salazar de la torre (2006) - la revolución política de bolívia

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143 LA REVOLUCIÓN POLÍTICA EN BOLIVIA... La revolución política en Bolivia. Apuntes para una interpretación crítica Cecilia Salazar de la Torre* Nos agobia (…) no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino también su falta de desarrollo. Carlos Marx Resumen La transformación política de Bolivia, después de un proceso largo de luchas contra la exclusión, a partir de diciembre de 2005 con la elección de Evo Morales como presidente, es parte de lo que en este artículo se intenta analizar. El trabajo está dividido en dos partes centrales: en la primera se intenta establecer teóricamente el carácter del Estado en el ca- pitalismo, en tanto condensación de los intereses de clase de la burguesía; en la segunda se hace referencia al proceso político boliviano, en función del Estado como condensación de la lucha de clases, por lo tanto, como un campo en disputa en torno al cual están plan- teadas las opciones políticas de su devenir histórico. Abstract This article analyzes the political transformation of Bolivia, after a long process of struggle against exclusion. It focuses on the government of Evo Morales, especially when he was elected president in December 2005. This work is divided in two central topics. Using a theoretical analysis, it identifies the character of the current economic system as an entity representing the interests of the capitalist class. It looks into the Bolivian political process as one being dominated by struggle of classes. That is to say that Bolivia is the place in which political alternatives are considered. Resumo A transformação política da Bolívia, depois de um processo de lutar contra a exclusão, a partir de dezembro de 2005, com a eleição de Evo Morales como presidente, é parte do que neste artigo se tenta analisar. O trabalho está dividido em duas partes centrais: na primeira se tenta estabelecer teoricamente o caráter do Estado no capitalismo, como a condensação dos inte- resses de classe da burguesia; na segunda, faz-se referência ao processo político boliviano, em função do Estado como condensação da luta de classes, portanto, como um campo em disputa em torno ao qual estão propostas as opções políticas de seu devenir histórico. * Socióloga. Docente-investigadora del Posgrado en Ciencias del Desarrollo de la Universidad Mayor de San Andrés (CIDES-UMSA), La Paz, Bolivia. Estudios Latinoamericanos, nueva época, núm. 22, julio-diciembre, 2008

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A revolução política na Bolívia

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  • 143LA REVOLUCIN POLTICA EN BOLIVIA...

    La revolucin poltica en Bolivia.Apuntes para una interpretacin crtica

    Cecilia Salazar de la Torre*

    Nos agobia () no slo el desarrollo de la produccincapitalista, sino tambin su falta de desarrollo.

    Carlos Marx

    ResumenLa transformacin poltica de Bolivia, despus de un proceso largo de luchas contra laexclusin, a partir de diciembre de 2005 con la eleccin de Evo Morales como presidente, esparte de lo que en este artculo se intenta analizar. El trabajo est dividido en dos partescentrales: en la primera se intenta establecer tericamente el carcter del Estado en el ca-pitalismo, en tanto condensacin de los intereses de clase de la burguesa; en la segundase hace referencia al proceso poltico boliviano, en funcin del Estado como condensacinde la lucha de clases, por lo tanto, como un campo en disputa en torno al cual estn plan-teadas las opciones polticas de su devenir histrico.

    AbstractThis article analyzes the political transformation of Bolivia, after a long process of struggleagainst exclusion. It focuses on the government of Evo Morales, especially when he waselected president in December 2005. This work is divided in two central topics. Using atheoretical analysis, it identifies the character of the current economic system as an entityrepresenting the interests of the capitalist class. It looks into the Bolivian political process asone being dominated by struggle of classes. That is to say that Bolivia is the place in whichpolitical alternatives are considered.

    ResumoA transformao poltica da Bolvia, depois de um processo de lutar contra a excluso, a partirde dezembro de 2005, com a eleio de Evo Morales como presidente, parte do que nesteartigo se tenta analisar. O trabalho est dividido em duas partes centrais: na primeira se tentaestabelecer teoricamente o carter do Estado no capitalismo, como a condensao dos inte-resses de classe da burguesia; na segunda, faz-se referncia ao processo poltico boliviano,em funo do Estado como condensao da luta de classes, portanto, como um campo emdisputa em torno ao qual esto propostas as opes polticas de seu devenir histrico.

    * Sociloga. Docente-investigadora del Posgrado en Ciencias del Desarrollo de la UniversidadMayor de San Andrs (CIDES-UMSA), La Paz, Bolivia.

    Estudios Latinoamericanos, nueva poca, nm. 22, julio-diciembre, 2008

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    La extraordinaria transformacin poltica que est viviendo Bolivia es coro-lario de un largo proceso de luchas contra la exclusin que, con los cam-bios inaugurados en diciembre de 2005, con la eleccin de Evo Morales comopresidente constitucional, tienden a encontrar un camino prometedor sea-lado por un reencuentro entre el Estado y la sociedad. En ese marco, el pro-blema principal del rgimen del Movimiento al Socialismo (MAS) reside enplantearse, en la perspectiva de la emancipacin social, las condiciones ma-teriales que le darn influjo y, por ende, el sujeto histrico que encarnar loscambios, ms all de la poltica simblica que por ahora lo sostiene.

    Pretendo observar este proceso histrico en las disyuntivas en torno a laciudadana que les son propias a sociedades que no han alcanzado pleni-tud poltica y econmica de corte estatal-nacional y moderno, aquellas enlas que no ha sido posible que se produzca la unidad social burguesa queabsorba las concepciones locales del mundo y de la vida. El contexto actualpresenta ese hecho con una mayor complejidad, dada la reorganizacin delcapitalismo mundial, afianzado, entre otros, por los cambios tecnolgicos, losnuevos fenmenos comunicacionales, la unificacin de los mercados financie-ros internacionales y nacionales, y las nuevas formas de interaccin cultural,social y ecolgica a nivel global (Dabat, 1995).

    Para ello, recojo la idea de ciudadana en su dimensin formal y sustantiva.Por una parte, asociada a la idea de la igualdad jurdica, constituida en sen-tido comn, en tanto criterio normativo de integracin establecida a nombredel predominio de la razn y de la supresin de las jerarquas estamentalesdel antiguo rgimen. Por otra, asociada a los procesos de monopolizacin delos recursos de la produccin y la reproduccin, frutos del orden de clase,donde los productores entran en contacto social al cambiar entre s los pro-ductos de su trabajo (Marx, 1946). Estableciendo una relacin entre ambasformas de ciudadana, eso significa que, siendo desiguales, los sujetos actancomo si fuesen iguales (Ciriza, 2001).

    A partir de ello, sealo que la relacin moderna entre Estado y sociedadsupone la existencia tanto de la democracia liberal como del rgimen sala-rial. Los que quedan fuera de esta relacin son concebidos como sujetos pre-contractuales o ejrcito industrial de reserva (Santos de Sousa, 2002). Enesa direccin, la relacin Estado-sociedad contempla al menos dos dilemasen su proyecto integrador: el que se despliega en torno a la desigualdad so-cial que supone el rgimen salarial, y el que se despliega en torno a laexclusin de los que no acceden a este rgimen.

    En ese marco histrico, sustento la idea de que la condicin de ser de larelacin entre Estado y sociedad en el capitalismo son los procesos de ex-traamiento que apuntalan la transformacin de la sociedad agraria y tra-dicional en la sociedad industrial y moderna, en su esfera tanto laboral comosocial, poltica y cultural. Del mismo modo, como correlato de lo anterior,sustento que aquella relacin est sujeta a los procesos inherentes a la divi-

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    sin social del trabajo y, en un curso ascendente, a la alienacin del trabajo,que resulta en la asimilacin del sujeto al carcter fetichista de la mercan-ca (Marx, 1946; Lukcs, 1969). Desde mi punto de vista, la ciudadana esuna condicin de pertenencia material y cultural que lleva implcito esteconjunto de aspectos, segn intentar mostrar en las siguientes pginas.

    Por supuesto que esta caracterizacin asume sus propias peculiaridadeslocales, en un contexto que, como el boliviano, ha debido atravesar por unEstado fallido que, sin embargo, se ha dotado de una dimensin jurdica entorno a la nacin y a la ciudadana, sin lograr darle la materialidad que lecorresponde a la estructura capitalista, por lo tanto, donde la presencia desujetos pre-contractuales es determinante en su devenir histrico.

    El artculo est dividido en dos partes centrales: en la primera hago unintento por establecer tericamente el carcter del Estado en el capitalismo,en tanto condensacin de los intereses de clase de la burguesa; en la se-gunda, en cambio, hago referencia al proceso poltico boliviano, en funcindel Estado como condensacin de la lucha de clases, por lo tanto, como uncampo en disputa en torno al cual estn planteadas las opciones polticas de sudevenir histrico.

