sidra sangrienta

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(1986) Sidra Sangrienta

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Sidra sangrienta

Sidra sangrienta: Cubierta

Peter Lovesey

SIDRA SANGRIENTA

(Rough Cider, 1986)

Peter Lovesey

NDICE

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Cuando yo tena nueve aos, me enamor de una chica de veinte, llamada Barbara, que se suicid.

No.

Si me lo permite, volver a empezar.

Se trata de una historia extraordinaria y, para contarla como es debido, tendr que retroceder veintin aos y trasladarme al mes de octubre de 1964.

Me encontraba solo, sentado a una mesa de un self-service de Reading, ocupado en comer salchichas con patatas fritas y tratando al mismo tiempo de realizar el acto temerario de leer El Prncipe de Maquiavelo. Es decir, era aqulla la comida tpica de un viernes. S que era viernes porque todos los fines de semana tena la costumbre de escapar de la universidad y pasar un par de horas tranquilo dedicndolas a hacer lo que me viniera en gana. Mis desdichadas obligaciones como el miembro ms vilipendiado del departamento de historia consistan en ofrecer un curso sobre la Europa del siglo xx a los alumnos de primer ao. Como tantos engendros, aquel curso haba sido fruto del parto de un comit dedicado a promover una determinada modalidad de estudios conocidos como auxiliares. Era optativo y no exiga exmenes. Los alumnos de primer ao estaban constituidos por una falange de agitadores polticos, que ocupaban las dos primeras filas, ms una miscelnea de asistentes ocasionales que acudan a la clase para echar una siesta porque los asientos de la biblioteca estaban todos ocupados. Despus de aquella clase, yo no me senta capaz de comer en el refectorio de los catedrticos ni de lanzarme a pedantes conversaciones.

Perdn, est ocupado este sitio?

Levant los ojos del libro y contempl, sorprendido, a la persona que acababa de formularme la pregunta. Ser una descortesa, lo admito, pero exige un salto cultural considerable pasar de Maquiavelo a una muchacha de labios carnosos como los de Brigitte Bardot, cabellos rubios y gafas con montura de oro.

Llevaba una bandeja repleta de comida.

Ech una mirada a mi alrededor. No haba razn para que se instalara en mi mesa. El restaurante estaba vaco en las tres cuartas partes de su cabida y a mi derecha haba dos mesas libres.

Ser oportuno que explique que me veo obligado a servirme de un bastn para moverme de un lado a otro porque tengo la pierna izquierda prcticamente intil. Cuando tena trece aos fui vctima de la polio. El noventa y nueve por ciento de los afectados por el virus de esta enfermedad presentan sntomas insignificantes y temporales. A m me correspondi el nmero cien. Si me comparo con personas que padecen sntomas ms serios, la incapacidad fsica que padezco es, de hecho, de poca consideracin y yo trato de que no limite mis dems facultades. Me he negado siempre a usar muletas y consigo mantener la verticalidad gracias a la ayuda de un bastn, un ostentoso cayado de bano, adornado con un filete de plata incrustado y puo de cuero. Si entro en todos esos detalles es porque, de vez en cuando, me veo importunado por gente cargada de buena voluntad que quiere hacerme patente la preocupacin que siente por los invlidos. Lo primero que pens al ver a la chica de la bandeja era que perteneca a este grupo de gente, pero yo no tena ni el ms mnimo deseo de convertirme en objeto de la solicitud ni de la piedad de nadie, ni siquiera de una muchacha adornada con las excepcionales prendas de aqulla.

Deduje por su edad (no deba de tener ms de veinte aos) y por las gafas, que tena que ser una estudiante, pese a que su indumentaria era ms propia de ciudad que de universidad: pauelo de gasa roja, blusa negra y falda de pana de tono verde azulado, medias negras y zapatos tambin negros, atados por detrs. Pero haba algo en ella que no encajaba: incluso para mis ojos inexperimentados, la falda era excesivamente larga para la moda de 1964 en Gran Bretaa. Su acento tambin sonaba extrao, cosa que posiblemente explicase que no conociera las costumbres de un restaurante ingls del tipo self-service.

Le conced el beneficio de la duda y apart el peridico que haba dejado enfrente del espacio que yo ocupaba.

La chica se sent y se llev la mano a la nuca para ponerse su trenza, gruesa y rubia, sobre el hombro derecho.

Gracias, le estoy muy agradecida.

Por su acento deduje que era americana.

La balanza volvi a inclinarse a favor de la universidad: posiblemente era una de las nuevas y todava no se haba enterado de que la costumbre era llevar una indumentaria ms sencilla; poda ser tan novata como para asistir a la clase que yo acababa de dar.

Espero que no le moleste el olor a curry dijo la muchacha con una risita nerviosa, mientras retiraba la tapadera metlica que cubra su bandeja. Si en el men hay algn plato picante o cargado de especias, siempre me dejo tentar. La cocina mexicana es mi punto flaco, pero aqu no la encuentro en ninguna parte. Ha probado la cocina mexicana? Pues tiene que hacerlo, de veras que tiene que probarla.

As que, adems de un sitio en mi mesa, la chica quera conversacin. Estaba ms que seguro de haber reconocido en su voz el tono solcito de la benefactora. Trat de concentrar la atencin en un cartel que, en la pared prxima al lugar donde me encontraba sentado, anunciaba una sesin de lucha libre; un bruto en forma de barril, llamado Angel Harper, luchara cuerpo a cuerpo en un local de la municipalidad contra Shaggy Sterne, el ser humano ms velludo que haba contemplado en mi vida.

Usted es de la universidad, verdad que no me equivoco? sigui, como si mi inters por la lucha profesional constituyera una prueba irrefutable de mi pertenencia al lugar que acababa de mencionar.

Y a continuacin, sin aguardar respuesta, continu:

Quiere usted agua? Le juro que voy a morir abrasada como no tome agua con esto.

Si hubiera aspirado a que alguien me atendiese, no habra ido a comer a un self-service, pens para m, pero guardndome aquella consideracin para mis adentros.

La chica se levant de la mesa como un bombero en busca de agua.

Dirig la mirada a la figura que se alejaba. La cinta blanca que sujetaba el extremo de su trenza rubia se balanceaba al ritmo de sus caderas. Consider que, despus de todo, habra tenido que sentirme halagado de que me hubiera elegido como compaero de mesa.

La muchacha volvi con dos vasos de agua y los dej sobre la mesa. Tena unas manos plidas y delgadas y las uas lacadas de rojo claro.

No estaba segura de si me ha dicho que quera agua, pero si no la quiere, creo que me tomar los dos vasos.

Mov los labios como articulando una respuesta simblica y volv a dirigir la mirada al libro.

Pasaron unos minutos antes de que volviera a la carga. Ya estaba empezando a pensar que haba demostrado suficientemente a las claras mi deseo de no ser tratado como un paciente de hospital cuando la chica, despus de tomar un sorbo de agua, me espet:

Perdneme si me equivoco, pero no es usted Theo Sinclair?

Cerr el libro y la mir con fijeza, irritado aunque ahora por un motivo de muy diferente ndole. Estbamos en 1964, poca en la que nos dirigamos a los estudiantes universitarios anteponiendo a su nombre la palabra seor o seorita, a menos de estar jugando un partido de rugby con ellos o de reclutar militantes para el Partido Comunista. Les dispensbamos respeto y esperbamos de ellos a cambio que tambin nos lo dispensasen.

Como la otra vez que me haba hecho una pregunta directa, estaba demasiado nerviosa o era demasiado locuaz para dejarla colgada.

Me llamo Alice Ashenfelter y soy de Waterbury, Connecticut. Ha estado en los Estados Unidos? Waterbury se encuentra a un par de horas de autobs de Nueva York. Le importa si hablamos? He odo decir tantas veces que los ingleses son reservados y qu s yo cuntas cosas... Pero a m no me lo parecen, sobre todo cuando se supera el primer contacto. No va a preguntarme cmo he sabido su nombre?

En realidad, no le contest.

De hecho, no estoy especialmente orgulloso de mi forma de reaccionar. Despus del tiempo transcurrido, he tratado de analizar la hostilidad que me inspir. Recurriendo a una deduccin rebuscada, entonces pens que una joven tan atractiva como aqulla se senta tan segura conmigo que se permita dirigirse a m de la forma que lo haba hecho.

Yo haba terminado de comer. Por lo general remataba la comida con un caf, pero decid prescindir de l por aquella vez. Ech una mirada al reloj, me sequ los labios y, con voz mesurada, anunci:

Tengo que irme.

Y tras recoger el libro y el peridico y alcanzar el bastn, me levant y me march.

Comet la torpeza de pensar que Alice Ashenfelter no me volvera a molestar.

Pero a las dos, cuando estaba de vuelta en mi despacho del edificio de la Facultad de Letras, me la encontr de plantn ante el grabado de Paul Klee que est colgado junto a los archivos.

Hola!

Dando media vuelta, dirig mis pasos hacia el despacho de la secretaria del departamento, Carol Dangerfield. La fra Carol, con su peinado en forma de colmena, era el nico miembro del personal administrativo que sobreviva a la semana dedicada a matriculacin sin una sola jaqueca ni un solo altercado con el personal docente. Su ejemplo haca que nos mantuviramos todos equilibrados.

Esa chica de mi despacho... la americana... ha sido usted quien le ha dicho que me esperase?

Por qu lo dice, doctor Sinclair? He hecho mal?

Ha dicho qu quera?

No s que haya dicho nada especial. Lo nico que ha preguntado es si poda verlo. He supuesto que era del grupo de tutora y le he dicho que esperase.

Se llama Ashenfelter. Es alumna nuestra?

Carol Dangerfield frunci el entrecejo.

A menos que sea de las nuevas... dijo mientras consultaba el fichero que tena sobre la mesa. A lo que parece, no lo es. Quiz pertenezca al grupo del profesor Byron. Puedo preguntar a su secretaria.

No tiene importancia dije. Yo mismo se lo preguntar a la interesada.

Sin embargo, al volver a mi despacho, pude comprobar que Alice Ashenfelter haba desaparecido.

La apart, pues, de mis pensamientos. Tena un montn de cosas que hacer aquella tarde. Todas las cosas que, durante la semana, eran aplazadas deban ser resueltas en aquellas dos preciosas horas finales del viernes: cartas, llamadas telefnicas, pedidos, un par de tutoras, circulares del decano y del catedrtico y una visita a la biblioteca para pertrecharme con lo necesario para las clases de la prxima semana.

Aquella tanda iba a ser la nmero cinco de las que dara en la Universidad de Reading y, aunque no me haba tenido nunca por un acadmico, puesto que en Southampton a duras penas haba conseguido un segundo puesto alto y de hecho era ms conocido como jugador de bridge que como historiador, tampoco haba alimentado demasiadas esperanzas de conseguir grandes cosas. Unos conocimientos centrados en la Europa de los tiempos medievales no abran demasiadas puertas en 1956. El hecho era que el amable profesor de Bristol que me ofreci una beca de estudios para poder dedicarme a la investigacin en lo que estaba interesado primordialmente era en el renacimiento del club de bridge de la sala de profesores. Sin embargo, el hecho vino acompaado de una cierta prctica de clases y, finalmente, del doctorado en filosofa y del traslado a Reading. Una vez aqu, realic agotadores esfuerzos para encajar en la imagen del joven profesor que pretende abrirse camino a toda costa: me afeit la barba, abandon el bridge en favor del snooker, me compr un MG rojo, que hice modificar para poder conducirlo, y alquil una casa en Pangbourne, junto a la orilla del ro. La vida, en trminos generales, me trataba bien... y es bien sabido que cuando esto ocurre hay que estar alerta.

