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    Epistolario de Weimar

    (1806-1819)

    Seleccin de cartas de:

    Johanna y Adele,

    Arthur Schopenhauer

    y Goethe1

    1 Traduccin, Prlogo y Notas LUIS FERNANDO MORENO CLAROS Primera Edicin: Febrero de 1999

    ISBN: 84-7702-255-0 VALDEMAR

  • 4

    Prlogo

    El Epistolario de Weimar, cuyo protagonista nominal

    es Arthur Schopenhauer (1788-1860-72a), abarca el

    perodo comprendido entre los aos de 1806 a 1819 (18-

    31a). Esta poca podra denominarse con propiedad de

    juventud del filsofo; en esos trece aos plenos de

    vicisitudes, Schopenhauer comenz a construir los

    cimientos de lo que sera un futuro de dedicacin a la

    filosofa; adems, al finalizar el ao 1818, concluira la

    obra que l mismo calific como el fruto de su juven-

    tud, y la principal: El mundo como voluntad y

    representacin (1819-31a), una de las obras clave del

    siglo XIX y del pensamiento universal. Sin embargo, las

    misivas que hemos seleccionado no son, de ningn

    modo, filosficas tal como ingenuamente cabra espe-

    rar en una seleccin epistolar de un filsofo, y adems,

    las cartas de Arthur Schopenhauer no son ni siquiera las

    ms numerosas. En los primeros aos de esta poca de

    su vida, Schopenhauer escribe sobre todo a su madre, y

    sta lo mantiene al corriente de la actualidad de una de

    las ciudades ms importantes de la Alemania romntica:

    Weimar. Y decir Weimar en las primeras dcadas del

    siglo XIX era, ineludiblemente, nombrar a Goethe. La

    madre y Goethe, en principio, estn muy presentes en la

    correspondencia de esta poca: son los otros protagonis-

    tas de la presente seleccin.

  • 5

    Johanna Henriette Trosiener (1766-1838-72a) pas a

    [10] apellidarse Schopenhauer al contraer matrimonio con

    Heinrich Floris Schopenhauer (1747-1805-58a), rico

    patricio acaudalado de Danzig, ciudad de Prusia oriental

    de donde ambos eran oriundos. Ella fue, durante los

    aos de 1800 a 1814, la principal destinataria de las car-

    tas de su hijo. De 1814 a 1818, ao en el que concluye la

    presente seleccin, madre e hijo dejan de escribirse: el

    joven comienza un intento de acercamiento a Goethe

    fruto del cual es una escasa pero interesante corres-

    pondencia; asimismo, Schopenhauer se recluye en la

    concepcin de su obra principal sin tratar de ella con

    nadie, ni siquiera epistolarmente. Slo cuando la ter-

    mina, escribe al editor Brockhaus ofrecindosela y a

    Goethe comunicndole su conclusin. Luego, para

    descansar de tantos aos de estudio, Schopenhauer rea-

    liza un viaje a Italia; a su regreso a Alemania, dominado

    por el anhelo de ensear, como l mismo escribe, se

    ofrece como docente a la Universidad de Berln;

    acompaando a su solicitud adjunt su clebre curricu-

    lum vitae, la narracin ms completa realizada por el

    propio Schopenhauer del perodo que comprende los

    aos de su juventud. En realidad, las cartas que he

    seleccionado vienen a ilustrar y completar lo narrado en

    el curriculum, que, a su vez, sirve de colofn a los

    acontecimientos narrados a travs de stas. Las cartas de

    Arthur a su madre y su hermana se han perdido prctica-

    mente todas, los fragmentos epistolares que especialis-

    tas de la talla de Gwinner o Hbscher consideran

    autnticos dejan mucho que desear en contraste con las

    jugosas y vivaces cartas de Johanna, las cuales, por otra

    parte, se leen hoy da como descripcin fidedigna de

  • 6

    una poca idlica de la cultura alemana: los ltimos

    rescoldos del Weimar clsico. De las cartas de [11]

    Schopenhauer a Goethe se ha conservado la mayora;

    alguna de ellas verdadera profesin de fe de la filosofa,

    resultan sumamente interesantes para comprender el

    talante filosfico de Arthur. As pues, Johanna y Goethe

    son fundamentales en la juventud de Arthur Schopen-

    hauer y ambos personajes, formarn con l un tringulo

    cuyos vrtices en marcan una historia de emociones

    encontradas, producto de unos caracteres muy originales

    y dominantes que no estaban llamados precisamente a

    comprenderse. Finalmente, el tro se deshace y Arthur

    no tiene ms remedio que proseguir en solitario su anda-

    dura personal e intelectual, esta vez por el mundo intrin-

    cado de la filosofa acadmica, mundo del que, como

    era de esperar, al cabo de poco tiempo queda absoluta-

    mente desencantado. El punto en el que concluye la pre-

    sente seleccin da paso a perodos posteriores bastante

    bien definidos de la vida de Schopenhauer: los aos del

    intento docente fracasado, el perodo de la reclusin en

    Frankfurt del Main y, al final, el de la fama del filsofo;

    cada uno de ellos dara pie a otras tantas selecciones de

    correspondencia semejantes a la presente. Sin embargo,

    entre los aos de 1806 y 1819, Y en muy estrecha rela-

    cin con la ciudad de Weimar, se desarrolla el perodo

    menos conocido y ms determinante de la vida de Art-

    hur Schopenhauer.

    En el ao 1805, Heinrich Floris Schopenhauer (58)

    haba muerto en extraas circunstancias: se haba

    precipitado desde lo alto de un granero en el que nadie

  • 7

    poda explicarse qu estaba haciendo. Su esposa, Jo-

    hanna, diecinueve aos ms joven que l, quedaba [12]

    viuda y duea absoluta de una considerable fortuna. El

    matrimonio haba engendrado dos hijos, Adele y

    Arthur; entonces contaban ocho y diecisiete aos

    respectivamente. Johanna, al igual que su marido, era

    oriunda de Danzig, pero al ser sta anexionada por el

    rey de Prusia, y tras haber perdido su libertad poltica y

    comercial, Heinrich Floris vendi sus posesiones en la

    zona y se traslad a Hamburgo. A la muerte de su ma-

    rido, Johanna se haba sentido extraa en su lugar de

    residencia; sin embargo, tampoco quiso regresar a

    Danzig, donde an vivan su madre y sus hermanas.

    Tena un espritu aventurero y poco dado a los

    convencionalismos sociales. As, por ejemplo, de joven,

    en contra de todas las reglas sociales prescritas para una

    seorita de buena familia, haba querido ser pintora y

    seguir hasta Berln al gran dibujante Chodowiecki, a

    cuya familia, afincada en Danzig, conoca bien, a fin de

    cursar seriamente estudios de dibujo y pintura bajo su

    direccin; intento fallido que concluy con mucho re-

    vuelo y una rotunda negativa de sus padres y dems

    parentela. Al final, se resign a continuar siendo una

    burguesa ms y, cuando se present Heinrich Floris, un

    hombre ya mayor para ella, pidindole la mano, acept

    atrada probablemente por la extraordinaria calidad de

    vida y la libertad que un matrimonio de aquellas carac-

    tersticas conceda a las mujeres de la poca. Por otra

    parte, el nivel de vida al que acceda la riqueza del

    comerciante era muy considerable sobre todo tras el abandono de Danzig y el traslado a Hamburgo, la pona

  • 8

    en contacto con lo mejor de la sociedad alemana: pinto-

    res y escritores, amn de patricios y generales, trataban

    con los Schopenhauer. El arte y la poesa, en una poca

    en que estaban [13] de moda entre la gente bien, entra-

    ban por la puerta grande de su casa. Goethe y el arte del

    Clasicismo y tambin, por otra parte, la pasin romn-

    tica, hacan furor en aquellos aos. La seora Schopen-

    hauer viaj adems con su marido por toda Europa y

    lleg a residir unos cuantos meses en Londres,

    verdadero privilegio para aquel tiempo en el que muy

    pocas personas podan permitirse el lujo de realizar

    viajes de placer. As pues, Johanna pudo, aunque

    casada, alimentar su fantasa de artista frustrada con sus

    frecuentes u ocasionales visitas a los museos ms

    importantes de Europa y el trato constante con pintores

    y artistas sobresalientes o con meros diletantes que

    hablaban de los grandes y exponan a su vez sus propios

    sueos e iniciativas. A la muerte de su marido, Johanna

    se vio libre y duea de una gran fortuna. Contaba

    entonces 39 aos, edad suficiente como para escapar del

    filistesmo dominante en las clases acomodadas

    hamburguesas y lanzarse a una vida ms natural y libre,

    tal y como propugnaba el ideal clsico-romntico que

    embargaba el espritu de los artistas y las clases cultas

    del momento. Weimar y su vecina Jena constituan

    entonces el centro artstico e intelectual de Alemania,

    tanto o ms que Berln, y adems, en la pequea ciudad

    a orillas del Ilm viva el propio Goethe (1749-1832-83a),

    admiradsimo sobre todo por las seoras y la gente jo-

    ven de ambos sexos debido a su extraordinario best se-

    ller: Los sufrimientos del joven Werther (1774-25a), por

  • 9

    lo que Johanna eligi Weimar como futuro y definitivo

    lugar de residencia. All lleg en septiembre de 1806

    (40a) y all es asimismo donde comienza la historia de la

    que da fe el presente epistolario. [14]

    La rica viuda de Hamburgo lleg a la corte de Wei-

    mar en un momento de gran inestabilidad, prctica-

    mente una semana antes de la clebre batalla de Jena, en

    la que, en octubre de 1806, Napolen derrot a Prusia y

    sus aliados. Weimar se ubica en las inmediaciones de

    las llanuras donde se libr la batalla y la ciudad corra

    gran peligro de ser asaltada por las tropas francesas.

