rodolfo suárez molnar, explicación histórica

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Es un texto sobre la Teoría de la Historia.

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Page 1: Rodolfo Suárez Molnar, Explicación Histórica

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AUTORES, TEXTOS Y TEMASPSICOLOGíA

Rodolfo Suárez Molnar

Explicación históricay tiempo social

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~ Casa abierta al tiempo ~'? Cuajimalpa .•• ANTH~OPOS

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La causa determinante de un hecho social debe buscarse entrehechos sociales anteriores y no entre estados de conciencia indi-viduales. [...] la imitación, la fuente de la vida social, dependeella misma de factores sociales: presupone lo que produce. Loshombres sólo actúan uno sobre el otro, por ejemplo, de modo deproducir hechos sociales, cuando ya hay suficiente homogenei-dad moral entre ellos, resultado de la vida en común. Los hom-bres imitan a sus superiores, pero la superioridad ya es una ins-titución social; de ese modo la palabra «imitación» está vacía vno explica nada. Debemos descubrir por qué imitan los ho~-bres; y las causas que Ilevan a los hombres a imitar, a obedecerseentre sí, ya son sociales. 44

CAPÍTULO TERCERO

DE LA OPERACIÓN HISTÓRICAY LA NARRATIVIDAD

esta materia y,por ende, de los motivos personales. Dicho, a pe-sar de Tarde, por Durkheim:

Pero así como estas formaciones no pueden reducirse a cum-plir las funciones de motivo para la acción, ni sus condicionesemergentes pueden explicarse con base en las interacciones in-dividuales y la materia social, resulta que éstas tampoco son fá-cilmente asimilable s al pensamiento causal propiamente dicho(ni siquiera, en su versión de condición necesaria pero no sufi-ciente). Más claramente, los que importa destacar es que su pro-ceso de su conformación no es el de la emergencia desde la ma-teria social, ni el de ser provocadas por formas sociales anterio-res, sino el del mecanismo que opere en su autonomización. Lacuestión quizá se aclare un poco más en el siguiente capítulo. Yaunque resultará un tanto aventurado concluir así, parecería quehay condiciones que permiten decir que, a diferencia de natura,cultura facit saltum,

Por la forma en que se ha abordado el análisis de la explica-ción histórica hasta este punto del texto, se pudiera haber gene-rado la percepción de que se están desconociendo, o al menosesquivando, las problemáticas derivadas de la función que tantodesde el horizonte y como la escritura histórica cumplen en loque a la configuración de la materia histórica se refiere.

Ciertamente, la obstinación en analizar algunas propiedades ycaracterísticas de la materia social, y en estudiar las consecuen-cias epistémicas que de ellas se sigan para la historia, podríanhaber impreso en el trabajo cierto tipo de compromisos con unrealismo que hoy parece fraDcamente insustentable. Sin embar-go, tanto la insistencia en la función que los intereses epistémicostienen en el establecimiento del estatuto propiamente histórico delos acontecimientos, como la observación inicial respecto a que eltrabajo se fundamenta en uDa concepción específica del mundosocial, son prueba de que no sólo se reconoce que la constituciónde la materia histórica también depende de la operación históri-ca, sino que lo que aquí se defiende está hasta cierto punto supedi-tado a aquella posición de la que el texto abreva.

Amén de que lo antedicho pueda servir para menguar las con-secuencias de esta observaci6n, lo cierto es que no sería suficientepara dar salida al problema que detrás de ello se manifiesta. Así, elapartado que aquí inicia tiene por finalidad la de abordar indirec-tamente esta temática, a partir de un análisis de las tesis narrati-vistas a las que igual se ha obviado en los argumentos anteriores.Conviene aclarar, desde ahora, que elexamen estará centrado, tantocomo los otros, en las posibilidades de incorporar en estas con-44. E. Durkheim, Escritos selectos. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1993. pp.

79 Y83. Énfasis añadidos.

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cepciones a aquellas historias por las que este trabajo pretendeabogar. De allí, por supuesto, el tratamiento tangencial de estacuestión; pero de allí también la necesidad de extender este co-mentario inicial, no sólo para establecer con más claridad los lí-mites de la noción de objetividad que se está defendiendo, sinoporque de ello dependerá en buena medida la justificación de al-gunas de las tesis que más adelante serán presentadas.

Ni siquiera cabe dudar que los elementos abonados a la dis-cusión por las concepciones narrativistas de la historia, han ro-bustecido el señalamiento de que la configuración de la materiahistórica no responde únicamente a sus características intrínse-cas, y el de que la función configurante de la operación históricay el sujeto no se reduce al establecimiento de la problemática, alplanteamiento de hipótesis o a la selección y crítica documental.

Más allá de lo que se deriva por la incorporación de la escritu-ra histórica entre los factores que determinan la conformación desu materia, estas concepciones provocaron una ampliación de' lasunidades de análisis epistémico que, entre otras cosas, tiene im-portantes repercusiones en las formas en que podría considerarsesu evaluación mediante los valores epistémicos clásicos. Más cla-ramente, el modo en que se ha recuperado la crítica al atornismológico y al método «resoluto-cornposicional» en el contexto deldiscurso histórico,' abre una interesante vía para justificar la in-dependencia lógica del texto respecto de las proposiciones indivi-duales que lo conforman; tesis cuyas consecuencias no sólo debenmedirse por la incorporación de la teoría literaria en el análisis dela escritura histórica. Y es que, independientemente de la posi-ción que se mantenga frente a la narrativa en sí, el holismo presu-puesto en la idea de que las unidades epistémicas sean sistemasde proposiciones, conduce a replantear la viabilidad y el significa-do de la verificación empírica, y casi obliga a pensar en valoresepistémicos distintos para la evaluación y justificación del conoci-miento histórico (vgr., la coherencia).

Aunque hay que decir que, al menos en lo general, la posiciónno es del todo disímil a la que algunos autores post-positivistas eincluso positivistas han sustentado (vgr., Neurath o Ouine), estáclaro que esta consideración narrativista presenta algunas par-

tícularidades debido al ámbito en que se plantea y, sobre todo,por los factores considerados como condiciones determinantespara la construcción de estos sistemas.

Al punto, destaca la forma en que especialmente White logróconducir a la retórica del discurso histórico hacia una teoría polí-tica del mismo, y el modo en que por ello se evidencia que loselementos con que se ha buscado establecer la objetividad del co-nocimiento histórico no eliminan la sustancia que hoy se críticaen las filosofías especulativas. Sobra indicar que el valor y la nove-dad del planteamiento de White no reside en mostrar que la expli-cación histórica involucra algún tipo de compromisos ideológi-cos. Después de todo, los principios metodológicos que deberíanasegurar la cientificidad de la historia, fueron pensados justamentepara controlar la impronta de estos compromisos a los que obvia-mente se reconocía. Lo relevante, entonces, es haber establecidoque éstos son ineludibles para la configuración del texto y, porende, de la materia histórica; o para ser más claro, que toda histo-ria es también y por necesidad una filosofía de la historia.

Por sí solas, ambas líneas de argumentación son suficientespara justificar que lo histórico también es producto de la inter-pretación, que la evaluación epistémica de la historia no puedereducirse únicamente a la confirmación «empírica» de proposi-ciones particulares respecto al pasado y, sobre todo, que en elanálisis del conocimiento histórico es necesario traspasar el te-rreno epistérnico hacia las dimensiones ética y estética. Pero nadade ello implica, yeso está claro en los propios textos de White,Ricceur o Ankersrnit, que el pasado sea sólo un lugar de la imagi-nación, o que por el hecho de que el historiador invente algunasde las relaciones entre los acontecimientos y porque impongasobre de ellos una estructura que los mismos no tienen, se termi-ne creyendo que se está en libertad de inventar todas las relacio-nes y de proyectar cualquier estructura.

Así, el uso de términos corno «materia histórica» y la referen-cia que de allí se derive a cierto tipo de realismo y objetividad, nose desprenden de una reticencia al relativismo que pueda provo-car la idea de que, en algún nivel, carezcamos de una base realis-ta para decidir entre distintas historias; sino de que éste u otrosplanteamientos hayan traído consigo un cierto desprecio porcualquier valor epistémico, mismo que al final ha servido parajustificar una actitud un tanto cínica que sobrepasa cualquier

J. Véase, F.R. Ankersrnit (1994), Historia v tropologia. Ascenso y caída de la metáio-ra, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 11-16.

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nivel aceptable de presentismo y de uso de la imaginación histó-rica. Creo, pues, como Cassirer; que el objeto no es lo dado, sinola tarea de la objetividad." Pero por lo mismo, creo también quela paradoja más interesante de la historia no se desprende deque un acon tecimiento pueda tener distintos significados en dis-tintas narraciones, sino de que existan historias falsas cuyas de-claraciones particulares son todas o casi todas verdaderas. Deallí que, así visto, el problema no está en que se diga «[...] queuna interpretación proyecta una estructura sobre el pasado y nola descubre como si esta estructura existiera en el pasado en sí», 3

sino en el usual olvido de que, unas páginas más adelante delmismo texto, se ha asentado también que «La autonomía dellenguaje narrativo respecto del pasado en sí no implica en abso-luto que las interpretaciones narrativas deban ser arbitrarias».'

Insisto en que no puede responsabilizarse a White, a Ricceuro Ankersmit de lo que algunos de sus lectores han querido deri-var de su posición, como tampoco podría imputarse a LeGoff,Ariés y Duby lo que algunos de los suyos han hecho con la que espropia. Pero tampoco es mucho pedir que en medio del maremágnum posmoderno se recordara con mayor frecuencia queno hay interpretación sin textos y, sobre todo, que la función dela interpretación es, desde siempre, abrir algún camino que con-duzca del sentido al referente.

En fin, mejor será dejar aquí esta discusión y, para hacerla,conviene recordar que el examen se restringirá a la hipótesis quela narrativa sea condición sine qua non de la experiencia históri-ca. El análisis, hay que aclararlo, tampoco pretende abarcar alos autores y obras narrativistas de mayor relieve, sino que esta-rá concentrado en algunas tesis de dos de sus representantes:Hayden White y Paul Ricceur. La selección, por lo demás, res-ponde únicamente a la facilidad con que estas ideas se prestan ala exposición de las propias, por lo que no debe leerse como siésta supusiera alguna propensión a favor de los aludidos, nimucho menos en contra de los exceptuados.

Sobre la explicación por la trama

2. E. Cassírer (1942), Las ciencias de la cultura, México, Fondo de Cultura Econórni-ea. 2005, p. 45.

3. F.K. Ankcrsmit (1994), o]J. cit., p. 76.4. Ibid., p. 81.

Como pocas teorías narrativistas de la historia, la de HaydenWhite se ha prestado con suma facilidad para justificar la inten-ción de otros por asimilar a la historia con la literatura. Apesar deque él mismo ha sido claro en que su poética atañe únicamente a laestructura narrativa del discurso histórico (por lo que sólo en esteámbito restringido cabría decir que ficción e historia pertenezcana una misma clase), algunos análisis de su propia obra suelen sos-layar esta limitan te, pasando por alto tanto los elementos episté-micos que, sin duda, distinguen a ambos tipos de narración comolas formas de explicación formal e ideológica que, a decir por elpropio White, acompañan siempre a la explicación por la trama.

Con ello, no sólo se ha propiciado que los valores estéticos ocu-pen casi todo el campo de la reflexión, sino también una aprecia-ble devaluación del lugar que la propia explicación por la tramaocupa en la comprensión histórica. Y es que, al adquirire estarelevancia que termina por ensombrecer a las otras formas dela explicación a ella asociadas, se la deja en la posición de susten-tar por sí misma el proceso del que sólo es una parte, restándole lafuerza que había adquirido gracias a la coherencia que el mismoWhite encuentra en lo que denomina estilos historiográficos.

Parecerá extraño que, después de esta apostilla, el análisis seconcentre en la explicación por la trama. Pero la paradoja esmás bien aparente, porque lo dicho va en el sentido de señalarque para quien recupere la obra de White en el intento por pro-fundizar sobre la estructura del discurso histórico y sobre el pa-pel que en ella tiene la narración, la referencia a estas formas deexplicación, que no su aceptación, es prácticamente ineludible.Sin embargo, la misma obligatoriedad se diluye cuando lo queocupa es la pregunta acerca de si toda historia es narrativa. Y deeso es, justamente, de lo que trata este apartado.

Según se ve, son al menos dos los elementos que justifican aWhite para caracterizar a la estructura del discurso históricocomo un artificio literario. En primera instancia, está su atinadodiagnóstico respecto a la irrefutabilidad empírica y teórica deciertas obras históricas (Michelet, Ranke, 'Iocqueville, Burckhardt,Hcgel, Marx, Nietzsche y Crocc). Por esta vía, White logra dismi-nuir el peso que las consideraciones epistémicas tienen en suevaluación; pero igual consigue disolver la frontera ente histo-

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riadores y teóricos de la historia, para así asociar a los primeroscon los segundos y, después, conceptuarlos como modelos dela concepción de la historia. En sus propias palabras:

un proceso comprensible con un principio, un medio y un find iscerni bles, 6

Su posición [la de Michelet, Ranke, etc.] como posibles modelosde representación o conceptualización histórica no depende de lanaturaleza de los «datos» que usaron para sostener sus generali-zaciones ni de las teorías que invocaron para explicarlas; dependemás bien de la consistencia, la coherencia y la fuerza esclareced 0-

ra de sus respectivas visiones del campo histórico. Por esto no esposible «refutarlos», ni «impugnar» sus generalizaciones, ni ape-lando a nuevos datos que puedan aparecer en posteriores investi-gaciones ni mediante la elaboración de una nueva teoría para in-terpretar los conjuntos de acontecimientos que constituyen elobjeto de su investigación y análisis. Su categorización comomodelos de la narración y la conceptualización históricas depen-de, finalmente, de la naturaleza preconceptual y especificamentepoética de sus puntos de vista sobre la historia y sus procesos.' .

Ambas apreciaciones acreditan sobradamente la aproximaciónformalista sugerida y llevada a cabo por White, así como la puestaen relieve de las implicaciones que la escritura de la historia tienesobre su propia materia de estudio y sobre la «explicación» que deésta ofrece. o obstante, mis dudas comienzan cuando White ex-tiende su posición hasta concluir que la explicación por la tramaes, aunque con variaciones en su peso específico, un constituyen-te esencial del método histórico de la comprensión. En otras pala-bras, lo que preocupa de su aproximación no es, de nuevo, el rela-tivismo que ésta pudiera generar, sino la aseveración, fortísima ami juicio, de que «[...] toda historia, hasta la más "sincrónica" o"estructural", está tramada de alguna manera»."

El problema, por supuesto, radica en la dificultad para intro-ducir algún tipo de ordenamiento diacrónico en una historia es-tructural. Ni siquiera hace falta decir que una trama no es sóloun ordenamiento secuencial de los acontecimientos (i.e., el prin-cipio, medio y fin al que White se refiere), sino una forma espe-cífica de disponerlos que, entre otras cosas, establece una ciertadireccionalidad en la sucesión. De allí que, si es esta dírecciona-lidad la que implica que la estructura se signifique como unatragedia, una sátira, un romance o comedia, se entienda que loscomponentes son significados por su función en el transcursoque conduce del principio al fin elegidos.

Así visto, la idea de que la explicación por la trama funcioneen las historias estructurales se vuelve al menos contraintuitiva,puesto que la sincronía que les caracteriza impide que los acon-tecimientos sean presentados secuencialmente. Como es obvio,al imposibilitarse esto se ha eliminado también la direccionalí-dad que los atraviesa y que es, justamente, la que hace de la es-tructura algún tipo de trama y la que da a cada uno de sus ele-mentos el lugar y significado que le corresponde.

Alpunto, el propio White ha encontrado en la clasificación delas estructuras de trama de Nort:hrop Frye, los elementos necesa-li.os para eliminar en algo la secuencialidad y, sobre todo, para

Aunado a ello, está también su asertivo señalamiento respec-to a que los acontecimientos no tienen un significado históricoque les sea propio, pues éste sólo puede derivarse a partir de larelación que cada uno de ellos guarde con otros acontecimientosy, sobre todo, en función del lugar que en la narración ocupe:

A veces se dice que la finalidad del historiador es explicar el pa-sado «hallando», «identificando» o «revelando» los «relatos» queyacen ocultos en las crónicas; y que la diferencia entre «histo-ria» y «ficción» reside en el hecho de que el historiador «halla»sus relatos, mientras que el escritor de ficción «inventa» los su-yos. Esta concepción de la tarea del historiador, sin embargo,oculta la medida en que la «invención» también desempeña unpapel en las operaciones del historiador El mismo hecho puedeservir como un elemento de distinto tipo en muchos relatos his-tóricos diferentes, dependiendo del papel que se le asigne en unacaracterización de motivos específica del conjunto al que perte-nece. [...] El historiador ordena los hechos de la crónica en unajerarquía de significación asignando las diferentes funcionescomo elementos del relato de modo de revelar la coherencia fOI'-mal de todo un conjunto de acontecimientos, considerado CO.1110

" 11 Whitc (1973), Memhistoria. La imaginación histórica el1 la Europa del siglo.\/\. 1'''''.1" ele-Cultura Económica, México, 2001, p. 15. .

6.INcI., p. 18.7. Ibid., p. 19 .

111I I()

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El romance es fundamentalmente un drama de auto identificaciónsimbolizado por la trascendencia del héroe del mundo de la expe-riencia, su victoria sobre éste y su liberación final de ese mundo,[...] El tema arquetípico de la sátira es precisamente lo opuesto aeste drama romántico de la redención; es, en realidad, [...] un dra-ma dominado por el temor de que finalmente el hombre sea elprisionero del mundo antes que su amo [...] Comedia y tragedia[...] sugieren la posibilidad de una liberación al menos parcial dela condición de la Caída y un escape siquiera provisional del esta-do dividido en que los hombres se encuentran en este mundo. [...]En la comedia se mantiene la esperanza de un triunfo provisionaldel hombre sobre su mundo por medio de la perspectiva de oca-sionales reconciliaciones de las fuerzas en juego en los mundossocial y natural. [... ] En la tragedia [...] la caída del protagonista yla conmoción del mundo en que habita [...] no son vistas comototalmente amenazantes para quienes sobreviven a la prueba agó-nica. Para los espectadores de la contienda ha habido una ganan-cia de conciencia. Y se considera que esa ganancia consiste en laepifanía de la ley que gobierna la existencia humana, provocadapor los esfuerzos del protagonista contra el mundo."

Aun aceptando la validez y brillantez de esta estrategia, noparece que sea suficiente para fundamentar la tesis de White. Sise analizan las características que permiten a Frye la categoriza-ción de los distintos tipos de tramas, resulta que éstas coincidencon las que uno pudiera utilizar para identificar, aunque fuera agrandes rasgos, las distintas posiciones que es posible mantenerfrente a la libertad humana y a las limitaciones que sobre ellaestablezcan el mundo material o social. Más específicamente,pensar que el hombre logra o no vencer las condiciones impues-tas por el mundo, que en su intento por hacerlo consiga ocasio-nales reconciliaciones, o que su caída deje, cuando menos, laretribución de la conciencia sobre la futilidad del afán por ven-cer a esas condicionantes, no constituyen únicamente una tipo-logía quizá correcta de las tramas narrativas, sino que represen-tan, en tanto posibilidades, un mínimo catálogo conceptual delo que se puede pensar acerca de la relación entre el hombre y lanaturaleza, entre el individuo y la sociedad, e incluso respecto ala lucha de la virtud contra el vicio.

