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TEXTO COMPLETO 1La historia de la élite trujillana, como la de otras en el llamado "Reino del Perú", comienza en el siglo dieciséis. Los cambios en su composición fueron paulatinos, al igual que en aquellas otras, y se fueron labrando con la incorporación en sus filas de nuevos integrantes y por las alianzas matrimoniales entre éstos con familias de más antigua raigambre en la región. Esta dinámica fue constante en la composición de la élite virreinal, en el Perú al igual que en otras regiones hispanoamericanas, como ha quedado ampliamente demostrado en diversos estudios sobre la sociedad colonial americana y en las biografías personales de exitosos inmigrantes, tanto comerciantes como funcionarios públicos. 2En la sociedad republicana los patrones de asimilación, aún cuando muchas veces serían análogos, irían revestidos de otras características y obedeciendo a circunstancias diferentes. Emprendedores mercaderes procedentes de distintos países europeos (ya no exclusiva o preferentemente de España, rotos los vínculos con la metrópoli), así como astutos comerciantes y/o políticos nativos del país, se beneficiarían de la anarquía de los inicios de la república, tomando la posta a los peninsulares españoles de la época colonial. 3El presente trabajo aporta elementos para conocer a la élite trujillana entre 1700 y 1830. Estos años comprenden el período en que el imperio español –y por consiguiente el Perú– fue regido por la dinastía de Borbón y el período de la descomposición del sistema colonial. El estudio se concentrará en

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TEXTO COMPLETO

1La historia de la élite trujillana, como la de otras en el llamado "Reino del Perú", comienza en el siglo dieciséis. Los cambios en su composición fueron paulatinos, al igual que en aquellas otras, y se fueron labrando con la incorporación en sus filas de nuevos integrantes y por las alianzas matrimoniales entre éstos con familias de más antigua raigambre en la región. Esta dinámica fue constante en la composición de la élite virreinal, en el Perú al igual que en otras regiones hispanoamericanas, como ha quedado ampliamente demostrado en diversos estudios sobre la sociedad colonial americana y en las biografías personales de exitosos inmigrantes, tanto comerciantes como funcionarios públicos.

2En la sociedad republicana los patrones de asimilación, aún cuando muchas veces serían análogos, irían revestidos de otras características y obedeciendo a circunstancias diferentes. Emprendedores mercaderes procedentes de distintos países europeos (ya no exclusiva o preferentemente de España, rotos los vínculos con la metrópoli), así como astutos comerciantes y/o políticos nativos del país, se beneficiarían de la anarquía de los inicios de la república, tomando la posta a los peninsulares españoles de la época colonial.

3El presente trabajo aporta elementos para conocer a la élite trujillana entre 1700 y 1830. Estos años comprenden el período en que el imperio español –y por consiguiente el Perú– fue regido por la dinastía de Borbón y el período de la descomposición del sistema colonial. El estudio se concentrará en puntos muy concretos para comprender la conformación, actuación, permanencias y modificaciones de la élite trujillana.

3. El poder económico

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3. 1. Los dueños de la tierra 22 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 74-136.

21Según la "Relación de Trujillo" de Miguel Feijóo de Sosa, de 1763, podemos ver que en el corregimiento de Trujillo el más rico fue el mencionado valle de Chicama, con 44haciendas en 11,848 fanegadas, seguido de los valles unidos de Virú y Guamansaña, con 9 haciendas en 2,349 fanegadas de tierras cultivadas. El valle de Chimo, que circundaba la ciudad de Trujillo, tenía 1,627 fanegadas en 38 haciendas, de las cuales 16 pertenecían a conventos o a religiosos y la mayor par te de ellas eran solamente chacras. Todo el corregimiento producía según la misma fuente unas 73,400 arrobas anuales de azúcar, ocupando dicha producción a la mayor parte de los esclavos de la zona (unos 1,421 negros). Igualmente, se citan para esa época 19 propiedades rurales con un valor por encima de los 30,000 pesos, de las cuales 18 fueron trapiches azucareros. En pocas palabras, en tiempos de Feyjóo la producción de azúcar copaba aún buena parte de la actividad agraria de los valles de la costa de Trujillo, a pesar de que su rentabilidad hubiese disminuido en comparación con períodos anteriores.22

23 Coleman subraya que, contrariamente a los hacendados de valles al norte de Trujillo (Lambayeque, P (...)

22Estos centros productivos se dedicaron muy tempranamente al cultivo de trigo y caña de azúcar en términos mayoritarios y con propósitos que se fueron definiendo cada vez más comerciales. El trigo, por causas climáticas o telúricas, disminuyó considerablemente en cantidad y calidad desde finales del siglo XVII, fenómeno advertido en otros valles del litoral peruano, decreciendo asimismo su interés comercial. Fue entonces la producción de azúcar la que fue tomando mayor importancia. Los fundos

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agrícolas de más valor y significación fueron principalmente los que devinieron en ingenios azucareros, aún cuando hubiese otros cultivos menores al interior de sus terrenos. A pesar de versiones insistentes sobre una particular inelasticidad en la producción agrícola trujillana, parece que hacia fines del siglo XVIII el arroz fue tomando creciente importancia, debido a la crisis que a lo largo de ese siglo se fue generando en la industria azucarera.23

24 Macera y Márquez,op. cit., pp. 182-183.

23El azúcar y el arroz fueron consumidos tanto en el mercado local como fuera de él. El azúcar era comercializado en las provincias de Huamachuco y Cajamarca, y desde los puertos de Huanchaco y Pacasmayo, en Guayaquil, Chile y Panamá (hasta verse allí desplazado por azúcar venezolano, antillano y aún brasileño). De Valparaíso volvía harina, a través muchas veces de Lima, acompañado el cargamento con efectos de Castilla que los comerciantes limeños enviaban a Trujillo. Era el circuito comercial del azúcar, pues, bastante complejo, especialmente en comparación al del arroz, producto que a comienzos del siglo XIX era consumido una mitad en Trujillo y la otra en Lima (adonde se enviaba por barco o en recuas de muías).24

25 Ibid.; de alguna manera Coleman, aun cuando su visión es más pesimista, op. cit.,pp. 382-389; y c (...)

24Fuera de la producción azucarera y arrocera (o triguera, que siguiendo a Coleman habría subsistido en cierto grado), hubo tierras dedicadas al cultivo de otros productos de panllevar, de frutos, de olivos y vid, para la elaboración respectiva de aceites y licores, y grandes extensiones de tierras dedicadas a alfalfares y pastos para la crianza de ganado mayor (vacuno, caballar, mular) y menor (ovino). Podían darse en haciendas en cuyos confines existían cultivos de azúcar y trapiches, que según lo visto fueron las

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aplicaciones más frecuentes por ser las más rentables, como también en fundos dedicados exclusivamente a esos otros fines. El producto de todas estas tierras en los referidos valles de Chicama, Chimo, Virú y Guamansaña, así como en la zona de Huamachuco y, en general, en la sierra dependiente de Trujillo, sirvió para la satisfacción de las exigencias de los principales centros poblados de la región y, en el caso de las tierras dedicadas al pastoreo de ganado menor, para el abastecimiento de lanas para los obrajes. Y ciertamente sirvió también durante mucho tiempo para el enriquecimiento del reducido grupo de familias nobles que controlaron el poder económico, social y político de Trujillo (Cuadro 2).25

26 Feijóo, ibid., vol. I, p. 111.

25El patrimonio rural del vínculo denominado de Chiclín, perteneciente a los marqueses de Herrera y Vallehermoso, constituye uno de los casos más notables dentro de la élite trujillana. En 1760 estaba compuesto por unas 390 fanegadas de tierras libres de todo gravamen y valorizadas en 125,000 pesos, produciendo aproximadamente 7,000 arrobas de azúcar (casi la décima parte de todo lo producido en el corregimiento), además de contar con muchos montes y potreros con pastos para el consumo de ganado diverso. También se producía en su interior unas 300 arrobas de aceite, así como menestras. Fuera de una gran cantidad de activos varios, contó el vínculo con unos 150 esclavos entre hombres y mujeres, lo que, según Feyjóo (la fuente empleada), es "lo que únicamente constituye haciendas...(pues) mediante su trabajo se cultivan las heredades, y de este modo redunda utilidad a sus dueños".26

27 ADT, Notario Gregorio López Collado, testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso, 8 de junio (...)

26El poder (o las posibilidades de ejercerlo) de don Juan José de Herrera y Zarzosa, primer marqués de Herrera y

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Vallehermoso, se acrecentó a través del recurso más efectivo: su vinculación matrimonial con una de las más ricas y prestigiosas familias del mencionado valle. Con más de 50 años de edad casó con Juana Joaquina Roldán Dávila y Cabero, hija mayor de la propietaria del mayorazgo y hacienda de Facalá, doña Juana Josefa de los Santos Tinoco Cabero y Moncada. Además de la promesa de una cuantiosa dote (que no llego a satisfacerse íntegramente), la novia aportaba conexión con familias que como hemos visto, al igual que la del marqués, se preciaban de ser las más antiguas del lugar. Por varonía era descendiente de aquel prolífico tronco trujillano, el conquistador Juan Roldán Dávila, en América desde 1493 y primer encomendero de las Indias Occidentales. Por su madre provenía de la extensa y poderosa familia de los Cabero (con múltiples mayorazgos en España) así como del conquistador Pedro Tinoco, fundador del vínculo formado con la hacienda de Nuestra Señora del Rosario de Facalá y tierras anexas.27

Cuadro 2. Propiedades agrarias en los valles de Virú, Chicama y Chimo

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Fuente: Miguel Feyjoo, Relación Descriptiva de la Ciudad, y Provincia de Trujillo del Perú, (Lima: ediciones Cofide, [1763] 1984), tomo I.Código: CA: Chicama, CO: Chimo, VI: Virú,P: Pan llevar, T: Trapiche, O: Olivar,

28 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 110-113.

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27Dicha hacienda tenía la gran extensión de 673 fanegadas, mucho mayor que Chiclín, y producía unas 6,000 arrobas de azúcar anuales. Si eventualmente el marqués de Herrera llegaba a controlar los bienes de la familia de su mujer, unidos a los suyos propios, se convertiría no sólo en el señor indiscutido de la propiedad terrateniente en la provincia de Trujillo, sino en uno de los más grandes propietarios en todo el norte del virreinato. Ya la familia de su hermana María de Zarzosa y Herrera, viuda desde 1737 de Nicolás de Bracamonte Dávila y del Campo, era dueña de la hacienda trapiche de San Francisco, colindante a Chiclín, con 164 fanegadas de tierras y 2,000 arrobas de azúcar al año. Con hijos aún muy jóvenes, doña María dependía en mucho de su hermano el marqués de Herrera, que debió conducir su hacienda por un buen número de años. Lo mismo sucedió con otra hermana suya, doña Manuela, que había recibido de su tío don Juan de Herrera la hacienda llamada "de las Monjas" con 175 fanegadas de tierra, con la previsión de que faltando sucesión de su matrimonio con Ignacio Sánchez de Villamayor, esta hacienda se incorporaría al vínculo de Chiclín.28

29 Ver ADT, Notario Cortijo Quero, testamentos de Juan Esteban Roldán de Castilla y de Josefa de los (...)

28Pero el efectivo control que tuviera sobre sus propias tierras y las de sus hermanas (un total de 728 fanegadas solamente en el valle de Chicama, fuera de otras tierras menores en las inmediaciones de Trujillo) no lo podría ejercer directamente sobre los bienes familiares de su mujer, pese a sus expectativas, pues no sólo tenía la novia hermanos que le disputasen la herencia, sino padrastro y un medio hermano materno. Aunque la elevada mortalidad de la época pudo haber sustanciado las ambiciones del marqués (al haberse llevado a cuatro hermanos infantes de juana Joaquina), éstas se frustaron con la supervivencia de otra hermana, Micaela,

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luego casada con el limeño marqués de Villablanca; y un hermano, Manuel Tinoco Roldan Dávila y Cabero, que heredó el mayorazgo de su madre. Este último no tuvo sucesión en su esposa limeña (Isabel de Santa Cruz, hija de los condes de San Juan de Lurigancho), hecho que pudo ser anticipado por su cuñado el marqués de Herrera. Pero desafortunadamente había otro hijo de la mayorazga de Facalá, habido de su segundo esposo José Merino Isásaga, llamado Judas Tadeo Merino y Cabero (casado que fue con una hija del asesinado Martín del Risco), quien a la muerte de su medio hermano mayor heredaría los bienes vinculados de su familia materna, arrebatándole la esperanza a cualquier posible sucesión de Juana Joaquina, marquesa de Herrera y Vallehermoso.29

