sraffa y la teoria de los precios

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ALESSANDRO RONCAGLlA PROFESOR DE ECONOMíA POlíTICA DE LA FACULTAD DE DERECHO DE lA UNIVERSIDAD DE PEAUSA Sraffa y laTeoría de los Precios . ·mide, s. A.. Madrid Ediciones Pira

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Teoría del valor en Sraffa

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Page 1: Sraffa y la teoria de los precios

ALESSANDRO RONCAGLlA PROFESOR DE ECONOMíA POlíTICA DE LA FACULTAD DE DERECHO

DE lA UNIVERSIDAD DE PEAUSA

Sraffa y laTeoría de los Precios

• . ·mide, s. A.. Madrid~ Ediciones Pira

Page 2: Sraffa y la teoria de los precios

"'-­Di¡ec;tor de la Colección:

Andrés S. Suárez Suárcz Catedrático de Economía de la Empresa de la Univenidad Complutense de Madrid

Título de la ()bra original: SRAFFA E LA 'IEORIA DEI PREZZI

Traducción ele: Antonio Quevedo Fcrrcr

íNDICE ¡_ ="'~'~'_=_M' ._ \',., , .4/1"/'Ó~ 1"-'" :lr/,V r) ..-/ 11 ~ ,,~, """:&:'- .,JCf"~=". Introducción .... 9

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" o,. _. ... ', .•••••.•••_".,..../""""L=_=lC"''''''''ij'0' '

! ji iJ' /7 !'i /' p''/ :-.,.//. ,¡ PARTE PRIMERAr~~::.¿~t:~~e~~.~~~~::~ ;~;~

L~~.~.::~¿- .g.~~~,f~;d~>:t~ J. La teoría de los precios de producción _ 21

PARTE SEGUNDA

¡-UNI~-NÚ;-DE-~?S~RI0 1 2. Bienes básicos y bienes no básicos. 59

¡ Bd3UOT.-:CJ.\ I. 3. MerC3uda patrón y sistema patrón: el problema de la unidad inva* fiable <le medida. . . . . .. , , . . . _, , . _ . 76FACULTAD CE ECQNOM'.A

y AD(I'1INISTRACICNI, - 4. Salario de subsistencia y tipo de salario .. 94 Apéndice: Los !;istemas patrón. _ . 105

PARTE TERCERA

5. La obra de Sraffa y la crítk:a de la (eoría marginalista ..... 111"é; Gius. Laterza & Figli, Spa, Roma-Bar¡ F.DIClONES 1'IRAMIDE, S. A., 1980 6, «ProduccJón de mercancías por medio de mercancías» como crítica y Dl.lll R3.1ll6n oc la Cruz,67, Ma<1rid~1 superación de la metodología marginalisla, . 133 D:-p6sito legal: M. 17,326-1980

7. Sobre algunos problemas relativos a la relación entre «producciól1 ISBN: 84-368'üI40-7 de mercancías por medio de mcreancias» y el·marxismo .. 148 Printed in Spain lmprime: Hi}os de E. Minuesa. $. L Apéndices bibliográficos , , •..• , . 167 Ronda oe Tolello.14 - Madrid·5 Papel: Torras Hostench, S. A.

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INTRODUCCiÓN

1. Es muy común entre economistas la distinción entre estudios sobre un autor y estudios sobre un problema. En el primer caso, el tra­bajo es predominantemente de tipo interpretativo y, desde el punto de vista analítico, sólo interesan los límites de validez de las teorías expues­tas por el autor; en el segundo caso, la investigación puede limitarse a reseñar las teorías existentes relativas al problema considerado, o puede tender a individuar una nueva teoría. Consiguientemente, está bastante difundida la convicción de que un estudio sobre un problema puede ent faf en el campo de la historia del análisis económico o en el de la tcoría propiamente dicha, mientras que la investigación sobre un autor se limitaría necesariamente al ámbito de la historia del análisis, porque no se podría hacer otra cosa que exponer y valorar teorías ya pro~

puestas. Dicha opinión, y la clasificación misma en la que se hasa, presupone

la existencia de llna continuidad en el trabajo de investigación; las «me· jores» entre las teorías existentes constituyen una «frontera», y el estu­dioso, al desarrollar su labor de análisis, no puede evitar encontrarse a un lado u otro de la misma. Es un aspecto por el que se enjuician como hecho objetivo los resultados de una investigación, asimilando la ciencia económica a las ciencias naturales, y se considera la validez de sus pro­posiciones con independencia del contexto histórico y social en el que se lograron, e incluso de aquel al que se refieren. De este modo, es suficien­te la sola existencia de las bibliotecas para hacer imposible una vuelta hacia atrás; la ((frontera de la teoría» avanza cada vez más, a medida que se añaden nuevos resultados a los ya conocidos y los «superan».

Tal concepción metodológica conduce, pues, a considerar la invcsti­

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10 (ntfoduccián

gación cient ífica, tanto en el campo de las cienéias humanas como en el de las ciencias naturales, como una marcha triunfal hacia la verdad. Sc trata de ulla concepción que predominó durante mucho tiempo, en el siglo pasado y a comienzos de éste; el historiador Carr, por ejemplo¡ re­cuerda las declaraciones en torno a esto del primer director de la Cambridge 1\1fodern HislofY, Actoo, en 1896 1

• Los economistas se pueden remontar a Torrens, quien al principio de su Ensayo sobre la producción de la riqueza (1821) declaraba creer ya cercano el momento en que en la ciencia económica no habría lugar para las discusiones sobre los principios fundamentales de la teoría, por estar resueltos todos los problemas2 • Pero también en tiempos más recientes erigió Schumpc­(er un monumento a esta (.;ün¡;ep¡;ióll consu grandiosa lIó·toria delanálisis económico3 , Schumpeter distingue cntre «economía política» y «análisis económico»: la primera es la interpretación del funcionamiento de un sistema económico, basada necesariamente en la «visión del mundo» (Weltanschauung) del teórico y, por tanto, ideológicamente condiciona· da; la segunda, en cambio, es ese conjunto de técnicas e instrumentos analíticos usados por los estudiosos en la elaboración de sus sistemas teó­ricos, que pueden ser juzgados independientemente de todo prejuicio ideológico. La historia del análisis económico presenta, pues, un «progreso científico») continuo, en el mismo sentido en que ~(podemos

decir que ha habido progreso técnico en la extracción de dientes desde el tiempo de John Stuart MilI al nuestro»".

La concepción de Schumpetcr, aunque todavía muy difundida, ha sido abandonada por los teóricos más juiciosos. Corno Dobb manifestó,

no e~ posible mantener la distinción que intentó trazar Schumpeter cntre Economía como análisis puro y como visión del proceso económico en el que entra inevitablemente una co­loración ideológica, a no ser qne se limile la primera al simple armazón formal de enunciados económicos, excluyenctb la teoría económica como afirmación sustancial sobre las rela­ciones concretas de la sociedad económica; puesto que en la

I E. H. Can, Whaf ü; llislory? (l." ell. Macmman, Londres, 1961), Pcngu¡n Books, Harmondsworth, J9G8. pág. 7.

2 R. Torren':>, Saggio sul!a produzione del/u ricchezza, ed. it. preparada por A. Ron· caglia, Milán, 1972, pág. 10.

3 J. ~khumpcter, Storia deli'anafisi economicn. 3 voL, trad_ 11. de P Sy!os Labini y L. Occhionero, Turin, 1959 (ed. origina':. póstuma, Nueva YOIk, 1954).

4 Ibídem. vol. 1, pág. 50. .

(ntroducción 11

formulación de esta úhima, y en la valoración de su grado de realismo, no pueden dejar de entrar intuición histórica, pers­pectiva y visión sociaP.

2. Esta breve premisa metodológica era necesaria para evítar fna~ ¡entendidos. En efecto, en las páginas que siguen, examinaremos un problema -el de los precios relativos- estudiando las teorías de un autor, Piero Sraffa, expuestas hace varios años. Por ello, a primera vis­ta, se clasificaría este estudio entre los dc historia del análisis. Y, eviden­temente, esa colocación es correcla por diversos aspectos. Pero es im­portante entender que en nuestro caso, como en muchos otros análogos, la distindón misma entre estudio.') sobre un autor y estudios sobre un problema, entre historia del análisis y análisis propiamente dicho, está de más. Efectivamente, en el caso de la teoría de Sraffa no nos cnconlra­mas frente a un trabajo que se pueda situar en una frontera teórica ya cxiste111e, delante o detrás de ella, según el juicio del lector; nos en­contramos frente a un trabajo que se sitúa en un espacio completamente distinto, pues distíntas Son las «reglas del juego), es- decir, el ámbito <.:onceptual y metodológico.

La comprensión dcl alcance revolucionario del análisis sraffiano quizá se ha visto obstaculizada por el hecho de que, en Produccián de mercancías, no se explicita el cuadro dc refercncia conccptual en el que colocar el estudio de los pre~jos de producción; en otras palabras, no se explicaría con bastante amplitud (en realidad se encuent.ran algunos in~ dicios. como veremos) qué debemos ent.ender por precios de produc­dón, por técnk'a, y así sucesivamente, y en qué relación se encuentra el problema estudiado con los demás problemas de la economía política (desarrollo, distribución, etc.). Se fadlitaron así numerosOs intentos, a veces también Ínconscicntcs, de inscrción dcl csquema de Sraffa en / el contexto tradicional dcl análisis de los precios de equilibrio.

La búsqueda de continuidad, donde no existía, indujo a llludlOS a descuidar la sustancia de las teorías sraffianas a favor del análisis de sus aspectos formales. En este ámbito, en efecto, era más fácil individuar analogías COn las teorías predominantes y ~ra posible también hallar de~ menlos que permitieran encasillar las teorías de Sraffa en el marco de la

5 M. Dobb, Theories o/ Value and DiSlnbution Since Adam Smilh, Cambridge, 1973, págs. 35·36. Para u'na crítica a la cuncepción del llesarrollo teórico COIllO progreso conli­nuo, véase E. Carr, op. cit. En d campo de las ciencias físicas, el carácter no lineal del ca­mino de la investigación científica ha sido defendido por T. S. Kuhn. La sfruftura del/e d. voluzioni Jciellli]iche, trad. ¡t. de A. Carugo, Turín, 1969.

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12 Introducción

investigación tradicional, siguiendo el método de «cambiar algo para que nada cambie}}, experimentado ya con discreto éxito en la teoría key­nesiana. El haber adoptado el punto de vista de la continuidad en la in­vestigación científica impidió, frecuentemente, comprender el alcance innovador de las ideas recogidas en Producción de mercancías.

Por este motivo, creemos útil estudiar el cuadro de referencia en el que es posible situar las teorías de Sraffa, concentrándonos especial­mente en los aspectos conceptuales y metodológicos, que permiten po­ner mejor de relieve el abandono del modo tradicional de estudiar los problemas económicos a favor de un ámbito diverso, más afín al de los economistas clásicos ingleses y, sobre todo, de Marx.

3. El análisis tradicional al que nos hemos referido antes es, evi­dentemente, el de la «escuela marginalista», que se jacta de un dominio ya secular en el campo de la teoría económica. Característica dominante de esta escuela es la tendencia a elaborar una teoría deductiva, general, precisa, según el modelo de las «ciencias exactas}}, como la física, de las que también toma prestada en gran medida la terminología. Una teoría que, partiendo de algunos axiomas (medios escasos, ordenación de los fines), pretende reducir lodos los problemas económicos a uno solo: có~

mo obtener el meíximo resultado con un esfuerzo dado, o un resultado dado con el mínimo esfuerzo.

También se reducen a un problema de comportamiento racional frente a medios escasos y fines alternativos las relaciones sociales entre los hombres, en la producción y en la distribución de la renta. En efecto, el problema de la distribución es resuelto como caso particular c¡ie la teoría del precio: cada uno de los «factores de produccióm> (trabaJado­res, tierras, medios de producción) es cedido a los empresarios a un pre­cio que depende de su utilidad y escasez relativa respecto a los fines, es decir, a los gustos de los consumidores.

Una convicción difundida, compartida también por economistas no marginalistas, es que el aneílisis dc Sraffa y de los «sraffianos)} (como Garegnani, Pasinetti, Spaventa) ha dado como único resultado una crítica puramente lógica; es decir, una acusación de incoherencia inter­na, limitada a una rama particular de la teoría marginalista: la basada en la función agregada de producción. En realidad, como hemos afir­mado antes y como intentaremos demostrar, la crítica a la teoría margi­nalista a la que conduce el trabajo de Sraffa no es únicamente formal. Procede, en primer lugar, de su rechazo de la «visión del mundm> mar­ginalista y conlleva, pues, la propuesta -implícita en parte, pero en

Introducción 13

parte claramente delineada- de un aparato conceptual diverso y de una diversa metodología.

4. A propósito de esto, se ha observado que la obra de Sraffa, :'ii­t.uándose en decidida contraposición a la escuela marginalista, propone un «retorno a los clásicos}}; y en tal sentido se ha hablado de teoría «neo·ricardiana}}. Al examinar los problemas afrontados por Sraffa, los conceptos usados en el análisb y el método mismo de análisis, 110 sólo habrá que ver cómo son diversos de los propios de la escuela marginalis­ta, síno también hasta qué punto concuerdan con los de los economistas clásicos.

Como veremos, hay semejanzas, pero también diferencias, y hay que guardarse de aproximaciones demasiado apresuradas y superfi­ciales, basadas en elementos predominantemente formales. La identifi­cación de analogías entre Sraffa y los economistas clásicos deriva muy a menudo, efectivamente, de una lectura hecha con gafas marginalistas; es lo que sucede, por ejemplo, cuando se une la teoría de Sraffa a la de los clásicos bajo la etiqueta común de los «rendimientos constantes»,

Una lectura «marginalista» de los clásicos, además, facilita la super­valoración de los elementos formales de conlinuidad entre clásicos y marginalistas y la infravaloración de las diferencias conceptuales y de método. Esto sucedió, por ejemplo, cuando se presentó la teoría margi­nalista como una extensión de la teoría ricardiana de la renta, o, aÚn más grave desde nueslro punto de vista, cuando se considera la teoría marginalista del equilibrio económico general como la coronación de la tcoría clásica de los precios. La primera, en efecto, representaría el «cierre» de la segunda, porque la completaría introduciendo cn ella las funciones de demanda y remediando, así, la «unilateralidad» de los eco­nomistas clásicos, que se centraban en el aspecto de la producción des­cuidando el del consumo.

La analogía entre las t.eorías de Sraffa y las de los clásicos no se en­cuentra, pues, en la hipótesis de rendimientos constantes, o en el intento de construir un sernisistema de equilibrio general. Como veremos, la ba­se común la forman, más bien, los conceptos de precio de producción y competencia. De todos modos, advertimos que las referencias a este o aquel autor en las páginas que siguen no persiguen tanto el objetivo de individuar un nexo en la historia dcl pensamiento cuanto aclarar, por analogía o diferencia, el significado de un concepto o del modo de afrontar un problema.\ Una lectura de los clásicos que muestran mayor afinidad con Sraffa puede ofrecer, especialmente, indicios útiles para

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14 Introducción

identificar el cuadro de referencia del análisis de los precios de produc­ción.

s. Sin embargo, hay una profunda diferencia entre Sraffa y los economistas clásicos premarxianos que hasta ahora estuvo completa­mente olvidada. Sraffa, a diferencia de ellos, excluye de su análisis todo problema relativo a la relación entre precios de producción y precios de mercado. Los precios de producción estudiados por él son sencillamente aquellos precios que, para niveles dados de actividad, corresponden a un tipo de beneficio uniforme en todas las industrias. Pero se trata, en rca­lidad. de un tipo de beneficio contable. en cuanto que nada se dice de la efectiva realización de las cantidades producidas de los diferentes bienes. Por tanto, entre las premisas explícitas o implícitas de Sraffa no se encuentra la de la igualdad agregada entre cantidades producidas y ofrecidas, por un lado. y cantidades demandadas, por el otro. Esto es, su análisis no implica en modo alguno la «ley de Say» (o «ley de sali­das»), según la cual «la oferta crea su propia demanda», es decir, la demanda agregada concuerda necesariamente con la oferta agregada.

Dicha leyes corolario lógico de la identificación entre ahorros e in­versiones llcvada él cabo por los economista~ premarxianos. En ella, la tesis se basaba en que en la sociedad capitalista no eran posibles crisis ge­nerales de superproducción. La hipótesis de salarios completamente COIl­

sumidos y de beneficios completamente ahorrados o invertidos propor­cionaba, además, una «justificación de los beneficios, porque de ellos dependía la tasa de acumulación del sistema, es decir, el desarrollo de la acumulación y de la renta. Se llegaba así a afirmar una coincidencia entre los intereses a largo plazo dcJos trabajadores yde los capitalistas, a los que se contraponían aquellos grupos, los terratenientes en primer lugar, que lograban adueñarse de una parle de la plusvalía destinándola después a consumos dc lujo, es decir, substrayéndola a la acumulación.

Esta visión, propia de muehos de los representantes más autorizados tIc la escuela ricardiana, se la atribuyen cxplícHamente a Sraffa cuan­tos intentan defender la inconciliabilidad entre su teoría de los precios y la teoría marxiana del valor. En tal sentido, se habla de Sraffa como del jefe dcl neo-ricar<lismo, atribuyéndosele una visión «armónica» del siste· ma capitalista inconciliable con la teoría marxiana, que pone en eviden­cia también las ineliminables contradicciones internas del capitalismo; en primer lugar, el contraste de intereses entre trabajadores, explotados, y capitalistas, explotadores.

De ese modo, se comete un clamoroso error dc interpretación y se

Introducción 15

pierde uno de los a.l)pectos más interesantes del análisis de Sraffa. Éste, en efecto, es algo más que un puro y simple rechazo del marginalismo a favor de un «retorno a los clásicos». porque llcva implícita una atenta obra de depuración de aquellos elementos en los conceptos clásicos que, como la «ley de Say». conducen a una interpretación equivocada del des­arrollo capitalista. Y no debe asombrarnos que tal obra de depuración no se haya efectuado mediante críticas explícitas a proposiciones cuyos límites, después <le Keynes, son universalmente conocidos. Con el aban­dono de la «ley de Say», el esquema sraffiano resulta compatible, y no en conflicto, con el análisis keynesiano, a cuya elaboración contribuyó Sraffa. El estudio de Sraffa sobre los precios rc1ativos debería favore­ccr también una obra de depuración de la teoria kcyncsiana, que se liberaría de sus residuos marginalistas 6.

6. El neo-dcardismo en el sentido indicado es, en efecto, una de las interpretaciones posibles del esquema sraffiano, cuando se le aílada la hipótesis de igualdad entre cantidades producidas y demandadas de los diferentes bienes. Del mismo modo, por otra partc. el esquema sraf­fiano podría scr considerado también un caso partkular del esquema marginalista de equilibrio económico general, cuando se introduzca la hipótesis dc rendimientos constantes y se interpreten en sentido neoclá~

sico los diversos conceptos (por ejemplo, el tipo de beneficio se convertiría en un tipo de interés determinado por las preferencias inter­temporales). Pero, por el hecho de que a una teoría correcta de por sí, se le puedan añadir elementos espurios hasta el punto de desnaturalizar su significado, no hay motivo suficiente para rechazar su núcleo central.

Los ataques de los «oca-marxistas» al «neo-ricardismo» se pueden aceptar, pues, no como crítica directa al análisis de Sraffa, sino como crítica a una posible desviación, anti-keynesiana además de anti­marxiana, en su intepretación. En realidad, muy a menudo, .tales ata­ques pretenden no tanto poner en evidencia este punto como, más bien, recordar los objetivos diversos de los dos análisis: la mayor amplitud de la investigación marxiana respecto a la sraffiana que, concentrándose sobre las relaciones de cambio, asume como datos, por ejemplo, el ám­bito institucional y la tecnología.

De todos modos, tal observación no puede constituir una crítica al análisis sraffiano de por sí. En cambio, con demasiada frecuencia, sir­

6 En las páginas que siguen, no se afrontan ni este problema ni, más en general, el de fa relación entre el pensamiento de Sraffa y el pensamiento de Keynes.

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16 Inlruducción

vió de cómodo pretexto, frente a las indudables dificulr,a<!cs de leclura que presenta Producción de mercancías, para quedarse en el título y rechazar in tolo los resultado::; logrados por Sraffa. Algunos neo­marxistas llegaron a tomar una actitud de equidistancia entre IICO­

ricardianos y marginalistas, actitud extremada-mente dañosa para el des­arrollo del marxismo mismo.

En efecto, por muy distintos que sean los objetivo::; de los estudios de Marx y Sraffa, es indudable que existe una conexión enlre ellos. Por un lado, el prohlema de los precios relativos afrontado por Sraffa es, por decirlo así, «interno» del estudio del ¡¡istema capitalista y presupone, pues, por definición, el cuadro institucional estudiado por Marx; así, muchos de los conceptos utilizados por Sraffa sólo encuentran una explicación completa en el análisis, más general, de Marx. Por otro la­do, los resultados de Sraffa sirven de indudable ayuda al desarrollo de la teoría marxiana, por varios motivos.

En ¡lrimer lugar, pueden servir (como sucedió efectivamente) para criticar y rechazar llna teoría como la marginalista, que no sólo dc­mosl ró ser instrumento inválido para la comprensi0n de los fenómenos económicos, sino que, sobre todo, se basaba en una teoría del valor (en el sentido de causa del valor, no sólo ele medida a efectos del análisis de las relaciones de cambio) alternaliva a la marxiana. Criticando las teo­rías marginalistas de los precios y de la distribución, se critica im­plícitamente, por su esterilidad, la concepción del mundo que está en la hase.

En segundo lugar, el esquema de determinación de los precios relati­vos ilustrado por Sraffa constituye la solución de un problema afronta­do por el mismo Marx en el terccr volumen de El capital; y esto debería permitir, entre otras cosas, aclarar mejor el significado de algunos con­ceptos, C0l110 el de los precios de producción y su reladón con los valores-trabajo.

7. El presente estudio, cuyos fines se han delineado brevemente en esta introducción, se ha dividido en tres parles. En la primera, cuyos re­sultado:; sirven de base a las otras dos, se examina el cuadro de referen­da en el que es posible inserir el esquema sraffiano para el estudio de los precio~ relativo:;. Es decir, se intenta aclarar el significado del concepto de precio tIe producción, de la hipótesis de beneficio uniforme en los di­ferentes sectores y otros aspectos del análisis sraffiano, a través de una confrontación con los elementos correspondientes del análisis de la es­cuela clásica y de la escuela marginalista.

Introducción 17

En la segunda parte se examinan algunos inslrumcntos analíticos, propuestos por Sraffa, para el estudio de los precios relativos: la distin­ción enLre bienes básicos y no básicos, la mercancía patrón, la separa­ción en el salario de una parte de subsistencia y otn.l de excedente. Todo permite, además, verificar y profundizar el an{¡]isis desarrollado en la primera parte. El (¡Itimo punto, relativo al salario, sirve también para aclarar que la ausL'ncia del concepto de fuerza-trabajo en el análisis de los precios relat ¡vos no representa una recaída en el error ricardiano, puesto de manifiesto por Marx, de falta de distinción entre trabajo y fuerza-trabajo, sino, más sencillamente, una simplificación hecha pa­siblc por los límites del análisis.

Se pasa~ en la tercera parte, a una confrontación de la tcoría sraf­fiana con la teoría marginalista y con la marxiana. Después de una valo­ración crítica de las teorias marginalístas, basada en los resultados del análisis de Sraffa, se intenta confrontar la metodología marginalista con la implícita en la investigación de éste. Por último, se afronta el proble­ma de la relación entre Sraffa y Marx, pero, es necesario advertir, mas desde el punto de vista de tina defensa del análisis sraffiano de las críticas de los neo-marxistas que desde el punto de vista de una valora­ción de la obra de Marx, «puesta al día» a la luz de los resultados alcan­zados por Srafla. Tal valoración requeriría un examen exhaustivo de la teoría dcl valor de Marx, que está fuera de los límites de este trabajo.

Univcrsidad de Perusa, noviembre de 1974 /\. R.

NO((f.-E'!itc e'!itudio ha '!iido (it::mrroUado, en parte, durante una estancia en Cambriuge (Inglaterra), financiada por IIna beca del Consejo Nacional de Inves­tigaciones (Consiglio Nazionale de1le Ricerche). Hemos oblenido notables vcnta­jas dc las numerosas discusiones mantenidas con varias personas sobre redac­ciones precedentes de este trabajo o sobre las ideas que están a la base del mis­mo. Una primera versión del capítulo 4 fue di'!icutida durante el Symposium Oll

Nonneoclassical Economics (Niza, septiembre 1972); y una primera versión de los capítu{os 5 y 6 durante el Co!loljue ,-S'raffa (Amiens, junio 1973). El texto fr ....TIcés de tales comunicaciones será publicado en las correspondientes Actas; una rcclaboración del trabajo presentado en Niza fue publicado en inglés en los «Australian Economic Papers~), junio 1974. En especial, deseo darles las gradas por sm útiles observaciones a K. Bharadwaj, 1. Eatwel!, P. Garegnani, L. MeJ­dolesi, M. Nuti, L. Pasinetti, M. Ridolfi. L. Spaventa, P. Sraffa, P. SyJos Labí­ni, M. Tonveronachi. Esto no disminuye, claro está, la plena responsabilidad del escritor [JOI' las ideas defendidas en e~le trabajo.

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1La teoría de los precios de producción

1. Piero Sraffa ofreció con Producción de mercancías por medio de mercancias l

, hace catorce años, su principal contribución a la t.eoría de los precios de producción. Esta aportación constructiva la pierden frecuentemente de vista cuantos creen que el principal resultado de la in· vcstigación de Sraffa es su crítica a los intentos de medir el capital en términos independientes de la distribución 2

, Y sin embargo, el objeto central de Producción de mercancías está const.ituido, indudablemente, por el análisis de los precios de producción; la crítica del concepto agrch gado de capital. entre otras, es un aspecto del análisis de los precios, porque desciende precisamente de una correcta enunciación de la teoría de los rrccio~.

Numerosos malentendidos relativos a este aspecto de la teoría sraf­fiana se vieron después facilitados por la tendencia a colocar el esquema de Sraffa en el contt:xto tradicional del análisis marginalista, siendo así que tal esquema propone ímplícitamente un diverso contexto concep· tual y metodológit:o, En este capítulo intentilrcmos justificar tal afirma­ción, delineando el cuadro de referencia más apropiado, a nuestro pare­cer, para el análisis sraffiano de los precios de producción. Así, tendre­mos también ocasión de verificar la tesis según la cual la investigación de Sraffa representa una vuelta a las concepciones de los economistas ingleses clásícos; una tesis frecuentemente repetida, tal vez de modo de· masiac!o acrítico. Pero, sobre todo, veremos que el análisis sraffiano posee en sí los gérmenes de un cambio conceptual y metodológico

J p, Sraffa, Produzione di merci u mazo di meró, Turín, 1960. 2 Sobre este punto, cfr. cap. 5.

,.1

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22 Sraffa y la teoria de los precios

mucho más radical que el que generalmente se quiere creer y hacer creer; veremos que implica el abandono no sólo de algunas teorías desarroHa~ das por economistas marginalistas, sino de su mismo modo de definir y afrontar los problemas.

2. Comencemos resumiendo brevemente los resullados analíticos de Producci6n de mercancías.

Sraffa muestra, en primer lugar. que en un sistema de producción por subsistencia (<<que apenas produce lo necesario para cont.inuar sub· sistiendo»), cuando «las mercancías son prodúcidas por industrias dis· tintas», «existe una sola serie de valores de cambio, los cuales, si son adoptados por el mercado, permiten restablecer la distribución origina­ria dc los productos, creando de ese modo las condiciones necesarias pa~

ra que se pueda renovar el proceso; estos valores manan directamente de los métodos de producciófl»3.

Si el sistema económico considerado está en condición de producir un excedente, también «la repartición del excedente debe hacerse a tra­vés Lid mismo mecanismo y en el mismo ticmpo en que acaece la detcr· minación de los precios de las mcrcancía..'m4

• Si el salario puede superar el nivel de subsistencia, los precios relativos y una de las variables distri­butivas (salario o tipo de beneficio) se pueden determinar conjuntamen~

te, una vez conocida la tecnología y la otra variable distributiva: El problema central de la teoría de los precios. de producción es «el

secreto del movimiento de los precios relativos que acompaña a una va­riación del salario)); dicho secreto, como sabían ya los economistas clá~ siros y Marx, «reside en la desigualdad de ias proporciones con que se emplean en las diferentes iQdustrias el trabajo y los medios de produc­cióm). En efecto, «si tal proporción fuera uniforme para todas las in~ dustrias, no podría producirse ningún cambio de preciQ»), mientras que «es imposible que los precios continúen inmutados cuando las propor­ciones no sun iguales})5.

Como veremos más adelante (capítulo 2), Sraffa estudia también la influencia sobre los precios relat.ivos de variaciones en las condiciones de producción (en el sentido limit.ado de variaciones de los coeficientes técnicos en una industria, para niveles constantes de producción) distin­guiendo entre bienes básicos y biencs no básicos: en el caso de los prime~

3 P. Sraffa, op. cit., págs. 3 y 4. 4 Ibídem, pág. 8. s Ibídem, pág. 16.

Sraffa y la teoría de los precios 23

ros, que son los bienes directa o indirectamente necesarios a todos los procesos productivos del sistema, se tiene una repercusión general sobre el conjunto de los bienes relativos y sobre la relación entre salario y tipo de beneficio, mientras que si la variación afecta a los segundos (es decir, a aquellos bienes que no se usan como medios de producción o lo son para producirse a sí mismos o a otros bienes no básicos) su influencia es~

tá circunscrita únicamente a las relaciones de cambio entre los bienes no básicos interesados y todos los demás bienes y no se extiende a las rela­ciones de cambio entre bienes básicos y a la relación entre salario y tipo de beneficio. Veremos además (capítulo 3) que Sraffa elabora. para exa­minar mejor el comportamiento de los precios relativos al variar la distribución, una construcción auxiliar, la «mercancía patrón}}: una mercancía compuesta cuyo precio, en términos de la totalidad de sus me~

dios de producción, no cambia al variar la dist.ribución. Completa el análisis de los precios de producción el examen del caso

de los pr,oductos conjuntos Y. dentro de esta categoda. de los bienes ca· pitales fijos, así como el caso dc medios de producción escasos o ¡rreproducibles, como la tierra 6. Pero el examen de estos casos no supone modificaciones sustanciales cn el esquema simplificado expuesto por Sraffa en la primera parte de su libro y no nos extenderemos sobre ellos 7.

3. El análisis esbozado presenta una primera y fundamental analogía de perspectiva con la de los economistas clásicos ingleses y la dc Marx: el haber puesto cl acento sobre una característica escncíal de !r"

las mercancías en una sociedad capitalista, esto es, su reproducibilidad. En cambio, 10.s economistas marginali.sta.s centran su análisis en el problema de la escasez de bienes disponibles para hacer frentc, directa o indirectamente, a las necesidades y deseos humanos.

Volveremos varias veces sobre la contrapo!\ición entre los dos puntos de vista. pero conviene que aclaremos inmediatamente algunos aspec­tos. En primer lugar, observamos que la atribución a las mercancías de la connOlación de cscasez no es monopolio de la cuncepción margina­

6 Ibídem, cars. Vil·XI. 7 Se consideran algunos problemas relativos al estudio sraffiana de estos casos en C.

Manara, JI modello di Piero Sra!fa per laproduzione cOllgiunta di merci a mezzo di meró, «L'lndustria», núm. 1, 1968, págs. 3·18; B. Sehcfold, Mr. Sraffa on JoiJll Production, Basilca, 1971; A. Roncaglia, Ji capitalefi8so in Uf! modello di produzione circolare, «Studi economici», XXVI, 1971, págs. 232·245; A. Quadrio Curzio, Rendita e distribuzione in un modello economico piuriseuuriaie, Milán. 1967; G. Montani, La teoria neoricardiana della rendita, «L'lndustria), núms. 3-4, 1972. págs. 221·243.

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24 Smfla y Iü teoría de los precios

lista; también para los clásicos, en efecto, son escasas las mercancías res­pecto a las necesidades, en el seniido de que para cada mercancía, la canti~

dad disponible; en un momento dado, es inferior a la suficiente para la completa satisfacción de la demanda en la hipÓlcsis de precio nulo. Íjstces un elemento esencial del concepto de mercancía: el aire, que es necesario, pero está disponible en cantidades superiores a nuestras necesidades (con­taminación aparle) no tiene un precio positivo y no es una mercancía, no pudiendo ser objeto, por este motivo, de cambio en el mercado.

La diferencia entre la concepción clásica y la marginalista, desde este punto dI:: vista, está en la diversa función atribuida al rasgo de escasez. Para los cJásícos, la escasez era un simple requisito previo de la mercancía, cuyo precio (como veremos más adelante, en el apartado 8) se determinaba en base a los costes «físicos» de producción; de este mo­do se ponía el acento sobre el carácter de reproducibilidad de la mercancía.

Por el contrario, los marginalistas consideran los precios como <<in­dicios de escasez», atribuyendo a ésta un rasgo cuantitativo. La medida de la escasez se obtiene a través de la confrontación entre cantidades de­mandadas y cantidades disponibles del bien considerado, para varios ni­veles de precio; en el ámbito de esquemas más generales, a través de la confrontación ent.re demanda «final» de los consumidores y la disponi­bilidad de Jos bienes escasos utilizados como medios de producción; o, más exactamente, de los «factores primarios» ti «originarios» de pro­ducción, como la tierra y el trabajol dado que los medios de producción producidos y reproducibles no constituyen más que un simple anillo in­termedio entre dos extremos, y la cantidad disponible ele cada lino de ellos sólo se puede considerar dada en e( ámbito de modelos a breve pla­zo (como aquellos de los que nos ocuparemos más adelante, en el capítulo 5).

La escasez de los «factores originarios de producción» no constituye, de todos modos, un problema para las teorías clásicas dc los precios. Los economistas clásicos no usan la expresión «factor de producció1V), mientras que en el ámbito de las teorías marginalislas es una manifesta­ción terminológica del intcnto de poner en un mismo plano las varias <:ategorías de rendimiento (salario, renta, beneficio), identificando una «contribución productiva» para cada «factor de produccióm>. Además, los clásicos, defensores generalmente de la teoría malthusiana de la población y, de cualquier modo, testigos de una época en la que los sec­tores tradicionales -artcsanía y agricultura- constituían inagotables depósitos de mano de obra para el sector capitalista, no consideraban el

Sra!fa y la leoría de los I

trabajo un «factor escaso», sino un medio de producción, reproolJ.\",,, ... también a gran escala.

En cuanto a la tierra, lejos de ser uno de los elementos hásicos en cl esquema de determinación de Jos precios, era relegada al papel de complicación secundaria, que había que eliminar del esquema sirnr1ifí~

cado que constituía el núcleo de la teoría. La llamada teoría rícardiana de la renta (propuesta, en realidad, por primera vez por Mallhus, Wcst y quizá Torrens, cada uno por separado ll

) desempeñaba precisamente esta función: en el esquema para la determinación de los precios basado en técnicas de producción relativa a varias industrias sólo se considera, entre lodas las técnicas relativas a la producción agrícola sobre terrenos dotados de diversa fertilidad, la correspondiente a la tierra marginal, es decír, a la tierra que no da renta. De ese modo, la determinación de la renta de las tierras más fértiles se puede hacer tras la determinación de los precios, y este último problema resulta «depurado» dcl primero'). En general, se puede adoptar un método análogo al seguido para la tierra respecto a todos Jos medios de producción disponibles en cantidad esca­sa con relación a lo necesario, y que no sean producibles l0,

B efr. T. Malthus, The Grounds ofan Opinion on lhe Poli(y 01Restricting lhe /mpor­[(¡tifHl (~f Foreing COfll, Londres (3 fehrero). J815; E. West, &50Y OfJ ¡he Applica!ioJl 01 Capital {() Land, Londres (13 febrero), 1815 (publicado anónimo); R. Torrens, A" Essay on lhe Fxlernal Corn Trade, Londres (24 febrero), 1815; D. Ricardo, An Essay 01/ the /nlluence 01 a Low Price ofCorn Ofl the Profils of Stock, Londres (24 febrero), 1815. La cronología de las publicaciones fue establecida y discutida por P. Sraffa, Nore on ((Es,\'(JY on ProJiIS)}, en D. Ricardo, Works amI Correspondence, pwparada por P. Sra ITa, volumen III, Cilmbridge, 1951, págs. 3-IL

9 fin el esquema de Snlffa. los recursos naturales escasos, «empleados en la produc­ción sin que sean dIos mismos producidos, represelllan la inversa de aquellas mercancías que, aunque produddas, no son usadas en la producción» (las mercancías no básicas de las que hablaremos en el capítulo 2), Por consiguiente, no cntran en el núclco central del esquema de determinación de los precios (al que Sraffa llama sistema patrón; cfl. más adelante el capItulo 3); además, los impuestos sobre la renta de los recursos naturales «no pueden tener ningún efecto sobre los precios de las mercancías y sobre el tipo de benefi­cio»), dado el tipo de salario (P. Srana, Produzione di meró, cit., pág. 94).

10 Sra ITa mismo no habla sólo de la tierra, sino, más en general, de los «recursos natu· rales usados para la producción, CDmo la tierra y lo~ yacimientos minerales, que siendo cs­casos permiten a sus propietarios ootencl lIna rcnla» (op. cit., pág. 94). Para determinar el precio del medio de producción no producido es suficiente que existan dos métodos alter­nativos para la producción de un mbmo bicn: uno que utilice como medio de producción el bien disponible en cantidad cscasa y otro que no 10 utilice (o lo utilice en medida mínima, de modo que la cantidad existente del mismo sea más que suficiente para obtener con ese método la cantidad exigida del bien producido). Puesto que cada bien tiene un solo precio, también cuando para producirlo se adoptan varios métodos, el predo del medio dc producción escaso sera deducible dc la diversa ((productividad}i de los dos métodos alter­nativos de producción y asumirá, pues, caractcrísticas análogas a la renta de la tierra.

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26 Sraffa y la teoría de las precias

En la práctica, pues, s6lo se excluyen del esquema clásico los bienes escasos ¡rreproducibles directamente, destinados al consumo, como cuadros, estatuas, vinos de especial calidad. Pero, como recuerdan los clásicos, estos bienes tienen poca importancia en un sistema capitalista y se pueden pasar por alto ll

; la reproducibiJidad proporciona una base su­ficiente para la determinación de los precios «normales» de todos los de. más bienes.

4. Sraffa mismo recuerda, en el Prólogo de su libro, que el punto de vista desde el que afronta el análisis de las relaciones de cambio es el mismo que el de los economistas clásicos: Smith y Ricardo en primer lu­gar. y en el apartado 7, donde discute el significado que hay que atri­buir a los precios objeto de su análisis, Sraffa afirma que «términos clá­sicos como "precio necesario", "precio natural" o "precio de produc­ción" serían totalmente apropiados» en el ámbito de su análisis12.

Sraffa aclara el significado de tales términos negativamente, seña­lando los errores principales en los que, de no ser así, es posible caer en el análisis de los precios relativos. En primer lugar, explica que el térmi­no «coste de producción» es demasiado unilateral, en cuanto ligado implicitamente a la idea de que los precios de los productos son deter­minados por los costes, es decir, por las cantidades y los precios de los medios de producción directamente precisos para producirlos. Pero esta concepción sólo tiene sentido en caso de que los costes sean «magnitu­des susceptibles de ser medidas independientemente de la determinación de los precios de los productos, y con anterioridad a ella», cosa que sólo sucede para aquellos bienes que no son, directa o indirectamente, necesa­rios para la producción 13. En general, entre precios y costes se da una influencia recíproca: en efecto, para determinar el precio de un bien nc. cesario para la producci6n hay que tener en cuenta todo el sistema de in­

11 Ricardo expresaba una opinión común cuando en un conocido pasaje de sus Princi­pios afirmaba: «Hay algunas mercancías cuyo valor está determinado únicamente por su escasez. No hay trabajo Que pueda aumentar la cantidad de tales bienes y no es posible, pues, que su valor disminuya por un aumento de la oferta. Responden a esta categoria al­gunas estatuas y cuadros raros, libros y monedas escasos, vinos de especial calidad que s6. lo se pueden obtener de una uva crecida en un terreno especial, existente en cantidad muy limitada, El valor de estos bienes es completamente independiente de la cantidad de traba~ jo originariamente necesaria para producirlos, y varía al hacerlo la riqueza y los gustos de quienes desean poseerlos. Estas mercancías, sin embargo, no constituyen más que una mínima parte de la masa de mercancías cambiada diariamente en el mercado>} (D. Ricar­do, WOTks, cit., vol. 1, pág. 12).

12 p, Sraffa, op. cit" pág. 11. IJ Ibídem.

Sraffa y la teoría de los precios 27

terrelaciones técnicas entre los diferentes sectores productivos y, por tanto, no sólo la utilización, directa o indirecta, de otros bienes para la producción del bien considerado, sino también su utilización para pro­ducir tales bienes y producirse a sí mismo l4 •

En tal aclaración va implícita una referencia crítica a las teorías de los precios conocidas como teorías de la «suma de los componentes», según las cuales el precio de un bien resulta de la suma de los elementos que entran en su coste de producción 1\ Una teoría análoga fue ya defen­dida por Smith, cuyas tesis fueron criticadas por Ricardo y después por Marx. Sraffa recuerda además, respecto a esto, «los "costes reales" de Marshall y la "cantidad de capital", presupuesto de la teoría de la pro~

ductividad marginal» llí.

Para Smith, «Huna vez que el capital se acumula en manos de persa· nas" y "una vez que la tierra de un país pasa a propiedad privada", se determina el precio de las mercandas mediante un proceso de adición de los salarios, del beneficio y de la rcnta»17, cuyos niveles normales pare­cen ser implícitamente considerados independientes entre sí. Basándose probablemente en esta hipótesis implícita, Srnith piensa que un aumento del salario «normah> conduce a un aumento de los precios 18. Ricardo, desde el Ensayo sobre el trigo a los Principios, se esforzó en demostrar que un aumento del salario real conduce a una disminución del benefi­cio, mientras que algunos precios relativos pueden aumentar y otros dis­minuir en térmínos del bícn elegido como unidad de medida 19

• Llevando

14 «Al determinar la razón de cambio de un producto básico no e:; menor el pcso del uso que se hace de d para la producción de otros productos básicos Que el del hecho de que esos productos cntren en su producci6m> (ibidem).

15 «Adding-up of Componcnts Thcorics}>, como las ha bautizado M. Dobb (Theories uf Value and Distriburion s;nce Adam Smith, cit., págs. 46,122 Yotras) siguiendo la expo­sición hecha por Sraffa (cfr. nola 17).

16 P_ Sraffa, op. cil., pág. 11. M. Dobb (op. cit., pág. 122) recuerda que desde este punto de vista se puede hablar. como ya hacía Schumpetel, de una «línea Smith·MilI· Marshali». (Cfr, también M. Dobb, !ntrodu'Zione a A. Smilh, lndagine sulla natura e le cause della riccheaa de/le nazioni, trad. it. de F. Bartoli, C. Camporesi, S. Cal uso, Isedi, Milán, 1973, pág. XVJII.)

17 P. Sraffa, /ntroduz;ollea D. Ricardo, Works, cit., vol. 1, pág. xxxv; trad, it. en «La Rivista Trimestralc~~. núm. 9, 1964, pág. 218, Cfr. A. Smith, op. cit., págs, 49-55.

18 «Adam Smith y todos los autores que le siguieron defendieron, por cuanto sé sin ninguna excepción, que un aumento del precio del trabajo sería seguido invariablemente por un aumento del precio de todas las mercancías» (Ricardo, Works, cit., voL 1, pág. 46). La posici6n de Smith respecto a esto está minada por la hip6tesis, común a todos (os eco· nomistas clásicos, de salario y precios medidos en términos de un bien (generalmente el oro), y no de papel moneda inconvertible.

19 Inicialmente, antes del Ensayo sobre el trigo. Ricardo había compartido la tesis de Smith: vcase, por ejemplo, la carta a Malthus del 25 de julio de 1814, en Works, cit.,

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28 Sl'affd y la reorÍéJ ¡le Jos precios

hasta el extremo su critica de la posición smithiana, Ricardo llegó a de~

mostrar que adoptando una unidad de medida particular (un bien pro­ducido por trabajo solamente y con el periodo más corto de producción) todos los precios disminuyen; lo contrario exactamente de lo que se puede deducir de la posición de Smith20 •

Quizá sea oportuno subrayar, llegados a este punto, que la teoría del valor~trabajo de Ricardo tendía no tanto a afirmar la existencia de una proporcionalidad entre precios de las mercancías y cantidades de traba­jo, directa o indirectamente necesarias para su producción 21, sino, más bien, a sentar la base para una crítica de la teoria smithiana; es decir, co­mo un instrumento para poner en evidencia que las variables distributi­vas no son independientes entre sí. Fijado el salario a nivel de subsisten­cia, el tipo de beneficio depende únicamente de las condiciones de pro­ducción de las industrias, directa o indirectamente, productoras de bienes salariales; el beneficio es identificable entonces con el exce· dente, y se le abre camino a la interpretación marxiana del beneficio como plusvalía. Si interpretamos erróneamenú la teoría del valor­trabajo de Ricardo como una teoría «rígida» de los precios, se hace difícil captar, en la «derivación I'icardiana)} de la obra de Sraffa, tanto la contraposición a un filón de la teoría económica, el de la «suma de los componentes», como la apertura al pensamiento marxiano.

5. Presupuesto necesario (pero no suficiente) de la teoría de los precios de Smith era que el coste de producción de cada bien fuera redu­cible a los unicos «elementos originarios}): salario, beneficio y tierra; una tesis que SmHh creía haber demostrado recordando simplemente que también el precio de los medios de producción se descompone en sa­lario, beneficio, renta y medios de producción, que este último término se puede descomponer a su vez del mismo modo, y así sucesivamente, en

volumt:Jl VI, pág. 114, Sobre el papel de esta tesis en el de.~arrDHo del pensamit:n(o de Ri· cardo, dr. P. Sraffa, op_ cit., págs. XXXIII y ss.

20 Cfr. D. Ricardo, Works, cit., vol. 1, págs. 62-63. 21 Ricardo mismo era plenamente consciente de lo equivocado de tal afirmación, yex­

puso los motivos ya desde las primeras páginas de los Principios, en las secciones IV y V dd capítulo 1 (en Works, cie., vol. 1, págs. 30-43). Además, Ricardosedeticneinnumerables veces sobre ese problema en sus escritos. Sólo se pueden achacar a una total ignorancia de [as obras de Ricardo afirmaciones como la de E. James, según el cual «Ricardo no creía que la relación de cambio entre dos mercancías pudiera diferir jamás de la relación entre las respectivas cantidades de trabajo incorporadas en las mismas» (E. James, Storla del pensiero economice), trad. it. de U. Del Canuto, Milán, 1963, pág. 115; el libro de James es representativo de una opinión muy extendida; en Italia está adoptado como texto en va­rios cursos universitarios de historia del pensamiento económico).

Sraffa y la reoda de Jos precios 29

una cadena que él parece creer finita 22 • Ricardo no se detiene en este punto y se limita a criticar a Smith por haber considerado el sa1ario y el beneficio como independientes23

• En cambio, Marx, y luego Sraffa2\

demucstmn que también es equivocada la tesis de la «(descomposición lotal» del precio de cada producto; el error deriva de una muy conocida carencia· del análisis smithiano: el haber infravalorado la importancia de lo que Marx lI~ma capital constante, es decir, las mercancías producidas y reproducibles utilizadas en el proceso productivo. En efecto, cada vez que haya en el sistema económico un bien al menos, directa o indirecta­mente necesario para la producción de todos los bienes (un bien básico, en la terminología sraffiana), el coste de producción de cada bien con­tendrá un residuo de bienes; residuo reducible cuanto se quiera, pero ineliminable, a no ser como límite de un proceso que tiende al infinito. Si intentamos descomponer en salario, beneficio, renta y precio de los medios de producción el coste de producción de un bien y despucs, re­montándonos hacia atrás, el de sus medios de producción, y el de los medios de producción de estos medios de producción, y así sucesiva· mente, no podremos llegar jamás a un bien cuyo coste de producción consista solamente en salarios, beneficios y rentas, porque por defini­ción no existe ningún bien para cuya producción no haga falta ningún bien básico. Siempre tendremos, pues, un residuo constituido por los bienes básicos del sistema considerado, aunque el valor de tal residuo se puede empequeftecer aplacer J aumentando suficientement.e el número de los términos de la reducción.

Con la crítica a las teorías de los precios, conocidas como teorías de la suma de los componentes (crítica examinada en este apartado y en el precedente), queda claro que se ha dc distinguir entre el problema de los precios y el probl~ma de la distribución -un hecho que el análisis de Sraffa propone con particular claridad.

22 Cfr. A. Smith, op. ót., pág. 52: «El predo se resuelve siempre, directamente o en último término, en las mismas tres partes: renta, trabajo y bel1cficiQ).

23 G. Ramsay (An E\'say on the Disrribution o/ Wealth, Edimburgo, 1836, pág. 174) critica a Ricardo par su implícita aceptación de la tesis smithiana; y al hacerlo llega a lIna distinción entre capital fijo y circulante análoga a la marxiana entre capital constante y va· riable (cfr. K. Marx, JI Capira/e, libro II, trad. ir. de R. Panzíeri, Roma, 19685, pág, 408). Como observa Sraffa (en D. Rkardo, Works, cit., vol. IV, pág. 306) también Ricardo,en una controversia privada con Tonens en 1818,había llegado a Ulla posición análoga, dis­tinta de la adoptada en los Principios, tanto en su primera edición (1817) como en la se­gumía (1819), y criticada por Ramsay y Marx.

'24 Marx se alarga sobre el argumento, por ejemplo, en la Storia deffe reorie eeOllO­miento trad, it. de E. Conti, TUlÍn, 1954, vol. !, págs. 175-248; cfI. también El capital. libro llI, cap. 49. Para Sraffa, cfI. Produzione di merci, cit., págs. 45-46.