Así las cosas, es posible que sea esta «amalgama» de las tra-mas y los distintos posicionamiento s frente a la libertad huma-na, la que le permite a White encontrar que toda historia, hastala más estructural, contiene en algún grado el ingrediente de laexplicación por la trama. Pues aunque es trivial reconocer la exis-tencia de explicaciones históricas sincrónicas, cuesta trabajo in-cluso imaginar alguna en la que el historiador no tuviera queposicionarse respecto al libre albedrío, para tomar las medidasconducentes en su investigación.

Esto último, no sólo explicaría la narratividad encontrada enautores como Marx o Burckhardt (cuya posición frente a la li-bertad es tan patente como la de Croce), sino que explica tam-bién la coherencia que White reconoce entre las formas de laexplicación por la trama (romántico, trágico, cómico y satírico),los modos de argumentación (formista, mecanicista, organicistay contextualista) y los de implicación ideológica (anarquista, ra-dical, conservador y liberal). Las afinidades que entre ellos pue-dan establecerse, y que en White alcanzan para la construcciónde estilos historiográficos, quizá respondan más al posiciona-miento de cada autor frente a libertad humana, que al hecho deque éste utilice talo cual formato narrativo. Esto es, que se esconservador, liberal, anarquista o radical porque se mantiene

independizar a las tramas de la direccionalidad del relato. Cito, inextenso, la presentación que White hace de aquella clasificación:

No se va a discutir si la clasificación y de caracterización deFrye son correctas con respecto a cada una de las distintas for-mas de la trama, porque lo que aquí importa es el modo en queWhite ha evitado el problema al poner el énfasis, más que en ladirección que la secuencia de los acontecimientos toma en unatrama, en el significado que se deriva de cada una de ellas cuan-do se ha recorrido el camino completo.

No hay duda de que, vistas las tramas desde esta perspectiva,se evita sin ninguna dificultad el problema que antes se ha ex-puesto respecto a la narratividad de la reconstrucción estructu-ral. Al ser el significado final y no el camino y su dirección el quedefine las características de la trama, la sincronía deja de seruna limitante para reconocer en las historias estructurales untipo de «relato», siempre y cuando sea posible encontrar entrelas funciones estructurales al menos una que pueda asociarse auna trama en particular,

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8.1bíd., pp. 19-20.

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una posición específica acerca de nuestra situación frente a lascondiciones en que desarrollamos una acción, y que la caracteri-zación de estas condiciones se hace, en consecuencia, de un modoIormista, mecanicista, organicista o contextualista.

Por supuesto, nada de lo antedicho implicaría que las tesisnarrativistas carezcan por completo de sentido. En realidad. loúnico que se ha querido sugerir es que el estatuto propiamentenarrativo quizá no sea una condición sine qua 110nde la explica-ción histórica. Lo que no evita que, cuando la condición estápresente, las aproximaciones narrativistas y los análisis formis-tas adquieran sobrada relevancia.

campo entidades colectivas y anónimas. La cuestión, entonces,está en que dichas entidades carecen de las propiedades que per-mitirían incluidos como personajes en una estructura narrativa.El propio Ricoeur lo dice así:

Se puede designar o identificar un personaje con un nombrepropio, considerado como responsable de las acciones que se leatribuyen; él es el autor o la víctima; por ellas es feliz o desdicha-do. Ahora bien: las entidades a las que la historia refiere los cam-bios que intenta explicar no son personajes, si nos atenemos asu epistemología explícita: .las fuerzas sociales que actúan en elsegundo plano de las acciones individuales son, en el sentidopropio del término, anónirnas.!"

De las entidades colectivas y la narratívidadAsí las cosas, lo interesante de la posición de Ricceur (para

nuestros fines, se entiende) está en el modo en que, aun recono-ciendo que la competencia narrativa implica un triple rompimientoepÍstemológico con la historia (al nivel de los procedimientos, delos actores históricos y de las distintas duraciones), 11 ha buscadomantener la posición narrativista al grado de sentenciar que «[ ...]la historia no puede romper su vínculo con la narración sin per-der su carácter histórico" Y

Como punto de partida en su estrategia, Ricoeur recupera ladistinción sugerida por Mandelbaum entre la «historia general» ylas «historias especiales» (i.e., entre aquellas que se ocupan de so-ciedades específicas cuya existencia es continua y las que tienenpor tema aspectos abstraídos de la cultura) para, con base en ella,sugerir una tipología jerarquizada de las entidades que en el dis-curso histórico toman el lugar del sujeto de la acción. Como esevidente, el modo en que Ricceur separa a las entidades de prime-ro, segundo y tercer orden, no sólo presupone que la distanciaentre el plano de la narración y el de la historia-ciencia aumentaconforme se avanza en el continuo, 13 sino que al asociarse con latesis de Mandelbaum, se implica también una división entre so-ciedad y cultura que igual opera al nivel de las entidades. 14

Aunque Tiempo y narración sea, en su conjunto, una muy valio-sa reflexión en tomo a la experiencia humana del tiempo que por sunaturaleza y alcance excede los límites de esta discusión, la defensade la concepción narrativista de la historia sustentada allí por Ri-cceur merece una especial atención, debido a su propósito de intro-ducir en ella al tipo de historias que son objeto de este trabajo.

En este sentido, no se puede más que coincidir con Ricceur enque «La teoría narrativista es puesta a prueba realmente cuando lahistoria deja de ser episódica».? La sentencia reswne el tipo de in-quietudes que se han expresado respecto a la tesis de White, peroimplica también una ampliación de lo que debe considerarse en elanálisis. Siguiendo todavía a Ricoeur; el problema de esta filosofíade la historia no radica únicamente en la posibilidad de narrativizara las explicaciones de corte estructural, sino que se extiende hastaabarcar un necesario análisis en tomo a los personajes históricos.

Al fin francés, la consideración de Ricceur para con el posi-cionamiento de la escuela de los Annales, introduce en su argu-mento narrativista un importante problema para su posible jus-tificación. Como él mismo lo hace notar, la crítica a la historiaepisódica y, en particular, a la noción de acontecimiento susten-tada por esta corriente historiográfica, no solamente supone unadistinta concepción del tiempo histórico, sino que inserta en el

10. lbid.. p. 315.11 . Ibid., p. 290.12. lbid.. p. 293.13. lbid., p. 316.14.lbíd., p. 318.

9. P. Ricoeur (1985), Tiempo y narración. Coniiguracion del tiempo en el relato histó-rico, México, Siglo XXI, vol. I, p. 289.

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Una vez establecidos los elementos de la tipificación, lo queRicoeur necesita son los que él mismo denomina objetos transicio-nales que permitan transferir la narratividad de la historia generalhacia las particulares, y «saltar» así el rompimiento episternológi-co que antes había reconocido. La idea consiste en buscar algunaforma de vinculación entre las entidades de primer orden (pueblos,naciones, civilizaciones) y los individuos, de forma tal que aqué-llas puedan ser concebidas, al menos, como cuasi-personajes."

Para hacerlo realizará una operación interesante: tomará,primero, una definición (la de Mandelbaum) en la que la conti-nuidad de las sociedades es derivada de la comunidad, de losindividuos y su función institucionalizada, v del territorio. Di-cho, con palabras de Mandelbaum, por Ric~ur:

Llegado a este punto, Ricceur tieneya en las entidades de pri-mer orden a los objetos transicionales que necesita para «guiar elreenvío intencional desde el plano de la historia-ciencia al de lanarración, ya través de éste, a los agentes. de la acción efectiva»."Por la clasificación de las entidades desegundo y tercer orden en-tre las historias especiales, los objetos cu.lturales aparecen comofenómenos discontinuos y delimitados por el historiador que, porconsiguiente, carecen de las propiedades que permitirían su co-n-ecta personificación. Sin embargo, sera. su VÍnculo con las enti-dades de primer orden el que pemlitirá t"eintroducir las caracte-rísticas de las que carecen. Al referirse a la reconstrucción delimperialismo realizada por Veyne, dice Ricceur:

Una sociedad -diré- consiste en individuos que viven en una co-munidad organizada, dueña de un territorio particular; la organi-zación de semejante comunidad está garantizada por institucionesque sirven para definir el estatuto asumido por diferentes indivi-duos, a quienes se les asignan funciones que deben desempeñar,perpetuando la existencia ininterrumpida de la comunidad."

El mecanismo de pensamiento es perfectamente legítimo y degran fuerza heurística y explicativa. Sólo falla cuando se olvidaque las entidades de segundo grado, tales Como el imperialismo,derivan en cuanto a su existencia, de las entidades de primerorden, a las que individuos agenteS han pertenecido y en las quehan participado con sus acciones e interacciones.2l

El propio fenómeno social entraña un rasgo que regula la exten-sión analógica de la función del personaje. La definición que Man-delbaum da de la sociedad singular no puede ser completa sin lareferencia oblicua a los individuos que la componen. A su vez,esta referencia oblicua permite hablar de la sociedad misma comode un gran individuo, análoga a los individuos que la integran."

Aunque el resumen siempre será injusto, con lo dicho es sufi-ciente para comentar este argumento de Ricceur y dar pie a la tesisque aquí se busca defender. La discrepancia fundamental con suposición se desprende del modo en que se realiza la separación delas entidades de primero, segundo, y tercer orden por la vía de ladistinción entre la historia general y las historias especiales. Más es-pecíficamente, el problema está en la división entre lo social y locultural, y en que a partir de ello se derive la tesis de que toda enti-dad de segundo y tercer orden no sea más que una clase, un artifi-cio del método, que ha sido construida por el análisis histórico.

Los argumentos que en el capíttllO anterior se han rescatadode Simmel, permiten mostrar que muchas de estas formas cultu-rales no son seres genéricos abstraídos, sino realidades históricascuya independencia de los contenidos sociales justifica su análisiscomo entidades propiamente dichas, y para las que cuesta trabajoconceder que la investigación regresiva sugerida por Ricoeur pue-da vinculadas al plano de la acción, por muy mediada y oblicuaque sea la regresión y la referencia. Dicho por Simmel, in extenso:

Con esta maniobra se posiciona a las entidades de primer ordenen el centro de la "historia general». De allí, la pertenencia participa-tiva implícita en la definición l7lepermite a Ricceur recuperar la rela-ción de estas entidades con la esfera de la acción, de modo tal queéstas puedan caracterizarse como cuasi-personajes, en los que semantiene una referencia oblicua a sus componentes individuales:"

lS.lbid., p. 321.16. Mandelbaum, apud ibid., p. 318.17. Ibid., p. 322.18. "Nada exige, en la noción de personaje entendido en el sentido del que realiza la

acción, que sea un individuo. ¡...]el lugar del personaje puede ocupado cualquiera quesea designado en la narración corno sujeto gramatical de un predicado de acción, den-tro de la frase narrativa de base "X hace R"." Ibid., p. 321.

19.1bíd .. p. 321.20. I1J1d., p. 299.21. Ibid. p. 332,

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De hecho, en los grupos sociales más diversos en cuanto a susCinesy todo su significado, encontramos las mismas formas decomportamiento de los individuos entre sí. Superioridad y sub-ordinación, competición, imitación, división del trabajo, forma-ción de partidos, representación, simultaneidad de la unión ha-cia el interior y del cierre hacia el exterior e incontables otrosfenómenos parecidos se encuentran en una sociedad estatal lomismo que en una comunidad religiosa, en una banda de cons-piradores que una asociación económica, una escuela de arte oen una familia. [... ] Y también, por otro lado, el mismo interésen cuanto a su contenido puede manifestarse en formas muydiversas de socialización, [... ] los contenidos religiosos de la vidaexigen en un caso formas liberales en otro centralizadas en lacomunidad, aunque sigan siendo iguales en sus contenidos [...]

Por tanto, así como la forma en que se realizan los conteni-dos más divergentes puede ser la misma, también a la inversa,pueden los contenidos ser iguales mientras que la interacción delos individuos que los sostiene se mueve en una gran diversidadde formas; de este modo los hechos, aunque materia y formaconstituyen una unidad dada e inseparable de la vida social, le-gitiman la separación en función del estudio sociológico: la ob-servación, ordenación sistemática, fundamentación psicológicay evolución histórica de las [ormas puras de la socialización."

tos de la acción en la trama que se quiera se imposibilita dadassus propias características. De hecho, ha sido el propio Ricceurquien así lo ha establecido:

Con estas entidades [las de segundo y tercer orden} tenemos quehabérnoslas con «construidos», cuya base narrativa y con ma-yor razón la experiencia, es cada vez menos reconciliable. Ya nopodemos distinguir en estos construidos el equivalente de lo quellamamos proyecto, fin, medio, estrategia o incluso ocasión ocircunstancia. En una palabra, en este nivel ya no se puede ha-blar de cuasi-personaje.i"

Vista la cuestión desde esta perspectiva, será claro que lasformas de socialización no se derivan de la materia social en lostérminos sugeridos por Ricceur. Ciertamente, Simmel reconocetambién que «materia y forma constituyen una unidad dada einseparable de la vida socíal-.> Sin embargo, el reconocimientoparece operar en otro plano pues, como se ha visto ya, el procesomediante el que estas formas se constituyen no sólo implica laaparición de propiedades emergentes que no pueden derivarsede la materia social, sino que establece un serio rompimientocon el plano intencional de la acción.

Pero si lo antedicho conduce a pensar que, por lo menos enestos casos, las entidades de prímer orden no pueden funcionarcomo objetos transicionales, resulta que al aceptar estas entida-des como realidades históricas y no como productos del análisis,su personificación y, por consiguiente, su inclusión como suje-

Así, la discrepancia original respecto a la distinción en queRicceur ha basado la clasificación de las entidades, y que es lamisma que le permite sustentar que éstas son «construidos» delanálisis y no «construcciones» históricas en las que, propiamen-te hablando, ningún agente ha participado, repercute directa-mente en las posibilidades y formas en que se podrían incluirentidades como las mentalidades o el mediterráneo braudelianoen la explicación narrativa.

Si es que hubiera que conservar para ellas alguna función enel relato, me inclinaría a pensar que el lugar que estas entidadestienen en la explicación histórica es similar al de los ambientesliterarios (vgr., el París de Rayuela o el trópico de García Már-quez). Piénsese, por ejemplo, en lo que usualmente se entiendepor Espíritu de la Época, y será claro que no se trata tan sólo deuna serie de elementos y circunstancias conjuradas en tomo auna situación específica, sino de la situación per se, del ambienteen el que se da un acto y que es, al mismo tiempo y sin ningunaparadoja, constituido o modificado por éste.

En una entrevista aparecida en-el número 3 de la revista Li-bre, Plinio Mendoza cuestiona a García Márquez por su procesode escritura, y en particular, por la redacción de El otoño delpatriarca. Según cuenta en propio Plinio Apuleyo Mendoza, ellibro estaba virtualmente terminado un año antes de la entrevis-ta. Pero al releerlo, García Márquez encontró demasiado escép-tico el texto pues, en sus propias palabras, le faltaba «olor a gua-yabas podridas». Lo interesante, a todo esto, es la respuesta que

22. G. Simrncl, El individuo y la libertad, op. cit., pp. 50-S].23. Loc. cit.

24. P. Ricreur (1985), Tiempo y narracion. Configuración del tiempo en relato históri-co, México, Siglo )(.'<1, 1995, t. I, p. 334.

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el propio Márquez ofrece para explicar por qué decidió suspen-der el libro y la forma en que resolvió el problema literario. Se-gún dice allí, lo suspendió,

No porque hubiera notado ninguna falla grande en el personajeni en la estructura sino porque hubo un momento en que noconseguía que hiciera calor en la ciudad del libro, yeso era muygrave, pues es una ciudad imaginaria del Caribe. No basta conescribir: hacía un calor tremendo. Al contrario, es mejor no es-cribirlo y hacer que el lector lo sienta. Lo único que se me ocu-rrió fue cargar con mi familia para el Caribe, y estuve errandopor allá casi un año, sin hacer nada. Cuando regresé a Barcelo-na, revisé lo que llevaba escrito, sembré unas plantas de floresmuy intensas en algún capítulo, puse un olor que hacía falta enotra parte, y creo que ahora no hay problema y que el libro vadisparado sin tropiezos hasta el final."

trópico, en tanto entidad, tiene, al igual que la trama, una funció~configurante que, entre otras cosas, perrnite establecer las condi-ciones de verosimilitud en el relato, a la vez que los límites y lascondiciones de posibilidad para la acción de los personajes.

Pero aunque este rodeo permitiría encauzar los vínculos en-tre el plano de la acción y las entidades de segundo y tercer or-den de modo tal que no se pierda la estructura narrativa de lahistoria, tampoco resultaría del todo eficaz en lo que a las enti-dades mismas se refiere pues, de nuevo, se les estaría reducien-do a factores explicativos que permiten dar cuenta de las accio-nes. Con esto último, se perdería su carácter como objetos de lainvestigación, pero se pasaría por alto también la configuracióntemporal que de estas entidades se desprende y, por supuesto, elmodo de la experiencia histórica a ellas asociada.

Independientemente de lo que con base en esto pueda decirsesobre el proceso de creación artística, si volvemos a nuestro proble-ma se entenderá por qué podría utilizarse la metáfora de los am-bientes literarios para establecer la función que las entidades desegundo y tercer orden cumplen en la explicación y el relato. Si algosobresale tanto en el problema enfrentado por García Márquez comoen la solución del mismo, es que estas configuraciones no son unaserie de elementos aislados de la trama, ni tampoco un bagaje adisposición de los personajes (como podría sugerirse a partir delconcepto de utillaje mental de Febvre)." Antes bien, una entidad desegundo o tercer orden, ya sea un ambiente literario o un espíritude la época, es un «algo», en parte simbólico y en parte material,que no sólo configura los elementos que contiene, sino que en bue-na medida está constituido o es modificado por estos mismos.

Aceptando que este tipo de relaciones operen entre estas enti-dades y las acciones narradas, habría que conceder también quela historicidad de los acontecimientos no se deriva únicamente desu lugar en el desarrollo en el relato, sino de la «pertenencia» tantodel acontecimiento como de la trama misma a una de estas estruc-turas; pues por lo visto en el ejemplo presentado, es obvio que el

De la construcción del tiempo histórico

La idea de que la historicidad de un acontecimiento se despren-da de su relación con un «tiempo histórico» no es ninguna nove-dad. George Simmel, por ejemplo, había sostenido en uno de susúltimos textos una noción muy similar a la aquí se busca funda-mentar. En sus propias palabras, hablamos de un hecho histórico.

[...] cuando lo sabemos inserto en algún lugar determinado en elmarco de nuestro sistema temporal (donde esta determinabili-dad puede tener múltiples grados de exactitud) [...] .

En primer lugar, se excluye con todo esto que un contenidode la realidad se torne ya en histórico por el mero hecho de quehaya existido en cualquier tiempo. Si se descubriera, por ejem-plo, en algún lugar de Asia un plano de una ciudad e~terr~do yrepleto de múltiples cosas interesantes, pero que no diera 111 porsu estilo ni por testimonios directos o indirectos la más mínimaindicación sobre su antigüedad, entonces quizá serían estos res-tos altamente valiosos y significativos desde muchas perspecti-vas, pero no serían un documento histórico. En tanto que estánsólo en el tiempo en general, pero no en un tiempo determinado,están en un espacio históricamente vacío."

