tú y yo, que manera de

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En la biblioteca:

Tú y yo, que manera dequererte

Todo les separa y todo les acerca.Cuando Alma Lancaster consigue elpuesto de sus sueños en KingProductions, está decidida a seguiradelante sin aferrarse al pasado.Trabajadora y ambiciosa, vaevolucionando en el cerrado círculo delcine, y tiene los pies en el suelo. Sutrabajo la acapara; el amor, ¡para mástarde! Sin embargo, cuando se encuentracon el Director General por primera vez-el sublime y carismático Vadim King-,

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lo reconoce inmediatamente: es VadimArcadi, el único hombre que ha amadode verdad. Doce años después de sudolorosa separación, los amantesvuelven a estar juntos. ¿Por qué hacambiado su apellido? ¿Cómo hallegado a dirigir este imperio? Y sobretodo, ¿conseguirán reencontrarse a pesarde los recuerdos, a pesar de la pasiónque les persigue y el pasado que quierevolver?¡No se pierda Tú contra mí, la nuevaserie de Emma Green, autora del best-seller Cien Facetas del Sr. Diamonds!

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En la biblioteca:

Cien Facetas del Sr.Diamonds - vol. 1:

Luminoso

El Sr. Diamonds, personaje fascinanteen más de un aspecto, va a seducir a lajoven y guapa Amandine y a llevarla adescubrir un mundo hasta entoncesdesconocido para ella, hecho de lujo,placeres y, sobre todo, de relacionescarnales voluptuosas e insaciables.Pero, cuidado, tan sólo se haentreabierto la puerta del deseo, ahoraqueda saber a dónde nos llevará...

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En la biblioteca:

Todo por él

Adam Ritcher es joven, apuesto ymillonario. Tiene el mundo a sus pies.Eléa Haydensen, una joven virtuosa ybonita. Acomplejada por sus curvas, einconsciente de su enorme talento, Eléano habría pensado jamás que unahistoria de amor entre ella y Adam fueraposible.Y sin embargo… Una atracciónirresistible los une. Pero entre la falta deseguridad de Eléa, la impetuosidad deAdam y las trampas que algunos estándispuestos a tenderles en el camino, su

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En la biblioteca:

Muérdeme

Una relación sensual y fascinante,narrada con talento por Sienna Lloyden un libro perturbador e inquietante,

a medio camino entre Crepúsculo yCincuenta sombras de Grey.

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Lisa Swann

POSEÍDA

Volumen 6

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1. Rehén

Un auto se desplaza en la noche haciaun sitio desconocido.

Un maletero, suficientemente amplio,pero un maletero al fin.

Y en dicho maletero, yo, ElizabethLa nv i n Frenchie en Nueva York,empleada desde hace unas semanas enuna de las firmas de abogados másimportantes del mundo, Goodman &Brown, y locamente enamorada de sujefe, el guapo Sacha Goodman, con

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quien el amor parecía, sin lugar a dudas,rimar con agitación y saltos.

No era que el resumen de la situaciónme hiciera feliz, sino que teníanecesidad de apuntarlo. Hallarme atadaen el maletero de un auto, mientrasSacha me esperaba para una citaromántica no me hacía feliz realmente.Estaba aturdida, tenía dolor de cabeza,pues el agresor me había golpeado conviolencia, y sobre todo, pero sobretodo... no tenía ni idea del por qué nicómo de la situación.

Dios mío, ¿qué he hecho paramerecer esto?

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Me negué a entrar en pánico y miprimera reacción fue la de repasarmentalmente las últimas semanas. Contal de no estar perturbada, aferrarme aalgo. Y sobre todo, no gritar como locaporque, sinceramente, ¿quién quierehallarse atada en el maletero de un auto?

¡Sin contar que tengo un dolortremendo!

Así que era mejor no pensar en el díaen el que me había quedado atrapada enun ascensor durante dos horas con unasganas horribles de ir al baño, con losmuslos apretados, bailando en el mismolugar, y tan aterrorizada por la idea demorir de hambre en aquella cabina

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minúscula, que me sentí aliviada yterminé por hacer pis encima. Cómoevitar pensar en aquella broma que lehice a mi compañera de la universidad,Jess, cuando me encerré en suguardarropa para sorprenderla, bromaque se convirtió en una pesadillacuando, en represalia, ella se apoyócontra la puerta y creí estar atrapadapara siempre en el guardarropa.

No soy claustrofóbica. No soyclaustrofóbica. ¡No soy claustrofóbica!

No, no lo era, pero como muchaspersonas, no me gustaban para nada loslugares confinados en los que no habíaoptado permanecer.

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Así que, si me ponía a pensar en losacontecimientos de los últimos días enbusca de una explicación para estesecuestro violento, era obvio que habíaun buen grupo de posibles sospechosos:

1 - Jesse Goodman, el padrastro deSacha, tenía motivos para llevarlo acabo y creerme culpable, porque habíaayudado a sacar a la luz su relación conla mujer que casi se había convertido enla esposa de Sacha, Allisson Green.

Bueno, en cierto sentido, sinembargo, ya está en problemas hasta elcuello por así decirlo...

2 - Del mismo modo, Allisson tenía

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razones para estar enfadada y rencorosa.Porque además de que su matrimoniocon Sacha se había frustrado, había sidoseñalada por la tentativa de causarlemuerte al sabotear su lancha rápida, ycon la misma maniobra, intentarapoderarse de su participación enGoodman & Brown.

De nuevo, Allisson no tieneescapatoria. A menos que sea sicópata,creo que entiende que es mejor que laolviden por un tiempo.

3 - ¿Natalia entonces? Lacolaboradora de Sacha no eracompletamente inocente, aunque Sachadesde su accidente y la amnesia, se negó

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a reconocer que ella había conspiradocon Allisson en su contra.

¡En cualquier caso, he aquí aalguien a quien le gustaría vermeborrada del mapa!

Pero hubiera sido realmente suicidade su parte poner en peligro su relacióncon Sacha, la cual la había librado de lajusticia.

4 - Faltaba Ethan Goodman, el mediohermano de Sacha y amante de Allisson,celoso y con gusto por la bebida.

Es poco probable que él sea capazde llevar a cabo un secuestro...

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El auto aún traqueteaba libremente enel camino, estaba sin duda equipado

con buenos amortiguadores, o quizáíbamos sobre terciopelo... Mis brazosempezaron a crisparse, atadosfirmemente a mi espalda, además de quela nariz me picaba y no tenía más opciónque frotar mi cara contra el fondo delmaletero para aliviar la comezón.

En resumen, no había avanzado másde lo que unos minutos antes, sobre laidentidad potencial de la persona queme había secuestrado.

El auto se detenía en ocasiones,seguramente por los semáforos o las

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paradas, antes de reanudar su viaje.Podía oír el ruido del tráfico delatardecer. Siempre podía tratar de gritar(pero estaba amordazada) o de tocarcontra el interior del maletero para quealguien detectase mi presencia... Perocon tanto bullicio en la calle, habíapocas posibilidades de que meescucharan.

Sacha...

Su rostro se me apareció de repente,debía estar esperándome en algún lugar,perdiendo la paciencia, asumía que noera mucho tiempo desde que me hallaraen la cajuela para que empezara apreocuparse... pero el conductor que iba

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a recogerme en la parte inferior deledificio ya debía haberlo contactado,¿verdad?

¡Diablos, todo aquello era absurdo!¡E injusto! Justo cuando todos losproblemas parecían haber sidoresueltos, justo cuando finalmente nospodíamos sosegar y amarnos sin miedo anada.

Las lágrimas se asomaron a mis ojos.El auto se detuvo. Se escuchaba menosruido afuera. El conductor apagó elmotor. Dejé de respirar. La puerta secerró y los pasos se acercaron almaletero.

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No sé por qué siempre ocurre así enlas películas, porqué quien termina enmi situación comienza a retorcerse comoun gusano cuando el maletero se abre,pero en cualquier caso, es lo que hago, ycreo que es porque tontamentealimentamos la esperanza de poderliberarnos de las ataduras y saltar comoun superhéroe fuera del maletero. No esmás que una esperanza...

Sentí el aire más fresco sobre mícuando el cofre se abrió. Traté delevantar la cabeza para ver a la personadelante de mí, pero no fue nada fácil alestar acostada, agazapada, sobre elcostado, con los brazos atados a laespalda, y, finalmente, sólo vi unas

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manos que se acercaban a mi cara paraenfundarme una especie de gorro en lacabeza.

¡Vamos mejorando!

Un puño viril me aferró por el brazoy me arrastró fuera del maletero. Laacción fue un tanto acrobática, no estabarealmente vestida para la ejecución, conmi vestido de noche en seda escarlata ymis tacones que se atoraron sobre elborde del maletero. El hombre – o quizála mujer realmente forzuda - me atrapóantes de que terminara de rodillas en elpiso.

No podía sostenerme en mis piernas,

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me sentía como asfixiada bajo lacapucha, lloraba como una magdalenamurmurando detrás de la mordaza, y porun segundo, me dije que si mi últimahora se acercaba, ni siquiera sabía losmotivos...

Sacha...

Me aferré al recuerdo de su rostro yseguí tambaleante a quien me arrastrabacon rapidez, me hizo descender por lasescaleras, abrió una puerta, me hizovolver a caminar, y luego subir unaescalera, una puerta y una segundaescalera, todo esto sin decir una solapalabra, sin necesidad de amenazarmeporque estaba simplemente aterrorizada.

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Le escuché abrir una última puerta.Me pasó una mano por la espalda. Yluego, finalmente, una voz.

- No se dé la vuelta.

Una voz de hombre. Sentí sus manossobre mis muñecas al separarlas, yluego detrás de mi cabeza para desatarla mordaza, y finalmente levantar lacapucha. Cuando sus manos se alejarony me di cuenta de que la puerta iba acerrarse detrás de mí, de inmediato medi la vuelta, a pesar de su orden, y tuvetiempo de ver su rostro antes de que lapuerta estuviera completamente cerrada.

¡Maldita sea!, ¿por qué no había

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pensado en ello?

Era el hombre que había visto variasveces en los últimos días. Cuando fui acomer con mi amigo David. Unamañana, delante del edificio deGoodman & Brown, cuando Sacha y yollegábamos en coche. Y también el díade la partida de mi tía Maddie y sunovio, cuando acabábamos de almorzaren un café. Y sobre todo... ¡el día de laboda frustrada de Sacha y Allisson, conmotivo del gran escándalo en la iglesia!Me quedé boquiabierta, petrificada,mirando hacia la puerta cerrada.

Me sequé las lágrimas de las mejillasy me cuidé de no ponerme a sollozar

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como una desdichada, luego me hice unovillo. Después de sudar de miedo, derepente fui presa de temblores quizá máspor los nervios que por el frío.

Me giré lentamente para ver dóndeestaba. Era una habitación grande, conparedes revestidas, un interior más bienburgués y acogedor. Tenía que estar enuna de esas viviendas antiguas de laciudad con casas de sótano sobre lacalle. Una enorme cama, un armario, unapared cubierta de libros, dos sillonesgrandes, uno de ellas cerca de laventana...

Y ahí divisé, en la oscuridad, lasilueta de alguien sentado.

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Podían haber sido cinco minutos otres días lo que estuve ahí, plantadacerca de la puerta, inmóvil, con losbrazos apretados contra mí. Y aceptéque tenía que asegurarme de que habíaotra persona en la habitación, era unalocura, no tenía ni saliva, y mis labiosestaban entumecidos.

- ¿Hay... alguien? pregunté en vozbaja.

La forma se movió en el sillón, di unpaso atrás súbitamente hacia la pared.¡Maldita sea, era una verdadera películade terror esta noche! Puse la mano sobreel interruptor a mis espaldas y uncandelabro se encendió. Iluminó un poco

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de manera anticuada, pero al menosdescubrí a quien se había movido. Unamujer de unos sesenta años, con elrostro devastado por las arrugas, unapeluca rubia decolorada cual paja y queparecía haber sido quemada a fuerza deser acicalada. Y como en una pesadilla,estaba maquillada burdamente,escurriendo por doquier, rímel en elrabillo de los ojos y un rojo brillante enla comisura de los labios.

