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Epistolario de Weimar
(1806-1819)
Seleccin de cartas de:
Johanna y Adele,
Arthur Schopenhauer
y Goethe1
1 Traduccin, Prlogo y Notas LUIS FERNANDO MORENO CLAROS Primera Edicin: Febrero de 1999
ISBN: 84-7702-255-0 VALDEMAR
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Prlogo
El Epistolario de Weimar, cuyo protagonista nominal
es Arthur Schopenhauer (1788-1860-72a), abarca el
perodo comprendido entre los aos de 1806 a 1819 (18-
31a). Esta poca podra denominarse con propiedad de
juventud del filsofo; en esos trece aos plenos de
vicisitudes, Schopenhauer comenz a construir los
cimientos de lo que sera un futuro de dedicacin a la
filosofa; adems, al finalizar el ao 1818, concluira la
obra que l mismo calific como el fruto de su juven-
tud, y la principal: El mundo como voluntad y
representacin (1819-31a), una de las obras clave del
siglo XIX y del pensamiento universal. Sin embargo, las
misivas que hemos seleccionado no son, de ningn
modo, filosficas tal como ingenuamente cabra espe-
rar en una seleccin epistolar de un filsofo, y adems,
las cartas de Arthur Schopenhauer no son ni siquiera las
ms numerosas. En los primeros aos de esta poca de
su vida, Schopenhauer escribe sobre todo a su madre, y
sta lo mantiene al corriente de la actualidad de una de
las ciudades ms importantes de la Alemania romntica:
Weimar. Y decir Weimar en las primeras dcadas del
siglo XIX era, ineludiblemente, nombrar a Goethe. La
madre y Goethe, en principio, estn muy presentes en la
correspondencia de esta poca: son los otros protagonis-
tas de la presente seleccin.
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Johanna Henriette Trosiener (1766-1838-72a) pas a
[10] apellidarse Schopenhauer al contraer matrimonio con
Heinrich Floris Schopenhauer (1747-1805-58a), rico
patricio acaudalado de Danzig, ciudad de Prusia oriental
de donde ambos eran oriundos. Ella fue, durante los
aos de 1800 a 1814, la principal destinataria de las car-
tas de su hijo. De 1814 a 1818, ao en el que concluye la
presente seleccin, madre e hijo dejan de escribirse: el
joven comienza un intento de acercamiento a Goethe
fruto del cual es una escasa pero interesante corres-
pondencia; asimismo, Schopenhauer se recluye en la
concepcin de su obra principal sin tratar de ella con
nadie, ni siquiera epistolarmente. Slo cuando la ter-
mina, escribe al editor Brockhaus ofrecindosela y a
Goethe comunicndole su conclusin. Luego, para
descansar de tantos aos de estudio, Schopenhauer rea-
liza un viaje a Italia; a su regreso a Alemania, dominado
por el anhelo de ensear, como l mismo escribe, se
ofrece como docente a la Universidad de Berln;
acompaando a su solicitud adjunt su clebre curricu-
lum vitae, la narracin ms completa realizada por el
propio Schopenhauer del perodo que comprende los
aos de su juventud. En realidad, las cartas que he
seleccionado vienen a ilustrar y completar lo narrado en
el curriculum, que, a su vez, sirve de colofn a los
acontecimientos narrados a travs de stas. Las cartas de
Arthur a su madre y su hermana se han perdido prctica-
mente todas, los fragmentos epistolares que especialis-
tas de la talla de Gwinner o Hbscher consideran
autnticos dejan mucho que desear en contraste con las
jugosas y vivaces cartas de Johanna, las cuales, por otra
parte, se leen hoy da como descripcin fidedigna de
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una poca idlica de la cultura alemana: los ltimos
rescoldos del Weimar clsico. De las cartas de [11]
Schopenhauer a Goethe se ha conservado la mayora;
alguna de ellas verdadera profesin de fe de la filosofa,
resultan sumamente interesantes para comprender el
talante filosfico de Arthur. As pues, Johanna y Goethe
son fundamentales en la juventud de Arthur Schopen-
hauer y ambos personajes, formarn con l un tringulo
cuyos vrtices en marcan una historia de emociones
encontradas, producto de unos caracteres muy originales
y dominantes que no estaban llamados precisamente a
comprenderse. Finalmente, el tro se deshace y Arthur
no tiene ms remedio que proseguir en solitario su anda-
dura personal e intelectual, esta vez por el mundo intrin-
cado de la filosofa acadmica, mundo del que, como
era de esperar, al cabo de poco tiempo queda absoluta-
mente desencantado. El punto en el que concluye la pre-
sente seleccin da paso a perodos posteriores bastante
bien definidos de la vida de Schopenhauer: los aos del
intento docente fracasado, el perodo de la reclusin en
Frankfurt del Main y, al final, el de la fama del filsofo;
cada uno de ellos dara pie a otras tantas selecciones de
correspondencia semejantes a la presente. Sin embargo,
entre los aos de 1806 y 1819, Y en muy estrecha rela-
cin con la ciudad de Weimar, se desarrolla el perodo
menos conocido y ms determinante de la vida de Art-
hur Schopenhauer.
En el ao 1805, Heinrich Floris Schopenhauer (58)
haba muerto en extraas circunstancias: se haba
precipitado desde lo alto de un granero en el que nadie
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poda explicarse qu estaba haciendo. Su esposa, Jo-
hanna, diecinueve aos ms joven que l, quedaba [12]
viuda y duea absoluta de una considerable fortuna. El
matrimonio haba engendrado dos hijos, Adele y
Arthur; entonces contaban ocho y diecisiete aos
respectivamente. Johanna, al igual que su marido, era
oriunda de Danzig, pero al ser sta anexionada por el
rey de Prusia, y tras haber perdido su libertad poltica y
comercial, Heinrich Floris vendi sus posesiones en la
zona y se traslad a Hamburgo. A la muerte de su ma-
rido, Johanna se haba sentido extraa en su lugar de
residencia; sin embargo, tampoco quiso regresar a
Danzig, donde an vivan su madre y sus hermanas.
Tena un espritu aventurero y poco dado a los
convencionalismos sociales. As, por ejemplo, de joven,
en contra de todas las reglas sociales prescritas para una
seorita de buena familia, haba querido ser pintora y
seguir hasta Berln al gran dibujante Chodowiecki, a
cuya familia, afincada en Danzig, conoca bien, a fin de
cursar seriamente estudios de dibujo y pintura bajo su
direccin; intento fallido que concluy con mucho re-
vuelo y una rotunda negativa de sus padres y dems
parentela. Al final, se resign a continuar siendo una
burguesa ms y, cuando se present Heinrich Floris, un
hombre ya mayor para ella, pidindole la mano, acept
atrada probablemente por la extraordinaria calidad de
vida y la libertad que un matrimonio de aquellas carac-
tersticas conceda a las mujeres de la poca. Por otra
parte, el nivel de vida al que acceda la riqueza del
comerciante era muy considerable sobre todo tras el abandono de Danzig y el traslado a Hamburgo, la pona
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en contacto con lo mejor de la sociedad alemana: pinto-
res y escritores, amn de patricios y generales, trataban
con los Schopenhauer. El arte y la poesa, en una poca
en que estaban [13] de moda entre la gente bien, entra-
ban por la puerta grande de su casa. Goethe y el arte del
Clasicismo y tambin, por otra parte, la pasin romn-
tica, hacan furor en aquellos aos. La seora Schopen-
hauer viaj adems con su marido por toda Europa y
lleg a residir unos cuantos meses en Londres,
verdadero privilegio para aquel tiempo en el que muy
pocas personas podan permitirse el lujo de realizar
viajes de placer. As pues, Johanna pudo, aunque
casada, alimentar su fantasa de artista frustrada con sus
frecuentes u ocasionales visitas a los museos ms
importantes de Europa y el trato constante con pintores
y artistas sobresalientes o con meros diletantes que
hablaban de los grandes y exponan a su vez sus propios
sueos e iniciativas. A la muerte de su marido, Johanna
se vio libre y duea de una gran fortuna. Contaba
entonces 39 aos, edad suficiente como para escapar del
filistesmo dominante en las clases acomodadas
hamburguesas y lanzarse a una vida ms natural y libre,
tal y como propugnaba el ideal clsico-romntico que
embargaba el espritu de los artistas y las clases cultas
del momento. Weimar y su vecina Jena constituan
entonces el centro artstico e intelectual de Alemania,
tanto o ms que Berln, y adems, en la pequea ciudad
a orillas del Ilm viva el propio Goethe (1749-1832-83a),
admiradsimo sobre todo por las seoras y la gente jo-
ven de ambos sexos debido a su extraordinario best se-
ller: Los sufrimientos del joven Werther (1774-25a), por
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lo que Johanna eligi Weimar como futuro y definitivo
lugar de residencia. All lleg en septiembre de 1806
(40a) y all es asimismo donde comienza la historia de la
que da fe el presente epistolario. [14]
La rica viuda de Hamburgo lleg a la corte de Wei-
mar en un momento de gran inestabilidad, prctica-
mente una semana antes de la clebre batalla de Jena, en
la que, en octubre de 1806, Napolen derrot a Prusia y
sus aliados. Weimar se ubica en las inmediaciones de
las llanuras donde se libr la batalla y la ciudad corra
gran peligro de ser asaltada por las tropas francesas.
Pese a todo, Johanna, recin llegada a la corte de las
musas, no quiso abandonada. La extensa carta del 19
de octubre que enva a Arthur, redactada a lo largo de
varias jornadas y que hoy leemos como si de un azaroso
relato de Heinrich von Kleist se tratara, ha quedado
como un testimonio histrico de inapreciable valor. Tras
aquellos das de espanto y gracias al coraje, a su opti-
mismo y a su buen carcter, agudizados por la sensacin
de podero y libertad que la embargaban, la viuda
Schopenhauer, recin comenzada una nueva vida, se
haba hecho duea absoluta de gran parte de los corazo-
nes de la buena sociedad de Weimar. Johanna era rica y
haba trado de Hamburgo cartas de recomendacin
expedidas por personas importantes. El mismsimo
consejero privado von Goethe se haba presentado en su
casa, y ella, adems, haba sabido ganrselo por com-
pleto al agasajar, recibindola un da despus de esta
visita, a la mujer del insigne autor, Christiane Vulpius,
con la que Goethe acababa de contraer matrimonio. La
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sociedad de Weimar repudiaba a la nueva consejera por
pertenecer a una clase inferior y haber vivido varios
aos maritalmente con el gran hombre sin que ste se
hubiera decidido a desposada hasta entonces. El clebre
comentario de Johanna tras la visita de Christiane:
Creo que si [15] Goethe le ha otorgado su nombre, bien
podemos ofrecerle los dems una taza de t concedi a
madame von Goethe carta blanca para ser acogida entre
la buena sociedad de la pequea corte, que tomara
ejemplo de la consejera ulica Schopenhauer y,
finalmente, admitira tambin a la advenediza en sus
reuniones. Pero tal actitud revelaba sobre todo que
Johanna, haciendo gala de una bondad y de una
espontaneidad a la que no amedrentaban las convencio-
nes sociales e incluso revestida de ideal democrtico cualidades, por otra parte, quiz bien estudiadas; estaba dispuesta y quera a toda costa brillar en Weimar.
y lo consigui; a las pocas semanas de los
acontecimientos militares, el saln de su casa se convir-
ti en el lugar de reunin de moda y, poco a poco,
llegara a convertirse en uno de los salones ms clebres
de Alemania, al menos durante una dcada, tras la cual,
e impulsada en buena medida por un revs financiero
que la amenaz con dejada en la ruina, madame
Schopenhauer pas de clebre salonire a convertirse en
famosa autora de libros de viaje y novelas sentimenta-
les. Arthur asisti parcialmente como testigo al primer
xito de su madre; durante su celebridad como escritora
famosa, su trato con ella habra de ser mucho ms reti-
cente.