30 ADT, el ya mencionado testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso; hay inventario de bienes e(...)

29El hecho fue que, sea por la edad avanzada de Juan José de Herrera y Zarzosa cuando se casó, o la infertilidad de cualquiera de los cónyuges, los marqueses de Herrera y Vallehermoso no tuvieron descendencia que los sucediese y acrecentase con posibles herencias el patrimonio de su línea marquesal. Lo más que sirvió el matrimonio mencionado fue para entablar relaciones de parentesco político con gente ubicada en el pináculo de la sociedad ya no sólo trujillana sino, según hemos visto, limeña. A la muerte del marqués el 8 de junio de 1748, su viuda heredó unos cuantos bienes libres y hubo de ceder la propiedad de Chiclín al sucesor obligado, un maduro hermano del difunto llamado Juan Tomás de Zarzosa (desde ese momento de Herrera y Zarzosa).30

31 Coleman, op. cit.,p. 399; por su "análogo" el marqués de San Lorenzo ver La vallé, Bernard: El Me(...)

30El primer marqués de Herrera y Vallehermoso fue, por lo que hemos visto, el noble más poderoso de Trujillo en la primera mitad del siglo XVIII, reuniendo en su persona el

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prestigio de descender de la familia del primer encomendero de la provincia, ser el primer trujillano titulado y contar con una gran fortuna. A lo largo de su vida formó parte del cabildo urbano, como regidor perpetuo y alca! de en distintas oportunidades. Este poder lo usó irrestrictamente según le convino a sus intereses, recordándonos un tanto al prepotente marqués de Valleumbroso en el Cuzco. Katharine Coleman refiere un hecho protagonizado por Herrera en 1723, cuando siendo poseedor de la hacienda Menocucho en el valle de Chimo, cerca a Trujillo, decidió la construcción de un molino azucarero río arriba (el Moche) que hubo de cortar el abastecimiento de agua de la ciudad por más de 10 días. Esto dio como consecuencia que se desataran enfermedades, lo que propició una serie de reclamos y presiones de vecinos poderosos y una reunión urgente del cabildo trujillano el 29 de noviembre de 1723, todo lo cual resultó inútil ante la voluntad del marqués, que también formaba parte del mencionado cabildo.31

32 Zevallos Quiñones, Jorge: Los Cacicazgos de Trujillo; Trujillo, 1992; pp. 36-44.

31Este tipo de prepotencia no era desacostumbrada entre los grandes terratenientes regionales de la época. Semejante actitud desplegaron muchos en la ampliación de sus propiedades en desmedro de los bienes comunales de los indígenas y los de los curacas lugareños, con la indiferencia o complicidad de las autoridades provinciales. Los abusos cometidos fueron materia de protesta, en la propia corte de Madrid, por parte del cacique de Chicama don Vicente Ferrer de Mora Chimo, quien hubo de viajar a España con el propósito de denunciar "todos los agravios, bexaciones y molestias...(que) constan de los Autos, testimonios y papeles que le acompañan". Aunque recibido y escuchado antes de su fallecimiento hacia 1733, de forma tal que el rey envió una real cédula, con una "severísima resolución", por la cual se

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ordenaba a la Audiencia de Lima la pronta atención de sus reclamos, la situación no varió en lo sustancial, lejos como estaba la provincia de Trujillo de la preocupación e intereses de los magistrados en la capital del virreinato.32

33 Ibid., p. 45; y Feijóo, op. cit., vol. I, p. 87.

32El estado de la propia familia cacical de Chicama, según aparece en la relación de Feyjóo de 1763, es ilustrativa de la pérdida patrimonial que progresivamente fueron sufriendo los señores étnicos de la región, en favor de familias criollas o peninsulares advenedizos a los que por urgencias económicas fueron vendiendo fanegada tras fanegada de tierras. Para mediados del siglo XVIII, el hermano y sucesor del curaca don Vicente, don Gregorio de Mora Chimo, octavo "señor" del valle de Chicama desde la conquista española, sólo poseía la hacienda Quirihuac en el valle de Chimo, a tres leguas de la ciudad, con 50 fanegadas "que al presente solo sirve de pastos y Montes". En su testamento de 1780 figuran, sin embargo, otros varios pedazos agrícolas, pero todo ya muy distante de ser el enorme cúmulo de posesiones que estos señores tenían por suyas en el siglo XVI y aún en el XVII.33

34 Unanue, op. cit., p. 178.

35 Parroquia del Sagrario de Trujillo, libro de defunciones de 1742 a 1767, año 1754, foja 65 va.; el(...)

33Más que los indios o sus caciques, que aún podían retener unas cuantas tierras en el siglo XVIII, fueron ciertamente los esclavos de Trujillo quienes más sufrieron los rigores de un sistema económico y social afectado por la crisis azucarera, que exasperaba a los propietarios terratenientes volviéndolos en ocasiones más exigentes y despóticos. La mayoría de los 4,725 esclavos indicados por Uñarme en la Intendencia de Trujillo en 1793 estaban dedicados al trabajo arduo en haciendas y trapiches de los valles trujillanos, fuera de los

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dedicados al servicio doméstico tanto en dichas propiedades rurales como en la capital de la provincia.34 Su capacidad de aguante no era, sin embargo, ilimitada, como queda expresado en un ingreso de los libros de defunción de la catedral de Trujillo, que indica cómo nueve esclavos de la hacienda Mocan murieron ahorcados "por haber dado muerte alebosa a su amo don Martín del Risco" en 1754.35

36 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 113-114 y 125; ver también Zevallos Quiñones, Jorge, en "Notas sobre (...)

34Esta hacienda de Mocán (o Mocam) producía unas 4,000 arrobas de azúcar en sus 430 fanegadas de tierras, siendo una de varias haciendas controladas por la familia del Risco a través de sus diferentes miembros. Esta fue una familia extendida que, descendiendo como los Herrera del conquistador don Juan de Valverde, fue una de las más importantes social y económicamente en Trujillo hasta el siglo XIX. Los hermanos del asesinado Martín –Valentín y Felipe–, como más adelante los hijos de éstos, fueron propietarios de las haciendas azucareras de Chiquitoy y San Antonio, con una producción combinada de unas 7,500 arrobas para 1760 aproximadamente (que junto a las 4,000 arrobas de Mocam hacían de este grupo familiar uno de los más poderosos de la provincia de Trujillo). Valentín fue dueño, además, de la hacienda de panllevar Cartavio, adquirida por su familia a los descendientes del acaudalado gallego don Domingo de Cartavio Lantia.36

37 Ramírez, Susan,op. cit., pp. 211-257.

38 Macera y Marques,op. cit., p. 182; ver también Coleman, op. cit., p. 186.

35Grupos familiares como éstos no fueron inmunes al proceso de decadencia de la producción azucarera y por lo tanto de las haciendas trujillanas de finales del siglo XVIII y comienzos

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del XIX. Este fenómeno, observado por Susan Ramírez en las igualmente afectadas haciendas lambayecanas, se habría debido en gran parte a la creciente producción de azúcar en otras regiones americanas, con lo cual la oferta fue resultando desproporcionada a la demanda y por consiguiente los precios colapsaron.37 Siguió produciéndose azúcar trujillana, pero sin el rendimiento que ofreciera en la segunda mitad del siglo XVII y comienzos del XVIII, agravándose la crisis en las décadas siguientes. Para 1802, según un informe del comerciante Tiburcio Urquiaga y Aguirre, no se producían más de 15,000 arrobas anuales, habiendo disminuido notablemente la presencia de esclavos. Urquiaga describía, con una visión empresarial, al campo trujillano en "desgracia", en un estado semi-desamparado. De los antiguos cañaverales sólo sobrevivían como tales unos nueve, que producían mayormente un azúcar de mala calidad, denominada "chancona". Por lo mismo, los propietarios no podían cancelar los intereses anuales de diferentes gravámenes y cargas financieras que se volvieron las estocadas finales de un negocio moribundo. Al impedir tales cargas un accionar más dinámico en la conducción de los centros agrícolas, éstos se fueron haciendo más vulnerables ante la ya referida competencia externa, no pudiendo los trujillanos reducir costos ni, en suma, ofrecer la respuesta requerida para repuntar nuevamente.38

3. 2. Los obrajes y el comercio

36A pesar de la visible decadencia de un fuerte sector de la élite trujillana, vinculada como principalmente estuvo su prosperidad al curso de la economía azucarera de la región, hubo integrantes de dicho conglomerado de familias "notables" que pudieron mantener o aún labrar fortunas, adecuándose a las nuevas "reglas de juego" y diversificando su cartera de inversiones, como tendremos ocasión de ver. Estos fueron los individuos o grupos comprometidos con la

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producción textil en los llamados obrajes, aquellos que incursionaron en la actividad minera y los que supieron vincular los mercados generados por urbes y minas con los centros que abastecían sus diversas necesidades: los comerciantes.

39 Véase Salas de Coloma, Miriam: "Crisis en Desfases: Mineros y Textiles", en Las Crisis Económicas (...)

37Los obrajes durante el período virreinal proporcionaban productos a un mercado especialmente interregional. El área obrajera por excelencia en las proximidades de Trujillo fue la provincia de Huamachuco, que contó con unos 15 centros manufactureros cuyos textiles "baratos" no competían con los textiles de Castilla, de mayor precio y para un mercado más exigente. Los obrajes pertenecían al mundo rural serrano y combinaban la producción de lanas, en vastas estancias ganaderas, con el trabajo manufacturero. El negocio se basaba en la autosuficiencia, consistente en proporcionar los propios productores los insumos necesarios, y en la reducción de todo costo monetario. La mano de obra, en este caso, se obtenía de indios o mestizos yanaconas, semi-asalariados y en menor medida mitayos, así como de unos cuantos esclavos, todo lo cual demandaba pocos egresos monetarizados. Las transacciones monetarias se circunscribían a la venta de paños y ganado y, simultáneamente, a la compra de algún insumo como añil, usándose el dinero obtenido (cuando se contaba con moneda circulante) para satisfacer cargas financieras, impuestos, los salarios que fuesen necesarios y, por supuesto, para la repartición de utilidades.39

40 Para las haciendas que pasaron de los jesuitas a manos de inversionistas laicos ver Aljovín de Los (...)

38Hasta su expulsión en 1767 fueron los jesuitas los dueños de algunos de los principales obrajes norteños, tales como

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Chota, Motil, San Ignacio y San José de Parrapos, y, sin duda, los más exitosos empresarios manufactureros y comerciantes de los textiles por ellos producidos. Pero ya desde antes de la transferencia de dichos centros a manos de emprendedores mercaderes laicos, a través de los remates llevados a cabo por la llamada Junta de Temporalidades, hubo familias de la élite trujillana que compartieron el espacio de la actividad obrajera con la Compañía de Jesús, y que siguieron en él a lo largo de varias décadas hasta el ocaso del sistema virreinal.40

41 Chauny de Porturas, Gilbert: "Los Sánchez de A randa", en: Revista del Instituto Peruano de Invest (...)

39Entre las familias más notorias que se dedicaron a producir textiles en los centros instalados en sus estancias ganaderas estuvieron los Aranda y sus próximos parientes los Orbegoso. La trayectoria americana de la primera de estas familias la inició a comienzos del siglo XVII el trujillano (de Extremadura, España) don Martín de Aranda y Porras, maestre de campo que fue alcalde provincial de la Santa Hermandad en Cajamarca, Huambos y Huamachuco. Desde 1651 figura como propietario de la hacienda de Angasmarca, que habría de contener uno de los principales obrajes de la región y que legaría a sus descendientes. Su hijo, el general don Juan de Aranda y Castro, participó en la repulsa del filibustero Edward Davis y en la construcción de uno de los baluartes de las murallas de Trujillo, lo que le valió luego no sólo la alcaldía de Trujillo y el corregimiento de Chachapoyas y Moyobamba, sino también un hábito de una de las órdenes militares. El hijo de éste, don Martín de Aranda y de la Torre (1695-1766), se hizo acreedor, tanto por los recursos que le proporcionaba Angasmarca como por sus méritos y los de sus antecesores, a ser nombrado corregidor de Trujillo (1755) y de Huamachuco (1759), como luego se verá. Por su hija María Teresa, casada con el maestre de campo Pablo del Corral, habría de unirse la principal herencia de los Aranda, la hacienda y obraje de

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Angasmarca, con el complejo obrajero de Santa Rosa de Calipuy, que a finales del siglo XVIII era uno de los más importantes de Huamachuco.41

