedes, llamándose hermano es iracundo, soberbio o maldicente o avaro”, y lo restante (1 Co 5,11), 8“señálenlo y no se junten con él, pero no lo consideren como a un enemigo sino repréndanlo como a un hermano” (2 Ts 3,14-15), 9y en otro lugar: “Si un hermano es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, instruyan y corríjanlo con espíritu de delicadeza” (Ga 6,1; cf. 2 Ts 3,15). 10Así, cada uno de ustedes debe instruir a su prójimo, de modo que por un recurso frecuente a la humildad no sea considerado réprobo (cf. 1 Co 9,27) sino que, probado, persevere en el monasterio. 11Les recomendamos esto sobre todo a ustedes que han sido designados para este oficio: que no hagan acepción de personas (cf. St 2,1; Rm 2,11; Ef 6,9), 12sino que todos sean amados con igual afecto y con corazón recto, para que todos sean curados, 13porque la equidad agrada mucho a Dios, como por el contrario la acepción de personas, de la que comienza la iniquidad, nada hay tan execrable para Él; 14por eso clama el Profeta: “Si verdaderamente pronuncian la justicia, juzguen rectamente” (Sal 57 [58],2).

15Y no queremos que ignoren que el que no hubiera reprendido al extraviado habrá de rendir cuenta rigurosamente sobre él, porque la pérdida por sus manos del alma de su hermano le sería reclamada. 16Entonces, sean fieles (cf. Ap 2,10; Mt 25,21) y maestros óptimos, y podrán edificar a otros no sólo con la palabra sino también con las obras; en efecto, no hay verdadero maestro que desee enseñar únicamente con la palabra. 17“Reprendan a los indisciplinados, sostengan a los débiles, consuelen a los pusilánimes, sean pacientes con todos” (1 Ts 5,14) 18y recibirán la recompensa eterna por cuantos hayan ganado (cf. Mt 18,15; 2 Jn 8); 19en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien sea la gloria, la alabanza y el honor por los siglos de los siglos, Amén (cf. Mt 28,19). 6. 1Bienaventurados en verdad el que lee este texto fielmente y bienaventurado el que lo escucha de buena gana (Ap 1,3). 2Pero, si no ha cumplido todo lo que está escrito con entusiasmo, ya el que lee o el que escucha, 3no sólo perderá la beatitud, sino también se expondrá a la condenación, que está preparada por el diablo y sus ángeles (Mt 25,41; cf. Si 36,11), 4por lo que debe orar sin cesar (1 Ts 5,17; cf. 2 Tm 4,18), para que el Señor juzgue conveniente conducirnos a todos a la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (25-42) 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

Ayuda para una visión cronológica de las reglas latinas anteriores a la Regla de san Benito146

Es posible clasificarlas en cuatro “generaciones”: 1.1. Primera generación de reglas orientales traducidas al latín:

Regla de san Pacomio (traducción de Jerónimo; año 404); trad. en: Cuadernos Monásticos n. 45 (1978), pp. 237 ss. Y también en: Pacomio. Reglas monásticas. Introducción traducción y notas por el P. Ramón Álvarez Velasco, osb, Abadía de Silos (Burgos, España) 2004, pp. 113 ss.

Regla de san Basilio (traducción de Rufino; año 397); trad. en: 1.2. Primera generación de Reglas latinas occidentales:

Reglamento del Monasterio (Ordo monasterii; hacia 394-395); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-16.

Regla de san Agustín (hacia 397-400); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-18.

Regla de los Cuatro Padres (400-410); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-19.

2. Segunda generación:

Segunda Regla de los Padres (426-428; contemporánea de las Instituciones y Conferencias de Juan Casiano); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-20.

3. Tercera generación:

Regla de Macario (hacia 490; escrita por el abad Porcario de Lérins); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-21. Regla de san Pacomio breve (hacia fines del siglo V): es un compendio adaptado para los monasterios occidentales de la Regla de san Pacomio antes mencionada.

4. Cuarta generación:

Regla Oriental (hacia 515); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-22. Reglas de Cesáreo de Arlés para las vírgenes (512-534) y para los monjes (534-542).

146 Seguimos fundamentalmente, pero no de modo idéntico, la propuesta del P. Adalbert de VOGÜÉ, osb, Les Règles monastiques anciennes (400-700), Turnhout, Brepols, 1985, pp. 12-13 (Typologie des Sources du Moyen Âge Occidental, fasc. 46).

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Regla del Maestro (antes de 530). Regla de Eugipo (530-535). Tercera Regla de los Padres (hacia 535-538); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-23. Recensión Π de los Cuatro Padres (535-540); trad. en: http://www.surco.org/content/textos-vida-monastica-cristiana-24.

Quedan pendientes de publicación:

Regla del Maestro; Reglas de Cesáreo de Arlés para las vírgenes y para los monjes; Regla de Eugipo.

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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro

Introducción Entre las diversas reglas que Benito de Aniano (+ 821) reunió en su Concordia Regularum se encontraba una bastante más amplia que las restantes, metódicamente ordenada, anónima, a la cual llamó Regla del Maestro (Regula Magistri = RM). Durante mucho tiempo, aunque eran evidentes las semejanzas con la Regla de san Benito (= RB), se supuso que ésta era anterior a la RM. Pero desde 1938, en que D. Agustín Genestout, osb, propuso la tesis contraria, comenzó un amplio debate sobre la cuestión. La bibliografía al respecto atestigua la importancia que tuvo, sobre todo en el ámbito monástico, la discusión en torno a la relación entre ambas reglas147. Sin duda, el P. Adalbert de Vogüé, osb, fue quien más empuje le dio a la tesis de la anterioridad de la RM respecto de la RB. Llevando su teoría al ámbito del comentario de esta última, abrió un camino nuevo en la interpretación de la regla benedictina. Aunque no hubo, ni hay, acuerdo entre los especialistas sobre las bondades de dicho método, no se puede negar que su aporte modificó la óptica de todos los comentarios de los últimos cincuenta años. La fecha de composición de la RM puede ubicarse, con cierta precisión, antes de fines del siglo VI. Y más exactamente, con mucha probabilidad, entre 530-540148. Mientras que su ubicación geográfica nos conduce a Italia, tal vez en alguna región próxima a Roma. El desarrollo que nos presenta la RM es el siguiente149: Primera parte: la vida espiritual

Prólogo: la regla propone el camino angosto. Thema: el monasterio como escuela del servicio de Dios: el hombre pecador redimido por el bautismo; comentario al Padrenuestro; comentario a los Salmos 33 [34] y 14 [15]. Cap. 1: los cenobitas. Cap. 2: el abad. Caps. 3-6: obras que se deben realizar, virtudes a practicar, vicios que hay que eliminar; el monasterio como taller donde se realizan estas obras. Cap. 7: el silencio.

147 Para una primera aproximación, cf. http://www.osb.org/rb/rbbib/b0rbrm3.html. 148 O también: en el primer cuarto del siglo VI. 149 Seguimos, en algunos aspectos, la introducción del P. de Vogüé a la RM: Sources chrétiennes n. 105, pp. 169 ss. (ver más abajo la referencia completa).

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Caps. 8-9: la obediencia. Cap. 10: la humildad.

Segunda parte: el ordo monasterii (la organización del monasterio)

Cap. 11: los prepósitos. Caps. 12-14: sanciones disciplinares contra quienes no obedecen a los prepósitos. Cap. 15: el modo en que el abad debe curar a los indóciles. Cap. 16: el celerario. Cap. 17: el encargado de las herramientas. Caps. 18-21: los semaneros de cocina. Cap. 22: la comunión de la comunidad. Cap. 23: el servicio en el refectorio durante las comidas. Cap. 24: el lector del refectorio. Cap. 25: rito con el que se concluye el servicio semanal de los cocineros. Caps. 26-28: sobre la medida de los alimentos y la bebida; el horario de las comidas. Cap. 29: la siesta; el dormitorio. Cap. 30: el modo de acostarse a la noche; el silencio después de Completas. Caps. 31-32: los semaneros encargados de despertar a la comunidad. Caps. 33-49: el Oficio Divino. Cap. 50: el horario: trabajo manual y la lectura. Caps. 51-53: la “regla de Cuaresma”. Cap. 54: cómo se debe responder a la señal para la oración. Cap. 55: distancia que dispensa a quienes trabajan de asistir a la oración comunitaria. Cap. 56: celebración del Oficio Divino por aquellos que están de viaje. Cap. 57: la lectura de quienes están de viaje. Cap. 58: la celebración del oficio nocturno para quienes están de viaje. Cap. 59-62: las comidas de los que están viajando.

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Cap. 63: la despedida de “los hermanos espirituales” durante un viaje. Cap. 64: ¿cuántas veces deben ser readmitidos en la comunidad los que abandonaron el monasterio? Cap. 65: la recepción de los hermanos extranjeros. Caps. 66-67: oraciones para la partida y el retorno de los viajes. Cap. 68: del silencio a la salida de oratorio. Caps. 69-70: sobre los hermanos enfermos. Cap. 71: visitas y encuentros fuera de la clausura. Cap. 72: Las comidas con los hermanos extranjeros. Cap. 73: los hermanos que llegan tarde al Oficio Divino. Cap. 74: los hermanos que no aceptan comer en común. Cap. 75: el reposo dominical. Caps. 76-77: recepción las eulogias sacerdotales y de los clérigos. Cap. 78: trabajo que debe imponerse a los huéspedes después de dos días de permanencia en el monasterio. Cap. 79: reglamento para la hospedería y los huéspedes. Cap. 80: los hermanos que tienen poluciones nocturnas. Cap. 81: la ropería y el calzado de los monjes. Cap. 82: en el monasterio nadie tener algo en propiedad privada. Cap. 83: hospitalidad que se ofrece a los sacerdotes. Cap. 84: quiénes comen en la mesa del abad. Cap. 85: la venta de los objetos fabricados en el monasterio. Cap. 86: sobre las propiedades del monasterio. Caps. 87-91: la recepción de los candidatos a la vida monástica. Caps. 92-94: la elección del abad.

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Texto150 Prólogo 1Oh hombre, a ti que ante todo lees, y que luego me escuchas hablarte, deja las otras cosas que piensas, 2 y conoce que te hablo y que, por mi boca, Dios te amonesta (lit.: te acusa). 3A Él, el Señor Dios, debemos ir por voluntad nuestra, por las buenas acciones y las buenas obras de justicia, 4no sea que por nuestra negligencia de los pecados seamos convocados por la fuerza (y) llevados por la muerte.

5Por tanto, oyente que me escuchas hablar, percibe lo que no mi boca sino Dios te dice por este escrito. 6A ti, que aún vives, te amonesta sobre lo que después de la muerte deberás dar cuenta. 7Porque lo que todavía vivimos, como una tregua lo vivimos, cuando la piedad de Dios espera cotidianamente que nos enmendemos, y quiere que hoy seamos mejores de lo que fuimos ayer. 8Por tanto, tú que me escuchas, de tal modo atiende que mis palabras y lo que tú oyes, caminando por la consideración de la mente, lleguen a la encrucijada de tu corazón. 9En la cual encrucijada, viniendo tras mis palabras, deja detrás tuyo uno (de los caminos), el de la ignorancia de los pecados, 10e ingresa ya en las dos vías de la observancia de los preceptos (que se abren) ante ti. 11Y mientras buscamos ir hacia Dios, permanezcamos en esa encrucijada de nuestro corazón y consideremos esas dos vías de conocimiento que vemos ante nosotros. 12En estas dos vías, consideremos por cuál podemos llegar hasta Dios. 13Si tomamos el de la izquierda, temamos, porque es ancho, no sea que más bien conduzca a la perdición (Mt 7,13). 14Si doblamos a la derecha, vamos bien, porque es angosta y es la misma que conduce a los servidores diligentes al Señor verdadero (cf. Mt 7,14). 15Por tanto, que el oído desocupado (vaciuus) de ustedes siga mi discurso. 16Y tú, hombre, cuya consideración amonestamos, comprende que Dios te amonesta por este escrito, para que, mientras todavía vives y puedes enmendarte, corras cuanto puedas151; 17no sea que ahora fueras llamado por la muerte, (y) no puedas presentar ninguna excusa a Dios en el día del juicio o en las penas eternas, como si nadie te hubiera amonestado a enmendarte mientras vivías; 18y cuando más adelante ya no te puedas socorrer a ti mismo, sin remedio seas librado a una penitencia eterna. 19Por tanto, en adelante lo que oigas, obsérvalo, antes que salgas de la luz de este mundo, 20porque si sales de aquí, no volverás aquí sino hasta la resurrección. Y después de la resurrección, si aquí hubieras obrado bien, serás enviado a la eterna con los santos. 21Pero si no cumplieras este escrito, que te voy a leer, con acciones, serás enviado al fuego eterno de la gehena con el diablo, cuya voluntad has preferido seguir. 22Escucha entonces y obra lo que es bueno y justo, por esto encontrarás propicio a Dios, y lo que esta regla te muestra, cúmplelo con actos. 23Esta regla recibe el nombre de la rectitud de (las acciones) que exige, como lo dice el apóstol Pablo en su epístola: Según la medida de la regla, que Dios nos ha dado (o: distribuido) por medida, haciéndonos llegar hasta ustedes (2 Co 10,13). 24Porque la regla tiene el inicio en la verdad y el fin en la justicia, como lo dice el profeta: Les regirás con la vara (Sal 2,9), esto es, con el

150 Original latino editado en la Colección Sources Chrétiennes, n. 105, Paris, Les Édtions du Cerf, 1964, pp. 288 ss. Hemos tenido en cuenta la versión castellana de Ildefonso M. Gómez, osb: Regla del Maestro – Regla de S. Benito. Edición sinóptica, Zamora, Eds. Monte Casino, 1988, pp. 67 ss. (Col. Espiritualidad monástica fuentes y estudios, 18), pero se ha optado por ofrecer una nueva traducción. 151 O. con todas tus fuerzas.

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vigor del temor, 25como también lo dice al apóstol: ¿Qué prefieren, que vaya hacia ustedes con la vara o en la caridad? (1 Co 4,21). 26También dice el profeta: Es una vara recta la vara de tu reino, con la cual amaste la justicia y odiaste la iniquidad (Sal 44 [45],7-8). Y el Señor también dice: Visitaré con la vara las iniquidades de ustedes (Sal 88 [89],33).

Fin del prólogo de la Regla Tema

La parábola de la fuente 1Dice el profeta: Abriré mi boca en parábolas (Sal 77 [78],2); 2y también dice: Para ellos me he hecho parábola (Sal 68 [69],12). 3Nacidos a la tierra del seno de la madre Eva152, y engendrados por Adán en los excesos de la concupiscencia, descendimos al camino de este siglo (cf. Si 40,1), 4y recibiendo el yugo temporal de una vida peregrina, recorremos el itinerario de esta vida en la ignorancia de las buenas acciones y la experiencia incierta de la muerte (cf. Sal 38 [39],13; 1 P 2,11). 5Porque la peregrinación por este siglo nos ha cargado con un pesado viático de negligencia de pecados, 6y nuestras espaldas fatigadas por pesados equipajes, el sudor del esfuerzo sobre el suelo mostraba nuestra muerte ya vecina. 7Y nuestra ardiente sed anhelaba la muerte. 8Súbitamente a la derecha, al oriente, vimos una fuente de agua viva, 9y apresurándonos hacia ella vino antes una voz divina a nuestro encuentro, clamando y diciéndonos: Los que tengan sed, vengan al agua (Is 55,1). 10Y viéndonos venir cargados con pesados fardos, volvió a decir: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré (Mt 11,28). 11Nosotros al oír esta afable voz, arrojando al suelo nuestras cargas, urgidos por la sed nos arrojamos ávidamente hacia la fuente y bebiendo largo tiempo nos levantamos renovados. 12Y después de habernos levantado, permanecimos atónitos con gran gozo y cavilando, contemplando el yugo que habíamos llevado con esfuerzo por el camino y nuestras cargas, cuyo peso nos había fatigado hasta la muerte por nuestra ignorancia. 13Mientras contemplábamos y considerábamos largamente estas cosas, de nuevo oímos la voz de la fuente que nos había recreado diciendo: 14Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán paz para sus almas. 15Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11,29-30). 16Nosotros al oír esto digámonos unos a otros: 17“No volvamos, después de haber sido recreados en tan magnífica fuente, y (haber escuchado) la voz del Señor invitándonos, a la carga de los pecados que abandonamos; 18es decir, aquellos a los que renunciamos al ir a la fuente bautismal. 19Estos fardos de nuestros pecados antes nos habían fatigado con su peso hasta la muerte, por la ignorancia de la ley sagrada o por la desesperación de la ignorancia153 del bautismo. 20Pero ahora que hemos recibido la sabiduría de Dios, también los que estábamos cargados con los fardos de nuestros pecados, hemos sido invitados al reposo por la voz del Señor. 21Renunciemos por tanto a los fardos de nuestros antiguos pecados. 22Que el camino del siglo mantenga en los negligentes el peso de sus delitos. 23Nosotros ya no consideremos como madre nuestra la del limo de la tierra (Gn 2,7), Eva, sino la ley cristiana que nos llama al descanso divino. 24Igualmente, ya no buscamos, en nuestra voluntad de pecadores, un padre en Adán, sino en la voz del Señor que nos llama. 25Y aunque no nos atrevemos por nuestros

152 O: “Nacidos del seno de Eva, (nuestra) madre de la tierra”. 153 Cognitione ignoranti.

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propios méritos, sin embargo en nuestro renacimiento de tu sagrada fuente, te encontramos allí donde Tú estás”.