    Capitalismo y ciudadana abstracta:el Estado como condensacin del dominio de clase

    Para comenzar la reflexin traigo a cuenta el curso que ha seguido la construc-cin de la relacin Estado-sociedad a travs de la representacin construida entorno al ciudadano, en tanto agente de la estatalidad y de la economa. Paraello, sito la figura jurdica del Estado como el orden que condensa y regula ladesigualdad econmica y la diversidad cultural, a nombre de la voluntad ge-neral (Poulantzas, citado por Pic, 1999). Al hacerlo, la voluntad general in-voca a los sujetos a desprenderse de todo atributo e inters particular que nosean coherentes con ella, en el entendido que sta representa el pacto de lasdisposiciones individuales, asociadas racional y voluntariamente para dar certi-dumbre a las interacciones sociales, polticas, econmicas y culturales de lossujetos, hasta entonces sometidos al rgimen arbitrario de la sociedad agraria ynatural. Es en ese sentido que con el capitalismo y el rgimen estatal la tota-lidad se impone sobre la especificidad,1 quedando lo que no es coherente conlo universal como mera fuente de error (Lukcs, 1969).2

    Y qu es ser coherente con lo universal? Del modo como ha quedadoacotado histricamente, ser universal es ser coherente al bien comn represen-

    1 Debo estas apreciaciones a Luis Tapia. La argumentacin que presento a continuacin, sinembargo, es de mi responsabilidad.

    2 Lukcs hace esta referencia con relacin a la descomposicin del objeto de la produccin.

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    tado por el Estado. Pero, en un campo de despliegue ms amplio, ser cohe-rente con lo universal tambin es ser coherente con la representacin histricade lo humano (Salazar, 2006). En ese curso, tambin se produjo un sistemaclasificatorio de orden colonial, que retrata las pretensiones civilizadoras deunos respecto a otros, a nombre de las entidades abstractas de la universa-lidad.

    En trminos econmicos, el sistema clasificatorio emergente se sustentaen el ethos capitalista que, en el transcurso de su configuracin, va sepa-rando aquello que garantiza la acumulacin capitalista de aquello que no lohace. Los mil rostros del capitalismo dan cuenta de ello, en unos casos conel objetivo de saciar las necesidades de los nuevos factores de acumulacin,a travs de la conquista imperial, el colonialismo y el neo-colonialismo, la es-clavitud o el disciplinamiento laboral, y en otros desechando lo prescindible,a medida que van cambiando las condiciones materiales de produccin glo-bal.3 Es en esa construccin que, bajo el trazo de la poltica y la economa,la particularidad pre-estatal no slo es asociada a lo salvaje, sino tambin alo inutilizable. Eso significa que lo marginal no es ajeno al desarrollo del Es-tado y del capitalismo, sino su resultado, por lo tanto que la diferencia esproducto de la desigualdad, y la nocin de salvaje, de la civilidad (Bartra,1992).

    Ahora bien, de dnde viene la construccin de la universalidad? Unprimer elemento a acotar tiene que ver con los procesos de extraamiento odisociacin del ser humano del mundo natural, lo que en trminos de laeconoma poltica ha sido asociado a la separacin del trabajo de sus con-diciones objetivas de realizacin, es decir, de la tierra como laboratorio natu-ral, que daba cuenta, a su vez, de la comunidad de presencia y de los vncu-los orgnicos que le eran inherentes (Marx, 1999; Lukcs, 1969).4

    Al extraarse de sus condiciones materiales de realizacin, el sujeto hadebido hacerlo tambin de las formas subjetivas de interaccin social que leson propias a la vida agraria o aldeana. Una de ellas estaba fundada en el

    3 En ese sentido, me parece imprescindible sealar que la mayor falencia en el modo derecepcin de los conceptos de lo colonial y lo neo-colonial en Amrica Latina es su abstrac-cin de los supuestos del rgimen capitalista. Es sobre ese mismo error que, a mi entender, se haerigido el concepto de la descolonizacin, tan en boga en Bolivia.

    4 La sociedad agraria, como estado de naturaleza, ha sido caracterizada en funcin de lalegitimidad o no del orden estatal moderno y capitalista. En ese sentido, es un recurso metodol-gico que an no ha resuelto la tensin entre los hechos y la ideologa (Campbell, 2002). Desde elpunto de vista del liberalismo, sus connotaciones apuntan a la sociedad salvaje, catica y sinnormas. Con el romanticismo, aquellas privilegian el carcter ideal y armnico de las relacionesde presencia y los vnculos orgnicos de los sujetos con lo natural. Finalmente, desde el marxismose ha sostenido que estas sociedades tienen el inevitable destino de ser consumidas por la lgicadel mercado, aunque al mismo tiempo guarden en su seno posibilidades intrnsecas al socialismo.A mi entender, Maritegui (1943) es quien mejor comprendi a la sociedad agraria en la reginandina al sealar que, instaladas en el seno del capitalismo, las comunidades pre-estatales tien-den a convertirse en el nicho del ejrcito industrial de reserva, degradando sus virtudes originales.

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    vnculo estrecho de la vida con la tierra, cuyo fruto es una cultura cosmog-nica en torno a la cual se erigen formas de conocimiento que tienen comolmite la indomabilidad de la naturaleza, por lo tanto su mistificacin como or-den supra humano del que depende toda forma de existencia. Las formas deconocimiento inherentes a este vnculo, marcado por una particular forma deenajenacin mtica, tuvieron que dar pie a un particular sistema de especia-listas o casta intelectual que desplegaba su dominio como intrprete de lossignos naturales que hacan a la relacin entre lo terrenal y lo celestial (Gellner,1989; Anderson, 1991). En relacin a su funcin, aquellos no podan ocuparsino un lugar diferenciado en la estructura social, emblematizado por el domi-nio de los signos, mientras el resto constitua a los legos dedicados estric-tamente a la produccin agrcola y sustentando sus fuentes de interaccin en laoralidad. Dado el alcance corto de las relaciones de presencia, bsicamenteauto-referenciales, no haba en su seno pretensiones normativas hacia otros es-pacios de contextura similar (Gellner, 1989).

    La casta culta y especializada se legitimaba a s misma bajo el supuestode la jerarqua biolgica de los gobernantes. Siendo as, su poder era ina-pelable, a no ser cuando fuera afectada por causas naturales o por las cam-paas guerreras de grupos ms fuertes y en proceso de expansin; hechoque afectaba sobre todo a las zonas fronterizas mediadas por un incipientetrfico de mercancas (Lukcs, 1969).

    El extraamiento se produjo cuando, histricamente, una comunidadlocal adquiri capacidad para generar cdigos normativos generales haciaotras y, de ese modo, elaborar nociones de pertenencia acorde a su pro-pia especificidad y asimilando las que le fueran coherentes. Segn Ander-son (1991) y Gellner (1989), la extensin y generalizacin de aquellos cdigosslo fue posible a partir del capitalismo impreso y de la generalizacin delalfabeto escrito que se desarroll, con preferencia, en las comunidades conmayor capacidad para mercantilizar su produccin material y simblica y,por ende, para generar procesos tecnolgicos acordes a la acumulacin delcapital. Siguiendo a Lukcs (1969), este hecho es inherente a la presencia demercaderes que eliminan el intercambio casual entre las sociedades de pre-sencia y, en vez de ello, estatuyen la equivalencia entre valores de uso,dando pie a un principio de homogeneizacin econmica.5 sta, a su vez, setraduce en la comunidad imaginada, a partir de un marco jurdico polticoestatal que delimita territorialmente el mercado interno, acorde con la emer-gencia de la burguesa como clase nacional (Anderson, 1991).

    En su fase subjetiva, es as como el capitalismo impuso adems la estan-darizacin de los hbitos culturales y del consumo cultural, bajo el alcance

    5 Los mercaderes son el principio de una nueva forma de cohesin, al producir la paridad oequivalencia a travs de la moneda local, sustento del nuevo Estado-Nacin y de los postuladosigualitarios de la democracia liberal.

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    universal de la mercanca. Uno de sus sustentos fue el libro en tanto que, asu vez, requiri de una comunidad de consumidores (lectores) disponiblepara ello. Este proceso, llamado por Anderson capitalismo impreso, sustentla reorganizacin de la cultura en funcin del mercado, bajo los nuevospatrones de dominacin. Sin embargo esto slo fue posible gracias a la inu-sual extensin del conocimiento hacia las estructuras legas de la sociedad,sobre las que se volc la nocin de la igualdad como factor de cohesin,amparada, a su vez, en la igualdad del trabajo humano, tambin objetivadocomo mercanca (Lukcs, 1969).

    La expansin de la cultura, en esos trminos, requiri del lenguaje es-crito, desplazando a la oralidad. Con ello se produjo la difusin ampliada delos cdigos generales y de su permanencia como testimonio documental.

    Sobre esa base, fue necesaria una nueva forma de mediacin que sesobrepuso a las que habran tenido vigencia en la sociedad agraria o natural,transfirindose el imaginario mtico de lo supra humano hacia el Estado,extensin de las relaciones de parentesco que, a su vez, transfirieron los sis-temas de la confiabilidad religiosa hacia el conocimiento cientfico. Es un pro-ceso que requiri, pues, de nuevos intrpretes, constituidos por la emergentecasta culta que construy una nueva trama de certidumbre, pero esta veza partir del conocimiento secular y humanista sobre el cual se erigieronnuevas formas de datar (Giddens, 1994). Esa fue la razn de ser de laIlustracin y el Renacimiento, y ese fue el fundamento de una nueva relacinpoltica y cultural entre el Estado y la sociedad, en el marco de la separacinde las esferas poltica, econmica y cultural que supuso, justamente, el extra-amiento o el desanclaje tiempo-espacio (Ibid.).

