suplemento cultural contenido 28-03-15

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DOMINGO 29 DE MARZO DE 2015 CONTENIDO 1 L as calles de Táuride y de Tver va- ticinan los cambios, marcan las diferencias entre las distintas épocas que se instalaron en el silencio, en esa paz musgosa e inaltera- ble cuando las noches se pegan aún de los muros de la torre Ivánov. Pero la paz nunca tocó el perfil de Ana Ajmátova, uno de los fantasmas de esta historia. Stalin se encargó de hun- dir el puñal en la carne de su poesía, en el cuerpo borroso de su hijo, en la mirada perdida de su esposo. La muer- te –entonces- fue esa paz. El crimen, la perfección de un sistema que todavía tiene seguidores a través de discursos abrasados por el odio. (Acabo de descubrir a Lyane Guillau- me, La torre de los recuerdos, editorial Diagonal, Barcelona, España, 2002, una escritora y profesora que ha pasado parte de su existencia en San Petersbur- go y Moscú. Y la acabo de descubrir en una novela que dibuja la Rusia de co- mienzos del siglo XX). 2.- Se trata de una lectura sin tropiezos. Capitulada según las agujas del reloj, con entradas y salidas de un diario que una tal Anastasia Borísnovna Dalmátov escribiera en sus tiempos de San Peter- sburgo, ambientado en la torre Ivánov, donde viviera Anastasia, nombrada Nastia, y que fuera heredado -el diario- por Luc Verdon, joven curioso que deci- de rescatar del olvido a quien por gracia y milagro invadió su existencia. La paz, tan buscada, tan pisoteada. La paz, esa manera de encarar el opti- mismo. Para los personajes de esta no- vela la paz es el espejismo calcado por el piso empedrado de las páginas por donde se pasearon y pasean Grigori Yefívomich Novij, alias Rasputín, tam- bién conocido como Grishka; Diaguilev, Marc Chagall, Vladímir Maiakoswki, Elsa Troilet, Coco Chanel, Bakunin, Nina Ber- berova, Lavrenti Beria, Alexandre Blok, Ivan Buin, Isadora Duncan, Iliá Ehren- burg, Máximo Gorki, Vasili Kandinski, Alexandre Kerenski, Mijail Lérmontov, Anatoli Lunacharski, Osip Mandelstam, Filippo Marinetti, Meyerhold, Nabokov, Nijinski, Anna Pavlova, Pushkin y mu- chos más, quienes conforman el mun- do de este imaginario donde se vuelca la señora Guillaume. Víctimas y verdu- gos. Artistas y bestias. Todos juntos en esta atmósfera donde el espanto tiene nombre y apellido. 3.- ¿Qué es lo que nos atrae de esta no- vela? La muerte, definitivamente. La violencia practicada por los comisarios políticos, por los comisarios del pueblo contra artistas, trabajadores e investiga- dores. En estas hojas desconocidas nos topamos con el dolor, el exilio, la cárcel, el paredón, la burla, la humillación, todo practicado en nombre de una dictadu- ra, de un proletariado que fue también víctima de discursos y acciones crimi- nales, y que tuvieron su fin hace pocos años, sin necesidad de disparar un solo tiro. La paz, asaltada por personajes os- curos, “salvadores” del mundo, mesías y profetas de verbos encendidos. La paz, esa formalidad que tiene en el poder su más artero “defensor”. La paz, co- mida por los bichos que se uniforman y pasean sus despojos sobre las insti- tuciones y se mofan de la sensibilidad humana. La paz, usada por aquellos revolucionarios que mataron, violaron, asaltaron, despojaron y vejaron a críti- cos y adversarios. La paz, tan nombrada por el poder, tan ansiada por los pue- blos. ¿En nombre de quién será la paz par- te de nuestros agobios? ¿En nombre de cuántos hambrientos seremos parte de una reforma, de un progrom, suerte de kommunalka, techo colectivo donde la sarna y la podredumbre definen la desesperanza, la pérdida del nombre, la desaparición de las aspiraciones perso- nales? 4.- Cuando hayamos terminado de leer esta nota, el país que nos confunde, éste que decimos nuestro, que nos “entregan” en un logotipo, tendrá po- cas horas para seguir cercano a nues- tras libertades. La paz que nos ofrecen se acerca a un brasero. La paz que nos alcanzan tiene sabor amargo. En este momento nos hacemos par- te de aquella anónima Anastasia que dejó escrito el crimen, el hambre, el sufrimiento, el frío, la muerte propicia- dos por el padrecito Stalin, uno de los profetas prometedores de la paz. Crónicas del Olvido La Torre de los Recuerdos ALBERTO HERNÁNDEZ 1.-