    Pese a todo, Johanna, recin llegada a la corte de las

    musas, no quiso abandonada. La extensa carta del 19

    de octubre que enva a Arthur, redactada a lo largo de

    varias jornadas y que hoy leemos como si de un azaroso

    relato de Heinrich von Kleist se tratara, ha quedado

    como un testimonio histrico de inapreciable valor. Tras

    aquellos das de espanto y gracias al coraje, a su opti-

    mismo y a su buen carcter, agudizados por la sensacin

    de podero y libertad que la embargaban, la viuda

    Schopenhauer, recin comenzada una nueva vida, se

    haba hecho duea absoluta de gran parte de los corazo-

    nes de la buena sociedad de Weimar. Johanna era rica y

    haba trado de Hamburgo cartas de recomendacin

    expedidas por personas importantes. El mismsimo

    consejero privado von Goethe se haba presentado en su

    casa, y ella, adems, haba sabido ganrselo por com-

    pleto al agasajar, recibindola un da despus de esta

    visita, a la mujer del insigne autor, Christiane Vulpius,

    con la que Goethe acababa de contraer matrimonio. La

  • 10

    sociedad de Weimar repudiaba a la nueva consejera por

    pertenecer a una clase inferior y haber vivido varios

    aos maritalmente con el gran hombre sin que ste se

    hubiera decidido a desposada hasta entonces. El clebre

    comentario de Johanna tras la visita de Christiane:

    Creo que si [15] Goethe le ha otorgado su nombre, bien

    podemos ofrecerle los dems una taza de t concedi a

    madame von Goethe carta blanca para ser acogida entre

    la buena sociedad de la pequea corte, que tomara

    ejemplo de la consejera ulica Schopenhauer y,

    finalmente, admitira tambin a la advenediza en sus

    reuniones. Pero tal actitud revelaba sobre todo que

    Johanna, haciendo gala de una bondad y de una

    espontaneidad a la que no amedrentaban las convencio-

    nes sociales e incluso revestida de ideal democrtico cualidades, por otra parte, quiz bien estudiadas; estaba dispuesta y quera a toda costa brillar en Weimar.

    y lo consigui; a las pocas semanas de los

    acontecimientos militares, el saln de su casa se convir-

    ti en el lugar de reunin de moda y, poco a poco,

    llegara a convertirse en uno de los salones ms clebres

    de Alemania, al menos durante una dcada, tras la cual,

    e impulsada en buena medida por un revs financiero

    que la amenaz con dejada en la ruina, madame

    Schopenhauer pas de clebre salonire a convertirse en

    famosa autora de libros de viaje y novelas sentimenta-

    les. Arthur asisti parcialmente como testigo al primer

    xito de su madre; durante su celebridad como escritora

    famosa, su trato con ella habra de ser mucho ms reti-

    cente.

  • 11

    En el ao 1806, pues, Johanna se traslad a Weimar

    junto con su hija Adele (9), dejando a Arthur (18) afin-

    cado en Hamburgo, pensionista en una casa extraa. El

    joven haba prometido a su padre, a cambio de partici-

    par tambin l en el gran viaje por Europa de los aos

    1803-1804 (15-16), organizado por el comerciante junto

    con su esposa, que comenzara con los estudios y el

    aprendizaje [16] de la profesin mercantil al regreso de

    dicho viaje. Con ello renunciaba a matricularse en el

    instituto de enseanza secundaria con vistas a la futura

    iniciacin de una carrera universitaria, inicio ste que no

    cuadraba con los deseos de Heinrich Floris. Pero, una

    vez fallecido el padre, Arthur no se mostr conforme

    con su suerte. En su prolijo curriculum vitae, describe

    lo mal aprendiz que era, cmo durante las horas de

    trabajo en la contadura su mente se evada en mltiples

    ensoaciones y desatenda los deberes propios de su

    infeliz condicin. El joven prefera leer con pasin a los

    autores de su tiempo antes que dedicarse a las ridas

    aventuras comerciales y, adems, le interesaba el mundo

    ms vivo de la cultura, la ciencia y el pensamiento. Tras

    la muerte de Heinrich Floris, Arthur no se siente capaz

    de romper la promesa que le hizo a su padre, y,

    profundamente apenado, refiere sus cuitas a Johanna:

    sta, al cabo, le concede el permiso para que abandone

    el aprendizaje del comercio, reestructure su vida y sus

    propsitos futuros y comience a prepararse con vistas al

    inicio de una carrera universitaria. A partir de ese

    momento (1807-19a), Arthur se acerca a Weimar y ms

    personalmente a Johanna, constituyendo una carga para

    la vida de libertad y autarqua que ella estaba llevando

  • 12

    hasta entonces, pues el hijo posea un carcter muy dife-

    rente al de su progenitora. Pero Arthur no permaneci

    mucho tiempo en Weimar; ese mismo ao ingres en el

    instituto o Gymnasium de la vecina ciudad de

    Gotha. El rico hamburgus, como lo denominaban

    sus conocidos, era arrogante y, adems, mayor que sus

    compaeros de estudios, sin embargo, tambin era mu-

    cho ms inteligente que la mayora de ellos, y pronto

    comenz a revelarse su carcter provocador [17] y

    problemtico. A causa de sus algaradas de estudiante y

    el colofn de unos versos jocosos con los que se mofaba

    de un profesor, fue expulsado del instituto. A finales del

    ao 1807 (19), la madre tiene que soportar la presencia

    definitiva de su hijo en Weimar al menos durante una

    larga temporada, hasta que ste termine de prepararse

    para ingresar en la universidad. Profesores privados de

    la corte weimariana, amigos de Johanna, sern los

    encargados de preparado para el ingreso. La madre se

    distancia claramente de l en este perodo de forzosa

    convivencia inducindolo a que viva su propia vida con

    absoluta independencia de la suya. Arthur, segn se des-

    prende de las cartas de Johanna previas al regreso de

    Gotha, se haba convertido en un joven sabelotodo, que

    gustaba de lanzar juicios oraculares sobre cualquier cosa

    y, lo que era peor, que censuraba a la diletante y liberal

    madre por cualquier minucia. Varias veces se haba de-

    mostrado que no podan vivir juntos ms de tres das.

    Adems, Arthur no vea con buenos ojos aquella socie-

    dad erudita que lisonjeaba a su madre pero que a l, en

    cambio, no le haca el menor caso, y mucho menos a

    algunos chichisbeos que rodeaban a Johanna, y de los

  • 13

    que ella se senta tan orgullosa. A juzgar por testimo-

    nios fidedignos, la conducta de la madre del filsofo era

    correcta socialmente y su amistad con los miembros del

    sexo masculino que alternaban en su crculo era, antes

    que otra cosa, de carcter platnico e ideal. Le gus-

    taba considerarse musa o, cuando menos, mantenerse

    como sombra omnipotente sabedora de su capacidad

    para comprender a los seres inteligentes cuando

    hablan, por otra parte, ese tipo de amistades ideales

    la que mantena con Ludwig Fernow era [18] modlica a este respecto formaban parte de lo que ella pensaba

    que deba ser su nueva vida, una existencia libre de con-

    vencionalismos y trabas sociales, lo ms cercana posible

    a una vida de artista. Para Arthur, pensando ms en la

    poca honra que la forma de vida de su madre ejerca

    sobre el recuerdo del padre muerto, estos afanes de Jo-

    hanna le parecan superfluos y vanos y alejados del

    ideal de inmaculada matrona que, segn l, debera

    encarnar su madre. Sin embargo, durante 1808, a pesar

    de las mltiples desavenencias entre madre e hijo, stas

    no fueron tan graves como para provocar un necesario

    alejamiento entre ambos; Johanna soaba an con poder

    convertirse algn da en abuela y vivir en casa de un

    Arthur casado y rodeado de nios, si bien le adverta a

    la vez de que casarse demasiado pronto podra hacerle

    semejante a cualquier filisteo. En el ao 1809, Jo-

    hanna entreg a su hijo (21) la parte que le corresponda

    de la fortuna familiar, lo que coincidi asimismo con la

    partida de Arthur a la Universidad de Gttingen. De esa

    poca no ha quedado vestigio alguno de la corres-

    pondencia entre madre e hijo, que al parecer fue escasa,

  • 14

    seal de que su relacin se hallaba muy deteriorada; por

    lo dems, apenas disponemos de testimonios epistolares

    de los aos universitarios de Arthur. Los datos que

    conocemos acerca de este perodo se deben en su mayor

    parte a su curriculum vitae. En un principio, al ingresar

    en la universidad, se matricul en medicina; al semestre

    siguiente, tras haber trabado amistad con el filsofo Go-

    tlob Ernst Schulze, ms conocido como Enesidemo,

    decide matricularse en filosofa. Aconsejado por

    Schulze, inicia a la vez su andadura filosfica leyendo

    los textos clsicos de Platn y de Aristteles (si bien [19]

    este ltimo no le atrae en absoluto) e inmediatamente se

    enfrasca en la lectura de las obras de Kant. Gttingen se

    le qued pronto pequea y, ansioso de ampliar sus

    conocimientos escuchando lecciones de los filsofos

    eminentes de la poca, Arthur, que entonces contaba ya

    23 aos, decide trasladarse a la Universidad de Berln.

    All asiste a las clases de Fichte y de Schleiermacher,

    decepcionndole ambas eminencias lo indecible (a

    Fichte habra que ponerle una pistola en el pecho y

    amenazarlo: Deje usted de proferir tales estupideces o

    disparo!, escribira Arthur en su diario). Pero en Berln

    asisti, sin embargo, con inters a otras muchas clases,

    por ejemplo, a las del clebre fillogo Friedrich August

    Wolff.

    Como consecuencia de las campaas militares de

    1813, que supondran la derrota de los ejrcitos

    napolenicos, y de la aproximacin de la guerra a

    Berln, Schopenhauer abandona la ciudad al no advertir

    en l madera de hroe militar ni reconocer otros

  • 15

    estandartes patrios que los de las musas. Desde Berln

    regresa a Weimar donde se reencuentra con su madre,

    que ha cambiado los pinceles por la pluma; tanto es as

    que acaba de publicar su biografa de Karl Ludwig

    Fernow y se halla enfrascada de nuevo en la preparacin

    de otra obra, su primer libro de viajes: Recuerdos de

    viaje de los aos 1803, 1804 y 1805. Por otra parte,

    Johanna haba admitido en su casa como husped y

    nuevo chichisbeo a un tal seor Mller van Gersten-

    bergk, archivero y consejero de la corte de Weimar.

    Mller ocupaba unas habitaciones alquiladas en la

    misma casa de Johanna, que por estas fechas se haba

    mudado [20] a una suntuosa vivienda situada en la Plaza

    del Teatro y no resida ya en la Explanada. Este hombre,

    que entonces contaba 33 aos de edad, coma

    diariamente con Johanna y sustitua al recientemente

    fallecido Fernow ocupando el puesto vacante de amigo

    incondicional de la anfitriona de la casa. Gerstenbergk

    era tambin poeta y aficionado al arte. Para Johanna era

    un aclito y un admirador que la reafirmaba en sus

    intenciones literarias y artsticas, algo que necesitaba

    con urgencia la ya, por lo dems, madura mujer. Go-

    ethe, por el que ella senta una admiracin sin igual,

    estaba algo ms distante en esa poca, adems de mucho

    ms avejentado y enfermizo. Arthur vio con muy malos

    ojos al intruso, quien iba ganando terreno en el afecto de

    la madre conforme l lo iba perdiendo, lo que, cierta-

    mente, ocurra a pasos agigantados. No pudiendo sopor-

    tar por ms tiempo la nueva situacin reinante en su

    casa y sin interesarle lo ms mnimo los conflictos

    polticos que se estaban viviendo por aquellas fechas en

  • 16

    el pas, Arthur siente el deseo de coronar sus estudios de

    filosofa con la obtencin del ttulo de Doctor. En la

    pequea ciudad de Rudolstadt, en las inmediaciones de

    Weimar, apenas en unos meses, escribe el trabajo que

    present como tesis doctoral: De la cudruple raz del

    principio de razn suficiente, que luego editara y que

    constituira la primera de sus obras. Con su tesis obtuvo

    el grado de Doctor en Filosofa, otorgado por la

    Universidad de Jena. El regreso de Schopenhauer a

    Weimar en 1813 inaugura el comienzo del fin de sus

    relaciones con Johanna. Desde noviembre de dicho ao

    hasta abril de 1814, la situacin Familiar en casa de los

    Schopenhauer se torna cada vez ms insoportable. Las

    desavenencias entre los [21] dos hombres jvenes, Arthur

    y Mller von Gerstenbergk, debieron de ser espantosas,

    con insultos, gritos y portazos a la orden del da, hasta

    que Johanna tom la determinacin de impedir que su

    husped y su hijo compartieran la mesa y se vieran

    demasiado. Para colmo, Arthur se haba trado con l de

    Berln a un compaero de origen judo que le haca de

    comparsa en las discusiones. El amigo israelita de

    Arthur, Josef Gans, sacaba de quicio a Johanna, pues

    quera imitar al fogoso joven sin tener su talento.

