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Stanley Cohen (1942-2013): la mirada crítica.
Por Gabriel Ignacio Anitua1
Hace pocos días me referí a él como “el más importante criminólogo vivo”. Desde el
lunes 7 de enero de 2013 ya no lo es más. Ya no está vivo, pues falleció ese día en
Londres, donde fue enterrado de acuerdo el rito judío el siguiente jueves, en el
cementerio de Edgwarebury. Sí sigue siendo importante, y esa importancia debe dársele
a las múltiples “imágenes” o “visiones” que reveló sobre problemáticas
“criminológicas”.
En efecto, Stanley Cohen, fue quien con mayor éxito permitió realizar nuevas miradas a
viejos problemas, e incluso ver, por primera vez, muchas otras cuestiones, que los
estudios tradicionales sobre el sistema penal opacan, oscurecen o invisibilizan.
En gran medida, su éxito se debe al estilo directo y claro, y no exento de su natural buen
humor e inteligencia, exhibida también en clases y conferencias (en las que manejaba
con igual fluidez a autores que iban de Michel Foucault y Erving Goffman hasta Philip
Rot o Saul Below).
Ello fue, seguramente gracias a él, una “marca” de la denominada “criminología
crítica”.
El término “criminología crítica”, inspirado en la tradición de la Escuela de Frankfurt,
comenzó en los setenta a unificar varios planteos distintos, que iban desde el interaccio-
nismo hasta el materialismo marxista, y que se parecían más en lo que criticaban que en
lo que proponían, y así lo reconoció Stanley Cohen en la presentación de una de las
primeras compilaciones de esta tendencia: Images of Deviance (Imágenes de la desvia-
ción) de 1971. Esto sería, sin dudas, el mayor inconveniente de este tipo de criminolo-
gía, así como el de la mayoría de los movimientos iniciados en los complicados años se-
tenta. Si un determinado proyecto siempre conlleva contradicciones y dificultades, estas
últimas se multiplicarán en el caso de elaboración de un “anti-proyecto”, pues la forma
1 Doctor en Derecho, Universidad de Barcelona. Profesor de derecho penal y criminología, Universidad de Buenos Aires.
especular recibe los problemas de lo que se refleja, y además los amplía. El proyecto de
la “criminología crítica” sufrió esta suerte, que llevó a algunos autores a pensar que la
única forma de ser realmente crítico era dejando de ser criminólogo.
Pero paradojalmente, también ese inconveniente, devenido necesidad, se convirtió en la
principal virtud de dicho proyecto. De allí emergió una necesaria pluralidad y amplitud
de miras, con la cual se podríaotear nuevos y más complejos horizontes.
El movimiento e la criminología crítica surgió en 1968 cuando unos siete jóvenes profe-
sores, entre los que estaba un jovencísimo Stabnley Cohen, quien enseñaba Trabajo
Social en la Universidad de Durham, decidieron romper con la reunión oficial de crimi-
nólogos, que organizaba el Instituto de Criminología de Cambridge, y formar un movi-
miento crítico con toda esa institucionalización. Así nació la National Deviance Confe-
rence, primero integrada por unas pocas voces críticas pero que, tras periódicas reunio-
nes, contactos con los movimientos sociales, y unas cuantas publicaciones, logró au-
mentar espectacularmente su número y ser reconocida internacionalmente por su origi-
nalidad y rigor científico. Políticamente el grupo era muy heterodoxo, pues había anar-
quistas, marxistas, liberales, humanistas; pero los unía la insatisfacción frente al positi-
vismo criminológico y frente a una pretensión de neutralidad del criminólogo ante las
pautas políticas y económicas de la sociedad en que se planteaba la “desviación”. En In-
glaterra, como en todos los demás países con excepción de los Estados Unidos, la crimi-
nología seguía siendo positivista y administrativa. La crítica en este caso no sólo intro-
dujo elementos radicales sino que también introdujo los elementos de la criminología
sociológica no radical, así como un análisis histórico de las leyes penales y de las ideas.
Esto se advierte en el libro mencionado, editado por el propio Cohen, y publicado en
1971 como Images of Deviance en Harmondsworth por la prestigiosa editorial Penguin.