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En el ao 1806, pues, Johanna se traslad a Weimar
junto con su hija Adele (9), dejando a Arthur (18) afin-
cado en Hamburgo, pensionista en una casa extraa. El
joven haba prometido a su padre, a cambio de partici-
par tambin l en el gran viaje por Europa de los aos
1803-1804 (15-16), organizado por el comerciante junto
con su esposa, que comenzara con los estudios y el
aprendizaje [16] de la profesin mercantil al regreso de
dicho viaje. Con ello renunciaba a matricularse en el
instituto de enseanza secundaria con vistas a la futura
iniciacin de una carrera universitaria, inicio ste que no
cuadraba con los deseos de Heinrich Floris. Pero, una
vez fallecido el padre, Arthur no se mostr conforme
con su suerte. En su prolijo curriculum vitae, describe
lo mal aprendiz que era, cmo durante las horas de
trabajo en la contadura su mente se evada en mltiples
ensoaciones y desatenda los deberes propios de su
infeliz condicin. El joven prefera leer con pasin a los
autores de su tiempo antes que dedicarse a las ridas
aventuras comerciales y, adems, le interesaba el mundo
ms vivo de la cultura, la ciencia y el pensamiento. Tras
la muerte de Heinrich Floris, Arthur no se siente capaz
de romper la promesa que le hizo a su padre, y,
profundamente apenado, refiere sus cuitas a Johanna:
sta, al cabo, le concede el permiso para que abandone
el aprendizaje del comercio, reestructure su vida y sus
propsitos futuros y comience a prepararse con vistas al
inicio de una carrera universitaria. A partir de ese
momento (1807-19a), Arthur se acerca a Weimar y ms
personalmente a Johanna, constituyendo una carga para
la vida de libertad y autarqua que ella estaba llevando
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hasta entonces, pues el hijo posea un carcter muy dife-
rente al de su progenitora. Pero Arthur no permaneci
mucho tiempo en Weimar; ese mismo ao ingres en el
instituto o Gymnasium de la vecina ciudad de
Gotha. El rico hamburgus, como lo denominaban
sus conocidos, era arrogante y, adems, mayor que sus
compaeros de estudios, sin embargo, tambin era mu-
cho ms inteligente que la mayora de ellos, y pronto
comenz a revelarse su carcter provocador [17] y
problemtico. A causa de sus algaradas de estudiante y
el colofn de unos versos jocosos con los que se mofaba
de un profesor, fue expulsado del instituto. A finales del
ao 1807 (19), la madre tiene que soportar la presencia
definitiva de su hijo en Weimar al menos durante una
larga temporada, hasta que ste termine de prepararse
para ingresar en la universidad. Profesores privados de
la corte weimariana, amigos de Johanna, sern los
encargados de preparado para el ingreso. La madre se
distancia claramente de l en este perodo de forzosa
convivencia inducindolo a que viva su propia vida con
absoluta independencia de la suya. Arthur, segn se des-
prende de las cartas de Johanna previas al regreso de
Gotha, se haba convertido en un joven sabelotodo, que
gustaba de lanzar juicios oraculares sobre cualquier cosa
y, lo que era peor, que censuraba a la diletante y liberal
madre por cualquier minucia. Varias veces se haba de-
mostrado que no podan vivir juntos ms de tres das.
Adems, Arthur no vea con buenos ojos aquella socie-
dad erudita que lisonjeaba a su madre pero que a l, en
cambio, no le haca el menor caso, y mucho menos a
algunos chichisbeos que rodeaban a Johanna, y de los
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que ella se senta tan orgullosa. A juzgar por testimo-
nios fidedignos, la conducta de la madre del filsofo era
correcta socialmente y su amistad con los miembros del
sexo masculino que alternaban en su crculo era, antes
que otra cosa, de carcter platnico e ideal. Le gus-
taba considerarse musa o, cuando menos, mantenerse
como sombra omnipotente sabedora de su capacidad
para comprender a los seres inteligentes cuando
hablan, por otra parte, ese tipo de amistades ideales
la que mantena con Ludwig Fernow era [18] modlica a este respecto formaban parte de lo que ella pensaba
que deba ser su nueva vida, una existencia libre de con-
vencionalismos y trabas sociales, lo ms cercana posible
a una vida de artista. Para Arthur, pensando ms en la
poca honra que la forma de vida de su madre ejerca
sobre el recuerdo del padre muerto, estos afanes de Jo-
hanna le parecan superfluos y vanos y alejados del
ideal de inmaculada matrona que, segn l, debera
encarnar su madre. Sin embargo, durante 1808, a pesar
de las mltiples desavenencias entre madre e hijo, stas
no fueron tan graves como para provocar un necesario
alejamiento entre ambos; Johanna soaba an con poder
convertirse algn da en abuela y vivir en casa de un
Arthur casado y rodeado de nios, si bien le adverta a
la vez de que casarse demasiado pronto podra hacerle
semejante a cualquier filisteo. En el ao 1809, Jo-
hanna entreg a su hijo (21) la parte que le corresponda
de la fortuna familiar, lo que coincidi asimismo con la
partida de Arthur a la Universidad de Gttingen. De esa
poca no ha quedado vestigio alguno de la corres-
pondencia entre madre e hijo, que al parecer fue escasa,
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seal de que su relacin se hallaba muy deteriorada; por
lo dems, apenas disponemos de testimonios epistolares
de los aos universitarios de Arthur. Los datos que
conocemos acerca de este perodo se deben en su mayor
parte a su curriculum vitae. En un principio, al ingresar
en la universidad, se matricul en medicina; al semestre
siguiente, tras haber trabado amistad con el filsofo Go-
tlob Ernst Schulze, ms conocido como Enesidemo,
decide matricularse en filosofa. Aconsejado por
Schulze, inicia a la vez su andadura filosfica leyendo
los textos clsicos de Platn y de Aristteles (si bien [19]
este ltimo no le atrae en absoluto) e inmediatamente se
enfrasca en la lectura de las obras de Kant. Gttingen se
le qued pronto pequea y, ansioso de ampliar sus
conocimientos escuchando lecciones de los filsofos
eminentes de la poca, Arthur, que entonces contaba ya
23 aos, decide trasladarse a la Universidad de Berln.
All asiste a las clases de Fichte y de Schleiermacher,
decepcionndole ambas eminencias lo indecible (a
Fichte habra que ponerle una pistola en el pecho y
amenazarlo: Deje usted de proferir tales estupideces o
disparo!, escribira Arthur en su diario). Pero en Berln
asisti, sin embargo, con inters a otras muchas clases,
por ejemplo, a las del clebre fillogo Friedrich August
Wolff.
Como consecuencia de las campaas militares de
1813, que supondran la derrota de los ejrcitos
napolenicos, y de la aproximacin de la guerra a
Berln, Schopenhauer abandona la ciudad al no advertir
en l madera de hroe militar ni reconocer otros
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estandartes patrios que los de las musas. Desde Berln
regresa a Weimar donde se reencuentra con su madre,
que ha cambiado los pinceles por la pluma; tanto es as
que acaba de publicar su biografa de Karl Ludwig
Fernow y se halla enfrascada de nuevo en la preparacin
de otra obra, su primer libro de viajes: Recuerdos de
viaje de los aos 1803, 1804 y 1805. Por otra parte,
Johanna haba admitido en su casa como husped y
nuevo chichisbeo a un tal seor Mller van Gersten-
bergk, archivero y consejero de la corte de Weimar.
Mller ocupaba unas habitaciones alquiladas en la
misma casa de Johanna, que por estas fechas se haba
mudado [20] a una suntuosa vivienda situada en la Plaza
del Teatro y no resida ya en la Explanada. Este hombre,
que entonces contaba 33 aos de edad, coma
diariamente con Johanna y sustitua al recientemente
fallecido Fernow ocupando el puesto vacante de amigo
incondicional de la anfitriona de la casa. Gerstenbergk
era tambin poeta y aficionado al arte. Para Johanna era
un aclito y un admirador que la reafirmaba en sus
intenciones literarias y artsticas, algo que necesitaba
con urgencia la ya, por lo dems, madura mujer. Go-
ethe, por el que ella senta una admiracin sin igual,
estaba algo ms distante en esa poca, adems de mucho
ms avejentado y enfermizo. Arthur vio con muy malos
ojos al intruso, quien iba ganando terreno en el afecto de
la madre conforme l lo iba perdiendo, lo que, cierta-
mente, ocurra a pasos agigantados. No pudiendo sopor-
tar por ms tiempo la nueva situacin reinante en su
casa y sin interesarle lo ms mnimo los conflictos
polticos que se estaban viviendo por aquellas fechas en
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el pas, Arthur siente el deseo de coronar sus estudios de
filosofa con la obtencin del ttulo de Doctor. En la
pequea ciudad de Rudolstadt, en las inmediaciones de
Weimar, apenas en unos meses, escribe el trabajo que
present como tesis doctoral: De la cudruple raz del
principio de razn suficiente, que luego editara y que
constituira la primera de sus obras. Con su tesis obtuvo
el grado de Doctor en Filosofa, otorgado por la
Universidad de Jena. El regreso de Schopenhauer a
Weimar en 1813 inaugura el comienzo del fin de sus
relaciones con Johanna. Desde noviembre de dicho ao
hasta abril de 1814, la situacin Familiar en casa de los
Schopenhauer se torna cada vez ms insoportable. Las
desavenencias entre los [21] dos hombres jvenes, Arthur
y Mller von Gerstenbergk, debieron de ser espantosas,
con insultos, gritos y portazos a la orden del da, hasta
que Johanna tom la determinacin de impedir que su
husped y su hijo compartieran la mesa y se vieran
demasiado. Para colmo, Arthur se haba trado con l de
Berln a un compaero de origen judo que le haca de
comparsa en las discusiones. El amigo israelita de
Arthur, Josef Gans, sacaba de quicio a Johanna, pues
quera imitar al fogoso joven sin tener su talento.