    En ese marco los particularismos, al estar vinculados a factores que nocorrespondan al armazn general, fueron condenados a la deslegitimacin,como ya lo seal anteriormente, en calidad de fuentes de error.

    Sin lugar a dudas, en esta configuracin hegemnica, la educacin jug unpapel fundamental. En efecto, si en la sociedad agraria la educacin es uncomponente ms del discurrir de la existencia (Gellner, 1989), es decir, estvinculada a la vida y la naturaleza y por eso supone un estrecho lazo inter-generacional que tiene como sentido la transmisin de la costumbre a travs dela oralidad, en la sociedad capitalista (o moderna) supone la separacin de laproduccin de sus condiciones materiales de realizacin, conllevando la rup-tura de los lazos intergeneracionales y, adems, la crisis de la oralidad comofuente de la memoria. Este proceso est apuntalado por la emergencia delEstado, cuya presencia dota a la sociedad de nuevas formas de pertenencia y certidumbre identitaria a travs de la conciencia nacional (Anderson, 1991).

    Dicho de otro modo, si en la sociedad agraria la educacin estaba vol-cada hacia la indisolubilidad entre aprendizaje y el discurrir de la existen-cia, entendida en el marco de la reproduccin agraria, en el capitalismo sesustenta por la vigencia de mecanismos que distancian la produccin del

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    consumo. En la primera, la educacin ser de la vida, en la segunda para lavida, lo que equivale a destacar, en una, las particularidades locales delcontexto de presencia y, en la otra, una ubicuidad en una comunidad ima-ginada que trasciende lo inmediato y lo particular, en aras de lo general.En ese marco es que se configura el monopolio de la legtima educacin,como mtodo centralizado de disciplinamiento en manos del Estado.

    Se podra acotar a ello otro argumento ms. Si la sociedad agraria extraesu autoridad del pasado y de la interaccin naturalizada con el entorno, esdecir, supone vnculos pre establecidos o pre figurativos para someter al nioa pruebas pblicas de las que, si sale exitoso, le permiten convertirse enadulto (Mead, 1997), la sociedad capitalista extrae su autoridad de la rela-cin entre pares y contemporneos, en el marco de la reconfiguracin de lopblico, instituido como un complejo jurdico racional. Por eso prescinde delas tradiciones y las costumbres, por lo tanto de las relaciones de presencia ydel entorno natural.6 En cambio, se sita frente a las expectativas del futuro,a trazarse segn los trminos de la innovacin propios del crecimientoeconmico y cognitivo constantes (Gellner, 1989).

    A partir de ello surge la figura de la escuela como entidad ajena a lacomunidad y, en ese mismo sentido, la figura del maestro como agente ex-tra comunitario, a fin de intermediar en la relacin Estado-sociedad, bajolos principios igualitarios de la democracia liberal. Puesto as, el papel delmaestro no es otro sino el de transmitir a los nios hbitos estandarizadosque tengan como objetivo, justamente, crear la representacin de la volun-tad general, a darse en los formatos curriculares que se aplican por iguala todos los con-nacionales.7 La educacin, en ese sentido, lleva incorporadala idea de completar al incompleto y dotarlo de racionalidad, extrayndolode su especificidad (Santos de Sousa, 2002).8

    Es en ese marco que deben pensarse los soportes de la ciudadana, comola identidad del sujeto coherente al orden estatal, cuyo atributo primordial esla razn prctica en los trminos planteados por ODonnell:

    usa su capacidad cognitiva y motivacional para decidir opciones que son razo-nables en trminos de su situacin y sus metas, de las cuales, salvo prueba ter-minante en contrario, se lo/a considera el/la mejor juez/a. Esta capacidad hace del/ella un agente moral, en el sentido de que normalmente se sentir (y ser

    6 Y tiene como resultado otra forma de extraamiento, que en este caso se ubica en unarelacin social y cultural cada vez ms ausente de vnculos intergeneracionales.

    7 En su vertiente ms extrema, la educacin se convirti en un argumento para-estatal de cortefascista durante el rgimen de Mussolini. Concurri a ella una forma particular de idealismo hege-liano, segn el cual la relacin maestro-alumno concretiza la comunin espiritual entre Estado eindividuo, siendo el primero la premisa de la libertad del segundo (Betti, 1976).

    8 Sin lugar a dudas, en este modelo disciplinario tambin est inscrito el uso del tiempo, comocreador de valor, a medirse y calcularse en trminos de la productividad capitalista (Marx, 1946).

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    considerado/a por los otros) responsable por sus opciones y por (al menos) las con-secuencias que siguen directamente de ellas (2003:59).

    Ahora bien, como resultado de este proceso, la voluntad general noencarn sino en una particularidad (Tapia, 2002). Sugiero observar estoasumiendo el hecho de que como producto de la disolucin de las relacio-nes de presencia hubo de emerger una nueva forma de mediacin entregobernantes y gobernados. Eso nos lleva de modo imprescindible a explorar enel sentido que habra adquirido la divisin social del trabajo en el capitalismo,que resignific la divisin entre trabajo manual y trabajo intelectual de lasociedad agraria.

    Dicho esto, el trabajo intelectual, por su funcin, le dio legitimidad ya noa un sistema de castas, sino a un sistema de clases sociales, a travs de lacultura como conocimiento secular y, en tanto tal, hizo de la conciencianacional una argumentacin sustentada en la objetividad, para darle nuevacertidumbre a la sociedad.9

    En esa direccin, el trabajo intelectual repuso su alcance en tanto ncleode la interpretacin y la argumentacin del nuevo estado de cosas, siendoque stas estaban insertas ya no en el marco de las relaciones naturaliza-das de la sociedad agraria, sino en el marco de la generalizacin de la mer-canca. De ese modo, su tarea fue la de atribuir de sentido y coherencia ala relacin Estado-sociedad en su fase capitalista, donde los sujetos concu-rren en tanto estn dotados de los medios de intercambio que le son propios:unos capital, otros trabajo.

    Por lo tanto, el extraamiento que supone el trnsito de la sociedad agra-ria en sociedad capitalista es inherente a la divisin del trabajo manual eintelectual, pero bajo la forma de la desigualdad social. Si esto es as, laconstruccin de la voluntad general no puede ser sino clasista y personifi-car, en su forma estatal, el dominio de la burguesa, a la que se aliena el obre-ro. Por eso, esta relacin se sustenta en el hecho de que al forjarse el vnculode los sujetos sociales con el Estado como voluntad general se est forjando, almismo tiempo, una relacin de lealtad poltica hacia las diferentes formas demonopolizacin que trae consigo el capitalismo y que privilegian el carcter do-minante de unos grupos sobre otros (Elias, 1989).

    Planteada as, a la ciudadana le es inherente una contradiccin: susti-tuye formas de adhesin reconocidas como particulares y especficas, paraerigir una nica forma de adhesin que se asume universal y general. Puestoen ese horizonte, el ciudadano es el sujeto que cumple con las reglas deljuego relativas a esa universalidad pero, al mismo tiempo, para ser recono-

    9 Un ejemplo de este proceso lo dio Weber (1991) al recoger las cartas que Benjamin Franklinescribi a su sobrino para caracterizar la base del ethos moderno que, en su versin utilitarista,devino en el sustento moral de la tica protestante como espritu del capitalismo.

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    cido como tal, debe estar atribuido de condiciones culturales, poltico-jur-dicas y sociales que abstraen su especificidad y particularidad. Lo que con-duce, en otras palabras, a que los particulares deban universalizarse paraque sean asumidos como iguales, siendo que la igualdad para ellos es unacondicin a alcanzar.10

    Una referencia central que alude a este proceso, en el plano subjetivo,est asociada al inters que puso el Estado capitalista sobre la poblacin,en aras de la productividad maximizadora. A partir de este concepto los su-jetos fueron convertidos en un recurso a ser administrado por el aparatoestatal, en funcin de su utilidad poltica. Los criterios implcitos apuntaron,entre otras cosas, a la categorizacin de los sujetos segn su potencial la-boral, valor que dirime y diferencia a los que estn dotados de capacidadespara el trabajo, bajo el formato de la industrializacin y la estatalidad; es decir,a los sujetos con capacidad para amoldarse a los regmenes que se estructu-ran en torno al desarrollo capitalista y, por ende, con atributos que los con-vierten en sujetos leales a la normativa y jurdica del Estado nacin. Bajo esecriterio, fueron los varones jvenes los que se constituyeron en el sustento dela productividad capitalista. En su priorizacin se activaron las variables de lamaximizacin de la produccin, a partir de nuevas formas de organizacin la-boral y de gestin administrativa basadas en la eficiencia y en la racionalizacinque tambin involucra a la burocracia estatal.