Compila allí nuestro autor a diferentes autores que utilizando métodos diferentes,
pueden encontrar objetos de estudio tradicionalmente considerados fuera de lo estricta-
mente criminológico: los usuarios de drogas, los medios de comunicación, los miedos,
las modas y bandas juveniles, o la experiencia psicológica de los condenados a prisión
por mucho tiempo. El compromiso con el cambio social de estos jóvenes autores era pa-
ralelo a esa modificación de objetivos y presupuestos metodológicos. En la mencionada
“Introducción, Cohen explicaba cómo la unión del compromiso político libertario de los
años sesenta con la reflexión intelectual sobre el terreno sociológico permitía realizar
esta nueva aproximación crítica a la criminología. Esa mirada permitía criticar el autori-
tarismo estatal y la economía capitalista que manipulaba ciertos hechos a través de la
agenda criminal mediante los “pánicos morales”, tema que continuaría siendo central en
la complicada cuestión de lo medios de comunicación y su relación con el castigo y el
delito.
Entre otros trabajos importantes de ese período Stanley Cohen publicó en 1972, Folk
Devils and Moral Panics: the making of the mods and rockers, en Londres, y por la
editorial MacGibbon and Kee. Este libro, reeditado en 2002, ha sido considerado el
libro más importante del campo criminológico de los últimos cuarenta años.
Crea allí un término muy usado no solamente en los textos sociológicos o
criminológicos, el de “pánico moral”. Tras estudiar las reacciones sociales ante las
bandas juveniles británicas de los sesenta (denominadas “mods” o “rockers” de acuerdo
a la moda o gustos musicales, y que estuvieron muy presentes en los años 1964, cuando
el autor hacía su tesis) señala que el pánico moral es una reacción de un grupo de
personas basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o
de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una subcultura, que es “visto”
como peligrosamente desviado y que representa una amenaza para la sociedad. Como
demuestra la investigación, no importa la entidad de ese grupo de personas que han sido
definidos como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad. Su naturaleza
se presenta de una forma estilizada y estereotipada por los medios de comunicación.
Son los “demonios populares”, especialmente creados por los propios medios que crean
alarma.
Esas alarmas o reacciones son estimuladas por la cobertura mediática. La histeria
colectiva puede ser un elemento en estos movimientos, pero el pánico moral se
diferencia de la histeria en masa porque está específicamente enmarcado en términos de
moralidad y es usualmente expresado más como un atentado que como un miedo. Según
la definición de Cohen, los pánicos morales giran alrededor de una amenaza percibida
como un valor o norma detentada por una sociedad normalmente estimulada por la
glorificación en los medios masivos o leyenda popular en las sociedades. Los pánicos
tienen varios desenlaces, uno de los cuales es la certificación de los partícipes del
pánico de que lo que están haciendo garantiza la observación por parte de los medios
masivos y, por lo tanto, puede empujarlos más allá hacia actividades que conduzcan
hacia el sentimiento original de pánico moral.
El presupuesto de Cohen es el de la teoría de la reacción social. Es la reacción la que
crea la delincuencia, pero esa reacción suele estar fomentada por algunas campañas
alarmistas. Como señaló el propio Cohen en una entrevista “Los pánicos morales son
expresiones de desaprobación, condena o crítica que se plantean de vez en cuando
debido a fenómenos que podrían definirse como ‘anormales’. El ejemplo que tomé fue
el del mal comportamiento percibido—lo que ahora llamaríamos “comportamiento anti-
social”—de adolescentes, el cual era muy exagerado, y fuera de proporción con respecto
a lo que realmente ocurría. La parte moral es la condena y la desaprobación social, y el
pánico es el elemento de la histeria y la exageración. Lo cual puede ser aplicado
posteriormente a todo tipo de olas de fenómenos. Es en gran parte creado por la prensa.
La regla general es: sin prensa, no hay pánico moral. Los medios son plataformas de
pánicos morales, los cuales o los inician ellos mismos o llevan el mensaje de otros
grupos. Vemos cosas sobre madres solteras, escuelas en decadencia, la crisis actual
sobre los niños huérfanos. Estos son todos pánicos morales distinguibles” (se consigue
en http://www.vice.com/es/read/mods-rockers-y-otros-demonios-populares).
Como se observa, se trata de un libro que revolucionaría no solamente al pensamiento
criminológico. Cohen proporcionó el primer estudio empírico de la amplificación de la
alarma social producida por los medios de comunicación y sus consecuencias públicas.