Ambos filosofaban e incordiaban ms de la cuenta y
criticaban la vida de la duea de la casa y la de su
amigo. Gerstenbergk, en un testimonio escrito que ha
quedado de su pluma, dirigido a Ferdinand Heinke, se
expresa as a propsito de Arthur y Gans: El filsofo
ejerce sobre m su razn universal. Se ha trado consigo
un judito de Berln, que es amigo suyo porque toma
pacientemente cada da su dosis de laxante objetivo de
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la cudruple raz. De ustedes espera que el Kleist-
Korps tome Pars a fin de purgar con l a los franceses.
El judo se llama Gans y con ese ominoso objeto subje-
tivo se sienta con nosotros a tomar el t un verdadero
No-Yo... Este Ferdinand Heinke, por cierto, no era otro
sino el protagonista del episodio real vivido por Ottilie
von Pogwisch y Adele Schopenhauer, tan jugosamente
narrado por Thomas Mann en su novela Carlota en
Weimar: el hallazgo de un oficial de cazadores mal-
herido en el parque de Weimar y su posterior oculta-
miento y curacin, salvndolo as de caer en manos del
enemigo. El rescatado oficial se haba hecho tambin
asiduo del saln de madame Schopenhauer. Al parecer,
la opinin de Johanna sobre el amigo de Arthur era tan
nefasta como la que tambin tena de la tesis doctoral
del hijo. Una de las ancdotas [22] que ha trascendido a la
posteridad es que al entregarle Arthur su tesis recin
publicada y leer sta el ttulo, Johanna habra respon-
dido: Ah! Se trata de algo para boticarios! Asi-
mismo ha quedado testimonio de que incluso Johanna
suscribi la carta de von Gerstenbergk a Heinke
corroborando lo que ste haba escrito: Debera firmar
sin ms la carta de mi amigo, seor Heinke, pues no
sabra decirle nada nuevo ni mejor que lo que l le
escribe. Sea como fuere, madame Schopenhauer no
soportaba ms en su casa la presencia de su hijo ni la de
su conmilitn, por lo que ide nuevos planes de alquiler;
pens que Gerstenbergk poda dejar su alojamiento, ella
alquilara las habitaciones vacas a otro husped, y a su
amigo lo alojara en las habitaciones que Arthur y Gans
tendran que dejar libres; al parecer estaba algo falta de
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recursos. As se lo comunic a Arthur: en los tumultuo-
sos das de las guerras napolenicas reinaba la caresta
por todas partes y era necesario economizar, por eso no
tenan ms remedio que vivir separados si el hijo no
quera terminar con los recursos de la precaria hacienda
de su progenitora. Arthur propone a Johanna elevar la
pensin que le paga por l y por su amigo, pero esto no
la seduce. El joven filsofo se ve perdido y desdeado
por su madre y, en el paroxismo de las disputas, llega a
acusarla de acciones atroces, incluso de malversacin de
fondos, de dilapidacin de parte de la herencia de Adele
y del dinero asignado como pensin a la abuela materna.
Durante los das que siguen a dichas disputas, Johanna
slo trata con su hijo por medio de misivas que la criada
lleva del gabinete de la madre a la habitacin de Arthur,
Despus de una terrible discusin acaecida el da 14 de
abril de 1814, madre (48) e hijo (26) no volvern a verse
[23] nunca ms. Johanna fallecer en 1838 (72), atendida
en todo momento por Adele (41), que permaneci sol-
tera. Al final de su vida, Johanna volvi a escribir al-
guna que otra vez a su hijo, pero framente. Arthur tam-
poco le escribi sino escasas cartas formales muy de vez
en cuando; sin embargo, parece que hasta el fin de sus
das guard, junto a sus pertenencias ms queridas un busto de Kant o una estatua de Buda, por ejemplo, un retrato de Johanna.
Segn podemos leer en el curriculum que Arthur es-
cribe en 1819, lo nico que le proporcion verdadera
alegra durante la ltima poca de su estancia en Wei-
mar fue la relacin con Goethe. ste haba empezado a
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tratar con Schopenhauer a raz de su obtencin del
grado de doctor en filosofa y de la consiguiente
publicacin de la tesis doctoral. Parece que cuando
Arthur regres a Weimar, al terminar sus estudios,
cobr alguna relevancia a los ojos del husped ms
importante del saln de Johanna. Goethe, a pesar de que
conoca al hijo de la anfitriona desde haca ya seis o
siete aos, nunca antes haba tenido trato con l. El
gran olmpico haba hojeado la tesis de Schopenhauer
y crea ver en l un compaero para las investigaciones
que en aquella poca realizaba sobre la teora de los
colores. Goethe, ya mayor, aspiraba por aquellas fechas
a dejar de ser el sempiterno autor del Werther y de otras
tantas obras literarias que an no haban superado la
fama de aqul. Antes bien, desengaado de la poltica y
viendo ya perdido a su admirado Napolen Bonaparte,
desterrando la idea de una Europa unida por ideales
comunes y rechazando, en fin, la algarada [24] naciona-
lista que se extenda como reguero de plvora a lo largo
y ancho del viejo continente, haca tiempo que deseaba
pasar a la Historia como insigne figura cientfica de su
siglo antes que como mero autor literario. De ah su
grandsimo empeo en la profundizacin de sus
extraordinarios estudios de botnica y los aos de
intenso estudio para su monumental teora de los colo-
res. En la conclusin de esta obra y su publicacin
haba cifrado grandes esperanzas. Goethe pretenda
haber demostrado con ella una teora de los colores
absolutamente contraria a la de Newton, vigente desde
haca ya tantos aos, y que ahora l revelaba como falsa.
La luz no poda descomponerse, hecho que crea haber
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demostrado el clebre cientfico ingls; antes bien, la
luz era un todo, lo que se opona a las tinieblas, la
objetivacin fsica del bien en contra del mal; un juego
fsico-metafsico aplicable a la unidad absoluta y la
discordia bipolar de la totalidad de lo existente; entre
ambos polos se hallaban los colores, productos subje-
tivo-objetivos del sujeto que los perciba y de la Natura-
leza iluminada por la Luz. El editor Cotta, de Tbingen,
tratando de halagar la vanidad del poeta y alentndolo a
venderle a su editorial los derechos exclusivos de la
esperada segunda parte del Fausto, public en 1810 el
Esbozo de una teora de los colores, obra en dos grue-
sos tomos que ningn otro editor hubiese aceptado de
no haber sido Goethe su autor. ste esperaba an las
repercusiones de su obra cuando reencontr a Schopen-
hauer convertido en doctor en filosofa. Pero stas se
retrasaban porque sencillamente no ejercan efecto al-
guno entre la comunidad cientfica de Alemania ni de
ningn otro pas. Schopenhauer, encariado con el cle-
bre autor, [25] se tom con sumo inters los experimentos
cromticos de los que Goethe le hizo partcipe durante
las maanas soleadas o las fras y largas veladas de in-
vierno. Tanto fue el inters que el joven filsofo lleg a
sentir por el tema que, al abandonar Weimar empujado
por la disputa con su madre y trasladarse a Dresde, a
proseguir sus estudios, ya no universitarios, sino post-
doctorales, e iniciar su vida en solitario y prepararse
para dar a luz la obra que desde haca ya tiempo le es-
taba rondando la cabeza, redact l mismo una teora
de los colores, para dar gusto a Goethe y apoyarle en
sus descubrimientos. Schopenhauer bregar durante un
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par de aos con el poeta para que ste le manifieste su
reconocimiento; mas Goethe le da largas: en realidad,
aquel que se llamaba su discpulo utilizaba su nombre
como estandarte, pero haba ideado una teora de los
colores que casi nada tena que ver con la suya y que
incluso pretenda superarla. Schopenhauer, en pleno
frenes creador, atisbaba ya su gran obra El mundo como
voluntad y representacin para la que tanto su tesis
doctoral como su ensayo sobre los colores serviran de
iniciacin. Abrigaba la intencin de que Goethe viese en
l un digno sucesor, erigindose en mentor de su obra.
Pero ste, que no vea en Schopenhauer ms que a un
jovenzuelo arrogante, molesto por el hecho de que quien
se declaraba su seguidor ms incondicional le repro-
chase y le espetase a la vez que su obra de madurez es-
taba a medio terminar y que adems era confusa y no
contena ms que puro diletantismo cientfico, hizo caso
omiso de su apasionado discpulo, con lo que Arthur se
qued sin mentor. Goethe estaba demasiado ocupado
consigo mismo y con sus propias tareas y ensoaciones
como para hacer [26] demasiado caso a quienes no se le
rendan absolutamente ni profesaban sus ideas sin
controversia alguna. Su carcter conciliador le llev a
contestar a las cartas de Arthur con cortesa, pero tam-
bin con evasivas, alentando entre ambos el distancia-
miento. Tampoco de la lectura de EL mundo como
voluntad y representacin que, si hemos de creer a
Adele Schopenhauer, Goethe ley con inusitado in-
ters, naci un especial reconocimiento para Arthur ni
afn alguno por estrechar lazos de amistad con l. Aos
despus, sin dejar de reconocer la inteligencia del joven
-
22
doctor, Goethe manifest que la relacin con quien se
llam discpulo suyo haba sido como uno de esos
encuentros fugaces de dos caminantes que, habindose
saludado amablemente, toman despus caminos distin-
tos. En efecto, Schopenhauer prosigui con su obra a
solas; an tendran que transcurrir varias dcadas ms
para que sus singulares e innovadores pensamientos
suscitasen algn inters.
Luis Fernando Moreno Claros
-
23
Esta Edicin
Para realizar la presente edicin del Epistolario de
Weimar he tenido en cuenta varias obras alemanas que
recogen, o bien ntegramente o slo en parte, la
correspondencia de Arthur Schopenhauer. La referencia
esencial y ms completa del epistolario del filsofo, en
la que tambin se renen las cartas a l dirigidas, es la
que se incluye en la denominada edicin Deussen de
obras completas: Arthur Schopenhauer Smtliche
Werke, editada por Paul Deussen, Piper Verlag,
Mnchen. Los volmenes XIV, XV y XVI son los que
contienen la correspondencia: Der Briefwechsel Arthur
Schopenhauers, 1929, 1933 y 1942 respectivamente, a
cargo de Carl Gerbhardt (1) y Arthur Hbscher (11 y
111). Tambin he utilizado las siguientes recopilaciones:
Gesammelte Briefe [Correspondencia completa. Incluye
slo las cartas de Schopenhauer], a cargo de Arthur
Hbscher, Bouvier, Bonn, 1974. Die Schopenhauers.