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30 Sraffa y la teoría de los precios

Otra consecuencia de la imposibilidad de una «descomposición to­tal» del precio (a no ser como límite de un proceso de reducdón que se proyecta al infinito) es que el tipo de beneficio tiene un límite máximo finito, correspondiente a un tipo de salario nulo. Si la «descomposición totab> fuera posible, a salario nulo correspondería un tipo de beneficio infinito, puesto que esta última magnitud se obtendría dividiendo una cantidad finita (bcneficios totales, iguales al valor del producto) por una cantidad nula (capital anticipado, correspondiente únicamente a sala­rioS)Z5.

6. Hemos dicho que Sraffa aclara, negativamente, el concepto de precio estudiado en Producción de mercanc[as, indicando algunos erro­res analíticos en los que es posible caer cuando se adoptan concepciones erradas; en primer lugar, la examinada anterÍormente en el apartado 4, de que los costes de producción sean independientes del precio del pro­ducto y sean, pues, utilizables sic el simplic:iter.para explicar tal precio.

En segundo lugar, como complemento de la crítica a los marginalis­las ya implícita en la alusión a los «costes reales)~ de Marshall, Sraffa rechaza como inexacta la afirmación según la cual el precio «depende tanto de la demanda como de la oferta»26. Merece la pena profundizar brevemente en la cuestión, no sólo por su jmportancia teórica (todavía hoy se explican en los libros de texto y se enseñan en todas las universÍ­dades las teorías marshallianas que. como veremos en este apartado, fueron criticadas por Sraffa hace cincuenta años). sino también para comprender mejor el desarrollo del pensamiento de Sraffa y, por tanto, su misma teoría de los precios de producción.

Según la teoría marginalista en su formulaeíón tradicional (el análi­sis pareíal de Marshall), el preeío de equilibrio viene dado por el punto de encuentro de una curva de oferta y una curVa de demanda. creciente la primera y decreciente la segunda. El equílibrio de la industria en con­junto, que se verifica en correspondencia con ese precio, implica el equilibrio de cada una de las empresas: en competencia, cada una de ellas debe producir a costes crecientes, al menos a partir de un cierto ni­vel de producción, de modo que a cada precio le corresponda una oferta óptima más allá de la cual no conviene ir, pues los costes de la produc­

25 La hipótesis de la «descomposici6n tata}») del precio está, pues, implícita en los «modelos neo-austríacos» que representan el proceso productivo como un flujo de trabajo -que da lugar a un flujo de bienes. A propósito de los «modelos neo-austriacos»), cfr. iofra, capítulo 5, apartado 5.

26 P. Sraffa, op. cit., pág. 11.

Sraffa y la teoría de los precios 31

ción adicional serían superiores a las entradas adicionales. Los margina­listas identifican la causa del aumento de los costes al variar la cantidad producida, para el conjunto de la industria, en la presencia de un factor constante (del género del de la tierra de Ricardo) y, por tanto, en la dis· minución de productividad provocada por una explotación cada vez más intensiva de dicho factor escaso. Al mismo tiempo, la curva de oferta no puede ser creciente en toda su longitud: los rendimientos cre­cientes a escala aseguran la presencia de ·un trecho inicial decreciente; para hacer compatible el equilibrio de la industria con el de la empresa, estos rendimientos crecientes son considerados por los marginalistas co­rno internos a la industria y externos a la empresa.

El esquema marshalliano del equilibrio, de competencia perfecta, había sido ya criticado por Sraffa en 1925", de un modo que muchos creyeron definitivo. Es prácticamente imposible resumir un escrito de un autor tan conciso como Sraffa; pero podemos recorrer la exposición de los principales puntos de su razonamiento, que él mismo hizo en una carta a Keynes de junio de 1926:

La finalidad (del articulo de 1925) era el analizar y criticar las «leyes» teóricas de los rendimientos crecientes y decrecien~

tes, en la forma en que Marshalllos usó como base de su teoría del valor en régimen de competencia. La teoria de Marshall presupone que predominen los rendimientos variables (crecien­tes o decrecientes), contradiciendo la teoria de Ricardo que implica el predominio universal de los rendimientos constan­tes. Originariamente, las dos leyes iban dirigidas a fines completamente diversos: los rendimientos decrecientes para el análisis de la renta, los crecientes para la división del trabajo. Marshall coordinó este material heterogéneo para utilizarlo en su teoría de los precios; de aquí proceden los puntos débiles de esta última.

En su primera exposición, MarshalJ se había limitado ato­

27 P. Sraffa. Sulle relazioniJra costo e quantitaprodotta, «Annali di economia), 11, 1925, págs. 277-328. El artículo le gustó mucho al ya anciano Edgeworth, que decidió invi­tar a Sraffa a escribir un segundo artículo sobre el argumento para el «Economic Journal», del que era co-director; cuando murió, Keyncs, el otro co-director, hizo suya la iniciativa comunicando a Sraffa la invitación. Sraffa conoela a Keynes desde agosto de 1921 y había colaborado ya en la revisla (The Bank Crisis in Ita/y, «Economic 10umal», XXXII, 1922, págs. )78-179; y Obituary - MalJeo Pantaleoni, ibídem, XXX[V, 1924, págs. 648-653), acogió, pues, con agrado la invitación, escribiendo a Keynes la carta cita~

da en este apartado.

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32 Sraffa y la reoría de los precios

mar las leyes tal y como eran en su forma primitiva; más tarde, comprendiendo la incompatibilidad de lo~ rendimientos cre­cientes basados en la división del trabajo (es decir, basado en las economías internas) con un ~istema de libre competencia, cambió las bases de los rendimientos crecíentes e introdujo la concepción de las economías externas ... La dificultad del siste­ma, que puede ser descrito sintéticamente como «Cflll':C de las curvas de demanda y oferta», residc Cll que está sometido a dos condiciones: a) competencia perfecta; b) coeteris paribus, es decir, independencia de las condiciones de producción de la mercancía considerada respecto a las de todas las demás in­dustrias. Pues bien, la forma ricardiana de los rendimientos decrecient.es no sólo interesa a cada mercancía, sino al conjun­to de toclas aquellas eil cuya producción entra el factor de pro­ducción (digamos «ticrra)~) que da lugar a la disminución de los rendimientos; por lo que se refiere ;1 los rendimientos crecien­tes, las el:onomias externas «difícilmente pueden ser atribuidas con exactitud a una industria específica; interesan en notable medida a grupos, a menudo de grandes dimensiones, de in­dustrias conexas», como el mismo Marshall reconoce (Induslry and Trade, pág. 188). En ambos casos las variaciom:s en las condiciones de producción de la mercancía considerada y de las «dernás~~ mercancías son del mismo grado de magnitud, de mo­do que no es legítimo considerar la primera y olvidar las segun­das. Por consiguiente, en una curva de oferta marshalliana, si cambia la cantidad producida de la mercancía considerada, no sólo cambiará su precio, sino también el de muchas otras mercancías; y la curva de oferta, basada en el coeteris pari­bus, carece de validez.

Por eso intenté demostrar que las premisas de Marshall sólo son compatibles, en general, con los rendimientos constantes 2X •

Pero Marshall consideraba que los rendimientos constantes eran un caso completamente improbable, en cuanto que exigirían el equilibrio perfecto de las diversas fuerzas que generan: por un lado, los rendimien­

28 De una carta de P. Sraffa a J. M. Keynes, fechada «Milan, June 6, 1926», COnserva­da entre los «Keynes' Paperm en la M<tr.shall Library de Cambridge. La carta, de la que traduzco los pasajes citados, está en ingles. Agradezco a Lord Kahn, ejccutor literario de Kcynes, por haberme permitido el acceso a lo.s {(PaperSll y, eOIl d consentimiento del pro· fesor Sraffa, citar esta carta.

Sraffa y la reoría de los prer.:ios 33

tos crecientes y los decrecí entes, por el otro. La teoría marshalliana de la competencia perfecta había desembocado. pues, en un callejón sin sali­da. Los caminos abiertos, a primera vista, para la elaboración de una teoría de los precios eran lres: atribuir una importancia general a los rendimientos constantes; tener en cuenta las interrelaciones entre las dis­tintas industrias considerándolas conjuntamente en un sistema de equilibrio económico general; y abandonar la hipótesis de competencia perfecta basándose en los elementos de imperfección presentes siempre en la realidad.

7. En el artículo de 1925, Sraffa tendía a adoptar la primera via, la de los rendimientos constantes, si bien con mucha cautela; como hcmos visto antes, las causas que provocan variaciones en los costes al variar la cantidad producida en una industria son de la misma magnitud que las causas que provocan variaciones en los costes cn las demás industrias. Sraffa concluía, pues, su artículo afirmando:

Estas causas de variación del coste, importantísimas desde el punto de vista del equilibrio general, deben ser consideradas necesariamente insignificantes en el estudio del equilibrio parti­cular de una industria. Desde este punto de vista, que sólo constituye una primera aproximación a la realidad, se debe ad­mitir, pues, que las mercancías, en general, se producen en condiciones de costes constantcs Z9 •

La alusión es muy cauta, como Sraffa mismo tuvo ocasión de obser­var en la citada carta a Keynes:

Esta conclusión ha sido malentendida, como si implicase que en la vida real prevalecen los rendimientos constantes; aunque estoy convencido de que la hipótesis de Ricardo es la mejor a disposición para una teoría sencilla de la competencia (es decir, como primera aproximación), es obvio, dertamente, que en la realidad hay una conexión entre coste y cantidad producida. Y no se la puede tener en cuenta mediante un sistema de equilibrios parciales relativos a cada una de las mercancías en régimen de competencia perfecta como el concebido por Marshall.

29 P. Sraffa, Su{{e relazioni Ira costo e quantila prodotta, cit., pág. 328.

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34 Sraffa y la teoría de los precios

No obstante, es evidente que, por muy útil que pueda ser esta prime­ra aproximación, la teoría de los precios no puede limitarse a ella. Seguían abiertos los otros dos caminos y Sraffa, disponiéndose a eseri~

bir el artículo para el «Economic Journal», indica que cree que la vía de las imperfecciones de mercado es más fecunda que la del equilibrio eco~

nómico general:

Algunas de estas variaciones conexas (de costes y cantidades producidas) se pueden considenu corno parte del equilibrio si· multáneo dc todas las industrias (el punto de vista de Pareto).

11 Para otras, quizá las más importantes, se debe reconocer que el presupuesto de que es posible considerar la competencia per­'1

I1 fccta como una hipótesis muy representativa de la multiplicidad de productores independientes, es indefendible.

Me propongo escribir la continuación de mi primer artículo30 sobre las siguientes línea.s. Si presuponemos la gene­ralidad de cualquier elemento de monopolio, también en el ca­so de un gran número dc productores independientes, podernos tomar cn consideración ese factor vital de las «economías inter­nas» que el esquema de Marshall se vela obligado a ignorar.

Generalmente, se supone que son suficientes dos teorías pa­ra los casos extremos: compctencia perfecta y monopolio pero fecto; la realidad uebe estar en alguna posición intermedia entre las dos. Creo que sc puede demostrar que inmediatamen­te que se introduce cualquier imperfección en un sistema de competencia (y tal imperfección, en general, toma la forma de cualquier diferenciación entre los productos de los diversos productores de la misma mercancía) el equilibrio se alcanza de modo muy similar al del monopolio y muy distinto al de la competencia. La característica fundamental de la competencia

30 El articulo de 1926 (P. Sraffa. Tlle Laws 01Retums under Competitive Conditions, ~~Economic Journah>, XXXVI, 1926. págs. 535-550; la versión italiana, preparada pDr P. Baffi, fue publicada en Economia pura, editada por G. Dcl Vecchio, Turín, 1937, vol. IV de la Nuova Collana di Economisti, págs. 591~604) no es, pues, una simple refundición en inglés del articulo de 1925; las conclusiones de éste se encucntran brevemente resumidas al comienzo, pero el análisis se centra en los elementos comentados por Sraffa en la cita aro· ba reseñada. Puesto que, como veremos, Sraffa creyó luego más fecunda una línea de aná­lisis distinta (la que desembocó en Producción de mercanc(os), hoyes más interesante el articulo de 1925, centrado en la crítica de la posición marshalliana, pelO conteniendo di­versos puntos de parlÍda de sumo interés (como el análisis de los «márgenes espurios», a los que también hace alusión en el prólogo de Producción de mercancias. y sobre los que volveremos ampliamente más adelante, en el capítulo 5).

Sraffa y la teoria de los precios 35

consiste en que la demanda del mercado es infinitamente elásti­ca desde el punto de vista de cada productor. Cuando esta elas­ticidad disminuye, entra en juego el monopolio; se podría den·· nir el monopolio absoluto como una condición en la que la elasticidad de la deIhanda es nula. En otras palabras, el pro­ductor en competencia perfecta no hace más que adaptar su producto al precio de mercado, que considera dado; y sin em­bargo, efectivamente, los productores generalmente pueden variar, dentro de ciertos límites, tanto el precio de venta como la cantidad, para obtener el máximo de beneficios, dc modo análogo a lo que hacen los monopolistas. La única diferencia está en que la demanda de sus consumidores hacia su particular producto es muy elástica, puesto que encuentran fáciles (aun~

que no perfectos) sustitutos en los productos (aparentemente) idénticos de otros productores.

Ahora estoy intentando expresar, de alguna forma sencilla, cómo se logra el equilibrio en tales condiciones, que creo que son buenas aproximaciones a ciertos aspectos de la realidad; el punto principal que estoy considerando es que el proceso de la curva de demanda para el producto de cada product.or indivi­dual depende, principalmente, del precio de venta de todos los demás productores.

En un sistema de este tipo, también es posible un equilibrio estable cuando las curvas individuales de oferta decrecen conti­nuamente, como parece suceder frecuentemente en la práctica; me parece que muchos productores encuentran el límite a la cantidad producida no en sus condiciones internas de produc­ción, sino en las dificultades de venta, es decir, en la caída de la demanda en el limitado mercado al que tienen acces0 31 •

Sraffa, sin embargo, no debió quedar satisfecho de los resultados al· canzados siguiendu esta línea de análisis. En 1930, volviendo sobre el mismo argumento en un Simposio sobre rendimientos crecientes y empresa representativa, publicado en el «Economic Journal)}3~, deja

31 Siempre de la citada carta dc Sraffa a Keynes. Los tres fragmentos citados consti­tuyen la parte leórica de la carla, que es con mucho la de mayor interes teórico entre las cartas de Sraffa a Keynes conservadas entrc las cartas de éste y no publicadas.

32 ¡ncreasing Retllrns and the Representotive Firm - A Symposium, «ECOllOmic JournaJ», XL, 1930, págs. 79-116. Los participantes en el Simposio fueron D. Robertson (The Trees 01 Ihe Foresl, págs. 80·89, y una breve respuesta a Sraffa, pág.'>. 92-93), G.

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36 Sraffa y la teoría de lo:> precios

caer sugerencias sobrc el abandono de la hipótesis de competencia per­fecta, para concentrarse sobre las críticas dirigidas (<<negativas y dcstrucR

tivas», como escribió Kcyncs 33) a la teoría marshalliana. No considera posible ningún «remiendo», la teoría es incoherente O irreal y hay que

abandonarla:

Quiero determinar los presupuestos implícitos en la teoría de Marsl1all; si Roberlson los considera extremadamente irreales, yo simpatizo con él. Parece que concordamos en que dicha teoría no puede ser interpretada para darle una coherencia lógi­ca interna y, al mismo tiempo, para ponerla de acuerdo con los hechos que se propone explicar. El remedio de Robertson es el de descartar las matemáticas; quiza deberia haber explicado que, a propósito de esto, mi opinión es que se debe descartar la teoría de Marsha1l34

8. Parece, pues, que sólo sigue abierta la tercera vía, el análisis del equilibrio económico general; y son muchos los que han interpretado Producción de mercancías como una respuesta en este sentido. En reali·­dad, Suffa no sigue esta vía (la que en la carta citada llama «el punto de vista de Pareto»); abre un camino completamente nuevo, abandonando incluso los conceptos «curva de oferta» y «curva de demanda». Esto implica también el abandono del concepto de equilibrio, ya sea general o parcial. Veremos más adelante (apartados 11 Y siguientes) la impor­tancia de este hecho para el carácter significativo de la teoría sraffiana. Dicha tcoría atañe, como veremos, a los precios de producción corres­pondientes a niveles dados de producción; ni siquiera surge el problema de cómo varían los costes al variar la cantidad producida.

Ya en el artículo de 1925 se encuentran expuestos algunos elementos teóricns que pueden haber influido en la opción de Sraffa. Corno hemos visto brevement.e en el apartado precedente, Sraffa derriba en ese artículo las llamadas <<leyes» de los rendimientos, criticando una por una las justificaciones que se habian dado de tales leyes y demostrando así, entre otras cosas, que la clasificación en industrias a costes crecien-

Sllove (TIJe Represefltative ,Piun and lncrctlslIlg Relums) y el mismo Sraffa, lA Criticism (a Robertson), págs. 82-92 y 93]. (La produltivitd crescente e I'impresa rappresentativa. Simpo:>'io, trad. it. de P. Raffi, en Economia pura, cit., págs. 605-644.)

n Nota delf'Editore al Simposio citado, pág. 79 (trad. il. cit., pág. 605). 34 Ibidem, pág. 93 (lrad. it. de, pág. 620).

Sraffa y la teoria de los precios 37

tes e industrias a costes de<..:re<.:ientes es arbitrariaH • En Producción de mercancfas encontrarnos precisamcnte la radicalización de esta crítica a la teoría marginalista de los precios (no solamente en su versión marshalliana de equilibrios parciales, sino también cn la del equilibrio económico general): puesto que se dan los niveles de producción, se pueden determinar los precios sin que sea posible por definición y, pO! tanto, mucho menos necesario, el recurso a las variaciones marginales en las que se funda cada variante de las tcorías rnarginalistas de los precios.

En tales teorías, la necesidad de expresar los costes como funciones de la cantidad pfOducida deriva de la pretensión de determinar conjun­tamente precios y niveles de actividad de equilibrio. Pero la contraposi­ción de funciones de co~te y funciones de demanda era un híbrido de ele~

mentos objetivos y subjetivos inconciliables. Corno vio muy bien Wicks­teed (considerado por Sraffa, no por casualidad, «el purista de la teoría marginal»), una vez int.roducidos lo~ elementos subjetivos a través de las funciones de demanda, tienden necesariamente a dominar el es­quema, englobando el elemento objetivo representado por ¡as funciones de oferta. En la óptica subjetivista, en efecto, los costes no parecen sino costes-oportunidad, es decir, utilidad obtenible persiguiendo líneas dc acción alternativas a la considerada36 •

El abandono de la concepción del precio corno determinado por cur­vas de demanda y oferta contrapuestas, y el rechazo de la óptica subjeti­vista, conducen a Sraffa a una posición netamente opuesta; es decir, a una recuperación de la óptica objetiva propia de los economistas clási­cos, desde Petty a Ricardo, y del análisis marxiano. En dicha óptka, la teoría de los precios está basada en la estimación de los «costes físicos~~,

35 Precisamente al comjenzo del artículo, Sraffa adelanta la hipótesis de que (dos cos­tes crecientes y decreciente> no SOn sino diversos aspectos de una misma cosa, que pueden presentarse al mismo tiempo para la misma induslría, de modo que una industria puede ser clasificada arbitrariamente en una o en otra categoría, según la definición de "in­dustria" que se crea preferible para cada problema particul<lr y según que se consideren períodos breves o largos}) (P. Sraffa, Sutle relaúonefra cosfU e (fuantita prodotta, cit., pág. 278).

36 Según Wicksteed la curva de oferta {(no existe», ({Cuando hablamos de una mercancía vendible en el mercado, la que generalmente se llama curva de ofcrta es cn rcali­dad la curva de demanJa de los que poseen la mercancia.» Pero mas adelante, Wicksleed vuelve a insistir: «El coste de producción es sencillamente la forma en que se presenta lo deseable de una cosa para alguien» (P. Wickstced, The Scope and Method of Political Economy in the Ught ofthe «Marginal» 7'!¡eory of Va/ue and Distrilmlioll, publicado ori­ginariamente en el «Economic Journahi, XXIV, 1914; reimpreso en P. Wiekstced, The Cvmmon Sense of Porifica! Ecollomy mld Selected Papers, preparada por L. Robbíns, Londres, 1934, págs. 785 y 788).

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38 Sraffa V la teorfa de los precios

esto es, de las cantidades de los distintos medíos de producción (trabajo incluido) necesarias para obtener una dada cantidad de producto. Al mismo tiempo. como hemos visto, se abandona el intento marginalista de determinar simultáneamente precios y cantidades de equilibrio; se se­paran los dos problemas y todo se centra sobre el primero. incluyendo entre los datos los niveles de actividad.

Para quien no es capaz de aceptar la hipótesis de niveles dados de producción, Sraffa sugiere como ~implificación mental la hipótesis de rendimientos constantes,que puede ayudar en la lectura de su libro; pe­ro, como él mismo subraya cuidadosamente, no es neccsaria·17 , Nada menos que tres veces. y precisamente en la primera página de su libro, especifica Sraffa que en la construcción de su teoría no tiene en cuenla «variación alguna en el volumen de producción ni (...) variación alguna de las proporciones en que los diferentes medios de producción son utili­zados en cada industria, así que ni siquiera surge la cuestión sobre la va­riación o constancia de los rendimientos»38.

Observamos que Sraffa, en el pasaje acabado de citar, se encarga de subrayar que para su análisis no es necesario afrontar el problema de los rendimientos. tanto en el sentido de variaciones del producto, cuando todos los «factores de la producción» varían en la misma proporción. como en el sentido de variadones del producto cuando varía la cantidad empleada de un «factor de la producción». manteniéndose constantes los demás. (La distinción entre los dos lipos de rendimientos es evidente­mente una abstracción; en general, variaciones en la escala se asocian con variaciones en las proporciones entre los «factores»)39. Aquellos pa­sajes del libro que parecen contradecir tal afirmación de Sraffa, y exigir la hipótesis de rendimientos constantes a escala en el primero de los dos sentidos aquí indicados (como los pasajes referentes a la reducción a cantidades fechadas de trabajo, a la construcción de subsistemas y del sistema patrón, es decir, los apartados 37 y 46 Yel apéndice A), en reali­

37 «Quien esté acostumbrado a pensar en términos de equilibrio entre (<\ dcmanda y la ofcrta quizá sc vea inducido, alIcer estas páginas, a suponer que se ha pretendido limitar el argumento al caso de industrias a rendimientos constantes. Si tal suposición pucde ser~ vir1c dc ayuda, nada se oponc a que el lector la adopte como hipótesis temporal de trabajo. En realidad, sin embargo, el argumento no conlleva ninguna limitación de este tipo. Aqui no se prevé ningún cambio en el volumen de la producción» (p. Sraffa, Produzioll€ di meró, cit., pág. v). Sobre la relación entre el esquema de Sraffa y la hipótesis de los rendi· mientos constantes volveremos más adelante, en el capítulo 5, apartados 2 y 7.

38 P. Sraffa, op. cit" pág. v. Los airas dos pasajes a que nos referimos están citados, uno en la nota precedente y el otro más adelante, en el capítulo S, apartado 2.

39 Sobre csta distinción, cfr. P. Sraffa, Sulle relazioni1ra costo e quantitd prodotta, cit., págs. 281-282.

Sraffa y la teoría de los precios 39

dad no requieren más que una descomposición puramente virtual del sistema económico considerado, o construcciones igualmente virtuales, privadas de cualquier vínculo de variaciones efectivas40 ,

La hipótesis de rendimientos constantes para todas las mercancías es, en efecto, parte de una teoria de los precios todavía dentro de la con­cepción tradiciomil de contraposición entre curvas de demanda y oferta. S6lo permite, sin que tal concepción resulte radicalmente modificada. simplificar el análisis al separar la determinación de [os precios de la de las cantidades: la segunda se subordina a la primera, porque, dada la hi­pótesis de rendimientos constantes, la composición de la demanda no juega ningún papel en la determinación de los precios rclativos41 . Pero Sraffa jamás ha adoptado esta posición<11, y su teoría implica, en efecto, un nexo entre análisis de los precios y análisis de las cantidades opuesto exactamente al puesto de relieve antes: la ausencia de hipótesis sobre rendimientos exige que los precios se determinen en base a niveles dados de producción, es decir. de modo subordinado a las cantidades.

9. Después de haber subrayado quc su teoría de los precios es dis­tinta de las tcorías «de la suma de los componentes), Sraffa recuerda,

4(1 «Purely mental manipulations leaving tcchnical condition~ unchanged», como escríbe A. Bose (Production of Commodüjes: A Furllter Note, «(Economic Journah), LXXIV, 1964, pág. 728). La opinión opuesta ha sido defendida por V. Domilledó (Una leoria ecunomica neoricardiana, «Giornale degH economisti», XXI, 1962, págs. 110-731), D. Collard (The Produclionso1Commodilies, «Economic Journah), LXXIII, 1963, pagi­nas 144-147), y K. Hharadwaj (Value 1hrough Exogenous Distribulion, «The Economic Weekly», 24 agosto 1963, págs. 1450- (454)_ K. Bharadwaj, sin embargo, se convenció más larde de que la hipótesis de los rendimientos constantes no era n.ecesaria, después de las crIticas de Base (Value Through Exogenous Distribution: A Commenl, <dlle Economic Weekly»,7 diciembre 1963, pág. 2010) Yde una distusión ton Sraffa de la que nos infor­ma ella misma (Reply, <lThe Economic Weekly)), 7 de diciembre de 1963, pág. 2010); Y tOn ocasión de una reimpre5ión (en Capital «lid Growth, preparada por G. Harcourt y N. Laing, Penguin Books, Harmondsworth, 1971, págs. 183-195) la alusión a los rendimien­tos constantes fue eliminada del artículo original. Para una reseña de las distintas opio niones, véasc P. Passacantando, La discussione su «Produdolle di merci a mezzu di mer­Ó), tesis de licendatura, a dclostil, Roma, 1971, págs. 118-133. Más recientemente P. Sa­muelson ha vuelto a defctltler la necesidad dc la hipótesis de los rendimientos constantes para el modelo dc Sraffa, demostrando, así, ignorar las explicitas afirmaciones del mismo Sraffa y los resultados del debate sobrc el argumento (p. Samuelson, Sraffa's Relurns and Post-Ricardian Analysis, a cic1ostil, Cambridge (Mass.), (1972).

41 A este caso se refiere el llamado teorema de no-sustitución, a prop6sito del cual, cfr. más adelante el capítulo 5, apartado 7.

42 La tesis de que la demanda no cjcrce influencia .~obre los precios relativos fue erró­. nc.amente atribuida a Sraffa, entre otros también por J. Robinsoll (Tlle Basie 1heory of Normal Prias, «Quarterly Journal of Economics», LXXVI, J962, págs. 9-10) y por M. Dobb (Theories of Value and Dislribulion, cit., pág. 257).

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40 Slaffa y fa feolia de los precios

pues. 10 erróneo de ef;a concepción para la que el precio depende «tanto de la demanda como de la oferta~).

Finalmente. Sraffa recuerda que su análisis «no se refiere nunca a precios de mercado»43. Los términos propuestos. entre ellos «precios de producdófl». son precisamente los usados por los economistas clásicos para distinguir los precios considerados en sus esquemas de los «precios de mercado», es decir, los precios que se encuentran en la realidad. Hay que subrayar al respecto, que Sraffa jamás habla de «equilibrio cconó~

mico», o de «precios de equilibrio» a propósito de su esquema. En ausencia de cualquier consideración sobre los factores que determinan las cantidades demandada~ y ofrecidas. no hay ninguna razón para su­poner que los precios de producción hagan iguales las cantidades de­mandadas y ofrecidas en un plazo largo y que los precios de mercado cumplan la misma función en un plazo breve (o brevísimo). En ausen­cia, además, de un análi,~is explícito de los precios efectivos (o de mercado), la relación entre ellos y los precios de producción queda indeterminada. Entonces, debemos intentar comprender en qué sentido representan los precios de producción un punto de referencia para la comprensión de la realidad. Esta es una de las cuestiones sustanciales del sistema de SraHa frecuentemente olvidada.

10. Los elementos de definición «en negativo», an/e~ examinados, nos dejan, pues, con el problema de entender «en positivo,> el significa­do de los precios estudiados por Sraffa; en primer lugar, con el de comprender el cuadro general de referencia en ef que se sitúan.

Como hemos recordado antes, el punto de vista de Sraffa es. para cierlos aspectos, análogo al de los economistas clásicos. Éstos insertan explícitamente sus análisis de las relaciom::s de cambio cn un cuadro de referencia que podernos esquematizar así: 1m precios se determinan de vez en cuando. dada la tecnología pred()minante~ se t rata, sin embargo, de una tecnología válida solamente en un momento dado, y susceptible de continuo movimicnto¡ que tiene sus raíces en la historia pasada (ampliación de los mercados, división creciente del trabajo) y está some­lida a un proceso de perpetua rcnovación 44

• En la práctica, se examina la situación de un determinado sistema económico tal y como resulta de una «fotografía» tomada en un momento dado; de ese modo, todas las

43 P. Sraffa, Produzione di merci, cit., pág. 11. 44 Aún más explícito que Ricardo, al delinear tal cuadro general, es R. Torrcns en su cn­

~ayo Saggio .·'ul!a prodzr<.ione della ,icchea.a (1820. cd. 11. dI. (sobre este punto, véase A. Ron;;aglia, lntru(}uzjone a la ed. it. citada, pago XXVI).

Smfta y la teorla de los precios 41

variables económicas que no SOI1 objeto del análisis se pueden conside­rar dadas, y el teórico puede centrar su atención sobre los movimientos virtuales de algunas variables y sobre las relaciones entre ellas. que rc­sultan como «aisladas en un vacío». En el caso de Producdón de mercancías, la elección recayó en las relaciones entrc precios de produc­ción y variables distributivas, tipo de salario y tipo de beneficio; todo lo demás (tecnología, niveles de producción. distribu.ción de las empresas entre las distintas industrias) c.stá tornado como un dato de[ problema. Hay que subrayar, sin embargo, que esta elección no implica el rechazo aprioríslico de la posibilidad de analizar los problemas del desarrollo tecnológico. de la determinación de los niveles de producción. de la política de las empresas; más sencillamentc, responde a la conveniencia de afrontar los distintos problemas de uno en uno, aislándolos unos de otros. Los datos y los métodos de análisis no deberán ser necesariamen­te uniformes para cada problema; se podrá tener en cuenta. cada vez, sólo aquello que es importante, descuidando los factores que, como expresó Ricardo. no aportan má~ que «modificaciones» al análisis des. arrollado, pues no lo cambjan sustflncialmente':~. En este sentido se han de ver. por ejemplo, tanto la abstracción qllC hacc Sraffa de los movi­mientos de los niveles de ac(ividad como la abstracción en la teoría key~ nesiana sobre la demanda efectiva de los movimientos de los precios re­la:ivos.

11. Un segundo elemento fundamental del cuadro de referencia para el análisis de los precios, común a los economistas clásicos y a Sraf­fa, viene dado por la hipótesis de igualdad del tipo de beneficio cn los distintos sectores. Para los clásicos y para Marx, ésta es una situación límite jamás alcanzada en la realidad, pero a la que tienden constan/e­mente los precios efectivos. como consecuencia de la movilidad de los capitales entre los distintos sectores a la búsqueda del máximo benefi­cio. En este sentido, y no en el sentido marginalista de condiciones que aseguran la iguaJdad enlrc demanda y oferta, es en el que se puede hablar dc «precios de equilihrio» a propósit.o del esquema de Sraffa. Evidentemente) la tendencia a un lipa de beneficio uniforme se cumple

45 Por ejemplo, en tina carta a J. Mili del 28 de diciembre de 1818, Ricardo escribe: «El valor de cambío varía (. . .) en GlIalquicr estadio de la sociedad, dependiendo sólo de do> caU¡;as: una es la mayor o menor cantidad de r.ra!Jaio necesario, la otra es la mayor o menor duración del capital; (... ) la primera no es jamás suplantada por la segunda. sino sólo modificada» (D. Ricardo, Works, cit., vol. VII, pág. 337. Este pasaje está recogido en la cilada introducción de Sraffa a los Works, vol. l. pág. XXXVl1; !rad it. cit., pági­na2J9)_ Uro también D. Ricardo, Fragments on "l'orref/s. en Works, cit., vol. IV, pág. 31B.

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I

42 Sraffa y la teor/a de los precios

teniendo en cuenta, sector por sector, los mayores o menores problemas de realización; además, en cada sector los niveles de absorción experi­mentados influyen sobre las decisiones acerca de los niveles de produc­ción. Pero el vínculo no tiene la precisión matemática Que asume en la tcoría marginalista: la hipótesis de tipo de beneficio uniforme para nive­les dados de producción TIO implica necesariamente precios y/o cantida~

des obtenidas igual a las previstas y, por tanto, no implica la igualdad entre cantidad ofrecida y demanda en el plazo considerado, produclo por producto o t:n conjunto. Eslc pUl1lü serú desarrollado en los aparta­dos siguientes. .

Además, la hipótesi, de la igualdad del tipo de henefido en los dis­[' tintos sectores, recuerda la concepción clásica y marxiana de competen­cia, basada sobre la libertad de ingreso de nuevas empresas en cada sec­tor. En erecto, en talcs condiciones, no es posible que un sector obtenga de modo estable un beneficio supl.'.rior a la media, porquc nuevas empre­

';1 sas se sentirian atraídas hacia el ;)cetor en cuestión por la posibilidad de ':11 obtener mayores ganancias y, como consecuencia, aumentaría la oferta

respecto a la demanda, haciendo,disminuir el precio (y viceversa,en el "'1

caso de tipo dc beneficio inferior a la media). Esta clase de competencia nada tiene que ver con la posibilidad de la empresa de influir sobre el precio del propio producto y. por tanto, sobre las dimensiones relativas de la empresa respecto a la industria, a no ser en la medida en que exis­tan discontinuidades tecnológicas ligadas a las dimensiones mínimas de las instalaciones tales que creen «barreras» a la entrada de nuevos productores46 • .El concepto clásico (y sraffiano) de competencia resulta, pues, completamente diverso del marginalist.a tradicional, basado en el número de las empresas que componen una industria y en la consiguien­te imposibilidad para cada una de ellas de influir sobre el precio del product0 47

En otras palabras, para distinguir los dos conceptos de competencia en base a las respectivas implicaciones analíticas, podemos observar que el concepto clásico de competencia (que no se aplica a una sola in~

dustria, ~ino al sistema en su totalidad, con la eventual excepción de al­gunos sectores) corresponde a la hipótesis de tipo de beneficio uniforme

46 Sobre las «barreras tecnológi<:as a la entrada» está basada la teoría ud oligopolio de P. Sylos Labini (Oligopolio e progresso recnico, Roma, 19561).

47 Para una recuperación del concepto dásico de competencia, en contraposición al marginalista tradicional, cre. A. Brcglia, Reddito sociale, preparada por P. Sylos Labini, Roma, 1965, págs. 89-93 «da competencia 110 cstá en ser muchos, está en la posibilidad de ser siempre uno más de los que son; está cn lo opuesto a la "puerta cerrada", en la "puerta abierta", pág. 92; y P. Sylos Labini, Dispense di eCOIlOmia, Roma, 1968, págs. 315-316»).

Sraffa y /a teoría df! los precios 43

en los distintos sectores, mientras qt~e el concepto marginalista (apli­cable a una industria considerada aisladamente) corresponde a la hipó­tesis del precio dado desde el punto de vista de cada empresa. Como vi· mas examinando las críticas hechas por Sraffa, en 1925, contra la teoría marginalista de la empresa, el concepto de competencia implícito en dicha teoría es analíticamente estéril; y podemos añadir que constituye una hipótesis que responde poco a la realidad. El concepto clásico dc competencia, por el t:ontrario, no solamente es útil coma instru­mento analítico, es también una hipótesis significativa frente a la reali­dad, hoy igual que en la época de Ricardo y Marx.

12. El esquema de Sraffa sugiere también un retorno al plantea­miento marxiano del problema de la influencia de la demanda sobre los precios. En las obras de Marx, el problema de la demanda está implícitamente descompuesto en dos problemas distintos: el de los nive­les de producción y el de la absorción (o rcalización) de las cantidades producidas. Ni uno ni otro son examinados por Sraffa; de todos modos, desde un punto de vista lógico, las determinantes de los niveles de pro­ducción (que están entre los datos del análisis sraffiano) van antes de! problema afrontado, mientras quc las de la realización van después, en cuanto correspondientes al análisis de la relación entre cantidades pro­ducidas y cantidades vcndidas, entre precios de producción y precios de mercado. Gracias a la hirótesis de los niveles dados de producción, y a la distinción entre precios de producción y precios de mercado, logra Sraffa, efectivamente, aislar el problema de los precios de producción sin perjudicar de ningún modo los otros dos problemas, el de los niveles de producción y el de la absorción de las cantidades producidas. Desde este punto de vista, pues, el plant.eamiento sraffiano es plenamcnte com­patible con el marxiano.

Es más, si mantenemos separado el problema de los niveles de pro~

ducción del de' la realización carIando el vínculo tradicionalmente afir­mado entre cantidad demandada, cantidad ofrecida y precio, el análisis de los precios de producción puede liberarse de todo presupuesto subje­tivista por un lado y, por otro, adquiere mayor conformidad con la rcalidad-ls. De ese modo, en efecto, podemos reconocer la existencia de

48 Ésta es la línea indicada por P. Garegnani como condusión de su fundamental artículo de <:lítica a la samucl!;oniana «función subrogada de producción» llielerogeneous Capital, the Produclion Funcrion and tAe Theory 01 DisrriIJution, «Rcview of Economic Studies», XXXVll, 1970 (trad. it. en Prezzi relativi e distrjbuziune del reddito por P. Sylos Labini, Turín, 1973, pág. 321)]: «No parecc, pues, que la separación entre la teoría

;~

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44 Sraffa y 1.7 teoría de los precios

dos tipos de centros de decisión, cada uno con un margen propio de autonomía: los empresarios, a quienes corresponde en última instancia las decisiones sobre los niveles de producción, y Jos «adquirentes»), a quienes corresponden Jas decisiones de absorcíón de las cantidades pro~ ducidas. Esta última categoría es sustancialmente distinta, como :::;e verá un poco más adelante, de la de los «consumidores») del análisis tradi­cionaL Ya ahora, de todos modos, podemos observar que en el caso del mecanismo neoclásico de las Curvas de demanda y oferla, la indepen~ dencia entre los centros de decisión se presupone, pero no está de­

", mostrada; en efecto, los empresarios sólo son libres de equivocarse: la solución correcta les viene impuesta por los datos del problema (tecnología y gustos de (os consumidore9. De ese modo, en la práctica, el empresario, como sujero autónomo y diverso del consumidor, des­aparece de la escena, y la economía de mercado aparece verdaderamente

1 como el reino del consumidor. Esto es, expresado en otros términos, lo 111 que ya hemos ',listo anteriormente (apartado 8): lIna vez introducidos en I)j la teoría del valor, los elementos subjetivos tienden a dominar la escena. '" En cambio, la.s decísiones dc los empresarios SOIl aquí independien­'" tes, no concomitantes por hipótesis y lógicamente antecedente.s, de las

;1; de los consumidores. Se pone así en primer plano el elemento de incerti­dumbre que caracteriza las decisiones empresariales; una incertidumbre «estructura!», podríamos decir, porque procede de la organización misma del sistema económico en centros diversos de decisión y no simplemente de un conocimiento aproximado de los datos del proble­ma, en especial de los gustos de los consumidores 49,

Está claro que el comportamiento de los consumidores influye .!;,obre el de los empresarios, en cuanto que los niveles de realización o de ab­

pura dc! valor y el estudio de las circullSlancias de las que dependen las cantidades produ­cidas cm:;uentre graves dificultades. Al contrario, puede hacer posible un estudio más lia­lisfactorio de las relaciones entre canlidades producidas y condidones técnicas de produc­ción. Más aún, esta separación, al liberar la teoría del valor de la hipótesis de los guslos de los consumidores dados independientemente de las demás variables dcl sisfema econÓmi­co, puede favorecer Ulla mejor comprensión de los fenómenos del consumo y dc su depen­dencia dcl resto del sistema.

»('on esto, la teoría del valor llegará a perder el carácter omnicomprensjvo asumido por ella con la adopción del método marginal. Lo quc se pierda en eXlensión, se ganará ciertamcnte en coherencia y también, espcrernos, en fecundidad».

49 Bueno es subrayar que se ha hablado de dos grupos de eenlros de decisión, y no simplemente de dos cenlros de decisión distintos; el que los capit<llistas no coordinen ex ante sus propias acciones juega un papel central en la que M¡ux llama «anarquía del capi­talismo», y es de fundamental importancia en todo el análisis keynesiano. La escisión entre el momento de la producciÓn y el momento del COnsumo cstá más directamente v¡n~ culada a la teoría m¡;¡rxiana de las crisis potenciales.

Sraffa y la teoría de lo:.> precios 45

sordón experimentados y esperados influyen sobre las decisiones emprc3ariales relativas a los niveles de' producción; pero hay también una influencia que opera en sentido inverso, en cuanto que las deci­siones empresariales, a su vez, determinan el nivel agregado de rendi­miento del sistema, es decir, la capacidad total de consumo \(l, además de determinar de modo más directo la demanda intersectoria.l de medios dc producción, dados los coeficientes técnicos correspondientes a los nive~

les de producción preestablecidos51 . De todos modos, no hay una corres­pondencia unívoca necesaria entre los niveles de producción de las dis­tintas industrias y la demanda de los bienes intermedios, por dos moti­vos principales: en primer lugar, la posibilidad para los empresarios de variar las provisiones operativas de medios de producción; en segundo lugar, la posibilidad en una economía abierta de satisfacer en el exterior parte de la demanda de los bienes intermedios. Ohservamos, a propósito de esto, que no existen problemas lógicos irresolubles que impidan con­siderar el análisis de Sraffa como referido a un sistema económico abier­to en vez de cerrado; en tal caso, será necesario recordar que también parte de la demanda interna de bienes dc consumo puede dirigirse hacia productos extranjeros, y que parte de la demanda de bienes producidos en el interior del sistema considerado puede provenir de fuera del mis­mo. Por otra parte, una veL: establecidos los niveles de producción, las empresas pueden influir directamente sobre los niveles de consumo mc­

50 Tal influencia es subrayada tanto ror J. M. Kcyncs (The General Theory 01 Rmplo)'ment, ¡nteres!, ond Money, Londres, 1<)36; The General Theory of Emp!oymen!, «Quarterly Journal of Ecollomics», LI, 1937, págs. 209-223) como por M. Kalccki (Selec­!ed Essay.\ on the Dynamics oI¡he Capitulist Economy, Camhridge, 1<)71). Un csquema en el que la importancia de este nexo está muy clara cs cl presentado por L. Pasinctli en A New Theoretical Appmach tu lhe Problems of Economic Growth, «Pontificiac Acade­miac Scientiarum Scripta Varia», Amsterdam, 1965, págs. S·}l-696.

51 La dependencia reciproca de producción y consumo es analizada por Marx en algu­nas págilla~jlJslall1ellte famosas (K. Marx,ll/!rnduzionea Per la critica del/'economía polí­lica, trad. il. de E. Cantimori, Roma, J969, págs. 176-182). El análisis de Marx propor­ciona las bases para una teoría del conSlllllo completamente disLinta de la que hoy en· cuentra acogida generalmentc, y sobrepasa, pues, los ¡¡mites dc nuestro estudio en este apartado. Entre los elementos dcl análisis marxiano que se rueden oponer a la teoría mar­ginalisla de la demanda (basada sobre opciones de slljetos autónomos) rccordamos antc lodo la subordinación del consumo a la producción: <ILa producción no produce (... ) sola­mente el objeto del consumo, sino también el modo de consumo; no sólo produce objeti· vamente, sino también subjetivamente. La producción crca (... ) el consumidor (...). La producción no sólo suministra un material a la necesidad, sino también una necesidarJ a la producción (...). La producción produce, pucs~ el consumo:1) creándole el material; 2) de­terminando el modo de consumO; 3) produciendo como necesidad en el consumidor los productos que originariamentc se ha proruesto como objetos. Produce, pues, el objelo del consumo, el modo de consumo y el impulso al consumo» (ibídem, pág. 180).

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46 SréJffa y la reoría de fos precios

diante los plazos de entrega, la publicidad o los ac.uerdos con los de­tallistas.

Los «adquirentes», a quienes en último término toca el papel de de­cisión relativo a la absorción de los bienes, producidos en base a dcci. siones autónomas de los empresarios, son, en efecto, una categoría mucho más amplia y heterogénea que la ue los «consumidores» del aná­lisis tradicional, simples adquirentes de bienes finales de consumo. A la demanda de estos últimos, efectivamente, hay que afi.adir la de medios de producción y bienes de inversión de las empresas52 • En cuanto a la de­manda misma de bienes finales de consumo, además, sería posible atri~ buirla en primera instancia no a las familias. sino al sector del comercio, al por mayor y al por menor. Individuamos de eslc modo otro elemento de la cadena de dcci.liión que va dcl productor al adquirente; un elemen­to que, aunque muy ligado a los otros dos, presenta caracteristicas dis­tintas (piénsese, por ejemplo, en la política de provisiones de los comer­ciantes).

Todo esto, al mismo tiempo que proporciOlla un cuadro de referen­cia al análisis de lOS precios compatible COn los que pudemos considerar elementos csencialc~ de un sistema capitalista (separación entre el mo­mento de la producción y el momento del consumo, pluralidad de centros de decisión, incertidumbre, etc.) pone de manifie-"ito las dificul­tade::; con que Se encuentra loda teoría que quiera determinar las canti­dades adquiridas (o demandadas) a los distintos p:-ecios basándose, en último iérmino, en un dato extracconómic.:o como los «gustos de los c{)n~umldores)). Las dificultades naccn ud mismo modo en que la teoria marginalista interpreta el proceso de producción capitalista: como «una avcnida en una sola dirección que conduce desde los "factores de pro­ducción" a los "bienes de consumo"»~3. En rcalidad, esta interpreta­ción parece ser una caracterización nada fiel de la naturaleza del proceso productivo capitalista. Tal natumlcza, como illlclltó demostrar Marx en El capital, es la de una reproducción continua a escala cada vel más nmplia~": en esta óptica, al afrontar el problema de la absorción, se pri. --_._.­

52 E:;to lo reconocen, evidentemente, los mbll10s teóricos marginallstas. Pero tienden a considerar posible una derivación precisa de la demanda de bienes intermedios de la de bienes finales de consumo, atribuyendo, por tanto, una importancia decisiva I::OIIlO factor cx:ógcno solatnente a esta última; de ese modo descuidalllos distintos factores, recordados arriba, que no hacen en absoluto automático el nexo entre demanda de bienes finales y de­manda de bil'.l\cS int~rmwios.

53 Así caracteriza P. Sraffa (Prvduzione al merci, dt., pág. J21) el planteamiento marginalisr.a contraponióndolo nI SUyo.

54 «Su finalidad (de la producción capitalista) es la valorización del capital 'f no el con_ sUmo.» K. Marx, 11 Capitale, libro IIJ. trad_ jt. de M. L. Boggeri, Roma, 1968, pág. 311.

Sraffa y fa teoría de Jo$ precios 47

vilegia el «consumo productivo» (de medios de producdón y de bienes de subsistencia para los trabajadores) respecto al «consumo improducti­vo», al que sólo se le puede atribuir carácter cxógeno. Volvemos, así, al punto de vista propio de los economi~tas clásicos y de Marx; corno re­cuerda Sraffa, «la primera presentación del sistema de producción y consumo corno proceso circular se encuentra en el Tableau économique de Quesnay»S5. El esquema sraffiano de determinación de los precios de producción se remite abiertamente a este.planteamicnto56.

La interpretación antes delineada del análisis sraffiano se ve impe~ dicta si se continúa atribuyendo a Sraffa la hipótesis de los rendimientos constantes, creyéndola necesaria para dar un significado concreto a su mecanismo de determinación de los precios, y considerándola elemento esencial de diferenciación respecto a los neoclásicos 57. Sin embargo, co­mo hemos visto antes, no es posible atribuir a Sraffa tal hipótesis, dada su explícita afirmación de que para su anáHsis no es necesaria ninguna hipó:e~is sohre los rendimiemos. Pero hay más: en tal caso, tendrían ra­zón los marginalistas modernos al considerar el esquema de Sraffa un l.:3SU especial, por muy importante e interesante que sea, de Su ~<Inüdc1u

de equilibrio económico generab>5&; y se perdería de vista el hecho de que el análisis sraffiano implica el rechazo del concepto margillalista de

ss P. Sraffa, op. cit., pág. 121. Dc F. Quesnay véase 11 ((Tableau écunomique» e allr¡ scritli di eL'onomia. ed. it. e lntrollucdón de M. Ridolfi, Milán. 19"/3.

56 Esto lo ha subrayado, por ejemplo, C. Napoiconi (Sulla teoria della produtivne co me processo circolfzre. «Uiorllale dcgli ceonomisti», XX, 1961, págs. lOf:d07} y P. Sylm Labini (Premesse concrete (! ipotesj teoriche nef!'analisi economica, «Giornale degli eeo­nOllli5th), XX. 1961, págs. 369-384). Ni siquiera por el tituto es posible encontrar alguna justificación a la cJiUca dirigida a Sraffa pur G. CaTandini (I.UVOfQ e capitule nella teorirz di Marx, ('Mua, 1971, pág. 25): ~(No obstante, la teoría de Sraffa no parece :apartarse completamente de la influencia neoclásica en lo que se rebere a la naturaleza esr,ccífka que atribuye al capitalismo. Como el título del ensayo expresa claramente (cursiva nuestra), somcle a análisis un simple procesa dc prodt:.cción úe mercancías o, mejor llicho, de productos del trabajo (trigo, carbón, hierro por medio de trigo. carbón e hierro, por ejemplo). No se supera así el límite neoclásico de concebir el proceso capitalista deproduc­ción como producción inmediata de valores de uso destinados all:onsulllo».