    En ese orden, la jerarquizacin social y cultural en torno al agente ociudadano se fue complejizando por va de la segmentacin laboral, en fun-cin de los aspectos que son relativos a la divisin social del trabajo para,a partir de ella, garantizar la reproduccin de la clase, del gnero y la gene-racin dominantes a travs del plusvalor. Esa y no otra es la lgica del capi-talismo, y en esa direccin apuntan, por ejemplo, las nociones relativas a ladistincin cultural y que tienen sustento en la pedagoga de las clases sociales.Forjada as, la pedagoga clasista cre escuelas para los ricos y escuelas paralos pobres, considerando que las elites estn predestinadas al cultivo de lasideas y del espritu, o a la especulacin filosfica, y las clases inferiores a lasartes menores y/o tcnicas y populares. Del mismo modo, cre escenariosdiferenciados para la educacin domstica de las mujeres, en funcin de la re-significacin de la divisin sexual del trabajo que, esta vez, cumple el rol degarantizar la reproduccin del proletariado en tanto clase despojada.

    Yendo un poco ms lejos es posible argumentar, con ayuda de Marx yluego Lukcs, que la alienacin que trae consigo esta nueva relacin cultu-ral se dio en el marco de una paradoja, pues supone el desgarramiento de lasparticularidades en funcin de la universalidad que al mismo tiempo es ina-

    10 As surge la representacin del ciudadano, y es en referencia a ello que se producen losmecanismos de integracin, a veces por va de la movilidad social individual, otras veces por va dela imposicin de las luchas sociales, todas en busca de la igualdad en los derechos.

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    prehensible por el sujeto que slo tiene una idea parcial de la misma (Lu-kcs, 1969). Esto lleva consigo los sntomas de un orden social que terminaalienando a quienes lo producen, cosificndolos como ciudadanos satisfe-chamente disciplinados.

    Ese es el punto al que he querido llegar en este recorrido por el camino delextraamiento. A partir de ello, cuaja la idea del ciudadano que, en tantoagente estatal, no ha resultado sino en una entidad abstracta o marcada, msbien, por lo que Marx llamara la objetividad fantasmal (Ibid.). Sustentada enlos mecanismos de la igualdad formal, sta le da sentido a la intercambia-bilidad de los objetos reducidos a la condicin de mercancas, abstradas de suorigen y particularidad.

    Siguiendo el curso del anlisis, est expuesta, pues, la organizacin esta-tal-nacional como una trama abstracta, que existe al margen de los sujetos ya cuyo ordenamiento, como legalidad externa, stos deben someterse cohe-rentemente (Lukcs, citado por Infranca, 2005).

    El MAS en busca de la ciudadana concreta:el Estado como condensacin del conflicto social

    Un aspecto imprescindible de tratar en este recorrido es el relativo a las nue-vas formas de incertidumbre que trae aparejada la relacin compleja entreigualdad y desigualdad que se despliega con el capitalismo. Me parece queElias es certero en ese sentido, al sealar que si bien el Estado trajo consigorelaciones coherentes, sealadas por la transformacin del aparato psquicode los sujetos, en aras de su auto-control, stas no seran posibles sin la mo-nopolizacin de la violencia legtima que tiene como objetivo resguardarla voluntad general y someter a la sociedad a prcticas de vigilancia parael cumplimiento de la ley. Sobre esa base, el Estado se asegura la pacificacinde la sociedad, para preservar, a su vez, la monopolizacin de los recursosmateriales en manos de la clase dominante. Sin embargo, no lo hace en elmarco de las relaciones privadas donde el despojo material, producido porel monopolio de los recursos materiales de produccin, tiende a crear unanueva incertidumbre que es la incertidumbre econmica. En ese marco, loque se tiene es una sociedad pacificada, pero sometida a la presin de re-producirse en los trminos del capitalismo, tarea que, si no se la consigue,traslada la incertidumbre hacia la vida privada, donde se ejerce la violenciailegtima, generalmente bajo la ley del ms fuerte, condenada y al mismotiempo restituida por el capitalismo (Elias, 1989).

    Cuando la violencia privada encuentra un cauce de generalizacin, esdecir, se politiza, se producen eclosiones sociales que mueven el piso de laestructura estatal hasta hacerla estallar. El gobierno del MAS es fruto de elloy, claro, de la ubicuidad histrica del neoliberalismo como contradiccin y del

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    deterioro de las prcticas de oprobio del sistema de partidos polticos quegobern Bolivia en los ltimos 50 aos y que puso a prueba los lmites deldistanciamiento Estado-sociedad.11

    Dicho esto, antes de continuar con el siguiente punto, vale la pena ubi-carnos en un parntesis. He sealado hasta aqu el carcter de clase delEstado contemporneo y la llamada pretensin universalizadora de la bur-guesa, segn la cual existe correspondencia entre su dominio y la volun-tad general. Ahora debo relativizar esas afirmaciones, tratando al Estadocomo una arena amorfa, es decir, como una condensacin no slo de la vo-luntad general, sino tambin de las luchas que le son inherentes a las desi-gualdades y a las diferencias que genera el propio capitalismo (Poulantzas,citado por Pic, 1999; Fleury, 1997). En ese marco, lo que hasta aqu apare-ci como enajenacin, desde aqu aparecer como identidad, lo que lo hizocomo homogeneizacin lo har como conflicto y lo que se observ en tr-minos de modernizacin alienante ahora se ver como modernidad auto-re-flexiva. Todo ello apuntalando una serie de disyuntivas polticas que rompencon la fra pre-determinacin base-superestructura.

    De nuevo debo sealar, sin embargo, que as como en las sociedadesatrasadas el Estado capitalista es una formacin inconclusa, la sociedad loser en tanto sociedad de clases, quedando en entredicho no slo el hori-zonte homogeneizador de la burguesa, como clase que le da sentido a lahomogeneidad nacional, sino tambin el de la clase obrera, en el despliegue de su conciencia poltica. Para decirlo de otro modo: al no haber fbrica, lasclases sociales se atribuyen de ciertas particularidades que arriban a la con-ciencia de su enajenacin.

    Habr de anotar, sin embargo, que en la fase actual del capitalismo, al norequerir ms del trabajo estable y asalariado para reproducirse, esta carac-terstica parece haberse extendido a casi todo el orden universal. Ello apuntaa que la relacin entre clases dominantes y clases dominadas se desplace, enel caso de estas ltimas, ya no a la formas clsicas del intercambio capital/trabajo, sino a su exclusin, quedando en entredicho el lugar social y pol-tico de la clase obrera como tal (Dabat, 2005).

    En este contexto, la conciencia de clase adquiri ribetes insospechadosque pueden ubicarse en el vaciamiento poltico que deja la desarticulacinde la cultura laboral y, por lo tanto, de la cultura nacional, aspecto que tam-bin ha sido propicio para una nueva forma de interpretacin en torno a larelacin Estado-sociedad, mediada, nuevamente, por los argumentos que hizosuyos el sistema de expertos y sus nuevas formas de datar, despus de lacada del socialismo real.

    11 A todo ello se asoci, durante el rgimen neoliberal, la transferencia de los recursos naturalesal capital externo transnacional pero, al mismo tiempo, la legitimacin de la democracia represen-tativa, cuna de la que el propio MAS tributa.

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    Por los caminos del indigenismo: la ciudadana tnico-cultural

    Bajo ese nuevo horizonte, la interpretacin en cuestin se asent en unalectura romanticista de la relacin entre lo particular y lo general, soslayando elanlisis del modo de produccin dominante. As, perdi sentido la totalidady, en su curso, el capitalismo se diluy como la estructura que condiciona atodas las formas de relacionamiento social, por lo tanto, como la estructura enla que cobra sentido la lucha de clases.

    La observacin se traslad hacia los particularismos bajo el supuesto deque los conflictos entre stos deben explicrselos dentro de cada Estado na-cin. La mediacin argumentativa se ubic, entonces, en medio de lasestructuras de integracin nacional, en el entendido de que sta es algo im-posible a lograr (Bhabha, 2000). As, se erigi una nueva politizacin, peroesta vez de la diferencia, apuntalada por el concepto de las identidadestnicas que, como seala Hobsbawm (2000), aparecen en circunstancias enlas que colapsa el mercado de trabajo y se constituyen en la ltima garantade pertenencia cuando falla la sociedad.

    Segn Ren Zavaleta, este hecho est asociado al estado de vacanciaideolgica o de un vaco en la representacin del mundo que tiene lugarentre quienes, habiendo salido de la sociedad agraria, no logran incorporarsea la fbrica. En ese caso, los imaginarios de mundo de los dominados tien-den a concentrarse en referencias raciales/nacionalistas, que los lleva a dis-cutir como raza lo que en realidad piensan como clase (1988:25).12 Siendoesto as, el racismo dara cuenta de una politizacin a-histrica o, ms bien,de una des-politizacin, limitada por el carcter que adquiere la sociedadagraria en el escenario histrico de la desigualdad social. Eso imposibilita laautodeterminacin y la emancipacin, porque no alcanza a generalizar el con-flicto, dado que es bsicamente localista (Zavaleta, 1988).

    En Bolivia, el pilar de los argumentos que emulan la diferencia, fuera delas relaciones capitalistas, es la representacin de lo indio o lo originario,como algo incorruptible por el tiempo y, por eso, ms profundo y vital queel hecho histrico estatal. Por eso retrotrae la historia al pasado pre-colonialy ajusta sus cuentas con todas las formas externas o forneas que hubie-ran ejercido dominio sobre los indgenas.