Alrededor de las cuatro, cuando haba empezado a llenar la cartera con mis brtulos, Carol Dangerfield asom la cabeza por la puerta del despacho.

Tiene un minuto? He pensado que poda interesarle saber que he hecho algunas averiguaciones. Ha dicho que la joven que esperaba en su despacho se llama Ashenfelter?

Alice Ashenfelter.

Pues no es alumna nuestra. En la Universidad no hay nadie matriculado con este nombre.

De veras? dije. Entonces no s qu haca aqu.

No ha dejado ninguna nota en su despacho ni nada por el estilo?

No dije mientras revolva mis papeles para comprobarlo. Aqu no hay nada.

Es extrao.

Qu tiene de extrao?

Pues que he hablado del caso con Sally Beach, que lleva la librera y est enterada de todo cuanto ocurre en esta casa, y me ha dicho que una muchacha americana como sta, rubia, con gafas y una trenza, estuvo anoche en el bar del club preguntando por usted.

Frunc el entrecejo.

Preguntando por m? Dando mi nombre?

Asinti con la cabeza y, con una sonrisa furtiva, aadi:

Tiene una admiradora secreta, Dr. Sinclair...

Djese usted de monsergas, Carol, en mi vida he visto a la chica. Y hoy, a la hora de comer, se ha sentado a mi mesa en Ernestines.

Cmo que se ha sentado a su mesa?

Me arregl el nudo de la corbata mientras recordaba los incidentes del caso.

Entonces ha tenido ocasin de hablar con usted dijo Carol. No le ha dicho nada?

S: me ha dicho el nombre de su ciudad... en fin, nada de importancia. La verdad es que no puede decirse que yo le haya dado pie... Qu querr de m, puesto que no la conozco de nada?

A lo mejor se conocen de algn sitio... de unas vacaciones, por ejemplo, quiz usted se ha olvidado de ella.

No la habra olvidado. La chica..., ejem, no es del montn. No, podra jurar que no la conozco. Bueno, sea lo que fuere lo que pueda querer, el hecho es que la he asustado y la he hecho desistir de su propsito.

No est tan seguro, Dr. Sinclair dijo Carol, escrutando el exterior a travs de la ventana. Aunque ya es casi de noche, no le parece que es ella la que est en la zona de aparcamiento, de pie junto a su MG?

2

Baj a la sala de profesores para hacerme un caf. El lugar estaba desierto, dejando aparte la presencia de un par de mujeres de la limpieza que tenan puesto el ltimo disco de Frank Sinatra a todo volumen, en abierta competicin con los aspiradores. En realidad, no habran debido iniciar la limpieza hasta las cinco, pero era evidente que estaban acostumbradas a que los viernes podan disponer del lugar despus de las cuatro. Al igual que todo el mundo, no les importaba moverse por all como por su casa, dado que se trataba del fin de semana. Todo el mundo salvo yo, a lo que se vea. Se quedaron mirndome como si yo fuera un enviado del celador general, pero yo les hice ademn de que siguieran con su trabajo.

Carol Dangerfield deba de encontrarse en la ventana de su despacho, esperando la escena que se desarrollara en el aparcamiento para coches del personal docente. Invitara yo a mi rubia perseguidora a montar en mi coche y me perdera en la noche con ella o la apartara de mi camino ahuyentndola con el bastn? Pese a mis suposiciones, me llev el chasco de que Carol no estuviera a la vista, tal vez ocupada haciendo horas extras. Me hice el caf, lo tom despacio y me dediqu a practicar unas cuantas jugadas de snooker hasta pasadas las cinco.

Cuando, por fin, opt por dirigirme al aparcamiento, no haba en l ms que tres coches y una chica, apoyada en el mo. El viento estaba impregnado de humedad, como empapado por la ligera llovizna que estaba cayendo y se notaba en el aire el fro propio de una noche de octubre. El parque de Whiteknights est un tanto desprotegido. Alice Ashenfelter llevaba abrigo, pero haba que ser tenaz, tener un gran inters en mi persona o estar loco de atar para permanecer aguardndome tanto tiempo.

La posibilidad de que estuviera loca no se me haba ocurrido hasta aquel momento. S de una chica, que viva cerca de mi casa, que en cierta ocasin se enamor de un parlamentario del partido conservador. Me estoy refiriendo a un caso de autntica chaladura. De nada le serva recordar que tena un buen marido y que era madre de tres hijos, porque esta circunstancia no le impeda escribirle apasionadas cartas de amor, que le enviaba directamente a la Cmara de los Comunes. El poltico persisti en hacerse el sueco hasta que la mujer comenz a enviarle las misivas metidas en sobres ms grandes y acompaadas de panties de Marks and Spencer. Parece ser que los funcionarios pblicos estn ms expuestos a este tipo de cosas de lo que nosotros creemos. En cualquier caso, la muchacha en cuestin era una esquizoide. La cosa termin cuando una noche se present por las buenas en el parlamento y hubo que retirarla de la circulacin por espacio de unos cuantos meses. Lo ltimo que he sabido de ella es que sigue sometida a grandes dosis de tranquilizantes.

Salud con una inclinacin de cabeza a Alice Ashenfelter como si fuera la ltima rubia que se apoyaba en la capota de mi coche aquel viernes por la noche.

La muchacha se apart de l, junt las manos en actitud suplicante y dijo:

Dr. Sinclair, le pido perdn por haberme presentado en su despacho y haberle puesto en un aprieto.

No me ha puesto en ningn aprieto dije. No tiene importancia.

No quisiera importunarle.

No me importuna en absoluto respond, en realidad ms por educacin que por conviccin. Pero, de todos modos, acepto sus excusas. Buenas noches, seorita...

Y ahora, adnde va?

Pues al sitio donde suelo ir al final del da: a casa.

Ya tena las llaves en la mano y haba empezado a hurgar torpemente en la cerradura, actividad que nunca acostumbro a realizar con demasiado acierto.

Podra hablar con usted?

Aqu? dije con un tono de voz que equivala a una clara negativa.

Por fin abr la puerta y la dej de par en par.

En otro sitio cualquiera. Donde a usted le plazca.

Pues no lo creo oportuno...

Arroj la cartera y el bastn dentro del coche y me dispuse a tomar asiento. En cuanto hube descargado el peso de mi cuerpo dentro de l, me di cuenta de que algo fallaba.

Alice Ashenfelter, con aire inocente, observ:

Parece como si tuviera un neumtico bajo...

S salir al paso de la mayora de las funciones necesarias para el mantenimiento de un coche, entre ellas cambiar una rueda. Lo nico que sucede es que sta presupone ms esfuerzos que las otras y exige andar ms a rastras por el suelo que en el caso de tener dos piernas en buenas condiciones. En aquel momento, con el suelo mojado y vistiendo mi traje gris de estambre, la vea como una perspectiva que justificaba con creces el liviano taco que dej escapar.

Pero la chica intervino:

Yo la cambiar. Dnde tiene las herramientas?

Consider la propuesta. Tena la bien fundada sospecha de que la chica era la causa de la situacin en que se encontraba el neumtico. Si aceptaba su ayuda, la concesin comportara unos ciertos derechos por su parte. Sin embargo, encontrar un garaje y abrigar la pretensin de que me enviasen un mecnico en viernes, a la hora de la desbandada general, era pedir peras al olmo.

Me levant trabajosamente del asiento y abr el maletero, dispuesto a realizar yo mismo el trabajo, pero sus manos fueron ms rpidas que las mas en el momento de sacar el gato. Tampoco necesit de mi ayuda para colocarlo en la posicin adecuada.

No hace falta que me ayude le dije.

Hace demasiado fro para baladronadas dijo ella. Pseme la llave, quiere?

Sin que yo supiera cmo, se me escap una sonrisa, cosa en realidad fatal, y sucumb a la lgica de lo que acababa de decir. Con gran rapidez y competencia puso manos a la obra. Mientras empezaba a levantar el coche con el gato, comenc a preparar la rueda de recambio e, inmediatamente despus, a colocar en el sitio de sta la averiada, con lo que tuve ocasin de no sentirme totalmente intil.

Antes de que la chica hubiera terminado con su trabajo, me haba dado tiempo de pensar que ahora me vea obligado a acompaarla. Saba que era la autora del desaguisado pero, puesto que se haba portado como la buena samaritana, ahora no poda largarme dejndola sola en el aparcamiento y afrontando la lluvia.

Le dije que, si quera, poda llevarla hasta un bar para que pudiera lavarse las manos. Se meti en el coche y me dirig a una cervecera de London Road, en la que yo tena la plena seguridad de que no iba a tropezarme con nadie de la universidad. As que sali del lavabo, la invit a cerveza y zumo de lima.

Y ahora va a decirme a qu viene todo esto? le pregunt.

Y si dedicramos un rato a conocernos un poco?

Usted cree?

La chica me mir fijamente a travs de sus lentes con montura de oro.

No lo encuentra normal?

De acuerdo, pues. Qu hace usted en Inglaterra?

Estoy de vacaciones.

En octubre?

Unas vacaciones tardas.

Yendo tras la historia o simplemente tras los profesores de historia?

La muchacha se ruboriz, desvi la mirada y la clav en el vaso.

Eso no est nada bien y me siento muy ofendida.

Va decirme, entonces, que yo soy un ser fuera de lo comn?

No respondi y se limit a enroscarse en el dedo el extremo de la trenza, como habra hecho una nia pequea y enfurruada. Tena la cabeza baja y llevaba el pelo partido en dos mitades con raya en medio. Vi que era una rubia sin trampa.

A lo mejor es que he imaginado que se dedicaba a perseguirme le apunt. Las paranoias empiezan as, no lo saba?

Entonces habl en un tono de voz muy bajo.

Me lo est poniendo de lo ms difcil...

Si, por lo menos, supiera de qu se trata, quizs podra hacer algo por usted. Si tiene algn problema, quiz pueda ponerla en contacto con alguien que pueda ayudarla.

La muchacha dej vagar la mirada a lo lejos y dijo, no sin cierta petulancia:

Concdame un momento, quiere?

Durante un breve instante nos quedamos en silencio.

Hice ademn de levantarme y le pregunt:

Dnde vive? Quiere que la lleve?

La chica movi la cabeza negativamente.

No es necesario. S dnde me encuentro. Vivo cerca de aqu.

Entonces, la dejo. Gracias por lo del neumtico.

Avanz su mano sobre la mesa como si quisiera detenerme pero, al momento, como pensndolo mejor, volvi a coger el vaso.

Maana vendr a comer aqu. Podramos intentarlo otra vez?

La observ, desorientado.

Por qu? Para qu? Qu es lo que tenemos que intentar?

Y mordindose el labio, me dijo:

Usted me intimida.