¡Es como en Psicosis aquí!...

Ella me miró fijamente, tenía los ojosmuy azules y me recordaba a alguien, oseguramente a una película que debíahaber visto en la adolescencia, ¡una

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película que debía provocar terror! Melanzó una sonrisita pueril, luego agitó lamano de manera educada, cerrando losojos, y emitió graciosamente «tss tsstss».

- Pero, ¿dónde tenía la cabeza? dijocon voz jovial. ¡Soy Gena! ¡Encantada!

Me tendió la mano sin levantarse, yono me inmuté.

Gena, ese debía ser su nombre.

- ¿Dónde estamos? balbuceé.

Gena asintió y comenzó a acariciarseel puente de la nariz, concentrada.

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Sonreía aún.

- Yo también tuve hermosos vestidos.De todos los colores, todas las telas,todas las formas y vestidos de modista,¡qué tal!

Aún hacía ese pequeño gesto de lamano y sus crispantes «tss tss tss» entrecada frase. Ahora acariciaba sumejilla...

- Él me cubrió con regalos, yo era suprincesa, ya sabe... Estaba loco por mí,incluso estuvimos a punto de casarnos.

Qué simpática, ¡será fácilcomunicarse!

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Mientras la Sra. Chiflada continuabasu monólogo (esperando un indiciosobre la razón de mi rapto), me acerquédesconfiada y me senté en el borde de lacama junto a ella. No parecía ser máspeligrosa que eso.

- Malcolm, era un hombre que sabíaguiarse, tenía clase, nada era suficientepara él, todo el mundo lo respetaba. Élme decía: «Gena, mi flama», sí, así escomo él me llamaba.

De pronto, su semblante se tornóafligido. Ella era la única actriz de supelícula.

- Todas las mujeres celosas estaban

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celosas mí. ¡Todas! ¡Incluso Margaret!No, ella nunca lo habría admitido, comolo puede adivinar... Pero ella meenvidiaba, miraba mis hermososvestidos, las joyas y los perfumes. Decíaque todo aquello no estaba bien, pero esporque ella habría querido vivir lo queyo vivía...

¿Margaret? ¿A quién se refiere?

Intervine en su monólogo.

- Gena, ¿quién es Margaret? osépreguntarle.

Pero la pobre mujer no me oyó, ellacontinuó representando el protagónico

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de su vida.

- Por supuesto, no podía ser unamujer como yo. Margaret no tenía miaudacia ni mi belleza...

Con eso comenzó a enfadarme...

- ¿Gena? Eh, ¿Gena? Repetí, agitandolas manos delante de su cara.

Sus ojos estaban vacíos y fijos, perotodavía se volvieron hacia mí, la habíasacado de su trance.

- No nos hemos presentado, me llamoGena, ¿y usted? –sonriendo bobaliconacomo un chiquillo. Tiene usted un

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vestido muy bonito, por cierto. Ya sabe,me recuerda todos esos vestidos queMalcom me ofrecía...

- ¡Gena! Le grité, poniendo una manoen el brazo que hacía movimientos entodas las direcciones.

Ella profirió un nuevo «tss tss tss»pero, por lo menos, guardó silencio.

- Gena, ¿quién es Margaret? Lepregunté.

Ella me miró directamente a los ojos,y los suyos empezaron a brillar.

- Margaret crio a mi hijo, ella me lorobó, me lo arrebató.

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¡Oh, diablos, estoy alucinando, todoesto va a cesar de un momento a otro, yvoy a despertar!

- Le decía que estaba celosa -dijoGena. Como no podía tener a Malcom nilos vestidos ni los perfumes, bueno, ellaapartó a mi hijo. Nuestro hijo.

Ella bajó la cabeza, con lágrimas ensus mejillas.

¿Gena sería entonces la hermana deMargaret? ¿La madre de Sacha?

Era natural hacer el vínculo:Acababan de raptarme, después dehaber descartado a los sospechosos que

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imaginé, y, obviamente, no tener encuenta un plan terrorista o un clientedescontento de Goodman & Brown, eranecesario que encontrara un elementofamiliar que explicara por qué estabaallí.

Rápidamente repasé la discusión quetuve con Margaret, la madre de Sacha,después de aquel accidente. En su casaen Southampton, ella me habíaconfesado que Sacha no era su hijo, sinode su hermana, y que lo había adoptadocon urgencia, pues su hermana temía queel padre del niño no se ocupara de ella yde su hijo.

Y no podía ser una coincidencia...

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¡Oh no, no lo creo!

- ¡Gena! Le dije lo suficientementealto como para devolverla a nuestraconversación.

Ella levantó la cabeza como unanimal asustado. Me agaché y tomé sumano entre las mías. Suavemente. Paratranquilizarla.

- Gena, dígame, ¿está segura de queMargaret le robó a su hijo? ¿Segura deque no es usted quien confío su hijo a suhermana?

Un destello en sus ojos.

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- ¿Y por qué habría hecho eso?¿Usted está insinuando que habríaabandonado a mi hijo?

- Gena, usted pudo haber sido forzadaa hacerlo porque se sintió en peligro, ledije muy despacio para que no seestremeciera, y sobre todo para darme aentender.

Ella sacudió la cabeza y volvió a su«tss tss tss».

- No, respondió con firmeza. Ella melo robó. Estaba celosa. Celosa del amorde Malcom.

- ¿Y si justamente hubiera tenidomiedo de Malcolm, de que le hicieradaño a usted y a su hijo?, aventuré, muy

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precavidamente.- ¡Qué importa lo que usted diga,

querida señora!, respondió antes dedarme la espalda.

Bueno, nada qué hacer, está en sumundo, Gena...

Le oí murmurar «pequeña tonta», ycreo que se refería a mí. Luego continuósu soliloquio en su rincón, con la cabezamirando hacia la ventana:

- En especial me encantó el vestidoverde, muy escotado en la espalda, queme había traído de un viaje. A Malcolmle encantaba cuando me lo ponía...

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blablablabla... ¡Vaya progreso!

Sentada en el borde de la cama, mesentí agotada de repente ycompletamente perdida. Todo merecordaba a Sacha. ¡Estaba allí con sumadre, su verdadera madre, una mujercompletamente loca, que contradecía loque Margaret me había contado y queSacha ignoraba!

Me levanté y evité a Gena para tratarde abrir la ventana, pero no pude. Ydetrás, de todos modos, las persianasestaban cerradas.

Lo cual no me dejaba muchasopciones para escapar...

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Abrumada, volví a sentarme y meacosté en la cama. Tenía frío, estabaasustada, no comprendía lo que meestaba pasando, solo sentía que Sacha seenfrentaría a una verdad que no habíaconsiderado, la de sus verdaderospadres.

Dios mío, y yo que estoy al tanto...

Y, obviamente, no era Gena,obsesionada con su guardarropa deantaño, quien iba a aclararme el motivode mi rapto. Una cosa era cierta, nopodría ser ella quien lo habíaordenado... No estaba en su sano juicio.

Me quedé dormida, aturdida por los

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comentarios sin pies ni cabeza de Gena,quien continuaba parloteando, y por laslágrimas que no podía contener.

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2. Bienvenida a casa delos locos

- ¡Despierte!

Me sacudió, no demasiado fuerte enverdad, pero lo suficiente para que nosea un despertar agradable. Abrí losojos, envuelta en la colcha, con elcabello hecho un desastre y elmaquillaje parecido al artístico de micompañera Gena.

Un momento, ¿dónde está ella, de

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hecho?

El tipo que me había secuestradotambién fungía como servicio dehabitación. Alto, grueso y gris, estaba depie junto a la cama y, cuando tuve losojos bien abiertos, me mostró la cómodasobre la que había una bandeja con eldesayuno, no la de un hotel de cuatroestrellas, únicamente aperitivos y algocaliente qué beber por lo menos.

- Levántese, dijo, en un tono que eralo suficientemente cordial para lasituación. Volveré a buscarle en uncuarto de hora.

Dio media vuelta y salió de la

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habitación. Escuché la llave dandovuelta a la cerradura. Había oscuridaden la habitación, las persianas estabansiempre cerradas, era difícil tener unaidea de la hora o de cuánto tiempo habíadormido. Me senté en la cama justocuando una puerta en la parte trasera dela habitación se abrió (no la había visto,se confundía con el papel tapiz) y Genaapareció.

Acarició sus mejillas, recogió dos otres mechones de su cabello seco e hizouna mueca divertida al descubrirme enla cama.

- Para empolvarse la nariz, es poraquí, dijo, señalándome la puerta.

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Es suficiente con el sanitario...

Me levanté, refunfuñando, ydesapareció en el cuarto de baño cuandoGena me dijo:

- ¿Puedo ofrecerle un café, querida?

Sí, con un toque de leche...

Frente al espejo, mi aspecto dabamiedo. Unas ojeras oscuras bajo losojos, la tez lívida, el cabello hirsuto.Semejante cabeza para un vestido tanexcelso, era casi indecoroso.

Si Sacha me viera así, no mereconocería...

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No hay nada que hacer. Pasara lo quepasara, lo viviría con mi desaliño deespantapájaros en vestido de noche...

Cuando salí del baño, Gena habíaregresado a su sillón y tomaba un sorbode su café, sujetando el platillo conelegancia. Me dirigió una sonrisa menosgrotesca que ayer. Me disponía areanudar nuestra discusión acerca deMargaret y el hijo que tenía, pero no medio tiempo.

- ¡Qué hermoso vestido tiene!,comenzó. Ya sabe, me recuerda a unconjunto que...

Inmediatamente apagué el sonido. No

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seríamos capaces de reanudar nuestradiscusión. Me acerqué a la cómoda y mellevé la taza a los labios, pero de nuevo,no tuve tiempo para intentar nada, lapuerta principal se abrió y misecuestrador apareció.

- Le voy a pedir a ambas que mesigan, por favor- dijo sin traspasar lapuerta.

A pesar de ello, tomé mi caférápidamente y estaba a punto deseguirlo, cuando ambos nos dimoscuenta de que Gena no se había movidode su sillón y continuaba su monólogo.

El hombre se puso a su lado sin que

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ella se diera cuenta de su presencia y,gentilmente, con respeto, la tomó por elbrazo y la hizo levantarse antes dedirigirse con ella, con calma, hacia lapuerta.

¡Es un secuestro de lujo, al menos!

La puerta se había dejado abiertadurante todo este tiempo, habría podidohuir, pero extrañamente, no lo hice.Estaba, obviamente, a punto de tener lasrespuestas a mis preguntas, no habíanecesidad de echarlo a perder por elpánico. Además, ya no tenía miedo. Sólome obsesionaba la tragedia que seavecinaba para Sacha.

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Bajamos las escaleras lentamente,entonces el hombre de la sombra noshizo entrar a un gran salón con unadecoración bastante similar a la de larecámara. Anticuado, pero burgués yelegante.

Un hombre nos esperaba, de piecerca de la chimenea. Se volvió anuestra entrada. Oí el suspiro ahogadode Gena cerca de mí. Era Sacha delantede mí, Sacha con el pelo gris, un pocode barriga y un traje pasado de moda.Algunos toques de mal gusto también, ungran reloj de oro y una sortijaigualmente llamativa.

Con clase, pero de otra época...

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El hombre sonrió y se acercó asaludarnos.

- Señorita Lanvin, lo siento por estainvitación un tanto forzada.

Y mi mano entre las suyas todo eltiempo:

- Soy Malcom Strangley, el padre deSacha.

Y aunque no parezco sorprendida,Malcom Strangley no pierde los cabaleshasta ahora.

- Veo que no está realmentesorprendida, Elizabeth, ¿me permite que

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la llame Elizabeth?

Asentí con la cabeza.

- Nuestra querida Gena debió haberhablado mucho esta noche, y a pesar deque no tenía mucho sentido, estoy segurode que usted es lo bastante inteligentecomo para haber adivinado, en parte, elmotivo de su presencia aquí.