42 Ibid. y Varela y Orbegoso, op. cit. pp. 16-30.

40Una de las hijas de don Martín de Aranda y Porras, doña Josefa, había casado el 13-VIII-1651 con don Bartolomé de Orbegoso-Isasi y Garrón de Urrutia, nacido en Bilbao de antigua familia guipuzcoana, siendo éstos tronco de la familia de Orbegoso en el Perú. A comienzos del siglo XVIII esta familia adquirió la tierra de Chuquisongo, que habría de contar con otro obraje importante y que sería, en el siglo XIX, el principal bien patrimonial del mariscal don Luis José de Orbegoso, presidente del Perú, como lo hubiera sido de su padre, don Justo de Orbegoso y Burutarán. Precisamente por dedicarse a la administración de Chuquisongo y a la comercialización de sus productos –fuera de los ruinosos intereses amayorazgados de su mujer doña Francisca de Moncada Galindo y Morales– don Justo había renunciado a la carrera de las letras y al importante empleo de oidor de Quito (para cuya designación la corona habría tenido en cuenta no sólo sus capacidades sino los vínculos que desde Trujillo podían estrecharse entre Quito y Lima).42

43 Macera y Marques,op. cit. 185-187; y Larson, Brooke:Colonialism and Agrarian Transformation in B(...)

41Los obrajeros más dinámicos fueron crecientemente exportando paños por vía marítima a Santiago de Chile y Panamá (siguiendo con ello la ruta del azúcar) y así compitiendo con los textiles de Cuenca en los mismos mercados. Fue un negocio cuyo volumen y rentabilidad aumentaban en momentos de conflicto internacional entre España e Inglaterra, cuando se cerraba o restringía el comercio desde Europa y los obrajes podían producir mejores paños para cubrir las necesidades del mercado americano. En

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1802, por ejemplo, los mayores obrajes obtuvieron entre doce y catorce mil pesos de ventas anuales y, existiendo entre seis y ocho obrajes de gran producción, las ganancias globales ascendieron a una suma entre 72,000 y 112,000 pesos. Fueron muchas veces los propios dueños de obrajes quienes comercializaban sus paños, negocio a través del cual ganaron un vasto conocimiento de mercados lejanos, así como lazos de amistad, cuando no familiares, con habitantes de ciudades ubicadas a gran distancia de Trujillo.43

44 Zevallos Quiñones: "Notas sobre trujillanos..." en Feijóo, op. cit., vol. II, p. 102; y Tálleri Ba (...)

42Sin duda eso fue lo que sucedió a mediados del siglo XVIII con uno de los mayores comerciantes afincados en dicha ciudad, don José Muñoz de Torres Bernaldo de Quirós. Nacido en Concepción (Chile) en 1708 (contando con antecesores trujillanos que permiten suponer un vínculo comercial estrecho entre Chile y el norte del Perú ya desde el siglo XVII), se había radicado en Trujillo desde poco antes de 1739, atraído por intereses mercantiles. Poco después contrajo ventajoso matrimonio con doña Francisca Santoyo de la Huerta, cuya familia habría bienvenido el dinamismo de José Muñoz y pasado por alto su procedencia foránea o carencia cualquiera, en atención a la muy madura edad de la novia.44

45 Ibid.

43El enlace con Francisca Santoyo le dio acceso a la propiedad de las mayores haciendas en el valle de Virú, con unas 1070 fanegadas (dedicadas a la producción azucarera y de panllevar), que se unieron a 300 fanegadas que más adelante poseyó don José Muñoz en el mismo valle (igualmente para producción de panllevar) y 300 en el valle del Santa (alfalfares), fuera de otras tierras de cuyo interior se extraía carbón para su venta en Lima. Todos estos bienes, así

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como los vínculos de parentesco propios y a través de su mujer, le concedieron requisitos suficientes para ingresar de regidor en el cabildo de Trujillo, de donde fue alcalde ordinario en 1742. Dos años más tarde, la monarquía consideraba suficientes sus méritos, fortuna, alianzas y prestigio como para concederle el título de Castilla de marqués de Bellavista (segundo en conferirse en Trujillo y el tercero en portarse en dicha ciudad), coronando así su meteórica carrera. Su patrimonio se vería luego acrecentado con la compra hecha al ramo de Temporalidades de las haciendas y obrajes de Chota y Motil, que según viéramos estuvieron entre los centros manufactureros de textiles más importantes del norte del virreinato. La producción de estos obrajes fue destinada por Muñoz tanto a mercados fuera del Perú como locales, sin duda incluso en los centros mineros de Huamachuco (provincia en que se encontraban sus obrajes), Pataz o aún en las nacientes minas de Hualgayoc. El caso del primer marqués de Bella vista, quien antes de fallecer súbitamente en 1785 se hubiera desempeñado como corregidor y justicia mayor de Trujillo, es uno de los más claros de diversificación económica, que le permitió consolidar una sólida fortuna de la que fueron herederas sus hijas María Josefa Isabel –la segunda marquesa– y Angela.45

3. 3. Mineros y comerciantes 46 Fisher, John: Minas y Mineros en el Perú Colonial 1776-

1824;Instituto de Estudios Peruanos; Lima, (...)

44Vemos así como los textiles "de la tierra" producidos en los referidos obrajes eran consumidos, además de por la plebe trujillana, por los trabajadores mineros de la provincia y los centros productivos aledaños. Estos centros fueron un mercado significativo, especialmente luego del descubrimiento de los yacimientos de Hualgayoc en 1771, lo que volvió a la región norteña en importante productora de

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plata hasta comienzos del siglo XIX. En efecto, los centros mineros de Hualgayoc, Huamachuco y Pataz consiguieron contribuir con la cuarta parte de la producción de plata de todo el virreinato del Perú, "boom" (relativo, por cierto) que inyectó un nuevo dinamismo económico en Cajamarca y la propia Trujillo, abriendo posibilidades de creación de nuevas fortunas.46

47 Coleman, op. cit. y Fisher, John: Matrícula de los Mineros del Peni en 1790; Universidad Nacional (...)

45Katharine Coleman menciona que muchos trujillanos migraron a los centros mineros de Hualgayoc y Huamachuco en las últimas décadas del siglo XVIII. Estos flujos y reflujos de población entre Trujillo y Cajamarca crearon fuertes lazos entre las élites mineras, comerciantes y aún terratenientes de ambas provincias, entremezclándose los negocios, los lazos de parentesco y la participación en el aparato burocrático-administrativo de dichos lugares. Fueron los comerciantes los que suplían de insumos y de capitales a los mineros, deviniendo muchas veces (para cubrir sus acreencias o por diversificación de sus actividades) en dueños, a su vez, de minas importantes.47

48 ADT, testamento deCristóbal de Ostolaza y Balda, del 14 de marzo de 1815 ante Manuel Núñez; legajo(...)

46Un ejemplo claro de gran mercader peninsular, dedicado asimismo a la minería y a la agricultura, lo ofrece don Cristóbal de Ostolaza y Balda, natural de Guipúzcoa, llegado al Perú después de 1760. Casado con doña Ana Josefa Martínez del Río y Sedamanos (hija de una Sedamanos y Cartavio), accedió por ese vehículo a uno de los círculos familiares más prominentes de Trujillo, tanto en prestigio social como en bienes raíces. No por ello se desvió de su principal actividad –el comercio–, en la que destacó por sobre otros mercaderes del área según se desprende de los

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registros de la Real Aduana trujillana. Los rubros que comerciaba iban desde efectos europeos, licores de otras regiones peruanas y aún textiles "de la tierra". Estos negocios pronto lo vincularon a la naciente minería de la región, figurando en la matrícula de mineros del Perú en 1790, con dos minas de plata en labor en el distrito de Hualgayoc. Aunque su testamento hecho en 1815 no ofrece detalles sobre el cúmulo de sus bienes, debieron ser lo suficientemente cuantiosos como para asegurarle una plaza de regidor perpetuo en el cabildo trujillano e incluso la financiación de un regimiento propio, que por conducirlo en su calidad de teniente coronel de los reales ejércitos fue llamado "regimiento de Ostolaza".48

49 Aldana, op. cit. y Sempat Assadourian, Carlos: El Sistema de la Economía Colonial: Mercado Interno (...)

47Los comerciantes crearon en parte "la región del norte", que nunca tuvo la vitalidad del sur andino. No tuvo tan gran mercado o imán como Potosí en la región sureña del virreinato, que arrastrara hacia sí toda la producción del área. Pero aunque fueron una serie de ciudades las que rivalizaron entre sí por la hegemonía mercantil, tuvo Trujillo un puesto preeminente si no una supremacía total (teniendo como tuvo en Cajamarca a una competidora, especialmente luego del auge minero del último tercio del siglo XVIII).49

50 Fisher: Gobierno y Sociedad Coloidal...; p. 22, para la unión entre comerciantes, terratenientes y (...)

48Además de algunos criollos como Bellavista (éste nacido lejos de la "región del norte" del virreinato peruano), fueron peninsulares como Ostolaza los grandes mercaderes en Trujillo durante el siglo XVIII y comienzos del XIX(como también en otros puntos de la América española), sin que mediara legislación especial que los favoreciese. Su predominancia debió estar en parte relacionada al tipo de comercio que se

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realizaba: la significativa importación de efectos de Europa, para lo cual contaban con extensas redes de parentesco y de amistad no sólo en las ciudades norteñas, sino incluso en Lima, Valparaíso o la propia Cádiz. El apoyo de la corona sí fue evidente y decisivo para los peninsulares en la administración pública, y los mercaderes estuvieron frecuentemente aliados a los burócratas, asistiéndoles financieramente y recibiendo de ellos concesiones y beneficios, cuando no fueron tanto lo uno como lo otro.50

49Como en el caso de Bellavista y Ostolaza, los mercaderes españoles más exitosos pronto se relacionaron con las familias de la élite terrateniente de Trujillo y, asumiendo la mentalidad de ésta, invirtieron a su vez los recursos que les proporcionara sus actividades comerciales en la compra de haciendas o en el equipamiento y mejoras de las tierras de sus esposas.

51 Lo de "ramas pegadizas" lo menciona Céspedes del Castillo, Guillermo, en "América Hispánica (1492- (...)

52 AGN, libros de aduana de Trujillo 1779-1788 y 1789-1798.

53 Ramírez, Susan E.,op. cit., pp. 244-247.

50Algunos de los ejemplos más notables en este sentido son los de sendas "ramas pegadizas" de la familia Lavalle y Cortés, constituidas por los mercaderes Antonio López de Bustamante y José Antonio de Cacho, casados ambos con hermanas del primer conde de Premio Real, cuyo padre había seguido anteriormente el mismo patrón al llegar de Vizcaya y desposarse en una familia de hacendados trujillanos (los Cortés y Cartavio, próximos parientes de la mujer de Ostolaza).51 Tanto López de Bustamente como Cacho figuran entre los comerciantes importadores más activos de acuerdo a los registros de la Real Aduana de Trujillo, extendiendo sus actividades fuera de los ámbitos de dicha ciudad y

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vinculándose con los intereses económicos de las regiones periféricas.52Similar al suyo fue el caso de dos hermanos peninsulares, los opulentos comerciantes y luego hacendados y burócratas Juan Alejo y Juan José Martínez de Pinillos, que casaron con dos hijas de José Antonio de Cacho y cuya historia, seguida por Susan Ramírez en tanto grandes terratenientes en Lambayeque, retomaremos en algunos de sus aspectos más adelante.53

4. 3. Elite trujillana e Iglesia 75 Coleman, op. cit.,p. 403.

66Katharine Coleman sostiene que la sociedad española en Trujillo estuvo estrechamente vinculada a la Iglesia, siendo ésta la más rica empleadora y un seguro refugio para muchos de los hijos e hijas de los vecinos y hacendados locales. De hecho, la revisión de diversas genealogías e historias familiares trujillanas permite confirmar esta realidad, especialmente evidente en el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII.75

76 Ver Várela y Orbegoso a lo largo de todas las familias por él incluidas en su estudio.

67A pesar de que durante la segunda mitad de este siglo y comienzos del XIX, esto es durante las postrimerías del regimen colonial que coincidió con la aplicación de las reformas borbónicas, el ingreso a instituciones religiosas por parte de los miembros de las familias más exaltadas fue disminuyendo notablemente (quizás como consecuencia de la influencia secularizadora de la "era de la ilustración"), aún hubo familias tradicionales que siguieron contando con miembros en la Iglesia, donde pudieron hacer carrera y desde donde asistieron a sus parientes para la obtención de créditos financieros, generalmente aplicados en la forma de censos.76

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77 Feijóo, op. cit., vol. 1, pp. 74-136.