(Der Familien-Briefwechsel von Adele, Arthur, Hein-
rich Floris und Johanna Schopenhauer) [Incluye las car-
tas de la familia Schopenhauer, la mayor parte de ellas
de Johanna y Adele Schopenhauer a Arthur], a cargo de
Ludger Ltkehaus. Haffmans Verlag, Zrich, 1991. Der
Briefwechsel mit Goethe [Correspondencia con Goethe],
a cargo de Ludger Ltkehaus. Haffmans Verlag, Zrich,
1992. y Das Buch als Wille und Vorstellung, Arthur
-
24
Schopenhauers Briefwechsel mit Friedrich Arnold
Brockhaus [28] [Correspondencia con los editores de la
casa Brockhaus], a cargo de Ludger Ltkehaus, C.H.
Beck, Mnchen, 1996.
Las notas a pie de pgina son en parte mas y en parte tomadas del extraordinario aparato crtico de las diversas ediciones citadas.
Nota de agradecimiento
Agradezco a las Fundaciones alemanas Weimarer
Klassik (Weimar) y Hanns-Seidel Stiftung (Mnich), el
extraordinario inters que mostraron por mi trabajo y la
generosa aportacin econmica que facilit mi estancia
en Alemania durante algunos meses. El presente libro es
slo uno de los frutos de los variados estudios que tuve
ocasin de realizar en la Anna Amalia Bibliothek, el
Goethe-Schiller Archiv y el Nietzsche Archiv de
Weimar durante los meses de noviembre de 1997 a
febrero de 1998, y cuya posibilidad se debi nicamente
a la magnnima cooperacin de ambas Fundaciones.
Salamanca, enero de 1999
-
25
Epistolario de Weimar
(1806-1819)
(Seleccin de cartas de Johanna,
Arthur Schopenhauer
y Goethe)
-
26
[1806] (18a)
Johanna Schopenhauer a Arthur
Sbado noche1
Acabas de marcharte, todava percibo el humo de
tu cigarro, y s que no volver a verte en mucho tiempo.
Hemos pasado una velada muy agradable los dos juntos,
deja que sta sirva de despedida. Adis, mi querido y
buen Arthur, es muy posible que ya no est aqu cuando
leas estas lneas, pero si estuviera no vengas a verme, no
puedo soportar las despedidas. Al fin y al cabo, podre-
mos vernos cuando queramos, creo que no ser preciso
esperar mucho tiempo hasta que la razn nos permita
quererlo. Adis; te he engaado por primera vez, pues
ped los caballos para las seis y media. Espero que no te
duela mucho este engao, lo hice por m, pues s lo
dbil que soy en tales momentos y cunto me afecta
cualquier emocin violenta. Adis, que el Seor te
bendiga.
Tu madre, j. Schopenhauer.
Escrbeme ya el prximo mircoles.
Johanna Schopenhauer a Arthur
Weimar, 29 de septiembre de 1806
Tu carta, mi queridsimo Arthur, ha hecho
verdaderamente agradable mi primera maana en Wei-
-
27
mar. Pienso mucho en ti, y una vez que descanse y est
tranquila [32] te echar mucho de menos; pero as lo
quiere el destino, y finalmente, a qu no acabamos acos-
tumbrndonos. Que te hayas tomado mi despedida po-
laca como hay que tomrsela est muy bien por tu parte,
creo que fue lo mejor para ambos; habra sufrido mucho
si hubiera tenido que despedirme formalmente de ti.
Con tu carta, le has dado a Adele2 una gran alegra; al
principio no poda creerse que le hubieras escrito, tam-
bin para m es muy valiosa esa prueba de tu amor por
ella. Con un tiempo esplndido, mi viaje fue realmente
placentero. El martes a media tarde llegamos a
Braunschweig, de donde partimos el mircoles, a las dos
de la tarde. El profesor Romer3, a quien me dirig por
recomendacin de Tischbein4, es un hombre muy ama-
ble que se esforz cuanto pudo por informarme del ca-
mino hasta aqu y tambin nos sirvi de gua en el mu-
seo. Llegu a Halle el viernes por la noche y me enter
de que camino a Weimar no hallara caballos ni aloja-
miento, puesto que todo estaba lleno de soldados. Me
fue imposible encontrar de inmediato a mis viejos
conocidos, esto hizo que no supiera qu decisin tomar;
sin embargo, antes de que hubiera podido equivocarme
vino el consejero ulico Schey con su mujer y el profe-
sor Froriep; me hall entre amigos que me aconsejaron,
y decidimos, pues, que pasara el sbado en casa de los
Richardt y los Schey. Finalmente, el domingo, alquil
caballos de tiro que, a travs de un camino por el que
-
28
casi no vi seales del ejrcito, me trajeron aqu directa-
mente, adonde llegu ya entrada la noche, bastante
tarde. Aqu reina la confianza; el ejrcito proseguir
pronto su marcha; qu suceder luego es algo que,
naturalmente, an no puede saberse, pero ya vers cmo
todo sale bien, aunque la guerra [33] es inevitable, aqu
todo es vida y confianza. Te escribo hoy slo estas po-
cas lneas para decirte que ya estoy aqu. Saluda a
Willink5, Pistorius
6 y dems amigos.
Johanna Schopenhauer a Arthur
Weimar, 6 de octubre de 1806
Aqu estoy, en medio de la guerra, querido Art-
hur, pero hay que ser valiente, y te escribo para que t
tambin lo seas y para que no te inquietes por m. El
destino juega caprichosamente conmigo. Que me
encuentre ahora aqu, justo en el centro de este huracn,
en una tierra que probablemente habr de ser el escena-
rio de una guerra cruel... pero como nadie poda saber
que sucedera lo que ha sucedido, me armo de paciencia
y no me hago reproche alguno al respecto, pues he ac-
tuado segn lo que cre ms conveniente para m y los
mos. Personalmente, no arriesgo nada; incluso si, en el
peor de los casos, los franceses llegasen a ser los amos
de estas tierras, los habitantes de aqu sufrirn mucho
con las contribuciones, pero yo, como extranjera que
soy, no tendr nada que temer. Aqu nadie parece estar a
-
29
punto de marcharse, y donde los dems se quedan, me
quedo yo tambin. Si ocurriera lo que no es de esperar,
que la guerra se acercara demasiado y fuera a librarse
alguna batalla cerca de la ciudad, eso es algo que se
sabra por adelantado y siempre me quedara la posibili-
dad de huir a Berln. A causa de los ejrcitos, los co-
rreos ya no parten directos a Hamburgo. El de hoy, de
Hamburgo, no vino, por lo que no tengo ninguna noticia
tuya, aunque estoy segura de que has escrito. Envo esta
carta adjunta a la de un comerciante de aqu, va Leip-
zig, lo mejor ser que t tambin [34] me escribas por ese
camino; habla con Ganslandt7 al respecto, y escrbeme
en cuanto puedas, estoy impaciente por tener noticias
tuyas, querido Arthur. La visin de todo este aparato
militar me parece harto interesante. Ayer pas por aqu
el ejrcito de Sajonia bajo el mando del prncipe de
Hohenlohe, anteayer estuvo aqu el Rey8, el duque de
Braunschweig y el Estado Mayor al completo, y as to-
dos los das; todas las tardes llegan nuevas tropas, por la
maana se marchan y dejan sitio a otras nuevas; esto da
mucha vida a este sitio tan pequeo... Los esbeltos y
hermosos soldados en sus esplndidos uniformes nuevos
y relucientes, los oficiales, todos esos prncipes y
monarcas con los que nos encontramos a cada paso; los
caballos, los hsares, la msica militar es una vida tan
llena de grandeza y poder que me resulta imposible no
sentirme irresistiblemente arrastrada por ella. Solamente
cuando pienso en las inevitables consecuencias de la
-
30
guerra, y en que muchos de esos hombres, ahora pletri-
cos de energa y de vida, tal vez pronto yazcan muertos
o mutilados en el campo de batalla, se me encoge el co-
razn. Los soldados, sobre todo los rasos, rebosan entu-
siasmo, slo desean que llegue el instante decisivo; todo
parece indicar que ser en Erfurt; tambin Napolen se
aproxima all con enorme podero, muy pronto tiene que
acontecer algo decisivo. Muchos piensan con Falstaff,
wauld it were night and all was over9, pero tambin lle-
gar ese momento. Te pido de nuevo, querido Arthur,
que no te preocupes por m incluso si durante algn
tiempo no te escribo, dadas las condiciones tan irregula-
res del correo. Lo hara con gusto, pero es fcil que las
cartas permanezcan estancadas o se pierdan. Por mi per-
sona no corro riesgo alguno, a la [35] menor seal de peli-
gro me marchar; de nuestra fortuna nicamente estn
aqu los muebles, que nadie me quitar; la plata y las
joyas puedo ponerlas fcilmente a salvo. Dile esto a to-
dos cuantos por m se interesan. Estoy bastante satisfe-
cha con mi situacin y ni un solo instante he tenido mo-
tivo alguno de zozobra: aqu tengo amigos que me ayu-
dan en lo que pueden; Rdel10
me cuida como un her-
mano, el bueno de Falk11
hace tambin lo suyo y me
mantiene constantemente informada de las ltimas noti-
cias, algo que me agrada mucho; tambin Bertuch12
se
porta maravillosamente conmigo. He venido a parar en-
tre buenas personas. Mi alojamiento lo dispongo yo
misma como si no hubiera nada ms que hacer: quedar
-
31
muy bonito y muy cmodo; mis muebles estn ya
desembalados y no se ha roto ni una sola pieza, ni un
solo cristal, ni una sola taza. El mircoles dormir all
por primera vez. Todava no he hecho nuevas amistades,
tan slo ayer, en casa de los Khn, una tal seora van
Egloffstein, madre del mariscal de la Corte, que me
invit muy amablemente a visitada y cuya casa es aqu
de las ms brillantes. Fui a ver a la seorita van
Gchhausen13
, la cual, con la recomendacin de Tisch-
bein, me recibi muy solcita; la prxima semana quiere
presentarme a la anciana duquesa14
, as como a Wieland
y a otras tantas amistades.