    Contando con la adhesin del sector indigenista del MAS, esta interpre-tacin contrapuso los vnculos de solidaridad primaria (la comunidad indge-na) al Estado. Se recompuso, as, la discursividad en torno a la emancipa-cin del ayllu (comunidad agraria), de corte tnico nacionalista, acorde a unanueva relacin social, articulada, esta vez, gracias a la camaradera organi-

    12 Para Bolivia, Carlos Medinaceli agregara: cuando gobiernan el pas lo hacen con menta-lidad de ayllu (citado por Baptista Gumucio, 1984).

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    cista de la hermandad y sustentada por los saberes propios de orden lo-cal, en los cuales se encontrara la alternativa a la dominacin.13

    Implcitamente forma parte de esta argumentacin la idea de que el capi-talismo est dotado de una honorable capacidad selectiva que tiende a desin-teresarse por las sociedades pre-estatales. Dicho as, es una argumentacinque no acepta que toda forma de persistencia particular es seal de la domi-nacin en su forma excluyente y que, por lo tanto, no puede ser virtuosa sise da en el contexto de la desigualdad, a no ser, claro, que se la contemplebajo los supuestos de la resistencia, como el factor que contrapone el ensi-mismamiento cultural a la globalizacin o, en otro caso, que se la observedesde las consignas del socialismo ya!, aqul que halla sustento en la abo-licin del trabajo asalariado, pero no por oficio, sino por omisin.14

    En su argumentacin, que disuelve la condicin social de los sujetos, nose consideran variables alrededor de la integracin indgena al esquema he-gemnico que hoy, por ejemplo, en el pas tiene una magnfica expresinpoltica y cultural en la llamada burguesa indgena, cimiente de la homoge-neizacin econmica que, a travs de sus comerciantes, toda sociedad buscapara constituirse en Estado nacin (vase nota 5).15 De otro lado, tampoco seobserva que la gran mayora indgena arrastra a sujetos des-socializados delmarco salarial y sin otro medio de vida que su destreza manual, devaluadapor el acaecer tecnolgico, y sometida al dominio y a la explotacin, entreotros, de la propia burguesa antes referida.16 Observar esto permitira darcuenta de que la sociedad agraria se suma inevitablemente al carcter cla-sista y desigual del capitalismo, por lo tanto, que la hermandad es tan slouna fachada discursiva que favorece a una nueva identidad abstracta. Dichoeso, es justo destacar la frase que seala: lo indgena viene a ser () un con-cepto generalizador nacido de la perspectiva dominante (Lauer, 1982).17

    13 Lo paradjico de este proceso es que se configur al mismo tiempo que el capitalismo inicisu recomposicin espacial a nivel global, penetrando en todos los rincones de la vida planetariagracias a los nuevos recursos de acumulacin y transformacin tecnolgica con los que cuenta yque han puesto a prueba la soberana estatal, deslegitimndola tanto como lo hace el multicul-turalismo desde abajo (Dabat, 1995).

    14 Segn estas presunciones, la alternativa al capitalismo est en el modo de produccin do-minado, que bien podra ser emblematizado por el arado egipcio.

    15 Esta burguesa, especialmente de origen aymara, ha dado pasos sustanciales en esa direc-cin al erigirse como la clase comercial por excelencia en el pas, ubicada en todo lo largo y anchodel mismo y con prcticas que rememoran los procesos originales de acumulacin capitalista oc-cidental.

    16 A esa relacin se la puede nombrar como capitalismo andino.17 De modo ms general, me atrevera incluso a sealar que esta argumentacin en torno a la

    sociedad natural y/o agraria fue objeto de una instrumentalizacin ideolgica que le dio sentido ylegitimidad al orden social. Por eso, si en el liberalismo clsico aquella fue interpretada en alusin alo brbaro e inextricable, para dar sentido al disciplinamiento fabril, en el neoliberalismo fue emu-lada a nombre de la diversidad y el multiculturalismo, a mi entender, dando coherencia a la propia

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    Por eso mismo, los argumentos en torno a la particularidad dieron cuentade un engaoso nivel de lo concreto. Eso ha llevado, a mi entender, a unaapreciacin errtica acerca del actor histrico al que est apelando el MASy, por eso, de la emancipacin que busca promover, en base al reconoci-miento de la diversidad, o la justicia cultural y, por si fuera poco, con unnfasis puesto en los arreglos jurdicos de la superestructura, abstraccin depor medio, que trata a todos como si fusemos iguales (Ciriza, 2001).18

    Siguiendo ese curso analtico, al no observar la totalidad, el indigenismotampoco se enfrenta con el hecho de que en la interaccin entre sociedadagraria y sociedad capitalista lo que se tiene no es un paralelismo o una es-tructura en forma de pisos civilizatorios en convivencia, sino varios cuerposmenores, predominantemente agrarios que quedan instalados en un cuerpomayor, predominantemente capitalista, por lo tanto extrao a su naturalezaprimigenia.

    Habr de agregar a ello, apelando a Maritegui (1943), que el enfeuda-miento de los oprimidos en la lucha racial envilece el carcter original dela sociedad agraria porque, adems, la convierte en un nicho en el que elejrcito industrial de reserva protagoniza un tenaz encono, apelando a cual-quier medio para incorporarse a un mercado de trabajo cada vez ms aco-tado y pervertido. Eso significa que la sociedad agraria nunca ser la mismaen el seno de la sociedad capitalista: se habr envilecido tanto como sta.Hobsbawm (2000) alude este hecho a los ltimos conflictos tnicos en Europay a su relacin con los inmigrantes como enemigos. Yo lo hago aludiendo,primero, a los tortuosos senderos seguidos por los movimientos indgenas y,en el punto referido a la ciudadana poltica, a las implicancias que esta des-virtuacin trae consigo en el ejercicio del poder, cuando ste se expresa entrminos populistas.

    En esa direccin, obsrvese el camino que sigui el movimiento de cam-pesinos que cultivan coca en Bolivia, sntesis de las contradicciones a lasque nos condujo tanto la crisis de la Reforma Agraria de 1953, como de laspolticas de des-socializacin neoliberal. Parangonando a Hobsbawm, un pri-mer elemento a mencionar debe destacar que el cultivo de la coca fue el l-timo refugio de la clase oprimida pre y post-contractual y, en ese marco, elescenario ideal para reavivar la relacin hombre-tierra, despus de que seprodujera la crisis de la economa minera y se expulsaran de sus fuentes detrabajo a ms de 30 mil trabajadores, a fines de los aos ochenta, y que engran parte se volcaron hacia el Chapare, el centro de cultivo cocalero ms

    18 Aunque debo reconocer que tratarnos como si fusemos iguales es un avance histricopara una sociedad marcada an por rasgos estamentales como la boliviana.

    fragmentacin productiva del capitalismo contemporneo y a la flexibilizacin del trabajo, sometidoestrictamente a los vaivenes de la demanda que, a su vez, es cada vez ms diferenciada y corres-ponde, por ello, a un nuevo ciclo de fetichizacin de la mercanca.

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    importante del pas ubicado en el departamento de Cochabamba. Pero, unsegundo elemento nos conduce, inevitablemente, al contexto donde la cocaes demandada por un mercado que refleja a su vez la decadencia cultural ymoral del capitalismo, desplegndose un circuito de enorme ambigedad:por un lado, con la coca reclamada por el indigenismo como smbolo ances-tral y milenario; por otro, perseguida como materia prima del narcotrfico,contradiccin que termina argumentando de un modo perverso la lucha de losmovimientos indgenas contra el imperialismo estadounidense.

    Y, sin embargo, a nombre de una moral abstracta, quin podra pedir alos campesinos y a los ex trabajadores asalariados otra opcin sino la decultivar coca? Pero, al mismo tiempo, no sera mejor ubicar la contradic-cin de la que son protagonistas en la esfera de la desigualdad y de la ex-clusin capitalista, en vez de apelar a consideraciones mticas? Tan impor-tante es esto como estar concientes de que fue entre los campesinos cocale-ros donde cuaj la contradiccin neoliberal en Bolivia, es decir, que fue enesos sujetos en quienes se sinti el despojo ms despiadado que sinti laclase obrera, pero al mismo tiempo donde se plantearon las posibilidades dela politizacin antiimperialista, justamente por la accin estatal que se ejer-ci sobre stos, ante la presin de acuerdos bilaterales condicionados desdeel centro del capitalismo para erradicar la coca.