Luego continuó Cohen siendo proveedor de ideas esclarecedoras para los estudiosos de
los medios de comunicación.
Junto a Jock Young editó The Manufacture of News: Social Problems, Deviance and
the Mass Media en 1973, publicado en Londres por la editorial Constable. Los distintos
autores investigan cómo los medios de comunicación masiva seleccionan los
acontecimientos relativos a la desviación, las nociones que utilizan en la realización de
las noticias y el papel de los media en el control social. Esta investigación es un intento
por destapar los sistemas ideológicos presente en dichas instituciones públicas y en los
medios de comunicación. Pero a la vez complejiza la cuestión y da cuenta de una
siempre difícil relación entre el delito y la prensa (también fundamental la producción
de la criminología crítica contenida en Grandi, Roberto, Pavarini, Massimo y Sismondi,
Mario -comps.-, I segni di Caino. L’immagine della devianza nella comunicazione di
massa).
En todo caso, Cohen da inicio así a unas investigaciones que reflejan nuevos problemas,
y que lo hacen con la mirada crítica y amplia que solamente un autor como él podría
haber desarrollado.
Y es que la propia experiencia vital de Stan Cohen (producto fiel de la cultura imperial
británica) facilitaría a esa y a sus posteriores miradas. Había nacido en 1942 y crecido
en Johanesburgo, Sudáfrica. Y se trasladó a Londres en 1963, tras estudiar Sociología y
Trabajo Social en la Universidad de Witwatersrand. En Inglaterra realizó estudios de
doctorado mientras se desempeñaba como trabajador social. En 1967 asume un cargo
docente en Durham y en 1972 se convierte en profesor de Sociología en la Universidad
de Essex.
Desde allí colabora en una importante reflexión sobre el positivismo criminológico bri-
tánico de los últimos cincuenta años, y sobre su actuación al interior de las cárceles, en
las cuales se brindaría soporte teórico a los reclamos de presos y asociaciones de denun-
cia sobre lo que efectivamente pasaba. En esta tarea se destacaron Stanley Cohen y su
muy buen amigo Laurie Taylor (fue uno de los oradores en sus exequias). Realizaron
conjuntamente, entonces, varias investigaciones, entre las que se destaca de 1972,
Psychological Survival: the Experience of Long Term Imprisonment, publicado en
Harmondsworth, otra vez por Penguin.
Este libro marcó todo un hito dentro de la reciente tendencia crítica pues demostraba có-
mo, a pesar de la oposición y amenazas del gobierno, se podía hacer investigación rigu-
rosa a la par de crítica con las instituciones. La pretensión rehabilitadora y reformadora
era criticada desde parámetros históricos y sociológicos, aunque también criticaban los
métodos tradicionales de esta última disciplina, al analizar los efectos de su marco teóri-
co general funcionalista y la unión con las teorías del aprendizaje.
Con el mismo colega publica luego, en 1976, Escape attempts: the theory and practice
of resistance in everyday life publicado en Londres por la editorial Allen Lane. Se trata
de un gran libro de la sociología de la vida cotidiana que, no exento de ironías, permite
ver las estrategias e ilusiones de la población británica en ese período de fines de la
ilusión del welfare y comienzos de la desindustrialización.
En lo que resultaba paralelo a esa crisis estatal, y en particular la justicia penal, era lo
referido a la pena, y a lo que era su sinónimo entocnes que era la pena de prisión con
pretensiones resocializadoras. Para continuar con esa ideología, y ante el fracaso de la
prisión, se vivía entonces el auge de la búsqueda de soluciones alternativas. Ésta sería
tal vez la práctica crítica más decidida en los años setenta, en los cuales se buscaba evi-
tar la idea del tratamiento mediante la abolición de la obligatoriedad del mismo o por
pensar en alguno que no fuese estigmatizante. En todo caso se trataba de des-institucio-
nalizar. Desde el tratamiento comunitario hasta la reparación eran alternativas propues-
tas. Lo más interesante es que algunas fueron aceptadas en muchos casos por la legisla-
ción de los países occidentales de la misma forma en que aceptaban las viejas propues-
tas positivistas de pena condicional o probation.
Pero, Stanley Cohen también fue pionero en enfrentarnoa al panorama que presentaban
estas “alternativas” que venían a sumarse a la no desaparecida sino reforzada pena de
prisión. Las “alternativas” funcionaban como un soporte y como un aliado de la prisión.