Slo con quererlo entrar aqu en los mejores
crculos; sin embargo, observar juiciosamente mi
entorno a fin de no apresurarme. Goethe est todava en
Jena, le conocer en cuanto regrese.
Sophie y Duguet15
trabajan como chinos en mi
nuevo alojamiento, Adele se porta estupendamente, est
sana y prepara una hermosa carta para ti. Ha encontrado
[36] una verdadera amiga en la pequea Ridel. Mignon
se escapa a cada instante y tenemos que encerrarlo; pas
una noche entera fuera de casa, pero luego regres
voluntariamente. Khn viaja este lunes a Hamburgo, ha
vendido su casa, pero su mujer y sus hijos permanecern
aqu tranquilamente hasta la primavera, luego entre-
garn la casa. Tambin una tal familia Rodde, de
Lbeck, se ha establecido aqu, se habla de barcos
apresados all, todava no he visto a esta familia. stas
-
32
son, pues, mis nuevas; querido Arthur, ahora me gus-
tara saber enseguida cmo te va a ti, sobre todo qu tal
ests de salud y cmo va tu odo. Qu tal te llevas con
Grasmeyerl6
Cmo se porta Jenisch17
contigo?
Dejars pronto de ejercer las obligaciones de los ms
pequeos? De que te encuentres bien en casa de Willink
no me cabe la menor duda. Cmo va tu humor? Te
amargas a menudo, o te conformas con este loco mundo
por la sencilla razn de que no tenemos a mano otro
mejor? Qu hace Kymops?18
Ayer estuviste en casa de
los Bhl19
, espero que te divirtieras. Escrbeme algo
acerca de Anthime20
, y ya que t, corazn de tigre, no
quieres que se aloje contigo, dime al menos si tienes
alguna idea aproximada de dnde se quedar. Saluda a
los Bhl, Pistorius y Bregardt cuando los veas, a todos
les escribir en cuanto pueda; aqu en el hostal, con todo
este jaleo, compartiendo habitacin con Adele, me re-
sulta casi imposible; nicamente con gran trabajo he
podido garabatearte estas letras, y es seguro que habrs
de verlos. Adis, mi buen Arthur, piensa a menudo en
nosotros.
Tu madre, J. Schopenhauer
-
33
Adele Schopenhauer a Arthur
Weimar, 10 de octubre
Querido Arthur:
No esperaba recibir tan pronto una carta tuya; sin
embargo, ya ves que yo tambin puedo escribir. Te
envo adems una misiva para Emmy Pistorius, llva-
sela pronto y saldala de mi parte. Junto a esta carta hay
todava otra para mademoiselle Connings, en Katrinen
Kirchhof. Todo esto te llegar por medio del seor
Khn. La ciudad no es muy grande, pero a cambio debe
de ser muy tranquila; ahora, sin embargo, vemos pasar
soldados a cada momento, y hace unos das Sophie vio a
un oficial prusiano herido, pero que se haba roto la
pierna en la ciudad. Sophie te enva saludos. Adis, que-
rido Arthur, que te vaya bien y no te olvides de
Tu Adele Schopenhauer
Johanna Schopenhauer a Arthur
Weimar, 18 de octubre de 1806
Como puedes comprobar, todava estoy viva, y
adems puedo asegurarte que todos nos encontramos a
salvo y que nadie en nuestra casa ha sufrido el menor
dao. Anteayer, apenas me hube repuesto un poco, te
escrib unas lneas a fin de tranquilizarte, pues tema que
estuvieras demasiado inquieto por mi suerte; pero no s
si las recibirs, los correos no transitan todava, se dice
que maana partir el primero; esto te lo escribo por si
-
34
caso; dichas lneas las despach sin sellar un oficial
francs por medio de un oficial prusiano prisionero; al
prusiano lo transportaban a otro lugar y me [38] prometi
que a la primera oportunidad que tuviera entregara mi
carta al correo. Espero que lo haya hecho as, aunque es
posible que esta carta llegue antes. Ahora quiero
referirte brevemente la historia
19 de octubre
Aqu me interrumpieron ayer. Vivimos an das
muy agitados; tampoco enviar esta carta hasta estar
segura de que llegar, pues no deseara tener que contar
esta historia de nuevo. Mientras tanto, te escribir cada
vez que pueda unas pocas lneas insignificantes con la
esperanza de que por lo menos te llegue alguna noticia
ma, pues realmente debes de estar muy preocupado por
nosotros. Y ahora, deja que te cuente. Pero comenzar
desde muy atrs, pues an no tengo la cabeza del todo
en su sitio, aunque espero que esto se solucione escri-
biendo: escribir fue siempre un calmante para m. Ya no
recuerdo cundo te escrib por ltima vez, y tampoco
puedo ir ahora a mirar en mi caja de correspondencia;
slo s que entonces este lugar se hallaba plagado de
prusianos y sajones y que nadie imaginaba la proximi-
dad de tan terrible catstrofe. Buen Dios! Si hubiera
sabido lo que se nos vena encima, incluso a pie hubiera
salido de aqu! Aunque hubiera hecho muy mal, pues ya
ha pasado todo y los mos y yo estamos a salvo. Mi
-
35
alojamiento en el Erbprinz, dada la cantidad de
prncipes y generales que all se hospedaban, resultaba
muy incmodo. Me corra prisa, pues, tener mi propio
hogar, as que el da 8 me traslad a mis nuevas
habitaciones, que yo haba dispuesto enteramente a mi
gusto y donde slo faltaban ya las cortinas y otras cosas
por el estilo.
Llegu a Weimar el da 28; entonces, el ejrcito
[39] prusiano se hallaba en las cercanas, pero todava no
en la ciudad. El da 1 entr aqu, de paso hacia Erfurt, de
donde se sospechaba que los franceses se hallaban
cercanos. Esto dur hasta el da 3 o el 4; ya te describ
entonces toda la pompa militar; entonces todo eran
esperanzas, nadie poda suponer que Turingia se conver-
tira en el escenario de la guerra. El da 3 observamos
extraos movimientos en el ejrcito: tropas que haca
tiempo haban partido, ahora regresaban de
nuevo; en los das siguientes, todos se replegaron desde
Erfurt; en nuestra pequea ciudad y sus alrededores
acampaba un ejrcito de casi 100.000 hombres, prusia-
nos y sajones. Los soldados se hallaban malhumorados a
causa de las intiles y fatigosas marchas, y los lugare-
os, a causa del duro acuartelamiento y la consiguiente
caresta; todava quedaban esperanzas, mas, un espritu
sombro pareca oscurecer los semblantes: se esperaba y
se temblaba. Yo quera marcharme, pero, adnde ir?
Todos me aconsejaban que me quedara; en realidad, no
tena ms remedio, pues era imposible conseguir caballo
-
36
alguno, ni siquiera comprndolo; y tampoco nadie haca
el menor gesto de huir. El da 9 o el 10 lleg aqu el
Rey, acompaado de la Reina21
, del duque de Braunsch-
weig y de un gran nmero de generales. La Gran
Duquesa abandon la ciudad. Se instal un campamento
desde Erfurt hasta el Ettersberg, a una milla de distancia
de Weimar, que se extendi hasta muy cerca de nuestro
parque. Se supo con certeza que los franceses haban
irrumpido por la parte donde menos se los esperaba, que
se haban adueado de Coburg y de Saalfeld; se oan
caonazos en la lejana, nadie saba a ciencia cierta qu
pensar, se crea que se replegaran hacia Leipzig y
Dresde y que el Rey, la Reina [40] y el duque de
Braunsweig permanecan aqu tranquilos, el ejrcito en
el campamento... A nosotros nos lata el corazn de
impaciencia. El da 11 me enter de que G. v. KY se
hallaba aqu. Le envi mi direccin, l mismo habl con
Duguet y le dijo que vendra a visitarme por la tarde.
Despus, pudimos ver a soldados prusianos y sajones
heridos que regresaban en fuga; los caonazos lejanos
no pararon apenas durante esos das. Nos enteramos de
que un ejrcito harto pequeo, al mando del Prncipe
Luis23
, haba sido completamente diezmado en Rudols-
tadt, tras ocho horas de combate. El Prncipe, cuyo bello
porte habamos podido admirar haca escasos das, pere-
ci; no quiso entregarse, ni tampoco sobrevivir a la de-
rrota. La visin de los fugitivos y ms an la de los
heridos era algo espantoso, se desarrollaban escenas
-
37
desgarradoras; en la calle, vi venir a un oficial a caballo;
interrog a un coracero herido: Sabis algo del ca-
pitn Br? Ha muerto fue la respuesta, yo mismo
lo vi caer. El oficial era su hermano. Yo segua deci-
dida a marcharme, pero no tena caballos; por otra parte,
todos me aseguraban que mi persona no corra riesgo
alguno si permaneca en la ciudad, pero que los caminos
eran inseguros. Insist, segu buscando caballos, mand
hacer el equipaje y quise hablar con K. ante todo. Me
escribi que no podra venir a verme aquella tarde, que
vendra al da siguiente, el 12. No tuvimos otro remedio
que calmamos un poco. El da 12 me visit primero
Bertuch, que me tranquiliz mucho; se saba con certeza
que los franceses se replegaban hacia Leipzig, todo
poda salir bien, no corramos peligro. Poco despus, me
anunciaron la visita de un desconocido. Me dirig a la
antesala y all encontr a un hombre atractivo [41] y de
grave apariencia, vestido de negro, que se inclin
profundamente ante m y que muy cortsmente me dijo:
Permtame que le presente al consejero privado
Goethe. Dirig mi mirada al resto de la habitacin bus-
cando a Goethe, puesto que segn la torpe descripcin
que me haban hecho de l no poda reconocerla en el
hombre que yo tena delante. Mi alegra y mi confusin
fueron enormes, pero creo que me comport mucho me-
jor de como lo hubiera hecho de haberme preparado
previamente para su visita. Cuando me hube tranquili-
zado un poco, tena mis manos entre las suyas y ambos
-
38
nos dirigamos hacia el cuarto de estar. Me dijo que ya
haba tenido intenciones de visitarme el da anterior, me
tranquiliz con respecto al futuro y me prometi volver
pronto. El da transcurri sin novedad, el campamento y
todo lo dems sigui como estaba. Por la tarde lleg G.
v. K., que haba deseado hallarme a solas, y as ocurri.
Se comport conmigo como siempre y, por cierto, tam-
bin me aconsej que me quedara hasta el ltimo
momento. Pareca estar muy disgustado con el curso de
los acontecimientos, me cont que el enemigo se hallaba
en Naumburg y que haba ardido el polvorn. Si
maana seguimos aqu, estamos perdidos me dijo.