    Ambos filosofaban e incordiaban ms de la cuenta y

    criticaban la vida de la duea de la casa y la de su

    amigo. Gerstenbergk, en un testimonio escrito que ha

    quedado de su pluma, dirigido a Ferdinand Heinke, se

    expresa as a propsito de Arthur y Gans: El filsofo

    ejerce sobre m su razn universal. Se ha trado consigo

    un judito de Berln, que es amigo suyo porque toma

    pacientemente cada da su dosis de laxante objetivo de

  • 17

    la cudruple raz. De ustedes espera que el Kleist-

    Korps tome Pars a fin de purgar con l a los franceses.

    El judo se llama Gans y con ese ominoso objeto subje-

    tivo se sienta con nosotros a tomar el t un verdadero

    No-Yo... Este Ferdinand Heinke, por cierto, no era otro

    sino el protagonista del episodio real vivido por Ottilie

    von Pogwisch y Adele Schopenhauer, tan jugosamente

    narrado por Thomas Mann en su novela Carlota en

    Weimar: el hallazgo de un oficial de cazadores mal-

    herido en el parque de Weimar y su posterior oculta-

    miento y curacin, salvndolo as de caer en manos del

    enemigo. El rescatado oficial se haba hecho tambin

    asiduo del saln de madame Schopenhauer. Al parecer,

    la opinin de Johanna sobre el amigo de Arthur era tan

    nefasta como la que tambin tena de la tesis doctoral

    del hijo. Una de las ancdotas [22] que ha trascendido a la

    posteridad es que al entregarle Arthur su tesis recin

    publicada y leer sta el ttulo, Johanna habra respon-

    dido: Ah! Se trata de algo para boticarios! Asi-

    mismo ha quedado testimonio de que incluso Johanna

    suscribi la carta de von Gerstenbergk a Heinke

    corroborando lo que ste haba escrito: Debera firmar

    sin ms la carta de mi amigo, seor Heinke, pues no

    sabra decirle nada nuevo ni mejor que lo que l le

    escribe. Sea como fuere, madame Schopenhauer no

    soportaba ms en su casa la presencia de su hijo ni la de

    su conmilitn, por lo que ide nuevos planes de alquiler;

    pens que Gerstenbergk poda dejar su alojamiento, ella

    alquilara las habitaciones vacas a otro husped, y a su

    amigo lo alojara en las habitaciones que Arthur y Gans

    tendran que dejar libres; al parecer estaba algo falta de

  • 18

    recursos. As se lo comunic a Arthur: en los tumultuo-

    sos das de las guerras napolenicas reinaba la caresta

    por todas partes y era necesario economizar, por eso no

    tenan ms remedio que vivir separados si el hijo no

    quera terminar con los recursos de la precaria hacienda

    de su progenitora. Arthur propone a Johanna elevar la

    pensin que le paga por l y por su amigo, pero esto no

    la seduce. El joven filsofo se ve perdido y desdeado

    por su madre y, en el paroxismo de las disputas, llega a

    acusarla de acciones atroces, incluso de malversacin de

    fondos, de dilapidacin de parte de la herencia de Adele

    y del dinero asignado como pensin a la abuela materna.

    Durante los das que siguen a dichas disputas, Johanna

    slo trata con su hijo por medio de misivas que la criada

    lleva del gabinete de la madre a la habitacin de Arthur,

    Despus de una terrible discusin acaecida el da 14 de

    abril de 1814, madre (48) e hijo (26) no volvern a verse

    [23] nunca ms. Johanna fallecer en 1838 (72), atendida

    en todo momento por Adele (41), que permaneci sol-

    tera. Al final de su vida, Johanna volvi a escribir al-

    guna que otra vez a su hijo, pero framente. Arthur tam-

    poco le escribi sino escasas cartas formales muy de vez

    en cuando; sin embargo, parece que hasta el fin de sus

    das guard, junto a sus pertenencias ms queridas un busto de Kant o una estatua de Buda, por ejemplo, un retrato de Johanna.

    Segn podemos leer en el curriculum que Arthur es-

    cribe en 1819, lo nico que le proporcion verdadera

    alegra durante la ltima poca de su estancia en Wei-

    mar fue la relacin con Goethe. ste haba empezado a

  • 19

    tratar con Schopenhauer a raz de su obtencin del

    grado de doctor en filosofa y de la consiguiente

    publicacin de la tesis doctoral. Parece que cuando

    Arthur regres a Weimar, al terminar sus estudios,

    cobr alguna relevancia a los ojos del husped ms

    importante del saln de Johanna. Goethe, a pesar de que

    conoca al hijo de la anfitriona desde haca ya seis o

    siete aos, nunca antes haba tenido trato con l. El

    gran olmpico haba hojeado la tesis de Schopenhauer

    y crea ver en l un compaero para las investigaciones

    que en aquella poca realizaba sobre la teora de los

    colores. Goethe, ya mayor, aspiraba por aquellas fechas

    a dejar de ser el sempiterno autor del Werther y de otras

    tantas obras literarias que an no haban superado la

    fama de aqul. Antes bien, desengaado de la poltica y

    viendo ya perdido a su admirado Napolen Bonaparte,

    desterrando la idea de una Europa unida por ideales

    comunes y rechazando, en fin, la algarada [24] naciona-

    lista que se extenda como reguero de plvora a lo largo

    y ancho del viejo continente, haca tiempo que deseaba

    pasar a la Historia como insigne figura cientfica de su

    siglo antes que como mero autor literario. De ah su

    grandsimo empeo en la profundizacin de sus

    extraordinarios estudios de botnica y los aos de

    intenso estudio para su monumental teora de los colo-

    res. En la conclusin de esta obra y su publicacin

    haba cifrado grandes esperanzas. Goethe pretenda

    haber demostrado con ella una teora de los colores

    absolutamente contraria a la de Newton, vigente desde

    haca ya tantos aos, y que ahora l revelaba como falsa.

    La luz no poda descomponerse, hecho que crea haber

  • 20

    demostrado el clebre cientfico ingls; antes bien, la

    luz era un todo, lo que se opona a las tinieblas, la

    objetivacin fsica del bien en contra del mal; un juego

    fsico-metafsico aplicable a la unidad absoluta y la

    discordia bipolar de la totalidad de lo existente; entre

    ambos polos se hallaban los colores, productos subje-

    tivo-objetivos del sujeto que los perciba y de la Natura-

    leza iluminada por la Luz. El editor Cotta, de Tbingen,

    tratando de halagar la vanidad del poeta y alentndolo a

    venderle a su editorial los derechos exclusivos de la

    esperada segunda parte del Fausto, public en 1810 el

    Esbozo de una teora de los colores, obra en dos grue-

    sos tomos que ningn otro editor hubiese aceptado de

    no haber sido Goethe su autor. ste esperaba an las

    repercusiones de su obra cuando reencontr a Schopen-

    hauer convertido en doctor en filosofa. Pero stas se

    retrasaban porque sencillamente no ejercan efecto al-

    guno entre la comunidad cientfica de Alemania ni de

    ningn otro pas. Schopenhauer, encariado con el cle-

    bre autor, [25] se tom con sumo inters los experimentos

    cromticos de los que Goethe le hizo partcipe durante

    las maanas soleadas o las fras y largas veladas de in-

    vierno. Tanto fue el inters que el joven filsofo lleg a

    sentir por el tema que, al abandonar Weimar empujado

    por la disputa con su madre y trasladarse a Dresde, a

    proseguir sus estudios, ya no universitarios, sino post-

    doctorales, e iniciar su vida en solitario y prepararse

    para dar a luz la obra que desde haca ya tiempo le es-

    taba rondando la cabeza, redact l mismo una teora

    de los colores, para dar gusto a Goethe y apoyarle en

    sus descubrimientos. Schopenhauer bregar durante un

  • 21

    par de aos con el poeta para que ste le manifieste su

    reconocimiento; mas Goethe le da largas: en realidad,

    aquel que se llamaba su discpulo utilizaba su nombre

    como estandarte, pero haba ideado una teora de los

    colores que casi nada tena que ver con la suya y que

    incluso pretenda superarla. Schopenhauer, en pleno

    frenes creador, atisbaba ya su gran obra El mundo como

    voluntad y representacin para la que tanto su tesis

    doctoral como su ensayo sobre los colores serviran de

    iniciacin. Abrigaba la intencin de que Goethe viese en

    l un digno sucesor, erigindose en mentor de su obra.

    Pero ste, que no vea en Schopenhauer ms que a un

    jovenzuelo arrogante, molesto por el hecho de que quien

    se declaraba su seguidor ms incondicional le repro-

    chase y le espetase a la vez que su obra de madurez es-

    taba a medio terminar y que adems era confusa y no

    contena ms que puro diletantismo cientfico, hizo caso

    omiso de su apasionado discpulo, con lo que Arthur se

    qued sin mentor. Goethe estaba demasiado ocupado

    consigo mismo y con sus propias tareas y ensoaciones

    como para hacer [26] demasiado caso a quienes no se le

    rendan absolutamente ni profesaban sus ideas sin

    controversia alguna. Su carcter conciliador le llev a

    contestar a las cartas de Arthur con cortesa, pero tam-

    bin con evasivas, alentando entre ambos el distancia-

    miento. Tampoco de la lectura de EL mundo como

    voluntad y representacin que, si hemos de creer a

    Adele Schopenhauer, Goethe ley con inusitado in-

    ters, naci un especial reconocimiento para Arthur ni

    afn alguno por estrechar lazos de amistad con l. Aos

    despus, sin dejar de reconocer la inteligencia del joven

  • 22

    doctor, Goethe manifest que la relacin con quien se

    llam discpulo suyo haba sido como uno de esos

    encuentros fugaces de dos caminantes que, habindose

    saludado amablemente, toman despus caminos distin-

    tos. En efecto, Schopenhauer prosigui con su obra a

    solas; an tendran que transcurrir varias dcadas ms

    para que sus singulares e innovadores pensamientos

    suscitasen algn inters.