25. P.A. Mcndoza, «Entrevista con Gabricl Garcia Márquez». Libre, n." 3, marzo-mayo, 1972, p. 6.

26. Véase, L. Febvrc (1953), Combates por la historia, Barcelona, Editorial Planeta,1993,p.22.

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27. G. Sil11I11cJ, El individuo y la libertad. Ensayos de critica de la cultura, Barcelona,Península, sia, p. 77.

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Por supuesto, no se va a-detener esta argumentación paratratar de elucidar qué es exactamente lo que habría que enten-der por el «tiempo en general». Independientemente de lo queesto signifique, lo aquí importa analizar es la tesis de que unhecho sea histórico en tanto esté «inserto en algún lugar de ter-minado en el marco de nuestro sistema temporal»."

La idea debe parecer obvia. Sin embargo, el ejemplo que elpropio Simmel utiliza podría dejar la impresión de que la histo-ricidad de un acontecimiento puede circunscribirse a su locali-zación cronológica. Y aunque sea claro que la relación aconteci-miento-fecha es casi imprescindible para la historia, y que lacronología es en realidad algo más que una simple herramientapara la ordenación de lo acontecido, es por demás injustificadosuponer que un acontecimiento se vuelva histórico por el simplehecho de que su lugar en una cierta cronología pueda establecer-se con mayor o menor precisión.

De allí que para mostrar que la noción historicidad dependede la concepción específica de temporalidad a la que se ha deno-minado «tiempo histórico», no esté de sobra iniciar esta argu-mentación haciendo notar que la ubicación cronológica de unacontecimiento no tiene, por sí misma, considerables implica-ciones en lo que a su historicidad se refiere.

también que la selección de los acontecimientos parec~da carecerde criterio alguno y, sobre todo, el contraste entre el eV1den~econ-tinuo en que aparecen los años y las discontinuidades (t.e., losespacios vacíos) en la columna de los acontecimientos.

Explicitado lo anterior, refiramos las misma~ entradas q~leaparecen en la obra de White (Le., las correspondIentes al perIO-do comprendido entre el 709 y el 734):

En busca de un ejemplo que aclare las cosas, los Anales deSaint Gall examinados por Hayden White podrían resultar de sumautilidad." Si el lector es, como el autor de este texto, un lego en lamateria, necesitará saber de lo que se trata. Por lo que se ve, y porlo que White dice de ellos, los anales son una forma de aproxima-ción a la realidad histórica en la que el autor presenta dos colum-nas. En la primera de ellas aparecen los años enlistados en ordensecuencial, mientras que en la segunda se hallan los acontecimien-tos que suponemos se habrán verificado en esa fecha. Lo extraño(a nuestros ojos, se entiende) no es solamente su formato. Extraña

709. Duro invierno. Murió el Duque Godofredo.710. Un año duro y con mala cosecha.711.712. Inundaciones por doquier713.714. Murió Pipino, mayor del palacio.715.716.717.718. Carlos devastó a los sajones, causando gran destrucción.719.720. Carlos luchó contra los sajones.721. Theudo expulsó a Aquitania a los sarracenos.722. Gran Cosecha.723.724.725. Llegaron por vez primera los sarracenos.726. 727. 728. 729.730.731. Murió Beda el Venerable, presbítero.732. Carlos luchó contra los sarracenos en Poitiers, en sábado.733.734.30

De la distinción entre la historicidad y la ubicación cronolágica

No es necesario extender la exposición a fin de que se entiendapor qué se eligió los anales para la discusión de este problema. ~diferencia del ejemplo empleado por Simmel, lo que tenemos aquíes justamente una serie de acontecimientos que no par.ecerían es-tar en un «vacío histórico», pues cada uno de ellos ha SIdo coloca-do en un punto específico de una cierta cronología. Sin embargo,coincidirá el lector en que difícilmente aceptaríamos que esta tOI~

ma de aproximación constituya un buen ejemplo de.lo.que hoyllamamos historia, ni mucho menos que los acontecirrnentos se

28. Loc. cit.29_ Véase, H. White (J 973), El contenido de la forma, Barcelona, Ediciones Paidós

Ibérica, 1992, p. 24.30. Anales de Saint Gall, apud II.White, ibui., pp. 22-23.

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hayan vuelto acontecimientos históricos (en el sentido de histori-cidad al que conduce la historia contemporánea) por el sólo he-cho de haber sido localizados cronológicamente. .

De nuevo, para quienes no somos expertos en la materia, esmuy probable que nos parezca que el autor de los anales, más quepretender conocimiento alguno sobre lo acontecido, simple y senci-llamente habría buscado dejar constancia de ello. Pero a decir porWhite, los anales no sólo presuponen un cierto carácter explicativo,sino hasta una cierta representación de temporalidad que, por lodemás, coincide con la cronología que utilizamos en Occidente:

Simplemente comienza con el «título» (¿es un título?) Anni do-mini, que encabeza dos columnas, una de fechas y la otra deacontecimientos. Visualmente al menos, el título une la fila defechas de la columna de la izquierda con la fila de acontecimien-tos de la columna de Ia derecha en un augurio de significaciónque podríamos considerar rnítica, a no ser por el hecho de queAnni domini se refiere tanto a un relato cosmológico de las Sa-gradas Escrituras como a una convención de calendario que aúnutilizan los historiadores de Occidentepara señalar las unidadesde sus historias. No deberíamos remitir demasiado rápido el sig-nificado del texto al marco mítico que invoca al denominar los«años» como «años del Señor», pues estos «años» tienen unaregularidad que no posee el mito cristiano, con su clara ordena-ción hipotáctica de los acontecimientos que abarca (creación,caída, encarnación, resurrección, segunda venida). La regulari-dad del calendario señala el «realismo» del relato, su intenciónde considerar hechos reales en vezde imaginarios. El calendarioubica los acontecimientos, no en el momento de la eternidad noen el tiempo kairotico, sino en tiempo cronológico, en el tiempode la experienciahumana. Este tiempo no tienepuntos altos o ba-jos; es, podríamos decir, paratáctico e infinito. No tiene saltos.La lista de las épocas está completa, aun cuando no lo esté lalista de los acontecimientos [...] [Así],La lista de fechas puedeconsiderarse el significado del que los acontecimientos presen-tados en la columna de la derecha son el significante. El signifi-cado de los acontecimientos es su registro en ese tipo de lista."

exactamente la misma cronología, sino que la forma explicativaque éstos tienen coincidiria también con la idea de que la histo-ricidad de un acontecimiento se derive de su situación temporal.Por qué no aceptar, entonces, que los anales constituyen una for-ma explicativa interesante si, como hemos visto, su autor es ca-paz de dar cuenta de los acontecimientos en el mismo sentido ycon los mismos presupuestos a los que aparentemente conduci-ría la tesis de la localización temporal.

Por lo que se ha recuperado del trabajo de White, está claroque los anales son una forma válida de aproximación a lo acon-tecido." Pero más allá de su corrección y de las dudas que pue-dan tenerse respecto al tipo de noción de realidad que justifique«representar en forma de anales, lo que, después de todo, [elautor] consideraba como acontecimientos reales»," debe serobvio que, en principio, la diferencia básica entre los anales y lahistoria occidental (la de los últimos dos siglos cuando menos)estriba en que el autor de aquéllos ha elegido significar los acon-tecimientos a partir de su asociación con una fecha específica,mientras que nuestra concepción parte del supuesto de que unacontecimiento únicamente puede ser significado por su rela-ción con el acontecer en general.

De nuevo la idea es obvia, pero aún merece ser analizada conmás detalle. Hasta aquí parecería que se ha dado una vuelta encírculo y que lo único que se está en condición de proponer esque un acontecimiento es histórico cuando ocupa un lugar espe-cífico en el acontecer y no en una cronología. En otras palabras,si pensamos que el «tiempo histórico» no es otra cosa que elacontecer humano, y que éste a su vez es un conjunto ordenado,resultaría entonces que la historicidad de un acontecimiento sederivaría del lugar que ocupe en dicho conjunto. El problema,ahora, es que el tiempo histórico ni se construye ni se ordena apartir de cualquier tipo de relación entre los acontecimientos.Es más, cabría pensar que ni siquiera está constituido por losacontecimientos mismos.

Para mostrado, convendría establecer alguna distinción bá-sica entre la historia y la crónica (que vista desde cierta perspec-tiva es justamente un conjunto ordenado de acontecimientos) aApartir de la interpretación de White, tendríamos que admi-

tir que no solamente compartimos con el autor de los anales

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31. Id.32.1bícl., p. 25.33. lbid., p. 22.

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fin de apuntar los elementos que impiden ceder ante la idea deque el «tiempo histórico» sea la crónica universal (i.e., el conjun-to de todos y cada uno de los acontecimientos ordenados me-diante las relaciones de simultaneidad y sucesión), y que la hís-toricidad de un acontecimiento se desprende del lugar que ésteocupe en dicha crónica.

otras palabras, a lo que en estricto sentido el Cronista ideal ten-dría acceso, es a una serie de hechos inconexos a partir de loscuales le resultaría imposible acceder al grado de abstracción quese requiere para decir que alguien está sembrando rosas cuandolo que en «realidad» está haciendo son hoyos en la tierra. .. .

Aunque se pueden mantener algunas reservas sobre la Iegitimi-dad de considerar históricos a cierto tipo de acontecimientos enfunción de acontecimientos posteriores (vgr.,el natalicio de un in-dividuo que merezca algún lugar en la historia), habría que coinci-dir con Danta en que la crónica de lo acontecido, independiente-mente de su grado de exactitud, dista por mucho del ideal histórico.

La argumentación hasta aquí presentada permite desecharesta crónica ideal como una definición del tiempo histórico, perono necesariamente es concluyente en lo que a la historia respec-ta. Los impedimentos del Cronista Ideal para construir una ver-dadera historia dependen de su incapacidad para abstraer unacontecimiento a partir de los hechos, y dependen también desu arraigo en el presente; i.e., de que lo único que le esté permiti-do sea dar cuenta de los hechos tal y como van ocurriendo. Has-ta ahí, resulta evidente que para la historia son condiciones ne-cesarias la abstracción y la significación básicas que presuponenla conjunción de distintos hechos en un solo acontecimien~o;como lo es también una cierta distancia temporal que permitadescribir estos acontecimientos por su relación con sus conse-cuencias, e incluso en función de acontecimientos posteriorescon los que no esté relacionado de manera directa. Pero quedapor verse si éstas son también condiciones suficientes para defi-nir el conocimiento histórico.

Para mostrar que no es así, bastaría con otorgar al CronistaIdeal ambas facultades. Ahora puede concebir acontecimientosy puede también volver sobre su propia crónica, no para ~nmen-dar la plana, sino para añadir una serie de notas al pie a lossucesos que a su juicio merezcan ser relacionados con eventosposteriores. Por ejemplo, podría volver a Woolethorpe en el díade la Navidad de 1642, y adicionar una apostilla advirtiendo queen ese momento v lucrar nació el autor de los Principia. De igual

~ b

modo, estaría capacitado para volver al año 270 a.e. y agregarque Aristarco, por aquellas fechas, estaba anticipando una teo-ría publicada por Copérnico en el año 1543 de nuestra era. Esmás, podría incluso complementar aquel momento en donde se

De la distinción entre historia y crónica

Desde hace tiempo se han venido discutiendo con sobradaabundancia las diferencias entre el ideal de la historia y una cróni-ca de todo lo ocurrido que, además, preserve exactamente el or-den en el que acaecieron cada uno de sus elementos. Así que nohay que decir mucho para mostrar que no es precisamente esto loque se necesita para definir el «tiempo histórico». De hecho, serásuficiente con recurrir al Cronista Ideal de Arthur e. Danto."

Muy resurnidamente, lo que Danta hace es suponer la exis-tencia de un Cronista Ideal que está capacitado para saber todocuanto ocurre, en el momento exacto de su ocurrencia, y quetiene, además, el don de la transcripción instantánea. De allí quepara mostrar que el ideal al que aspiraría la historia no es cons-truir una réplica lo más exacta posible de esta crónica universal,el argumento de Danto se centrará en señalar que buena partede la significación pretendida por la historia depende de unaserie de operaciones que le están vedadas a este Cronista Ideal.Por ejemplo, le resultaría imposible significar o describir un acon-tecimiento a partir de acontecimientos posteriores, pues es ob-vio que oraciones como: «Aristarco anticipó la teoría publicadapor Copérnico dieciocho siglos más tarde» o «en 1618 comenzóla Guerra de los Treinta Años», no podrían aparecer en la Cróni-ca Ideal debido a que ésta queda restringida a dar cuenta de losacontecimientos tal y como van ocurriendo.

Pero no sólo eso. El Cronista Ideal estaría incluso incapacita-do para describir una acción mediante predicados del tipo «EstáR-ando», a los que el mismo Danto llama «verbos proyecto». En

34. Véase, A. Danto, Analytical Pliilosophy oiHisiory, Carnlwidgc, Carnbridge Uní-versity Press, .1965.Traducción al español, A. Danto, Historia)' narración, Barcelona,Paidós/ICE-UAB. 1989. pp. 59-98.

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[...] es un descubrimiento para el que se requiere el concepto deromanticismo, y los criterios de identificación de lo romántico.Pero, naturalmente, en el apogeo del clasicismo no hubiera po-dido disponerse del concepto de romanticismo [...] Todo lo queen los escritos clásicos puede caer bajo el concepto de romanti-cismo, no cabe duda de que se puso en esas obras intencional-mente; pero no intencional mente bajo la descripción «introduc-ción de elementos románticos», ya que los autores carecían deese concepto. Esto constituye una importante restricción en eluso del Verstehen, No fue intención de Aristarco anticipar a Co-pérnico, ni de Petrarca abrir el Renacimiento. Dar tales descrip-ciones requiere de conceptos de los que sólo puede disponerseen una época posterior. De donde se sigue que aun si dotamos anuestro Cronista Ideal de la facultad de penetrar en las mentesde los hombres cuya acción describe, ello no le capacita a eva·luar el significado de esas acciones."

El señalamiento de Habermas recupera buena parte de loque se ha querido sugerir: Sin embargo, no parece que la distin-ción entre la historia y la crónica quede en estos términos, puespara la concepción del romanticismo no es suficiente con la dis-tancia temporal que permite introducir conceptos posteriorespara la significación de acontecimientos en los que el conceptoaún no se tiene, sino que se requiere también de un análisis muyparticular que permita seleccionar de entre todos los rasgos com-partidos por las obras de un mismo periodo, aquellos que seconsideren dcfinitorios del estilo y hasta de la época en cuestión.Efectivamente, no fue intención de Petrarca inaugurar el renaci-miento, ni la de Da Vinci alzarse como su ideal representante.Sin embargo, así como el significado histórico de sus acciones yobras no puede obtenerse sólo por la intención manifiesta o noque las haya conducido, tampoco es posible desprenderlo de lasacciones y sus consecuencias, pues para ello es necesaria unaforma de «experiencia histórica» sobre el pasado que permita«elevarse» desde el plano de la acción hacia los elementos quepermiten la construcción del propio concepto renacimiento.

De nuevo, la idea no está muy lejana a la concepción de Durk-heim respecto de las propiedades emergentes de lo social, y queclaramente quedan expresadas en la metáfora de la célula o lasmoléculas que tanto él como otros utilizaron frecuentemente paraestos fines.

publican los Principia, con una muy larga nota que incluya atodas o casi todas las teorías físicas y astronómicas modernas.

El resultado, empero, no sería una historia en el más plenosentido de la palabra, aunque en el peor de los formatos irnag-nables, En ciertos casos no hay duda en que nuestro CronistaIdeal podría relacionar, sin demasiadas dificultades, un aconte-cimiento con acontecimientos posteriores. Sin embargo, no sólohay muchos otros en los que la selección le resultaría sumarner-te compleja, sino que hay también cierto tipo de figuras histór.-cas que ni siquiera podría percibir. Más claramente, el problemacon la crónica (ideal o no) no está únicamente en las evidentescontrariedades que supone la selección de acontecimientos y sure significación mediante acontecimientos futuros, pues no setrata tan sólo de la gran cantidad de anotaciones que vendríanjunto con la Revolución Francesa, sino de la imposibilidad deconcebir dicha revolución. Y es que, así como una revoluciónjamás aparece en los documentos en que el historiador se basapara su estudio, tampoco aparecería en nuestra crónica ideal, sies que ésta ha de mantenerse al nivel de los acontecimientos.

Mientras discute el argumento del Cronista Ideal de Danto, yponiendo como ejemplo el problema de los rasgos románticosen las obras del clasicismo, dice Habermas que éste ...

Cuando se combinan elementos y, como consecuencia de su com-binación, se producen nuevos fenómenos, es claro que esos fe-nómenos no están dados en los elementos sino en la totalidadformada por su unión. La célula viva no contiene más que partí-culas minerales, del mismo modo que la sociedad no contienemás que individuos; obviamente es imposible que los fenóme-nos característicos de la vida existan en los átomos de hidróge-no, oxígeno, carbono, nitrógeno ... la dureza del bronce no estáen el cobre ni en el estaño o el plomo que sirven para creado,que son cuerpos blandos y maleables: está en su mezcla. La flui-dez del agua y sus propiedades nutricionales y de otro tipo no sehallan en los dos gases que la componen sino en la sustanciacompleja que forman con su asociación. 3h

35. J. IIabcrmas (1979), La lógica de las ciencias sociales, México, Red EdiroriadIberoamericana, p. 243.

36. E. Durkhcim ..Escritos selectos, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 199.1, p. 41.No es Durkheirn el único que utiliza la metáfora de la quírnica. Véase también, G. Lefson,

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En este contexto, diríase entonces que las funciones de lasherramientas conceptuales y de las oraciones narrativas en lahistoria, no son solamente las de relacionar un acontecimientocon sus causas y sus efectos, la de definir el tipo de aconteci-mientos que serán involucrados en una cierta historia, o la dedelimitar la extensión temporal que será considerada. Concep-tos como Barroco, Renacimiento, Medioevo, e incluso otros másbreves como la Guerra de los Treinta Años, o la de 1914, no sólosirven para la ordenación del campo histórico y el establecimientode los límites temporales. Antes bien, cada uno de ellos se refierea una figura unitaria que, además de representar para la historiauna unidad de análisis superior a los acontecimientos, posee tam-bién características que no pueden obtenerse ni derivarse direc-tamente de los elementos que la constituyen.

de la mera conjunción de sus elementos, y que éste sólo podríaconformarse a partir del lugar que ocupe entre otras acciones yhechos con los que conforma, digamos, un acontecimiento.

El punto de Simmel, por supuesto, está en que, así como elcarácter histórico de una acción () de un acontecimiento es algomás que la mera sumatoria de los hechos y actos que las confor-man, el tiempo histórico tampoco podría componerse a partir delos acon tecimientos ordenados por su sucesión. Por lo que sevuelvenecesaria la conformación de figuras unitarias «superiores», quea su vez podrán incluirse en figuras mayores, pero entre las quesiempre opera un proceso similar al que se ha descrito entre lasacciones y los hechos y actos que las conforman:

Del Tiempo histórico

Las batallas particulares de la Guerra de los Siete Años que ais-ladamente consideradas son átomos desplazables a voluntad,pueden convertirse en elementos históricos tan pronto como laGuerra de los Siete Años se conceptúa como una unidad queindica a cada batalla su lugar, luego, a su vez, esta guerra en lapolítica del siglo XVIII y así sucesivamente."Si volvemos ahora sobre la tesis de Simmel respecto a que la

historicidad de un acontecimiento se deriva de su situación tem-poral, estarán claras las razones por las que la tesis sólo es pensa-ble si consideramos una noción distinta de temporalidad; a saber,aquella en la que el referente de lo que llamamos «tiempo históri-co» no sea una serie de acontecimientos que se suceden unos aotros, sino un conjunto de figuras unitarias ordenado medianterazones objetivas y no en función de su ubicación cronológica.

