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MARIANO CARIÑENA LA ENSALADA HISTORIAS DE ANTAÑO PARA GENTES DE HOGAÑO LA FUENTE Y LA RAPOSA SERIE ROJA/ 16

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Page 1: SR 16 La ensalada historias de antaño para gentes de hogaño • La fuente y la raposa (M. Cariñena)

MARIANO CARIÑENA

LA ENSALADAHISTORIAS DE ANTAÑO

PARA GENTES DE HOGAÑO

LA FUENTE Y LA RAPOSA

S E R I E RO J A / 1 6

Page 2: SR 16 La ensalada historias de antaño para gentes de hogaño • La fuente y la raposa (M. Cariñena)

© De los prólogos: Iñaqui Juárez Montolío y Joaquín Melguizo© De los textos: Mariano Cariñena© De las ilustraciones: Mariano Cariñena

Edita: Teatro Arbolé

dirEctor dE la colEcciÓn: Esteban Villarrocha

imprimE: Sansueña Industrias Gráficas, S.A. • Río Guatizalema, 6 • 50003 Zaragoza

DepÓsito LegaL: Z-1845-2013

isbn: 978-84-935501-7-2

LA ENSALADA. HISTORIAS DE ANTAÑO PARA GENTES DE HOGAÑO • LA FUENTE Y LA RAPOSAMariano Cariñena

Primera edición diciembre 2013

TITIRILIBROS – SERIE ROJA

ilustracionEs dE portada E intEriorEs: Mariano Cariñena

portada: Escena de la representación de La ensalada en un pueblo de Aragón

Agradecemos la importante labor que Marisol Albiac ha tenido en la publicación de estas obras, así como a lo largo de la vida de Mariano Cariñena.

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LOS OJOS DE MARIANO

Quizás mi encuentro con Mariano Cariñena fue un poco tardío. Nos conocíamos desde hacía tiempo por pertenecer al mismo ecosistema del teatro zaragozano, pero nunca habíamos coincidido en casi nada o, mejor dicho, en casi ninguna parte. Creo que fue a partir de la apertura del primitivo Teatro Arbolé en la calle Ferrer i Guardia cuando empezamos a vernos. También nos movilizamos juntos en algún que otro follón teatrero. El caso es que poco a poco empezó a haber un acercamiento que terminó convirtiéndonos en amigos. Colaboramos en la comedia Tesorina que diri-gió para el fenecido Centro Dramático de Aragón y, para colmo, ambos nos dedicá-bamos con afición al cultivo del huerto y a los animales domésticos, llámense gallinas u otros bichos de corral.

Pero hubo algo que definitivamente nos unió. Una tarde, al terminar mi función de títeres de cachiporra en la barraca que, desde hace veinte años, montamos en la Plaza de los Sitios durante las fiestas del Pilar, yo asomé mi cabezón por la ventana del teatrillo para despedirme del público y algo me llamó la atención. Puedo decir, sin ánimo presuntuoso, que al terminar una función de nuestro Pelegrín y asomarte por la baranda del teatrino, ves el mundo en su mejor versión. Ves los ojos de los niños iluminados por las lágrimas contenidas de la emoción vivida, sus caras, aún tintadas del rojo de la euforia, sirven de marco a esas miradas todavía ávidas de deseo por que la función continúe. Ese mar de caritas te conmueve cada vez que lo contemplas, y en esas caras encendidas ves la alegría por la vida renovada por una simple función de muñecos. Volviendo a aquella tarde; entre todos esos rostros infantiles había uno que destacaba, su cara era la más roja, su sonrisa la más amplia, sus ojos los que más relucían, era un niño algo mayor, pero se veía que se lo había pasado, como poco,

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tan bien como los demás. Mariano siempre asistía a las funciones de cachiporra como un niño más y las disfrutaba como el que más. Luego fuimos a tomar unos vinos y conversamos sobre los géneros del teatro popular. Cuando nos despedimos, sus ojos seguían desprendiendo la misma luz que me llamó la atención al terminar la función. La misma luz que veía en ellos cada vez que algo le emocionaba, la luz de la pasión, de la ilusión, del entusiasmo por la vida y por el teatro. La luz que todos los niños tienen y que solo algunos adultos afortunados son capaces de conservar. Qué envidia.

La ensalada

El primer ingrediente que llama la atención de esta “ensalada” es su lenguaje, un muy buen lenguaje de época, como era costumbre de Mariano, que podía hacerlo pasar por un texto desempolvado, felizmente hallado, de alguna antigua biblioteca perdida. Su afición por los textos de este siglo se convirtió en verdadera erudición y conoci-miento de esa literatura; y no solo eso, sino que consiguió una verdadera maestría en la forma de hablar, en lo que hoy llamaríamos las formas de uso de la lengua en aquel tiempo. Recuerdo alguna vez, haber oído a Mariano jactarse de haber añadido pasajes a textos de época sin que nadie hubiese advertido su autoría. Y esta ensalada es buena prueba de ello.

Adereza su plato con personajes definidos, simples y directos. Lo superfluo molesta, lo que nos distancia de la esencia, entorpece el desarrollo de la trama, los adornos ocultan al personaje y, por ende, nos aleja de la claridad de la situación y del mensa-je o sentencia. Quizá sea este un texto para trabajo de escuela, pero también respon-de perfectamente al género en que se encuadra. Lo uno o lo otro o, tal vez, las dos cosas, por ello se han utilizado tanto los entremeses en clases o talleres de iniciación al teatro.

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El entremés cuenta con una trama simple, directa y tremendamente eficaz, bien tejida de una manera lineal y con situaciones que, aunque previsibles, son también de gran comicidad e ingenio. Todo lo que ocurre o se cuenta es indispensable, no le falta nada, pero tampoco le sobra. Parece como si el entremés se hubiese depurado, casi destilado en infinitas representaciones por tablados populares, y sin embargo oculta su temprana edad en una síntesis tal que se convierte en clarividencia. La gran virtud de los textos populares.

También entroncan estas formas populares de teatro, con la más pura esencia del teatro de títeres; sea por compartir un mismo sustrato de población del que se ali-mentaban titiriteros y compañías no muy completas, sea por extracción social de los mismos comediantes.

Temática simple de la que pueden extraerse mensajes o sentencias directas, que lle-vadas más allá se trasmutan en ideología, lo que es inseparable de alguien compro-metido con su tiempo. Se puede buscar el juego y la comicidad y pretender, sobre todo, divertir pero eso no está exento de transmitir mensajes comprometidos. Lo que en el siglo XVI podían ser sentencias o moralejas en el XX se convierte en ideología y ansias por cambiar el mundo. ¿Qué pasara en el XXI?

La fuente y la raposa

En la historia más o menos reciente de nuestro país, han sido varios los momentos en los que un teatro de emergencia se hizo necesario. Un teatro que palpitara al ritmo de unos tiempos convulsionados por momentos de urgencia histórica. Si los años en los que perdimos las escasas libertades democráticas, que tanto había costado ganar, fueron caldo de cultivo para un teatro de ideas, de agitación, incluso de trinchera y

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parapeto; los no tan lejanos de la recuperación democrática también produjeron una ola de creaciones dramáticas encuadradas en esos mismos parámetros de necesidad histórica. Aunque, los valores universales, a los que siempre se había apelado, son ahora complementados con las problemáticas más locales, fruto de la sobrevenida administración autonómica.

Nadie puede olvidar el clamor que en Aragón levantó todo el tema de los pretendi-dos trasvases del Ebro. La movilización fue pareja de la indignación de la sociedad. Una sociedad consciente de que si las aguas del río marchaban fuera, las seguirían gentes de aquí, siempre tan apegadas a la tierra y tan celosas del agua que las hace fructificar. Ante la reacción de la sociedad, también reaccionaron los músicos, los poetas… y los teatreros, que se convirtieron en la voz del pueblo en los escenarios.

Así, La fuente y la raposa trasmuta la vieja fábula para adaptarla a los tiempos, actua-liza su moraleja para unirla al clamor popular. Para ello la dota de un lenguaje direc-to, sin mojigaterías, los personajes no tienen nada de ambiguos, son casi maniqueos como corresponde a una necesidad apremiante de saber dónde está cada uno, todos tienen un objetivo claro desde el principio y a él se entregan. Y al pan… pan y al vino… vino. La farsa toma partido y marca las máscaras de cada uno de tal modo que no engañan a nadie, su expresión fija y grotesca los delata y los ata, no pueden ser otra cosa y se entregan a ello. El pícaro, que con su aparente inocencia y cercanía al pueblo también busca el beneficio propio, tiene papel protagónico. La farsa es farsa aunque su intención trascienda al mero divertimento, es farsa aunque se con-vierta en política, y aunque tome partido ante problemas reales y serios, sigue siendo farsa.

IñAquI JuáREZ MOntOlíO

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Estábamos intentando renovar el público, investigando en conceptos como el teatro popular basado en la dramaturgia brechtiana, que era

la base o el arranque para nuestra investigación en un método de trabajo que se movía en una concepción marxista de la historia.

Mariano Cariñena

Las dos piezas que forman este volumen, fueron escritas por Mariano Cariñena entre 1976 y 1978. No es este un dato que deba dejarse de lado, ya que coincide plena-mente con el proceso de transición política que se inició con la muerte del dictador y culminó con la aprobación de la Constitución de 1978. Legalización del PCE, primeras elecciones democráticas, Pactos de la Moncloa… Más allá de los movi-mientos que se estaban produciendo a nivel institucional para garantizar una transi-ción pacífica y en orden, en la calle existía un deseo de cambio, y desde diferentes ámbitos de la cultura se quería participar e impulsar ese proceso. Existía un alto grado de politización en la calle, en las fábricas, en las universidades, en los barrios. Las clases populares, esas a las que Mariano Cariñena dirigía su mirada, querían saber, se interesaban por la política, por la cultura, por el teatro, querían participar en esferas que les habían estado vetadas durante cuatro décadas. ¿Pero esto no era un prólogo a dos piezas teatrales? Y lo es, en efecto, pero no puede entenderse el teatro que se hace en un momento dado, sin entender el marco histórico en el que se da.

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Eso en cualquier manifestación teatral –artística y cultural en general– pero especial-mente en el teatro de Mariano Cariñena, que tenía una idea bastante definida del compromiso y la función social del teatro, que venía de jugar un importante papel en el movimiento de creación e impulso del teatro independiente con el Teatro de Cámara –con cese gubernativo de su actividad y paso por la cárcel de algunos de sus integrantes– en aquellos Festivales de Teatro Nuevo de los años sesenta, en el Festival Internacional de Teatro de San Sebastián, que fue suspendido por la protesta de los grupos constituidos en asamblea permanente, y terminó con el teatro rodeado por la policía. Es importante recordar todo esto, no solo porque sea necesario para mirar con lucidez el paso por la escena de Mariano Cariñena, sino para que quienes parti-cipan hoy en día del hecho teatral a uno y otro lado del proscenio, no olviden que el teatro es bastante más que evasión y simple entretenimiento.

Tras la prohibición del Teatro de Cámara en 1969, Mariano reaparece al frente del Teatro Estable. Corría el año 1971 y el colectivo artístico de la nueva formación era, en buena parte, continuación del que había integrado el Teatro de Cámara. Cinco años después, momento en que escribe La ensalada, el Teatro Estable ha consolidado dos líneas de trabajo: una orientada hacia grandes producciones y otra centrada en obras de pequeño formato con reparto más limitado. En la primera se realizan mon-tajes de varios textos de Peter Hacks –quien fuera discípulo de Bertolt Brecht en el Berliner Ensemble–, de Von Kleist o de Bartolomé Torres Naharro. Para la segunda, Mariano Cariñena escribió La ensalada y La fuente y la raposa, las dos obras que componen el presente volumen. Son textos que buscaban el acercamiento a un público popular y rural, muy pegados a la realidad aragonesa, que implicaban un alto grado de ruptura con el ámbito casi exclusivamente urbano en el que se había estado desarrollando hasta entonces el movimiento teatral independiente. Se trataba de salir

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a recorrer los pueblos, de llevar a sus gentes un teatro que les hablase de sus proble-mas y que, de alguna manera, les incitase a la participación. Ese era el teatro popular, y La ensalada y La fuente y la raposa herramientas para llevarlo a cabo. Son textos pensados para ser representados sobre un tabanque –el mismo que había utilizado años atrás el Teatro de Cámara para la representación de La cárcel de Sevilla, de Cervantes– montado en las plazas de los pueblos y con la cercanía del público rodeando el escenario.

El primero de ellos La ensalada. Historias de antaño para gentes de hogaño (1976) es un divertido entremés de sencillo argumento, confeccionado con ese aire realista que tenían los entremeses cervantinos, con una construcción de las frases y un habla, que podríamos definir de rústica, que nos acerca a las formas de los textos del siglo XVI, época en la que transcurre la acción del entremés: Que apestan digo. Y aún añado que las vengo goliendo desde ha dos leguas, dice Colás refiriéndose al olor que desprenden las cebollas de su compadre Blas. Sus protagonistas son personajes populares, gente del campo que trabajan mucho y cavilan más (Puto sea quien dijere que aquí no llevo sino cebollas, que ocho meses de sudores y cuitados traigo en el talego), obtienen poco y malviven vendiendo el fruto de su trabajo en el mercado. Allí se dirigen Colás y Blas, en un periplo que irá mostrando cuánta gente saca provecho de su trabajo. Teatralmente, ese proceso de explotación del trabajo campesino se materializa a tra-vés de un inteligente juego con el tamaño de los cestos que contienen las cebollas de Colás y los tomates de Blas. Son enormes los que portan sobre sus espaldas los cam-pesinos cuando se dirigen al mercado. Grandes cestos por los que reciben 9 reales del almacenero. Cuando este a su vez, vende cebollas y tomates a la verdulera, lo hace en cestos medianos de a 10 reales cada uno, y cuando esta los vende a la criada del tabernero, lo hace en cestos pequeños que cobra a 10 reales por cesto. Esa disminu-

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ción en el tamaño de los cestos hace evidente –materializa en escena– el provecho que unos y otros sacan del trabajo de los campesinos que, cuando comen una ensa-lada realizada con sus tomates y sus cebollas, han de pagar por ella 12 reales cada uno. No he de pagar más dineros por ella que me dieran a mí por el saco entero de cebo-llas, se queja Blas ante el alguacil que quiere ponerle una multa y llevarle a la cárcel por no pagar el importe pedido por la ensalada.

Hay cierto aire somarda en el relato, una bien pautada progresión y unos personajes de una elemental sencillez que encierra profundos pensamientos, como cuando Blas relata a Colás lo aprendido de su experiencia como soldado: Mas viendo la mucha miseria que hay en el mundo y las más que padecen los que de cerca sufren las guerras, torné a cavilar por ver si hallaba rastro de las gentes que puedan sacar de ellas ganancia. Y a fe que no hallé sino que no han de ser ninguno de cuantos en las batallas pelean. Pero nada hay en este mundo en que no medie el interés. De suerte que otros ha de haber que no los soldados que de las guerras saquen beneficio. Para concluir diciendo que Hagan las guerras aquellos para quienes puedan ser de provecho. Bien podría servir esto para definir La ensalada en su conjunto: un texto sencillo pero que encierra –bien a la vista, eso sí- profundos pensamientos.

La fuente y la raposa (1978) es una obra más extensa y con una estructura algo más compleja. No abandona el carácter popular, pero tiene un aire más de fábula, una intención más didáctica, sin que tenga ese carácter didáctico –aclaremos esto para los antibrechtianos– ningún tipo de connotación negativa. La pieza se abre y se cierra con un prólogo y un epílogo en los que el personaje protagonista, Marcelino, habla directamente al público. Si en La ensalada el efecto antiilusionista se lograba histori-zando el lenguaje y la acción, que eran trasladados al siglo XVI, en La fuente y la

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raposa se logra recordando a los espectadores que van a asistir, o que han asistido, a una representación. Una gran empresa multinacional logra, mediante sobornos, argucias y engaños, arrebatar el agua a un pueblo para construir una industria embo-telladora de agua mineral. Tal es la fábula de la que se extrae una clara moraleja: las grandes empresas hacen sus negocios a costa de expoliar la riqueza natural de los pueblos, y lo hacen bajo el pretexto del desarrollo y la civilización. Así se expresa, ante los labradores de Cigüela, la Dra. López, directora del gabinete técnico de la Búrdel Company: ¿Qué porvenir les espera metidos aquí, en este rincón olvidado del mundo? ¿No tienen ambiciones? ¿No aspiran a un futuro mejor para sus hijos? ¿Están dispuestos a condenarlos, de por vida, a ser pobres campesinos? ¿A vivir lejos de la civili-zación, del progreso, de la seguridad y las comodidades de la vida moderna? Vecinos de Cigüela, la ciudad os espera. ¿Por qué no seguís el ejemplo de tantos y tantos hombres, que ayer eran como vosotros y hoy son ya miembros de una sociedad dinámica y en desarrollo? Os lo diré: porque tenéis miedo; miedo a lo que no conocéis, miedo a no ser admitidos en esa sociedad. Pues bien, esa empresa que creéis enemiga vuestra, os abre de par en par las puertas de la gran ciudad. De forma clara y directa, La fuente y la raposa es un alega-to en defensa de la tierra, de los pueblos y de sus gentes. Y por si no quedase sufi-cientemente explícito a lo largo de la fábula, Marcelino se encarga de despejar cual-quier tipo de duda sobre la intención de la pieza en el epílogo que cierra la obra: Les hemos contado esta historia, pensando en los hombres sacados de sus casas y de su tierra. Pensando en los hombres trasplantados del campo a la ciudad. En los hombres desarrai-gados, inadaptados, explotados por intereses ajenos. La hemos contado, pensando en los hombres que no han sido consultados sobre el sacrificio de sus pueblos. Pensando en los hombres a quienes se ha negado la opinión sobre el expolio de sus regiones. En los hombres que no han tenido voz para evitar la explotación de su país. Hemos contado esta historia, pensando en los hombres que no son dueños de su propio destino.

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La ensalada y La fuente y la raposa son un ejemplo de teatro de urgencia, un teatro pegado a la tierra y a su gente, un teatro que quiere intervenir en la vida social y política del momento, un teatro que se reivindica a sí mismo involucrándose con los problemas del pueblo llano, de las clases trabajadoras, reconociéndose como político y comprometido, eso que tanto escandaliza a parte de la intelectualidad. En efecto, el teatro es un acto político, desde su nacimiento en el ámbito de la polis griega como parte de la vida ciudadana y jugando una incuestionable función en la educación democrática, naturaleza que ha ido conservando a través de los siglos. El teatro es un espacio de encuentro de la sociedad consigo misma, que tiene que movilizar concien-cias, crear debate y despertar sentido crítico. El teatro que Mariano Cariñena pensó y realizó en estas dos piezas, se reclama partícipe e integrante de esa forma de enten-der el hecho teatral.

JOAquín MElguIZO

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LA ENSALADAHISTORIAS DE ANTAÑO

PARA GENTES DE HOGAÑO

d e

MARIAnO CARIñEnA

Diseño de escenografía por el autor

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ENTREMÉS DE “LA ENSALADA”,

MUY GRACIOSO.

NUEVAMENTE COMPUESTO

POR EL BACHILLER

MARIANO CARIÑENA

Ensayada en 1976 en los sótanos del hasta ahora no rehabilitado Teatro Fleta

INTRODÚCENSE EN ÉL LOS PERSONAJES SIGUIENTES:

BLAS, labrador

COLÁS, labrador

ALGUACIL

ALMACENERO

VERDULERA

FRANCISCA, criada

y

PÍCARO, que no habla

La acción transcurre en el siglo XVI

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ESCENA I

(Cruce de dos caminos. Entra por uno de ellos Blas, cargado con un enorme saco.)

Blas A fe mía, que no existe carga más llevadera ni más grata a las cos-tillas del labrador que el peso de su cosecha. Porque lo que está en el saco, en el saco está. Y bueno es ver el fruto seguro después de tantos trabajos y sudores.

Puto sea quien dijere que aquí no llevo sino cebollas, que ocho meses de sudores y cuitados traigo en el talego. Pero por más que el camino es largo hasta el mercado, con gusto se soporta la fatiga que da remate a la faena. Aunque en este condenado oficio en jamás se ve el final del tajo. Donde ayer tocaron a labrar repican hoy a extender el fiemo y, así no te sirva de diversión, habrás de sembrar mañana. Dejas la dalla y coges el azadón. O tiras de hor-ca o de pico y pala. Con razón dicen las gentes de la ciudad que no hay cosa más sana que el campo, pues tengo por cierto que si encima de traer tantas faenas fuera malsano, ni el más burro de los cristianos había de aguantar picando de sol a sol.

Colás (Entra llevando a las espaldas un enorme cesto.) ¿Dónde vais sin talego, compadre?

Blas ¡Rediós! Hete aquí un cesto que habla solo y aun camina. No se diría sino que alguno viene escondido debajo. Por mi vida, com-padre, que, de no haber oído voces, que no os viera. Cargado venís.

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Colás A placer. Y así más cargado viniera, que de regreso más habría de pesar la bolsa de los dineros.

Blas ¿Vais por ventura al mercado?