A la vez que podían tener otras funciones para el Estado.
En 1983, y junto a Andrew Scull, editó Social Control and the State: Historical and
Comparative Essays publicado en Oxford por la editorial Martin Robertson. La
ideología libertaria se observa en estos trabajos críticos de la pena de prisión y de todas
las medidas penales.
Andrew Scull sostuvo que las alternativas respondían a las necesidades presupuestarias
o fiscales del Estado, y no a los planteos reformistas o críticos. De acuerdo a las histo-
rias sobre el castigo que se habían realizado hasta entonces, era válido sospechar sobre
la funcionalidad final de aquello que se planteaba como una victoria “progresista”.
Stanley Cohen nos mostró que estas llamadas alternativas no son sino la intensificación
de las líneas maestras del control de la desviación, que apuntan a la creación de una
sociedad disciplinaria.
En 1985 publicará otro libro que quedará en la historia de la criminología: Visions of
Social Control: Crime, Punishment and Classification, editado por Polity Press (y
traducido al castelllano por Elena Larrauri como Visiones del Control Social, Barcelona,
PPU, 1988, también se tradujeron otros artículos de este período: en 1975 “Un escenario
futurista para el sistema penitenciario”, en Revista Capítulo Criminológico, nº 3, Mara-
caibo: Universidad del Zulía -también en Nuevo Pensamiento Penal, año 4-; en 1997
(1986). “Control de la comunidad: ¿desmitificar o reafirmar?”, en Revista Delito y So-
ciedad, nº 9-10, Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires (trad. M. E. Simonelli y M.
Sozzo).
En este trascendente libro muestra la aparición de estos nuevos mecanismos
conjuntamente con la persistencia de la prisión. Dicha persistencia, y futura ampliación
constante es lo fundamental y lo no advertido por muchos otros autores. Cohen refiere
las críticas de quienes señalan que el movimiento desestructurador ha fracasado: la
descarcelación no se produce (señala que en muchos sitios la tasa de personas sometidas
a penas privativas de la libertad aumenta), las alternativas tampoco reducen la tasa de
reincidencia, no son necesariamente más humanitarias ni menos costosas. Pero lo
principal es que el sistema de control penal se ha convertido en un “monstruo” más
grande e intrusivo. “Las diversas alternativas nos habían dejado con unas redes distintas,
más amplias, y más fuertes”, que permitían atrapar “peces” más pequeños, sujetos y
comportamientos que antes escapaban al control efectivo. Las “redes” son más
“anchas”, incremento del número de desviados atrapados en el sistema, más “densas”,
incremento en la intensidad de intervención en los desviados viejos y nuevos, y
“distintas”, nuevas formas que complementan y no reemplazan los sistemas de control
originales. A la vez el control se difumina, se hace menos visible y así el castigo logra
una mayor penetración en el cuerpo social. Las nuevas instancias de control servirán
para transformar a la sociedad en un “archipiélago carcelario” (la expresión es tomada
por Cohen de Michel Foucault), ampliado y diversificado gracias a recursos,
inversiones, ingenuidad, tecnología e intereses personales. Frente a esta realidad, Cohen
nos indica que en el núcleo del sistema (y entre los profesionales interesados), hay un
único mensaje dominante: todo va bien, los errores serán rectificados con más de lo
mismo: más tratamiento.
Lo cierto es que la cárcel no desaparece y la idea de prescindir de ella tiene, en las
políticas penales concretas, el efecto de respaldar la ideología resocializadora que la
sustentaba a pesar de su manifiesta imposibilidad de realizarla. Esto sonaba a “foucaul-
tiano”, y ciertamente el pensamiento del autor francés permite pensar que esta amplia-
ción de alternativas no era sino el triunfo de la sociedad disciplinaria, en la que el con-
trol estatal –y comunitario– aumentaba con el consiguiente aumento de “expertos” en
distintos tipos de medidas y, lo que era peor, con un aumento incluso mayor de los so-
metidos a las mismas.
Ello nos obliga a ver al propio Cohen como un (o el más importante) criminólogo
crítico y por ello abolicionista, pues él suma una visión libertaria a esa mezcla de origen
a lo que él mismo reconoce como “una excitante combinación intelectual" entre teoría
crítica y marxismo de la nueva criminología.