No saba qu respuesta darle. Era evidente que no se trataba de ningn chiste, as que mov la cabeza con aire dubitativo y me levant.

Maana a la hora de comer repiti. Por favor, Theo.

3

Usted ya sabe qu impresin me caus Alice Ashenfelter, as que huelga decir que, el sbado al medioda, no acud a la cita en la cervecera de Reading. A estas alturas estoy seguro de que no se le habr escapado que no soy un caballero ingls de los que se dicen educados. Pero la verdad es que me gusta comer como un seor. Al da siguiente fui en coche a Pangbourne e hice las compras propias de un sbado en la tienda de la localidad (todava nos queda una): jamn cocido, pt, una docena de huevos frescos y un meln. Acordndome de la noche del sbado, compr una botella de champn en la tienda autorizada y me pas por el garaje para que echaran una ojeada al neumtico averiado. Como ya supona, no encontraron pinchazo, y apuntaron la posibilidad de que pudiera haber un fallo en la vlvula, en cuyo caso lo ms prudente sera revisar la rueda al cabo de un par de das. Al salir del garaje, olvid el asunto al momento.

El partido de rugby internacional, presentado por el programa Grandstand de la BBC, me ocup agradablemente gran parte de aquella tarde. Y ms tarde, junto con mi compaera Val Paxton, enfermera del Hospital General de Reading, fui al Odeon a ver Qu noche la de aquel da. Ni a ella ni a m nos pareci gran cosa. Lo mejor que poda decirse de aquella pelcula es que, gracias a algunas canciones memorables y a un dilogo ingenioso, se contribua a hacer soportable la extrema simplicidad de su lnea argumental. Val, a la que no le entusiasmaban demasiado los Beatles, hubiera preferido ir a ver King and country, de Losey, en el ABC, pero yo no tena la ms mnima intencin de pasarme la noche sometido a un consejo de guerra. Si considera que mi actitud fue deplorable, teniendo en cuenta que soy profesor de historia, al negarme a ver uno de los dramas ms impresionantes que se han filmado nunca sobre la primera guerra mundial, admito que est perfectamente en lo cierto. Usted est en lo cierto y yo soy sincero, as que estamos empatados...

A continuacin, mientras tombamos una copa, Val me dijo que haba estado pensando en la relacin que exista entre nosotros y que consideraba que, dejando aparte nuestras visitas al dormitorio, de hecho el contacto entre los dos era escaso. Hablando en plata, que le haba entrado la sospecha de que las enfermeras no servan para otra cosa. Aadi que el tiempo libre de que dispona era demasiado precioso para malgastarlo en cosas que, en realidad, no le gustaban. Que, mientras habamos estado viendo la pelcula, no haba dejado un solo momento de pensar que algo entre nosotros deba de funcionar mal cuando ramos capaces de estar juntos y aburridos, sentados uno al lado del otro, un par de horas seguidas. Le pregunt qu hubiera preferido hacer y me contest que hubiera preferido bailar, sugerencia realmente llena de promesas para una persona como yo, que necesita un bastn para desplazarse de un lado a otro.

Despus de aquello las cosas fueron de mal en peor. La joven ech sobre m toda la caballera a la que se suele recurrir en estos casos con respecto a los hombres que tienen la costumbre de autocompadecerse, a lo que yo respond que, en el supuesto de desear ganarme las simpatas de alguna persona, la ltima sera una enfermera. No fue aqulla precisamente una de esas salidas en las que una discusin termina en reconciliacin apasionada, sino que acab en la manifestacin por mi parte del tajante deseo de que mi amiga pasara una noche apacible, manifestado en la puerta de la residencia de enfermeras.

Eran poco ms de las once y media de la noche cuando, despus de deshacerme del coche, me encontr delante de la puerta de mi casa. Cuando anteriormente dije que mi casa est situada en Pangbourne y que se encuentra junto al ro, lo ms probable es que usted diera por sentado que el ro al que yo haca referencia era el Tmesis. Cualquiera que oiga hablar del ro Pang probablemente lo situar en China o en Birmania, pero quisiera que se me prestara crdito cuando digo que dicho ro tiene sus fuentes en Wessex Downs y que, antes de verter sus aguas en el Tmesis, al sur de Pangbourne, describe una suave curva en forma de U a travs de una zona rural de Berkshire que cubre alrededor de doce millas. El Pang pasa rozando el borde de mi jardn y, si lo llamo ro, probablemente exagero, porque la verdad es que tiene ms de torrente poblado de truchas que de autntico ro. Si entro a hablar de estos detalles es para explicarle que vivo en un sitio ms desolado de lo que usted posiblemente haba imaginado. En realidad, no estoy aislado quisiera puntualizar este extremo, porque tengo tres casas al alcance de la voz, pero es un hecho que la zona es muy poco frecuentada por gente forastera. Y ste es el motivo de que quedase muy sorprendido cuando mi bastn choc, en el suelo del sendero que atraviesa mi jardn, con un objeto que result ser una mochila.

Fcilmente hubiera podido tropezar con el objeto en cuestin, ya que su propietaria la haba dejado sobre la estera que tengo ante la puerta para limpiarme de barro los zapatos antes de entrar en casa. Supongo que ya habr imaginado que no abrigaba demasiadas dudas con respecto a la persona a la que perteneca aquella mochila. Pese a que contaba como nica luz con la de la luna, poda ver la bandera de barras y estrellas cosida sobre la tela. Sin embargo, Alice Ashenfelter no era visible.

Despus del fracaso que acababa de apuntarme, lance que haba arruinado mi noche del sbado, no puede decirse que me sintiera demasiado bien dispuesto en relacin con el sexo opuesto. Aspir una profunda bocanada de aire, busqu la llave y me met en casa sin pararme a pensar si la chica poda estar o no en algn lugar del jardn. Ni busqu ni me puse a dar voces, sino que cerr la puerta tras de m, me met en la cocina y comenc a prepararme un caf.

La verdad es que no esperaba que la chica se hubiera quitado de en medio. Si, por la razn que fuera, no me haba visto entrar, era seguro que ahora vera las luces. En cualquier momento poda llamar a la puerta, por lo que yo deba estar mentalmente preparado para resistirme a su llamada. El inconveniente era que mi resistencia presentaba bastantes fallos ante las tcticas que ella sola desplegar y saba que, si no responda a su llamada, me pasara el resto de la noche preguntndome cmo iba a arreglrselas para dormir al raso, perdida en aquel remoto rincn de Berkshire, un sbado por la noche.

Mi imaginacin comenz a recorrer caminos morbosos. Me imagin declarando ante un tribunal de Reading y esforzndome en explicar por qu motivo me haba empecinado en cerrar la puerta de mi casa a una muchacha de visita en Inglaterra, muchacha a la que yo conoca, que me haba ayudado a cambiar una rueda del coche nada menos que el da anterior y que no me haba pedido otra cosa a cambio que un civilizado intercambio de impresiones. Y, por otra parte, una muchacha que, a consecuencia de mi falta de hospitalidad, haba tenido que echarse a la carretera, parar una furgoneta cargada de msicos borrachos que haban abusado sexualmente de ella y que, despus, la haban arrojado de nuevo a la cuneta desde el coche en marcha causndole una fractura de crneo de fatales consecuencias. Incluso vea a sus padres, llegados de Waterbury, Connecticut, que haban acudido para el entierro, los ojos enrojecidos por el llanto y que, de pie al otro lado de la sepultura, clavaban en m unos ojos incapaces de comprender que un ser humano pudiera tener tan mala entraa como yo.

Para cortar aquella cadena de imgenes que no conducan a nada, puse en marcha el televisor y ante mis ojos apareci la figura de un obispo leyendo el sermn. Aquella imagen me pareci tan oportuna que solt una carcajada. Por el amor de Dios! (como acababa de decir el obispo), de qu poda quejarme si, justo cuando una chica acababa de darme un puntapi, tena a otra esperando al otro lado de la puerta?

Elimin al obispo, tom un sorbo de caf y consider las opciones que se me ofrecan. Era ya medianoche, si Alice Ashenfelter haba venido a visitarme, era indudable que haba planeado pasar la noche en mi casa. Estoy seguro de que habrn odo hablar de las costumbres avanzadas de los aos sesenta, pero cranme si les digo que, para Reading y para el ao 1964, la chica se adelantaba mucho a los tiempos.

Haba venido hasta aqu atrada por mi encanto viril? Cierta vez alguien me haba asegurado que haba mujeres que se sentan fuertemente atradas por los lisiados quin era yo para poner objeciones a sus gustos?. De todos modos, aqul era un extremo que estaba por confirmar, porque hasta aquel momento siempre haba considerado la afirmacin un desvaro de algn tipo poseedor de una pierna ortopdica.

Al cuerno con mis escrpulos! Si un hombre est solo un sbado por la noche y llama a su puerta una rubia de diecinueve aos, no hay que ametrallarla a preguntas y lo nico que debe hacer es ir a por el champn. El Perrier Jouet estaba en el frigorfico.

Cog la linterna que tena en un estante y, ya me encontraba en el pasillo camino de la puerta de entrada, cuando o el crujido de una tabla del suelo de mi habitacin, situada en el piso de arriba.

Mi habitacin! Vaya con la nia...

Se haba introducido, mediante procedimientos violentos, en mi casa.

Aquello me sac de mis casillas. Supongo que era la respuesta primitiva del que siente invadido su territorio. De haber tenido dos piernas en buenas condiciones, habra subido las escaleras en dos zancadas y ella las habra bajado en un santiamn. En lugar de eso, mientras me diriga cojeando a la cocina, mis pensamientos recorrieron toda la escala de reacciones que median entre la indignacin y la excitacin.

Finalmente, despus de reflexionar un momento, decid que no la echara. Ni siquiera mascullara una simple protesta.

La chica haba izado sus colores en el mstil.

As que yo tambin poda ser prctico; coloqu la botella de champn y dos copas en una bandeja y me dispuse a subir las escaleras. Tengo una especial habilidad para llevar bandejas con un solo brazo, incluso cuando es preciso subir escaleras.

Ni siquiera encend la luz. Conozco perfectamente el camino hasta mi cuarto para poder llegar a l a oscuras. Me inclin sobre la cmoda situada a la izquierda de la puerta y, antes de depositar la bandeja en ella, pas la mano por la superficie. Mi previsin no poda haber sido ms oportuna, puesto que mis dedos tropezaron con unas gafas. Al mismo momento percib un ligero olor a almizcle, que me incit a inspirar ms intensamente.

Con todo, para mis adentros segua repitindome que no haba que precipitarse. Me libr de la ropa y me acerqu a la cama. Al tocar la almohada, mi mano sinti el contacto de la cabellera de la muchacha, desparramada sobre ella; se haba soltado la trenza. Me met en la cama a su lado; estaba envuelta en mi batn, seguramente para conservar el calor. Nuestros labios se encontraron y en seguida ella gui mi mano hacia su piel, suave y acogedora.

Mientras suba las escaleras, no haba podido evitar pensar en la que se habra armado si hubiera trado a Val a mi casa, tal como haba planeado. Pero ya haba dejado de pensar en Val, salvo para considerar que haba quedado derrotada en toda la lnea.