Colás ¿Qué no veis que ando paseando a los tomates porque no se abu-rran? Pero demos mejor descanso a la carga y echemos entretanto nosotros un respiro. (Descargan ambos.) Apuesto a que traéis mer-cancía de cebollas.

Blas Eso traigo.

Colás Bien se nota, por la mucha pestilencia.

Blas ¿Decís que apestan mis cebollas?

Colás Que apestan digo. Y aun añado que las vengo goliendo desde ha dos leguas.

Blas Mirad de sonaros las narices, que bien pudiera ser que la mala olor no os venga sino de los propios mocos. Y a fe mía que andáis mal del olfato, que de goler mejor ya sabríais que traéis el género podrido.

Colás ¿Podridos mis tomates?

Blas Y aun repodridos. Replegadizos del suelo digo que son.

Colás Si vos emprendo a tomatazos vais a catar si son podridos mis tomates. (Le amenaza con uno.)

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Blas A mano tengo las cebollas. (Le amenaza con una.)

Colás No se ha hecho este fruto para vuestros morros. Ojalá llevara peo-res tomates, que habíais de usarlos por sombrero.

Blas Pronto os rajáis, compadre. Y no hallo motivo. Que apuesto que tenéis la cabeza más dura que mis cebollas.

Colás Fácil fuera. Que es bien cierto que han de estar grilladas. Mas la cabeza, sabed que la tenéis harto más dura que la mía. Y agora mismo tengo de probarlo. ¿Consideráis que estamos en disputa?

Blas Lo estamos.

Colás Mas, ¿quiénes?

Blas Pues los dos.

Colás O sea que nosotros estamos en disputa.

Blas Eso es.

Colás Mas no los tomates ni las cebollas.

Blas No, esos no.

Colás Dejemos pues en paz y gracia de Dios a las hortalizas, que no tienen culpa alguna ni causa de disputa, y que además valen dine-ros; y disputemos nosotros como manda el Señor y sin perjuicio para mis tomates.

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Blas Ni para mis cebollas.

Colás Y agora compadre, decidme a la cara aquello de que tengo la mollera dura.

Blas Dura la tenéis. Y aun añado que hasta más dura que un puerco.

Colás Pues vos, más que una mula.

Blas Pues vos, más que una piedra de molino.

Colás Pues vos, más que un yunque.

Blas A que os sacudo.

Colás ¿Vos a mí?

Blas Sí, yo.

Colás No osaréis.

Blas Agora habéis de verlo. (Se agarran y ruedan ambos por el suelo. En -tra un pícaro y les roba los hatos del almuerzo.)

Colás ¡Soltad, rediós, que nos roban el almuerzo!

Blas ¡La madre que lo parió! (Salen los dos corriendo tras el ladrón.)

Colás (Dentro.) ¡Que se escapa! ¡Tiradle un cantazo!

Blas ¡Sus, al ladrón!

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(Entran cabizbajos los despojados.)

Colás ¡Mala landre se coma al hideputa que nos robó!

Blas ¡Vaya a los infiernos en compaña de toda su parentela! Por mi vida, que tan pronto me he visto sin almuerzo que ya se me despiertan las hambres.

Colás ¡Un pollo tan tiernecico como traía en la cazuela!

Blas ¡Adiós mis pichones escabechados!

Colás ¡Así se le tornen las judías ponzoña dentro de las tripas al muy bribón!

Blas ¡Así mis garbanzos se le vuelvan vinagre!

Colás ¿Cuáles garbanzos, compadre? Pero, ¿no eran pichones el almuerzo que traíais?

Blas Tan pichones como pollicos las judías de vuestro guiso.

Colás Henos aquí a los dos con las tripas vacías por toda la jornada.

Blas No me mentéis las tripas, que ya se me hacen agujeros.

Colás ¡Y todo por culpa de las jodidas cebollas!

Blas No empecemos. Que si se lía otra disputa, me veo que nos roban el cesto y el costal.

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Colás Malas son las pendencias entre compadres. Mejor arreemos con la carga cara al mercado, que en habiendo dineros no ha de faltar almuerzo.

Blas Bien decís. (Cargan ambos y se ponen en camino.)

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ESCENA II

(Entra un alguacil.)

Alguacil ¡Dónde vais tan ligeros?

Blas Dios guarde a vuesa merced. Al mercado vamos.

Alguacil Y harto cargados. ¿Qué cosa traes en ese costal?

Blas Nada, sino cebollas. Y juro que no son salidas de robo o latrocinio, sino de la tierra y de trabajo honrado.

Colás Pues estos, tomates son. Y lo mismo digo.

Alguacil Bueno es topar con gentes honradas como parecéis. ¿Habéis paga-do el impuesto?

Blas y Colás ¿Cuál empuesto?

Alguacil El que yo cobro en nombre y representación de la Villa. Habéis de saber que no es permitido entrar en ella con cosa mercancía alguna sin antes pagar el impuesto. Por ende habréis de pagar agora y aquí mismo por cebollas y tomates.

Colás ¿Dice vuesa merced que yo haya de pagar por mis tomates?

Blas ¿Y yo por estas cebollas que mías son?

Alguacil Digo que si no pagáis, que de aquí no habéis de pasar.

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Blas ¿Y cómo ha de ser que yo haya de pagar por unas cebollas cuando las tales no son sino mías?

Colás ¿Acaso no son ya míos mis tomates?

Alguacil Pagaréis, pues que queréis vender la mercancía.

Blas Disculpe vuesa merced, pero, según mis entendederas, en el trato quien ha de pagar no es sino quien compra. Y a fe mía que así está bien dispuesto, que de otro modo nadie vendiera.

Alguacil Bien se os parece que sois ignorantes. Digo que ya cobraréis en el mercado, mas aquí habéis de pagar. El comercio tiene impuesto. Y es bien justo, pues de algún bolsillo ha de sacar la villa los dineros con que pagar sus gastos.

Colás Bien me place. Pero yo me digo: ¿qué se me da a mí en ese nego-cio?

Alguacil Quien vende saca beneficios. Y el que en esta villa vende es de la villa de donde los saca.

Colás Pues yo no he de sacar dineros sino de mis tomates.

Alguacil Mas ha de pagarlos la villa.

Colás No, sino el almacenero.

Alguacil Pues por eso paga el almacenero impuesto.

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Blas A fe mía que eso está en razón. Pero tocante a mis cebollas… si, como dice vuesa merced, las paga la villa, o el almacenero o quien-quiera que sea, será porque han menester de mis cebollas. Conque nadie me hace merced con dejarme venderlas. Y yo me digo: ¿qué gano yo con pagar el impuesto?

Alguacil Eso, dígalo el Alcalde.

Colás Pues yo por mis tomates no he de pagar.

Blas Ni yo por mis cebollas.

Alguacil Malhaya yo de haber topado con gentes ignorantes como vosotros. Que no sois sino una pareja de rústicos, zafios y brutos, en todo semejantes a los burros. Por mi vida que si no pagáis agora mismo, ya podéis empezar a desandar lo andado. Y os juro que si meneo la vara, habéis de partir al trote.

Blas Sosiéguese vuesa merced, mi señor alguacil, que antes de veros enojado comiérame yo aquí mismo todas las cebollas y aun el talego, así me anduvieran repitiendo hasta la Cuaresma.

Colás Pues yo tragárame con gusto los tomates, si ello había de compla-cer a vuesa merced. ¡Ea!, sepamos a cuánto monta ese empuesto que decís, que por cuatro cuartos no he de quedar yo por tacaño.

Alguacil Pues que veo que la razón os ha vuelto a la mollera dejaré la vara quieta. Y a fe que he de trataros como a buenos cristianos que sois. ¿Cuántos tomates llevas tú en el cesto?

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Colás Si así parece al señor alguacil, yo digo que ha de haber como dos arrobas.

Alguacil ¿Doce arrobas dices?

Colás No, sino dos.

Alguacil Pues yo digo que hay al menos ocho.

Colás Ocho quise decir que había.

Alguacil Mas por usar de mentira con la autoridad, con malicia e intención de engaño, agora pagarás por doce.

Colás Considere vuesa merced que no estaba en mi ánimo mentir a vue-sa merced. Que de primeras me engañó el bulto que hacen los tomates. Y digo que como los más están podridos y los otros comi-dos de gusanos, por eso anda más menguado el peso que no parece.

Alguacil Bueno es que sepas que aquí sobran disculpas y apelaciones. Un real pagarás.

Colás ¿Un real? ¡Lléveme el diablo si han de valerlo mis tomates en el mercado! Arruinado me veo y sin dineros. (Paga su real.)

Alguacil Y tú, buen hombre, ¿por cuántas tienes las cebollas que traes en el talego?

Blas No seré yo tan osado que diga mentira a mi señor alguacil. Diez arrobas traigo.

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Alguacil Honrado me parecéis. Mas porque no seáis menos que vuestro compadre y le deis ejemplo, yo mando que paguéis por doce. Daca pues otro real y que tengáis entrambos buena venta. (Paga Blas.)

Blas y Colás Dios guarde a vuesa merced. (Vase el alguacil.)

Blas ¡Que el diablo se lleve al muy canalla! Por más ladrón lo tengo que al que robó los almuerzos. (Carga su saco.)

Colás Bien habló el compadre. Ladrón y reladrón ha de ser el tal alguacil hasta el día que reviente. (Carga su cesto.) ¡Ea! aviemos y lleguémo-nos al mercado de buena gana, por ver si allá ponemos remedio a tanta pesadumbre como hemos venido hallando en el camino.

Blas Cara se nos puso ya la mercancía.

Colás Más me duele el real que no el almuerzo.

Blas ¡Malhayan los alguaciles que andan sacando los dineros a las gen-tes honradas! De más provecho fuera que hicieran su oficio corriendo tras los ladrones de almuerzos.

Colás Bien decís. Que cuando se presenta la ocasión de robo no se encuentra alguacil en diez leguas a la redonda.

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ESCENA III

(Vienen ambos labradores de camino y cargados como antes.)

Blas Largo se hace el camino.

Colás Y pesada la carga. Hagamos merced a las costillas de lo que de--mandan, que aún anda lejos el mercado.

Blas Bien les place a las mías. (Descargan ambos.) Mal día llevamos, compadre.

Colás Malo. Y mal año.

Blas Y peor que se prepara, que en mucho madrugaron las calores y las lluvias no se arriman.

Colás No se diría sino que las aguas andan a pleitos con esta tierra.

Blas Mala es la sed de los campos para las hambres del labrador.

Colás Bien decís, compadre, que más fatigas trae el mirar al cielo y ver cómo escapan las nubes que no el cavar la tierra. Ganas me entran a las veces de mudar de oficio.

Blas Bueno fuera. Y a fe que yo mismo había de hacerlo de no mediar los temores a mudar a peor.

Colás ¿Qué diríais, compadre, si yo abandonase la azada y me fuera…¡soldado!?

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Blas ¡Rediós! No dijera otra cosa sino que los sesos se os tornaron agua. No me mentéis la milicia, que habéis topado con quien harto sabe de ella. Y digo que en cuatro meses que anduve con la tropa, no hallé otra ganancia sino el aprender que no hay peor oficio que el de soldado.

Colás Poca apariencia guardáis de haberlo sido. Que todos cuantos hasta agora he visto gozan de más arrogancia y apostura.

Blas ¡En rara ocasión los visteis! Que de verlos después de una batalla no vierais otra cosa que mancos, cojos y aun descalabrados, por no mentar a los muertos. Y os juro, compadre, que si los que regresan con la mierda en los calzones son los menos, ello acontece porque los más pelearon con las tripas vacías.

Colás Mal pintáis el negocio de la guerra. Mas sabed que si vos habéis flojos los intestinos, hombres hay que han de saber cagar duro en peores ocasiones. Y aquí tenéis uno de ellos. Y digo que así me viera con las tripas en las manos…

Blas Yo os diré lo que haríais, que de ello traje experiencia, aunque ajena. Veréis. Andaba yo a la ocasión haciéndome el muerto, que es la mejor cosa que cabe hacer así que comienza la batalla, y como los soldados no usan de temor de Dios y no hallan inconveniente en pisar a los difuntos, cuando andan metidos en prisas, sentíame yo más magullado que los más de los muertos verdaderos. De modo que busqué cobijo en una zanja. Y luego de haberme aco-

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modado en ella, torné a usar de esta mueca que veis, y que había yo copiado del natural para tales ocasiones. (Hace Blas la mueca de muerto.)

Colás ¡Por mi vida, compadre, que muerto parecéis y bien muerto!

Blas Conque en estas estaba, cuando me cae desde lo alto un sujeto como de ocho arrobas, y viene a darme con su cabeza en esta par-te. (Llévase ambas manos al bajo vientre.) De suerte que yo perdí el aliento y no podía hallarlo en sitio alguno. (Contiene la respiración hasta ponerse rojo.)

Colás No habléis tan a lo vivo, ni pongáis tanto el alma en el relato, que, de no alentar, mal podréis seguir vuestro discurso.

Blas Pues ya respiro. Y agora digo que ya andaba yo a la sazón medio ahogado, cuando quiso mi suerte que se pusieran en pie las ocho arrobas de soldado que me aplastaban. De suerte que, así que hube recobrado el aliento, luego vi que no era enemigo el que tan a punto había estado de darme muerte. Y con ello ganose mi con-fianza. Mas como no parecía sino que no me hubiese visto, pues que me daba las espaldas, y no teniendo yo por prudente que asomara por fuera de la zanja como lo hacía, tuve por bueno de darle mi consejo: “Eh, compadre, –le dije– mirad de agachar la cabeza como manda Dios, porque no os descubran. O mejor, acostaos a mi vera, que yo os enseñaré a poner cara de muerto, y esperemos luego entrambos a que acaben ahí fuera su pendencia”.

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Eso le dije. Mas al tiempo que yo le hablaba, íbase él dándose vuelta, con lo que luego pude verlo de cara y hallar nuevo tema de conversación. De modo que, habiendo visto lo que vi, le hablé de esta guisa: “No quisiera asustaros compadre, pero miraos bien lo que os sale por bajo de la camisa, que, para mí, que tripas son”. Así que, oído que hubo mis palabras, alzose el sujeto los faldones, y dando por buena mi conjetura y viendo que perdía el mondongo, al punto le entraron las priesas de volverlo a su puesto. Mas tan luego como se puso a la faena, viose que no era diestro cirujano; pues que por cada vara de intestino que lograba meter por el agu-jero, salíansele tres, de suerte que pronto acabó enredado entre las propias tripas, como gato con madeja. Y al verse en tal apuro, arreciáronle los dolores, con lo que dio en jurar y revolcarse. Y metido ya en la faena de echar el alma del cuerpo, rasgábase el desgraciado las tripas con ambas manos y vaciábase a puñados la sangre, por acortar su agonía. Mas, demorábase la muerte en su opinión más que no era menester. Y así decidió demandar mi ayuda: “Rematadme, compadre, –dijo– degolladme porque muera de una vez, si sois cristiano”. Púsele pues la espada al cuello. Mas, nunca había yo matado a persona humana y entráronme los escrú-pulos. De modo que no hallaba yo manera de hacer lo que me era demandado. Y en ese compromiso andaba cuando, agarrando la hoja con ambas manos, prestome él a su vez ayuda y atravesose la garganta, con lo que dieron remate mis cuidados y sus penas. Y allí lo tuve por compaña hasta el fin de la jornada. Y teniendo yo por bien llegadas las paces, salí luego de la zanja. Y en cuanto abarcaba

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la vista no hallé sino muertos y buitres que de ellos comían. Así que agora os digo que, cuando oí que se había ganado en la batalla, me puse a pensar en todos los muertos que viera de uno y otro bando y en los muchos lisiados, con lo que luego supe quiénes habían perdido. Mas viendo la mucha miseria que hay en el mun-do y la más que padecen los que de cerca sufren las guerras, torné a cavilar por ver si hallaba rastro de las gentes que puedan sacar de ellas ganancia. Y a fe que no hallé sino que no han de ser ninguno de cuantos en las batallas pelean. Pero nada hay en este mundo en que no medie el interés. De suerte que otros ha de haber que no los soldados que de las guerras saquen beneficio. De modo que luego de mucho darle al magín me dije: “¿Qué se te ha perdido a ti en este negocio, del que no sacas sino miedos y aun riesgo de perder el pellejo? Hagan las guerras aquellos para quienes puedan ser de provecho”. Y así, compadre, torné en buen hora a mi vida de paisano.

Colás Razón tuvisteis, a fe mía. Y no miento cuando digo que bueno es hallar escarmiento en cabeza ajena, como vos lo hallasteis. Por sabio tengo vuestro consejo. Soldado no seré. Mas, decidme: ¿Qué otra cosa puede hacer un labrador, en los tiempos que andamos, cuando no cosecha sino hambres?

Blas Nada. Como no fuera marchar a la ciudad y buscar en ella un amo a quien servir.

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Colás ¡Rediós! Por tan malo tengo vuestro consejo como lo tuve antes por bueno. Que el oficio que decís ya lo probaron mis costillas, y aun salieron hartas de él. Criado fui de un molinero. Y digo que nunca me vi con más trigo en las espaldas, ni con menos pan en las tripas. Mal negocio es sudar por otro. Que si duro es mantener la propia familia, peor es alimentar de añadido la casa ajena. Molía yo veinte sacos de grano y la molienda de los veinte cobraba el molinero. Mas pagábame luego a mí por uno. Conque un día me puse a cavilar: Descargo yo los sacos y métolos dentro, muelo el grano y cierno la harina, la torno a ensacar y cárgola en el carro. Y en todo ello no hallo otra ayuda sino la del agua que mueve la muela. Paréceme pues que la molienda el agua y yo la hacemos. Y aun digo que está en razón que el agua nada cobre, pues que no tiene tripas que llenar, mas yo no gozo de ese privilegio sino del de tener a mi cargo otras a más de las mías. Y si llevo yo una parte del cobro y diez y nueve lleva el amo, o saco harto menos que me corresponde o paga la molienda el labrador en más que vale. Así que pensado que hube todo esto, luego fuime para el amo y le hablé de esta suerte: “Búsquese vuesa merced otro que le gane su pan, que yo ya eché mis cuentas y no me salen cabales. Y digo que así no encuentre criado en un año y el que venga. Que bueno será que un tiempo lo sea de sí mismo, por ver si así aprende en sus costillas lo que cuesta la molienda”. Así le dije. Y volví con ello y en buen hora a labrar la tierra, que menos pesa el hambre cuando no se sirve a otro amo que a uno mismo.

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Blas Bien decís. Y a fe mía que si larga es la fatiga y corto el beneficio del labrador, ha de haber mejor remedio a nuestros males que no el de salir del lugar que nos vio nacer. Y pues que tengo por cierto que nuestro trabajo es de provecho para las demás gentes, no hallo causa para aprender otro oficio que el que ya aprendimos.

Colás Justo fuera lo que decís si al provecho de los otros viniera a añadir-se el nuestro.

Blas Razón tenéis, compadre. Y digo de mi cuenta que todo trabajo honrado debiera dar sus frutos.

Colás En mucho ha de cambiar el mundo para que así sea. Ea, basta ya de holganza, que platicando no se hace el camino.

Blas Andémoslo pues. (Cargan y siguen su camino.)

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ESCENA IV

(Mientras caminaban se ha colocado un tenderete de almacén.)

Almacenero ¿Qué traéis ahí?

Colás Tomates son.

Almacenero ¡Mala landre se los coma! Se diría que los campos no crían sino tomates. Colmado de ellos tengo el almacén. ¿Hay mayor desgra-cia que ver cómo se pudren en los montones? La mitad de los que tengo han de ser para los puercos. En mala ocasión me venís con tomates.

Colás Mire vuesa merced que estos son de los mejores.

Almacenero Peores tomates nunca se han visto.

Colás Pues que de ellos hacéis menosprecio, otro habrá que los compre. (Carga.)

Almacenero No hay otro almacenero en esta villa. Suerte habéis tenido topan-do conmigo, que soy comerciante compasivo y ajeno a la avaricia. Ocho reales os doy.

Colás Doce digo que valen.

Almacenero Tomad diez y daos por contento. (Paga.) Mas hacedme la merced de llevármelos dentro, que tengo el mozo enfermo. (Carga Colás los tomates y entra dentro. Sale luego con el cesto.) ¿Y vos, qué me traéis? ¿No serán más tomates?

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Blas No señor, que son cebollas.

Almacenero ¿Cebollas decís? Sabed que si de algo ando más sobrado que de tomates es de lo que traéis en el costal. Cebollas no compro.

Blas ¿No dijo vuesa merced que no tenía sino tomates?

Almacenero ¿Veis acaso cebollas en este puesto?

Blas A fe mía que no las veo.

Almacenero Pues deciros he por qué. En esta villa nadie compra cebollas, que ya están hartos de ellas. Y aunque tengo el almacén lleno, ni aun trato de sacarlas a la venta. En mal día me traéis cebollas.

Blas Diga pues vuesa merced para qué hortalizas es bueno el día.

Almacenero ¿Acaso traéis otra cosa en el fondo del saco?

Blas No señor.

Almacenero Pues entonces, tanto se os da de saber cuáles sean las buenas hor-talizas. Mas porque veáis que trato por igual a todos los hombres honrados y que no tengo por justo que regreséis con la carga a las costillas hasta la tierra de que venís, dad acá las cebollas y tomad otros diez reales.