Comentario al Padre nuestro

1Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6,9). 2Vean, por tanto, hermanos, si ahora encontramos a nuestra madre en la Iglesia, y si nos atrevemos a llamar padre al Señor de los cielos, entonces ya es justo que abandonemos al padre terreno y a la madre carnal (Mt 19,29)154, 3no sea que obedeciendo a dos clases de padres, no sólo ofendamos a los ciudadanos, sino que por no haber dejado los parientes carnales, seamos juzgados hijos adulterinos nacidos de dos padres diferentes. 4Porque por el leño de la ofensa (cf. Gn 3,11) nuestra nación descendió del paraíso al seno, del seno al mundo, del mundo hasta el infierno155, a no ser que, nacidos de nuevo (Jn 3,5) por el bautismo y restablecidos por el leño de la cruz, hubiera actuado la pasión del Señor para que resurgiéramos, 6entrando de nuevo por gracia en aquel paraíso de donde había sido expulsado por la ofensa con libre arbitrio. 7Porque el Señor quebrantó aquel aguijón de la muerte que reinaba en nosotros (1 Co 15,56; Rm 5,14), cuando Cristo nos procuró el refugio de su cruz. 8Y después de restituirnos la gracia de su adopción, no cesa además de invitarnos al reino de los cielos. 9Por eso dice la voz del Señor: Si observan mis mandatos, yo seré para ustedes un padre y ustedes serán hijos para mí (Jn 15,10; 2 Co 6,18; cf. 2 S 7,14). 10Puesto que, aunque indignos, sin embargo por el conocimiento de su bautismo, nos atrevemos incluso a llamarlo padre en la oración. 11Y por eso es necesario que participemos de su pasión, para que merezcamos ser coherederos de su gloria (1 P 4,13; Rm 8,17). 12Por tanto, diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9)156, mostrémonos ahora tales, hermanos, que Dios quiera tenernos por hijos, 13y que la divinidad grabe dignamente en nosotros el nombre de hijos, cuando vea que nuestra voluntad no es diferente de su voluntad. 14En efecto, para ser verdadero hijo hay que asemejarse al padre no sólo por el rostro, sino también por las costumbres. 15Por tanto, después de haber merecido decir: Padre nuestro, que estás en los cielos, proseguimos entonces en la oración diciendo: Santificado sea tu nombre (Mt 6,9). 16No porque deseamos santificar su nombre, que es santísimo desde siempre y por siempre (cf. Ne 9,5)157, sino más bien para que Él mismo lo santifique por las buenas acciones de sus hijos158, 17para que el padre y Señor (ponga) su tabernáculo santo en nuestros espíritus159 y haga habitar (en él) al Espíritu Santo (cf. Sal 45 [46],5; Rm 8,11), 18para que Dios ayude nuestros corazones con su mirada160 y los custodie siempre con su presencia (cf. Sal 45 [46],6; Flp 4,7). 19Después decimos: Que venga tu reino (Mt 6,10). 20Vean hermanos, he aquí que deseamos que venga el reino de Dios y además rogamos que se apresure su juicio, y todavía no tenemos preparadas nuestras cuentas. 21Así, por tanto debemos obrar en todo momento de modo que nuestro Señor y padre nos reciba después; 22y que, complaciéndole cada día por las buenas acciones (hechas) ante Él, nos saque de entre los cabritos (colocándonos) a su derecha e introduciéndonos en el reino eterno (Mt 25,32-33); 23para que conozcamos en el futuro juicio un juez propicio, a quien en el siglo presente nos atrevimos a llamar padre. 154 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor 9; Sobre la unidad de la Iglesia católica 6; Epístola 74,7,2. 155 Cf. Passio Sebastiani, 11. 156 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor 11. 157 Ab aeterno et usque in aternum. 158 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor 12. 159 Mentibus. 160 Vultu suo.

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24Después decimos: Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo (Mt 6,10). 25En esta frase, hermanos, se hace referencia al estado de libre arbitrio en nosotros. 26Y aquello nocivo que la persuasión de la antigua serpiente introdujo en nosotros es amputado, si queremos, cuando se realiza en nosotros la voluntad reparadora del Señor, 27como dice el apóstol: De modo que no hagan lo que quieran (Ga 5,17). 28En efecto, lo que el elige el espíritu (es) que se cumpla la voluntad de Dios en nosotros, para que el alma ya no haga cualquier cosa a que la persuade la concupiscencia161 con la carne depravada162. 29Oramos, por tanto¸ para que se haga en nosotros la voluntad del Señor163. 30Si, entonces, siempre se cumple en nosotros su voluntad, en consecuencia no hay (voluntad) propia, que, examinada sobre sus faltas, sea condenada en el día del juicio. 31La voluntad, por tanto, del Señor es santa. 32Le es dado juzgar sin temor de ser juzgada. 33Esa voluntad suya, a quienes la cumplan, se les promete que juzgarán también a los ángeles (1 Co 6,3). 34Esta santa voluntad, nuestro Señor y salvador, nos la muestra en su propia conducta164, para cortar en nosotros el libre arbitrio de la carne, diciendo: No vine a hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió (Jn 6,38). 35Y de nuevo en su santa pasión dice: Padre, si es posible, aparta este cáliz de mí (Mt 26,39).36Pero esta voz de temor en el Señor era la de la carne que había revestido, mostrándonos que los actos de la vida siempre deben ser examinados con cuidado, porque hay que temer el advenimiento de la muerte. 37Y además era una pregunta que el Señor dirigía al Padre: si lo que queremos de nosotros puede cumplirse en nosotros, o si lo que no queremos se nos puede imponer justamente contra nuestro deseo. 38De donde en lo subsiguiente (tenemos) el modelo de la fidelidad con la que el Señor se entrega a la voluntad del Padre diciendo: Pero no como yo quiero, sino como tú quieres (Mt 26,39). 39Y todavía agrega: Si este cáliz no se puede apartar de mí sin que lo beba, que se haga, con todo, tu voluntad (Mt 26,42). 40Vean, por tanto, que cualquier cosa que elegimos por nuestra voluntad, se reconoce injusta; y lo que se nos impone justamente contra nuestro deseo por quien nos manda, es un beneficio para nuestra rendición de cuentas. 41Porque del mismo modo que el hombre no puede ver su rostro, dirigiendo los ojos sobre sí mismo, igualmente no puede ser su propio juez, sino (sometiendo) justamente lo que ve al juicio de otro. 42Puesto que si nadie puede ver su rostro, ¿cómo pude probar que su voluntad es justa, sino (sometiendo) al juicio de otro lo que vemos en nosotros? 43¡He aquí, hermanos, cuánta bondad trae el Señor para nuestra reparación y qué camino de salvación nos ha mostrado en nuestro error, 44nos ha mostrado en su Hijo unigénito lo que buscaba realizado en sus servidores! 45Que se haga tu voluntad en el cielo como en la tierra (Mt 6,10). 46Cuando dice “en el cielo”, podemos interpretar rectamente, hermanos, que así como la voluntad del Señor es santamente cumplida por los ángeles en el cielo, así también “en la tierra” misma se desea que el mandamiento de Dios se cumpla en los hombres carnales gracias a los profetas y los apóstoles, 47para que, según lo que dice la santa escritura, en uno y otro elemento, esto es en el cielo y en la tierra, el Señor reine también en nosotros por sus mandatos, y que haya un solo pastor y un solo rebaño (Jn 10,16). 48Igualmente podemos comprender espiritualmente aquello que ha dicho: Que se haga tu voluntad en el cielo (Mt 6,10), 49es decir, como en su Hijo nuestro Señor, porque (Él) descendió de los cielos para cumplir la voluntad del Padre, como dice el Señor mismo: No vine a hacer mi voluntad, sino la del que envió… (Jn 6,38; cf. 1 Co 15,47). -50Ves, por tanto, si el mismo Señor nuestro salvador muestra que ha venido no para hacer su

161 Concupiscens. 162 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor, 16. 163 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor, 14 y 16. 164 Per formam faciendi in se.

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voluntad sino para cumplir las órdenes del Padre, ¿cómo yo, mal servidor, puedo creer justo hacer mi voluntad165?-. 51Respecto de lo cual dice también el apóstol: ¿Quién es el que ascendió, sino el que también descendió a los abismos de la tierra? (Ef 4,9). 52Porque dice asimismo “y en la tierra”, esto es, en la máquina que es nuestro cuerpo, formado del barro de la tierra, sobre el que dice la sentencia de Dios: Eres tierra y a la tierra volverás (Mt 6,10; Gn 2,7; 3,19). 53De modo semejante se pide que la voluntad del Señor se cumpla justamente por nosotros, para que se realice cotidianamente en nosotros la voluntad del Señor y no se encuentre voluntad propia, que en el juicio futuro sea condenada al castigo, sino que esté en nosotros la voluntad del Señor que será coronada de gloria. 54Luego sigue la oración diciendo: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy (Mt 6,11). 55Así, hermanos, cuando hayamos realizado cada día la mencionada voluntad de Dios sin falta y hayamos cumplido en el temor del Señor todos los mandamientos, 56seremos dignos de pedir como obreros suyos que nos conceda el alimento, porque no niega su salario al asalariado digno (Lc 10,7; 1 Tm 5,18; Dt 24,14). 57Después decimos: Perdona nuestras deudas, como nosotros también perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,12). 58Hermanos, al rezar esto temamos mucho, no sea que el Señor nos responda a estas palabras de nuestra oración diciendo: Se los juzgará con el juicio con que han juzgado, y la medida con que midieron se usará con ustedes (Mt 7,2). 59Y mira, cuando pides esto, si lo que no quieres que te hagan, no lo has hecho a otro (Mt 7,12; Tb 4,16). 60Por tanto, antes de escuchar estas palabras del Señor, hermanos, primero escrutemos nuestro corazón, para ver si también es justo lo que pedimos al Señor, para que no hayamos negado a los que nos pedían. 61Nosotros pedimos que se nos perdonen nuestras deudas. Dios escucha y quiere perdonar, pero si antes nosotros perdonamos a quienes nos lo piden. 62¿Puedo dudar, yo hombre miserable (Rm 7,24), que la retribución divina no corresponde a mis buenas obras? 63Mira, reconoce y considera, oh hombre miserable, ¿acaso eres más bondadoso que Dios166? 64¿Quién al imponerte algunos deberes de justicia y de piedad, además de la recompensa y los dones que te otorga, (permite) que seas tú mismo el beneficiario de lo que haces? 65Porque nada hay que el Señor no tenga en su poder, nada tuyo disminuye su fuerza o le falta en su gloria. 66Lo único que (quiere) es nuestra salvación, que nos la provee con su gracia, a pesar de las perdidas que le ocasionamos por nuestra negligencia. 67Después decimos: Y no nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13). 68Estas palabras, hermanos, nos amonestan fuertemente a ser solícitos. 69Y por tanto debemos rogar a Dios y con frecuentes gemidos golpear más nuestros corazones que nuestros pechos, para que el Señor no nos deje, a sus servidores, sin su auxilio en todo momento; 70para que nuestro adversario el diablo, que nos ronda continuamente como un león, buscando devorar a alguno de nosotros (cf. 1 P 5,8), no tenga poder o acceso, y busque corromper nuestros corazones con sus depravadas insinuaciones. 71Por tanto, hay que orar al Señor incesantemente, para que la protección de su ayuda se digne rodearnos con el muro de su gracia y haga inaccesibles en nosotros con su fortificación los accesos de la tentación167, 72para que no permita que la obra de sus manos168 padezca la cautividad y ceda a la esclavitud del enemigo; 73aún cuando si damos nuestro consentimiento voluntariamente a las tentaciones del susodicho enemigo169, 74y si nos reducimos a nosotros mismos a la servidumbre, comencemos más a desear nuestro enemigo que a huirle.

165 Cf. Cipriano, Sobre la oración del Señor, 14; Historia monachorum, 31. 166 Vissio Pauli 40. 167 Cf. Passio Iuliani 11 (para los vv. 69-71). 168 Plasmam facturae. 169 Optamos por leer con I. M. Gómez nos ultro en vez de non ultro.

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75Seguimos entonces completando la oración diciendo: Mas líbranos del mal (Mt 6,13). 76Hermanos santísimos, Dios quiere cumplir en nosotros esto antes que se lo pidamos, porque Él es poderoso y nada le es difícil, pero si nosotros lo merecemos. 77Porque Él no quiere que se caiga nuestro edificio170, que Él mismo construyó con sus manos. 78Por eso se apresura a sacarnos de la trampa, si no le damos voluntariamente nuestro consentimiento a las sugestiones del enemigo (cf. Sal 30 [31],5), 79sino que rogamos incesantemente al Señor, para que nos conceda el auxilio de su gracia (y) dignamente podamos decir: Porque el Señor está a nuestra derecha, no vacilaré (Sal 15 [16],8), 80y seguros del Señor repitamos de nuevo: No temeré el mal, porque tú estás conmigo (Sal 22 [23],4). 81De modo que quien en el principio de esta oración nos enseñaba atrevernos a llamar padre al Señor, por su gracia, así también en el final de la oración se dignará librarnos del mal. Amén.

Comentario a los Salmos

1Por tanto, hermanos, acabada nuestra oración al Señor, tratemos ahora en lo que sigue, según sus mandatos, sobre las obras de nuestro servicio171, 2para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones. 3En todo tiempo, por tanto, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos, 4ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria. 5Levantémonos, entonces, de una vez, como perezosos, a las excitaciones de la Escritura, que dice: Porque ya es hora de levantarnos del sueño (Rm 13,11); 6y abiertos nuestros ojos a la luz deífica, oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz divina cuando clamando nos dice: 7El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias (Ap 2,7; Mt 11,5). 8¿Qué cosa? Vengan, hijos, escúchenme, yo les enseñaré el temor del Señor (Sal 33 [34],12). 9Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los alcancen las tinieblas de la muerte (Jn 12,35). 10Y buscando el Señor a su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este clamor, grita de nuevo diciendo: 11¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices? (Sal 33 [34],13). 12Tú que escuchas, responde: “Yo”. Y el Señor te dirá: 13“Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, prohíbe el mal a tu lengua, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela” (cf. Mt 19,16; Sal 33 [34],14-15). 14Y cuando hayan hecho esto, pondré mis ojos sobre ustedes, los justos, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: “Aquí estoy” (Sal 33 [34],16; Is 58,9¸65,24172). 15¿Qué cosa más dulce para nosotros, hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? 16He aquí cómo el Señor, en su piedad, nos muestra el camino de la vida. 17Ciñiendo, por tanto, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó. 18Si queremos habitar en la morada de ese reino, no llegaremos allí sino corriendo con las buenas obras. 19Pero preguntemos al Señor con el profeta, diciéndole: Señor, ¿quién habitará en tu morada, o quién descansará en tu monte santo? (Sal 14 [15],1). 20Después de esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nuevamente nos responde y nos muestra el camino de su tabernáculo, 21diciendo: El que anda sin pecado y practica la justicia; 22el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en

170 Macinam. 171 A partir del siguiente versículo (2) comienza el paralelismo con el prólogo de la RB. 172 Passio Iuliani 12.

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su lengua; 23el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se afrentara a su prójimo (Sal 14 [15],2-3); 24el que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador, y lo redujo a nada junto con su misma tentación, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra la piedra, que es Cristo (Sal 14 [15],4; 136 [137],9). 25Los los que temiendo al Señor no se engríen de su buena observancia, sino que consideran que el mismo bien que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor (Sal 14 [15],4), 26más bien engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria (cf. Sal 14 [15],4; 113 [115],9 [1]). 27Tampoco el apóstol Pablo se atribuía nada de su predicación, diciendo: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Co 15,10). 28Y el mismo también dice: Si hay que gloriarse, no me toca a mí [hacerlo] (2 Co 12,1). 29El Señor continúa, entonces, indicándonos el camino de la vida bienaventurada, diciendo: El que jura a su prójimo y no lo engaña; el que no presta dinero a usura, 30el qué no acepta soborno contra los inocentes (Sal 14 [15],4-5). 31Y prosigue el Señor diciéndonos en el Evangelio: Quien escucha estas palabras mías y las practica nunca fallará (Mt 7,24; Sal 14 [15],5). 32Y nosotros preguntémosle, diciendo: “¿Cómo, Señor, nunca fallará?”. 33El Señor nos responderá nuevamente: “¿Cómo? Porque se parece a un hombre sabio que edificó su casa sobre piedra; 34vinieron los ríos, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, y no se cayó, porque estaba fundada sobre piedra (Mt 7,24-25). 35Dicho esto173, el Señor calla, esperando de nosotros cada día que le respondamos a sus santas admoniciones con actos (cf. Mt 7,28). 36Por eso cotidianamente se nos dan de tregua los días de la presente vida, para la enmienda de nuestras malas (acciones), 37según dice el apóstol: ¿Ignoras acaso que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? (Rm 2,4). 38Porque el piadoso Señor afirma: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11). 39Cuando le preguntamos al Señor, hermanos, sobre quién moraría en su casa, oímos lo que hay que hacer para habitar en ella, a condición de cumplir el deber del morador. 40Por tanto, preparemos nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar bajo la santa obediencia de los preceptos, 41y roguemos al Señor que nos conceda la ayuda de su gracia, para cumplir lo que nuestra naturaleza no puede. 42Y si queremos evitar las penas de la gehena y llegar a la vida perpetua, 43mientras todavía haya tiempo, y estemos en el cuerpo, y haya tiempo para cumplir todas estas cosas a la luz de esta vida, 44corramos y practiquemos ahora lo que nos aprovechará eternamente. 45Vamos, por tanto, a establecer una escuela del servicio del Señor, 46para que, no abandonando jamás su magisterio y perseverando en el monasterio en su enseñanza hasta la muerte, merezcamos participar por la paciencia de la pasión de Cristo, para que el Señor nos haga también coherederos de su reino. Amén. Capítulo 1: Los géneros de monjes: su modo de beber, sus acciones y su vida en los cenobios174 1Es manifiesto que hay cuatro clases de monjes. 2La primera es la de los cenobitas, esto es, la de aquellos que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad. 3La segunda clase es la de los anacoretas o ermitaños, quienes, no en el fervor novicio de la vida religiosa, sino después de una larga probación en el monasterio 4aprendieron a pelear contra el diablo, enseñados por la ayuda de muchos. 5Bien adiestrados en las filas de sus hermanos para la lucha solitaria del desierto, se sienten ya seguros sin el

173 Haec conplens... 174 Los cambios de plural al singular y viceversa, que pueden desconcertar, no son errores de la traducción, sino una característica peculiar del estilo del Maestro.