    Otro de los recursos argumentativos utilizados por el indigenismo es laeducacin intercultural y bilinge, desde mi punto de vista afn ya no a la di-visin social del trabajo a escala estatal-nacional, sino a su refuncionaliza-cin a escala mundial, en tiempos de globalizacin. Llama la atencin, en esesentido, que si en los pases capitalistas aquella aparece siendo el principalinsumo para alimentar la produccin econmica a escala internacional, a tra-vs de stocks de informacin y conocimiento (Dabat, 2005), en los pasesperifricos se vuelque hacia el reforzamiento de los vnculos orgnicos como lalengua y la raza, en su dimensin micro territorial.19

    En ese orden, considero que los proyectos educativos que llevan la mar-ca de la heterogeneidad nunca consideraron la posibilidad de que unmiembro de la clase obrera o de la sociedad agraria sea gobernante, lo quefinalmente la hace funcional a la desigualdad social, cuya traduccin en estecampo es la escuela clasista. sta, como la que se sustenta en la justicia cul-tural, predestina al sujeto indgena u obrero al trabajo manual, recluyndolopor tiempo indefinido a la fbrica y/o a la comunidad. En cada una estpresente, pues, la idea de la cosificacin, naturalizando a unos y otros en

    19 En los pases andinos eso condujo a reformas educativas que, si bien no pueden reducirse aesta polmica, tuvieron como eje central la recuperacin de las lenguas orales para dotarlas de es-critura. En cambio, no se hizo nada para recuperarlas justamente en su oralidad, habiendo tantosrecursos tecnolgicos disponibles para ello. Para el caso, subrayo la palabra espontneamente,porque la oralidad corresponda a un contexto particular al que le era funcional y que se ha trans-formado radicalmente (Salazar M., 1995).

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    espacios que le seran originales, es decir, aislndolos en el ghetto como lu-gar de la costumbre y de la enajenacin. Una y otra, por ltimo, inhabilitana la clase oprimida para desenvolverse en un mundo en transformacin, poreso, ninguna de ellas ha roto con su carcter a-histrico o, por lo menos, node un modo riguroso que permita despojar las dudas sobre su funcionalidad enel marco de la exclusin y la desigualdad.

    Una referencia profundamente elocuente de este hecho tambin est aso-ciada a la figura del presidente Evo Morales que, como ninguno, puede pre-sumir de la inusual identificacin entre Estado y sociedad, la ms vital queha producido la historia nacional. Sobre esa base, trae a cuenta imgenesque consternan, desde aquellas que, como a cientos de indgenas, lo retra-tan como a un nio que aspiraba ser periodista y termin siendo jornalero,trompetista y cocalero; o las que manifest en una de sus primeras aparicio-nes pblicas como presidente cuando, incmodo con su investidura, lleg adecir: disculpen, s que estamos cometiendo algunos errores, ya iremos me-jorando. No tengo duda en sealar que el significado de su propia historiadebe buscrselo en las estructuras del orden societal boliviano que nuncaconcibieron la idea de un hombre como l presidiendo el pas y que, en fun-cin a ello, no slo lo imaginaron enclavado en la comunidad, sino que lopredestinaron a ella en nombre de la cultura. Por eso, si el presidente Mo-rales no logra despojarse de sus hbitos sindicales y localistas, o de sumentalidad de ayllu, es porque as lo quiso la dominacin de clase. Pero, delmismo modo, no tengo duda en sealar que esto tampoco puede ser rei-vindicado como un rasgo anti-estatalista, que sera como decir que el mayorenemigo del presidente Evo Morales es l mismo y felicitarse por ello.20

    Por los caminos del populismo: la ciudadana poltica

    Ahora bien, el conjunto de factores histricos antes sealados se traduce,adems, en la coexistencia de la legitimacin trascendente con la legiti-macin democrtica-igualitaria (Lechner, citado por Fleury, 1997), propia desociedades que no alcanzan a plenitud su estatalidad. Este aspecto conduceal desplazamiento del lenguaje sagrado, propio de la sociedad agraria, haciala sociedad secular, ocupando la vacancia ideolgica y desplazando la con-ciencia de clase hacia la conciencia primordial sustentada en el mito, bajoaquellos recursos simblicos que usan un lenguaje nuevo, con la sintaxis delviejo (Mead, 1997).

    Con relacin a ello, varios autores tuvieron el acierto de sealar que en

    20 Considerando, por cierto, que el Estado no es monoltico o inherente a una clase: es uncampo de lucha, donde se dirimen las contradicciones sociales. Por eso el Estado es una necesidadhistrica, a transformarse cuando se transforma su contenido. Pero cuando hablamos de Estadotambin estamos hablando de sociedad.

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    contextos como el nuestro la formacin de las clases sociales tambin esten entredicho y, por eso, hay una recurrente invocacin a la idea del pue-blo, cuya forma de lucha, al no poder encarnarse en antagonismo clasista,se encarna en el movimientismo (Fleury, 1997). Habr de agregar a este ar-gumento el que ya establec en anteriores prrafos: por su carcter pre-pol-tico, el movimientismo no puede sino devenir el mito sobre el cual se re-configura el liderazgo y, desde ah, la pertenencia y la identidad de la colec-tividad. Es decir, la imagen sobre la que sta erige su representacin y, por lotanto, su enajenacin. Por ello, si bien el mito puede adquirir un potencialvirtuoso y de alta combatividad en la contestacin al poder, puede en cambiodesfigurarse en el ejercicio de ste, creando lealtades vergonzantes y autori-tarias, en especial cuando desplaza la abstracta voluntad general hacia latambin abstracta voluntad popular encarnada en el caudillo (Lechner, citadopor Fleury, 1997).

    Asumo que lo que se encuentra en este proceso es la continuidad entreel indigenismo y el populismo, ambos abstrados de las condiciones mate-riales de la desigualdad. Ubico esta continuidad en las distorsiones que ad-quiere la sociedad agraria cuando queda incorporada en la sociedad capita-lista, esta vez bajo el espectro de la alianza de clases.

    Con las diferencias del caso, sealo este tema atendiendo el curso hist-rico de los movimientos sociales en tiempos del Estado de Bienestar en Boli-via (1952-1985). Para eso, permtaseme el siguiente rodeo que, por otra parte,nos conducir a las nociones de la ciudadana poltica, sobre la cual ma-nifiesta su entusiasmo el sector de la izquierda nacional del MAS.

    Como se sabe, el Estado de Bienestar, durante y despus de la SegundaGuerra Mundial, fue resultado de una prolongada paralizacin de la econo-ma capitalista, por lo tanto de las relaciones basadas en el salario, aspectosque indujeron a un cmulo de luchas sociales por la integracin y la igual-dad que, en su forma bsica, tienen sustento en el acceso al empleo. La cri-sis del capitalismo, es decir, la crisis del trabajo asalariado, implic que sehubieran restado los grados mnimos de homogeneidad econmica que re-quiere la sociedad para la cohesin de su forma estatal. Puesta en esa dis-yuntiva, la nica salida posible tuvo que ser poltica. Fue desde ah que seregener el trabajo asalariado, pero esta vez a travs de la mediacin de laeconoma estatal que, por la presin de las luchas sociales, hubo de asumirlas polticas de redistribucin y, por ende, derivar en una mayor igualdad,cosa que en Amrica Latina la incipiente burguesa no lograba hacer por sucuenta (Pic, 1999).

    Sin embargo, si la intervencin de la poltica en la economa trajo enalgunos casos resultados exitosos, es decir, restaur la relacin capital/trabajoy, de un modo general, le devolvi cohesin al Estado, en otros, como elboliviano, lo hizo de un modo restringido, porque se limit a la explotacinde los recursos naturales dando pie a una economa soberana, pero estric-

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    tamente volcada hacia fuentes de riqueza primaria. Por eso, si en los prime-ros casos la poltica se activ circunstancialmente y luego la economa hizolo suyo, en los segundos aquella fue permanente y sta aflor con timidez,dando pie a que la base material de la igualdad como factor de cohesin yciudadanizacin alcanzara slo a unos cuantos y, lo peor, en gran parte delos casos por va de la prebenda y la corrupcin como prctica de ascensoo integracin social (Fleury, 1997).

    En unos casos, el corolario fue pues la ampliacin del aparato produc-tivo, mientras que en otros lo fue del aparato pblico. Slo as se entiendeque en la fase del Estado de Bienestar se haya dado una lucha tenaz porel empleo estatal, en especial disputado por clases medias ascendentes que,en el fondo, no luchan sino por garantizarse el nico medio para el que hansido preparadas por el Estado: la empleomana, aquella que tiene sentidoen los ambientes de laxitud y flaqueza que le son propias a las socieda-des estancadas, improductivas e incapaces de generar fuentes de riqueza realo de una cultura progresista alrededor de la tica del trabajo (Maritegui,1943:78-79).

    Una consecuencia de este hecho es que, al final, los mayores defensoresde la estatalidad vienen a ser sectores no productivos que defienden su ubi-cuidad laboral a toda costa, incluso, dado el contexto de interaccin pre-po-ltico, prevaleciendo entre ellos una discusin racista respecto a la mano deobra como nacional o fornea.21 A partir de ello, asumen el derecho de de-finir quin forma parte de los sistemas de mediacin y quin no, sin gran-des intenciones de promover las condiciones para el relanzamiento de lasfuerzas productivas locales que permitan, justamente, la concrecin de los fac-tores de clase. Si lo hicieran, estableceran un marco referencial respecto a loproductivo y lo no productivo y, claro, se afectaran a s mismas de modoinevitable.