(Toma el dinero Blas, lleva dentro las cebollas y aléjanse luego los compadres del alma-cén.)

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Blas A fe mía que hay otros ladrones que no los de almuerzos.

Colás Y otros que no los de empuestos. Con nueve reales hemos de vol- ver a casa.

Blas Aún son muchos los que decís, que antes habrá que descontar los dos almuerzos.

Colás ¿Cuáles dos?

Blas El que voló y el otro, que no es sino el que pienso comerme agora.

Colás Vayamos presto a la posada, que ya el hambre me apura.

Blas ¡Al mal tiempo buena cara!

(Salen los dos.)

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ESCENA V

(Se acerca la verdulera con dos cestos medianos.)

Almacenero Dios os guarde mi señora verdulera.

Verdulera Guarde también a vuesa merced.

Almacenero Decid pues en qué manera puedo serviros.

Verdulera A por género vengo para mi puesto.

Almacenero Podéis disponer de cuanto tengo y al mejor precio.

Verdulera Una cesta de tomates quisiera y otra de cebollas.

Almacenero En mala ocasión venís señora mía, que ambas cosas andan escasas. A cualquier otra persona le habría de decir que tomates no tengo y que de cebollas ya no quedan. Pero tratándose de cliente de tanta estimación, veré de complacer a vuesa merced, que siempre tengo en reserva para estos compromisos.

Verdulera ¿Y a qué precio son?

Almacenero Por ser para mi señora verdulera no os cobraré sino diez reales por cada cesta.

Verdulera ¿Diez reales por cestas tan pequeñas?

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Almacenero Y aun os juro que nada gano en esta venta, como no sea el placer de serviros. Sabed que tomates y cebollas andan tan escasos, que no mentiría si dijera que no hay en toda la comarca otros que los que yo guardo. ¡Malhayan esos condenados labradores! Cuando los frutos escasean, luego abusan de la necesidad de las gentes honradas. Y si no les pagas el precio que demandan son capaces de comerse la cosecha de una sentada. Más me costó la mercancía que lo que os cobro por ella.

Verdulera Si tal es el precio, mal podré yo comer de lo que gane en este negocio. Que tendré que vender más barato que compro, o juro que se me han de pudrir las dos cestas.

Almacenero A todos nos toca perder cuando vienen mal las cosas. Bien sabe vuesa merced que así es el comercio.

Verdulera No las compro sino en interés de mi clientela. (Paga.)

Almacenero Otro día nos tocará ganar.

Verdulera Dios os oiga, señor almacenero. Dad acá esas cestas.

Almacenero No haré tal. Agora mismo os las mando con el mozo, que no he de consentir que vaya cargada persona de tanta alcurnia como vuesa merced.

Verdulera Quedad con Dios.

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Almacenero Que él os acompañe. Y ya sabe mi señora verdulera que hasta la tarde le guardo el género que me queda, por si de ello hubiera menester vuesa merced.

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ESCENA VI

(Puesto de la verdulera. Llega Francisca con una cesta pequeña.)

Francisca Aquí me manda mi amo el señor posadero con esta cesta para que me la llenéis de tomates y cebollas.

Verdulera Dile a tu señor amo que yo se los guardaba. Y que a nadie he que-rido venderlos, pues no hay otros tomates ni cebollas sino estos en toda la villa.

Francisca ¿Pues qué? ¿Ha caído pedrisco para que escaseen frutos tan comu-nes? Mire de que sean buenos que tenemos a almorzar gentes de mucho miramiento y distinción.

Verdulera Escogidos son los frutos.

Francisca ¿Y quién fue el necio que los escogió?

Verdulera No fue necio, sino que yo misma lo hice.

Francisca Pues si la intención fue de escoger lo peor, bien supisteis hacerlo.

Verdulera ¿Había yo de malservir a mi señor el posadero? Una a una limpié las cebollas con un paño y saqué lustre a los tomates.

Francisca Cóbrese vuesa merced, que no vengo de palique.

Verdulera ¿Diez reales me das? Con ellos no pagas sino los tomates. Daca otros tantos por las cebollas.

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Francisca En mucho ha subido el precio desde ayer.

Verdulera Más que no te piensas, que dos reales pierdo en la cesta.

Francisca Si tal fuera no medrara vuesa merced como dicen que medra.

Verdulera ¡Habráse oído tamaño disparate! Así medrara yo la mitad que medra tu amo. Arruinada me veo por los abusos del almacenero. Suerte tienes de venir a comprar a verdulera tan dada a la largueza y aun tan amante de ser pobre. Daca esos diez reales antes que me arrepienta de los cuatro que pierdo.

Francisca Mejor fuera si me da recibo, vuesa merced. Que el amo no se fía ni de su sombra, y menos fía de criadas. Y malo fuera que tome la subida por sisa. Sin recibo no entro en casa, que no gusto de verme deslomada.

Verdulera Ten acá y daca luego. (Le da el recibo y cobra.) Quedo al servicio de tu amo.

Francisca Guárdeos Dios. (Sale.)

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ESCENA VII

(Posada. Blas y Colás sentados a una mesa. Francisca se acerca a servir.)

Francisca ¡Qué mandan los señores?

Blas (A Colás.) ¡Rediós, señores dice!

Colás (A Blas.) Bueno es esto de sentarse en posada pues que así nos llama.

Blas (A Colás.) Y buena es la moza a fe mía.

Colás (A Blas.) De todo tiene más que es menester.

Francisca Digo y repito que si los señores mandan algo.

Blas Almuerzo queremos.

Colás Y hasta invitar a una moza.

Francisca Yo estoy aquí para servir a los señores clientes, que no para invita-da. Digan en buena hora lo que desean, que no parece sino que no trajeran hambre.

Blas Hambre no falta, ni tampoco sed. Daca unos buenos garbanzos.

Colás Y a mí una escudilla de judías.

Francisca Excusen vuesas mercedes, pero judías no hay, ni garbanzos, que no hay sino ensalada.

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Blas ¿Cuál ensalada?

Francisca Tomate con cebolla.

Blas Será cebolla con tomate. Que primero se ha de mentar lo de más privilegio.

Colás Bien dijo pues la moza, que antes es el tomate.

Blas La cebolla.

Colás No, sino el tomate.

Francisca Discutan luego sus mercedes. Mas digan antes si he de sacar o no la ensalada.

Blas Sácala pues. (Vase la moza.)

Colás ¿No ves que nos toman por señores? En posada no se disputa, que luego os toman por rústico y han de trataros como a burro.

Blas No han de tomar por rústico sino a vos. Que yo no disputara de no faltarles vos a las cebollas.

Francisca (Llegando.) Aquí traigo ensalada, pan y vino. (Vase.)

Colás A fe mía, que este tomate que lo conozco y que no es sino de mi huerto.

Blas Pues de aquesta cebolla digo lo mismo.

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Colás Menguada ración nos pusieron, que o yo no sé contar o tocamos a tomate y cebolla por cabeza.

Blas Se ve que no es distinguido el mucho comer.

Colás Agora digo que no es tan mala la cebolla para ser de vuestro hortal.

Blas Y el tomate, yo digo que pese a vos se deja comer.

Colás Buena está la ensalada.

Blas Buena. Quién le iba a decir a mi cebolla que, después de tanto viajar, había de caer en mis tripas.

Colás De seguro que tampoco mi tomate hubiera osado jurarlo.

Blas Acá se acabó la comida, y yo más hambre tengo.

Colás Más ensalada comiera yo.

Blas Pidamos pues otra.

Colás Y si se nos conoce por el mucho comer que somos…

Blas ¡Rediós! ¿Y qué se nos da de ello, compadre? ¿No somos acaso rústicos? Pues trátennos de señores o como mejor les plazca, que yo como rústico he de comer.

Colás Razón tenéis. Mas antes fuera prudente pedir la cuenta. No sea que nos excedamos en el gasto. Mejor preguntamos y luego en sabiendo el precio nada nos impide de repetir.

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Blas Hagamos como decís, que no hay que fiarse de posaderos. ¡Eh patrón!

Posadero Manden vuesas mercedes.

Blas No mandamos, sino que demandamos la cuenta.

Posadero Con el pan y el vino… doce reales cada uno.

Colás ¡Doce reales decís? No he de pagarlos por un tomate de mi huerto.

Blas Ni yo por mi cebolla.

Posadero ¡Vaya que si habéis de pagar!

Colás Digo que el tomate que he comido mío es, y que cien como él no valen un real.

Blas Pues yo salgo por testigo de mis cebollas.

Posadero Sin pagar no habéis de salir por esa puerta.

Blas Yo no digo que no haya de pagar, sino que he de pagar lo justo. Daos por pagado con un real, por las dos ensaladas, el vino y el pan y todo lo demás, y aún digo que es caro el precio.

Posadero ¡Rufianes, villanos, ladrones!

Blas Ladrón sea vuesa merced.

Posadero A pagar.

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Colás Medio real pago.

Posadero ¡Veinticuatro reales y a la calle!

Alguacil (Entrando.) ¿Qué pendencia es esta?

Todos (A la vez.) ¡Señor alguacil, señor alguacil!

Alguacil ¡Silencio, alto! Respeto a la autoridad. Haya orden. (Callan todos.) Sepamos agora qué cosa pasa. (Gritan todos a la vez.) ¡A callar he dicho! (Callan.) Hable primero el señor posadero.

Posadero Detenga y encarcele, vuesa merced, a esos brutos que me arruinan el negocio. Ved que entran en mi posada, se atracan de comer y quieren luego marcharse sin pagar.

Blas No crea señor alguacil, una palabra de cuanto dice.

Alguacil Calla agora, que ya te llegará tu turno.

Posadero Y sepa su señoría, que después que se comieron los mejores toma-tes y cebollas que había en el mercado, luego afirman que eran suyos y que no han de pagarlos.

Alguacil ¿Podéis probar vos que los tomates y cebollas en cuestión eran vuestros?

Posadero Sí señor. Que aquí traigo recibo de los haber pagado. Y la criada es testigo o testiga, o como quiera que haya de decirse tratándose de mujeres, de que ella misma fue al mercado y los compró con mis dineros.

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Alguacil (A Francisca.) ¿Y tú qué dices?

Francisca Digo que todo es como dice mi amo. Andaba yo fregando las mesas y los suelos y toda la posada, cuando me dice el amo: “Ten estos dineros y corre al mercado a comprar cebollas y tomates para ensalada, que tenemos dos rústicos zafios y majaderos a almorzar”.

Blas y Colás ¿Eso dijo?

Alguacil ¡A callar! (A Francisca.) ¡Por qué no sigues testificando?

Francisca ¿Cuál tiestificando?

Alguacil Digo que por qué no hablas.

Francisca Vuesa merced mandó callar.

Alguacil Mas no a ti, sino a esos delincuentes.

Blas y Colás ¿Yo delincuente?

Francisca Y luego…

Alguacil ¡A callar!

Francisca ¿A quién manda callar agora, vuesa merced?

Alguacil No sino a ellos.

Francisca Pues diga claro, a callar este o aquel, o si no no tiestifico. Conque dice el amo: “Y vuelve pronto si no quieres que te rompa las cos-tillas”.

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Posadero ¡Calla, animal! Y di lo que has de decir.

Francisca Señor alguacil, ¿cuál hago: callo o digo?

Alguacil Tu amo dice que abrevies y que digas todo con detalle. Pero solo aquello que atañe a las cebollas.

Francisca ¿Y a los tomates, no?

Posadero También eso.

Francisca Pues ya abrevio. Yo voy a por tomates y cebollas y vuelvo con tomates y cebollas.

Alguacil Has de decir a dónde fuiste, y si compraste y a quién y cómo pagaste y todo lo demás.

Francisca O sea que, ¿puedo hablar de otras gentes además de hablar de tomates y cebollas?

Alguacil Eso es, pero abrevia.

Francisca Pues, voy al mercado, compro tomates y cebollas a la verdulera y los pago con dineros del amo. Y vuelvo y preparo la ensalada, y la sirvo y se la comen, y no pagan, y gritan. Y entra vuesa merced y pregunta, y todos hablan a la vez, y los manda callar y pregunta al amo y…

Alguacil ¡Ya basta! En demasía hablas.

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Francisca Yo no pienso sino que abrevio. Mas, si así lo desea vuesa merced, empiezo de nuevo y pruebo de abreviar más.

Alguacil No, a fe mía. Calla y no vuelvas a abrir la boca hasta que no se dé remate al asunto, y aun hasta que yo esté a dos leguas de esta posa-da. Doy por probada y cierta la declaración del señor posadero. Oigamos agora a los reos. (A Blas.) Habla tú primero.

Blas Digo, que venía yo a vender un saco de cebollas y mi compadre un cesto de tomates. Y de ello pongo por testigo al real que pagué a vuesa merced, y a vuesa merced que cobró el real que le di. Pero que antes nos robaron el almuerzo.

Alguacil ¿Quién os robó?

Blas Pues un ladrón que pasaba y que salió corriendo como las liebres, y que si le diera con el cantazo que le tiré tampoco habría de servir de testigo.

Alguacil Poco importa lo que os robaran u os dejaran de robar para el caso que juzgamos.

Blas Pues yo digo que sí que importa y mucho. Que de no robarme a mí el ladrón el almuerzo no cayera yo en esta condenada posada, ni comiérame mi cebolla, sino unos buenos garbanzos que traía yo en la cazuela. Y así no habría caso que juzgar.

Alguacil ¡Al grano!

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Blas Pues digo que tan pronto como vi la ensalada, luego supe que la cebolla era mía.

Alguacil (A Francisca.) ¿No compraste tú esa cebolla? ¡contesta!

Francisca No. Sino que remate primero vuesa merced el asunto y aléjese luego de dos leguas como dijo, que no sino entonces diré yo cómo la compré.

Alguacil Doy por dicho que la compra hubo lugar. (A Blas.) Ya ves que la ensalada se hizo con cebolla del señor posadero.

Blas Mas primero fue mía. Que yo la planté, entrecavé y coseché y traje en el talego. No fue sino luego que la vendí al almacenero, y este a la verdulera y la verdulera a la criada. Conque así vino a ser del posadero mi cebolla. Y confieso que cuando me la quiso ven-der ya no era sino suya.

Alguacil Pues tengo por probado que has de pagarla.

Blas Bien dice vuesa merced. Mas no he de pagar más dineros por ella que me dieran a mí por el saco entero de cebollas.

Posadero Yo no te vendí cebolla, sino ensalada, con su tomate y aceite y su pan y su vino. Y en el añadido y el servicio está la diferencia del precio.

Blas Tampoco yo vendí cebolla, sino un saco de ellas. Y a fe que vos no me servisteis un saco y un cesto de ensalada, con su garrafa de aceite y su barril de vino. Que no sacasteis a la mesa, sino una de

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mis cebollas en compaña de un tomate de mi compadre y una chorrada de aceite.

Alguacil A mi entender la disputa está en el precio. Pero antes de seguir más adelante, oigamos lo que haya de decir el otro reo.

Colás En diciendo tomate donde se dijo cebolla, yo no digo otra cosa que lo que dijo ya mi compadre.

Alguacil Oídas pues ambas partes, ya no falta sino completar lo dicho con ciertas averiguaciones. ¿Vendiste tú tu saco de cebollas?

Blas Al almacenero, sí señor.

Alguacil ¿Y tú vendiste tu cesto de tomates?

Colás Cierto que lo hice.

Alguacil Agora os pregunto si vos pagó el almacenero.

Blas Sí señor, diez reales pagome.

Colás Y a mí otros tantos.

Alguacil Y al cobrar tuvisteis por bueno el precio.

Colás No por bueno, sino que no había otro.

Alguacil Digo y sentencio que hízose el trato de forma legal y según es uso. Y agora, diga el posadero: ¿vendisteis vos señor ensalada a estos dos sujetos que aquí veis?

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Posadero Eso hice. Y también pan y vino.

Alguacil ¿Y cerraron ellos el trato y vos compraron?

Posadero Yo no sé si compraron, mas bien sé que comiéronselo todo.

Alguacil ¿Y pagaron luego lo comido?

Posadero No señor.

Alguacil Pues digo y sentencio que el almuerzo se hizo en forma legal y según es uso. Y por ende fallo que debo condenar y condeno a los reos a pagar el precio.

Blas ¿Cuál precio?

Posadero Los veinte y cuatro reales que me deudais.

Blas Pues ese dinero no lo traigo conmigo.

Colás Otro tanto digo. Yo.

Alguacil ¿Cuánto traéis?

Blas Yo, señor alguacil, no traigo otra cosa que los diez reales que me dieran por las cebollas.

Colás Pues yo los diez reales que hube por mis tomates.

Alguacil Dad acá cinco reales cada uno. (Lo hacen.) Estos dineros tomo como multa por el delito. Dad luego los otros cinco al señor posadero.

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(Lo hacen.) Y agora ordeno que, pues que no pagasteis las ensaladas en su precio, habréis de dormir hoy en la cárcel y pasar en ella siete días, o sea tantos como reales habíais de pagar. Y vos señor posadero, quedad contento con ese medio cobro, y aprended así a no servir a quienes no traen dineros sino hambre.

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ESCENA VIII

(Cárcel. Entran a empentones los dos compadres y quedan tras la reja, que ocupa el primer plano.)

Blas ¡Malhaya la simiente que cayó en la barriga de mi madre y el día que me vio nacer! Malhayan mi padre y el suyo, y el agüelo de mi agüelo. Y si acaso yo tuviere antepasados, como dicen que tienen los cristianos, malhaya el primero que escogió este oficio de labra-dor. Por mi vida que no he de plantar más cebollas hasta después que no me muera y enterrado me vea.

Colás Bien decís compadre, que yo de mi parte no he de criar más tomates, ni aun he de catarlos, así reviente de hambre. No hay negocio peor que nacer labrador. Pásase uno la vida criando hor-talizas de que coman las gentes de la villa, y hete aquí el pago que recibo.

Blas Cárcel nos dieron por comer un poco de lo nuestro.

Colás De tal modo anda el mundo que pronto ha de llegar a su fin. Mátannos de hambre a los labradores. Pero así que estemos todos muertos y nadie siembre la tierra, tengo por cierto que no ha de haber ni tomates ni cosa alguna que puedan llevarse a la boca los que en las villas viven. Conque cuando tal suceda luego hemos de ser todos los muertos, y no ha de quedar hombre viviente sobre la tierra.

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Blas Bien habláis, a fe mía. Que si nadie hace aprecio de nuestros tra-bajos, bueno será que todos revienten, por ver si así hallan escar-miento. Mas no perdamos la cabeza, que de necios es buscar consuelo a los males propios en males ajenos.

Colás Razón tenéis, compadre. Que la fin del mundo no ha de andar tan cerca como parece. Y no ha de faltar algún remedio a tanta pesa-dumbre.

Blas Así ha de ser. Y yo me digo: ¿No es cierto que las gentes han menester de nuestro trabajo más que de ninguna otra cosa para comer?

Colás Por cierto lo tengo.

Blas ¿Y no han menester de comer para vivir, más que de ninguna otra cosa?

Colás Así es y no de otro modo. Mas a fe mía que las gentes han de andar ciegas pues que no estiman nuestro trabajo.

Blas Para mí que no saben dónde está el mal de las cosas. ¿A cómo vos pagaron a vos el cesto de los tomates?

Colás A diez reales.

Blas ¿Y a cómo compran luego los tomates las personas que los han menester?

Colás A diez reales.

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Blas ¿El cesto?

Colás No, sino a diez reales el tomate.

Blas Y yo os pregunto compadre que de qué manera acontece que un cesto grande de tomates se convierta en uno de ellos.

Colás A fe mía que no lo sé.

Blas Pues yo digo que de vender yo mis cebollas a quien ha de comer-las, bien pudiera yo cobrarlas algo más caras y las gentes comprar-las harto más baratas, de suerte que todos fuéramos más contentos y pudiéramos comer. Y añado que entonces todos habrían más estima por nuestro oficio.

Colás ¿Y por qué no son pues así las cosas?

Blas Porque si yo he de criar cebollas no hallaré tiempo para andar vendiéndolas una a una y a cada cual.

Colás Ya veis que no hay remedio.

Blas Pues yo tengo por cierto que en juntándonos los labradores luego habríamos de hallar alguno.

Colás ¿Y eso cuándo será?

Blas y Colás (A los espectadores.) Eso, díganlo vuesas mercedes.