La idea general es bastante sencilla. Si tomamos como puntode partida una acción específica (vgr., Juan sembró rosas), esobvio que ésta está constituida por una serie de hechos v actos(vgr., Juan hizo un hoyo en la tierra, Juan puso en él una s~milla,etc.) que por su pertenencia a la acción adquieren un significado«extra» al que por sí mismos les corresponda; a saber, el que sederive del lugar que ocupen en el desarrollo de la acción. Si lla-máramos «histórico» al tipo de significados que estos hechos yactos adquieren por su colocación en la serie, será evidente queel signi ficado «histórico» de la acción tampoco puedc obtenerse

Se sobreentenderá que el mecanismo descrito por Simmel parala construcción del tiempo histórico dista por mucho de ser unmero juego de «cajitas chinas». En lo fundamental, el argumentoestá destinado a mostrar que la idea de que la historicidad de unacontecimiento se derive de su situación temporal, sólo es conce-bible mediante una noción distinta de temporalidad (i.e., una ver-sión no cronológica del tiempo histórico), en la que el lugar espe-cífico que un acontecimiento ocupa en el tiempo es determinadopor razones distintas a la fecha de su ocurrencia.

Más claramente, en tanto sea la pertenencia a una figura uni-taria la que determine a sus elementos la posición que cada unode ellos ocupa en su desarrollo, y en tanto que cada una de estasfiguras encuentra, mediante el mismo mecanismo, un lugar es-pecífico en una figura unitaria superior, el resultado final delproceso no podría ser otro que el que a cada elemento o figura lecorresponda un sitio, ya no en la cronología, sino en el desarro-llo del acontecer en general. Con base en esto último, no hacefalta explicitar lo que conduce a Simrncl a concluir que:

Psicologiade las multitudes, México, Editorial Divulgación, 1962, p. 22; L. Vygotski, Obrasescogidas, Madrid, Visor Distribuciones. 1997, t.Il, p. 18 ypp. 287-348; R.G.· Collingwood,Idea de la historia, op. cit., pp, 208 Y ss.

37. G. Simrncl. El individuo y la libertad. nI'. cit., p. 89.

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[...] un acontecimiento es histórico cuando se fija unívocarncureen un lugar temporal a partir de razones objetivas, completa-mente indiferentes frente a su lugar temporal. Así pues: que uncontenido esté en el tiempo, no lo hace histórico; que sea com-prendido, no 10 hace histórico. S610 es histórico allí donde lasdos cosas se cortan, donde se tcmporaliza el contenido sobre labase del atemporal cornprcndcr. "

expresa por conservar su carácter narrativo. Y aunque se ofrecióya una posibilidad para incorporar a estas entidades (sobre todo alas de tercer orden) como un ambiente literario en el que el relatose desarrolla, estará claro que por la forma en que se ha concebidola conformación del tiempo histórico, la posición que aquí se de-fiende está lejos de pretender justificar que la función histórica deestas entidades pueda reducirse a esta posibilidad, y aún más dela idea de que pueda darse cuenta del proceso de formalizaciónallí presupuesto por la vía de la investigación regresiva.

El propio Ricceur ha establecido que «[...] ninguno de estostres rasgos constitutivos del fenómeno social puede emanar delindividuo aislado: ni la organización de un territorio, ni la institu-ción de las funciones, ni la continuidad de la existencia»." Peroinmediatamente después, asentará también que «ninguno de es-tos tres rasgos permite definirse sin referencia a la acción indivi-dual y a la interacción entre individuos»." Planteada en el planoontológico, la afirmación puede considerarse un sensato recorda-torio de que las sociedades y la cultura requieren de los hombres yde su comunión para su existencia. Sin embargo, el problema noes tan sólo que el carácter anónimo de estas formaciones impidaidentificar las interacciones específicas que pudieran haberlasgenerado, sino que sus propiedades emergentes no pueden esta-blecerse con base en aquel referente, y que su fonnalización gene-re, por los menos en ciertos casos, un no trivial enajenamiento deestas estructuras para con las acciones e interacciones humanas.

Sobra señalar, supongo, que el realismo con que se ha trata-do a estas entidades no debe conducimos a la hipótesis de que setrate de objetos de los que se pueda dar cuenta sin mediar análi-sis y abstracción alguna. Aunque se ha querido defender que suestatus ontológico no es distinto del de los pueblos, las nacioneso las civilizaciones, lo cierto es que estas entidades son tambiénproducto de una forma muy particular de la experiencia históri-ca, que por lo demás, rebasa al mero contextualismo al que usual-mente se les confina.

Periodos, épocas, eras o ambientes son, más que conceptos o«construidos» al servicio de ordenación del campo histórico, elresultado de una novedosa conciencia histórica, sin duda here-

Del tiempo y la experiencia histórica

Al inicio de este capitulo nos hemos planteado la pregunta enlomo a la función configuran te de la experiencia histórica sobresu materia, y es momento de dilucidar los elementos que estaexposición pueda ofrecer a ese respecto.

Tanto la noción de formas de socialización como la de tiem-po histórico que se han recuperado de Simrnel, deben haber ser..vida ya para establecer con cierta claridad los presupuestos queseparan a esta exposición de los planteamientos ricceurianos y,en general, de la hipótesis de que la narración sea una condiciónnecesaria de la experiencia histórica.

Ciertamente, en alguna parte de Tiempo y narración Ricceurha puesto a las instituciones, a las normas v hasta a los sistemasde parentesco del lado de lo social." de macla tal que éstas apare-cen como entidades de primer orden que conservan la continui-dad que se ha reclamado para las formas de socialización. Pero ladivergencia que aquí se ha sustentado no se reduce a un problemaen términos de los componentes que en particular correspondana cada una de las clases, sino a la hipótesis de que las entidades desegundo y tercer orden (independientemente de los elementos quecaigan en estas categorías) se conciban como productos del análi-sis y del nominalismo histórico antes que como realidades históri-cas que, por las características mismas de estas entidades, puedenhistoriarse con cierta independencia de la materia histórica y, so-bre todo, del plano intencional de la acción.

Con base en este señalamiento, se buscó después cuestionar lafunción que se les asigna en el relato histórico, dada la pretensión

38.IMe/., p. 82.39. P. Ricceur (1985), Tiempo y narración. Configuración de! tienipo en el relato histó-

rico, México, Siglo XXI, 1995,1. L, p. 319.40.1bíd .. 324.41. [d.

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dera de la añeja tendencia a dividir el desarrollo de la historia enedades. La novedad de la experiencia está en la «espiritualiza-ciór» de estas entidades, en la forma en que por esta vía se incor-pora y sobrepone a las «edades» la consideración de la finitud yla diferencia. Se trata, entonces, de una forma de aproximarse,aprehender y significar al pasado (público o privado) mediantela experiencia a-narrativa de la temporalidad; parecida, sin duda,a la memoria Y

Lo interesante, empero, no es únicamente esta forma particu-lar de la experiencia histórica, sino su resultado. Porque lo ciertoes que ninguna de estas figuras unitarias está propiamente entiempo, sino que son el tiempo mismo. Un tiempo histórico, ypor ende humano, pero que en algún modo está más allá delplano de nuestras acciones e interacciones, que las rebasa, parausar un término habermasiano, al configurarse en estructuras«cuasi-trascendentales».

De nuevo, hay que ser claro en que su separación de la vidade los hombres no implica que estas entidades tengan origen ysustento en instancias providenciales. El uso del término «cuasi-trascendental» debe servir para establecer que su relación con lavida de los hombres no es muy distinta de la que Ricceur haseñalado entre el individuo aislado y los rasgos constitutivos delo social. No obstante, hay que apuntar también que el accesohistórico a estas entidades está de alguna forma mediado por lasacciones de los hombres y sus productos. Más claramente, locierto es que sólo los individuos (por separado o en conjunto)producen los documentos y fuentes que constituyen la materiaprima de la operación histórica, y que así como ha de reconocer-se que al decir que «Francia ha hecho talo cual cosa» se implicauna referencia oblicua al plano de la acción, algo muy similarocurre con las entidades de segundo y tercer orden. Para el caso,es obvio que la apuesta se ha dirigido en contra de esta referen-cia oblicua y, en general, de la teoría de la acción a ella asociada,pero lo es también que cualquiera de estas entidades sólo apare-cerá cifrada en las obras y productos de los hombres y que, almenos en este sentido, no puede desvinculársele de ellas. La te-sis se entenderá con mayor claridad en el siguiente apartado.

Tres corolarios a propósito del tiempo y la experiencia histórica

Apenas unas líneas atrás, se han infiltrado algunas tesis quemerecen analizarse. En primera instancia, se dijo que esta formade aproximación al pasado ofrecería algo respecto al problemaque dio pie a este capítulo. Pero aunque se han expuesto las tesis eimplicaciones principales que a ese respecto se desprenden de lanoción del tiempo histórico, no puede negarse que aún persista lanecesidad de atender más detalladamente esta cuestión.

Aunado a ello, se introdujo hacia el final de la argumentaciónrespecto a la configuración del tiempo histórico, la noción derazones objetivas para resaltar con ello que la historicidad de unacontecimiento no se derivaba únicamente de su función y lugaren el desarrollo de una trama, sino de su pertenencia a alguna delas figuras unitarias con que se compone el tiempo histórico. ~oobstante, el solo uso del término podría entrañar un sustancialcompromiso con un realismo y con una noción de objetividadde la que se ha buscado deslindarse desde la primera parte deeste apartado. De allí que tampoco sobre extender algunos co-mentarios que permitan desligarse de esta posibilidad e, inclu-so, mostrar el tipo de elementos que a este nivel justifican laincompletitud a la que la historia está siempre condenada.

Finalmente, debo reconocer que la estructura general de laargumentación de Simmel, y a la que se ha asumido sin ningúntipo de cortapisa, podría haber provocado la imagen de que enel tiempo histórico se ha borrado cualquier referencia al carác-ter procesal del acontecer histórico y, con ello, la continuidadque Ricceur había negado a las entidades culturales. Sobra de-cir, que las cuestiones habrán de atenderse en el orden en quehan sido presentadas.

De la experiencia histórica y su función configuran te

42. M. Halbwachs (1925), Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthro-pos, 2004.

Es casi un consenso la idea de que la historia no es una recons-trucción del pasado en sí, y que tanto la situación del historiadorcomo el conocimiento del futuro del pasado, implican una impor-tante diferencia entre la experiencia histórica y la experiencia vivi-da de lo acontecido. Pero aunque ambas condiciones presuponenuna cierta incidencia del futuro sobre el pasado, es evidente queson análogas y que para fines del análisis deben distinguirse.

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En una primera instancia, se podría mostrar fácilmente quetanto la pregunta de investigación como las hipótesis que paraenfrentada desarrolla el historiador; tienen por sí mismas unaserie de repercusiones, aunque muy básicas, sobre la materiahistórica como tal; toda vez que ambas, hipótesis y preguntas,determinan en algún grado los criterios para el análisis y selec-ción de las fuentes, o bien los del establecimiento de los límitessincrónicos y diacrónicos en los que se mantendrá el estudio.

Un poco más allá de esta elemental determinación, pero enesa misma línea, existen otras formas en que el presente del his-toriador impacta sobre su objeto de estudio. La filiación a unacorriente historiográfica, el corpus conceptual en que se basa lainvestigación, los pre-juicios y, en fin, todos aquellos elementosque podamos incluir en la noción de horizonte histórico gada-meriana, no sólo sirven de sustento a la pregunta ya la hipótesis(por lo que tendrían las mismas repercusiones que antes se hanseñalado), sino que son también los que definen nuestra concep-ción del pasado, de sus elementos y actores, de la historicidad y,por ende, de la operación histórica como tal. De allí que, no sinreservas, pueda decirse que la incidencia de las condiciones pre-sentes en la materia histórica es, en algún sentido, similar a laque las teorías tienen para con la experiencia o la identificacióny explicación de los fenómenos."

Pero es claro que no es ésta la única forma en que el futuro delpasado impacta sobre la historicidad de los acontecimientos. Elsignificado histórico de un acontecimiento depende en cierto gra-do de circunstancias y eventos posteriores a su ocurrencia, queconstituyen un futuro parcialmente realizado y que usualmente fuedesconocido por el actor y sus contemporáneos." Como es obvio,no vale incluir a este futuro parcialmente realizado como parte delas condiciones presentes del historiador, pues aunque hay oca-siones en las que esto ocwre, la mayoría de las veces los aconte-cimientos que determinan el significado histórico de los aconteci-mientos que les anteceden, pertenecen a un punto temporal inter-medio entre el presente del actor histórico y el del historiador.

No debe ser necesario detenerse para analizar al detalle las ob-vias diferencias entre estas dos formas en las que el futuro puedetener una cierta incidencia sobre el pasado, ni hará falta tampocoexplicar por qué cada una de ellas pudiera provocar cierto anacro-nismo en la interpretación histórica. Sin embargo, el anacronismoimplicado en lU10 y otro caso no necesariamente es análogo.

Si las condiciones presentes del historiador tienen implica-ciones similares a las que las teorías tienen para con la experien-cia, entonces son éstas las que en buena medida definen las con-diciones posibilidad, los límites y la justificación de la operaciónhistórica en sí. No obstante, tampoco hay que creer que por elhecho de que sean estas condiciones las que configuren la materiahistórica y el ejercicio que sobre ella se realiza, el resultado de ellosea una realidad histórica hecha a la medida de nuestros pre-jui-cios; pues así como no todos los hechos de un dominio coincidencon la teoría que los describe, tampoco el pasado se deja aprehen-der por cualquier hipótesis que buenamente se nos ocurra, Entodo caso, el anacronismo surge cuando el historiador, al proyec-tar sobre el pasado sus pre-juicios, es incapaz de identificar y asu-mir los elementos que los testimonios y, en general, las fuentespudieran ofrecer en contra de sus preconcepciones.

Pero si en la proyección del presente sobre el pasado se COlTeel riesgo de provocar un cierto anacronismo, en el caso de lasignificación de un acontecimiento por sus consecuencias, laoperación es, por su propia naturaleza, estrictamente anacróni-ca. Ciertamente, la idea de que un acontecimiento adquiera susignificado histórico a partir de la relación que el historiadorestablezca entre éste y algunos acontecimientos posteriores, nosólo es un ejercicio que permite la asociación del acontecimien-to a una cierta categoría, si no que es también uno de los elemen-tos que más claramente justifican la ganancia epistémica que lahistoria supone con respecto a la reconstrucción en estricto sen-tido. Pero aun cuando esta forma de significación del pasado seaun constituyente esencial de la operación histórica, existen dis-tintos niveles en los que el anacronismo resulta más o menosaceptable. Aunque es obvio que, por ejemplo, es sólo por susconsecuencias que el historiador podría calificar un aconteci-rniento o un conjunto de acontecirnienLos corno una reforma ocomo una revolución (y que en esos casos el ejercicio es, sin lu-gar a dudas, legítimo), también lo es que al significar de esta

43. Véase, FR. Ankersmit, «Seis tesis sobre la filosofía narrativista de la historia»,en FR. Ankcrsmit (J 994), Historia y tropologia. Ascel1SO y caída de la nietálora. México,Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 73, lesis 2. J; L. Febvre (1953 l, Combates por lahistoria, Barcelona, Editorial Planeta, 1993, p. 22.

44. En el siguiente capítulo se volverá sobre la noción recién introducida.

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forma al pasado se corre el riesgo de sobrevalorar ciertos acon-tecimientos y, sobre todo, de generar explicaciones en las que elfuturo del pasado parezca inevitable.

Con respecto a lo primero hay poco que decir, Basta con pen-sar en nuestra usual celebración de los natalicios de quienes ocu-pan un lugar privilegiado en la historia y se entenderá fácilmen-te la sobrevaloración a la que me he referido pues, aunque esverdad que este tipo de acontecimientos son condición necesa-ria para la ocurrencia de aquellos otros que justifican ese favore-cido lugar, también lo es que los primeros no arrojan mucha luzpara la comprensión de los segundos.

En el caso de las explicaciones en que las consecuencias apare-cen como inevitables, la cuestión incluso va más allá de lo queaquí pudiéramos juzgar en contra del anacronismo que ello impli-ca. En este sentido, el problema con la retrodicción y con la signi-ficación del pasado por sus consecuencias, no está solamente enque el historiador pudiera generar la impresión de que los actoreshistóricos en realidad tenían conocimiento de lo que sus accionesprovocarían. De hecho, el problema más importante surge cuan-do en la exageración de ambos procedimientos se proyecta sobreel pasado una extraordinaria racionalidad, al grado en que ésteaparece como una estructura en la que los acontecimientos ocu-rren como si se cumpliera un plan preestablecido. La ley de lostres estados de Comte es, por supuesto, W1 buen ejemplo de ello.

Independientemente de los problemas que esta operaciónpueda enfrentar; lo que importa es la tesis de que el significadohistórico de un acontecimiento se derive del lugar que ocupe enuna serie de acontecimientos y sobre la que el historiador esta-blece algún tipo de relación, no necesariamente causal pero tam-poco necesariamente narrativa, que los vincula. Con base en ella,se puede defender que la operación histórica esté asociada a laimposición (no arbitraria) de estructuras que no están en el pa-sado en sí, y que por esta razón se abre una brecha entre la expe-riencia vivida y la histórica, pues es obvio que por el solo hechode que las consecuencias a las que se vincula la acción hayansido desconocidas para los agentes, la estructura completa (seao no narrativa) tampoco habrá constituido su experiencia.

Si en este punto volvemos sobre la concepción de la experien-cia histórica que se ha querido defender aquí, se entenderán fácil-mente las diferencias entre ésta y la que recién se ha expuesto. Por

supuesto que no se puede negar que en la conformación del tiem-po histórico se «imponen» también cierto tipo de estructuras queno están propiamente en el pasado. Primero, porque como se hadicho ya, lo único que del pasado nos viene son los productos (lasobjetivaciones) de las acciones individuales o colectivas en las quese han ciirado estas entidades. Pero la imposición es un poco másgrave que esto, porque lo cierto es que, aunque estén allí, implíci-tas, estas entidades tampoco forman parte de la experiencia vivi-da, y que para su identificación se requiere de otro tipo de futuroparcialmente realizado que permita recorrer el pasado en dura-ciones que sobrepasan la vida de sus agentes.

El reconocimiento de que estas entidades no puedan concebir-se como actores ni, por consiguiente, introducirse como sujetosgramaticales de un predicado de acción, debe ser suficiente paraestablecer que, por el hecho de que estas entidades (vgr., el Ro-manticismo) no pueden considerarse agentes propiamente dichos,tampoco se podría pensar que actúan en algún plano y, muchomenos, que hayan producido como tales ningún tipo de obra.