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Page 1: Suplemento Cultural Contenido 28-03-15

DOMINGO 29 De MARZO De 2015 CONTENIDO 1

L as calles de Táuride y de Tver va-ticinan los cambios, marcan las diferencias entre las distintas épocas que se instalaron en el

silencio, en esa paz musgosa e inaltera-ble cuando las noches se pegan aún de los muros de la torre Ivánov.

Pero la paz nunca tocó el per� l de Ana Ajmátova, uno de los fantasmas de esta historia. Stalin se encargó de hun-dir el puñal en la carne de su poesía, en el cuerpo borroso de su hijo, en la mirada perdida de su esposo. La muer-te –entonces- fue esa paz. El crimen, la perfección de un sistema que todavía tiene seguidores a través de discursos abrasados por el odio.

(Acabo de descubrir a Lyane Guillau-me, La torre de los recuerdos, editorial Diagonal, Barcelona, España, 2002, una escritora y profesora que ha pasado parte de su existencia en San Petersbur-go y Moscú. Y la acabo de descubrir en una novela que dibuja la Rusia de co-mienzos del siglo XX).

2.-Se trata de una lectura sin tropiezos.

Capitulada según las agujas del reloj, con entradas y salidas de un diario que una tal Anastasia Borísnovna Dalmátov escribiera en sus tiempos de San Peter-sburgo, ambientado en la torre Ivánov, donde viviera Anastasia, nombrada Nastia, y que fuera heredado -el diario- por Luc Verdon, joven curioso que deci-de rescatar del olvido a quien por gracia y milagro invadió su existencia.

La paz, tan buscada, tan pisoteada. La paz, esa manera de encarar el opti-mismo. Para los personajes de esta no-vela la paz es el espejismo calcado por

el piso empedrado de las páginas por donde se pasearon y pasean Grigori Yefívomich Novij, alias Rasputín, tam-bién conocido como Grishka; Diaguilev, Marc Chagall, Vladímir Maiakoswki, Elsa Troilet, Coco Chanel, Bakunin, Nina Ber-berova, Lavrenti Beria, Alexandre Blok, Ivan Buin, Isadora Duncan, Iliá Ehren-burg, Máximo Gorki, Vasili Kandinski, Alexandre Kerenski, Mijail Lérmontov, Anatoli Lunacharski, Osip Mandelstam, Filippo Marinetti, Meyerhold, Nabokov, Nijinski, Anna Pavlova, Pushkin y mu-chos más, quienes conforman el mun-do de este imaginario donde se vuelca la señora Guillaume. Víctimas y verdu-gos. Artistas y bestias. Todos juntos en esta atmósfera donde el espanto tiene nombre y apellido.

3.-¿Qué es lo que nos atrae de esta no-

vela? La muerte, de� nitivamente. La violencia practicada por los comisarios políticos, por los comisarios del pueblo contra artistas, trabajadores e investiga-dores. En estas hojas desconocidas nos topamos con el dolor, el exilio, la cárcel,

el paredón, la burla, la humillación, todo practicado en nombre de una dictadu-ra, de un proletariado que fue también víctima de discursos y acciones crimi-nales, y que tuvieron su � n hace pocos años, sin necesidad de disparar un solo tiro.

La paz, asaltada por personajes os-curos, “salvadores” del mundo, mesías y profetas de verbos encendidos. La paz, esa formalidad que tiene en el poder su más artero “defensor”. La paz, co-mida por los bichos que se uniforman y pasean sus despojos sobre las insti-tuciones y se mofan de la sensibilidad humana. La paz, usada por aquellos revolucionarios que mataron, violaron, asaltaron, despojaron y vejaron a críti-cos y adversarios. La paz, tan nombrada por el poder, tan ansiada por los pue-blos.