FIN

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LA FUENTE Y LA RAPOSAd e

MARIAnO CARIñEnA

Diseño de escenografía por el autor

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D R A M AT I S P E R S O N A E / P E R S O N A J E S

MARCELINO

D. SALVADOR

MR. KAPIT

FELISA

DRA. LÓPEZ

MARTÍN

ALCALDE

CONCEJAL 1, 2, 3, 4

MEDIERO 1, 2, 3, 4

LABRADOR 1, 2, 3, 4

JUANITO

Verano 1977. I Campaña de verano por los pueblos de Aragón

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PRÓLOGO

Marcelino Pues sí señor, yo soy el último vecino de este pueblo. No sé si me explico bien. Para que me entienda, digo que yo soy el único que se quedó en el pueblo, cuando se fueron todos del pueblo menos yo. Y como eso fue luego de que vinieran los que vinieron, o sea después que llegó al pueblo lo que llegó, pues por eso yo me pre-gunto si no será por lo mismo por lo que el pueblo está como está. Pero me parece que me estoy liando, conque valdrá más que comience por el principio, que es como mejor se cuentan las his-torias. En ese monte que hay arriba del pueblo nace un manantial, de esos que no para en salir agua en todo el año. Y se dice que antaño las aguas bajaban barranco abajo por lo más corto, e iban a parar sabe dónde, pero que luego los moros, o quienes quiera que fuesen, hicieron la acequia que dicen del Marjal, y así se pudo regar la huerta del pueblo, que antes no era huerta y que ahora… pero eso ya lo sabrán a su debido tiempo. Digo, pues, que hará cosa de dos años éramos como unos seiscientos vecinos, bien con-taos; cada cual tenía su corro de huerto, sus dos o seis vacas según el bolsillo, unas cuantas ovejas, y en el corral conejos y gallinas para el gasto de la casa. La mayor parte de la tierra era del Alcalde y cuatro más, pero entre mediero y peones que la trabajan, no faltaba tajo para ninguno del pueblo. Pero, vamos al grano. Todo empezó un día que había yo subido al monte para coger el atajo que lleva al otro pueblo que queda más arriba.

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Bueno, pues al llegar a la fuente, entre que el sol ya calentaba lo suyo y que la cuesta es algo empinada, andaba yo algo reseco y me paré a echar un trago y a refrescarme. Y en esas andaba, cuando oigo un ruido de mil demonios y veo, en medio de una polvareda, cómo un automóvil que sube por el camino. Conque se para a medio tiro de piedra, y luego bajan dos ciudadanos, el uno con una cesta, como quien va de merienda, y el otro que de primeras me pareció como un turista, con su máquina de retratar, y con un puro de aquí-te-espero, pues bueno, el de la cesta saca una silla de esas que se pliegan, la pone donde mejor le parece, y entonces llega el otro y se sienta; de modo que a escape pensé que el del puro era el amo. Y luego, el de la cesta saca otra silla y una mesa y un montón de cachivaches y hasta una sombrilla, que maldita la falta que hacía en medio de los pinos, así que lo instala todo bien instalao, y se acomodan los dos, como si la cosa fuera para largo. Total que como verme no sé si me habían visto, y hablarme no me hablaban, y como a mí ni me iba ni me venía de lo que hicieran o dejaran de hacer, yo me amorré a la fuente a echar un trago de despedida, y aquí empieza la comedia.

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ESCENA I

(En el momento oportuno han entrado los dos personajes. De cintura para abajo visten como montañeros, aunque con ropa de estreno, el resto como hombres de negocios. Las prendas son más ostentosas en Mr. Kapit que en don Salvador y tienen en el primero un cierto aire exótico. La narración coincide con la acción. Al comenzar el diálogo, Marcelino bebe en la fuente. Mr. Kapit y don Salvador instalados bajo su sombrilla.)

D. Salvador ¡Eh, buen hombre!

Marcelino ¿Es a mí?

D. Salvador Por supuesto. Pero, ¿se puede saber qué es lo que hace?

Marcelino ¡Coño, pues beber! ¿O es que no se nota?

D. Salvador ¿En la fuente?

Marcelino Otra, pues claro.

D. Salvador Le aconsejo que se abstenga de hacer tal cosa.

Marcelino ¿Y eso pues?

D. Salvador Esa fuente puede estar contaminada.

Marcelino O sea que la fuente… ¿Y eso es malo?

D. Salvador El agua podría ser tóxica o estar infectada. En principio cualquier agua que mana de cualquier fuente carece de garantía.

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Marcelino Bueno, yo, con su permiso, nunca he bebido otra agua que esta y aún no me he muerto.

D. Salvador Ah, de modo que usted es consumidor habitual de esta agua. Muy interesante. Deduzco pues que usted reside aquí.

Marcelino No. Ahí abajo, en el pueblo.

D. Salvador Y toda la gente de este pueblo bebe de esta agua…

Marcelino Sí, señor. Y las vacas también, y las ovejas y…

D. Salvador ¿Desde cuándo?

Marcelino Pues, según; desde que nació cada cual.

D. Salvador Ya. Supongo que en el pueblo tendrán su correspondiente alcalde.

Marcelino Pues sí señor, que tenemos.

D. Salvador Y ese alcalde ha autorizado a los vecinos que beben del agua de esta fuente…

Marcelino ¿Autorizar, dice? Si él no manda en el agua.

D. Salvador Entiendo, pues, que no ha prohibido su uso y consumo…

Marcelino ¡Y que se pruebe!

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D. Salvador E imagino que se habrá asegurado del correcto estado sanitario del agua. Quiero decir que habrá mandado hacer el correspondiente análisis bacteriológico y químico.

Marcelino ¿Y eso qué es?

D. Salvador Quiero decir, que habrá ordenado tomar una muestra para que la examine el químico.

Marcelino Alcalde, ya le dije que sí que tenemos, pero de eso que usted dice, seguro que no hay en el pueblo.

D. Salvador Claro, por supuesto. Pero tendrán médico o farmacéutico…

Marcelino Pues de eso tampoco hay. Aunque antaño había hasta cura y boti-cario. Pero la gente se ha ido marchando a la capital y ahora para los que quedamos… El cura viene los domingos en la moto, echa la misa y se vuelve para su pueblo.

D. Salvador ¿Y qué hacen cuando hay algún enfermo?

Marcelino Pues, verá; primero esperamos a ver si se sana solo, y si vemos que se apura lo cargamos en la mula y lo llevamos a donde el médico, que es un pueblo más abajo. O sea donde vive el cura.

D. Salvador Vaya, muy bien. Ya veo que saben organizarse. Pero, volviendo al tema del agua, y a juzgar por lo que usted me dice, infiero que nadie la ha analizado…

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Marcelino Ya que parece darle tantas vueltas al asunto, si no es molestia me gustaría saber qué cosa es eso de analizar el agua. Perdone, pero como no he estudiao…

D. Salvador Pues es muy sencillo. Se llena una botella con agua y luego se mira lo que hay en ella.

Marcelino ¡Coño! Y qué ha de haber, pues, más que agua.

D. Salvador No se trata de saber lo que hay en la botella, sino lo que hay pre-cisamente en el agua.

Marcelino Ah, ya, lo que hay en el agua. ¿Y qué es lo que hay, pues?

D. Salvador Depende. Justamente en eso consiste el análisis. En realidad lo único que se pretende es saber si el agua es buena o mala para beber.

Marcelino Entonces, ya se pueden ahorrar el análisis. Porque esta es buena.

D. Salvador ¿Y eso, cómo lo sabe?

Marcelino Pues, echando un trago. Pruébela y verá si es buena o qué.

D. Salvador ¿Yo? Jamás bebo en una fuente. Es peligroso.

Marcelino ¿Ah, si?

D. Salvador ¡Peligrosísimo!

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Marcelino Si usted lo dice… Ahora que yo con su permiso… no es por pre-sumir de valiente, pero, la verdad es que con tanto palique ya tengo la boca seca. (Se dispone a beber.)

D. Salvador ¡Alto! Le advierto que si bebe corre el riesgo de contraer una disen-tería vibriónica, o incluso el tifus o ¡el cólera!

Marcelino Eso deber ser como enfermedades ¿no?

D. Salvador Peor, mucho peor: ¡Epidemias! Procesos sépticos contagiosos. ¿No sabe lo que es el contagio?

Marcelino Pues, la verdad, yo…

D. Salvador Supongamos que usted bebe ahora mismo de esa agua…

Marcelino Sí señor, como guste mandar. (Se dispone a beber.)

D. Salvador ¡Alto! He dicho supongamos. Y supongamos luego que como con-secuencia usted se pone enfermo.

Marcelino Eso ya es mucho suponer.

D. Salvador No diga nunca: de esta agua no beberé.

Marcelino No, si eso el único que lo dice, y perdone, es usted.

D. Salvador Escuche. Cuando yo dije de no beber de esta agua, lo dije en un sentido estricto y literal. Es decir manifesté mi voluntad de no beberla, mientas que al recomendarle que nunca diga: “De esta

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agua no beberé”, hablaba en un sentido figurado y metafórico. O sea que no me refería a esta agua en concreto, ni tampoco a nin-guna otra agua, ¿comprendido?

Marcelino No señor.

D. Salvador Es igual. Era solo una manera de hablar. Volvamos al asunto. Repito; supongamos: Primero: usted bebe de esta fuente, segundo: usted contrae una diarrea estival, tercero: usted…

Marcelino Diarreas que sí que no tengo desde hace cinco años, para la Virgen de Agosto, que me comí dos melones y luego me cayó mal un trago de agua.

D. Salvador Ya lo está viendo. Por causa del agua. ¿Cómo sabe que hoy no le ocurrirá otro tanto?

Marcelino Porque faltan dos meses para que haya melones.

D. Salvador Usted mismo acaba de confesar que le sentó mal el agua.

Marcelino Detrás de los melones.

D. Salvador Pero, el agua.

Marcelino Porque el uno de los melones estaba algo verde.

D. Salvador Está bien, dejemos esta discusión marginal y volvamos a nuestra suposición. Repito, demos por supuesto lo primero y lo segundo.

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Marcelino ¿Cuál segundo?

D. Salvador Que usted, como consecuencia de lo primero, contrae una diarrea. No me interrumpa, tercero: usted contagia a todos los vecinos de su pueblo.

Marcelino O sea que… los contagio.

D. Salvador Es decir que todos los vecinos, suponemos, están con diarrea.

Marcelino ¡No fastidie!

D. Salvador Cuarto: la gente de su pueblo contagia la diarrea a los vecinos de los otros pueblos de la comarca. Quinto: de la comarca, la diarrea, se extiende a toda la región, y de esta a todo el país.

Marcelino Conque todo el país está de cagueras. Mire yo no entiendo mucho de pidenias, pero me parece que aquí el señor exagera.

D. Salvador Se trata solo de una suposición.

Marcelino De lo que se trata es de una cagalera colectiva y nacional. ¿Y todo eso va a pasar si yo bebo en la fuente?

D. Salvador Digo, que pudiera ocurrir. Y que sería una imprudencia.

Marcelino Mire usted; yo la verdad es que no tengo ningún interés en alige-rarles las tripas a esa barbaridad de gente, pero tampoco me voy a pasar la vida sin catar el agua. De modo que como ahora tengo sed… (Se dispone a beber.)

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D. Salvador ¡Alto! No sea irresponsable. Yo le invito con sumo gusto a tomar un refresco sano y de toda garantía. Siéntese con nosotros precisa-mente nos disponíamos a tomar algo.

Marcelino Se agradece, pero llevo algo de prisa y…

D. Salvador (Despliega otra silla.) Solo el tiempo de tomar un refresco.

Marcelino No quisiera abusar. Además, como no tengo el gusto de conocer a su amigo el mudo…

D. Salvador No es mudo. Es extranjero.

Marcelino ¿Conque por eso no habla?

Mr. Kapit Güerstikersangüel. Flaist piper. Guok, guok.

D. Salvador Ya ve que sí que habla.

Marcelino Si usted lo dice… y, ¿se puede saber qué ha dicho?

D. Salvador Que está encantado de conocer a un indígena auténtico, y que le ruega a usted que se digne compartir nuestra mesa.

Marcelino ¿Todo eso ha dicho?

Mr. Kapit Kueigt, guok, guok.

Marcelino Está bien. Si el míster, o lo que sea, se empeña, por no hacer un desprecio…

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D. Salvador Siéntese, por favor. (Le indica la silla plegable.)

Marcelino ¿Y eso, ya me aguantará? Si no les molesta, yo estoy más cómodo en el suelo.

D. Salvador A su gusto. Con toda libertad. (Marcelino se sienta.)

Mr. Kapit ¡Oh! Tripiful. (Rápidamente le saca una foto.)

D. Salvador Bien. Y ahora, puesto que tiene tanta sed, beba un vaso de este refresco. (Le ofrece un vaso que llena previamente.)

Marcelino ¿Y esto qué es? Por la color parece como aguachirle de café.

D. Salvador Es Kosa-Kola. ¡El sabor de la felicidad!

Mr. Kapit Flaik. Kosa-Kola. ¡Prisguoil!

Marcelino ¿Cómo dice que se llama?

D. Salvador ¡Es inaudito! Ni siquiera conoce el nombre. ¡Kosa-Kola! Al menos tendría que sonarle. ¿Está seguro de no haber bebido nunca?

Marcelino Pues que yo sepa…

D. Salvador ¿Y no le da vergüenza? ¿No se siente minimizado frente a esos millones de personas que gozan de su estimulante sabor? Beba, buen hombre. Incorpórese al sector privilegiado de la humanidad. Beba y realícese, beba y encuéntrese a sí mismo.

Marcelino (Bebe y lo escupe.) ¡Rediós! esto sabe a medicina con sifón.

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Mr. Kapit ¡Kosa-Kola! Mu-i-rico.

D. Salvador Es cuestión de acostumbrarse. Pruebe a beber de nuevo, pero hágalo a sorbitos.

Marcelino Usted perdone, pero yo…

D. Salvador Vamos. A sorbitos. Esfuércese un poco. Busque un nuevo placer. (Le hace beber.) Deje que cosquillee su paladar. Permita que su aroma…

Marcelino (Suelta un regüeldo.) Como esta melecina purgue por detrás como por delante… me veo otra vez en la de los melones. (Se levanta.)

Yo con su permiso voy a juagarme la boca. (Corre a la fuente y lo hace. Los forasteros lo miran con espanto. Marcelino regresa muy satisfecho.) Esto ya es otra cosa. Por hoy ya basta de probatinas. Si les parece, cada cual que beba de lo suyo. (Se sienta. Los forasteros se ponen de pie y lo observan detenidamente.) ¿Qué pasa? ¿Por qué me miran como si fuera un bicho raro?

D. Salvador ¿No se siente mal?

Marcelino Pues no. Entre el regüeldo y la enjuadura ya estoy como nuevo. Aunque aún me dura el mal sabor de boca.

D. Salvador ¿Mal sabor, dice? (Consulta en un manual.) ¿No puedes ser más explícito? ¿Sabor a qué?

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Marcelino ¡Coño! Pues a melecina con sifón. (Otro regüeldo.)

D. Salvador Ah, y aerofagia. (Sigue consultando.)

Marcelino ¿Cómo dice? ¡Rediós y qué refresco más empalagoso! Aún tengo más sed que antes.

D. Salvador ¿Dice que tiene sed?

Marcelino Si pero, con su permiso, no de Kola-Kosa, o como quiera que se llame.

Mr. Kapit ¡Kosa-Kola! Flike. Prisguoil.

Marcelino (Vuelve a la fuente y bebe.) ¡Y qué buena está el agua!

Mr. Kapit (A don Salvador autoritariamente.) Guau, biguol, fosting, fosting.

D. Salvador (Afirma con la cabeza.) Llesgüel, llesgüel.

Mr. Kapit (Muy autoritario.) Fister, fruster, fraster.

D. Salvador Llesgüel.

Marcelino (Escamao; de ver que hablan de él.) Menos chaucha y a ver si nos enteramos; ¿qué dice el míster?, porque me parece que la cosa va conmigo.

D. Salvador No, por Dios. A decir verdad hablábamos de nuestros asuntos. Cosas sin importancia.

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Marcelino Ah, bueno. Por eso.

Mr. Kapit Trink. Fruster. Trink, trink.

Marcelino ¿Qué dice ahora?

D. Salvador Míster Kapit me comentaba que a usted parece gustarle beber en esa fuente.

Marcelino Pues sí.

D. Salvador ¿Por qué no bebe otro trago?

Marcelino Es que ya no tengo sed.

D. Salvador Por nosotros no se reprima. Beba tranquilo.

Marcelino ¿En qué quedamos?

D. Salvador En realidad no hay nada de malo en beber en una simple fuente. Puede beber cuanto guste. Le aseguro que no molesta en abso-luto.

Marcelino Gracias, ya he bebido bastante.

D. Salvador Pero, ¿qué dice? Apenas unos sorbitos. Hace calor. Si no bebe lo suficiente podría deshidratarse.

Marcelino Esto que sí que no lo entiendo. Cuando tengo sed no he de beber, y ahora que no la tengo…

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D. Salvador Vamos no sea tímido. Le aseguro que no corre el menor riesgo. Recuerde que hace meses que no come melones. Esta agua tiene un aspecto totalmente inofensivo.

Marcelino ¿Y por qué no la bebe usted?

D. Salvador Pues… verá… yo, no estoy acostumbrado.

Marcelino Puede beberla a sorbitos.

D. Salvador ¿A sorbitos, dice? Así no se bebe el agua. Que el agua se bebe a grandes tragos. Justamente como usted sabe hacerlo. A míster Kapit le complace poder contemplar a un indígena auténtico mientras bebe, y admirar su destreza. Los extranjeros son así. Les encanta lo típico, lo genuino, lo insólito.

Marcelino Bueno, por complacer al míster, beberé otra vez. (Lo hace.)

D. Salvador Muy bien, muy bien. Vamos, prosiga.

Marcelino Uf, ya no puedo más.

D. Salvador Esfuércese un poco, no es posible sacar conclusiones válidas si las dosis no son adecuadas.

Mr. Kapit (Impaciente.) Fruster. Trink, trink.

Marcelino ¿Cómo? ¿Cuáles dosis? ¿Qué dice el míster?

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D. Salvador Ánimo. Solo es cuestión de un par de tragos más. Puesto que el agua es buena, cuanta más beba mejor le sentará. Además míster Kapit no solo se interesa por su destreza, sino por su capacidad. Medio litro más lograría su admiración total.

Marcelino Pues se acabó la función. Ya no tengo sed, ni me cabe más agua en la barriga.

D. Salvador Es lamentable que no quiera colaborar con un experimento cien-tífico.

Marcelino Conque experimento, ¿eh? Pues ahí tiene la fuente. A mí no me aguachinan más las tripas.

D. Salvador No lo tome a mal. Somos gente civilizada. Nadie le exige que beba por encima de sus posibilidades. Sepa que nosotros mismos, si tuviéramos sed beberíamos ahora un buen trago. Es más, para que vea que no tenemos prejuicios contra esta agua, nos vamos a llevar una botella para beberla en el camino. (Llena una botella en la fuente con la precaución de quien toma una muestra.)

Marcelino Que les aproveche, pues. (Se va.)

Mr. Kapit Francamente, no comprendo su manía de conversar con campesi-nos y similares. Es una lamentable pérdida de tiempo.

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ESCENA II

(Felisa y Marcelino.)

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino ¿Qué cosa?

Felisa Digo, que o nos casamos o se acabó.

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino ¿Ya la emprendes otra vez? Mira, Felisa. Eso de casarse son palabras mayores. Quiero decir que una cosa así no se decide en un rato.

Felisa ¿Un rato? O sea que para ti tres años aún te parece poco.

Marcelino Mujer, yo solo digo que no es menester tanto correr, porque una cosa es festejar y otra…

Felisa Si solo fuera festejar…

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino Pues, qué ¿no somos novios?

Felisa Novios… y algo más. Tú ya me entiendes.

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino ¿Y eso qué tiene de malo? Si se puede saber.

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Felisa Pues tiene que o falta la boda o sobra lo demás.

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino Todo se andará. ¿A qué fin vienen tantas prisas?

Felisa Yo, prisas ninguna. Pero cuando las cosas llegan a lo que tú ya sabes…

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino Y dale. Mira, antes de meterse en casorios es menester asegurarse bien, que luego ya no hay remedio.

Felisa ¿Y ahora te entran las dudas? Pues hace un rato, bien seguro que parecías de lo que buscabas.

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino ¿Y tú, pues? Mira quién habla. Pero eso qué ver tiene. Ya sé que, cuando estamos en lo que estamos y hacemos lo que hacemos, nos entendemos bien los dos. Pero y luego, ¿qué? En si que te pones la saya y la camisa, se te olvidan los amores y echas a renegar. Y eso, no es vida ni paz conyugal. Porque para vivir de casaos, se ha de estar a las uvas y a las maduras.

Felisa ¿Y quién reniega aquí?

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

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Marcelino Tú reniegas. Y hasta amenazas.

Felisa ¿Qué yo amenazo?

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino (Imitándola.) “O nos casamos o se acabó”. Vamos a ver: ¿qué es lo que se acabó? Anda, dilo. Por mí, si quieres, todo lo pasao, olvi-dao, y cada mochuelo a su olivo.

Felisa Será sinvergüenza. Olvidao, dice, qué ¿y si se me hincha la barriga?

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino Bah, ¿te se ha hinchao, acaso?

Felisa No será por falta de intentonas. Pero tú, ¿qué te has creído? O sea que tú te largas tan fresco, y yo a cargar con mi vergüenza y a andar toda la vida en boca de las gentes.

Felisa Te digo y te repito que esto no puede seguir así.

Marcelino ¡Sandiós qué novela! Calla de una vez. Que ya nos casaremos cuan-do sea.

Felisa ¿Cómo cuando sea?

Marcelino Cuando podamos. ¿Te piensas que yo no tengo ganas o qué? Más que hago yo, que no paro de trabajar en todo el día…

Felisa Pues si con tanto trabajar no sacas para mantener a una mujer…

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Marcelino Y, ¿dónde íbamos a vivir? Porque yo, lo que es con tus padres… El casao, casa quiere.