    Luis Fernando Moreno Claros

  • 23

    Esta Edicin

    Para realizar la presente edicin del Epistolario de

    Weimar he tenido en cuenta varias obras alemanas que

    recogen, o bien ntegramente o slo en parte, la

    correspondencia de Arthur Schopenhauer. La referencia

    esencial y ms completa del epistolario del filsofo, en

    la que tambin se renen las cartas a l dirigidas, es la

    que se incluye en la denominada edicin Deussen de

    obras completas: Arthur Schopenhauer Smtliche

    Werke, editada por Paul Deussen, Piper Verlag,

    Mnchen. Los volmenes XIV, XV y XVI son los que

    contienen la correspondencia: Der Briefwechsel Arthur

    Schopenhauers, 1929, 1933 y 1942 respectivamente, a

    cargo de Carl Gerbhardt (1) y Arthur Hbscher (11 y

    111). Tambin he utilizado las siguientes recopilaciones:

    Gesammelte Briefe [Correspondencia completa. Incluye

    slo las cartas de Schopenhauer], a cargo de Arthur

    Hbscher, Bouvier, Bonn, 1974. Die Schopenhauers.

    (Der Familien-Briefwechsel von Adele, Arthur, Hein-

    rich Floris und Johanna Schopenhauer) [Incluye las car-

    tas de la familia Schopenhauer, la mayor parte de ellas

    de Johanna y Adele Schopenhauer a Arthur], a cargo de

    Ludger Ltkehaus. Haffmans Verlag, Zrich, 1991. Der

    Briefwechsel mit Goethe [Correspondencia con Goethe],

    a cargo de Ludger Ltkehaus. Haffmans Verlag, Zrich,

    1992. y Das Buch als Wille und Vorstellung, Arthur

  • 24

    Schopenhauers Briefwechsel mit Friedrich Arnold

    Brockhaus [28] [Correspondencia con los editores de la

    casa Brockhaus], a cargo de Ludger Ltkehaus, C.H.

    Beck, Mnchen, 1996.

    Las notas a pie de pgina son en parte mas y en parte tomadas del extraordinario aparato crtico de las diversas ediciones citadas.

    Nota de agradecimiento

    Agradezco a las Fundaciones alemanas Weimarer

    Klassik (Weimar) y Hanns-Seidel Stiftung (Mnich), el

    extraordinario inters que mostraron por mi trabajo y la

    generosa aportacin econmica que facilit mi estancia

    en Alemania durante algunos meses. El presente libro es

    slo uno de los frutos de los variados estudios que tuve

    ocasin de realizar en la Anna Amalia Bibliothek, el

    Goethe-Schiller Archiv y el Nietzsche Archiv de

    Weimar durante los meses de noviembre de 1997 a

    febrero de 1998, y cuya posibilidad se debi nicamente

    a la magnnima cooperacin de ambas Fundaciones.

    Salamanca, enero de 1999

  • 25

    Epistolario de Weimar

    (1806-1819)

    (Seleccin de cartas de Johanna,

    Arthur Schopenhauer

    y Goethe)

  • 26

    [1806] (18a)

    Johanna Schopenhauer a Arthur

    Sbado noche1

    Acabas de marcharte, todava percibo el humo de

    tu cigarro, y s que no volver a verte en mucho tiempo.

    Hemos pasado una velada muy agradable los dos juntos,

    deja que sta sirva de despedida. Adis, mi querido y

    buen Arthur, es muy posible que ya no est aqu cuando

    leas estas lneas, pero si estuviera no vengas a verme, no

    puedo soportar las despedidas. Al fin y al cabo, podre-

    mos vernos cuando queramos, creo que no ser preciso

    esperar mucho tiempo hasta que la razn nos permita

    quererlo. Adis; te he engaado por primera vez, pues

    ped los caballos para las seis y media. Espero que no te

    duela mucho este engao, lo hice por m, pues s lo

    dbil que soy en tales momentos y cunto me afecta

    cualquier emocin violenta. Adis, que el Seor te

    bendiga.

    Tu madre, j. Schopenhauer.

    Escrbeme ya el prximo mircoles.

    Johanna Schopenhauer a Arthur

    Weimar, 29 de septiembre de 1806

    Tu carta, mi queridsimo Arthur, ha hecho

    verdaderamente agradable mi primera maana en Wei-

  • 27

    mar. Pienso mucho en ti, y una vez que descanse y est

    tranquila [32] te echar mucho de menos; pero as lo

    quiere el destino, y finalmente, a qu no acabamos acos-

    tumbrndonos. Que te hayas tomado mi despedida po-

    laca como hay que tomrsela est muy bien por tu parte,

    creo que fue lo mejor para ambos; habra sufrido mucho

    si hubiera tenido que despedirme formalmente de ti.

    Con tu carta, le has dado a Adele2 una gran alegra; al

    principio no poda creerse que le hubieras escrito, tam-

    bin para m es muy valiosa esa prueba de tu amor por

    ella. Con un tiempo esplndido, mi viaje fue realmente

    placentero. El martes a media tarde llegamos a

    Braunschweig, de donde partimos el mircoles, a las dos

    de la tarde. El profesor Romer3, a quien me dirig por

    recomendacin de Tischbein4, es un hombre muy ama-

    ble que se esforz cuanto pudo por informarme del ca-

    mino hasta aqu y tambin nos sirvi de gua en el mu-

    seo. Llegu a Halle el viernes por la noche y me enter

    de que camino a Weimar no hallara caballos ni aloja-

    miento, puesto que todo estaba lleno de soldados. Me

    fue imposible encontrar de inmediato a mis viejos

    conocidos, esto hizo que no supiera qu decisin tomar;

    sin embargo, antes de que hubiera podido equivocarme

    vino el consejero ulico Schey con su mujer y el profe-

    sor Froriep; me hall entre amigos que me aconsejaron,

    y decidimos, pues, que pasara el sbado en casa de los

    Richardt y los Schey. Finalmente, el domingo, alquil

    caballos de tiro que, a travs de un camino por el que

  • 28

    casi no vi seales del ejrcito, me trajeron aqu directa-

    mente, adonde llegu ya entrada la noche, bastante

    tarde. Aqu reina la confianza; el ejrcito proseguir

    pronto su marcha; qu suceder luego es algo que,

    naturalmente, an no puede saberse, pero ya vers cmo

    todo sale bien, aunque la guerra [33] es inevitable, aqu

    todo es vida y confianza. Te escribo hoy slo estas po-

    cas lneas para decirte que ya estoy aqu. Saluda a

    Willink5, Pistorius

    6 y dems amigos.

    Johanna Schopenhauer a Arthur

    Weimar, 6 de octubre de 1806

    Aqu estoy, en medio de la guerra, querido Art-

    hur, pero hay que ser valiente, y te escribo para que t

    tambin lo seas y para que no te inquietes por m. El

    destino juega caprichosamente conmigo. Que me

    encuentre ahora aqu, justo en el centro de este huracn,

    en una tierra que probablemente habr de ser el escena-

    rio de una guerra cruel... pero como nadie poda saber

    que sucedera lo que ha sucedido, me armo de paciencia

    y no me hago reproche alguno al respecto, pues he ac-

    tuado segn lo que cre ms conveniente para m y los

    mos. Personalmente, no arriesgo nada; incluso si, en el

    peor de los casos, los franceses llegasen a ser los amos

    de estas tierras, los habitantes de aqu sufrirn mucho

    con las contribuciones, pero yo, como extranjera que

    soy, no tendr nada que temer. Aqu nadie parece estar a

  • 29

    punto de marcharse, y donde los dems se quedan, me

    quedo yo tambin. Si ocurriera lo que no es de esperar,

    que la guerra se acercara demasiado y fuera a librarse

    alguna batalla cerca de la ciudad, eso es algo que se

    sabra por adelantado y siempre me quedara la posibili-

    dad de huir a Berln. A causa de los ejrcitos, los co-

    rreos ya no parten directos a Hamburgo. El de hoy, de

    Hamburgo, no vino, por lo que no tengo ninguna noticia

    tuya, aunque estoy segura de que has escrito. Envo esta

    carta adjunta a la de un comerciante de aqu, va Leip-

    zig, lo mejor ser que t tambin [34] me escribas por ese

    camino; habla con Ganslandt7 al respecto, y escrbeme

    en cuanto puedas, estoy impaciente por tener noticias

    tuyas, querido Arthur. La visin de todo este aparato

    militar me parece harto interesante. Ayer pas por aqu

    el ejrcito de Sajonia bajo el mando del prncipe de

    Hohenlohe, anteayer estuvo aqu el Rey8, el duque de

    Braunschweig y el Estado Mayor al completo, y as to-

    dos los das; todas las tardes llegan nuevas tropas, por la

    maana se marchan y dejan sitio a otras nuevas; esto da

    mucha vida a este sitio tan pequeo... Los esbeltos y

    hermosos soldados en sus esplndidos uniformes nuevos

    y relucientes, los oficiales, todos esos prncipes y

    monarcas con los que nos encontramos a cada paso; los

    caballos, los hsares, la msica militar es una vida tan

    llena de grandeza y poder que me resulta imposible no

    sentirme irresistiblemente arrastrada por ella. Solamente

    cuando pienso en las inevitables consecuencias de la

  • 30

    guerra, y en que muchos de esos hombres, ahora pletri-

    cos de energa y de vida, tal vez pronto yazcan muertos

    o mutilados en el campo de batalla, se me encoge el co-

    razn. Los soldados, sobre todo los rasos, rebosan entu-

    siasmo, slo desean que llegue el instante decisivo; todo

    parece indicar que ser en Erfurt; tambin Napolen se

    aproxima all con enorme podero, muy pronto tiene que

    acontecer algo decisivo. Muchos piensan con Falstaff,

    wauld it were night and all was over9, pero tambin lle-

    gar ese momento. Te pido de nuevo, querido Arthur,

    que no te preocupes por m incluso si durante algn

    tiempo no te escribo, dadas las condiciones tan irregula-

    res del correo. Lo hara con gusto, pero es fcil que las

    cartas permanezcan estancadas o se pierdan. Por mi per-

    sona no corro riesgo alguno, a la [35] menor seal de peli-

    gro me marchar; de nuestra fortuna nicamente estn

    aqu los muebles, que nadie me quitar; la plata y las

    joyas puedo ponerlas fcilmente a salvo. Dile esto a to-

    dos cuantos por m se interesan. Estoy bastante satisfe-

    cha con mi situacin y ni un solo instante he tenido mo-

    tivo alguno de zozobra: aqu tengo amigos que me ayu-

    dan en lo que pueden; Rdel10

    me cuida como un her-

    mano, el bueno de Falk11

    hace tambin lo suyo y me

    mantiene constantemente informada de las ltimas noti-

    cias, algo que me agrada mucho; tambin Bertuch12

    se

    porta maravillosamente conmigo. He venido a parar en-

    tre buenas personas. Mi alojamiento lo dispongo yo

    misma como si no hubiera nada ms que hacer: quedar

  • 31

    muy bonito y muy cmodo; mis muebles estn ya

    desembalados y no se ha roto ni una sola pieza, ni un

    solo cristal, ni una sola taza. El mircoles dormir all

    por primera vez. Todava no he hecho nuevas amistades,

    tan slo ayer, en casa de los Khn, una tal seora van

    Egloffstein, madre del mariscal de la Corte, que me

    invit muy amablemente a visitada y cuya casa es aqu

    de las ms brillantes. Fui a ver a la seorita van

    Gchhausen13

    , la cual, con la recomendacin de Tisch-

    bein, me recibi muy solcita; la prxima semana quiere

    presentarme a la anciana duquesa14

    , as como a Wieland

    y a otras tantas amistades.