Creo que usted no arriesga nada si se queda, pero si
desea marcharse, vaya hacia Erfurt y de all a Magde-
burgo, y luego ya hacia donde mejor le parezca. El
general quera contarme muchas ms cosas acerca de la
situacin, pero en esto apareci su ayudante y le comu-
nic que volva a orse un fortsimo caoneo; apenas si
tuvo tiempo de despedirse, y se apresur a acudir junto
al Rey. Era ya bastante tarde, pero a pesar de eso ped a
Conta24
, que desde haca unos das se hallaba alojado [42]
en nuestra casa, que llevara mi pasaporte al duque de
Braunschweig para que lo firmara. As lo hizo. Yo
albergaba todava la esperanza de encontrar algn caba-
llo, si bien en la posta no quedaba ninguno y a los
ciudadanos no se les permita darlos. Todava no me
haba decidido del todo a marcharme, pero deseaba estar
preparada en caso de necesidad. Tambin llegaron Ridel
-
39
y mi paisano Falk; a este ltimo le haba prometido
llevarlo conmigo para librarlo del destino del librero
P.25
, as que le encargu que se procurase un pasaporte y
buscase caballos y que estuviera dispuesto para partir a
cualquier hora. Ni l ni Ridel crean que existiese
todava un gran peligro. Lemos el manifiesto que yo
haba recibido y nos separamos tranquilamente. El
lunes, da trece, por la maana, fui al campamento con
Conta y Adele; durante todos estos das haba hecho un
tiempo excelente: la vida y el ajetreo del campamento,
el hermoso parque, la luminosidad del sol, me llenaron
de gozo. De regreso a casa vimos a todos los oficiales
ante el alojamiento del Rey y al propio monarca
asomado a la ventana; slo con mucho esfuerzo
pudimos abrimos paso entre la multitud. Ya en casa me
dijeron que K. haba estado all, le haba dicho a Sophie
que partira a las dos, que no podra ya verme, me peda
que le escribiera unas lneas de despedida, y as lo hice;
le ped que me dijera si deba huir y a dnde, y que me
consiguiera caballos. Eran las doce. Me dirig al castillo
a ver a la dama de compaa de la duquesa viuda26
,
seorita v. Gchhausen, que en ese tiempo se haba
hecho amiga ma, para poder enterarme de algo nuevo y
concreto. Me la encontr precisamente en la escalera,
junto a la duquesa, y all mismo, en la escalera, le fui
presentada. Ella ya haba odo [43] hablar de m, y a pesar
de lo alarmada que estaba, me trat con mucha
amabilidad y me invit a acompaarla a sus aposentos.
-
40
Aqu llegaron diversos oficiales portando noticias
inquietadoras. De nuevo se oy un fuerte caoneo; el
campamento del que yo vena comenzaba a levantarse,
todos se preparaban para la marcha. Cuando se retiraron
los oficiales, tuve que sentarme un poco con la duquesa,
permanec con ella una media hora larga. Buscamos en
el mapa el camino que K. me haba recomendado; por
cierto, la reina haba tomado la direccin contraria. La
duquesa me dijo que ya tena todo listo para partir y me
aconsej que yo hiciera lo mismo; caballos no me poda
dar, pues apenas ella misma tena algunos, y a pesar de
estar ya preparada para el viaje, todava no se hallaba
muy decidida. Me hara saber cundo y hacia dnde
partira, y con esto me desped de ella. En casa hall la
respuesta de K., me escriba que si le era posible se
acercara a verme un instante, que por lo dems, si se
quedaban aqu las dos duquesas27
, en cuanto que
persona particular, yo no tendra nada que temer.
Tampoco l tena caballos, pasado maana podran
obtenerse monturas de posta, entonces tendra que huir
por Erfurt y Langens alza hacia Magdeburgo o
Gttingen, esa ruta sera segura. Al fin me tranquilic,
pues no me caba otro remedio. El trasiego de las tropas
que abandonaban la ciudad, la marcha del Rey, todo
esto me hizo caer en la cuenta del peligro que yo misma
corra, un peligro que, en realidad, nadie haba credo
tan inminente. Hacia las cuatro, puesto que el tambor de
su regimiento ya haba redoblado por segunda vez, lleg
-
41
el propio K.; estaba bastante impresionado y a la vez
pletrico por los grandes acontecimientos que le
aguardaban; [44] no pudo decirme nada, nuestra
despedida fue verdaderamente conmovedora. Entonces
redobl por tercera vez el tambor y tuvo que marcharse.
Me encogi el corazn ver partir de esa manera a aquel
hermoso anciano. Todava no s qu habr sido de l.
Aquella despedida y el ajetreo de aquel da haban
agotado mis fuerzas, mand a Sophie y a Adele al
teatro, donde precisamente se representaba Fanchon28
,
para poderme quedar a solas. Me recost en mi sof y
all permanec completamente en calma; aquel silencio
mortal, tras el barullo de los ltimos das, era horrible.
Hacia las siete volv a or movimiento y voces en las
calles, me senta como ahogada en casa, hice que
Duguet me condujera a la de Ridel. Slo dando grandes
rodeos pude llegar hasta all, pues todas las calles
estaban ocupadas por carros y caballos; se trataba de los
pertrechos y el personal que segua al ejrcito. En casa
de Ridel nos dimos nimos mutuamente: la opinin
general segua siendo que los franceses se hallaban en
Leipzig y que nuestro ejrcito haba salido a su
encuentro hacia all, donde con toda probabilidad se
librara una batalla. Me fui a casa, Ridel me acompa;
el barullo haba decrecido un tanto, la mayora de los
carros haba partido ya. En casa, encontr a Adele ya
Sophie muy contentas, recin llegadas del teatro. Nos
fuimos a la cama despreocupadamente. Esa noche me
-
42
despert varias veces, reinaba un silencio mortal que,
despus de todo el jaleo que da y noche habamos
tenido hasta entonces, me atemorizaba sobremanera. No
me levant hasta las siete y media, la batalla ya haba
dado comienzo, poco antes de las seis de la maana, en
Jena. T conoces el camino que va de Weimar a Jena,
conoces los escarpados riscos, que estn provistos de
muros a fin de [45] que los carros no se despeen y se
precipiten al abismo; abajo, en el fondo, se halla el
Mhlenthal, all estaban los franceses, el Emperador
entre ellos. La niebla era tan espesa que al principio no
se le vea, lo s por testigos oculares; estaba sentado
ante una fogata de campaa calentndose y preguntaba
una y otra vez si no se vea a los prusianos; en esto se
los vio asomar en lo alto. Los encolerizados franceses se
lanzaron a escalar los empinados riscos, durante algn
tiempo no pudo determinarse quin obtendra la
victoria, pero el ejrcito francs reciba tropas de
refuerzo a cada instante; los prusianos se batieron como
leones, pero la desproporcin era demasiado grande; a
stos logr expulsrseles de su posicin privilegiada, la
cual, desde luego, no supieron aprovechar lo suficiente,
y ya conoces el resultado. Hasta las nueve no me enter
por mademoiselle Conta, que est aqu con nosotros en
casa, que se oan caones y que se esperaba fuera a
librarse una batalla en las cercanas. Llam a Sophie,
mis joyas estaban cosidas en mi cors, que me puse.
Haca unos das que haba hecho que un comerciante de
-
43
aqu me diera cincuenta luises de oro en plata a cambio
de un pagar, a fin de proteger mi oro, pues no lo haba
en la ciudad; tena tambin, algo ms de cien luises de
oro cosidos en una especie de cinturn que Sophie
llevaba ceido a su cuerpo; todos mis objetos de plata
ya los tena yo empaquetados, stos, la ropa y algunas
casas que consider merecan la pena y que me permit
retirar sin que la casa pareciera demasiado desnuda y
fuera a levantar sospechas; se trasladaron a una pequea
cmara junto a mi desvn y se las cubri abundante-
mente con madera y lea de modo que la cmara
pareciese una leera. Otras cosas fueron enterradas [46] en
el stano, y luego se ech encima un montn de patatas.
En menos de hora y media qued todo dispuesto. Conta,
su hermano menor y el novio de una de nuestras
muchachas, el cual, por suerte, tambin se hallaba aqu,
supusieron una gran ayuda para mi gente. Mi casera, la
consejera ulica Ludecus29
, vino a verme; ambas nos
propusimos aguantar todo juntas y no perder el valor
viniese lo que hubiera de venir. Esa mujer, realmente
maravillosa, nos anim a todos con su tesn. A las diez,
la anciana duquesa me mand recado para avisarme de
que en una hora parta hacia Erfurt, que poda unirme a
ella si es que yo tena caballos. Yo no haba conseguido
ninguno, as que me entregu valerosamente a mi
destino. La buena Ludecus quiso llevarme junto con
Adele a casa de la condesa Bernstorf, que, como danesa,
se crea a salvo, pero a Sophie y Duguet no poda
-
44
llevrmelos. Cmo iba yo a abandonar a personas tan
leales? Me qued, y qu bien hice! Madame Ludecus,
mademoiselle Conta, Adele, Conta y yo, nos sentamos
tranquilamente en mi habitacin, en el primer piso, y
nos entregamos a la tarea de hacer vendas, tal y como
nos haba pedido el gobierno. Fueron horas soporferas,
Arthur mo; los caones tronaban a lo lejos, en la ciudad
todo estaba como muerto, el sol iluminaba los verdes
rboles ante mi ventana, exteriormente todo era calma,
mas, qu inquietud, qu tormenta, qu angustiosa
espera en nuestros corazones! No obstante, hablbamos
con calma y nos dbamos nimos unos a otros. La
tranquila resignacin de la Ludecus era indescriptible-
mente consoladora; yo trat de imitada lo mejor que
pude, slo que no poda mirar a mi Adele, pues entonces
perda todo mi valor. La propia Adele se hallaba
tranquila y despreocupada, [47] una verdadera nia, y
para m, semejante a un ngel consolador. En esto,
comenzamos a recibir una buena noticia tras otra:
Bertuch y dems amigos nos aseguraban que la victoria
era de los prusianos; nosotros, pobrecillos, esperbamos
temerosos: fue una tortura. Conta se acerc al castillo y
volvi trayendo la noticia de que la propia duquesa
haba enviado un cazador al campo de batalla para que
le trajera noticias. Dieron las doce, dejamos de or los
caones. Reinaba un silencio alarmante. Entre tanto,
Sophie no haba permanecido desocupada, mandamos
comprar pan y carne, tanta cantidad como pudimos
-
45
conseguir; Sophie se ocup de cocerla y asada; Duguet
tuvo que traer cincuenta botellas de vino de la bodega,
nos haban aconsejado que tomsemos dicha precau-
cin, pues eso era lo primero por lo que los franceses
preguntaban, y me haban advertido de lo peligroso que
era dejados entrar en la bodega. Madame Ludecus hizo
lo mismo. A la una, un amigo llam a la ventana y nos
grit: Victoria! Victoria absoluta! Oh, Dios mo!