Felisa Pues casas no faltan en el pueblo, con tanto personal como se ha ido a la capital.

Marcelino ¿Y las perras para comprarlas dónde están? ¡Pues no me queda que ahorrar!

Felisa Si no se compra, se alquila. Eso tenías que hacer tú; lo que han hecho otros que tienen más luces, y más… Ya me entiendes, bien tonta fui de no ponerme a festejar con el Sebastián, que ya estaría casada.

Marcelino Mira, no me mentes a ese desgraciao que…

Felisa Pues bien que ha sabido medrar, que vive en un piso nuevo con todas las comodidades, y dicen que ahorra todos los meses el jornal de dos días. Ya ves, se fue de peón y ya debe ser medio albañil.

Marcelino Pues a tirar de paleta, a mí ese no me gana. Y si no, ¿quién ha hecho el granero del señor Alcalde?

Felisa Y, si tanto sabes, ¿qué haces aquí?

Marcelino ¿Pero, es que todos los días vamos a tener la misma canción? A ver si te enteras: quiero vivir en mi pueblo, donde me he criao. ¿Qué te piensas tú que es la capital? Además que para andar por los

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tablones, mejor estoy aquí que no donde las casas tienen quince pisos. Y si no, ya ves lo que le pasó al Elías, que le costó la vida. Y eso que solo se cayó de un quinto, que si se cae de más arriba…

Felisa Lo que tú tienes es miedo.

Marcelino ¿Quién, yo? ¿Que no viste cómo subí el otro día a la punta de la torre de la iglesia a apañar la veleta? Pero una cosa es pasar un peligro cuando toca, y otra andar metido en él diez horas al día y seis por semana.

Felisa Pues, si no te gusta lo de albañil, hay otros oficios.

Marcelino Y, ¿sabes yo lo que te digo? Que si no te gusta lo que soy, ni lo que hago, hay otros hombres.

Felisa Hijo, no te pongas así.

Marcelino Si es que me sacas de quicio. Yo no digo que no sea algo tozudo, pero, vamos a ver, ¿por qué no tengo de tener yo derecho de vivir en el pueblo? ¿Es que no viven otros? A mí aquí faena no me falta.

Conque si yo trabajo como el que más que pueda trabajar en la capital, a ver por qué no me he de ganar la vida lo mismo. Tanto, tanto ir todos a la capital, ya veremos en lo qué para. Pero yo ya te digo, mucho me ha de apurar para sacarme de mi puesto. Así que ya lo sabes.

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Felisa No, si ya comprendo que tienes tu parte de razón. Y, yo, no creas, estoy hecha al pueblo y aquí mal no me encuentro. Pero, qué quieres que te diga, las comodidades que hay en la capital… Las calles mismo, las tienes empedradas, y aquí ya ves.

Marcelino ¿Empedradas? Eso será, según donde te toque vivir, que lo que es en los barrios… También en el pueblo está empedrao la plaza y la calle mayor.

Felisa A los barrios ya les irá llegando.

Marcelino Si, ya.

Felisa Pues igual derecho tienen.

Marcelino ¿Y los pueblos, no? ¿O aquí no somos personas?

Felisa Pero, como cada día estamos menos gente, al final lo que no ten-dremos es nada de nada. Antes, hasta médico había y ahora…

Marcelino Pues, ¿sabes lo que te digo?, que algunos en la capital, para visitar-se, tienen que ir más lejos que nosotros, que solo lo tenemos a media hora de camino.

Felisa Bueno, al médico tampoco hay que ir todos los días. Pero ¿y a la escuela, qué? Donde mandarás tú a los críos, cuando vengan.

Marcelino Casi nada. Pues no miras tú para largo. De aquí a entonces cual-quiera sabe.

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Felisa Pues yo quiero que mis chicos vayan a la escuela, y no que sean tan ignorantes como nosotros.

Marcelino Y yo quiero que sean abogaos. Calla, que bastante tenemos con los problemas que tenemos, para pensar en lo que pueda venir. Cuando sea, ya se verá. Y no seas tan cansada.

Felisa Y tú, no gastes tan mal genio. Que cuando hablo lo que hablo, no es por nada. Sino pensando en los dos. Ven, siéntate un poco con-migo, y hala a hacer las paces.

Marcelino Eso ya me parece mejor. (Se sienta, de repente da un salto.) Rediós si me había olvidao. Ya puedo ir, perdiendo el culo.

Felisa ¿Qué pasa pues?

Marcelino Coño, que he dejao el agua encaminada en los cebollinos, y entre los amoríos y tanto platicar, ya deben estar ahogados. Eso, si el agua no brinca el ribazo y le riego de segundas las judías al Tío Martín.

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ESCENA III

(Despacho de Mr. Kapit. Entrando don Salvador y la doctora López.)

D. Salvador Mr. Kapit, la doctora López trae el informe del gabinete técnico.

Mr. Kapit Bien. Lea.

Dra. López Realizados los correspondientes análisis químicos y bacteriológicos de la muestra F-327, se obtienen los siguientes resultados: ión litio – 0,005 g. Ión potasio…

Mr. Kapit Por favor. No tecnicismos. Datos prácticos.

Dra. López Entiendo y resumo: agua potable, de excelente calidad.

Mr. Kapit Perfecto. ¿Caudal diario?

Dra. López Realizadas las correspondientes mediciones y los pertinentes estu-dios estadísticos…

Mr. Kapit Abrevie. Litros, eso es todo.

Dra. López 400.000 diarios.

Mr. Kapit Algo escaso. ¿Concesión previsible?

Dra. López A juzgar por los datos obtenidos, 50 %.

Mr. Kapit Es insuficiente. Exijo 100 %.

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Dra. López El actual consumo de agua, entre abastecimiento y riego…

Mr. Kapit Eliminar. Cuestión no negociable.

D. Salvador Si queremos obtener la concesión, nuestra petición ha de ser razo-nable. Si apretamos en exceso…

Mr. Kapit De inmediato 50 %, a corto plazo 75, a medio plazo 100 %. (A la doctora.) ¿Es posible?

Dra. López Por supuesto. Existen antecedentes y tenemos experiencia. Me he permitido traer, en previsión, el expediente F-281, problema y condiciones similares al caso que nos ocupa. La planta ya funciona a pleno rendimiento. En menos de dos años 100 %. 200.000 botellas diarias.

Mr. Kapit Excelente. ¿Estrategia? ¿Método de negociación?

Dra. López En primera fase: hasta firma de la concesión. La empresa ofrece al pueblo: “La industrialización y con ella el progreso, y la creación de puestos de trabajo”. La empresa pide: la concesión sobre el 50 % de las aguas.

Mr. Kapit No es suficiente. Repito: 100 %.

Dra. López Solo en una primera fase. Prosigo: La empresa usará exclusivamen-te las aguas sobrantes, y garantiza al pueblo una cantidad de agua equivalente a la empleada para los riegos y abastecimiento.

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Mr. Kapit Eso es excesivo.

Dra. López Sin embargo está comprobado que estas condiciones son indispen-sables para obtener la concesión inicial. Los campesinos se niegan si se pretende tocar sus actuales dotaciones. Felizmente contamos con métodos experimentados que eliminan estas dificultades, en la segunda fase y siguientes de nuestro plan.

Mr. Kapit Correcto. Póngase en ejecución la primera fase. Don Salvador de la Peña y Monteagudo será el gerente de la nueva planta. Le ruego doctora que ponga a su disposición los informes necesarios. En cuanto a usted prepárese para visitar mañana mismo al Alcalde de este municipio.

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ESCENA IV

(Marcelino barriendo en el ayuntamiento. Entra don Salvador, vestido ya totalmente de hombre de negocios.)

D. Salvador ¿Está el señor Alcalde?

Marcelino Buenos días. (Sigue barriendo.)

D. Salvador (Tose por el polvo que levanta Marcelino.) Eh, usted, deje de armar esa polvareda, y conteste cuando le preguntan. ¿Está el Alcalde?

Marcelino Pues estar, no está.

D. Salvador Vaya. Y ¿cuándo tiene costumbre de venir?

Marcelino Costumbre… No tiene. Pero si voy a llamarlo, igual viene.

D. Salvador Llámelo pues.

Marcelino Sí señor. (Sigue barriendo.)

D. Salvador ¿A qué espera?

Marcelino ¿Es que es urgente? Porque el señor Alcalde me tiene dicho que solo vaya a buscarlo en casos de urgencia. Y como hasta las doce no son horas de oficina… (Sigue barriendo.)

D. Salvador Deje ya esa maldita escoba y vaya de una vez.

Marcelino ¿Ahora mismo?

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D. Salvador De inmediato.

Marcelino Y, ¿de parte de quién, le digo?

D. Salvador Un caballero de la capital. Esta es mi tarjeta. (Se la da.) Dígale que he venido ex profeso para hablar con él y que tengo prisa. Un momento… Juraría haberlo visto antes en alguna parte…

Marcelino Sí señor, en la fuente, el otro día. Yo soy el del experimento.

D. Salvador ¡Ah, claro!, ya recuerdo.

Marcelino Pero ahora soy el alguacil.

D. Salvador Vaya, conque alguacil.

Marcelino Sí señor. Y cartero también lo soy, cuando llega correo, y hasta enterrador cuando se tercia. Y albañil y fontanero.

D. Salvador Lo que en la ciudad se llama pluriempleo.

Marcelino En el pueblo decimos chapuzas.

D. Salvador Ja, ja, chapuzas. Es divertido.

Marcelino No crea. A mí lo que me gusta es trabajar la tierra. Pero eso no da para comer, y menos cuando hay que pagar el arriendo. Conque con un poco de aquí y otro poco de allá me voy apañando.

D. Salvador Nos ha tocado vivir en años difíciles.

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Marcelino En eso que sí que tiene razón. Pero, siéntese si gusta, mientras paso al casino a por el Alcalde, que de seguro está echando la partida. Es ahí mismo, puerta con puerta. (Marcelino va a salir. Entra Martín, labrador viejo. Y casi tropieza.)

Martín ¿Dónde vas con tantas prisas?

Marcelino ¿Y usted, pues?

Martín A ver al Alcalde. ¿Está o qué?

Marcelino Ahora iba a buscarlo. Se espera que enseguida viene. (Se va.)

Martín (Ve a don Salvador.) Buenos días.

D. Salvador Buenos días.

Martín Y buenos que son. Aunque mejor serían si lloviera. (Pausa.) ¿Y por la capital, llueve o qué?

D. Salvador ¿Cómo dice?

Martín Digo que si llueve. Que si llueve en la capital. Porque aquí ya va para tres meses.

D. Salvador No sabría decirle. Creo que en los últimos días no ha llovido.

Martín Desde primeros de marzo será.

D. Salvador No recuerdo.

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Martín Pues yo sí que me acuerdo. Desde el día de san Macario. También por allí llovería, ¿no?

D. Salvador Ya le dije que no recuerdo.

Martín (Pausa.) Y, ¿cómo por aquí? (No hay respuesta.) ¿Habrá venido a ver el castillo?

D. Salvador ¿Cómo dice?

Martín Digo, que, como todos los forasteros vienen por el castillo. Es muy antiquísimo. De cuando los moros.

D. Salvador ¿Ah sí?

Martín Dicen que es de mucho mérito. Aunque yo de eso… qué le voy a decir… Usted que habrá estudiao… ya sabrá todo lo que haya de saber.

D. Salvador Pues, no. Ignoraba que hubiera un castillo en este pueblo.

Martín Calle, si es muy conocido. El señor Cura, cuando lo había, decía que es más antiguo que la iglesia. La iglesia sí que la habrá visto, que está frente por frente del ayuntamiento.

D. Salvador A decir verdad, no me fijé.

Martín Coño, pues ya es raro. (Pausa.) Pues aún hay otra cosa de más antigua que el castillo, sí señor; la acequia, mil años dicen que tiene.

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D. Salvador Vaya.

Martín Del manantial baja.

D. Salvador ¿Cómo? Es decir que emplean el agua de la fuente para riego.

Alcalde (Entrando.) ¿Qué pasa aquí? ¿A qué fin viene tanta bulla?

Martín Cosas de Marcelino.

D. Salvador Señor Alcalde, lamento tener que manifestarle…

Alcalde Despacio, vamos por orden. (A Martín.) Tú, ¿qué quieres?

Martín Pues yo venía a hablarle de lo que le dije el otro día del permiso ese que dicen que hay que pedir, que como los papeles…

Alcalde ¿No ves que tengo una visita? Pásate otro día.

Martín Yo, como dijo que se acababa no sé cuál plazo…

Alcalde Qué te pases otro día te digo.

Martín Como guste mandar. Adiós, pues. (Se va.)

Alcalde (A don Salvador.) Siéntese.

D. Salvador Gracias.

Alcalde De modo que usted viene de la capital.

D. Salvador Así es.

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Alcalde Pues usted dirá en qué puedo servirle.

D. Salvador Ante todo quiero que sepa que mi visita es estrictamente confiden-cial.

Alcalde Puede contar con mi discreción.

D. Salvador Por supuesto, pero… (Indica con un gesto a Marcelino.)

Alcalde Sí claro disculpe. Marcelino ¿qué haces ahí?

Marcelino Pues aquí estoy.

Alcalde ¿Y no tienes nada que hacer?

Marcelino Sí, señor; barrer, que aún no he terminado. Pero no sé si no sería inconveniente porque aquí el señor…

Alcalde ¿Has echao el pregón de los pagos?

Marcelino Sí señor.

Alcalde Pues lo vuelves a echar.

Marcelino ¿Ahora o a la tarde?

Alcalde Ahora mismo. ¿A qué esperas?

Marcelino Con permiso. (Sale.)

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Alcalde Bueno. Le escucho.

D. Salvador Vengo en representación de una gran empresa, y me dirijo a usted en su calidad de Alcalde de este municipio. Mi misión es iniciar unas conversaciones que espero conduzcan a la prosperidad y desa-rrollo de esta localidad que usted tan dignamente administra y representa.

Alcalde Al grano.

D. Salvador El solo nombre de nuestra empresa garantiza la seriedad y la nobleza de nuestros intereses. Se trata de la Búrdel Company.

Alcalde Casi nada. La Burdel Company.

D. Salvador Búrdel, con acento en la u: Búrdel. Estas son mis credenciales. Y aquí traigo una carta de presentación. (Se la entrega.) Del señor Gobernador.

Alcalde ¡Del Gobernador! Casi nada. Señor estoy a su servicio, para lo que guste mandar. Y tanto más siendo como dice para el bien del pue-blo. Además basta que el señor Gobernador se interes…

D. Salvador El señor Gobernador me manifestó verbalmente su total confianza en usted, en su capacidad, su honradez…

Alcalde Es muy de agradecer, eso, para que luego digan. La pena es que no lo oigan algunos vecinos.

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D. Salvador Mi opinión personal es que si continúa usted en su línea de leal-tad, lo más probable es que siga muchos años de alcalde. Aunque parece haber algunas presiones en el sentido de que… pero no quisiera alarmarle todo depende a fin de cuentas de su propia conducta.

Alcalde Lo que es a leal, a mí no hay quien me gane. Y si por mí ha de ser…

D. Salvador No era mi intención que mis confidencias pudieran intranquilizar-le, pero puesto que vamos a ser colaboradores, me creía obligado a advertirle de ciertos rumores. Aunque por ahora no hay nada irre-parable. Yo modestamente gozo de cierta influencia cerca del señor gobernador, y algo podría hacer… Pero volvamos a nuestro asun-to. Imagino que tendrá referencias de nuestra empresa. Se trata de una multinacional, que abarca un centenar de empresas, en todo el mundo. Huelga decir que es de total garantía y solvencia.

Alcalde Siendo una multinacional, no hay más que hablar.

D. Salvador Nuestra sede central radica en Massachusetts, Estados Unidos de América.

Alcalde Casi nada, los americanos.

D. Salvador Nuestro campo es, básicamente, el de las bebidas: vinos, cerveza, cítricos y otras elaboraciones carbónicas… Actualmente, como consecuencia de la casi general insalubridad de las aguas, el consu-

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mo de nuestros productos es creciente. Sin embargo, amplios sectores de la población parecen obstinados en la ingestión de agua natural, lo que supone una desagradable competencia. Natu-ralmente no estamos dispuestos a prescindir de esa posible cliente-la. Y nuestra empresa ha programado la construcción de una serie de plantas de embotellamiento de aguas minerales. Y con esto llegamos al objeto de mi visita, nuestros técnicos han estudiado la calidad de las aguas del manantial que abastece este pueblo, y estamos decididos a su explotación comercial.

Alcalde Conque, de eso se trata.

D. Salvador La Búrdel Company está dispuesta a instalar en esta localidad una planta industrial, que supondría el florecimiento y desarrollo del municipio. El proyecto ya está aprobado y su realización solo depende de la firma por parte del ayuntamiento de la correspon-diente concesión. Aquí traigo el documento. (Se lo ofrece al mismo tiempo que una pluma.)

Alcalde Pare el carro. No tan deprisa.

D. Salvador ¿Cómo? Le ofrezco en bandeja el progreso, el desarrollo, la indus-tria, ¿y lo rechaza?

Alcalde No, ni rechazo, ni dejo de rechazar nada. Solo que cuando uno es el alcalde tiene que mirar lo que se hace.

D. Salvador Su prudencia me parece muy encomiable.

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Alcalde Mire, yo no tengo nada contra la industria, al contrario. Pero este es un pueblo de labradores, y aquí hay mucha desconfianza y mucha incultura don Salvador.

D. Salvador Eso constituye siempre un serio obstáculo para el progreso, pero para eso están las instituciones y las autoridades. Quiero decir que un alcalde culto, razonable y amante del progreso puede suplir las deficiencias de sus convecinos.

Alcalde Ahí sí que tiene razón. Y no es que yo pueda presumir de leído, pero en comparación con los demás del pueblo…

D. Salvador Puesto que el señor Gobernador confía en su buen criterio, no veo por qué no habríamos de entendernos.

Alcalde Eso es lo que yo me digo. Mediando el señor gobernador el asun-to está claro. De modo que en lo que a mí dependa…

D. Salvador En tal caso, firme la concesión y luego…

Alcalde Antes de firmar… Bueno, hablando claro: ¿qué saco yo de este negocio?

Marcelino (Entrando.) ¿Da usted su permiso?

Alcalde ¿Qué quieres ahora?

Marcelino Yo, nada. Solo que ya está predicao. O sea que ya he vuelto a echar el bando.

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Alcalde Pues vas y lo echas otra vez.

Marcelino ¿Otra? Pues se lo van a aprender de carrerilla.

Alcalde Haz lo que te mando. Y deprisa.

Marcelino Con permiso. (Sale.)

D. Salvador ¿Decía usted?

Alcalde Que antes de firmar, quisiera saber los beneficios que voy a obte-ner. Para el pueblo, se entiende.

D. Salvador Bueno, eso es algo a negociar con posterioridad a la concesión, pero ya se sabe que en términos generales la industrialización cons-tituye por sí misma un bien incuestionable.

Alcalde Ya. Pero el caso es que tampoco puedo firmar como Alcalde esta concesión, porque las aguas son administradas por la Hermandad de Regantes, y por eso el Ayuntamiento no es quién para disponer él solo en este asunto.

D. Salvador Por supuesto. Ya estamos informados. Pero puesto que usted es también el presidente de la Junta de Riegos…

Alcalde Eso facilita las cosas, naturalmente, pero en cambio dobla mi res-ponsabilidad. Quiero decir que debo velar por los intereses de los vecinos y de los regantes.

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D. Salvador Eso le honra. No esperaba menos de su rectitud. Pero no tema. No habrá ninguna dificultad. No queremos causar el menor perjuicio al pueblo, y mucho menos a la agricultura. Nuestra empresa se propone explotar exclusivamente las aguas sobrantes. Las previsio-nes de embotellamiento afectan solamente al 50 % del caudal. La Búrdel Company garantiza a la comunidad de regantes una canti-dad de agua equivalente a la que hasta ahora vienen consumiendo.

Alcalde Un momento. Si no he entendido mal, eso quiere decir que en el futuro el pueblo no podría disponer de otras aguas que las que…

D. Salvador Bueno, el futuro es algo que nunca llega.

Alcalde Pero, es que existe un proyecto de nuevos regadíos en estudio, y…

D. Salvador ¿En estudio, dice? ¿Desde cuándo?

Alcalde Desde hace cincuenta años. Conque igual cualquier día le llega la hora.

D. Salvador Estamos informados. Créame es mejor que se olviden de ello. Ese proyecto no tiene el menor porvenir.

Alcalde Cuando no lo tendría ni mucho ni poco, es si firmamos esa con-cesión.

D. Salvador Vamos, creo que usted simplifica excesivamente la cuestión. No se trata de una alternativa terminante entre planta embotelladora o nuevos regadíos.

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Alcalde ¿Ah, no? ¿Acaso se puede emplear la misma agua para las dos cosas?

D. Salvador Hay agua para todo. Pero aunque así no fuera, es preciso ser rea-listas. Quiero decir que los regadíos son algo hipotético o incluso utópico, mientras que nuestra industria es un bien inmediato y seguro.

Alcalde Tanto como seguro…

D. Salvador Comprenderá que cuando una empresa como la nuestra se embar-ca en un asunto, es porque el negocio está claro.