78 Varela y Orbegoso,op. cit. (parte dedicada a los Moncada).

68La cantidad de gravámenes con que se vieron afectadas la mayor parte de propiedades rurales de la élite resulta elocuente del estrecho vínculo entre ésta y la Iglesia (ver el cuadro de las principales haciendas trujillanas).77 En el caso de algunas familias que tuvieron mayorazgos y donde por consiguiente el grueso de la herencia pasaba a un sucesor designado, no parecía haber cabida para que otros miembros creasen sub-ramas desposeídas de mayores propiedades (a no ser que la creación de alguna capellanía o aniversario de misas obedeciese precisamente al afán de premunir a algún miembro de la familia con una renta segura, impuesta con tal pretexto sobre alguna porción de los bienes libres del fundador –mientras éstos existieran–, lo que daba lugar a otra vinculación que contenía su propio orden sucesorio). Quizás la existencia de mayorazgos que representaban, con el tiempo (y el consumo de los bienes libres), la casi totalidad del patrimonio de sus familias impulsó, por ejemplo, a varios de las Alas y Sarzosa –rama del marquesado de Herrera– o muchos más integrantes de la familia Moneada a optar por la soltería o por su ingreso en religión.78

79 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", p. 231.

69Esta última familia resulta particularmente notable en tal sentido. La primera condesa consorte de Olmos, doña Francisca de Moncada y Nava –casada que fue con Juan de Verasátegui, titulado gracias a su desempeño burocrático en el Alto Perú a fines del siglo XVII– pudo trasmitir a sus descendientes los mayorazgos familiares y el alferazgo de Trujillo por contar a comienzos del siglo XVIII con cuatro hermanos frailes (además de otro, Basilio Antonio, que habría de casar con su hija Teresa y continuar así el apellido de Moneada).79

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80 Varela y Orbegoso,op. cit. (los Moneada).

70Primos segundos de dicha primera condesa de Olmos, pertenecientes a la rama menor de su familia, fueron los religiosos jesuítas doctor don Juan de Moneada y Escobar, comisario del Santo Oficio y Obispo de Mizque, y sus hermanos, el vicario don Antonio, igualmente comisario del Santo Oficio, y el doctor don Baltazar de Moneada y Escobar, visitador de Quito y el Perú, así como procurador en Madrid y en Roma, donde falleció exiliado en 1769. Tuvieron, además, dos hermanas monjas en Santa Clara de Trujillo, Rosa y Catalina, fuera de otra, Josefa Leocadia de Moneada, casada con el mayorazgo de Facalá don Bartolomé Tinoco Cabero de Francia (de cuya hija y descendencia entroncada con los Herrera se hará posterior mención).80 El gran número de religiosos en familias como ésta puede explicarse tanto en una mentalidad que otorgaba al servicio de la Iglesia el valor más elevado, como a la necesidad de ubicar a varios de sus miembros allí donde su decorosa subsistencia quedase asegurada, especialmente en clanes como el de los Moncada, por cuyos mayorazgos se disminuían las posibilidades económicas de los parientes colaterales a la par que se anquilosaba o reducía la liquidez financiera de quienes habrían de encabezarlos.

81 Coleman, op. cit.,pp. 405.

82 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 50-52.

71Coleman señala que la riqueza total de la Iglesia en Trujillo sobrepasaba en mucho la del tesoro real o la del sector privado de dicha ciudad en el sigloXVIII, siendo el sueldo del obispo de la diócesis de 28,000 pesos, casi 9 veces mayor que el del corregidor en 1784.81 Los sueldos de los demás miembros elevados del cabildo eclesiástico (deán, arcediano, chantre, canónigos y racioneros) fluctuaron oficialmente entre 3,000 y 1,000 pesos, pero contaron además, siguiendo a

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Feijóo de Sosa, con "la quarta parte en los Diezmos, el residuo de los quatro Novenos, pagados los Curas de las Parroquias de Españoles (y) también los proventos de las Memorias y Capellanías...".82

83 ADT, testamento del arcediano Simón de Lavalle y Cortés, del 8 de marzo de 1805, ante Luis de Vega (...)

72Estas rentas adicionales combinadas explican en parte el despliegue suntuario del arcediano don Simón de Lavalle y Cortés, hermano del conde de Premio Real, de las esposas de López de Bustamante y de Cacho, de Pedro Ignacio y del doctor Manuel de Lavalle y Cortés, "actual director de la Real Renta de Tabacos de Chile". El arcediano se quejaba en su testamento hecho antes de fallecer en 1804 que él "aunque era el mayor de todos" sus mencionados hermanos, éstos recibieron "más o menos 40,000 pesos" de la masa sucesoria de sus padres, quedando él con varias acreencias en su contra y, por consiguiente, viéndose obligado a solicitar al conde y a Josefa (la mujer de Cacho) diversas sumas. Pero no por ello quedó pobremente constituido, quizás por el acceso que a fuertes ingresos le proporcionaba su cargo eclesiástico, a juzgar por los bienes y legados que dejó. Entre estos se observan más de 2,400 pesos en alhajas de oro y diamantes; 710 marcos de plata labrada; más de 6,450 pesos en moneda; más de 4,300 pesos en muebles, adornos, carruajes y un esclavo; y riquísima ropa y ornamentos de "tisú de oro y plata" con diversos sobrepuestos de "garmieles de encajes" que legaba a las iglesias de Salao, Sechura y Morro, fuera de hebillas de oro, botones de diamantes y ropa de color que dejaba a varios de sus sobrinos.83

84 Varela y Orbegoso,op. cit., p. 174.

73El caso del arcediano Simón de Lavalle fue, sin duda, uno de los más saltantes en cuanto al oropel ostentado por eclesiásticos coloniales en Trujillo, pero evidencia las

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posibilidades que en tal sentido podían proporcionar las rentas de la Iglesia –unidas a patrimonios privados– aún durante las postrimerías del régimen virreinal. Esta realidad, así como la presencia de miembros de las más connotadas familias trujillanas en las órdenes religiosas y en el clero secular, perduraría hasta bien entrada la república, si bien es cierto que el número de integrantes iría disminuyendo progresivamente a la par que su capacidad económica y de despliegue suntuario, dentro del largo proceso secularizador que en mucho se consumaría a mediados del siglo XIX (y que daría pronta cuenta, entre otras manifestaciones caducas de religiosidad, del Tribunal de la Santa Inquisición de Trujillo, desaparecido al tiempo que el limeño). Este proceso no impediría que, a comienzos de dicho siglo, Trujillo pudiese ofrecer a la monarquía española uno de los religiosos más importantes del mundo hispano, en la persona de Blas de Ostolaza y Martínez del Río (hijo del mencionado comerciante y minero don Cristóbal), que alcanzó a ser confesor y guía espiritual del príncipe de Asturias, más adelante Fernando VII84

5. La nobleza trujillana en vísperas de la Independencia

5. 1. Vigencia de ¡a aspiración nobiliaria

85 Ver Lohmann Villena, op. cit. (en todas las órdenes, especialmente la más nueva, de Carlos III).

74El referido proceso gradual de secularización no parece haber encontrado análogo curso en lo que a la conservación y culto del reconocimiento nobiliario entre las familias notables (y otras que lo fueron menos y que insistían en sus calidades

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tradicionales para mantenerse "a flote" socialmente) se refiere. Luego de la aplicación de las reformas borbónicas, siguieron teniendo importancia en Trujillo (como de hecho en otras partes del imperio español) los expedientes de "nobleza y limpieza de sangre", las cruces o hábitos de órdenes nobiliarias (apareciendo, junto a las anteriores, las recién creadas de Carlos III e Isabel la Católica) y la aspiración a títulos de Castilla, en quienes podían albergar tales pretensiones.85 Y éstas parecían muy evidentes en los trujillanos de las últimas décadas del período virreinal.

86 Camino Calderón, Carlos: Tradiciones de Trujillo; Imprenta Moderna-Roberto G. Otoya; Trujillo, s/f (...)

75En 1805, con motivo del matrimonio del príncipe de Asturias (luego Fernando VII) con su prima la princesa doña María Antonia de Borbón-Dos Sicilias, hija de los reyes de Nápoles, la corona autorizó a los principales cabildos del virreinato del Perú a que presentasen candidatos para la graciosa concesión de nuevos títulos de Castilla, hasta un número de cuatro postulantes. Hicieron lo propio Lima, Cuzco, Arequipa y Trujillo, pero este último cabildo desatendió el límite en las candidaturas y, el 26 de octubre de dicho año, envió al virrey marqués de Avilés una relación de seis personajes que se consideraba merecían semejante distintivo. Fueron éstos el regidor Miguel Gerónimo de Tinoco y Merino, mayorazgo de Facalá; el ex-alcalde Mariano de Ganoza y Cañas, a quien volveremos a ver; el regidor Gaspar de la Vega y Solís; el regidor Mariano de Cáceda y Bracamonte; el hacendado y obrajero Francisco del Corral y Aranda; y el hacendado Fermín de Matos y Risco. Ridiculizando el desmedido afán de los trujillanos por alcanzar títulos nobiliarios, se dijo en Lima que de los seis, cuatro fueron presentados por sus indiscutibles merecimientos, mientras que los otros dos "por ser propietarios de las mejores pantorrillas que existían en Trujillo".86 Pero con méritos

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suficientes o no, quedaron todos de lado frente a la fuerza de los candidatos limeños, que fueron los agraciados con nuevos títulos de Castilla.

87 Atienza, Julio de,op. cit., p. 540.

88 Varela y Orbegoso,op. cit., p. 92.

89 Ibid.

90 Feijóo, op. cit., vol I, p. 112.

91 Zevallos Quiñones, "Notas...", en Feijóo,op. cit., vol II, p. 87.

92 Ibid., pp. 89 y 97.

76Luego de la concesión de los marquesados de Herrera y Vallehermoso y de Bellavista en la primera mitad del siglo XVIII, la corona había hecho otorgamiento de un título más a un vecino de Trujillo (sin contar el condado de San Javier y Casa Laredo, conferido a un trujillano radicado en Lima (como luego ocurriría con el condado de Premio Real): el condado de Valdemar de Bracamonte, dado el 19 de noviembre de 1775 a don Pedro de Bracamonte-Dávila y Zarzosa.87 El rey Carlos III le confirió el condado en atención a la antigua trayectoria de su familia paterna en Trujillo, habiendo sido su padre don Nicolás de Bracamonte-Dávila y del Campo, comisario general, regidor y alcalde, así como corregidor y justicia mayor de la provincia entre 1721 y 1723;88 y habiendo sido la esposa de éste y madre del beneficiado, una de las hermanas del marqués de Herrera, todo lo cual hemos referido.89 Además de ser dueño de la hacienda y trapiche de San Francisco en el valle de Chicama (con una producción de 2,500 arrobas de azúcar en 164 fanegadas),90 tenía fincas urbanas y el mayorazgo de Peñaranda de Bracamonte, fundado "siglos atrás" sobre bienes raíces en la provincia de Salamanca, España.91 Sus

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hermanas Estefanía y Nicolasa casaron respectivamente con el trujillano Francisco de Cáceda y Medina –poseedor de un mayorazgo en Navarra– y el chileno (hijo de guipuzcoano) José Alfonso de Lizarzaburu y Arbieto, dueños ambos de importantes propiedades agrícolas en los valles trujillanos, constituyendo estas parejas familias que se contaron entre las más influyentes y bien conectadas en la región,92

5. 2. La trasmisión de títulos, honores y bienes

93 Ibid., p. 98.

94 ADT, testamento del conde de Valdemar de Bracamonte del 31 de diciembre de 1799 ante Miguel Concha(...)

95 A este Pedro Ventura de Orbegoso no se le tiene consignado en las genealogías de la familia de Orb (...)

96 Ibid.

97 Ibid., y el testamento del conde de Valdemar de Bracamonte antes citado.

77En los Bracamonte se da un caso de sucesión nobiliaria (o cuando menos de voluntad en dicho sentido) en verdad insólito en el mundo hispanoamericano: de su matrimonio con Juana María López-Fontao e Iturriaga, (única hija casada de un rico comerciante y terrateniente de origen gallego, cuyas dos hermanas habían entrado en religión)93, tuvo el primer conde de Valdemar de Bracamonte a dos hijas, María Josefa y María Nicolasa, y a tres hijos, Nicolás Casimiro, Manuel (probablemente fallecido joven) y Juan Antonio, que permaneció soltero.94 A pesar de tener descendencia masculina, que de acuerdo a la tradición y legislación hispana debió heredarle en su título y mayorazgos, el conde