Entonces nos señaló, a Gena y a mí,los sillones y el sofá de la habitación. Ycontinuó:

- Pero, por favor, acomódese, notenemos mucho tiempo antes de lallegada de Sacha y me gustaría

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explicarle con más precisión por quétuve que usar este método poco elegantepara hacerla venir a mí.

¿Sacha va a venir…?

Tomó el brazo de Gena y la condujocon gran atención hacia el sofá, dondeyo también me senté, mientras él seacomodaba en uno de los sillones deenfrente. Gena, extasiada, suspiraba porsu Malcolm con una mirada enamorada ylo colmaba de pequeños gestosseductores.

- Elizabeth, sé que probablemente medetesta por lo que pasó ayer, pero notenía otra opción. Sacha es un hombre

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reservado, casi inaccesible y comosupuse que usted le importa mucho, fuemi único recurso.

No estaba segura de si estaba enojadao si sólo estaba exhausta, pero mi vozsonó muy fría cuando le contesté.

- Creo que siempre hay otros mediosdisponibles que la violencia y el rapto,Sr. Strangley, le dije.

Tomó un aire pesaroso que no metragué por un segundo.

- Tenga un poco de clemenciaconmigo, Elizabeth, cuando conozcatoda la historia, estoy seguro que usted

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se mostrará un poco más comprensiva.- Le escucho, contesté.

Malcom Strangley se acomodó en susillón.

- En la época en que conocí a Gena,vivíamos en Augusta, mi joven esposa yyo. Mi carrera política estaba en susinicios, pero yo estaba realmentedespuntando y tenía un gran apoyo.Después de todo, me había casado conla hija de una familia rica queprosperaba en la industria textil, misuegro me había hecho entrar en elnegocio familiar y no me faltaba talentoen el área ni labia para hallar mi lugar.Frecuentaba a las más grandes

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personalidades, ya sea en la política, laindustria y la cultura. Todo era muyemocionante. Y entonces conocí a Gena.

Extrañamente, porque nunca lohubiera imaginado así, dirigió unamirada tierna a mi vecina de sofá. Y ví aGena turbarse como una chica apenada.

- No había otras mujeres como Genaen el medio que frecuentaba. No conocíamás que a mujeres de grandes familias,elegantes, pero frías, incluso mi queridaesposa Eleonore, atenta, amorosa – Diosla tenga en su Gloria – era así. PeroGena... Gena era un torbellino de locura.Era hermosa como una actriz de cine ytambién caprichosa. Impredecible. No

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tenía miedo a nada y parecía que elmundo le pertenecía. Yo le pertenecídesde el momento en que nuestrasmiradas se cruzaron. Me volví loco. Nocomía, no dormía, no respiraba siquieracuando ella no estaba cerca de mí.Asumí riesgos insensatos, la instalé enun apartamento en la misma ciudaddonde vivía con Eleonore, la cubrí deregalos, incluso me hice acompañar porella en algunas recepciones. Estabadispuesto a dejar a mi esposa y todo loque ello implicaba, el poder, el éxito,todo...

¡Maldita sea!, una nueva señal dealerta, voy a terminar por no saberquién está diciendo la verdad

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La mirada de Malcolm por unmomento se perdió en un pasadoborrascoso y apasionado, luego sacudióla cabeza, con aspecto apesadumbrado.

- Pero lo que más me gustaba deGena, su locura, su espontaneidad, sulibertad, no era sino la parte fascinantede un problema más profundo y no me dicuenta inmediatamente. Tenía queconvencer a Gena que había queesperar, que íbamos a pasar el resto denuestras vidas juntos, que éramos el unopara el otro por siempre. Nos imaginabacomo una pareja carismática: yo, elprestigioso político, y ella, mi esposaexcepcional y excéntrica. Fue sólo unsueño, ya que comenzó a ser más

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demandante: llamaba por la noche a micasa, irrumpía en las recepciones a lasque no había sido invitada, ebria dealcohol y furor. Yo ya no era capaz decontenerla. Tuvimos discusionesviolentas, creo que también era parte dela pasión, y ahora reconozco que era uncobarde.

Levantó la cabeza para mirar Gena.Sin duda era su manera de pedirleperdón. Pero Gena comenzó a emitir sudesagradable «tss tss tss» y Malcolmcontinuó su relato:

- Y entonces, Gena desapareció. Deun día a otro. Sin dar ninguna noticia.Nada. Y entonces pensé que sería mejor

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así.

Se tomó la cabeza con ambas manos.

- Como era un cobarde... Retomé mivida en Augusta. Eleonore, quien yaestaba al tanto de esta relación, meperdonó y yo seguí mi camino hacia eléxito.

- Pero, señor Strangley, intervine.¿Me está diciendo que no sabía queGena estaba esperando un hijo suyo?

- Lo que me asombra, Elizabeth, esque usted no parezca sorprendida por lahistoria que le estoy contado, si mepermite, reviró sin contestar a mipregunta.

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Por lo visto, voy a tener que mostrarmi juego...

- Margaret, la madre de Sacha, o almenos quien él cree que es su madre, mecontó toda la historia, confesé. Pero noen estos términos, tengo que admitirlo,esto explica mi pregunta, señorStrangley.

Gena seguía nuestra discusión comolo habría hecho con un partido de tenisdesde las gradas superiores.

- Bueno, te puedo decir, Elizabeth,que no tenía ni idea de que tuviera unhijo hasta el accidente del motor fuerade borda de Sacha. Fue un colaborador

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quien me alertó, desconcertado por lasimilitud de Sacha conmigo, ya quehabía visto una foto de él. Fue muy fácilpara mí para conciliar su edad y ladesaparición de Gena y deducir que eramuy probable que fuera mi hijo. Sobretodo cuando me enteré de quién eraoficialmente su madre. Me había halladocon Margaret en repetidas ocasionesdurante mi relación con Gena.

Iba a intervenir cuando él meinterrumpió con un gesto de la mano.

- Déjeme explicarle cómo llegué aorganizar esta pequeña reunión familiar,Elizabeth. Una vez que tuve la íntimaconvicción de que Sacha era mi hijo, lo

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puse bajo vigilancia para saber másacerca de él y rápidamente me di cuentade que su vida estaba lejos de sersimple. Usted parece ser el únicoelemento positivo de su existencia. Encuanto a Gena, tuve un poco dedificultad para dar con ella, perofinalmente logré afrontar lo que menegué a admitir en su momento, queestaba simplemente desequilibrada. Y esen un refugio psiquiátrico de Cincinnatidonde fui a buscarla.

- Para una reunión familiar, habríapodido usted imaginar una más amable,confiese, aventuré al tomar el toro porlos cuernos.

Hay algo que no concuerda en todo

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esto...

- Dígame lo que realmente motivó sureaparición señor Strangley, porquetengo la impresión de que hay un pocomás que un simple sentimiento paternalun poco tardío.

- Elizabeth, no tuve hijos, Eleonoreno podía tener. Ahora que mi esposamurió, estoy solo, sin heredero...

- Deténgase entonces, no sé por qué,sigo convencida de que usted me estáocultando algo, yo no sé qué... Sacha esun hombre importante e influyente,acercarse a él no podría ser sino de suinterés, ¿cierto? ¿Habría reaccionado deigual manera si él hubiera sido unobrero o cualquier cosa de menos

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prestigio?

Malcom Strangley se pasmó y surostro se puso tenso.

- No voy a negar que sería de hechouna ventaja en mi carrera política, dijo,pero también podría beneficiar a lacarrera de Sacha, porque voy a serelegido sin duda para el Senado en laspróximas elecciones.

Asentí con la cabeza, habíaentendido. Pero no tuve tiempo de hacermás comentarios sobre la ambigüedadde sus motivos. El hombre de la sombra,y de la confianza de Strangleyindudablemente, entró en la habitación y

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Malcolm levantó la vista.

- Margaret y Sacha Goodmanllegaron, señor Strangley.

¿Margaret? ¡Maldita sea, vamos avivir una verdadera tragedia! Y Sachaque no debe sospechar nada... Sacha...

Sacha apareció, Margaret detrás deél, su mirada se posó de inmediato sobremí. Me puse en pie de repente y élrápidamente le dio a Margaret el maletínque sostenía y corrió hacia mí paratomarme en sus brazos.

- ¡Dios mío, Liz, qué miedo tenía!,susurró en mi cabello, al besarme

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suavemente.

Me acurruqué contra él y me levantóla cara para observarme. Él tambiéntenía ojeras y el gesto endurecido, lanoche debía haber sido mala y larga.

- ¿Estás bien?, me preguntó.

Asentí con la cabeza, sonriéndole, noera el momento de resquebrajarse (apesar de que estaba al borde de laslágrimas, me sentí tan aliviada de verlonuevamente) porque iba a necesitar miapoyo en los minutos que seguirían.

Se volvió bruscamente a MalcomStrangley.

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- ¿Quién es usted? -preguntó en untono feroz. Espero que me explique quésignifica todo esto.

Sacha era lo suficientementeinteligente para notar que esta historiano tenía nada que ver con un rapto y queno servía de nada ostentarse.

Gena se había levantado ybalbuceaba, con los ojos brillantes.Malcom, también de pie, se acercó aella y puso su brazo alrededor de sushombros.

- Sacha, mi nombre es MalcolmStrangley y ella es Gena Bellrow.

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La mirada de Sacha se fijó en lapareja formada por Malcom y Gena, y seoscureció por la duda como anticipandolo que iba a seguir. Después de todo,esta mujer tenía el mismo apellido desoltera de su madre, Margaret.

¡Aquí estamos, en el ojo delhuracán!

Estreché la mano de Sachafuertemente entre las mías.

- Sacha, digo, con la garganta seca.Ellos son tus padres, tus verdaderospadres.

Un grito ahogado se escuchó a

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nuestras espaldas. Margaret acababa dedejar caer el maletín al suelo, y se llevólas manos al rostro, parecía tenerproblemas para respirar. El hombre dela sombra se abalanzó sobre ella y lasostuvo hasta un sillón, integrándola asía la simpática reunión familiar.Margaret, aterrorizada, miraba a suhermana quien, por su parte, no parecíareconocerla.

¡Pobre Gena, está completamenteperdida!

Sacha era como una pesada estatua depiedra al lado mío. Y eso que aún norecordaba mucho de su vida antes delaccidente, vaya que le daríamos una

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primicia terrible.

Lanzó una mirada perdida haciaMargaret, quien jadeaba entre sollozos,hacia Malcom que no respiraba más, yluego a Gena cuyos «tss tss tss» y losmovimientos del brazo se habíanintensificado.

Tomé entre mis manos el rostro deSacha, le obligué a mirarmedirectamente a los ojos, no tenía quedesviar su mirada de la mía, mientras yole decía todo lo que tenía que decir.Debido a que era yo quien le iba acontar todo.

- Sacha, estoy aquí, escúchame, te lo

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ruego, susurré.

Alguien debería decirme por quésiempre me encuentro asumiendo estetipo de situaciones pues yo no me creocapaz...

Pero era simple sin embargo, quiénmejor que yo para asumir este rol conconfianza. Cómo amaba a este hombre...

Y le dije todo, desde mi punto devista, la confesión de Margaret despuésdel accidente y lo que la habíamotivado, es decir, la felicidad del hijoque había cuidado durante todos estosaños, pero contrariamente que ella creíahaber fracasado. Luego lo que había

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comprendido a partir de los desvaríosde Gena durante la noche. Para finalizarcon la conversación que acababa detener con Malcolm Strangley, sin dudarde la veracidad de sus declaraciones,sino de lo que lo llevaba a reaccionarhoy.

Muchas veces Sacha trató de girar lacabeza para culpar abiertamente aalguien, pero yo sentí que ni siquierasabía con quién estaba enfadado. Estabaperdido.

Durante el tiempo que hablaba aSacha, con voz dulce y tranquilizadora,pero también derramando algunaslágrimas, los otros tres se quedaron allí,

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sin inmutarse, esperando que caiga elhacha.

Al final de mis explicaciones, Sachabajó la cabeza y respiró profundamente,todavía temblaba, entonces levantó lacabeza, tomó mi rostro entre sus manos yme dio un suave beso en los labios.