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consuelo de otros, y son capaces de luchar con sólo su mano y su brazo, con Dios y con el espíritu, contra los vicios de la carne y de los pensamientos. 6La tercera, verdaderamente pésima clase de monjes es la de los sarabaítas, a la que sería mejor llamar todavía laica, de no impedírmelo la tonsura del estado religioso175. Éstos no han sido probados, como oro en el crisol (Sb 3,6), por ninguna regla sino que blandos como plomo, y con la experiencia como maestra, 7en sus acciones guardan fidelidad al mundo, y mienten a Dios con su tonsura. 8De dos en dos o de tres en tres, o también solos, sin pastor, reunidos, no en los apriscos del Señor sino en los suyos propios. Su ley es la satisfacción de sus gustos: 9llaman santo a lo que se les ocurre o eligen, y consideran ilícito lo que no les gusta. 10Y mientras buscan tener a su disposición personal celdas, cofrecitos y cositas, ignoran que pierden sus pequeñas almas. 11En idéntica situación se encuentran los que recientemente convertidos y guiados por un inmoderado fervor, piensan que el desierto es un lugar de reposo176, 12y sin pensar que el diablo les insidia y les perjudica, entablan con él, tan seguros como inexpertos, un combate singular, indudablemente condenados a acabar en las fauces del astuto lobo. Sátira de los giróvagos 13La cuarta clase de monjes, mejor sería no mencionarla y haría mejor callándome que hablando sobre los tales, 14se la llama la clase de los giróvagos, que pasan toda su vida hospedándose tres o cuatro días en las diferentes celdas y monasterios de las diversas regiones. 15Así, al pretender -en atención a la llegada del huésped- ser nuevamente recibido cada día por diversos anfitriones, 16y en razón del gozo provocado por su llegada, esperan que se les preparen manjares exquisitos, y que se les proporcionen a diario, por diversos anfitriones y con ocasión de su llegada, aves tiernas de corral previamente degolladas para ellos; 17no creen ser gravosos para diversas personas, cuando, cambiando cotidianamente de anfitrión, se hacen preparar por diferentes personas diversos (platos), por la novedad de la llegada, bajo (la cobertura) de una inoportuna caridad. 18Y como exigiendo, de la invitación de los diversos anfitriones, (el cumplimiento) del precepto del apóstol en el que dice: Practiquen la hospitalidad (Rm 12,13), 19con ocasión del precepto reclaman, después del camino, un alivio para sus pies inquietos, por causa del viaje, (pero) desean más que sus corrompidos intestinos se sacien con una cena o un almuerzo muy generosos, con infinitas libaciones. 20Y cuando, después del camino, el famélico huésped ha vaciado la mesa y limpiado hasta las mismas migajas de pan, sin vergüenza declaran su sed al anfitrión, (y) si no hay copa de la hospitalidad177, le ruegan al anfitrión que la prepare en ese mismo plato. 21Y después de un doble exceso de comida y bebida, cuando están saciados hasta el vómito, imputan a las fatigas del camino lo que la gula les ha ganado. 22Y antes que un nuevo lecho reciba al huésped, más cansado de la comida y la bebida que del camino, cuentan al anfitrión, exagerándolas, las fatigas de su viaje; 23(y) mientras obligan a su anfitrión a resarcir con la merced del descanso los abundantes platos y las infinitas copas, excusan (y) velan el motivo de su vagabundeo por causa de la peregrinación y la cautividad178. 24E inmediatamente preguntan dónde se encuentra un monje o un monasterio vecinos donde quedarse o detenerse cuando se vayan, 25como cansados y para quienes el mundo entero está ya cerrado, y ningún lugar puede albergarlos, ni las selvas, ni el mismo dilatado desierto de Egipto, 26ni ninguno de los 175 Propositi sancti. 176 Quietem. 177 Calix hostasus 178 Captivitatem: la servidumbre de la vida monástica.

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monasterios les recibe para el servicio de Dios, y que todo el mundo, como dijimos, no puede acogerlos. 27Este (es) el justo motivo por el que vagabundean, dicen ellos, sin poder encontrar en ningún lugar reposo y refrigerio para el alma, e íntegra observancia de la disciplina; 28como si dijeran que son tan sabios, que sólo a ellos les disgusta todo lo que a Dios y a todos les agrada. 29Y por eso eligen deambular, para cambiar cada día los anfitriones, y sumar nuevas y variadas refecciones, y repetidas copas, por causa de la sed del viaje. 30Por tanto, obrando así hacen ver que su peregrinar cotidiano es más por su gula que por su alma. 31Y cuando, después de dos días con un anfitrión, los mismos aprestos culinarios ya disminuyen (y) desaparecen; 32y cuando al amanecer del tercer día se ve al anfitrión ocupado no en la cocción de la refección, sino en el trabajo de su celda, 33en seguida considera conveniente buscarse otro anfitrión, y apenas llegado ya se va. 34Entonces se apresuran a decir adiós al anfitrión, al que llaman avaro, y ocupados en emigrar de tal hospedaje, piden al anfitrión que ore por su partida. 35Así se apresuran como si alguien los empujara, como si los esperaran ya preparadas las comidas de otros anfitriones. 36Y si no lejos de ese monasterio encuentran la celda de un monje, deteniéndose, le dicen que vienen de muy lejos, de los confines de Italia. 37Y la cabeza inclinada con afectada humildad, de nuevo mienten a ese anfitrión con algo sobre su peregrinación o cautividad, 38después obligan al piadoso anfitrión, compadecido a causa del largo viaje, a vaciar toda su pobreza en marmitas y en la mesa. 39Sin duda, después de dos días también abandonarán a ese mismo anfitrión desnudo y despojado por los glotones. 40Y cuando al tercer día su celda, sus costumbres y su disciplina le desagraden, 41y cuando, después de dos días, éste también exhiba la reducción y disminución de la mesa, 42inmediatamente se le exige la entrega de las alforjas, llenas ya con los panes duros de los diversos anfitriones. 43Como en las mesas de los diferentes hospedajes recogen panes tiernos, al guardarlos por avaricia terminan por enmohecerse. 44Después, por tanto, que se les han entregado las alforjas, en seguida sacan al pobre asno de la pastura, el mísero después de la fatiga del reciente viaje hubiera deseado (permanecer) en la pastura, si a sus dueños no les hubiera desagradado la hospitalidad (al cabo) de dos días. 45Y nuevamente aparejado y cargado con las diversas túnicas y cogullas, las cuales o bien exigidas a diferentes (personas) con inoportunos (ruegos), o bien aprovechando la ocasión de robarlas, las habían sustraído a diversos anfitriones 46-y para poder pedir a otros, fingían vestirse con harapos-, 47se despiden también de ese anfitrión, ¡apenas llegados ya se van!, porque en su ánimo ya los invita otro hospedaje. 48Se lo azota, se lo aguijonea, se lo lastima al mísero asno, que se encorva y no parte. 49Golpean sus orejas, cuando no quedan (lugares ilesos) en la grupa. 50Así el pobre es asesinado, y cansado, se lo empuja con las manos, porque tienen apuro y se preocupan por llegar a otro monasterio para la comida. 51Y cuando llegan a las puertas de otro monasterio o de otro monje, entonces desde afuera, con voz alegre y fuerte, gritan: “Bendigan”, 52como si ya recibieran en la mano aquella copa, que en seguida de ingresar en el monasterio van a pedir para su sed. 53Y entrando por las puertas, aún no anunciados ni recibidos, descargan; 54y como si llegaran allí por alguna obligación o delegación de alguien, depositan en el interior las alforjas, antes que el mismo anfitrión los reciba. 55Y si se apresuran, en primer lugar, al oratorio, es sólo por el deseo del vino que (recibirán) a causa de la sed, por la fatiga del viaje; y si a la mañana piden agua, es para que, por caridad, les ofrezcan vino. 56Porque esos tales, deambulando, ignoran los ayunos, 57y llegando hasta quien ayuna, o lo obligan a romper los ayunos por el huésped que ha llegado, 58o no se avergüenzan de decirle de viva voz esto: que más bien ayuna por avaricia, puesto que no quiere restaurar al huésped después del viaje. 59Y por sus costumbres de vagabundeo y de gula, obligan a (hombres) perseverantes a violar los ayunos, imputando a la fatiga del viaje

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cualquier cosa que se permiten. 60Y no saben que, si no pueden ayunar o (practicar) la abstinencia, o no saben estar estables por algún tiempo en un lugar, no es porque una necesidad les obligue a deambular, sino que los empuja la voluntad de la gula, 61cuando llegando con seguridad buscan comer los panes del trabajo de otro, y aman enjugar sus sudores en los lechos de diversos (anfitriones), sobre colchones extranjeros. 62En esos colchones, ya indigestos por el exceso de comida y bebida, buscan satisfacer el sueño, 63y de hecho, ocupados en sus vagabundeos gastronómicos, descuidaron siempre el estudio179 de los Salmos, 64(por lo que) con sus mismas bocas responden tener fatigados los huesos después del viaje, no pudiendo levantarse del lecho, cuando se los vio sanos, comiendo la tarde anterior en la mesa. 65Inmediatamente acabados los maitines de la obra de Dios, se levantan gimiendo y fatigados. 66Así, tonificados por el vino desde el amanecer, pidiendo un trozo de pan, fingiendo enfermedad y deseando un reconstituyente, 67salen de ese monasterio o celda encorvados falsamente por fingida enfermedad, secretamente seguros que, pasando la puerta, reemprenderán la marcha perfectamente sanos. 68Pero puesto que no quieren que el abad de un monasterio, por su autoridad, se ocupe de todas las cosas necesarias, 69entonces deberían construirse una celda, permaneciendo (en ella), viviendo a su arbitrio y pensando ellos mismos en las cosas necesarias para la subsistencia; 70y si nuestra vida les disgusta, nos deberían mostrar su forma (de vivir). 71De donde, nunca estables, se ven obligados a deambular cotidianamente, a mendigar, a penar y gemir, en vez de permanecer en un lugar, trabajar y vivir. 72Y cada día entran de nuevo en diversas celdas como humildes huéspedes que sólo inclinan la cabeza; luego, al cabo de dos días, orgullosamente y como ingratos, emigrarán. 73Y como a quienes no agradan la vida y el obrar de los diversos (anfitriones), y la disciplina de todos los monasterios, prefieren más deambular que establecerse. 74Vagando siempre por diversos lugares, ignoran quién dará asistencia a sus enfermedades, y lo que es peor, no saben dónde establecer su sepultura. 75Por tanto, estimado mucho la primera clase, la de los cenobitas, cuya milicia y probación es la voluntad de Dios, volvamos a la regla de ellos. 76Hermanos, el Señor nos grita cada día diciendo: Conviértanse a mí, y yo me convertiré a ustedes (Za 1,3). 77Por ende, nuestra conversión hacia Dios, hermanos, no es otra cosa sino nuestro alejamiento del mal, como dice la Escritura: Apártate del mal y haz el bien (Sal 33 [34],15). 78Cuando nos apartamos de tales males, miramos al Señor, 79y Él de inmediato nos ilumina con su rostro (Sal 66 [67],2), dándonos su ayuda, concede en seguida su gracia a quienes la piden, la muestra a quienes la buscan, la abre a quienes golpean (cf. Mt 7,7; Lc 11,9). 80Estos tres dones los concede juntos el Señor a quienes hacen la voluntad de Dios, no la suya (propia), porque una cosa (es) lo que el Señor nos manda en el espíritu, y otra lo que la carne nos obliga en el alma, 81y cada uno es siervo del que lo ha vencido (2 P 2,19). 82Ahora bien, el Señor ha constituido en su Iglesia, conforme al nombre de la Trinidad, tres grados de enseñanza: primero el de los profetas, segundo el de los apóstoles, tercero el de los doctores (1 Co 12,28; cf. Ef 4,11), 83a fin de regir bajo su mandato y doctrina las iglesias y las escuelas de Cristo, 84como los pastores encierran las ovejas divinas en los santos rediles, según dice el Señor por el profetas Isaías: Les daré pastores conforme a mi corazón, y las harán pastar con disciplina (Jr 3,15), 85y el mismo Señor le dice a Pedro: Simón, (hijo) de Juan, apacienta a mis ovejas (Jn 21,17), 86enseñándoles a cumplir lo que les mandé. Y he aquí que estaré con ustedes todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28,20). 179 Meditari.

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87Y por eso a todos los que todavía tienen a la insensatez180 por madre les conviene estar bajo la autoridad de un superior, para que caminando según el arbitrio de un doctor, aprendan a ignorar el camino de la voluntad propia. 88En efecto, por el doctor el Señor nos manda, porque, como se ha dicho más arriba, Él está siempre con esos doctores, todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28,20), 89no (teniendo), sin duda, otro fin sino edificarnos por medio de ellos, como el mismo Señor dijo a sus discípulos, nuestros doctores: Al que ustedes oye, a mí me oye; y el que los desprecia, me desprecia a mí (Lc 10,16). 90Por tanto, si escuchamos y hacemos lo que (dicen) los doctores, ya no hacemos lo que queremos, 91de modo que el día del juicio nada haya en nosotros que el diablo pueda reivindicar para llevarlo con él a la gehena, 92porque el Señor siempre habrá realizado en nosotros (acciones) que (Él) debió juzgar (dignas) de la gloria. Capítulo 2: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo debe ser el abad? El Señor responde por el maestro: 1Un abad digno de presidir un monasterio debe acordarse siempre de cómo se lo llama, y llenar con obras el nombre de superior. 2Se cree, en efecto, que hace las veces de Cristo en el monasterio, puesto que se lo llama con ese nombre, 3según lo que dice el Apóstol: Recibieron el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos al Señor: “Abba, Padre” (Rm 8,15). 4Por lo tanto, el abad no debe enseñar, establecer o mandar nada que se aparte del precepto del Señor, 5para que su mandato, su monición y su doctrina se difundan en las almas de los discípulos como un fermento de la justicia divina. 6Recuerde siempre el abad que se le pedirá cuenta en el tremendo juicio de Dios de ambas cosas: de su doctrina y de la obediencia de sus discípulos. 7Y sepa el abad que el pastor será el culpable del detrimento que el Padre de familias encuentre en sus ovejas. 8Pero si usa toda su diligencia de pastor con el rebaño inquieto y desobediente, y emplea todos sus cuidados para corregir su mal comportamiento, 9su pastor será absuelto en el juicio del Señor, y podrá decir con el profeta: No escondí tu verdad en mi corazón; manifesté tu verdad y tu salvación, pero ellos, desdeñándome, me despreciaron (Sal 39 [40],11; Is 1,2). 10Y entonces, por fin, el castigo de las ovejas desobedientes encomendadas a su cuidado sea su propia enfermedad mortal. 11Por tanto, cuando alguien recibe el nombre de abad, debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, 12esto es, debe mostrar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras. ¿De qué modo? A los discípulos inteligentes proponga con palabras los mandatos del Señor, pero a los duros de corazón y a los simples muestre con sus obras los preceptos divinos. 13Y cuanto enseñe a sus discípulos que es malo, muestre en su persona con acciones que no se debe hacer, no sea que predicando a los demás sea él hallado réprobo (1 Co 9,27), 14y que por sus pecados Dios le diga: ¿Por qué has proclamado tú mis preceptos y tomas en tu boca mi alianza? Pues tú odiaste la disciplina (Sal 49 [50],16-17). 15Y: Tú que veías una paja en el ojo de tu hermano ¿no viste una viga en el tuyo? (Mt 7,3). 16No haga distinción de personas en el monasterio. 17No ame a uno más que a otro, sino al que hallare mejor por sus buenas obras. 18Al esclavo que se convierte no antepondrá el hombre libre por causa de su nacimiento. 19¿Por qué? ¿Por qué? Porque tanto el siervo como el libre, todos somos uno en Cristo, y servimos bajo un único Señor en una misma milicia, porque no hay acepción de personas ante Dios (Ef 6,8; Ga 3,28; Rm 2,11). 20Sólo seremos distinguidos ante Dios si somos encontrados mejores que los demás por nuestras acciones. 21Y sin embargo, para mostrar su piadosa clemencia semejante para con todos, Dios ordena a los elementos de la tierra servir por igual a 180 Insipientia.

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justos y pecadores (cf. Mt 5,45). 22Sea, por tanto, igual su caridad para con todos, aplicando idéntica disciplina en todos los casos. 23El abad debe, en efecto, guardar siempre en su enseñanza, aquella norma del Apóstol que dice: Reprende, exhorta, amonesta (2 Tm 4,2), 24es decir, que debe actuar según las circunstancias, ya sea con severidad o con dulzura, mostrando rigor de maestro o afecto de padre piadoso. 25Debe, pues, reprender a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y muy pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste a los negligentes y a los arrogantes. 26Pero debe mostrar en su propia persona una humildad tal como la que el Señor demostró a los apóstoles que peleaban por el primer lugar, 27es decir, cuando tomando a un niño de la mano lo puso en medio de ellos y dijo: 28“El que entre ustedes quiera ser el más grande, sea como éste” (Mt 18,2-3). 29Y así todo lo que el abad ordene hacer a sus discípulos por (el nombre) de Dios, empezará él a hacerlo, y cada vez que da directivas, los miembros le seguirán de inmediato adonde los conduzca la cabeza. 30Sin embargo, debe tener hacia todos los hermanos una caridad y una bondad tales que, no prefiriendo a ninguno, muestre en sí a todos los discípulos el nombre de ambos padres, 31el de madre, presentando su igual caridad; el de padre, mostrando una razonable piedad. 32El abad debe acordarse siempre de lo que es, debe recordar el nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige (Lc 12,48). 33Y sepa que quien recibe almas para regirlas, debe prepararse para rendir cuentas. 34Y tenga por cierto que, cuantos son los hermanos que sabe bajo su cuidado, en el día del juicio de todas esas almas deberá dar razón exactamente al Señor, sin duda añadiendo también la suya. 35Porque para no hacer su voluntad propia en el monasterio, los hermanos militaron siempre bajo sus órdenes en toda obediencia. 36Puesto que cuando sean examinados sobre todas sus acciones, dirán al Señor en el juicio que todos sus actos los realizaron por obediencia al mandato del maestro. 37Y por eso el maestro debe ser siempre cauto, 38para que todo lo que manda, todo lo que enseña, todo lo que corrige se demuestren ser preceptos de Dios, conforme a la justicia181, de modo que en el juicio futuro no sea condenado. 39Temiendo siempre la cuenta que va a rendir como pastor de las ovejas a él confiadas, porque al cuidar de las cuentas ajenas, se vuelve cuidadoso de las suyas, 40y al corregir a los otros con sus exhortaciones, él mismo se corrige de sus vicios. 41Lo que el abad verdaderamente quiera realizar o hacer para utilidad del monasterio, hágalo con el consejo de los hermanos, 42y convocados todos los hermanos se tratará en común sobre la utilidad del monasterio. 43Sin embargo, los hermanos, no por una libre iniciativa o contra la voluntad de la autoridad del abad, son eventualmente llamados a deliberar, sino por una orden o mandato del abad. 44Pero si a todos se debe pedir consejo, (es) porque tantos hombres, tantas son las opiniones, por la mucha diversidad, 45-no sea que de quien no se espera, dé inesperadamente un consejo mejor y más ventajoso para la utilidad común-, 46y de muchos consejos se puede encontrar lo que es mejor elegir. 47Si de entre (los hermanos) nadie puede dar un consejo adecuado, entonces el abad, dando razón de su decisión, decretará lo que quiera, y es justo que los miembros sigan a la cabeza. 48Si dijimos que todos los hermanos deben ser llamados a consejo, es por causa de la consigna del monasterio: los bienes del monasterio son de todos y de nadie. 49De todos, porque avanzando, los hermanos esperan sucederse en el monasterio alternativamente; 50de nadie, porque nada hay en el monasterio que los hermanos puedan reivindicar para sí personalmente, y ninguno decreta o hace algo por libre arbitrio, sino que todos viven bajo la autoridad del abad. 181 Iustitia dictante.

