20 marzo 2008

Su b sid io Litú rg ic o Dio c e sa n o

- Subsidio litúrgico-

(puede suplir el Libro de la Sede)

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR Color blanco. Misa vespertina de la Cena del Señor. Gloria. Sin Aleluya.

Recomendable el lavatorio de pies. Sin Credo. Prefacio I de la Eucaristía. Canon romano con embolismos propios.

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Que la gracia y el amor de Jesucristo, el Señor, que ha entregado su vida por amor a los hombres, esté con todos vosotros.

Monición inicial:

La víspera de morir en la cruz, en la tarde de aquel jueves, Jesús cenó con sus discípulos la cena de la pascua antes de ser entregado. En ella instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, nos dio el mandamiento del amor y el ejemplo de servicio en el lavatorio de los pies. Nuestra celebra-ción esta tarde quiere rememorar y actualizar en nosotros aquella última cena, en la que ahora el Señor nos tiene a nosotros como invitados. Abra-mos nuestros oídos y nuestro corazón para entender y acoger el significa-do de lo que vamos a realizar. Bienvenidos.

Rito penitencial: + Tú, que te has entregado por nosotros, perdona nuestra falta de entrega a Ti y a los hermanos. Señor, ten piedad. + Tú, que nos has dado el mandamiento del amor, perdona nuestros egoís-mos. Cristo, ten piedad. + Tú, que has ocupado el puesto de los que sirven, perdona nuestro en-greimiento. Señor, ten piedad.

Gloria cantado. Mientras se canta, se tocan las campanas, para anunciar que ha comenzado el triduo pascual. Luego, se silencian hasta la Vigilia Pascual. Sería recomendable y signi-ficativo, que se siguiera con la costumbre de muchos lugares de, a partir de ahora, no tocar ningún instrumento, ni siquiera para sostener el canto.

Colecta: Señor Dios nuestro, nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio de la alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

Monición lavatorio de los pies: Hemos escuchado en el evangelio cómo Jesús, aquella tarde

de la última cena, hizo un gesto sorprendente y significativo: se pu-so a lavar los pies a los discípulos. Un signo de su amor y de su en-trega. Al repetir ahora aquel gesto el que preside la celebración, re-cordamos que eso es lo que tenemos que hacer cada día también nosotros si queremos seguir el camino de Jesús de verdad. Preces

Presentemos ahora a Dios nuestra súplica humilde y con-fiada seguros de ser escuchados por Él.

+ Para que la Santa Iglesia sea en todo momento testigo del amor de Dios a todos los hombres. Roguemos al Señor. + Por el Papa Benedicto, por nuestro obispo José Manuel y sus sa-cerdotes, que en estos días han recordado el inicio de su ministerio y han renovado sus promesas sacerdotales; para que vivan plena-mente conformes a Jesucristo y sean siempre fieles a lo que prome-tieron en su ordenación, y nunca falten en nuestra diócesis vocacio-nes sacerdotales. Roguemos al Señor. + Para que el Espíritu de Dios guíe a los gobernantes de todos los pueblos en la búsqueda del bien y de la paz. Roguemos al Señor. + Para que los cristianos sepamos amarnos como Cristo nos amó. Roguemos al Señor. + Para que no seamos causa de sufrimiento para nadie. Roguemos al Señor. + Para que los enfermos y todos los que sufren encuentren alivio y esperanza. Roguemos al Señor. + Para que Dios inspire en nosotros sentimientos de acogida, de dis-ponibilidad y de servicio a los demás. Roguemos al Señor.

Padre bueno, atiende complacido la oración que tu Igle-sia te presenta en la celebración vespertina de esta tarde de Jue-ves Santo y dispón nuestros corazones a celebrar dignamente los misterios de la muerte y resurrección de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina contigo...

Poscomunión: Concédenos, Dios todopoderoso, que la Cena de tu Hijo, que nos alimenta en el tiempo, llegue a saciarnos un día en la eternidad de tu reino. Por Jesucristo nuestro Señor.

Monición antes del traslado del Santísimo: La Iglesia ya no celebra la Eucaristía hasta el sábado por la noche.