Cuando, por fin, sal de la cama para descorchar la botella de champn, Alice Ashenfelter inici la conversacin. En lugar de pronunciar una frase trascendental, dijo:

El pestillo de la ventana del retrete est roto.

As que has saltado por la ventana...

La chica se mordi los labios.

Ests enfadado conmigo?

Tengo cara de estar enfadado?

Sin gafas, no te veo bien.

Se las di.

Despus de ajustrselas sobre las orejas, dijo:

Un poco sorprendido, pero no enfadado.

El corcho sali disparado al otro lado de la habitacin y yo llen las copas.

Ahora me haba llegado el turno de contemplarla. La luz que se proyectaba sobre la cama esbozaba oscuras sombras bajo sus pechos y se derramaba sobre sus cabellos, increblemente largos y sedosos, partidos en dos mitades. Me gustaba aquella cabellera suelta. Para una chica que, todo lo ms, poda tener diecinueve aos, aquella trenza constitua un alarde de juvenil afectacin. Muchas de mis alumnas llevaban el pelo largo, la ms de las veces suelto, en algunos casos recogido en forma de cola de caballo o de moo. Las trenzas, sin embargo, estaban fuera de programa. Posiblemente el peinado de aquella chica responda a una moda americana que todava no haba cruzado el charco, aunque a m me daba en la nariz que era un peinado peculiar de Alice Ashenfelter; un peinado que casaba muy bien con aquella manera suya de afrontar las cosas por la va directa.

Lo que todava me quedaba por averiguar era si aquellas maneras de colegiala eran pura filfa o constituan un rasgo que formaba parte de su personalidad. Como si su evolucin hubiera quedado interrumpida. Pese a todo, no poda decirse y me congratulaba de haberlo comprobado que aquella interrupcin afectara a todos los aspectos de su personalidad.

Como si hubiera ledo en mis pensamientos, se desliz dentro de la cama y se cubri los pechos con la sbana. Era como si la modestia ocupara el lugar que le corresponda, as que recog el batn del suelo y tambin me cubr con l.

Ahora, pens, haba llegado el momento de buscar la etiqueta del precio.

Me sent en la butaca colocada frente a la cama y le pregunt:

Tienes algo que decirme?

Alice levant la cabeza e hizo como que beba, pero sin tomar ni un sorbo siquiera. Y a continuacin, en un tono de voz que dejaba traslucir una cierta desgana, dijo:

Va a costarme un poquito. Tienes que ayudarme.

El champn ayuda mucho en estos casos dije.

De acuerdo, pero te ruego que tengas un poco de paciencia. Se trata de algo que cuesta mucho ponerlo en palabras. Si te digo por qu he venido a Inglaterra y he pasado por todas estas cosas para dar contigo, quiz disculpes algunas de las tonteras que he hecho, como por ejemplo desinflarte la rueda del coche.

Aquellas palabras parecan conducir a alguna parte. Hice un gesto de asentimiento con la cabeza.

La chica baj la voz y empez a enroscarse un mechn de cabello en los dedos.

Quiero hablarte de mi padre.

Cmo?

De mi padre.

Sent una especie de escalofro. Poda pensar algo que no fuera lo que pens entonces? Que acababa de hacer el amor con una loca? Pese a que dentro de mi cabeza estaba atronando toda una coleccin de sirenas de alarma, trat de mostrarme impasible.

La verdad es que yo no llegu a conocerlo prosigui en el mismo tono, lleno de tensin contenida; t, en cambio, s lo conociste.

Ah, s? dije con voz hueca, tratando de concentrarme. Me parece que te equivocas.

No. Lo conocas muy bien. Lo colgaron por asesinato en 1945.

4

Empezaban a atarse los cabos. Aunque no sin tropiezos! The Old Bailey, mayo de 1945. juicio por el asesinato Donovan. Yo haba actuado como testigo. Los peridicos del momento me haban descrito como un nio plido de once aos, vestido con un traje de franela gris, a quien el juez ha tenido que pedirle repetidas veces que hablase. Por el hecho de ser un nio, el testimonio aportado por m tuvo que hacerse en forma de declaracin no jurada y el juez se haba encargado de formularme la mayor parte de las preguntas. Aquel juez, con su peluca y su toga escarlata, el cuerpo proyectado hacia adelante para no perderse ninguna de mis palabras, las cejas negras y enmaraadas avanzando hacia m, todava ahora segua aparecindoseme en sueos. Por mucho que uno quiera atrincherar una experiencia como sta en el rincn ms oscuro de la memoria y acumule sobre ella millones de acontecimientos felices, no llega a olvidarla en la vida.

Pero la conexin de aquel hecho con Alice Ashenfelter no estaba clara. El hombre que haba sido juzgado en aquella ocasin era americano; efectivamente, un soldado americano, destacado en Somerset, cuando yo viva all como refugiado de guerra; se llamaba Donovan. Era el soldado raso Duke Donovan.

Como si estuviera leyendo mis pensamientos, Alice explic:

Mi madre se cas por segunda vez cuando yo era todava una nia. El segundo marido se llamaba Ashenfelter y me puso su nombre. Y as consto en los registros, en el carnet de identidad y en toda mi documentacin: Alice, hija de Henry Ashenfelter.

Y no es tu padre? Ests segura?

Tengo pruebas.

No respond. Estaba tratando de descubrir algn rasgo de la fisonoma de Duke Donovan en el rostro de Alice. Me acordaba de l como si lo estuviera viendo. Aquel hombre me haba cautivado. Tal vez en la boca de Alice Ashenfelter haba algo, quiz en la curva de la mandbula... pero no estaba del todo seguro. Todava no me haba convencido.

Sintindose inquieta, al verse objeto de tan minucioso escrutinio, quiso llenar el silencio con alguna explicacin:

Hace muy poco que me enter del hecho. Yo me figuraba que era una nia como todas las dems, con gafas, un hierro en los dientes y un padre y una madre que de vez en cuando se peleaban. Y cuando digo padre, me refiero a Ashenfelter, comprendes? Sin embargo, cuando vuelvo la vista atrs y lo pienso mejor, me doy cuenta de que nunca me quiso como un verdadero padre. Una noche mi madre y l tuvieron una escena espantosa, porque alguien lo haba visto con una mujer, y al da siguiente Ashenfelter nos abandon. Se levant de la cama y nos dej. Yo tena ocho aos. Ya no volvi a interesarse nunca ms por m, ni a mandarme siquiera una tarjeta para desearme un feliz cumpleaos. Cuando se divorciaron, mi madre me pidi que lo olvidara.

Y con una risa irnica y furtiva, aadi:

A pesar de todo, seguimos conservando su estpido apellido.

Tena buena mano con las mujeres, a lo que parece.

Ni que lo digas. Lo ltimo que supimos de l era que se haba vuelto a casar y que se haba venido a vivir a Inglaterra.

Y tu madre?

Para mi madre se acabaron los hombres. A partir de entonces se dedic por entero a mi persona. Supongo que quera compensarme por todo lo que haba ocurrido. Me compraba bonitos vestidos, me envi a una escuela de equitacin, me llev de vacaciones a Cape Cod. En aquel tiempo estbamos muy unidas.

Hizo una pausa. Iba a penetrar en un nuevo estadio de la historia. Era evidente que el idilio madre-hija no haba durado mucho tiempo. Quise saber su nombre:

Cmo se llama?

Mi madre?

Asent con la cabeza. Mi memoria funciona a base de nombres. Ashenfelter haba quedado grabado en ella para siempre, pero ahora me haca falta un nombre ms evocador para una madre.

Te refieres al nombre de pila?

S.

Titube un momento.

Si te lo digo, me llamars alguna vez por mi nombre de pila? Me ayudar a fomentar la confianza entre nosotros.

Sonre irnicamente al pensar que, despus de introducirse en mi casa por la ventana, desnudarse y meterse en mi cama, todava le haca falta aumentar el grado de confianza entre nosotros.

Lo tendr presente.

Me llamo Alice.

Lo s.

Ella se llamaba Eleanor, pero todo el mundo la llamaba Elly.

Tom nota de que haba empleado el pasado.

Alice recuper el hilo perdido de sus palabras.

Como te acabo de decir, Ashenfelter hizo que se apartara de los hombres. Me acuerdo de que, cuando estbamos en Cape Cod, solamos pasar muchos ratos sentadas en un caf de la playa tomando un refresco y observando a los chicos. Los machacbamos. Los odibamos a muerte.

Qu edad tenas t entonces?

Quizs nueve aos.

As que muy pronto los chicos empezaron a interesarse por ti...

Con el ndice se acomod las gafas sobre la nariz y me mir fijamente a travs de ellas.

Sabes qu voy a decirte, verdad?

Que Elly y t partisteis peras.

Exacto. La rebelin de la juventud! S, la rebelin de la adolescencia, y no slo rebelin, sino hostilidad declarada, si quieres que diga las cosas por su nombre. Los chicos queran salir conmigo, ella sacaba las uas y yo perda los estribos. Ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder. Me encerraba con llave, me esconda los vestidos, me vapuleaba a ms y mejor, en fin... lo de siempre. Pero estaba escrito que las hormonas se saldran con la suya, y as fue en efecto. No vayas a equivocarte... No me met nunca en ningn lo. Lo nico que quera era dejar bien sentado que saldra con quien me diera la gana siempre que se me antojase.

Y ella cmo reaccion?

Muy mal.

De qu modo?

A base de alcohol. A veces, cuando yo llegaba a casa, tena que acostarla. Tuvo dos cadas malas. Una vez se rompi una pierna, pero ni siquiera esto la hizo desistir de sus propsitos.

Nerviosa, se llev el pulgar a la boca y se presion los dientes con l.

Voy a cortar. El pasado otoo empec a ir a la universidad y tuve que dejar mi casa. Una maana de febrero, el jefe de estudios me llam a su despacho. Mam haba sufrido un accidente de automvil. Haba salido disparada de un tramo recto de carretera para ir a estrellarse contra un rbol.

Estaba bebida?

S. La autopsia lo confirm.

Permanecimos un momento en silencio.

Te dijo alguna vez que Ashenfelter no era tu verdadero padre? pregunt.

Movi negativamente la cabeza.

En tal caso, cmo sabes...?

Ahora voy a aclarrtelo. Tuve que revisar sus papeles para saber si haba hecho testamento. Los guardaba en una caja de costura de bano que haba pertenecido a su abuela. Dentro encontr un sobre cerrado. Al abrirlo, vi un certificado de matrimonio, unos cuantos recortes de prensa y unas cartas expedidas por las Fuerzas Areas. Despus de echar un vistazo al certificado, me enter de algo increble: mi madre, Eleanor Louise Beech, haba contrado matrimonio en la ciudad de Nueva York, el 5 de abril de 1943, con un hombre que se llamaba Duke Donovan. Por poco me caigo de espaldas. Y con esto me estoy refiriendo a que yo nac en febrero del ao siguiente. Nada menos que esto!

Y me mir con unos ojos como platos, igual que si en aquel momento hubiera acabado de nacer aquel descubrimiento. Yo mascull algunos sonidos inaudibles, con la sana intencin de cambiar de tema. No puedo soportar las emociones en estado puro.