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51Por tanto, el abad será el artífice este santo arte, no atribuyéndose a sí mismo el ministerio de ese arte, sino al Señor, cuya gracia obra en nosotros cualquier obra santamente realizada por nosotros. 52Ese arte se debe enseñar y aprender en la oficina del monasterio, y puede ejercitarse con las herramientas espirituales. Capítulo 3. Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es el arte santo que debe enseñar el abad a los discípulos en el monasterio? El Señor responde por el maestro: 1He aquí el arte santo: primero creer, confesar y temer a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Dios en la Trinidad y trino en la unidad, trino en la única substancia de la deidad y uno en la trina potencia de la majestad182. Por tanto, a Ése: Amarle con todo el corazón y toda el alma (Mc 12,30; cfr. Mt 28,19). 2Luego, en segundo lugar, amar al prójimo como a sí mismo (Mc 12,31). 3Luego, no matar; 4no cometer adulterio, 5no hurtar, 6no codiciar, 7no levantar falso testimonio183, 8honrar padre y madre (Mt 19,19; Lc 18,20), 9 no hacer a otro lo que uno no quiere para sí (cf. Tb 4,15; Mt 7,12).

10Negarse a sí mismo para seguir a Cristo (cf. Mt 16,24; Lc 9,23). 11Castigar el cuerpo por el alma (cf. 1 Co 9,27), 12huir de los deleites (cf. 2 P 2,13), 13amar el ayuno (cf. Jl 1,14; Mt 6,16-18). 14Confortar a los pobres (cf. Is 58,7; Tb 4,16; Mt 25,35), 15vestir al desnudo (cf. Mt 25,36), 16visitar al enfermo (cf. Mt 25,36), 17sepultar al muerto (cf. Tb 1,17-18; 2,7-9; 12,12), 18socorrer en la tribulación (cf. Is 1,17), 19consolar al afligido (cf. Is 61,2; 2 Co 1,4; 1 Ts 5,14), 20dar en préstamo, 21ayudar a los indigentes. 22Hacerse extraño al proceder del mundo (cf. St 1,27; 4,4), 23no anteponer nada al amor de Cristo. 24No ceder a la ira (cf. Mt 5,22), 25no guardar rencor (cf. Ef 4,26)184. 26No tener dolo en el corazón (cf. Sal 14 [15],2; Pr 12,20), 27conscientemente no dar paz falsa (cf. Sal 27 [28],3; Rm 12,9), 28guardar fidelidad al hermano, 29no amar la detracción (cf. Sb 1,11), 30cumplir lo prometido y no defraudar, 31no abandonar la caridad (cf. 1 P 4,8). 32No amar jurar, no sea que acaso perjure (cf. Mt 5,33-34), 33decir la verdad con el corazón y con la boca (cf. Sal 14 [15],3). 34No devolver mal por mal (cf. 1 Ts 5,15; 1 P 3,9), 35no hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren (cf. 1 Co 6,7), 36amar a los enemigos más que a los amigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27), 37no sólo no devolver la maldición a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos (cf. Lc 6,28; 1 Co 4,12; 1 P 3,9), 38sufrir persecución por la justicia (cf. Mt 5,10; 1 Co 4,12; 1 P 3,14). 39No ser soberbio (cf. Tt 1,7), 40ni aficionado al vino (cf. Si 31,26-27; Tt 1,7), 41ni glotón (cf. Si 37,29-31), 42ni dormilón (cf. Pr 20,13), 43ni perezoso (cf. Rm 12,11; Pr 6,6), 44ni murmurador (cf. Sb 1,11; 1 Co 10,10). 45Poner su esperanza en Dios (cf. Sal 72 [73],28; 77 [78],7). 46Cuando viere en sí algo bueno, considérelo obra de Dios, más que suya (cf. 1 Co 4,7); 47el mal júzguelo obra suya, e impútesela a sí mismo y al diablo. 48Elegir que Dios lleve a buen término sus deseos. 49No espere su subsistencia sólo del trabajo de sus manos, sino más bien de Dios. 50Temer el día del juicio (cf. Si 7,36; Mt 25,31 ss.), 51sentir terror del infierno (cf. Mt 10,28), 52desear la vida eterna y la santa Jerusalén (cf. Flp 1,23; Ap 21,10), 53tener la

182 Símbolo “Quicumque”; Passio Iuliani 49. 183 Vv. 3-7: cf. Mt 19,18; Mc 10,19; Lc 18,20; Rm 13,9; Ex 20,12-17; Dt 5,17-21. 184 Vv. 22-25: Passio Iuliani 46.

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muerte presente ante los ojos cada día (cf. Mt 24,42). 54Velar a toda hora sobre las acciones de su vida (cf. Dt 4,9), 55saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando (cf. Sal 13 [14],2; Pr 15,3). 56Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón (cf. Sal 136 [137],9; 1 Co 10,4), 57guardar su boca de conversación mala o perversa (cf. Sal 33 [34],14), 58no amar el hablar mucho (cf. Pr 10,19), 59no hablar en absoluto palabras vanas o que mueven a risa, 60no amar la risa excesiva o destemplada (cf. Si 21,20). 61Oír con gusto las lecturas santas, 62darse frecuentemente a la oración (cf. Lc 18,1; 1 Ts 5,17; Col 4,2), 63confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas (cf. Mt 6,12), 64enmendarse en adelante de esas mismas faltas (cf. Sal 6,7).

65No satisfacer los deseos de la carne (cf. Ga 5,16), 66odiar la propia voluntad (cf. Si 18,30), 67prestar obediencia a las moniciones del abad. 68No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad, y tengan que llamarle así (cf. Mt 6,1). 69Poner por obra diariamente los preceptos de Dios (cf. Si 6,37), 70amar la castidad (cf. Jdt 15,11 Vulg.), 71no odiar a nadie (cf. Lv 19,17; Dt 23,8), 72no tener celos, 73no tener envidia, 74no amar la contienda185, 75antes de la puesta del sol reconciliarse con el enemigo (cf. Ef 4,26), 76obedecer de todo corazón a todos los que son buenos. 77Y no desesperar nunca de Dios. 78Este es el arte santo, en el que debemos trabajar con las herramientas espirituales. 79Cuando hayamos ejercitado incesantemente este arte santo, día y noche, 80y cuando cada uno haya entregado, en el día del juicio, al Señor Dios la obra de sus actos, 81entonces por este arte, que procede de la voluntad de Dios, cuando lo hayamos devuelto perfecta e inculpablemente al Señor en el día del juicio, 82recibiremos del Señor aquella recompensa que el Señor fiel nos prometió. 83La que ha preparado para los santos, para los que temen a Dios y para los que han cumplido estos preceptos con actos, 84habitar para siempre una tierra siete veces más brillante que la plata (Vissio Pauli 21), 85cuya bóveda celestial brillará, no por el resplandor del sol o de la luna, ni por el de las estrellas, sino por la majestad perpetua de Dios mismo (cf. Ap 21,23). 86En el fulgor de esa tierra nos esperan ríos en los que fluyen eternamente leche y miel, vino y aceite (Vissio Pauli 22-23). 87En cuyas orillas nacen doce veces al año variados y diversos frutos de diversos árboles (Vissio Pauli 22), no por el cultivo del hombre, sino por la abundancia de la divinidad186, 88que ningún hambre invita a comerlos, ni el apetito incita a consumirlos, 89pero después que los ojos de los santos se hayan saciado con su visión, además cada uno saboreará en su boca el gusto que les es más agradable (cf. Sb 16,20-21). 90Suenan allí sin cesar instrumentos musicales colocados sobre las riberas de esos ríos, con que los santos ángeles y arcángeles, salmodiando juntos, cantan en alabanza del rey (cf. Sal 136 [137],1-3187). 91La dulzura de sus voces de tal modo deleita el oído de los santos, que la modulación misma del canto, por su exquisito deleite, hace gorjear al espíritu y redobla la exultación, 92en tanto que en el doble fulgor del cielo y de la tierra divinamente resplandecientes, en el candor mismo de la luz terrena, Jerusalén, ciudad adornada con oro y gemas, brilla con el resplandor de diversas perlas (cf. Ap 21,10. 18-21). 93Sus murallas y puertas, plazas y calles, con la modulación suave de una voz canora, proclaman al unísono perpetuamente el canto de alegría: Aleluya (cf. Tb 13,21-22 [17-18]). 94En esa exultación, los santos, brillantes en la

185 Vv. 72-74: cf. St 3,14-16. 186 Passio Sebastiani 13. 187 Passio Sebastiani 13.

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imagen celestial (cf. 1 Co 15,49), se alegrarán de haber sido liberados de la perdición del mundo y de haber merecido de Dios para siempre esas riquezas celestiales. 95Pero, ¿cuál es el camino para llegar a tales cosas? Volvamos al texto de la página de arriba. Capítulo 4: Pregunta de los discípulos: ¿Cuáles son las herramientas espirituales con las que podemos realizar el arte divino? El Señor responde por el maestro: 1¿Cuáles (son)? Fe, esperanza y caridad (1 Co 13,13); 2paz, gozo, mansedumbre (Ga 5,22-23); 3humildad, obediencia, taciturnidad; 4por sobre todo, la castidad corporal, la conciencia simple; 5abstinencia, pureza, simplicidad (cf. Ga 5,23); 6benignidad, bondad, misericordia (Ga 5,22); 7por encima de todo, piedad, temperancia, vigilancia, sobriedad; 8justicia, equidad, verdad; 9dilección, mesura, moderación 10y perseverancia hasta el fin (cf. Mt 10,22). Capítulo 5: Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es la materia y la causa de los males, que debe ser consumida en el honor del temor de Dios, y cuál es la herrumbre y la sordidez de los vicios de los que nos debe purificar la lima de la justicia? El Señor responde por el maestro: 1Estos son los vicios que debemos evitar: 2ante todo la soberbia, luego la desobediencia, la locuacidad; 3la falsedad, la avaricia, la codicia; 4los celos, la envidia, la iniquidad (cf. Ga 5,19-21; Rm 1,29); 5el odio, la enemistad, la ira, la disputa, la rivalidad (cf. Ga 5,20); 6la fornicación, la ebriedad, la voracidad (cf. Ga 5,19; Rm 1,29); 7la murmuración, la impiedad, la injusticia, la pereza, el robo; 8la detracción, la bufonería, la ligereza, la impureza, las palabras vanas (cf. Ef 5,3-4); 9el reír mucho o a carcajadas, el canturrear; 10la concupiscencia, el engaño, la ambición, el vagabundeo. 11Todas estas cosas no son de Dios, sino que son obra del diablo (1 Jn 3,10. 8), las cuales el día del juicio merecerán de Dios su recompensa: la gehena del fuego eterno. Capítulo 6: Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es el taller del arte divino y la obra de las herramientas espirituales? El Señor responde por el maestro: 1El taller es el monasterio, 2en el cual las herramientas de corazón son depositadas en la clausura del cuerpo, donde se puede realizar la obra del arte divino, perseverando con diligente custodia. Capítulo 7: Pregunta de los discípulos: Sobre la obediencia de los discípulos: ¿cómo deber ser? El Señor responde por el maestro: 1El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. 2Pero esta forma es característica sólo de pocos y perfectos, de los que nada aman188 más que a Cristo, 3por el servicio santo que han profesado, o por miedo de la gehena, o por las riquezas de la vida eterna, 4apenas oyen al superior que les ordena algo, no pueden sufrir ninguna dilación para realizarlo. 5El Señor dice de éstos: En cuanto me oyó, me obedeció (Sal 17 [18],45). 6Y dice también a los que enseñan: El que a ustedes oye, a mí me oye (Lc 10,16). 7Estos tales dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, 8desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. 9Y así, en un instante, con la 188 Extimantes.

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celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. 10Pero esta forma (de obediencia) de unos pocos perfectos no debe asombrar demasiado ni desesperar los ánimos débiles y perezosos, sino incitarlos a la imitación. 11En efecto, considerando que entre nosotros hay diversos vasos débiles, porque una naturaleza menos generosa ha puesto en diversos mucha pereza, 12ya que sabemos que hay (personas) cuyos oídos están embotados por un sordo estupor, y vemos también que algunos ánimos se pierden súbitamente en la dilatada selva de los pensamientos, 13por eso mitigamos y aligeramos el rigor de la obediencia de parte de los doctores, para que, repitiendo su mandato a los discípulos, el maestro no vacile en reiterar una misma orden, 14según el testimonio del Señor, que llamando a Abraham repitió su nombre por segunda vez diciendo: Abraham, Abraham (Gn 22,1). 15Esta repetición nos manifiesta que el Señor ha mostrado que un solo llamado puede no bastar para ser oído 16Ahora bien, en las mismas preguntas, cuando se repite la voz del maestro y se dirige de nuevo a los discípulos, es de justicia conceder esa segunda interrogación a los que no respondieron, 17de modo que la primera taciturnidad que todavía (mantiene) el discípulo no se considere una falta, sino que se atribuya a la custodia de la reverencia reservada al maestro. 18Es por esa reverencia que el discípulo cree útil infringir tardíamente la taciturnidad que observa, 19porque no quiere permitir a su lengua que inmediatamente a tu pregunta se anticipe (a ella) con sus respuestas. 20Sobre las prescripciones, (si) el maestro repite la orden, (es) para que, cuando los oyentes sean tardos o negligentes, cuando lo que se les dijo una vez sea repetido por segunda vez, llegado a tal extremo es justo que las acciones de obediencia rompan ya la segunda dilación. 21Si hubiera una tercera demora de la obediencia en los discípulos, Dios no lo quiera, se imputará al culpable un delito de contumacia. 22Pero también es congruo y conveniente desarrollar aquí aquello de los dos caminos, esto es: el ancho, que conduce a la perdición, y el angosto que conduce a la vida (Mt 7,13-14). 23En los cuales dos caminos avanza la obediencia de los hermanos de diversos modos, 24es decir, por el camino ancho, la de los seculares y la de los monjes sarabaítas y giróvagos, 25quienes viven solos, de a dos, o de a tres sin un superior, iguales entre sí y caminando según (su) voluntad, 26y se alternan para imponerse unos a otros lo que les agrada, defendiendo como suyo lo que quieren, 27(y) como ninguno quiere ceder en sus propias opiniones, nunca está ausente la discusión entre estos tales. 28En seguida, después de una apasionada pelea, estos mal congregados se separan unos de otros, 29y como rebaño sin pastor andan errantes (cf. Mt 9,36; Ez 34,5; 1 R 22,17), dispersos en diversas direcciones, sin duda destinados a caer en las fauces de los lobos, 30no (siendo) Dios quien les provee otra vez de nuevas celdas, sino el arbitrio propio, e imponiéndose por sí mismos el nombre de abad, ¡viéndose más monasterios que monjes! 31De estos tales se cree que caminan por la vía ancha, cuando con el nombre de monjes, viven del mismo modo que los laicos, separados sólo por la costumbre de la tonsura, prestando obediencia a sus deseos más que a Dios; 32y a su juicio, piensan que les están permitidas las cosas que son malas, 33y cualquier cosa que quieren, eso lo llaman santo, y lo que no quieren, eso piensan que no (está) permitido; 34y consideran aceptable ocuparse más de las necesidades de su cuerpo que de las de su alma, 35esto es, que ellos mismos pueden cuidar mejor que otro de la comida, el vestido y el calzado. 36Porque olvidando las futuras cuentas del alma, de tal modo se sienten seguros, que militan bajo su propio arbitrio, sin la probación de los superiores, creyendo que obran perfectamente toda ley y justicia de Dios en la celda. 37Pero si casualmente llegan algunos superiores, dándoles algunas advertencias para enmendarlos y enseñarles que tal disposición solitaria de vivir es inútil, inmediatamente les desagrada el consejo y la misma persona del doctor. 38Y en seguida, en vez de consentir y prometer seguir la

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corrección, responden que deben vivir solitariamente, 39desconociendo aquello que dice el profeta: Se han corrompido y se han hecho abominables en sus voluntades (Sal 13 [14],1); 40y aquel testimonio de Salomón que dice: Hay caminos que les parecen rectos a los hombres, cuyo final hunde en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. Pr 14,12; Mt 18,6). 41Así, por tanto, el camino ancho es transitado por esos tales, puesto que dondequiera los lleva el pie de sus deseos, inmediatamente le sigue el consentimiento; 42y cualquier cosa que desee la concupiscencia de ellos, en seguida la acción está pronta a servirle (Passio Sebastiani 13). 43Y haciéndose nuevos caminos por su licencia y libre arbitrio sin maestro, dilatan el camino de su vida con diversas voluptuosidades prohibidas, 44y a cualquier lugar que sus delectaciones quieran llevarlos, conceden su permisión y se presentan a sí mismo los caminos fáciles; 45no queriendo saber jamás aquello de que para el hombre creado la muerte ha sido colocada a la entrada del placer189; 46y pasan haciendo oído sordo de lo que se las dicho: No vayas tras tus concupiscencias y apártate de tus voluntades (Si 18,30). 47Por el contrario, a quienes el amor impulsa verdaderamente a caminar hacia la vida eterna, eligen el camino angosto, 48porque no viven conforme a su arbitrio, obedeciendo a sus deseos y voluptuosidades, sino caminando bajo el juicio y mandato de otro, 49(y) no sólo se reprimen de los deseos y voluptuosidades mencionados más arriba, y, cuando pueden, no quieren hacer su voluntad, 50sino que también se someten al imperio de otro, y permaneciendo en los cenobios desean que un abad los presida, y no tener ellos ese título. 51Sin duda, esos tales imitan aquella sentencia del Señor, que dice: No vine a hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió (Jn 6,38). 52Y no haciendo su voluntad, abnegándose a sí mismos por Cristo, siguen a Dios (Mt 16,24), dondequiera los conduzca el mandato del abad. 53Y bajo la solicitud de un abad no sólo no deben preocuparse de pensar en sus necesidades, esto es: el alimento, el vestido y el calzado, sino tampoco de las futuras cuentas de sus almas; 54únicamente deben prestar obediencia en todas las cosas a su preceptor, para estar seguros en cuanto a sus restantes necesidades, tanto del cuerpo como del alma. 55Porque ya para el bien, ya para el mal, al pastor incumbe todo lo que le suceda a las ovejas, 56y tendrá que dar razón en el examen del juicio el que dio la orden, no el que cumplió las órdenes, ya buenas, ya malas. 57Por tanto, se cree que estos tales caminan por la vía angosta, puesto que no satisfacen sus deseos y no hacen lo que quieren, 58sino que llevan el yugo del juicio de otro, negándose a ir donde quieren sus delectaciones, y por el maestro rechazan hacer o realizar lo que querrían. 59La voluntad de ellos sufre amarguras cotidianamente en el monasterio por el Señor, y cualquier cosa que les fuere ordenada para probación, la padecen pacientemente como en un martirio. 60Sin duda, dirán al Señor con el profeta, en el monasterio: Por tu causa somos se nos mata cada día, somos considerados como ovejas para el matadero (Sal 43 [44],23), 61y más tarde dirán de nuevo al Señor en el juicio: Dios, nos probaste, nos examinaste en el fuego, como se examina la plata (Sal 65 [66],10). 62Nos pusiste en la trampa. Colocaste tribulaciones en nuestra espalda (Sal 65 [66],11). 63 Pusiste hombres sobre nuestras cabezas (Sal 65 [66],12a). 64Por tanto, cuando dicen: Pusiste hombres sobre nuestras cabezas, reconocen que deben tener sobre sí un superior establecido para representar a Dios, al que teman en el monasterio. 65Y prosiguiendo el texto dicen de nuevo convenientemente al Señor, ya en aquel siglo futuro: Pasamos por fuego y por agua, y nos hiciste entrar en (el lugar) del refrigerio (Sal 65 [66],12b). 65Esto es: “Pasamos por amarguras en nuestras voluntades y en el servicio de la obediencia, (y) llegamos al reposo de tu piedad”. 189 Passio Sebastiani 14.