Con esto, será claro que lo que se defiende no es que las es-tructuras culturales estén allí, expresadas en alguna obra delpasado y a disposición del historiador que simplemente habráde rescatarlas para sus contemporáneos, sino que se requiere deuna experiencia histórica que, en algún sentido, también las ge-nera y que posibilita una forma específica de significación histó-rica de lo acontecido. Sin embargo, es claro también que la natu-raleza de esta experiencia histórica es distinta de la que antes seha considerado, y que implica una actitud epistémica distintafrente a las fuentes y, en general, frente al pasado en sí.

No es difícil encontrar en la exposición de las posiciones na-rrativistas la tesis de que las narraciones con que el historiadorsignifica el pasado son una «invención» y no un hallazgo docu-mental. Suponiendo sin conceder que así sea, la idea permite,por contraste, evidenciar que la conformación del tiempo histó-rico y el procedimiento de historización correspondiente, correexactamente en el sentido contrario, pues su realización depen-de de un trabajo de desciframiento que permita extraer de lasfuentes, documentales o no, el «espíritu» de estas entidades cuyaúnica forma de objetivación es, justamente, la de cifrarse en laacción, interacción y sus productos. De ahí, sólo hace falta unpaso para decir que la historia asociada al nivel de corta dura-

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ción es irremediablemente anacrónica (en el sentido antes ex-puesto), mientras que la de estas estructuras es, particularmen-te, reconstructiva.

No se está ignorando que en ambos casos haya elementos dereconstrucción y anacronismo. Ciertamente, al nivel de la cortaduración, el historiador busca, o por lo menos eso debería, uncierto grado de reconstrucción que le permita establecer, por ejem-plo, las distintas variables en él implicadas. Sin embargo, la re-construcción a este nivel sólo es condición necesaria, pero no su-ficiente, para el establecimiento del significado histórico del acon-tecimiento, pues la reconstrucción de un acontecimiento implica,ineludiblemente, a sus relaciones con sus consecuencias.

Por el contrario, al nivel de larga y muy larga duración, el co-nocimiento de las épocas posteriores a aquella en la que el aconte-cimiento es insertado, tiene un papel secundario en lo que respec-ta a su comprensión. Los elementos que reconocemos como esen-ciales a la Ilustración, por ejemplo, sirven como un tipo de guíaque permi te resaltar algunos otros elementos que sean fundamen-tales en el Renacimiento. Sin embargo, en tanto existan elemen-tos propiamente renacentistas que desaparecen para el siguienteperiodo, la comprensión de la época obliga a privilegiar el análisisde las relaciones entre los testimonios contemporáneos.

La importancia de distinguir ahora entre estas dos formas designificación y, por consiguiente, entre una historia rcconstructi-va y aquellas, por así decirlo, anacrónicas, permite volver sobre elinterés por separar aquellos argumentos que funcionan bien en elmarco de la historia episódica, pero que conllevan una serie dedificultades importantes si se les traslada a los territorios de unahistoria social como la que aquí se defiende. Así, la distinción en-tre estas dos formas de la historicidad por localización y de laconsiguiente significación de los acontecimientos, responde a labúsqueda por mostrar las diferencias entre los objetos de la histo-ria social y la episódica, y las que por ello se implican al nivel delas operaciones que deben realizarse para su comprensión.

Pero como bien lo ha notado Pierrc Vilar; tanto la etimologíacomo el uso corriente del término «estructura» encierran «peli-gros» fundamentales para el conocimiento histórico.

La palabra «estructura», de origen latino, proviene del verbostuere; es decir; construir. De allí que la imagen evocada por suetimología, y plenamente aceptada en el lenguaje corriente, eincluso en el técnico," sea la de una construcción, la de un edifi-cio o un andamiaje cuyas características principales podríanconducirnos muy fácilmente hacia una versión exageradamenteestable y armónica de lo histórico.

Para dar salida a estos peligros, vale la pena hacer un par deacotaciones a lo que hasta aquí se ha expuesto. En términos gene-rales, la concepción de las épocas parece estar configurada a par-tir de dos tesis básicas. En una versión estrictamente contextua-lista, se recoge en la noción de contexto histórico a aquellos acon-tecimientos hasta cierto punto simultáneos al acontecimiento aexplicar, pero cuyos vínculos con éste no necesariamente son detipo causal. De lo que se trata, entonces, es de la reconstruccióndel «estado de cosas» que «envuelve» a un acontecimiento, y cuyaestructura define ciertas características particulares de éste.

De un tiempo a la fecha, empero, se ha vuelto un lugar comúnreferir aquella frase en la que Wittgenstein establece que los lími-tes del lenguaje son los límites del mundo, para utilizada comouna analogía de lo que cl espíritu de la época podría significarpara los acontecimientos particulares ocurridos durante el perio-do. El concepto de utillaie mental propuesto por Febvre cae clara-mente en esta categoría. En este caso, como en muchos otros, lanoción de época, o más precisamente, la de espíritu de la época, sedefine como el conjunto de los elementos (particulan11ente con-ceptuales) que establecen los límites y condiciones de posibilidadpara la ocurrencia de un acontecimiento y para su significación.

Como es evidente, la idea de época tiene, en ambos casos,una función claramente comprensiva, puesto que permite expli-car una serie de características particulares de los acontecimien-tos, en función de las relaciones que éstos tienen con el marcogeneral en que se da su ocurrencia. No obstante, ninguna deestas nociones logra aprehender cabalmente el problema de la

De las razones objetivas y la incompletitud de la historia

Está por demás remarcar que la postura que se presenta eneste trabajo es próxima, al menos en espíritu, al estructuralismocon que Braudel ha descrito su temperamento historiográfico,

4). Véase, P. Villar (1980). lntroduccion al vocabulario del análisis histórico, BuenosAires, Altaya, 1999, pp. 51-77.

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constitución del tiempo histórico, ni el de las propiedades y ca-racterísticas de las figuras unitarias.

Por un lado, el hecho de que un acontecimiento sea explica-do o comprendido a partir de su inserción en una figura unita-ria, no debe confundirse con la idea de que la lógica interna deuna estructura social, de una época o de un periodo, sea precisa-mente armónica, ni con que las relaciones entre ésta y los acon-tecimientos sean solamente relaciones de implicación. Por el otro,se corre también el peligro señalado por Vilar; esto es, el de pen-sar que las estructuras son edificaciones construidas con baseen un cierto proyecto arquitectónico, y cuyo resultado final esun objeto inmóvil, estable y acabado.

Sin embargo, parecería obvio que de lo dicho en torno a lasfiguras unitarias mediante las que se constituye el tiempo histó-rico, no se sigue que las razones objetivas que nos permiten con-figurar una época sean absolutamente coherentes y no presen-ten ningún tipo de contradicción o ruptura. Aunque no sea aquíel lugar para discutirlo, y aunque resulte aventurado hablar deello con tanta ligereza, es probable que las versiones coherentis-tas de la explicación histórica hayan provocado este tipo de con-fusiones con respecto a la noción de contexto histórico y de espí-ritu de la época, pues lo que en ellas se olvida es que la coheren-cia (en tanto criterio de verdad) se aplica únicamente respectode la explicación y no de su objeto de análisis. De allí que, conrupturas y todo, el argumento aquí presentado seguiría soste-niéndose, debido a que las acciones, símbolos, acontecimientos,etc., seguirían siendo significativos con respecto a estas estruc-turas más complejas; pues no es menos significativa una contro-versia que un consenso apacible.

Ahora bien, amén de las dificultades que el historiador en-frenta en el análisis documental, el hecho de que las entidadeshistóricas de segundo y tercer orden no sean, por su propia na-turaleza, estructuras estables, armónicas y claramente definidas,hace comprensible la falta de unicidad en la configuración deltiempo histórico (i.e., la existencia de distintas periodizacionesdel pasado) y las consecuentes diferencias respecto al significa-do histórico del «mismo» acontecimiento; pues éste depende tantode la figura unitaria a la que en particular haya sido asociado,como de las características con que se den na a la figura y a lasrazones por las que el acontecimiento haya sido asociado a ella.

Algunos autores (vgr., Dilthey) han derivado y justificado laincompletitud de la explicación histórica a partir de un ciertoholismo y de la significación de acontecimientos pasados en fun-ción de acontecimientos futuros. La incomplctitud de la expli-cación histórica, entonces, es resultado de nuestro desconoci-miento del futuro, pero también del hecho de que esta relaciónsólo se cumpla cabalmente en el fin de los tiempos:

Habría que esperar al final de la vida para poder abarcar en lahora de la muerte el todo a partir del cual pudiera establecersela relación que entre sí guardan sus partes. Habría que esperaral fin de la historia para poseer el material completo con quedeterminar su significado."

Sin negar la importancia de esta apreciación, Habennas hamostrado que la incornpletitud pensada a partir de este argu-mento no resultaría tan contundente si contáramos con un mar-co teórico de referencia que nos permitiera establecer criteriosunívocos para la constitución del tiempo histórico." El proble-ma, empero, no es sólo que de (acto no tengamos este marco dereferencia, sino que, según parece, jamás vamos a contar con él.Siguiendo todavía a Habermas:

[...] una delimitación operativamente satisf-actoria de los sistemassociales resulta poco menos que imposible, no porque al hacerlachoquemos con dificultades pragmáticas, sino porque la determi-nación de los límites de sentido constituidos simbólicamente traeconsigo dificultades hermenéuticas que son de principioí"

Estas dificultades a las que Habermas apunta no sólo impac-tan sobre la posibilidad de constitución de un marco de referen-cia único, sino que alcanzan directamente a las «razones objeti-vas» que sirven para demarcar los distintos periodos y épocashistóricas. En la interpretación de Simmel en torno al tiempo his-tórico, el problema de la incompletitud de la explicación históri-ca ni siquiera aparece, debido a que él mismo ha supuesto queun acontecimiento es situado a partir de un comprender estric-

46. \,V. Dilthev. apu d J. Habermas, L{J lógica de las' ciencias socia/es, México, RedEditOJialIberoamericana. 1993. p. 246.

47. Véase. ibul., p. 24548. lbtd., pp. 314-31.5. Énfasis añadido.

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tarnente atemporal." Esto es, por su idea de que «El acto con elque "comprendo" el carácter de Pablo o de Mauricio de Sajoniaes, en principio, exactamente el mismo que cuando comprendoel carácter de Othelo o de Wilhclm Meister».?" No obstante, aun-que la comprensión fuera un método universal, seguiría siendoinsuficiente para li.lconstrucción de una teoría general del hom-bre en el sentido en que es requerida para la ordenación de lamateria histórica, pues «nuestra» conciencia histórica sugiereque no se puede comprenderlo todo con los mismos prejuicios.y de eso es justamente de lo que se trata.

Por un lado, las diferencias entre las distintas sociedades noquedan al nivel de los contenidos, sino que alcanzan a las «es-tructuras» elementales de la sociedad e, incluso, a su funciona-miento estructural. En este contexto, se entiende la incapacidade, incluso, la oposición frente a una teoría general del hombre ysu historia, pues el carácter específico de las formaciones socia-les conlleva en buena medida a la negación de esta posibilidad.

Ala anterior, deben surnársele las limitaciones para estableceruna circunscripción no difusa de las figuras unitarias. Tomemos,para ejemplificar, el tipo de cuestionarnientos con que EnriqueFlorescano y Margarita Menegus inician su participación en laHistoria General de México editada por El Colegio de México:

El siglo XVIII no comienza en la Nueva España con el fin crono-lógico del XVII, por más que en 1700 España y su vasto imperiocolonial conozcan el cambio dinástico que sustituye a los Habs-burgo con los Borbones. Los historiadores debaten hoy en dialas características del siglo XVIl1: ¿cuándo empieza? [...}'I

unitaria. Así, llarnarle Siglo XVIII novohispano resulta sólo unaforma estilística de asemejado a, o cornpararlo con otra figuraunitaria, probablemente ocurrida en Europa o en los EstadosUnidos de América, y cuyo comienzo quizá sea anterior a 1700.

Lo que encontramos en este caso es un problema al que todahistoria se enfrenta: el de la delimitación de la época o periodo, yel de la validez del pre-juicio (en el sentido gadameriano) quepermita identificar estas limitaciones, las características del pe-riodo y, por ende, el tipo de acontecimientos que serán conside-rados deterrninantes. La sola referencia que los autores hacen«al cambio dinástico que sustituye a los Habsburgo con los Bor-bones», nos permite presuponer que el problema no está sola-mente en la definición de los límites precisos de una época (elacontecimiento o los acontecimientos a partir de los cuales seidentificarán estos límites), sino en las «razones objetivas» quepermitirán caracterizar y delimitar el periodo en cuestión. Estoes, que lo que está en tela de juicio es si el periodo debe ser deli-mitado y comprendido, por ejemplo, a partir de una historiapolítica en la que el cambio dinástico tendría un lugar medular,o bien a partir de una historia distinta en la que las reformasimplementadas por los Borbones jugarían este papel.

La cuestión, de nuevo, podría resolverse si efectivamente con-táramos con una teoría general de las sociedades pues, aunquees evidente que nunca se podría saber en función de qué aconte-cimientos futuros habrán de ser significados algunos hechos delpasado, la construcción de un tiempo histórico único quedaríahasta cierto punto asegurada si las «razones objetivas» expues-tas por Simmel constituyeran ese marco de referencia que nospermitiera establecer de manera unívoca tanto los límites espa-cio-temporales de las épocas, como una descripción satisfacto-ria de las relaciones que las constituyen y de sus características.Pero en tanto que tal marco no existe, se problema tiza entoncesla delimitación de una época, pues 10 que hay que explicar ahorason los criterios «taxonómicos» (i.e., las razones objetivas) quenos llevaron a incluir a un elemento en un periodo y no en elotro. Dicho por Habermas:

Si la pregunta estuviera planteada en el terreno de la cronolo-gía, bastaría con decir que el siglo A'VIII no puede comenzar si noes en el fin cronológico del siglo precedente, y que sus caracterís-ticas, además de durar cien años, no son otras que las de estarentre los siglos XVII y XIX. Pero es obvio que la pregunta no es ésta,y que las dudas giran en torno a la constitución de una figura

49. G. Sirnrnel, PI individuo v !"libertad, 01'. cit., p. 82.50. tbid., p. 78.51. E. Florescauo .YI\ILMcncgus, «L;J época de las reformas borbónicns J' el crecí-

miento económico (1750·1808)". en Historia general de México. Versión 2000. México,El Colegio de México, 20ClO, p. 36.').

En nuestro caso es mucho más importante una segunda dificul-tad, que es asimismo una dificultad de principio y que no puedehacerse derivar de la variabilidad estructural comparativamente

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alta de las sociedades frente a los organismos. También Luh-mann lo admite: «La biología tiene un sistema de referenciaempírico unívoco, de que carecen las ciencias sociales. Un siste-ma social no viene fijado. como un organismo. de una vez portodas en cuanto a su tipo. [...] un orden social. en cambio. puedeexperimentar profundas mutaciones estructurales sin abando-nar su identidad y la continuidad de su existencia. (...] A conse-cuencia de ello en ciencias sociales falta también el bien perfila-do problema empírico de la muerte. que en biología sirve comocriterio de supervivencia-.V

pendiente. siguiendo la línea quebrada de nuestros actos de aten-ción. creemos percibir los peldaños de una escalera. Cierto quenuestra vida psicológica está llena de imprevistos. Surgen milincidentes que parecen cortar con lo que les precede sin por ellovincularse a lo que les sigue. Pero la discontinuidad de sus apa-riciones destaca sobre la continuidad de un fondo sobre el quese dibujan y al que deben los intervalos mismos que les separan:son los golpes de un tímbalo que estallan de cuando en cuandoen la sinfonía."

La aparente discontinuidad de la vida psicológica radica. portanto. en que nuestra atención se fija sobre ella mediante unaserie de actos discontinuos: donde no hay más que una suave

Intuitivamente. se puede coincidir con Bergson en la tesis deque lo real es la continuidad. y en que el modo de la experienciahistórica que aquí se defiende pudiera violentarla en el mismosentido y forma en que la atención lo hace con la vida psicológi-ca. Pensemos, por ejemplo, en los rasgos románticos del Clasi-cismo o en el carácter renacentista que pudiéramos advertir enPetrarca. Lo que casos como éstos muestran no es sólo la ten-dencia de la historia a significar el pasado en función de su fu-turo, sino una seria problemática en torno a la delimitación delos distintos periodos históricos y de los sistemas sociales, queen buena parte está determinada por el hecho de que existanacontecimientos, obras o personajes que, por sus característi-cas, pueden pertenecer a periodos o épocas distintas. Así, lo se-ñalado en el apartado anterior ya no queda en términos de laimposibilidad para construir criterios estables que posibilitenla periodización, sino que se extiende hasta cuestionar la justifi-cación de este procedimiento que parecería atentar con la con-tinuidad del acontecer a la que los ejemplos arriba referidos nosconducen a suponer.

Incluso el propio Simmel habría asumido ya que la tesis me-diante la cual se deriva la historicidad de un acontecimiento apartir de su ubicación en el tiempo histórico, no es precisamentela que mejor convenga con el estado «real» de las cosas, pues «Elacontecer realmente vivido no tiene la forma de la localización,sino que discurre en una continuidads-" Sin embargo. la ideamerece analizarse con cierto detenimiento, pues al menos debeespecificarse lo que se entiende por el «acontecerrealrnente vivi-

Así, aunque el problema de la incompletitud podría ser re-sueIto si contáramos efectivamente con un marco teórico queexplicara tanto la selección de los acontecimientos como ladelimitación de las épocas, las dificultades para establecer estemarco teórico que permita definir la noción de límite tempo-ral parecen francamente írresolubles, debido a las caracterís-ticas de la materia histórica y de las sociedades. Insistamos;con Habermas, en que no se trata de una dificultad pragmáti-ca, y en que «Hasta la fecha no se han logrado señalar presu-puestos universales de la pervivencia de los sistemas sociales;ni tampoco pueden señalarse, porque tales presupuestos noson constantes».»

De la continuidad del acontecer

En los párrafos anteriores se ha delineado la cuestión sobrela que habrá de desarrollarse este último corolario. La dificultadpara establecer límites precisos a los sistemas sociales y, por ende,a las figuras unitarias, puede interpretarse fácilmente como unproblema provocado por la continuidad del acontecer histórico,en términos no muy distintos a la versión que Bergson tenía dela vida psicológica:

52. J. Habermas, «Un informe bibliográfico (1967): La lógica de las ciencias socia-l~s", en J. Habermas (1979), La Lógica de las ciencias sociales, op. cit., pp. 314-315.Enfasis añadido.

53. Ibíd., p. 316.

54. H. Bergson (1957), Memoria y vida (textos seleccionados por Gilles Deleuze), Bar-celona, Altaya, 1994, p. 9.

55. G. Simmel, El individuo y la libertad. op. cit., p. 86.

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do» y, en ese contexto, por la violencia que sobre éste pudieraejercer la operación histórica.

En una primera instancia, podría pensarse que a lo que Sim-mcl se está refiriendo con el «acontecer realmente vivido» no esotra cosa que a la experiencia que los individuos tienen de él.Pero si ése fuera el caso, habría que decir entonces no sólo quela continuidad del aconteeer será siempre un límite infranquea-ble para las explicaciones históricas, sino que hasta sería acep-table que el conocimiento histórico ni siquiera esté interesadopor acceder a la reconstrucción del pasado realmente vivido porsus actores. A lo largo de este trabajo, se han ofrecido ya algunasde las razones que permitenjustificar la diferencia entre la expe-riencia histórica y la vivida, de modo tal que no hace falta insistiren que un intento por asimilar ambas experiencias sólo implica-ría la pérdida de las propiedades estrictamente históricas de laaproximación al pasado.