Ya veo que no te gusta! dijo, inventndose el dilogo en el que yo no quera entrar. A continuacin examin los recortes de prensa y me parecieron de lo ms extrao. Hablaban de un juicio que se haba celebrado en Inglaterra. El crneo del barril de sidra. Srdido a tope! Por qu los habra guardado? Ya iba a desprenderme de ellos cuando, de pronto, me di cuenta de un nombre. El soldado Donovan, acusado del crimen. Imaginas lo que sent? Dios mo, apenas acababa de descubrir un nuevo padre y me enteraba de que estaba complicado en un asesinato!

Esboc una sonrisa. Aparentaba indiferencia, pero a mi manera me senta tan excitado como ella.

Sin embargo, aquello no la afect lo ms mnimo. Me mir con expresin glacial y, de pronto, devolvindome la sonrisa, dijo:

Te importa si te llamo Theo?

Hazlo, por favor le contest, sin ms.

Gracias. Bueno pues, durante la semana del funeral me dediqu a pensar a fondo. Estaba hecha un lo. Me senta presa de una profunda crisis de identidad. O mi padre haba sido colgado por asesinato o yo era hija de un amor pasional de mi madre con Ashenfelter. Lo que era evidente era que alguien haba manipulado mi documentacin. Comprenda que mi madre lo hubiera hecho para permitirme empezar la vida con buen pie, pero pensaba que hubiera debido contarme la verdad cuando tuve edad suficiente para comprenderla. Y debo decirte, Theo, que nunca aludi siquiera a la situacin.

Me has dicho que contabas con pruebas.

Efectivamente. Estn en las cartas que encontr junto con las dems cosas. En un primer momento, no las abr. Tena demasiado miedo. Pero, despus del entierro, me las llev a la universidad, las dej en un estante junto al reloj y all se quedaron, una semana entera, siempre gravitando sobre m. Me senta extremadamente deprimida y quera deprimirme todava ms. Pero una maana, cuando volva de escuchar una maravillosa conferencia sobre William Wordsworth que haba tenido la virtud de levantarme la moral, una maana con un sol resplandeciente, me fui derecha al estante y abr la primera carta. Quisiera lertela, Theo. Quieres acercarme los pantalones?

Su ropa estaba doblada sobre el respaldo de la silla donde yo estaba sentado. Le pas los tjanos, de cuyo bolsillo trasero sac el billetero, del que extrajo un sobre muy maltrecho, que me tendi.

Dud un momento.

Pero ella insisti:

Por favor!

Lo tom y saqu de l una carta. Dentro de mi cabeza reinaba una gran agitacin. Como he dicho antes, yo haba sentido un profundo afecto por el hombre que haba escrito aquella carta, lo haba querido como un nio solitario puede querer a un adulto que le comprende y que le ofrece su apoyo. Senta la necesidad de volver a aquella fuente que lo haba sido para m de fuerza, puesto que sus palabras, aunque fueran dirigidas a otra persona, seran como establecer un nuevo contacto, aquella vez un contacto con una pesadilla.

La carta estaba escrita a lpiz, sobre un papel spero, propio de la miseria que entraa la guerra:

Mi muy querida Elly:

Un nuevo alto en el camino, una oportunidad ms de garabatear unas cuantas palabras para mi querida esposa y para nuestra hijita, con la esperanza de que, en el momento que sea, puedas leerlas. Como las otras veces, no estoy autorizado a decir dnde me encuentro, y s a comunicarte slo que estoy en Europa. Si te digo que estamos camino de la victoria, imagino que te doy una indicacin que no puede acarrearme complicaciones. Tambin estoy en libertad de decirte que todava no me han herido, gracias a Dios. Cansado, muy cansado, pero no herido. Voy a superarlo, nena, no lo dudes ni un momento.

No quiero hablar ms de m. Ya dice pap la pequea Alice? Supongo que sera pedir demasiado. Me creers si te digo que, en el lugar donde me encuentro, hay nios? En la zona de fuego encontr algunos, vagando entre los escombros, que me pidieron chicle. Siempre llevo encima. Qu haremos los tres cuando vuelva? Qu opinas de un picnic en Central Park? O en Coney Island? Quiero llevaros un da a Washington, para que veis la Casa Blanca.

Ten nimo, querida ma. Que mis palabras te lleguen con todo el amor del mundo y con besos para las dos.

Tuyo siempre,

Dave.

La dobl y se la devolv. Para hablar con franqueza, no me haba conmovido como yo esperaba. Se trataba de una carta sencilla y digna, escrita por un hombre a su esposa, y yo no tena nada que ver en aquel aspecto de su vida. En realidad, la sensacin de ser ajeno a aquel aspecto no supona una contrariedad, sino un alivio.

Una carta hermosa, no te parece? Me importa poco lo que este hombre haya podido hacer; la carta es hermosa y el que la escribi era mi padre dijo.

Asent con la cabeza, advirtiendo que aqul era un momento importante. Ahora haba que convencerla. En un alarde de cautela, trat de ponerme en su lugar:

Alice, tienes toda la razn del mundo. Esta carta es un maravilloso recuerdo para ti. Es evidente que este hombre te amaba a ti y amaba a tu madre por encima de todas las cosas. Es algo que recordars toda tu vida. Pero, por qu no dejas las cosas como estn?

Mi intento haba resultado fallido, no me importa admitirlo. Me demostr la poca importancia que le conceda inclinndose hacia adelante y preguntando:

Cmo lo recuerdas, Theo? Cmo era?

Yo era un nio en aquel entonces. Si has terminado con tu historia, voy a tomar una ducha dije secamente, dando la cuestin por zanjada.

Pero ella sigui insistiendo. Mientras yo dejaba correr el agua en el cuarto de bao contiguo al dormitorio, Alice comenz a hablar, sirvindose de argumentaciones persuasivas, a la vez que exactas, acerca de que las experiencias de guerra deban provocar en quien las viva impresiones realmente perdurables. Cmo se puede olvidar haber sido trasladado a un ambiente extrao y haberse visto envuelto en una sucesin de acontecimientos que culminaron en un asesinato y en un juicio en el Old Bailey?

Hice girar el mando de la ducha y la regul para que el agua fuera tibia, temperatura acorde con mi estado mental. Por razones que me ataan personalmente, me senta extremadamente reacio a bucear en el pasado, pese a admitir que Alice Ashenfelter (o Donovan) tena derecho a informarse sobre los fatales acontecimientos ocurridos en noviembre de 1943. El conocimiento que ella tena de los hechos era fragmentario, recogido a travs de unos cuantos recortes de peridicos. Al parecer, no saba que habra podido leer informaciones detalladas de aquel suceso en una docena de fuentes diferentes, puesto que el caso Donovan era considerado, en Gran Bretaa, un clsico del campo de la deteccin forense. En un estante de mi biblioteca tena dos libros que le habra podido dejar leer. Como los asesinatos eran moneda corriente en Amrica, supongo que no se imaginaba que el caso de su padre poda haber sido objeto de escritos y anlisis por parte de criminlogos, patlogos y policas.

Tras salir de la ducha y envolverme en un albornoz, le dije:

Dormir en la otra habitacin. Sin nimo de ofenderte, debo reconocer que en esta cama no hay sitio para dos personas.

Theo, todava no me has dicho nada insisti.

Quieres caf? Yo no quiero ms champn.

S, por favor. Voy a ayudarte.

No es necesario.

Puedo tomar una ducha, entonces?

Por supuesto.

Ya abajo, busqu los dos libros sobre el caso Donovan y los cerr bajo llave en un cajn de mi escritorio. Sea lo que fuere lo que pueda usted pensar de m, la verdad es que no tena el ms mnimo deseo de causar penas innecesarias a Alice Ashenfelter ni estaba dispuesto a que viera aquella fotografa de la solapa del libro donde se vea el crneo destrozado de la vctima junto a la fotografa de archivo de su padre.

Adivinaba que la chica encontrara alguna excusa para seguirme escaleras abajo, lo que hizo efectivamente. Se haba puesto mi batn y se haba recogido el pelo en la nuca, atndoselo con la cinta que usaba para la trenza. Tena el cabello mojado de la ducha.

Me he acordado de la mochila dijo.

Debe de hacer mucho fro fuera.

Pero, sin hacerme ningn caso, sali corriendo y entr con la mochila.

Tengo un saco de dormir dijo. No hay razn para que te saque de la cama.

Con leche o sin?

Despus de servirle el caf, le dije que tena algo que darle.

Qu? me pregunt vidamente. Una fotografa?

No. Nada ms que un recuerdo. Una cosa hecha por l.

Y le tend una figurilla de unas cinco pulgadas de altura, tallada en un trozo de madera, que representaba un polica rural montado en su bicicleta, en la base de la cual, toscamente talladas, se lean las crpticas palabras siguientes: Or I then?

Si uno observaba la figura con mirada indiferente, seguramente la habra desdeado por considerarla kitsch, aun admitiendo que se trataba de un trabajo que denotaba una cierta pericia.

La chica sigui la talla con las yemas de los dedos, como quien acaricia un ser vivo.

De veras fue l quien la hizo?

Asent con la cabeza.

Y te la regal? Esto quiere decir que te apreciaba mucho.

Despus, fijndose en las palabras escritas en la base, frunci el ceo:

No entiendo el significado de las palabras.

Or I then? Escritas as, no tienen sentido.

Se trata de un mensaje secreto?

No constituyen ningn mensaje profundo sonre. En Somerset, cuando era nio, sola encontrarme con el polica local que me saludaba siempre con unas palabras que sonaban de ese modo. Hablaba en el dialecto local, comprendes? Or I then?Alice movi la cabeza, dando a entender que segua sin entender.

All right, then? dije, para aclararle la frase.

Ah, ya comprendo! exclam con una sonrisa.

Y como pareca estar todava algo desorientada, le expliqu:

Duke estaba intrigado con la manera de hablar de la gente de Somerset y acostumbraba tomar nota de sus dichos. Como yo viva en casa de una familia de la localidad e iba a la escuela con los chicos del pueblo, recoga ejemplos y se los pasaba. Or I then? era uno de ellos.

Y sta fue su manera de darte las gracias? Me encanta!

Qudate con la figurilla.

Se ruboriz y dijo:

Theo, no puedo. La hizo para ti. T la has conservado todos estos aos.

A Duke le hubiera encantado legar a su hija algo hecho por l.

Su respuesta fue rpida y espontnea; se levant y, yendo directa hacia m, me bes en los labios. Sin embargo, si estaba usted pensando que este hecho preludiaba una nueva sesin de expansiones amorosas, mejor ser que lo piense dos veces. Creo que estaba profundamente impresionada, pero yo tena la sana intencin de mostrarle la puerta a la maana siguiente, puesto que no entraba en mis propsitos instalarla en mi casa como husped. En consecuencia, despus del beso, le puse las manos sobre los hombros y, apartndola de m, la situ fuera de mi alcance.

Nos quedamos un momento en silencio paladeando el caf, sentados uno frente al otro a ambos lados de la mesa de la cocina. Ella haba puesto la figura junto a su pecho, como si quisiera darle su calor. Un instante despus, incapaz de contenerse un minuto ms, me dijo:

T lo apreciabas, no es verdad, Theo?

S.

Era amable contigo?

Mucho.

Pero declaraste contra l en el juicio...

Asent con la cabeza.