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extrañamente decidió dejarlos de lado en la sucesión a Valdemar de Bracamonte, cediendo el derecho al título a su hija mayor María Josefa "por el mucho amor y voluntad que le tengo", al tiempo de casarse ésta con el minero y comerciante don Pedro Ventura de Orbegoso (¿sería la cesión del título vehículo de atracción de este nuevo yerno, que parecía abrirse paso con gran dinamismo en las actividades mercantiles y aún mineras?).95Falleciendo poco después de casada esta hija suya, el padre obtuvo de Orbegoso la renuncia al título, esta vez para nuevamente cedérselo a una hija, ahora la segunda de las mujeres –María Nicolasa– cuando casó con el comerciante don Mariano de Ganoza y Cañas.96 Pero al igual que su hermana mayor, la joven desposada murió pronto, y Ganoza fue conminado a restituir el condado en vista de que no alcanzó a tener hijos con su mujer (como tampoco los había tenido Pedro de Orbegoso con la suya).97

98 Ibid.

78Esta inexplicada actitud del primer conde de Valdemar de Bracamonte, contraria a toda tradición, quiso justificarla en la marcada preferencia que tenía por sus hijas. Quizás sus dos hijos varones menores eran de constitución débil (falleciendo uno muy joven y el otro quedándose soltero) –lo que sólo podemos especular– pero fuera de algún posible malentendimiento con su hijo primogénito, Nicolás Casimiro, entendemos su voluntad de saltarlo en la sucesión al título en razón de haber sido éste ya visto como el heredero al marquesado de Herrera y Vallehermoso, el título más prestigioso de Trujillo, por lo que iba a quedar muy bien provisto en términos nobiliarios (así, el padre parece haber preferido que distintas líneas de descendencia suya quedasen investidas con títulos, que verlos concentrados en una sola, aún la primogénita por varonía, lo cual resultaba la opción preferida y tradicional en otras familias nobles).98

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99 Zevallos Quiñones, "Notas..." en Feijóo,op. cit., vol II, p. 83; ADT, testamento de doña Juana Ro (...)

100 ADT, el mismo testamento anterior.

101 ADT, renuncia al marquesado de Herrera y Vallehermoso a favor de don Nicolás de Bracamonte, de doñ(...)

79En efecto, dicho marquesado de Herrera y Vallehermoso y sus bienes vinculados (el mayorazgo a veces referido "de Chiclín"), había pasado a la muerte en 1765 del segundo marqués –hermano del primero– a su sobrino Fernando Manuel de las Alas y Zarzosa, quien falleciendo sin descendencia legítima en 1776 fue sucedido en sus bienes y derechos por sus tres hermanas solteras.99 Estas vivieron muy retiradas en sus devociones y en constante fastidio con su primo hermano y heredero el primer conde de Valdemar de Bracamonte, quien tenía en atrasado arriendo sus tierras de Chiclín.100 Por ello, la última de estas hermanas, doña Juana Rosa de las Alas y Zarzosa, decidió ceder sus derechos al marquesado de Herrera y Vallehermoso poco antes de cumplir 90 años de edad, en favor de su sobrino Nicolás Casimiro de Bracamonte, previamente solicitando que otros parientes suyos con mejor derecho, sus primos Ursula Sánchez de Villamayor y el propio conde de Valdemar, renuncien a los mismos (cosa que el conde no debió estar en posición moral de rechazar, por los adeudos que tenía por su posesión efectiva de Chiclín).101

102 ADT, ver el inventario de bienes de don Pedro de Bracamonte y Herrera Dávila del Campo García y Za (...)

103 ADT, testamento del coronel don José Antonio Cacho y la Llata, del 10 de mayo de 1813 ante Miguel(...)

80Sea como fuere, y por la muerte prematura de sus hermanas (las jóvenes esposas de Orbegoso y Ganoza), el

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flamante marqués de Herrera y Vallehermoso heredó igualmente el condado de Valdemar de Bracamonte a la muerte de su padre, junto con todos los mayorazgos y derechos anexos a ambos títulos.102 Fue así a comienzos del siglo XIX el noble más prominente de Trujillo (por sus títulos y vínculos más que por el brillo de su personalidad o figuración política), distinción que debieron tener muy en cuenta el coronel Juan Antonio de Cacho y la Llata y su esposa María Josefa de Lavalle (hermana del conde de Premio Real y del ya visto arcediano don Simón) al aceptarlo por esposo de su hija María Encarnación y dotar a ésta algo superiormente que a sus dos hermanas, casadas nada menos que con los poderosos (pero no titulados) Juan Alejo y Juan José Martínez de Pinillos.103

104 Ibid., y Rizo-Patrón Boylan, Paul: "La familia noble en la Lima borbónica: patrones matrimoniales (...)

105 ADT, testamento de don José de la Puente y Arce (señala la dote de su mujer) del 29 de julio de 18(...)

106 ADT, ver el testamento ya mencionado de José Antonio Cacho.

81Estas dotes, de algo más de 11,000 pesos para la nueva marquesa y condesa consorte, y de algo más de 10,000 pesos para sus hermanas –compuestas como era ya tradición española por alhajas, enseres y dinero en metálico (generalmente promesas del mismo)– estuvieron dentro de un promedio advertido en los montos de las dotes de la élite no capitalina en el virreinato peruano.104 Casos que debieron ser excepcionales y no influir significativamente en la estimación de dicho promedio para el ámbito trujillano, lo constituyeron los 40,000 pesos de la dote de Josefa Luna Victoria y Zurita al casar con el peninsular José de la Puente y Arze, y los más de 60,000 pesos de la dote de Angela Muñoz y Santoyo, hija segunda del primer marqués de Bellavista, al casar en 1772

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con José Alvaro Cabero.105 Pero por más rico que fuera este marqués, hay que tener en cuenta que la novia era la menor de tan sólo dos hermanas, no siendo dotada la primogénita –María Josefa Isabel– por ser la heredera a los mayorazgos de su casa. Los Cacho y Lavalle, por el contrario, eran varios hermanos que de acuerdo a la legislación castellana habrían de recibir porciones semejantes del patrimonio familiar, sea anticipadamente (como en las dotes) o luego de muertos los padres, no habiendo (como fue el caso de los Cacho) mayorazgos que impusiesen otras condiciones sucesorias.106

107 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 136-137.

82Pero las condiciones sucesorias de los patrimonios nobiliarios de Trujillo podían dar lugar a confusiones y subsecuentes pleitos, aún existiendo mayorazgos constituidos. Tal fue el caso de la referida hija segunda del primer marqués de Bellavista –Angela Muñoz y Santoyo– quien pretendió investir el marquesado de su padre antes de la muerte en 1795 de su hermana mayor, la segunda marquesa. No teniendo los documentos del litigio, sólo podemos conjeturar que doña Angela argumentase el haber recibido su hermana desproporcionada parte de los bienes familiares, al haber cedido su madre a aquélla, en 1785, sus propios mayorazgos (los de Zubiate, Huerta, Cueto, Llaguno, Gil, Carranza y Callejo, en Trucíos, Vizcaya; los de Arrate, Barroeta y Durandio, en Vedia, igualmente en Vizcaya; el de Santoyo, en Carrión de los Condes, Castilla la Vieja; y el de Escobar en las montañas de León y Asturias; todos estos mayorazgos con sus casas solariegas y pequeños señoríos anexos) y eventualmente sus propiedades del valle de Virú. Hemos visto como los padres quisieron compensar a su hija menor con una opulenta dote en términos provincianos, pero esto no pareció satisfacerla, pretendiendo el marquesado y otros bienes sustanciales. Lo primero no lo logró, al librar la Real Audiencia de Lima una Real Ejecutoria en 1802

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mandando que suceda en el título el hijo de la segunda marquesa –y sobrino de Angela– don Manuel Cabero y Muñoz Bernaldo de Quirós. Sí retuvo doña Angela, sin embargo, las importantes haciendas y obrajes de Chota y Motil, hasta su muerte en 1809, en que no sobreviviéndole hijos fue heredada por los hijos de su hermana.107

108 Ibid., p. 137.

83En estos últimos se suman algunas de los rasgos y características tan típicos de una aristocracia que se aferraba, como lo hacía la trujillana, a valores e ideales tradicionales, adecuándose cuando no tenía remedio a los nuevos tiempos y exigencias del período republicano. El hijo varón y sucesor al marquesado de Bellavista, el dicho don Manuel Cabero, siguió en la administración básicamente rentista de sus bienes, correspondiente a la de aquellos nobles que ya contaban con un patrimonio sólido y un prestigio indiscutido. No le era necesario (aunque quizás sí conveniente, pues la fuerza y posibilidades de su fortuna no fueron, ciertamen te, las de su abuelo) correrse riesgos en prácticas mercantiles que en los años previos a la independencia se hacían cada vez más obstaculizadas e inseguras. Como muchos otros nobles asentados, optó por reforzar sus lazos familiares, casándose con su prima doña Rosa Cabero y Tagle, prima materna –a su vez– de quien en 1820 ejerciera el cargo de intendente de Trujillo, el limeño don José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle. El refuerzo, pues, no era sólo al interior de su propia familia (por tanto endogámico), sino que estrechaba el vínculo entre el trujillano marqués de Bellavista con algunas de las familias más notables de la élite capitalina.108 Sin embargo, no podía saber don Manuel Cabero y Muñoz al tiempo de su casamiento que el parentesco con Tagle habría de asistirle en el tránsito del sistema colonial al sistema republicano.

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5. 3. La nobleza trujillana de la colonia a la república

109 Anna, Timothy E.: The Fall of the Royal Government ¡ti Peni; University of Nebraska Press, 1979; p (...)

110 Tovar de Albertis, Agustín: "Los Títulos del Perú", en: Revista del Instituto Peruano de Investiga (...)

111 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", p. 137.

84En efecto, la posición del marqués de Torre Tagle en la intendencia de Trujillo revistió caracteres singulares, cuando, sabedor de la proximidad del ejército libertador del sur, encabezado por el general San Martín, y del imparable colapso del sistema virreinal, se apresuró a proclamar a fines de 1820 la independencia de España en la región que controlaba (apoyado por buena parte de los vecinos más notables, algunos de los cuales habían figurado preeminentemente –años antes– en las cortesanas celebraciones en honor de Godoy).109 Se adelantó, así, en varios meses a la proclamación general que a nivel de todo el Perú lanzaría en Lima don José de San Martín, quien en reconocimiento de su temprana adhesión, le confirió el título republicano de marqués de Trujillo (dentro del espíritu que animó a San Martín, de mantener una nobleza de nuevo cuño que sostuviese sus planes monárquicos para el Perú).110 Su pariente Bellavista, que ya había sido alcalde de Trujillo en 1810, fue prontamente reelegido en 1821, siendo al año siguiente diputado por Trujillo al primer Congreso Constituyente del Perú Republicano. Para entonces ya había vendido las haciendas de Chota y Motil, como veremos luego, consumiendo su importe en los años anteriores a su muerte en 1842.111

112 Ibid.

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113 Guerrero Bueno, Mónica: Lima en la agonía colonial. 1821-1824; ponencia inédita presentada en el s (...)

85Muy distinta fue la posición de su única hermana, doña María Isabel Cabero y Muñoz Bernaldo de Quirós. A esta mujer, que permaneció soltera, se atribuye la destrucción del Acta de la Independencia firmada en Trujillo el 29 de diciembre de 1820, "movida por su fuerte inclinación a la Monarquía Española".112 En el desordenado episodio anterior a la consolidación del régimen republicano, se la ve en Lima, posiblemente por razones familiares o económicas más que por ocultos compromisos con la causa realista. En agosto de 1821 se encontraba doña María Isabel prófuga en los Castillos del Callao con la señora del General Ramírez y miles de otros refugiados en una de varias emigraciones provocadas por el pánico a un desborde popular, a la luz de los acontecimientos independentistas. En tal condición fué denunciada por su esclava María de los Angeles, que junto a seis otros criados, fue dejada atrás con la orden de cuidar su casa. La esclava solicitaba, a cambio de la denuncia, que su libertad se incluyese en el importe del tercio de los bienes de la emigrada Cabero, que por lo mismo debían quedar confiscados. No quedó pasiva doña María Isabel, quien sostenía que sólo había buscado un barco neutral para refugiarse en Trujillo, y obteniendo el concurso de Hipólito Unanue que le facilitaban sus relaciones familiares, alcanzó el restablecimiento de sus bienes antes de retirarse con toda tranquilidad (a pesar de su conocido realismo), por sus últimos años, en sus propiedades trujillanas.113

114 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 138-139.