Si Cfr., por ejemplo, E. J. Ndl lT(¡eories oI Growlh and 7heories oI Va{ue, ~(Econo· mic Devclopment and Cultural Change», XVI, 1967 (trad. it. en Economisti moúeflli, pre­parada por F. Caffc, Dari. 19712, pág. 15l)}: ((En la leoría walrasiana, precios y eantida­\.k¡; 50n ueterlllílladu:; pOi la uferta )' la demanda, que operan conjlilltan1ellte; en la teoria ricardiana, los precio1i son determinados enteramente par las eondidones de 1a ofcrta; la demanda ~ól(l es importante <l efc.dos de la dcterminaciéln de las cantidades». Nell tiene presente, sobre todo, el modelo de Sraffa, que considera «el mejor ejemplo de un modelo moderno de tipo rkardiatlo}) (ibídem, pago J49, Ilota 6); y antes del pasaje cilado habia subrayado que ~<cn un sistema ricardiarlo los coeficientes de producción son fijos» (ibídem, pág. 150).

ss Suhre este pllnLo, dI. más adelante, Cí.tpílUlo 5, apartauo 7

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48 Sraf{a y la teoría de los precios

equilibrio y de la teoría marginalista dell:onsLlmo y de los niveles de pro­ducción. También por estos motivos cs importante subrayar que en el esquema de Sraffa el problema de los precios es aislado del problema de los niveles de producción y de la absorción de las cantidades producidas.

A éstos se les añade otro motivo de fundamental importancia: la hi­pótesis de niveles dados de producción es suficiente para asegurar la compatibilidad del esquema sraffiano con situaciones de equilibrio key­nesiano (infrautilización de la capacidad productiva y de la fuerza­trabajo). Nada asegura, en efecto, que la fuerza-trabajo utili:l..ada en correspondencia con los niveles daqos de producción sea igual a la fuerza-trabajo disponible en el sistema económico considerado. Tene­mos aquí un elemento de diferenciación entre el análisis sraffiano y el de los economistas clásicos; como veremos en el capítulo 7, la infravalora­ción de tal elemento ha llevado a algunos críticos marxistas a una erró­

,1; nea interpretación del «ricardismo» de Sraffa, es decir, a atribuirle a su análisis esa visión «armónica» del capitalismo que procede, en gran par­

í... .,,: te del análisis clásico, de la aceptación explícita o implícita de la «ley de Say».

;;,:

13. Examinemos ahora otro problema: si el análisis de los precios í::) de producción se refiere implícitamente a las técnicas más modernas cn

uso, o a la tecnología media predominante en los diversos sectores. Este problema, evidentemente, sólo tiene significado si entendemos el análi­sis de Sraffa como un intento de interpretar mecanismos reales, tenden­cias de fondo en el obrar de un sistema económico; si, por el contrario, sólo le atribuimos el significado de solución de un problema teórico pu" ramente formal (determinar los precios que garantizan un tipo de bene­ficio uniforme en las diferentc-s industrias), pierde toda importancia la relación entre la teoría yel mundo que intenta interpretar, o mejor, dicha relación deja de existir completamente.

Tampoco da Sraffa indicación alguna a propósito de la tecnología. De todos modos, dada la constante referencia a los clásicos, parece oportuno referirse a las técnicas «socialmente necesarias», en el mismo sentido en que Marx habla de trabajo «socialmente necesaricJ)} para la producción de una determinada mercancía 59. Es decir, hay que referirse a

59 «Tiempo de trabajo socialmente necesario es el tiempo de trabajo que se requÍl:re para representar cualquier valor de IlSO en las existentes condiciones de producción, sodal· mente normales, y COll el grado social medio de habHidad ~ ill(ensiuad de trabajo» (K. Marx, JI Capitale, libro 1, trad. it. de D. Cantimorí, Roma, 19676, pág. 7I), Cfr. tamo bién el pasaje citado en la flola siguiente.

Sraff<-J y la teoría de los precios 49

las técnicas «dominantes» en un período dado. Éslas no corresponden necesariamente a la media entre las técnicas adoptadas por los distintos productores de la mercancía considerada. Los dos conceptos coinciden si la industria está compuesta de muchas pequeñas empresas y, por tan­to, cada una de ellas es «dominanle» y «dominada» del mismo modo que todas las demás60; pero la distinción se hace importante si en la in­dustria considerada existen algunas empresas de mayores dimensiones que desempeñan las funciones de price leaders: la tecnología relevante para la determinación de los precios de producción será aquella a la que hacen referencia estas empresas. En el casO en que existan contemporá­m:arnen1e varios productores con técnicas diversas, la «socialmente ne­cesaria» dependerá también, entre otras cosas, de la estructura de la in· dustria considerada. Por eso debemos asumir también la estructura de la industria entre los datos del problema.

Cuando se quieran obtener eslímacioncs empíricas de los coeficientes técnicos en los que basar un esquema sraffiano de determinación de los precios na será, pues, suficiente dirigirse a los ingenieros (o basarse en tablas de las interdependencias sectoriales, que indican las técnkas «me­dias})): será necesario un estudio a fondo de factores específicamente económicos. También será necesario considerar, además, fadores político-sociales eÍl sentido lato, por la inDuencia que ejercen sobre los coeficientes técnicos relativos al trabajo necesario en las distintas in­dust,fias: piénsese en problemas tales como la duración de la jornada la­boral media, los ritmos de trabajo, el absentismo. Mas en general, la tecnología en uso en el sector en el que se producen mercancías, es decir, bienes para vender en el mercado, está influenciada por cuanto sucede fuera del sector «capitalista» del sistema examinado: piénsese, por ejemplo, en la importancia de servicios públicos c0mo la educación, la administración de justicia y la asistencia sanitaria al condicionar el mo­do en que se desarrol[a el proceso productivo. En resumidas cuentas,

60 A esta situación se refiere Marx, evidentemente, cuando afirma: ~,E¡ valor de mer­cado deberá (... ) ser comil.ierado. por un lado, como el valor medio de las mercancías pro­ducidas en \Ina cierta esfera de prodw.;¡;ión; por otro lado, como el valor individual de las mercancías producidas en las condiciones medias de su rcspectiva esfera de producción y que constituyen la gran masa de sus productos. Verdaderamente, se precisan circunstan­cias extraDrdinarias para que las mercancías producidas en las condiciones más desfavo­rables o en las condiciones más favorabks dclertnineTl el valor de rncrc¡ldo, que constitu­ye, a su vez, el centro de oscilación para los precios de mcrcado (... )>> (K. Marx, Il Capita­le, libro m, ell. cit., pág. 221; inmediatamente después -pág. 222-, Marx precisa que «cuanto se ha dicho aquí a propósito del valor de mercado ellCllcntra también aplicación para lo que se refiere al precíD de producción, en el mismo momento en que éste sustituya al valor de mercado»).

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50 Sraffa y la teurla de los precios

hay que tener muy presente que el grado de desarrollo social en sentido amplio condiciona fuertemente el grado de desarrollo tecnológico del sector «capitalista».

La dificultad de dominar todos estos factores, que escapan a todo estudio «parcial» de la rcalidad, y la dificultad, pues, de determinar eIl concreto, eOIl exactitud, la tecnología «de referencia», no constituyen, sin embargo, una objeción al esquema sraffiano: en un determinado instan­te, los diferentes factores de producción antes recordados se pueden considerar dados y, al menos en línea de principio, la tecnología puede ser puesta de relieve. Su obtención es extremadamente compleja, y no

." pucde ser más que aproximada; pero una mayor o menor aproximación es un elemento común a todas las aplicaciones de esquemas teóricos pa­ra el estudio de situaciones reales.

Las técnicas «dominadas», pero todavía en uso, correspondientes a /:,

inversiones efectuadas en el pasado que ya no serían convenientes en la:.\ ~.: situación existente, pueden servir, según una sugerencia propuesta por

el mismo Sraffa, para determinar el precio' del capital fijo relativo a las <. mismas; el conjunto de los precios correspondientes a las técnicas domi­

nantes no es influencíado por las técnicas dominadas 61 •

De este modo, es posible resolver el problema del «período de transi­~:: ción tecnológica»: la situación en que, por ejemplo, el telar mecánico,

aun constituyendo la técnica dominante, no ha absorbido todavía la producción artesanal. Por el contrario, en el caso en que una innovación acaba de ser introducida a escala limilada~ de forma que no constituye todavía técnica dominante, la empresa innovadora obtendrá un extra­beneficio determinable de modo análogo a una «cuasiwrenta». Más exactamente, dicho extra-beneficio será igual a la diferencia entre el precio «descontado>} de los medios de producción en que se concreta la innovación y su precio de producción. El precio «descontado» se calcula de forma subordinada a la determinación de la totalidad de los precios de producción, resolviendo la ecuación relativa a la nueva técnica después de haber sustituido el precio del producto, el salario y el tipo de beneficio por magnitudes ya determinadas; en la ecuación consi· derada queda, pues, como única incógnita, el precio total de los medios

(,l ((La c~asi renta que es percibida por aqucIlos elementos dc capital fijo que han cs­tado en uso normal en e[ pasado, pero que estan ya superados aun cuando valga la pena emplearlos hasta que se consuman, se determina exactamente dcl mismo modo que la renta de la tierra. Y como la tierra, tales instrumentos anticuados tienen la propiedad de las mercancías no básicas y son cxcluidos de la cOlllposidón de la mercancía patrón» (P. Sraffa, op. cit., pág. 99).

Sraffa y la teoría de los predos 51

de producción, que se confronta finalmente, como se ha dicho antes, con la suma de sus predos ue producdón. Hay que recordar, no obstan­te, que la tendencia a un tipu de beneficio uniforme conlleva una conti­nua tendencia a la reabsorción de tales situaciones transitorias, a través de la difusión de la nueva leenologia.

Por último, podemos recordar que la hipótesis de tipo de beneficio uniforme se puede sustituir por la de un «abanico>} dado de tipos de be­neficio, es decir, de un tipo de beneficio diferente para cada sector62 ,

cuando se admita la existencia de diferencias estructurales entre las dife­rentes industrias: por ejemplo, cuando frente a sectores competenciales haya sectores en los que prevalezcan situaciones oligopolistas basadas en barreras legales o lecnológicas a la entrada, o en coste de prepara­ción. En efecto, aun cuando no sea compatible con las teorías neoclási­cas de la empresa, basadas en la confrontación de costes marginales y ganancias marginales, el esquema sraffiano ·de determinación de los pre~

cios es totalmente compatible con una teoría del oligopolio de proceden­cia clásica, es decir, basada en la existencia de barreras a la libertad de ingreso en el sector considerado, como la formulada por Baio y Sylos LabÍlü6l

.

14. Examinemos ahora dos problemas menores, unidos entre sí, que pueden ayudarnos a precisar algunos parliculares del cuadro de re­ferencia trazado hasta ahora: el momento de pago de los salarios y la duración del período de producción.

Sraffa supone que el salario se paga al final del proceso productivo; tal hipótesis ha sido criticada desde diferentes sectores, ya por una pre­tendida falta de conformidad a la correspondiente hipótesis marxiana, ya por el hecho -indiscutible- de que prácticamente en todas las mercancías (excluidas aquellas con un período cortísimo de producción) es parte integrante del precio un beneficio sobre las anticipaciones sala­riales. En realidad, el salario no se paga al comienzo, sino al final de un período laboral preestablecido (por ejemplo, una semana, un mes), y es­te hecho es subrayado cuidadosamente por Marx: el capitalista paga la

62 Sobre este punto, cfr. P. Sylos Labini, Iniroduzione diforme di merca(a non con­carrenziali nello schema di Sraffa e passaggio olla riproduzione su scala allargata, a ciclostil, Roma, 1969. Cae, pues, la eriLica hecha contra Sraffa por B. Sehmitt (Mon­naie, sa{aires el proflls, París, 1966); según él, hay que rCc\la7.ar el cSQuema de Produ­zione di merci porque es incompatible con la existencia, en la rcalidad, de un ((abanico» de tipos de beneficio,

6J J. Bain, Barrif!rs (o New Competitian, Harvard, 1956, y 1', Sylos Labini, Oligopo­lio e progresso tecnico, dr.

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52 Sraffa y la teor/a de los precios

fuerza-trabajo post faclum, es decir, despué.\' de haberla utilizadoM • Al mismo tiempo, Marx, siguiendo la fradidón de los economistas clá~icos,

recuerda que al calcular los precios de las mercancías hay que tener tam­bién en cuenta un benefido sobre el capital variahle, es decir, sohre las anticipaciones salarialcs65 •

Los clásicos, a veces, lIegahan a suponer que el capital anticipado por el empresario se reducía únicamente al monto de salarios, y muy difícilmente ponían de relieve, junto a esto, el otro hecho antes recorda­do, esto es, que los salarios se pagan generalmente al final de un período laboral establecido de antemano. Esto es debido a que su atención se centraba exclusivamente en el estudio del cambio de las mercancías (comprendida esa mercancía especial que es la fuerza-trabajo y, por tan­to, estudio del salario y, como resíduo, del beneficio), mientras que tc­nema:.; que esperar a Marx para tener un análisis de las relaciones so­ciales, entre hombres, que se ocultan delrás de las relaciones materiales, entre mercancías. Marx, al distinguir cntre la mercancía fucrza-trabajo y el trabajo efectivamente prestado, hizo ver cómo los trabajadores son obligados a trabajar por un período de tiempo superior al necesario pa­ra producir los propios bienes de subsistencia y para reintegrar los me­dios de producción necesarios a tal actividad. Tal obligación de prestar un trabajo que excede del necesario, es decir, un plustrabajo, se debe a que trabajadores y propietarios dc los medios de producción son dos grupos distintos de personas; los trabajadores se ven así obligados a tra­hajar bajo la dependencia de los capitalistas para rcproducir sus propias subsistencias. En tal situación, el trabajador cede al capitalista su fuerza· trabajo a cambio de un salario, y el capitalista es el legítimo pro­pietario de los bienes producidos; de entre los bicnes producidos ad­quirirá luego el trabajador los necesarios para su subsistencia, sirvién­dose del salario que ha obtenido a cambio de su prestación laboral. Al pago aplazada del salario se le puede atribuir, pues, en la óptica mar­xiana, una doble función: instrumento de control del capitalista sobre el proceso productiva, puesto que el paga se subordina de ese modo a la efectiva prestación del trabajo; y elemento de mixtificación de la rela­ción de explotación que se da entre el capitalista y el trabajador, en cuanto el pago aplazado parece recompensar al trabajador por la cesión

64 Cfr., por ejemplo, K, Marx, Storia de/fe teorie economiche, cit., vol. 1, pági nas 118 y ss.; véanse también las críticas de Marx a J. S Mili expueslas más adelanle, capítulo 4,

65 Cfr., por ejemplo, K. Marx, Ji Capitule, libro m, ed. cít., págs. 193, 204. 205, 741-743.

Sl'a/fa y la rear/a de IO~i precios 53

de una determinada cantidad de trabajo, mientras que en realidad la mercancía que el trabajador cede a su valar (según la ley de mercado del cambio de equivalentes) es su propia fuerza-trabajo por UIl Lielerminado período de tiempo.

Las dos hipótesis, ambas presentes en Marx, sobre el momento de pago de los salarios son. pues, recanducibles a la existencia de dos problemas distintos: por un lado, el estudio de las relaciones sociales que en un sistema capitalista se establecen entre trabajador y propietario de los medios de producción; por otro lado, el csludio de las rclaciones dc cambio entre las mercanCÍas.

Parece, pues, posible, justificar la hipótcsis de salaria pagado al tér­mino dd período dc producción, cuando se examina la relación entre ti­po de beneficio y salario, en cuanto que tal hipótesis es más conforme a la rcalidad de las relaciones sociales que subyacen en la relación entre las dos variables distributivas. La hipótesis de salario pagado post factum, en un esquema utilizado na sólo para el cstudio de la relación distributi­va, sino también para el dc los precios relativos, implica la existencia de un período de producción uniforme para todas las industrias e igual al periodo de pago dc los salarios. Pero este hecho no plantea problemas, porque la definición del período de producción unitario es completa­mente arbitraria. Sraffa supone que es igual a un año; su hipótesis es una obvia consecuencia de la referencia inicial, típica de la tradición clá­sica, a los procesos productivos agrícolas66 ; pero no existe ningún moti· va de principio, intrínseco a su esquema, que haga esencial la hipótesis del periodo anual.

En efecto, como es sabido, los períodos de producción relativos a procesos productivos diversos tiencn, en general, duraciones diferentes. Para determinar los precios hay entonces que cunstruir un sistema de ecuaciones referido al máximo común denominador de los diferentes períodos de producción; en dicho sistema, cada industria se subdivide en muchos procesos productivas paralelos, cada uno de los cllaks corresponde a un estadio de la elaboración: los bienes semielaborados que se obtienen en el primer estadio aparecerán como medios de produc­ción en el segundo, y así sucesivamente hasta obtener el producto acaba­

66 «Las mercancías (...) SI: inlercambian en el mercado que se celebra Iras la cosecha» (P. Sraffa, op, cit" pág, 3). Cfr., por ejemplo. el ,(tableau économiquc» <1e Quesnay (op, cit,. págs, 17-26). También mas explidto es James Mili (h'lements 01 Polítical Ec()­nomy, Londrcs, 1821, pág. 185): «En la economía política se toma el año como el período que comprende un ciclo completo de producción y consumo»; este párrafo es ci­tado por Sraffa en su íntroducción a los Works de Ricardo (IHid. it. cit., pag. 223).

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54 Sraffa y /a teoría de los precios

do. En teoría, el maxlmo común denominador de los diferentes períodos de producción podría ser también un infinitesimal, o de modo más realista la jornada laboral; en la práctica, puesto que el «período de pago» más relevante es el de los salarios, y los desembolsos para mate­rias e instrumentos de producción se pueden reagrupar en períodos iguales, o múltiples, al de pago de salarios, conviene hat:cr referencia a este último para establecer convencionalmente la durat:Íón uel p~ríodo

de producción. De ese modo, además. se justifica ulteriormente la hipó­tesis de los salarios pagados post factum. Al mismo tiempo, en los pre­cios de los productos acabados que requieran un período de producción más largo que el del pago de los salarios. entrará un demento de benefi­cio sobre los salarios anticipados; se tendrá en cuenta que el capitalista, si bien paga la fuerza-trabajo después de haberla utilizado, generalmen­te la paga, no obstante, antes de haber convertido la mercancía en dinero.

No hay contradicción entre estos dos hechos. y e~ erróneo remitirse al segundo de ellos para criticar la hipótesis sraffiana de salarios paga­dos post factum. Tal hipótesis cs esendal para establecer una relación li­neal entre salario y tipo de benefido, pero, como hemos visto, {lS correc­ta precisamente en el ámbito del estudio de la relación entre las dos va­riables distributivas. Cuando se estudian, en cambio. las relaciones entre variable distributiva dada cxógcnamcnte y los precios relativos, hay poca diferencia, en línea de principio, en suponer que los salarios se pagan 'al comienzo o al final del período de producción, una vez que se suponga que el capitalista anticipa los diferentes medios de producción: instalaciones, maquinaria, utensilios de trabajo, materias primas. El es­quema de determinación de los precios relativos, y de sus relaciones al variar la distribución, no cambia de carácter si se supone que el salario se paga ante en vez de post factwn.

15. Conclusión. El problema afrontado por Sraffa, el de las rela­ciones entre variables distributivas y precios relativos, está claramente separado, en Producción de mercancías, de los problemas con él liga­dos: determinación de los niveles de producción, realización de las mercancías producidas, individuación de las técnicas dominantes. Pero precisamente porque en la realidad estos diferentes problemas están ca" nectados entre sí, una interpretación de la obra de Sraffa no puede pres­cindir de las relaciones lógicas que se pueden establecer entre el proble­ma afrontado en ella y los arriba señalados; al hacerlo, se puede confiar en algunos elementos esparcidos por las obras de Sraffa, pero la in·

Smffa y la teoría de los precios 55

terpretación sigue siendo subjetiva, de todos modos. El punto de vista desde el que se ha afrontado este trabajo ha sido el de verificar si el mo­do en que Sraffa resuelve su problema puede ser compatible con el que, al menos a nuestro parecer, es el modo más fructífero de hacer frente a los demás.

Como hemos visto, tal línea de interpretación sugiere para las dife­rentes cuestiones examinadas un abandono del planteamiento margina· lista y una vuelta al clásico; pero es un retorno que hay que entender de mouo cualificado, no simplista, tenicndo muy claro el hecho de que Sraffa escribe después de Marx y después de Keynes, y que su esquema para el estudio de los precios relativos es compatible con sus indica­cioncs sobre cl modo de enfrentarse a los demás problemas 67

• Hay que subrayar, además, que el cambio dc planteamiento no sólo afccta al mo­do de resolver los problemas, sino también -yen primer lugar- al mo­do mismo de definirlos. Producción de mercancfas sugiere. así, un cam­bio radical en el modo hoy predominante de afrontar los problemas de la teoría económica en general.

67 Para lo que se refiere a las acusaciones de incompatibilidad eDil el análisis mar­xiauo dirigidas a la teoría de Sraffa desde varios sectores, véase el capitulo 7, que está dedicado a este problema.

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2Bienes básicos y bienes no básicos

1. Algunos problemas afrontados y resueltos en Producción de mercancías, contribuyen también a darnos una medida del distan. ciamiento entre la tcoría sraffiana de los precios y la teoría marginalisti:i del valor y de la distribución. En est.e capítulo y en el siguiente examina~

remos dos de tajes prQblcmas: la distinción entre bienes «básicos» y «no básicos», es decir ~ entre bienes directa o indirectamente necesarios a to~

dos los procesos productivos y bienes cuyo empIco como medios ue pro­ducción es nulo o limitado, también indirectamente, a pocos procesos productivos; y la cunstrucdón de la rnctcanda patrón, una mercancía compuesta dotada de propiedades particulares como mereaucía­medida. Sin embargo, mientras que su separación del sistema conccp~

tual de los teóricos marginalistas es evidente, se necesita prestar mayor atención para caracterizar con exactitud otro hecho que a primera vista parecería obvio: la derivaclón de la problemática sraffiana de las teorías de los economistas clásicos ingleses y de Marx.

Sraffa l en efecto, al enfrentarse a los problemas que los economistas clásicos sólo habían planteado, y además de modo un tanto cunfuso, no sólo ofrece la solución sino que, al mismo tiempo, implícitamente, acla­ra los limiles de aplicabilidad de tales soluciones y contribuye de ese modo a definir con precisión los problemas mismos. Esto es válido especialmente para el segundo prob1ema~ la búsqueda de una <~mcdida

invariable del valor» que Sraffa identifica en la mercancía patrón, como veremos en el capitulo siguiente.

Por otra parte, la remisión a los economistas clasicos permite en~

cuadrar mejor los problemas antes recordados dentro de la teoría de los precios de producción, ":J proporciona algunas sugerencias interesantes

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60 5raffa y /;l (¿'oda de los precios

sobre la posibilidad de utilización de las ~olllcione$ propuestas por Sraf­fa; esto es aplicable, sobre fodo, para el primer problema~ en la distin­ción entre bienes básicos y no básicos, examinada en este capítulo.

La diferencia más llamativa entre el análisis sraffianD y el de los eco­nomistas clásicos, en relación con las dos cuestiones en examen, está en el tratamiento de los bienes salariales. Tales bienes, que constituyen el núdeo central dc los esquemas clásicos de determinación de los precios, se encuentran relegados en el análisis sraffiano al papel secundario de bienes no básicos, si bien con importanles cualificaciones. Sin embargo, como'veremos con mayor detalle en el capítulo 4, este hecho no depende '" de una diferencia sustancial en el planteamiento mismo del análisis de~:i:

~I[ los precios~ sino que más simplemente es la consecuencia de hipótesis di. .d", versas sobre la determinación de las variables distribulivas, que no apor­.,¡.;: tan modificaciones ele relieve a la teoría de los precios de producción: ,; por un lado, la hipótesis clásica de salario fijado a nivel de subsislencia ~~ y, por tanto, considerado dado en términos físicos; por otro lado, la hi­i pótesis sraffiana de una posible participación de los trabajadores en la

í: distribución del excedente, y la tendencía a considerar dado desde el ex­terior del sistema no el salario, sino el tipo de beneficio!. Las implica­ciones analíticas de tal diferencia, como veremos, podrán afectar en to­do caso a algunas cuestiones colaterales más propiamente pertenecientes al campo de la política económica, pero puesto que en este campo es obligatoria una notahle dosis de cautela, bien estará examinar Jos ejemplos relativos a cuestiones prácticas, contemplados en las páginas que siguen, como privados de un significado autónomo, y útiles sola­mente con finalidad ejemplar para iluminar mejor las consecuencias de las diferentes hipótesis sobre el modo de determinación de los salarios.

::

2. La distíndón entre bienes «necesarios~~ y bienes «de lujo» (se­gún la terminologia entonces wmda) fue introducida por los ecollomÍs-

I «La r<izón por III que el salario fIle adoptado inicialmente corno variable indeJJen­diente es que se había SUpuesto que cOllsistiél en lo meramente necesario para la subsisten­l:Ía, determinado por condiciones fisiológicas Osociales independientes de los precios y del tipo de bcneficio. Pero desde el momento en que se admile la jJosibilidad de variaciones en el reparto de la renta nacional, este argumento pierde gran parte de su fuerza. y cuando el salario se toma como "dato" el] terminos de llna unidad de medida más o mCllo.~ abstrac ta, y no redbe una definición COllcreta hasta que no se determinan los precios de las mercancías, se invierte la posición. El tipo de beneficio, al ser UnJ relación, tiene un conte­nido que es independiente del conocimiento de los precios y muy bien puede ser "dado" antes que se fijcn los precios. Es, pues, susceptible de ser determinado por influenci<ts extrañas al sistema de la producción, y especialmente por d nivel de los tipos de interés monetario») (P. Sraffa, Pmduzione di merd, cit., pág. 43).

Sra/la y la (eoría (fe los precios 6'j

faS clásicos ingleses como distinción entre aquellos bienes cuya.'; condi­ciones de producción influyen, sobre todo, el sistema de los precios rela­tivos y aquellos que no tienen esa importancia general. En el esquema comúnmente usado por los economistas clásicos, en el que el salario se nja en términos físicos como una determinada cantidad de una cierta mercancía, este bien salarial es el único bien «necesario» del sistema si es producido únicamente por trabajo, o por {¡abajo más una cantidad dada de :-;í mismo l.

La distinción entre bienes <(Decesarios» y bienes «no necesarios» se presenta, pues, en los economistas clásicos, como distinción entre los bienes salariales y los bienes de lujo. En esta forma hace su aparición en La riqueza de las naciOflf!S, donde Smith distingue entre las tasas sobre bienes de primera necesidad y las tasas sobre bienes de lujo; las primeras conducirían a un aument.o genemJ de los precios, mientras que las se­gundas sólo elevarían el precio de las mercancías tasadas 3

• Ricardo, al criticar la teoría de los precios de Smith4

, llega a aceptar la segunda de las dos proposiciones, pero rechaza la primera: si es verdad que una tasa sobre un bien de lujo no provoca variaciones generales en el sistema dc los precios, también lo es que el efecto de una tasa sobre un bien salarial no consiste en un aumento general de los precios, sino en una disminu­ción del tipo de beneficio. El bien elegido como unidad de medida, en efecto, no puede aumentar de precio con respecto a sí mismo; el aumcn~

to del coste del trabajo, es decir, del salario al bruto de la tasa, necesario para mantener invariado el salario real recibido por el trabajador al neto de la lasa, produce por tanto una disminución del beneficio.

El razonamiento de Ricardo es analíticamente indiscutible; los crítícos se volvieron, pues, hacia las premisas, lamentando su excesiva simplificación respecto a la realidad. Malthus, en su correspondencia con Ricardo~, observó varias veces que los trabajadores no consumían solamente grano, y que los medios de producción eran variados, fre­

1 En cl modelo prnpucsto por Ricardo, en el Saggio su! busso pre"(.Zo de' gral/O (1815) (D. Ricardo, Works, ciL, vol. IV, págs. 9-41), el trigo era el único bicn (ll1cces¡uio» del sis­tema, al ser producido por el Lrigo que hacía falta para la siembra Illás el que hacía falta rara mantener el trabajo exigido por el cultivo.

3 A. Smith, La ricchl'Zza delle nazioni, cit., págs. 862 y ss. '1 Véase supra, capítulo 1, apartado 4. 5 Véase, por ejemplo, las cartas JcJ 5 de agosto de JiH4 y dc112 Y14 dc m¡HZO de 1815,

en D. Ricardo, Works, cit., vol VI. págs. ]17-118, 185-1R7. Sobre la importancia de estas críticas para el desarrollo de la teoria del valor dc Ricardo, vcase la introdllcción de Sraffa a los Worh de Ricardo, cit., vol.!, págs. XXXJ.XXXltl. Nótcse qU~ todas las eomplejida­dcs de la teoría del valor surgen en cl momento en que se abandona la hipótesis de un sistema con uu solo bien básico.

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62 Sraffa y la teorla de los precios

cuen(emenle heterogéneos respecto al producto. En el esquema de Torrens

6, que en este aspecto pueúe ser considerado como una respuesta

a las objeciones de Malthus, se distinguen dos mercancías ~~necesarias}), cada una de ellas es indispensable para su propia produccíón y para la de la olra mercancía, ya directamente COmo medio de producción, ya in­directamente Como bien salariaL Torrens, en efecto, distingue dos bienes, cada uno de los cuales es, en realidad, un agregado de bienes he­terogéneos: por un lado, el producto dcl scctor industrial (máquinas, utensilios y bienes elaborados de consumo), y por el otro, el producto del sector agrícola (alimentos y materias primas).

Torrens también propone utilizar la distinción entre bienes <<necesa. rios» y bienes de «lujo» en el análisis del modo de delerminaCÍón de los precios en presencia de formas de mercado no competenciales. Si, por cualquier motivo, nos encontramos frente a una forma de monopolio (<<por ejemplo, si naturalmente la cantidad de terreno necesaria para la producdón de un determinado tipo de vino es limitada»)l tenemos una excepción en el principio de proporcionalidad de los precios al valor de los medios de producción empleados, porque el capital puede rendir mucho más en una actividad que en otra. El precio de las mercancías producidas en régimen dc monopolio estará determinado «por el nÚme­ro y por la riqueza de aquellos que desean obtcnerlas)); pero -yen cste punto interviene la distinción entre bienes ~~ncccsarios)~ y bienes <;<no ne~ cesario.'il~- si éste es el único límite al aumento del precio de los bienes de lujol para los bienes de primera necesidad hay otro límite, impuesto por la tecnología: «Un monopolio que abarque tales bienes jamás puede hacer subir su valor durante largos periodos, hasta el punto de que el producto de un día de trabajo, o de un capital suficiente para poner en actividad un día de trabajo, no pueda ser intercambiado con los medíos de subsistencia para un día)), y eslo aunque, en un plazo breve, el precio de [os bienes de primera necesidad 1 cuya demanda es rígida, puede aumentar más rápidamente que el precio de los bienes de lujo, cuya de­manda es elástíca7.

Un razonamiento análogo al desarrollado por Torrens para mostrar los diversos efectos de una situación monopolista en el caso de un bien ne­

6 R. Torrells, Saggio SI/l/a produzione della ricchezza, cito El esquema de determina­ción de los precios propucstos par TorrcllS puede ser considerado un tosco precursor de los esquernas sraffianos má~ acabados (sobre este PUllto, efr. A. Roncaglja, lntroduzione a R. Torrens, op. cit., págs. XVIII XXJJI).

7 Las citas están sacadas de Ton·cns, op. cit. pág. 3 L El párrafo está sacado dc lo. Intfvduzione, cit.. pág. xxv.

Smffo y 10 leuda de fos precios 63

cesario y en el caso de un bien de lujo, puede hacerse con referencia a la tcoría de los rendimientos decrecientes de La tierra y a la tendencia a un estado estacionario. Recordemos brevemente el análisis de Ricardo8; en auseIlcia de progreso técnico, la expansión dc la producción de bienes agrícolas (quc sigue a un aumento dc la población) requiere la puesta en cultivo de nuevas tierras cada vez menos fértiles, o la cultura con méto­dos cada vez más intensivos y menos aprovechables de las tierras ya en uso. Puesto que el salario en lérminos de productos agrícolas dcbe se­guir constante a nivel de subsistencia, el aumento del coste dc produc­ción provoca una disminución del tipo de beneficio. El proceso se para cuando el tipo de beneficio ha caído hasta cero (o, más precisamente, hasta el nivel mínimo necesario para inducir a los capitalistas a in~

vertir): si interrumpe la acumulación de capital, cesa el aumento de ta producción, y también la población debe permanecer estacionaria. A partir de este momento, siempre suponiendo ausencia de progreso técnic09, el sistema econémico no hace más que reproducirsc inalterado en el tiempo; justamente tal situación es la que los economistas clá:iicos indicaron con el nombre de «estado estacionarim>lo, Pues bien, pode­rnos distiuguir do~ casos. Si es un bien de lujo el que sc produce en con­diciones de rendimientos decrecientes, no se tienen los efectos generales descritos por Ricardo, porque el cambio en el método ele producción del bien de lujo influye solamente sobre el precio relativo de dicho bien, mientras que el tipo de beneficio y el salario en términos de bienes nece­sarios, continúan inalterados. En cambio, si es el coste de producción de un bien necesario el que aumenta, y el salario permanece inalterado en términos de tal bien (o de una cesta de bienes de la que tal bien forma parteL el tipo de beneficio debe disminuír ll : sólo en este caso, pues, se da la tendencia al esla~o estacionario.

8 Cfr. D. Ricardo, Works, cit., vol. 1, pág. 120. 9 Ricardo subraya que el ucscenso de los beneficios está continuamente cOlltrastado

«por mejoras en las máquinas destinadas a la producción de bienes necesarios y por los uescuhrimíentos científicos en agricultura, que nos pcrmÍlcn prescindir, de una parte, del trabajo anteriormente necesario y, por tanto, reducir el precio de los bienes de primera ne· cesidad para el trabajador¡) (ibídem).

10 En erecto, Ricardo no habla de «estado estacionariOl> (hasta el punto que esta voz no aparece en el índice analítico general de sus obras preparado por Sraffa: cfr. D. Ricar­do, WIJrk...-, vol XI, Genera/Index, Camoridge, 1973). Sobre el argumento se explaya, en cambio, J. S. MilI en el libro IV de sus Principies oJPoli/teal Economy (Londres, J848 1).

II En efecto. inmediatamente antes de analizar la tendencia a lIna disminución del tipo de beneficio originada por los rendimientos decrecientes en agricultura, Ricardo observa que un aumento del coste de producci&n de un bien de lujo y de su precio, por tanto, no provoca una diSminución del tipo de beneficio, contrariamente a cuanto sucede para los bienes necesarios (cfr. D. Ricardo, Works, cit., VD\. 1, pág. U8).

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64 Sraffa y la teoría de Jos precios

La distinción entre bienes de primera necesidad y bienes de lujo la volvieron a hacer, sucesivamente, Dmitriev l2 y Bortkiewícz 13

• Ellos, pre· sentando una formulación matemática del modeio de Ricardo, mostra­ron rigurosamente cómo entre los bienes de primera necesidad había que incluir tamhién, además de los bienes salariales, los bienes directa o indirectamente necesarios para su producción.

El análisis de Bortkicwicz permite, además, \:orregir un error en el que incurrió Marx. Éste, al determinar el tipo medío de beneficio como relación entre la plusvalía total del sistema y el valor total del capital an­ticipado, se vio inducido a concluir que para la determinación del tipo de beneficio son relevantes las condiciones de producción de todos los bienes, incluidos los bienes de lujo. En realidad, como muestra Bort­kiewicz, dado el tipo de salario en términos reales, sólo las condiciones de producción de los bienes salariales (y de los directa o indirectamente necesarios para su producción) concurren a determinar el tipo dc beneficio 14. El error de Marx es difícil de explicar desde el momento en que él mismo, en otros pasajes de sus obras, acepta la distinción tradi­cional entre bienes necesarios y bienes de lujo, observando que un cam­bio en las condiciones de producción causa efecto sobre el tipo de' plusvalía sólo si tal cambio tiene lugar en un sector que produzca un bien necesario; mientras que el aumento de productividad en un sector que produzca bienes de lujo sólo provoca una disminución del valor del bien produddo 15 •

También, respecto a las formulaciones más acabadas de Dmitriev y

Bortkiewicz, presenta el estudio de Sraffa, de todos modos, corno vere­mos, diferencias sustanciales, reducibles al abandono de la hipótesis de salario especificado mcrcológicamente. A esta diferencia se debe pro­bablemente el abandono de la terminología clásica, que sugería una dis­tinción basada en el uso directo de cada bien en el consumo final (<<bienes de primera necesidad» y «bienes de lujO), si hien este último término es utilizado a veces en Producción de mercancías), y su sustitu­ción por una terminología más directamente ligada al aspeclo tecnológi­

12 v. Dmitricv, Suggi economiu (1904)/ trad. il_ de M. De Ceceo, Tudn, 1972 (véase la p<lrte primera, La teoría de! valore di D, Ricardo).

13 L. \'on Bortkiewicz, La teoria econumica di Marx, preparada por L. Mcldolesi, Turín, 1971 (vcanse Jos dos primeros ensayos de la prímera parte).

14 Sobre Cl;lc punto, eh. L. Meldolesi, Introdllúone a L. von Hortkiewiez, ojJ. dt .. págs. XXXVII-XLIIJ; o también F. Vianndlo, Valore prezú e distribuzione del reddifo, Ro­ma, 1970, pags. 131-139.

15 Cfr., por ejemplo, K. Marx, Storia delle teorie economiche, cit., vol. 1, páginas 307-308.

Srijffa y la teoda (fr.' Jos precios 65

co (<<bienes básicos» y «bienes no háskos»). En los dos apartados que siguen, examinaremos el tratamiento sraffiano del problema, conclu­yendo con una confrontación cntre sus implicaciones y las dcl trata­miento ricardiano.

3. Según la definición de Srarra, «el criterio de distinción (entre mercancías básicas y no básicas) es si una mercancía entra (y no importa si directa o indirectamente) en la producción de !Odas la.s mercancías. Llamaremos mercancías o productos básicos a aquellos que satisfacen tal distinción, y mercancías o productos no básicos a aquellos que no In satisfacen»llí. Evidentemente, esta distinción no coincide con aquella otra entre bienes de consumo y bienes de producción: no sólo y no tanto porque los bienes de consumo de Jos trabajadores (el consumo producti­vo, cn la terminología tradicional) entran, según los clásicos, entre los bienes necesarios, sino, sobre todo, porque se pueden dar casos de mercancías no básicas utilizadas como medios de producción, como re­cuerda el mismo Sraft'a 17.

La definición sraffiana coincide \:00 la ricardiana y clásica en gene­ral (según la cual los bienes básicos son los bienes salariales, y aquellos directa o indirectamente necesarios para su producción) solamente en la hipótesis de que el salario esté fijado a nivel de subsistencia (o, en cual­quicr caso, que sea dado, y que sea dada la composición elel consumo de los trabajadores). En tal caso, en efecto, es posible snstituir en la repre­sentación tecnológica del sistema económico las cantidades de trabajo necesario' en los diferentes pro\:csos productivos por las \:antidadcs correspondientes de bienes salariales; y, puesto que se supone que el tra­bajo es direeta o indirectamente necesario a todo proceso productivo, lo serán también los bienes salariales que van a sustituir a tal trabajo, y los bienes directa o indirectamente necesarios para su producción. En este sentido se puede interpretar el primer esquema de producción con exce· dente presenlado por Sraffa l~.

No obstante, inmediatamcntc después, Sraffa abandona la hipótesis de salario real dado: «Además del elemento de subsistencia, que no puede faltar, es posible que (el salario) comprenda también una parte

16 P. $raffa, Produzione di merci, de, pág. (O.

J7 Véase el ejemplo del apéndice B (ibidem. ¡Jágs. 115-118). t\ pesar de la claridad del análisis sraffiano, hay quien ha confundido las dos distinciones (A. Macehioro, SIudi di storia del pensiero ecollomico, Milán, 1970, pág. 756).

JS Ibídem, págs. 7-8. L. Spavcnta sigue explícitamente esa línea, Appunti di ecullomi(l politica, Roma, 1971, caps. IJ-HI.

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66 Sraffa y la teoría de los precios

del excedente producido». Entonces sería posible «mantener separadas las dos partes componentes del salario y considerar como variable sólo la parte del "excedente", en tant.o que los bienes necesarios para la sub­sistencia de los trabajadores continuarian figurando, junto con el petró­leo, etc., entre los medios dc producción»l9. De ese modo, variaciones en los métodos de producción de bienes salariales (o dc bienes necesarios para su producción) continuarían provocando variaciones en el tipo de beneficio (para un determinado salario «de excedente») y en los precios relativos, del mismo modo que variaciones en los métodos de produc~

" l' ción de bienes «tecnológicamente» básicos20.

Sraffa, en cualquier caso, prefiere seguir «el uso normal de tratar to­do el salario como variable»; de este modo, sin embargo. «los bienes ne­cesarios para la subsistencia son relegados ipso [acto al limbo de los pro­ductos no básicos». Esto es un inconveniente, puesto que «los bienes de subsistencia son por su naturaleza productos básicos»21. Efectivamente, Sraffa supone que el trabajo es necesario en todo proceso productivo (en otras palabras, que ningún proceso productivo está completamente automatizado) y, por consiguiente, los bienes salariales necesarios para el mantenimiento de los trabajadores entran, indirectamente, en todo proceso productivo. No obstante, contrariamente a lo previsto por la propiedad fundamental de los bienes básicos, ahora puede suceder que cambios en las condiciones de producción de un bien salario no influyan sobre la relación salario-tipo de beneficio y sobre los precios relativos de todos los bienes. Supongamos que a los trabajadores se les paga en tér­minos de un bien básico, tomado corno unidad de medida; y que la estructura de su consumo varíe al hacerlo el salario, no sólo en relación a la cantidad consumida de cada bien, sino también en relación al núme· ro y a la clase de bienes que entran en la cesta de la compra22 , Para

1':1 P. Sraffa, op. cit., pág. 12. 2lJ Esto sucede, pur ejemplo, en d caso de un mecanismo a escala móvil apHcado sólo a

la parte del salario correspondiente a una cesta de consumo considerada indispensable. (Hay qlle advertir, no obstante, que la escala móvil está referida a variaciones de los pre­cios monetarios. mientras que el análisis se efectúa aquí en términos reales, de precios rela­tivos; la analogía exacta sería lIna escala móvil <lplicada a todo el salario y basada en las variaciones del precio monetario del bien elegido como unidad de medida, l.:orrcgidil por lo que respecta a la parte del salario destinada a los consumos necesarios en base a las va­riaciones en el precio relativo de tales bienes respecto al bien elegido como unidad de me­dida.)

21 P. Sraffa, op. cit., pág. 12. 22 Esta última hipótesis no es, en realidad, necesaria para el razonamiento que sigue.

Sin embargo, junto con las dos que preceden, pone en evidencia -daJa su plausibilidad­la dificultad de definir mercológicamente un salario de subsistencia, una vez superado el nivel de pura subsistencia física.

Sraffa y la teoría de los precios 67

aquellos bienes salariales que no son bienes <<tecnológicamente» bási­COS, un cambio en sus condiciones de producción no tendrá repercu­siones generales, si las variaciones que provoca en sus precios no llevan a variaciones del salario; en ese caso, en efecto, permanecerán inalte· radas tanto el tipo de beneficio como los precios de los bienes básicos. En el apartado 5 ·veremos cómo Sraffa, no obstante. puede tener en cuenta la particulnr naturaleza de los bienes salariales.

4. Al considerar el salario entero como variable, Sraffa puede po­ner el acento sobre el conDicto de intereses entre capitalistas y trabaja­dores para [a distribución del excedente: un aumento del salario lleva consigo necesariamente (salvo excepciones de escasa importancia) una disminución dcl tipo de benefici02~. Con la publicación dcllibro de Sraf­fa, la curva que expresa la relación entre salario y tipo de beneficio (re­bautizada por los ncoclásico:.:; como «curva de los precios de los facto­res», COn la implk.ita intención de colocar sobre un mismo plano la contribución de! «capital» y el trabajo al proceso productivo) volvió a ocupar un puesto de primer plano en la teoría económica. La relación inversa existente entre salario y tipo de beneficio también era conocida, naturalmente, por los economistas marginalistas; pero, puesto que sus teorías permitían establecer valores «de equilibriO) para las dos va­riables distributivas, se podía afirmar que el contraste de intereses era sólo aparcnte, dada la existencia de una solución «natural», a la que fre­cuentemente se le atribuían características inmejorables. El rechazo de una solución del problema distributivo en el ambito de la tcoría de los precios le permite a Sraffa, en cambio. volver a plantear en primer pla­no el conflicto entre capitalistas y trabajadores en el terreno de la distri­bución del excedente.

La relación inversa entre salario y tipo de beneficio, como vimos en el capítulo 1, ocupa el centro de la teoría de Ricardo y de las críticas de Smith. Pero en Ricardo y en sus más inmediatos seguidores era utilízada para atacar a los propietarios de tierras y a la renta, y no para poner de manifiesto el contraste 'de intereses entre capitalistas y trabajadores; se estimaba el salario fijado al nivel de subsi.'5tencia y no era, pues, de los

23 La relación inversa entre salarlo y tipo de beneficio no tiene excepciones en el caso de un sistema a producción simple, es decir, aquel en que cada industria produce un solo bien; para la demostración. cfr. P. Sraffa, op. cit.• págs. 50-52. En el caso de un sistema de producción conjunta, en cambio, puede suceder que el salario, medido en términos de algunos productos conjuntos especiales, se mueva en la misma dirección que el tipo de be­neficio (efr. P. Sraffa. op. cit., págs. 77-79).

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68 Sraffa y /8 teoría de los precios

trabajadores de donde podía llegar una amenaza a los rendimientos de los capitalistas; tal amenaza procedía más bien de un aumento de las rentas, que correspondía a un aumento de los costes de producción de los bienes salariales y comportaba por ello, en ausencia de progreso téc~ nico, una disminución de los beneficios. Puesto que los economistas clá· siL:os suponían que los beneficios estaban íntegramente destinados a la acumulación y, por tanto, a expandir la demanda de trabajo, se verífica­ha una fusión de intereses entre capitalistas y trabajadores frente al ene­migo común representado por los propietarios de tierras. Fueron los so­cialistas ricardianos, algunos años después, los que pusieron de relieve , , que entre los capitalistas y los trabajadores existia también un contraste de intereses para el reparto de la renta nacional. Este hecho ocupa un puesto de relieve en el análisis de Marx, aun cuando el papel central lo desempeña la crítica del sistema capitalista en su totalidad; es decir, no tanto el problema del nivel de salario y tipo de beneficio cuanto el problema de su misma existencia y naturaleza. La ·postura de Sraffa no implica un rechazo de este aspecto del análisis rnarxiano, pero sólo tien~ de a recuperar un elemento, el conflicto disl:ributivo entre salarios y be­neficios cuyo significado había sido desnaturalizado en las teorías mar­ginalistas y que es de fundamental importancia para la comprensión de

la realidad capitalista.

s. Hemos visto, sin embargo, que al considerar el salario entero como variable se perdía de vista el carácter esencial de los bienes de sub­sistencia. Para tener en cuenta la posición particular de tales bienes, Sraffa sugiere calcular un límite mínimo al tipo de salario, determinado por el precio de la cesta de los bienes de subsistencia. Los cambios en las condiciones de producción de los bienes de subsistencia ejercen así su influencia sobre dicho límite mínimo: cuando por tal vía influyan sobre la distribución, se tendrá también una influencia indirecta, inmediata, sobre el conjunto de los precios relativos. Pero si el bien salarial, cuyas condiciones de producción cambian, es un bien tecnológicamente no bá­sico, no variará de todos modos la curva quc expresa la relación entre salario medido en términos de un bien tecnológicamente básico y tipo de beneficio; la eventual repercusión del eambio tecnológico sobre la distri· bución consistirá simplemente en un desplazamiento a lo largo de tal curva, y si no cambia el tipo de beneficio, tampoco lo harán los precios relativos de los bienes básicos. Sólo se dará un desplazamiento propor~ cionalmente uniforme de la curva salario·típo de be'neficio en caso de que el salario se mida en términos del bien no básico cuyo método de

Sraffa y la tl:!oría de los precios 69

producción varió (o de una cesta de bienes de la que tal bien forme parte); también los precios relativos en términos de tal bien variarán todos en la misma proporción. Los bienes que entran en el «consumo de excedente)} de los trabajadores, como los hienes de lujo consumi­dos por los capitalistas, ni siquiera tienen esta influencia indirecta sobre los precios, porque no provocan variaciones en el límite mínimo del salario.

En realidad) es difícil distinguir absolutamente entre los bienes que entrarían en el «consumo de subsistencia» y los que entrarían en el «consumo de excedente» de los trabajadores; pero el análisis arriba des­arrollado nos jndica que es posible uua mayor flexibilidad en la clasifi· cadón. Las variaciones del coste de producción de un bíen no básico consumido por los trabajadores llevarán, en. efecto, a variaciones del sa­lario en diversa medida según que los trabajadores atribuyan mayor o menor importancia al bien en cuestión; y por otra parte, también será relevante, al determinar la medida en quc variará el salario (y principal­mente), la situación general -económica y social- en que se verifica el cambio en cuestión.

En cualquier caso, afirma Sraffa, no exíste Jiferencia alguna para los resultados alcanzados en Producción de mercancías entre este modo de considerar el salario y aquel otro, más correcto desde un punto de vista teórico, de dividirlo en una parle fjja de subsistencia y una parte variable de participación en el excedente. Se dedicará el capítulo 4 a la demostración de este hecho, después de que examinemos en el capítulo 3 la mercancía patrón y el sistema palrón, para verificar también respecto a tales construcciones analíticas lo asegurado por Sraffa. Mientras tanto, hemos podido ver que en el esquema de Sraffa·la distinción entre bienes básicos y no básicos es enteramente «tecnológica», prescindiendo total~

mente de las costumbres de consumo de los trabajadores, a diferencia de la distinción tradicional de los economistas clásicos.

6. Para comprender mejor la definición sraffiana de las mercancías básicas, especialmente en lo referente al problema de los bienes salariales examinado en el apartado precedente, quizá sea opor­tuna una comparación con el esquc.ma de van Neumann 24 •

Producción de mercanCÍas tiene por objelo el estudio de la relación

24 J. van Neumann, A Model of General Ecol/omlc l:'quilibrlum. «Rcview of Econo­míe Studies», XIIl, 1947. págs. 1·9 (trad, it. Un modello de equilibrio economico genera· le, «L'lndustria)), núm. 1, 1952).

