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SUBSIDIOS PARA LA REFLEXIÓN PASTORAL GRACIAS, SEÑOR, SOMOS TU SIEMBRA

Carta pastoral del Obispo de San Francisco, Sergio O. Buenanueva.

Orientaciones para el año 2015

El material y guías de actividades que ofrecen estos subsidios están pensados para acompañar el proceso de oración y discernimiento que como Diócesis estamos invitados a hacer, preparándonos para la Asamblea Diocesana del 2015.

“Se abre para nuestra Iglesia diocesana entonces un tiempo de intensa oración, invocando que el Espíritu descienda sobre nosotros. Como en el Cenáculo, perserveremos en la oración con María, suplicando el Don del Espíritu para contemplar las maravillas que Dios ha hecho entre nosotros” (Carta Pastoral 2015, Nro.11)

Los mismos son insumos para que cada comunidad, parroquia, movimiento o institución nutra su proceso de reflexión y preparación durante la Cuaresma 2015.

Para tal fin se han pensado tres encuentros cortos o sesiones, a desarrollar de manera consecutiva y comunitaria. Las consignas sugeridas son indicativas, pudiendo cada comunidad adaptar los esquemas propuestos de acuerdo a sus contextos y particularidades.

“Jesús le dijo a Nicodemo que el Espíritu es como el viento: sopla donde quiere. Dejémonos pues llevar por el soplo del Espíritu. Que Él nos guíe por los caminos de la Providencia. María acompaña nuestro camino” (Carta Pastoral 2015, Nro.11)

Alentándolos a iniciar este proceso, los saludamos con afecto desde la fe que compartimos.

Equipo de Animación a la Planificación Pastoral Febrero 2015.

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SUBSIDIOS PARA LA REFLEXIÓN PASTORAL GRACIAS, SEÑOR, SOMOS TU SIEMBRA

Carta pastoral del Obispo de San Francisco, Sergio O. Buenanueva.

Orientaciones para el año 2015

SUBSIDIO N°1: El discernimiento (Instancia grupal)

Objetivo del encuentro Profundizar sobre lo que es el discernimiento y qué implica ejercitarlo en nuestra vida de fe. Destinatarios Agentes pastorales de consejos parroquiales, movimientos, instituciones, colegios, consagrados y sacerdotes. Insumos necesarios

• Pequeña ambientación (Biblia, imagen, vela) • Copias de los textos y consignas (1 por participante) • Lapiceras • Equipo de mate o algo para compartir mientras se reflexiona.

Duración 45 minutos. Consignas sugeridas

1. Procuren generar un clima de oración y acogida. 2. Inicien el encuentro compartiendo el siguiente texto bíblico Mt

13, 1-9 (Parábola Sembrador) 3. Lean comunitariamente el texto sobre el discernimiento que se

adjunta. También puede organizarse para que el sacerdote o un grupo de laicos preparen el tema y expongan el mismo, facilitando así la lectura del material que se adjunta.

4. Luego de ello reflexionen en grupo/s a partir de estas preguntas: - ¿Qué es discernir?

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- ¿Cuáles son las claves para iniciar un proceso de discernimiento?

- ¿Por qué es importante el agradecimiento como actitud inicial? - ¿Por qué es importante cultivar el discernimiento en la vida

cristiana? - ¿Cuáles son las cuestiones a las que debemos estar atentos a la

hora de discernir? - ¿Es el discernimiento un proceso sólo personal o puede también

ejercitarse comunitariamente? - ¿Qué relación identifican entre la invitación que formula la Carta

Pastoral 2015 al discernimiento, la vivencia de la Cuaresma y el proceso de preparación en vistas a la Asamblea Diocesana de octubre del 2015?

5. Pueden finalizar con una oración invocando al Espíritu Santo.

TEXTO DE LECTURA

EL DISCERNIMIENTO COMO DINÁMICA DE VIDA EVANGÉLICA

El discernimiento no consiste sólo en elecciones puntuales que hacemos en determinados momentos de la vida, sino que ha de ser una dinámica cotidiana para que nuestra vida sea, en verdad, evangélica. El discernimiento responde básicamente a dos llamadas del evangelio: la llamada primera al amor y la llamada a la “vigilancia”, a la atención. En respuesta a cada una de estas llamadas el discernimiento va tomando su sentido y sus formas. Discernir supone por tanto una doble referencia: por una parte poner en "crisis", someter a "prueba" nuestro decir y sentir sobre Jesús para no caer en una ensoñación y en una alucinación meramente subjetiva y por lo tanto irreconocible por la comunidad cristiana; y por otra "pleitear" (someter a juicio) nuestro modo de estar en la vida, porque mi interpretación del lenguaje del Espíritu es muchas veces tramposa y enmascaradora de la realidad.