La relación de Cohen se da no solamente con el pensamiento de Foucault, sino también
con el de los autodefinidos como abolicionistas. Mantendría entonces estrechos lazos
con autores como Hulsman o Christie, y también escribiría importantes artículos con
esta perspectiva.
Muchos de ellos serían compilados en 1988 en su Against Criminology, publicado en
New Brunswick, NJ, por Transaction Books.
Esta “anticriminología”, necesariamente hecha “desde adentro”, como el autor no se
cansa de repetir en ese libro, se produce en el momento de la llamada “crisis” de la
criminología crítica. Una crisis propiciada por el alejamiento de las posiciones dogmáti-
cas, de aquellas que se creen poseedoras de una verdad inmutable. Pero que podía llevar
a aquello que Cohen denunciaba, en el artículo de 1980 "Footprints in the Sand: A
Further Report on criminology and the sociology of deviance in Britain" In: Fitzgerald,
M., McLennan, G. & Pawson, J. (eds) Crime and Society: Readings in History and
Theory, London: Routledge (unas sutiles “Huellas en la arena” que integrará al libro que
comento), como una “obsesiva autorreflexión” sobre los postulados teóricos, epistemo-
lógicos y políticos que en definitiva es poco propicia para la acción transformadora.
Por el contrario, en Contra la criminología Cohen reflexiona y realiza aportes
ineludibles para los abolicionistas, siendo probablemente un de quienes más influyó
para sistematizar estas ideas, tan influyentes en esa década. Stanley Cohen prologó y
editó una muy importante compilación de textos abolicionistas (que se tradujo como
Abolicionismo penal, coordinado por Mariano Ciafardini, Lilián Bonanza y Alejandro
Alagia en Buenos Aires, por EDIAR en1989).
En toda esta década Cohen no dejaba de estar presente en los debates europeos y
americanos, pero había fijado su residencia, desde 1980 en Israel, donde había sido
designado director del Departamento de Criminología de la Universidad Hebrea de
Jerusalén.
Allí estaría hasta 1996, año en que regresa como profesor distinguido de la London
School of Economics, desde donde sería figura determinante para los estudios
especializados de esa casa en derechos humanos.
Precisamente en su estancia en Israel escribiría importantes artículos como el muy
citado "Intellectual Scepticism and Political Commitment: The Case of Radical
Criminology", Institute of Criminology, University of Amsterdam, (traducido por
Máximo Sozzo en 1994 “Escepticismo intelectual y compromiso político: la criminolo-
gía radical”, en Revista Delito y Sociedad, nº 4-5, Buenos Aires: Universidad de Buenos
Aires).
Pero también como parte del compromiso que Stanley y su esposa Ruth manifestaron
con los derechos humanos en el marco muy difícil de conflicto palestino-israelí, publicó
en 1991 "Talking about torture in Israel", en revista Tikkun, 6(6): 23-30, 89-90.
Valientemente señala que el Estado puede perpetrar horribles delitos, constatación que
será crucial para revolucionar, otra vez, el pensamiento criminológico.
En 1993 da comienzo a sus publicaciones que abren una nueva mirada para la
criminología, que se posará sobre los geocidios o masacres, sobre los delitos más graves
que puedan pensarse y sus condiciones de posibilidad. Publica ese año "Human rights
and crimes of the state: the culture of denial", Australian and New Zealand Journal of
Criminology, 26(2): 97-115 y en 1996 el artículo “Crímenes estatales de regímenes pre-
vios: conocimiento, responsabilidad y decisiones políticas sobre el pasado”, en Revista
Nueva Doctrina Penal, 1997/B, Buenos Aires: Editores Del Puerto, 1997, traducido por
Mary Beloff y Christian Courtis).
Pocos autores tienen el privilegio de aportar tres obras imprescindibles para el
pensamiento criminológico. Stanley Cohen lo consigue cuando en 2001 publica States
of Denial: Knowing about Atrocities and Suffering, editado por Polity Press (y traducido
como Estados de negación. Ensayo sobre atrocidades y sufrimiento, Buenos Aires,
Departamento de Publicaciones Facultad de Derecho UBA y British Council Argentina,
2005).