- Liz, gracias- dijo en voz baja. Cómodebes amarme para hacer esto y sobretodo tomando el lugar de los que habríandebido asumir la responsabilidad. Ycómo te amo por tener tal valor.

Sonreí. Se volvió hacia Malcolm.

- Dígame- le dijo. ¿Por qué me ha

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solicitado un rescate por Liz?

Malcom guardó la composturainsólitamente, Sacha debía haberloheredado de él.

- Porque estúpidamente, pensé que lomejor era actuar en lugar de revelar, degolpe, mis intenciones.

Sacha negó con la cabeza, molesto.Lanzó una mirada abatida hacia Gena,luego hacia Margaret, quien le suplicabacon los ojos.

- Era inapropiado, es lo menos que sepuede decir, apuntó. Todo este mal quese ha hecho y treinta años han pasado,

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tengo una vida, aunque sólo la recuerdea medias. Soy el hijo de Margaret, sonestos años lo que lo demuestran, meeducó, me dio todo el amor que pudo,como pudo. Margaret es mi madre y mequedo con eso. No he sido parte de suvida durante todos estos años, continuó,señalando con un gesto de la barbilla aMalcom y Gena. Esto no cambiará hoy.No tengo que apoyar sus errores, meniego. Decido mi vida ahora.

Me tomó la mano.

- Elijo a aquellos en quienes puedoconfiar, aquellos que me quierensinceramente.

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Se acercó al sillón donde estabaMargaret y yo le seguí. Le tendió la otramano a su madre, quien se puso de pie.Luego nos condujo lentamente hacia lapuerta. En el camino, se volvió aMalcolm y Gena, que estabanpetrificados.

- No sé con quién debería estarenfadado ni siquiera si debo hacerlo,dijo Sacha. Sin embargo, sé lo quequiero y no es su historia en la quequiero creer.

Creo que todos diciendo la verdad,Sacha, su verdad, pero la locura deGena cambió todo.

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Nos acercamos a la puerta, pero sevolvió de repente.

- Conserve su dinero, señorStrangley, comentó con tristeza. Dele unbuen uso.

El hombre de la sombra nos abrió lapuerta y nos fuimos sin mirar atrás.

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3. Mi vida con Sacha:Instrucciones de uso

Al volante, Sacha se quedó ensilencio unos minutos. Al parecertodavía estábamos en Manhattan. Misecuestro no me había llevado muylejos. Margaret en el asiento posterior yyo en el asiento del pasajero, apenas nosatrevíamos a respirar.

Puse mi mano sobre la de Sacha en elvolante. En el siguiente semáforo enrojo, se volvió hacia mí con una mirada

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tierna, pero angustiada.

Está devastado... ¿Quién no?

Esbocé una sonrisita.

- Estoy aquí, dije en voz baja. Todoesto no cambia nada entre nosotros.

- Lo sé, me respondió.

Más adelante, miró por el espejoretrovisor hacia Margaret. Estabaacurrucada en el respaldo y hacía sumejor esfuerzo para sollozar en silencio.

- Mamá, le voy a pedir al conductorque te lleve a casa en Southampton, si note importa, le dijo Sacha apaciblemente.

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Margaret se enderezó de repente ensu asiento para agarrar por detrás loshombros de su hijo.

- Sacha, dijo, te pido perdón porhaber mentido todos estos años. Tú eresmi hijo, te he criado como tal. Fue asípor tantos años, me las arreglé paraconvencerme de que todo estabaolvidado, que la verdad estaba enterradapara siempre.

Sacha puso una de sus manos sobre lade su madre, mientras conducía. Mirabajusto hacia el frente.

- Mamá, no estoy enfadado contigo,le aseguró. Mi memoria fragmentada

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tiene ventajas a pesar de todo. Me sientomás fuerte, menos vulnerable. Y meparece que tengo la opción de decidirsobre lo que haya sido mi vida y lo quequiero hacer.

- No te separé de Gena, Margaretsiguió reprimiendo un sollozo. Te lojuro, te adopté porque ella tenía miedo...

- Mamá, Mamá, cálmate, te lo ruego.Todos necesitamos descansar, vamos ahablar de ello los próximos días, peroreconoce que te creo, no te preocupes.

Frente al edificio del apartamento deSacha, él y yo bajamos y el conductorocupó su lugar para acompañar aMargaret a casa.

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Sentí pena por ella, pero tambiéncomprendí que Sacha tenía necesidad deestar solo (por fin... conmigo) despuésde todas estas duras pruebas. Estrechó asu madre fuertemente entre sus brazosantes de que ella volviera a su casa enLong Island.

En el ascensor, me atrajo hacia él,acariciando mi cabello.

- Dios mío, Liz, todo lo que te hehecho pasar, susurra. Y todavía estásaquí.

- No se puede decir que estés a salvo,Sacha... Lo que importa es que somosmás fuertes que estos reveses, ¿no?

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Para ser honesta, todavía no mecuento entre los vivos, después delterror del secuestro...

Cuando las puertas del ascensor seabrieron directamente hacia el vestíbulodel pent-house de Sacha, nosenvolvimos en un beso apasionado queexpresaba todo el temor que sentíamos.

- Has de necesitar relajarte, Liz,después de la noche que pasasteencerrada con esa loca, dice Sacha. Yotambién, por cierto, no he pegado el ojoen toda la noche. Voy a procurarnos unbuen baño.

Iba a marcharse, pero lo sujeté por la

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mano.

- Sacha, sabes, creo que ninguno deellos mentía. Puede ser difícil deaceptar, pero cada uno de ellos erasincero. Que Margaret haya estado o nocelosa de su hermana, a quién le importarealmente. Lo que deforma todo, es eltrastorno de Gena. Estoy convencido deque Malcolm estaba sinceramenteenamorado de ella y se sintió devastadopor lo que era.

- Lo sé, Liz. Yo estoy tan sorprendidocomo tú por el oportunismo deStrangley, del hijo hallado en plenacampaña electoral. Puede que hayaperdido parte de mis recuerdos, perohay algunas cosas que sé o creo que sé

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con certeza, y es que el hombre amenudo busca su interés en lo que hace.

Levanté una ceja, divertida.

- Bueno, bueno, le dije. ¿Y cuál es tuinterés, Sacha, qué es lo que hacesconmigo?

Comprendió mi tono de humor e hizouna sonrisa traviesa.

- Bueno, me parece tan evidente, Liz:La satisfacción de mis deseos...

Luego volvió para concluir nuestradiscusión sobre el tema doloroso deldía.

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- Lo cierto es que estoy triste de quela mujer que me trajo a este mundo seauna desequilibrada, pero no puedoevitarlo. Si hubiera estado en su sanojuicio, habría podido encontrar lamanera de cuidarme, pero no es lo quepasó y lo lamento. Mi madre es quien hacuidado de mí todos estos años. Creoque puedo convencerme de esta versiónhasta el final de mis días. Mientrastanto, me gustaría que intentemosreanudar una vida normal y más ligeraque las semanas que acabamos de pasar.

Luego desapareció por el pasillo y yocorrí a la cocina para vaciar la nevera.¡Estaba realmente hambrienta!

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***

Una vida normal y más ligera esexactamente en lo que nos hemosocupado los días recientes. Vayaligereza, hay que admitir, no habíamucho que hacer, Sacha llevaba unavida de ensueño según mis antiguosestándares de estudiante parisina(bueno, si olvidamos que le obsesionasu trabajo y le absorbe una buenaparte del día...).

Es verdad, nunca me imaginé llevarel estilo de vida que llevaba ahora, yque era también mi nueva normalidad.Nunca más fines de mes difíciles,después de pasar mis días corriendo

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entre la universidad y el trabajo. Nuncamás alojarme en casa de mi tía, bueno,no era lo peor, pero al menos sentía lacasa de Sacha como la mía y si mehallaba con un hombre desnudo en lacocina por la noche, bueno, era miamante (¡y qué amante!) y no el de mitía, que cambiaba cada dos meses.

No, en serio, habría sido una locuraque me quejara, ¿verdad?

Pero había un tiempo para cada cosa,a pesar de todo. Por normalidad incluyo:Permanecía como empleada de Sacha enGoodman & Brown. Y desde un puntode vista práctico, el salario que obteníaera casi inapropiado en la medida que

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no tenía gastos, Sacha cubría todas misnecesidades. Y me refiero a TODAS misnecesidades...

Sin embargo, teníamos nuestrapequeña rutina de parejaprofesionalmente activa. Si podemosseparar de la noción de rutina el lugardonde se llevaba a cabo. Debido a quelevantarse en el pent-house de Sachacada mañana para ir a trabajar, tomar eldesayuno en la cocina con paredes decristal con vistas hacia el amanecer enManhattan, pasar media hora en unvestidor más grande que mi antiguahabitación en casa de Maddie paraelegir un traje entre una docenas porestrenar que ahí se hallaban, y luego

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subirse a un auto con conductor para ir ala oficina, no era para nada la rutina quehubiera podido imaginar que viviera conun eventual compañero, el día que mecaí de la bicicleta delante del auto deSacha.

¡Hablar de normalidad, y más biense parece a un cuento de hadas!

Así que, sí, teníamos esos pequeñosdetalles de pareja locamente enamoradaque hacen de estos momentos cotidianosmenos rutinarios... Hmm, si seconsideraba una pequeña atención hallarun pendiente de diamantes dentro de unpan recién horneado a la hora deldesayuno... Pero había cosas más

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simples, miradas de enamorados,caricias afectuosas cuando nuestroscuerpos compartían el mismo espacio,su mano halando un mechón de micabello, con la mía enderezar sucorbata...

No, la vida con Sacha no era nadacomparado con lo que había podidosoñar, simplemente porque Sacha notenía nada en comparación con ningúnotro hombre. Se las arregló paratransformarlo todo. Una mirada, una solapalabra podía cargarse de un tonosensual que no podía resistir.

Pero, cuidado, durante el día enGoodman & Brown, ¡nada de dejarse

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llevar! Sacha volvía a ser el estricto jefede un prestigioso despacho de abogadosy yo la joven colaboradora que teníatodo por demostrar y tenía energía desobra para hacerlo, sobre todo paraprotegerme de la depredadora quetodavía rondaba por ahí.

- No te va nada mal, Liz, pero no teva a durar, me amenazó una mañanaNatalia, que acababa de entrar en mioficina y cerró la puerta detrás de ella.

Así es, golpea suavemente...

Miré por encima de los documentosque estaba anotando. A pesar de queNatalia era bastante atractiva, era una

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locura como la maldad podía convertir aalguien en una cosa atroz.

- ¿A qué te refieres, Natalia? ¿Unasunto actual? ¿Mi gusto para la ropa?Respondí con despreocupación.

Nada como eso para aumentar lafuria existente...

- Hablo de tu espontaneidad y candor,lo que, me parece, a Sacha le gustamucho de ti, continuó mientras sonreía.Ya habrá un momento en que despiertepara ver que no eres más que una chicaalocada, sin talento y sin ambición. Yciertamente no es lo que necesita.

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Empecé a masticar mi bolígrafo,frunciendo el ceño.

- Dime, ¿no es una cantaleta quealguna vez ya me has dicho? Lepregunté. Hemos visto cómo terminarontus predicciones, ¿no? ¿Y si el problemafuera al revés, Natalia? ¿Y si unamañana, Sacha despertara preguntándosecómo ha podido ser amigo todos estosaños – También te recuerdo que él no seacuerda realmente de esta amistad - deesta ponzoñosa que no le quiere bien? SiRichard no estuviera ahí para cubrirte, yme pregunto por qué lo hizo, no daríamucho por tu trasero.

Y tendría que saber algún día por

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qué Richard la protege así...

Y aunque yo pensaba que me estabadefendiendo bien, era siempre muydifícil desestabilizar a esta perra.

- No juegues con mi paciencia, Liz, ypreocúpate por lo tuyo, reviró antes degirar sobre sus talones y salir azotandola puerta de mi oficina.