    Slo con quererlo entrar aqu en los mejores

    crculos; sin embargo, observar juiciosamente mi

    entorno a fin de no apresurarme. Goethe est todava en

    Jena, le conocer en cuanto regrese.

    Sophie y Duguet15

    trabajan como chinos en mi

    nuevo alojamiento, Adele se porta estupendamente, est

    sana y prepara una hermosa carta para ti. Ha encontrado

    [36] una verdadera amiga en la pequea Ridel. Mignon

    se escapa a cada instante y tenemos que encerrarlo; pas

    una noche entera fuera de casa, pero luego regres

    voluntariamente. Khn viaja este lunes a Hamburgo, ha

    vendido su casa, pero su mujer y sus hijos permanecern

    aqu tranquilamente hasta la primavera, luego entre-

    garn la casa. Tambin una tal familia Rodde, de

    Lbeck, se ha establecido aqu, se habla de barcos

    apresados all, todava no he visto a esta familia. stas

  • 32

    son, pues, mis nuevas; querido Arthur, ahora me gus-

    tara saber enseguida cmo te va a ti, sobre todo qu tal

    ests de salud y cmo va tu odo. Qu tal te llevas con

    Grasmeyerl6

    Cmo se porta Jenisch17

    contigo?

    Dejars pronto de ejercer las obligaciones de los ms

    pequeos? De que te encuentres bien en casa de Willink

    no me cabe la menor duda. Cmo va tu humor? Te

    amargas a menudo, o te conformas con este loco mundo

    por la sencilla razn de que no tenemos a mano otro

    mejor? Qu hace Kymops?18

    Ayer estuviste en casa de

    los Bhl19

    , espero que te divirtieras. Escrbeme algo

    acerca de Anthime20

    , y ya que t, corazn de tigre, no

    quieres que se aloje contigo, dime al menos si tienes

    alguna idea aproximada de dnde se quedar. Saluda a

    los Bhl, Pistorius y Bregardt cuando los veas, a todos

    les escribir en cuanto pueda; aqu en el hostal, con todo

    este jaleo, compartiendo habitacin con Adele, me re-

    sulta casi imposible; nicamente con gran trabajo he

    podido garabatearte estas letras, y es seguro que habrs

    de verlos. Adis, mi buen Arthur, piensa a menudo en

    nosotros.

    Tu madre, J. Schopenhauer

  • 33

    Adele Schopenhauer a Arthur

    Weimar, 10 de octubre

    Querido Arthur:

    No esperaba recibir tan pronto una carta tuya; sin

    embargo, ya ves que yo tambin puedo escribir. Te

    envo adems una misiva para Emmy Pistorius, llva-

    sela pronto y saldala de mi parte. Junto a esta carta hay

    todava otra para mademoiselle Connings, en Katrinen

    Kirchhof. Todo esto te llegar por medio del seor

    Khn. La ciudad no es muy grande, pero a cambio debe

    de ser muy tranquila; ahora, sin embargo, vemos pasar

    soldados a cada momento, y hace unos das Sophie vio a

    un oficial prusiano herido, pero que se haba roto la

    pierna en la ciudad. Sophie te enva saludos. Adis, que-

    rido Arthur, que te vaya bien y no te olvides de

    Tu Adele Schopenhauer

    Johanna Schopenhauer a Arthur

    Weimar, 18 de octubre de 1806

    Como puedes comprobar, todava estoy viva, y

    adems puedo asegurarte que todos nos encontramos a

    salvo y que nadie en nuestra casa ha sufrido el menor

    dao. Anteayer, apenas me hube repuesto un poco, te

    escrib unas lneas a fin de tranquilizarte, pues tema que

    estuvieras demasiado inquieto por mi suerte; pero no s

    si las recibirs, los correos no transitan todava, se dice

    que maana partir el primero; esto te lo escribo por si

  • 34

    caso; dichas lneas las despach sin sellar un oficial

    francs por medio de un oficial prusiano prisionero; al

    prusiano lo transportaban a otro lugar y me [38] prometi

    que a la primera oportunidad que tuviera entregara mi

    carta al correo. Espero que lo haya hecho as, aunque es

    posible que esta carta llegue antes. Ahora quiero

    referirte brevemente la historia

    19 de octubre

    Aqu me interrumpieron ayer. Vivimos an das

    muy agitados; tampoco enviar esta carta hasta estar

    segura de que llegar, pues no deseara tener que contar

    esta historia de nuevo. Mientras tanto, te escribir cada

    vez que pueda unas pocas lneas insignificantes con la

    esperanza de que por lo menos te llegue alguna noticia

    ma, pues realmente debes de estar muy preocupado por

    nosotros. Y ahora, deja que te cuente. Pero comenzar

    desde muy atrs, pues an no tengo la cabeza del todo

    en su sitio, aunque espero que esto se solucione escri-

    biendo: escribir fue siempre un calmante para m. Ya no

    recuerdo cundo te escrib por ltima vez, y tampoco

    puedo ir ahora a mirar en mi caja de correspondencia;

    slo s que entonces este lugar se hallaba plagado de

    prusianos y sajones y que nadie imaginaba la proximi-

    dad de tan terrible catstrofe. Buen Dios! Si hubiera

    sabido lo que se nos vena encima, incluso a pie hubiera

    salido de aqu! Aunque hubiera hecho muy mal, pues ya

    ha pasado todo y los mos y yo estamos a salvo. Mi

  • 35

    alojamiento en el Erbprinz, dada la cantidad de

    prncipes y generales que all se hospedaban, resultaba

    muy incmodo. Me corra prisa, pues, tener mi propio

    hogar, as que el da 8 me traslad a mis nuevas

    habitaciones, que yo haba dispuesto enteramente a mi

    gusto y donde slo faltaban ya las cortinas y otras cosas

    por el estilo.

    Llegu a Weimar el da 28; entonces, el ejrcito

    [39] prusiano se hallaba en las cercanas, pero todava no

    en la ciudad. El da 1 entr aqu, de paso hacia Erfurt, de

    donde se sospechaba que los franceses se hallaban

    cercanos. Esto dur hasta el da 3 o el 4; ya te describ

    entonces toda la pompa militar; entonces todo eran

    esperanzas, nadie poda suponer que Turingia se conver-

    tira en el escenario de la guerra. El da 3 observamos

    extraos movimientos en el ejrcito: tropas que haca

    tiempo haban partido, ahora regresaban de

    nuevo; en los das siguientes, todos se replegaron desde

    Erfurt; en nuestra pequea ciudad y sus alrededores

    acampaba un ejrcito de casi 100.000 hombres, prusia-

    nos y sajones. Los soldados se hallaban malhumorados a

    causa de las intiles y fatigosas marchas, y los lugare-

    os, a causa del duro acuartelamiento y la consiguiente

    caresta; todava quedaban esperanzas, mas, un espritu

    sombro pareca oscurecer los semblantes: se esperaba y

    se temblaba. Yo quera marcharme, pero, adnde ir?

    Todos me aconsejaban que me quedara; en realidad, no

    tena ms remedio, pues era imposible conseguir caballo

  • 36

    alguno, ni siquiera comprndolo; y tampoco nadie haca

    el menor gesto de huir. El da 9 o el 10 lleg aqu el

    Rey, acompaado de la Reina21

    , del duque de Braunsch-

    weig y de un gran nmero de generales. La Gran

    Duquesa abandon la ciudad. Se instal un campamento

    desde Erfurt hasta el Ettersberg, a una milla de distancia

    de Weimar, que se extendi hasta muy cerca de nuestro

    parque. Se supo con certeza que los franceses haban

    irrumpido por la parte donde menos se los esperaba, que

    se haban adueado de Coburg y de Saalfeld; se oan

    caonazos en la lejana, nadie saba a ciencia cierta qu

    pensar, se crea que se replegaran hacia Leipzig y

    Dresde y que el Rey, la Reina [40] y el duque de

    Braunsweig permanecan aqu tranquilos, el ejrcito en

    el campamento... A nosotros nos lata el corazn de

    impaciencia. El da 11 me enter de que G. v. KY se

    hallaba aqu. Le envi mi direccin, l mismo habl con

    Duguet y le dijo que vendra a visitarme por la tarde.

    Despus, pudimos ver a soldados prusianos y sajones

    heridos que regresaban en fuga; los caonazos lejanos

    no pararon apenas durante esos das. Nos enteramos de

    que un ejrcito harto pequeo, al mando del Prncipe

    Luis23

    , haba sido completamente diezmado en Rudols-

    tadt, tras ocho horas de combate. El Prncipe, cuyo bello

    porte habamos podido admirar haca escasos das, pere-

    ci; no quiso entregarse, ni tampoco sobrevivir a la de-

    rrota. La visin de los fugitivos y ms an la de los

    heridos era algo espantoso, se desarrollaban escenas

  • 37

    desgarradoras; en la calle, vi venir a un oficial a caballo;

    interrog a un coracero herido: Sabis algo del ca-

    pitn Br? Ha muerto fue la respuesta, yo mismo

    lo vi caer. El oficial era su hermano. Yo segua deci-

    dida a marcharme, pero no tena caballos; por otra parte,

    todos me aseguraban que mi persona no corra riesgo

    alguno si permaneca en la ciudad, pero que los caminos

    eran inseguros. Insist, segu buscando caballos, mand

    hacer el equipaje y quise hablar con K. ante todo. Me

    escribi que no podra venir a verme aquella tarde, que

    vendra al da siguiente, el 12. No tuvimos otro remedio

    que calmamos un poco. El da 12 me visit primero

    Bertuch, que me tranquiliz mucho; se saba con certeza

    que los franceses se replegaban hacia Leipzig, todo

    poda salir bien, no corramos peligro. Poco despus, me

    anunciaron la visita de un desconocido. Me dirig a la

    antesala y all encontr a un hombre atractivo [41] y de

    grave apariencia, vestido de negro, que se inclin

    profundamente ante m y que muy cortsmente me dijo:

    Permtame que le presente al consejero privado

    Goethe. Dirig mi mirada al resto de la habitacin bus-

    cando a Goethe, puesto que segn la torpe descripcin

    que me haban hecho de l no poda reconocerla en el

    hombre que yo tena delante. Mi alegra y mi confusin

    fueron enormes, pero creo que me comport mucho me-

    jor de como lo hubiera hecho de haberme preparado

    previamente para su visita. Cuando me hube tranquili-

    zado un poco, tena mis manos entre las suyas y ambos

  • 38

    nos dirigamos hacia el cuarto de estar. Me dijo que ya

    haba tenido intenciones de visitarme el da anterior, me

    tranquiliz con respecto al futuro y me prometi volver

    pronto. El da transcurri sin novedad, el campamento y

    todo lo dems sigui como estaba. Por la tarde lleg G.

    v. K., que haba deseado hallarme a solas, y as ocurri.

    Se comport conmigo como siempre y, por cierto, tam-

    bin me aconsej que me quedara hasta el ltimo

    momento. Pareca estar muy disgustado con el curso de

    los acontecimientos, me cont que el enemigo se hallaba

    en Naumburg y que haba ardido el polvorn. Si

    maana seguimos aqu, estamos perdidos me dijo.