Por eso, al terminar esta celebración, queda desnudo el altar hasta la Vigi-lia Pascual. El Santísimo, las formas que hemos consagrado en esta cele-bración, va a ser trasladado con solemnidad a un lugar aparte que llama-mos “Monumento” para reservar las formas que comulgaremos en la ce-lebración de mañana, Viernes Santo. La Reserva Eucarística queda para la oración, meditación y adoración de los fieles hasta los oficios de mañana. Recordad que tendremos el acto de adoración eucarística u “Hora Santa” a las ... de la noche. Y que mañana, la celebración litúrgica de la pasión del Señor será a las ... de la tarde. Ahora, pues, acompañemos a Jesús en la Eucaristía en meditación y adoración.

IDEAS PARA LA HOMILIA.

“En esto conocerán que sois discípulos míos” En el atardecer del Jueves Santo nos reunimos los cristianos pa-

ra celebrar el memorial de Jesús: “su entrega hasta la muerte por amor”. La comunidad de hermanos recordamos la institución de la Eu-caristía, en la que Cristo, realmente presente en su “Cuerpo entregado” y en su “Sangre derramada” testimonia al hombre el máximo y más ex-celso grado de amor.

Nunca le agradeceremos bastante que nos haya dejado esta

herencia: que él mismo, además de ser nuestro Maestro y Guía, haya querido ser, a lo largo de nuestro camino, el alimento de vida eterna. Alimento, comida, Eucaristía. Desde los acontecimientos de la Pascua, la Eucaristía será el lugar privilegiado del encuentro de Jesús con los suyos. Durante dos mil años lo ha sido y lo sigue siendo para nosotros. La EUCARISTÍA es el centro de nuestra fe, el centro de nuestra vida cristiana, el centro de nuestra identidad de pertenencia a la comunidad de Jesús. La Eucaristía recoge, no sólo la referencia explícita a los mo-mentos de la pasión y muerte de Jesús, sino también a su amor, a su gran amor, al amor más grande, que le lleva a dar su vida por los ami-gos. A través de la Eucaristía, la Iglesia rinde culto al Padre, actualiza el memorial del amor y de la entrega de Jesús, se alimenta con la Pala-bra proclamada y predicada y se nutre con el alimento de la vida eterna: el pan y el vino de la nueva alianza. La Eucaristía nos une íntimamente a Cristo: el que me come vivirá por mí, nos dice el Señor. Pero también la comunión nos une entre nosotros porque nos hace hermanos. Comul-gar el Cuerpo y la Sangre de Cristo es unirnos a él en su destino, en su entrega, en su mismo amor. El que come el cuerpo de Cristo debe estar dispuesto a lo mismo a lo que él se arriesgó: a ser fiel hasta el final, in-cluso hasta la muerte. El que come el cuerpo de Cristo sólo puede vivir en justicia y solidaridad con sus semejantes, hijos todos de Dios y, por tanto, hermano con todos y para todos; de modo que el perdón de las ofensas y el amor fraterno se conviertan, cuando no en condición pre-via, sí, al menos, en consecuencia de la participación en la Eucaristía.

Pero en aquella tarde del primer Jueves Santo nos dejó el Se-ñor, otra herencia: el encargo de la fraternidad, la entrega por los demás, la caridad (nos lo recuerda el “lavatorio de los pies”). La fra-ternidad, la actitud de servicio, no es algo añadido a la Eucaristía; es algo que le está dentro: la Eucaristía sin caridad “es falsa”. Las pa-labras de Jesús (“amaos los unos a los otros”), resultan más apre-miantes hoy, en nuestros tiempos: hay familias que carecen de los medios indispensables para vivir con dignidad; la pérdida y la falta de empleo ocasiona duros problemas en sectores cada vez más am-plios; nuestras costas, nuestras ciudades y también en los pueblos hay cada vez más africanos o sudamericanos o rumanos que recla-man una ayuda para sus familias (aunque también nos crean proble-mas nuevos).

Nosotros a veces damos poca importancia a esta situación. Encerrados en nuestros egoísmos y atrapados por el ansia consumis-ta, sólo se piensa en vivir mejor, sin prestar la debida atención a lo que sucede a nuestro lado. El día de Jueves Santo nos lo recuerda. Siempre estaremos en deuda de amor con los hermanos. Y nos invita a descubrir las formas de pobreza y marginación presente en nuestro entorno y considerar cómo podemos contribuir.

Los cristianos no podemos vivir sin celebrar la Pascua del Señor, sin hacer memoria de ella, sin participar en la Eucaristía, sin recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado. Pero tampoco podemos comulgar y quedarnos tan tranquilos, viviendo al margen de los sufrimientos del mundo. El que comulga tiene que hacer de su vida una hostia santa, una entrega a los demás.

“En esto conocerán que sois discípulos míos”.