Nos abrazamos unos a otros, no sabamos qu nos
pasaba; sin embargo, una inoportuna angustia
sobrecoga mi corazn, una premonicin de desgracia,
tal y como ya la haba experimentado yo una vez, en
otro tiempo. Tiemblo al recordado, y es ahora cuando
me doy cuenta. Pocos minutos despus se desat un
terrible gritero en las calles: Vienen los franceses!
Cientos de personas corran hacia la cercana plaza del
mercado; abrimos precipitadamente la ventana, un
centinela prusiano nos grita que no pasa nada, es que
traen prisioneros de guerra. Realmente pudimos ver
cmo traan a algunos prisioneros heridos. Vi a un
cazador cubierto de sangre al que un valiente coracero
sajn [48] defenda de los insultos del populacho, tal
visin provoc que me retirara de la ventana, pero no
tuve ms remedio que volver a asomarme, pues llegaban
jinetes sajones, prusianos, gran cantidad de carros de
aprovisionamiento en furioso desorden, huyendo a la
desbandada ... Entonces perdimos toda esperanza, nos
tomamos las manos en silencio y nos encaminamos
-
46
hacia los aposentos de la consejera ulica, situados un
piso ms arriba, que nos parecan ms seguros. An
llegaron algunos amigos que nos dijeron que el
aprovisionamiento de los 20.000 hombres de refresco
que todava quedaban en el campamento haba tenido
que ser retirado, pues aqullos tuvieron que avanzar y
no podan dejarlo atrs sin proteccin. Otros opinaban
que las cosas no iban tan bien corno antes, pero que an
no estaba todo perdido. Ah! Sin embargo, los rostros de
quienes as se consolaban reflejaban tristeza, ya no
sonrean como antes. De nuevo tronaban los caones,
cada vez ms y ms cerca, terriblemente cerca. Conta
lleg del castillo con la noticia de que todo haba
terminado, que ya ni siquiera se montaba guardia ni ante
el castillo ni ante las puertas; de nuevo vimos pasar
sajones cariacontecidos. Oh, mi Arthur! Me estremezco
slo de recordarlo. Entonces arremetieron los caones;
el suelo se estremeci, las ventanas temblaron... Oh,
Dios, qu cerca nos rondaba la muerte! Ya no oamos
estampidos aislados, sino un estremecedor y penetrante
aullido, los silbidos y el crepitar de las balas y los
abuses en terrible tormenta, sobrevolando nuestra casa
sin cesar y cayendo a cincuenta metros de all, en el
suelo o en otras casas, sin causamos el menor dao; el
ngel del Seor nos protega. Sbitamente sent paz y
gozo en mi corazn, tom a mi Adele en [49] brazos y me
sent con ella en el sof; abrigaba la esperanza de que
un obs nos matase a las dos juntas; por lo menos, que
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47
ninguna tuviera que llorar a la otra. Jams tuve tan
presente el pensamiento de la muerte, ni jams me
pareci ste tan poco temible. Adele se haba portado
muy bien durante todo el da, e incluso en aquellos
terribles instantes, no haba vertido ni una lgrima, ni
lanzado un solo grito de espanto; siempre andaba
pegada a m, y cuando era demasiado para ella, me
besaba y me abrazaba, y me peda que no tuviera miedo.
Tambin en aquellos momentos se mantena muy
callada, aunque yo senta cmo se estremecan sus
tiernos miembros, como si estuvieran atacados por la
fiebre; y oa cmo le castaeteaban los dientes. La bes,
le ped que "se tranquilizara; si tenamos que morir,
moriramos juntas; dej de tiritar y me mir risuea a
los ojos. De hecho, yo estaba entonces mucho ms
tranquila de lo que ahora lo estoy al recordar y
describirte aquella espantosa escena. Dios me concedi
muchsimo valor, todo el que entonces necesitaba. La
Ludecus estaba muy quieta, el pobre Conta sigui
nuestro ejemplo y, por lo menos, hizo lo posible por
ocultar su miedo; as pues, permanecimos all sentados.
Entonces callaron los caones, pero enseguida omos un
terrible fuego de mosquetes en la calle, un bullicio sordo
procedente del mercado y el trote de los prusianos en
fuga. Luego, de nuevo durante algunos minutos, ese
terrible silencio de la espera. En esto llega el hermano
menor de Conta con la noticia de que ya se encontraban
all; l haba visto desmontar a los generales frente al
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48
castillo; por lo visto, su apariencia era extraordinaria:
todos cubiertos de oro y plata; en la plaza del mercado
yacan muchos muertos, prusianos [50] y franceses y, por
cierto, ya se vendan all caballos que haban sido
capturados como botn, etc. Luego lleg Sophie con la
noticia de que tenamos que alojar a cinco hsares;
parecan ser muy correctos, uno de ellos era paisano de
Sophie. Sus exigencias de comida, vino, forraje, nos
parecieron, a pesar de todo, un tanto violentas, pero
Conta y Sophie los tranquilizaron y les dimos todo lo
que pudimos. El hospedaje slo compete a la duea de
la casa, pero en aquel instante me fue imposible no
aportar el vino, la carne, etc. que yo tena a fin de
ayudar a la buena Ludecus, a quien, entre tanto, haba
llegado a apreciar mucho. La necesidad extingue todo
pequeo inters y nos ensea, ante todo, cun cercanos
estamos y cmo nos parecemos los unos a los otros.
Ahora podamos respirar de nuevo, creamos que
habamos pasado lo peor, pero ay!, eso estaba an por
llegar. Eran ya casi las ocho, me ocup de que todos nos
sentsemos convenientemente a la mesa, pues, aparte de
algunas tazas de caldo y algn vaso de vino, ninguno de
nosotros haba comido nada en todo el da; adems, eso
servira para espantar un poco el miedo; as, pues, nos
sentamos a la mesa. En esto, se oy un gritero llamando
a fuego, y tan alta como el Mont Blanc se alz al
instante una columna de llamas. Claramente advertimos
que el incendio no se hallaba cerca de nosotros, pero la
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49
gente gritaba que el castillo arda, que toda la ciudad
ardera por sus cuatro costados. Querido Arthur, no se
te encoge el corazn al pensar en nosotros? Ay, hijo
mo, no he nacido yo para tanto espanto! Por fin nos
enteramos de que el incendio se encontraba muy lejos
de nosotros, en alguna parte de los arrabales de la
ciudad, donde se apian muchas casas pequeas; el
castillo no corra peligro, [51] todo era calma, no soplaba
viento alguno, nos encomendamos a Dios y nos
tranquilizamos, mas en vano, pues un nuevo sobresalto
nos aguardaba. Sollozando y temblando de miedo
aparecieron dos mujeres acompaadas del joven Conta;
haban huido de su casa escapando de los soldados. Les
haban puesto las bayonetas en el pecho se entraba en
las casas por la fuerza, se saqueaba Al principio no
podamos creerlo, sin embargo, sentimos que eso no
tena que hacernos perder la compostura; tanto yo como
madame Ludecus hicimos comprender a las damas en
tono severo que, si queran permanecer con nosotros,
tendran que sentarse bien calladitas en una esquina, sin
trastornamos con sus quejas y sus lloros. La Ludecus y
yo sentamos a la hija en una esquina y a la madre en la
otra, y las dos infelices hicieron lo que les habamos
pedido.
Mientras tanto, Sophie se haba ganado por
entero la confianza de nuestros hsares; la presencia de
nimo, el valor de esta mujer es indescriptible. Ella y
Conta nos salvaron aquella noche fatdica de males de
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50
los que casi nadie pudo librarse. Los hsares nos
advirtieron que no debamos dejar que se viera luz
alguna y nos aconsejaron que trancsemos las puertas,
pues echarlas abajo estaba prohibido y se pagaba con la
vida, aunque los soldados, a quienes no se les permita
llevar ninguna provisin encima, gozaban de la libertad
de exigir que se les diese de comer y de beber. Pero en
nuestra pobre Weimar se haba levantado esa
prohibicin; eso no lo sabamos nosotros. Poco despus,
amenazaron con derribar la puerta principal; Sophie y
Conta corrieron abajo y, Dios sabe cmo, trataron de
persuadir a aquellos hombres salvajes de que se
acercaran [52] a la ventana; los intrusos exigieron que se
les diera enseguida pan y vino, y ambas cosas se les
entregaron por la ventana. Se pusieron bastante alegres,
cantaron y bebieron a la salud de Sophie, a lo que ella
tuvo que corresponder, hasta que prosiguieron su
camino. As aconteci unas cuantas veces ms, y de
nuevo abrigamos la esperanza de que todo haba pasado.
De pronto, alguien de los nuestros grit que haban
echado abajo la puerta, que ya estaban en la casa... no
era as, aunque la cancela exterior del jardn haba sido
forzada. Golpearon violentamente la puerta principal y
exigieron que se les dejase entrar si es que no queramos
que derribasen la puerta; por lo visto, un seor de la
casa les haba prometido franquearles la entrada. Y
efectivamente as haba sido. Al joven Conta se le haba
ocurrido aquella tonta idea en la calle para librarse
-
51
de ellos cuando trajo a las mujeres. Sophie y el mayor
de los Conta fueron, pues, a abrirles; los dems nos
preparamos para ver aparecer de inmediato en la
habitacin a los soldados. Todos nosotros nos
hallbamos apretujados en un cuartito trasero, a fin de
no dejar ver luz alguna; a Adele la haba acostado en
una cama, yo me sent a su lado, mi bolsa con algunos
tleros, en la mano. Omos, pues, las terribles voces en
el piso de abajo: du pain, du vin, vite, nous montons
(el pan, el vino, rpido, vmonos), y a Sophie ya Conta
dndoles calurosamente la bienvenida. Sophie les dijo
que haca ya mucho que los estaba esperando y que
haba guisado para ellos, slo les peda que no hicieran
mucho ruido para que no los oyera el oficial que
tenamos en casa. Que deseaban comer en el saln?