Prefería no hablar de estos episodiosdesagradables con Sacha, porqueocurrían con regularidad. Dios sabe quémosca había picado a Natalia aquellosdías, cuando llegaba de repente a mioficina a soltarme sus palabras llenas deveneno. Pero la vida de oficina no me

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dejaba tiempo para insistir demasiado.Me dieron responsabilidades, ponían aprueba mis habilidades y yo meesforzaba por mantener a Sachacálidamente en un rincón de mi corazóncuando me involucraba con ímpetu en mitrabajo.

En cada reunión, evitaba cruzar pordemasiado tiempo la mirada con miardiente amante, aunque toda su menteestaba concentrada en los retosprofesionales, era simplemente la carneque a veces se manifestaba a pesar de élmismo, y yo misma tuve en variasocasiones algunos bochornos en la salade reuniones sólo porque me pareciómirar un brillo travieso en los ojos de

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mi jefe...

No se ha conocido vida profesionalmás difícil...

Continuaba almorzando regularmentecon colegas de oficina quienes erantambién mis amigos, David y Helen, quenos habían apoyado, a Sacha y a mí,durante los contratiempos de las últimassemanas.

A veces la puerta de mi oficina seabría y no era Natalia sino Sacha con lamirada nublada por el deseo quiencerraba la puerta tras de sí, bajaba laspersianas y se lanzaba a devorar miboca a besos, y luego huir cinco minutos

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más tarde, riéndose al verme despeinaday aturdida a su paso, me lanzaba unrápido «hasta la noche, hermosa mía»antes de desaparecer.

Hallaba otras formas igualmentesorprendentes de colarse en eltranscurso de la jornada.

¡Cling! Hizo mi computadora paraavisarme de la llegada de un nuevocorreo, una mañana cuando acababa dellegar al trabajo.

¡Un correo electrónico de Sacha! Erararo que me escribiera. Después detodo, estábamos a unos metros dedistancia uno del otro y él prefería los

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SMS.

De: Sacha GoodmanPara: Elizabeth LanvinAsunto: Perdón Busqué en tu bolsa esta mañana antesde salir. Quería disculparme por ello.Uh, sí... Bueno, realmente no sé quédecir.

De: Elizabeth LanvinPara: Sacha GoodmanAsunto: ? No tengo nada que ocultarte, Sacha,

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lo sabes.La respuesta no se hizo esperar.

De: Sacha GoodmanPara: Elizabeth LanvinAsunto: Desenmascarada He encontrado preservativos en elbolso. Los tiré.¿Bromea con eso?.. Obviamentetengo condones... Eso no nos lleva aninguna parte...

De: Elizabeth LanvinPara: Sacha Goodman

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Asunto: ? (bis) ¿Y para qué crees que me sirve eso,en tu opinión? ¿Y sobre todo conquién?

Negué con la cabeza enfrente de lapantalla de mi ordenador. ¿Por qué nome lo había contado en el coche si teníadudas acerca de mí? ¿Y cómo podíaimaginar que tuviera otra relación?Estoy locamente enamorada de él, unciego lo habría visto y yo paso todo eltiempo con él. Empezaba a sentirmeincómoda, acusando ya a Natalia dehaber asestado un mal golpe. Larespuesta de Sacha llegó como un

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enigma, sólo un nombre y un número deteléfono.

¿Qué con ello?

Me levanté de inmediato y me dirigí agrandes pasos a la oficina de Sacha. Unamirada a Helen me confirmó que estabasolo y que tampoco estaba en línea. Abríla puerta de repente, la cerré sin azotarlaaunque temblaba sin saber siquiera porqué.

Sacha me miraba con una pequeñasonrisa.

- Y bien, ¿no has respondido a mimensaje, Liz?

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- No, porque no entiendo lo que medices, también porque he preferidodiscutirlo de frente.

- ¿Quieres saber quién es estapersona de quien te di el número?

- Sacha, principalmente quiero saberpor qué me hablas de preservativos,queriendo insinuar cosas que parecentotalmente fuera de lugar, dado lonuestro.

- El número de teléfono es el de unaginecóloga, Liz. Pensé que noconocerías una en Manhattan.

Me quedé sin palabras, con laimpresión de que estábamos hablandode cosas distintas. Sacha se levantó paraunirse a mí y darme un beso sutil en los

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labios.

- Liz, estoy cansado de estas cosas alas cuales siempre hay que considerar,cuando no tenemos necesariamenteganas de pensar en ello.

¡Así que eso es! ¡Sólo eso! Y yo quecreí que insinuaba otra cosa...

- Quiero que todo sea natural entrenosotros, tengo ganas de sentirterealmente, tengo ganas de pensar quepodemos confiar el uno en el otro, queesto dure por un largo tiempo.

Respondí a su dulce beso, a pesar deque todavía estaba bajo el impacto de

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mis primeros temores. Sacha regresóinmediatamente detrás de su escritorioemitiendo una risita, como la de unchiquillo.

- Maldita sea, Sacha, lo hiciste apropósito para que entrara en pánico,¿cierto?

- Llama pues a esta ginecóloga, Liz.Ella te recetará un análisis de sangre yuna píldora.

Y mientras yo todavía estaba allí depie, con la boca abierta.

- Llama, repitió riendo, ¡antes de queme entren unas ganas repentinas deprobarte que te amo, aun cuando el

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condón está roto!

***

Vaya, Sacha sabía muy bien sermandón, un entusiasta de las bromas.Aunque yo no conocía muy bien esteúltimo aspecto de su personalidad. Conlas semanas infortunadas que habíamospasado, no teníamos mucho tiempo paradivertirnos... Y las llamadas frecuentesde Malcom Strangley seguían ahí pararecordarnos que el pasado no estabamuy lejano.

Pero estábamos tratando derecuperarnos, competíamos conimaginación a quién de los dos

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sorprendía más al otro. Cada uno consus propios medios, por supuesto... Lanoche cuando Sacha me llevó a SaksFifth Avenue, la tienda de las grandesmarcas, anunciándome que elestablecimiento nos había hechoreservas para la noche, casi medesmayé. Cuando vio mi semblantedesconcertado ante las edecanes queestaban alineadas para recibirnos,estalló en risas.

- Muy bien, Liz,¿llamo a losbomberos de inmediato o antes deboprevenir un camión de mudanzas?

Balbuceé un par de «Gracias»intercalados con «oh». ¿Quién no ha

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soñado con estar encerrado toda lanoche en una tienda así, como un niñoque sueña con pasar una noche en unatienda de juguetes? Nunca habríaimaginado que fuera posible probarsetantos vestidos, zapatos, joyas, etc. Creoque incluso me provocó empacho, luegofue imposible no considerar hacer unasesión de compras hasta el final de misdías. Sacha se reía, con una copa dechampán en la mano, mientras queimprovisaba para él los gestos de unamodelo en el podio. Fue una nochebrillante.

Pero también fui capaz desorprenderle. De manera más simple,eso es cierto, pero ¿no había perdido él

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un poco la noción de mesura al llevar lavida que llevaba? Regresé una nocheantes que él y le preparé una noche a mimanera. Cuando las puertas del ascensorse abrieron en el vestíbulo delapartamento, fue asaltado por el olor aferia.

Yo esperaba en la sala de estar, quehabía sido transformada para nuestranoche, en un sueño adolescente: máquinade hot dogs, otra de palomitas de maíz,un tazón gigante de refresco, pirámidesde donas, una variedad de street food sehabía dispuesto para nosotros, y lossofás habían sido retirados para darpaso a una multitud de grandes pufsdonde uno podría desaparecer.

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En jeans y camiseta ajustada,plantada en medio de este desordenadolescente, le di un control de juegosde vídeo.

- ¡Vamos, te apuesto a que te gano enMario Kart! Le dije a Sacha con un airede desafío juguetón.

Sacha jugó con placer e incluso meconfesó que nunca había pasado unanoche así desde que era joven.

Nos fue fácil olvidar el pasado enestas circunstancias, pero es raro que elpasado olvide...

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4. Los buenos viejostiempos

La presencia de Sacha siempre erasolicitada en cualquier evento cultural.Era un hombre influyente en este mediodonde, a menudo, había desempeñado elpapel de mecenas. Amante del arte - suapartamento ciertamente rivalizaba conalgunos museos – terminaba por apoyara jóvenes artistas.

- Se trata de inversiones, Liz, yasabes. Yo apuesto por el futuro. Ese es

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mi lado divertido, me aseguró mientrasíbamos en el coche, una vez más, a lainauguración de una exposición.

- No me digas que únicamente es porel valor financiero del arte que teinteresa, Sacha, no lo creo ni por unsegundo.

Me dirigió una mirada divertida.

- ¿Eso te molestaba, Liz?- Un poco, sí, sobre todo porque sigo

convencida de que es falso y de queestás realmente interesado en el trabajode aquellos a quienes ayudas o dequienes compras sus obras. Tal vezsimplemente no quieres admitirlo,concluí con una sonrisa.

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- ¿Y por qué, en tu opinión, habría dehacer eso?, me preguntó.

Me encogí de hombros.

- No lo sé, tal vez porque confesarque te interesas en estos artistas, quedeseas que tengan éxito, sería confirmarque les prestas cierta atención, si no esque una especie de afecto...

- ¿Estás insinuando que es algo queno puedo asumir, Liz?

- ¿Qué, Sacha?- Tener afecto por alguien.

Puso su mano en mi rodilla. Sientoque esta discusión puede rápidamenteempeorar...

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- Tal vez no, le contesté. Pero puedeque te resulte difícil mostrarlo. Sinduda, tienes la impresión de que eso tehace vulnerable... Yo, creo que te hacemás sexy, añadí con una miradainsinuante.

Él se rió levemente.

- ¿Y de verdad crees que esimportante que estos artistas meencuentren sexy? dice.

Se inclinó para besarme.

- En cualquier caso, asumoabsolutamente el efecto que me haces,Liz, me susurró en el cuello

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prodigándome besos tiernos. Nuncahubiera creído que una mujer en traje depantalón pudiera provocar tal efecto...

Reí placenteramente.

- Es la magia del Saks, le contesté.- ¡Oh, no, señorita!, el toque francés

ayuda bastante, agregó, antes derecuperarse de la tos. Bueno, no haynecesidad de llegar a la galería en esteestado... sobre todo porque podría habergente guapa. Se trata de los cincofotógrafos más destacados del momentoque hoy exponen y creo que todosestamos ansiosos por descubrir elalcance de su trabajo.

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Frente a la galería del barrio deChelsea, hacíamos fila para entrar entrajes de noche. Al parecer, era elevento del día. Al salir del coche, mepercaté de algunas caras conocidas delmedio del espectáculo.

¡Diablos, un evento social paraponerme a prueba! ¡AfortunadamenteSacha está conmigo, de lo contrario,moriría de vergüenza aquí mismo!

- Aquí tienes, dijo Sacha al consultarel catálogo. Uno de los fotógrafos esfrancés, Max Kult. No estás perdida,habrá por lo menos un compatriota estanoche.

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Él sabía lo mucho que podía estarimpresionada por este tipo de ambiente.Los primeros minutos por lo menos y,enseguida, del brazo de Sacha, encontréun poco de confianza y naturalidad queregresaba al galope.

- ¿Me esperas? dijo entregándome elcatálogo. Voy por dos copas de champánpara nosotros.

No tuve tiempo para convenir quepodía acompañarle cuando él habíadesaparecido entre la multitud.Esperando a su regreso, me decidí a verla presentación de la exposición. El talMax Kult fue anunciado como «el nuevoHelmut Newton»... ¡Guau, nada menos!

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Y es verdad que sus clichés de mujeres-objeto, aunque algunos me molestaban,no les faltaba clase. Levanté la cabeza,en busca de Sacha, pero mis ojos secruzaron con alguien a quien no queríaver de ninguna manera, y nunca hubieraimaginado toparme en público despuésde los recientes acontecimientos.

Allisson Green.

Mira que no le faltan agallas... TodoManhattan debe estar al tanto de sumatrimonio fracasado y tal vez lasrazones de esta catástrofe... ¡Y ella tancampante!