Despus de una pausa, sigui en voz baja:

No quieres contarme lo que ocurri?

Yo me senta agotado y era tardsimo para empezar a contar una historia como aqulla, pero que me la sonsacara como fuera antes de irse de mi casa era algo de lo que haca rato estaba convencido. Desde un punto de vista humanitario, me senta obligado a darle una explicacin de algn tipo. Pens, pues, que lo mejor era que fuera en seguida, porque a la hora del desayuno no es que las historias se me den especialmente bien.

5

Voy a exponerle todo lo que le cont a Alice. Por razones de brevedad, he decidido prescindir de su apellido. No s exactamente en qu momento adopt la costumbre de usar lo que ella llamaba nombre de pila. Sin embargo, aquel sbado por la noche en que mi decidida intencin era mostrarle la puerta por la maana, no me refer a ella dndole ningn nombre. Cuando dirijo la vista hacia atrs, me siento ms corts. Tal vez usted considera poco importante la forma en que yo me dirigiera a ella en aquella ocasin, pero hay un motivo para que yo me muestre tan escrupulosamente sincero con toda persona que lea estas palabras, como podr comprobar ms adelante.

Por descontado que lo que voy a contar no ser una reproduccin exacta de lo que dije en aquella ocasin, incluidas las interrupciones y preguntas de Alice, porque esto le dificultara seguir el hilo de la narracin, pero le aseguro que no va a perderse ni un solo detalle de todo lo que necesita saber.

Empec por hablarle de mi evacuacin, ocurrida en septiembre de 1943, resultado directo de una incursin area alemana, realizada en pleno da. Una bomba, catalogada en aquellos tiempos como altamente explosiva, fue a dar en el edificio de calderas de nuestra escuela, situada en los suburbios de Middlesex, cuando nos encontrbamos cantando la cancin conocida como Diez botellas verdes en el refugio subterrneo, y el seor Lillicrap, nuestro azorado director, con su casco de acero y el rostro ms blanco que el papel, esperaba a que dieran la seal de que haba pasado el peligro. Aquella misma tarde se puso en contacto telefnico con su hermana, que viva en el campo, y todos los nios de la escuela volvimos a nuestras casas con una carta que debamos entregar a nuestras familias. Uno de los chicos, que tena fama de dscolo, abri la suya y la ech a un canal, pero yo, obediente, se la entregu a mi madre. En la carta se propona a las familias evacuar a todos los nios a Somerset el lunes siguiente.

Todava recuerdo la mitad de los nios, entre los que figuraban aproximadamente ochenta compaeros mos, congregados en la estacin de Paddington, adecuadamente etiquetados y cargados con mscaras antigs, nuestros juguetes favoritos, paquetes de bocadillos y, en el caso de algunos despistados, cubos y palas. Al volver la vista atrs, se me ocurre que habra podido utilizar alguno de aquellos cubos cuando, despus de esperar durante un tiempo desesperadamente largo, con terribles angustias provocadas por una vejiga a punto de estallar y metido en un tren sin pasillo, enfrentado a la perspectiva de un viaje de duracin incierta hacia un lugar situado al oeste de Reading, observ furtivamente que mis pantalones de franela adquiran una tonalidad gris ms oscura. Al cabo de un par de horas, cuando yo no era el nico nio con un secreto (puesto que seguramente la mayora estaban en mis mismas condiciones), llegamos a Bath Spa, donde nos trasladamos a otro tren ms pequeo. Finalmente, mucho despus de haber bajado las cortinillas para encubrir la iluminacin del tren, se nos dijo que debamos apearnos en una pequea estacin rural de Somerset.

Yo iba mirando los letreros de las estaciones tena edad suficiente para saber leer y me senta orgulloso de ello y me encargu de informar a mis compaeros de nuestro destino: Frome. Hice rimar la palabra con home, porque, pese a que la pronunciacin no era la correcta, me pareca ms reconfortable: Frome, en realidad, rima con dom.

Marchamos en fila india hasta el interior de una iglesia, donde, dispuestos sobre unas mesas montadas sobre caballetes, haba bocadillos de queso y zumo de naranja, mientras las personas cvicas del lugar, que se haban ofrecido voluntariamente a acoger un refugiado, hacan una evaluacin de nuestras personas. No es de extraar que la seleccin procediera a ritmo lento. Incluso yo me daba cuenta de que, despus de aquel viaje, tanto nuestro aspecto como el olor que despedamos eran de lo ms deplorable. Sospecho que algunas de las personas que se haban prestado a acogernos se deslizaron furtivamente a la calle, amparadas en la noche, puesto que, al final de la sesin, quedamos sin lugar donde acomodarnos cinco nios (todos varones), junto al funcionario encargado de procurarnos alojamiento. El servicio de voluntarios nos procur unas literas de campaa y pasamos la noche en ellas, dispuestas en semicrculo, con los pies orientados hacia una estufa de carbn de coque.

A la maana siguiente fuimos conducidos en coche a los pueblos vecinos con la intencin de encontrarnos alojamiento en casa de gente que no tena noticias de nuestra llegada. Desde la camioneta, conducida por el funcionario, en la que viajbamos, bamos observando con recelo las puertas de las casas, que iban abrindose sucesivamente y junto a las cuales se iniciaba una viva conversacin. Uno o dos debieron de quedar a buen recaudo, porque cuando nos pusimos en marcha no llevbamos a nadie a nuestras espaldas. Empezaba a tener hambre.

A ltima hora de la maana habamos agotado todas las posibilidades de Frome y todava quedbamos dos sin alojamiento: un nio gordinfln que se llamaba Belcher Hughes, con unas gafas reparadas con esparadrapo, y yo. Paramos en correos para llamar por telfono y a continuacin se nos comunic que nos alojaramos en Shepton Mallet. Por la forma como nos lo dijeron, tuve la impresin de que Belcher y yo habamos tenido suerte. Imagin para mis adentros que el seor Mallet deba de vivir en una de aquellas grandes mansiones de piedra que habamos visto durante el recorrido.

Nos apeamos en un cruce, donde fuimos depositados en manos de otro funcionario, encargado de alojar refugiados. Las esperanzas que me haba hecho se vinieron abajo al leer los nombres en el poste indicador. Belcher fue adjudicado a una anciana que viva en una pequea casita con terraza y a m me llevaron a unas cuantas millas de distancia, a la granja Gifford, en la aldea de Christian Gifford, entre Shepton Mallet y Glastonbury.

Una vez all, perd todo contacto con la gente que conoca, descontando un par de visitas del seor Lillicrap quien, al parecer, qued satisfecho de la educacin que se me dispensaba en la escuela, situada en la parte alta del pueblo, que frecuentaba junto a los dems nios de la localidad.

Para hacer justicia a la familia Lockwood, debo decir que no se haban ofrecido voluntariamente a alojar refugiados, sino que tuvo que intervenir el gobierno, con una Orden de Evacuacin, para recordarles su deber. La gente de la localidad saba que tenan un dormitorio vacante, debido a que su hijo Bernard se haba ido de la casa, por lo que se vieron obligados a aceptarme.

El primer contacto que tuve con la familia fue a travs de la seora Lockwood, la cual me dio la impresin de una persona atormentada. La conoc moviendo la cabeza y mascullando palabras en un dialecto que yo no entenda. Cuando, aos despus, he pensado en aquella situacin, he deducido que estaba preocupada por la reaccin que poda tener su marido, al enterarse de que me haban introducido en su casa medio de tapadillo. Con todo, en honor a la verdad, debo decir que, por lo que a m respecta, lo primero que hizo fue llevarme a la cocina de la granja y darme de comer: un par de rebanadas de pan, generosamente untadas con salsa de carne. Debo reconocer tambin que el pan era ms tierno y menos terroso que las hogazas del pan de racionamiento que coma en mi casa.

Mientras observaba a la seora Lockwood, que cortaba unas ciruelas y les extraa los huesos para hacer un pastel con ellas, sentada al otro lado de la mesa de madera, decid que aquella mujer no iba a hacerme ningn dao. Era robusta y tena los cabellos negros y relucientes, sujetos a la cabeza con horquillas y, aunque su rostro ancho era casi tan oscuro como la piel de las ciruelas y era evidente que era ms vieja que mi madre, aparentaba gozar de mejor salud. Por lo menos, debajo de sus ojos no tena aquellas medias lunas oscuras como mi madre, testimonio de horas robadas al sueo.

El inconveniente de la seora Lockwood era su voz, tan queda que me obligaba a pedirle que me repitiera prcticamente todo lo que deca. Y cuando acceda a hacerlo, apenas si aumentaba el volumen en un semitono. Por otra parte, como yo deba repetirme en silencio todas sus frases para descifrar las complejidades del dialecto que hablaba, la comunicacin proceda de forma muy lenta. Me llev el resto de la maana averiguar qu personas componan la familia y qu hacan.

Hube de enterarme de que el seor Lockwood haca poco tiempo que haba adquirido otra granja ms pequea, situada a poca distancia, llamada Lower Gifford, para su hijo Bernard de veintin aos, el cual se haba trasladado a vivir all, y que dicha granja estaba situada a una milla de distancia en direccin hacia abajo. Parece que el plan era que Bernard acabase ocupndose de las dos granjas en cuanto el trabajo de la grande excediese las posibilidades de su padre. Los padres acabaran sus das en la granja grande, de la que tambin se ocupaba su hija Barbara.

Yo haba detectado una o dos prendas femeninas secndose sobre la hierba que, incluso para mi inexperta mirada, me haban parecido insuficientes, por no decir ridculas, para la seora Lockwood. Gradualmente me fui enterando de que Barbara tena diecinueve aos y que trabajaba en la granja.

Compareci a la hora de comer y, pese a que ni siquiera advirti mi presencia, me cautiv al momento. Aunque la afirmacin suene al ms puro estilo Mills & Boon, la verdad es que es exacta. sta fue la impresin que aquella muchacha caus en un nio de nueve aos que, la noche antes, haba derramado en silencio lgrimas sobre su almohada. Morena de piel como su madre, aunque ms fina y con rasgos ms delicados, Barbara se qued junto a la puerta mientras desataba el pauelo verde con el que llevaba cubiertos sus cabellos. Sobre sus espaldas se derram una cascada de cabello negro y sedoso. La chica movi la cabeza para soltarlo al tiempo que hablaba de algo que haba sucedido en una de las granjas prximas a la nuestra. Qued sorprendido al descubrir que entenda prcticamente todo lo que ella deca.

A continuacin observ mi presencia y en seguida pas a ocuparse de mi persona. Unas cuantas preguntas rpidas, dirigidas a su madre, la informaron de los hechos esenciales que me ataan y, cogiendo mi maleta y la mscara antigs, me condujo escaleras arriba, a la habitacin que Bernard haba dejado vacante haca muy poco tiempo. Me llev junto a la ventana y, poniendo su mano en mi hombro, me indic las gallinas, los patos y su yegua preferida, un animal de color castao que paca junto a la era. Despus nos sentamos en la cama y yo le dije que mi padre haba muerto en Dunquerque, que mi madre se ocupaba de labores asistenciales y que mi ta Kit nos invitaba a comer a su casa los domingos. Como Barbara no haba estado nunca en Londres, le habl de Trafalgar Square y de Buckingham Palace. Nadie, hasta aquel da, me haba escuchado con tanta atencin como ella.