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67Pero esta misma obediencia será aceptable a Dios y dulce a los hombres (cf. Rm 14,18; 1 P 2,5), si lo que se manda se realiza sin temor, sin tibieza, sin tardanza, sin murmuración y sin respuesta negativa, 68porque la obediencia que se presta a los superiores, a Dios se ofrece, como dice el Señor a nuestros doctores: Al que ustedes oye, a mí me oye (Lc 10,16); 69y en otro lugar dice: Habiéndome oído, me obedeció (Sal 17 [18],45). 70Por tanto, esta misma obediencia los discípulos la prestan con buen ánimo, porque Dios ama al que da con alegría (2 Co 9,7). 71Ahora bien, el discípulo obedece con mal ánimo si no sólo con la boca se queja contra nosotros, sino también contra Dios en el corazón, de lo que hace de mal grado. 72Y aún cuando cumpla lo que le fue mandado, sin embargo, ya no será acepto a Dios, que ve el corazón murmurando, 73y aunque haga lo que se le ordena, no obstante lo realiza con mal ánimo, 74y el Señor ninguna recompensa le concederá por esa misma acción, porque Dios escrutando de inmediato su corazón encontrará en él una triste disposición para obrar. Capítulo 8: Pregunta de los discípulos: Sobre la taciturnidad de los discípulos, cómo y de qué forma debe ser. Responde el Señor por el maestro: 1La máquina del género humano es nuestro pequeño cuerpo; 2que siendo de pequeña talla, y en algunos hombres espléndidamente altos se eleva apenas cinco pies de la tierra, 3-¡oh vanidad de la jactancia de todo hombre viviente! (cf. Sal 38 [39],6)-, 4en esa misma pequeñez suya cree medir en su sabiduría la altitud del cielo y la anchura de la tierra (Si 1,3). 5De donde, sabiendo que somos vasos débiles, del limo de la tierra (cf. Gn 2,7; 3,19; Tb 8,6), y casi como terrones de tierra levantados sobre la tierra por poco tiempo, destinados a volver de nuevo al surco, humillémonos, por tanto, como el polvo de la tierra diciendo lo que somos. 6Por ende, esta carne de nuestro pequeño cuerpo es casi como una casa del alma, destinada así al servicio de la vida, como la vaina sirve a la espada. 7Porque creemos que la sede de esa misma alma está situada en la raíz, que es el corazón. 8Esta raíz posee dos ramas superiores en el cuerpo, más vulnerables al pecado: 9una, con la cual pensamos que desde el interior el alma mira (a través) del muro corporal, por esas especies de ventanas que son los agujeros de los ojos y comprendemos que, desde el interior, siempre invita a sus concupiscencias; 10la otra rama, por la que resuenan en nosotros los conceptos nacidos en el corazón, pariendo la palabra por la lengua, para que saliendo por la boca ocupe el oído de otro190. 11Y cualquier cosa que se agita y se mueve en nosotros es obra del alma en el cuerpo. 12De donde, por el contrario, cuando el alma emigra de su domicilio, todo falta en el hombre muerto de aquello que obraba en vida el alma que emigró. 13E inmediatamente el terrón de tierra muerto vuelve al surco, la tierra, (que es) el hombre, retorna a la naturaleza de tierra, y oculto el hombre en el sepulcro, la fosa recubierta, la tierra vuelve a su aspecto de suelo. 14Para que se conozca entonces que (era) la misma tierra la que estaba en el hombre viviente, la cual había sido levantada por la fuerza del alma y transformada por un tiempo en vida pasajera (cf. Sal 38 [39],13; 1 P 2,11). 15Por eso cuando emigra el vigor del alma que (está) en nosotros, no se sostiene la tierra de nuestro cuerpo, 16sino que, cayendo en su naturaleza, la tierra esconde en su seno la criatura que había engendrado (cf. Si 40,1). 17Por tanto, si esta alma obra en nosotros la visión por medio de los ojos, la elocución por la boca y la audición por los oídos, 18y desea, por causa del futuro examen de su Hacedor, obedecer su voluntad y militar bajo sus preceptos mientras viva, 19debe cerrar las ventanas de los ojos a sus concupiscencias y, humillando la mirada, fijarla en la

190 Vv. 7-10, cf. Mt 15,19.

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tierra, 20para que no vea lo malo; y cuando nuestra mirada este abajada, el alma no deseará cualquier cosa que vea. 21Nuestra alma, por tanto, tiene establecida una puerta: la boca; y un cerrojo: los dientes, que ella puede cerrar al discurso perverso, para que el alma no se excuse de que su Hacedor no le haya fabricado la custodia de un muro. 22Es decir, cuando algún pecado asciende de la raíz del corazón y siente que los muros exteriores de la clausura, esto es la boca y los dientes, le niegan la salida, 23regresando de nuevo a la raíz del corazón, allí perecerá en su aborto y como un párvulo será estrellado contra la piedra (Sal 136 [137],9), en vez de nacer por la lengua y crecer hasta el castigo. 24Respecto a las otras ramas de nuestro cuerpo, que obedecen al imperio del corazón, fácilmente son refrenadas del pecado, es decir, el tacto de las manos y el caminar de los pies, 25porque la clausura de las cadenas frenan al ladrón, el tremendo juicio al homicida y las trabas retienen al fugitivo. 26Por tanto, aquellas tres (facultades) superiores que indicamos más arriba191, deben ser custodiadas atentamente por los hermanos, esto es: el pensamiento, la palabra y la mirada; 27en seguida que un mal pensamiento cautive la mente, al punto, los hermanos signarán su frente e incluso su pecho, dirigiendo inmediatamente su memoria hacia los preceptos de Cristo. 28Y diga para sí mismo el hermano con el profeta: Me acordé de Dios, y fui consolado (Sal 76 [77],4; 118 [119],52). 29Y también diga: Por ti seré liberado de la tentación y en mi Dios atravesaré el muro (Sal 17 [18],30). 30Pero si la negligencia pone en la boca una palabra iracunda o perversa, inmediatamente el hermano cerrará la boca, la signará con el signo de la cruz y se dirá a sí mismo en el corazón, 31diciendo con el profeta: Dije: custodiaré mis caminos, para no pecar con mi lengua. Puse una guardia en mi boca. No hablé, fui profundamente humillado y guardé silencio de las cosas buenas (Sal 38 [39],2-3), 32es decir, el profeta muestra que si a veces debe prohibirse hablar palabras buenas por la taciturnidad, cuanto más deben cesar las palabras malas por causa del castigo por el pecado. 33Por tanto, aunque se trate de palabras buenas, santas y de edificación, raramente se concederá licencia de hablar a los discípulos perfectos, por causa de la gravedad del silencio; 34sin embargo, para otras cuestiones los hermanos no interrogados permanezcan en silencio, hasta que una pregunta del abad afloje los frenos de sus bocas silenciosas. 35Porque la taciturnidad debe ser custodiada cuidadosamente, puesto que en el mucho hablar no se evita el pecado (Pr 10,19). 36Y también, muerte y vida (están) en manos de la lengua (Pr 18,21). 37En efecto, hablar y enseñar corresponden al maestro, callar y escuchar convienen al discípulo. Capítulo 9: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo los hermanos que están en silencio harán preguntas al abad? El Señor responde por el maestro: 1Cuando el freno de la taciturnidad192 obliga a los discípulos a (retener) la palabra, mala o buena, y el maestro presente observa con atención los caminos de la licencia de ellos, 2cuando se les presentan algunas preguntas de necesaria utilidad, 3mantendrán todavía la boca cerrada y se signarán en silencio con el sigilo de la gravedad, estando ante el superior con la cabeza humildemente inclinada, y abrirán con la llave de la bendición la boca cerrada y silenciosa. 4Si dicho el primer Benedicite para pedir la palabra, aún no responde el maestro con el permiso, 5se renovará la humillación de la cabeza y solamente repetirá el Benedicite, para solicitar de nuevo la licencia del abad. 6A lo cual si esta vez no hubiera respuesta, de nuevo se inclinará el discípulo, (y) finalmente ese

191 Cf. RM 8,6-11, pero donde se mencionaban sólo dos. 192 El término taciturnitas lo traducimos habitualmente por taciturnidad; otra versión posible: silencio.

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mismo hermano se retirará, 7para no aparecer muy insistente e inoportuno; 8regresando a su trabajo y permaneciendo todavía (como) una persona muda, 9a fin de considerar en esa misma humildad silenciosa que el abad le juzgó indigno de hablar. 10O bien el discípulo pensará que, tal vez, para probar su humildad (es) que no se ha abierto la clausura del silencio. 11Si dijimos de repetir nuevamente ese mismo solo Benedicite, para que quede solo y sin otra palabra, es para conservar por un largo tiempo una reservada taciturnidad; 12cuando se repite por segunda vez y después inmediatamente (el abad) lo rechaza yéndose, entonces se comprueba que la humildad ha sido probada y todavía se mantiene. 13Pero si el discípulo por segunda vez renueva la pregunta al maestro, 14no (es) sólo por una prueba espiritual, para probar la humildad del discípulo, que el maestro puede prolongar el silencio. 15No sea que teniendo la mente ocupada por pensamientos corporales, su mirada entorpecida por otros pensamientos, haga oídos sordos, despreciando la voz suplicante del discípulo; 16y por una humildad excesiva e inoportuna se mueva al maestro a caer en el vicio de la ira; 17y la humildad del inoportuno sea considerada una trampa para un tropiezo. 18Por eso también dijimos que después del segundo pedido de bendición, ya no se debe repetir una tercera vez si el superior rehúsa, 19sino que en seguida el discípulo debe irse y debe terminar en silencio la obra de trabajo que hacía. 20Esa pregunta por la bendición, la cual con dificultad se concede una sola vez, (y como) una relajación del silencio, será presentada por los discípulos con una humilde inclinación de la cabeza. 21Esto es, en todo lugar, a toda hora, es decir, en el monasterio, en el campo, en el camino, en la huerta y en cualquier lugar, 22nuestro espíritu nunca debe dejar la reverencia de Dios, por la cual ha hace todo esto; 23por tanto, si algún ignorante interroga a un hermano diciendo: “Por qué estás en silencio, triste y caminas con la cabeza inclinada?”, 24le responderá: “Porque huyo del pecado y temo a Dios, y para apartarme de todo lo que Dios aborrece. Por eso estoy siempre atento”. 25Sentado a la mesa, sin embargo, si quiere indicar al abad que desea preguntar algo, 26antes de decir Benedicite, golpeará con el cuchillo, con la cuchara o con su pan, para indicar que pide la palabra al maestro. 27Todo esto es necesario para el alma por causa de Dios, y si prescribimos que de se debe observar tanta clausura de taciturnidad, 28es para que el olvido no haga caer fácilmente, y que la lengua no se precipite siempre. 29Puesto que, cuando se guarda silencio por la clausura de la boca, se medita largamente y se purifica el corazón, de modo que la boca pueda proferir palabras puras y sin pecado; 30dice, en efecto, el Apóstol: Que no salga de la boca de ustedes ninguna palabra vana, sino sólo para la edificación (Ef 4,29; cf. Mt 12,36). 31Y también dice la Escritura: El sabio se reconoce en la brevedad193. 32Debemos temer máximamente y guardarnos a toda hora del mucho hablar, 33porque no es posible que hablando mucho no salgan palabras pecaminosas, 34según lo que dice la Escritura: En el mucho hablar no se evita el pecado (Pr 10,19). 35De donde el profeta nos da ejemplo, mostrándose preocupado y que debe callar tanto las palabras malas como las buenas, 36diciendo: Dije: custodiaré mis caminos para no pecar por mi lengua. Puse una custodia en mi boca. Enmudecí y callé también las cosas buenas (Sal 38 [39],2-3); 37esto es, se le muestra al discípulo perfecto que debe callar toda palabra, mala o buena, 38porque aunque hable palabras que son buenas, no al discípulo sino al maestro le corresponde enseñar. 39Porque según dice la Escritura: La vida y la muerte están en manos de la lengua (Pr 18,21). 40Se debe, por tanto, refrenarla diligente y cuidadosamente.

193 Sexto, Enchiridion 145.

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41Esta custodia rigurosa de la taciturnidad se debe prescribir para que sea observada por los perfectos, los puros de corazón y los limpios de pecado; a los que temen el fuego de la gehena eterna y buscan las inmortales riquezas de la vida eterna (cf. Mt 5,8; Sal 50 [51],4). 42Y así, en presencia del abad no hablarán los discípulos sino son interrogados. 43Pero ausente el abad, si (se trata) de la palabra de Dios, hablarán, pero suave y humildemente, no con voz clamorosa, porque toda palabra en voz baja desciende de la humildad. 44Por el contrario, si los discípulos empiezan a hablar sobre cosas vanas, mundanas o cualesquiera palabras que no se refieran a Dios, de inmediato los prepósitos les impondrán silencio. 45En cuanto a los Salmos y las Escrituras, fuera de las tres horas diarias en que la lectura sin trabajo es de regla, permítase a los hermanos que trabajan repetirlas de memoria. 46Esta clausura estricta de la taciturnidad, presente el abad, la prescribimos antes194 para los que son perfectos ante Dios, 47los que nunca se dejan sorprender por el olvido de Dios y buscan diligentemente evitar los vicios de la boca, totalmente puros como los ángeles, y buscan callar tanto las palabras buenas como las malas, por el Señor. 48Pero porque la gracia concedida según la medida de la fe (es) diversa (cf. Rm 12,3; Ef 4,7), y puede faltar, sobre todo en los negligentes, concedemos esto a los tibios, a los imperfectos y a los que son menos solícitos: 49si preguntan sobre cosas mundanas -sobre algo no pecaminoso evidentemente-, que no corresponden a la edificación espiritual, no se les concederá licencia para hablar sin antes haber recibido la bendición y haber obtenido el permiso (cf. Ef 4,29; 5,4); 50pero si preguntan sobre algún tema espiritual, en seguida de pedida la bendición, el discípulo deberá hablar. 51Las bromas, palabras ociosas y que muevan a la risa, las condenamos a eterna clausura, y no permitimos que el discípulo abra la boca para tales palabras. Capítulo 10: Pregunta de los discípulos: Sobre la humildad de los hermanos: ¿cómo debe ser, por qué medios se adquiere y cómo, una vez adquirida, se la conserva? El Señor responde por el maestro: 1Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado (Lc 14,11). 2Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3El profeta indica que se guarda de ella diciendo: Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros (Sal 130 [131],1). Y de nuevo añade: No anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí (Sal 130 [131],1). 4Pero ¿qué sucederá? Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre (Sal 130 [131],2). 5Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban (Gn 28,12). 7Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino mostrar que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, que habiendo humillado su corazón y (su) cabeza en este tiempo presente, eleva hasta el cielo (su) extremo, la muerte, exaltada por el Señor. 9Creemos firmemente, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir. 10El discípulo asciende el primer grado de humildad en la escala del cielo, si tiene siempre delante de los ojos el temor de Dios (Sal 35 [36],2), y huye el olvido a toda 194 Cf. RM 9,41.