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70 Sraffa y la teoría de los precios

entre las dos variables distributivas, y entre ellas y los precios relativos; la distinción entre bienes básicos y no básicos va dirigida. pues, a la identificación de las mercancías que influyen de modo general sobre ta­les relacíones. En cambio, el esquema de van Neumann se propone describir las características esenciales de un sistema económico, en la hi· pótesis de tecnología dada y rendimientos constantes a escala; la solu~

dón proporciona tarobién las condiciones de máximo desarrollo del sis­tema económico considerado, dadas las hipótesis arriba registradas. En el esquema de von Neumann, como es sabido, el sistema se expande uni· formemente con un tipo de excedente único para todos los bienes, comprendidos también los bienes salariales. En efecto, en igualdad de técnicas y a rendimientos constantes, una determinada expansión de la producción requiere una expansión proporcional dc la cantidad de tra­bajo empleada y, por tanto, en igualdad de tipo de salario real, una ex­pansión proporcional del fonc.lo de consumo, es decir, de la masa de bienes salariales. Sin embargo, éstos, como hemos visto, no entran en cuanto tales entre los bienes básicos del esquema de Sraffa.

Examinemos algunas implicaciones posibles de esta diferencia. Refi· rámonos como ejemplo a un sistema con las características indicadas (tecnología lineal, es decir, rendimientos constantes a escala), en el que se quiere planificar centralmente un desarrollo proporcional, es decir, que siga el «sendero de van Neumann»2S, con precios tales que el tipo de beneficio resulte uniforme en todos los seclores.

El esquema de Sraffa puede sugerirnos que para la planificación centralizada de los precios nos podemos referir en un primer momento únicamente a los bienes básicos, que hay que considcrar conjuntamente debido a las interdepcndencias que subsisten entre sus procesos produc­tivos; mientras que los bienes no básicos, comprendidos los bienes sala­riales, sc pueden fijar en un segundo momento, de manera subordinada a los ya fijados para los bienes básicos. Añadamos que si por cualquier motivo se cree oportuno fijar el precio de un bien a un nivel distinto al dc su «precio de producción», estc hecho influirá directa o indirecta· mente sobre el coste de producción de tolios los bienes si el bien en cues­tión es un bien básico, mientras que si se trata de un bien no básico las repercusiones serán extremadamente limitadas. Por el mismo motivo, tasas y subvenciones sobre bienes no básicos en un sistema descentrali­zado no deberían. de por sí, tencr repercusiones sobre la estructura ente­

2S Suponemos que el !.üstcma económico se encuentra ya sobre tal sendero, en el mo­mento considerado.

Sraffa y la teoría de los precios 71

ra de los precios relativos (qlientras que son posibles repercusiones indi­rectas, a través de variaciones inducidas en la distribución).

Volviendo al sistema planificado centralmente con el objetivo de un desarrollo uniforme en todos los sectores, digamos que la planificación de las cantidades a producir no puede descuidar los bienes salariales (ni, en general, los bienes de consumo) ni siquiera en un primer momento, porque, como hemos visto, la cantidad de trabajo utilizada dcbe crecer al mismo tipo que los demás medios de producción; y siendo constantf por hipótesis cl salario real, esto implica una expansión de los consurnm a un tipo igual al general de desarrollo del sistema.

Abandonando el objetivo de desarrollo uniforme en todos los secto­res. limitémonos al problema de determinar los niveles de producción correspondientes a un producto neto dado de los diferentes bienes. Para la planificación de las cantidades, como es sabido, es válida una regla paralela a la aplicable para la formación de los precios: los niveles de ac~

tividad de las industrias no básicas, necesarios para obtener un determi­nado producto neto de tales bienes,se pueden dcterminar con anteriori­dad a los niveles de actividad de las industrias básicas, mientras que es­tos últimos se dcterminan subordinados a los prímeros ZG • Pues bien, 10 que interesa aquí resaltar es que en la planificación de las cantidades los bienes salariales se comportan como bienes básicos, al ser necesario el trabajo para todos los procesos productivos. Es decir, los niveles de ac­tividad de las industrias productoras de bienes salariales se determinan junto con los de las industrias tecnológicamente básicas, subordinados a los de las industrias productoras de bienes de lujo.

Este mismo ejemplo puede ayudarnos a comprender los límites de aplicabilidad de la distinción entre bienes básicos y bienes no básicos. La hipótesis crucial es la de técnicas dadas: si las técnicas adoptadas en una o más industrias cambian, la totalidad de los bienes básicos puede cambiar; los bicnes que eran básicos se pueden convertir en no básicos en la nueva situación, y viceversa. Piénsese, por ejemplo, en un sistema en el que se producen dos bienes, grano y carbón, y cada uno de ellos entra como medio de producción en ambas industrias; si interviene una mutación técnica en la industria del grano, que permita producir este bien sin q\Ie sea necesario el carbón, el grano queda como el único bien básico del sistema y el carbóll, que lo era en la situación precedente, deja de serlo y se convierte en no básico. Si el camhio técnico se produce en

26 Cfr., por ejemplo, E. zaghini, On NOll-Basic Commodities, «Schweizerische Zeits­ehrifl rür Volkswirtsehaft und Statislib>, cm, 1967, págs. 262·263.

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72 Sraffa y la teoría de los precios

sentido inverso al descrito, pasamos de un sistema con un solo bien bási­co (el grano) a un sistema con dos bienes básicos (grano y carbón).

También puede suceder que la t.écnica de producción de un bien bási~

co cambie por la introducción de una máquina nueva, no producida an­tes en el sistema considerado. En tal caso, se convierte en básico un bien no presente antes en el sistema, mientras que en el ejemplo precedente era un bien no básico el que perdía tal característica y asumía la de bien base.

La distinción entre bienes básicos y no básicos tienc, pues, una vali­• dez limitada al caso de técnicas inalteradas. Se hace así evidente la

cautela necesaria para utilizar tal distinción en el contexto de un proble­ma dinámico, como es, por ejemplo, el problema de planificación centralizada de los precios y cantidades arriba considerado. Una utiliza­ción rigurosa de la distinción sraffiana entre bienes básicos y no básicos sólo es posible, en efecto, en el contexto del problema teórico afrontado por Sraffa: la determinación de los precios de producción y de la influencia sobre ellos de las variables distributivas.

7. En conclusión, la concepción sraffiana de los bienes básicos, aun teniendo sus raíces en la problemática original de los economistas clásicos ingleses, es una modificación sustancial de su concepción, para la que los «bienes básicos» eran los bienes salariales. Para tal modifica­ción le sirvieron de mediación los análisis de autores intermedios entre los clásicos y Sraffa, como Dmitriev y Bortkiewicz, que construyen es~

quemas en los que los bienes básicos comprenden, junto a los bienes sa~

lariales, todos los bienes directa o indirectamente necesarios para su producción (bienes que eran olvidados en la concepción simpli ficada de los clásicos),es decir, también todos los bienes «tecnológicamente» bási~

COSo La definición sraffiana, mientras parece comprender también los bienes salariales, sólo responde a su contenido operativo (especificación de los bienes que tienen una influencia generalizada sobre los precios re~

lativos) cuando los bienes consumidos por los trabajadores son excluidos. Se puede ilustrar esta modificación examinando los efectos de una tasa sobre un bien particular, que es uno de los principales problemas en cuyo ámbito utilizaron los economistas clásicos la distin­ción entre bienes básicos y no básicos. Una tasa sobre un bien básico desplaza hacia el interior la curva salario~tipo de beneficio y, si el bien en cuestión es utilizado en proporciones diversas en las diferentes in­dustrias, provoca una variación de los precios relativos de todos los bienes. Una tasa sobre un bien no básico, por el contrario, deja inaItera-

Sraffa y la tcoria de los precios 73

da la curva salario~tipo de beneficio (siempre que el bien no básico no :;:ntre, directa o indirectamente, en la unidad de medida), y si no influye sobre la distribución deja inalterado el sistema de los precios relativos (aparte, evidentemente, el cambio del precio relativo del bien tasado -y el de cualquier otro bien no básico para cuya producción el bien tasado sea necesario- respecto a lodos los demás bienes).

¿Cuáles son, entonces, los efectos de una tasa sobre un bien salarial? En el esquema dc Ricardo, en cl que el salario es fijado a nivel de subsis~

tencia, una tasa sobre bienes salariales no puede provocar una disminu­ción del salario real, y es transferida, pues, sobre el beneficio, traducién~

dase en una disminución del tipo de beneficio. En base a este esquema, precisamente, atacaba Ricardo el impuesto sobre el grano, bien~salario

por excelencia, y dcfendía la oportunidad de gravar la renta, directa o indirectamente, a través de la '&asación de los bienes de lujo; al ser los sa­larios incomprimibles, toda tasa que atacaba los bienes salariales, y por tanto los beneficios, reducía el «fondo de acumulacióm>, y por tanto el tipo de dcsarrollo dcl sistema (una defensa del beneficio basada en la función histórica de la burguesía, la acumulación). En cambio, en el ámbito del esquema de Sraffa, una tasa sobre un bien salarial ataca en primera instancia a los trabajadores (el tipo de beneficio, determinado por las condiciones de producción de los bienes básicos y por el nivel del tipo de salario, no varía); sólo como segunda aproximación, con un tipo diverso de análisis, se podrán tener en cuenta las posibles reacciones de los trabajadores ante una disminución de su poder adquisitivo: los resul­tados finales son idénticos a los del esquema ricardiano sólo si los traba­jadores reintegran completamente su poder adquisitivo.

8. La categoría de los bienes no básicos adquiere, evidentemente, una consistencia notable llna vez establecido que en ella se incluyen los bienes salariales, como consccuencia de considerar el salario entero co~

mo variable. Sin embargo, es frecuente entre los economistas la hipóte~

sis simplificadora de ausencia de productos no básicos en los esquemas considerados; tal hipótesis es evidentemente útil si permite establecer en una primera aproximación resultados luego verificados también por es~

quemas en los que están presentes bienes no básicos, pero es por lo menos discutible si con ella se pretende superar dificultades analíticas, insupe­rables de otra forma, planteadas por la existencia de bienes no básicos.

y sin embargo, se creyó necesario tal modo de proceder en una cues­tión analítica decisiva para la validez de la teoría sraffiana, la demostra­ción de la existencia de los precios positivos para un sistema en condi~

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74 Sraffa y la teoría de los precios

ciones de producir un exccdente27 • Newman, en !.lna exposición matemá­

tica de la primera parte dcllibro de Sraffa, demostró que en algunos ca~

sos el precio dc los bienes no básicos puede ser negativo; y, no logrando encontrar un significado económico a la condición matemática necesa· ria para excluir tales casos, creyó preferible sugerir la adopción generali­zada dc la hipótesis de ausencia dc productos no básicoS28 • En realidad, el problema habia sido tratado ya por Sraffa cn un Apéndice de su libro: el caso de precio negativo sólo se puede dar para los bienes no básicos utilizados en su propia producción cuando la relación entre cantidad producida menos cantidad utilizada y cantidad ulilizada (es decir, el ti­

" po de beneficio de la industria no básica considerada, en la hipótesis dc precios nulos de todos los medios de producción distintos del bien pro­ducido) es inferior al t.ipo de beneficio en el sistema compuesto por las indust.rias básicas; en el ejemplo de Sraffa, cuando se necesitan 100 ha­bas, además del trabajo y demás medios de producción, para producir J10 Yel tipo dc beneficio cn el sistema compucsto por las industrias bási­cas es superior al 10 por 10029 • El significado económico de esta condi­ción es fácil de comprender, yes totalmente plausible. Como ha explica­do con mucha claridad Zaghini en un art.ículo sobre este problema, «desde el momento en que el tipo de beneficio es uniforme por hipótesis en todo el sistema, las industrias no básicas están obligadas a aceptar el tipo de beneficio qlie se determinó de modo independiente en el grupo de las industrias básicas. No obstante, el hecho dc que se vean obligadas a aceptarlo no implica que puedan hacerlo. Pueden aceptarlo si, y sólo si, su estructura satisface la condición (antes indicada)>>30.

El problema fuc tratado también en un intercambio epistolar entre Sraffa y Ncwman. En estas cartas Sraffa, adcmás de recordar el signifi­cado ceonómico de la condición, muestra cómO es atendible:

27 Naturalmente, no surge ningún problema para un 5istema en estado reintc:grativo simple, es decir, apenas en condición de reproducirse, pero no en condición de producir un ~xcedentc. En tal sistema, t:n efecto, no pueden existir mercancías no básicas en cuanto que su producción requiere la utilización de una cuota del excedente de algunos bienes bá­sicos.

28 P. Newman, Production 01 Commodilies by mealls 01 Commodilies, «Sehwcize­rische Zeitschrift [Uf Volkswittschaft und Statistib>, XCVIII, 1962, pags, 58-72 (especial· mente págs. 66-67).

29 P. Sraffa, op. cit., págs. 115-118. lO E. Zaghin], 011 NOII-BasiC Cornmodities, cit.. pag. 261. Zaghini examina lambién el

caso de bienes no básicos relacionados entre sí, en el que algunos bienes no básicos son uti· Iizados en la producción de otros no básicos (ibidcm, págs. 263·266).

Sraffa y la rfIorla de los precíos 75

Los biene~ básicos por su naturaleza (o, si se quiere, por de­finición) están relacionados entre sí y forman un sistema. Por otro lado, una peculiaridad de los bienes no básicos es el IlO es­tar concctados unos con otros y el no poder formar un sistema independiente. Todo lo más, es posible tratar formalmente a cada uno de ellos como si constituyera un sistema separado de una sola mercancía, con su tipo de beneficio; dicho tipo (para cada bien no básico en sí) se puede confrontar con el tipo dcl sist.ema básico. A priori, es extremadamente improbable quc cualquier tipo individual sea inferior al dcl sistema básico~ des­de el momento en que este último está compuesto por muchos productos, todos eUos utilizados directa o indirectamente en la producción de unoS con otros 31

La existencia de los bienes no básicos, pues, no plantea ningún problema a la teoría sraffiana de los precios de producción; es más, constituye, como hemos visto en este capítulo, un elemento de notable interés. Entre otras cosas, la posibilidad de utilizar la distinción entre bienes básicos y bienes no básicos en algunos problemas de imposición fiscal induce a pensar que tal distinción es quizá el aspecto de la teoría sraffiana de mayor interés directo para la política económica.

]1 P. Sraffa, carta a Newman del 19 de junio de 1962, publicada en apéndice a K. Bha­radwaj, On the Maximllll NumiJer 01 Switches lJetweell Two Production Sy::llems, «Sch­wcizerische Zcirschrift fiír Volkswirtschaft und Statistik». CVI, 1970, pago 428. Lo que Srarfa dice se puede expresar en términos malematicos como sigue: el tipo máximo de be­neficio (y el tipo de beneficio para un ¡¡alado dado) es fundón inversa del autovalor de la matriz de los coeficientes lécnit:Osj y el autovaior, a su vez, es función positiva de cada uno de los elementos de la motriz, puesto que ¡¡OO lodos no negativos. El autovalor, pues, ten· derá a aUOlentar al hacerlo el rango de la matriz, esto es, cuando de una matriz compuesta por un solo elemento positivo (cual es la relativa a un sistema de un solo bien) se pase a una matriz COll más lineas y más columnas no linealmente independientes, es decir, COIl

más elementos positivos (matriz correspondiente a un sistema inten.:onexo de bienes utili­zados en la producción de unos con otros). Por tanto, es improbable que el autovalor de una matriz de rango 1sea superior al de una matriz de rango 11, con 11 bastante elevado. Por consiguiente, es improbable que el tipo de beneficio (individuab~ de un sistema for­mado por lln solo bien no básico (atribuyendo precio nulo a todos los medios de prod'Je­ción distinros del bien producido) sea inferior al tipo de beneficio del sistema básico, for­mado por muchas industrias interconexas.

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3Mercancía patrón y sistema patrón: el problema de la unidad invariable de medida

1. En contra de lo que muchos han creído y de lo que, en efecto, puede parecer por el espacio dedicado al argumento, la mercancía patrón y el sistema patrón no representan el I~úcleo central y el objeto principal de Producción de mercancia, sino sólo un aspecto «particular» del problema afrontado por Sraffa, el de la relación eIltre precios de producción y variables distributivas. Efectivamente, Sraffa advierte en el Prólogo qne {(mientras que las proposiciones principales estaban for­muladas antes de 1930. aspectos particulares -como "la mercancía patrón", la producción conjunta y el L:~pitíll fijo- fueron desarrollados en el curso de los años siguientes» l. Los «aspectos particulares» no son, evidentemente, simples accesorios, en cllanto necesarios para el perfec­cionamiento del argumento; pero, por otra parte, no modifican de foro ma sustancial las ideas que es posible formarse sobre el sistema de los precios (las «proposiciones principales») en base a un esquema analítico menos complejo, cual es el presentado por Sraffa en los tres primeros capítulos de su libro.

Seguidamente, examinaremos la relación entre la mercancía patrón y el problema clásico de la medida, intentando especificar las funciones que la mercancía patrón desempeña en el esquema de Sraffa y su límite de aplic.:abilidad en el ámbito de otras cuestiones.

2. En este apartado y cn el siguicnte, examinando' los casos dcl «trabajo ordenado» dc Smith y del «trabajo contenido» de Ricardo, in­tentaremos mostrar cómo está conectada la elección de la unidad de me· dida con el problema afrontado y la cIase de análisis utilizado.

1 P. Sraffa, Producción de mercancías, cit., págs. V/.VIl.

Sra/fa y la /I!oría de los precios 77

Como se sabe, la «riqueza de las naciones», es objelo de la obra de Smith, la cual depende principalmente de dos factores: (ecnología (divi­sión del mercado, favorecida por la ampliación de los mismos) y pro­porción entre trabajo productivo e improductivo, es decir, entre ocupa­ción en el sector capitalista y fuera dd mism02. Está claro que la medida del capital o del excedente más úli! para 10:-; fines del análisis smithiano viene dada por la cantídad de trabajo con que se pueden intercambiar capital o excedente, que pueden poner en movimiento, (<ordenan): es decir, el «trabajo ordenado». Éste es igual al precio de mercado de los bienes dividido por el tipo de salario predominante. Si expresamos en tal unidad de medida las magnitudes consideradas en el análisis, el capital es igual a la ocupaCión total a que pueda dar lugar, y el excedente coin­cide con la cantidad de nuevos puestos de trabajo potencialmente dispo~

nib1cs en el año. La relación entre los dos da la tasa ele desarrollo de la ocupación productiva potenciaP.

Observamos que también Keynes, al estudiar el problema del nivel de ocupación a breve plazo, creyó útil adoptar esta unidad de medida) gracias a la cual la dcmanda efectiva venía a coincidir con la demanda de trabaj o4.

3. Las críticas de Ricardo a esta unidad de medida proceden, en rc­sumidas cuentas) de que su problema es distinto: las leyes que regulan la distribución del producto ncto entre las clases de la sociedad~. El «tra­

2 A. Smith, Ricc}¡ezza ¡)el!('llUú<Jni, cilo,libro 1, caps. 1-3, y libro TI, cap. 3. En dec­to, como jllstamenL~ obs¡:rvR Marx, ~<ellcontralTlos (en Smilh) dos determinaciones yuxta­puestas de lo que él llama IrahaJo productivo». Son, por decirlo con las palabras de Marx, «a) Definición del trabajo productivo \.:UnJO Lrabajo productivo de capita]», o sea, en olras palabras, «tr~bajo productivo. en cl sClllido de la producción capitalisla, es el trabajo asa­lariado Que, en el t;lUnbio con la parle variable de! capilal (= W!I t:l salario), no sólo repro­duce esta parl!.: dd capital (... ), sino que produce también una plusvalía para el capitalis­ta»; y «b) Definición del trabajo productivo como trabajo productivo dt: mercancías», o $ca, en otras palabras, «es trabajo ]lWUllClivo aqud que produce mercancías, micntras que es trabajo improductivo aquel que produce ;.¡ervidos personales» (K. Marx, S/oriu d('{{e teorie economic)¡e, cit., vol. 1, págs. 248-249, 255, 271). En el texto hemos adopta­do, con Marx, la primen.l de las dos defiuiciones.

J Sobre este nexo entre la medida elegida por $mith y la finalidad dc su ;¡n;¡li~is, cfr. P. GaregnaIli, l! capifole ne(f{' teorie delfa distribuzione. Milán, 1970, págs. 189-195. Coma observa Garegnani, «el uso dc lal medida en la teoría del excedente encuentra, sin embar· go, una dificultad muy seria. El valor de llna mercancía () agreg,HJo de mercancías, así me­dido, vtlría alll<ICerlo la proporción de esc valor constituida por rentas y beneficios» (op. cit., pág. 294).

4 Cfr. 1. M. Keynes, General Theory al Hmployment, ¡nterest and Money, cit., pa­ginas 41-44.

5 «Determinar las leycs que regulan la distribución es el problema principal de la Economía Política» (D. Ricardo, Works, cit., vol. 1, pág. 5).

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78 Sraffa y la teorfa de los precios

bajo ordenado» no se presta al análisis de tal problema; las magnitudes expresada, en tal unidad de medida dependen de los precios y del sala­rio, con la consecuencia. por ejemplo, de que la renta nacional, dato del que habría que estudiar su distribución entre las tres clases sociales, va­riará al hacerlo la distribución6 • Ricardo I.:reyó, pues, preferible, medir las mercancías en términos del trabajo necesario, directa o indirecta­mente, para su producción, es c)ecir, del trabajo «contenidO) en ellas; una medida que tiene precisamente la ventaja de no variar frente a cam­bios en la distribución.

Sin embargo, la propiedad del «trabajo contenido» sobre la que Ri­cardo insistió más es que constituye una medida invariable respecto a cambios en las técnicas de producción y es, por tanto, significativo en el análisis de los progresos tecnológicos; expresa, en efecto, el valor de una mercancía cn términos de su coste para el hombre, del sacrificio de tra­bajo necesario para obtenerla. Éste era el motivo de la sólida tradición de que podia jactarse tal medida, ya anles de Ricardo, entre los esta­diosos de fenómenos económicos como Pctty, 'y especialmente entre los defensores, como Locke 7, del crit.erio iusnaturalista, según el cual el trabajo da derecho a la propiedad de la cosa producida. Ricardo parece aproximarse a la concepción de Lockc, especialmente en un pasaje dc su último escrito, el ensayo sobre Valor absoluto y valor de cambio:

Se me podría preguntar qué entiendo eon la palabra valor, y con Qué criterio puedo juzgar si UBa mercancía ha cambiado o no de valor. Respondo que no poseo ningún otro criterio para determinar si una cosa es cara o está a buen precio que no sea el sacrificio de trabajo soportado para obtenerla8.

El análisis de Ricardo, por otra parte, se presta muy bien a ser des­arrollado en senlído iusnaturalista, como demostraron los socialistas ricardianos9•

(; En rcalidad, Ricardo critica la lllcdida de Smi(h no sobre esto, sino demostrando có­mo es fuente de confusión en el análisis de ulla situación en la que S~ producen cambios tecnológicos (Works, cit., vol. 1, págs. 16-20).

7 De W. PcUy efr., por ejemplo, el Trealise 01/ laxes and COnlribulions, Londres, 1662, pág. 66; de J. Locke, Two Treallses on Civil Govemment (1668), Cambridge, 1960, páginas 314-316. Sobre su análisis, véa.s:c K. Marx, Staría delle tcarie econamiche, cit.,volumen J, págs. 15-30.

8 D. Ricardo, Works, cit., vol. IV, pág. 397; citado en la Introducción de Sraffa al volumen 1 de los Works, pág. XLVI (trad. ir. cit., págs. 226-227).

y Sobre los socialistas ricardianos. cfl. más adelante, capítulo 7, apartado 6.

Sraffa y la teoría de los precios 79

4. No obstante, sabido es que el trabajo contenido no es una medi­da rigurosa para el análisis de los problemas de la distribución. Como Garcgnani ha puesto de relieve, el capital debe ser medido «en términos de cantidades: a) independientes de variaciones en la distribución, de modo que se puedan tornar como parte de los datos determinantes del ti­po de beneficio; b) para las que sea posible postular una relación conoci­da con el valor del capital medido por ellas»; en efecto, «para que los re­sultados de la teoría puedan ser significativos ... , las mercancías expresa­das en términos de la unidad de medida común deben estar la una res­pecto a la otra según la relación en que se cambiarán en la situación es­tudiada»lo.

El trabajo contenido no satisface la segunda condición: cuando el ti­po de beneficio es positivo, los precios relativos difieren de las rela­ciones entrc las cantidades de trabajo contenido en las mercancías, a no ser que las diferentes industrias tengán idéntica composición orgánica del capital, es decir, una misma proporción entre trabajo y medios de producción ll • La dificultad surge en Ricardo por su intento de utilizar una única medida en relación con dos problemas diversos: por un lado, el establecer cuáles son las mercancías que cambian de valor cuando los predos relativos varían como consecuencia de un cambio en los méto­dos de produeción; por otro lado, el problema de distinguir ese tipo de cambio en los precios relativos de aquel otro derivado de una mutación en la producción. Para el primer problema, es oportuno el recurso a un «valor absoluto», como es el trabajo contenido; pero, observa Sraffa,

en su intento de extender la aplicación del concepto de valor absoluto al segundo problema (el de la distinción entre los dos tipos de variación en los valores de cambio), Ricardo se en­contró frente a este dilema: mientras que la primera aplicación requiere una exacta proporcionalidad entre el valor relafivo y el valor absoluto, la segunda aplicación requiere que para cada

JO P. Garcgnani, ll capitale l/elle (earie della dislribuzíone, tít., pág. 19 Y pág. 7. II Cfr. P. Sraffa. Produziane di merd, dt., pág. 16. Sraffa ailadc en nota que si bien

para calcular estas proporciones es necesario el conocimiento de los valores, purquc hay que agregar en una sola magnitud los diferentes medios de prouucción, ({en relación con el establecimiento de la igualdad o desigualdad de las proporciones (. .. ), todas las series po­sibles dc valares dan el mismo resultado. En efecto (... ), si las proporciones son iguales en todas las industrias, los valores, y, por tanto, las proporciones, no varían con el salario: y de esto se ueduce que si las proporciones son desiguales a la serie de valores correspondien­tes a un salario dado, no pueden ser íguales a cualquier otro, de modo Que son desiguales a todos los valores posibles».

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80 Sraffa v la leorla de los precios

mercancía haya una desviación diversa del valor de cambio res­pecto al valor absoluto. Ricardo nunca logró resolver comple­tamente esta contradicción, corno se demuestra por su último escrito 12

Ricardo había querido, pues, atribuir demasiadas funciones a su unidad de medida; de aquí las dificultades, y no por ser irresolubles ca~

da uno de los problemas. Como veremos, Sraffa muestra en su libro que el segundo de ellos es resoluble cuando se adopta como unidad de medi· da, esto es, como punto de referencia, una mercancía compuesta: la mercancía patrón. Sin embargo, la confusión resultante del intento de Ricardo de afrontar conjuntamente los dos problemas, y de su acen­tuación del primero de ellos, condujo a interpretaciones erradas (o por lo menos imprecisas) de sus intenciones, que podrían reflejarse en una interpretación equivocada del significado de la mercancía patrón de Sraffa. En el apartado que sigue veremos, precisamente, las críticas diri­gidas por Bailey a Ricardo sobre este argumento, intentando valorarla:-i con ayuda de las observaciones de Marx al respecto. Esto nos ayudará a comprender con mayor exactitud la posición de Sraffa: el problema que intentó resolver y los tímites de su solución en relación con otros pro­blemas.

s. Bailey abre su libro de crítica a Ricardo, manteniendo que el Va­lor es «la estima que se tiene a un objeto»l1. Se trata, en cualquier caso, de un hecho esencialmente relativo, no cuantificable fuera de la confrontación entre dos mercancías:

Mientras consideramos una cosa individualmente, podre­mos tener una gran admiración o un gran deseo por ella, pero no podemos expresar nuestras emociones de modo muy defini­do. Sin embargo, parece que cuando consideramos dos cosas como objetos de elección o de cambio, adquirimos la t.:apaci­

12 P. Sml'l'a, Introducción a D. Ricardo, Works, cit., vol. 1, pág. XI.Vll (trad. ¡t. Cil., pág. 227). Sobre este punto, CfL 1.. Meldolcsi, La derivaúolle ricardiana di «produ7.iolle di mercj¡), «Fcol1omia Internazionale», XIX, 1966, págs. 612-635.

13 S. Oaiky, Critica/ Diuerfatiofl cm fhe Na/un', Measures (/1/(1 Causes ol Va/l/e, Londres, llQS, pág. l. Sobre Bailey, véase R. R¡;lUner, SamuellJailey (/nd {he Classico/ Theory 01 Value, l.uJldres, 1961 (Rauner comparLe la posición de Bailcy, a quien conside· ra llll precursor de 1m marginalis!fls; pero su libro es útil como resumen de I<lS discusiones sobre el valor durante el seglllloo cuarto de! siglo XIX).

Sraffa y la teoría de los precios 81

dad de exprcsar con precisión lo que sentimos, y podemos de­cir. por ejemplo, que una unidad de A es, scgún nuestra valora~

ción. igual a dos unidades de 3 14•

y de nuevo Bailcy:

No se puede hahlar (de valor) a propósito de llna cosa coo­i>idcrada aisladamente, sin referirse a ninguna otra. Si el valor de un objeto es su poder de adquisidón, debe haber algo que adquirir. Por eso, el valor no indica nada de positivo o intrínseco, sino simplemente la relación que se da entre dos ob~

jetos considerados como mercancías de cambio J :5.

No tiene sentido, pues, la búsqueda de una específica unidad de me­dida invariable: por un lado, toda unidad de medida es invariable res­pecto a sí misma; por otro lado, si lo que cuenta es solamente la relación entre mercancías, no tiene sentido decir que una mercancía constituye una unidad de medida invariable cuando varía su razón de cambio con las demás mcrcancíasJ(,. La búsqueda sólo tendría sentido si pudiera re­ferirse a un valor absoluto, del que la mercancía elegida como unidad de medida contuviera en cualquier caso una misma cantidad 17. Pero, para Bai1cy, el concepto de valor absoluto es una complicación inútil: efect.i· vamente, no es de ninguna ayuda en el análisis de las relaciones de cambio 18, ni en el estudio del origen del valor de una mercancía 19. Como hemos visto, según Bailey, el valor de cada bien viene dado por el mayor o mcnor aprecio en que lo tiene el propietario o los posibles comprado­res; y puesto que éste es un hecho subjetivo, no se puede hablar dl: valor absoluto, ni de un bien que contenga en cualquier circunstancia una de­terminada cantidad.

Marx, en la Historia de las teorías económicas, continúa las críticas de 13ailcy al intento de Ricardo de encontrar una unidad de medida inva­riable; pero se diferencia netamente de Bailey en los motivos que están en

14 S. Bailey, op. cif., pág. 3. J5 lhídcrn, págs. 4-S. 16 Cfr. ibídem, págs. 5·6. Ji Según Bailcy (ibídem, p;:ig. 8), Ricardo pensaba que la cantidad de lrabajo cla la

m.usa del valor. \8 efr. ibídem, págs. 9·10. 19 En efecto, de ese modo, según Bai!eYJ se descuidaba c<ia mitad de las causas relati­

vas a la delerminación del v<l\om (ibídem, pág. 17).

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82 Sraffa y la teoría de los precios

la base de tales críticas. En efecto, Marx distingue el problema de la me­dida del valor dcl de su naturaleza; Baíley tiene razón cuando dice que no tiene sentido buscar una medida invariable del valor, pero al hacerlo no se da cuenta de que tal búsqueda expresaba una exigencia, oscura en Ri~

cardo, pero no por ello menos imperiosa, de definir el concepto mismo de valor, su naturaleza. En cuanto al problema de la medida, Marx ob~

serva:

Para medir los valores de las mercancías -para una medi­da extrínseca de los valores- no es necesario que el valor de la rnercancia, en la que se miden las demás, sea invariable. Más bien (... ) debe ser variable, porque la medida de los valores es también ella una mercancía y debe ser tal, pues de otro modo no tendría ninguna medida inmanente común con las demás

,

l· mercancías (... ). Con esto queda eliminado el problema de en· contrar una «medida invariable de los valores» 2:::1.t;

No obstante, Marx va más allá de las críticas de BaHey para de­~.: mostrar que, en Ricardo, detrás del planteamiento errado del problema

de la medida se encuentra la intuición -correcta- de la existencia del l' problema de definir el concepto mismo de valor; problema que Bailey

creyó resolver recurriendo al elemento subjetivo de la «estima», o «aprecio» de las mercancías por parte de los inJividuos21 •

El problema de la búsqueda de una «medida invariable del valor» no era pues, en realidad, más que una expresión inexac~

ta para significar la búsqueda del concepto, de la naturaleza misma del valor, cuya misma determinación no podría ser a su vez un valor, ni estar, en consecuencia, sujeta a variaciones en cuanto valor22

Sería demasiado largo exponer aqui la solución que da Marx a tal problema, también porquc dc su teoría se han dado varias interprcta~

cinnes. Sin embargo, podemos tomar algunos pasajes de las páginas de­dicadas a Uailey, para ver en qué sentido piensa Marx que el valor viene

20 K. IMarx, Storiu delle (evrie ec:ollomiche, cit., vol. lII, págf>. 148-149. 21 Para la crítica del planteamiento subjctivif>ta, cfr. más adelante el capitulo 5. 22 K. Marx, op. cit., pág. 150.

Sraffa y la teorfa de los precios 83

dado por el trabajo «contenido» en las mercancías, en una sociedad ca­pitalista:

Donde el trabajo es en común, las relaciones entre (os hombres cn la producción social no se representan como «va­lor» de «cosas». El intercambio de productos como mercancías es un determinado método del intercambio de trabajo, de la de~

pendencia del trabajo de uno respecto al trabajo de otro, una determinada especie de trabajo social o producción sociaFJ.

Para Marx, pues, el valor no es una propiedad natural de las cosaS l

sino la expresión, históricamente relativa, de una determinada forma de organización social de la producción, aunque aparentemente sea lo contrario (y muchos crílicos de Ricardo, entre ellos el autor anánimo de las Observations on Certain Verbal Disputes in Poli/ieal Economy, atacado por Marx en el pasaje que sigue, se han quedado en esta apa~ riencia).

Lo característico del trabajo basado en el intercambio pri­vado es que el carácter social del trabajo se «representa» como «propiedad» de las cosas y, por el contrario, que una felación social aparece como relación de las cosas entre sí (de los pro­ductos, valores de uso, mercancías). Nuestro adorador de fe­tiches toma esta apariencia como algo real y cree en rcalidad que el valor de cambio de las cosas está determinado por sus propiedades como cosas, que es en general una propiedad na­tural de las mismas. Hasta ahora ningún científico ha descu­bierto en base a qué propiedades naturales son «equivalentes» entre sí, en una determinada proporción, tabaeo, rapé y cuadro. Él, el sabihondo, transforma, pues, el valor en algo absoluto, en «una propiedad de las cosas», en vez de ver en él algo relati· VO, la relación de las cosas con el trabajo social, con el trabajo social basado en el intercambio privado, en el que las cosas no se determinan como algo independiente, sino como simples exprcsiones de la producción sociaP'1,

23 Ibídem, pág. 144. 24 Ibídem, págs. 144-145.

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84 Sraffa y fa teoría de los precios

6. ¿Qué significado tiene, pues, la solución sraffiana del problema ricardiano, a la luz de las críticas de Bailcy y de las observacione:-; de Marx? Iniciamos este apartado exponiendo la construcción sraffiana de la mercancía patrón y sus propiedades, para terminarlo después inten­tando responder a esta pregunta.

Sraffa define la mercancía patrón como aquella que, para cualquier tipo de beneficio, se encuentra en posición de equilibrio, sobre la diviso­ria entre mercancías producidas por industrias que, como consecuencia de varia(;ioncs en la distribución, se encontrarían en déficit si no va­riaran los precios, y las que se encontrarían en superávit. Está claro que el precio relativo de tales mercancías en términos de otras variaría, al hacerlo la distribución, Y desde este punto de vista parecerían válidas las objeciones de Bailey expuestas cn el apartado anterior. Pero el problema que Sraffa resuelve con la mereancia patrón es distinto:

.. ' cada vez que se verificaran variaciones en su precio respecto a otras mercancías, podríamos estar seguros de que tales va~

Mriaciones tendrían su origen exdusivamcnte en las peculiaridades de producción de las mercancías con que es comparada y no en las de su propia producción. Si pudiéramos descubrir una mercancía así, nos encontraríamos en posesión de una me­dida de los valores capaz de aislar las variaciones de prcdo de cualquiera otra mercancía, de modo que pudieran ser observa­dos como en un vacío2S

Es decir, para la mercancía patrón, una variación de los salarios es compensada exactamente por una variación de los beneficios igual en valor absoluto, pero de signo opuesto. No debe variar, pues, de precio respecto a la totalidad de sus medios de producción; y esto sólo es po­sible cuando los medios de producción, en la industria que la produce, son físicamente homogéneos a la mercancía producida; en todos los de­más casos, como recuerda Sraffa, los precios relativos varían al hacerlo la distribución 26 ,

Pues bien, aparte el caso de un sistema con un solo bien básico (es

25 P. Sraffa, op. cit., págs. 23-24. 26 Cfr. P. Sraffa, op. cit., pág. 16. Es excepción. evidentemenLe, el C<lSO dI.: igual CQl\I~

posición orgánica del capital en todas las industrias, cUiltldo los precil)s rdativos no varían al hacerlo la distribución porque son propordonalt:~a la relación entre las cantidades de trabajo contenidas en las diferentes mercancías. también para tipos positivos de beneficio. En lo que sigue supondremos que la composición orgánica del capital eS diversa en las di­ferentes industrias.

Srulfa y Id teoría de lus precios 85

decir, en el que existe una industria que utitiza en el proceso productivo únÍ<:amente la misma mercancía que es proc1udda, además de trabajo, y cuyo producto es utilizado en todas las demás industrias), no puede exis­tir una mercancía singular dotada de las propiedades exigidas para si­tuaria sobre la divisoria de que habla Sraffa. En efecto, por la hipótesis de varios bienes básicos, en cada industria serán necesarios también pa­ra la producción bienes hetcrogéneos respecto al product.o; por la hipó­tesis de diversa composición orgánica dcl capital en las diferentes in­dustrias productoras de medios de producción, el producto deberá va­riar dc precio, respecto a la totalidad de sus mcdios de producción, cuando cambia la distribución.

No es, pues, aceptable la solución frecuente, y erróneamente, atri­buida a Ricardo y Marx)1 según la cual la mercancía divisoria (mercancia «media») sería la producida por tina industria en la que la proporción entre trabajo y medios de producción fuera igual a la media sociapl>. En efecto, la proporción entre trabajo y medios de producción en una industria que para un determinado tipo de beneficio fuera igual a la media social, dejaría de serlo cunndo cambiara la distribución, puesto que el agregado de los medios de producción de tal industria variaría dc precio rcspeelo al agregado de los medios de producción ele todo el sistema. Esta dificultad sólo desaparece en el caso de que los dos' agregados sean físicamente homogéncos, esto es, compuestos de los mismos bienes en las mismas proporciones. Pero en este caso, se obtendría el bien producido en la industria considerada en base a Llna técnica equivalent.e a aquella mediante la cllal se obtiene todo el produc­to neto; es decir, sería técnicamente indistinguible de él, y se volvería, pues, al caso de un sistema con un solo bien básico.

Es necesario, pues, recurrir a una mercancía compuesta, de manera que en el sistema2,) que da como producto neto esta mercancía patrón,

27 Erróneamente, porque los do:> autores er<ln conscientes (sobre todo Ricardo) de los limites de !<JI ~l)lllcióll, y pmque le atribuían (sobrc todo Marx) un signifkado diverso del de la mercancía patr6n :.¡raITiana. Este [mnto será desarrollado más adelante, en el apar­tado 8.

n Yen la que también sea igual a la media sodal el periodo de producción; cosa que en el esquema de Sraffa se verifiu\ por hipótesis, dado que se Sil pone IllJ período de pro­dm:dón igual para tot!<lS l,ls industrias (sobre tal hipótesis, véase supra, cap. 1, apar­tado 14).

29 Llamado por Sraffa sistema patrón: IIna ,,;ollstrucción imaginaria, derivada dd sis­tema real modificando opoflunaml.:nlc los niveles de actividad de las diferenles industrias. El sistema patrón, del que se recort!í,¡rú mas adelante la semejanza co'n el sistema de cre­cimiento proporcional de VOJl NClllTlanll, es en el esquema de Sraffa sólo una construc­ción auxiliar, deducida de las propiedades atribuidas a la mercancía patrón.

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86 Sraff<J y la teoríf} de los precios

«las diferentes mercancías estén representadas en el conjunto de sus me·· dios de producción en las mismas proporciones en que lo cstán entrc sus productos»3o.

Sraffa demuestra además, que si adoptamos la mercancía patrón co­mo unidad de medida del salario, entre éste y el tipo de beneficio existe una relación lineal, tanto en el sistema patrón como en el sistema real.

Para el sistema patrón, no se trata más que de otro aspecto de la pro~

piedad atribuida por definición a la industria «divisoria»; en efecto, si ponemos igual a uno el precio del producto total de la industria «diviso­ria», e indicamos con K el precio del conjunto de sus medios de producción3l , podemos escribir

K + rK + wI,

y, por tanto, t 1"

11 (rK) = - 11 (wL)

) y de aquí, recordando que, por definición, en la industria «divisoria» K no varía al hacerlo la distribución, mientras que L es un dato, obtene­mos

K I1r - LI1 w

es decir,

LI1r=---l1w

K

es decir, las variaciones del tipo de beneficio son proporcionales a las del salario.

Para el sistema real, Sraffa recuerda que «consiste en las mismas ecuaciones básicas de que consta el sistema patrón, sólo que tomadas en proporciones diversas; de modo que, cuando se dé el salario, el tipo de beneficio es determinado por ambos sistemas, independientemente de las proporciones en que se tomen las ecuaciones en uno o en otro» 32.

10 P. Sraffa, op. cit., pág. 24. 31 Los demás símbolos son lo.'> usuales tlc Slaffa: r es el tipo de beneficio, wel tipo de

salario, L la cantidad de trabajo utili/.ada en la industria divisoria. 32 p, Sraffa, op. cit., pág. 29.

Slaffa y la teoría de los precias 87

Cuando se adopta como unidad de medida del salario la mercanCÍa patrón se tiene también una relación lineal entre salario y tipo de benefi~

cio en el sistema real del que ha salido el sistema patrón. Sraffa conclu­ye, pues, cliciendo que «proporciones particulares, como las del sistema palrón, pueden conferir transparencia a un sistema y hacer visible lo que estaha es,:"ondido, pero no pueden modificar sus propiedades matemáti­cas»3.1.

Volvamos ahora a las críticas de Bailey a Ricardo. Distinguiendo entre los dos problemas afrontado!> conjuntamente por Ricardo, el de una medida invaríable respecto a cambios de tecnología y el de una me­dida invariable respeclo a cambios en la distribución, Sraffa individúa simplemente en la mercancía patrón un punto de rcferencia para estu­diar la naturaleza de la variación en los precios relativos al hacerlo la distribución. Tales variaciones, en efecto, se originan ~<en la desigualdad de las proporciones con que sc emplean trabajo y medios de producción en las diferentes industrias H; las particulares proporciones dc la mercanda patrón, y las propiedadcs que presenta y que hemos examina­do antes, ayudan a comprender el nexo entre variaciones de la distribu­ción y del sistema de los precios relativos. Una vez limitadas ele ese mo­do sus fundones, la mercanCÍa patrón no está ya sometida a las críticas de Bailey.

Respecto a Marx, la mercancía patrón representa una contribución más sutil, pero también más interesante. Como hemos visto en el aparta­do 4, Ricardo andaba a la búsqueda de una unidad de medida que reuniera en sí las dos funciones de ser invariable respecto a variaciones en la distribución y respecto a variaciones en las técnicas de producción de bienes. Sraffa demuestra que el problema sólo se puede resolver dis­tinguiendo entre las dos funciones y abandonando la segunda: la mercancía patrón no varía (en el particular sentido que hemos visto) res­pecto a la distribución, para una tecnología dada; pero cambia cada vez que varía la tecnología. Se resuelve así un problema relativo a las rela­ciones de cambio, y al resolverlo se pone rigurosamente en daro que es diverso del de la naturaleza del valor. La contribución de Sraffa en este aspecto está preci~amente en haber aclarado la colocación exacta, la na­turaleza y los límites del problema ricardiano, distinguiéndolo del afrontado por Marx 35.

33 lbidem, pág. 30. 34 Ibídem, pág. 16. 35 El primero en observar quc la concepción sraffiana de las funciones de la unidad de

medida es notablemente redUCliva respecto a la concepción ricarJiana original fue C. Napo­

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88 Sraffa y fa teoría de fos precios

7. Otro problema relativo a la mercancía palrón es un curiosurn de la historia del pensamiento, puesto ele relieve por el mismo· Sraffa en la «Nota sobre l<:ls fuente.'»):

... y es sorprcndente que la «mercancía patróm), introducida aquí como desarrollo de la teoria ricardiana, equivalga precisa­mente a algo lIluy cercano a la medida general propuesta por Smith, a saber, el «trabajo ordenado», al que el propio Ricar· do era tan decididamente contrario36 • .'

Lo sorprendent.e no es el hecho analítico en sí; la demostración que I~ da Sraffa es extremadamcnlc sencilla. Podemos sustituir como unidad I .,¡,

t de medida, dice Sraffa, el product.o neto patrón por la «cantidad de tra­bajo que se puede comprar con el producto neto patrón»; se trata de una magnitud que varía «inversamente al salario patrón (... ) y directa­

t t"

mente con el tipo de beneficio», pero «según una norllla que es indepen­diente de los precios». Esta medida, siendo equivalente por definición al

l, producto neto patrón, ticne, evidentemente, sus mismas propiedades: ~ •

en primer lugar, la de hacer lineal la relación entre salario y tipo de benefici037

• ~ i

«Sorprendente» es más bien el hecho de que buscando solución a un problema ricardiano relativo al estudio dc las relaciones de cambio, se

I llegue a una medida análoga a la que había sido propuesta por Smith, por funcional, en el estudio de un problema diverso, el de la acumula­ción. Quizá podamos considerar tal hecho como un índice de los vínculos que se dan entre los diferentes problemas, aunque sea oportuno mantenerlos separados al afrontarlos.

La analogía entre las dos unidades de medida, la mercancía patrón de Sraffa y el «trabajo ordenado) de Smith, tiene por otra parte un pa­

leoni (Sulfa teorLadellapruduzionecomeprowssa circolare) ,cit., págs. 109-112, que, sin em­bargo, ha dado de tal bcchn (juzgado Ile.gativamente) una explicación distinta de la aquí pre­sentadn. Una explicación análoga a la arriba expuesta ha sido dada después por L. Meldo­lesi, La derivazione ricardiallu, ciL l.a nccesidad de especificar el problema ricardiano, se­ñalada por Sraffa en su Introducción a los Works d.e Ricardo, habia sido ya profundizada en el plano analítico, como hemos visto arriba. por P. Garcgnani, oj). cit. Mas adelante (apartado 8) veremos lllcjl1r la diferencia entre la meft:anda patrón y la ((lnercancia me· dia» de Ricardo y de Marx; y en el capitulo 7 veremos la difercnda cntre el planteamiento d<tdD por M~rx éll problema de! valor yel iusnaturalista recogido, después dI.: Rit:¡¡nlo, por los socialistas ricardianos.

36 P. Sraffa, op. cit., pág. 122. 37 Ibidem, págs. 41-42. Cfr. también la demostraci6n de G. Giliberl (Lavoro coman~

dato, lavoro contenuto e mace tipo, a ciclostil, Amiens, ]973).

Sraffa y fi) teorí<J de fos pl/nJas 89

ralelo en la analogía entre el sistema patrón de Sraffa y el esquema de crecimiento proporcional al que llega van Neumann 3H

• En ambos casos, el producto y los medios de producción están compuestos de las mismas mercancías en las mismas proporciones. Sin embargo, la analogía entre el sistema patrón de Sraffa y el sistema de crecimiento proporcional aso­ciado al nombre de van Neumann esconde una diferencia sustancial, la finalidad de las dos construcciones teóricas. La primera es parte de la búsqueda de una unidad medida dotada de propiedades particulares, la segunda va unida a la búsqueda de un sendero de crecimiento equilibra­do a lo largo del cual se busca el máximo valor del tipo de crecimiento . La primera está ligada al estudio ele los precios relativos, la segunda, principalmente, al estudio de los niveles de actividad 39 • El punto en que los dos sistemas se diferencian atañe al tratamiento de los bienes sala­riales, cuya producción debe dilatarse en el sistema de von Neumann a un tipo igual al de cualquier otro bien y que, en cambio, aparecen en la mercancía patrón de Sraffa sólo sí, y en la medida en que, son bienes tecnológicamente básicos, esto es, en un modo que no refleja su impor­tancia relativa como bienes salariales40

8. Por último, otro aspecto interesante (que Sraffa, sin embargo, no pone de relieve) es la semejanza de la mercancía p(llrón con la mercancía «media» de Ricardo y de Marx, a la que hemo:-¡ aludido antes 4J • Puede ser útil terminar este capítulo con una comparación de las tres posíciones para subrayar mejor la transformación operada por Sraffa respecto al planteamiento ricanliano original del problema de la

38 Este es quiá el más importallte de 1m casos a que alude Sraffa cn el Pr6logo: «Otros han adoptado de vez en cuando, e independielltemcnte, puntos de vista que .~on si­milares aUllO 11 otro de Jos adoptados en este trabajo, 'j los han desarrollado en mayor me­

dida o en direcciones diferentes a las aquí seguidas» (P. Sraffa, op. cit., pág. Vil).

El olro caso de mayor relieve es el representado por el esq\lema de las intcrdcpellden­cias sectoriales de l.colltier, de cuya analogía con el esquema de Sralla nos ocuparemos brevemente en el capítulo siguiente.

39 Desde el punto de vista del análisis de los precios relativos. d esquema de von Neumann equivale al primero de los esquemas con excedente de Sr,ltTa, oqud en el que el S,tlario no aparece como variable; y. con:iecuentemente. no se puede cOllsidenll sino como lln primer paso hacia el problema afrontado por Sraffa, el de la influencia de variaciones en la distribllción sobre la estructura de 1m precios relativos.

4U Sobre el problema deltratamicnl0 de los bjcne~ .,,-llariales, véase supra, el capítulo 2 y más adelante el capítulo 4.