Por no mencionar, por cierto, que

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llevaba un perturbador vestidoescotado por la espalda, su largacabellera rubia rozando su pieldescubierta. Un auténtico aire deactriz... Tal vez esa belleza le hace untipo de blindaje a toda prueba... Talvez estaba a tal punto hermosa quenadie se atrevía a acercarse parapreguntarle si se estaba recuperandodel escándalo de su matrimonioanulado...

Ella me vio también y, aún de lejos,vi que sus ojos lanzaban destellosasesinos. Pero se dio la vuelta ydesapareció entre el público de laexposición.

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- Estás lívida, Liz, me dijo Sacha quellegó justo en ese momento. ¿Segura queestás bien?

Tragué saliva.

- Allisson está aquí, Sacha, y ella mevio, le respondí, con un nudo en lagarganta.

- Sí, ¿y luego? También la vi cercadel bar, y te puedo decir que la desdeñécon la mirada, debió entender que másle valía no acercarse. Es losuficientemente inteligente como paracomprender que esta advertenciatambién va por ti.

Seguía en pánico a pesar de todo.

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- Liz, Liz, repitió Sacha. No tienes dequé preocuparte. Recuerda que ella es laque está en problemas, no tú. Y ella losabe, créeme.

Asentí con la cabeza.

- Bueno, un poco de burbujas te haránbien, me dijo, entregándome la copa dechampán.

Me tomó de la mano y comenzamos acaminar por la galería para admirar lasobras de los fotógrafos. No podía creerque Sacha sólo estaba interesado por elvalor financiero de las obras, suscomentarios sobre lo que veíamos eransiempre cultos y llenos de referencias.

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Cuando nos detuvimos delante de la fotode un paisaje industrial con visos post-apocalípticos, alguien tosió a nuestrasespaldas. Nos dimos la vuelta paradescubrir, a algunos pasos de nosotros,sin estar demasiado cerca, a EthanGoodman, con un vaso de un líquidotraslúcido en la mano (¡El señor aúnrecurre al vodka por lo que veo!).

Sacha y yo tuvimos la mismareacción de vergüenza, sin saber quédecir ni qué hacer. Por mi parte, mequedé mirando estúpidamente el vaso deEthan, imaginando que podía ser un malpresagio.

- Es agua, Liz, aclaró Ethan,

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levantando su vaso. Estoy empezando aapreciar esta bebida, continuó,sonriendo, pero sin mala intención. Hey,Liz. Respira, no tengo la intención demolestarles.

Luego, volviéndose hacia Sacha:

- Buenas noches, Sacha. Meimaginaba que te hallaría aquí. Lo creaso no, pero me alegro de verte.

Después de un momento devacilación, Sacha le tendió la mano a sumedio hermano.

- Yo también, Ethan. En estascondiciones, yo también.

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A pesar de la estatura y corpulencia,Ethan tenía un aspecto deplorable, luegopareció armarse de valor antes dehablar:

- Fui a ver a mamá en su casa, Sacha,ella me contó lo que has pasado,también me dijo lo que te ocultaba. Yono estaba al tanto.

Sacha se tensó, a la defensiva.

- ¿Por qué te ha contado todo esto?No te incumbe en nada, Ethan. Es mivida, y la de mamá también.

Ethan hizo un gesto apacible con lamano, algo inusual de su parte.

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- Espera, Sacha, creo que mamá tieneuna necesidad auténtica de la verdad eneste momento. Es lo que entiendo. No hasido mal intencionado de su parte elhecho de que me contara tu historia.Creo que nunca fui consciente de todo loque tuvo que soportar, ni de lo que túhas vivido.

Él negó con la cabeza, con aspectosinceramente arrepentido. Tomé la manode Sacha en la mía.

- Me crié como un buen perro deataque de papá, Ethan continuó. Eltiempo que pasé con mamá fue doloroso,puedes creerme, pero definitivamente,era el momento de que me abriera los

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ojos, que madurara, ¿cierto? Un mal porun bien, se puede decir. Aunque todo elmundo diga habladurías...

Tenía aún la cabeza gacha, como situviera miedo de cruzar la mirada conSacha.

- Podría haber sido mucho peor,Ethan, intervine. Sacha estuvo a punto demorir, te lo recuerdo.

Sacha seguía mudo. Cuando Ethanalzó el rostro, sus ojos brillaban.

- Sí, sí, lo sé, Liz, dijo, abrumado.Después, dirigiéndose a Sacha: Sacha,sé que este no es el momento ni el lugar,

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pero yo...

Las palabras se ahogaron en sugarganta y se obligó a mirar a su mediohermano directamente a los ojos.

- Pero yo quiero disculparme por loque hice y lo que haya podido hacertesufrir, dijo. Luego, ante la falta dereacción de Sacha: Y sí, ya sé que es unpoco tarde, pero no es así, creo que noes demasiado tarde para pedirte que meperdones. Y también, que intentemos...si aceptas… tener una relación diferentea la podrida que tuvimos antes.

Sacha no se movía, luego dio dospasos hacia adelante y tomó a Ethan

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entre sus brazos.

Y esta vez, decidí dejarlos que sedijeran lo que les preocupaba (¡todoesto es realmente increíble! ) ycontinuar deambulando por laexposición.

Ahora estaba en la parte de la galeríadedicada al famoso Max Kult y lasparedes estaban cubiertas de fotografíasen blanco y negro representando amujeres que tenían un aspecto más deandroides que de pin-up, lo que no lesimpedía ser agresivamente sexys.

¡Guau, qué delirante ese Max Kult!

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Me quedé unos minutos delante decada foto antes de sentir una miradainsistente sobre mí. Convencida de quese trataba de Sacha observándome delejos de manera amorosa, pero aún demanera reservada, me volví con unasonrisa linda justo para él.

¡Pero no era él!

Y al reconocer al hombre que meobservaba sin apartar la mirada, misonrisa se convirtió en un «oh»estupefacto. A una docena de metros demí, el hombre – de estatura mediana ydelgado, vestido completamente denegro, pelo largo y castaño, pequeñasgafas redondas y barba de candado bien

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recortada – rió a solas y caminódirectamente hacía mí, con aire deregocijo y tan sorprendido como yo. Derepente me estrechó en sus brazos, sinsiquiera pedirme permiso.

- ¡Hey!, exclamó. ¡Liz! ¡Si hubieraesperado hallarte aquí esta noche! Esuna locura, ¿no? dijo, tomándome porlos hombros esforzadamente, con aire deasombro.

- ¡Maxime! Alcancé a decir, casi sinaliento. ¿Cómo estás? Han pasado años,¿verdad?

- Apenas cuatro años, querida, ¿oquieres vernos más viejos? Dios mío, yhay que ver el bombón en el que te hasconvertido, continuó, haciéndome girar

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como un trompo delante de él. ¿Dóndeestá mi pequeña estudiante de BellasArtes recién llegada de su provincia?

- Tenemos que terminar la llegada undía, ¿verdad? Le respondí con unasonrisa. Ahora me mudé a Nueva York.¿Y tú? ¿Qué es ese pelo largo, la nuevamoda en París o tienes miedo deenvejecer?

En la época en que conocí a Maxime,a mi llegada a París a los 19 años, eramás bien pijo. Él tenía cinco años másque yo, pero era relamido, y ahora me hetopado con un chico a la moda yextrovertido. ¡Todo mundo cambia!

- Yo vivo en Nueva York, sabes, me

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dijo. Así que la moda de París... todoeso me parece lejano. Y de hecho,Maxime, eso era antes, querida. Hoy esMax. ¡Max Kult!

¿Así que era él, el gran fotógrafo demoda? ¿Él, el único otro francés de lanoche?

Me quedé boquiabierta. Al momentode estrecharme nuevamente entre susbrazos, sin detenerse por formalidades,por supuesto, justo entonces vi a Sachaaparecer a espaldas de Max.

Sacha tosió.

- Uhm, ¿no les molesto? preguntó, con

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gesto adusto por los celos.

Me deshice como pude del abrazo deMax para hacer las presentaciones,teniendo cuidado de alejarme de mi examante ( Sí, tenía una vida antes deSacha...) para acercarme a mienamorado actual y tomar de la mano aeste último. Max inmediatamente pusouna mirada curiosa en estas dos manosentrelazadas.

- Sacha, te presento a Maxime, mejorconocido como Max Kult. Han pasadocuatro años que no nos habíamos visto,¿eh, Max? Y Max, te presento a SachaGoodman.

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Luego, ¿qué habría podido decir?¿Mi prometido? ¿Mi amante? ¿Mienamorado? ¡Ciertamente no «mi jefe»,en todo caso!

Pero Max no precisaba de detalles,puesto que el brazo de Sacha habíapasado de forma dominante alrededor demi cintura. En cambio, inmediatamentereaccionó al nombre de Sacha.

- Sacha Goodman, ¿como el SachaGoodman del cual la galerista no haparado de decirme que venía estanoche? Guau, encantado, señorGoodman, dijo, extendiendo la manopara estrechar la de Sacha.

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Sacha dudó por un segundo antes deconceder.

Oh, los celos cuando nos ciegan...

- En todo caso, Liz, tú has cambiado,estás simplemente hermosa, dijo Maxmientras me devoraba con la vista depies a cabeza, pasando por partesanatómicas estratégicas.

Me ruborizé al ser vista de talmanera. Y sentí a Sacha tensarse contramí.

- ¿Sabes que podrías ser mi modelo?,por así decirlo, continuó el atroz Max.Como en los viejos tiempos, ¿eh?,

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añadió con una sonrisa.

Pero al lado mío, conocía a otro queno se reía en absoluto. Por un segundo,creí que iba a agarrar por el cuello aMax para arrancarle los ojos de lasórbitas, aquellos que se habíanarriesgado para regodearse con todasmis curvas.

Dios mío, ¡calma, machos!

Sacha inclinó la cabeza hacia mí y mesusurró al oído:

- Vamos, Liz. Ha sido demasiadopara una noche.

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Levanté la vista hacia él con miradaavergonzada, preguntándome cómoíbamos a deshacernos de Max, peroSacha se adelantó:

- Bueno, me alegro de haberleconocido, Sr. Kult, y estoy encantado dehaber podido ver su trabajo...(¡Mentiroso, no viste nada!), pero metemo que nos vemos forzados a dejarle.Liz, te espero en el auto.

De acuerdo, no quería ver los«adioses», yo no iba a extenderme. Maxvolvió a mirarme desde que sacha se diovuelta.

- Vaya, un poco nervioso tu

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compañero, dijo, divertido.- No es mi «compañero» Max, es el

hombre que amo y con quien vivo,respondí un poco molesta.

Logró, sin embargo, sacarme elnúmero del móvil y, de igual manera, lapromesa de vernos los próximos díaspara hablar de los «buenos viejostiempos», de los cuales, en últimainstancia, no tenía realmente ganas dehablar.

Forcejée con casi todo el mundo paracruzar la galería a la carrera y llegar conSacha que me esperaba en el auto,aparcado fuera de la entrada. Cuando elvehículo comenzó a circular, Sacha

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esperó un momento (yo no sabía quédecir) antes de preguntar secamente:

- «Los buenos viejos tiempos», ¿meexplicas?

Oh, Dios mío, como si nadie hubieraestado antes de mi en este auto...

A pesar de la injusticia de lasituación, sentía vergüenza. Siempretenía miedo de perder el amor de Sacha.Abrí la boca para balbucear unarespuesta, pero él me interrumpió:

- ¿Y sé breve, eh? Ahórrate losdetalles…

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Así que fui breve:

- Al llegar a París después delbachillerato, al mismo tiempo que misestudios de derecho, tomé clasesnocturnas de bellas artes. Estuve deoyente libre, eh, nada especial, perosiempre me ha gustado dibujar, se sentíabien después del bachillerato. Es ahídonde conocí a Maxime, era un auténticoestudiante de arte, especializado en foto,y tenía ya algo de talento. Te ahorro,pues, los detalles, pero pasamos seismeses juntos, y luego me fui y nunca nosvolvimos a ver hasta esta noche.