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hora; 11y recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado, meditando sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian al Señor, y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios195. 12Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13Considere el discípulo que Dios lo mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que cada día los ángeles se las comunican todas (cf. Sal 13 [14],2; Pr 15,3). 14Nos lo demuestra el profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: Dios escudriña los corazones y los riñones (Sal 7,10). 15Y también dice: El Señor conoce los pensamientos de los hombres, (sabe) que son vanos (Sal 93 [94],11). 16Y dice de nuevo: Conociste de lejos mis pensamientos (Sal 138 [139],3). 17Y dice también: El pensamiento del hombre te será manifiesto (Sal 75 [76],11), 18y: El corazón del rey (está) en las manos de Dios (Pr 21,1). 19Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra los pensamientos perversos de su corazón, diga siempre esto en su corazón: Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad (Sal 17 [18],24). 20En cuanto a las palabras de la lengua, sabemos que Dios está siempre presente, cuando la voz del Señor dice por el profeta: Quien habla la iniquidad, no camina rectamente ante mis ojos (Sal 100 [101],7). 21Y también dice el Apóstol: Darás cuenta de la palabra vana (Mt 12,36), 22porque la muerte y la vida han sido puestas en manos de la lengua (Pr 18,21)196. 23En el trabajo de nuestras manos comprobamos que Dios está presente, cuando dice el profeta: Tus ojos vieron mis (obras) imperfectas (Sal 138 [139],16). 24En el andar de nuestros pies sabemos que Dios está siempre presente, cuando dice el profeta: Corrí sin iniquidad y caminé derecho. 25Levántate a mi encuentro y mira (Sal 58 [59],5-6). 26Y también dice: ¿A dónde iré lejos de tu espíritu, y a dónde huiré lejos de tu rostro? 27Su subo al cielo, allí estás tú, si desciendo al infierno, estás presente. 28Si tomo mis alas antes de la aurora y voy a habitar en el confín del mar, 29también allí me conducirá tu mano y me tendrá tu diestra (Sal 138 [139],7-10). 30En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla en presencia del Señor cuando dice: Apártate de tus voluntades (Si 18,30). 31Además pedimos a Dios en la oración dominical que se haga en nosotros su voluntad (Mt 6,10). 32Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte: Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. 14,12; Mt 18,6), 33y temiendo también, lo que se dice de los negligentes: Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos (Sal 13 [14],1). 34En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el profeta dice al Señor: Ante ti están todos mis deseos (Sal 37 [38],10). 35Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la entrada del deleite (Passio Sebastiani 14). 36Por eso la Escritura nos da este precepto: No vayas en pos de tus concupiscencias (Si 18,30). 37Luego, si los ojos del Señor vigilan a buenos y malos (Pr 15,3), 38y el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios (Sal 13 [14],2), 39y si los ángeles que nos están asignados, anuncian

195 Vv. 10-11: cf. Casiano, Instituciones IV,39,1; Cipriano de Cartago, Epístolas 58,11. 196 Cf. Passio Sebastiani 14.

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día y noche nuestras obras al Señor197, 40hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el profeta en el salmo 13, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles (Sal 13 [14],3), 41y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos (cf. Jdt 7,30; Si 2,11), nos diga en la vida futura: Esto hiciste y callé (Sal 49 [50],21). 42 Después, el discípulo asciende el segundo grado de humildad en la escala celestial, si no ama su propia voluntad, ni se complace en hacer sus gustos, 43sino que imita con hechos al Señor que dice: No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió (Jn 6,38). 44Y dice también la Escritura: La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la corona (Passio Anastasiae 17). 45 Después, el discípulo asciende el tercer grado de humildad en la escala del cielo, si, luego de nada presumir, elige lo que no le conviene (cf. 1 Co 6,12), 46como dice la Escritura: Hay caminos que a los hombres les parecen rectos, pero cuyo fin sumerge en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. Pr 14,12; Mt 18,6). 47Y también dice David: Se corrompieron y se hicieron abominables en sus voluntades (Sal 13 [14],1). 48También dice el Apóstol: Todo me es lícito, pero no todo me es útil. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada (1 Co 6,12). 49Por tanto, el discípulo no sólo se cuidará de esto, sino que también se someterá al superior con toda obediencia, imitando al Señor, de quien dice el Apóstol: Se hizo obediente hasta la muerte (Flp 2,8). 50Y también la voz del Señor alaba esa obediencia en el pueblo de los gentiles, diciendo: Habiéndome escuchado, me obedecieron (Sal 17 [18],45). 51Y el Señor nos demuestra que le obedecemos a Él bajo (las órdenes) del abad, cuando dice a nuestros doctores: Quien a ustedes oye, a mí me oye, y quien a ustedes desprecia, me desprecia (a mí) (Lc 10,16). 52Después el discípulo asciende el cuarto grado de humildad en la escala celestial, si en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior198, 53y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: El que perseverare hasta el fin se salvará (Mt 18,22); 54y también el profeta nos exhorta sobre esto diciendo: Confórtese tu corazón y soporta al Señor (Sal 26 [27],14). 55Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, el profeta dice en la persona de los que sufren: Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero (Sal 43 [44],22; Rm 8,36). 56Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó (Rm 8,37). 57La Escritura dice también en otro lugar por boca de las mismas personas: Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda (Sal 65 [66],10-11). 58Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: Pusiste hombres sobre nuestras cabezas (Sal 65 [66],12a). 59En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos (Mt 5,39-41); 60con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos, sufren la persecución y a los que los maldicen más bien les bendicen (2 Co 11,26: 1 Co 4,12). 61En seguida, el discípulo asciende el quinto grado de humildad en la escala del cielo, si no le oculta a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiesa humildemente199. 62La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: Revela al Señor tu camino y espera en Él (Sal 62

197 Cf. Vissio Pauli 7 y 10. 198 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 199 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

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[63],5). 63Y también dice: Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 105 [106],1). 64Y otra vez el profeta dice al Señor: Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 65Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón (Sal 31 [32],5). 66Después el discípulo asciende el sexto grado de humildad en la escala del cielo, si está contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande200, 67se diga a sí mismo con el profeta: Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estoy contigo (Sal 72 [73],22-23). 68Después el discípulo asciende el séptimo grado de humildad en la escala del cielo, si no sólo con la lengua dice que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón201, 69humillándose y diciendo: Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe (Sal 21 [22],7). 70He sido ensalzado y luego humillado y confundido (Sal 87 [88],16). 71Y también ese hermano dirá siempre al Señor: “Es bueno para mí, Señor, que me hayas humillado para que aprenda tus mandamientos (Sal 118 [119],71 y 73). 72Después el discípulo asciende el octavo grado de humildad en la escala del cielo, si no hace sino lo que la regla común del monasterio y el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer202, 73diciendo con la Escritura: Porque tu ley es mi meditación (Sal 118 [119],77), 74y cuando interrogue a su padre, él le enseñara, a sus acianos y le dirán (Dt 32,7), es decir, al abad para que le enseñe. 75Después el discípulo asciende el noveno grado de humildad en la escala del cielo, si no permite a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado203, 76porque la Escritura enseña que en el mucho hablar no se evita el pecado (Pr 10,19) 77y que el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra (Sal 139 [140],12). 78Después el discípulo asciende el décimo grado de humildad en la escala del cielo, si no es fácil y pronto para la risa, porque está escrito: El necio en la risa levanta su voz (Si 21,23)204, 79y como ruido del crepitar de los espinos bajo el caldero, así también es la risa de los hombres (Qo 7,6). 80Después el discípulo asciende el undécimo grado de humildad en la escala del cielo, si cuando habla, lo hace con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y santas palabras, y sin levantar la voz205, 81pues está escrito: Se reconoce al sabio por sus pocas palabras (Sexto, Enchiridion 145). 82Después el discípulo asciende el duodécimo grado de humildad en la escala del cielo, si no sólo (tiene) humildad en su corazón, sino que la demuestra siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 83es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 84y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio, 85diciendo siempre en su corazón lo que decía aquel publicano, estando de pie en el templo, con los ojos fijos en tierra: Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis

200 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 201 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 202 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 203 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 204 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2. 205 Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

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ojos al cielo (Lc 18,13; Mt 8,8). 86Y también con el profeta diga para sí ese discípulo: He sido profundamente encorvado y humillado (Sal 37 [38],9). 87Cuando el discípulo haya terminado de subir estos grados de humildad, habrá terminado de subir felizmente la escala de esta vida en el temor de Dios, 88y en seguida llegará a aquel amor de Dios que siendo perfecto excluye todo temor206, 89en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 90y no ya por temor del infierno, sino por amor de ese mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes207. 91Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados. 92Sin duda esa alma, habiendo ascendido aquellos grados, después de la salida de esta vida, entrará en aquella recompensa del Señor, la cual describe el Apóstol diciendo: Los sufrimientos de este siglo no se pueden comparar con la gloria futura que se revelará en nosotros (Rm 8,18). 93Esas almas recibirán aquella vida eterna que permanece en la exultación de la sempiterna alegría, que no conoce un fin ulterior. 94En la que «los plantíos de rosas rojas nunca se marchitan, 95en la que los bosques reverdecen con un floreciente verdor perpetuo. 96Donde los prados siempre frescos son regados con ríos de miel, 97donde las hierbas con flores de azafrán perfuman y los campos exhalan olores exquisitos de los que están llenos. 98Allí las narices aspiran brisas que tienen vida eterna, 99allí la luz no (tiene) sombra, el cielo (está) sin nubes y los ojos gozan de un día perpetuo sin las tinieblas nocturnas. 100Allí las delicias no son impedidas por ninguna ocupación, 101ninguna solicitud en absoluto perturba la seguridad. 102Nunca se oyen ni se mencionan mugidos, alaridos, gemidos y llantos; 103allí nunca se ha visto nada feo, deforme, espantoso, negro, horrendo o sórdido. 104La belleza en la amenidad de los bosques, el esplendor en el aire agradable y los ojos sin intermisión abiertos gozan de la hermosura y de todo (género) de elegancia; 105y absolutamente nada reciben los oídos que perturbe la mente. 106Porque allí suenan permanentemente los instrumentos (acompañando) los himnos cantados por los ángeles y arcángeles para alabanza del rey. 107Alló no tienen lugar la amargura y la aspereza biliosa. 108Allí nunca se oyen truenos, ni se ven rayos y relámpagos. 109Allí las zarzas producen canela, y los arbustos exhalan bálsamo. 110El olor del aire difunde deleites por todos los miembros. 111Allí el alimento no produce ningún excremento. 112Así como los oídos se sacian con una buena noticia, la nariz con el buen olor y los ojos con el buen aspecto, y la comida misma no puede volver a ser digerida»208, 113porque no en la comida ni en la bebida, sino en el aspecto, el olor y le oído consiste la saciedad del amor, 114“así allí la refección, que se recibe por la boca, que sabe dulce (como) miel, en la boca de cada uno tiene el sabor que le es más apetecible. 115Finalmente, tan pronto como el alma desea algo, un efecto inmediato responde a su deseo”209. 116En esa delectación y alegría la edad no teme la vejez, ni la vida su fin, ni esas delicias la ulterior muerte prevista. 117En este gozo de las riquezas peremnes, el posesor no desaparece ni lo sucede un heredero, porque no conoce una muerte ulterior, puesto que muriendo ha obtenido, con el precio de las buenas acciones, la vida eterna. 118Esta es la patria celestial de los santos. 119Felices los que puedan subir a esa región peremne por la escala de la observancia del tiempo presente, ascendiendo los grados de la humildad, 120para alegrarse con Dios en la perpetua exultación, que Dios ha preparado para quienes le aman (1 Co 2,9), 121los que observan sus mandatos (Ap 12,17), 122y tienen el corazón puro (Mt 5,8).

206 Cf. 1 Jn 4,18; Casiano, Instituciones IV,39,3. 207 Vv. 89-90: cf. Casiano, Instituciones IV,39,3. 208 Vv. 94-112: Passio Sebastiani 13. 209 Vv. 114-115: Passio Sebastiani 13.

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123Fin de los actos de la milicia del corazón: cómo huir de los pecados por el temor de Dios. Comienza la organización210 del monasterio: medida, observancia, rangos, continencia, custodia y cantidad; en estos diversos (artículos) consiste esta la regla del monasterio, que el Señor nos ha dictado y que, una vez dictada, Él la ha examinado. Capítulo 11. Pregunta de los discípulos: Sobre los prepósitos del monasterio. El Señor responde por el maestro: 1En las páginas precedentes de esta regla, hermanos, el Señor nos ha ordenado los actos de justicia con los cuales se adquiere la vida eterna, y se huye de los ardores e incendios de la gehena. 2Pero no (hay que permitir) que el diablo, ese enemigo de las buenas acciones, que también es (enemigo) del género humano, que no soporta que el hombre ascienda adonde el mismo fue arrojado por su soberbia (cf. Ap 12,7-10), 3no (hay que permitir) que inficione con sus artes venenosas las costumbres de quienes viven bien, y que por sus diversos artificios tal vez ocupe nuestros sentidos por medio del olvido, y nos haga extranjeros para Dios. 4Y así, con la ayuda del Señor, se establecen y constituyen hermanos elegidos cuya gravedad, sabiduría, moderación, vigilancia, humildad y ejercicio de los actos de perfección fuere probada, siendo designados para (ser) prepósitos al cuidado de diez hermanos. 5Porque como está escrito: “Que las realidades terrenas les enseñen las del cielo”211. 6Puesto que, como en la casa de un hombre, el dueño de la hacienda para estar seguro de la buena marcha de todas las cosas designa a los jefes de los servidores, a quienes los inferiores deben temer como representantes del señor212, 7es decir, el intendente, el administrador, el guardián de los bosques y el mayordomo, 8así también en las casas divinas, esto es en las iglesias y en los monasterios, Dios ha puesto al frente de los inferiores a los superiores, ha constituido peritos para los ignorantes, sagaces para los simples y maestros del arte divino para los discípulos. 9Esto es, en las iglesias, los obispos, los presbíteros, los diáconos y los clérigos que el pueblo (debe) escuchar, respetar -cuando hablan en nombre de Dios- y aprender de ellos la noticia de la ley salvadora. 10Y en los monasterios, los abades y los prepósitos, los superiores a quienes (deben) escuchar para la salvación de sus almas, y temer en nombre de Dios en la milicia de la vida religiosa. 11Porque ya sea a los sacerdotes en la iglesia, ya sea a los abades en los monasterios, Dios les dice esto: Quien a ustedes oye, a mí me oye, y quien a ustedes desprecia, a mí me desprecia (Lc 10,16). 12Y también nos dice el Señor por el profeta Isaías: Les daré pastores y doctores según mi corazón, y los apacentarán apacentándolos con disciplina (Jr 3,15; Ef 4,11). 13Por tanto, según aquella figura de la casa humana, cuanto más deben observar en la casa divina, por causa de Dios, los grados de doctrina y de temor. 14Así, cuando fueren constituidos los prepósitos para purgar de vicios y pecados a los hermanos, el abad (se sentirá) un poco más seguro sobre las cuentas que deberá rendir de las almas de los hermanos que recibió en custodia. 15Por tanto, la investidura de ese honor será así: convocados esos diez hermanos por el abad, presente toda la comunidad en el oratorio, pondrá a los prepósitos al frente de ese grupo de diez, mediante la entrega de una vara, 16acompañada de una fórmula oral del abad, (según) el testimonio de la Escritura, que dice: Los gobernarás con una vara (Sal 2,9), esto es, con la fuerza del temor. 17También dice el Apóstol: ¿Qué prefieren?

210 Ordo. 211 Cita de origen desconocido. 212 Vice domini.

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¿Que los visite con la vara o con la caridad? (1 Co 4,21). 18Pero también Moisés mostró, al pueblo que le había sido confiado, con la vara del poder divino, el camino de la salvación por lo profundo del mar (cf. Ex 14,16-21). 19Se le ve usar ese signo de la vara defendiendo la causa de Dios ante el faraón, cuando la arroja al suelo con las manos y se cambia en un animal, de nuevo toma el animal con sus manos sagradas y vuelve a convertirse en una vara (cf. Ex 7,8-13). 20Por tanto, según este ordenamiento, si la comunidad fuere numerosa, deben colocarse dos (prepósitos al frente) de cada grupo de diez hermanos. 21Serán designados conforme a los criterios que arriba fijamos. 22Y si ordenamos que diez hermanos, no más, deben estar a cargo de dos prepósitos, es porque separados los hermanos en diferentes lugares de trabajo, tengan consigo uno de los prepósitos, que por su presencia vigile sobre sus vicios. 23Y (siendo) pocos los encargados, la vigilancia del que custodia será más idónea, 24porque (siendo) muchos, lo que no se ve se lo deja pasar negligentemente, 25puesto que si se les han encomendado pocos hermanos, el cuidado alterno de los dos prepósitos se hace más diligente, y ante el abad es más fácil dar exacta cuenta de pocos, cuando él lo pida. 26El Señor designa el servidor idóneo en relación a ese número pequeño y amplía el depósito al cuidado de su diligencia, diciendo: Muy bien, servidor bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo poco, te constituiré sobre mucho (Mt 25,21). 27Por tanto, estos prepósitos, recibiendo bajo su cuidado el número de diez hermanos, esta solicitud deben ejercer sobre ellos: ya sea de día, ya de noche, ya sea en cualquier trabajo, 28en primer lugar, deben estar presentes y trabajar con ellos en cualquier trabajo, 29de modo que cuando se sientan, caminan o están de pie, con una diligente observación y una mirada atenta213, repriman en ellos las acciones (inspiradas) por el diablo, 30o cuando quieran cometer vicios o pecados de la boca, inmediatamente los corrijan con moniciones y los aparten de todo lo que en ellos es contrario a los preceptos divinos, 31haciendo como santa Eugenia, que gobernó a sus súbditos de la siguiente forma, como dice su biografía: 32“Estaba atenta con sus oídos a todas las bocas, y no soportaba que nadie pronunciase juramentos ni (tuviera) conversaciones sobre temas ociosos”214, 33sino que santa Eugenia amonestaba a esos súbditos, 34y les decía: “Se nos muestra con cuánta reverencia debemos servir al Señor, según sus preceptos, si colocamos ante nuestros ojos a un personaje del que no debemos menospreciar ninguna orden”215. 35Porque si dijimos constituir dos prepósitos por cada decena, (es) porque si, tal vez, el abad ordenare a algunos de los hermanos de la misma decania216 un trabajo separado, puedan ser acompañados por uno de los prepósitos, 36quedando el otro con los hermanos que fueron segregados. 37Pero si un hermano va a ser enviado de viaje, emprenderá el itinerario con una amonestación previa de su prepósito sobre la custodia de los diversos vicios. 38Sin embargo, será enviado uno de esa decania de quien el prepósito esté seguro que puede evitar diligentemente sus vicios, y, en ausencia de su prepósito, tenga mayor conciencia de la presencia de Dios; 39y (ese) hermano debe temer más, solícito por su alma, la presencia de Dios, que será nuestro examinador y juez, que la de un hombre. 40 Por tanto, esos prepósitos, puesto que a toda hora están presentes con los hermanos, deben custodiar sus bocas y gestos del pecado, reprimiendo sus diversos vicios y defectos. 41Esto es, si un prepósito oyere hablar a un hermano que no fue interrogado, amonéstelo diciendo: 42«¿Por qué haces, hermano, lo que prohíbe la regla? 43Guarda

213 Curioso intuito. 214 Passio Eugeniae, ed. B. Mombritius, Sanctuarium, Paris 1910, t. II, p. 394, l. 6-7. 215 Passio Eugeniae, ed. cit., p. 394, l. 7-10. 216 Sin acento, conforme a la 23ª edición del Diccionario de la Real Academia Española.