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El Espíritu del Señor es presencia animante y vivificadora. No es cuerpo doctrinal ni aparato ideológico, no es tan siquiera un código moral: es vida. Para captar la Vida hay que abrir a ella todas nuestras posibilidades, todos nuestros sentidos, todo nuestro corazón. Es una presencia cálida, cordial y dinamizadora. "Donde hay Espíritu del Señor hay libertad" (San Pablo). Captar este Espíritu (discernir) es un proceso apasionante, liberador y creativo. La espiritualidad ignaciana, propia del discernimiento, es una espiritualidad abierta al mundo y a toda la realidad. No privilegia unos aspectos concretos de la vida del cristiano (oración, culto compromiso...), sino que pretende encontrar el paso del Señor en todas la cosas y así “en todo amar y servir” (San Ignacio). El discernimiento tiene sus pasos o reglas. Las mismas no son automatismos sino que son indicadores que nos ayudan a rastrear esa Presencia de un modo vital. No se trata de controlar al Espíritu, el Espíritu es libertad. Sino de dejarse conducir por Él. Tener el atrevimiento de experimentar la libertad en el seguimiento del Señor. Las reglas pretenden orientamos en ese movimiento de espíritu, en esa doble dinámica de sensaciones y mociones, y orientarnos en aquello que "ocurre por dentro" cuando nos ponemos en camino de seguimiento del Señor Jesús. La Gratitud como llave para discernir Existe una clave, una “llave” para entrar al discernimiento. San Ignacio, uno de los hombres que tuvo el don del discernimiento, nos dice que "El primer punto es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos" (EE N°43). Este primer punto tan obvio para el creyente cristiano en la formulación no lo es tanto en la vida cotidiana y en su modo de estar en ella. La dificultad estriba en que en la vida, empezando por ella misma, casi todo lo damos por supuesto, como "normal y natural". Entonces dar gracias siempre será por lo que ocurra de extraordinario... ¡y ocurren tan pocas cosas fuera de lo ordinario en el vivir cotidiano! El problema no es sólo que se estreche el campo de la acción de gracias, el ámbito de la

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Gratuidad, sino que la mayoría de lo que somos y tenemos lo damos por supuesto. Es para nosotros normal y natural tenerlo y cuando no se tiene lo exigimos, creando dinámicas de intransigencia y exigencia que no tienen nada que ver con la Gratuidad y con la libertad. El agradecimiento como actitud básica en la vida es la toma de conciencia cotidiana de lo que voy recibiendo, la acogida de los bienes que me son dados y de las personas que me salen al encuentro, el vivir no tanto pendiente de lo que yo creo que merezco y no me dan, cuanto de lo que sin haber merecido, ni esperado, ni pedido, he recibido y voy recibiendo día a día. Sin duda, todos tenemos muchas razones para el agradecimiento porque es mucho lo que hemos recibido, y lo que vamos recibiendo día a día. Más aún si lo miramos en referencia a millones de personas humanas respecto a las cuales somos, sencillamente, privilegiados. Sin embargo, y pese a eso, no nos resulta fácil vivir en el agradecimiento. Es evidente que también todos le podemos pasar algunas facturas a la vida: por aquello que no nos ha dado, por aquello que nos ha dolido, por aquello de lo que carecemos… Es cierto que algunas de esas facturas nos pesan y nos condicionan mucho, a veces más que todo lo que hemos recibido. También sucede que hay momentos y circunstancias en la vida en que vivimos con tal fuerza carencias, dificultades, problemas o frustraciones que nos resulta difícil agradecer. Que todo eso se dé es natural, pero lo que no es natural ni bueno es que perdamos la memoria, la conciencia de lo mucho que hemos recibido y vamos recibiendo cada día en afecto, en posibilidades de vida y de sentido, en medios; y que dejemos de agradecer. El dar gracias por la vida es dar gracias por el techo, el pan y la palabra. En nuestro vivir cotidiano tenemos un techo que nos acoge, un hogar en donde nos identificamos como hijos de un pueblo con sus raíces e identidad, somos de un lugar y de una gente. Si no damos gracias por el techo, cuando nos falte no sabremos vivir a la intemperie y entonces lo exigiremos. La acción de gracias es reconocer un don y no agradecer una posesión. Dar gracias por el pan y la palabra supone el dar gracias por el sustento cotidiano, por el pan material y el pan de la cultura y de