86Los eventuales matrimonios de dos sobrinas de esta señora, hijas de su hermano el III marqués de Bellavista (Mercedes y Tomasa), en los primeros años de la República, con dos hermanos Ganoza y Orbegoso (Fernando y José Félix),

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enlazaría a la familia que venimos de ver con la descendiente de los últimos condes de Olmos, que fue el grupo familiar más notable del Trujillo pre y post-independentista, en el cual se diera la combinación de elementos tradicionales y revolucionarios quizás como en ninguna otra. Para cuando se dieron estos enlaces, sin embargo, los jefes de ambas familias caían en la categoría de ex-marqueses y ex-condes, pues ya bajo la dictadura de Bolívar todos los títulos nobiliarios, tanto los de origen español como los efímeros de origen sanmartiniano, quedaron abolidos (no sería sino hasta algunas décadas más tarde que el romanticismo tradicionalista de algunas de estas familias trujillanas las impulsaría a rehabilitar, en España y para su uso abierto en Europa o en forma privada aún en el Perú republicano, títulos como Olmos o Premio Real. Los demás parecen haber caído en caducidad).114

115 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", pp. 223-237.

116 Ibid.

87La combinación de elementos contrastantes no era novedad en la línea condal de Olmos, en la que ya hemos advertido la presencia en el siglo XVIIIde miembros dedicados a la vida religiosa y otros preocupados en la perpetuación de sus poderes y prerrogativas mundanas; o el brillo de su título y vínculos ancestrales seguidos de cerca por la ruina económica proveniente de la inmovilidad de sus propiedades.115 Ya hemos visto como el tercer conde de Olmos –aquel en cuya minoridad retuviese el alferazgo real de Trujillo gracias a la tenacidad de su madre– tuvo únicamente descendencia femenina que habría de sucederle en su título y cargos. Carentes en principio de dotes líquidas, sus cuatro hijas pudieron acceder al matrimonio gracias al prestigio nobiliario de su casa, uniéndose a miembros de ilustres familias trujillanas: la mayor, Josefa, con el coronel de la

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Quintana, que investiría y luego renunciaría el oficio de alférez yeal; la segunda, Francisca, casada luego de muerta sin sucesión su hermana mayor en 1788 –aportando así los derechos y bienes familiares a sus maduros 33 años de edad– con el ya mencionado doctor Justo de Orbegoso y Burutarán; la tercera (María Isidora) con el maestre de campo Nicolás Coronel y Unzueta; y la menor (Mariana) con el capitán José Merino del Risco, mayorazgo de Facalá (quien manifestaría años después que no recibió un céntimo al tiempo de contraer este matrimonio).116

117 Aliaga y Derteano, Jerónimo: "Libro Real de Lanzas y Medias Annatas deS.S.Títulos de Castilla", e(...)

118 Varela y Orbegoso, op. cit., p. 20.

119 Ver ADT, testamento cerrado de don Justo de Orbegoso del 16 de enero de 1814, ante Manuel Núñez; l (...)

88Según lo visto, recayó en la segunda de las hijas el título y los bienes vinculados de su familia, cargados de gravámenes y obligaciones de todo tipo, que imposibilitaron a esta señora, pese a estar casada con un gran terrateniente y funcionario colonial como lo fue Orbegoso, de pagar los impuestos propios al condado de Olmos. Por esta razón, la corona hubo de suprimir oficialmente el título117, lo que no impidió a doña Francisca de seguirlo esgrimiendo informalmente en sociedad, ni que sus hijos dejasen de contar con sus derechos sucesorios al mismo. Esto debió pesar en la decisión de Mariano de Ganoza (viudo de una de las Bracamonte) de casarse con la hija mayor del matrimonio Orbegoso-Moncada, doña Mariana, proviniendo de ellos una larga descendencia que pudo mantener preeminente posición socio-económica a pesar de las dificultades del período republicano.118 En algo contribuiría la desvinculación de bienes amayorazgados, coincidente en 1830 con la muerte de Francisca de Moncada y Morales, entonces excondesa de Olmos (tanto por su

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insolvencia líquida como por haber quedado, según vimos, eliminados los títulos por decisión de Bolívar). Al sobrevenir estos sucesos, los bienes patrimoniales familiares debieron repartirse entre la familia habida por la mujer de Ganoza y el único hermano de ésta, que por ser varón mantuvo ciertos derechos preferentes no perdidos cuando menos a comienzos de la República.119

120 Ibid. Además, de don Luis José de Orbegoso y Moncada, su poder para testar del 19 de febrero de 18(...)

121 ADT, recibo o carta de dote de Luis José de Orbegoso a favor de María Josefa Martínez de Pinillos (...)

122 Ver Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".

89El hijo varón fue el célebre Luis José de Orbegoso y Moncada, revés de la moneda trujillana que tuviese por un lado a la realista María Isabel Cabero. Con igual fervor con que esta señora se adhi riese al antiguo régimen, el joven Orbegoso se entregó a la causa de la independencia siendo casi un adolescente, a pesar de ser el heredero designado de los mayorazgos de Moncada-Galindo, así como yerno desde 1816 de uno de los personajes más ligados con el sistema virreinal en la intendencia y ciudad de Trujillo: el repetidas veces mencionado Juan José Martínez de Pinillos.120 Este había tenido a mucho honor casar a su hija María Josefa, dotándola con 14,000 pesos (en dinero, alhajas, platería, ropa, muebles y una negra)121, con Luis José de Orbegoso, siendo como era uno de los nobles más conspicuos de la región y posible conde de Olmos –una vez saneada su economía familiar–, así como descendiente de la familia que hubiese ejercido por generaciones el derecho hereditario al cargo de alférez real, que el propio Martínez de Pinillos había comprado aprovechando una coyuntura desfavorable en la familia de los condes de Olmos.122 La alianza matrimonial de su hija con el legítimo heredero de los antiguos alfereces afianzaba de

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alguna manera su adquisición advenediza, resultando por lo demás sumamente simbólica y representativa de las uniones entre grupos emergentes (aún teniendo en cuenta su hidalguía en sus remotas provincias de procedencia en España) con otros tradicionales en decadencia. No imaginaba Martínez de Pinillos que el régimen colonial llegase a su fin mientras él tuviese vida, lograda la independencia con el avance de las corrientes libertadoras del sur y del norte que fuese acogida y sostenida por criollos liberales como su propio yerno, tanto más noble o conspicuo en su raigambre aristocrática –aún cuando independentista– que el propio Pinillos con todo su proclamado realismo.

123 Basadre, Jorge:Historia de la República. Tomos I y II, Lima, 1960.

124 Orbegoso Pimentel, Eduardo: Los Orbegoso en el Perú.Lima, 1992.

90Los límites temporales de este estudio nos impiden extendernos en la trayectoria ulterior de Orbegoso, que alcanzó en la década de 1830 la presidencia de la República procurando asumir las responsabilidades del aristócrata que era llamado, por su nacimiento y oportunidades, a conducir el destino de sus conciudadanos. Como tal fue visto tanto por autoridades de la talla del sagaz eclesiástico Luna Pizarro, como por el público que lo aclamaba en su ciudad natal, en la misma Lima y en los pueblos del sur. Orbegoso debía representar la promesa perdida en Riva Agüero o Torre Tagle, contrapesando la fuerza adquirida por caudillos de distinto cuño como Gamarra. Para muchos la patria peruana debía contar con sus hijos patricios para consolidar el tránsito del país virreinal al republicano, asegurando la trasmisión de aquellos valores heredados de la dominación española y que aún se consideraban sagrados, principalmente los sustentados en la religión católica y en la estructura familiar. Estos habrían de perdurar con variante intensidad con o sin

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Orbegoso, que pese a sus condiciones innegables y mejores propósitos, careció de la fuerza requerida para mantenerse en el poder en la muy convulsionada década de los 1830.123 Tendría que retirarse luego, hasta su muerte el 5 de febrero de 1847 a una cómoda vida privada sustentada por sus bienes familiares (liberados de vinculaciones anquilosantes aunque sujetos a particiones hereditarias ya plenamente igualitarias, que habrían de atomizarlos posteriormente) y por los obtenidos de sus servicios a la causa independentista (tales como la hacienda de Chota y Motil, que vendida por Bellavista antes de la Independencia, sería confiscada a su propietario peninsular y luego conferida a Orbegoso).124

125 Ver Rizo-Patrón Boylan, Paul: Familia, Matrimonio y Dote en la Nobleza de Lima. Los de la Puente, (...)

91Luis José de Orbegoso y Moncada no pudo colmar las expectativas derivadas de sus méritos y de la posición que para él alcanzaron sus mayores, frustrándose una vez más el "gobierno de los mejores", que por definición (cuando menos etimológica) correspondía ser asumido y llevado a cabo por la aristocracia de origen virreinal, fuese ésta capitalina o regional como la trujillana. La nobleza de Trujillo, al igual que la limeña, habría de replegarse y tratar de salvar como mejor pudiera sus bienes y un estilo de vida que se perdía progresivamente ante la presencia creciente de agresivos inmigrantes de procedencia diversa, a los que debió ceder el paso cuando no vincularse matrimonialmente, de acuerdo a un patrón de supervivencia social seguido umversalmente.125

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Conclusiones921. La élite de Trujillo, al igual que otras en el virreinato peruano –muy especialmente la de Lima, en la que encontró constante modelo–, fue atravesando una renovación paulatina a causa de la llegada e inclusión en sus filas de peninsulares o criollos de otras latitudes (Chile, por ejemplo). Pero las antiguas tradiciones de algunas de sus primeras familias subsitieron a través del lado materno, en aquéllas muy numerosas en que las hijas se casaban con súbditos nacidos fuera de los confines de su ciudad o región.

932. Fue una élite abierta en el sentido de los constantes matrimonios entre criollos y peninsulares, pero donde la movilidad fue más espacial que social. No se advierte, entre las familias más destacadas, mestizaje con otras razas, ni siquiera con indios de origen noble, por lo que la "apertura" queda de hecho limitada por consideraciones raciales. Por otro lado, los inmigrantes llegados de la metrópoli y enlazados con las familias trujillanas, que constituyeron las "ramas

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pegadizas" (como las califica Guillermo Céspedes) de antiguos linajes del lugar, fueron en muchos casos de origen noble, cuando menos hidalgo (quizás en mucho por provenir de provincias del norte de España, en las que tal status estaba muy generalizado), como parecen demostrar los estudios de caso y los abundantes expedientes de nobleza elaborados por dichos peninsulares (entre quienes los Martínez de Pinillos ofrecen un ejemplo notable).

943. La de Trujillo no es una élite encasillada en una ciudad, sino que se extiende por sus diversos intereses en toda el área del norte del virreinato del Perú (prácticamente desde Lima hasta Guayaquil, y desde el Océano Pacífico hasta Cajamarca o aún

95Chachapoyas). Sus vínculos comerciales (reforzados por parentesco) la suelen conectar estrechamente con Santiago de Chile e incluso con Cádiz y otros puertos de significación en la península.

964. La mayor parte de las propiedades agrícolas o ganaderas tanto en los valles próximos a la ciudad de Trujillo como en los de provincias aledañas son poseídos por familias criollas, mientras que el mayor dinamismo comercial lo ejercen los inmigrantes peninsulares o de otras regiones coloniales, quienes a través de sus actividades mercantiles incursionan –especialmente en el último cuarto del siglo XVIII– en la minería. En la medida en que estos comerciantes consolidan su posición local y sus fortunas irán invirtiendo en la propiedad terrateniente, o interesándose en el manejo de los bienes de las familias criollas en las que ingresan por casamiento. Los obrajes, principalmente los de la provincia de Huamachuco (los más importantes para Trujillo), parecen haber sido controlados casi equitativamente por peninsulares y por criollos, distingo relativizado en la medida en que las alianzas por casamiento se iban efectuando frecuentemente.

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975. Exactamente igual que en el caso lambayecano (como queda definido éste por Susan Ramírez), las propiedades agrícolas que se dedicaron al azúcar fueron las más importantes y ricas, habiendo sido el siglo XVII y comienzos del XVIII el período más próspero. La competencia de regiones más distantes contribuyó a la decadencia en Trujillo –como en Lambayeque– de la producción y rentabilidad azucarera. Así como el azúcar había reemplazado por razones de otra índole a la producción triguera (en un período anterior), el azúcar sería en mucho sustituida por el arroz y en menor medida el algodón, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, aunque seguiría siendo uno de los rubros productivos de mayor peso en las haciendas trujillanas (en algunas de las cuales los aceites, vinos y otros cultivos de panllevar, ocuparon porcentajes de alguna significación, tanto para el auto-abastecimiento como para contar con un pequeño margen de diversificación) y principal fuente de ingreso de las familias hacendadas trujillanas.