,j¡ En la «Nota sobre las fuentes)), Sraffa adviertt: scncil1anlt:nte quc ,<In concepción dt: una medida general de los valores como una mt:dia entre dos posiciones extremas pertene­ce (. ..) a RicardOl) (P. Sraffa, op. cit., pág. 122), pero no afronta los problemas de distin­ci6n conceptual examinados en este capítulo.

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90 Sraffa y la teoría de/os precios

unidad de medida, y la diferencia de fines entre Marx y Sraffa. Tal confrontación puede servir, además, para poner en guardia contra la tentación de extender el campo de aplicación de la mercancía patrón a problemas que presentan solamente una analogía formal con el afronta­do por Sraffa.

Examinemos en primcr lugar la mercancía media de Ricardo. Hemos visto cómo el planteamiento ricardiano, es decir, la búsqueda de una unidad de medida que pudiera constituir un punt.o de referencia frente a variaciones tanto de la distribución como de la tecnología, había condu­cido a un callejón sin salida. De esto se había dado cuenta el mismo Ri­cardo, que llegó a admitirlo abiertamente hacia el final de su vida: «Por eso, hay que reconocer que no existe en la naturaleza nada que sea una medida perfecta del valoD>".

Ricardo renuncia, pues, conscientementc, a una solución precisa del problema; y a la mercancía media, que propone adoptar como unidad de medida, no lc atribuye otro significado que. el dc una mejor aproxi­mación a la realidad que si se adoptaran los casos extremos:

Me parece clarísimo que tendremos que elegir como medida una mercancía, que sea producida por el trabajo en un cierto período de tiempo y que, por tanto, supone siempre una antici­pación de capital; yen efecto: (...) 3) una mercancía producida por el trabajo empleado durante un año constituye un término medio entre los extremos, constituidos, por un lado, por las mercancías producidas por trabajo y por anticipaciones de ca­pital durante períodos mucho más largos que el año, y por otro lado, por aquellas mercancias que son producto del trabajo de un día sin ninguna anticipación de capital. Este término medio, en la mayoría de los casos, dará lugar a desviaciones de la ver­dad bastante menos pronunciadas que las que se producirían si se usara como medida uno de los extremos4.~.

En segundo lugar, debemos demostrar que el problema de Marx es distinto del afrontado por Sraffa. En la segunda sección del lIbro III de El capital, en la que examina las propiedades de la esfera de produc~

42 D. Ricardo, Absolute Valueand Exchangeable Value. en Works, ciL, vol. IV, pá· gina 404 (trad. it., Valore assoluto e valore di scambio, «La Rivista Trimestrale», núme­ros 19-20, 1966, pág. 615,

43 Ibídem, pág. 405 (trad. it. cit., pág. 615).

Sraffa y la teoría de los precios 91

ción con composición orgánica del capital igual a la media social, Marx está afrontando la cuestión de la relación que se da entre valores y pre~

cios, intentando demostrar que los resultados alcanzados cuando se su­pone que los cambios acaecen en base a los valores no varían si se pasa a razonar en términos de precios. En efecto, según Marx, tal variación en los presupüestos del análisis no conlleva más que una redistribución de la plusvalía entre los capitalistas de los diferentes sectores: en el primer caso, era repartido entre los diferentes sectores en proporción al trabajo directamente empleado; en el segundo, en cambio, en proporción al ca­pital anticipado. Pero el precio del producto total permanecería igual al valor total producido y, siempre según Marx, la plusvalía total seguiría siendo igual al beneficio total. Estas mismas propiedades se encontrarían en la esfera de producción con composición orgánica me­dia: para ella, el precio de producción sería igual al valor, yel beneficio igual a la plusvalía.

Ahora bien, la masa de beneficios puede ser igual a la masa de plusvalía si elegimos tal igualdad como condición para fijar la unidad de medidCl~~, Pero no se puede imponer contemporáneamcnte la otra callo· dición de igualdad entre valor y precio del producto total, porque de ese modo el sistema se encontraría sobredcterminado, Las dos condiciones 5610.50n compatibles en caso de que el sistema considerado responda al sistema patrón de Sraffa. En tal caso, en efecto, medios de producción, producto y excedente son simplemente cantidades diversas de una única mercancía compuesta. Sólo en este caso, además, está garantizada la existencia de una mercancia (compuesta) con composición orgánica del capital igual a la media social y para la que valen contemporáncamente las dos condiciones; pero se trata, una vez más, simplemente, de una cantídad distinta de la misma mercancía que constituyen el producto y los medios de producción para el sistema en su totalidad, Sin embar­go, el caso de un sistema real que corresponda al sistema patrón hay que considerarlo cspccialísimo, y no puede constituir, pues, la solución del intento marxiano de demostrar en general la contemporánea igualdad entre valor del producto y su precio de producción, y entre plusvalia y beneficios, para el sistema en su totalidad y para una mercancía que

4<1 Que es cuanto hace Sraffa, cuando considera el salario de subsistencia ya incluido entre los medios de producci6n o igual a cero. y pone iguales a la unidad tanto la cantidad lolal de 1rabajo empleada en el sislema (fijando dc ese modo una unidad «física)~ de medi­da pnra el tiempo de trabajo) como el precio de producción del conjunto de bienes que constituye el excedente (fijando así la unidad de medida «en valor» para los precios). Cfr. P. Sraffa, op. cit., págs. 13·14.

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I

92 Sraffa y la teoría de los predos

sea, desde este punto de vista, representativa de cuanto sucede en el sistema.

De todos modos, aparte la validez de algunas tesis defendidas por Marx, parece evidente que el objcfivo perseguido por él con la búsqueda de la mercancía media es distinto del de Ricardo. En el caso de Marx, la importancia de la mercancía media esfá subordinada a una propiedad que él creía válida para tal mercancía, así como para el sistema en su to­talidad, y las relaciones analíticas estudiadas constituyen parte del inten­to de encontrar un «puente» entre el sistema de los valores-trabajo y el sistema de los precios de producción. En el caso de Ricardo, la mercancía media es una simple aproximación a esa medida teórica que

:11: constituiría un puniD de referencia perfecto para el estudio de las va­riaciones de los precios relativos al variar la distríhución y la tecnología'1s. Con la mercancia patrón resuelve Sraffa el problema ricar­

¡I: diana; o mejor, como hemos visto, la primera mitad del mismo, en cuanto que la mercancía patrón cambia si varía la tecnología.

", Una confusión entre los diferentes proble~as puede llevar a atribuir a la mercancía patrón de Sraffa un significado particular en cl ámbito

~. dcl problema de Marx. Por ejemplo, Eatwe1l46 ha demostrado que entre tipo de explotación y tipo de beneficio se da una relación lineal cuandoti se adopta la men.:ancia patrón como unidad de medida y los salarios se ! pagan o se consumen en mercancía patrón. Pero, como recuerda el mis­mo Eatwell, esta última hipótesis está en contradicción con uno u otro de los dos puntos funuamentales de la teoría marxiana: a) La hipótesis de que los salarios se paguen en mercancía patrón contradice la teoría marxiana del dinero, que es una mercancía elegida a través de un proce~ so histórico y no por las especiales características de su proceso productivo'17; b) La hipótesis de que los salarios se consuman en mercancía patró,n contradice la dístinción cualitativa trazada por Marx entre bienes salariales y bienes capitales.

'1S Sin embargo, MarK afirma ¡,utlbién, a propósito de la «mercancía de composición media», que «un aumenlo o una disminución de los salarios no influye sobre k + P ("pre­do de costo" más "benefido"), como no influiría sobre el valor de la mercancía, y provo­ca únicamente un movimiento en sentido opuesto, uisminución o aumentD del tipo de be­Ilcficim> (K. Marx, 11 Capitule, libro lU, cit., págs. 253-254). Pcro es evidente que Marx quiere mantener separauos IOli dos problemas, y que considera el ricardiano de imporlan. da secundaria (sobre esto cfe también Storia tielfe leorie economiC'he, cit., vol. Il, pági.nas 29-30).

46 J. Eatwell, VaJue, Price and the Rate 01 ExploifutiulI, a ciclostil, Cambridge, 1973. 47 En lodu caso son relevantes las particulares caracteristtcas cualitativas (el «valnr lIe

uso») de la mercaneia preelegida: divisibilidad, com:ervabilidad, etc,

Sraffa y la teoria de los precios 93

Medio4g ofrece otro ejemplo, que demuestra que para la industria que produce la mercancía patrÓ!l de Sraffa la igualdad entre precio y va­lor del producto implica también la igualdad entre beneficio y plusvalia; pero no puede demostrar que lo mismo valga para el sistema real, mientras sería preCÍsamente este el que atribuyera a la mercancía media el significado deseado por Marx, permitiéndole considerar tal mercancía como representativa del sistema. La mercancía patrón de Sraffa sólo es una «media» en relación con el sistema patrón, pero no eDil el sislema real. A Marx le interesaba una «media» que fuera representativa de este último, aquella para la que la relación entre capital constante y capital variable fuera la misma que para el sistema en su totalidad. De ese mo­do, la igualdad entre valor y precio, y entre plusvalía y beneficio, para la mercancía de composición media reflejaría una situación válida a nivel general, para el sistema económico en su totalidad; pero para Marx no era relevante lo que pudiera acaecer en un sistema imaginario l diverso por proporciones del real.

Los dos ejemplos examinados deberían ponernos en guardia frente a la atribución de importancia decisiva a analogías formales, sin reparar en [as diferencias sustancíalt:s de los problemas afrontados; una trans­posición mecánica del aspecto matemático de una teoría para una cues­tión distinta de la originalmente afrontada puede esconder problemas conceptuales importantes, si no irresolubles, y, sobre todo, puede modi~

ficar el significado mismo de la nueva cuestión afrontada.

4H A. Medio, Profits and Surplus- Valut!: IIppearallce and Reality in Capilalisf Pro· d'Actian, en A Critique 01 ECOflom¡c Tf¡eory, preparado por E. Hunt y J. Schwatz. cit., págjna5 312-346.

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4Salario de subsistencia y tipo de salario

1. En los dos capítulos precedentes hemos visto cómo la distinción sraffiana entre bienes básicos y no básicos se diferencia de la clásica entre bienes necesarios y bienes de lujo en lo que:iC refiere al tratamien­to de los bienes salariales; y cómo el diverso objetivo del análisis implica una posición diversa ele los bienes salariales en el sistema patrón de Sraf­fa y en el sistema de desarrollo proporcional de von Neumann. Se podría pensar que tales diferencias derivan de que Sraffa considera co­mo variable el salario entero y no sólo la parte de excedente, y más cuan­do él mismo reconoce que esta última seria la hipótesis más correcta. PeA ro como él añade, y como comprobaremos en este capítulo, desde el punto de vista de su análisis no hay diferencia sustancial entre las dos hi­pótesis.

El elemento fundamental de distinción respecto al análisis clásico y al de van Neumann es, en realidad, el haber considerado el salario como variable; y no importa si en todo o en parte. De este modo, Sraffa recha~

za la teoría clásica del salario fijado a nivel de subsistencia, y propone implícitamente un acercamiento distinto (¿keynesiano?) al problema de la distribución. Indicativa en este sentido es la alusión (recordada ante­riormente, capítulo 2, nota 1) a los factores monetarios que influyen di­rectamente sobre el tipo de beneficio.

El mismo origen tiene la ausencia en el análisis sraffiano del concep~

to de fuerza-trabajo, que constituye una de las principales aportaciones de Marx a la teoría económica. La fuerLa-trabajo es una mercancía, y su valor de cambio lo determinan, como para todas las demás mercancías, los costes de producción, mientras que su valor de uso consiste en la po­sibilidad de proporcionar una cantidad de trabajo y, por tanto, dc va-

Sraffa y la teoría de los precios 95

lar, mayor que la contenida en ella. Por eso se encuentra la distinción entrc trabajo y fucíza·trabajo en la base de la teoría marxiana de la explotación.

Sraffa no se plantea el objetivo de volver a demostrar la existencia ¿e la explotación; por esa razón, no es necesario el concepto de fuerza­trabajo en su análísis. Comprobaremos este hecho en las páginas que si­guen, mostrando que la inclusión del concepto dc fucrza-trabajo en el contexto del análisis sraffiano no conlleva modificaciones en los resulta­dos a los que llega en cl estudio de las relaciones entre precios de produc­ción y variables distributivas.

Quizá sea oportuno advertir que la verificación de las hipótesis ex­puestas en este apartado (inutilidad para el análisis sra[[jano de la dis· tinción entrc salario de subsistencia y salario de excedente, y cntre traba­jo y fuerza-trabajo) lleva consigo un nivel de análisis diverso del de los otros capítulos; y mientras que para un tratamiento exdusivamente ma­temático del problema se remite al apéndice, hemos creído necesario, a efectos de claridad también, afrontar directamente el examen del siste­ma dc ecuaciones presentado por Sraffa para la determinación de los precios relativos, integrado de manera que se tenga en cuenta cxplícitainente la reproducción de la fuerza-trabajo Y la distinción en dos partes, una de subsistencia y una de excedente, del tipo de salario.

2. Definamos como precio de la fuerza·trabajo el precio de la cesta de los biencg de subsistencia, que corresponde al tipo mínimo de salario. El precio de la fuerza-trabajo, como cualquicr otro precio, varía al ha· cerio la distribución J

; pero, como veremos, podemos tener en cuenta cs­te hecho.

Definamos el excedente como la parte de las mercancías producidas que supera la reintegración de los medios de producción utilizados y de la subsistencia de los trabajadores empleados. Entonces, cuando el tipo de salario t.otal está a un nivel intermedio entre cl mínimo de subsisten­cia y el máximo que corresponde a beneficios nulos, podemos decir que los trabajadores participan, junto con los capitalistas, en la distribución del ext:cdente.

Supongamos, para mayor sencillez, que la fuerza-trabajo es produ·

l Recordemos, una vez mas, que las variacioncs en la distribución son solamente no­chmales, yen cuanto tales no implican variaciones en los niveles de actividad. Para ahan­donar este alhbito, habría que suponer coeficientes fijos de producción y ausencia de téc­nicas alternativas. Esta última hipótesis es adoptada en todo este capitulo.

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96 Sraffa y la teoriu dI} los precIOs

cida en el mismo período en que es utilizada 2, y que lo es solamente du­rante dicho período"l. En consecuencia, el precio de la fuerza-trabajo de­pende únicamente del precio de los medios de subsistencia necesarios para mantener al t.rabajador en el período estimado. La distribución entre los asalariados de su eventual cuota de excedente se efectúa en ba­se al tiempo trabajado.

Podemos distinguir t.res hipótes"is alternativas sobre el momento de pago de los salarios: comienzo del período de producción; final del período; comienzo del período para la parte de subsistencia y final para la parte de excedente. No hay ninguna diferencia sustancial entre las di­ferentes hipótesis: sólo variarán las anticipaciones de Jos capitalistas, sobre las que se calcula e.l tipo de beneficio.

En el caso de salarios pagados postfactum (la hipótesis de Sraffa ya examinada anteriormente {capítulo 1, apartado 14], a la que nos atendremos también en este capítulo), los trabajadores anticipan sus propios medios de subsistencia. J. S. MiIl defendió que en este caso, en cierta medida, los 1rabajadores serían capitalistas, y sus salarios incluirían un elemento de beneficio sobre el coste de los bienes de subsis­

¡, tencia anticipados por ellos4 • Esta concepción fue violentamente critica­da por Marx:

[,

2 En consecuencia, si la fuerza· trabajo «producida» r;:s igual a la fuerza-trabajo utili­zada, habra pleno emp1co. Si la primera es mayor que la segunda, la diferencia representa rá el nivel de desempleo. En cambio, cuando todos los medios de producción son utiliza­dos en el período sucesivo a aquél en quc han sido producidos, el esquema utilizado para ddcnllinar los precios de producción no puede decirnos nada sobre la realización en el mercado de las cantidades producidas, porque tendremos que considcrar en tal ca~o el per­fil temporal de los nive1cs de actividad

Si para «produciD> fuerza-trabajo son nccesarios 11 períodos, podemos representm simplemente la «producción» de fuef/a-trabajo con n prOl.:esos paralelos. Cada uno de es­to.~ procesos incluye entre sus medios dc producción fuerza-trabajo todavía no dispuesta para su utilización, y produce fuerza-trabajo todavía no displleS!<L Dicha fuerza·trabajo entra como medio de ptodllCcióll en el período siguientc, y asi sueesivamcntc; hasta qlle del último proceso emerge fuerza-trabajo dispuesta para scr utilizada cnla producción de mcrcancias. El procedimiento es totalmente análogo al cxaminado en el capítulo 1, aparla­do 14, para las mercancías cuya producción requiere varios períodos; J, por otra parle, la fuerza-trabajo también es una mercancia.

3 Excluimos aquí todo~ lo~ casos de producción conjullta, incluidos los bienes capita· les fijos. y el hecho de que la fuerza-trabajo sc puede utilizar para varios períodos (del mis­mo modo que una máquina, necesitando «combustiblc») y «gastos dc manutención» du­rante toda su vida productiva). Sobre los problemas que surgen en el caso de producción conjunta, cfr. más adelante las notas 10 y 14. ,

4 J. S. Mili, PrincipIes 01 Political Ecoflomy, Longams, Londres. 1865 6, pági­nas 252-253.

Sraffa y la t/Jor/a de los precIOs 97

En realidad, el obrero anticipa gratuitamente al capilalista su propio trabajo durante una semana, etc., para recibir al fi­nal de la semana, etc., el precio de mercado ele su trabajo~.

Corno veremos más adelante (apartado 6), si nos adherimos a la hi­pótesis marxiana, no hay ninguna diferencia, en el ámbito dc un cs~

quema sraffiano, entre el considerar como variable el tipo de salario to­tal con un límite mínimo dado por el coste de los bienes de subsistencia, o solamente aquella parte del mísrno que representa la participación de los trabajadores en el excedente. Aun considerando la hipótesis mar­xiana más apropiada para el estudio de las relaciones entre salario y tipo de beneficio, también examinaremos con detalle la hipótesis de MilI, pa­ra mostrar que tampoco en este caso requiere el análisis de Sraffa modi­ficación sustancial alguna.

3. En lo que sigue, utilizaremos la simbologia de Sraffa, con las ex­tensiones necesarias. IJJ L j son la cantidad de la mercancía i y de fuerza­trabajo necesaria para «producir» una cantidad J de la mercancía j; JI?

L I son la cantidad de la mercanCÍa i y de fuerza-trabajo necesaria para «producir» una cantidad L dc fucrza·-trabajo; p¡ y PI son el precio de la mercancía i y el precio dc la fuerza-trabajo; w es el tipo dc salario de ex­cedente, r es el tipo de beneficio (i, j ~ a, ... , k).

Suponiendo que haya que calcular un beneficio en la industria! (al tipo predominante) sobre los medios de subsistencia ant.icipados por los trabajadores, las ecuaciones que determinan los precios de producción

6son :

s K. Marx, j( Cupitule, libro l. cit., pág. 566; cfr. también págs. 20ó y 564-566. (i También podemos escribir el salario de excedente como Una proporción del precio de

la fl1~rza-trahajo, de modo ana!ogo al usado para el tipo de b~neficjo [e~ decir, L,P,(l 1- IV)]. Las relaciones entre w y todas las demás variables cambiarán, pero aquéllas entre el tipo de sala'rio total y todas las demús vuriables permanecerán inalteradas.

Las ecuaciones son válidas cn la hipótcsis de mm jornada laboral dc duración delermi­nada y constante. Mientras L indica los hornbrcs·año llevados al mercado en el periodo considerado, losL¡(i := a, .. b, 1,), indicunlos hombres-arlO l¡eCesarios en la indusLria i en la hipótcsis de un número dado de horas trabajadas al arlO. Indicamos con ( (ticmpo de trabajo) la razón enlre el número de horas efectivamente trabajadas en un allO y la dura­ción en horas del año laboral usado para identificar las L: si suponemos que cuando cam­bia la jornada laboral. sólo cambia, en proporción inversa, el numero de hombres-año ne·· cesarios en las diferentes industrias, tenemos

{ ~¿~~}.", :l: ....... ~.- .~ ..~.k~.~~ • .~.? .~. '!:.'. ~ .~~~. ~~~~~ .~. ~.~.•. (A.p" -1- ••• -1- K.p,) (l 1 r) -1- (P, + w) L./! := Kp.

(A¡pu··I- ... -t- K¡p,) (1 -1- r) -1- (P, -1- w) L¡jl = Lp¡

Page 48: Sraffa y la teoria de los precios

98 $raffa y la teorla de los precios

1~:.: :::..:.:.:..::.::~. ~.:.,:.:: ..:..:: .~:.::..:;.:::: (A, Po + ... + K, p,) (l + r) + L, (p, + w) ~ Lp,

Dadas una de las variables distributivas y una unidad de medida, es­te sistema determina los precios relativos (incluido el tie la fucrza~

trabajo) y la segunda variable distributiva. La existencia dc solucioncs no-negativas para un sistema en estado

reintcgrativü (es decir, cuando para cada mercancía la cantidad produci­da es al menos igual a la cantidad utilizada cn todos los procesos pro­ductivos, incluido aquel que «produce» fuerza-trabajo) es fácilmente demostrable.

Si consideramos PI + W como una sola variable, las primeras k ecuaciones constituyen un sistema idéntico al examinado por Sraffa en su libro~ y ~s suficienle referirno.<i a demostraciones ya dadas para aquel sistcma7 • Puesto que p~, ...• p~ son positivos y r y PI + w no negativos, de la última ecuación se deduce inmediatamente que PI es positivo8

Además, ent.re el tipo de beneficio y el tipo de salario total (PI + w) exis­tirá una relación monótona decreciente en el sistema de industrias a pro­ducción simple aquí considerado.

Para el sistema de indust.rias a producción simple. Sraffa demost.ró que «si como consecuencia de una elevación en el tipo de bencfido, el precio de un producto desciende, su ritmo de descenso no puede exceder del ritmo de descenso del salariQ»)9. Esta proposición implica la existen· cia de una relación monótona decreciente entre el tipo de beneficio yel tipo de salario de excedente. Cuando el tipo de beneficio sube, el tipo de salario total (PI + w) baja más rápidamente que cualquier precio, PI incluido, de modo que w dbminuirá necesariamente/o.

donde la ocupación efectiva en las diferentes industrias, en hombres-año, viene dada por L,It(i ==. a, ... , b, 1). Sólo podemos considerar como (lila primera aproximación la hipóte­sis de que los coeficientes técnicos permanezcan invariados cUClndo cambia la jornada la­boral. También asi, sin embargo, los precios relativos y la curva salario-tipo de beneficio cambiarán al variar de t. r será lIna nueva va dable exógena, junto al lipa de salario lotal o al tipo tic beneficio.

7 Cfr. P. Sraffa, uJ}. cit., pág. 13. Para la demostración, cfr., por ejemplo, P. New­man, Production!J1 CommodWes by Means o/ Commodities, cit.

E Si el sistema económico considerado no fuera lo bastante productivo como para reintegrar los medios de s¡¡bsistencia, una ve/. reintegrados los medios de producción, el ti­po máximo dc salario total sería inferior a p, y w seda negativo.

9 P. Sraffa, op. cit., pág. SO. 10 En el sistema a producción conjunta, estas relaciones monótonas entre el tipo de be­

neficio y el!ipo de salario total y de excedente pueden que no sean ya validas para algunas

Sraffa y la teoría de las precios 99

4. La identificación del sistema patrón y de la mercancía patrón en nuestro sistema con fuerza~trabajo producida es menos inmediata. Contrariamente a cuanto se podría pensar intuitivamente, en el sistema patrón deberá haber un excedente uniformc (en la razón patrón R) para todas las mercancías básicas (incluidos los bienes de susbsistencia), pero ningún excedente de fuerza-trabajo. Esto depende de que la fuerza­trabajo no está incluida entre los medios de producción anticipados, desde el momento en que los salarios se pagan post jaclum. (Los bienes de subsistencia están incluidos cntre los medios de producción, y sobre ellos se calcula un bencficio.) El tipo máximo de beneficio viene dado por la rar-ón entre el producto neto y los medios de producción anticipa­dos; en el sistema patrón esta razón se da entre mercancías (compuestas) homogéneas, y debe ser igual al tipo uniforme de excedente R. Así, en el producto neto no puede ir incluida ninguna mercancía que no esté incluida entre los medios de producción anticipados.

Puesto que la razón entre producto neto y medios de producción es, en el sistema patrón, una razón entre dos cantidades fískas de la misma mercancía (patrón) compuesta, «seguiría siendo la misma cualesquiera que fueran las variaciones registradas en el 'reparto del producto neto entre salario y beneficio y cualesquiera que fueran las consiguientes va­riaciones de precjos»ll. Partiendo de estas premisas, Sraffa ha mostradol2 que tanto en el sistema patrón, como en el sistema económi­co real del que el sistema patrón está sacado, existe una relación lineal entre el tipo de beneficio y el tipo de salario si tomamos como unidad de medida la mercancía patrón. En nuestro esquema con fuerza­trabajo producida, y con un beneficio sobre los medios de subsisten­cia, esta relación lineal subsiste entre el tipo de beneficio y el tipo de salario de excedente, y el tipo máximo de beneficio es igual a la razón patrón (para una prueba de esta proposición, véase el Apéndice a este capitulo).

5. También resulta perfectamente válido el método con que Sraffa tiene en cuenta la existencia de un límite inferior en el tipo de salario total:

1lIIiua{k~ de Jncúiua particulares., cuyo precio en términos de otras unidades aumenta o disminuye más rápidamente que el tipO de salario lotal (efr. P. Sraffa, op. cit., páginas 77-79).

JI Ibídem, pág. 27. J2 Ibídem, págs. 27-30.

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100 Sraffa y la teoríü de Ivs precíos

Los bienes de subsistencia son, por su naturaleza, produc­tos hásicos, y si se impide que ejer7<1n su influencia sobre los precios y beneficios hajo ese título, lo harán por caminos tor­tllOSOS (por ejemplo, establecienclo un límite por debajo del cual no puede descender el salario; limite que descendería con cualquier mejora l:n los medios de producción de los bienes de primera necesidad, llevando consigo un alza en el tipo de bene~

ficio y una variación en el pn:cio de los demás productos) n.

El límite inferior lo da el precio de la fuerza-trabajo calculado para aquella situación en la que el excedente entero va a los beneficios (pon" gamos PI + W = ¡J, y resolvamos simultáneamente las k + I ecuaciones de precio). Este límite vale, para una tecnología dada, cualquiera que sea la distribuci6n de la renta: corno hemos visto, si el tipo de beneficio ba­ja, PI no puede aumentar más rápidamente que d tipo de salario totaJl4. Como observa Sraffa, este límite se modifica :-;i, y sólo si, cambian las técnicas de producción de las mercancías básicas (bienes de subsisteneia incluidos). En efecto, los bienes de subsistencia, al ser necesarios para la «produccióm~de fuerza-trabajo, que es utilizada a su vez en todo proce­so productivo, son por definición mercancías básicas. Pero para ellos no valen algunas de las propicdades demostradas por Sraffa para los bienes básicos en el ¡:squema sin fuerza-trabajo producida. Como hemos visto en la nota 13, si un hien de subsistencia no es un bien básico en el es~

quema sin fuerza-trabajo producida, sus condiciones de producción no influirán .sobre el conjunto de los precios relativos y sobre el tipo de sa­lario total para un tipo dado de heneficio, pero tendrán lIna influencia indirecta, contribuyendo a determínar un límite mínimo al tipo de sala­rio total.

13 Ibídem, pág. 12. Qllini sea oportuno, en este l}lOmellto. recordar algunas de las Db­servaciones hechas ~n el capitulo 2 respecto a la espc(;i:::ll posiLióll de los bienes de subsis· tencia: a) Midamos el salario en términos de la cesta de l()~ hienes de subsistencia. Entonces, con una mejora en los m{;lOdos de producción de los bienes de primera ncc(;sidud, el tipo de beneficio aumenta si mantenemos constante el tipo de salario; pero también podemos tener Ull aumento del tipo de salario acornp<lJ1ado pO! un tipo de bcm:ficin collstante, o un CaSO intermedio (;on un aumento de ambas variables distributivas. b) Supongamos ahora que el tipo de beneficio permanece COlls\;¡nlC, y midamos precios y salario en términos de cualquier bien basico que no sea de subsislcncia. Si los bienes de subsistencia son no bási­cos desde el punlo de vista de la ma!liz de los coeficientes técnicos, una mejora en sus mé­todos de producción IlO inl1uirá sobre el tipo de salario lo tal y sobre los precios relativo~ de las mereancias tecnológicamente básicas.

14 Esto puede no ser verdad p<:\ra el sistema a producción conjunta, si el prccio de la cesta de subsistenda aumenta o disminuye mas rápidamente que el tipo de salario tolal (cfr. nota lO).

Sraffa y lu tl~Orin (fe Jvs precios 101

Hemos visto que cuando cambia la di:'ilribución, el tipo de salario de excedente varía en la misma dirección que cll.ipo de salario total: y cual­quiera que sea la cesta de bienes quc el 1rabajador compra después de haber satisfecho sus nece!:iidadc!:i de subsistencia, los precios relativos dc estos bienes en conjunto no aumentarán (o disminuirún) más rápida­mente que el tipo dc salario. La unidad de medida correcta del saJario real estaría dada por una mercancía compuesta correspondiente a la composición del consumo de lo~ trabajadorc~, pero, puesto que no po­demos decir nada a priori, en ausencia de una teoría que explique la estructura del consumo, sobre aquella parte del consumo de los trabaja­dores que supera el minimo de subsislem;ia, podremos replegarnos sobre el precio de la fuerza-trabajo, suponiendo que sea más fácil conocer la estructura del consumo de subsislencia!), Las variaciones del tipo de salario tolal medido en términos de tal unidad no serán influen­ciadas por variaciones en el precio de los bienes de subsístencia debidas al cambio en la distribución. Sin embargo, no podemos dar una medida precisa de las variaciones del salario real de los trabajadores, en cuanto que depende de las variaciones de los precios de los bienes que no son de primera necesidad consumidos por los t.rabajadores en términos de nucstra unidad de medida.

6. En el caso «marxiano>~ (discutido en el apartado 2), en el que no se calcula un beneficio sobre los medios de subsistencia anticipados por los trabajadores, las ecuaciones que determinan los precios dc produc­ción (presentadas en el apartado 3) no se altcrán, excepto la última:

+ K"p,) (J + r) +[.,.ej!, f w) = Ap"¡(~"P" + .':

(A,p" + + K,p,) (l + r) + L, (p,1 W) ~ Kp,

(A,p" + + K,p.) + L,(p, + w) = Lp,

Pucsto que la última ecuación sólo se usa para determinar, dc mane­ra subordinada las primeras k, las subdivisiones dcl tipo de salario to­tal en una parte necesaria y en una parte ele excedente, para determi­

15 Por ejemplo, cuando se calcula el índil;e del coste de la VIda ligado al mecanismo de «escala móvil» (1(: los ~,l1arios, se supone ilflplh.:ilarlll:nle que se conoce la estructura de los consumos necesarios, que: proporciona el sist.cma de ponderación. El mecanismo de escala móvil liende <l manlener inallerado el poder <lLlquisilivo de los trahaj,l<i()res frent.e a va­riaciones de los precios de los bienes de primera necesidad; tiene. pues, el efecto de trans­mitir sobre el tipo de beneficio (y por este camino, sobre el sistellla de los precios relativos) las coml;cucncias de cada variadüll ell lo~ métodos de producción (le los bienes salal iaJes.

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Page 50: Sraffa y la teoria de los precios

102 Sraffa y la teorfa de los precios

nadas técnicas y para un valor dado de r obtenemos el mismo valor en los dos casos para Po, ... , P. y para el tipo dc saJario total. Sin embargo, en este Caso obtendremos un valor inferior para P, y supe­rior para wrespecto a los que se obtendrían adoptando la hipótesis «de Mili». Sigue siendo válido lo dicho en el apartado 3 sobre la existencia y valor significativo de las soluciones para un sistema en· estado reintcgra­Uvo. Lo mismo vale para lo dicho en el apartado 5 a propósito del límite minimo en el tipo de salario total.

En cambio, son necesarias algunas modificaciones en lo que se re­fiere al sistema patrón. En el caso considerado en este apartado, desapa­recen las diferencias que surgían con la consideración explícita de la «producción» de fuerza-trabajo respecto al sistema patrón de Sraffa. El tipo máximo dc beneficio ya no será igual a la razón patrón R (la dife­rcncia dcpende del vínculo del salario de subsistencia). Pero los multipli· cadores y el sistema patrón se determinarán mediante un sistema de ecuaciones equivalente al presentado por Sraffa. Además, como en el sistema sraffiano, la relación lineal cntre tipo de beneficio y tipo de sala~

rio (medido en términos de producto neto patrón) se refiere al tipo de salario total, mientras que bajo la hipótesis «de MilI» se refiere al tipo de salario de excedente (para una demostración, véase el Apéndice a este capítulo). Resumiendo:

J. Caso «de MilI»:

r = R (1 - w); 'ma:< = R

2. Caso «de Marx»:

R - 'mb r = R [/- (Pi + w)l; r"fu R (/- Pi)' ó = PI

R

Para una tecnología dada, en el casO aquí considerado, los multipli~

cadorcs son díversos y la razón patrón más alta que en el caso «de MilI», en el que se calcula un beneficio sobre los medios de subsistencia. Al no ser ya tratados como medios de producción anticipados, no aparecen ya en la mercancía patrón sí son no básicos desde el punto de vista de la matril. de la tecnología.

7. El esquema que hemos estudiado está basado en la distinCÍón entre tipo de salario y precio de producción de la fuerza-trabajo. Estc

$raffo y (a teoría de los precios 103

último es definido aquí como un mínimo por debajo del cual HO puede descender normalmente el tipo de salario durante un largo período. Cuando los trabajadores participan en el excedente, las dos variables son distintas y la primera es mayor que la segunda. Dc ese modo, la distribudón es exógena y no endógenamente determinada por los coefi· cicntes técnicos de producción y por los coeficientes del consumo dc subsistencia.

Esta característica es, a nuestro parecer, uno de los principales ele­mentos de superioridad del modelo sraffiano respecto a esquemas de de­terminación de los precios de procedencia leontieviana, como el cons­truid.o por J. Schwartz l6

• En tales esquemas, el vector de los consumos se confunde (y a veces se identifiL:a) <;on el vec{or de las subsisten­cias: dados los coeficientes de consumo de los trabajadores, el mo­delo es <.:erraúo y el tipo de salario -se afirma- se determina enctógenamcnte 17

• A propósito de esto hay dos interpretaciones po­sibles: o el vector considerado es el de subsistcncia, y en ese caso el sala­rio se ha fijado a su nivel mínimo, frecuentemente sin ninguna explica­ción ad hoc, o bien el vector considerado es el del consumo efectivo, y en ese caso debemos recordar quc no es el consumo el que determina el {ipo desalario,sino, más bicn, el tipo de salario efectivo el que determi­na una particular estructura de los consumos, de modo que la distribu­ción vuelve una vez más a ser cxógena.

Una posible vía de salida consistiría en sostener que el vec{or de con­sumo y el vector de subsistencia coinciden por definición, porque las ne­cesidades se adccúan sin tardanza a nuevos niveles de salario. Esta in­terpretación extensiva del com.:cpto de subsistencia -que no es la de los clásicos, aunque éstos incluian en las necesidades de subsistencia un ele­mento hislórico-sociaI 18

- no sirve de ayuda en el estudio del problema

16 .f. Schwatz, Lecfure.~ on fhe Mafhemafica( A1erhod in Allalytical Economics, Gar­uan and Brcach, Nucva York, 1961.

17 «Para ccrrar nuestro modelo, debemos introducir el trabajo como medio de pro­ducción y como producto. Indiquemos con "Jo la cantidad dc trabajo (medido, por ejemplo, en horas de trabajo) necesaria para la producción de ej' e indiquemos con nO] la talllidad de e] que es "consumida para producir una hora de trabajo", es decir, el salario real medio pagado por hora dc trabajo. Con la introducción de estos elementos de matriz hemos cerrado el modelo del sistema económiCO» (ibídem. pág. 8). Más adelante, sin em­bargo, Schwartz también determina los precios relativos por lo que llama un ((modelo abierto de Lconticf» (ibidem, págs. 29 y ss.), pero nunca aclara explícitamente la distin­ción cOllceptual entre salario efectivo}' salario de subsistencia.

18 Para un rápido estudio del concepto de subsistencia, véa.~c la primera parte de la po­nencia ¡Je la que se ha sacado este capítulo (A. Roncaglia, Labour-Power, Subsistence Wage and lhe Rate of Wages, «A\lstralian Economic Papersn, XIII, 1974, págs. 133-136).

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104 Sraffa y la teoria de los precios

de la distribución de la renta (no se puede defender que los salarios tien­den a un nivel de subsistencia, o que tienen en él un límite mínimo, si tal nivel varía junto con el salario), ni en el estudio del problema de la estructura de los consumos (que una interpretación más correcta del concepto de subsistencia, indicando los factores que determinan parle del consumo, puede ayudarnos a explicar).

APÉNDICE

Los sistemas patrón

\

Simbología

Llamamos a:

A : Matriz de la tccIlologia, DA = lA, al. a: Vector del consumo de subsistencia. 1: Vector de los trabajos necesarios en la producción de mercancías. L/: Trabajo necesario en la producción de fuerza-trabajo, 0/ = [l'~ L,)'. B : Matriz diagonal dc las cantidades producidas de mercanCÍas. L: Cantidad producida de fuerza-trabajo, 'B ~ diag. [B, l.]. q : Vector de los multiplicadores de las mercancías. q,: Multiplicador de la fuerza-trabajo, 'q ~ [q', q,J'. p : Vector de los precios de las mercanCÍas. PI: Precio de la fuerza-trabajo, 0p '- [p', pa'. r, R, w: Tipo de beneficio, razón patrón, tipo de salario de excedente.

Caso «de Milí" (apartado 4)

Para una tecnología dacia, 0q y R queclan determinados por las si­guientes condidon<;s: para rada mercancía, fuerza-trabajo excluida, la ~:antidad producida supera la cantidad utilizada en la proporción R; la cantidad de fucrza-trabajo producida es igual a la cantidad utilizada. Estu determina las propordoncs relativas de las diferentes indusfrias en el sistema patrón; para determinar la escala, añadamos la condición de que la fuerza-trabajo empleada es igual a la unidad.

"/1 'q(l + R) ~ Bq (1) {ll' (lq = Lq¡ (2)

o!, 0q = 1 (3)

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106 S,affa y la teoría de los precios

Agregando las ecuaciones de precio del sistema patrón, obtenemos que el precio de los medios de producción máli los beneficios más los sa­larios totales es igual al precio del producto bruto:

p'OAOq(1 + r) + o!'{)q(P¡ + w) = up'olJuq (4)

Como unidad de medida dc los precios tomamos el producto neto del sistema patrón:

(S)p'Bq-p'OA"q = 1

Podernos obtener R de (1), multiplicando previamente por p':

R ~p'Bq~_p'OA "q (6)p'A'C¡ - p'UAOr¡

Veamos ahora que entre r y w se da una relación lineal. De la ecuación (4), teniendo en cuenta la (3), tenemos

0p'OBOq_p'OA 0q_p¡ w r - --~-~----- - - --­- p'OAOq p'oA 0q

De la (6), y puesto que

"p'OBOq = p'Bq ~I p,Lq, =P'Bq + p, (7)r ~ R (l - w)

Caso «de Marx» (aparlado 6)

Los medios de subsistencia no están ya incluidos entre los medios de producción sobre los que debemos calcular un beneficio, y para los que debemos tener un tipo de excedente uniforme R. Entonces:

Aq(l + R) = Bq (1') o/, 0q = Lq, (2')

I'q = I (3')

Sraffa y la teoría de fos precios 107

La ecuación (2) determina q, de forma subordinada a la (l') y a la (3'), que determinan q y R Y son idénticas a las usadas por Sraffa. J ""

p'Aq(l + R) + l'q(p, + w) =p'Bq (4')

p'Bq-p'Aq=l (5' )

R _ p'Bq-p'Aq 1- ----¡;Aq-- = p'Aq (6')

p' Bq~p'Aq _ (p, I~ J r w) . -,- =R[l - (p, + w)J (7')

p'Aq P Aq

I .

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Page 54: Sraffa y la teoria de los precios

5La obra de Sraffa y la crítica de la teoría marginalista

1. En el Prólogo a Producción de mercancfas, Sraffa advierte que (da serie de proposiciones ahora publicadas (...), aunque no entran en una discusión de la teoría marginalista del valor y de la distribución, han sido elaboradas, sin embargo, para servir de base a una crítica de tal teoría»l.

1\ continuación, examinaremos las diferentes críticas hechas por Sraffa a la teoría marginalista: el rechazo de la estructura misma de tal teoría, ínsito en la separación entre teoría de los precios y teoría de las cantidades producidas (apartados 2 y 3); las críticas implícitas en Pro­ducción de mercancfas contra el concepto neoclásico de capital, como entidad mensurable indcpendicnteinentc de la distribución (apartado 4), y en especial contra el intento bohm-bawcrkiano de encontrar en el período medio de producción una medida de la intensidad capitalista de los procesos productivos (apartado 5). Examinaremos luego los iil­tentos de responder a tales críticas: el intento de reducir el alcance de ta­les objeciones únicamente a la [unción agregada dc producción y de considerarlas paradojas dc escasa importancia (apartado 6), y el de pro­poner como esencia de la tcoria marginalista el modelo desagregado de equilibrio económico general a breve plazo (apartado 7), A propósito de este último, intentaremos mostrar que una de sus bases esenciales, la teoría marginalista de la demanda, no puede ser utilizada para expli­car los precios sin caer en un razonamiento circular (apartados 8-10).

P. Srarra, J'roducción de mercancías, ciL, pflg VII. I

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112 Sraffa y 1<1 teoría de los precios

2. f-{emos hecho alusión a que el mismo planteamiento de Produc­ción de mercancías representa una crítica de fondo a la teoría margina­lista del valor, en cuanto que los precios relativos se determinan sin con­siderar variación «marginal>} alguna, es decir, para niveles dados de producción y proporciones dada~ entre los «factores de produceión>}.

Con esto, evidentemente, no se pretende decír que los precios no de­pendan también de los niveles de producción, en la medida en que estos últimos influyen sobre los cocfidentes técnicos. El problema no se plan­tea porque, como advierte Sraffa en el Prólogo, su libro tiene por objeto «aquellas propiedades de un sistema económico que no dependen de va­riaciones en el volumen de producción o en las proporciones de los "fac­tores" empIcados»2-. Precisamente, en tales condiciones, resulta posible determinar el conjunto de los precios relativos en función de una va­riable distributiva (salario o tipo de beneficio); vemos así que existen al­gunas propiedades de un sistema económico para cuyo estudio «produc­to marginal» no tienen nínguna función analítica 3

. Pero, como Sraffa ha puesto de relieve, «la teoría marginal exige que la atención se centre cn la variación, porque sin variación, bien en las dimensiones de llna in­dustria, bien en "las proporciones de los factores de producción", no puede hahcr producto marginal ni coste marginal»4.

Nos detuvimos ya, en el capítulo l (apartado 8), sobre el hecho de que el análisis desarrollado por Sraffa prescinde de forma absoluta del problema de los rendimientos. En aquctta ocasión subrayamos la impor­tancia de tal hecho para cualquier intento de delinear un cuadro de refe­rencia en el que colocar el análisis sraffiano de los precios. Yel resulta· do al que llegamos fue, precisamente, el rechazo de los principale~ ele­mentos conceptuales de! planteamiento marginalista, siendo el primero entre todos ellos el concepto de «precio de equilibrio)} como resultado de la amortiguación de los impulsos t:ontrapuestos de demanda y oferta. En otras pulabras, se vio que subrayando la ausencia en su análisis de variaciones en los niveles de producción, Sraffa rechaza implícitamente

2 Ibídem, pág. Y. 3 En efecto. «producto rnargíml1» y «cosle IllC1rginaln no p\lcdcn tener ninguna fUn­

ción, ni siquiera en ambltos diferentes de análhis: en el C¡¡SU dc la teoría de l¡¡ empresa POI­q\(C, como hemos visto anteriormente (capítulo 1, apanado 6), valen las criticas formula· das por Sraffa en 1925 y 1926 contra el análisis nmrshaIJiano de {os «equilibrios parciales»; en el caso de la teoría de la distribución (y de la función agregada de produc­ción) porquc, como veremos mús <ldelantc, «(cosle marginal» y ((producto ffi<lrginal» no pucdcn ser definídos independicnLCmcnte del fenómeno que deberían explícar, la dis(rihución precisamente.

4 P. Sraffa, op_ cit., pág. v.

Sraffa y la reoría de los ¡mn:ios 113

el int.ento marginali;;;la de determinar conjuntameu¡e precios y niveles de actividad de equilibrio.

Desde este punto de vista, se puede hablar de una crítica «externa», ba;;;ada no tanto en la demostración de las incoherencias internas reco­nocibles en las teorías marginalistus cuanto, sobre todo, en la exposición de una teoría alternativa dotada de coherencia lógica y situada en UD

ámbito conceptual complet.amente diverso, que le asegura un buen po­der interprclativo de la realidad capitalista, en cuanto le permite sacar a la luz las características esenciales de la determinación (y de los movi· mientas) de los precios relativos sobre la base de un tipo de beneficio uniforme en las diferentes indust.rias (y de sus variaciones).

3. La crítica «externa» implícita en Producción de mercancías contra la teoría rnarginalista, de la que hemos hablado en el apartado precedente. ha pasado prácticamente inohservada. Evidentemente, no la han creído esencial cuantos, en el curso del debate sobre la tcoría del capital que siguió a la publicación del libro de Sraffa, se centraron sobre las críticas ({internas», de incoherencia lógica, a las teorías marginalis­taso

Se trata de un punto de vista bastante comprensible, si se le conside­ra como sigue. Muchos, desde Marx y Bortkiewicz a Morishima y Se­ton, habían reconocido quc dada la tecnología relativa a un determina· do conjunto de niveles de producdón, y considerando dado a nivel de subsistencia el salario real, era posible determínar el correspondiente conjuIlto de precios relativos.

Este hecho había sido olvidado, o al menos descuidado, por los teó­ricos margina/istas en sus intentos de constru~r un sistema que explica­se contemporáneamente precios, cantidades demandadas y producidas y distribución de la renta. Pero aunque se ponía el acento sobre el carác­ter unificador del modelo, nada había en él que híciera imposible una descomposición del mismo en esquemas, cada uno de ellos relativo a un fenómeno específico. Avanzando por este camino, se llegó a consiuerar la teoría de Sraffa como un aspecto parlicular del «modelo neoclásico genera!» (efr. más adelante el apartado 6).

Pues bien, es obvio que en la medida en que la teoría de Sraffa sirve de base a las críticas de incoherencia intcrna contra las teorías margina­listas, debe tener un demento común con éstas. Tal elemento resulta ser el aspecto formal del modelo: los precios de equilibrio él. largo plazo de las teorías rnarginalistas, y los precios de producción de Sraffa deben asegurar, ambos, la igualdad del tipo de beneficio en los diferentes sec­

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114 Sraffa y la teorla de los precios

tores. Pero dctrás de este clemento común hay profundas diferencias conceptuales: ha cambiado el l:uadro de referencia, y la teoría sraffiana de los precios está estrechamente unida a teorías no marginalistas, de ínspiración clásica y marxiana o keynesiana, dc la distribución Yde los niveles de aclividad. Asi, el hecho de que la crítica «externa» de la que hemos hablado haya pasado inobservada es un indicio de la incompren­sión. o del desconocimiento, de (a aportación teórkapositiva que repre­senta Producción de mercancía.

4. Naturalmente, las críticas de incoherencia interna tienen un efecto fulminante que ninguna crHica externa puede tener: se combate al adversario en su propio terreno, Jugando con sus reglas. De aquí la im­portancia, desconocida por algunos marxistas, dcl debate sobre la teoría

dcl capilal.El punto más débil de la construcción analítica rnarginalista lo

constituía el intento de estudiar la distribución de la renta entre salarios y beneficios como un paso particular de la teoria del precio, presentan~ do el tipo de beneficio como precio del «factor capital». Para hacer esto era necesario concebir el ~(capital» como una magnitud singular, claramente definible; y precisamente de tal requisito derivan las dificul­tades decisivas de las teorías marginalistas5

El concepto agregado dc capital había sido ya atacado por Robinson en 1953 6; en 1960, Garegnani, independientemente de Sraffa, mostraba

5 Cfr. Uaregnani, JI cl1ptla{e nel/e. (eorie del/a distribuzione, cit., parte lI. En 1(1 Intro­ducción, resumiendo los resultados dI: su análisis, G<lregnani recuerda que, ¡afilO en la teoría cJ¡iska de \a dislribución como en la marginalista, se ha tle medir el capital ((cn tér­minos que sean indepcntlientes de variaciones en la distribución y estén, al mismo tiempo, en una relación definible con el valor del capitah); perO, aflade Garegnani, «las teorías de la produclividad marginal imponen a tal medición lln requisito aclicional: el capital se debe medir en términos de una sola Jll"dgnítud; este requisito adicional tiene ulla importancia de­cisiva en la posibilidad o no de una solución del problema por aquellas teorías» (op. cit.,

págs. VJl.VIll).6 1. Robinson, The Productiull Punetioll ([ml tl1e Theory uf Capital, (Rcview of Eco­

namíc Studies)}, XXI, 1953, págs. 81-106. Los problemus ínsitos en la utilización del con­apto de productividad marginal del capital para explicar el tipo de beneficio no escaparon tampoco anteriormente a los más atemas teóricos: cfe, por ejemplo, K. WickseH (Lezioni di ECOllomia polirica [1901], trad. it., de P. jannacconc, Turín, 1950), L Metzler (The Rate. of /nterest and the Marginal Product of Capi(al, «Journal of poliLical Econúrny)}, LVlII, 195U, pags. 289-306), D. Champcrnowne (The Producliol1 FUl/cUoll afld lhe The­ory ofCapUal: A Crm¡¡nellt, «Review of Economic Studiesll , XXI, 1953, págs. lI2-l35), los cuales eran conscientes dc que la productividad marginal, expresada en términos de va­lar, depende de los precios relativos, que dependcn a su vez de la variable que sc quería explicar, cl tipo de beneficio. Pero esta conciencia no les había llevado, antes de Robin­son, a un rechazo global de las teorías marginalistas. (Sobre la actitud de Wicksell, cfr.