    Fleury ha sido contundente al sealar estos aspectos, manifestando queen el Estado de Bienestar la autoidentificacin poltica sobredetermina lasocial, cuando los actores sociales se tornan relevantes ms por su papel po-ltico que por su posicin en cuanto clase (1997:180). Al mismo tiempo ellaapunta que, en este escenario, las fuerzas sociales no preexisten al Estadopero s son conformadas a partir de su intervencin, lo que lleva a la para-doja de que todo pasa por lo poltico, pero que, al mismo tiempo, lo pol-tico est vaco de su funcin de representacin de intereses, ya que los in-tereses no se conforman sino en el propio Estado (Ibid.). Finalmente, Fleuryseala que

    en estos casos, ms que un derecho inherente de la ciudadana, la proteccin social

    21 Atadas a controversias raciales, gran parte de las argumentaciones nacionalistas de la Re-volucin de 1952 pas por ese filtro interpretativo, apelando a negar la mano de obra extranjera y/o colonialista (Malloy, 1989).

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    se vuelve un privilegio para un estrato particular definido por el Estado. Esta incor-poracin alienada impide la formacin de una clase trabajadora autnoma y po-seedora de una identidad colectiva, en la medida en que refuerza su fragmentacina travs de la distribucin diferencial de los privilegios por medio de una red decambios de favores clientelista (Ibid.:198).

    En ese sentido, siendo legtimas las aspiraciones por el control soberanode los recursos naturales, el nacionalismo se ubica frente al dilema de desa-rrollar, en torno a ellos, capacidades tambin autnomas para industrializar-los, cosa que se hace muy difcil por las consignas que l mismo despliega, entanto involucraran necesariamente a capitales externos como a mano de obrafornea, ambos con ms capacidad que la local para dar el salto de la econo-ma primaria a una economa transformadora. Puesto en esta disyuntiva, elnacionalismo comienza con un gran espectculo argumentativo a favor de laauto-determinacin, pero en su camino capitula en ello, cediendo paso, nue-vamente, a las condiciones que le imponen los capitales transnacionales y lapoltica imperialista, como ocurri en Bolivia con el Estado del 52, cuando elpas se vio obligado a transar costosas indeminizaciones a los an-iguos dueosde las minas para restituir la ayuda estadounidense. Como se sabe, en eltranscurso de este cambio, se postularon dos versiones del nacionalismo que,adems de todo, es una ideologa permeable a la manipulacin: la primera,con referentes anti-imperialistas, cuando la revolucin estaba en su despliegue;la segunda con referentes anti-comunistas, cuando el ejrcito tom el papeldel partido poltico (Antezana, 1983; Zavaleta, 1995). Como veremos, ambos,a nombre de la nacin, buscaron su fuente de legitimacin en el movimientocampesino indgena como espritu del pueblo, por lo tanto como locus de lalucha contra lo forneo.

    En efecto, durante el Estado de Bienestar en Bolivia la prctica clientelistaadquiri una extraordinaria vigencia entre los sujetos del movimiento cam-pesino. Por su carcter pre-estatal esa era la masa disponible a prcticas deintegracin, cualquiera fuera el medio utilizado para ello. Por supuesto, estoimplicaba, a cambio, la aplicacin de una serie de dispositivos prebendalesgenerados en el propio Estado, desde donde la relacin con estos sectores ad-quira fines estrictamente polticos, para darle legitimidad al rgimen a travsde la presencia de la masa. Ese hecho supuso la instrumentalizacin de estasmayoras por parte del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), en es-pecial desde que se produjera la Reforma Agraria de 1953 y se redistribuyerala tierra. En razn de ello, el campesinado indgena fue la fuente de legi-timacin de este partido, pero luego lo fue del autoritarismo al calor delllamado Pacto Militar-Campesino con el que se dio inicio a la fase autoritariadel programa estatal-nacionalista, cuando el ejrcito, reanimado por el propioMNR, tom el poder en 1964 para asegurar la revolucin (Rivera, 1984 y2005; Dunkerley, 1987; Zavaleta, 1995).

    Eso me conduce a redondear el argumento inicial: en su bsqueda de legi-

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    timidad, el populismo instrumentaliza al indigenismo, y entre ambos, a nombrede la nacin, estatal y/o tnica, abstraen al sujeto histrico de sus condicionesde clase. Lo que quiere decir que las dos terminan siendo, a su modo, opre-soras, condicin de la que difcilmente se despojan porque su razn de ser, enla que encuentran su comunin, son, justamente, los intereses de una clasemedia ascendente, fundada o bien en la alianza de clases, o bien en la de lahermandad organicista. As, la funcionalidad indigenismo-populismo no estlejos de la funcionalidad indigenismo-neoliberalismo: ambas derivan en la de-gradacin, el sufrimiento y la postergacin de la sociedad agraria.

    En la historia del populismo en Bolivia esto fue posible, adems, porque,a mi entender, los movimientos campesino-indgenas no alcanzaron el rangopoltico que estuvieron a punto de constituir antes de la Revolucin de 1952.Hasta entonces, el movimiento campesino haba sido autnomo, aunque cier-tamente limitado a la prctica de la rebelin. A partir de 1952 pas a depen-der de los caudillos nacionalistas, cuyo medio de coaccin ideolgica fue ladistribucin de la tierra va Reforma Agraria (1953). Con ello quiero sealartres cosas: primero, que el movimiento campesino, al dotrsele de tierra, logrun mnimo de certidumbre, pues se hizo propietario de su medio de produc-cin; segundo, justamente por ello perdi su sentido unificador como clasesocial, por lo tanto su especificidad histrica, y tercero, su carcter como po-blacin mayoritaria la atribuy de una gran capacidad de movilizacin, peroen aras de la pre-poltica (o de la des-politizacin), llegando a convertirse, enalgn momento, en el instrumento que el Estado utiliz para aniquilar a laclase obrera, en especial a aquella que, desde los centros mineros de las re-giones de Catavi y Siglo XX (en el departamento de Potos), estaba planteandosu especificidad o independencia poltica respecto al rgimen del MNR. steestaba hegemonizado, a su vez, por los intereses burocrticos de la clase me-dia ascendente, incluidos sectores militares, que luego dara consistencia car-nal a la nueva oligarqua neoliberal, aquella que ocup la vacancia ideo-lgica que produjo, primero, la persecucin del movimiento obrero durantelas dictaduras militares y, luego, su aniquilacin a fines de la dcada de losochenta, cuando se cerraron los centros mineros estatales.22

    Pensando en ello, uno no puede dejar de imaginar qu otro hubiera sidoel destino de la revolucin si el movimiento indgena hubiera estado prepa-rado para asumir su heterogeneidad de clase y, a partir de eso, dotarse deun programa revolucionario. Dicho esto, otro hubiera sido, quizs, el destinode la propia Reforma Agraria y no el que hoy se presenta como el ms ro-

    22 La clase media, abanderada de la revolucin nacional, cumpli con su aspiracin: sustituira la oligarqua convirtindose a su vez en la nueva clase oligrquica. Se trata, pues, de una clasesostenida no por factores econmicos sino polticos y, ocasionalmente, tambin por un aparato derepresin (Salazar M., 1963). En ese marco, los nacionalistas tampoco reconocen que la nacio-nalizacin de la Gulf Oil en 1969 sirvi, a la larga, para sostener gran parte del auge del rgimendictatorial de Hugo Bnzer Surez que se prolong por siete aos.

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    tundo fracaso del modelo de 1952. En su caso, los indgenas fueron ilusio-nados con polticas redistributivas de la tierra, que hicieron caso omiso de suproductividad y, por lo tanto, de su relacin con el trabajo, cada vez msacotado al minifundio desgastado, empobrecido y devaluado, sostn de lamigracin campesino-indgena hacia la urbe, sin que en esto se dieran lascondiciones de recepcin de la mano de obra liberada.

    Por eso, de ah surgi un movimiento social tan desgarrado como elmovimiento cocalero de hoy y que, con los aos, ira a pronunciarse ra-cialmente y bajo imaginarios milenaristas evidenciados en el Movimiento Re-volucionario Tupak Katari (MRTK).23 Su lectura tradujo, pues, la ira de unasociedad a la que la modernidad le ha despojado de sus vnculos primarios,sin dotarla de vnculos estatales, pero, adems, a la que sobre este despojose le sum la explotacin econmica por va del intercambio desigual entrecampo y ciudad, y la explotacin poltica, por va del nuevo gamonalismoque se erigi con el MNR y el ejrcito, y cuya versin subalterna se filtr en elcaciquismo sindical (Rivera, 1984). En ese escenario, la mayor infamia ha sidola sistemtica manipulacin del voto campesino, instrumentalizacin agravadapor la reiterada intencin de retraer al indgena al squito de sus creencias ycostumbres, y no a una prctica igualitaria y liberadora que ponga en cues-tin al poder, pero no por va de aventuras racistas, sino por va del conven-cimiento secular y, en ese sentido, progresista.