El problema, empero, no está únicamente en las conseeuen-cias antihistóricas que supondría la efectiva realización de laempatía psicológica, sino en la justificación de plantear el pro-blema de la continuidad histórica únicamente al nivel de la cortaduración. Más claramente, lo que se podría cuestionar es la ideade que el «acontecer real» sea sólo aquello que sucede a los indi-viduos, pues es obvio que, visto desde esa perspectiva, cualquiertemporalización que trascienda su duración habrá de aparecercomo una imposición que violenta la realidad histórica.

Al final del capítulo anterior decía que, a diferencia de natu-ra, cultura [acit saltum. La idea, por supuesto, apunta hacia laaparición de propiedades emergentes y, muy particularmente,hacia el hecho de que el proceso de formalización y, por ende,en el de la configuración del tiempo histórico, presuponga unaespecie de salto hacia otra dimensión en la que las entidadespresentan características que no pueden explicarse por las desus componentes. Pero si se recupera aquí esta declaración,permite entender por qué cuando se mira lo cultural desde elplano de la acción y la vida individual, sus estructuras v carn-bios se nos aparecen como venidos de la nada. De allí, por su-puesto, que jamás pueda encontrarse el punto temporal de lacorta duración que pueda servir como inicio o final de una deestas estructuras, pero de allí también que pueda concederse aSimmel que la historia es incapaz de reconstruir el pasado real-

mente vivido y, sobre todo, que lo continuo es el acontecer y nosu historia"

El conocimiento histórico se mueve en un permanente compro-miso entre el establecimiento de extensas figuras unitarias [...]que no cabe rellenar con la unicidad de las visiones reales. 57

Ahora bien, si lo antedicho permite explicar en alguna medi-da los motivos por los que estas figuras aparecen como disconti-nuidades impuestas sobre el tiempo corto, lo que hará falta esmostrar que la continuidad de estas entidades puede recuperar-se cuando se les analiza desde duraciones distintas. Alpunto, lointeresante del análisis de Vilar respecto al concepto de estructu-ra no es sólo el señalamiento de los peligros ya referidos, sino laredefinición que hace del término con la finalidad de hacer unhincapié en la dinámica interna de las figuras unitarias:

La historia se ocupa de las sociedades. Para que estas sociedadessean estudiables, es necesario poder expresar las relaciones in-ternas a través de un esquema de estructura.

Pero la historia se ocupa de sociedades en movimiento. Dichode otro modo, debe construir esquemas estructurales de funcio-namiento (y no solamente de relaciones estáticas) y debe dar cuentano sólo de las principales estructuras teóricas existentes en elmundo en tal o cual momento, sino también de las contradiccio-nes, de las tensiones, que llevan a los cambios de estructuras, a loque podríamos llamar desestructuraciones y reestructuraciones."

Tal y como lo ha hecho Kuhn al separar periodos de ciencianormal y periodos revolucionarios, se podría pensar en que estaconcepción condujera a distinguir estadios en los que se observauna predominante tendencia a la conservación (estructuras) yaquellos en los que prepondera el movimiento global de la mate-ria histórica (coyunturas),

Este contraste entre épocas en las que impera una cierta for-mación estructural y periodos en las que lo evidente es la dese s-

56. «Pero en realidad, sólo el acontecer que sucedió en estas fronteras temporales yel interior de las fronteras espaciales localizadas por la guerra es continuo. "La histo-ría" de este tiempo no es, e11 modo alguno, continua.» lbid., p. 86.

57. Ibtd .. p. 91.58. Ibid., p. 64.

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tructuracíón, parecerfa ser, por lo menos en principio, una bue-na salida para el tipo de ejemplos con que se introdujo el proble-ma de la continuidad (vgr., los rasgos renacentistas en Petrarcao 10~románticos en el clasicismo), pues cada uno de ellos pued~se~·incluido en una figura unitaria coyuntural en la que el movi-miento de la materia histórica nos permitiría explicar el paso deuna a otra estructura .

.No. obstante, la identificación y el contraste de estas figurasunitarias tampoco están exentas de problemas similares a losque antes se señalaron, porque siempre es posible encontrar ele-mentos desestructurantes, controversias u oposiciones en losmomentos en que creemos predomina una cierta estructura oviceversa. De allí que, más que apostar por esta distinción esta-ría por creer que la continuidad de las estructuras debe estable-c~rse hacia su interior. En algún punto de Tiempo y narración.Ricoeur establece, de nuevo por la vía de Mandelbaum los linea-mientos generales de esta idea: '

justifiquen la inclusión de un acontecimiento en una figura uni-taria, sino a las que permitan explicitar la función específica queel acontecimiento tiene en la dinámica de la figura," y hasta ensu duración misma. En un texto reciente, Pablo Femández haseñalado claramente que el problema de la duración no debe serabordado como si únicamente se estuviera hablando de la velo-cidad a la que se mueven los fenómenos y objetos sociales." Re-sumiendo injustamente del texto, la idea base es que el grado designificatividad de una representación, así como el tipo de me-canismo que la genera, son los que determinan la «rapidez» o la«lentitud» de su mutabilidad. Lo anterior permitirá, sin duda,hacer de la duración una característica intrínseca a la naturale-za de los fenómenos psicosociales, y no solamente, como lo havenido siendo hasta ahora, una medida externa en la que la du-ración depende del tiempo cronológico que separa a dos Esta-dos distintos de un fenómeno. Dicho ahora por Simmel:

El gr~do de unidad que puede encontrarse en cualquier época seconvierte en lo contrario de un principio explicativo; es un rasgoque exige, a su vez, ser explicado». Pero este grado de unidad nohay. ~ue buscado fuera de la interacción de sus partes. «La expli-cacion del todo dependerá de la comprensión de los vínculosque existen por el hecho de que sus partes estén formalizadas."

Visto exactamente, aquello que podemos entender bajo la dura-ción temporal de un Estado no cabe en modo alguno conformar-lo al concepto lógico o físico de la persistencia. Si se la tomaseen este último sentido, entonces la extensión de esta duraciónsería absolutamente indiferente; sería, por muy paradójico queen un principio suene esto, completamente irrelevante desde unpunto de vista histórico si un Estado persiste un año o diez años.Pues si, tal como lo exige este concepto, en el interior de la dura-ción del Estado no fuera diferenciable ningún instante de un talperiodo existencial individual, social o cultural, de otro, así pues,que comienzo y final de la época coincidieran cualitativamenteen forma plena, entonces no sabria qué interés debe anudarse asu brevedad o largura. Puesto que en su interior cada momentoes igual a cualquier otro, por lo que se refiere al contenido, nohabría de este modo para ninguno un antes o un después deter-minado para su contenido, esto es, ningún momento en el inte-rior de esta duración seria histórico."

Así las cosas, lo único a lo que este apartado ha querido apun-tar es a la necesidad de poner un cierto énfasis en la dinámicai~te~n~ de las figuras unitarias con que construimos el tiempohistórico, de tal suerte que vayan viéndose las modificacionesque ésta tiene a lo largo del tiempo, y que sean estas mismasmodificaciones las que permitan explicar el paso de una a otraestructura.w

Apartir de una concepción como ésta, la idea de historicidad~or localización que antes se defendió, debería modificarse paraincorporar entre las razones objetivas ya no sólo aquellas que

. 59. P. Ricceur (1985), Tiempo y narración. op, cit., p. 329. Las afirmaciones eutreco-nulladas son de Mandel baum .

.6? ~éasc tw;nbjén K. Poruian, «La historia de las estnlctucaS»),yG. Dubv, «HistoriaSOCla] e ideologías de las sociedades», en J. Le Goff, el al., La nueva historia, Bilbao,Ediciones Mensajero. sla, pp. 196-221 ypp. 167-177.

ó l. Véase, 1. Bloch (1949), Introducción {l la historia, México, Fondo de CulturaEconómica, Breviarios. n." 64, 1990, pp. 26-27.

62. P. Fcrnándcz, La sociedad mental, Barcelona. Anthropos Editorial. 2004.63. G. Simrncl, El individuoy la libertad, op. cit .• p. 84.

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CAPÍTULO CUARTO

LA HISTORIA COMOAUTO CONOCIMIENTO DE LA MENTE

Debe parecer hasta cierto punto extraña la decisión de tomarel trabajo de Collingwood como base para establecer las conside-raciones finales de este texto,' y aún más si lo que se ha dicho esque ésta ha de servimos para estructurar las tesis que se han desa-rrollado en los capítulos anteriores. Amén de que el peso específi-co que Collingwood tiene justifica su incorporación en cualquierreflexión sobre la historia, no se puede negar que su posición pre-senta diferencias irreconciliables con la que aquí se ha defendido.

Sin dejar de reconocer que esto es así, encuentro también en suposición, y muy particularmente, en los argumentos que acompa-ñan a la tesis de la revivificación del pensamiento, algunos elemen-tos que permiten establecer en una estructura mínima los presu-puestos de los que parte la posición que he querido defender, por loque al final de cuentas el ejercicio no será simplemente ocioso.

Sobre la historia como auto conocimiento de la mente

Las cuatro primeras partes del texto de Collingwood corres-ponden a una historia de las distintas formas en que las socieda-des occidentales, desde la Grecia Clásica y hasta la Italia de Cro-ce, se han relacionado con sus propios pasados.'

1. R.G. Collingwood, tt« Idea of' historv, Oxford . Clarendon, Oxford University,1946. (Las referencias su paginación fueron tomadas de la versión española: R.G.Collingwood, Idea de trad .. de Edmundo O'Gorman y Jorge Hemández Cam-pos, México, Fondo de Cultura Económica, Sección de obras de filosofía, 1952.)

2. Aunque es muy probable que lo que Collingwood estuviera buscando en estoscapítulos sea la reconstrucción del pensamiento histórico de la Ilamada civilización

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A diferencia de otros, su autor no hace gala de ser el eruditoque lo ha leído todo: están los textos y autores fundamentales,pero nada y nadie más. Aun así, es obvio que la de Collingwood noes una historia «ingenua», un mero relatar la aparición y transfor-mación de estas relaciones entre aquellas sociedades y sus pasa-dos. En realidad, el repaso es parte fundamental del argumentosustentado en la quinta y última parte, dedicada por completo a lateoría de la historia mantenida por su autor. Lo anterior; al gradoen que la consistencia del cuadro final termina por dar la imagende que el desarrollo del pensamiento histórico moderno, y hastael de la postura defendida por Collingwood, eran casi necesarios.

Amén de que la claridad expositiva y la coherencia del argu-mento sean meritorias del reconocimiento, lo primero que qui-zá despierte el interés en la lectura de Collingwood es su nega-tiva a aceptar que el conocimiento histórico dependa de lasnociones de historicidad más habituales. Ni genealogía ni de-venir, ni vinculación con contextos específicos, ni estudio de pnl-cesas y evoluciones.t la historia pensada por Collingwood apare-ce fundamentalmente asociada al problema del auto-conocimien-to de la mente." No se trata, entonces, de estudiar al pasado porel pasado mismo. Es más, ni siquiera se trata de estudiar al hom-bre en todos sus actos, pues corresponderán a la historia única-mente aquellas acciones que han dejado constancia material desu existencia y sobre las cuales es posible desentramar el pensa-miento que les dio origen.

En un sentido importante, esta primera parte de la interpreta-ción de Collingwood se presenta como una crítica nada desdeñablecontra la analogía entre el estudio de la mente y la naturalezas y, porconsiguiente, en contra de las distintas versiones que entre los si-glos XVlI y XVIII buscaron construir una ciencia de la naturalezahumana con fundamentos similares, o incluso idénticos, a los quepor entonces se reconocían en las ciencias de la naturaleza.

La parte nodal de esta separación entre ambos tipos de cono-cimiento responde a una esencial diferencia en lo que a los acon-tecimientos naturales y humanos se refiere; misma que queda

claramente expresada en la diferenciación entre las componen-tes exterior y interior de los acontecimientos." . .

En su ensayo por determinar el ámbito de la historia, C~l-linzwood establece que el interés del historiador no es el estudiode .acontecimientos sino de acciones, y que éstas son una unidaddel exterior y el interior de un acontecimiento; es decir; de lo«que se puede describir en términos de cuerpos», y de aquelloque «sólo puede describirse en términos. de. pensamient~)}.7 ~eallí que, para el historiador, «los acontecimientos de la historianunca son meros fenómenos, nunca meros espectáculos para lacontemplación, sino cosas que el historiador mira, pero no losmira, sino que mira a través de ellos, para discernir el pensa-miento que contienen» 8 .

Esta definición preliminar de la historia implica ya una Impor-tante justificación no sólo al contraste entre las ciencias de la natu-raleza y las ciencias del espíritu, sino a la diferencia entre la historianatural y la historia propiamente dicha. Pues aunque los acontec~-mientos naturales v humanos comparten, por ejemplo, la condi-ción de haber ocurrido en el pasado (lo que según ciertas versionessupondría que unos y otros podrían concebirse como acontecimien-tos históricos), lo cierto es que en los acontecimientos naturalesfaltada la componente interior que, según la definición de Col-lingwood, es condición necesaria para que cualquier acontecimien-to sea considerado objeto de la investigación histórica,

Pero la tesis implica algo más que una posible fundamenta-ción de esta separación entre las ciencias de la naturaleza y lasdel espíritu, o entre la historia natural y la historia a secas. Lasola asociación de la historia al auto-conocimiento de la mentesupone una substancial constricción en los actos humanos quepudieran considerarse históricos, pues únicamente caer~n ~n estacategoría aquellos en los que sea posible reconocer algun tipo ~epensamiento implicado en su desarrollo. Dicho por el propioCollingwood:

occidental, he preferido no usar el término civilización y referir a algunas sociedadesoccidentales a fin de evitar los equívocos a los que aquel término suele conducir.

3. Ibid., pp. 206 Y 207.4. Ibid .• pp. 209 Y ss.5.lbíd .•pp. 201-205

[...] el auto-conocimiento no significa el conocimiento de la natu-raleza corporal del hombre, su anatomía y fisiología; ni siquieraun conocimiento de su mente en lo que ésta consiste en senn-

6.lbíd ..pp. 208-209.i.na.8. Id. Énfasis en el original.

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mientos, sensaciones y emociones; sino un conocimiento de susfacultades cognoscitivas. su pensamiento o comprensión o razón."

co interés dicho estudio. De aUí que la definición necesite modi-ficarse a [inincluir las tendencias e intereses históricos no pt-e-vistos en ella, pero sin perder por esto los elementos con base enlos que se ha sustentado la distinción entre ciencias de la natura-leza y las del espíritu. Asimismo, hace falta también explicitarcon mayor claridad el sentido en que el estudio de la mente esnecesariamente histórico (así como las implicaciones de su his-toricidad) porque, si bien es cierto que la circunscripción de lahistoria al estudio del pasado no está plenamente justificada,parece que al eliminar esta límitante se han ido con ella no sólociertos elementos que permitirían distinguir a la historia de otrasdisciplinas, sino hasta algunas características fundamentales dela operación histórica a las que el propio Collingwood alude enla justificación de su idea de la historia.

Sin pasar por alto la importancia que pudieran tener estasobservaciones preliminares, la cuestión se toma mucho más com-plicada cuando Collingwood establece la forma específica en quea su juicio se realiza el auto-conocimiento de la mente:

Aunada a esta importante circunscripción del ámbito histó-rico, la tesis supone también una cierta extralimitación de laoperación histórica. En alguna parte del texto de Collingwood,hay par de párrafos en los que aparece una definición del pensa-miento histórico que, aunque es más un postulado que la con-clusión de un argumento, juega un papel fundamental en lo queaquí se quiere señalar. Y es que, a decir por él mismo, el pensa-miento histórico no se ocupa tan sólo del pasado remoto, sinoque es básicamente el mismo tipo de proceso que nos permiteconocer el pensamiento de los Hammurabi, e incluso el de unamigo que nos ha escrito una carta o el de un extraño que cruzala calle. 10 Es más, ni siquiera es necesario que el sujeto que ejecu-ta una acción sea una persona distinta del que la investiga y apre-hende la idea detrás de ella:

Sólo con el pensamiento histórico, puedo descubrir lo que pen-saba hace diez años, leyendo lo que entonces escribí, o lo quepensé hace cinco minutos, reflexionando en una acción que hiceentonces y que me sorprendió cuando me di cuenta de lo quehabía hechol1

Toda historia es la historia del pensamiento. Pero, ¿cómo discier-ne el historiador los pensamientos que trata de descubrir? Sólohay una manera de hacerlo: repensándolos en su propia mente.El historiador de la filosofía, al leer a Platón, lo que trata es desaber qué pensaba Platón al expresarse con ciertas palabras. Laúnica manera de lograrlo es pensándolo por su cuenta. Esto es,de hecho, lo que queremos decir cuando hablamos de «com-prenden) las palabras. De esta manera es como el historiador dela política o de la guerra, al verse frente a un resumen de ciertasacciones ejecutadas por Julio César, trata de comprender es-tas acciones, es decir, de descubrir qué pensamiento tenía Césaren la mente que lo decidieron a ejecutarlas. Esto supone para elhistoriador representarse la situación en que se hallaba César, ypensar por sí mismo lo que César pensaba de la situación y lasposibles maneras de enfrentarse a ella. La historia del pensa-miento y,por lo tanto, toda historia, es la reactualizacion de pen-samientos pretéritos en la propia mente del historiador.-

Con esto último es obvio que Collingwood está abriendo loslímites del conocimiento histórico en lo que se refiere a su ámbi-to y en lo que respecta a éste en tanto método para el auto-cono-cimiento de la mente. Vista desde esta perspectiva, la historia nosólo queda como un acto reflexivo, como un pensamiento cuyoobjeto es el pensamiento mismo, sino que termina por alzarsecomo la única forma del auto-conocimiento a la que la mentepueda aspirar.

En función de este somero repaso se pueden señalar ya algu-nas problemáticas en la definición de historia propuesta porCollingwood. Primero, porque aunque es posible conceder queel estudio de la mente sea en cierto sentido histórico, ello noconduce directamente a aceptar que la historia tenga como úni- Al analizar esta parte de la propuesta de Collingwood, auto-

res como Walsh o Gardiner se han referido a ella utilizando no-

9. tua., p. 20l.1O.1Md., p. 214.l1.Id. 12. lbid., p. 210. Énfasis añadidos.

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ciones como «intuición» o «comunicación telepática con pensa-mientos pasados»." Es por demás señalar que en el tono de loscomentarios hay una buena dosis de ironía injustificada, y quela crítica misma resulta inmerecida y hasta exacerbada, puestoque en la argumentación con que Collingwood sustenta su defi-nición ni siquiera se hace referencia a algún tipo de empatíapsicológica como base del auto-conocimiento. Pero dejando delado lo infundado de estas acusaciones, es comprensible tam-bién que la idea pudiera provocar; en lo general, algunas obser-vaciones importantes.

En razón de lo anterior; habría que analizar los postuladosque anteceden y acompañan a la idea de que la historia sea unaforma de el auto-conocimiento de la mente en la que de {actoocurre algún tipo de restitución y hasta revivificación del pensa-miento pasado, puesto que de estos postulados depende lajusti-ficación de la tesis principal de Collingwood, y de los mismosdepende también el intento por desvelar las condiciones que elargumento que aquí se sustentará requiere para su desarrollo.