    Creo que usted no arriesga nada si se queda, pero si

    desea marcharse, vaya hacia Erfurt y de all a Magde-

    burgo, y luego ya hacia donde mejor le parezca. El

    general quera contarme muchas ms cosas acerca de la

    situacin, pero en esto apareci su ayudante y le comu-

    nic que volva a orse un fortsimo caoneo; apenas si

    tuvo tiempo de despedirse, y se apresur a acudir junto

    al Rey. Era ya bastante tarde, pero a pesar de eso ped a

    Conta24

    , que desde haca unos das se hallaba alojado [42]

    en nuestra casa, que llevara mi pasaporte al duque de

    Braunschweig para que lo firmara. As lo hizo. Yo

    albergaba todava la esperanza de encontrar algn caba-

    llo, si bien en la posta no quedaba ninguno y a los

    ciudadanos no se les permita darlos. Todava no me

    haba decidido del todo a marcharme, pero deseaba estar

    preparada en caso de necesidad. Tambin llegaron Ridel

  • 39

    y mi paisano Falk; a este ltimo le haba prometido

    llevarlo conmigo para librarlo del destino del librero

    P.25

    , as que le encargu que se procurase un pasaporte y

    buscase caballos y que estuviera dispuesto para partir a

    cualquier hora. Ni l ni Ridel crean que existiese

    todava un gran peligro. Lemos el manifiesto que yo

    haba recibido y nos separamos tranquilamente. El

    lunes, da trece, por la maana, fui al campamento con

    Conta y Adele; durante todos estos das haba hecho un

    tiempo excelente: la vida y el ajetreo del campamento,

    el hermoso parque, la luminosidad del sol, me llenaron

    de gozo. De regreso a casa vimos a todos los oficiales

    ante el alojamiento del Rey y al propio monarca

    asomado a la ventana; slo con mucho esfuerzo

    pudimos abrimos paso entre la multitud. Ya en casa me

    dijeron que K. haba estado all, le haba dicho a Sophie

    que partira a las dos, que no podra ya verme, me peda

    que le escribiera unas lneas de despedida, y as lo hice;

    le ped que me dijera si deba huir y a dnde, y que me

    consiguiera caballos. Eran las doce. Me dirig al castillo

    a ver a la dama de compaa de la duquesa viuda26

    ,

    seorita v. Gchhausen, que en ese tiempo se haba

    hecho amiga ma, para poder enterarme de algo nuevo y

    concreto. Me la encontr precisamente en la escalera,

    junto a la duquesa, y all mismo, en la escalera, le fui

    presentada. Ella ya haba odo [43] hablar de m, y a pesar

    de lo alarmada que estaba, me trat con mucha

    amabilidad y me invit a acompaarla a sus aposentos.

  • 40

    Aqu llegaron diversos oficiales portando noticias

    inquietadoras. De nuevo se oy un fuerte caoneo; el

    campamento del que yo vena comenzaba a levantarse,

    todos se preparaban para la marcha. Cuando se retiraron

    los oficiales, tuve que sentarme un poco con la duquesa,

    permanec con ella una media hora larga. Buscamos en

    el mapa el camino que K. me haba recomendado; por

    cierto, la reina haba tomado la direccin contraria. La

    duquesa me dijo que ya tena todo listo para partir y me

    aconsej que yo hiciera lo mismo; caballos no me poda

    dar, pues apenas ella misma tena algunos, y a pesar de

    estar ya preparada para el viaje, todava no se hallaba

    muy decidida. Me hara saber cundo y hacia dnde

    partira, y con esto me desped de ella. En casa hall la

    respuesta de K., me escriba que si le era posible se

    acercara a verme un instante, que por lo dems, si se

    quedaban aqu las dos duquesas27

    , en cuanto que

    persona particular, yo no tendra nada que temer.

    Tampoco l tena caballos, pasado maana podran

    obtenerse monturas de posta, entonces tendra que huir

    por Erfurt y Langens alza hacia Magdeburgo o

    Gttingen, esa ruta sera segura. Al fin me tranquilic,

    pues no me caba otro remedio. El trasiego de las tropas

    que abandonaban la ciudad, la marcha del Rey, todo

    esto me hizo caer en la cuenta del peligro que yo misma

    corra, un peligro que, en realidad, nadie haba credo

    tan inminente. Hacia las cuatro, puesto que el tambor de

    su regimiento ya haba redoblado por segunda vez, lleg

  • 41

    el propio K.; estaba bastante impresionado y a la vez

    pletrico por los grandes acontecimientos que le

    aguardaban; [44] no pudo decirme nada, nuestra

    despedida fue verdaderamente conmovedora. Entonces

    redobl por tercera vez el tambor y tuvo que marcharse.

    Me encogi el corazn ver partir de esa manera a aquel

    hermoso anciano. Todava no s qu habr sido de l.

    Aquella despedida y el ajetreo de aquel da haban

    agotado mis fuerzas, mand a Sophie y a Adele al

    teatro, donde precisamente se representaba Fanchon28

    ,

    para poderme quedar a solas. Me recost en mi sof y

    all permanec completamente en calma; aquel silencio

    mortal, tras el barullo de los ltimos das, era horrible.

    Hacia las siete volv a or movimiento y voces en las

    calles, me senta como ahogada en casa, hice que

    Duguet me condujera a la de Ridel. Slo dando grandes

    rodeos pude llegar hasta all, pues todas las calles

    estaban ocupadas por carros y caballos; se trataba de los

    pertrechos y el personal que segua al ejrcito. En casa

    de Ridel nos dimos nimos mutuamente: la opinin

    general segua siendo que los franceses se hallaban en

    Leipzig y que nuestro ejrcito haba salido a su

    encuentro hacia all, donde con toda probabilidad se

    librara una batalla. Me fui a casa, Ridel me acompa;

    el barullo haba decrecido un tanto, la mayora de los

    carros haba partido ya. En casa, encontr a Adele ya

    Sophie muy contentas, recin llegadas del teatro. Nos

    fuimos a la cama despreocupadamente. Esa noche me

  • 42

    despert varias veces, reinaba un silencio mortal que,

    despus de todo el jaleo que da y noche habamos

    tenido hasta entonces, me atemorizaba sobremanera. No

    me levant hasta las siete y media, la batalla ya haba

    dado comienzo, poco antes de las seis de la maana, en

    Jena. T conoces el camino que va de Weimar a Jena,

    conoces los escarpados riscos, que estn provistos de

    muros a fin de [45] que los carros no se despeen y se

    precipiten al abismo; abajo, en el fondo, se halla el

    Mhlenthal, all estaban los franceses, el Emperador

    entre ellos. La niebla era tan espesa que al principio no

    se le vea, lo s por testigos oculares; estaba sentado

    ante una fogata de campaa calentndose y preguntaba

    una y otra vez si no se vea a los prusianos; en esto se

    los vio asomar en lo alto. Los encolerizados franceses se

    lanzaron a escalar los empinados riscos, durante algn

    tiempo no pudo determinarse quin obtendra la

    victoria, pero el ejrcito francs reciba tropas de

    refuerzo a cada instante; los prusianos se batieron como

    leones, pero la desproporcin era demasiado grande; a

    stos logr expulsrseles de su posicin privilegiada, la

    cual, desde luego, no supieron aprovechar lo suficiente,

    y ya conoces el resultado. Hasta las nueve no me enter

    por mademoiselle Conta, que est aqu con nosotros en

    casa, que se oan caones y que se esperaba fuera a

    librarse una batalla en las cercanas. Llam a Sophie,

    mis joyas estaban cosidas en mi cors, que me puse.

    Haca unos das que haba hecho que un comerciante de

  • 43

    aqu me diera cincuenta luises de oro en plata a cambio

    de un pagar, a fin de proteger mi oro, pues no lo haba

    en la ciudad; tena tambin, algo ms de cien luises de

    oro cosidos en una especie de cinturn que Sophie

    llevaba ceido a su cuerpo; todos mis objetos de plata

    ya los tena yo empaquetados, stos, la ropa y algunas

    casas que consider merecan la pena y que me permit

    retirar sin que la casa pareciera demasiado desnuda y

    fuera a levantar sospechas; se trasladaron a una pequea

    cmara junto a mi desvn y se las cubri abundante-

    mente con madera y lea de modo que la cmara

    pareciese una leera. Otras cosas fueron enterradas [46] en

    el stano, y luego se ech encima un montn de patatas.

    En menos de hora y media qued todo dispuesto. Conta,

    su hermano menor y el novio de una de nuestras

    muchachas, el cual, por suerte, tambin se hallaba aqu,

    supusieron una gran ayuda para mi gente. Mi casera, la

    consejera ulica Ludecus29

    , vino a verme; ambas nos

    propusimos aguantar todo juntas y no perder el valor

    viniese lo que hubiera de venir. Esa mujer, realmente

    maravillosa, nos anim a todos con su tesn. A las diez,

    la anciana duquesa me mand recado para avisarme de

    que en una hora parta hacia Erfurt, que poda unirme a

    ella si es que yo tena caballos. Yo no haba conseguido

    ninguno, as que me entregu valerosamente a mi

    destino. La buena Ludecus quiso llevarme junto con

    Adele a casa de la condesa Bernstorf, que, como danesa,

    se crea a salvo, pero a Sophie y Duguet no poda

  • 44

    llevrmelos. Cmo iba yo a abandonar a personas tan

    leales? Me qued, y qu bien hice! Madame Ludecus,

    mademoiselle Conta, Adele, Conta y yo, nos sentamos

    tranquilamente en mi habitacin, en el primer piso, y

    nos entregamos a la tarea de hacer vendas, tal y como

    nos haba pedido el gobierno. Fueron horas soporferas,

    Arthur mo; los caones tronaban a lo lejos, en la ciudad

    todo estaba como muerto, el sol iluminaba los verdes

    rboles ante mi ventana, exteriormente todo era calma,

    mas, qu inquietud, qu tormenta, qu angustiosa

    espera en nuestros corazones! No obstante, hablbamos

    con calma y nos dbamos nimos unos a otros. La

    tranquila resignacin de la Ludecus era indescriptible-

    mente consoladora; yo trat de imitada lo mejor que

    pude, slo que no poda mirar a mi Adele, pues entonces

    perda todo mi valor. La propia Adele se hallaba

    tranquila y despreocupada, [47] una verdadera nia, y

    para m, semejante a un ngel consolador. En esto,

    comenzamos a recibir una buena noticia tras otra:

    Bertuch y dems amigos nos aseguraban que la victoria

    era de los prusianos; nosotros, pobrecillos, esperbamos

    temerosos: fue una tortura. Conta se acerc al castillo y

    volvi trayendo la noticia de que la propia duquesa

    haba enviado un cazador al campo de batalla para que

    le trajera noticias. Dieron las doce, dejamos de or los

    caones. Reinaba un silencio alarmante. Entre tanto,

    Sophie no haba permanecido desocupada, mandamos

    comprar pan y carne, tanta cantidad como pudimos

  • 45

    conseguir; Sophie se ocup de cocerla y asada; Duguet

    tuvo que traer cincuenta botellas de vino de la bodega,

    nos haban aconsejado que tomsemos dicha precau-

    cin, pues eso era lo primero por lo que los franceses

    preguntaban, y me haban advertido de lo peligroso que

    era dejados entrar en la bodega. Madame Ludecus hizo

    lo mismo. A la una, un amigo llam a la ventana y nos

    grit: Victoria! Victoria absoluta! Oh, Dios mo!