Sraffa y la teoria de los precios 115

cómo «cn el ámbito dc la teoría de la productividad marginal, no parece posible resolver cl problema de la medición del capital» con independen­cia de la distribución 7. Justamente en aquellos años, Solow y otros 8, re· mitiéndose a veces a la autoridad de CJark 9, intentaban formalizar la teoría «neoclásica» del desarrollo y la distribución en términos de una función agregada de producción. Y en los primeros años del debate, muchos pensaron que las críticas al concePto de capital se referían úni­camente a es(c último filón de la teoría neoclásica. En realidad, como ha demostrado Garegnani en su libro, el concepto agregado de capi­tal es necesario para todas las teorías marginalislas que prefenden explkar situaciones de equilibrio a largo plazo 10.

El papel de Sraffa en la crítica de este aspecto de la teoría marginalis­ta, aunque no exclusivo, es, sin embargo, central: el análisis de Sraffa destruyc por su base la concepción del capital como entidad homogénea independiente dc la distribución. Efectivamentc, en Producción de mercancías, en el capítulo sobre «variación de los métodos de pro­ducciólm, Sraffa hace ver cómo Una misma tccnica puede ser la mejor para dos tipos de beneficio diferentes, si bien para tipos intermedios de beneficio puede ser preferible ot.ra técnica; este fenómeno hace impo­sible construir una medida del capital tal que al aumentar el tipo de be-

p. Garegnani. JI capitale ne/le teorie del/a distribuzione, cit., págs. 123-185). Y la misma Robinson ha reconocido poslcriormcllle que la oposición adoptada por ella le fue inspi· rada por Sraffa (cfr. J. Robinson, Capital Theory up-(o-date, «(Canadian Journal of Econolllics», IlI, 1970, págs. 309-317).

7 P. Garegnani, op. cit., pago Vil/. El aulor advlerte en el Prólogo que una primera versión de este trabajo fue presentada (en 1959) como disertación de Ph. O. por la Univer· sidad de Cambridge.

8 Cfr., en especial, R. Solow, A Contribuliorl to lhe Theory of E'conomic Growth, (Quarterly Journal of Economics», LXX, 1956, págs. 65-94; T. Swan, Economic Growth olld Capital Accumulatiofl, «Economic ReconJ¡), XXXII, 1956, págs. 334-361; J. Meade, A Neoclassical Theory of i::conomic Growth, Londres, 1961. Para una reseña, cfr. F. JIann-R. Mathews, The Theory ofEconomic Growth: A Survey, «Economic 10urnal», LXXIV, 1964, págs. 779-902.

9 J. B. Clark, The Possibility of a Scientific Law o/ Wages, «Publieations of the /\merican Economic Association», IV, l R89, págs. 39-63; y Distribution as Determined by a f.aw o/ Rent, «Quarterly Journal of Economics}), V, 1891, págs. 289-318.

10 p, Garcgnani, op. cit., parte U. Este hecho es ya generalmente reconocido: cfr. C. J. Bliss, Commenl on Garegnani, «Revicw of Economic Studics», XXXVII, 1970, pá­ginas 437-438; y p, Garegnani, A Reply, ibídem, pág. 439. Sin embargo, hay una fuerte tendcncia a pasar por encima Lie esto, como cuando se habla de «versión gene­ral» de la teoría marginalista a propósito dc esquemas teóricos sólo válidos a breve plazo (cfr. más adelante, aparlado 7, Yla nota 24); y es necesario, pues, recordar conti­nuamente los límites de estas «versiones generales»; cfr., por ejemplo, la iOlervención de P" Garegll<l.ni en la discusión final de la Conferencia de la lEA en Jerusalén, en Models of 1::conomic Growth, preparada por J. A. MirrIees y N. H. Stern, Londres, 1973, pág. 365.

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116 Sraffa y la leor/il de los plecios

neficio (el «precio del <.:apital»), las técnicas de producción elegidas de antemano presenten poco a poco una menor «intensidad capitalista}), es decir, una menor «cantidad de capital» por trabajador lJ

El primer intento, dcspnés de la publicación del libro de Sraffa, de mostrar que la teoría neoclásica lid capital podía prescindir del concep­to agregado de capital es de Samuelson. Intenta demostrar que un siste­ma con varios bienes capitales heterogéneos se comporta sustancialmen­te, al variar el tipo de beneficio y, por tanto, la tecnología adoptada, del mismo modo que un sistema con un solo bien capital. Sin embargo, Sa­muelson no tuvo suficient.emente presente los resultados obtenidos por Sraffa; su objetivo era probablemente. sobre todo, el de responder a las primeras críticas de la Robinson 12

. Los resultados de Sraffa, como se puede intuir fácilmente, eran destructivos también para el intento de Sa­muelson; y se lo hizo advertir, ya antes de la publicación del artículo, Garegnani 13.

La segunda línea de defensa debía consistir. pues. necesariamente en una refutación de los resultados de Sraffa. A sugerencia de Samuelson, y siguiendo sus consejos, probó suerte Levhari, dcfemlit:ndo que los re­sultados de Sraffa sólo eran válidos si se referían a la elección de las téc­nicas en una sola industria, pero nO valían para el sistema en su

11 En el curso dcl dcbale sobre las teorías marginalistas ¡;e subrayó también la pDsibili­dad de la (dnversión de capital», por la que cuando se consideran dos lipos de beneficio alternativos puede corresponder allipo de beneficio menor Llna técnica eon menOr capital asignado: se trata ctelllamado «Rulh Cahen curiosum», conocido también como ({Ilegati­ve real Wicksell effecL». Además, también independientemente del cambio de técnicas, puede suceder que el valor de un conjunto de bienes capitales físical.ncnte delerminados crezca al hacerlo ellipo de beneficio (<<lIcgalive price Wicksel1 crfccl>l). Para la historia dd debate sobre la Icaria marginalista de la distribución, y para las diferentes cucstiones de teoría del capital cn cono.,:xión con este debate, cfr. G. C. Han.:ourl, Some Cambridge Conrrowrsies in the Theory ofCapita/, Cambridgc, 1972; 0, para un cuadro más general y menos ¡jgaclo al tratamiento de los problemas analíticos especificas, M. Tiberi, l.a dislri· buZione de/ TeddilO /lei morlelti di svifuPl)fI t' di equilibrio eWflornico genera/e. Milán, 196'::1.

12 P. A. Samuelson, Parable un,} Realism in Capital Theory: Tile Surrogate Prv­r!uc!io!l Function, <d{cvicw of Economic Studies», XXJX, 1962, págs. 193-206. El artículo está «dedicado a J. Robinsoll con o<.:asiÓn de Sil memorable visita a MIT en 19Gb}.

13 El hecho es reconocido por el mísmo Samuelson en una nota (ibidem, pág. 202), pe­ro, evidentemente, no cumprendió plenamente el alcance de las criticas dc Garegnani. Ta· les críticas fueron desarrolladas luego en P. Garegnanl, lJeterogeneus Capitol, the Pro­dllction FUl/c¡j()fJ (lnd the Theory 01 Distrihution, cit., e, illl.kpendientemente, en L. Spa­venta, Reo/ism Wi/hOllt Parables in Capital Theory, (Recher<:hes récentes sur la fonction de production», Centre (}'études et de recherches universitaire de Namur, 1968, pá· ginas 15-45.

Sraffa y la teoria (le los jm:áos 117

totalidad 1.1. La demostración de Levhari era, sin embargo, errónea, co­mo hicieron ver rápidamente Pasinetli y otrosl 5 •

Las críticas a la concepción de! capital como entidad homogénea in­dependiente de la distribución son hoy generalmente a<.:cptadas 16; las otras líneas de defen.sa de los marginalistas, como veremos más adelan­te, sólo conciernen al alcance de tales crítkas.

S. Otro aspecto de la crítica sraffiana a la teoría marginalista es la demostración. dada en el capítulo sobre «reducción a cantidades de tra­bajo fechadas)}, de la «imposibilidad de comhinar los "períodos" correspondientes a las diferentes prestaciones de trabajo en una sola magnitud que se puediera tomar como representativa de la cantidad de capital» 17, Esta crítica atañe al concepto de «período medio de pro­ducciÓn)) desarrollado por la escuela austríaca, particularmenle por Bóhm-Rawerk, como medida del <.:apital independiente de la distribu­ción y, por tanto, idónea para constítuir la base sobre la que edificar una leoría marginalista 18.

14 D. Lcvhari, A Nonsubslitutiofl Theorem ({nd SwNching oI 'Ii?c/miques, «Quartcrly Jourmd of Economics, LXXIX, 1965, pags. 98-105.

15 Pasjnetti presentó un contra-ejemplo, que demostraba la posibilidad de un retorno de las técnicas para el sistema en slllotafidad, en el congreso de la Eeonometric Society ce­lebrado en Roma en septiembre de 1%5. La generalidad del reSIl1tado de Pasineui no fue inmcdiatamente reconocida, en cuanto que su contra-ejemplo est.aba basado en lIlla matriz «reducible}} de la tecnología; en olras palabras, se le atribuyó excesiva importancia a la presencia dc bienes no básicos (cfr. M. Bruno, E. fiurmcistcr. E. SIH:shimky, The Na· ture and lmplicatiolls 01 the Reswilclzing of Techniques, «Quanerly Ioumal of Econo­mies», LXXX, 1966, p~gs. 526-52'1). Pero ya en la ponencia de Pasindti, en Roma, estaba implícifa la demostración del hecho de que la hipótesis de reduetibilidad no era necesaria (cfr. L. Pasinetti, Chunges in the Rote of Prolil (lfld Swilches of 'l'echniques, «Quarterly Journal ofEconornlcs}}, LXXX, 1966, pág. 5U4, nola 4), y la generalidad del rcsultado de Pasinerti fue comprobada por distintos caminos por los participantes a un Simposio sobre Paradoxes in Capital Theory publicado en el «Quartcrly Journal of Eeonomics» (LXXX, 196G, págs. 503-581), quc comprende, <-ldcmás de los dos articulos citados en esta notü,

escritos de D. Levharí y P. Samuclson (Tlle Nonswitching Theorem is Fa/se), dc M. Mo· risllima (Re)iJtation oI rhe Nonnvilching Theorem), de P. Gmegnani (Switching al Tech­lIiques), y de P. S<unue[son (A Swnming·up).

J6 Son indicativas al respecto las discusiones habidas <.:on ocasión del fI Congreso Mundial de la F.conomet ric Socicty, celebrado en Cambridge en seplicmbre de 1970 (sobre tales discusiones, c1"r, M. Ar(.;clli, La controversia su! capitale e fu rlfor/a neoclassica. Nota in marginea/ conveg!lo economelrico di Cambridge, «L' lnduslrj<\)}, 1970, págs. 299-303).

J7 P. Sraffa, op. cit., pág. 50. IS Cfr. E. von Bdhm-llawerk, Kupital und Kapita/dlls, 2 vals., Illnbruek, 18841• Ade­

más de B()hm-Bawerk, un intento del mismo género fue efectuado por K. Wickscll, Über Wert, Kapita! und Rellt. lena, 1893; en un segundo momento, sin embargo, Wicksell, re· conociendo sus imperfecciones, abandonó el concepto bohm-bawerkiano de capital. Críticas análogas a las de Sraffa hizo, independientemente, P. Garegnani, 1/ capita!e nelle tearie del/a distribuzione, cit., con referencia directa a los autores que hicÍl:run lISO de este

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118 Su,{/a y fiJ teorfa de los precios

Tampoco se comprendió inicíalmcnte el alcance de esta crít1ca: en una recensión del libro de Sraffa, Harrod intentó una defensa del «período medía de produccióm), recordando que, dado el tipo de bene­ficio, siempre podía ser calculado 19

• Harrod no se daba cuenta de que de ese modo no podía utilizarse ya el período medio de producción para explicar la distribución de la renla, en cuanto iba a depender de modo crucial del tipo de beneficio, como puso de relieve Sraffa en una breve respuesta 20; y de que en tal hecho residía la importancia de la crítica a es~

te modo de medir el «capitah. Se puede subrayar, como inciso, que el reciente pretendido «redes­

cubrimientm> de la escuela austríaca]'1 no afecta a la teoría de la distribu­ción propia de esta escuela, sino simplemente a una partkular técnica de análisis conocida ya por los economistas clásicos y recogida también por Sraffa en el capitulo sobre «reducción a cantidades de trabajo fecha­das». Tal técnica consiste en representar el proceso productivo que ter~

mina en una mercancía sin indicar explícitamente los bienes necesarios como medios de producción, sino reduciéndolos a las cantidades de tra­

I bajo necesarias para su producción, y para la producción de sus medios I ~ de producción, y así su<.:esivamentc, remontándose cada vez más en el

tiempo (en otras palabras, se trata de lo que se ha llamado «aproxima­1: ·1 ción de trabajO) en contraposicíón a «aproximación de mercancíasn), " Esta técnica de análisis no constituye una característica original, y

mudlO menos exclusiva, de la escuela austríaca; y de ningún modo cons­·tituye una teoría: en erecto, nadie, hasta ahora, ha encontrado el modo de re:spunder a las críticas de Sruffa al «período medio de producciófi»).

6. En los años sesenta el debate teórico se concentró, como acaba­mos de ver, sobre la crJtica al <.:oncepto agregado de capital. A esta crítica, los marginalistas han dado dos tipos de respuestas. Por un lado, se ha defendido quc las erítícas al conceplO agregado de capital se basan

com::cpto en Sll intento dc consfruir una lcoría de la distribución. Las críticas al pcríodo medio !>on generalmente aceptadas hoy por hoy: cfr., por ejemplo, P. Samuelson, A Summiflg·up, «Quartcrly Journal of E¡;ollomics», l,..XXX, 1966, págs. 568-583.

19 R. Harrad, Review Df P. Sraffa, «Productiuf/ 01 Commodities by means 01 Com· moditiesn, «Economic Journal}), LXX[, 1961, págs. 783-787.

20 P. Sraffa, Prodw.:tfon 01 CommodiJies: A Commenf. «Economic Journal», LXXII, 1962, págs. 477-479.

21 Cfr. J. Hicks, A Neo-Austrian Growrh Theory, «Economic Journab>, LXXX, 1970, págs. 257-281; y del mismo autor, Capital and Time. A Neo-Auslrian Theory, OK~ ford, 1973. Lo dicho ell el texto sólo prctcnde poner en guardia antc una posible confusión terminológica. y no ímplica una <.:ritica al análisis de Hicks_ Si tal análisis es <:orrecto, no obstante, debe ser posible traducirlo en términos de un «acercamiento de mercancías}).

Sra/fa y la teDría de fos precios 119

en «paradojas>! de escasa importancia práctica, a las que el teórico no tiene que hacer caso. Por otro lado, se ha mantenido que la verdadera teoría neoclásica no tiene necesidad de ningún concepto agregado de ca­pital. Examinaremos esta tesis en los apartados siguientes.

Consideramos que la primera tesis, implícitamente aceptada por cuantos continúan elaborando «parábolas)) al estudiar un sistema eco· nómico imaginario en el que existe (o se comporta como si existiera) un solo bien capital, se desinteresa de la realidad para dedicarse a inútiles ejercicios matemáticos22

• Fergusoll dio una justificación explícita de esta posición, que desarrolló en vario:) trabajos2J. Según Ferguson, la crítica al concepto neoclásico de capital, por muy válida que sea en línea de principio, se basa en una «paradoja» cuya importancia práctica habría que verificar con métodos eeonométricos; si la paradoja resultara improbable, el recurso al concepto agregado de capital estaría justifica­do al menos como una primera aproximación al estu.dio de la realidad.

Esta última tesis es errónea, porque implica un basilar error de métodoN

. Naturalmente es verdad que cualquier tcoría tiene sus límiles de validez; la tcoría clásica (y sraffiana) de los precios de producción, por ejemplo, no se aplka a los cuadros de aufOr o bienes análogos, COR mo vimos anteriormente (capítulo 1, apartado 3). Pero hay que distin~ guir entre limites ~(externos» y límites «internos)). Dentro de su campo de aplicación, la teoría debe ser rigurosamente exacta, y no puede haber ningún dernr:lllO esencial a la eslructura que a veces sea válido y a veces

22 Los «fIlolletas a Ull biem> cOllstituyen t<ld~vía parte notable de la literatura econó­mica, y no es casualidad que desde el principio. también por parte de la Robinson, se hablara de «curiOSUffi» «{Ruth Cahen curíosunl)}j y de ({paradojas}) (el título del Simposio en el «Quarterly laurnal of Ecopomics» es, precisam<.:ntc, Paradoxes in Capital Theory) a propósito de aquellos <.:asos que ponían en dificultad la leoria marginalista dd capital.

23 Clr. C. Fergllson, TfJe Neodassicat Theory 01 /'roductio!l a!ld Disrribuliofl, Cambridge, 1969, introduc<:ión y págs. 251)-266; C. Ferguson y R. 11• Allen, Factor Prices, Cornmodity Price~' lUId ¡he Switches of ·rechnique, (cWcstern Ecollomic Jommllll, VIII, 1970. págs. 95-109; C. Ferguson, The Current State 01 Capital Theory: A Tale ofTwo Pa­radigms, «Sollthern hconomic Journall). XXXIX, 1972, pags. 160-176.

201 J. Robíl1S01l (Lapital "l1¡eory up-io-date, cit.) ha defendido también quc sería impo~ sible resolver la cuestión, porque los cconómetras no poseen las informaciones necesarias para lal comprQbadón, no pueden conot;er 18s lécnicas <lltefll:div:o!s di.~pol1ibJes y Jm lipo.< esperados de beneficio que estaban en la mcnt<.: de los empresarios cuando éstos tomaron sus decisiones; sólo ex posr conocen las lécnkas efectivamente elegidas de antemano y los tipos de beneficio cfcl.:tivarncllte obtenidos. Esta critica. aunque discutible, es de todos modos secundaría; hay quc rechazar la cuestión no porque sea irresoluble, sino porque es irrelevante respecto al problema leórico de la va!irJez del concepto agregadD de capital.

También D. M. Nuti (<<Vulgar Economy» in the Theory ol/ncDme lJistribuliDTl, «De Economisb}, CXVlII. 1970. pág. 336) mantiene erróneamente que <da respuesta quizá pneda venir de los ingenieros, es decir, dc un análisis detallado de los aspectos específicos del estado de la lecnología».

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120 Sraffa y la teoría ele los precios

no, sin que este hecho dcjc de tcner consecuencias destructivas para la aceptabilidad misma dc la teoría. El problema de la medición del capital es decisivo para las teorías marginalistas de los precios, basadas en el concepto agregado de capital precisamente porque es dedsivo no para establecer el campo de aplicación de tales teorías, sino para establecer su coherencia interna.

Tampoco se puede hablar de una primera aproximación al estudio de la realidad, para la que sería apropiada incluso una medida «imper· fecta» del capital. Como Sraffa tuvo ocasión de poner de relieve en la conferencia de Corfú2\ el problema de medir el capital en el ámbito de una teoría de la distribución no es un prohlema práclico de númerOs índices, que se pueda resolver con un método sólo válido exactamente en condiciones especiales, más o menos improbables a priori, y más o menos aproximado en otras condiciones:

Hay que subrayar la diferencia enlre dos lipos úe meúición. En primer lugar, aquella en la que eslán particularmente interc~

sados los estadísticos. En segundo lugar, la medición enlt:::orÍa. MLas medidas de los estadísticos sólo son aproximadas y consti

tuyen un buen campo de trabajo para la solución de los proble­mas de Jos números Índices. Las medidas teóricas requieren una precisión absoluta. Cualquier imprecisión en estas medidas teóricas no sólo es sencillamente fastidiosa, sino que destruye los cimientos de todo el edificio teórico.

Inmediatamente después, Sraffa añade en lIna intervención que «los teóricos no pueden escaparse (de una crítica teórica) diciendo simple­mente que esperan que su teoria no resulte con demasiada frecuencia errónea». No es lícito hablar, pues, de un «mundo neoc1ásicQ}), en el que seguirían con vida las teorías marginalistas basadas en el concepto agregado de capital, a pesar de la posible existencia de un «mtmdo no neoclásico» .

7. Otro intento de responder a las crílicas hacia el concepto agrega­do de capital consistió en afirmar que tal concepto no es necesario para

25 La conferencia sobre la «teoría del capital», organizada por la fnternational Econo­mic Association, se celcbró en Corfú del 4 al 11 de septiembrc de 1968. Las ponencias y los resílmenes de los debates fueron rceogidos y publicados por F. A. Lutz y D. C. Hague (The Theory o/Capital, Nueva York, 1961; las citas traducidas en este aparWdo están sa­cadas de las págs. 305,306).

SraffiJ y la teoría de los Plecios 121

el «modelo neoclásico en su plena generalidad»ló. Con tal expresión se hace referencia a los modelos de equilibrio económico general a breve plazo (temporary equilibrium mode/s) desarrollados con inclusión de las preferencias intertemporales para determinar los tjpos de interés sin errores de coherencia lógica 27

• Refiriéndose a estos modelos, muchos (también en el campo IlO neoclásico) han defendido que las críticas sraf­fianas al concepto agregado de capital sólo afectan a la versión agregada de la leorÍa marginalista. En la versión «general», se afirma, el concepto agregado de capital no tiene ya ninguna función; por eso la crítica de Sraffa sólo iría contra una versión simplificada de la teoría maf!~,inalis, ta, pero no contra la teoría en su versión más general y rigurosa2R

Respecto a tal versión, la teoría sraffiana de los precios aparecería como lln caso particular: cuando se introduce la hipótesis de rendimicn· tos constantes, para cada valor dado de las variables distributivas, se es­tá ante un caso particular del «modelo neoclásico general» en el que vale el teorema de no sustitución y cs posible determinar los precios indepen­dientemente de la dcmanda 2

'J. En realidad, como hemos visto anterior­

26 Cfl., por ejl;lllplo, R. SololV, On (he Rale 01 Refurf/: Reply lO Pasillelti, <ciiconomic Journal», LXXX, 1970, pág. 424; P. Samuelson, Parable (lf/l1 Ri'lllism ¡II Capital Tlleory, cit., p~g 193; c. Doughcrty, 011 (he Rafe 01 Refurn a1ld (he Rafe 01 Profit, «Economic Journa])¡, LXXXII, 1972, págs. 1324·1350.

27 Cfr., por ejemplo, (J. Dcbrcll, Theory vI Value, Nueva York, 1959; K. Arrow-F. Hann, General Compefifive A!lalysl~'\, Edimburgu, 1971. El origcn de tales modelos hay que buscarlo, más que en Waltas (cuyo analisis no se limitaba al breve [Jla;ro~ cfr. P. Ga­regnani, JI capirale> nelle (eorie della dislribllzione, cit., págs. 91-121), en J. IJicks, Va/ue and Capilal, Oxford, 1939.

28 Afirmaciones de esta especie son muy comunes en el campo neoclásico: entre los neoclásicos, cfr., por ejemplo, D. M. Nuti, 011 [he Rafes o/ Retum OlJ fnveSlme1lt, «Kyklos», xX VIl. 1974, rág~. 345-369; y A. Medio, Ne.oc/assici, l/eorimrdiani (' Marx, en Marxismo e cririca delte (eorie ecorlOmiche, preparada por S. Veca, Milán, 1974, págs. lO7, 167. Samllelson y Solow añaden que la «versión simpJjficad~» de la teoria marginalis­ta no ha sido jamás usada en trabajos de teoría «seri<m, o, dicen otros, no ha sido usada jamús por teóricos «ScrjosH; advirwmos, sin embargo, qlle «lt:oria seria» y (deóricos se­rios» son dcfinidos ex post. Hay que tccordar, además, que la valideÍ. de l<el «versión más general y rigurosa;, de la teoría margina lista se limita a los equilibrios a breve plazo (efe supra, aparlado 4 y la nota lO).

29 Esto fue defendido, por ejemplo, por F. Hahn, Notes 011 (he PrincipIes 01 Ec01l0, mic'\, a ciclostil, Cambridge, 1972·73, parle IV, pág. 4; Ypor D. M. NUli, IlltroduCfiona V. K. Dmitriev, t:conomic E:~SUYS 0/1 Vulue, Competitiol/ aud Utility, Cambridge, 1974, pág. 13. para el teorema dc no sw,titllci6n, de P. Samuelsoll, Collecli,d Scien!ijic Papers, vol. r, Cambridge (Mass.), 1967, págs. 513-536, Rlllas «Notas hisl6ricas~1 que concluyen esta sección, Samuelson observa: «El reciente libro de P. Sra/la (. .. ) presenta resultados alcanzados en los años veinte que son importantcs para nuestra discusión. Si bien este "Preludio a \lna crítjea de la teoría económica" presenta resultados compatibles con la teoria marginalis!<l., o con algunas gcnerahzaciones modernas de tal teoría, dcl típo de la programación linea!, no tenemos ningún deredlO de acusar a Sraffa de ser Uf] rnargimllis­La» (ibídem, pág. 5]5),

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122 Sraffa y la teoría de los precios

mente (apartado 2, y capítulo 1, apartado 8), Sraffa prescinde de la hi­pótesis de rendimientos constantes; además, la aproximación formal entre los dos esquemas teóricos, el marginalista y el sraffiano, oscurece diferencias conceptuales de sustancial importancia: el objeto mismo del análisis, que en un caso lo constituyen los precios de equilibrio a breve plazo, en el marco de la tendencia a un equilibrio entre demanda yofer­ta, y en el otro los precios de producción y sus relaciones con la distribu­ción de la renta, en el marco de la tendencia a un tipo de beneficio uni· forme; las diversas leorías de la distribución y de los niveles de produc· ción y la diversa noción de competencia, implícitas, como vimos (capítulo 1), en el cuadro de referencia de los dos esquemas teóricos.

8. Pero no sólo es erróneo considerar la teoría de Sraffa un caso particular del «modelo neoclásico gcncrah>; también lo es mantener que el abandono de las teorías de la distribución basada en el concepto agre­gado de capital es completamente indolora para los marginalistas. Es así, tanto porque como consecuencia de este hecho tienen que renunciar a afrontar (os problemas a largo plazo, como por la escasa solidez de uno de los pilares de tal «modelo generah>: la teoría marginalista de la demanda. Una crítica a este aspecto de la construcción marginalista se encontraba ya implícita, como vcremos, en los primeros escritos de Sraffa; y tal crítica vuelve a tener fundamental importancia una vez lím­pio el campo de los «modelos a un bien» (como la función agregada de producción, Con la que había llegado a límites extremos el uso del con­cepto agregado de capital), en los que, evidentemente, no se planteaba ningún problema de demanda, al brillar por su ausencia toda posibili·· dad de elección.

Por el contrario, las funciones de demanda son un componente esen­cial del «modelo neoclásíco general». En las páginas que siguen intenta­remos mostrar que tales funciones, en las diferentes formas cn que han sido utilizadas en las tcarias marginalistas, jamás han recibido una justi­ficación histórica adecuada, o proceden de (os «mapas de utilidad», y la existencia de estos últimos es simplemente postulada, como un hecho natural del que no es necesario dar una demostración; o se pretendió de­ducirlas de las manifestaciones dc los consumidores (preferencias reve­ladas), es decir, de los mismos fenómenos que se pretendían explicar con ellas.

La teoría marginalista de la demanda en su forma tradicional está basada en la tesis de la utilidad marginal decrcóente: con palabras de Wickstced, «para cada individuo, el significado diferencial de una

Srafta y la teoría de los precios 123

unidad de oferta de un bien o scrVICIO disminuye al aumentar la . oferta» 30. Esta tesis está considerada como ley psicológica auténtica y, por tanto, como un dato de hecho para el economista; según la clasi­ficación de Wicksteed, las curvas de demanda derivadas de la tesis de utilidad decreciente serían curvas «funcionales», las únicas, como vere­mos, que Wicksteéd considera bases aptas para la l:onstrucción de una teoría 31 ,

Sraffa, en su artículo de 1925, Sulle re{azioni tra costo e quantita prodotta, se había ocupado de esta tesis de Wickstccd. En esa ocasión, resumió COmo sigue la distinción de Wicksteed entre curvas descriptivas y curvas funcionales:

La base de la distinción está, pues, en esto: en la forma descriptiva, el orden que cada dosis ocupa está determinado por su productividad, la cual por eso es independiente del nú­mero de dosis utilizadas. En cambio, en la forma funcional, el lugar ocupado por cada dosis es el que determina la productivi­dad, por lo que ésta depende estrechamente del número de do­sis ulilizadas, En otras palabras, en la primera forma se supone que todas las dosis consideradas son diferentes entre sí y, por tanto, tendrán productividades distintas, aunque se utilicen en circtlstancias idénticas; en la segunda, se supone que todas las dosis son iguales por su naturaleza y que poseen productivida, des diferentes por la diversidad de circullstallcias l2 ,

Wickstecd rechaza las l:urvas descriptivas, «que no ilustran ni prueban nada, excepto que la mercancía mejor recibe el precio mayor», y con las que se asocia «un uso ambiguo del término "margen"»33; sobre estas curvas «descriptivas» se basaria, por ejemplo, la teoría ricar­diana de la rcnta 34.

Después dc haber expuesto las opiniones de Wicksteed, Sraffa de­muestra que también la curva de productividad marginal que representa

30 P. Wicksteed, The Scope anrJ Mprhod 01 Po/itico{ Economy, cit., pág. 775. 31 A propósito de la curva de d~manda, Wicksteed dice con énfasis: «Ésta es una cur­

va que representa una funciófl) (Scope af/(i Me/hod, cit., pág. 775). 37 P. Sraffa, Sulle rda¡;ioni Ira coslo e quantitá prodotta, cit., págs. 292-293. 33 P. Wickstced, The Common Se/lse of Polítical Economy, ciL, vol. 11, pág, 572 (ci­

tado IIor Sraffa, O[J. dt., pág, 293), Wicks!ced ll~a cxprc~ioncs análogas en Scope and Method. cit., págs, 790-791.

3~ P. Wicksleed, The Common Sense 01Polírical Economy, cit., págs. 550·574; Scope and Me/hod, ciL, págs. 790-791.

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124 Sratfa y la Muria di.' Jos precios

las variaciones del producto al variar la cantidad de capital y trabajo aplicados a una cantidad de tierra determinada, considerada «fun­cional» por Wick~teed, sería, en realidad, «descriptiva», si se admitiera esta distinción. Tal curva, en efecto, <<TIa hace más que desplazar la "di­versidad de naturaleza", y, por tanto, la disposición "arhitraria" de las dosis mismas a sus empleos; pero la relación que une el número de dosis con la productividad marginal es, en uno y 01 ro caso, del mismo tipo»3~. Del mismo modo, sería «descriptiva» tamhién la curva de utilidad mar­

ginal de'treciente:

Añadamos que lo mismo se puede repetir pmu la utilidad decrcdente (y, por tanto, para las curvas de demanda de ella derivadas) que entra como caso part.icular en la productividad decreciente cuando se considera ia utilidad como el producto, la mercancía consumida como el factor de la producción va­riable y el «organismo sensible» como radar constante. No es una supuesta ley psicofísica la que da carácter de generalidad a la utilidad decreciente, sino la posibilidad de emplear diferen­tes dosis de un bien para satisfacer necesidades diversas y la vo­lUIltad de emplear las primeras dosis para satisfacer las necesi­

dades más urgentes 36 •

Srarra, sin embargo, no está de acuerdo con Wicksteed en rechazar

las curvas descriptivas:

Naturalmente (y esto se puede decir en tos dos casos [es de­cir, tanto para las que Wicksteed llama curvas descriptivas co­rno para las que llama curvas funcionales}) el arbitrio (en la dis­posición de las dosis) no es, como parece pensar Wicksteed, del observador, que dispondría la tierra en orden decreciente igual que podría disponer por orden de estatura una fila de hombres, sino del productor (o consumidor) mismo, que en verdad no usa su (irbitrio si no es para comportarse en el modo que le dic­ta su conveniencia'7.

Es decir. ambas curvas son «(lescriptivas» en el sentido de que repre­sentan una norma de comportamiento radonal, del productor en un ca­

,5 P. Sraffa, Sulle relazioni fra costo e quantitd prC'dotta, cit., pág. 294. 36 Ibídem, pág. 2Y5. rJ Ibídem, ná~s. 294·295.

Sraffa y la reoría de jos precios 125

so, del consumidor en otro. El problcm~ del teórico, que quiera explícar y prever el comportamiento de los sujetos económicos, es el de en· contrar una base objetiva que le permita establecer un orden, entre las diferentes alternativas, correspondiente al que establecería el sujeto eco­nómico; tal base, evídenterncntc, no puede ser indivíduada en la simple observación del comportamiento de los sujetos económicos, que es el fe­nómeno que hay que explicar.

En el caso de la teoría rícardiana de la renta extcnsivé:l., por ejemplo, la base viene dada por las características diversas de las diferentes parce­las de terreno. (Wkkstced ticne razón, sin embargo, al considerar esto un caso de «margen espurio» distinguiéndolo de las demás curvas mar­ginales «genuinas»: aquí las dífercntes tierras coexisten una junto a otra, de modo que la teoría ricardiana de la renta extensiva no requiere la consideración de «variaciones rnarginalcs»~8. En este sentido cita Sraffa, en el Prólogo a Producción de mercancías, la distinción de Wicksteed entre «márgenes espurios» y «márgenes genuinos}), para re­cordarle al lector que el caso «del producto de la "tierra marginal" en la agricultura, cuando se cultivan simultáneamente tierras de calidades di­ferentes» no es un caso de «producción ffié:l.rginal» 39.)

Parece difícil, en cambio, encontrar un criterio análogo para la tearia de la demanda. Los primeros marginalistas pensaban que las cur­vas de demanda eran derivables de «mapas de utilidad» presentes en ca­da individuo: análogamente al caso de la renta, para el que de [as dife­rentes tierras se obtenían cosechas diferentes, en el caso de la demanda se podría hablar de diferentes «cosechas de utilidad» que d consumidor extraería de los diferentes biencs40

• En este sentido, el comportamiento

38 Tampoco en el caso de la renla inll~n$jv<l. es necesario considerar cambios cilios ni­veles de actividad: cfr. P. Srafla, Pror!uzione di merei. cit.. págs. 96·97.

39 P. Sraffa, 01'. dt., pág. Vl. La distínción entre curvas descriptivas y curvas fun­cionales había sido hecha ya por Wickstc.x:(\ en 711e Commofl SenSf! (Jf PoWicallJconomy (l. a cel., 19to), cit .• vol. II, pags. 550-574; se equivocó, por tanto, Samllelson cuando CIl

Sll reCensión dd libro de Sraffa intenta disminuir la importancia que tenia para Wicksteed esta distinción, manteniendo que el articulo de 1914. al reproducir el texto de una confe­rencia, no constituía la expresión (le opiniones cicmificas seriamente meditadas (P. Sarnu­clson, Sraffa's Retums and Post-Ricardian Analysis, cit.. pág. 27, nota, y pág. 18). Pode­¡nos afladir que la misma tesis del artículo de 1914 había SIdo resumida por Wickstccd en el artículo sobre Final Utility, (Palgravc's Diclionary of PoliticaJ EconomYl). Lon tires, 1894. vol. 1I, págs. R57-859 (reimpreso en P. Wicksteed. T!ze Common Sense 01 ¡¡oli­tical Econorny, cit., vol. II. págs. 797-800).

40 Recordemos. para evitar peligrosas confusiones. quc la utilídad en el sentido de los margina listas es llna cosa distinla del valor de uso de los clásicos. Para éstos, el valor de uso no es una magnitud, sino simplemente una cualidad necesaria de cualquier biel! que L~nga un vator de cambio que no sea nulo.

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126 Sraffa y la teoría de los precios

del consumidor seria análogo al del productor (aparte dc que, cosa que se pierde de vista en la analogia, a un criterio objetivo en el caso del pro­ductor se le contrapone uno subjetivo en el casa del consumidor).

41A diferencia de lo que pensaban los primeros marginalistas , sin em~

bargo, la referencia a la introspección no se puede considerar una de­mostración científica de la existencia de los mapas de utilidad, dcl mis­mo modo que no se puede considerar una demostración científica de la existencia del alma. Parece imposible, pues, demostrar que los mapas de utilidad son algo más que simplcs construcciones mentales, ideadas por los marginalistas para suministr.ar una base a la teoría subjetivista del valor. Pcro a este punto, decir que la utilidad es la causa de la demanda es una simple definición, y no es más que una tautología el afirmar lucgo que la dcmanda dcpcnde de la utilidad.

Que los mapas de utilidad son simplemente una construcción ideal se comprueba por el hecho de que no pueden ser identificados indepen­dientemente dc la observación del comportamie9-to del consumidor. Y si los mapas de utilidad proceden dc la demanda del consumidor, sacar después las curvas de demanda de tales mapas constituiría un razona­miento circular. Esto no significa estimar inútiles, en su ámbito, los es­tudios empír'icos sobre las reacciones de los consumidores frente a va­riaciones de los precios o de los rendimientos. Tales estudios, como gran parte dc los trabajos de economía aplicada, no pueden ser clasificados en «clásicos» o «neoclásicos» de por sí, en cuanto que no hacen más que describir o constatar una situación de hecho. No obstante, hay que tener presente que los estudios empíricos no pueden constituir una base válida para la construcción de una «teoría general» de los precios y de los nive­les de producción como la marginalista. Efectivamente, para un tcórico el único uso legítimo de los estudios empíricos cs el de verificar con da­tos por ellos proporcionados la conformidad con la realidad de un es­quema de nexos causales entre algunas variables o grupos de variables. Por ejemplo, la obtención de datos sobre las técnicas de cultivo posibles en diferentes parcelas de terreno, Ysobre la cantidad demandada de pro­ductos agrícolas podrían consentirnos un intento de comprobación de la teoría clásica de la renta; porque permitirían una confrontación entre las rentas efectivamente obtenidas de las diferentes parcelas y las rentas

41 Jevons, Mcnger y Walras, <dodos ellos trataron la utilidad (o la satisfacción de las necesidades) como un hecho psicológico que nos es conocido por introspección, y como la "causa" del valor>} (1. Schumpetcr, Storia dell'ana/isi economica, cit., vol. III,

pág. 1293).

Sraffa y la teorla de los precios 127

determinadas en base a la teoría, utilizando los datos indicados. Una comprobación tal no es posible para la teoría marginalista de la deman~

da basada en los mapas de utilidad, en cuanto que estos últimos, como hemos visto, se han de deducir de los mismos datos (sobre el comporta­miento del consumidor) que deberían explicar.

La teoría utilitarista del consumo no puede constituir, pues, una ba­se adecuada para explicar la formación de los precios. Efectivamente, no podemos construir una teoría de los precios en base a la simple afir­mación de una «ley» de la utilidad marginal decreciente. Si la teoría uti­litarista está constituida solamente por esta tesis, la única afirmación sobre la realidad ínsita en ella es que los consumidores obran racional­mente, como hemos visto antes examinando con Sraffa la distinción de Wicksteed entre curvas funcionales y curvas descriptivas. Pero el com w

portarniento racional de los consumidores desde el punto de vista de la teoría económica es un simple presupuesto, no una teoría, exactamente como lo es el hecho de que los productores obran racionalmente. Para construir una teoría de la demanda no basta con afirmar que los hombres consumirán en primer lugar aquellos bienes (o mejor dicho, aquellas dosis de bienes) que consideran más útiles; hay qne dar un crite­rio de explicación del orden en que se prefieren las dosis de los diferentes bienes. La teoría utilitarista de la demanda puede ser incluida en la categoría de las pseudo-explicaciones, junto a la respuesta del candidato de Moliere a su examinador: «Quare opium fadt dormire? -Quia est in ea virt.us dormitiva cuius est nat.ura assopire»42.

9. Frente a este problema no resuelto (y, a nuestro parecer, irreso­luble) las posiciones más comunes han sido tres: la reformulación de la teoría de la demanda en términos dc «preferencias reveladas», la refor­mulac~ón en términos de «demanda de características» y, finalmente, el puro y simple formalismo, basado en el acantonamiento del problema.

42 Citado por J. Schumpeter, en Business Cycies, Londres, 1939, vol. 1, pág. 140. Schumpeter cita el pasaje de Moliere en el contexl() de una crítica contra las «expectati· vas)) COIllO base para una teoria del ciclo económico. Más cercana a nuestro problema es la crítica dirigida por Marx contra el «principio de lo útib) de Bentham: «Por ejemplo, si se quiere saber qué es útil a un perro, hay que estudiar a fondo la naturaleza canina. Pero es­ta misma naturaleza nO se puede deducir del "principio de lo útil"» (K. Marx, JI Capitale, libro 1, cit., pág. 667, nota 63). Como se deduce del contexto, Marx critica a Bentham en especial porque basándose en un abstracto «principio de lo úti!>, prescindía, en el estudio .,., del comportamiento humano, del contexto social en que el individuo está situado (modo de producción y clase social); con tal crítica, pues, Marx pone en evidencia que el «princi­pio de lo úti(» carece de bases objetivas.

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128 Sraffa y la teorfa de Jos precios

La primera posición (<<preferencias reveladas») fue desarrollada ~s­pecialmente por Samuelson43

• Sin que sea nCl:csario ningúIl recurso a imaginarios ~(mapas de utilidad», las funcione!'> de demanda de cada in­dividuo se construirían observando su comportamiento: con palabras de Samuelson, «el animal-cobayo, con su comportamiento en el mercado, revela su esquema de preferencias -admitiendo que tal esquema exis­ta}) 44. La nota de cautela con que concluye el pasaje citado es una llamada a lo que Samuelson considera el único postulado necesario para la construcción de una teoría de la demanda: «Que ei individuo se comporte siempre de modo coherente, en el sentido de que no "pre_ fiera" nunca una primera cesta de bienes a una segunda al mismo tiempo que "prefiere" la segunda a la primera»4-~.

Sin embargo, no parece que las cosas hayan mejorado sustancial­mente respecto a la teoría utilitarista origina1 4ñ

• Es más, el abandono del presupuesto utilitarista47

, que en la teoría de las preferencias revcladas es llevado a sus extn.:mas consecuencias, permite captar más claramente el carácter tautológico de las teorias subjetivistas de la demanda. En efecto, una función dc demanda, construida observando el comporta­miento del consumidor no nos proporciona ningún criterio para explicar tal comportamient048

• En otras palabras, no se tiene una teoría, sino la

43 P. Samuelson, A Note (m !he pure Theory of CmlSluner 's Behaviour, «Econorni· ca», V, 1938, págs. 61-71; An Addendum, ibidem págs. 351-354; [o'()undafions oI }¡'cono­mies Ana/ysis, Cambridge (Mass,), 1947, caps. V y VI.

44 P. Samuelson, Consump!ionllleory in 'j"emls ofReveu!ed Preference, «EconolTli­ca», XV, 1948, pág. 243.

45 P. Samuelson, All Addendum, cil., pág. 353. 46 ((/!..sL'ribir simplemelllc las fUIIciones dc demanda nc) llene gran importancia, si no se

logran imponer lc~triccioncs significativas}); pero para hacer esto es «inútil» el ({paso por ~\ concepto de utilidad». Tampoco se mejoran la~ cosas ((redcfil1iendo las bases de la teoría del consumidor en sentido puramente comportamcntislm¡ (las ({preferencias revela· das»); en eft:cto, «en términos de informaciones adicionales acerca de las funciones dI,; de­manda, la aportación de esla obra dt:: depuración de la teoría económica ha sido nula» (L. Spaventa, j,u fum.ione di una leoria de! consumo nel!'utJa!isi economia, en Cml!ributi in omaggio di Ciuseppe Ugo Papi, Milán, 1964, pags. 610-611).

ti? Ese abandono se da ya cuando, con R. G. Allen y J. Hicks (A Reconsidera!ion 01 !he J'heoiy 01 Value, «,EcollolOica», XlV, 1934, págs. 52-76 y 1%-219), se sustituye el con­cepto de utilidad marginal por el de tipo marginal de sustitución. Sobre la historia de la teoría subjetivista de la demanda (sobre el paso de utílídad cardinal a utilidad ordinal, y fi­na(munte a las prd"crcncias reveladas), e[¡. J, Schumpetcr, op. eil., págs. 1290-1310.

48 La idea impHcila en {odas las versioncs de la teoría marginaJisla de la demanda cs '1 que la explicación del comportamiento del consumidor es externu al campo de la economia. Sólo así, en efeCtO, seria posible incluir entre los datos del problema las run·· ciulIes de demanda, independientemente de la ob~ervación del comportamiento del consu­midor. Pero mientras que la teoria lItilítarista original y la basada en la «demanda de 1 caracteríslkas» afrontan explícitamente este problema, remitiendo a Jos «mapas de utili­

i

SriJffa y la (eolia de los precios 129

simple descripción de un estado de cosas; no se hace más que registrar un fenómeno, para después afirmar que si el individuo C~ racional y no cambia sus preferencias durante nuestro período de observat:jón, las elecciones observadas corrcspondenin a sus «preferendas».

Somos asi enviados nuevamente a la existencia, COmo hecho natural, de un conjunto de preferencias que el individuo «revelaría» con sus ac­ciones. E~ decir, no se ha hecho más que sustituir «utilidad» por «prefe­rencias» para indicar la causa, siempre desconocida, del comportamien­to de los consumidores; pero se deduce tal causa del fenómeno que debería explicar. Todo esto nos lleva a concluir que no se puede hablar de «preferencias reveladas)~ o de «utilidad» como de factores que deter­minan la demanda de la misma forma que se habla de tecnología o de distribución de la renta como determinantes de los precios relativos.

Samuelson ha defendido, no obstante, que la teoría de las preferen­cias reveladas es «operatívamente significativa», en Cli(1nto que se puede confrontar con la realidad y refutar eventualmente:

1.(1 moderna teoría de la utilidad con todas SllS cualifica­ciones no carece de signiji"carJo en sentido técnico. Es una hi­pótesis que impone determinadas restricciones a las funciones de demanda y a los datos precio-cantidad; cosas que pueden ser refutadas o comprobadas en condiciones ideales de observación49 •

La hipótesis a que se refiere Samuclson es la recordada antes sobre comportamiento coherente e1el consumidor; y puesto que, en línea de principio, siempre podremos constatar en la realidad casos de compor­tamiento incohcrentes dcl consumidor, la teoría de las preferencias reve" ladas puede ser, siempre en línea de principio, refutada. Sin embargo, la posibilidad afirmada de una comprobación empírica de la hipótesis de comportamiento coherente del consumidor puede ser sometida a dos críticas, distintas entre si, pero ambas destructivas.

La primera crítica fue hecha por Hicks, el cual observa que el objeto de la teoría de la demanda no debe estar constituido por el comporta­miento del consumidor individual sino por el del «consumidor medio» (o «consumidor represcntativo>}), si no queremos perdernos en el estu~

dad» o a características objetivas de los bienes y n un ordenamiento fisiológico de las necc­sidades, la teoría de las preferelldas revelada~ lo evade.

49 P. Samudson, FoundaUolls of Economie Anulysis, cit., pág. 92,

,

.i

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130 Sraffa y la teoría de los precios

dio de las acciones de cada uno de nosotros y sí dedicarnos al análisis del comportamiento de grupos dc consumidorcs suficientemente amplios para suscitar nuestro interés~O; y demuestra que si el grupo considerado no es absolutamente homogéneo por gustos y renta, la tcoría de las pre­fcrencias reveladas no puede ser sometida a comprobación empírica51

;

de ese modo llega a concluir que «no hay en la práctica ningún test di­recto de la hipótesis de las preferencias» ~J.•

Pero también la naturaleza estática de la teoría de las preferencias reveladas impide la confrontación con la realidad: en ella, como en gran parte de la teoría marginalista, el tiempo está totalmente ausente, mientras que en la realidad es un elemento ineliminable. La única vía abierta para prcsdndir del tiempo es la dc referirse a un instante particu­lar (un «punto» en el continuum temporaf), que es lo que hace Samuel­son cuando enuncia la hipótesis de coherencia del consumidor diciendo 4ue éste no puede preferir B a A al mismo tiempo que prefiere A a B. Pe­rO puesto que entre una acción y otra del consumidor transcurre siempre un cierto período de tiempo, ya no es posible rechazar con seguridad la hipótesis de comportamiento racional del consumidor ni siquiera frente a un comportamiento aparentemente irracional, porque no podemos excluir que haya intervenido un «cambio de gustos» para hacer el Con­junto de preferencias que ha generado la primera acción dist.into del que ha generado la segunda. De ese modo no disponemos ya, ni siquiera en línea de principio, de un criterio de comprobación para la hipótesis de comportamiento racional5J •

50 J. Hicks, A Revision 01 Demand Theory, Oxford, 19592, pág. 55. 51 Ibídem, págs. 55-58. 52 Ibídem, pág. 58. Hieks eree Que el gozne de la teoría subjelivista de la demanda está

eOmitituido no tanto por el axioma dc comportamiento coherente del consumidor, cuanto por la «ley de la demanda)}, esto es, por la inclinación negativa de las curvas de demanda, «porque la ley de la demanda se aplica con plena fuerza tanto al comportamiento de gru­pos como al componamiento de individuos) (ibídem, pág. 191). Pero ya hemus visto anle­riormente (apartado R). al examinar la distinción de Wickslecd entre curvas funcionales y descriptivas, que la inclinación negativa de las curvas de demanda no tiene, de por sí, nin­gún poder explicativo.

53 Ni parece <:orrecto sostener, como hace lIahn. que «el contenido empirico de la teoría de las preferencias es que éstas son relativamente estables» (F. Hahn, l'he Wincer of Our Disconten!, {(Eeonomica», XL, 1973, pág. 326, cursiva añadida), La estabilidad de las preferencias, en efecto, sólo es verificable si se acepta la hipótesis de comportamiento racional, y más en general todo el cuadro de referencia de la teoría marginalista de la de· manda.

A propósito de la estabilídad de las preferencias, es interesante el contexto de la afir­lI1ación de Hahn. Rcspondiendo a J. Kornai (Anti~Equilibrium, Amsterdam, J971), que defendía que los gustos de lo.~ couliumidores son muy inestables, Hahn afirmaba que las cosas van mucho mejor si se refornlUla la teoria del equilibrio económÍ\.;o general de modo

Sraffa y la teoría de los precios 131

La segunda posición fue desarrollada especialmente por Lancaster54, según el"cuallos bienes no son demandados en cuanto tales, sino por las «características» que presentan (por ejemplo, vitaminas, calorías, etc.) y que Son los medios para satisfacer particulares necesidades presentes en el hombre. De tal modo, con las referencias a las necesidades se cree poder justificar la tesis de un conjunto de preferencias existente como hecho natural; y al mismo tiempo se evita el razonamiento circular de las «preferencias reveladas), cn cuanto que las necesidades serían in­dividuabIes (y ordenables), al menos en línea de prindpio, independien­temente de la manifestación de la misma demanda: de las necesidades, tomadas como datos, serían derivables las funcioncs de demanda.