En cuanto a mí, pensaba que elreencuentro había sido bastante bueno,

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teniendo en cuenta nuestra ruptura en tanmalos términos. Él había intentadovarias veces hallarse conmigo y yo lomandaba a freir espárragos. Hay quedecir que, en esa época, él era a la vezfrágil e inestable, algo que no me sentíacapaz de manejar a los 19 años.

- ¿Sacha? Dije en voz baja.

Volvía la cabeza hacia la ventana.

- Sacha, entiendo ha sido mucho parauna noche, tu hermano se disculpa, unode mi ex reaparece... pero yo estoy aquícontigo, digo, procurando un contacto yponiendo una mano sobre la suya. Ynadie más.

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Se volvió lentamente hacia mí. Suexpresión era extraña, contradictoria.Podía ver que tenía un aire contrariado,pero sabía reconocer esa mirada llenade deseo. Él se rió como para susadentros.

- Soy un ridículo, ¿no es así?, dijo.Confieso que ver a ese tipo mirarte conmorbo de la cabeza a los pies, con lalengua fuera, me ha vuelto loco.

El auto nos dejó enfrente del edificio.El andar de Sacha fue recio hasta llegaral ascensor. Apenas al cerrar laspuertas, se apretó contra mí, ebrio dedeseo, con la mirada cargada, las manosansiosas de mi cuerpo.

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- Me ha vuelto loco pensar que él tehabía tocado, Liz, susurró, apenas conaliento.

Nunca se habla lo suficiente acercade los beneficios de los celos en la vidaamorosa...

Adéntrese en la narración de esteabrazo en… Sacha, me perteneces...

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En la biblioteca:

Sacha, me perteneces...

El reencuentro entre Liz y su ex novioMax Kult ha encendido en Sacha elfuego de los celos. ¿Cómo imaginar quela mujer que ama pudo pertenecer a otrohombre? Al estar a solas nuevamentecon Liz, Sacha tiene la intención dehacerle entender que sus sentimientosson únicos y que ella le pertenece porcompleto. Los celos encienden loscorazones y los cuerpos. ¿Cómo puedeLiz resistir? ¡Sumérgete en el mundosensual de Lisa Swann, autora de laexitosa serie Poseída!

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5. Cada quien suserrores

Después de una noche así, Sacha y yonos despertamos con la mirada radiante.La sorpresa por las disculpas de Ethanasí como el inesperado reencuentro conMaxime (¡perdón, Max Kult, usteddisculpe!!), Todo estaba olvidado.

Sacha me dio un beso rápido en loslabios antes de levantarse y desapareceren su tocador donde le oí silbar «MyGirl», y cuando me levanté y eché un

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vistazo para ver qué hacía, lo sorprendíen plena coreografía improvisada deTemptations.

Se volvió al oírme reir y meescabullí hacia el baño, tarareando«You are the sunshine of my life».

¡Empieza una hermosa jornada!

En el auto que nos llevaba a laoficina, Sacha consultaba su correoelectrónico en el iPhone mientras yo,poniendo una mano en su muslo, veía lavida de la calle con ojos soñadores yausentes.

El teléfono de Sacha comenzó a sonar

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y volví la cabeza hacia él. Él veía lapantalla del dispositivo, pero rechazó lallamada. Lo inquirí con la mirada.

- Es Malcom Strangley de nuevo, meexplicó. No deja de llamar. Hace dosdías, ha hecho depositar la maleta que lehabía dejado. Obviamente él no quieremi contribución anónima, sino quequiere hablar conmigo a cualquierprecio.

Pareció pensar por un momento.

- Me pregunto también cómoconsiguió mi número de celular...Seguramente mamá debió dárselo,agregó.

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- Y tú, ¿cómo sabes que él estállamando, dado que rechazas todas susllamadas? Le pregunté.

- Porque nos hemos llamado, a pesarde todo, desde hace días, antes de que éldevolviera la maleta. Le llamé desde laoficina.

Le miraba aún, levantando una ceja,previniendo lo que vendría.

- Le llamé porque, a pesar de todo,quería asegurarme de que Gena noregresaría a un refugio para indigentes.Pero al parecer, mamá y Malcolm se hanencargado.

Y como aún le miraba sin decir nada,

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aunque le sonreía, dijo:

- ¿Qué, Liz?, exclamó.- Nada, le contesté, cerrando mi mano

sobre su muslo.

Me incliné para besarlo.

- Te amo, Sacha.

De inmediato volvió a su aire dehombre de negocios y le tocó el turno ami teléfono para timbrar. Miré lapantalla, era Max Kult.

Maldición, desde la mañana...

Ya había recibido un mensaje de él,el cual había descubierto al encender mi

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teléfono esta misma mañana. Un mensajebreve que había sido enviado a mitad dela noche, y el hecho de que él pensara enmí a una hora tan tardía no era realmenteun buen augurio.

[Encantado de verte tan hermosa, Liz.¿Nos llamamos en el día? Besos. Max]

El teléfono sonaba todavía. Rechacéla llamada. Cuando levanté la mirada,Sacha me observaba con cara depreocupación.

- ¿A ti también te molestan desde lamañana? preguntó, frunciendo el ceño.

Suspiré, avergonzada.

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- Sí, era Maxime.

El rostro de Sacha se ensombreció.

- ¡Hey, vaya que no pierde el tiempo!¿Y quién le dio tu número?

Aquí viene un enfado...

La mejor táctica para defenderse es, amenudo, atacar, y de pronto fingí estarofendida.

- Bueno, fui yo. ¿Quién quiso que asísea, Sacha? Me dejaste con este tipodiciéndome que me apure, hice lo quepude para deshacerme de él rápidamentey no supe decirle que no cuando me

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pidió mi número.

Su mirada se suavizó de pronto.

- Ok, sé que fue estúpido de mi parte,continué, arrugando el ceño. No penséque volvería a la carga de esa manera...

Sacha se mofó.

- Pero ¿qué esperabas, francamente?me dijo. ¡Este tipo tenía la miradasaciada de Elizabeth Lanvin! ¡Si yo nohubiera estado allí, él hubiera intentadoir por todo! Él no va a dejarte ir asícomo así. ¿Qué vas a hacer, Liz?

Mierda, cómo joder un día que

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empezó bien... ¡Gracias, Maxime!

¿Qué tenía que hacer? ¿Qué tenía queresponder? Me veía mal dandoexplicaciones a Sacha, mientras lasimple mención de Max Kult lotrastornaba, los detalles de micomplicada relación con este hombre.Tenía que salir de este enredo con estiloy sobre todo, ¡sobre todo!, sin que Sachasupiera nada.

- Voy a ser claro con él, le contesté.Le pediré que deje de llamarme, lerecordaré que tengo una vida, etc.

- Sí, y hay un hombre en esta vida,sobre todo, refunfuñó Sacha.

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El auto se detuvo frente al edificio deGoodman & Brown. Sacha me sostuvola puerta abierta y nos enfilamosderecho hacia el ascensor, cada unorumiando sus pensamientosensombrecidos.

Sentí vibrar sin parar mi teléfono enel bolsillo...

***

Después de tres llamadas sinrespuesta y dos que rechacé, me decidífinalmente a afrontar una discusión conMax Kult, y ser clara y categórico conél. Me levanté rápido de la silla paracerrar la puerta de mi oficina. Más valía

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que nadie escuchara...

¡Y en especial, esta perra de Nataliaque puede arruinarlo todo! ¡Ya tengosuficientes problemas!

- ¡Hola! Dije con voz molesta.- Oh, ¿te levantaste con el pie

izquierdo, querida? Hola, preciosa. SoyMax. Eres muy complicada de localizar,por así decir... Una verdadera mujer denegocios... Si no supiera que trabajas enel prestigioso bufete de Goodman &Brown, creería que tratas de evitarme.

¡Venga, aquí estamos! Lo que más metemía de Maxime: Su tendencia a hablarsolo sin escuchar lo que tenía que

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decirle, centrarse en sus puntos de vistasin abrirse al diálogo, y peor aún, sucapacidad paranoica de analizar a todassus presas... yo ya había pagado elprecio en el pasado. Cuando estábamosjuntos, ya que nos frecuentamosamigablemente durante tres semanas, mehabía dado cuenta de que ya sabía todosobre mí, hasta mi talla y mi marcafavorita de yogur!

- ¡Hola, Maxime! (Eso era paradebilitar su ego sobredimensionado...)No, no me levanté con el pie izquierdo ysí, estoy muy ocupada. No te oculto queme molesta que llames cada media horamientras yo estoy hasta el cuello con misexpedientes...

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- Hey, eso acaba con el reencuentrosorpresivo, respondió. ¡Estoy seguro deque tu novio te ha regañado ayer por lanoche!

- Por segunda vez, Sacha no es minovio...

- Sí, creo entender, es también tu jefe,me interrumpió. Se pasa un buen ratocon los empleados tu jefe, por lo queveo.

Vaya lío, ¡este tipo es imposible!

- Maxime, mi vida privada no esasunto tuyo, que yo sepa...

Una vez más, me interrumpió.

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- ¡Hey! ¡Es como si no hubiéramossido íntimos tú y yo!

Yo bullía de coraje, con ideasasesinas desarrollándose en mi mente.

- Lo que hayamos vivido no te daningún derecho sobre lo que ahora vivoque yo sepa, le dije, levantando la voz.Creo que tu comportamiento estábastante fuera de lugar, Maxime, y tenlopor seguro, es muy invasivo.

- Tranquila, cariño, creo que hemospartido de supuestos equivocados.Retomemos todo desde el principio.

Sin dejarme oportunidad y aún sinrecuperar su aliento, prosiguió:

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- Hola, Liz. ¿Cómo estás? Me hadado un gran placer verte anoche. Estoymuy feliz de que todo vaya bien para ti,y me decía que sería agradable quetomáramos una copa o cenáramos juntos.

Yo buscaba una pared con ansiaslocas de estrellar ahí mi cabeza.

- Es decir que no tengo muchotiempo, Maxime.

- ¿Digamos mañana? Eso te datiempo de preparar una excusa paraescapar de las garras de tu jefe... Uy,estoy de broma, hermosa mía...

Nunca tuvimos el mismo sentido delhumor y, cuando me acordé del chico

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indeciso que había conocido, de prontohallaba su seguridad muy peligrosa...Tenía que deshacerme de él a cualquierprecio.

- Mañana, no va a ser posible,Maxime. Nos llamamos la semanapróxima, ¿vale? Voy a estar másdisponible, le dije.

- La semana que viene estoy en Milánpara una sesión, Liz. Y no sé por qué,tengo la sensación de que voy a tenerque correr tras de ti.

¡Bien, sólo tienes que correr!

- Bueno, ¿digamos que a tu regreso,entonces? Propuse, tratando de parecer

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sincera.- No es posible, guapa. La exposición

de la galería parte a Europa y yo hagouna especie de gira promocional juntocon ella... ¿Te has vuelto tan adulta queserías capaz de esperar dos meses antesde vernos de nuevo? Porque, te lo estoydiciendo ahora, Liz, no es mi caso. Hey,¿sabes qué podemos hacer? Te llamarémañana por la mañana y acordamos unalmuerzo rápido, ¿ok?

De repente, me exalté y, sin medirmis palabras, empecé a gritar:

- Maxime, ¿me escuchaste o qué? ¡Tehe dicho que no! NO, ¡N-O! ¡Déjame enpaz!

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Y le corté la comunicación,inmediatamente después apagué mimóvil, el cual arrojé a al fondo delcajón. Entonces me dirigí a la recepciónpara dar el número de teléfono deMaxime a la empleada pidiéndole quebloqueara sus llamadas.

- Se trata de un enfermo que me estáacosando, le dije para justificarme, perono demasiado intenso. Ni siquiera sécómo consiguió mi número.

Aproveché para ordenar unemparedado que devoraría en mioficina. En el almuerzo, Sacha se asomópor la puerta, también parecía estarocupado.

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- Liz, bajaré a tomar un poco de airefresco y voy a traer algo de comer.¿Vienes conmigo?

Con la boca llena de mi emparedado,le mostré mi almuerzo y con la otramano, el expediente que me ocupaba.