Aquella noche no llor. Recuerdo que estuve mucho rato despierto en la cama, con la mirada perdida en el techo de mi nueva habitacin, preguntndome qu dira el granjero Lockwood cuando se enterase de que tena un refugiado en su casa. Era poca de cosecha y, a lo que parece, el nombre no volvera a casa hasta despus de que yo me hubiera metido en cama. En un momento dado, o la voz de un hombre que hablaba lentamente y con gran solemnidad, pero despus advert que se trataba de las noticias de las nueve, retransmitidas por radio. Al poco rato, me sum en un profundo sueo.

No s con certeza cundo hablaron a George Lockwood de mi existencia. Tengo fundadas sospechas para creer que las mujeres de la casa mantuvieron en secreto mi presencia por lo menos un da entero. Mi presentacin al dueo estuvo muy orquestada. A las cuatro de la tarde del da siguiente la seora Lockwood cogi una gran cesta en la que puso unos panecillos acabados de sacar del horno y un cuenco de crema de leche y nos dirigimos con ella al campo donde trabajaban los hombres. Yo llevaba la jarra de sidra con la que deba llenar sus vasijas hasta el tope. Cada hombre tena su pichel o su vasija de madera, en forma de barril, con su corcho y su tapn de aire. No paraban un momento de requerirme, superndose unos a otros en la articulacin de mi nombre, pronunciado en lo que se me antojaba acentos tpicos de la clase campesina. Haba como mnimo nueve hombres y Barbara, todos sentados alrededor de la cesta. La sonrisa de Barbara me turbaba de tal modo que, al servir la sidra al hombre que tena a su izquierda, derram una parte. ste se levant al momento y, agarrndome por el brazo, me dio un susto soberano.

Parte de la sidra se haba derramado en su plato y l era el nico que lo usaba para comer. Era un plato de color de rosa, con un ribete dorado en el borde. Resultaba un refinamiento muy curioso, porque aquel hombre era el ms alto de todos, alrededor de un metro ochenta y cinco, y tena los brazos cubiertos de vello y una serie de huecos entre los dientes. Adems, tena un ojo entrecerrado e inyectado de sangre.

Otro detalle de l me llam la atencin: llevaba corbata. No una corbata especial, a rayas, como la del seor Lillicrap, ni tampoco anudada con afectacin, sino una corbata negra y llena de manchas, pero cuyo uso era un signo de clase, puesto que no tard en descubrir que aquel hombre no era otro que el granjero, mi benefactor, el seor Lockwood.

Sin soltarme el brazo, me pregunt algo acerca de la sidra, que provoc la hilaridad de los dems, pero que yo no entend. Probablemente hizo algn comentario sobre mi mala puntera, dando a entender que haba empinado el codo porque, al contestarle cortsmente de manera afirmativa, los dems soltaron el trapo.

Entonces el seor Lockwood, dejndome el brazo y ofrecindome su barrilete, creo que me dijo:

Anda, toma otro sorbo, muchacho. Acbala por m.

La sidra de Somerset es famosa por sus efectos estimulantes, por lo que Barbara trat de protestar, acto temerario teniendo en cuenta que desafiaba la autoridad del granjero no slo delante de sus hombres sino tambin de los que haba contratado especialmente para la cosecha. Su padre la hizo callar con un gruido sin dejar de ofrecerme la jarra, con el asa vuelta hacia m.

No quiero afirmar que derrib a mi Goliat de la primera pedrada, pero s que, para ser un nio de nueve aos, sal bastante bien librado de la prueba. Le dije primeramente que no tena mucha sed y, tras tomar un sorbo y notar el sabor de la sidra en la lengua, le devolv la jarra y le pregunt educadamente si poda quedarme para ayudarles y dije que despus ya me tomara el resto.

Mi salida fue acogida con el consiguiente regocijo general y, lo que para m era ms importante, con un gesto de aprobacin del seor Lockwood. Al reanudarse el trabajo, me levantaron en el aire y me subieron a uno de los remolques para que ayudara a cargar las gavillas a medida que me las iban ofreciendo, hincadas en la horca.

Mis recuerdos son intermitentes. Poca cosa ms ha quedado en mi memoria de lo que ocurri aquella tarde. Supongo que Barbara me devolvera a la granja cuando se hizo evidente que no poda con mi alma. No hay duda de que ella estaba en casa al final de aquel da, porque recuerdo que vino a mi cuarto y que me dijo que su padre me haba autorizado a quedarme. Despus, me acarici el cabello con la mano, como si me lo alisara. Recuerdo con toda claridad el contacto de sus dedos.

Despus los das se desdibujan, borrados por la rutina de la vida en la granja y en la escuela. Paso por alto mis impresiones acerca del sistema educativo imperante en Somerset, porque a buen seguro que usted est deseando saber cmo conoc a Duke Donovan, que es precisamente lo que voy a exponerle a continuacin.

Para compensar mi ignorancia en relacin con las costumbres rurales, cont a mis compaeros de clase una serie de historias exageradas acerca de la vida en Londres durante aquellos tiempos de guerra: la bomba que haba cado en nuestro jardn y que no haba explotado, el Messerschmitt que se estrell contra un globo de barrera y el caso del empresario de pompas fnebres que tena un ojo de vidrio, de quien se saba que era un espa alemn. Todos estaban pendientes de mis palabras. Los nicos hechos que haban vivido en relacin con la accin del enemigo eran el ruido sordo y distante de las bombas que haban cado en Bath el ao anterior, en el curso de las incursiones Baedeker. De lo nico que podan presumir era, como mximo, de haber atisbado ocasionalmente las fuerzas americanas cuando atravesaban el pueblo con sus carros, camino de su base en Shepton Mallet.

Haber visto pasar a unos soldados americanos no era cosa que a m me impresionase demasiado. Yo conoca a los soldados del ejrcito americano, porque haba asistido a una de sus fiestas esto era verdad en la base que tenan en Richmond Park. Como hijo de viuda de guerra, la ltima Navidad haba sido invitado a una fiesta en la que un San Nicols con acento yanqui me haba obsequiado con regalos, haba visto una pelcula, haba cantado canciones y me haba ido con todo el chicle y todos los caramelos que cupieron en mis bolsillos.

Acicateado por la respuesta que obtuvieron estas revelaciones por parte de mis nuevos compaeros, lanc la baladronada de que tena tantos amigos en el ejrcito americano que poda conseguir todo el chicle que me viniera en gana.

El destino tiene sus sistemas propios de tratar a los fanfarrones. Mis bravuconadas fueron desmentidas ms pronto de lo que ninguno de nosotros habra podido predecir. El da siguiente, a la hora de comer, cuando salamos de la escuela, vimos algo que hizo temblar mis piernas. Al otro lado de la calle, enfrente de la tienda de la seorita Mumford, haba un jeep de color caqui claro de los usados por el ejrcito americano. Me met las manos en los bolsillos, me puse a silbar una tonadilla y ech a andar como si tal cosa. Sin embargo, saba que haba sonado mi hora. Efectivamente, los chicos me retaron a que consiguiera chicle.

Como el sheriff de una pelcula del oeste, a quien le acaban de comunicar que Jesse James est asaltando el banco del pueblo, atraves la calle polvorienta, vigilado a prudente distancia por todos mis compaeros. Uno de ellos me grit:

Al loro, Teodoro!

En el interior de la tienda de la seorita Mumford haba dos soldados comprando bebidas. El ms alto, que era Duke, estaba pagando una botella de Tizer, mientras su camarada, Harry, echaba un vistazo a todo el surtido de botellas, como si tanto le diera una como otra. Por fin pidi leche, a lo que se le dijo cortsmente que estaba racionada, tanto si la quera fresca, como evaporada, condensada o en polvo. Nadie poda confundir a la seorita Mumford. Sin embargo, les ofreci manzanas. Por poca vista que tuviera uno se daba cuenta en seguida de que los invitados se dejaban convencer fcilmente. Pero Harry dijo que le daba igual.

Aqulla era la ocasin que yo estaba esperando. La seorita Mumford me observaba con aire de desconfianza. De haber estado en Londres, les hubiera dicho, sin pensarlo dos veces:

Me dais chicle?

Pero aqu no saba qu hacer, por lo que me qued pintiparado como un estpido mientras pasaban por mi lado, y despus los segu hasta el coche sin saber encontrar mi voz. De pronto se me ocurri una idea genial; tocando a Harry ligeramente en la manga, le dije en tono confidencial que saba de una granja donde haba leche fresca y que, si l quera, poda acompaarlo. Harry ech una mirada a Duke y ste se encogi de hombros y me indic con el pulgar el jeep, dndome a entender que montara. Podra afirmarse que, con aquel gesto tan simple, Duke firm su destino.

Para m aqul fue el momento culminante de mi etapa de refugiado. De pie en la parte trasera del jeep, hice con la mano el mismo saludo de Monty cuando, estando en el desierto, pasaba junto a sus soldados. El jeep hizo un viraje en redondo y sali a toda velocidad mientras yo mova ostensiblemente las mandbulas mascando chicle.

El destino estaba ante nosotros. El viento en nuestros odos era ensordecedor, por lo que no me era posible dar ninguna explicacin y lo nico que pude hacer fue sealar la granja con el dedo cuando la puerta de entrada de la misma apareci ante nuestros ojos. Nos metimos en la era con un chirrido de frenos y un revuelo de gallinas asustadas.

Yo entretanto iba haciendo clculos. Saba que el seor Lockwood tena unas cuantas vacas frisonas, pero saba igualmente que la leche estaba racionada y que, aunque exista algo llamado mercado negro, se trataba de una actividad contraria a los esfuerzos que impona la guerra y dudaba de que el granjero Lockwood se aviniese a practicarla, puesto que sobre la chimenea tena una fotografa de Winston Churchill.

Segua disfrutando de una racha de buena suerte, porque fue Barbara la que asom a la puerta, alertada por el ruido. Iba vestida para montar a caballo, con pantalones color tierra ajustados a la pantorrilla y jersey blanco. Duke y Harry cruzaron una mirada tan expresiva que Barbara, de haber querido, habra podido saltar por encima de ella con caballo y todo. Saltaron del jeep, se presentaron y, antes de que yo tuviera tiempo de apearme, ya estaban atravesando la era al lado de Barbara.

Ella se tom la cosa a broma, como si el hecho de pedir leche no fuera sino una estratagema para presentarse en la casa y hablar con ella, cosa que por supuesto ellos no negaron. Barbara, amablemente, les ofreci una pinta de leche de su neurtica cabra particular, Dinah, pero ellos declinaron prudentemente el ofrecimiento; Duke, tras descubrir un tonel de sidra, dijo que no le importara tomar alguna cosa ms fuerte que leche, a lo que Barbara respondi que los nicos que tenan derecho a sidra eran los trabajadores.

De acuerdo, encanto! exclam Harry, desabotonndose la chaqueta. Qu tengo que hacer?