    Nos abrazamos unos a otros, no sabamos qu nos

    pasaba; sin embargo, una inoportuna angustia

    sobrecoga mi corazn, una premonicin de desgracia,

    tal y como ya la haba experimentado yo una vez, en

    otro tiempo. Tiemblo al recordado, y es ahora cuando

    me doy cuenta. Pocos minutos despus se desat un

    terrible gritero en las calles: Vienen los franceses!

    Cientos de personas corran hacia la cercana plaza del

    mercado; abrimos precipitadamente la ventana, un

    centinela prusiano nos grita que no pasa nada, es que

    traen prisioneros de guerra. Realmente pudimos ver

    cmo traan a algunos prisioneros heridos. Vi a un

    cazador cubierto de sangre al que un valiente coracero

    sajn [48] defenda de los insultos del populacho, tal

    visin provoc que me retirara de la ventana, pero no

    tuve ms remedio que volver a asomarme, pues llegaban

    jinetes sajones, prusianos, gran cantidad de carros de

    aprovisionamiento en furioso desorden, huyendo a la

    desbandada ... Entonces perdimos toda esperanza, nos

    tomamos las manos en silencio y nos encaminamos

  • 46

    hacia los aposentos de la consejera ulica, situados un

    piso ms arriba, que nos parecan ms seguros. An

    llegaron algunos amigos que nos dijeron que el

    aprovisionamiento de los 20.000 hombres de refresco

    que todava quedaban en el campamento haba tenido

    que ser retirado, pues aqullos tuvieron que avanzar y

    no podan dejarlo atrs sin proteccin. Otros opinaban

    que las cosas no iban tan bien corno antes, pero que an

    no estaba todo perdido. Ah! Sin embargo, los rostros de

    quienes as se consolaban reflejaban tristeza, ya no

    sonrean como antes. De nuevo tronaban los caones,

    cada vez ms y ms cerca, terriblemente cerca. Conta

    lleg del castillo con la noticia de que todo haba

    terminado, que ya ni siquiera se montaba guardia ni ante

    el castillo ni ante las puertas; de nuevo vimos pasar

    sajones cariacontecidos. Oh, mi Arthur! Me estremezco

    slo de recordarlo. Entonces arremetieron los caones;

    el suelo se estremeci, las ventanas temblaron... Oh,

    Dios, qu cerca nos rondaba la muerte! Ya no oamos

    estampidos aislados, sino un estremecedor y penetrante

    aullido, los silbidos y el crepitar de las balas y los

    abuses en terrible tormenta, sobrevolando nuestra casa

    sin cesar y cayendo a cincuenta metros de all, en el

    suelo o en otras casas, sin causamos el menor dao; el

    ngel del Seor nos protega. Sbitamente sent paz y

    gozo en mi corazn, tom a mi Adele en [49] brazos y me

    sent con ella en el sof; abrigaba la esperanza de que

    un obs nos matase a las dos juntas; por lo menos, que

  • 47

    ninguna tuviera que llorar a la otra. Jams tuve tan

    presente el pensamiento de la muerte, ni jams me

    pareci ste tan poco temible. Adele se haba portado

    muy bien durante todo el da, e incluso en aquellos

    terribles instantes, no haba vertido ni una lgrima, ni

    lanzado un solo grito de espanto; siempre andaba

    pegada a m, y cuando era demasiado para ella, me

    besaba y me abrazaba, y me peda que no tuviera miedo.

    Tambin en aquellos momentos se mantena muy

    callada, aunque yo senta cmo se estremecan sus

    tiernos miembros, como si estuvieran atacados por la

    fiebre; y oa cmo le castaeteaban los dientes. La bes,

    le ped que "se tranquilizara; si tenamos que morir,

    moriramos juntas; dej de tiritar y me mir risuea a

    los ojos. De hecho, yo estaba entonces mucho ms

    tranquila de lo que ahora lo estoy al recordar y

    describirte aquella espantosa escena. Dios me concedi

    muchsimo valor, todo el que entonces necesitaba. La

    Ludecus estaba muy quieta, el pobre Conta sigui

    nuestro ejemplo y, por lo menos, hizo lo posible por

    ocultar su miedo; as pues, permanecimos all sentados.

    Entonces callaron los caones, pero enseguida omos un

    terrible fuego de mosquetes en la calle, un bullicio sordo

    procedente del mercado y el trote de los prusianos en

    fuga. Luego, de nuevo durante algunos minutos, ese

    terrible silencio de la espera. En esto llega el hermano

    menor de Conta con la noticia de que ya se encontraban

    all; l haba visto desmontar a los generales frente al

  • 48

    castillo; por lo visto, su apariencia era extraordinaria:

    todos cubiertos de oro y plata; en la plaza del mercado

    yacan muchos muertos, prusianos [50] y franceses y, por

    cierto, ya se vendan all caballos que haban sido

    capturados como botn, etc. Luego lleg Sophie con la

    noticia de que tenamos que alojar a cinco hsares;

    parecan ser muy correctos, uno de ellos era paisano de

    Sophie. Sus exigencias de comida, vino, forraje, nos

    parecieron, a pesar de todo, un tanto violentas, pero

    Conta y Sophie los tranquilizaron y les dimos todo lo

    que pudimos. El hospedaje slo compete a la duea de

    la casa, pero en aquel instante me fue imposible no

    aportar el vino, la carne, etc. que yo tena a fin de

    ayudar a la buena Ludecus, a quien, entre tanto, haba

    llegado a apreciar mucho. La necesidad extingue todo

    pequeo inters y nos ensea, ante todo, cun cercanos

    estamos y cmo nos parecemos los unos a los otros.

    Ahora podamos respirar de nuevo, creamos que

    habamos pasado lo peor, pero ay!, eso estaba an por

    llegar. Eran ya casi las ocho, me ocup de que todos nos

    sentsemos convenientemente a la mesa, pues, aparte de

    algunas tazas de caldo y algn vaso de vino, ninguno de

    nosotros haba comido nada en todo el da; adems, eso

    servira para espantar un poco el miedo; as, pues, nos

    sentamos a la mesa. En esto, se oy un gritero llamando

    a fuego, y tan alta como el Mont Blanc se alz al

    instante una columna de llamas. Claramente advertimos

    que el incendio no se hallaba cerca de nosotros, pero la

  • 49

    gente gritaba que el castillo arda, que toda la ciudad

    ardera por sus cuatro costados. Querido Arthur, no se

    te encoge el corazn al pensar en nosotros? Ay, hijo

    mo, no he nacido yo para tanto espanto! Por fin nos

    enteramos de que el incendio se encontraba muy lejos

    de nosotros, en alguna parte de los arrabales de la

    ciudad, donde se apian muchas casas pequeas; el

    castillo no corra peligro, [51] todo era calma, no soplaba

    viento alguno, nos encomendamos a Dios y nos

    tranquilizamos, mas en vano, pues un nuevo sobresalto

    nos aguardaba. Sollozando y temblando de miedo

    aparecieron dos mujeres acompaadas del joven Conta;

    haban huido de su casa escapando de los soldados. Les

    haban puesto las bayonetas en el pecho se entraba en

    las casas por la fuerza, se saqueaba Al principio no

    podamos creerlo, sin embargo, sentimos que eso no

    tena que hacernos perder la compostura; tanto yo como

    madame Ludecus hicimos comprender a las damas en

    tono severo que, si queran permanecer con nosotros,

    tendran que sentarse bien calladitas en una esquina, sin

    trastornamos con sus quejas y sus lloros. La Ludecus y

    yo sentamos a la hija en una esquina y a la madre en la

    otra, y las dos infelices hicieron lo que les habamos

    pedido.

    Mientras tanto, Sophie se haba ganado por

    entero la confianza de nuestros hsares; la presencia de

    nimo, el valor de esta mujer es indescriptible. Ella y

    Conta nos salvaron aquella noche fatdica de males de

  • 50

    los que casi nadie pudo librarse. Los hsares nos

    advirtieron que no debamos dejar que se viera luz

    alguna y nos aconsejaron que trancsemos las puertas,

    pues echarlas abajo estaba prohibido y se pagaba con la

    vida, aunque los soldados, a quienes no se les permita

    llevar ninguna provisin encima, gozaban de la libertad

    de exigir que se les diese de comer y de beber. Pero en

    nuestra pobre Weimar se haba levantado esa

    prohibicin; eso no lo sabamos nosotros. Poco despus,

    amenazaron con derribar la puerta principal; Sophie y

    Conta corrieron abajo y, Dios sabe cmo, trataron de

    persuadir a aquellos hombres salvajes de que se

    acercaran [52] a la ventana; los intrusos exigieron que se

    les diera enseguida pan y vino, y ambas cosas se les

    entregaron por la ventana. Se pusieron bastante alegres,

    cantaron y bebieron a la salud de Sophie, a lo que ella

    tuvo que corresponder, hasta que prosiguieron su

    camino. As aconteci unas cuantas veces ms, y de

    nuevo abrigamos la esperanza de que todo haba pasado.

    De pronto, alguien de los nuestros grit que haban

    echado abajo la puerta, que ya estaban en la casa... no

    era as, aunque la cancela exterior del jardn haba sido

    forzada. Golpearon violentamente la puerta principal y

    exigieron que se les dejase entrar si es que no queramos

    que derribasen la puerta; por lo visto, un seor de la

    casa les haba prometido franquearles la entrada. Y

    efectivamente as haba sido. Al joven Conta se le haba

    ocurrido aquella tonta idea en la calle para librarse

  • 51

    de ellos cuando trajo a las mujeres. Sophie y el mayor

    de los Conta fueron, pues, a abrirles; los dems nos

    preparamos para ver aparecer de inmediato en la

    habitacin a los soldados. Todos nosotros nos

    hallbamos apretujados en un cuartito trasero, a fin de

    no dejar ver luz alguna; a Adele la haba acostado en

    una cama, yo me sent a su lado, mi bolsa con algunos

    tleros, en la mano. Omos, pues, las terribles voces en

    el piso de abajo: du pain, du vin, vite, nous montons

    (el pan, el vino, rpido, vmonos), y a Sophie ya Conta

    dndoles calurosamente la bienvenida. Sophie les dijo

    que haca ya mucho que los estaba esperando y que

    haba guisado para ellos, slo les peda que no hicieran

    mucho ruido para que no los oyera el oficial que

    tenamos en casa. Que deseaban comer en el saln?