En rcalidad, esta reformulación de la teoría de la demanda parece más un retorno a las posiciones utilitaristas que un desarrollo innova­dor; para que no fuera ase los bienes tendrían que ser siempre demanda­dos sólo en cuanto portadores de ciertas características y no «por sí mis­mos)}ss. Luego, para ir más alfá de la posición utilitarista, habría que su­pOller que la atribución de las diferentes características a los diferentes bienes es un hecho objetivo y no subjetivo: la validez general de esta proposición (no sólo para la cantidad de calorías contenida en un ali­mento, sino también para la «cantidad de bel1eza~~ de un cuadro) parece 1,'

indemostrable. Observamos, por último, que también aquí, en cual. quier caso, queda sin explicar el orden establccido por el consumidor entre las diversas necesidades, al igual que el de los diferentes bienes se­gún su utilidad. Si se exceptúan niveles muy generales de agregación, tal ordenación no es una ley nalund externa al consumidor, sino una norma de comportamiento racional seguida por el mismo, que satisface en pri­mer lugar aquellas nccesidades que considera más urgentes; pero no nos explka por qué ciertas necesidades son (o mejor, son l:onsideradas) más urgentes que las demás.

10. De la tercera posición, la simple negación a considerar el problema, no merecería la pena hablar si no fuese la más difundida. Frente a la multiplicación de vacías ejercitaciones formales bajo el

que se refiera a un «cspado de calidad», en vez de a un «espacio de mercancías»; se trata de la reformulación de la leoría del consumo en términos de «demanda de características~), de la que nos ocuparemos más adelante en este apartado.

S~ Cf!. K. Lancaster, A New Approm:h lo Consumer Theory, <dournal of Politkal Econorny}), LXXl V, 1966, págs. 132-157; y Consumer Demond: A New Approach, Nueva York, 1971.

S5 Piénsese, por ejemplo, en un especial disco de müsica clásica o en una comida de gusto especial.

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132 Sraffa y la reoría de los precios

nombre de modelos de equilibrio económico general, de mayor interés para el matemáticu que para el economista, ha sido difícil para éstos juzgar «desde fuera» -como habría sido necesario-o la sitlladón en es­te campo de investigaci6n56

A estas alturas quizá haya que hacer una precisión. No se pretende negar que algunos de los conceptos elaborados por Jos teóricos neoclási­cos en el ámbito de la teoria de la demanda puedan tener su utilidad pa­ra problemas particulares: por ejemplo, en problemas prácticos como la previsión del nivel de consumo de los bienes frente a una cierta tasa pre­vista de aumento de la renta o frente a determinadas intervenciones de política económica (por ejemplo, introducción de impuestos que provo­can aumentos de los precios), nociones como la elasticidad de la deman­da respecto a la renta y respecto al precio pueden tener .,;u función. Del mismo modo, se pueden utilizar ventajosamente varios de los instru­mentos elaborados por los teóricos marginalislas: por ejemplo, la programación lineal, extremadament.e útil pam resolver algunos proble~ mas prácticos (planes de transporte Ysimilares). Lo que se quiere hacer notar es que el «modelo neoclásico general» no proporciona una expli­cación efectiva de las cantidades demandadas por los consumidores en el mercado; por consiguiente, carece de una base teórica satisfactoria para la elaboración de una teoría de los precios, dc los niveles de activi­dad y de la distribución. Por eso, no tiene fundamento alguno la preten­sión de generalidad y aplicabilidad a cualquier problema (<<con las opor­tunas extensiones matctnáticas», como se suele decir) del «modelo neo­clásico general». Por otra parte, no parece posible construir una teorÍa de la demanda si no se acepta el postulado dc fondo de los utilitaristas: la existencia, en todo individuo, de una definida función de utilidad con fuerza de ley psicológica, es decir, de hecho natural.

S6 T. Kuhn (J,a struttura de/le riv()luztOfI¡ scientifiche, trad. it. de A. Carugo. Tu­rín, 1969, cap. IV, piÍgs. 56-64) describe tal situación con la fórmula «la ciencia normal co­mo soluci6n de rompecabezas»: los «ad~critos», es decir, los que ~in poner en discusión los asuntos de fondo admitídos por la {(comunidad cientificu», se dedican exclusivamente a la deducción axiomática de tales asuntos fundamentales.

6«Producción de mercancías por medio de mercancías» como crítica y superación de la metodología marginalista

1. Producción de mercanCÍas, como se ha visto, es esencialmente un examen del sistema de los precios de producción, y de las influencias sobre ellos de variaciones en las variables dístributivas, tipo de beneficio y salario. No se examinan, pues, problemas como el de los niveles de producción y de ocupación, de distribución de la renta y de desarrollo.

El motivo de esta limitación en el objeto del análisis hay que bus­carlo en el declarado intento de Sraffa de centrarse sobre «aquellas pro­piedades de un sistema económico que no dependen de variaciones en el volumen de producción o en las proporciones de los "factores" emplea­dos»l, que son las propiedades hasilares de un sistéma económico 2 •

Además, análogamente a cuanto sucede con el problema del crecimiento proporcional de van Ncumann y con el de las relaciones intersectoriales de Leontief, la cuidada limitación del objeto del análisis hace que sea susceptible de tratamiento «exacto». en el sentido en que son exactas las ciencias matemáticas.

Con esto no queremos decir, evidentemente, que si la economía quiere ser una ciencia se tenga que limitar a este objeto de estudio; la economía es una ciencia social, y como a tal, le está vedada esa precisión en todo sector de estudio que es propia de las ciencias naturales. Los

1 P. Sraffa, Produzione di merci, cit., pág. v. 2 «J>fClpiedades ba~i[ares)} no es 10 mismo que «caracteri!'>tkas fundamentales» de 1m

sü¡tema económico en el sentido marxiano: el análi!'>¡s del sistema de los precios concierne siempre a la «apariencia fcnornenica» de una sociedad capitalista. Pero la relación entre precios y distribuci6n, para una tecnología determinada, atañe a lo que podemos llamar el «esqueleto» de un sistema económico; hist6ricamcnte cste problema ha estado en el centro de la teoría económica, y constituye, lógicamcllIe, el «núeleo» en torno al cual se des­arrolla el análisis de otrOS problemas, también cuando se elaboran teorías que carecen de un nexo formal directo con él

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134 Sraffa y la reoría de los precios

modclos teóricos elaborados por los economistas, en efecto, pueden in­dividuar las relaciones que se dan entre algunas variables sólci en cuanto ignoran los cfectos que otros factores descuidados en el análisis (como consecuencia de las hipótesis simplificadoras, necesarias en toda teoria) pueden tener sobre las variables consideradas Y las modificaciones a que están sujetas en el tiempo las relaciones tomadas en examen J.

A continuación, intentaremos especificar el cuadro metodológico en el que se puede inserir el análisis sraffiano de los precios de producción. Comenzaremos mostrando, en el apartado 2, la inaplicabilidad de las distinciones analíticas marginalistas al modelo expuesto en Producción de mercancfas; examinaremos después los fundamentos metodológicos de la teoría marginalista del valor y de la distribución (apartado 3), utili­zando una rápida exposición de la teoría del primer Wittgcnstcin (el del Tractatus) para aclarar mejor los presupuestos de la posición margina­lista (apartado 4); veremos, por tanto, las dificultades con que tropieza tal planteamiento, con la ayuda de las críticas implícitamente dirigidas por Wittgenstein en las Investigaciones a su posición precedente (aparta­dos 5 y 6). Hecha una llamada a la interpretación, desarrollada siguien­do la obra de Kuhn, según la cual la tcoría sraffiana propone un (cam~

bio de paradigma», examinaremos la posibilidad de una «coexistencia pacífica)} entre un planteamiento de tipo «subjetivo» como el margina­lista y uno de tipo «objetivo» como el clásico y sraffiano (apartado '1). Descartada también tal posibilidad, intentaremos extraer las conclu­siones del análisis realizado en el capítulo, aludiendo brevemente al problema dc la relación entre el análisis de Sraffa y el de Marx Y mostrando algunas diferencias conceptuales, deducibles de\ diverso planteamiento metodológico, que se ocultan tras algunas diferencias de terminología reconocibles en el análisis sraffiano y marxiano respect.o al

marginali,ta (apartado 8).

2, La delimitación del objeto del análisis de Producción de mercancías, como uecíamos anteriormente, dio lugar a algunos equívocos interpretativos, cuando se intentó caracterizarlo utilizando

categorías marginalistas. Se ha observado con tono crítico, por ejemplo, que Producción de

1 Este segundo elemento se puedc considerar parte del primero, en el sentido de que los difercntes factores tendrán diversa importancia según el momento histórico a que se re­fiere el análisis. Sobre este punlo, cfr. J. M. Kcynes, Col/ecled Writings, vol. X~V, Cambrldge, 1973, págs. 286-288, 296"291, 306·310; P. S)'los Labini, Trade Unions, Prv­duclivify and ¡nJlafian, de próxima publicad611, Apéndice l.

Sraffa V la teoría de los precios 135 ~

mercancías presenta un sistema de equilibrio económico general «in· completo», porque al hablar de la producción (la oferta) olvida el con· sumo (la dcmanda)4. La referencia a un sistema de equilibrio económico general es, sin embargo, impropia: como vimos en el capít.ulo 1, Sraffa examina en su libro los precios de producción, determinados en base a la hipótesis de un tipo de beneficio uniforme en los diferentes sectores, y afronta, pues, un problema distinto del marginalista de los «precios de equilibrio» que aseguran la igualdad entre demanda y oferta. Como no se puede hablar de {(sistema de equilibrio» en el sentido tradicional -es decir, marginalista- de la expresión, también sería incorrecto hablar de «sistema genera!»: Sraffa sólo considera en su esquema aquellos facto­res que son necesarios para resolver sú problema, excluyendo todo ele­mento que por definición no influya sobre los precios de producción, o cuya influencia se explique a través de la distribución, la tecnología y los niveles de producción, elementos todos ellos que en su esquema son asu· midas como datos. Por otra parte, tampoco se puede hablar de análisis parcial en sentido neoclásico, porque no se centra sobre una parte de un sistema económico, para dar una solución aproximada a un problema que sólo puede hallar solución acabada en el ámbito de un análisis más «genera}», sino que se consideran todos los elementos necesarios para la solución del problema considerado.

Lo mismo vale para la distinción, típicamente neoclásica, entre aná· lisis estático y dinámico. Según la definición tradicional, el análisis diná­mico se caracteriza por el hecho de entrar en él de manera determinante variables relativas a diferentes momentos de tiempo. Según Harrod, el análisis dinámico «se refiere a proposiciones en las que aparece corno variable incógnita un tipo de desarrollo»5, mientras que según Hicks hay análisis dinámico cuando «toda magnitud debe ser fechada»6. El es­tático podría definirse por diferencia como todo análisis económico que no sea dinámico; el análisis sraffiano de los precios entraría entonces en el estátíco.

Pero si miramos a las (cteorías estáticas» de los neoclásicos para una definición en positivo, vemos que se caracterizan por el hecho de estar

4 Cfr., por ejemplo, H. G. Johnson, Review 01 «Produclioll 01 Commodities 1)y means 01 Commodities», «Canadian lourna[ of Economics and Political Scicncc», XXVIlf, 1962, págs. 464-465; perO también J. Robinson se deja escapar que «se nos da só­lo la mitad de un sistema de equilibrio» (Prelude lo a Critique 01 Economic Tlteory. en 1. Robinson, Collecled Economic Papers, voL m, Oxford, 1965, pág. 9).

5 R. Harrod, An &say in Dynamic 1'heory. «Economic Journai», XLIX, 1938, pág. 18.

6 J. Hicks, Value and Capital, Oxford, 19462, pág. liS.

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136 Sraffa y Ja teoría de Jos precius

colocadas en un contexto atemporal, como consecuencia del intento de identificar para las variables estudiadas valores interpretables como so­luciones de equilibrio para el sistema económico considerado. Desde es­te punto de vista, parece más correcto deci! que Sraffa no efectúa un análisis estático, sino que «fotografía}) un momento del desarrollo, lo cual es algo muy distinto; no hace ahstracción del tiempo, porque el mo­mento considerado es determinado por la historia, precedenle, y sólo ge­nera el momento sucesivo en el tiempo 'l.

3. La inaplicabilidad de las categorías metodológicas margínalistas al análisis de Sraffa nos hace suponer que existe una diferencia funda­mental entre el planteamiento metOdológico marginalista y sraffiano. Se puede identificar tal diferencia fundamental en la búsqueda, por parte de la escuela marginalista, de una teoría genera! -a saber, en la identifi­cación de la economía política con un único problema, respecto al cual los diferentes problemas que se pueden presentar en la realidad no serían más que articulaciones particulares; en la propuesta de un méto­do para la solución del problema central, que por eso mismo permitiría resolver los diferentes problemas particulares; tal planteamiento, como intentaremos demostrar, es incompatible con el implícito en el análisis sraffiano.

Hacia la hipótesis acabada de enunciar conducen ya las consi­deraciones desarrolladas en el apartado precedente. Ambas distin­ciones ya examinadas -cntre análisis parcial y general, entre estático y dinámico- implican, efectivamente, la referencia a Uf¡ método que puede ser utilizado para analizar todos los aspectos de la realidad: la cla­sificación de los diversos tipos de análisis se basa en lo que se excluye del análisis, en el supuesto de que esta exclusión constituya un límite (es de­cir, conduzca a errores) respecto a la solución del problema considera­do, y de que esle límite pueda, .')in embargo, ser superado, cuando se re· curra a la t.eoría «general», omnicomprensiva por definición de todo lo que entra en el campo de la teOf}a económica.

La convicción de que tal «teoría genera1J} puede existir, y de que una vez identificados sus principios fundamentales es posible deducir de los

7 1:1 problema de la distinción cntre análisis eslári<;o y análisis dinámico es. en efecto, muy complejo, porque va unido también a la relación entre «tiempo históric())) y «tiempo lógicOJ>; 'las indicaciones proporcionadas en el texto a pronósito de esto se han de conside­rlH, por eso, como hipótesis de trabajo que requieren ulterior profundización. A propósi­to del análisis sraffiano como «fotografíall de un sistema económico en un momen.to datln de su dcsarrollo, cfr. supra, cap. J, apartado 10.

Sraffa y /iJ teorífl de Jos plecíos 137

mismos la solución de todo problema, es evidente en la cita con que Sa­muelson abre sus Foulldations: «La existencia de analogías entre características centrales de teorías diversas, implica la existencia de una teoría general que se encuentra en la base de las teorias particulares y las unifica en lo que concierne a tales características centraJes»ll. Y SamLtel­son continúa: «La finalidad de las páginas que siguen es la de de· sarrollar las implicaciones (de este principio fundamental de generaliza­ción por abstracción) para la economia teórica y aplicada». Scgún el pa­recer de Samuelson, la analogía entre la~ diferentes teorías está en que san todas reducibles a solución de problemas de máximo (o mínimot: este elemento general proporciona los címientos (j'oundations) de la teoría económica.

Examinemos mejor lal planteamienlO, que es común a todos los per­tenecientes a la escuela marginalista, consideranúo el cuadro que traza Robbins en su Ensayo sobre la naturaleza y el significado de la ciencia económica. Según la definición de Robbins, «la economía es la denda que estudia la conduela humana como una relación entre fines y medios escasos aplicahles a usos allcrnativos)IO. (La definición tal como está es incompleta: hay que añadir «existiendo una jerarquía de fines»lI.)

Para los marginalislas, el problema económico es, pues, el de la ob­tención de la máxima «utilidad» (o «bicncstan» por los sujetos econó­micos. Los datos· del problema son los gustos dc los consumidores Oa «jerarquía dc fines alternativos» de que habla Robbins), la tecnología J2

y la dotación inicial de lag recursos (los «medios escasos» dc Robbins). Si reflexionarnm; sobre estos datos, vemos inmediatamente que la pre­tendida generalidad de las teorías marginulistas se reduce a bien poca cosa: los gustos de los consumidores, como hemos visto anteriormente (capítulo 5, apartados 8 y 9), no son identificables con independencia

8 p, SamudsOll, FmmdatiOlls of I:collomic Ana/y.<,is cit., púg, 3. El pasHje cit¡ltiO e, del matemático amelicano E. H. Moorc.

? Cfe. ibid, lX\;g. 5. Evidentemente, por «(/corías» sc entienden <l<¡uí no las concep­ciones generales (teorl:l margin¡dis¡a, koria dú~¡c~) sino modelos rdativos a problemas parlicul.ues en el ámbito dc una misma cOllcepción (tcoria del consumo, de)a plOducción, del comercio intcrnacional ... ).

10 L. Robbíns, AIl h\say 0/1 !he No/tlre alld Significance of Ecollomic Scic!!lce, Londres, 19'35 (lI cd.• 1ed. 19'32), pág,. 16 (trad. ¡t. Nalflrct e importanzu delJa scienza eco­nomica, Turín, 1953, pág. 20).

II llJidem, pág. 14, Ilota 1 (trad. it cit., pág. 17 nnJa 2). bsto es tan obvio para Rob­bim que no lo indica explícitamente en lu primera edióón de Sil 1mbajo.

12 (d.<lS <lrtes técnicas de la pmducci6n deben ser ~irnplemcnte reagrupadas entre aquellos factores dudns que int·luyct\ 50bre la n~laliva eSC(\SC·L de los diferente." bi.erl.l.% ceo· nómicos» (L. RobhillS, op. cit., pág. 43; ¡rild. il. dI., pág. 41).

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138 Srafla y fa ¡/Joria de los precios

del fenómeno que ellos deberían explicar; la tecnología no viene dada ~<por Dios y por los ingenieros», sino que es el resultado de complejos fenómenos sodales, por lo que no se la puede considerar independiente de los fenómenos económícos que los marginalistas asumen como objc~

to de.'ill análisis l3 ; y en cuanto a la inclusión entre los datos de los recur­sos disponibles, hemos podido constatar, siguiendo la crítica del con­cepto agregado de capital, que reduce el «modelo neoclásico general» a un «modelu de equilibrio temporal» (temporary equilibrium modcf), cuando se está en prescncia de bienes reproducibles l4

Quizá sca oportuno precisar que con las observaciones que preceden !lO pretendemos tanto criticar el problema marginalista en sí mismo (explicar el comportamiento de los sujetos económicos y la formación de los precios, dados los gustos de los consumidores y la tecnología), co­mo, más bien, la identificación llevada a cabo por los marginalistas de la dencia cconómic<1 con dicho problema; identificación que lleva a una concepción extremadamc!1te reductiva del objeto dc análisis dc los eco­nomistas.

4. La metodología marginalista, como hemos mencionado antes, presenta un gran paralelismo con la propuesta por el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein en su primera obra, Tracla/us logico· philosophicus, publicada al final de la primera guerra mundial.

Simplificando drásticamente, prescindíendo también de elementos en absoluto secundarios en 01 ros aspectos del pensamiento de Wittgens­tein, podemos comentar su posición en Jos siguientes términos. El Trae­tatus sostenía la existencia de una correspondencia entre el mundo y sus elementos constitutivos (los «hechos») por un lado, y la imagen del mundo que nosotros hacemos (cuyos elementos constitutivos son los «pensamientos», expresados en las «proposiciones») por otro:

1 El mundo es todo lo que sucede (... ). 1.2 El mundo se divide en hechos (... ). 3 La imagen lógica de Jos hechos es el pensamiento e.. ). 3.01 La totalidad de pensamientos verdaderos es una imagen del mundol5;

l3 Podemos considerar como dato el estado de los cOllocimientos t~eJlológicos en lllla sociedad ~lJ un determinado momento histórico; pero tOll esto no hemm determinado la tecnología, que dependen\., entre otras cosas, de la relación entre obreros y capitalistas en las fábricas (intcnsidad del Irabajo), sobre la que puede influir por ejemplo, si bien 110 eOll importancia primaria, la distribución.

14 Cfr. supra, cap. V, nota 10 y apartado 7. 15 L. Wittgenstein, Traclalus logico-philosophiclls, (rad. iI. de A. Cante, Tmín, 1964,

págs. 5 y 11.

Smffa y la teorífl de los precíos 139

Sobre esta base se defendía la pos:bilidad de una construcción lógi. ca, axiomática, de proposiciones, cada una de las cuales describiría un «hecho». y en conjunto describirían el mundo, 0, mejor, si no todo el mundo, todo 10 que del mundo es describible en forma racional; del res­to, de todo [o que no es posible dar una descripción racional, «se debe callan>.

4 El pensamiento es la proposición provista de sentido. 4.00 La totalidad de proposiciones es el lenguaje C.. ). 4.01 La proposición es una imagen de la realidad (... ). 4.2] La proposición má~ simple, la proposición elemental, afirma el subsistir

de un estauo de cosas C..). 4.25 Si la proposidón elemental es verdadera, subsiste el estado de cosas; si la

proposición demental es falsa, el cstado de cosas no subsiste. 4.26 La indicación de todas las proposiciones elementales verdaderas describe

el mundo completamente. El Inundo es descrito completamente por las indicaciones de todas las proposiciones elementales más la indicación de cuáles de ellas son verdaderas y cuáles falsas (. .. ).

7 Sobre lo que no se pueda hablar, se debe callar16.

La teoría marginal de valor y de la di~tribución se construyó, se puede decir, sobre posiciones filosóficas (fueran implícitas o explícitas, conscientes o inconscientes) análogas a las del primer Wittgenstein: la base atomista de la realidad y de la teoría (los «sujctos económicos» y los «biencs»), una correspondencia entre los hechos dcl mundo y los ele­mentos del lenguaje (es decir. de la teoría, en cuanto descripción ra· cional de la realidad), la pretensión ú/;: una descripción completa según reglas generales de todo lo que es describiblc del mundo (las «teorías ge­nerales» tan queridas de los ncoclásico~).

5. Sin embargo, cstas ideas fueron abandonadas por Wittgenstein en un segundo moment.o. Como dice un alumno suyo, ~~más que ningu­na otra cosa, fue la crítica aguda y vigorosa de Sraffa la que obligó a Wittgenstein a abandonar SllS opiniones originales y a avanzar por ca­minos nuevos. Wittgenstein decía que sus discusiones con Sraffa le hacían sentirse como un árbol al que le han podado todas las ramas»17, y Wittgenstein afirma en el Prólogo a las Investigaciones jilosó/icas

)(, L. Wittgenstein, op. cit., pitgs. 20, 21, 33, 34·35, 82. 17 G. van Wright, /Jiogr()fJhical Sketch, en N. Ma!com, Ludwig Wittgenstein: A Me­

moir, Londres, 1958, na}';s. 15-16.

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140 Sraffa y la teoría de 10$ precios

(obra póstuma publicada en 1953) que dicha obra eslaba fuertemente influenciada por sns discusiones con Sraffa l8

Para intentar individuar la influenda que, a decir dc Wittgenstein, tuvo Sraffa sobre su pensamiento, conviene confrontar las ideas defen­didas en el Trac/a/us, y expuestas en el apartado precedente, con las propuestas por el filósofo austríaco en su último trabajo. En las Investi­gaciones filosóficas Wittgensteín abandonó la idea del lenguaje como representación axiomática uelmundo, y la idca de lo «indecible)}. Según una anécdota referida por Matcom, otro alumno de Wittgenstein, fue un ejemplo de Sraffa el que 10 convenció de lo erróneo de sus teorías: «Sraffa hizo un gesto, familiar a los napolitanos, que indica algo así co­rno disgusto o desprecio, consistente en rozar la parte inferior de la bar~

billa con un rápido movimiento hacia el exterior de la punta de los dedos de una mano»J'J. Tal gesto sólo puede encontrar un significado definido en el contexto en el que se efectúa; no podía concordar con la idea de Wittgenstein según la cual toda proposición debía poder encontrar un puesto preciso en el orden axiomático del lenguaje racional, indepen­dientemente del contexto en que era usada cada vez.

Partiendo de esta crítica, Wittgenstein elabora en las Investigaciones Jilosóficas una nueva tcoria del lenguaje, y de las relaciones entre el len­guaje y el mundo que debla describir. No existe un solo lipo de lenguaje, dice Wittgcn:;tein, sino «imnumerables: imnumcrables tipos diferentes de empleo de todo lo que llamarnos "signo", "palabra", "proposi~

ciones". Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado una vez por todas, si­no que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos lingüísticos, como podríamos decir, surgen, y otros envejecen y son olvidados})20. En gene­ral, dice todavía Wittgenstein, «el significado de una palabra es su uso en el lenguaje)21; pero la palabra no concuerda con los «elementos simples» de la realidad, que no es posible definir 22 • No es posible dar

18 Después de haber dado la:; gracias a F. Ramsey pOr SIlS crilil'ils, Witlgenstein dice: «Aún más que H esta critica (. .. ) mi gratitud se dirige a la que un profesor de esta Universi­dad. P. Sraffa, ha ejercido incesantemente durante años sobre mi pensamiento. A este estímulo le debo las más fecundas Ideas contenidas en el presente escritm¡ (L. Wittgens­tein, RiCf'rche filosofiche, ed. it. prep~T<lda por M. 'rrinchero, 'l'urin, 1967, pág. 4).

19 N. Malcom, op. cit., pág, 69. Según Makom, objeto de la discusión era la idea de Wittgenstein de que (<una proposición y ID quc ella describe deben tcner la misma "forma lógica", la misma "multiplicidad lógica"»; según van Wright, como refiere Mah.:om eJl una nota, se trataba de la idea de que tuda proposición debía tener tina «gramáIÍl.:a».

20 Ricerche filoso)'iche cit., pág. 21. 21 Ibídem, pág. 33. 22 Ibídem, págs, 34 y ss. crr. también N. Ma!com, op. cit., pág. 86.

Sraffa y la teoría de los precios 141

una teoría general del lenguaje: en efeclo, ~~en vez de mostrar todo lo que es común a lo que llamamos lenguaje, yo digo que estos elementos no tienen absolutamente nada en común en base a lo cual emplear para todos la misma palabra, -están emparentados unos con otros de muchas maneras diferentes»)2J.

Wittgenstein demuestra estas tesis con una seríe de ejemplos de «juegos lingüísticos), modelos ideales que centran la atención sobre as­pectos particulares del lenguaje real, presentándolos como lenguaje ge­neral de un grupo de personas. La conclusión que se puede extraer dc esa serie dc cjemplos es la siguiente:

No existe (...) un único análisis de las proposiciones en sus elementos no analizables intrínsecamente. Depende de las cir­cunst.ancias, del problema específico relativo a las proposi­ciones en examen, el lipo dc análisis que será útil y aportará una aclaración dcfinitiva24 •

6. Mientras que, como hemos visto, la escuela marginalista parece seguir una epistemología análoga a la propuesta por Wittgenstein en el Trac/atus, el análisis de Sraffa conecta más bien con la metodología a la que llega dicho autor en sus Investigaciones jilosójicas. Aparte de la aportación de Sraffa a la evolución de las ideas de Wittgenstein, de la que no se conocen más que esos elementos antes citados, tal conclusión es sugerida por el modo en que se desarrolla el análisis de Producción de mercancías: como vimos (capítulo 1), planteado el problema (la influen­cia directa de la distribución de la renta sobre los precios relativos), se consideran tOd05 los elementos necesarios para su solución y se constru­ye una teoría que, resolviendo definitivamente ese problema, no tiene ninguna pretensión de agotar el ámbito de la investigación económi~

ca; es más, por su misma manera de delimitar sus propios confines, pone de relieve la existencia de una serie de problemas externos a su ámbito: distribución, niveles de actividad, tecnología.

Otros modelos utilizados para hacer frente a problema;, diversos, co­mo el de Leontief para el estudio de las interdepencias 5cctoriales, o el de von Neumann para el estudio de las condiciones de máxima tasa de

23 Ricf!rc/¡e fi/(I.rofiche cit .• pág. 46. 24 A. Quintol1, The Later Philosophy oJ Wittgenstein. en Witlgenstein. A Collection

of Crilica! h\suys, preparada por G. Pitcher. Londres. 1%8, págs. 12-23.

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142 Sraff:l V la teoria de los precr'os

crecimiento en un sistcma a rendimientos constantes25 , presentan no­tables analogías formales con el de Sraffa, tanto que se ha hecho común el reagruparlos bajo la etiqueta de «modelos lineales». Pero las analogías formales entre los tratamientos de [os diferentes problemas, aunque cxistcn 26

, no nos permiten hablar, siguiendo los pasos de Sa~

muclson en las Foufldaliolls, de una base metodológica general que abarcaría las soluciones de todos los problemas económicos como casos particulares. Piénsese, en efccto. en teorías como la keynesiana de la de­manda cfcctiva 27

, o la del oligopolio dc Bain-Sylos Labini-ModigIiani28, que están basadas en esquemas teóricos no formalizados matemática­mente; es más, como se ha visto especialmente en el caso de Keynes 29 ,

todo intento de formalizar t.ales teorías aproximándolas a modelos mar­ginalistas tradicionales no puede conducir más que a forzamicntos y a un vaciamiento de su contenido característico. El deseo de lograr una precisión matemática, es decir. la pretensión de la economia de situarse en el mismo plano «científico» que las disciplinas. físicas o matemáticas, lleva en estos casos a olvidar las' características peculiares dc una dis­ciplina social como la economía y, por tanto, a un alejamiento inútil y dañoso de la realidad. Algunos problemas fundamentales de la teoría económica, el desarrollo 30 y la distribución, no parecen susceptibles de un tratamiento matemático, que les priva precisamente de sus aspec­tos característicos. Pero esto no quicre dccir que tales problemas no puedan ser objeto de est.udio; sin embargo, parecen exigir una me­

25 W. Leonticf, The Slruclure 01 American Economy, 1919"1939, Nucva York, 19512; J. van Neumann, A Model 01 General Economic F.'qui/ibrium, cit. Sobre LCI)l\[lef. cfr. supra, cap. 4, apartado 7; sobre van Neumann, c1"r. cap. 2, apartado 6.

26 Para una exposición de las semejanzas formales, y de las diferencias sustanciales de intentos y premisas entre Leonticf y Sraffa, cfr. L. Pasinctti, Lezioni di Ecollometria, Par­le r, Milán, 1966, Cfr. también E. Pezzoli, Ji modello di Sralla di produzione circolare e il sislema mtersettoriale di Leontie/, «Statislican, XXV, 1965, págs. 681-696.

27 J. M. Keynes, General Theory 01Employmenl, /nterest and Money cit.; o para una exposición más sintér.ica y m{¡s clara de los puntos esenciales, Tlle General Theory DI Employment, ciI.

28 J. Bain, Harriers lo New Competilion, cilo; P. Sylos ¡,abini, Oligopolio epro~resso lecnico, dí.; F. Modigliani, New Developmefll in the OligofJo/y Frvnt. (<1ournal of PoJili­cal Economy», LXVI, 1958, págs. 215-232.

29 Se hace aquí referencia al modelo diagramático IS-LM de J. Hicks (Mr Keynes and lhe {(Cfassics»: A Sur:gested Interpretation. «Econometrica», V, 1937, págs. 147-159); pa­ra una crítica de tal planteamiento, cfr., por ejemplo, A. Leijonhufvud. 011 Keynesian Ecollomics and (he Economics uf Keynes, Nueva York, 1968.

JO El estudio del desarrollo (developmenl) de un sistema económico no se ha dc con­fundir con el del crecimiento (growth), simple expansi6n en equilibrio de un sistema eco­némico a tccnicas inalleradas y con rendimienlos conslantcs, o con progreso técnico ((JJculrall>.

Sra!fa V la teoría de los precios 143

todología más flexible que la matemática. con características especí­ficas, cada vez, en relación con el problema tomado en examen 31.

7. Sin embargo, no hay que avanzar demasiado por este camino hasta llegar a la posición pragmatista (que hoy eonoee una notable difu­sión) de cuantos. comprobada la coexistencia posible de modelos diver­sos y teorías d~versas para afrontar diferentes problemas, consideran las distintas teorías como compartimentos estancos perfectamente indepen­dientes, y creen poder elegir cada vez la teoría adccuada para el fenóme­no particular que examinan sin ningún problema de coherencia gencraP2.

En este sentido se ha desarrollado la interpretación --de por sí sufi­cientemente fundada- de las críticas sraffianas a la teoría marginalista como propuesta, en términos kuhnis.nos, de un cambio de paradigma33 ;

y se ha llegado ti considerar la tcoría sraffiana y la marginalista como dos paradigmas aiternativos3

.1. Detengámonos en este punto, buscando

Jl En otras palabras. no parece posible una hase formal unificadora para el tratamien­to de todo:-; los problemas económicos análoga a la propucsta por Samuelson (efr. supra apartado ~). Fl pllnlo cxtrcmo ell esta dirección parece habcrlo alcanzado L. PasineHi (pa­ra quien quiera interpretar en ese sentirJu, creo que con las mismas intenciones que el autor, su 11 New Theoretical Ilppruucll, üt.), que (mñadc}) a una teoría de los precios de tipo sraffiano una teoría de l(Js niveles de producción basada en las curvas de Engcls y una (coría ncokeym:siana de la distribución; sin embargo, la suma de los tres elemen­los no ilumina mas los fenómenos examinados que los tres considcrados aisladamentc.

II El problema es extrcmadamcnte complejo; y en estas páginas no pretendemos expo· ner una posición metodológica perfectamente articulada, sino simplemente indicar algu­nos elementos útiles para el estudio dc la cuestión. En este sentido quizá se oportuno re­cordar~ a) que entre las diferentes teorías relativas a fenómenos distintos se pueden dar ne­xos !ogicos, aunque lIO sea posible -o útil-- un tratamiento furmal unificado de los dife­rentes problemas (cfr. tambiel1, mas adelante, la nola 38); lJ) que, como hemos recordado (efr. supra. not<l 2), el prublt;:m<l de los prcdos de producción desempeña un papel central en la teoria cconómica: e) que las diferelltcs teorías son encuadradas siemprc, implidta o explícitamente, en una concepción de fondo de la realidad a que sc refieren; y que de ese modo se aclara el significado de los conceptos utilizados. Como veremos más adelante (apart<ldo 8 y callo 7) en este sentido es cornu se afronta el problema de la relación entre el análisis de Srafl'a y el (le Marx.

J) El libro de T. Kuhn (f,a struttura dcllc rivoluzioni scielltifiche, trad. iI. de A. Caru­go, Tlldn, 19(9) se refiere a las dencias físicas, pero ha suscitado notable interés entre los cultivadores de las ciencias sociales. La interpretación del análisis de Sraffa como pro­puesta de un ({paradigma» diverso del dc los marginalistas es una tesis bastante popular cntre un grupo de profesores de Cambridgc, aunque en estadio de tradición oral más que en el de afirmaciones explicitas por escrito.

34 M. Arcelli (Analisi a «livello soggeuivo» e a «livel/o oggetiivo» nella delermirzo­zione di un sistema di prezzi re/alivi, {{L' (ildustria», 1964, págs. 287-318) parece sostener precisamente la oportunidad y la ncccsidad de una coexistencia entre teorías clásicas y neoclásicas. El ohjetivo final, no obstante, seguiría siendo el de una síntesis, que debería

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144 Sraffa y lu tcoria de 10$ precios

una distinción entre las dos posiciones; no sólo para poner en claro el posible malentendido representado por la segunda, sino también porque la primera posición, la interpretación «kuhniana» de las críticas de Sraf­fa a los marginalistas, es útil para subrayar la neta contraposición entle el análisis sraffiano (y de la escuela clásica, a la que Sraffa se remite) y el de la escuela marginalista. Por lo que respecla a las cuestiones de roéto" do arriba examinadas, la interpretación parecería avalada por el hecho de que el mismo Kuhn J' reconoce la exíslcncia de un paralelismo entre sus ideas y las expuestas en las lnvestigaL'iones fil()s(~ficas de Wittgens­tein.

Comencemos por exponer las ideas de Kuhn. Según el historiador americano de la ciencia, el desarrollo de ésla no es lineal, sino subdivi­sible en una serie de períodos, cada uno de los cuales tiene características netamente distintas. En cada período se adopta un punto de vista particular (un paradigma) como base de la investigación científica, y sobre tal base se construye un sistema cada vez más comple­jo, encuadrando Ul1l1úmerO cada vez maYDr de fenómenos, hasla el mo­mento en que se tropieza con fenómenos que resultan inexplicables; en ese momento, después de un período de crisis, se pasa a construir un nuevo sistema en hase a un nuevo paradigma. De por sí, todo punlo de vista tanto como el otro, en cuanto que ninguno de ellos puede abarcar todo el universo, con lodos SIlS particulares. Tan inexacto es decir que la tierra gira en torno al sol como decir que es el sol el que gira en torno a la tierra: la de Tolomeo y la de Copérnico no son más que dos sistemati­zaciones alternativas que tienen el mérito de explicar de modo más o me­nOs simple un mayor o mcnor número de fenómenos más o menos im­portantes, y que sólo pueden ser valorados sobre esta base, pcro no juz­gando -como de hecho ha succdido- de su perfección en sentido abso­lulo.

Pues bien, el principal elemento de diferenciación entre el análisis de Sraffa y el dc los economistas clásicos por un lado, y el de los economis­tas marginalistas por el olro, se ha individuado en el hecho de poner los primeros en el centro de su análisis los bienes producidos, dejando a un lado los bienes cuya oferta es por algún motivo inaumentable, mientras que precisamente sobre esta segunda categoría) COmo vimos anterior·

ser hecha posible por las analogías forma!cs, bajo ciert(ls condicioncs, dclmodclo walra­shtllo con el sraffiano (M. Arcellí, /,(l controversia su! capilale e la teoria neoc((ls~'ica, «L'lndustria», 1970, págs. 299-314).

3) T. Kuhn, op. cit., págs. 67 y ss.

Sraffa y la teoría de los prcc;os 145

mente (capítulo 1, apartado 3) se concentró la atención de los economi.s­tas marginalistas.

En base a esta diferencia de fondo entre escuela clásica y escuela marginalísta, se ha hablado de una contraposición entre dos enfoques, el del análisis a «nivel objetivo~~ (l! «óptica de la reproducibilidad») y el del análisis a «nivel subjetivo» (u ({óptica de la escasez»)36; se trataría de dos puntos de vista alternativos, cada uno de los cuales capta un aspecto particular de la realidad y cuyos respectivos meritos habría que juzgar en base al poder explicativo de cada uno de ellos. Especialmente después dc la publicación del libro de Sraffa, el punto de vista clásico resulta ne­tamente superior al marginalista según el criterio del poder explicativo; hay que volver, pues, a las vías de análisis seguidas por los clásicos, es decir, según la terminología de Kuhn, un cambio de paradigma.

Pues, bien, algunos tienden a defender que, estando así las cosas, el punto de vista «subjetivo» y el «objetivo» pueden coexistir. El primero, al centrar el análisis sobre la escasez, permite el estudio de los fenóme­nos a breve plazo, es dccir, de los precios de mercado determinados en base a la igualdad entre demanda y oferta, dados los gustos de los con­sumidorcs y las cantidades de bicnes disponibles para satisfacerlos; el se· gundo permite el estudio de los fenómenos a largo plazo, es dedr, de los precios de producción17.

Pero esta tesis está sometida a dos objeciones. En primer lugar, des~

pués de cuanto se ha dicho anteriormente (capítulo 5), parece lógico du­dar de que el enfoque marginalista haya dado lugar a un sistema teórico útil para la interpretación de la realidad, aunque sólo sea en su aspecto particular. En segundo lugar, los dos puntos de vista hacen referencia a dos concepciones diversas del obrar de un sistema capitalista 3l;; en espe­cial, los «precios de mercado» de los economistas clásicos no correspon­den a los «precios a breve plazo» de los economistas marginalistas: los primeros son los precios efectivos predominantes en el mercado, y pre­sent.an, por tanto, desviaciones de los precios de producción influcn­

3& La lcrmiflología es la usada por Arcclli (Anafisi a «¡¡vdlo mggettivo» e (( «five/lo oggettiw})), cit.) que recoge de L. Pasinetti (;1 New Theorcticu! Appruuch, ci!.) la tesis de la collcrapmidún cntre la~ dos aproximaciones. (La publicación de Pasinctti es de 1965; An.:ellí cila cn nota el texto ciclostilado, difundido en 1961.)

37 M. Arcclli. op. cit.; ArcelJ¡ identifica e.'{plit:itamenlc (ibídem, rág. 318) los precios de mcrcado con (dos precius de la lógic.. de la escascz».

38 En el apDrtado prcccdcnte se ha defendido que no es necesario reducir a una base furmal única las teorías relativas ti problemas diferentes; pero para poder referir las dife­rentes tcorías él una misma realidad es preciso que no sean ¡ncompatíbles, como stlcede cuando se basan en concepciones diversa~ de tal rcalidad.

Page 72: Sraffa y la teoria de los precios

146 Sraffa y la teoria de los precios

,ciadas por la demanda y la oferta, pero también por otras causas contin­gentes; los segundos son precios teóricos, que en condiciones particula­res (correspondientes a las hipótesis a breve plazo) aseguran la igualdad entre demanda y oferta,

8. Todavía más engañosa podría ser la interpretación del modelo de Sraffa y dc la teoría de Marx como modelos alternativos.

Marx, en El capital, da una inlcpretación general dc la sociedad ca­pitalista y de sus leyes de desarrollo: desde un punto de vista tan amplio, no será posible examinar todos los aspectos de la realidad, pero en los límites dentro de los cuales la teoría es correcta, iluminará las características fundamentales. Refiriéndonos a tal teoría, podremos comprender la parcialidad de los resultados obtenidos con métodos par~

ticulares, la naturaleza de las premisas que han sido necesarias, los límites y el significado misllJo del particular problema estudiado. En es­ta dirección hay que buscar la relación que existe entre Sraffa y Marx: a quien acepte la interpretación marxiana de la sociedad capitalista, no le es necesario rechazar el modelo sraffiano, en cuanto que las diferencias entre las dos teorías, que dcrivan de diferencias en el objetivo del análi­sis, no constituycn motivo suficiente de inconciliabilidad, si entre las dos tcorías no resultan sustanciales elementos de contradicción. Si esto no sucede, podemos utilizar la teoría marxiana, que proporciona una in­terpretación bús;ca de la socicdad capitalista, para comprender el signi­ficado de los conceptos usados por Sraffa, como mercancía, precio, sao lario y beneficio; concepto.'; de los que, de ese modo, podremos captar la dimensión histórica (en cuanto que su validez está limitada a una economia capitalista) y los nexos internos que, como Marx nos ha mostrado, los unen unos a otros por debajo de su apariencia como fenó­menos de mercado. Podemos comprender así el motivo de algunas difc­rencias entre la terminología marginalista, la sraffiana y la marxiana.

El primer caso es el de las «relaciones de cambio» (o «precios» [out

cour!) de los marginalistas, que se convierten en «precios de produc­ciófi» para Sraffa y para Marx (y vimos al principio, en cl capítulo 1, la importancia de tal distinción terminológica). Tales términos reflejan muy bien cl diverso planteamiento metodológico de las tres teorías: las «relaciones de cambio» marginalistas son expresión evidente de una teoría considerada válida en toda época histórica en la que subsis­ta I..:ualquier forma de división dcl trabajo: la teoría asume las ca­racterísticas de una «ley natural», y se ponen como antítesis a la con­cepción de las teorías económicas como leyes históricamente determina-

Sraffa y la teorla de los precios 147

das, relativas a una configuración social dada (como esclavitud, feuda­lismo, capitalismo, socialismo). En neta contraposición con el plantca~

miento inarginalista. los «precios de producción» de Marx y Sraffa se refieren a un contexto histórico capitalista, en el que predomina la pro k

ducci6n de mercancías para el mercado y la competencia entre las dife­rcntes empresas, como está claro por el mecanismo mismo de determi­nación de los precios: tipo de beneficio único en las diferentes in­dustrias, necesidad de los precios para cfectuar los intercambios con los que cada industria repone sus propios medios de producción.

Del mismo modo podemos explicar la diferencia entre el concepto marginalista de ~~bien económico» y el concepto sraffiano (y marxiano) de «mercancía»: el primero, una vez más, tiende a indicar llna relación entre el hombre y la naturaleza que es independiente de la realización de esta o aquella configuración social, mientras que el segundo es histórica­mente determinado. Por otra parte, tampoco es casual que Sraffa hable de «excedente», mientras que Marx usa el término «plusvalía»: el pri~

mer término indica la totalidad de mercancías obtenida por diferencia enlre la totalidad de productos y totalidad de medios de producción, en un contexto en el que no se afronta el problema de por qué las mercancías producidas superan a las utilizadas en la producción, mientras que el segundo es parte de una explicación (históricamente de· terminada, es decir, válida solamente para una determinada época his­tórica) de la existencia misma del excedente.

Para concluir, podemos decir que de estas breves observaciones re­sulta, una vcz más, que cntre el planteamiento sraffiano y marxiano por un lado, y el marginalista por otro, hay una insalvable ruptura de fon­do, mientras que por otra parte, las diferencias entre la teoría de Sraffa y la de Marx, aun existiendo, no parecen ser incompatibles. No hay que olvidar, además, que Sraffa ha escrito después de Marx y podía presu­poner, pues, el análisis marxiano de la sociedad capitalista sin necesidad alguna de reclaborarla ex novo como premisa de su análisis; y que la ta­rca fundamental que Sraffa se habia fijado era la de destruir por su base una teoría que había nacido y se presentaba como una conl..:cpción de la realidad alternativa a la rnarxiana.

Page 73: Sraffa y la teoria de los precios

7Sobre algunos problemas relativos a la relación entre «producción de mercancías por medio de mercancías» y el marxismo

1. Al final del capítulo precedente hem()s hecho alusión a que, para quienes aceptan la intepretación marxiana de la sociedad capitalista 1, no es necesario rechazar como inconciliable con ella la teoría sraffiana, que más bien contribuye a resolver o corregir algunos problemas analíticos dejados abiertos o planteados de modo errado por Marx.

A continuación, examinaremos primero las críticas que le han hecho a Sraffa los ultra··marxistas, para mostrar que el análisis de Sraffa y el de Marx no son incompatibles. Veremos después la contribución crítica aportada por Sraffa a la teoría marxiana, intentando distinguir entre los problemas analíticos que Sraffa resuelve y los problemas interpretativos que tales soluciones ponen en claro. Examinaremos, por último, las po­siciones de los ultra-sraffianos (¡una denominación equivoca quizá para un grupo cuyo principal exponente es Samuelson!) que sostienen la inutilidad de la teoría del valor-trabajo una vez resuelto, con Sraffa, el problema de los precios de producción.

2. El análisis desarrollado en Producción de mercancías sólo podría constituir un repudio del marxismo si algún elemento esencial para él estuviera en contradicción con algún elemento esencial del análi­sis de Marx. Se ha defendido esta tesis afirmando que la teoría sraffiana pecaría, desde un punto de vista marxista, de los mismos defectos que el análisis de Ricardo. De aquí el epíteto de neo·ricardiano para el análisis

1 En lo posible. evitaremos afrontar tanto el problema de la interpretación de Marx, como el de la validez de SlI análisis. Sin embargo, no está de más advertir que para quien rechace in toto tal análisis, este capítulo puede presentar escaso interés.

Srilffa y la teO{/~7 de los prcdos 149

de Producción de mercancias y de neo-ricarJianos para aquellos que han tocado estos ternas; tal apelativo, que estaría suficientemente justi­ficado si sirviera .sólo para circunscribir el objeto y el método de análisis de Producción de mercancías2, es usado erróneamente para contraponer dicho análisis al marxiano, corno si constituyeran dos alternativas incompatibles3•

Los ultra-marxistas recuerdan que Sraffa emplea, pero no explica, categorías fundamentales para el análisis económico como salario, be­neficio. competencia, precios; en una palabra, como Ricardo, asume y no explica la exislencia del capitalismo. Esta crítica a Ricardo, y a toda la economía política burguesa, es la base y el punto de partida de las investigaciones de Marx sobre el modo de producción capi­talista:

La economía política parte del hecho de la propiedad priva­da. Pero no la explica. Capta el proceso material de la pro~

piedad privada tal y como se revela en la realidad, pero lo capta en fórmulas generales, abstraclas, que tienen para ella el valor de leyes. No comprende estas leyes, es decir, no reflexiona sobre de qué modo derivan de la esencia de la propiedad priva­da. La economía política no nos da ninguna explicación sobre el fundamento de la división de capital y trabajo. de capital y tierra. Cuando, por ejemplo, determina la relación del salario con el beneficio del capital, la razón suprema es para ella el in­terés del capitalista; es decir, presupone lo que debe explicar4

Esta crítica de Marx a los límites de la economia burguesa hay que tenerla siempre presente para juzgar la producción científica de una es­cuela en su conjunt05, o para jU7gar los diferentes intentos, entre ellos el de Ricardo, de exponer los Principios de la economía política. Sin em­bargo, no es aplicable a quien, como Sraffa, escribiendo después de

2 En este sentido, por ejemplo, se mueve 1 . :V1e1dolcsi (1,1/ derivaZlOne ricardiafla di «Produzio/le di merci (l mezw di merci»), dt.).

J Cfr., por ejemplo, R. Rowthorn, Neoelassicol Fr.'onomlC\' ami its Crities -- A Mllr­xiSI Vkw, <l ddo,,[il, C<lmbridge, [973.

4 K. Marx, Mallwx:ritti ecunomico-fi¡osuJici del 1844, trad. i1. de N. Bobbio, TII­rin, 1968, págs. 69-70.

5 Y, por tanlo, de la «escucla sraffianal>, si tal escuela existiera como entidad autóno­ma de la más ampli<l escuc!<l marxiana. Para los individuos. hay que aJmitir la oportuni­dad de Ull división del Irahajo, y la legitimidad de una especialización .sobr~ ciertos proble­mas o argumentos.

Page 74: Sraffa y la teoria de los precios

150 Sraffa Vla Cf.!aría de las precios

Marx, se ha ocupado de problemas particulares, aunque fundamentales, utilizando conceptos (como salario, beneficio, precios) que 'si no en­cuentran una explicación explicita dentro de su análisis, pueden ser defi­nidos de forma no contradictoria en base al análisis desarrollado por Marx.