Alcalde Claro para la Búrdel. Pero las aguas son del pueblo y si se las juega, adiós regadíos.

D. Salvador Creo que exagera, señor Alcalde. Su desconfianza es impropia de una persona de su categoría. La Búrdel Company es una empresa de probado espíritu humanitario y social, y jamás pondría sus propios intereses por encima de los de una laboriosa comunidad rural.

Alcalde No es que no me fíe. Pero como Alcalde he de defender los inte-reses del municipio, y como presidente los de la Hermandad de Regantes. Así que tengo el deber de discutir el asunto con el Concejo y la Junta, antes de comprometerme a nada.

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D. Salvador Por supuesto, hay que guardar las formas. Me complace tratar con un hombre de talante democrático. Eso facilitará las cosas. El diá-logo siempre resulta enriquecedor y positivo. Exponga el asunto a sus subordinados. Confío en su tacto.

Alcalde Tendré que estudiar también las cosas desde un punto de vista personal, puesto que soy el principal propietario de todo el muni-cipio, y tampoco puedo olvidar mis propios intereses.

D. Salvador Oh, por ese lado llegaremos fácilmente a un acuerdo. Nuestra compañía sabe compensar adecuadamente a quienes colaboran…

Marcelino (Entrando.) ¿Lo vuelvo a echar, o que´?

Alcalde ¿Qué dices?

Marcelino ¿Que si vuelvo a echar el bando?

Alcalde ¡Fuera de aquí! Espera en la calle.

Marcelino Con permiso. (Sale.)

Alcalde Si le parece volveremos a hablar del asunto. Digamos el viernes de la semana que viene. Entretanto reuniré a todos y estudiaremos los pros y los contras, así a primera vista. Luego hablaremos entre nosotros de condiciones y detalles.

D. Salvador Ha sido un placer conocerle. Quedo a su entera disposición.

Alcalde Lo espero el viernes a la misma hora.

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D. Salvador Hasta entonces, pues. (Sale.)

Alcalde ¡Marcelino!

Marcelino (Entra.) Mande.

Alcalde ¿Es que no piensas barrer el Ayuntamiento?

Marcelino ¿Cuándo, ahora?

Alcalde ¿Te parece pronto?

Marcelino No señor, tarde. Como ya es la hora de comer…

Alcalde Ya comerás luego. Esto parece una pocilga. (Sale.)

Marcelino Mañana será otro día. (Tira la escoba.)

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ESCENA V

(En casa del Alcalde. Entra Marcelino.)

Marcelino ¿Da usted su permiso, señor Alcalde?

Alcalde ¿Qué coño quieres ahora?

Marcelino Yo nada. Solo que le traigo una carta.

Alcalde ¿Y no podías llevármela al Ayuntamiento?

Marcelino No, si al Ayuntamiento ya se la llevé. Pero como hace cinco días que no aparece por allí.

Alcalde ¿Es que voy a tener que darte cuentas de si voy o dejo de ir?

Marcelino No señor. Si a mí que no venga ya me parece bien. Lo de los cinco días lo digo porque aquí en el sobre dice urgente, pues…

Alcalde Trae a ver.

Marcelino (Le entrega la carta. Mientras el Alcalde la abre.) Para mí que debe ser del forastero del otro día, porque detrás está escrito: burdel y compañía, o sea lo del papelico que me dio cuando dio a buscarlo a usted al casino. Y como por delante, además de urgente dice personal y confidencial, pues digo que igual es algo importante.

Alcalde (Que ha abierto el sobre y ha sacado un talón bancario.) ¡Rediós!

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Marcelino ¿Mande?

Alcalde (Escondiendo, azorado, el talón.) Pero ¿aún estás ahí?

Marcelino Yo era por si manda alguna otra cosa.

Alcalde Largo de aquí.

Marcelino O sea que, ¿ya me puedo ir?

Alcalde ¡Fuera!

Marcelino Con permiso. (Se va.)

Alcalde (Vuelve a mirar el talón.) ¡Cien mil!

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ESCENA VI

(El Ayuntamiento.)

Alcalde (Leyendo.) Señores Concejales: Tengo la satisfacción de presentar hoy a este Ayuntamiento un proyecto, que podría ser el origen de la prosperidad de nuestro amado pueblo. No quisiera pecar de un excesivo entusiasmo, que tal vez podría condicionar la libre opi-nión de los señores Concejales en asunto de tan trascendental importancia. Expondré pues la cuestión con absoluta objetividad y desapasionamiento. La Búrdel Company, empresa de archirreco-nocida solvencia, que goza de fama mundial en el campo de las bebidas, ha tenido a bien hacernos una generosa oferta. La Búrdel está dispuesta a instalar en nuestro pueblo una gran industria. Se nos ofrece…

Marcelino (Entrando.) Señor Alcalde, que pregunta el Tío Petines que si tie-nen para mucho rato.

Alcalde ¿No ves que estamos de sesión? Te tengo dicho que no interrum-pas.

Marcelino Yo, como es pastor del señor Alcalde…

Alcalde Aquí no hay excepciones.

Marcelino Es que como dice que a la cabra muesa del señor Alcalde…

Alcalde Al diablo con las cabras. ¡Fuera! (Se va Marcelino.) Repito: (Lee.)

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Una gran industria. Se nos ofrece pues la oportunidad de que este municipio deje de ser un pueblo agrícola –quiero decir: exclusiva-mente agrícola– y que se integre en el progreso de la era industrial. Señores Concejales: el futuro de Cigüelo está en nuestras manos.

Concejal 1 Hostia, qué discurso. De bien hablao que está ni aún se sabe lo que dice.

Concejal 2 Igual que un diputao.

Concejal 3 ¿Y quién lo ha escrito todo eso?

Alcalde Quién va a ser. Vosotros, como siempre os hablo así, a lo llano, os creéis que no sé de retóricas. Pues habéis de saber que cuando llega el caso, o sea cuando el asunto es importante, como pasa ahora, que se trata de una mejora para el pueblo, yo sé echar un discurso como el mejor.

Concejal 3 Pues más vale dejarse de habilidades y hablar claro.

Concejal 1 Eso, aquí las cosas claras. Porque la Burdel esa, o como se llame, será muy respetable, pero yo no me fío un pelo.

Concejal 4 Vamos por partes. Lo primero es que sepamos lo que busca esa gente, y luego ya hablaremos. Conque a ver: ¿qué industria es esa?

Alcalde Agua mineral. Una gran planta de embotellamiento. Dicen que el agua de nuestra fuente es muy buena para beber.

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Concejal 2 Vaya noticia fresca.

Concejal 4 Mira tú qué espabilaos. O sea que el negocio consiste en meter el agua en botellas y venderla a precio de vino.

Concejal 3 Así que nosotros ponemos el agua y ellos las botellas.

Alcalde La cosa no es tan simple. La Búrdel Company no pone solo las botellas, sino una verdadera industria. Porque hay que meter el agua en las botellas, luego hay que ponerles su tapón, y una eti-queta y todo lo demás.

Concejal 4 Pero el pueblo pone el agua. Y lo que hay que saber es qué saca el pueblo de ese negocio.

Alcalde Pues, eso: (Recita de memoria.) “La industrialización y con ella el progreso y la creación de puestos de trabajo”.

Concejal 4 A ver si nos aclaramos. Todo eso que dice está muy bien. Pero lo que pregunto es que cómo se reparten las ganancias. O sea que cuánto nos toca al Ayuntamiento.

Concejal 1 Eso, eso. ¿Cuánto nos toca?

Alcalde Aún es pronto para hablar de detalles. Lo primero hay que darle la concesión a la empresa, y luego ya se negociará la cosa de los bene-ficios. Porque si no hay concesión no hay trato.

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Concejal 1 Pues yo digo que cuando una empresa de tanta bulla se mete en un negocio, en lo primero que piensa es en los beneficios, conque si el pueblo se ha de meter en el ajo, hay que mirar de sacar tajada.

Alcalde Eso, ni que decir tiene. Pero para empezar, en un negocio como este, hay que dar pruebas de confianza y de buena voluntad.

Concejal 2 ¿Y qué pruebas dan pues ellos?

Concejal 3 Vamos por partes. Antes de pensar en lo que se podría sacar, que eso es algo que aún está por ver, sería bueno mirar lo que perde-mos; porque si se nos llevan el agua…

Alcalde Por Dios, nadie ha dicho tal cosas. (Busca y luego lee.) La empresa embotellará exclusivamente las aguas sobrantes, y garantiza al pue-blo una cantidad de agua equivalente a la empleada actualmente para los riegos y el abastecimiento.

Concejal 1 Bueno, eso ya está mejor.

Concejal 3 ¿Cómo, mejor? ¿Y cuáles aguas son aquí las que sobran? Cuando hagan las obras esas del proyecto y se rieguen todas las tierras que se pueden regar, entonces ya hablaremos de aguas sobrantes.

Alcalde Bueno, eso no es asunto del Ayuntamiento, sino de la Hermandad de Regantes. Así que ya se discutirá en la Junta de Riegos.

Concejal 3 Coño, y quién son pues los de esa Junta más que nosotros mismos.

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Alcalde Pero ahora estamos en una sesión municipal.

Concejal 3 Pero como se trata del agua pues también es asunto de la Junta de Riegos.

Alcalde Pero ahora no estamos en reunión de la Junta de Riegos.

Concejal 3 Pero podemos estarlo si es menester. Y yo digo que el Ayunta-miento, o sea nosotros, no puede disponer sobre las aguas, si no lo autoriza la Junta, o sea nosotros. Conque como ya estamos reuni-dos nosotros, pues somos lo que nos venga en gana ser.

Alcalde Pues yo digo que, como para eso soy el Alcalde, mando que ahora somos el Ayuntamiento, que es el que tiene que dar la concesión. Y que luego, como para eso soy el presidente, seremos la Junta de Riegos.

Concejal 3 Pues aunque seamos el Ayuntamiento, tenemos que defender los derechos de la Hermandad de Regantes.

Alcalde ¿Y quién se mete pues con ellos? ¿O es que no he dicho que la Empresa garantiza el agua para los riegos?

Concejal 1 Sí. Pero solo para la tierra que ya se riega.

Alcalde Y la Junta no manda en otros riegos que los que hay. ¿O es que también administra el agua de los secanos? Conque no tiene nin-gún derecho sobre las aguas sobrantes.

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Concejal 3 Eso, no está muy claro.

Concejal 2 ¿Y quién manda pues en esas aguas?

Alcalde El Ayuntamiento.

Concejal 4 Pues el Ayuntamiento siempre ha estao de acuerdo con el proyec-to de los nuevos regadíos.

Alcalde Pero los tiempos cambian. Hoy lo que manda es la industria. Los nuevos regadíos no son rentables.

Concejal 3 No lo serán para usted que es el dueño de la mitad de la huerta. Pero mis secanos…

Concejal 4 Y los míos.

Alcalde Hay que dejar a un lado los intereses particulares. Este es un asun-to de utilidad pública. El agua (De memoria.) “Es un don del cielo. El agua no puede ser una propiedad privada. Y es justo que su aprovechamiento se extienda…”.

Concejal 4 Pero bueno, ¿quién es aquí el que riega más que nadie?

Alcalde Creo que nos estamos saliendo del tema. (Busca y lee.) “Tratemos de no ser intransigentes. Tenemos un agua que es buena para beber. Pensemos en que hay personal que precisa de ella, y no para usos superfluos, sino para cubrir una necesidad vital: beber. No seamos egoístas; compartamos lo que tenemos con nuestros

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semejantes, y procuremos obtener, eso sí, de ese servicio, el justo provecho. No nos ofusquemos con un vulgar beneficio económi-co. Sepamos que es mucho más valioso lograr una industria, por-que una industria es una fuente permanente de riqueza”.

Concejal 2 Sí, pero para los dueños. O sea para la empresa de marras.

Alcalde “La riqueza engendra riqueza. Seamos útiles a nuestro pueblo facilitándole los medios para su propio desarrollo”.

Concejal 2 Aquí, puestos a hablar de industrias, lo que sería útil para el pue-blo sería una fábrica de conservas. O una azucarera.

Concejal 3 O una fábrica de harinas.

Concejal 1 Algo que diera salida a lo que sale del campo.

Alcalde Eso, particularmente lo de la conservera, no es mala idea. ¿Pero quién la monta? ¿Dónde están los dineros? Hay que tomar las cosas como vienen, y lo que se nos ofrece es lo de embotellar el agua.

Concejal 2 ¿Y eso para qué nos sirve? Vamos a ver: a ellos lo que les intere- sa es una embotelladora y a nosotros una conservera. O sea que la Burdel esa lo que quiere es el agua. Pero el agua es nuestra. Conque al que algo quiere, algo le cuesta. De modo que yo digo que nos hagan la fábrica de conservas y tendrán el agua.

Concejal 1 Eso está muy bien pensao.

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Concejal 3 Y así habría dos industrias en el pueblo.

Concejal 4 O la conservera y la embotelladora, o nada. No hay trato.

Concejal 3 ¿No han venido ellos de cara a buscarnos? Pues si quieren ya lo saben.

Alcalde Bueno, por probar nada se pierde. Y si se puede sacar mejor que mejor. Pero hay que andar con tiento, no sea que por ponernos farrucos y mucho apretar… El viernes vendrá a hablar conmigo el representante, así que le tendré que dar una respuestas. Yo, como es natural, trataré de sacar la cosa adelante, pero si veo que el asun-to se escapa…

Concejal 3 Hay que aguantar mecha, que aunque hagan ver que se largan ya volverán.

Alcalde Cuidao, que nos la jugamos. Más vale una industria que ninguna, y nosotros somos los primeros intersaos. No olvidemos que las gentes se empiezan a marchar del pueblo. Ya echan a faltar jorna-leros para las faenas eventuales. Y si la cosa sigue, nos quedaremos sin peones fijos y sin medieros. ¿Y entonces, qué? ¿Quién va a labrar la tierra? A no ser que subamos los jornales.

Concejal 1 Sí, ¡para esas estamos!

Alcalde Mientras que con la industria las mujeres sacarán su jornal, y con eso y lo que ganan sus maridos en el campo, ya no estarán tan tentaos de irse a la capital.

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Concejal 3 ¿Y si echan a coger hombres?

Alcalde ¿Para qué? ¿Para poner tapones y pegar etiquetas? Lo más que han de coger es a cuatro o seis. Y cuando vengan las faenas fuertes del campo irán, aunque sea media jornada.

Concejal 4 Para mí que el Alcalde tiene razón.

Concejal 2 Sí. Que se puede sacar todo… tanto mejor, que solo la embotella-dora, pues a mirar de sacar de ella lo más que se pueda.

Concejal 3 Pero primero probar a ver si…

Concejal 1 El señor Alcalde, ya hará todo lo que sea menester.

Alcalde ¿Se aprueba pues la concesión?

Concejales Se aprueba.

Alcalde Un momento, que se me olvidaba algo. Parece ser que en estos casos es costumbre que los ayuntamientos pongan los terrenos.

Concejal 2 Pero, cómo, ¿gratis?

Alcalde Claro. Total, al Ayuntamiento le sobran terrenos que no sirven para nada, y que si se emprende a hacer industrias, pues lo que queda gana barbaridad de valor.

Concejal 1 Sí. Porque entre la embotelladora y la conservera, igual luego les da a las industrias por venir al pueblo.

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Alcalde Aunque demos alguna facilidad, ya le sacaremos provecho. ¿Estamos pues conformes en eso?

Concejales Conformes.

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ESCENA VII

(En el Ayuntamiento. Marcelino sentado en el suelo arregla una silla. Entra don Salvador.)

D. Salvador ¿Está el Alcalde?

Marcelino Pase. No tenga miedo, que no es la hora de barrer.

D. Salvador Pregunto por el señor…

Marcelino Ya lo he oído, ya. Pues, no, que no está.

D. Salvador Sin embargo estoy citado a esta hora. ¿No me irá a decir que tam-bién está en el casino?

Marcelino Sí, eso es justamente lo que digo. Más le vale sentarse, porque igual tarda en venir.

D. Salvador No lo creo. (Se sienta.)

Marcelino Claro que, bien mirao, si sabe que va a venir usted, fácil es que no tarde, porque me parece a mí que, desde que le llevé yo la carta, le cae mejor que antes.

D. Salvador ¿Qué carta?

Marcelino Ah, ¿es que no era de su parte? Yo, como por detrás decía lo mismo que en el papel que me dio cuando la primera vez...

D. Salvador (Entre sorprendido e inquieto.) Y usted, ¿cómo y dónde ha visto esa carta?

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Marcelino ¿Que no se acuerda que ya le dije el otro día que soy el cartero del pueblo? Pero no se apure que yo no vi más que el sobre. O sea que lo que hubiera dentro, yo…

D. Salvador (No demasiado tranquilo.) Ya supogo. (Pausa.) ¿Y dice que luego el Alcalde…?

Marcelino Sí, en si que sacó el… Bueno, el papel que había dentro, se puso la mar de contento.

D. Salvador (Inquieto.) ¿Qué papel?

Marcelino Qué sé yo. El que fuera. Pero, no se apure que yo no sé qué clase de papel era, ni lo que decía. (Pausa.) Aunque el Alcalde lo sacó delante de mí.

D. Salvador Ya.

Marcelino Y como luego, cuando habló con los concejales del asunto ese de las aguas…

D. Salvador (Perplejo.) ¿Qué? (Impaciente.) Continúe.

Marcelino Pues eso, que todo era darle la razón a su empresa de usted.

D. Salvador ¿Es que acaso asistió a la sesión del Ayuntamiento?

Marcelino Asistir, no señor. Pero, entre que tuve que entrar con un recao, y lo que gritaban, pues, algo oí.

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D. Salvador (Interesado.) ¿Ah, si? (Simulando desinterés.) Y, ¿en qué quedó la cosa?

Marcelino Eso, no sabría decirlo. Porque antes que acabara tuve que ir a repicar la campana, porque llegó el cura en la moto, para el funeral del Tío Tomás el Cañicero, y como soy el sacristán…

D. Salvador ¿También sacristán?

Marcelino ¿Y? ¡qué remedio!

D. Salvador Vamos a ver. ¿Cómo dijo que se llamaba?

Marcelino ¿Yo? Marcelino, para servirle.

D. Salvador Bueno, Marcelino; me voy a permitir tutearte, si no te molesta, claro está.

Marcelino A mí, no señor.

D. Salvador Así me gusta. Te voy a ser franco. Me parece que eres un joven listo y trabajador. Y eso me satisface. ¿Te gustaría ganar un buen sueldo, y dejar todas esas…? –¿cómo las llamas tú?– chapuzas, eso es. Di. ¿Te gustaría?

Marcelino Sí, señor. Y tanto que me gustaría.

D. Salvador Menos lo del alguacil, por supuesto, porque no estaría bien dejar colgado a nuestro amigo el señor Alcalde.

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Marcelino No señor, que no estaría bien. Además que eso de estar en el Ayuntamiento, a veces, no viene mal.

D. Salvador Bien. Pues si quieres, yo te ofrezco un empleo en nuestra empresa.

Marcelino El caso es que yo, salir del pueblo…

D. Salvador No, no. Aquí mismo. Necesitamos alguien de confianza. Eso natu-ralmente en el supuesto de que nos instalemos aquí.

Marcelino Ya. Y, ¿qué faena tendría que hacer?

D. Salvador Nada en concreto, por el momento. Es decir que serías un emplea-do de la empresa, con una misión indeterminada, para encargarte de… en fin, de lo que fuera necesario.

Marcelino O sea, para lo que me quieran mandar. Más o menos como estoy en el Ayuntamiento.

D. Salvador Pero mejor pagado.

Marcelino Ya que se habla de pagar, ¿cuánto ganaría yo?

D. Salvador ¿Cuánto querrías?

Marcelino Hombre, yo… la verdad, sin saber la faena…

D. Salvador ¿Cuánto ganas ahora?

Marcelino ¿En cuál cosa?

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D. Salvador Digamos, entre todo.

Marcelino Pues… qué sé yo… mil a la semana.

D. Salvador ¿Te parece, pues… dos mil?

Marcelino Sí señor, ya lo creo.

D. Salvador Entonces, ya lo sabes. Si las cosas siguen adelante, cuento contigo.

Marcelino Para todo lo que guste mandar.

D. Salvador Y ahora, aunque el contrato aún no sea firme, ¿podrías prestarme tu primer servicio?

Marcelino No faltaba más.

D. Salvador Pues, pásate al casino, y le recuerdas al Alcalde…

Marcelino Que está usted aquí. Sí señor, voy volando.

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ESCENA VIII

D. Salvador Ese Alcalde es un hueso duro de roer.

Mr. Kapit No comprendo. Recibió el cheque. El dinero ablanda todo.

D. Salvador Echa las culpas a los concejales. Pero, a pesar de las dificultades, el asunto está prácticamente resuelto.

Mr. Kapit ¿Firmó la concesión?

D. Salvador Todavía no, pero…

Mr. Kapit Entonces, ¿qué está resuelto? Si no hay concesión, no hay nada.