¿En nombre de quién será la paz par-te de nuestros agobios? ¿En nombre de cuántos hambrientos seremos parte de una reforma, de un progrom, suerte de kommunalka, techo colectivo donde la sarna y la podredumbre de� nen la desesperanza, la pérdida del nombre, la desaparición de las aspiraciones perso-nales?

4.-Cuando hayamos terminado de leer

esta nota, el país que nos confunde, éste que decimos nuestro, que nos “entregan” en un logotipo, tendrá po-cas horas para seguir cercano a nues-tras libertades. La paz que nos ofrecen se acerca a un brasero. La paz que nos alcanzan tiene sabor amargo.

En este momento nos hacemos par-te de aquella anónima Anastasia que dejó escrito el crimen, el hambre, el sufrimiento, el frío, la muerte propicia-dos por el padrecito Stalin, uno de los profetas prometedores de la paz.

Crónicas del Olvido

La Torre de los RecuerdosALBERTO HERNÁNDEZ

1.-

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2 DOMINGO 29 De MARZO De 2015CONTENIDO

Y a lo avisaba el célebre Manolito Gafotas cuan-do le tocaba hablar de

su hermano. «El Imbécil», con su inseparable chupete, aún hoy sigue conquistando a todos aquellos osados que deciden sumergirse en sus páginas. No obstante, si la realidad supera a la � cción, es preciso a� rmar que pocas veces nos encontraremos con un imbécil tan afable. Más bien, ninguna. Ya que el apelativo sirve para señalar al individuo que aúna dos cua-lidades indispensables: ser estúpido y tener mala leche.

Tal y como señala Pancra-cio Celdrán en «El Gran Libro de los Insutos», publicado por la editorial La Esfera, la ofensa alude también del sujeto que con su malasombra y mala baba acarrea problemas y causa daño. Un tipo alelado y débil mental, escaso de ra-zón, que empezó a ser nom-brado así desde principios del siglo XVI.

Sin embargo, fue el mallor-quín Ramón Llul a � nales del XIII en sus Proverbis quien usa el término de forma conceptual:

‘Imbécil es el asno que anda muy cargado y que pretende correr’.

Su origen etimológico deri-va del latín imbecillis (débil). «Flojedad que trasciende al espíritu, en cuyo caso el imbé-cil es un cretino, cabeza hue-ca, disminuido en su facultad de pensar. El Diccionario de Autoridades (1726) acentua-ba la palabra en la sílaba últi-ma: imbécil, y no le daba otro

signi� cado que el que tenía en latín», resume el autor.

Covarrubias dice en su Teso-ro (1611) referido a la mariposa:

Es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de to-dos los que puede aver. Tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, por� ando una vez y otra, hasta que � -nalmente se quema. Y por esta razón el griego le dio el nombre piraustes (…) Díxo-se mariposa, quasi maliposa,

porque se assienta mal en la luz de la candela donde se quema.

A pesar de su largo reco-rrido, Celdrán explica que no fue voz utilizada como insulto hasta mediados del XIX, por contaminación semántica del francés, lengua en la que el término tenía las connota-ciones modernas.

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero escriben a princi-pios del siglo XX:

Mira el malaje; mira el mal

hombre. ¡Quién nos lo iba a decir! ¿Quién podía pensar que a la chita callando, eso es lo que de verdad era, eso: un imbécil...? ¡Vivir para ver!

Años más tarde, el célebre � lósofo José Ortega y Gasset, escribe en su prólogo a la edi-ción francesa de La rebelión de las masas una frase que ya es historia de la eternidad:

‘Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las in� nitas formas que el hom-bre puede elegir para ser un imbécil’.