Así, lo primero que habría que destacar es que la idea debasar el auto-conocimiento de la mente en la re-creación de lospensamientos del otro (pretérito o contemporáneo), en realidadresponde un problema epistemológico derivado de las circuns-tancias particulares en que los historiadores trabajan:

registro de su prueba. Lo que daría esa especie de mediación seríacuando mucho una creencia, no conocimiento, y una creencia muymal fundada e improbable. Y una vez más, el historiador sabemuy bien que no es ésta la manera como él procede; está al tantode que lo que hace a las llamadas autoridades no es creerías sinocrilicarlas. Entonces, si el historiador no tiene conocimiento di-recto o empírico de los hechos, ni conocimiento transmitido otestimonial de ellos, ¿qué elase de conocimiento tiene? [...] Mirevisión critica de la idea de la historia nos proporciona unarespuesta a esta cuestión, a saber, que el historiador tiene quere-crear el pasado en su propia mente. 14

¿Cómo, o en qué condiciones, puede el historiador conocer elpasado? Al considerar esta cuestión, el primer punto que hayque hacer notar es que el pasado nunca es un hecho dado quepodamos aprehender empíricamente mediante la percepción. Exhipótesis, el historiador no es un testigo ocular de los hechos quedesea conocer; Ni se imagina el historiador que lo es; sabe muybien que su único conocimiento posible del pasado es mediato oinferencial o indirecto, nunca empírico. El segundo punto es queesta mediación no puede efectuarse por medio del testimonio.El historiador no conoce el pasado por simple creencia en lo quele dice un testigo que vio los hechos en cuestión y que ha dejado

A partir de esta referencia es posible inferir que detrás de laIdea de la historia hay una noción empirista de las ciencias de la na-turaleza, y que con la reactualización del pensamiento pasado Col-língwood estaría buscando sustituir este fundamento que, a decirpor él mismo y según también la versión estándar de la filosofía dela ciencia, la base empírica ofrecía a las hipótesis universales.

Lo anterior, empero, no debe leerse en el sentido de que loque Collingwood sustenta es una versión empirista de todo co-nocimiento ni que, por consiguiente, estuviera buscando en larevivificación una especie de base empírica acorde el conoci-miento histórico. Las tesis y argumentos mediante los cuales harespaldado las diferencias entre las ciencias naturales y las hu-manas, hacen evidente que su posición frente al conocimientoen general, y frente a la historia en particular, es justamente lacontraria. De allí que, en todo caso, la revivificación aparezca enel contexto de su distinción entre los distintos tipos de conoci-miento, como un fundamento distinto de la experiencia; i.e., comouna base que justifique el estatus epistemológico de las explica-ciones históricas, pero que por sus características no obligue aviolentar las propiedades específicas de la historia que él mismoha reconocido en su caracterización.

Ni siquiera hace falta argumentar para coincidir con Colling-wood en que el historiador está imposibilitado para experimen-tar directamente los acontecimientos que son objeto de sus in-vestigaciones, y que esto es cierto no sólo por el hecho de que laacción sea pasada, sino porque a la componente interior de lasmismas sólo se puede acceder indirectamente. Sin embargo, la

13. Véase, W.H. Walsh, An lnrroduction lo Pliilosophv o] Historv, Londres, Hutchin-son, 1958, pp. 44-5\ (Versión española: W.H. Walsh. Introducción a la [ilosoiia de lahistoria, trad., Florent.ino M. Torncr; México, Siglo )00, 199\); P. Gardiner, The Nature

01 Thstorical Explanauon, Oxford, Oxford Universitv Prcss; 1952, pp. 39-48. (Versiónespañola: P. Gardinc r ; La naturaleza de la explicacion histórica, trad. José Luis Gonzá-Iez, México, UNAM, Centro de Estudios Filosóficos, 196 l.) \4. R.G. Collíngwood, Idea de la historia, op. cit., pp. 271·272. Cursivas añadidas.

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defensa y justificación de la revivificación del pensamiento, enrealidad, se desprende de la idea de Collingwood respecto a quedicha mediación tampoco puede realizarse a partir del testimo-nio; pues, según otras versiones de la historia, sería justamenteel testimonio depositado en los documentos y fuentes el que cum-pliría una función similar a la de la experiencia en la justifica-ción de las explicaciones históricas.

Para evidenciar esto último, basta con recordar aquí que la tesisde la revivificación del pensamiento es postulada y medianamentedesarrollada en el apartado tercero de la primera parte de los Epile-gómenos de Idea de la historia, para después reaparecer mucho másclaramente justificada y defendida en los apartados cuarto y quintode esa misma sección. 15 Entre ambos apartados, Collingwood pre-senta dos argumentaciones razonablemente desarrolladas, en lasque establece su posición frente a la autoridad de las fuentes y altipo de análisis que el historiador realiza a partir de ellas.

En la primera de estas secciones, dedicada a la imaginaciónhistórica, Collingwood busca analizar una particularidad episté-mica del conocimiento histórico; a saber, el que éste sea un cono-cimiento razonado de lo transitorio y concreto. Para explicar estacaracterística, empezará revisando las similitudes y las distincio-nes entre la percepción, la ciencia y la historia, a fin de sustentarla critica a una concepción que, a su juicio, es tan errónea comoextendida entre la mayoría: la tesis que supone que la verdad his-tóríca se deriva única', o cuando menos primordialmente, de lasfuentes a las que historiador ha elevado como máxima autoridad,

Contra esta noción, Collingwood reclama el reconocimiento dela autonomía del pensamiento histórico respecto de sus fuentes,haciendo notar que los procesos de selección, construcción y críticason condiciones necesarias de la investigación histórica, y no viola-ciones excepcional o regularmente cometidas por el investigador;

Una vez establecido que el criterio de verdad histórica no esel de la concordancia entre las afirmaciones del historiador y lasde sus fuentes, el resto del argumento está dedicado a postularun criterio distinto. Para ello, lo primero que hace es revisar larespuesta ofrecida por F.H. Bradley en The Presuppositions of

Critical History para, a partir de ella, sugerir que el primer prin-cipio de selección es, en efecto, el de la concordancia entre loregistrado en las fuentes y lo que por experiencia propia el histo-riador considera como un acontecimiento aceptable.

Así, si en las fuentes se consigna un acontecimiento que segúnel historiador cae fuera del rango de lo posible, éste deberá serdesechado. Pero si el acontecimiento cayera en el rango de lo po-sible, entonces el historiador quedará en libertad de seleccionar ono el acontecimiento en cuestión, pues aunque éste fuera verosí-mil, no es extraño que fuentes distintas consignen acontecimien-tos contrarios. En casos como éste, el historiador requerirá dealgunos criterios adicionales (vgr.,la crítica de fuentes) que le per-mitan establecer a cuál de ellas reconocerá como autoridad.

El propio Collingwood se ha encargado de establecer las ré-plicas más obvias a la elevación de este principio como el únicocriterio de verdad histórica, por lo que no hace falta repasarlascon detenimiento. En breve, se puede objetar: 1) que el criteriono establece lo ocurrido sino lo que pudiera ocurrir, 2) que elhistoriador sigue dependiendo de sus fuentes en lo que respectaa la explicación de las causas por las que ocurrió un cierto even-to, y 3) que la experiencia del historiador únicamente servirápara desechar o comprobar las afirmaciones de sus fuentes, siéstas se refieren a fenómenos naturales. 16

Pese a estas críticas, Collingwood reconoce en el ensayo deBradlev los cimientos para una «revolución copemicana en lateoría del conocimiento histórico»:" aun cuando, según él mis-

15. Véase, R.G. Collingwood, 01'. cit, ~ 1. La naturalem humana y la historia hurna-na , pp. 212-222, § 4. La historin como recreación, pp. 271-289, Y § 5. Fl OS1/1110 de lahistoria, pp. 289-301.

16. Aunque un extenso argumento podría desviar este análisis de sus objetivos cen-trales, no sobra apuntar que tanto el principio sugerido por Bradley como la crítica quefrente a éste sus lenta Collingwood, implican algún tipo de a-historicidad derivada de lacreencia que ambos mantienen en torno a la inmutabilidad no sólo de la naturalezasino de las leves con que el hombre ha explicado los acontecimientos naturales. Colling-wood lo dic~ claramente: «las leyes de la naturaleza han sido siempre las mismas, y loque ahora es contra natura fue contra natura hace dos mil años». Ibid., p. 233.

El punto aquí, empero, es que aún concediendo esta regularidad en lo que a loshechos naturales se refiere, es obvio que las leyes con que explicamos esos hechos sonproducto de actos estrictamente humanos, por lo que en general presentan el rnisrnotipo de variabilidad que Collingwood reconoce en las acciones de los hombres: «perolas condiciones históricas de la vida del hombre, en cuanto distintas de las naturales,difieren tanto en épocas diferentes que no seda posible sostener ningún razonamientobasado en la analogía entre unas y otras». Id.

En función de esto último podría objetarsc que la experiencia del historiador sirvapara desechar o aprobar las afirmaciones de sus fuentes respecto de [enomenos natura-

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rno, lo que Bradley consigue acreditar es solamente uno de losdos sentidos en que el historiador va más allá de sus fuentes: elde la historia crítica. El otro, el de la historia constructiva, es eltema al que está dedicado el resto del apartado.

Por construcción o por historia constructiva, Collingwoodentiende «la interpolación, entre las afirmaciones tomadas denuestras autoridades, de otras implícitas en ellas»; IR i.e., por ejem-plo, aquello que nos permite creer justificadarnente que Césarrealizó un viaje de Roma a las Galias, cuando una fuente refiereque en algún momento el César estuvo en el primero de estossitios, mientras que otra testimonia que se le vio en el segundode ellos en algún momento posterior. 19

A decir por Collingwood, este acto de interpolación, que sinlugar a dudas es necesario para el conocimiento histórico, poseeal menos dos características básicas, primero, que no es un actoarbitrario sino necesario o a priori, y segundo, que lo que se in-fiere es en principio un producto de la imaginación.

Aunque la validez de la interpelación dependerá siempre deque ésta se mantenga en ciertos límites que no han sido claramen-te establecidos en el texto, es posible coincidir con Collingwooden la importancia epistémica de este procedimiento constructivoal que él mismo denomina «imaginación» a priori. Y es que, comobien lo hace notar; no se trata un artificio meramente narrativo yde funciones ornamentales o retóricas, sino de un procedimientoepistémicamente legítimo y cuya función reside en completar lainformación que, por la razón que fuere, el historiador ha sidoincapaz de obtener a partir de los testimonios que ha analizado.

Con base en lo antedicho, empieza a ser claro que, por la for-ma en que se ha reconsiderado la autoridad de las fuentes, el re-sultado del argumento de Collingwood es que de éstas tampocopueden derivarse todos los datos sobre los que el historiador cons-truye su explicación. Después de la selección y critica de las fuen-tes, lo que el historiador tiene para justificar su explicación sonsólo una serie de documentos que establecen ciertos eventos que alo sumo se tomarán como puntos fijos de lo que pretende recons-truir. Y es de allí que sea la imaginación histórica, que no la fanta-sía arbitraria, la que le permita construir los datos que faltan paraestablecer las relaciones que unen a estos acontecimientos."

Estas consideraciones respecto de las fuentes y su autoridad,se verán por demás fortalecidas en el apartado tercero de los Epi-legomenos de Idea de la historia; dedicado, justamente, a La evi-dencia del conocimiento histórico. En el apartado en cuestión,Collingwood busca establecer ciertas particularidades del cono-cimiento histórico y, asimismo, analizar con mayor detalle el sig-nificado de la autonomía que recién ha postulado. Su argumen-tación al respecto irá en dos sentidos distintos pero estrecha-mente vinculados: la evidencia histórica y el tipo de inferencia sque a partir de ésta hace el historiador.

Sobre lo primero hay poco que añadir a lo que se ha dicho ya.En realidad, se trata sólo de una vía argumentativa distinta, quele sirve a Collingwood para reiterar que la historia

Es una ciencia a la que compete estudiar acontecimientos inac-cesibles a nuestra observación, y estudiados inferencialmente,abriéndonos paso hasta ellos a partir de algo accesible a nuestra

les, pues ello sólo podría aceptarse si se sostiene también el presupuesto de que ambos(actor e historiador) compartan las mismas explicaciones respecto al fenómeno encuestión. Más claramente, si la fuente registrara la explicación de un fenómeno natu-ral. por ejemplo el de un movimiento planetario, en el contexto de la astronomía ptolo-méica, mientras que el historiador; en su experiencia de este fenómeno, hiciera lo pro-pio pero en el marco de la astronomía copernicana, entonces no existiría la coinciden-cia que tanto Bradley como Collingwood presuponen como criterio para la validaciónde las fuentes. Esta desatención a las posibles discrepancias cn torno a la explica-ción de los fenómenos naturales, 110 sólo es importante por lo que a su a-historicidad serefiere, sino porque desvela en algo los fundamentos de la recreación del pensamientotal y como Collingwood la ha sustentado. lema, este último, sobre el que volveremosun poco más adelante.

17. Véase, ibid., p. 233.ie.u:19. El ejemplo es de Collingwood. Véase? id.

20. Un poco más adelante, Collingwood analiza un problema al que usualmente seenfrenta un historiador: el del rechazo O aceptación de un cierto testimonio, y el del lasimplícaciones de una u otra de estas decisiones. Como él mismo lo hace notar, esteproblema no aparece únicamente en el proceso de selección de fuentes y autoridades,sino que se trata del problema general de la implicación histórica, y por ende, se pre-senta también en el acto de imaginación a priori. En este sentido, tanto la selección orechazo de ciertos testimonios, como los elementos imaginarios que unen a aquellosque sirven de puntos fijos, se justificarán por el hecho de ser necesarios y, asimismo,por la coherencia interna del resultado final. Con otras palabras, cuando el historiadorbusca reconstruir un cierto periodo o acontecimiento pasado, lo que entre otras cosashace es ensayar las distintas consecuencias de aceptar o rechazar cierto testimonio ode reconstruir la unión entre dos hechos con base en estos o aquellos elementos imagi-nados. De nuevo. son la coherencia de la historia final y la necesidad las que justificanla selección y la presencia de lo imaginado.

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observación y que el historiador llama «testimonio histórico» delos acontecimientos que le interesan."

trc el historiador y sus autoridades, ni a la autonomía del cono-cimiento h istóric¿ de la que se ha hablado. De hecho, toca direc-tamente a los intereses epistérnicos que caracterizan a la histo-ria, pues de ella se desprende que ésta no sólo está interesadapor relatar lo ocurrido, sino por sus causas y significados:

En lo que a la inferencia histórica se refiere, el análisis esmucho más interesante, pero tampoco voy a repasado por com-pleto. Básicamente, el argumento es una crítica en contra de loque él y otros han denominado una historia de «tijeras-y-engru-do» ti.e., la construida a partir de la selección y combinación delos testimonios de autoridades diferentes).

Con base en esta critica, Collingwood consigue reconsiderarla relación entre el historiador y sus fuentes, e incluso la propiadefinición del conocimiento histórico, pues, a su juicio, la histo-ria científica se caracteriza por el estudio de problemas o pre-guntas específicas, y no por la mera reconstrucción de lo efecti-vamente ocurrido en el pasado. Si esto es así, el valor de lo quellamamos «fuentes» se ve nuevamente redefinido, dado que és-tas ya no quedan sino como «pruebas históricas» a las que elhistoriador apela para justificar las inferencias que le permitenresolver la pregunta que se ha planteado.

En este mismo sentido, Collingwood muestra también quelos primeros intentos para construir una historia crítica no lo-graron traspasar los límites de la historia de tijeras-y-engrudo, yasienta muy claramente que el problema de la historia no se re-duce a establecer la veracidad o no de un cierto testimonio, sinoque se extiende hasta la pregunta por su significado.

Según él mismo, cuando los historiadores decimonónicosestaban buscando un método para la crítica de fuentes (i.e., unexamen sistemático de las autoridades que permitiera estable-cer si sus aseveraciones eran o no verdaderas), descubrieron tam-bién que el dilema de la verosimilitud de los testimonios no erael único, y que aunque hubiera razones para considerar falsauna cierta afirmación, ello no tenía por qué implicar su rechazo.Yes que, tratada de otra forma, la afirmación puede servir parainformamos de creencias o costumbres que hoy no reconoce-mos o practicamos, pero que en su momento podrían haber jus-tificado ciertas acciones o conceptos.

Esta noción, que aparece en Vico y que con el tiempo ha idodesarrollándose, no está vinculada únicamente a la relación en-

El acto de incorporar una declaración ya hecha en el cuerpo de supropio conocimiento es un acto imposible para un historiadorcientífico. Confrontado con una declaración ya hecha acerca deltema que estudia, el historiador científico no se pregunta jamás:«¿Es verdadera o falsa esta dcclaración?», en otras palabras: «{Laincorporaré en mi historia sobre ese tema o no?». La preguntaque se hace es: «¿Qué significa esta declaración?». Lo cual noequivale a la pregunta: «¿Qué quería decir COI1 ella la persona quela hizo?», aunque ésta es sin duda una pregunta que tiene quehacer el historiador y a la cual tiene que ser capaz de contestar.Equivale más bien a la pregunta: «¿Qué luz arroja sobre el temaque me interesa el hecho de que esta persona haya hecho estadeclaración, con el significado que le dio ella misma?». Esto po-dría expresarse diciendo que el historiador científico no trata lasdeclaraciones como declaraciones sino como prueba histórica:no como relaciones verdaderas o falsas de los hechos de los cua-les pretenden ser relaciones, sino como otros tantos hechos que,si sabe el historiador cuáles son las preguntas justas que hay quepreguntar sobre ellos, pueden iluminar esos hechos."

Con lo dicho hasta aquí debe ser suficiente para mostrar porqué Collingwood habría buscado en la restitución del pensamien-to, y no en los testimonios, el fundamento epistémico de la expli-cación histórica. Sin embargo, nada de esto elimina su clara in-sistencia en que el estatus de cientificidad de la historia siguedependiendo en algún grado de la existencia de bases o pruebasmateriales que justifiquen la versión que el historiador presentadel pasado. Él mismo, lo dice así:

El conocimiento en virtud del cual un hombre es historiador, esun conocimiento de lo que prueba acerca de ciertos aconteci-mientos el tcstimonio histórico de que dispone. Si él, o algúnotro, pudiera obtener ese mismo conocimiento de los mismosacontecimientos por medio de la memoria, o de la doble visión,

21. lbid.. p. 244. 22. IUd., ¡O. 263.

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o de alguna máquina a lo R.G. Wells que le permitiera miraratrás en el tiempo, no sería conocimiento histórico, y la pruebade esto sería que no podría mostrar, ante sí mismo o ante algúncrítico de sus pretensiones, el testimonio histórico de donde lohabía derivado. [...] Si yo digo: «Recuerdo que la semana pasadaescribí una carta a Fulano de TaL> estov haciendo una afirma-ción de memoria pero no una afirmación histórica. Pero si pue-do añadir: "y la memoria no me engaña, porque tengo aquí sucontestación», entonces estoy basando mi afirmación acerca delpasado en un testimonio, estoy hablando de historia."