D. Salvador Solo está pendiente de una pequeña cuestión. Exigen algo a cam-bio.

Mr. Kapit ¿A cambio de cuál cosa? ¿A cambio de agua que malgastan y derro-chan? ¿A cambio de agua que nadie usa? ¿Y qué cosa exigen? ¿No basta la industria, con progreso, con civilización, con sanidad?

D. Salvador Hay que comprender que se trata de un pueblo agrícola. Son gen-tes de ideas fijas, difíciles de convencer. Tienen problemas de comercialización de sus productos y aspiran a tener una industria de conservas.

Mr. Kapit Es razonable.

D. Salvador Pero, saben que nos interesa su agua, y pretenden negociar. Exigen que construyamos esa conservera.

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Mr. Kapit Una locura.

D. Salvador Tal vez no fuera mal negocio. Se podría obtener los productos a buen precio, ahorrar el transporte, y la mano de obra sería más barata que en la capital.

Mr. Kapit Ruinoso. Una conservera exige personal especializado, y técnicos y administrativos. Habría que pagarles su peso en oro y tampoco estarían dispuestos a vivir en aquel agujero.

Dra. López Coincido plenamente en el criterio de que se trataría de un nego-cio ruinoso. Sin embargo creo que podríamos comprometernos a montar esa fábrica, sin el menor perjuicio para nosotros.

Mr. Kapit No comprendo.

Dra. López La fase segunda de nuestro plan, prevé circunstancias de este tipo. En resumen, se trata de obtener la concesión del agua. A cambio del compromiso de construir una conservera, con la única condi-ción adicional de comenzar su construcción seis meses después de la puesta en marcha de la embotelladora.

Mr. Kapit Pero, llegado el momento, estamos obligados a…

Dra. López Nos olvidaremos de ello.

D. Salvador Sí, y los labradores exigirán que cumplamos el compromiso.

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Dra. López Existen medios para evitarlo. Basta con hacer que, para entonces, ya no haya labradores en ese pueblo. Puesto que si no hay labra-dores, nadie pedirá la conservera.

Mr. Kapit Correcto. Pero, ¿cómo eliminar los labradores?

Dra. López Eso constituye la tercera fase de nuestro plan.

Mr. Kapit Veo que lo tiene todo previsto. Confío en su eficiencia. (A don Salvador.) Puede aceptar ese compromiso, en las condiciones que disponga la doctora. Obtenga ahora de una vez esa maldita conce-sión.

D. Salvador El caso es que aún hay algo más. Exigen puestos de trabajo en la embotelladora.

Mr. Kapit ¡Qué disparate! Nuestra planta será totalmente automatizada. Nada de mano de obra.

Dra. López Necesitamos peones mientras duren las obras y el montaje de la planta. Contratos por un año. Eso será suficiente para contentar-los.

D. Salvador ¿Y cuando acaben las obras, y comience a funcionar la planta?

Dra. López La tercera fase del plan se encargará del resto.

Mr. Kapit De acuerdo pues en todo. (A don Salvador.) ¿Cuántos concejales son?

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D. Salvador Cuatro.

Mr. Kapit Le extenderé unos cheques, digamos de segunda categoría, para esos caballeros.

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ESCENA IX

(Marcelino y Felisa.)

Marcelino ¿A que no te piensas lo que me ha salido?

Felisa Como no sea un salpullido.

Marcelino No mujer. Algo bueno.

Felisa Pues, hijo no sé.

Marcelino ¡Un empleo!

Felisa (Muy contenta.) ¿En la capital?

Marcelino Qué en la capital, aquí en el pueblo.

Felisa Bah. Algo como lo de cartero será.

Marcelino Sí, ya. Si te digo lo que voy a ganar, te caes de culo.

Felisa No será para tanto.

Marcelino Lo que no gana nadie en el pueblo. Trabajando se entiende.

Felisa ¿Y qué empleo es pues?

Marcelino En la cosa del agua.

Felisa ¿De guarda? Lo que te faltaba ¿Es que se ha jubilao el Florencio?

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Marcelino Si no digo el agua de regar. Es en lo de meterla en botellas.

Felisa ¡Acabemos! ¿Pero es que eso de la industria va en serio o qué?

Marcelino Y tanto que sí.

Felisa ¿Y tú qué sabes?

Marcelino ¿Para qué te piensas que estoy en el Ayuntamiento? Lo que no sepa yo…

Felisa De todas formas, eso irá, para largo, porque antes que no hagan la fabrica…

Marcelino Pues yo el empleo ya lo tengo. Conque ahora ya podemos casar-nos.

Felisa ¿Qué me dices?

Marcelino Lo que oyes.

Felisa ¿Me lo juras que esta vez va de veras?

Marcelino Jurao está.

Felisa Mira Marcelino, que te conozco.

Marcelino Si no lo crees peor para ti.

Felisa Oye, y una vez que estés colocao en esa empresa, ¿no te podrían buscar algo en la capital?

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Marcelino ¿Ya estamos con las mismas? Como me vuelvas a mentar…

Felisa Yo solo preguntaba.

Marcelino Pues, ya lo sabes. ¿Te digo un cosa? Agárrate: dos mil a la semana.

Felisa ¡Jesús!

Marcelino Para que luego hables, anda pásame ahora por las narices a ese desgraciao del Sebastián, que ya te habrás enterao de cómo anda.

Felisa ¿Yo?

Marcelino ¿Así que no lo sabes? Pues han rematao la obra y lo han puesto con toda la cuadrilla en la puñetera calle.

Felisa ¿Y tú cómo te has enterao?

Marcelino Por el Lorenzo, que trabajaban juntos, y ya lo tienes en el pueblo con las orejas gachas. Conque vete aprendiendo de lo que se gana con ir a la capital.

Felisa Qué razón tenías. Ladrón.

Martín (Entra.) ¿Aquí estás tú? Más te vale ir corriendo al Ayuntamiento, que el Alcalde te anda buscando, y está que muerde.

Marcelino Que se espere.

Martín Pero, ¿es que no has oído? Mira que ya te digo que está de mala sangre, y tú sabes cómo las gasta.

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Marcelino Pues, por mí, si la tiene mala, que haga morcillas y se las coma para almorzar. Que yo sepa ahora estoy en lo mío.

Martín Con muchos humos te veo. ¿No habrás empinao el codo más de la cuenta?

Marcelino Lo que he hecho más de la cuenta es aguantarlo a este tío cacique.

Felisa Calla, que las paredes oyen.

Martín Bueno, zagal, tu verás. Yo, ya te he dicho lo que hay. Que se te pase pronto. (Sale.)

Felisa No seas imprudente. Mira que lo del Ayuntamiento no te viene mal, y eso ya lo tienes seguro.

Marcelino No, si no pienso dejarlo. Pero como no estoy necesitao, pues eso, que aguantaré lo que aguante.

Felisa Anda, más te vale ir. Ya platicaremos luego.

Marcelino Iré. Pero sin prisas. Oye, para qué no vamos primero a celebrarlo lo del empleo.

Felisa ¿Pero qué dices? ¿Igual quieres que vaya contigo a la taberna?

Marcelino Qué, a la taberna. ¡Al pajar!

(Salen los dos.)

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ESCENA X

(Pregón.)

Marcelino De parte de la famosísima y benefactora empresa Burdel y Cía. Que va a instalar en este pueblo una gran industria, para progreso y desarrollo de toda la población. Se hace saber:

Que se contrata personal para las obras, con prioridad para los vecinos del pueblo –o sea que los del pueblo serán los primeros–.

También se hace saber que los que se apunten ahora, luego serán los primeros para colocarse en la fábrica, cuando funcione.

Los interesados en engancharse, que se personen en las oficinas provisionales de la Burdel y Cía., instaladas en la Caja de Ahorros, a las horas que está abierta.

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ESCENA XI

(El Ayuntamiento.)

Alcalde He convocado esta reunión urgente del Ayuntamiento para tratar de los problemas que tenemos con la construcción de la planta embotelladora. Se abre la sesión.

Concejales Señor Alcalde… (Hablan todos a la vez muy excitados.)

Alcalde Calma. Silencio. Basta ya. Hablemos con tranquilidad, y de uno en uno. (Se van callando. Entra Marcelino.) ¿Y a ti quién te ha llamado?

Marcelino Perdonen. Creí que pasaba algo gordo. Como he oído semejante follón.

Alcalde Te he dicho mil veces que las sesiones son secretas. Así que largo de aquí. Y a ver si aprendes a llamar a la puerta.

Marcelino Yo, es que como no sabía si había fuego o…

Alcalde Fuera.

Marcelino Sí señor. (Sale.)

Alcalde Este condenao de alguacil… Bueno. Empecemos.

Concejal 2 Yo digo que la dichosa Burdel y Cía. nos está haciendo la puñeta. Y que si no se pone remedio, vamos todos a la ruina.

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Concejal 1 Ya dije yo que no me fiaba un pelo de esa gentuza.

Concejal 3 Pues yo digo que mucha culpa de lo que pasa la tiene el Alcalde.

Alcalde ¿Cómo te atreves a…? Ya estás retirando ahora mismo lo que has dicho.

Concejal 3 Pues no señor, que no lo retiro. Porque si aprobamos la cuestión fue porque nos hizo creer que solo cogerían a las mujeres. Y ahora resulta que todos los jornaleros están de peones en las obras, y no hay quien encuentre brazos para el campo.

Alcalde Yo dije para la fábrica, no para la obra; así que si nos equivocamos, la responsabilidad es de todos. Y de todos modos, no hay que exagerar, que la cosa no es para tanto. Porque el mal es solo mien-tras las obras. O sea, para menos de un año.

Concejal 2 ¡Casi nada! ¿Y a qué fin pagan los jornales que pagan? Porque si ahora quieres echar mano de alguien tienes que cargar con un medio viejo, y encima pagar el doble.

Concejal 4 Eso, si lo encuentras.

Alcalde Al fin y al cabo, yo soy el más perjudicao de todos. Y me aguanto.

Concejal 3 Al que más tiene, más le toca perder.

Alcalde Hay que tener paciencia. Ya mejorarán las cosas.

Concejal 2 Sí, una vez como han subido los jornales como han subido, a ver cómo se hace luego para bajarlos.

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Concejal 3 Al Alcalde, como le llevan todas las tierras a medias, tanto le da que suban como que bajen. Él se lleva la mitad de la cosecha y lo demás…

Alcalde ¡Qué te has creído! ¿Sabes lo que pasa con los medieros? Como no encuentran peones y ellos solos no bastan, lo dejan todo yermo. Conque si me ha de tocar la mitad de nada, ya me diréis. Si yo he aguantao lo que he aguantao, es por mirar el bien del pueblo. Por eso, aunque nos toque sacrificarnos una temporada…

Concejal 4 Y ¿cómo sabemos lo que vendrá luego? Porque ahora cualquiera se fía.

Concejal 1 Muchas palabras, y luego…

Alcalde No saquemos las cosas de madre. Lo cierto es que nos han fasti-diao. Y bien que nos han fastidiao. Pero también hay que ponerse en su lugar, de que sin peones no podían hacer las obras. Y eso de que muchas palabras y luego nada, no me parece gota de justo, porque digo yo que otros detalles han tenido.

Concejal 1 ¿Por qué lo dice? ¿Por las cuatro perras que nos dieron?

Alcalde No tan cuatro perras. 15.000 del ala.

Concejal 3 Igual al Alcalde le dieron el doble, y por eso aguanta lo que se aguanta.

Alcalde Mira, que ya me estoy cansando, eh. No me calumnies que…

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Concejal 2 Ya vale. No faltaba más que nos enzarcemos entre nosotros. Más o menos, aquí todos somos perjudicaos. Y lo que hace falta es unir-se para defender nuestros intereses.

Concejal 4 Eso, eso es lo que es menester.

Concejal 2 Lo mejor es hablar con esa gente y ver de llegar a un acuerdo. Que bien repartidos, aquí hay peones para todos.

(Mr. Kapit, la doctora López y don Salvador. Los dos primeros sentados.)

D. Salvador ¿Puedo hacerlo pasar?

Mr. Kapit Si no hay más remedio… (Sale don Salvador.) Es una… ¿cómo se dice?

Dra. López Una lata.

Mr. Kapit Eso es, una lata. Dejo la solución en sus manos, doctora.

Dra. López No se preocupe, Mr. Kapit.

(Entra don Salvador con el Alcalde.)

D. Salvador Pase, pase usted. Mr. Kapit le presento al señor Alcalde de Cigüelo de la Fuente. (Al Alcalde.) Mr. Kapit, director gerente delegado en nuestro país de la Búrdel Company. La doctora López, directora del gabinete técnico de la empresa.

Alcalde Mucho gusto.

Dra. López Encantada.

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Mr. Kapit (Con una mueca-sonrisa cortés.) Brrr.

Dra. López Usted dirá.

Alcalde Con su permiso. Pues yo… es decir el Ayuntamiento… o sea los concejales…

Dra. López Vamos, hable abiertamente.

D. Salvador No tema. Plantee sus problemas sin ambages.

Alcalde Ya digo que por mi parte… no hay nada que ventilar. Pero es el caso que… resulta… quiero decir… algunos concejales, o sea todos, están descontentos.

Mr. Kapit ¡Aha!

Alcalde Lo que pasa es que tienen dificultades para encontrar personal. Vaya, que como la gente del pueblo trabaja en las obras… el cam-po está abandonado. Porque no quedan jornaleros para las faenas del campo. Y claro, pues eso, me han enviado aquí para que yo les explique a ustedes el problema. Conque, ya lo saben.

Dra. López ¿Y qué podemos hacer para complacerles?

Alcalde Bueno, nosotros, o mejor dicho, el Ayuntamiento, queríamos ver si sería posible que se redujera el número de obreros en las obras.

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Dra. López Eso, desgraciadamente, no es posible. Esas personas tienen un contrato de trabajo y la empresa tiene que cumplirlo, es norma de la casa respetar los derechos de sus trabajadores, a no ser que se desmanden, claro está.

Alcalde Eso mismo les dije yo a los concejales, pero he pensado que tal vez se podrían suprimir las horas extraordinarias y…

Dra. López Con ello iríamos en perjuicio de ustedes mismos. Las obras dura-rían más tiempo, y eso prolongaría esta situación.

Alcalde También eso se lo dije a los concejales. Pero no es fácil hacerles comprender las cosas. Son personas incultas y desconfiadas, y exi-gen…

Mr. Kapit ¿No recibieron sus cheques?

Alcalde Ya les hice esa observación. Pero parece que no lo creen suficiente.

D. Salvador Si es por eso, sugiero que se podría enviar a esos cuatro concejales unos nuevos cheques por la misma cantidad.

Mr. Kapit Correcto.

D. Salvador ¿Qué le parece la solución, amigo Alcalde?

Alcalde Bien, pero… No es que pida nada para mí, pero bien mirado, yo soy el más perjudicado, porque soy el que tengo más tierra, y, claro, no sería justo…

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Mr. Kapit ¿Quiere también su parte?

Alcalde Hombre, yo… si por mí fuera… Pero si los otros cobran…

Dra. López Me sorprende, señor Alcalde. No creo que usted sea de esas per-sonas que solo aspiran a percibir simples donativos. Estoy segura de que su renta supera con mucho lo que podría percibir de noso-tros.

Alcalde No crea. Hoy día la agricultura… o sea que nunca viene mal.

Dra. López Yo opino que podríamos contribuir a su prosperidad de una forma más elegante, y, por supuesto, más decisiva. En estos tiempos hay algo que tiene más valor que el dinero: el conocimiento, o sea: la información.

Alcalde ¿Y dice que vale más que el dinero?

Dra. López A veces mucho más. Pero no olvide una cosa: cuando el que tiene una buena información la divulga, pierde su riqueza. Es como regalar el propio dinero a los demás.

Alcalde Pues si ustedes tienen una información de esas y me la dan…

Dra. López Le diré por qué. En primer lugar se trata de una información que no es productiva para nosotros, pero puede serlo para usted. Y en segundo lugar, usted posee un gran capital, y es por lo tanto uno de los nuestros. No nos interesa que ese capital se pierda o se dis-gregue, sino que produzca, y que produzca al máximo. Pues bien,

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la información es esta: dentro de poco sus tierras no tendrán nin-gún valor.

Alcalde Y eso, ¿por qué?

Dra. López Aún está a tiempo. Benefíciese de esta información. Venda de inmediato las tierras a sus medieros.

Alcalde Le agradezco el consejo. Pero, vamos a ver, ¿por qué han de perder su valor mis tierras? ¿Quién me dice a mí que no va a ser al con-trario? Porque con esto de la industria, igual el pueblo tira para arriba y entonces…

Dra. López No puedo darle más explicaciones. Si no cree lo que le digo, allá usted. Pero sería lamentable que un hombre de su posición se quedara sin nada.

D. Salvador La agricultura tiene mal porvenir.

Dra. López Usted mismo ha podido comprobar que ya empiezan a tener pro-blemas; o si no, ¿por qué está usted aquí? Pues créame. Esos pro-blemas aumentarán, y entonces será ya demasiado tarde para salvar algo.

Alcalde ¿Y cuando se haga la conservera, qué?

Dra. López ¿Qué conservera?

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Alcalde Está escrito, y bien escrito en el contrato de la concesión del agua. Dentro de un año…

Dra. López Pueden pasar muchas cosas en ese tiempo. Piénselo. Venda todo e invierta su dinero en algo productivo. Nuestra empresa, sin ir más lejos, hará en breve una ampliación de capital.

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ESCENA XIII

(El Alcalde y sus medieros.)

Alcalde (Leyendo.) Amigos, os he llamado a todos, para despedirme de vosotros, y al mismo tiempo para ofreceros algo que hace años que he venido meditando. Juntos hemos logrado hacer de la huerta de este pueblo un auténtico vergel. Vosotros, con vuestro esmero y vuestro trabajo, yo, modestamente, aportando las tierras y los aperos. Y ahora, cuando llega el momento de la despedida, cuando nuevos deberes me reclaman en la ciudad, yo quiero que estas tierras en que he nacido, y que tal vez no vuelva a ver, pertenezcan legítimamente a aquellos que las han hecho fructificar con su esfuerzo diario y que han alimentado a sus familias con esos frutos. He recibido ofertas muy ventajosas de compradores que no son vecinos de Cigüelo pero que adivinan la cercana prosperidad de nuestro pueblo. La construcción de esa planta embotelladora, que ya es casi una realidad, y esa futura fábrica conservera que ha de ser orgullo de todos los cigüelanos, han despertado la codicia de los especuladores. Pero yo soy hijo de este pueblo, y quiero que esas tierras que hoy aún puedo llamar mías, mañana sean vuestras. Por eso, antes de cerrar tratos con extraños, y a costa de mis pro-pios intereses, quiero que todos mis medieros tengáis la oportuni-dad de comprar las fincas que venís cultivando. En consecuencia, os comunico que contáis con una semana de plazo para aceptar mi oferta. (Deja el papel.) Bueno, ¿qué me decís?

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Mediero 1 Así, de primeras, a mí me parece muy bien, pero todo depende del precio y las condiciones.

Mediero 2 Yo de mi parte, agradecido, pero lo mismo digo.

Mediero 3 Y yo.

Mediero 4 A ver pues qué nos dice del pago.

Alcalde En cuestión del precio, quiero tratar a todos por igual. O sea la hectárea de monte a 25.000 y la de huerta a 200.000.

Mediero 3 Algo caro se me hace.

Alcalde Es la mitad de las ofertas que he tenido.

Mediero 2 Bueno, ¿y el pago?

Alcalde Al contado. Tenéis que comprender que si dejo esto me hará falta el capital para hacer otra inversión.

Mediero 1 Pues yo no dispongo de tanto.

Mediero 4 Yo podría pagar la mitad, y el resto…

Mediero 3 Ya sabe, señor Alcalde, que estos últimos años han sido malos y tenemos pocos ahorros.

Mediero 2 Yo en ese plan, no puedo comprar.

Alcalde Vamos a ver. ¿Podríais pagar la mitad de momento?

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Mediero 2 Hombre, eso ya es otra cosa.

Mediero 3 Algo apurado está el asunto, pero en fin…

Mediero 1 Yo, tanto como la mitad podría.

Mediero 1 Ya he dicho que así…

Alcalde Entonces, no hay problema. Para el resto, pedís un crédito a la Caja de Ahorros, y así yo dispongo de los dineros y vosotros los podéis pagar en cómodos plazos.

Mediero 2 ¿Y ya querrán darnos esos créditos?

Alcalde Eso está seguro, la Caja está en la mejor disposición en este nego-cio, además que para eso están. Se hace una hipoteca sobre la tierra de cada cual y listo.

Mediero 3 Es que yo nunca he debido nada, y la verdad…

Mediero 1 Eso de las hipotecas… Viene un año malo y se te quedan con todo.

Mediero 2 Yo en ese plan, ya digo que no compro.

Alcalde Los tiempos mandan ¿quién es aquí el que no ha comprado algo a plazos? Hasta las grandes empresas funcionan con créditos, sin ir más lejos ¿quién os creéis que financia la planta embotelladora? Pues la Caja. No veis que así contribuye al desarrollo del pueblo?, que para eso están.

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Mediero 2 Coño, y entonces, si el pueblo pone el agua, y la Caja las perras, ¿qué pone la Burdel o como se llame?