- ¿Todo bien, cariño? preguntóSacha, intrigado.

Agité las manos sobre mi cabeza, ariesgo de hacerme un peinado delechuga y pastrami, para hacerleentender que tenía trabajo hasta elcuello. Mi representación cómica le hizosonreír.

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- Ok, dijo. ¿Y has resuelto elproblema de Max Kult, entonces?

Así es, respondí ¡qué vergüenza!,con un gesto franco y sin ambigüedad, elpuño cerrado y el pulgar arriba, algopropio de un jugador de fútbol o de unmiembro de una pandilla, no lo sabía,pero lo que quería decir era que todoestaba bajo control de ahora en adelante.Sacha me mandó un beso y desapareció.

Esa fue mi primera mentira.

***

Alrededor de las 16 horas, justocuando David salía de mi oficina

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después de haberme ayudado adesentrañar algunas complicaciones enun expediente que yo no manejaba bien,mi teléfono fijo timbró. Era el númerode la oficina Sacha.

- ¿Sí?, le dije.- Liz, ¿tienes cinco minutos? ¿Puedes

venir, por favor? me preguntó antes decolgar.

Su tono no anunciaba una diversióngratuita ni travesuras improvisadas.Tuve un mal presentimiento. Fui a suoficina con las piernas temblorosas.Cerré la puerta detrás de mí. Sacha seechó hacia atrás en su silla y volvió lapantalla del ordenador hacia mí,

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observando mi reacción.

- ¿Me explicas eso, Liz? dijosecamente.

Y allí, en la pantalla, se mostraba unafoto de mi persona más bien desvestida,acostada en una cama envuelta por unvelo artístico que podría haber sido másescandaloso.

Vaya, ¿no habría podido adelgazarun poco en cinco años?

La foto en blanco y negro era sobria ypara nada vulgar. Era una imagen dejuventud, los primeros pasos deMaxime, y tenía que admitir que debí

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estar mal de la cabeza para haberpodido posar para él.

- Bueno, soy yo, dije balbuceandocomo una tonta.

Sacha estaba legítimamentefastidiado y su irritación parecíaremachar mi respuesta estúpida.

- Te he reconocido, gracias, Liz -dijocon un tono cortante. Me parece que tuex tiene mucha clase, sabes. Pensé quehabías resuelto el problema, pero esobvio que él no está al tanto. Acabo derecibir este correo electrónico suyo. Asíque comienza de manera muyprofesional, ¿eh?, lamenta que no me

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haya quedado para admirar su trabajo,etc. Él propone enseguida enviarmealgunas fotos inéditas que guarda paralos coleccionistas y, bingo, en el loteque me envía, me encuentro con una fototuya ¡Desnuda!

¡Vaya, Sacha está súper enojado!

No hace falta señalar que no estoycompletamente desnuda, prefería másbien tranquilizarlo.

- Pero te aseguro que creía haberresuelto el problema esta mañana, ledije a Sacha. No sé, cuando una mujer tepide que la dejes en paz, sabes a qué serefiere, ¿verdad?

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- Bueno, evidentemente, o es duro deoído o se venga de ti, respondió Sacha.¿Quieres que me encargue, Liz? ¡Porquesi hay que hablar con él de hombre ahombre, puedes contar conmigo!

Sospeché que esto le habría aliviado,pero yo estaba muy asustada yseguramente equivocada, que todo estose intensificara y Maxime contara cosassobre mí, aunque yo no tenía nada quereprocharme, él era muy capaz de mentirsólo para sembrar la duda.

- Yo me ocupo, Sacha, te lo juro, medesharé de este tipo, le dije antes devolverme hacia la puerta, incómoda.

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De vuelta en mi oficina, volví aencender mi celular y envié un mensajea ese maldito Max Kult para acordar unacita y almorzar al día siguiente en unlugar lo suficientemente lejos de laoficina para asegurarme de no encontrara nadie. Tenía que dejar las cosas bienclaras (incluso mi mano en su cara) deuna vez por todas. Inmediatamente recibíde parte suya un «cooool, querida, seeyou tomorrow xxxx», que me dieronganas de hacer estallar mi móvil agolpes de tacón.

Por la tarde, de regreso alapartamento, me controlé paraasegurarle a Sacha que había tenido unalarga discusión con Maxime e incluso

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había amenazado con dejar que Sacha seinvolucrara si se negaba a dejarme enpaz. Sacha parecía creerme, estabaagotado por su jornada y siguióhaciendo llamadas telefónicas alextranjero. En cuanto a mí, pretendíestar agotada y me sumergí un buen ratoen una tina caliente mientras maldecíahaber mentido otra vez al hombre queamaba.

Logré evitar discretamente la miradadirecta Sacha hasta el momento de lacita con Maxime, la tarde siguiente.

Cuando llegué a la pequeña cafeteríadonde almorzaríamos, Maxime ya estabaallí. ¡Mucho mejor, lo vamos a resolver

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en un santiamén! Se puso de pie paradarme un beso y me senté frente a éllista para atacar con saña. Pero él atajó.

- Liz, me disculpo sinceramente porlo que hice ayer... dijo con un airefrancamente contrito. Enviar esemensaje a tu pareja era completamenteestúpido de mi parte y terriblementegrosero. No sé qué me pasó, en fin, losé, estaba realmente herido por lo queme gritaste por teléfono, yo creo.

Y sin darme cuenta de que él revertíala situación sin mi conocimiento, mehallé confundida y quise disculparme.

- Discúlpame, Max, le dije. No sé

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por qué empecé a gritar así. Pero nodejas hablar, supongo que esa es laúnica forma que he hallado parahacerme escuchar.

Tenía un aire verdaderamenteapenado y triste. Nada que ver con elfotógrafo hipster de la galería, tanseguro de sí.

- Confieso que me he comportadocomo un chaval, ¿no? admitiólevantando sus ojos de cockerabandonado. Pero estaba tan feliz deverte, era una verdadera coincidencia lade encontrarnos allí, casimilagrosamente, debe significar algo,¿cierto, Liz?

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Vi a dónde quería llegar y tuve muchocuidado de no dejarle ningunaoportunidad.

- Por supuesto que es lindo hallartedespués de todos estos años, dije en eltono de novia buena. Pero tengo aalguien en mi vida, Max, y creo que esel indicado para toda la vida.

- Me alegro por ti, Liz. El hombre detu vida, ¡guau! Es lindo, eh... A mí, loque más me gusta en la vida, son lasbuenas sorpresas que nos reserva y lassegundas oportunidades que nos ofrece.Y, sabes, la otra noche, pensé, héla aquí,mi segunda oportunidad, porque la mujerde mi vida, eh, siempre has sido tú, Liz.

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Con los ojos llorosos, la tez sombría,Maxime se inclinó sobre la mesa paratomar mis manos entre las suyas y,aunque me resistí, tenía paradójicamentemucha fuerza para un hombre tan triste.

- Liz, Liz, Liz, repitió, sacudiendo lacabeza, dejando las lágrimas correr porel borde de su nariz. Tú no sabes nadadel calvario que viví después de nuestraruptura. Los intentos de suicidio, losmedicamentos, las estancias en elhospital psiquiátrico... no sabes nada deeso. Y aun cuando le dí vuelta a la hoja,que dejé de echarme la culpa del fracasode nuestra historia, aunque retomé unavida normal e incluso me hice de unlugar soleado, nunca he sido capaz de

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amar a otra mujer después, nunca tuveuna historia de amor después de ti...

Miré angustiada a todos lados,intentando zafar mis manos de las suyas,fuertemente asidas a mis dedos.

- Max, tienes que comprender que noera posible lo nuestro y que no lo serátampoco hoy. Encontré al hombre queme conviene, nos amamos y deseo, apartir de ahora, que nos dejes tranquilos.

Zafé mi mano de su asir desesperadoy me levante de un salto.

- ¡Si insistes, te puedo asegurar quevas a meterte en problemas! Lancé antes

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de largarme, dejándolo allí, con lacabeza gacha y los hombros sacudidospor los sollozos.

***

Pasé tres días terribles afligida porlas mentiras que había usado con Sachay, por supuesto, no había ninguna dudade que le dije que había visto a Maximey lo que pasó. Un mal resfriado seaprovechó para confundirme porcompleto y me enterré durante todo elfin de semana bajo el edredón. Me hiceconsentir por Sacha mientras albergabaun horrible sentimiento de culpabilidad.

Pero las llamadas telefónicas habían

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cesado, así como los mensajes de texto.Sacha no había recibido otros correosdesagradables. Tal vez le habíalastimado, pero Maxime había entendidoque era mejor que me olvidara.

Eso era al menos lo que yo pensaba...

Los lunes por la mañana no son nuncalos de un día fácil, pero aquella mañanade lunes, sin duda la recordaré toda mivida. Estos últimos días de tranquilidadme habían dado esperanza de que todoestaba en orden. Maxime debía estar enItalia, y Sacha y yo éramos aún losmismos enamorados, reencontrándonospara un grato desayuno antes de salir enruta a la oficina.

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Mientras untaba meticulosamente mipedazo de pan, Sacha comenzó a hojearla prensa, la cual, como por arte demagia, era entregada todas las mañanasen la mesa del vestíbulo. Yo amabaestos pequeños hábitos, escucharlehojear el periódico con una mano,mientras que con la otra, revolvía elazúcar en su taza de café.

Aquél lunes por la mañana, tuve lasensación de que sus gestos seendurecían de repente. Y cuando alcé lamirada hacia él, él me miró con unamirada totalmente perdida.

Esbocé una sonrisa, levantando lascejas, sólo para entender lo que estaba

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sucediendo. La explicación llegórápidamente. Sacha tomó el papeldesplegado ante sí y lo deslizó hacia mí.

La portada del New York Post seextendía ante mí. Miré hacia abajo paradescubrir una foto mía en blanco ynegro, mucho más decente que aquellaque Maxime había enviado a Sacha. Unretrato deslumbrante de una mujerriendo a carcajadas, en quien mereconocía, unos años más joven. Debajode la foto, un encabezado: «La actualconquista del millonario SachaGoodman fue la primera musa delcélebre Max Kult.» Azorada, sólo pudeentender que citaban mi nombre en elbrevísimo cuerpo del artículo.

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No me atrevía a encarar la expresiónde Sacha, atrapado en un torbellino deemociones contradictorias. ¿Era unúltimo regalo de Maxime? ¿La confesiónde que admitía su derrota y me dejabavivir mi vida? ¿Que me dejaba disfrutartoda mi felicidad?

Cuando por fin levanté mi rostrohacia Sacha, él me miró a la vez conasombro y ternura.

- Tu belleza es evidente, Liz, y lo quesé de ti sólo la amplía, dijo, con un nudoen la garganta.

Como me había quedado sinpalabras, continuó:

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- Hay una sola cosa que me molesta...

Negué con la cabeza sin entender adónde iba. Se inclinó hacia el diariopara apuntar con el dedo a esas escasaspalabras impresas: La actual conquistadel millonario Sacha Goodman.

- Hubiera preferido que se hablara deti de otra manera…, murmuró,apesadumbrado.

El tiempo se suspendió...

- Pero se puede arreglar, añadió conuna sonrisa antes de levantarse yacercarse a mí.

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¡Dios mío, aquí vamos!

- Señorita Elizabeth Lanvin,¿aceptaría usted ser mi esposa? mepreguntó, sujetando mis manos entre lassuyas.

Un estallido de risas escapó de migarganta, casi a mi pesar, y me arrojé asus brazos.

Continuará... ¡No se pierda el

siguiente volumen!

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En la biblioteca:

Mr Fire y yo – Volumen 1

La joven y bella Julia está en NuevaYork por seis meses. Recepcionista enun hotel de lujo, ¡Nada mejor paraperfeccionar su inglés! En la víspera desu partida, tiene un encuentroinesperado: el multimillonario DanielWietermann, alias Mister Fire, herederode una prestigiosa marca de joyería.Electrizada, ella va a someterse a loscaprichos más salvajes y partir alencuentro de su propio deseo… ¿Hastadónde será capaz de ir para cumplirtodas las fantasías de éste hombre

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