    Ella no tena la llave a mano, pero all mismo, el

    vestbulo, sera un lugar apropiadsimo para disponer

    una buena mesa; y as, les sirvi en el vestbulo el vino,

    [53] el pan y la carne asada. Conta, quien pasaba por ser

    el marido de Sophie, haca tambin lo suyo. Los salvajes

    se amansaron de nuevo, comieron, bebieron y

    estuvieron muy alegres. Imagnate, a la vez, aquellos

    rostros crueles, los desnudos sables ensangrentados, los

    blancos blusones que se ponen los soldados para tales

    menesteres salpicados de sangre, sus salvajes carcajadas

    y su conversacin, sus manos tintas en sangre... Yo los

    vi tan slo un instante, desde la escalera, eran unos diez

    o doce. Sophie, en medio de ellos, bromeaba y rea. Uno

  • 52

    la asi por la cintura, ella se volvi de repente y, rauda,

    se sacudi de encima la mano ensangrentada para que

    no pudiera palpar el cinturn con el dinero. A Duguet lo

    haba encerrado ella casi a la fuerza; como francs que

    era, no arriesgaba nada, pero Sophie tema su clera,

    que, como t sabes, es de la peor clase. Como durante el

    da entero Duguet apenas haba comido y en cambio, no

    haba parado de trabajar, al beber y relajarse sus fuerzas,

    el pronto podra sobrevenirle con suma facilidad. Los

    seores se sentan tan a gusto que no hacan ademn

    alguno de marcharse, entonces Sophie se llev abajo a

    Adele, que habl de forma encantadora con los soldados

    y les pidi que se marcharan, pues tena mucho sueo;

    los desgraciados se dejaron ablandar por la nia y se

    fueron. Nuestros dos fieles hsares se hallaban tambin

    all, los otros tres dorman en la antesala. Me quedaban

    tan pocas fuerzas que tambin yo necesitaba desespe-

    radamente dormir, aun cuando la misma muerte se

    hallase agazapada a los pies de la cama; casualmente

    tanto ese da como el anterior me haba sentido dbil y

    no del todo bien. Las puertas se atrancaron de nuevo,

    me acost en la cama completamente vestida, y junto a

    m se recost [54] Adele, y Sophie hizo otro tanto abajo,

    en su habitacin. Junto a mi cuarto se acost Conta:

    tanto l como los dems permanecieron despiertos, pero

    yo dorm apacible y tranquilamente durante cuatro

    horas. El incendio prosegua con furia, no se permita a

    persona alguna sofocarlo, los pocos que se haban

  • 53

    atrevido a salir de sus casas fueron retenidos por los

    franceses. La duquesa haba enviado a sus sirvientes al

    lugar del incendio, y tampoco les permitieron acercarse.

    Los humanos queran destruir la pobre Weimar, mas

    Dios se mostr misericordioso. Una pequea calle, justo

    por encima de los establos ducales, arda sin cesar, las

    llamas se elevaban a gran altura en el aire, tan slo un

    poco de viento y hubiera ardido el castillo y con l, con

    seguridad, la ciudad entera. Pero no se levant ni una

    pequea rfaga de aire, el fuego sigui plcidamente su

    curso hasta llegar a una casa que haca esquina y all se

    apag solo. A pesar de que el incendio dur hasta media

    maana del da siguiente, slo cinco casas quedaron

    totalmente destruidas. El fuego lo iluminaba todo, yo

    vea las llamas imponentes, pero, a pesar de eso, tena

    que dormir: nunca antes haba sentido semejante

    cansancio. La noche transcurri con bastante tranquili-

    dad, omos golpear varias veces la puerta, pero como no

    abrimos y tampoco poda verse luz alguna, nos dejaron

    en paz. La ciudad haba sufrido horriblemente, y

    tambin los arrabales. La Explanada30

    , aun sin hallarse

    lejos, no queda en el mismo centro de la ciudad; esto,

    junto con la presencia de nimo de Sophie y Conta, fue

    lo que nos salv. La ciudad qued prcticamente a

    merced de los saqueadores. Los oficiales y la caballera

    no tomaron parte alguna en los actos ignominiosos, e

    hicieron lo que pudieron [55] por protegemos y por

    ayudamos, pero, qu podan ellos contra la clera de

  • 54

    50.000 hombres exaltados a quienes esa noche se les

    permita campar por sus fueros? Como los primeros

    mandos lo haban permitido, o por lo menos no lo

    haban prohibido de forma expresa, varias casas fueron

    saqueadas. Primero, como es natural, todas las tiendas.

    Ropa, plata, dinero, todo se lo llevaban. Los muebles y

    lo que no poda transportarse lo destrozaban; forzaron

    casi todas las puertas, rompieron todas las ventanas; a

    muchos los sacaron de sus casas amenazndoles con las

    bayonetas y, por si fuera poco, la socarronera de esa

    nacin, sus salvajes canciones mangeons, buvons,

    pillons brlons tous les maisons (comer, beber, pillaje,

    quemar todas las casas), que podan orse a voz en grito

    en todas las esquinas. Por todas partes corran portando

    antorchas encendidas que luego arrojaban al rincn que

    mejor les pareca; es un milagro que no ardiera todo por

    los cuatro costados. Los soldados haban encendido

    grandes hogueras de campaa en la plaza del mercado,

    all se calentaban y asaban y cocan pollos, gansos y

    hasta bueyes. Su campamento se extenda desde la parte

    alta del parque hasta Oberweimar y Webicht, esto es, los

    que no estaban acuartelados en la ciudad vivaqueaban

    junto a enormes hogueras, sin tiendas de campaa. El

    parque se encuentra devastado, los hermosos rboles

    convertidos en lea para el fuego. Todos los edificios

    del parque, hasta los minsculos chamizos donde se

    guardan las herramientas, han sido forzados o

    destruidos. Al principio, pocos eran en el campamento

  • 55

    los que saban que abajo exista una ciudad, pero al

    llegar cargados con el botn quienes haban estado en

    Weimar, les contaron que en la parte de abajo se hallaba

    una ciudad de bastante buen ver en la que se dejaba va

    [56] libre al saqueo, y as es como vinieron los restantes;

    los oficiales apenas podan dominar su indignacin,

    pero no tenan orden de retener a los soldados. El

    prncipe Murat31

    y otros tantos generales se encontraban

    en la ciudad; el Emperador no lleg hasta la maana

    siguiente. Muchos vecinos huyeron de sus casas a los

    bosques y al campo, y buena parte de ellos no ha

    regresado an. Cientos se haban salvado refugindose

    en el castillo, tambin all los franceses haban logrado

    entrar en la cmara de la plata y de la ropa y robado

    varias cosas, asimismo saquearon la cmara de armas

    del duque. La duquesa ha demostrado ser muy valiente,

    y nos ha salvado a todos. El Emperador estuvo hablando

    con ella ms de dos horas, algo que an no ha sucedido

    con ninguna princesa. Ella ha sido la nica que ha

    permanecido aqu mientras todos los suyos huan; si

    llega a marcharse tambin, Weimar habra dejado de

    existir. Acogi en el castillo a cuantos pedan

    proteccin, y comparti todo lo que tena con los

    refugiados; as se dio el caso que tanto ella como los

    dems, durante un da entero no pudieron comer sino

    patatas. Quienes estuvieron con ella me aseguraron que

    tan bondadosa mujer mantuvo constantemente toda su

    entereza, y que en su persona no se adverta diferencia

  • 56

    alguna con respecto a su comportamiento habitual.

    Quienes abandonaron sus casas han perdido casi todo,

    algunos tuvieron la buena suerte de recibir enseguida

    oficiales en cuartel, los cuales les sirvieron de alguna

    proteccin, incluso arriesgando por ellos sus propias

    vidas. Pero quienes mejor parados han salido son

    aquellos que, como nosotros, tuvieron el valor suficiente

    como para no mostrar miedo alguno, que conocan la

    lengua y las costumbres de los franceses; entre [57] ellos

    est Goethe, quien durante toda esa noche tuvo que

    desempear en su casa el mismo papel que Sophie y

    Conta desempearon en la ma. Falk pudo arreglrselas,

    a pesar de que habla mal el francs, y as algunos otros.

    Al consejero de minas Kirsten, que reside aqu, en la

    parte delantera de la casa, le ayudamos nosotros, pues

    con l no vive nadie que sepa francs. A Wieland32

    ,

    dada su calidad de miembro del Instituto Nacional, el

    general Denon le asign una escolta. La viuda de

    Herder33

    , cuyo alojamiento ocupo yo ahora, tuvo que

    huir al castillo; en su casa lo destrozaron todo y, lo que

    es peor, los manuscritos pstumos del gran Herder, que

    ella olvid llevarse consigo, han sido desgarrados o han

    desaparecido. A los Ridel no les quedaron ms que los

    muebles; los objetos de plata, el oro, la ropa, los

    vestidos, todo se ha esfumado. Segn mi consejo,

    escondieron sus cosas en el desvn, pero al producirse el

    incendio, lo creyeron ms cercano de lo que en realidad

    estaba, y las trasladaron al stano, donde inmediata-

  • 57

    mente irrumpieron los franceses. Se han quedado con el

    samovar de plata, puesto que nadie advirti que se

    trataba en verdad de plata, y un farol que un soldado les

    devolvi tras habrselo arrebatado a sus camaradas en

    agradecimiento por una camisa que le dieron. A Khn le

    ha ido terriblemente mal. Su casa se halla, como t

    sabes, a las afueras de la ciudad, menos mal que no la

    compr. Los brbaros hicieron all todas las locuras que

    quisieron. Khn sali de viaje el lunes hacia Hamburgo,

    pero tuvo que desistir y regresar enseguida. El martes se

    puso en camino, a pesar del enorme peligro existente, y

    no s qu habr sido de l. Su mujer e hijos se

    escondieron en un agujero bajo tierra, en el jardn, aun

    antes de que llegaran los franceses. El [58] preceptor, un

    francs, Perrin, permaneci en la casa, mas tuvo que

    huir en cuanto comenz el saqueo y se vio amenazado

    por sables y bayonetas. Ya casi por la maana

    descubrieron a los infelices en su escondite. Estuvieron

    a punto de dispararles all mismo, pero lograron salvar

    sus vidas comprndolas con todo el dinero y todos los

    objetos de valor que tenan consigo. Hacia el medioda

    llegaron otros soldados que volvieron a amenazados de

    muerte; al fin, ya casi por la noche, pudieron salir de

    all, y ahora se alojan en casa del comerciante Desport,

    junto al mercado. Todos los das oigo el relato de algn

    horror. El profesor Meyer34

    quiso permanecer en su

    casa, pero los prusianos en fuga dejaron all mismo, en

    su calle, tres carros cargados de plvora; uno de ellos

  • 58

    estaba completamente deshecho y la plvora se haba

    vertido al exterior. Meyer no pudo, pues, quedarse, as

    que se traslad apresuradamente a casa de sus suegros,

    que no queda muy lejos de la de Khn; tambin

    aparecieron all aquellos demonios, lo robaron todo y,

    finalmente, bajo amenazas y a la fuerza, desalojaron de

    su casa a la pobre familia, que tuvo que presenciar la

    metdica carga de todas sus pertenencias en carros y

    luego ver cmo se las llevaban. El suegro de Meyer es

    un anciano enfermo e hipocondriaco que administra una

    contadura, amante escrupuloso del orden. Goethe me

    cont despus que jams haba visto una imagen tan

    viva de la desolacin como la que ofreca ese hombre,

    en medio de