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la fe. Cuando perdemos esta dimensión de gratuidad en nuestros "panes" y "palabras" de cada día nos pasa como con el techo: lo exigimos. Al perder esta dimensión podemos caer en dinámicas de engreimiento y orgullo sutil. Cuando olvidamos que los propios bienes culturales como el saber, la capacidad de orientamos en la realidad, la capacidad de analizar lo que acontece, etc., son dones, los podemos convertir en una arma arrojadiza contra los no capaces, los no "cultos", los faltos de destrezas sociales o de fe. Dar gracias por los beneficios de la redención supone dar gracias cada día por habernos encontrado con Jesús de Nazaret y su Buena Noticia. Quien vive el encuentro con Jesús como un proceso de encuentros y situaciones que te han sido dadas, siempre hay motivos para la acción de gracias, para recordar personas, lugares, situaciones que han hecho posible el encuentro con la Buena Noticia en nuestra vida. Discernir San Ignacio nos recuerda que la vocación cristiana y el seguimiento de Jesús piden «elegir». Elegir movidos por el deseo de responder al amor y la misericordia de Dios y orientados hacia el fin que somos creados: «… alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE N°23). No hay vida cristiana sin «elegir», sin tomar aquellas decisiones que van concretando en el día a día nuestro deseo de responder a la misericordia de Dios con nosotros en el seguimiento de Jesús. La primera y principal llamada del evangelio es la llamada al amor; y el amor nunca es estático, sino que siempre es dinámico: el amor siempre está buscando y preguntándose ¿cómo amar más?; ¿en qué gestos puedo concretar ese más y mejor amor?; ¿cómo puedo manifestarme más delicadamente?; ¿cómo puedo servir mejor? Son las preguntas inherentes a un amor vivo, para el que no existe la rutina, sino que cada instante es nuevo. Y esas mismas son las preguntas del discernimiento. Todo amor busca concretarse para hacerse verdadero. El amor que no se concreta se evapora: ¿qué gestos concretos son los idóneos para amar a esta persona, en este momento, en esta circunstancia? La verdad del amor se verifica en los gestos concretos en que se encarna.

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Y ése es precisamente el tema y la pregunta del discernimiento: ¿qué me pide el amor? ¿Hacia dónde me lleva ahora? El discernimiento es, pues, la superación positiva y evangélica de la lógica del mero cumplimiento, que es todavía una lógica de “infancia” espiritual, mientras que el discernimiento tiene que ver con la madurez de la persona cristiana. El discernimiento es situar nuestra vida cristiana más allá de los parámetros del cálculo, la mediocridad, lo que «se puede o no se puede», del ir a mínimos, del «vamos tirando». Se puede señalar, a modo de ejemplo, algunas cuestiones sobre las que hay que estar más “vigilantes” en nuestro discernimiento habitual y, por tanto, ejercer una más cuidadosa atención:

• Las dinámicas personales y apostólicas: no basta sólo con que algo aparezca inicialmente como bueno, sino que hay que ver hacia dónde nos va llevando. San Ignacio advierte que aquello que amparado en el bien nos aparta del buen fin, nos inquieta quitándonos la paz, la tranquilidad, son claras señales que estas mociones no proceden del Espíritu.

• Caer en la cuenta que las lógicas no evangélicas que hay en nuestra sociedad se nos infiltran y cuelan en nuestra vida y en nuestro modo de pensar más allá de la buena o mala voluntad; por decirlo con un ejemplo fácilmente comprensible: somos “fumadores pasivos” de lógicas no evangélicas, como por ejemplo las lógicas del éxito, el triunfo o el poder; etc.

Pasos fundamentales para discernir Para ejercitar esta actitud vital en nuestra vida de fe, hay algunos pasos que debemos cuidar. A continuación se detallan con el fin de ofrecérnoslos como camino de oración y vida.

1. Hacer memoria AGRADECIDA de la presencia de Dios y de la fuerza del Espíritu Santo en:

• Mi vida (familia, afectos, etc) • Mi comunidad. • Mi diócesis.

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• O según sea la materia que se desea discernir.

2. Agradecido y consciente de todo lo el Padre me revele, ponerme en oración de adoración por tantos bienes recibidos y abrir mi corazón.

• Escucharme y silenciarme (sólo en silencio puedo escuchar lo que hay en mi corazón Y ENTREGAR lo que aún está sin redimir)

• Escuchar a Cristo Jesús que me habla y me invita -desde su identidad de Hijo- a hacer la VOLUNTAD DEL PADRE.

• Mirar y escuchar a mis hermanos para poder interpretar su realidad.

3. Docilidad al ESPIRITU SANTO

El Espíritu Santo es el que mediante la Palabra hecha Oración, me da la libertad de la que habla el apóstol San Pablo. Se produce en la persona o comunidad un proceso liberador, una presencia activa, animante y vivificadora. La persona o comunidad que se aboca al discernimiento, tiene la mirada y la voluntad del Padre, que es salvífica y liberadora, que busca sembrar y hacer crecer la vida. Finalmente, es IMPORTANTE recordar que aun cuando los demás pasos hayan sido dados, sólo podemos decir que el discernimiento está concretado, cuando DAMOS VIDA a esto que el Señor, bajo la luz del Espíritu Santo, nos marca como PROYECTO AMOROSO para nuestra vida personal o comunitaria.