A. S. MOYA

Los imbéciles políticos que invadíanel pensamiento de Ortega y Gasset

‘Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las in� nitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil’

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DOMINGO 29 De MARZO De 2015 CONTENIDO 3

En un excelente trabajo dedicado a la literatura fantástica producida en Venezuela (Cuatro mo-mentos de la literatura

fantástica en Venezuela, Fun-dación Centro de Estudios Lati-noamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 1986), dice Víctor Bravo, uno de los más notables inves-tigadores literarios de la actuali-dad venezolana, lo siguiente: En la literatura venezolana la crítica ha señalado, por un lado, los an-tecedentes de la narrativa fantás-tica: en los cuentos fantásticos que publicó Alejandro García, en Oro de alquimia, 1900 y sobre todo, en “Las divinas personas”, que publicó Pedro Emilio Coll en La escondida senda, 1925; por otro lado, la crítica ha señalado, fundamentalmente, a “seis narra-dores mayores”, en la producción de la narrativa fantástica vene-zolana: Julio Garmendia, Enrique Bernardo Núñez, Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Pe-dro Berroeta y Alfredo Arman Alfonzo. A este grupo podríamos agregar los nombres de Guiller-mo Meneses (por la exploración de la causalidad fantástica de “La nube amarilla”, en la segunda arte de El falso cuaderno de Nar-ciso Espejo, (1952), y a Salvador Garmendia (por la producción de sus dos últimos libros donde la posibilidad narrativa de lo fan-tástico es explorada: Memorias de Altagracia, 1964, y El único lu-gar posible, 1981). (…) Entre Julio Garmendia y Pedro Berroeta se van a producir los grandes mo-mentos de la literatura fantástica venezolana, cuando la re� exión sobre lo fantástico se convierte en un elemento fundamental de las propuestas estéticas de Guillermo Meneses y Salvador Garmendia…Julio Garmendia, cuentista, y Pe-dro Berroeta, novelista, lo que convierte a Pedro Berroeta en

la expresión más importante de la literatura fantástica en la no-velística venezolana del siglo XX.Y cuando se re� ere especí� ca-mente a Berroeta, a� rma Bravo: Pedro Berroeta ha producido el corpus de narrativa fantástica más extenso de la literatura venezo-lana. Su � delidad a una narrativa que alcanza su � gura en el amplio espectro de lo fantástico lo vincu-la estrechamente a Julio Garmen-dia, el fundador, como hemos tra-tado de ver, de lo que podríamos llamar una estética de lo fantásti-co en la literatura de nuestro país.Y más adelante, luego de referirse a la “breve y densa obra” de Julio Garmendia, señala: El segundo gran momento de la literatura fantástica en Venezuela se va a producir, pensamos, en la ya ex-tensa obra de Pedro Berroeta. Es necesario agregar, sin embar-go, una diferencia fundamental: mientras que los textos de Gar-mendia, al acercarse a la alegoría, se salvan del estatismo de esta � -gura a través de la parodia y el hu-

mor (cristalizando así en un uni-verso fantástico que sólo acepta la reducción a la parodia), muchos de los textos de Berroeta sucum-ben a ese estatismo y a esa pobre-za del sentido que es la moraleja. Finalmente, Bravo concluye con las siguientes palabras: … la obra de Pedro Berroeta se presenta, en el contexto de la cultura venezo-lana, como uno de los grandes hallazgos de las posibilidades de lo fantástico en el hecho narrativo.Esta última a� rmación, puesta en tinta sobre papel por uno de los más destacados críticos acadé-micos de la literatura venezolana, debería ser su� ciente para darle a Berroeta la importancia que me-rece, pero en la realidad no ha sido así, y su obra es una de las que con mayor fuerza requiere un estudio y una verdadera revaluación, para ubicarla en el lugar que se merece.Porque si en propiedad no pue-de decirse que Berroeta fracasó como escritor, si puede a� rmar-se que, tal como Uslar Pietri, fue considerado un hombre de te-

levisión, un gran entrevistador, antes que un escritor notable.Nacido en Zaraza, en los llanos orientales de Guárico, en 1914, muy joven se trasladó a París, a estudiar en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Luego de un breve período en su país, in-gresó al Servicio Exterior venezo-lano y represó a Europa. En 1945 había publicado su primer libro, Marianik (1945), que fue seguido por Instantes de fuga (1948), y las novelas La leyenda del Conde de Luna (1956) y El espía que vino del cielo (1968). También fue autor de las obras teatrales La farsa del hombre que amó a dos mujeres, Jonás y Los muertos no pueden quedarse en casa, y los poemarios Mientras las brasas duermen y La sagrada blasfemia. En 1993 ganó el Premio Municipal de Literatura de Caracas con La huella del pez, en el agua. Entre 1976 y 1979 fue Presidente de la empresa esta-tal Venezolana de Televisión, en la que trabajó como entrevista-dor durante varios años. Murió