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silencio hasta que seas interrogado. 44Dí al Señor con el profeta: “Pon, Señor, una custodia en mi boca y una puerta con cerrojo a mis labios” (Sal 140 [141],3); 45y sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar» (St 1,19). 46Si al hermano se le hubiere dado permiso para hablar, vigílelo el prepósito para que no hable con voz demasiado fuerte, lo cual no conviene a los sabios. 47E inmediatamente amonéstelo el prepósito diciendo: «Detente hermano, 48la humildad no sabe hablar así, porque está escrito: “El hombre que habla mucho no marchará con rectitud sobre la tierra”» (Sal 139 [140],12). 49Además, aunque tal vez le hable a otro con voz baja, el prepósito vigilará, no sea que pronuncie alguna palabra vana o apta para la risa, o que no contribuya a la edificación o a la santidad (cf. Ef 4,29; 5,4). 50Cuando oyere eso, amonéstelo el prepósito diciendo: «¿Por qué dices, hermano, lo que la regla prohíbe? 51Porque está escrito: “Darán cuenta de toda palabra vana” (Mt 12,36). 52Y también dice el Apóstol: “Que no salga de su boca ninguna palabra mala, sino la que es para edificación y santificación217 de quienes escuchan”» (Ef 4,29). 53Pero esas mismas (palabras edificantes) deben ser provistas por el abad, para que a la doctrina suministrada por el maestro, el discípulo responda con actos, (habiendo) escuchado en silencio. 54Por tanto, el prepósito amoneste al discípulo que habló cosas malas, diciendo: «Cierra la boca, hermano, a la palabra mala. 55Debe salir lo bueno de allí de donde profieres lo malo, para que quienes escuchamos, admiremos la buena palabra de tu boca, en vez de reírnos juntamente contigo de (una palabra) mala o vana. 56Porque lo que hace reír no es de utilidad. 57Por tanto, que se siente la sabiduría sobre tu boca, con la llave de la justicia y el temor de Dios, y que ella misma abra tus labios a palabras buenas y los cierre a las palabras malas. 58Porque cuando una palabra vana sale de tu boca, hermano, aunque (sea) en broma, sin embargo se pierde en nuestros oídos, 59porque saliendo por la boca no puede volver a entrar; pero la cuenta que de ella deberá rendir (permanecerá) hasta que estemos en presencia del examinador, 60y como nuestra acción no edifica, agrava nuestra causa y vulnera el alma. 61No sea que se nos diga sobre nuestras palabras en el día del juicio: “Cada uno ha dicho cosas vanas sobre su prójimo” (Sal 11 [12],3). 62Porque también una sabia sentencia de Orígenes dice: “Es mejor lanzar una piedra en vano que una palabra”218». 63Si (el prepósito) oyere a un hermano mentir, lo amonestará a la verdad, diciendo: «¿Por qué mientes, hermano, 64cuando sabes que está escrito: “Destruirás a los mentirosos” (Sal 5,7), 65y también cuando sabes que todos los caminos del Señor son misericordia y verdad (Sal 24 [25],10)?». 66Si oyere a un hermano que jura mucho (Si 23,11[12]), amonéstelo el prepósito presente, diciendo: «Retén tu lengua, hermano. 67¿Por qué juras tanto cuando la Escritura prescribe: “No jurar de ningún modo (Mt 5,34), no sea que por el juramento nazca una causa de perjurio”?, 68sino que tu palabra sea: sí, sí; no, no (Mt 5,37; cf. Jn 4,21); créeme, créeme, y en seguida creeremos lo que dijeres». 69Si viere a un hermano irritarse contra un hermano, amonéstelo el prepósito presente, diciendo: «¿Qué haces, hermano? 70Realiza tu trabajo con mansedumbre, en silencio y con caridad, porque está escrito: “Abandona la ira y renuncia al furor” (Sal 36 [37],8), 71y también: “Quien odia a su hermano es un homicida” (1 Jn 3,15), 72y también: “Quien llamare a su hermano ‘raca’ será reo de juicio” (Mt 5,22), y el iracundo no obra la justicia de Dios (St 1,20; cf. Si 28,11). 74Y a nadie le está permitido reconciliarse con su enemigo después de la puesta del sol, (porque) dice el Señor por el Apóstol “Que no caiga el sol sobre la cólera de ustedes” (Ef 4,26)».

217 Gratiam. 218 Sexto, Enchiridion 152.

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75Si viere a un hermano muy pronto para la risa, el prepósito presente amonéstelo, diciendo: «¿Qué haces, hermano? 76Con gravedad haz lo que haces, porque el tiempo de nuestra conversión no es de alegría para reír, sino que es un tiempo de penitencia para llorar los pecados, 77como está escrito: “Postrémonos ante el Señor, lloremos ante Dios que nos hizo” (Sal 94 [95],6), 78y también: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán en la alegría” (Sal 125 [126],5). 79Y también dice la Escritura: “Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán” (Lc 6,21) para siempre. 80Pero el necio levanta su voz para reír (Si 21,23[20])». 81Si viere a un hermano maldiciendo a otro, amonéstelo el prepósito presente, diciendo: «Reprime tu boca, hermano, de la maldición. 82Acuérdate de Dios, que nos dijo por el Apóstol: “¡Bendigan no maldigan!” (Rm 12,14). 83Y como no puede una fuente por la misma abertura manar simultáneamente agua amarga y dulce (St 3,11), así tampoco nosotros, 84cuando con nuestra lengua bendecimos a Dios, ¿cómo podemos con la misma lengua maldecir a los hombres, que han sido plasmados a imagen y semejanza de Dios (St 3,9; Gn 1,26-27)?». 85Igualmente si viere a los hermanos enorgullecerse en alguna ligereza, con levedad en los cuerpos y disipación en el espíritu, amonéstelos el prepósito presente diciendo: 86«Hermanos, siéntense, caminen y estén de pie con gravedad, porque los ojos del Señor nos miran desde el cielo a toda hora y en todo lugar, a buenos y malos” (Pr 15,3; Sal 13 [14],2), 87como dice David: “El Señor desde el cielo mira a los hijos de los hombres, para ver si son inteligentes y buscan a Dios” (Sal 13 [14],2). 88Por tanto, hermanos, temamos, no sea que nos vea en el momento en que nos inclinamos al mal y nos hagamos inútiles, y no hay uno que haga el bien, ni uno solo (Sal 13 [14],3). 89Porque también dice el profeta: “Odiaste a los que observan la vanidad sin necesidad” (Sal 30 [31],7), 90porque todo lo que no es de Dios, es del pecado, y el que no edifica, destruye (cf. 1 Jn 3,10. 8; Rm 14,23)». 91Estos prepósitos, mientras cotidianamente, día y noche, a toda hora, escrutan solícitamente estas cosas en los hermanos que les han sido encomendados, también progresan ellos mismos cuando custodian a otros, 92y custodiando a otros, cuando los apartan del mal, se ocupan del bien a toda hora, 93porque hace feliz a la boca que profiere lo bueno, entrando en el oído del prójimo. 94Por tanto, mientras el prepósito custodia diligentemente a los hermanos en esas cosas, el abad será menos exigente con él que con los otros hermanos en lo concerniente al trabajo manual asignado, 95porque aunque (trabaja) menos corporalmente con las manos, trabaja espiritualmente más por la causa de Dios con su solícita atención para corregir, 96y lo que trabaja menos con las manos, lo trabaja más en las almas. 97Por tanto, por eso dijimos de ser menos exigentes con los prepósitos en cualquier trabajo manual: para que las urgencias de la obra corporal a ellos consignada, no opere en el prepósito negligencia en la custodia espiritual en que está ocupado, 98y así la causa de Dios se pierda al prevalecer los vicios, cuando se corre más en beneficio de la carne que lo que se trabaja por la causa del espíritu. 99Pero asumiendo la fe con esperanza, creemos que el Señor Dios proveerá todas las cosas necesarias para nuestro uso, cuando nuestras manos no puedan conseguirlo, 100confortándonos sobre todo eso el libro del santo evangelio que dice: 101No piensen qué comerán o qué beberán o qué vestirán (Mt 6,25), 102porque todas estas cosas las piensan los paganos, que no conocen a Dios (Mt 632a; 1 Ts 4,5). 103Pero busquen el reino de Dios y su justicia, y todo eso se les dará por añadidura (Mt 6,33). 104Porque su Padre, que está en el cielo, sabe que necesitan de todo eso (Mt 6,32b). 105Miren los pájaros del cielo, que no aran ni siembran, y su padre celestial los alimenta (Mt 6,26). 106¡Cuánto más a ustedes! (Mt Mt 6,30; cf. Lc 12,24).

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107Las vestimentas de los hermanos (estarán) bajo la custodia de los prepósitos. 108Los prepósitos tendrán sus lechos cerca de los de los hermanos, para corregir cualquier falta viciosa durante la noche. 109Prescribimos que cada uno duerma en un lecho, no dos por (cama). 110Y al levantarse un hermano, sino arregla bien su lecho, por castigo no reciba vino puro en la siguiente refección. 111Cuando duerman, duerman vestidos y ceñidos, esto es con cíngulos, cuerdas o correas. 112Prohibimos que algún hermano use cinturón durante la noche, no sea que al darse vuelta, oprimido por el sueño, saliendo de la vaina la punta del cuchillo le hiera en su carne. 113Durante el día se ceñirán con cinturones, como enseña la Escritura sobre san Juan: Alrededor de su cintura se ceñía un cinturón de cuero (Mc 1,6). 114Y también dijimos que los hermanos duerman vestidos y ceñidos, para que cuando llegue la hora de la obra de Dios, y en el oratorio suene la señal nocturna, en seguida se levanten preparados, 115sobre esto dice la Escritura: Si mi señal en la mañana me habla, entonces proclamaré (Sal 72 [73],14-15: Vulgata). 116Porque la señal recibe su nombre porque indica, por el sonido, que ha llegado la hora de la salmodia. 117Por eso sobre esto dice el profeta: Si habla, yo proclamaré (Sal 72 [73],15); es decir, cuando indique que ha llegado la hora de la salmodia, entonces proclamaré las alabanzas del Señor (Sal 77 [78],4). 118Por tanto, si los hermanos deben dormir vestidos y ceñidos, es porque no le está permitido a ningún hermano tocar sus miembros desnudos. 119En efecto, a causa de esto después se introducen en el alma las inmundicias de la libido. Cuando el contacto voluptuoso con los miembros se hace sentir, al punto hace cosquillas en el corazón el deseo de mujeres, a lo cual empuja la impureza de los miembros durante el sueño. 120Y si los hermanos deben dormir vestidos y ceñidos (es) principalmente para que, no pidiendo en la oscuridad sus cosas y sus cinturones a los hermanos solícitos y preparados para entrar en el oratorio, cuando todavía aquellos revuelven sus lechos en la oscuridad por su negligencia, desarreglando y desparramando (todo), pierdan algunas oraciones o salmos. 121Los prepósitos tendrán sus lechos cerca de los de ellos, como dijimos, para corregir cualquier falta viciosa, y para que duerman con más reverencia en presencia de un superior. 122Estén presentes en las mesas de los hermanos, para que coman con ellos en silencio y moderadamente. 123Si un (hermano) abandona ese número de diez en cualquier lugar, sin orden del abad o del prepósito, lo buscarán solícitamente. Capítulo 12: Pregunta de los discípulos: Sobre la excomunión por las faltas. El Señor responde por el maestro: 1Si en todo lo que se dijo más arriba, algún hermano se mostrase frecuentemente contumaz, o soberbio, o murmurador, o desobediente a sus prepósitos, 2y según el precepto divino fuere amonestado en una, dos y tres (ocasiones) sobre un vicio cualesquiera, y corregido no se enmendare (cf. Mt 18,15-16), 3los prepósitos refieran esto al abad; 4y el que preside examine atentamente la naturaleza y gravedad de la falta, 5y la condenará con excomunión, para que (el hermano) sepa que ha despreciado a Dios, 6porque se ha hecho digno de ser juzgado por el desprecio mostrado al superior, puesto que el Señor mismo dice a nuestros doctores: “Quien a ustedes oye, a mí me oye, y quien a ustedes desprecia, a mí me desprecia” (Lc 10,16). 7Esta excomunión tendrá la siguiente sanción:

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Capítulo 13: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo se debe tratar a un hermano excomulgado? El Señor responde por el maestro: 1Cuando los prepósitos hayan señalado al abad la falta del desobediente, 2ya no lo llamamos hermano sino hereje, 3ya no lo llamamos hijo de Dios, sino obrero del demonio, 4porque apartándose de las acciones de los santos es una especie de sarna procreada en el rebaño. 5El abad lo llamará, estando presentes los prepósitos y rodeado del resto de la comunidad, 6y el abad preguntará a sus prepósitos cuál es su pecado y cuántas veces, siendo amonestado cotidianamente, no se enmendó de ese vicio, 7y (ellos) responderán diciendo de qué lo acusan. 8Cuando se haya oído la falta, este será el discurso del abad contra él que oirá: 9«Oh alma miserable, ¿qué respuesta darás a Dios, a quien irritas cada día con tu desobediencia, cuando te acerques a adorarlo219? 10¿Por qué estando bajo el dominio de Dios sirves más bien a Mamón (cf. Mt 6,24)? 11¿Por qué mientes a Cristo como otro Judas220? 12Aquel Judas vendió a la Justicia por un precio de iniquidad (cf. Hch 1,18), tú laceras el nombre cristiano con tus malas acciones. 13Aquel Judas por un falso (beso) de paz generó un escándalo contra el Señor (cf. Mt 26,49); tú, bajo el nombre del santo servicio, te muestras más rebelde a Dios. 14Aquel Judas, falso discípulo, entregó a (su) maestro; tú, bajo el santo nombre cristiano, sigues más bien al diablo. 15Porque en el juicio se levantará contra ti nuestra amonestación, al igual que tu espíritu, al cual rechazaste con la carne por propia voluntad221, (y) ante el tribunal del tremendo juicio dirá: 16“Señor, no quiso entender para obrar bien” (Sal 35 [36],4 b). 17“Meditó la iniquidad, se detuvo en todos los caminos no buenos, no odió la maldad” (Sal 35 [36],5), 18sino que más bien se glorió en ella. Fue potente en la iniquidad (Sal 51 [52],3). 19Cuando fueres acusado en el juicio con esos términos, después de nuestras (palabras), también oirás la voz de aquel mismo juez tremendo que te dirá: 20“Tú eres quien odiaste la disciplina y arrojaste mis palabras detrás de ti” (Sal 49 [50],17). 21“Cuando veías un ladrón corrías con él, y tenías tu parte con los adúlteros” (Sal 49 [50],18). 22“Tu boca abundó en maldad y tu lengua maquinó el engaño” (Sal 49 [50],19). 23“Te sentabas para difamar a tu hermano, y le ponías tropiezos” (Sal 49 [50],20). 24“Rodo el día tu lengua maquinaba la injusticia. Como una navaja afilada hiciste trampa” (Sal 51 [52],4). 25“Amaste la maldad por sobre la benignidad, la iniquidad más que hablar (sobre) la equidad” (Sal 51 [52],5). 26“Amaste todas las palabras ruinosas de una lengua dolosa” (Sal 51 [52],6). 27“Esto hiciste t callé. 28Meditaste la iniquidad, (y creíste) que era semejante a ti. Argüiré contra ti y pondré esa (injusticia) ante tu rostro” (Sal 49 [50],21), 29para que Dios te destruya para siempre, (Él) te arrancará y te expulsará de tu tabernáculo, (te arrancará) de la tierra de los vivientes (Sal 51 [52],7). 30Entonces también todos los justos te verán el juicio desde su gloria (cf. Sal 51 [52],8), 31cuando seas separado de ellos y (puesto) a la izquierda entre los cabritos (cf. Mt 25,33), 32y se reirán de ti (cf. Sal 51 [52],8) diciendo: 33“He aquí el hombre que no puso en Dios su ayuda, sino que prevaleció en su vanidad (Sal 51 [52],9), 34y que no tuvo ante sus ojos el temor de Dios, porque obró engañosamente en su presencia (Sal 35 [36],2-3), 35y dijo como el insensato en su corazón (Sal 52 [53],1; cf. Sal 9 [10],32): 36“El Señor no examinará (Sal 9 [10],34). Aparta su rostro para nunca ver” (Sal 9 [10],32). 38Ignoraba que a los enemigos que mienten al Señor, les llegará el tiempo de la pena eterna (Sal 80 [81],16).

219 Vissio Pauli 16. 220 Sal 80 [81],16. 221 Cf. Vissio Pauli 16.

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39¿Qué dirás sobre esto a Dios? 40Miserable, ¿qué excusas tendrás para (tus) pecados (cf. Sal 140 [141],4), cuando tus maldades te impugnarán y la gehena te esperará?». 41Después de este sermón de increpación del abad ante la comunidad, en seguida se dará la orden de que (salga) del oratorio. 42Será considerado extraño en la mesa común, 43y, designado como enemigo de Dios, ya no debe, desde esa hora, ser amigo de los hermanos. 44Y así, desde ese momento de la excomunión, su prepósito le asignará, para (evitar) la ociosidad, un trabajo manual en un lugar apartado y separado de los otros. 45En ese trabajo ningún hermano el hará compañía, ni se lo consuele con ninguna palabra. 46Pasen todos callados ante él. Cuando pida la bendición, nadie responda: “Dios” (cf. Sal 128 [129],8). 47Cualquier cosa que se le dé, nadie la signará. 48Cualquier cosa extra que haga espontáneamente, más allá del trabajo asignado, sea destrozada y hecha pedazos. 49Esté solo en todas partes y que su única compañía sea su falta. 50Si, tal vez, por la levedad de su falta, el abad no quisiere duplicarle el ayuno, 51cuando los hermanos comen a (la hora) sexta, su prepósito le dará por misericordia a la hora nona un (solo) plato, un trozo de pan de la peor calidad y un vaso de agua. 52Si los hermanos irreprensibles comen a la hora nona, la refección de aquel, señalada más arriba, será retrasada hasta vísperas, 53para que sienta cuántos males le ha reportado su culpa, y qué bienes ha perdido por negligencia. 54Si algún hermano, públicamente o a escondidas, le habla o se junta con él, incurrirá de inmediato en la pena común de excomunión con él; 55y sea reo él también de todas (las consecuencias), y su prepósito lo separará dándole otro trabajo manual; 56sea separado y aislado tanto de aquel reo como de todos, y después nadie podrá dirigirle la palabra por ningún motivo. 57Por tanto, no recibirán el perdón del superior si no han cumplido, el uno y el otro, la misma penitencia satisfactoria; 58uno por haber sido desobediente en (su) vicio y pecado; 59el otro por haber concedido al artesano del mal el salario del consuelo. 60El hermano que hubiere cometido una falta leve, y después de una primera, segunda y tercera amonestación de un vicio cualquiera no se enmendare, sea excomulgado de la mesa, no del oratorio. 61La cual excomunión permanecerá vigente hasta que el culpable haya prometido con una humilde satisfacción, con la cabeza inclinada hasta las rodillas, corregirse en adelante. 62El hermano que cometiere una falta grave, será excomulgado de ambos, esto es, del oratorio y de la mesa. 63Y no recibirá el perdón del superior sin antes haber dado satisfacción, postrado en la entrada del oratorio, con voz llorosa, en los intervalos entre los salmos de las horas, prometiendo ante Dios y (ante) todos que se corregirá. 64Sin embargo, por causa del peso excesivo de la culpa, el abad podrá concederle el perdón más rápido, 65como lo expondrá, al dictado del Señor, la página siguiente222. 66En cuanto al a aquel hermano que fuere excomulgado de la mesa, no del oratorio, no recitará antífona, versículo o lección, 67hasta que haya dado satisfacción por aquella falta, inclinado hasta las rodillas ante el abad o los prepósitos, con promesa de enmendarse. 68Pero si los hermanos excomulgados se muestran soberbios, perseverando en la soberbia del corazón, no queriendo dar satisfacción al abad, después de tres días, a la hora de nona, 69se los pondrá bajo custodia y se los azotará con la vara hasta sangrar223, 70y si al abad le place, sean expulsados del monasterio, 71porque nuestra vida desconoce