Ella no tena la llave a mano, pero all mismo, el
vestbulo, sera un lugar apropiadsimo para disponer
una buena mesa; y as, les sirvi en el vestbulo el vino,
[53] el pan y la carne asada. Conta, quien pasaba por ser
el marido de Sophie, haca tambin lo suyo. Los salvajes
se amansaron de nuevo, comieron, bebieron y
estuvieron muy alegres. Imagnate, a la vez, aquellos
rostros crueles, los desnudos sables ensangrentados, los
blancos blusones que se ponen los soldados para tales
menesteres salpicados de sangre, sus salvajes carcajadas
y su conversacin, sus manos tintas en sangre... Yo los
vi tan slo un instante, desde la escalera, eran unos diez
o doce. Sophie, en medio de ellos, bromeaba y rea. Uno
-
52
la asi por la cintura, ella se volvi de repente y, rauda,
se sacudi de encima la mano ensangrentada para que
no pudiera palpar el cinturn con el dinero. A Duguet lo
haba encerrado ella casi a la fuerza; como francs que
era, no arriesgaba nada, pero Sophie tema su clera,
que, como t sabes, es de la peor clase. Como durante el
da entero Duguet apenas haba comido y en cambio, no
haba parado de trabajar, al beber y relajarse sus fuerzas,
el pronto podra sobrevenirle con suma facilidad. Los
seores se sentan tan a gusto que no hacan ademn
alguno de marcharse, entonces Sophie se llev abajo a
Adele, que habl de forma encantadora con los soldados
y les pidi que se marcharan, pues tena mucho sueo;
los desgraciados se dejaron ablandar por la nia y se
fueron. Nuestros dos fieles hsares se hallaban tambin
all, los otros tres dorman en la antesala. Me quedaban
tan pocas fuerzas que tambin yo necesitaba desespe-
radamente dormir, aun cuando la misma muerte se
hallase agazapada a los pies de la cama; casualmente
tanto ese da como el anterior me haba sentido dbil y
no del todo bien. Las puertas se atrancaron de nuevo,
me acost en la cama completamente vestida, y junto a
m se recost [54] Adele, y Sophie hizo otro tanto abajo,
en su habitacin. Junto a mi cuarto se acost Conta:
tanto l como los dems permanecieron despiertos, pero
yo dorm apacible y tranquilamente durante cuatro
horas. El incendio prosegua con furia, no se permita a
persona alguna sofocarlo, los pocos que se haban
-
53
atrevido a salir de sus casas fueron retenidos por los
franceses. La duquesa haba enviado a sus sirvientes al
lugar del incendio, y tampoco les permitieron acercarse.
Los humanos queran destruir la pobre Weimar, mas
Dios se mostr misericordioso. Una pequea calle, justo
por encima de los establos ducales, arda sin cesar, las
llamas se elevaban a gran altura en el aire, tan slo un
poco de viento y hubiera ardido el castillo y con l, con
seguridad, la ciudad entera. Pero no se levant ni una
pequea rfaga de aire, el fuego sigui plcidamente su
curso hasta llegar a una casa que haca esquina y all se
apag solo. A pesar de que el incendio dur hasta media
maana del da siguiente, slo cinco casas quedaron
totalmente destruidas. El fuego lo iluminaba todo, yo
vea las llamas imponentes, pero, a pesar de eso, tena
que dormir: nunca antes haba sentido semejante
cansancio. La noche transcurri con bastante tranquili-
dad, omos golpear varias veces la puerta, pero como no
abrimos y tampoco poda verse luz alguna, nos dejaron
en paz. La ciudad haba sufrido horriblemente, y
tambin los arrabales. La Explanada30
, aun sin hallarse
lejos, no queda en el mismo centro de la ciudad; esto,
junto con la presencia de nimo de Sophie y Conta, fue
lo que nos salv. La ciudad qued prcticamente a
merced de los saqueadores. Los oficiales y la caballera
no tomaron parte alguna en los actos ignominiosos, e
hicieron lo que pudieron [55] por protegemos y por
ayudamos, pero, qu podan ellos contra la clera de
-
54
50.000 hombres exaltados a quienes esa noche se les
permita campar por sus fueros? Como los primeros
mandos lo haban permitido, o por lo menos no lo
haban prohibido de forma expresa, varias casas fueron
saqueadas. Primero, como es natural, todas las tiendas.
Ropa, plata, dinero, todo se lo llevaban. Los muebles y
lo que no poda transportarse lo destrozaban; forzaron
casi todas las puertas, rompieron todas las ventanas; a
muchos los sacaron de sus casas amenazndoles con las
bayonetas y, por si fuera poco, la socarronera de esa
nacin, sus salvajes canciones mangeons, buvons,
pillons brlons tous les maisons (comer, beber, pillaje,
quemar todas las casas), que podan orse a voz en grito
en todas las esquinas. Por todas partes corran portando
antorchas encendidas que luego arrojaban al rincn que
mejor les pareca; es un milagro que no ardiera todo por
los cuatro costados. Los soldados haban encendido
grandes hogueras de campaa en la plaza del mercado,
all se calentaban y asaban y cocan pollos, gansos y
hasta bueyes. Su campamento se extenda desde la parte
alta del parque hasta Oberweimar y Webicht, esto es, los
que no estaban acuartelados en la ciudad vivaqueaban
junto a enormes hogueras, sin tiendas de campaa. El
parque se encuentra devastado, los hermosos rboles
convertidos en lea para el fuego. Todos los edificios
del parque, hasta los minsculos chamizos donde se
guardan las herramientas, han sido forzados o
destruidos. Al principio, pocos eran en el campamento
-
55
los que saban que abajo exista una ciudad, pero al
llegar cargados con el botn quienes haban estado en
Weimar, les contaron que en la parte de abajo se hallaba
una ciudad de bastante buen ver en la que se dejaba va
[56] libre al saqueo, y as es como vinieron los restantes;
los oficiales apenas podan dominar su indignacin,
pero no tenan orden de retener a los soldados. El
prncipe Murat31
y otros tantos generales se encontraban
en la ciudad; el Emperador no lleg hasta la maana
siguiente. Muchos vecinos huyeron de sus casas a los
bosques y al campo, y buena parte de ellos no ha
regresado an. Cientos se haban salvado refugindose
en el castillo, tambin all los franceses haban logrado
entrar en la cmara de la plata y de la ropa y robado
varias cosas, asimismo saquearon la cmara de armas
del duque. La duquesa ha demostrado ser muy valiente,
y nos ha salvado a todos. El Emperador estuvo hablando
con ella ms de dos horas, algo que an no ha sucedido
con ninguna princesa. Ella ha sido la nica que ha
permanecido aqu mientras todos los suyos huan; si
llega a marcharse tambin, Weimar habra dejado de
existir. Acogi en el castillo a cuantos pedan
proteccin, y comparti todo lo que tena con los
refugiados; as se dio el caso que tanto ella como los
dems, durante un da entero no pudieron comer sino
patatas. Quienes estuvieron con ella me aseguraron que
tan bondadosa mujer mantuvo constantemente toda su
entereza, y que en su persona no se adverta diferencia
-
56
alguna con respecto a su comportamiento habitual.
Quienes abandonaron sus casas han perdido casi todo,
algunos tuvieron la buena suerte de recibir enseguida
oficiales en cuartel, los cuales les sirvieron de alguna
proteccin, incluso arriesgando por ellos sus propias
vidas. Pero quienes mejor parados han salido son
aquellos que, como nosotros, tuvieron el valor suficiente
como para no mostrar miedo alguno, que conocan la
lengua y las costumbres de los franceses; entre [57] ellos
est Goethe, quien durante toda esa noche tuvo que
desempear en su casa el mismo papel que Sophie y
Conta desempearon en la ma. Falk pudo arreglrselas,
a pesar de que habla mal el francs, y as algunos otros.
Al consejero de minas Kirsten, que reside aqu, en la
parte delantera de la casa, le ayudamos nosotros, pues
con l no vive nadie que sepa francs. A Wieland32
,
dada su calidad de miembro del Instituto Nacional, el
general Denon le asign una escolta. La viuda de
Herder33
, cuyo alojamiento ocupo yo ahora, tuvo que
huir al castillo; en su casa lo destrozaron todo y, lo que
es peor, los manuscritos pstumos del gran Herder, que
ella olvid llevarse consigo, han sido desgarrados o han
desaparecido. A los Ridel no les quedaron ms que los
muebles; los objetos de plata, el oro, la ropa, los
vestidos, todo se ha esfumado. Segn mi consejo,
escondieron sus cosas en el desvn, pero al producirse el
incendio, lo creyeron ms cercano de lo que en realidad
estaba, y las trasladaron al stano, donde inmediata-
-
57
mente irrumpieron los franceses. Se han quedado con el
samovar de plata, puesto que nadie advirti que se
trataba en verdad de plata, y un farol que un soldado les
devolvi tras habrselo arrebatado a sus camaradas en
agradecimiento por una camisa que le dieron. A Khn le
ha ido terriblemente mal. Su casa se halla, como t
sabes, a las afueras de la ciudad, menos mal que no la
compr. Los brbaros hicieron all todas las locuras que
quisieron. Khn sali de viaje el lunes hacia Hamburgo,
pero tuvo que desistir y regresar enseguida. El martes se
puso en camino, a pesar del enorme peligro existente, y
no s qu habr sido de l. Su mujer e hijos se
escondieron en un agujero bajo tierra, en el jardn, aun
antes de que llegaran los franceses. El [58] preceptor, un
francs, Perrin, permaneci en la casa, mas tuvo que
huir en cuanto comenz el saqueo y se vio amenazado
por sables y bayonetas. Ya casi por la maana
descubrieron a los infelices en su escondite. Estuvieron
a punto de dispararles all mismo, pero lograron salvar
sus vidas comprndolas con todo el dinero y todos los
objetos de valor que tenan consigo. Hacia el medioda
llegaron otros soldados que volvieron a amenazados de
muerte; al fin, ya casi por la noche, pudieron salir de
all, y ahora se alojan en casa del comerciante Desport,
junto al mercado. Todos los das oigo el relato de algn
horror. El profesor Meyer34
quiso permanecer en su
casa, pero los prusianos en fuga dejaron all mismo, en
su calle, tres carros cargados de plvora; uno de ellos
-
58
estaba completamente deshecho y la plvora se haba
vertido al exterior. Meyer no pudo, pues, quedarse, as
que se traslad apresuradamente a casa de sus suegros,
que no queda muy lejos de la de Khn; tambin
aparecieron all aquellos demonios, lo robaron todo y,
finalmente, bajo amenazas y a la fuerza, desalojaron de
su casa a la pobre familia, que tuvo que presenciar la
metdica carga de todas sus pertenencias en carros y
luego ver cmo se las llevaban. El suegro de Meyer es
un anciano enfermo e hipocondriaco que administra una
contadura, amante escrupuloso del orden. Goethe me
cont despus que jams haba visto una imagen tan
viva de la desolacin como la que ofreca ese hombre,
en medio de