3. La tesis de la inconciliabilidad ha sido defendida con diversos argumentos, repetidos frecuentemente y combinados entre sí, de los que intentaremos examinar los más comunes.

En primer lugar se sugiere, sin dClriostración alguna, que Sraffa, al no usar en su análisis el concepto marxiano de valor, es asimilable al neo-ricardiano Bortkiewicz que no considera esencial la teoría del valor de Marx, y que, por tanto, interpreta a Marx como un simple ricardiano de izquicrda 6. Para que esta teoría se mantuviera en pie sería necesario atribuir a Sraffa la confusión que Bortkiewiez hace entfe teoría del valor y teoría de los precios, interpretando la teoría del valor-trabajo COmo

una simple primera aproximación a una teoría de los precios relativos1.

Sin embargo, no hay en absoluto ningún elemento, explícito o im­plícito, que permita atribuir a Sraffa esta tesis: Colletti, que parece tener en mente tal crítica, está todavía buscando un «lugar apropiadO» desde el que demostrar «cómo Sraffa ha hecho una hoguera con el aná­lisis de Marx)8. Es más, como veremos más adelante, Sraffa aporta al problema de la relación -o dc la distinción- entre precios y valores una contribución positiva de notable relieve.

En segundo lugar, Sraffa es criticado por no haber utilizado en su análisis el concepto marxiano de fuerza-trabajo, con el inconveniente, recordado por él mismo, dc quc los bienes salariales se convierten en bienes no básicos9 • Sin embargo, como Sraffa mismo señala y como es

6 Por ejemplo, A. Medio. al recordar la actitud de Rortkiewicz hada la teoría del valor de Marx, afirma: «Estas mismas premisas están en la base del trabajo dc Sraffa y de su es­cuela, si bien no tan explícilalllellIC) (Profits alld Surplus- Value: Appearance (]IIII Reality in Capilalisl i'roduclioll ciL).

1 La teoria del valOf-trabaju habla sido cOllsiderada como una teoría de las precios re­lativos por Bohm-Bawcrk en su.~ ataqucs a Marx. Esta interpretación errúnea (como obser­va L. Collctti cn su Introducción a E. Bcrnstein, Socialismo e socialdemocrazia, Bari, 1968, reimpresa en L. Colletti, Ide%gia e societe, Bari, 1970, págs. 103 y ss.) no fue criticada bastante a fondo en las diferentes respuestas a Bühm-Bawcrk, entre ellas la de Borl­kícwicz; y precisamenle a ella, perpetuada hasta hoy, se puede remontar la causa de gran parte de la confusión que rodea all\amado «problema de la transformación».

8 L. Colletti, 1/ marxismo ed Hegel, Barí, 1968, pág. 431. ? Cfr., por ejcmplo, A. Medio, op. cil., partc 1I, seco 6; G. Rodana, Cansideraúone

su! sistema dei prezzi di produzione. 1. Una ripresa critica della so/uzione di Piero Sraffa, «Quaderni della Rivista Trimcslra!c», mayo 1972, págs. 92-97.

Sraffa y la teoría de los precios 151

fácilmente demost.rable lO , la inclusión explícita en el análisis sraffiano

del concepto del fuerza-trabajo no modifica de modo alguno sus resul­tados; tampoco aquí parece ser objeto de crítica la exclusión de un ele­mento innecesario para el razonamiento.

Diversa es la crítica dc Marx a Ricardo. Lo que Marx ataca, en efec­to, es «la confusión entre trabajo y fuerza-trabajm)1l implícita en la h,.'oría ricardiana del valor: si el valor dc las mercancías es determinado por el trabaj{) contenido en cllas, ¿cómo es que las mercancías {<orde. nan» más trabajo del que contienen? Si no se quiere hablar de «cambio desigual», se debe determinar el valor del trabajo vivo en base altfabajo contcnido cnlos bienes saladales; pero, como observa Bailey, si el valor viene dado por el trabajo, es contradictorio hablar después de «valor del trabajo». Marx resuelve la paradoja distinguiendo entre el trabajo, o explicación cfcctiva de una actividad productiva, que es la sustancia del valor, y la fuerza-trabajo o potencialidad de ejercitar tal actividad pro­ductiva, que es una mercancía corno todas las demás y cuyo valor dc­pende, pues, del trabajo necesario para su reproducción, Es decir, Marx habla de confusión entre dos conceptos, no de ausencia de uno de los conceptos; por tanto, es erróneo referir a Sraffa la crítica que hace Marx a Ricardo.

En tercer lugar, se observa que en Producc;ón de mercancías las con­diciones de producción (tecnología y duración de la jornada laboral) se tornan como datos, mientras que para Marx son uno de los objetos prin. cípales de su análisis y uno de los principales campus de choque entre ca­pitalistas y trabajadores l2

• La crítica, esta vez, es pcrfcctamente análoga a la que Marx dirige a Ricardo:

La duración de la jornada laboral total (... ) se presupone erróneamente fija, y de ahí se derivan directamente falsas con­sCl.:ucm:ias. El alimento o disminución de la plusvalía no se puede explicar, pues, más que con la creciente o decrcciente productividad del trabajo sodal que produce los medios dc subsistencia. Es decir, sólo comprende la plusvalía relativa 13.

10 Cfr. snpra, cap. 4. 11 K. Marx, Storia del/e [('orie economiche, cit., vol. JI, pág. 116. 12 Cfr., por ejemplo, R. Ruwthorn, op. cit., que se refiere. sin embargu, a los neo­

ricardianos en gcneral y no a Sraffa en particular. 13 K. Marx, op. cit., pág. 118.

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152 Sraffa y lu te:oría de los precíos

Centrando el análisis sobre la plusvalía relativa, añade Marx, se pier­de de vista la causa misma de la existencia de la plusvalía:

Además, es evidente que, si es necesario presuponer un cier· to desarrollo de la productividad del trabajo para que pueda existir plusvalía, la simple posibilidad de esta plusvalía, la exis­tencia por tanto de ese mínimo necesario de productividad del trabajo, no la crea aún efectivamente. Para este fin hay que obligar primero al obrero a trabajar en mayor medida, y es el capital el que ejerce ese constreñimiento. Esto falta en Ricardo, y de aquí nace, sin embargo, toda la lucha para la determina­ción de la jornada laborall1ormaP4.

La observación es justa, pero no se ve cómo puede ser una crítica en relación con Sraffa, dado que el fin de su análisis es más limitado que el de Ricardo, autor de un texto de Pr;,u:ipios de economía política. El análisis de Sraffa parte de una «fotografía» de un sistema económico en un momento dado para examinar los efectos sobre los precios relativos de variaciones hipotéticas en ta distribución, y no implica ningún juicio sobre los factores que determinan la tecnología. No se ve cómo se puede atribuir a Sraffa la concepción tecnocrática para la que los desarrollos de las técnicas de producción están determinados por desarrollos de la ciencia, «por Dios y por los ingenieros» 15~ con independencia del desarrollo histórico de la sociedad, en especial de las luchas sociales entre capitalistas y trabajadores, que contribuyen a determinar la tecno­logía lO, y de las luchas dentro de las fábricas sohre los ritmos de trahajo que para una tecnología determinada contribuyen a determinar las cantidades de los diferentes medios de producción necesarias para obtener un producto dado, es decir ~ los coeficientes técnicos.

Una justificación análoga vale para la hipótesis, implícita c.:n el aná­lisis sraffiano, de jornada laboral de duración determinada: en todo momento la jornada laboral es un Jato dado, corno la tecnologia, la

J4 IbidellJ, pág. l19. l.~ LCl fr<\!>:c es de J. Robinson; expresiones amilogas (\(el mundo füku, inhumano, de la

h:cnolog¡a~»)son usadas, por ejemplo, pOI K. Hharac!waj (Vulue (!lrouh Exogenous Distri­bufion cit., en Capital and Grol/(h dL, pág. 189), pero no seriawrrecto atribuir exccsiva importancia a c!>:tas d<.:safort\ln<tdas alusiones, que brillan por su ausencia en los escritos de Sraffa.

16 K. Marx da algullos ejemplos de esta influencia en Ef capifal, libfO [, cap. 13: l:.is luchas que provocan cambios en la regulación de la jornada laboral, y del trabajo de muje­res y niños, influyen sobre la organi7ación misma del proceso productivo.

S'mffiJ y la teoría de los precios 153

distribución y los precios; Se trata de elegir las variables sobre las que centrar el análisis, y Sraffa, estudiando los efectos sobre los precios de variaciones en la distribución, considera variable el nivel de los salarios. Se puede observar, de todos modos, que las variaciones en la duración de la jornada laboral, si no influyen sobre la tecnología, pueden ser expresadas por variaciones dcl salario horario, mientras que los coefi­cientes de trabajo siguen constantes, si con ellos indicamos las horas de trabajo necesarias en un proceso productivo dado 17.

4. Para el marxismo, en cambio, Producción de mercancfas reprc~

senta una doble aportación: en primer lugar, como critica de una con· cepción, la marginalista, que había sido desarrollada como antíte~is a la interpretación marxiana de las economías capitaIistas 1ll; en segundo lu­gar, porque las teorías en ella presentadas sirven de ayuda al afrontar al­gunos problemas de teoria marxista, en especial la determinación de los predo.s de producción y el problema conexo de la transformación de 10$ valores-trabajo en precios de producción.

La importancia de la primera aportación ha sido infravalorada por cuantos han captado un solo aspecto de la critica sraffiana a la concep­ción marginalista: a saber, la crítica al concepto agregado de capital; mientras que, como vimos (capítulo 1), en la teoría sraffiana se en­cuentra insita la propuesta de un concepto de precio (y de equilibrio) diverso del marginalista y afín al dc los economistas clásicos y de Marx. La falta de comprensión de este hecho puede llevar a atribuir a Sraffa una visión «armónica» del capitalismo: visión connatural al concepto marginalista de precio, resultante dcl equilibrio entre demanda y oferta, pero presente en los escritos de los economistas clásicos, como vefcmos~

solamente como consecuencia de su adhesión a la «ley de Say». La vi­sión arménica del capitalismo, propia de los economistas ricardianos, fue ásperamente criticada por Marx; en este apartado se intentará mostrar que sus críticas no se pueden extender al análisis sraffiano.

Vimos anteriormente (capítulo 1, apartado 12) que la tcorla sraf­riana de los precios es compatible con el análisis keynesiano de la posibi~

lidad de equilibrios de subempleo. Tal posibilidad procede también, en un sistema capitalista, adcmás de la separación entre decisiones de pro­

17 Variará, en camhio, la ocupación (otal, para un nivel dado de actividad, cn propor­ción inversa a la variación en la duración de la jornad::llaboral. Cfr., supra, cap. 4, nota 7,

1& Lit antítesis con Marx estaba clara espccialmente para la escuela austríaca. Sobre cs­tc punto, ¡;fr. M. Dobb, T}¡eories 01 Value and Disfribufion cit., págs. 166 y ss.

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154 Sraffa y la teoda de los precios

ducción y decisiones de compra, dc la existencia dc las actividades finan­cieras, del dinero en primer lugar, quc cumplen la función de· «reserva de valor», permitiendo desplazar hasta un futuro impreciso las decisiones de compra. Esta posibilidad no la habían tenido en cuenta los economis R

tas ciásicos, para los que las decisiones de ahorro coincidían con las de inversión, una premisa implícita, contrariamente a cuanto muchos creen, incluso en el análisis de Malthus lO. Éstc afirmaba la posibilidad de crisis provocadas por una insuficiencia de la demanda agregada basán· dose en la convicción de que el beneficio procede de la venta de las mercancías por encima de su valor; cosa que si es posible para un empre­sario que se aprovecha en perjuicio de algún colega suyo, no es posible para los empresarios en su totalidad si no existe una tercera clase, distinR

ta dc la de los capitalistas y la de los trabajadores, de consumidores improductivos. Sin embargo, Malthus habia olvidado, como después observó Marx, quc dicha clase de consumidores improductivos debía sao car su poder adquisitivo de la apropiación de parte del excedente produ­cido en el sistema, y que, por tanto, en el momento en que 10 gastaba no hacía más que restituir a los capitalistas cuanto le había quitado20 ,

Los cabecillas del rechazo de la posibilidad de crisis por insuficiencia de demanda fueron Say y J. Mili": a ellos se debe la teoría, conocida co· mo (<ley de Say», según la cual <da oferta crea su propia demanda». Esta teoría ha sido interpretada de diversas maneras: en la formulación origi­nal, según Schumpeter, consistía simplemente en la afirmación del hecho de que «la demanda "de productos de cualquier industria (o empresa o persona) deriva de las ofertas de todas las demás industrias (o empresas o personas)" y por eso en la mayor parte de los casos aumen­tará (en términos rcales) si estas ofertas aumentan, y disminuirá si estas

19 Esto lo demostró G. Tucker (Review of «The Keynesian RevolutiOlf» hy L. Klein, «Economic Record», XXVI, 1950, págs. 331-332) y R. Meck (Physiocracy and the Earfy Theories of Under-Collsumption, «Econornica», XVIII, 1951, págs. 254-256; Thomfis Joplin and Ihe Theory of Interest, «Review of Economic Studies», XVllI, 1950-51, págs. 154-163). La opinión contraria fue aceptada por muchos acríticamente, siguiendo la rehabilitación dc Malthus intcntada por 1. M. Kcynes (The General Theory of l:.'mploy. ment, lnterest and Money, cit., págs. 362-364; Essays in Biography, Londres, 1933, págs. 95·149). La distinción entre decisiones de abonar y decisiones de invertir hecha posiblc por la existencia del dinero fue entrevista ya por R. Torrens (Saggio sulla produzionf! della ricchezza, cit.. págs. 183-194) y por J. S. Mill (Euays on Sorne Unsettled Questions of Politieal Economy, Londres, 1844, págs. 69-74).

20 Para una exposición crítica de las teorías de Malthus, véase G. Tucker, Progress unrJ profits in British Economic Thought, 1650·1850, Cambridge, 1960, págs. 123·15·6. De Marx VéLlSC, por ejemplo, Storia del/e leorieecoflomiche,cit., vol. m, págs. 13-74.

2) J_ B. Say, Tmi(é d'ec()/lOmie politique, París, 1803; 1. Mill, Cummerce Defended, Londrcs, 1808.

Sraffa y la teoda de los precius 155

ofertas disminuycn»22. En el debate que siguió, sin embargo, fue co­múnmente interpretada de modo mucho más rígido.

Presuponiendo la igualdad entre inversiones y ahorros, y entre estos últimos y los beneficios, los defensores de la «ley de Say» (identificados luego con los ricardianos) sostenían que una expansión de la renta debe traducirse necesariamente en una mayor demanda de los bienes de con ~

sumo o de inversión por el mismo volumen: a cada expansión de la pro­ducción, y de la renta por tanto, debe corresponder una expansión igual de la demanda. Una vez aceptada la identificación entre ahorros e inver­siones, este resultado es lógicamente indiscutible; también en la teoría keynesiana, demanda y oferta agregada coinciden ex post, como resul­tado de la identidad ex post entre ahorros e inversiones, que procede de la inclusión en la inversión de las variaciones no deseadas de las provi­siones, provocadas por ventas inferiores () superiores a lo previsto. El error de la <<ley de Say», en la formulación que llegó a tomar en el deba· te, fue el de afirmar, más allá de una identidad ex post derivada de la existencia en la contabilidad nacíonal de una voz residual como las pro­visiones, la imposibilidad en general de crisis de deficiencia de demanda agregada. Esta tesis, expuesta por los mismos Say y MilI, fue recogida y defendida con vigor por Ricardo, tanto en los Principios como en su correspondencia23

; y, junto a su teoría del valor y de la distribución, constituyó el núcleo central de las tesis defendidas por la «escuela ricar R

diana»24. Como Schumpcter puso de relive, la «ley de Say», en la acepción an­

tes indicada, se prestaba muy bien a ser explotada con fines prácticos de propaganda ideológica:

21 J. Schumpeter, Storia del/'analisi e<:unomica, trad. it. cit., vol. n. pág. 752. Las de­más formulaciones están expuestas de modo ejemplarmente claro por el mismo Schumpe­ter (op. cit., pág. 754-755).

13 D. Ricardo, Work.... cit., vol. I, págs. 290 y ss.; vcanse además las cartas de Ricardo a Malthus del IS de diciembre de 1814 (Works cit., vol. VI, págs. 161-165), dcl24 de enero de 1817 (ibídem, vol. VllI, págs. 255-259); a J. Mili del 8 de julio de 1821 (ibídem, vol. IX, págs. 11·14).

24 Esto lo reconoce tanto quien piensa, con Keynes, que «Ricardo conquistó comple­tamente Inglatena, como la Santa [nqui:iición conquistó España» y que, consiguienle­mente, «el gran rompecabezas de la demanda efectiva ( ...) desapareció de la literatura eco­nómica» (1. M. Keynes, Tlle General Theory of Employment, Interest alld Money cit., pág. 32), como quien reconoce Que ya entre (os años J820 y 1850 la ley de Say fue sometida a numerosos ataques (por ejemplo, B. 1. Gor<!oll, Say's Law, Fjfective Demand and Ihe Contemporary British Periodica/s, 1820·/850, «Economica», XXXII, 1965, págs. 438-446).

Page 77: Sraffa y la teoria de los precios

156 Sraffa y la teoría de los precios

Pu<ieron a los lectores (de Say) frente a un cuadro del pro­ceso capitalista que mostraba únicamente la marcha triunfal de la industria y en el que nada e~torbaba el constante avance ha~

cia el nivel de pleno empleo, salvo las perturbaciones locales y las políticas restrictivas del estado. Todos los demás males que oprimían a la gente desaparecían al grito de batalla (da oferta crea su propia demanda)~2).

Esta visión positiva del sistema capitalista, captado en su «función histórica» -el desarrollo de las fuerzas productivas- es, no obstant.e, unilateral: los ricardianos no recogen las contradicciones ínsitas en el ca· pitalismo, y especialmente la (<ley de Say» les impide reconocer la posi­bilidad de crisis de superproduceión_

Algunos críticos26 pretendieron atribuir también a Sraffa la visión (armónica» del capitalismo propia de los economistas clásicos que acep­taban la «ley de Say» y, más tarde, de los economistas marginalistas. Tal valoración unilateralmente positiva del capitalismo iría unida nece­sariamente al modo en que se afronta el problema de los precios relati­vos: «una teoría de los precios de equilibrio es siempre una teoria armó­nica y de esto na escapan los precios de producción de Sraffa. Es más, desde este punto de vista se daría analogía entre el análisis de Sraffa y el de los economistas tradicionales, los cuales "se entretienen" en elaborar una concepción armónica del mercado entendido como lugar en el que todos los "sujetos económicos" (...) buscan el máximo beneficio en compatibilidad con los recursos disponibles, y, haciendo esto, determi­nan una posición inmejorable (...) para todo el sistema económico -lo que equivale a decir que la sociedad burguesa (de la que el mercado es la expresión económica) es el mejor de los mundos posibles».

Pero hablando de una «teoría de los precios de equilibrío» en senti· do indiferenciado, estos crílicos confunden el concepto marginalista de precio de equilibrio, que asegura la igualdad entre demanda y oferta y que tiene indudablemente una fuerte carga apologética, con el concepto clásico, marxiano y sraffiano de precio de producción, basado en la igualdad del tipo de beneficio en los diferentes sectores. Un retorno a la teoría clásica del precio de producción tiene sentido precisamente por· que no va necesariamente unida a la «ley de Say»; ¡y sería realmente

u J. Schllmpeter, op. cil., pág. 753. 26 M. Bianchi-M. D'Antonio-C. Napalconi, Per la ,ipresa di una cri(ica dell'economia

polilicu, «Rinascita», núm. 43, 2 noviembre 1973, págs. 19~20.

Sraffa y la teuría de los precius 157

muy extraño que Sra ITa. después de haher seguido paso a paso el des· arrollo de la teoría keynesiana. trabajando en Cambridge del 27 en adelanten, hubiera aceptado la «ley de Say» en su formulación más rígida! Pero hay más: si cada teoría de los precios de producción fuera necesariamente una teoría armónica, debería ser también talla teoría de los precios de Marx, que cOmo sc ha dicho está basada -análogamente a la de Sraffa- sobre la uniformidad del tipo de beneficio en los dife­rentes sectores.

5. Veamos ahora el segundo aspecto de la aportación de Produc~

ci6n de mercancías a la teoría marxista, representado por la solución de algunos problemas analiticos de importancia no desdeñable.

Sabido es que el esquema propuesto por Marx en el capitulo 9 del libro III de El capital para la determinación de los precios de producción no es perfectamente riguroso, porque se calcula el precio de producción de las mercancías añadiendo un beneficio (al tipo medio predominante en el sistema) al valor y no al precio del capital anticipado, y porque el tipo medio de beneficio es calculado a su vez como relación entre magni­tudes expresadas en valores (plusvalía y valor del capital constante y va­riable anticipado) y no en precios. Este error fue inmediatamente indivi­duado; es más, se olvida frecuentemente que fue ya apuntado explícitamente por Marx:

Además de que el precio del producto, por ejemplo, dcl ca~

pital B, difiere de su valor e11 cuanto que la plusvalía producida en B puede ser superior o inferior al beneficio añadido al precio del producto de B, la misma condición vale también para las mercancías que constituyen la parte constante del capital B, e indirectamente, en cuanto medios de subsistencia de los obrc· ros, también su parte variable. En lo que concierne a la parte constante, es igual al precio de coste más plusvalía y, por tanto, igual al precio de coste más el beneficio, el cual puede ser a su vez superior o inferior a la plusvalla cuyo sitio ocupa2~.

27 Se puede recordar, por ejemplo. que Sraffa file con R. Kuhn y Jo Robinson parte activa del «Cambridge Circu.~» quc, después de la publicación dcl Treatise on Money de Kcyncs, se reunió durante algún tiempo para discutir las (corias propuestas en esta obra. Tales discusiones ayudaron a Kcynes en su trabajo para la General Theory. Cfr. J. M. Keynes, ColJected Writings. yol. XIII, Cambridge. 1973, págs. 317-343.

z8 K. Marx. JI Capitale, libro 1II cit., cap. 9, pago 202.

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158 Srafff1 y la teoria de los precios

Se propusieron muchas soluciones al problema de diversa proceden­cia, especialmente de Bortkicwicz (utilizando el análisis de las teorías de Ricardo hecho por Dmitriev) y 1 más recientemente) de Winternitz y otros. Pero sólo con Producción de mercancías se logró un esquema acabado y riguroso para la determinación de los precios de producción. No obstante, Sraffa no afronta explícitamente el problema de la rela­ción que se da entre éstos y los valores de cambio, si bien los resultados obtenidos por él son suficientes para aclarar definitivamente los aspec­tos «técnicos» del problcma 29. En cfccto, Sraffa demuestra una vez más que, dada la tecnología, siempre es posible determinar la cantidad de trabajo contenida en una mercancía (con la reducción a cantidad de trabajo fechada, o poniendo igual a cero el tipo de beneficio, o mejor todavia con el método de los subsistemasJo; y que es siempre posible de­terminar los precios de producción, dada la tcnología y una de las dos variables distributivas, sin que sea necesario recurrir 2. las cantidadcs de trabajo contenidas en las tliferentes mercancías.

Estos resultados anaUHcos son incontrovertibles: ningún marxista los puede negar afirmando simplemente que de ellos se derivarían obje­ciones a la validez de las teorias marxianas. En realidad, si es verdad -como afirma Colletti 31, por ejemplo- que el límite del secular dcbate sobre el problema de la transformación está en haber confundido con­ceptualmente valores y precios, tenemos que reconocee,- a Sraffa el méri­to de haber demostrado que valores y precios son conceptos analíticamente independientes.

Evidentemente, valores y precios dependen del mismo conjunto de causas (tecnología) y es lógico, pues, que entre ellos exista un vinculo: como se intuye, y como se ha demostrado en varías partcsJ<·, es posible calcular los precios partiendo de los valores-trabajo, cuando se conOzca el salario y la composición del consumo de los trabajadores, utilizando

29 En este sentido se puede tomar la afirmación de Dobb, J. Robinson y otros, según la cual Sraffa ha resuelto el problema de la transformación.

JO Cfr. P. Sraffa, Produzione di merci cit., págs. 44-45, 51, Jf3-114. Sraffa examina también los problemas que surgen en el caso de produccion conjunta (op. cit., pags. 71 'j ss.). Las obras más rcdent~s, en las que se ha examinado d siHema de los valores de Marx uc~ue un punto dc vista formal, nO han ido en cste aspccto más allá de lo cstab\ecido por Sraffa; véase, por ejC'ntplo, M. Morishima (Marx 's Economícs, Cambridge, 1973) que rc­coge el método sraffiano de los subsistemas (págs. 11 y ss.) y la distindón entre bicnes bá­sicOs y no bá.~¡cos (págs. 14 y ss.) sin citar a Sraffa una sola vez.

JI Cfr. L, Collelti, Introducción a E. Bernstein, Socialismo e soda(democra¡)a cit,; 'f cfr. además. apartado 6.

32 Cfr., por ejemplo, M, Nuti, The Transformalion 01Labour Vu(ue.s into Productio!l Prices ond the Marxian Theory o/ Exploitalion, a cicloSlil, Cambridge, 1972.

Smrfa y I;¡ tenda dB los preci(}s 159

en el paso la matriz de los coeficientes técnicos; sin embargo. no está muy daro la utilidad dc csta conexión solamente formal entre los dos cQI1ceptosH, no suficientemente justificada, a nuestro parecer, por cuantos34 sostienen la necesidad de derivar matemáticamente los precios de los valores como consecuencia de una relación más profunda que existiría cntre los dos conceptos. Precisamente sobre el significado y el alcance de tal relación no se ha logrado todavía un acuerdo entre'los participantes en el debale sobre la transformación; pero tratándose de un problema relativo a la inteprctación de la tcoría marx.iana, no nos de­tendremos más sobre el mismo.

6. El sistema analítico marxiano no sale completamente inuemne de un nuevo examen a la luz de lo demostrado y deducible en Produc­ción de mercancías: hemos visto, en primer lugar, que resulta errado el método de determinación de los precios de producción propuesto en El capital. También es inaceptable, salvo casos particulares,la igualdad si­multánea entre plusvalía total y beneficios totales, y entre producto to­tal medidQ en valor-trabajo y en los precios. con los que Marx pensaba establecer un nexo entre el sistema de los valores y el de los precios, de­terminando el tipo medio de beneficio como relación entre cantidades medidas en términos de valor3s • Entre otras cosas, a diferencia de lo que crda Marx, los bienes de lujo no entran en la determinación del tipo de beuefid036

• Finalment.e, es imposible establecer una relación unívoca (monótona creciente) entre tipo de explotación y tipo de beneficio, si no es bajo hipótesis particulares (ausencia de producción conjunta, campo. sición fija del consumo de los trabajadores 3).

33 Según el ~arcástjco comentario de SlIffiuclson {Ul1dersfollding fhe Marxiall Nallan ofExploitatioll: a Summary o/ the So-Cal1ed Tral1sjormation Prob!em between Marxian Values and Competuive Prices, ~douma\ of Economjc Lite-raturel}, IX, 1971, págs . .399-431) los valorc$ son transrorrnadm en precios con «el algoritmo del borrador», es decir, borrando el sistema de valores y escribiendo en S,l lugar el dc los precios. Más apropiado parece un comentario oral de M. Lippi: «Siempre es posible transformar el 3 cn 7, multiplicándolo pOr 7/3; ¿pero e~to qué significa?)}

34 Como A. Medio, Ofl. át.; M. Nuli, op. eif. 3S Cfr. K. Marx, Il CapiTule, libro nI cit., cap. 9. Sobre este punto, de también

supra, Clip. 3, apartado ~.

36 Cfr. supra, cap. 2, apartado 2. n Bajo tales condiciones, es po~¡ble demostrar que- el tipo de explotación es positivo

si, y sólo si, es positivo el tipo de beneficio; y que dada la tecnología y la duraciór, de la jornada laboral el primero crece si, y sólo si, crece el segundo. Cfr. N. Okishio, A Mathe­malü:ol Note on Marxlan Theorems, «Weftwirts<:haftliches Archiv)~, XCI, 1963, págs. 287·299 (especialmenle págs. 296-297)~ L. Meldolesi, Introducción a L. van Bort~

kicwicz, op. {;it., págs. XL V/I-LU; M. MorishiOla, op. cit., pág.~. 53-55.

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160 Sraffa y la teoda de Jos precios

En este punto surge otro problema (que es, viéndolo bien, otro as­pecto dcl «problema de la transformación»): si la no proporcionalidad de los precios de producción a los valores, y la autonomía analítica de los primeros respecto a los segundos, implica el rechazo de la tcoría marxiana del valor~trabajo. Es lo que sostuvo Bohm·Bawerk a su tiem~

po y es lo que ha defendido recientemente Samuelson. Este último ha añadido, en la controversia que siguió a su artículo, que ha partido des­de un punto de vista sraffiano y no neocIásic0 38 ; Y. en efecto, su posi­ción comienza a estar bastante difundida entre los que podríamos lla­mar ultra-sraffianos3'.1. La tesis que este grupo deficnde es que la tcoría del valor-trabajo es inútil, en cuanto que todo lo que se puede demostrar con ella puede ser demostrado más rigurosamente con un sistema «sraf­fiano» de los precios de producción. Esta tesis es también una conse­cuencia implícita de la interpretación de la teoría marxiana del valor según la cual los valores~trabajo no serían sino una «primera aproxima­ciÓn» a los precios de producción: en efecto, aceptando esta interpreta­dón, para cada resultado alcanzado en base al esquema de los valores hay que demostrar que no está «distorsionado por la aproximaciófi»), es decir, hay que volver a demostrar el mismo resultado en cl ámbito de un esquema en que las relaciones de cambio estén dcterminadas correcta~

ment.e; un resultado que sólo fuera alcanzable en base al esquema de va~

lores sería abandonado. Pero, dadas estas premisas, el esquema de valo­res es inútil; mejor partir directamente con el esquema «correcto» de de­terminación de las relaciones de cambio, hoy que está disponible. La teoria del valor-trabajo no sería más que una manifestación del carácter limitado de los instrumentos de análisis de los economistas clásicos.

Siguiendo este criterio, se podría llegar, por ejemplo, a afirmar que la explotación es dcducible de la relación inversa existente entre salarios y beneficios, sin recurso a la teoría del valor-trabajo. Pues bien, sin entrar en el mérito de la validez de la tcoría marxiana de la explotación, hay que observar que ]a relación salarios-beneficios es una base insufi­ciente para «recuperan) la teoría marxiana dc la explotación. Detenerse en tal relación querría decir identificar a Marx con los «socialistas ricar~

38 P. Samuclson, Reply Of/ Marxian Mauers, Klaurnal of Economie Litcrature>l, XI, 1973, págs. 64-68 (especialmente pág. 64: «My vantage llOint was nol neoclassical. 11 was Sratlian!»).

39 Por ejemplo, L. Spavcnta ha repetido la tesis de Samuclson en la ponencia en un se­minario CNR, Roma, 1972; efr. también M. Lippi, Quesrioni re/urive al/a teoria marxiana del capilale, en B. De Finetti (preparada pOI), Requisiti per un sistema economico accetta­bile, Milán, 1973; P. Potestio, Sul/a teoria del valore marxiana, a ciclostil, Roma, 1974.

Sraffa y la teor/n de los precios 161

dianos». Estos últimos, remitiéndose a la teoría rkardiana del valor­trabajo, afirman que siendo el trabajo la única fuente del valor de cam­bio, el valor del produclo neto debe ir todo a los trabajadores; la explo­tación consistiría simplemente en que los trabajadores no reciben todo el producto de su trabajo40. La tcoría del valor-trabajo volvería a ad~

quirir así el rasgo iusnaturalista que estaba presente en sus primeros ex­positores, como Locke; la atribución a los trabajadores de todo el pro­ducto nacional neto sería un hecho de justicia -una justicia compren­dida, si no justificada, con referencia al mandamiento bíblico: «Gana~

rás el pan con el sudor de tu frente). Pero, cualquiera que sea la in­tcrpretación que se quiera dar a la teoría marxiana del valor, lo que es cierto es que Marx no pretendía hablar de explotación en sentido iusna­turalista. Para convencerse, basta leer de nuevo sus comentarios sobre los socialistas ricardianos 41 y sobre Lasalle42• o, ya en la primera fase de desarrollo de su pensamiento, sobre Proudhom y sobre Bray43.

A propósito dc los socialistas ricardianos, por ejemplo, dice, contra­poniéndolos a los clásicos de la escuela ricarcliana:

... era natural que los espíritus que se ponían de parte del prole­tariado aprovechasen la contradicción que encontraban ya pre­parada teóricamente. Vosotros decís que el trabajo es la única fuente del valor dc cambio y el único creador activo del valor de uso. Por otra parte, decis que el capital es todo y el obrero nada o una simplc parte de los costes de producción del capital. Os habéis refutado vosotros mismos. El capital no es más que una estafa al obrero. El trabajo lo es todo.

Esta es en rcalidad la última palabra de todos los escritos que defienden los intereses proletarios desde el punto dc vista ricardiano, sobre el terreno de sus mismas hipótesis. Así como Rícardo no comprende la identidad ele capital y trabajo en su sistema, estos escritores no comprenden la contradicdón que

40 Cfr., por ejemplo, T. lIodgskin, Labollr Defended against the Claims of Capital, Londres, 1825; J. Gray, Lec/ure ()J1 Human lIappiness, Londres, 1825; W. Thompson, An lnquiry ¡nto the PrincipIes of the lJisrribur(on of Ifealth most Conducive lO Human lIappiness, Londres, 1824.

41 K, Marx, Storia delfe teorie economiche cit., vol. 111, págs. 257-344. 42 K. Marx, Critica al programma di Co/ha, ed. it. preparaJa por A. 1llumimlti, Ro­

ma, 1968, págs. 31 y ss. 43 K. Marx, Miseria del/a filosofiu, traJo ¡l. de F. Rodana, Roma, 1969 (especialmen­

te, págs. 60·68).

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162 Sraffa y la teoría de los preáos

representan, por la cual los más importantes entre ellos, como por ejemplo Hodgskin, aceptan todos los presupuestos econó­micos de la producción capitalista misma como formas eter­nas, y solamente quieren cancelar el capital, que es al mismo tiempo la base y la consecuencia necesaria44

Una crítica iusnaturalista al capitalismo, es decir, una crítica basada simplemente en la constatación de la existencia de rendimientos que no son de trabajo, no es todavía una crítica externa al modo mismo de pro­ducción capitalista, que pueda comprender su carácter histórico y que pueda justificar, pues, su existencia al mismo tiempo que demuestra la necesidad de su superación.

7. En efecto, la teoría del valor-trabajo es precisamente el instru­mento que Marx utiliza para mostrar el carácter histórico y no absoluto del modo de producción capitalista: es en tal modo de producción don­de las mercancías (los bienes reproducibles) tienen valor en cuanto pro­ducidas por trabajo. Para Marx. la hipótesis de que las mercancías se in­tercambian en proporción a sus valores (según la cantidad de trabajo contenido en eitas), no es un simple presupuesto del análisis, sino un modo de representar la realidad capitalista deducible del exámen dc tal realidad:

El concepto de «valor» presupone el «intercambim> de pro~

duetos. Donde el trabajo es en común, las relaciones entre los hombres en la producción social no se representan como «va­lor» de «cosas». El intercambio de productos como mercancías es un determinado método del intercambio de trabajo, de la de­pendencia del trabajo de uno respecto al trabajo de otro, una determinada especie de trabajo social o producción social (... ). Lo característico de! trabajo basado en el intercambio privado es que el carácter sodal del trabajo se «representa» como «pro­piedad» de las cosas, y por el contrario una relación social apa­rcce como relación de las cosas entre sí (de los productos, valo~

res de uso, mercancías) (. .. ). (Bailey) transforma (...) el valor en algo absoluto, en «una propiedad de las cosas», en vez de ver en él algo relativo, la relación de las cosas con el trabajo so~

cial, con el trabajo social basado en el intercambio, en el que

44 K. Marx, Storia deJle leorie ecoflomiche cit., vo!. llI, págs. 281-282.

Sraffa y la reoría de los precios 163

las cosas no se determinan c;:,mo algo independiente, sino como simples expreslones de la producción social 45.

La tcoría del valor-trabajo de Marx no representa un intento de juz· gar el sistema capitalista refiriéndose a leyes naturales inmutables y eter­nas; por el contrario, representa el intento de explicar las caracteristicas específicas dcl sistema capitalista y mostrar, más bien, que este sis­tema tiene una «justicia» suya: el intercambio dc mercancías como equivalentes.

La esfera de circulación, o sea, del intercambio de mercancias, dentro de cuyos límites se mueven la compra y la venta de la fuerza-trabajo, era en realidad un verdadero Edén de los derechos Innatos del hombre. Aquí sólo reinan la Liber­tad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham. ¡Libertad! Puesto que comprador y vendcdor de una mercancía, por ejemplo, de la fuerza-trabajo, sólo están determinados por su libre volun­tad. Estipulan sus contratos como personas libres, jurídicamente iguales (...) ¡Igualdad! Puesto que sólo entran' en relación recíproca como poseedores de mercancias. y cam~

bian equivalente por equivalente. ¡Propiedad! Puesto que cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Eentham! Puesto que cada uno de los dos se basta a si mismo. El único poder que los pone a uno junto al otro, que los pone en relación es el de la propia utilidad, el de su provecho particular I el de sus intereses priva­dos. Y precisamente porque así cada uno se mueve sólo para si y ninguno se mueve para el otro, todos llevan a término, por una armonía preestablecida de {as cosas, o bajo los auspicios de una providencia omnisapientc, solamente la obra de su recíproco provecho, de la utilidad común. del interés generaI46.

Marx sabe muy bien, y frecuentemente se lo recucrda al Icctor,que el capitalista determina los precios de producción refiriéndose al capital anticipado en conjunto, sin distinguir entre medios e instrumentos de trabajo (las «condiciones de trabajo»") por un lado y trabajo vivo por

45 Ibídem, págs. 144-145. En este sentido, la teoría del valor-trabajo es necesaria para mostrar las rc1aciones sociales. entre hombres, que se esconden tras las relaciones entre co­sas y, por tanto, al mismo tiempo, para mostrar el «fetichismo de las mercanCÍas),

46 K. Marx, II Capitale, libro 1, cit., págs. 208-209. 47 Así las llama Marx, por ejemplo, en JI Capitale, libro 1, capitolo VI inedito, cd. it.

de n. Maffi, Florencia, 1969, pago 34.

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164 Sraffa y la teoria de los pn:cios

el otro. Con su teoría del valor-trabajo, pretende demostrar la «justicia eterna» del sistema capitalista también hacia el obrero, el proletariado; el trabajo ordenado por una cantidad dada de bienes salariales y el tra· bajo en ellos contenido son dos magnitudes distintas no porque sobre el mercado de trabajo se verifique un «intercambio desigual» en provecho del capitalista, sino porque se trata, respectivamente, del valor de cam­bio de la mercancía fuerza-trabajo y de su valor de uso. Sobre el merca­do de trabajo, la mercancia cambiada, la fuerza-trabajo, obtiene por hipótesis48 su valor de cambio: es decir, se produce un cambio entre iguales.

El trabajo empleado, latente en la fuerza-trabajo. es decir. los costes diarios de mantenimiento de la fuerza-trabajo y el dispendio diario de ésta son dos magnitudes completamente distintas. La primera determina su valor de cambio, la otra constituye su valor de uso (...) que es el de ser fuente de valor, y de más valor del que tiene ella misma. Éste es el servicio especí­fico que el capitalista espera. Yen esto procede según las eternas leyes del intercambio de mercancías. De hecho, el vendedor de la fuerza·trabajo obtiene su valor de cambio y aliena su va­lor de uso, como el vendedor de cualquier otra mercancía. No puede obtener uno sin ceder el otro. El valor de uso de la fuerza-trabajo. el trabajo mismo, no le pertenece en absoluto al vendedor de la misma, como no le pertenece al comerciante en aceites el valor de uso del aceite vendido por él. El poseedor del dinero ha pagado el valor diario de la fuerza-trabajo; por tanto. le pertenece el uso de la misma durante la jornada, el trabajo de todo un dia. La circunstancia de que el manteni·, miento diario de la fuerza-trabajo cueste sólo media jornada laboral, aunque la fuerza-trabajo pueda obrar, es decir, traba· jar, durante toda la jornada, y que el valor creado durante una jornada por el uso de la misma supere. pues, doblemente su propio valor diario, es una suerte especial para el comprador, pero no es en absoluto una injusticia hacia el vendedor49 .

46 En una carta a Engels, en el pcríodo en que Ifabajaba en las teorías que cncontrarían su sistematización definitiva en el libro 1de El capital, Marx advierte que en el estudio dcl «capilal en general» (es decir, de las caracterlsticas fundamentales dcl modo de producción capitalista) «se prcsupone quc el salario es siempre igual a su mínimo» (K. Marx·F. Engels, Carleggio, trad. it. de A. Manacorda, vol. lll, Roma, 1951, pág. 198 -carta del 2 de abril de 1858).

49 K. Mant, II Copila/e, libro 1, cit.. págs. 227-228.

Sraf/a y la teoría de los prr.cio.\· 165

El modo de producción capitalista posee, pues, su justicia interna, que, sin embargo. no es una ley natural absoluta, sino que tiene una va­lidez históricárncntc determinada. como el sistema capitalista mismo. Tal «justicia interna» del sil:itema capitalista corresponde, sin embargo, a una «injusticia» de este modo dc producción, cuando se le jU7ga desde el exterior, desde el punto de vista de una particular clase social, el pro­letariado, en cuanto que tal clase representa la potencialidad de un modo· ue producción históricamente más avanzado. La teoría marxiuna del valGr-lrabajo representa. pues. con rigor. sin concesión alguna al mora­lismo, el punto de vista de la clase obrera de la misma forma que Ricar­do, con sn esquema teórico. representa el punto de vista de los capitalis­tas en su lucha contra los propietarios de tierras; ambas posturas son in­tentos de descripciones «científicas» de la realidad. aunque renuncien a una pretensión de neutralidad que es imposible en el campo de las cien­cias sociales.

8. Vemos. pues, que el esquema de los precios dc producción de Sraffa no puede sustituír al esquema de los valores-trabajo de Marx pa­ra 10~ fines que éste se propone. Pero puede y debe sustituir al método marxiano de determinación de los precios. que es erróneo. Y todavía hay que aclarar hasta qué punto la corrección de este error lleva con~igo

modificaciones en los resultados alcanzados por Marx, relativos a la na­turaleza del modo dc producción capitalista; y todavía queda por acla­rar el significado metodológico y conceptual que la obra de Sraffa revis­te para el marxismo contemporáneo. La relación entre el análisis de Sraffa y el de Marx no se ha de estudiar, de todos modos, pretendiendo establecer entre los dos esquemas vínculos mecánicos matemáticos quizá, sino teniendo presentes los objetivos direrentes de los dos estu­diosos. El análisis de Sraffa tiene validez autónoma como análisis de un aspecto particular del sistema económico; el análisis marxiano. más general. puede ayudar a comprender el alcance y los limites de este aná­lisis parcial. En las páginas que preceden nos hemos valido varias veces de e!lte auxilio; en la medida en que ha demostrado ser eficaz, parece lícito suponer que el punto de vista desde el que se sitúa Sraffa no es muy diferente de aquel desde el que Marx afrontó la gran tarea que se había propuesto. El abandono, pues, de un planteamiento estéril como es el marginaJista no nos deja en absoluto perdidos en ~l vacío.

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APÉNDICES BIBLIOGRÁFICOS

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mic Ana(vsis, preparada por R. V. Clemence, vol. n. Addison-Wesley Press, Cambridge (Mass.), 1950, págs. 54·69; y en las Readillgs in Price Theory, preparada por G. J. Stigler y K, E. Boulding, AlIen and Unwim, Londres, 1953, págs. 180-197. El texto italiano fue publicado de nuevo en Valore, prezzi e equilibrio generalc, preparada por G. Lunghini, Il Mulino, Bolonia, 1971, págs. 121·135. Trad. francesa dc P. Maurisson, Les loi.~ des rende' ments en C01lcurrence, en "Publications de la Faculté de droit et d'économie d'Amiens", vol. 111, págs. 166·178; trad. alemana de E. Schmidt-Ranke, Die Ertragsgesetze unter Wettbewcrbsbedingllngen, en Sonderdruck au.\' Wett­bewerb und MorlOpol, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darms{ad1, 1968, páginas 14·34. The Metbuds o Fascism. The Case ofAntonio Gramsci, carta al "Manchester Guardian'" 24 ocÍllbre 1927, firmada «An Italian in England»; reimpresa en A. Gramsci, Lettere dal carcere, preparada por S. Caprioglio e E. Fubini, Einaudi, Turín, 1968 2, págs. 913·914. Tres cartas sobre la revaluación de la lira publicadas, con las respuestas de Tasca, en «S tato operaio", 1, 1927, págs. 1089-1005; reimpresi1~ bajo el título Jl vero siglllficato del/a «quota 90», en Jl capitl1lismo italiano del novecenlo, preparada por L. Villari, Laterza, Bari, 1972, págs. 180-191. A Criticism y Rejoinder, intervenciones en el simposio sobre «lncreasirlg Re­tuh.s and the Representative Firm» (D. H. H.obertson, P. Sraffa, G. H. 5ho· ve), "Economic Journal», XL, 1930, págs. 89-93; trad. it. en Economia pura, dt., págs. 617·620. An Alleged Correctiofl nf Ricardo, "Quarterly 1ouma1 of Economics». XLIV, 1930, págs. 539-544. Dr. Hayek on Money and Capital, "Economic Journal", XLII, 1<)32, pági­nas 42-53; Rejoinder, ibídem, págs. 249-251. D. Hume, An Abstract of a Treatise rm Human Nature (1740) con una Intro­ducción (págs. Y-XXXII) preparada por J. M. Keynes y P. Sraffa, Cambrid­ge University Press, Cambridge, 1938. D. Ricardo, Works and Correspolldence, preparada por P. Sraffa, vols, Y-X. 1951-1955, Y vol. XI (índices), 1973, Camhridge University Press, Cambrid· ge. Cfr. en especial la introducción a los Principies. vol. 1, págs. XlIl·I,Xll;

traducción it. parcial en "La Rivista Trimestrale». núm. 9, 1964, pági· nas 214-229: está en preparación una traducción francesa, preparada por G. FaccareIto. La edición entera de las obras de Ricardo ha sido traducida

al japonés.

Apéndices bibliográficos 169

Jv[altlms on Publfe Works, «Economic 1ouma!>', LXV, 1955. págs. 543-544 (breve nota de presentación a una carta de Malthus a Ricardo, incluida des~

pués en el vol, XI de !os Wnrks). ProdUl:tion (if Commodilies by means of Commodities. Prelude to a Critique of Economic Theory, Cambridge University Press, Cambridge, 1960 (otras ediciones: Produzione di maci a mezzo di merci. Premesse a una critica della teoria economica, Einaudi, Turín, 1960) (la ira,!. it. es del mismo Sraf· fa, con-ayuda de R. Mattioli); Producción de mercancías por medio de mercancías. Preludio a una critica de la Teoría Económica, trad. española de L. A. Royo Duque, Oikos-Tau, Barcelona, 1966; Warenproduktion mit· te/s Waren. Einleitung zu einer Kritik der 6konomüclum Theorie, prepamda por J. Behr y G. Kohlomey, trad. alemana de J. Behr, Akademie-Verla!l, Berlín, 1968; Production de marchandises par des marcha,¡dises. Préludc a la critique de la théorie écoflomique, trad. francesa de S. Latouche, Dunod, Paris 1970; se han publicado también las ediciones japonesas, polaca y che· coeslovaca. El capít\\10 6, Reductioll to dated quantities 01 labollr ha sido reimpreso en G. C. I-Iarcourt . N. F. Laillg (preparadores), Capital an Growth, Penguin Books, Harmondsworth, 1971, págs. 125-130). Production 01 Commodities. A Comment (en respuesta a una recensión de Harrod). "Ecol1omic Journal", LXXII, 1962, págs. 477-479; trad. it. de A. Pedalino en F. Botta (la preparó), JI clibattitosu Sra/fa, De Donalo, Bari, 1974, págs. 117·120. Intervenciones en la discusión de la Conferencia de Corfú sobre teoría del ca· pital organizada por la Internationai Economic Assl.1(.:iation (4-11 septiembre 1958), en F. A. Lutz·l), C. Hague (que prepararon la edición), The Theory o[ Capital, Macmillan, Nueva York, 1961, págs. 305-306 y 325. Tres cartas a P. Newman, sobre la positividad de los precios de los bienes no básicos, en apéndice a K. Bharadwaj, On the MaximulI Nllmber of Switches behveen 1'wo Production Sy.~tems, "Schweizerische Zeitschrift für Vo1kswirts· chaft und Statistk», CVI, 1970, págs. 424428. Observación enviada a Keynes el 9 de mayo de 1931, en 1. M. Keynes, Collected Writings, Macmillan. Londres, llJ73, vol. XIII, págs. 207-209.

11. BJBLIOGRAFÍA DE LOS ESCRITOS SOBRE "PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS POR MEDIO DE MERCANCíAS"

Nofa introductoria

La bibliografía que presentamos a continuación no pretende ser completa, pero constituye una base suficiente para dar una idea de la acogida dispensada a Producción de mercancías por medio de mercancfas y de su influencia en la lite· ratura económica contemporánea. Quisiera subrayar, de todos modos, que las obras citadas no constituyen una base ni suficiente ni necesaria para el estudio

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170 Apéndices bibliográficos

de la obra de Sraffa, para cuya comprensión es mucho más importante la lectura de las obras de los economistas clásicos y de Marx, de algunos trabajos más re· cientes como Il capitale nelle teorie della distribuzione de P. Garegnani (GiuHré, Milán, 1960), y de los demás escritos del mismo Sraffa (en especial el artículo de 1925 sobre las relaciones entre costes y cantidad producida, y la Introducción a las obras de Ricardo).

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Apéndices bibliográficos 171

los tres artículos precedentes; los demás capítulos del libro reproducen artículos ya publicados en varias revistas sobre argumenlos conexos).

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(::::=.

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FACULTAD DE ECONOMIA I y ADMINISTRACION