222 Cf. RM 14,1-19 y 23-73. 223 Lit.: usque ad necem caedantur virgis (se les azotará hasta morir).

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los lazos de la carne y la sociedad de los hermanos de aquellos que, en su alma soberbia, los posee la muerte224. 72Por tanto, es justo que esos sean castigados a golpes (y) expulsados, porque no merecen estar con Cristo (cf. Flp 1,23), el humilde Señor; 73sino que estén separados de las promesas perpetuas de Dios, con su autor el diablo, que fue arrojado del reino de los cielos por causa de su soberbia (cf. Ap 12,7-10). 74Prosigamos, por tanto, la cuestión de las excomuniones y de la satisfacción, que comenzamos más arriba. 75Creemos, por ende, que Dios y el abad aceptarán este modo de penitencia y satisfacción. Capítulo 14: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo debe hacer penitencia el excomulgado? El Señor responde por el maestro: 1Cuando en el oratorio se celebra una hora del oficio divino, es decir, cuando terminado el salmo, todos se postran para la oración, 2entonces el reo de excomunión, postrado a la entrada del oratorio, dirá con lágrimas: 3«He pecado y reconozco mi pecado (Sal 50 [51],5-6). 4Me he desviado, prometo enmendarme, ya no pecaré en adelante (cf. Sal 118 [119],176). 5Rueguen por mí, santas comunidades225, de las cuales merecí ser separado por mi negligencia y la persuasión del diablo. 6Ruegen por mí, mis antiguos prepósitos. 7Perdóname, pastor bueno y piadoso abad, que dejaste las noventa y nueve por una (cf. Jn 10,11; Lc 15,4). 8Ven, recógeme y llévame sobre tus hombros, a mí, oveja perdida, como nuestro Señor te mostró con el ejemplo de su pasión (cf. Lc 15,5; Sal 118 [119],176); 9porque no vino y murió por los justos, sino por pecadores (cf. Mt 9,13; Rm 5,6-9), 10para que con Él y por su justicia seamos resucitados los que habíamos sido destrozados por nuestros pecados (cf. Ef 2,1-7; Col 3,1), 11(según) lo que dice el Señor mismo: “No he venido sino para las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24), 12y “no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12). 13Imita al piadoso maestro de los apóstoles cuyo lugar ocupas, por la doctrina, en el monasterio, 14porque Él mismo, después de los profetas y los apóstoles, los puso también a ustedes, pastores y doctores de la disciplina (cf. 1 Co 1,28; Ef 4,11); 15porque también a ustedes, por el bienaventurado apóstol Pedro les enseña, diciendo: “No sólo siete veces, sino setenta veces siete deben perdonar al hermano” (Mt 18,21-22). 16Levanta, por tanto, con tu consejo saludable al caído (cf. Sal 144 [145],14; 145 [146],8). 17Desata con tu intercesión ante el Señor, lo que en mí ató la negligencia (cf. Mt 18,18; Sal 145 [146],7). 18Porque he pecado, lo reconozco (cf. Sal 50 [51],5-6). 19Me corregiré, lo creo, porque encontraré (el medio) por tu admonición». 20Después de esta súplica hecha por el reo yacente, terminadas todas las oraciones de cada uno de los salmos, cuando fuere concluido el santo oficio en el oratorio, y aquel reo todavía (esté) postrado a la entrada, 21saliendo el abad, toda la comunidad de los hermanos se humillará y de rodillas pedirá por el culpable, también sus prepósitos. 22Cuando esto fuese cumplido, si con todo, por la levedad de la falta, en se mismo momento el abad quisiera perdonarle, 23en seguida ordenará a sus prepósitos que lo levanten, 24yde nuevo le reprochará su culpa, (y) cuando aquel le responda que se corregirá en adelante, 25inmediatamente el abad dirá a toda la comunidad: Vengan, hermanos, unánimemente oremos en el oratorio con lágrimas por esta oveja de la grey de ustedes que reconoce su pecado, prometiendo enmendarse en adelante (cf. Sal 50 [51],5); 26y reconciliémosle ante el Señor, a quien irritó por su desobediencia”. 27En seguida el abad entrará en el oratorio con los hermanos y, antes de orar, 28desde afuera los prepósitos le introducirán en el oratorio teniéndole de la mano, a derecha e

224 Cf. Juliano Pomerio (o: Pomerio Juliano), Sobre la vida contemplativa I,14; PL 59,427 C). 225 “¿Por qué en plural? Caso único, sin duda debido al estilo oratorio” (SCh 106, p. 49, nota 5).

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izquierda, diciendo ambos este versículo: “Confiesen al Señor porque es bueno”, 29y seguidamente el resto de la comunidad responderá: “Porque su misericordia es eterna” (Sal 105 [106],1); 30de modo que, cuando afuera los prepósitos le sugieren la confesión al penitente, inmediatamente, desde dentro del oratorio, por la boca de los hermanos que responden, Dios bondadoso promete la misericordia. 31Por tanto, cuando los prepósitos lo hayan introducido en el oratorio, lo harán postrarse al pie del altar. 32En seguida, todos se postrarán con el abad para orar por él. 33Entonces, aquel que está postrado por su culpa, rogará al Señor con lágrimas, diciendo estas palabras: 34«He pecado, Señor, he pecado y reconozco mi iniquidad (Sal 50 [51], 5-6). 35Te ruego, te suplico, perdóname Señor, perdóname (cf. Mt 6,12). No me arrebates con mis pecados (Sal 27 [28],3), y no me condenes a las profundidades de la tierra (cf. Jb 10,2; Sal 62 [63],10), 38no me imputes mis malas acciones eternamente (cf. Sal 31 [32],2), 39porque Tú eres un Dios de penitencia (cf. Jr 18,8-10). 40Y en mí muestra tu bondad (cf. Sb 16,21; Jdt 7,30), según tu gran misericordia (Sal 50 [51],3); 41porque Tú dijiste, Señor: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33,11), porque (frente) a nuestras malas acciones nos concedes cada día más vida para que nos corrijamos, 42como nos lo muestra la Escritura, que sobre tu bondad dice esto: “¿Acaso se va a irritar cada día? Si no se convierten…” (Sal 7,12-13)226. 43-Y tu apóstol Pablo dice: “¿No sabes que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia?” (Rm 2,4)-. 44Por tanto, “El Señor blandió la espada, tensó el arco y lo preparó. Y dispuso las armas de muerte” (Sal 7,13-14). 45a estas armas, Señor, les tememos, por eso prometemos corregirnos rápidamente. 46Porque Tú dirás al pecador en el juicio: “Esto hiciste, y callé (Sal 49 [50],21; cf. Is 42,14). ¿Me callaré para siempre?”. 47Porque Tú nos echarás en cara nuestra iniquidad (Sal 49 [50],21), 48para que la reconozcamos en nuestras faltas, y nos condenemos justamente a nosotros mismos. 49Porque Tú, Señor, das la muerte y la vida, hundes en el abismo y sacas de él (1 S 2,6). 50Tú elevas a los humillados. Tú liberas en el cielo a los que están encadenados en la tierra (Sal 145 [146],7; Mt 18,18; cf. Sal 144 [145],14). 51Tú iluminas los ojos de nuestro corazón para corregirnos (Sal 145 [146],8; Ef 1,18). 52Por tu gracia y tu auxilio, diriges los pasos de los justos (Sal 145 [146],8; 36 [37],23), 53como dice la Escritura: “Los pasos del hombre son dirigidos por el Señor” (Sal 36 [37],23); 54y si “no custodias y edificas la casa, en vano trabajan los que la edifican y la custodian” (Sal 126 [127],1), 55porque querer está a nuestro alcance, pero perfeccionar (es obra) tuya (Rm 7,18; cf. Flp 2,13), 56y no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que hace misericordia (Rm 9,16). 57Pero, con todo, das confianza al que espera en ti, diciendo: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, golpeen y se les abrirá, 58porque quien pide recibe, el que busca encuentra y al que golpee se le abrirá” (Mt 7,7-8; Lc 11,9-10). 59Porque también dijiste: “Vuelvan a mí y yo volveré a ustedes” (Za 1,3); 60y cuando clamen, yo diré: “Aquí estoy” (Is 58,9). 61Y también porque eres bondadoso y misericordioso con tu criatura, nos llamas a tu gracia, por más que seamos tus siervos indignos, 62diciendo: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28). 63Por tanto, Señor, no menosprecies a tu servidor, que reconoce su pecado (cf. Sal 50 [51],5), 64como por tu bondad lo prometió el profeta a nosotros que somos culpables, diciendo: “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Sal 50 [51],19); 65puesto que es poderoso como para suscitar hijos de Abraham de las piedras (Mt 3,9; Lc 3,8), 66porque lo que nuestra desesperación cree imposible, tu gracia lo muestra posible (cf. Lc 18,27)».

226 Se interrumpe la cita con un paréntesis.

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67Después de terminar este discurso con lágrimas, de inmediato el abad lo levantará con su mano, diciéndole: 68“Mira, hermano, en adelante mira ya de no pecar, (no sea que) te veas obligado a una segunda penitencia por ese vicio, 69la cual si tuvieras que cumplirla, te llevaría a la secta de los herejes”. 70En seguida el culpable recitará este versículo: “He errado como la oveja perdida”, y todos juntos responderán: “Recoge a tu servidor, Señor” (Sal 118 [119],176). 71Después de este versículo, sus prepósitos serán llamados por el abad y lo volverá a poner en sus manos, diciendo: 72“Reciban a su oveja, reintégrenla al grupo, restituyéndola a la mesa. 73Porque estaba muerta y revivió, perdida y fue encontrada (Lc 15,32)”. 74Y entonces, ese mismo día, en señal por la humildad reparada, él mismo servirá el agua a los hermanos que entran para la comunión, 75y cuando la ofrece, primero besará las manos del abad, después las de cada uno de los hermanos, 76y al darla pida a cada uno que oren por él. 77Y ése mismo (hermano), en seguida que haya entrado en el oratorio, volverá a pedir a todos con voz fuerte que recen por él; 78y así, al salir, acceda con los hermanos a la mesa habitual. 79En cuanto a los niños hasta quince años227, prescribimos no excomulgarlos sino azotarlos. 80Después de los quince años, no conviene que sean azotados sino excomulgados, 81porque ya entienden cómo deben hacer penitencia y enmendarse de las malas acciones que cometen en edad adulta, 82porque (es) justo quien peca haga penitencia de corazón, y no sea azotado por eso el cuerpo, puesto que “el alma manda, y el cuerpo está a su servicio”228. 83Por tanto, cuando el alma manda y el cuerpo sirve, se reconoce que la culpa del que manda es mayor que la del que sirve. 84Así, por tanto, (un sujeto) inteligente para enmendarse debe purificar con la excomunión la raíz del corazón de las espinas de los pecados; 85en vez de que las ramas del cuerpo, a las que fue impuesto sin quererlo el pecado por orden corazón, 86deban padecer un castigo injusto por culpa de otro. 87Por tanto, después de los quince años, sólo serán azotados aquellos hermanos que hayan cometido una falta muy grave: un robo con fuga, o algo (de orden) criminal. Capítulo 15: Pregunta de los discípulos: ¿Los discípulos inferiores deben revelar sus malos pensamientos a los prepósitos o al abad? El Señor responde por el maestro: 1Hermanos las ramas de los árboles están limpias si el tronco es purificado desde su raíz. 2Pero no es justo purificar la puerta del exterior, si el cubículo interior está sucio con inmundicias; 3sino que hay que hacerlo convenientemente, echando fuera la suciedad de adentro, solamente entonces ya se puede limpiar adecuadamente también el interior. 4Porque no puede estar seguro un campo fortificado donde el enemigo está dentro. 5Igualmente, la puerta es cautiva de su cerrojo, cuando los muros no rechazan al enemigo, sino que lo mantienen dentro. 6Pero también se sabe que la herida inflamada está repleta de podredumbre, 7y si no se la aprieta, y si no se echa fuera el pus, y no se la limpia de la supuración apretándola, puede ahondar más profundamente la enfermedad. 8Por tanto, también esto pensamos nosotros de nuestra alma; es decir, primero debemos expulsar de nuestro corazón lo que no queremos llevar en el cuerpo, 9diciéndonos a nosotros mismos: “¿Por qué callas, oh alma, 10y no lanzas un grito y expones el ardor de tu mente, 11y expulsado de tu interior la fiebre de la malicia, ofreces refrigerio al fatigado sufrimiento?”. 12Por tanto, cuando a algún hermano llegue un mal pensamiento al corazón y se sienta llevado por las fluctuaciones, en seguida confesará esto a sus prepósitos, 13y de

227 Quince años es la edad en que se consideraba, entre los romanos, que se pasaba de la infancia a la adolescencia. Este límite de edad será reducido para los ayunos a doce años (RM 28,24-25). 228 Salustio, La conjuración de Catilina, 1,2; cf. Jerónimo, Contra Joviniano, II,10.

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inmediato, habiendo orado, anúnciele eso mismo al abad. 14Además, esos mismo prepósitos deben siempre interrogar a sus subordinados sobre este tema, 15no sea que bien por la simplicidad de algunos, bien ciertamente por la misma vergüenza de los males cometidos, algún hermano tuviera pudor de confesar (las acciones) malas o torpes; 16pero cuando el superior les incitara a que se atreviesen, entonces ya confiadamente, sin vergüenza, confiesen los pensamientos pecaminosos. 17Si también los prepósitos sintieran esto en sí mismos, refiéranlo al abad. 18Pero cuando también el mismo superior sintiera esto, pida en el oratorio a toda la comunidad que oren por él. 19Por tanto, cuando los prepósitos anuncien al abad (el caso) de algún hermano, convoque de inmediato a toda la comunidad, 20y el abad diga a todos: «Vengan, hermanos, ayudémonos por amor unos a otros ante el Señor, 21(como) lo dice el Apóstol: “Hermanos, aunque alguien fuese hallado en falta, ustedes que son los espirituales, corríjanlo con espíritu de mansedumbre (Ga 6,1) 22-consuelen a los débiles (1 Ts 5,14)-, 23vigílate a ti mismo, para que no caigas en la tentación (Ga 6,1), 24y tú, que estás de pie, mira de no caer (1 Co 10,12)”. 25Por tanto, oremos unánimes al Señor (cf. Jdt 7,30; Hch 1,14) por este hermano nuestro, para que se digne, mediante el signo de su cruz, por la voluntad de su poder refrenar las tentaciones del diablo». 26Cuando todos hayan orado por él largo tiempo, el abad se levantará con todos y concluirá, 27en seguida saliendo, cada uno retome el trabajo que estaba haciendo. 28Y reteniendo (el abad) junto a sí sólo a aquel hermano que sufre malos pensamientos, le dará libros229, 29y le leerá la medicina divina apropiada a la necesidad de su herida. 30Pero también cada día ese mismo hermano sea interrogado por el abad, y si respondiere que no se le ha pasado, 31en aquellas horas en que corresponde leer, sea invierno o verano, se le leerán a esa misma decanía a la que pertenece, (pasajes) de libros apropiados a las necesidades de ese pensamiento. 32Si, por ejemplo, le indujere la fornicación, se le leerán, de los diversos libros, aquellos (textos) en los que Dios ama la castidad. 33Si frecuentemente lo persuade la mentira, se le leerán aquellos (textos) donde se prescribe la verdad. 34Si (lo impele) algún deseo mundano, se le leerán aquellos (textos) donde el Señor manda despreciar este (mundo) temporal y buscar el reino eterno de los cielos (cf. Mt 6,33). 35De donde es necesario que el abad esté muy instruido en la ley, bien para enseñar todas las cosas con testimonios, bien para indicar (los pasajes) pertinentes que se deben leer según el tema230. 36Por tanto, ¿acaso no es verdad que cuando el discípulo enfermo fuere curado con esa poción231, no sólo recupera las fuerzas anteriores, 37sino que también adquiere nuevas (fuerzas) contra el enemigo y el adversario pierde lo que creía poseer? 38Al otro día, por la mañana, ese mismo discípulo será interrogado de nuevo por el abad, (sobre) si el pensamiento enemigo ha cesado o no. 39Si respondiera que no ha cesado, a todos se les impondrá un ayuno completo. 40Interrogado también al otro día si respondiera que no ha pasado, se sustraerá el vino en las mesas de todos los comensales. 41Pero si al tercer día -Dios no permita que hablemos así, para que no seamos juzgados de poca fe, ni seamos considerados tardos para creer que el auxilio de Dios puede venir en nuestra ayuda (cf. Mt 6,30; Lc 24,25), 42cuando sabemos que Él es muy misericordioso, bondadoso y pronto a ayudar; 43porque Dios no se olvida de hacer misericordia, ni contiene su misericordia en la ira (Sal 76 [77],10)-; 44por tanto, como lo decíamos más arriba, si vuelto a interrogar al tercer día respondiera que no pasó, también se sustraerá el aceite de las mesas junto con el vino, 45para que por los muchos esfuerzos y el tormento de la abstinencia nadie perezca, sino que todos se enmienden. 46De modo que en la aflicción de todos se espere en el remedio de la divina

229 Proferat codices. 230 Ad locum. 231 Suco.

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misericordia, 47cumpliendo el precepto apostólico que dice: “Lleven sus cargas mutuamente y así cumplirán la ley de Cristo” (Ga 6,2). 48Pero en cuanto al hermano enviado de viaje, debe ser amonestado por sus prepósitos sobre esto: para que a toda hora en cualquier lugar esté alerta contra el diablo, 49porque en el camino engaña a (algunos) de nosotros y quiere, con cosas placenteras, llevarnos consigo a la gehena, 50puesto que no puede sufrir que el hombre, obrando el bien, pueda subir a los cielos, de donde él mismo, por causa de su soberbia, fue arrojado (cf. Ap 12,7. 10)232. 51Y así el siervo de Cristo debe, en cualquier lugar, mantenerse alerta, incluso en ausencia del superior, 52y observarse diligentemente tanto respecto de las malas acciones cuanto de los pensamientos deshonestos. 53Esto se le debe advertir al hermano, para que cuando un pensamiento cualquiera le viniese, 54inmediatamente, fijas las rodillas en tierra junto con la cabeza, trace en la frente el signo de la cruz y acuda al Señor por medio de la oración, para que se digne defender a sus soldados del diablo, 55porque si los vicios no se reprimen cuando son pequeños, cuando se hagan grandes no podrán ser extirpados, 56y cuando los malos pensamientos se convierten en actos, del pecado consumado se adquiere la muerte consumada (cf. St 1,15).

232 Cesáreo de Arlés, Regla de los monjes, 19.