en 1997, a los 83 años de edad.De su obra literaria dijo Domin-go Miliani: Pedro Berroeta (1914) publicó su primer libro, Marianik (1945) ilustrado por numerosos escritores de generaciones pre-cedentes. Obtuvo segundo pre-mio de El Nacional con Instantes de una fuga (1948). Maduró largo tiempo sus facultades para hilva-nar mundos fantásticos de escri-tura efectiva y las volcó en una novela artística de tema histórico: La leyenda del conde Luna (1956), con la cual obtuvo premio auspi-ciado por la Cámara Venezolana del Libro. La perfección de sus dotes se proyecta en los últimos años sobre otra novela: El espía que vino del cielo (1968). Toda su obra se mueve en resonan-cias sinfónicas alrededor de un mundo plenamente � cticio. No lo amedrenta volver a los espacios cosmopolitas en sus cuentos o a las remotas costumbres de una historia desleída. Para él, narrar es arte y arti� cio y en esa esfera produce su � cción, sin engaños. Por eso los seres enigmáticos que guardan bien escondido un � nal de historia abundan en sus narraciones. Por eso también el resorte humorístico va pues-to en lugar propicio dentro de las situaciones, para provocar la sonrisa del entendido que acep-ta el juego de la � cción como tal, sin pedirla más nada a cam-bio, como no sea dejarse atrapar en la sutileza de unos diálogos y unas acciones continuas que no importa a dónde nos llevan.A pesar de que está entre los que debieron sufrir las consecuencias de la falta de libertad de creación y de la muerte de la crítica literaria en Venezuela, en cierta forma, Be-rroeta fue una transición entre los novelistas que no alcanzaron el reconocimiento debido y los pri-meros que pudieron experimen-tar algo parecido al éxito literario, cuando las cosas se acercaron, en Venezuela, por un breve lapso, a lo que es normal en otros países de la antigua América española.

EDUARDO CASANOVA

Pedro Berroeta:novelista de transición

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4 DOMINGO 29 De MARZO De 2015CONTENIDO

Si hay un resquicio po-sitivo que puede dejar la muerte este es ver-de. Al menos en Co-

lombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, ase-gura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e in-teresado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahu-yentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por la ve-getación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la � rma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostie-ne el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos ha-cer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a coloni-zarla? ¿Querrán los campesi-nos que han sido desplazados volver al campo? Es un miste-rio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.

Son interrogantes que ro-dean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Al-faguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfo-ra de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, re� exiona Abad Faciolince (Medellín, 1958).

L a Oculta es una � nca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eter-nos miedos nacidos de sue-ños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amena-zas, secuestros, incompren-siones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos…

A la novela ha vuelto Abad

Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyec-ción internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los pa-ramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su pa-dre, mientras reconstruye los pasos de su familia.

Ahora, él, que en varias oca-siones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la � cción, aunque todo parezca más � cción”, vuelve a hechos reales para crear � c-ción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una � nca en el suroeste de los An-des antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la � n-ca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolin-

ce reconoce que “el escritor de � cciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna mane-ra se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con conti-nuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York.

Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creati-vo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa � nca hay temas y ecos de sus otras no-velas: los sentimientos encon-trados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el do-lor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Trai-ciones de la memoria.

“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nu-tren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte

con la tierra, a la vez que ex-perimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.

Así es que en ese desaburrir del retrato de la � nca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las dife-rentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a perso-nas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revesti-do de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”.

Abad Faciolince se basa en la � nca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con mu-chas personas, desandó su ori-gen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos con-versos, marranos, proceden-tes de Toledo “creyeron que la

tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganade-ría, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antio-quia. Por eso somos tan apega-dos a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una � nca. Es así”.

E n Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urba-no. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos veni-mos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”.

Y en Colombia en los últi-mos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiem-po por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.

Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una � nca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolin-ce. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escri-bir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorpren-dió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.

Abad Faciolince miró alre-dedor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náu-fragos a la deriva del mundo”.

“Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza”

WINSTON MANRIQUE SABOGAL