986. Los obrajes constituyeron importantes sostenes de la economía de aquellas pocas familias de élite que los controlaron, advirtiéndose vínculos entre éstas y ciertos funcionarios virreinales –tanto en tiempos de los corregimientos como en el de la intendencia y subdelegaciones– que facilitaron la ventajosa colocación y comercialización de sus productos. La minería pudo constituir una válvula de diversificación y una fuente de ingreso adicional, pero no tenemos constancia que hubiese constituido la principal –o menos aún el único– medio de sustento de familias de élite, siendo pocas de las más tradicionales de Trujillo que hubiesen tenido lazos muy estrechos con este rubro. El impacto de la misma actividad parece haber sido mayor en otros sectores sociales que encontraron en ella una esperanza de ascenso socio-económico y un motivo de migración, creando nuevos mercados y circuitos financieros.

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997. La relación con el Estado, a través de sus representantes locales o de personajes influyentes en la corte española, es clave para acceder al poder (como de hecho lo fue en cualquier punto del imperio español). Fue indispensable, asimismo, para conseguir favores personales o para la comunidad, como queda demostrado en los beneficios alcanzados para el puerto de Huanchaco (y por consiguiente para la misma Trujillo) mediante la adulación hecha al ministro Godoy, favorito de los reyes.

1008. Es en el cabildo donde la élite alcanzó mayor autonomía (no tomamos en cuenta la presencia figurada del antedicho favorito, diseñada por la élite local para el adelantamiento de sus intereses), aún cuando el virrey interviniese frecuentemente en las elecciones de alcaldes ordinarios y de otros funcionarios. Pero el influjo de las familias trujillanas de mayor importancia parece haber siempre predominado, aún contando con la precedencia formal que dentro de la jerarquía lugareña tuvieron corregidores (no siempre trujillanos de origen) e intendentes (salvo un interinato), siempre foráneos.

1019. La Iglesia fue un refugio sustancial para numerosos miembros de familias extendidas de Trujillo, al interior de la cual encontraban colocación decorosa y razón de ser a sus vidas, en una sociedad que privilegiaba a algunos hijos por sobre otros (aunque legislativamente debiesen estar en bastante igual pie todos ellos), tanto a través de vínculos diversos (como los mayorazgos), como por elegirse a unos pocos para el matrimonio. Trujillo contó con. múltiples templos y monasterios que le imprimieron un carácter cargado de religiosidad (no cediéndole el paso en ese sentido a otras ciudades del virreinato). Y a través de éstos y de la institución eclesiástica toda, las familias nobles que contaron con próximos parientes religiosos y religiosas, accedieron más rápidamente a la liquidez alcanzada con la imposición de censos y otros gravámenes sobre sus propiedades urbanas y rurales.

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10210. La importancia otorgada a los títulos de nobleza parece quedar clara tanto en la mayor dotación que parece se hacía de aquella hija que se casaba con un noble titulado, frente a las dotes dadas a hermanas suyas que se casaban con personajes no titulad os (tener en cuenta el caso Cacho y Lavalle) como al acceso que tuvieron al mercado matrimonial las hijas de nobles que no contaban con dotes (vg. las hijas del III conde de Olmos). Las dotes nobles trujillanas, por otro lado, resultaban la tercera parte en sus montos que las dotes nobles limeñas (éstas sobre los 30,000 pesos), pero más o menos parejas con las de otros centros coloniales de importancia (Arequipa o Cuzco), durante buena parte del siglo XVIII y comienzos del XIX.

10311. Las familias que recibieron títulos de Castilla en Trujillo fueron los Herrera (marqueses de Herrera y Vallehermoso), los Muñoz (marqueses de Bellavista) y los Bracamonte (condes de Valdemar de Bracamonte). Aparte de éstas vivió en Trujillo la familia de los condes de Olmos (los Verasátegui, los Moneada y 1 os Orbegoso) cuyo primer titulado había obtenido su condado tras ser funcionario colonial en el Alto Perú, así como otras familias que controlaron mayorazgos y que ostentaban hábitos en órdenes nobiliarias. Los títulos de conde de San Javier, Casa Laredo y conde de Premio Real fueron conferidos a trujillanos que ya no vivían en su lugar de origen, aunque por extensión otorgaban cierto timbre y prestigio a las ramas colaterales de sus respectivas familias que permanecieron en Trujillo. Por todo ello, el carácter de dicha ciudad norteña se presentaba como muy aristocrático y su nobleza (titulada o no) muy aferrada a sus valores tradicionales, no obstante haberse dejado llevar por el vendaval independentista –quizás impuesto por el dubitante intendente Torre Tagle– en 1820.

10412. La actitud de los nobles trujillanos frente al derrumbamiento del sistema colonial y al proceso independentista fue tan variada como en otros lugares,

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especialmente Lima. Hubo real istas recalcitrantes como María Isabel Muñoz y románticos patriotas como Luis José de Orbegoso. El patriotismo de estos últimos, sin embargo, fue quizás consecuencia de un principio de "noblesse oblige", por el cual los aristócratas trujillanos se habrían sentido con más derecho a gobernarse y gobernar a las demás capas sociales de su población. Para éstas, las oportunidades de acceso a los mecanismos de poder no habrían de abrirse tan fácilmente mientras las pudiesen seguir controlando los miembros de las familias, que en la larga duración dominaron el área de Trujillo y sus alrededores (los Bracamonte, Cabero, Ganoza, Orbegoso, González-Orbegoso, Pinillos, Barúa, de la Puente, Luna-Victoria y otros, que siguieron figurando preeminentemente en la región durante el siglo XIX en lo político, económico y social). Una legislación sucesoria del todo igualitaria (una vez desaparecidos los mayorazgos) que fue subdividiendo los bienes patrimoniales de las familias nobles, presiones económicas diversas, circunstancias de extrema dificultad a nivel nacional y la creciente presencia de inmigrantes de nuevas procedencias a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, contribuirían a alterar profundamente este panorama, que había mantenido una prolongada continuidad, pese al quiebre con España y debido al enraizamiento de valores de origen virreinal (vg. familia, religión, jerarquización social, tradición nobiliaria...).

NOTAS

1 Aldana Rivera, Susana: "La Independencia de un Gran Espacio", en: Boletín del Instituto Riva Agüero, 19,1992: 29-44.

2 Ver Feijóo de Sosa, Miguel: Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Trujillo del Perú; tomo I y II; Fondo del Libro-Banco Industrial del Perú; Lima, 1984; y Fisher, John: Gobierno y Sociedad Colonial: El Régimen de las Intendencias, 1784-1814; Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Lima, 1981.

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3 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 3 y 12.

4 Ibid., p. 9. Ver también Coleman, Katharine: "Provincial Urban Problems: Trujillo, Peru, 1600-1784." En Robinson, David J. (ed.): Social Fabric and Spatial Structure in Colonial latin America; pp. 360-408. Ann Arbor, 1974.

5 Coleman, op. cit., p. 370.

6 Feijóo, op. cit., vol. I, p. 8.

7 Proctor, Robert: "El Perú entre 1823 y 1824", p. 233, en: Colección Documental de la Independencia del Perú. Relaciones de Viajeros; tomo XXVII, vol. 2", pp. 187-338; Lima, 1971.

8 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 7-8.

9 Ibid., p. 31; Proctor, op. cit., p. 233; y Unanue, Hipólito: Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreynato del Peni para 1793; ed., prol. y ap. por José Durand; Ediciones Cofide; Lima, 1985; p. 117.

10 Feijóo, op. cit., vol. I, p. 18.

11 Ver en general Varela y Orbegoso, Luis: Apuntes para la Historia de la Sociedad Colonial; Lima, 1927; y Atienza, Julio de: Títulos Nobiliarios Hispanoamericanos; Aguilar, Madrid, 1927.

12 Ramírez, Susan E.: Provincial Patriarchs. Land Tenure and the Economics of Power in Colonial Peru. University of New México Press, 1986; pp. 15-33.

13 Ver de la Puente Brunke, José: Encomiendas y Encomenderos en el Perú.Excelentísima Diputación Provincial de Sevilla; Sevilla, 1992.

14 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 19-27; de la Puente Brunke, op. cit.

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15 Rizo-Patrón Boylan, Paul: "La Nobleza de Lima en tiempos de los Borbones". En: Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, 19, N° 1, pp. 129-163; Lima, 1990; y Bronner, Fred: "Elite Formation in Seventeenth Century Peru". En:Boletín de Estudios Latinoamericanos y del Caribe. Número 24, pp. 3-25; Amsterdam, 1978.

16 Ver Lohmann Villena, Guillermo: Los Americanos en las Ordenes Nobiliarias, 2 tomos, Sevilla, 1947.

17 Rizo-Patrón, op. cit., p. 140, basado en Atienza, op. cit.; Burkholder, Mark: "Titled nobles, Elites and Independence: some comments". En: Latin American Research Review; Volumen XIII, N° 2, pp. 290-295; University of New Mexico, 1978; y Ladd, Doris M.: The Mexican Nobility at Independence, 1780-1826;University of Texas Press, 1976.

18 Rizo-Patrón, op. cit., p. 141.

19 Atienza se equivoca al datar el título al 20 de enero de 1750, ya que el Real Despacho de concesión se remonta a 1714, según mencionamos más adelante; ver también Feijóo, op. cit., pp. 21 y 110-111; asimismo, ver ADT (Archivo Departamental de Trujillo), testamento de don Juan José de Herrera y Zarzosa, marqués de Herrera y Vallehermoso (en virtud del poder para testar) del 8 de junio de 1748, ante Gregorio López Collado; legajo 366, fs. 434 y sgtes.

20 Zevallos Quiñonez, Jorge: "Notas sobre trujillanos citados en la Relación de Feijóo de Sosa". En: vol II, pp. 94-95 de Feijóo de Sosa, Miguel: Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Truxillo del Peni. Fondo del libro-Banco Industrial del Perú; Lima, 1984.

21 lbid.

22 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 74-136.

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23 Coleman subraya que, contrariamente a los hacendados de valles al norte de Trujillo (Lambayeque, Piura, etcétera), los terratenientes trujillanos no variaron sustancialmente sus cultivos. Esta aparente inelasticidad la atribuye en mucho al exceso de gravámenes a favor de fundaciones y caridades administradas polla Iglesia, lo que habría conducido a muchos a la bancarrota; ver Coleman, op. cit.,pp. 386-387. Son Macera Dall'Orso, Pablo, y Felipe Márquez Abanto, quienes en "Informaciones Geográficas del Perú Colonial", en: Revista del Archivo Nacional del Perú, XXVIII, 1 y 2 (enero-diciembre de 1964): 182-183, se refieren a los cambios de cultivos, de trigo a azúcar y de azúcar a arroz, desde comienzos del siglo XVIII hasta comienzos del XIX, aún cuando no se dejara de producir trigo, ni ciertamente azúcar (el producto de mayor impacto económico en la región) hasta fines del período.

24 Macera y Márquez, op. cit., pp. 182-183.

25 Ibid.; de alguna manera Coleman, aun cuando su visión es más pesimista, op. cit., pp. 382-389; y ciertamente Feijóo, op. cit., pp. 74-136.

26 Feijóo, ibid., vol. I, p. 111.

27 ADT, Notario Gregorio López Collado, testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso, 8 de junio de 1748, legajo 366, fs. 434 y sgtes.

28 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 110-113.

29 Ver ADT, Notario Cortijo Quero, testamentos de Juan Esteban Roldán de Castilla y de Josefa de los Santos Tinoco Cabero, del 13 de abril de 1717, legajo 127, fs. 181 va. y 183 va.; Talleri Barúa, Guillermo Luis: "Los Cabero del Perú y sus ascendientes en Granada, Avila y Aragón"; en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, N°5, pp. 106-148; Lima, 1951; y Varela y Orbegoso, op. cit., 181-182 y 188-189.

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30 ADT, el ya mencionado testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso; hay inventario de bienes en ADT, Notario Bernardo José de León, de febrero de 1749, leg. 352, fs. 42 y sgtes.

31 Coleman, op. cit., p. 399; por su "análogo" el marqués de San Lorenzo ver La vallé, Bernard: El Mercader y el Marqués. Las Luchas del Poder en el Cusco (1700-1730); Fondo Editorial del Banco Central de Reserva del Perú; Lima, 1988.