Alcalde ¡Otra! Pues la tecnología, la marca, el nombre, la comercialización, ¡todo! Pero volvamos a lo nuestro, yo ya he hablado con el director, así que no tenéis mas que pasar por la oficina a hacer los papeles y luego a comprar las tierras. ¿Os parece bien? Pues nada, ya lo sabéis. Tenéis tiempo hasta el sábado al mediodía.

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ESCENA XIV

(Mr. Kapit, la doctora López, don Salvador.)

D. Salvador Han pasado quince días desde la inauguración de la planta y ya podemos asegurar que todo funciona a la perfección, la produc-ción se ajusta plenamente a las previsiones.

Dra. López Nuestra sección comercial informa que la nueva marca ha tenido una excelente acogida en el mercado y todo hace prever un cre-ciente aumento de la demanda. La sección de publicidad ha tenido un nuevo éxito.

Mr. Kapit Perfecto.

D. Salvador Sin embargo, empezamos a tener problemas con la gente del pue-blo, están soliviantados por la falta de puestos de trabajo y exigen que se comiencen de inmediato las obras de la conservera.

Dra. López Ha llegado el momento de poner en marcha la tercera fase del plan.

Mr. Kapit Exponga su idea.

Dra. López Objetivos finales de la tercera fase: A.– Anulación de la cláusula de la concesión que obliga a la Búrdel y Cía. a la construcción de una conservera. B.– Anulación de la cláusula que limita la concesión a las aguas sobrantes. Objetivo inmediato.– Emigración forzada de los campesinos. Método a aplicar: polución controlada de las aguas destinadas a riego y abastecimiento.

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Me explicare: la cláusula 127 del contrato de concesión de aguas dice así: “La Búrdel Company podrá usar las aguas definidas en este contrato como no embotellables para usos secundarios, tales como limpieza, esterilización de envases, etc., con la condición de que no exista consumo apreciable de las mismas y que estas queden a disposición del pueblo para las necesidades de riegos y abastecimiento”. Pues bien, nuestra planta cuenta con la corres-pondiente instalación de esterilización de envases, en la cual se pueden emplear detergentes y otros productos altamente contami-nantes de las aguas, que impedirán su posterior uso para los fines previstos de riego y consumo.

Mr. Kapit No comprendo; la planta funciona con envases suministrados por nuestra factoría de la costa, y estos envases salen de ella con plena garantía de higiene.

Dra. López Sin embargo, nadie nos impide, que por un exceso de celo, proce-damos de nuevo a su esterilización en plena embotelladora.

Mr. Kapit Comprendo, pero eso supone un aumento innecesario de los cos-tes.

Dra. López No innecesario, puesto que la aplicación de esta media conducirá a nuestro objetivo inmediato: librarnos de los campesinos.

Mr. Kapit Correcto. La felicito doctora.

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Dra. López Naturalmente este gravoso proceso de reesterilización se aplicará con carácter transitorio hasta lograr el objetivo propuesto y, en consecuencia los objetivos finales de la tercera fase. Luego, una vez cancelada la obligación de construir la conservera, y eliminada la servidumbre de tener que devolver al pueblo su parte correspon-diente de las aguas, no solo evitaremos esa reesterilización sino que además podremos embotellar la totalidad del caudal.

Mr. Kapit Muy brillante, doctora. Sí, decididamente muy eficaz. Ponga en marcha de inmediato el plan en su tercera fase.

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ESCENA XV

(Labradores, luego Marcelino.)

Labrador 1 ¿Dónde vas tan corriendo?

Labrador 2 Aunque no esté bien decirlo, voy a ver si hago de cuerpo, y con prisas que voy.

Labrador 1 ¿También tú andas con las tripas sueltas?

Labrador 2 Y tanto.

Labrador 1 Pues yo no hago otra cosa en todo el día que subirme y bajarme los pantalones.

Labrador 2 Me voy, que igual hago tarde. (Sale corriendo y tropieza con Labrador 3, que entraba.)

Labrador 3 ¡Para! (A Labrador 1.) ¿Qué le pasa a ese? ¿Le arde la casa, o qué?

Labrador 1 Lo que le arden son los intestinos. Y a mí, me parece que ya me vuelven los retorcijones.

Labrador 3 Coño, igual os pasa lo que a mí, que voy más escagazao que una gallina. Y el caso es que la mujer, por lo que se ve, aún me gana a ligero.

Labrador 1 Digo yo que si esto no será como una pidemia.

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Labrador 4 (Entrando.) ¿Qué habláis de pidemias? Para pidemia la que hay en mi casa, que hasta la cabra caga farinetas, y claras.

Labrador 1 Ya decía yo que aquí pasaba algo. (Al Labrador 2, que regresa.) ¿Ya has rematao? Pues si que te has aviao pronto.

Labrador 2 Y sin tener que hacer fuerza. Ahora que viajes no me faltarán, no.

Labrador 1 Con permiso, que me toca la vez. (Sale corriendo.)

Labrador 4 Para mí que habría que avisar al médico.

Labrador 3 A ver si va a ser del agua, porque yo le he encontrao un gusto algo raro. De primeras me he dicho: será del botijo. Pero lo he enjuagao bien enjuagao y el agua sabía lo mismo.

Labrador 4 Yo, del agua no creo que sea. ¿No dicen que es tan buena? Si no, no la meterían en botellas.

Labrador 2 En eso llevas razón. Pero ahora que lo has dicho, también yo le he encontrao un gusto como a jabón.

Labrador 3 Qué a jabón, a insecticida.

Labrador 2 Sí, a eso también.

Marcelino (Entra y toca la corneta.) De parte del señor Alcalde, el nuevo, se hace saber: Que a la vista de los trastornos istentinales sufridos por algunos vecinos de Cigüelo, se han mandao analizar las aguas del pueblo, resultando que las dichas aguas son insalubres, contami-

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nadas y no potables. Por todo lo cual se prohíbe a los vecinos y forasteros que beban otra agua que la que viene embotellada y con los debidos sellos de sanidad. Así mismo se hace saber que la Burdel y Cía., en atención a los vecinos de Cigüelo, pone a su disposición sus botellas de agua común 25 % de descuento, y el resto de las bebidas que produce la empresa: naranjadas, limona-das, Kosa-Kola y etc. a precio de mayorista.

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ESCENA XVI

(Don Salvador, Mr. Kapit, doctora López.)

D. Salvador La situación comienza a ser más que delicada. El problema de las diarreas ha provocado reacciones muy dispares entre la gente del pueblo. Mientras un sector más bien amplio ha aceptado la des-gracia con resignación, y, acatando la prohibición municipal, consume nuestra agua, un núcleo reducido, pero muy activo, trata de revolucionar a los vecinos pacíficos. Y lo que peor es que la agresividad de este núcleo se ve agravada por el hecho de que esa gentuza se niega a probar el agua, y, en consecuencia, ingiere can-tidades poco recomendables de vino.

Dra. López Perfecto.

D. Salvador ¿Cómo dice?

Dra. López Cuando las cosechas comiencen a acusar los efectos del agua de riego la tensión aumentará, y entonces será el momento de inter-venir y poner en marcha la cuarta y última fase de nuestro plan.

Mr. Kapit ¿Todavía una nueva fase? Magnífico.

Dra. López Tenemos ya a los habitantes de Cigüelo en una situación insoste-nible, es decir, a punto de convertirse en emigrantes.

D. Salvador Ah, ya comprendo. Muy ingenioso.

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Dra. López Podríamos ahora limitarnos a esperar la natural culminación del proceso de emigración, objetivo final de nuestro plan en sus tres primeras fases. Pero eso sería desperdiciar la ocasión de obtener una nueva rentabilidad de ese proceso. En una cuarta fase tenemos previsto, no solo acelerar e intensificar la emigración, sino sacar de ella toda su rentabilidad potencial.

D. Salvador (Sin entender nada.) Sí, creo que eso es lo mejor que podemos hacer.

Mr. Kapit En lo que a usted respecta, lo mejor que podría hacer es cerrar la boca.

D. Salvador Por supuesto. Perdón.

Mr. Kapit Prosiga, doctora.

Dra. López Una población emigrante constituye una fuerza productiva utili-zable, y al mismo tiempo un grupo de consumidores en potencia. Precisamos mano de obra para nuestras nuevas factorías de la ciu-dad. Precisamos consumidores para nuestros productos, y compra-dores para los pisos de nuestras inmobiliarias. Pues bien; cada exvecino de este pueblo puede ser a la vez un trabajador a nuestro servicio, un consumidor de nuestros productos, un deudor de nuestras financieras y un comprador de nuestras viviendas sociales. No basta con sacar a la gente de los lugares donde nos estorba, es necesario llevarla al sitio donde pueda sernos más productiva y más rentable. Este es el objetivo final de todo nuestro plan.

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Mr. Kapit La felicito, doctora López. Un plan perfecto. Proceda a poner en práctica esa cuarta fase.

Dra. López Si actuamos en el momento oportuno, nuestras ofertas de trabajo serán recibidas como una tabla de salvación. Sugiero que el señor De la Peña y yo misma nos traslademos de inmediato a Cigüelo, y esperemos allí a que los acontecimientos pidan nuestra interven-ción directa.

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ESCENA XVII

(Labrador 1 y Martín.)

Labrador 1 Tío Martín, usted que ha sido toda su vida hortelano, a ver si me sabe dar una explicación, porque lo que me ha pasao con los toma-tes, yo no lo he conocido en diez años que llevo criando.

Martín ¿Y qué les ha pasao pues?

Labrador 1 Casi nada; que ya los he catao.

Martín Vamos, calla. Qué has de catar. Si aún estarán echando la primera florada.

Labrador 1 Lo que digo es que ya he catao todos los que he de coger.

Martín Coño ¿y eso?

Labrador 1 ¿Lo sabe usted? Verá; los tenía recién esquejaos, y lozanos… que se iban del campo. Conque echo a regarlos, y qué se piensa que ha pasao. Así como les iba llegando el agua, la han emprendido a mustiarse, y al rato todas las tomateras que han hincao el morro.

Martín Pues sí que es raro. ¿Y dices que antes estaban buenas?

Labrador 1 Buenas no, buenísimas.

Martín Ahora que me dices, caigo yo que el hijo ha ido a regar las patatas y le parece que han puesto mala cara. Justamente iba yo a verlas.

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Juanito (Que acaba de entrar.) Pues ya no le cale ir, que están que ni que las hubiera caído una pedregada. Y al Gaspar el Capazorras le ha pasao otro tanto con los ajos.

Martín Pues a este con las tomateras…

Juanito Esto ya es más que sospechoso. Para mí que pasa lo mismo lo mismo que con las cagueras.

Martín Desde luego, el mal tiene que estar en el agua.

Juanito Eso es lo que yo digo.

Labrador 1 Pues alguno tendrá que pagarlo.

(Entran Labradores 2 y 3.)

Labrador 3 Mira, otros que andan escocidos. ¿También se ha regao, o qué?

Labrador 1 No. Lo que hemos hecho ya es cosechar.

Labrador 2 Vamos al Ayuntamiento a ver qué pasa aquí. Que toda la culpa la tiene el Alcalde.

Martín Sí, lo que es a ese cacique, échale un galgo.

Labrador 2 Pues el nuevo lo pagará, que concejal era cuando trajeron a esa canalla de gente. Vamos por él. ¡Al Ayuntamiento!

Labrador 4 (Entrando.) No corráis tanto, que haréis tarde. De allí vengo. Y por no quedar, no quedan ni aún las ratas.

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Labrador 2 Pues a su casa.

Labrador 4 A buena hora. Y se las han grillao del pueblo. Todo el pleno muni-cipal.

Labrador 2 ¡Serán rebordizos…!

Labrador 4 Déjalos estar. No hay que apurarse, que aquí traigo yo todo lo que es menester para apañar este negocio. (Muestra una lata.)

Martín ¿Y eso qué es?

Labrador 2 Algo con que pegarle fuego a esa puta embotelladora. ¿No es ese tinglao lo que nos ha jodido el agua? Pues se le pega fuego, y asun-to terminao. Vamos allá.

Labradores Vamos todos. A pegarle fuego. Abajo la Burdel. Fuera.

D. Salvador (Entra, muy sereno y seguro de sí mismo.) Un momento, señores. ¿Qué pretenden hacer?

Labrador 1 Una fogata, que estamos en San Juan.

Martín Poner a cocer el agua para desinfestarla.

D. Salvador Alto. Mucho ojo con lo que hacen. Como se atrevan a cometer semejante acto de vandalismo…

Labrador 3 ¿Y aún viene con amenazas?

Labrador 2 Este es el que tiene la culpa, a la acequia con él.

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(D. Salvador intenta escapar. Lo agarran.)

Labrador 3 Al agua de punta cabeza.

D. Salvador Suéltenme, salvajes. ¡Policías, guardias!

Labrador 2 Traed un embudo que le vamos a hacer tragar tres o cuatro litros, por si anda reprieto.

D. Salvador Por favor, no. Agua no.

Labrador 1 ¿Y qué quieres pues, cosacola?

(Llega el Labrador 4 con un embudo y un pozal y empiezan la faena.)

Labrador 2 Traga, traga.

D. Salvador Grrr…gluglú…grrr.perdón…gluglú…piedad.

(Entra la doctora López.)

Dra. López Caballeros, les ruego que suelten ahora mismo a ese respetable ciudadano. Yo salgo responsable por él.

Martín ¿Y usted quién es, señora?

Dra. López Su jefe. Soy la directora del gabinete técnico de la Búrdel Com-pany.

Labrador 2 ¿Ah, si? Pues a la acequia también.

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Martín Un respeto, que es una señora.

Labrador 2 ¿Quién, esta?

Martín Por lo menos una mujer. Para el caso es lo mismo. Que no la toque nadie. Eh, señora; más le vale marcharse, que el horno no está…

Dra. López Gracias, buen hombre. Pero no se moleste. Sé defenderme sola. Lo único que quiero es que me escuchen.

Labrador 2 Diga pues lo que sea, y ya lo ha oído…

Dra. López Antes tengan la amabilidad de soltar al señor De la Peña. ¿O es que tienen miedo de que se escape?

Labrador 4 Soltadlo, que como eche a correr lo tumbo de una pedrada.

(Lo sueltan.)

Dra. López Así está mejor. Y ahora ante todo, ¿me pueden explicar qué es lo que pretenden hacer?

Labrador 2 Lo primero llenarle la barriga de agua a este mal bicho. Lo segun-do, capuzarlo en la acequia. Y lo tercero, y para rematar la fiesta, pegarle fuego a esa condenada industria.

Dra. López Y todo eso, ¿por qué?

Labrador Por lo que han hecho con el pueblo, que ya ni se puede vivir.

Dra. López ¿Y esperan vivir mejor en la cárcel?

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Labrador 4 De perdidos, al río.

Labrador 1 Ya, tanto nos da lo que pueda venir.

Dra. López Vamos, traten de ser razonables. Es cierto que las condiciones de vida en este pueblo no son muy agradables, pero tampoco eran demasiado favorables antes de que llegáramos nosotros. ¿No creen que hay lugares donde la vida resulta más grata? Piénsenlo bien. ¿Qué porvenir les espera metidos aquí, en este rincón olvidado del mundo? ¿No tienen ambiciones? ¿No aspiran a un futuro mejor para sus hijos? ¿Están dispuestos a condenarlos, de por vida, a ser pobres campesinos? ¿A vivir lejos de la civilización, del progreso, de la seguridad y las comodidades de la vida moderna?

Vecinos de Cigüela, la ciudad os espera. ¿Por qué no seguís el ejemplo de tantos y tantos hombres, que ayer eran como vosotros y hoy son ya miembros de una sociedad dinámica y en desarrollo? Os lo diré: porque tenéis miedo; miedo a lo que no conocéis, miedo a no ser admitidos en esa sociedad. Pues bien. Nuestra empresa, esa empresa que creéis enemiga vuestra, os abre de par en par las puertas de la gran ciudad. Todos los que estáis aquí habéis trabajado con nosotros durante casi un año. Nos habéis ayudado, con vuestras propias manos, a edificar una gran industria. Y ahora, vosotros mismos queréis destruirla. Destruir el fruto de tantas y tantas horas de vuestro generoso esfuerzo.

Conozco vuestra laboriosidad, vuestro amor al trabajo y la fuerza de vuestra voluntad y de vuestros brazos. No empleéis esa podero-

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sa fuente de riqueza y de prosperidad en la destrucción, sino en la construcción de un futuro sólido y prometedor para vosotros y para los vuestros. Yo os doy mi palabra de que a ningún vecino de Cigüelo le faltará un digno puesto de trabajo en la ciudad. (Aban-donando el tono oratorio.) Podéis pasar por nuestras oficinas a for-malizar vuestros contratos.

Marcelino ¿Sabes lo que he pensao? Que ahora que se va todo cristo del pue-blo, igual encontramos una casa medio apañada y a buen precio.

Felisa No corras tanto a meterte en gastos que…

Marcelino Tú no te apures. A lo primero había pensao que nos podíamos arreglar en la casa de mi padre, porque como también se van… pero ganando lo que yo gano… nada, que tendremos nuestra casa. Hoy mismo tengo que hablar con alguno, a ver cómo respiran.

Felisa El caso es que yo, quería decirte algo que… como mis padres también se van…

Marcelino No digas más. En tu casa de tus padres no nos metemos, ni que estén ni que dejen de estar.

Felisa No, si no es eso. Lo que digo es que nosotros debíamos de hacer lo que los demás.

Marcelino Mira Felisa, no me enciendas la sangre. Yo no me muevo del pue-blo.

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Felisa Pues yo me voy.

Marcelino Pues yo me quedo.

Felisa ¿Y qué hemos de hacer aquí los dos, sin nadie de quien echar mano? Di: ¿qué hacemos aquí solos como en un desierto?

Marcelino Ya nos apañaremos. Alguien tiene que quedar. Y yo ya tengo dicho de siempre que no salgo de Cigüelo. Además que tampoco todos se van, que algunos…

Felisa Cuatro viejos que están sin nadie, y no esperan más que a morirse en su tierra.

Marcelino Pues alguno los tendrá que enterrar cuando les llegue la hora.

Felisa O sea que se largan sus parientes y nosotros…

Marcelino Allá cada cual. Yo aquí tengo mi faena. Porque la planta alguien la tiene que vigilar. Y abrir cuando llegan las botellas y se llevan las llenas, y cortar la luz si algo se descompone y todo lo demás. Yo no tengo queja, y encima la empresa me ha dao un corro bueno de huerto y…

Felisa No seas tozudo. ¿Y con qué vas a regar?

Marcelino Calla, que tú no sabes nada de nada. Si lo del agua ya está arreglao. Se ve que se echaba a perder con lo de desinfectar las botellas. Pero desde la semana que entre las traerán desinfestadas de la fábrica.

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Pero no vayas a alcahuetearlo por ahí que es secreto. Y otra cosa: No te pienses que esto va a estar solitario por mucho tiempo.

Felisa ¿Y eso?

Marcelino Como todos se van, y nadie paga las hipotecas –que mejor quieren perder lo pagao– pues eso: que la empresa ha hecho un arreglo con la Caja de Ahorros, y andan en hacer no sé qué urbanización, para hacer casas para los veraneantes. Como esto es tan sano y hay tan buen agua… Conque mira si va a estar esto concurrido. Y de gen-te de mucho copete. Hasta el Alcalde dicen que se va a hacer un chalé o como se llame.

Felisa Todo eso son figuraciones tuyas. Tú haz lo que quieras, pero yo me voy con mi familia.

Marcelino Vete, si te da la gana. Que ya volverás con las orejas gachas.

Felisa Mira, que es la última vez que te lo digo: ¿te vienes o qué?

Marcelino Ya está dicho.

Felisa Pues, ahí te quedas, desgraciao. (Sale.)

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EPÍLOGO

Marcelino Y aquí, señores, termina la historia. Ya saben pues, más o menos, lo que pasó en mi pueblo, o, mejor dicho, en el de Marcelino, que es el personaje que hoy he representado en la comedia.

A decir verdad ese pueblo ni siquiera existe. Pero si les hemos contado esta historia –o esta fábula, para ser más

justos– ha sido pensando en otros pueblos. Pueblos que han dejado de existir o que llevan camino de correr la

misma suerte. La hemos contado pensando en los pueblos sumergidos bajo las

aguas. En los que viven bajo la amenaza de industrias peligrosas. Pensando en los pueblos vecinos a las centrales nucleares. En los pueblos vacíos, sacrificados, expoliados por intereses ajenos. Pueblos con porvenir de desierto, con condena de peligro perpe-

tuo. Les hemos contado esta historia, pensando en los hombres sacados

de su casa y de su tierra. Pensando en los hombres trasplantados del campo a la ciudad. En los hombres desarraigados, inadaptados, explotados por intere-

ses ajenos. La hemos contado, pensando en los hombres que no han sido

consultados sobre el sacrificio de sus pueblos. Pensando en los hombre a quienes se ha negado la opinión sobre

el expolio de sus regiones.

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En los hombres que no han tenido voz para evitar la explotación de su país.

Hemos contado esta historia, pensando en los hombres que no son dueños de su propio destino.

Pensando en tantos pueblos.

FIN

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El presente libro se terminó de representar en el teatro de Sansueña Industrias Gráficas

durante el solsticio de invierno de 2013 bajo la rebelde dirección de

Mariano Cariñena

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