Barbara se ech a rer y dijo que, si eran buenos chicos, podan volver el sbado, da en que comenzaba la recoleccin de manzanas. Como acudiran unas cuantas chicas del pueblo para echar una mano, supona que a su padre no le importara disponer de un par de trabajadores extra. Los soldados se miraron y dijeron que, en caso de conseguir permiso, no faltaran a la cita. Hicieron unos cuantos chistes en relacin con los permisos, y despus volvieron a montar en el jeep y se marcharon, aunque sin la leche que haban venido a buscar.

Cuando cruzamos de nuevo la era Barbara y yo, sta me dijo que yo haba tenido una gran frescura al acompaar a los yanquis hasta la granja y que haba tenido suerte de que su padre no estuviera en casa y que, si el sbado volvan, ya me encargara yo de dar las explicaciones correspondientes. Me sent apabullado, por lo que Barbara, dndose cuenta de mi estado, me dio un codazo y aadi:

Ser divertido si vuelven!

Segn pude enterarme, la recoleccin de manzanas era una empresa de mayor envergadura que la siega del heno. El seor Lockwood cultivaba muchas de las variedades antiguas, con nombres tan evocadores como Captain Liberty, Royal Somerset y Kingston Black. Haba otras ms modestas, como las conocidas con el nombre de Nurdletop. Las llamadas Scarlet, verdes y doradas, iban directas al molino, ya que eran la materia prima de una sidra de alta calidad de la que se abastecan varias posadas de Frome y Shepton Mallet. Las diferentes fases del proceso de fabricacin exigan la contratacin de manos extra, lo que hizo que, aquella noche cuando me fui a la cama, pensara que seguramente el granjero Lockwood no pondra objeciones a la presencia de los americanos. Pese a todo, era prudente que, antes del sbado, se explorara aquella posibilidad.

Durante la tarde del siguiente da aprovech la oportunidad que se me ofreca. Terminado el trabajo de la jornada, aquel da ms temprano que de costumbre, el seor Lockwood se sent en su silln Windsor para fumarse una pipa junto a la cocina. El olor a Saint Julin est ms grabado en mi memoria que la conversacin que sostuvimos. Inici una titubeante explicacin, temiendo que el Somerset rural no estuviera preparado para mis actividades como capataz, cuando me cort diciendo que en aquella casa era bien recibido todo aqul que estuviera dispuesto a trabajar. Al salir de la cocina, Barbara me dedic un elocuente guio de complicidad.

La recoleccin de manzanas se inici con las primeras luces del sbado. De acuerdo con la tradicin, las mujeres eran contratadas con carcter eventual, pero participaban lo mismo que los hombres. Fue en esta tarea donde conoc a la mejor amiga de Barbara, Sally Shoesmith, la hija del tabernero. Sally era una muchacha rechoncha, pelirroja y con pecas, con una sonrisa desagradable, absolutamente ambigua. Sin embargo, a los nueve aos, yo no estaba todava en condiciones de emitir juicios sobre nadie.

Fue tambin en aquella ocasin cuando conoc a Bernard, el hijo de los Lockwood, que trabajaba en la granja de Lower Gifford. No podra decir con certeza si lo que lo atrajo al campo fue un sentimiento de deber filial o la extraordinaria abundancia de chicas del pueblo. Desde mi punto de vista, el chico era totalmente inabordable. La visin ms habitual que tena de l eran sus botas claveteadas con tachuelas, puesto que su trabajo consista en recoger, subido a una escalera de mano, las manzanas que haba que conservar, como las Rom Putts y las Blenheim Oranges, que deban ser recogidas a mano en lugar de ser desprendidas de las ramas sacudindolas con ayuda de unas varas. Debajo de l, se apretujaban las chicas con los recogedores, cestas en forma de cubo hechas con juncos entretejidos. Supongo que a Bernard le produca una sensacin de placer decidir a cul de las chicas del hermoso abanico que tena a sus pies se dignara favorecer, dicho lo cual seguramente no le costar imaginar que era un tipo que a m me desagradaba profundamente. Tena una belleza rstica y su piel estaba atezada por el sol, como los modelos que aparecen en las revistas de jerseys. Yo prefera ir detrs de los que desprendan las manzanas con ayuda de las varas.

Al cabo de una hora de iniciado el trabajo, mis odos captaron un zumbido distante que proceda de la pradera adyacente a la huerta. El zumbido no tard en convertirse en ronroneo y ste en el rugido del motor de un jeep, que despert la consiguiente excitacin. Llegaban los yanquis! Dej al punto la cesta en el suelo y me precipit a la puerta de la huerta, que abr justo en el momento en que llegaban y, atravesndola, se metan entre los rboles. Todos abandonaron el trabajo y, en un coro de voces admiradas, rodearon el jeep. Todos salvo Bernard, que sigui encaramado en lo alto de la escalera con una brazada de manzanas Tom Putts.

Duke y Harry apaciguaron prudentemente a la excitada concurrencia y les hicieron entender que haban venido para trabajar. Por otra parte, llegaban con ms de una hora de retraso. Se incorporaron al grupo de los que colocaban las manzanas en montones piramidales para que perdieran el fro de la noche antes de ser trasladadas a la prensa. Haban venido con lo que ellos llamaban el traje de fatiga, expresin que haca las delicias de las chicas, atentas a la jerga de los soldados y vidas de conocer americanismos. Para nosotros, la gente de 1943, los soldados americanos eran seres exticos que hablaban como los artistas de cine.

Y hablando de cine, ha visto usted Las uvas de la ira, interpretada por Henry Fonda u otra pelcula antigua de este actor? Si se lo digo es porque, a mi modo de ver, exista un notable parecido entre Duke Donovan y Henry Fonda. No se trataba nicamente de rasgos de la fisonoma, sino de la estructura fsica general, de la altura, de aquella cabeza asentada sobre unos hombros ms bien estrechos; ambos producan la impresin de tratarse de hombres valientes a la vez que vulnerables. Los movimientos de Duke eran pausados y escasos, pero dejaba traslucir una especie de inquietud que se revelaba sobre todo en sus ojos. Se me figura que senta aoranza de los suyos. Aquel da, en la huerta de los manzanos, se ri como todo el mundo, con una sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes tan resplandecientes como los de Henry Fonda, si bien pareca que sus ojos no participaban de la alegra de la boca. Como si sus pensamientos estuvieran escindidos en dos mitades.

Presa de las ilusiones romnticas propias de un nio, emparejaba en mi cabeza de manera ideal a Duke y a Barbara y abrigaba la esperanza de que se sintiesen mutuamente atrados. No me pasaba por las mientes que pudiese estar casado y mucho menos que fuera padre de una nia, y estoy seguro de que Barbara tampoco lo imaginaba.

Pero las cosas aquel da ocurrieron menos apaciblemente de lo que yo haba esperado. Cuando, a media maana, apareci la seora Lockwood, cargada con dos teteras humeantes, abandonamos el trabajo para tomarnos un momento de descanso. Duke se sent a cierta distancia de Barbara. La mayora de los hombres tomaban sidra fresca de los cacharros y barriletes que haban llenado a primera hora de la maana, pero las muchachas preferan t. Pude observar que uno de los trabajadores eventuales, contratados para la recoleccin, iba a buscar una jarra para Barbara, despus de lo cual se tumb a su lado, casi rozndola. Me enter de que se llamaba Cliff y de que no tena trabajo fijo. A veces ayudaba a despachar en el bar del pueblo y entonces se le vea tras el mostrador. Era alto, moreno y feo; a m no me pareca nada atractivo. Ya s qu piensa. Por qu no lo dice, hombre? Eran celos.

El otro americano, Harry, inici muy pronto sus avances con la amiga de Barbara, Sally, y empez por invitarla a fumar un Lucky Strike y a sacarle del pelo las ramitas que se le haban quedado prendidas y que l tardaba aos en retirar.

Harry, como tipo fsico, se pareca ms bien a James Cagney, y era tan belicoso y dado a salidas inesperadas como este actor. Nos explic que se haba ganado tres galones, pero que los haba perdido por algn error que haba cometido. Harry me causaba inquietud, porque yo quera que no ocurriera ningn percance.

Cuando volvimos a ponernos a trabajar, Duke se subi a una de las escaleras y pude observar que Barbara se una al grupo de chicas que esperaban al pie de la misma. Al cabo de un momento, dijo a Duke que dejara algunas manzanas vivarachas en la rama que estaba descargando. Duke, agarrndose a sta, mir para abajo y le pregunt:

Qu son manzanas vivarachas, si tienes la amabilidad de decrmelo?

Barbara entonces le cont aquella leyenda que deca que haba que dejar en el rbol las manzanas pequeas para que pudieran comerlas los duendes. Algunas de las chicas empezaron a rer a grandes carcajadas, esperando que los americanos se sumaran a las risas, pero Duke permaneci serio, escuchando atentamente. Las palabras dialectales y las costumbres del pas le fascinaban. El granjero Lockwood, que estaba de un humor de perros, les grit al pasar:

Venga, gandules! Est Lawrence con vosotros?

Y entonces hubo que explicar a Duke que Lawrence, el holgazn, guardin de los huertos, dejaba encantados a todos cuantos trataban de burlarse de las leyendas.

Aquella tarde de septiembre ocurrieron cosas memorables en la huerta. Si, como yo, no cree usted en las fuerzas del mal, posiblemente pensar que la sidra de la comida tuvo buena parte en el asunto. O que quiz no era otra cosa que la gran excitacin despertada por la presencia de los soldados americanos entre las muchachas del pueblo.

Nos congregamos alrededor de una antigua furgoneta cargada de manzanas cadas de todo tipo, utilizadas para el queso que acompaara la primera sidra. Los hombres estaban sentados en las prtigas, las muchachas en las cestas puestas boca abajo en el suelo, comiendo pan y queso con rodajas de cebolla, que haban trado en cestas de junco y en hatos con pauelos colorados. Los rayos de sol se colaban a travs de las hojas sobre nuestras cabezas.

Despus de comer, las chicas ensearon a los americanos la manera de averiguar el nombre de la persona amada utilizando una mondadura de manzana; haba que mondarla sin que la piel se cortara, es decir, de una sola vez, y echarla despus al aire por encima de la cabeza de la persona interesada y ver qu letra haba formado al caer al suelo. La de Harry dibuj una S y Sally le dio un beso, en medio de chillidos de excitacin, pero Duke se neg a hacer el experimento. Lo convencieron, en cambio, de que arrojase una manzana al aire sin explicarle el propsito del juego. Varias chicas, como jugadores de rugby, se precipitaron sobre la manzana para cogerla, aunque ninguna lo logr, porque rebot sobre la hierba y fue a parar directamente al sitio donde estaba Barbara, la cual, pese a que no se haba sumado a sus compaeras, la recogi.

Alguien le dio un cuchillo. Mientras todo el grupo se arremolinaba a su alrededor, la cort limpiamente en dos mitades y nos mostr dos pepitas. Las muchachas, en coro, gritaron:

Hojalatero, sastre!

Barbara entonces cogi una de las mitades y la dividi en dos partes. No aparecieron pepitas. Tom la otra mitad y tambin la parti. Alguien (creo que fue Sally), con un grito de triunfo, exclam:

Soldado!

Pero la palabra se qued colgada de sus labios, porque el cuchillo haba partido la pepita. Barbara arroj lejos de s los trozos de manzana y dijo: No son ms que estupideces! Despus de comer, casi no vi