Dentro de la perspectiva denominada del “aprendizaje”, Gresham Sykes y David Matza
en el artículo “Técnicas de neutralización” de 1958, indicaban que no sólo el
comportamiento criminal era aprendido sino que también se aprendían una serie de
justificaciones de la conducta desviada que hacían posible inhibir o “neutralizar” los
mecanismos de control social que imponen determinados valores culturales. Las
principales de estas técnicas se relacionan con la “negación” (de la víctima, del daño, de
la responsabilidad). La aplicación de estas ideas a las violaciones masivas a los derechos
humanos le resulta de mucho provecho a Stanley Cohen para hacer una verdadera
“sociología de la negación”. Ello será necesario para analizar cómo fue –y es- posible
que se practiquen “atrocidades” sobre grandes masas de seres humanos, así como los
mecanismos para hacer posible tras esos hechos una convivencia que asuma ese terrible
pasado sin olvidar a las víctimas. En la primera parte del ensayo el autor demuestra
haberse sumergido en los conocimientos de psicología individual y social, los cuales
serán fundamentales para saber cómo opera la “negación” del propio hecho, de su
interpretación o de sus consecuencias. Esta técnica de defensa es operada tanto desde las
víctimas como desde los perpetradores y los testigos o espectadores que, con su
pasividad, permiten que la atrocidad suceda. Lo perturbador del asunto es que los
individuos, sociedades o Estados no son engañados o impedidos de conocer la realidad,
sino que son ellos mismos los que propician la negación. Tras ese punto, Cohen realiza
un análisis estructural sobre cómo opera la negación, en los distintos niveles, para
permitir y justificar las violaciones a derechos humanos.
También el autor incursiona en la evolución operada en diversos procesos
“transicionales” (en especial da cuenta en el libro de experiencias en la Europa post-
nazi, en Sudáfrica, en el Este de Europa post-soviético y en Latinoamérica) que
provocaron cambios en el derecho internacional. No sólo hace hincapié el autor en la
operatividad de los discursos oficiales del olvido, sino que también menciona las
paradojas de los cambios provocados por quienes luchan contra esos discursos,
principalmente las víctimas, y de las mismas burocracias de los derechos humanos,
tanto no gubernamentales como de tribunales internacionales. El capítulo 9 se dedica a
los distintos modelos de superación de la negación para conocer el pasado de regímenes
violatorios de derechos humanos (comisiones de Verdad, juicios penales,
compensaciones, homenajes o amnistías). Si bien la agenda de los primeros momentos
llevaba a privilegiar la tarea de “reconstrucción” y fortalecimiento del sistema
democrático, habría una estrategia postmoderna de sobre-reconocimiento y una
verdadera industria de la memoria. Las consecuencias de ello dificultan la estrategia de
la negación y parecen ser más bien inofensivas, aunque pueden tener efectos perversos.
Cohen advierte que “negar los horrores del pasado es inmoral, pero presentar disculpas
colectivas por el pasado a grupos enteros (o a sus representantes en la tierra décadas
después o incluso siglos más tarde) es ridículo”.
En este libro la voz “Imágenes” vuelve a aparecer aquí en sendos capítulos dedicados a
las representaciones del sufrimiento actual y sus manipulaciones y agotamientos,
también posibilitadores de un ocultamiento por sobre-exposición. Los cambios
culturales más recientes nos llevan peligrosamente hacia una nueva cultura
individualista de la negación, que coexiste con una salvífica conciencia de que se sabe
lo que pasa. No obstante, las imágenes permiten primero el reconocimiento, y luego la
acción y la intervención. Sobremanera con respecto al presente, pero también con el
pasado, creo que un verdadero proyecto de “vencer la negación” debe tener en cuenta
las complejidades apuntadas en esta parte del libro.
El final deja en claro que si el autor tolera los compromisos que hacen posible la
negación personal, no cree deseable limitar el conocimiento político sobre las
atrocidades, al que estima indispensable para que no se repitan. Su principal denuncia es
contra la indiferencia frente al otro, contra la negación del otro en su calidad de ser
humano. Las negaciones individualistas y hedonistas son, unidas a los reforzamientos
identitarios que hacen los Estados nacionales, las que facilitan la indiferencia cuando se
vulneran los derechos humanos de los que no son como “nosotros”. La visión política
de Stanley Cohen se decanta, entonces, contra la negación y por la justicia social para
lograr un mundo sin atrocidades ni sufrimientos.
Este es quizás el mejor legado que nos deja este gran hombre. Un enorme académico,
pero antes que nada una buena persona. Un ejemplo en donde mirar iconos, ídolos y
símbolos de carne y hueso.