    Sobre ello, tambin resulta til detenerse en la educacin que, duranteel Estado de 1952, prescindi de las particularidades de clase, esta vez anombre de lo boliviano, abstraccin que para entonces llevaba un registroen torno a la nacin contra la anti-nacin. Con ese argumento, la escuelanica se convirti en una entidad amorfa que hizo de la sociedad urbanael horizonte de la sociedad agraria, pero sin que de por medio se materiali-zara un escenario propicio para ello, para alimentar, justamente, su condi-cin de clase. Ese proceso no pudo resultar sino en el desarraigo campesinoque, en busca de lo boliviano, tendi a migrar hacia las ciudades, sin en-contrar en stas referencia alguna para insertarse como ciudadano. La escuelanacionalista, en ese sentido, contribuy a la enajenacin del indio, deslum-brado por las falsas luces de la modernidad a la que, finalmente, encall amedias, a no ser, otra vez, para re-elaborar el milenarismo como fuente dereferencia, motorizado por intelectuales indgenas urbanos que en s mismosexpresan la disociacin manual-intelectual como hecho histrico que tienepresencia, esta vez, en una clase media indgena.

    Por eso mismo, otro hubiera sido el destino de la revolucin si no se lehubiera recortado a la clase obrera su independencia, pero, adems, si nose hubiera erigido sobre ella un programa inmediatista, como lo hizo el radica-

    23 Tupak Katari fue el indgena que lider los ms importantes movimientos anti-coloniales enel altiplano andino en el siglo XVIII. Su figura, con variantes, es paralela a la de Tupac Amaru en elPer.

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    lismo de izquierda. De un lado, la promesa nacionalista tambin encandilal movimiento social, aquella vez vanguardizado por el proletariado minero, alque se erigi discursivamente como la clase ms nacional del rgimen(Zavaleta, 1990a), pero estancndola productivamente, por lo tanto, recortandosu posibilidad de ser, en efecto, la clase dirigente de la transformacin.24 Deotro lado, la promesa anti-capitalista hizo suya la idea de que para conseguirlabastaba la auto-suficiencia del voluntarismo pequeo burgus, sin consi-deracin alguna de que sin desarrollo de las fuerzas productivas no haysocialismo que valga.

    En el marco de esos sealamientos es preciso recordar los avatares dela Corporacin Minera de Bolivia (COMIBOL) que tuvo a su cargo la admi-nistracin de los centros mineros nacionalizados en 1952. Ah fue que en-contr cobijo la cada vez ms extendida burocracia del partido gobernante(MNR) y se convirti en una de las entidades ms anti-obreras del mismo, alaplicar polticas de recorte no slo salarial sino productivo que, finalmente,terminaron por descapitalizar a los centros mineros. Como fruto de ello, en1985 se produjo el colapso de la minera boliviana y, con ella, de la econo-ma nacional que, a pesar de las promesas desarrollistas de 1952, terminsiendo una economa de exportacin primaria, estancada, sin un horizontepoltico y transformador a largo plazo, fcil presa, luego, de los argumentosprivatizadores y modernizadores del neoliberalismo. Lo peor de ello es quesu estrepitosa cada, en los aos ochenta, tambin fue la del proletariado mi-nero y de las aspiraciones autnomas que ste llevaba en su seno, a pesar dela burocracia poltica y sindical, ambas provenientes de la misma matriz nacio-nalista que se erigi con la hegemona del MNR.

    Bajo el auspicio del Estado de Bienestar, entonces, se edific una relacinplagada de frustraciones que terminaron por erigir a una nueva clase do-minante a la que, a nombre de la nacin y del nacionalismo, las clases des-posedas deban rendirle lealtad, una lealtad enceguecida, adems, por losfactores mticos a los que hice referencia anteriormente y que terminaron porpersonificarse en una relacin de humillante subordinacin del indgena alcaudillo militar.

    Aos ms tarde, la clase dominante supo desplazar sus mecanismos deacumulacin a partir del modelo privatizador del neoliberalismo, dndose unrespiro de casi dos dcadas. La clase dominada, en cambio, sucumbi entremedio y, en su calidad post-contractual, se aferr a sus vnculos primarios yorgnico-naturales, sumndose a quienes nunca llegaron a participar con auto-noma del pacto de 1952. Ese fue el ncleo de la contradiccin que, despusde prolongadas y dramticas luchas sociales, termin de desgajarse en octubredel ao 2003, cuando cay el sistema poltico neoliberal.

    24 El proletariado minero, una forma particular de la clase obrera debido a su raigambre cam-pesina, tambin llevaba factores mticos en su politizacin. De ah, quiz, su legendaria combati-vidad, pero tambin su limitacin nacionalista.

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    Las lecciones que se desprenden de este hecho son profundamente ac-tuales. Dejan establecidos los riesgos que trae consigo un movimiento socialpoderoso que, sin embargo, no tiene clara su especificidad histrica. Dancuenta, por tanto, de un proceso de transformacin que, siendo llevado aefecto por la clase oprimida, puede terminar siendo anti clase oprimida porsu apelacin a pertenencias abstractas. Y, lo peor, son la traduccin fiel dela forma como se desvirta la poltica cuando no tiene un objetivo clasistao cuando subordina el inters de clase al inters de la burocracia, siendoque sta, a la larga, se convierte en la mayor enemiga de la transformacinsocial, con una extraordinaria capacidad para construir representacionesgenerales que en el fondo se convierten en fuentes de poder ilegtimo yconservador.

    Corolario

    Quizs el mayor dilema poltico del MAS hacia el futuro est situado en suimposibilidad de generalizar su proyecto poltico, en aras de la construccinde una nueva hegemona en Bolivia. Se debatir, pues, en la disyuntiva deabsorber en un solo proyecto los intereses especficos que traen consigo losllamados movimientos sociales, o sostenerlos en tanto tales, a riesgo de des-legitimarse a s mismo. Ese hecho est asociado a las dificultades que leson propias a los proyectos indigenistas con relacin al trnsito entre lo par-ticular y lo general que exige la ocupacin poltica del Estado, peor an,cuando a nombre de la democracia directa tambin privilegian proyectos au-sentes de mediaciones, aquellas sobre las que se erige la sntesis terica quele da direccin al proceso en curso.

    Podra argirse que el MAS sostiene, adems, un discurso nacionalista enrazn del cual la politizacin estar zanjada y de donde, sostienen algunosintelectuales, los indgenas vienen a ser la clase ms nacional del pas. Sinembargo, podra tambin observarse que si bien el nacionalismo invoca per-tenencias generales, no lo hace con relacin a los entretejidos materiales querequiere una nacin para cohesionarse. En otras palabras, que una cosa es eldiscurso y su limitada perdurabilidad en el tiempo, otra su objetivacin enel quehacer cotidiano de la gente.

    Por eso, el desafo para el MAS est situado en el entretejido laboral queconlleve este proceso y que, al mismo tiempo, suponga el re-equilibrio entrecapital y trabajo, hoy uno en manos del Estado, el otro como la demandaprincipal de los pobres en el pas. Para enfrentar ese objetivo se requiere unhorizonte estratgico del que suelen estar ausentes tanto nacionalistas comoindigenistas, ambos atemperados por el inmediatismo que, en el caso boli-viano, suele terminar generando demandas rentistas en la sociedad y ads-cripciones polticas y envilecedoras en torno a la ciudadana. Lo peor de ello

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    son los sntomas de un recurrente fraccionalismo que estn comenzandoa manifestarse en varias regiones del pas en torno a la propiedad de losrecursos naturales, vinculados a la tierra, la minera y el gas.

    En esa ruta, el destino del MAS est situado en su capacidad para en-tretejer una lectura ms compleja de la realidad boliviana que hoy tieneen su haber, de parte del Estado, recursos materiales que provienen de lariqueza gasfera nacional y, de parte de la sociedad, una poblacin despo-jada de las posibilidades de reproducirse salarialmente, por ende, volcadahacia los vnculos primordiales y de presencia que emulan la raza por en-cima de otro lazo social. La identificacin Estado-sociedad de la que es posi-ble presumir hoy est retratada en el marco de la simbologa indgena, perotiende a petrificarse en ello, en tanto el MAS no procure la construccin de nue-vos argumentos que vivifiquen permanentemente tal relacin.

    Eso, sin duda, requiere de la caracterizacin de las relaciones laboraleslocales en el marco del modo de produccin dominante, lo que quiere de-cir, ubicar la desigualdad y la exclusin en la totalidad, con la histrica ventajade que esta tensin est situada en una enorme disponibilidad de capitalnacional.

    En esa direccin, es necesario tener presente que el mayor recurso cultu-ral que legaran los indgenas de los Andes se encuentra, justamente, en surelacin con un entorno natural, arisco, poco prdigo, al que tuvieron quevolcarse colectivamente para dominarlo, pero tambin que slo pudieronhacerlo desplegando una enorme tenacidad laboral. Esas condiciones die-ron como fruto una monumental produccin simblica y, significativamente,estructuras de colaboracin mutua y una moral particular basada en la leydel esfuerzo, transmitida de generacin en generacin en el transcurrir de laexistencia. Siendo esto as, la cultura aparece como un bien que, activadodesde el Estado, se constituye en una gran promesa para la reorganizacin dela sociedad a partir del trabajo, pensando, sin embargo, que no es posible unasociedad igualitaria sin riqueza y, hoy, sin tecnologa ni conocimiento.

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