32 Zevallos Quiñones, Jorge: Los Cacicazgos de Trujillo; Trujillo, 1992; pp. 36-44.

33 Ibid., p. 45; y Feijóo, op. cit., vol. I, p. 87.

34 Unanue, op. cit., p. 178.

35 Parroquia del Sagrario de Trujillo, libro de defunciones de 1742 a 1767, año 1754, foja 65 va.; el propio Martín del Risco y Montejo figura sepu I tado en San Francisco el 2 de octubre de 1753, asentada su defunción en el mismo libro a f. 62 va.

36 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 113-114 y 125; ver también Zevallos Quiñones, Jorge, en "Notas sobre trujillanos..." en vol. II de Feijóo, op. cit., p. 107.

37 Ramírez, Susan, op. cit., pp. 211-257.

38 Macera y Marques, op. cit., p. 182; ver también Coleman, op. cit., p. 186.

39 Véase Salas de Coloma, Miriam: "Crisis en Desfases: Mineros y Textiles", enLas Crisis Económicas en la Historia del Perú. Heraclio Bonilla (editor), C.L.H.E.S. y Social, y Fundación Friedrich Ebert; pp. 140-143; Lima, 1986.

40 Para las haciendas que pasaron de los jesuitas a manos de inversionistas laicos ver Aljovín de Losada, Cristóbal: "Los

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Compradores de Temporalidades a Fines de la Colonia", en: Histórica, vol. XIV, N° 2, pp. 183-233; Lima, 1990.

41 Chauny de Porturas, Gilbert: "Los Sánchez de A randa", en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas; N" 14, pp. 79-106; Lima, 1965.

42 Ibid. y Varela y Orbegoso, op. cit. pp. 16-30.

43 Macera y Marques, op. cit. 185-187; y Larson, Brooke: Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia. Cochabamba 1550-1900; Princeton University, New Jersey, 1988; pp. 258-269.

44 Zevallos Quiñones: "Notas sobre trujillanos..." en Feijóo, op. cit., vol. II, p. 102; y Tálleri Barúa, op. cit., p. 136.

45 Ibid.

46 Fisher, John: Minas y Mineros en el Perú Colonial 1776-1824; Instituto de Estudios Peruanos; Lima, 1977; pp. 9-114 y 153-241.

47 Coleman, op. cit. y Fisher, John: Matrícula de los Mineros del Peni en 1790;Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1975; pp. 22-28.

48 ADT, testamento deCristóbal de Ostolaza y Balda, del 14 de marzo de 1815 ante Manuel Núñez; legajo 544, f. 155; Varela y Orbegoso, op. cit., p. 174; Fisher: Matrícula...p. 23.

49 Aldana, op. cit. y Sempat Assadourian, Carlos: El Sistema de la Economía Colonial: Mercado Interno, Regiones y Espacio Económico; IEP, Lima, 1982.

50 Fisher: Gobierno y Sociedad Coloidal...; p. 22, para la unión entre comerciantes, terratenientes y funcionarios.

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51 Lo de "ramas pegadizas" lo menciona Céspedes del Castillo, Guillermo, en "América Hispánica (1492-1898)"; en: Historia de España; editor Manuel I uñón de Lara; Barcelona, 1980. Para los Lavalle, además de Varela y Orbegoso, op. cit.,pp. 145-162, ver Mazzeo, Cristina Ana: El Comercio Libre en el Perú. Las estrategias de un comerciante criollo: José Antonio de Lavalle y Cortés (1777-1815); Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Lima, 1994.

52 AGN, libros de aduana de Trujillo 1779-1788 y 1789-1798.

53 Ramírez, Susan E., op. cit., pp. 244-247.

54 Coleman, op. cit., p. 405. Sobre los individuos de familias nobles trujillanas ocupando tales cargos, ver Varela y Orbegoso, op. cit., y Zevallos Quiñones: "Notas..."

55 Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 19 y 92.

56 Chauny de Porturas, op. cit., pp. 96-97.

57 Tálleri Barúa, op. cit., p. 136.

58 Véase Varela y Orbegoso, por la ocupación de tales cargos a lo largo del período virreinal.

59 Golte, Jürgen: Repartos y Rebeliones; IEP, Lima, 1980.

60 Fisher, John: Gobierno y Sociedad Colonial...

61 Ibid., 264-265.

62 Varela y Orbegoso, op. cit., p. 189 por Merino, y p. 20 por Ganoza (se equivoca llamándolo corregidor en lugar de subdelegado).

63 Larco Herrera, Alberto (prol. y ed.): Anales de Cabildo. Trujillo, 1912.

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64 Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 127-129.

65 Ramírez, Susan, op. cit. pp. 244-247.

66 Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 127-129.

67 Tálleri y Barúa, Guillermo Luis: "El Alferazgo de Trujillo" en: Revisto del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas; N" 8, pp. 223-237; Lima, 1955.

68 Larco Herrera, op.cit.: Libro del 8 de octubre de 1794 al 17 de setiembre de 1802, p. 15; en Anales de Cabildo.

69 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".

70 Ibid., y Varela y Orbegoso, op. cit.

71 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".

72 Larco Herrera, op. cit., Libro del 8 de octubre de 1794 al 17 de setiembre de 1902, p. 16. en Anales de Cabildo.

73 Ibid.,p. 29.

74 Ver Varela y Orbegoso por la mención de los diversos individuos de familias nobles que ocuparon dichos cargos; y Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 37 y 38.

75 Coleman, op. cit., p. 403.

76 Ver Várela y Orbegoso a lo largo de todas las familias por él incluidas en su estudio.

77 Feijóo, op. cit., vol. 1, pp. 74-136.

78 Varela y Orbegoso, op. cit. (parte dedicada a los Moncada).

79 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", p. 231.

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80 Varela y Orbegoso, op. cit. (los Moneada).

81 Coleman, op. cit., pp. 405.

82 Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 50-52.

83 ADT, testamento del arcediano Simón de Lavalle y Cortés, del 8 de marzo de 1805, ante Luis de Vega Bazán; legajo 402, fs. 363 va. y sgtes.

84 Varela y Orbegoso, op. cit., p. 174.

85 Ver Lohmann Villena, op. cit. (en todas las órdenes, especialmente la más nueva, de Carlos III).

86 Camino Calderón, Carlos: Tradiciones de Trujillo; Imprenta Moderna-Roberto G. Otoya; Trujillo, s/fecha.

87 Atienza, Julio de, op. cit., p. 540.

88 Varela y Orbegoso, op. cit., p. 92.

89 Ibid.

90 Feijóo, op. cit., vol I, p. 112.

91 Zevallos Quiñones, "Notas...", en Feijóo, op. cit., vol II, p. 87.

92 Ibid., pp. 89 y 97.

93 Ibid., p. 98.

94 ADT, testamento del conde de Valdemar de Bracamonte del 31 de diciembre de 1799 ante Miguel Concha; legajo 304, f. 434.

95 A este Pedro Ventura de Orbegoso no se le tiene consignado en las genealogías de la familia de Orbegoso, pudiendo ser un pariente colateral de la rama de don Justo, conde consorte de Olmos, o ser ilegítimo, en cuyo caso la cesión del título de

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Valdemar de Bracamonte es más notable. Ver ADT, cesión del título, 2 de mayo de 1795, legajo 347, fs. 323 y sgtes.

96 Ibid.

97 Ibid., y el testamento del conde de Valdemar de Bracamonte antes citado.

98 Ibid.

99 Zevallos Quiñones, "Notas..." en Feijóo, op. cit., vol II, p. 83; ADT, testamento de doña Juana Rosa de las Alas Pumariño Herrera y Zarzosa, del 12-111-1802 ante Miguel Concha; legajo 307, f. 61 va., N° 31.

100 ADT, el mismo testamento anterior.

101 ADT, renuncia al marquesado de Herrera y Vallehermoso a favor de don Nicolás de Bracamonte, de doña Juana Rosa Herrera de las Alas Pumariño y García de Zarzosa, año 1798, ante Francisco Xavier de León; legajo 364, f. 28.

102 ADT, ver el inventario de bienes de don Pedro de Bracamonte y Herrera Dávila del Campo García y Zarzosa, conde de Valdemar de Bracamonte, del 20 de diciembre de 1804 ante Miguel Concha; legajo 309, fs. 345 y sgtes., N° 175; y ADT, testamento cerrado protocolizado de don Nicolás de Bracamonte y Fontao (ex-conde de Valdemar de Bracamonte), apertura del 23 de junio de 1831 ante José Ayllón; legajo 443, fs. 2140 y sgtes., N° 385.

103 ADT, testamento del coronel don José Antonio Cacho y la Llata, del 10 de mayo de 1813 ante Miguel Concha; legajo 318, fs. 167 va. y sgtes.

104 Ibid., y Rizo-Patrón Boylan, Paul: "La familia noble en la Lima borbónica: patrones matrimoniales y dótales", en: Boletín del Instituto Riva Agüero, N° 16, 1989; pp. 265-302.

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105 ADT, testamento de don José de la Puente y Arce (señala la dote de su mujer) del 29 de julio de 1827 ante Juan Ortega; legajo 596, fs. 506 y sgtes.; y ADT, recibo de dote otorgado por José Alvaro Cabero a favor de María Angela Muñoz, del 31 de octubre de 1772 ante José Hilario Aguilar.

106 ADT, ver el testamento ya mencionado de José Antonio Cacho.

107 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 136-137.

108 Ibid., p. 137.

109 Anna, Timothy E.: The Fall of the Royal Government ¡ti Peni; University of Nebraska Press, 1979; p. 165; y Larco Herrera, Alberto, Anales de Cabildo, Libro del 11 de julio de 1815 al 31 de agosto de 1820, y el llamado "Libro Rojo", que va de enero de 1821 a marzo de 1823, pero donde se hace mención de que "el 29 de Diciembre de 1820, día dichoso y feliz...se proclamó la independencia, por el señor Marqués de Torre Tagle, i se ofreció la ciudad a defender la Patria con la última gota de su sangre i en primer lugar la Religión Católica, i se ofreció a disposición del Excmo. Sr. General Don José de San Martín Libertador del Perú (p.3).

110 Tovar de Albertis, Agustín: "Los Títulos del Perú", en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, № 16, pp. 111-116; Lima, 1975.

111 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", p. 137.

112 Ibid.

113 Guerrero Bueno, Mónica: Lima en la agonía colonial. 1821-1824; ponencia inédita presentada en el seminario de Historia de la Independencia llevado a cabo en la Universidad del Pacífico, en Lima, agosto de 1994; p. 14.

114 Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 138-139.

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115 Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", pp. 223-237.

116 Ibid.

117 Aliaga y Derteano, Jerónimo: "Libro Real de Lanzas y Medias Annatas deS.S.Títulos de Castilla", en: Revista del InstihitoPeniano de Investigaciones Genealógicaf, № 9, Lima 1956; pp. 65-108 (88).

118 Varela y Orbegoso, op. cit., p. 20.

119 Ver ADT, testamento cerrado de don Justo de Orbegoso del 16 de enero de 1814, ante Manuel Núñez; legajo 543, f. 91 va.; su inventario de bienes del 11 de abril de 1815 ante Miguel Concha, legajo 320 fs. 100 y sgtes.; y poder para testar de Mariana de Orbegoso y Moneada, del 19 de mayo de 1828, ante José Ayllón; legajo 443, fs. 1138 y sgtes.; ver también Orbegoso, Luis José: Memorias del Gran Mariscal: Luis José de Orbegoso, (Lima: Editores Gil S.A., 1940).

120 Ibid. Además, de don Luis José de Orbegoso y Moncada, su poder para testar del 19 de febrero de 1836, ante Juan Ortega; legajo 601, f. 29 va. y sus inventarios de bienes, del 2 de marzo de 1850 ante José Vives, legajo 628, fs. 17 y sgtes.

121 ADT, recibo o carta de dote de Luis José de Orbegoso a favor de María Josefa Martínez de Pinillos y Cacho; del 6 de junio de 1816 ante Miguel Concha; legajo 321, fs. 150 y sgtes.

122 Ver Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".

123 Basadre, Jorge: Historia de la República. Tomos I y II, Lima, 1960.

124 Orbegoso Pimentel, Eduardo: Los Orbegoso en el Perú. Lima, 1992.

125 Ver Rizo-Patrón Boylan, Paul: Familia, Matrimonio y Dote en la Nobleza de Lima. Los de la Puente, 1700-1850. Memoria para

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obtener grado de Bachiller en Humanidades con mención en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1989.