En términos generales, la idea de base es que comprender unpensamiento pasado no es simplemente reconstruir; por ejem-plo, el cálculo racional que condujo a un agente a realizar uncierto acto. Es más, repensar un pensamiento no implica reali-zar un acto de pensamiento semejante al original, sino uno idén-tico a éste." Con otras palabras, no se trata de dos actos de pen-samiento (el del agente y el del historiador) que versan sobre elmismo objeto o sobre la misma cuestión." Según Collingwood,de lo que se trata, estrictamente hablando, es de una recreacióndel pensamiento pasado que se supone un acto idéntico al origi-nal y que, por esta identidad, permite su actualización.

Pero el punto crítico de su argumento no está, como podríapresumirse, en la idea de que el pensamiento del otro nos seaaccesible mediante algún tipo de empatía psicológica, sino en latesis de que los pensamientos, o por lo rnenos algunos de ellos,son en un sentido importante eternos:

Así las cosas, aunque en éste y en los capítulos anteriores Col-lingwood ha buscado acreditar una forma crítica de aproxima-ción a las fuentes, yel consiguiente uso de lo que denominó imagi-nación a priori, era de esperarse que de ello no se siguiera la nega-tiva a considerar que los testimonios, y en general las fuentescumplen una función esencial en la construcción y justificacióndel conocimiento histórico. En todo caso, lo que se modifica enCollingwood es el valor de la autoridad de las fuentes, así como eltipo de operación que sobre de ellas realiza el historiador.

En función de los argumentos revisados se entiende que: dadala imposibilidad de aprehender empíricamente el pasado, y dadotambién el tratamiento crítico y constructivo de las fuentes, queel propio Collingwood ha defendido, resultaría plenamente in-compatible admitir que los documentos proporcionan al histo-riador una base lo suficientemente efectiva sobre la cual funda-mentar la explicación. Así, si se toma en cuenta las versionesempiristas del estatus de cientificidad con las que Collingwooddiscute, se entiende entonces su intento por establecer una ci-mentación epistérnica que no elimine a la historia como formadel conocimiento, pero que tampoco deje de lado las condicio-nes particulares en que dicho conocimiento se desarrolla.

Lo anterior es importante en tanto permite advertir que latesis de la re-creación cumple una función epistérnica que esresultado de su distinción entre las ciencias de la naturaleza y lashumanas, así como de su propia crítica al papel que los testimo-nios juegan en el conocimiento histórico. No obstante, lo funda-mental sigue siendo analizar las posibilidades de la tesis formu-lada por Collingwood.

Si en el descubrimiento de Pitágoras respecto del cuadrado lahipotenusa es un pensamiento que hoy podemos pensar por nues-tra cuenta, un pensamiento que constituye una adición perma-nente al conocimiento matemático, el descubrimiento de Au-gusto de que podía injertar una monarquía en la constituciónrepublicana de Roma, mecl.iante el desarrollo de las implicacio-nes del proconsulare imperiurn y la tribunicia potestas, es igual-mente un pensamiento que el estudiante de la historia romanapuede pensar por sí mismo, una acl.ición permanente a las ideaspolíticas. Si Whitehead tiene razón al llamar objeto eterno al trián-gulo rectángulo, la misma frase es aplicable a la constituciónromana y a la modificación que en ella operó Augusto. Éste esun objeto eterno porque el pensamiento histórico puede aprehen-derla en cualquier momento; el tiempo no supone diferencia a esterespecto, de la misma manera que en el caso del triángulo,"

A fin de mostrar la eternidad de ciertos contenidos del pen-samiento, lo que Collingwood utiliza son dos argumentos quede una u otra forma le permiten sacados del tiempo. En el pri-mero de ellos, que es también el que más le ocupa, lo que pre-senta son una serie de consideraciones con base en las cuales

23. JMd., pp. 244-245.

24.Vc;asc, ibid., p. 275.25 Véase, ibid., p. 273.26. Ibid., p. 213.J':nFasis añadidos.

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puede concluir que el pensamiento es distinto de la experienciainmediata.

Por la longitud de la demostración no se repasarán aquí to-dos sus elementos, ni las críticas reales o presupuestas que élmismo enfrenta a lo largo del apartado. Muy brevemente, lo quese trata de mostrar es que el pensamiento no es un acto sosteni-do en el tiempo. Esto es, que el pensamiento no es «algo» queocurre en el fluir de la conciencia y que, una vez ocurrido, des-aparece en el pasado sin que nada pueda devolverlo."

Para la fundamentacíón de esta tesis, el primer elemento deprueba que Collingwood ofrece es un interesante ejemplo. Supon-gamos, dice, que durante cinco segundos una persona piensa que«los ángulos de la base de un triangulo isósceles son iguales», ypreguntémonos ahora si se trata de un mismo acto sostenido du-rante este periodo, o bien de una serie de actos numéricamentedistintos, pero idénticos en forma y contenido.

Ciertamente, habría que coincidir con Collingwood en que lasegunda posibilidad se antoja improbable (en los dos sentidosde la palabra) y en que, por consiguiente, habríamos de aceptarla primera.

Si esto es así, supongamos ahora que el mismo sujeto, des-pués de pensar en la igualdad de los ángulos del triángulo isósce-les, divaga en otros pensamientos durante un lapso X de tiempo,para después volver al mismo objeto y a la misma idea sobreéste. El problema, esta vez, será establecer si lo que tenemosahora son dos actos de pensamiento, o si sigue siendo uno solo apesar del lapso de tiempo intermedio.

Por supuesto, la respuesta de Collingwood es que se trata deun mismo acto que esta vez no está sostenido sino que ha revivi-do después del intervalo, pues: «Cuando se sostiene un acto porcinco segundos, la actividad en el quinto segundo está tan sepa-rada por un lapso de la del primero, como cuando se ocupan lossegundos intermedios con una actividad de diferente especie o(si es posible) con ninguna»."

Sobra señalar que el argumento es inteligente, y que es estaidentidad básica la que le permite no sólo justificar la tesis deque un pensamiento puede actualizarse independientemente del

tiempo que separe al acto original y a su revivificación, sino sus--tentar también que por el hecho de poder ocurrir dos o másveces, el pensamiento resulta esencialmente distinto de la sensa-ción o del sentimiento:

[...] si la mera conciencia es una sucesión de estados, cl pensa-miento es una actividad mediante la cual se detiene en ciertomodo esa sucesión de manera que pueda aprehendérsela en suestructura general, algo para lo cual e! pasado no es muerto eido, sino que puede representárselo junto con el presente yeom-pararlo con él. El pensamiento mismo no está envuelto en e!fluir de la conciencia inmediata; en algún sentido se halla fuerade ese fluir. Es cierto que los actos de pensamiento ocurren enmomentos definidos; Arquímcdes descubrió la idea de la grave-dad específica en ocasión de estar en el baño; pero esos actos nose relacionan en e! tiempo de la misma manera que los simplessentimientos y sensaciones. No sólo es el objeto de! pensamien-to e! que en algún modo se halla f-uera de! tiempo, también lohace el acto del pensamiento; en este sentido al menos, ese mis-mo acto de pensamiento puede durar a través de un lapso y revi-vir al cabo de un tiempo en que estuvo a la expectativa."

En este nuevo contexto, se entenderá sin mayor problema suya comentada negativa a considerar como parte de la historia acualquier conducta determinada por la naturaleza animal delhombre (sus impulsos y apetitos)," así como los elementos noracionales que determinen una acción." Dicho por él mismo:

Al darse cuenta de su propia racionalidad, la mente se da cuentatarnbién de la presencia en ella de elementos que no son raciona-les. Estos elementos no son cuerpo, son mente; pero no menteracional o pensamiento. Para emplear una vieja distinción, sonpsique o alma en cuanto distintos del espíritu. [...] son las fuerzasy actividades ciegas que llevamos dentro, que forman parte de lavida humana tal y como ésta se experimenta a sí misma conscien-temente, pero que no son parte del proceso histórico: sensación encuanto distinta al pensamiento, sentimientos en cuanto distintosde las concepciones, apetito en cuanto distinto de la voluntad. Laimportancia que tienen par-anosotros consiste en e! hecho de que

27. Véaso, ibid., p. 275.28. Id.

29. Ibid., p. 276.30. Ibid., p. 211.31. Ibid., p. 225.

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forman el ambiente inmediato en que vivenuestra razón, así comonuestro organismo fisiológico es el medio ambiente inmediato enque viven ellos. Son la base de nuestra vida racional, aunque noforman parte de ella. Nuestra razón los descubre, pero al estudiarlosno está estudiándose a sí misma,"

sea posible que un mismo acto de pensamiento pueda ser llevadoal cabo por actores distintos. Más claramente, lo antedicho sóloserviría para acreditar que dos actos de pensamiento son idénti-cos independientemente del tiempo que los separe, si quien losrealiza es el mismo sujeto en circunstancias hasta cierto puntosimilares. Pero aún se podría decir que, al ser realizados por agen-tes distintos, su identidad no puede asegurarse debido a que éstosse llevan al cabo en condiciones subjetivas distintas.

Así las cosas, el segundo elemento de prueba ofrecido parajustificar la «eternidad" del pensamiento, surge a partir de la dis-cusión en torno a la conexión entre las ideas y el contexto en queaparecen. Como en el caso anterior, Collingwood busca mostrarque la tesis que supone que una idea no puede ser comprendida sino es en función del contexto en el que surge, no hace sino restrin-gir al pensamiento a una forma de la experiencia inmediata:

Como se puede ver a partir de esta referencia, las condicio-nes de posibilidad para la revivificación propuesta por Colling-wood están supeditadas no sólo a las propiedades básicas conque ha caracterizado al pensamiento en su distinción de la expe-riencia, sino que ahora se suma a ellas la racionalidad del mis-mo. En otras palabras, todo parecería indicar que, sean cualesfueren las condiciones que nos permitan reconocer un pensa-miento como pensamiento racional, son estas mismas las queimplican su salida de la conciencia inmediata.

Aunque no es posible en este punto del trabajo extenderse enel análisis de cuáles serían las condiciones que pudieran servirpara establecer la racionalidad de un pensamiento, lo importan-te aquí es señalar que, en tanto racional, el pensamiento adquie-re alguna condición que permite su eternidad y, por ende, suposible revivificación, Si acaso, habría que añadir a la constric-ción de que el objeto de la historia sea la actualización de lo quese ha denominado pensamiento racional, una condición extraque el propio Collingwood establece y que no debe despreciarse:«Todas estas inquisiciones son históricas. Proceden mediante elestudio de actos consumados. Ideas que he pensado y expresa-do, actos que he hecho. Lo que acabo de empezar y estoy hacien-do todavía, aún no puede juzgarse» 33

Un poco más adelante habrá oportunidad para examinar conmás detalle esta última restricción, cuya importancia en la justifi-cación de que el pensamiento no está supeditado a la concienciainmediata debería ser evidente, Por lo pronto, lo que interesa afron-tar es la más obvia de las críticas que pudieran hacerse a la tesis dela actualización del pensamiento pasado. Yes que aunque la ideade que las propias características del pensamiento posibiliten elque éste pueda revivir en la conciencia después de haber sido sus-pendido durante un lapso de tiempo, ello no justifica todavía que

12.M. Énfasis añadidos.33. Id. Énfasis añadido.

[...] en su inmediatez, en cuanto experiencias reales orgánica-mente unidas con el cuerpo de experiencia en el cual surgen, elpensamiento de Platón y el mío son diferentes, Pero en su media-ción SOI1 lo mismo. [...] Cuando yo leo el razonamiento de Pla-tón, el Teetetes contra la posición de que el conocimiento es merasensación, no sé qué doctrinas filosóficas atacaba. Yono podríaexponer estas doctrinas y decir en detalle quién las sostenía ycon qué argumento. En su inmediatez, como una experienciareal suya, no dudo que el razonamiento de Platón tiene que ha-ber surgido de una discusión de alguna especie, aunque yo no sécuál fue, y debe haber estado estrechamente conectado con esadiscusión. Sin embargo, no sólo leo su razonamiento sino que locomprendo, lo sigo en mi propia mente al re-argüido con y pormí mismo; el proceso de razonamiento que repaso no es un pro-ceso semejante al de Platón, en realidad es el de Platón en lamedida en que yo lo comprenda auténticarnente, es decir; encuanto es simplemente ese razonamiento, empezando con esaspremisa s y llegando a lo largo de ese proceso a esa conclusión;es decir; el razonamiento tal y como puede desarrollarse sea enla mente de Platón o en la de cualquier otro, yeso es lo que yollamo el pensamiento en su mediación. En la mente de Platónexistía dentro de un cierto contexto de discusión y teoría; en mimente, debido a que yo no conozco ese contexto, existe en otrodiferente, a saber, el de las discusiones que surgen del sensualis-1110 moderno. Debido a que es un pensamiento y no un merosentimiento o sensación, puede existir en ambos contextos sin

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perder su identidad, aunque no podría existir sin algún contextoapropiado."

de algunos teoremas de la geometría euclidiana o en el del princi-pio de Arquírnedes), hay otros en los que la justificación de laiden tidad sería mucho más problemática (el caso del Teetetes pla-tónico, del que él mismo ha echado mano, es buen ejemplo deello). Así, parecería haber algún tipo de apuesta no sólo por elhecho de que el hombre posea alguna capacidad que permita quela comprensión del pensamiento se realice, sino en que la realiza-ción de ésta implique cierta conexión, por así decido, existencial.De allí que se entienda queCollingwood termine por postular quelos intentos de los historiadores por «saltar el abismo temporal»que los separan de los pensamientos pasados, conducen a «algo»más que al conocimiento de éstos; de hecho, a su perpetuación:

La importancia de este argumento no está solamente en ofre-cernos una segunda prueba a favor de la distinción entre la expe-riencia inmediata y el pensamiento, sino que sirve también parareforzar la primera tesis frente a la réplica de que la distinciónentre el pensamiento original y el posterior no radica ni en lasrepresentaciones ni en el objeto representado, sino en el contex-to en que se realiza cada uno de estos actos. Pues como es obvio,en tanto puedan romperse las relaciones entre las ideas y el con-texto o, por lo menos, atenuar el grado en que el contexto defineal pensamiento, la reactualización y la identidad entre ambosactos se hace verosímil."

Con lo dicho hasta aquí debe ser suficiente para establecerque la posición de Collingwood no está sustentada en algunaforma misteriosa de la empatía psicológica que permitiría unaigualmente enigmática restitución del pensamiento pasado. Aun-que es verdad que en su posición parece haber cierta confianzaen una no analizada capacidad de la que la razón goza para losfines de su auto-conocimiento, también lo es que las condicio-nes establecidas para defender que el pensamiento no está supe-ditado al fluir de la conciencia inmediata, son lo suficientementefuertes com.o para acreditar que nuestras reconstrucciones delpensamiento pasado pudieran implicar algún tipo de identidadde la que se desprende la actualización de los mismos.

En su argumento, empero, se extraña la falta de análisis entorno a las condiciones y principios que permitirían asegurar laidentidad del pensamiento pasado y su reconstrucción: pues aun-que en algunos de los ejemplos en que su tesis se sustenta la ideade la identidad parecería francamente aceptable (vgr., en el caso

El conocimiento histórico es e! conocimiento de lo que la menteha hecho en el pasado y, al mismo tiempo, es volver a hacerlo, esla perpetuación de los actos pasados en el presente. Por tanto,su objeto no es un mero objeto, algo fuera de la mente que loconoce; es una actividad de! pensamiento que sólo se puede co-nocer en tanto que la mente que la conoce la revive y al hacerlose conoce. Para el historiador, las actividades cuya historia estu-dia no son meros espectáculos que se ofrecen a la mirada, sinoexperiencias que debe vivir a través de su propia mente; son ob-jetivas y las conoce sólo porque también son subjetivas, o activi-dades propiamente suyas."

34. lbid.: p. 289. Énfasis añadidos.35. Valc decir; empero, que la «eternidad» de ciertas ideas asumida por Collingwood,

no lo conduce a admitir que cualquiera de ellas es de (acto comprendida en cualquierépoca y por cualquier sujeto. Corno él mismo lo hace notar; y no podría serde 0[1'0 modo,«Ciertos historiadores, a veces generaciones enteras de historiadores, no encuentran enciertos periodos de la historia nada inteligible y los califican de edades oscuras». Id

Aún así, su punto es que esta incomprensión no implica que las ideas de épocaspasadas sean per se impenetrables (pues por lo menos en potencia siguen siendo COJTl-

prcnsibles y eternas), si no que se trata de una deficiencia o incapacidad de los propioshistoriadores para repensar estos pensamientos. Vé;JSl~, Id.

Aunque con lo anterior podríamos dar por terminada la revi-sión de la tesis fundamental de Idea de la historia, conviene res-catar el intento de Collingwood por conservar en este punto lalabor crítica de la historia científica. Y es que a partir de la iden-tidad entre el pensamiento pasado y su restitución histórica,parecería que la idea de que el conocimiento histórico supongauna aproximación crítica a los testimonios depositados en lasfuentes, podría implicar que el resultado de éste es algo más quela mera restitución. Así, lo interesante es advertir cómo Colling-wood consigue incluir esta dimensión del conocimiento históri-co en esa conexión existencial a la que recién se ha referido:

< o se trata de una rendición pasiva al hechizo de otra mente, esuna labor de pensamiento activo y,por lo mismo, críüco. El histo-

36. lbid., p. 213.

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riador no se limita a revivir pensamientos pasados, los revive en elcontexto de su propio conocimiento y, por lo tanto, al revivirloslos critica, forma sus propios juicios de valor, corrige los erroresque pueda advertir en ellos. Esta crítica de los pensamientos cuyahistoria traza no es algo secundario a la tarea dc trazar su histo-ria. Es condición indispensable al conocimiento histórico. Nadapodría ser más erróneo acerca de la historia del pensamiento, quesuponer que el historiador en cuanto tal se limita a comprobar«qué fue lo que fulano pensó», dejándole a otro la decisión de «siera verdad». Todo pensar es pensar crítico; por tanto, el pensa-miento que revive pensamientos pasados los critica al revivirlos."

De las sensaciones, el pensamiento y las posibilidadesde su revivificacion

De la recreación del pensamiento

Algunos de los problemas más relevantes en la propuesta deCollingwood se desprenden de ciertas ambigüedades en su pro-pia concepción del pensamiento.

Como ya se ha visto aquí, Collingwood afirma que la diferen-cia entre la percepción y el pensamiento, radica en el hecho deque en la primera sólo podemos experimentar el objeto percibi-do pero no el acto de la percepción, mientras que en el caso delpensamiento nos es posible reparar en ambas cosas.

La tesis, empero, pudiera ser un tanto imprecisa por dos cues-tiones en particular. Primero, por lo que toca a la idea de que lapercepción y las sensaciones están confinadas a tal grado a laconciencia inmediata, y segundo, por la falta de claridad en al-gunas de las implicaciones que en su definición del pensamientotendrían las tesis que hemos revisado con anterioridad.

Aunque con ciertas reservas, se podría conceder a Colling-wood que en el caso de la actividad motriz usualmente sólo so-mos con cien tes de lo que hemos hecho, pero no del acto comotal." Sin embargo, si algo se ha derivado de las discusiones entomo a la base empírica y la experiencia, es justamente que lapercepción de las características que creemos nos son dadas di-rectamente por los objetos y fenómenos, en realidad dependetanto de las nociones y conceptos mediante los cuales las identi-ficamos, como del adiestramiento conceptual y práctico que nospermiten reconocerlas."

En el ámbito de la filosofía de la ciencia, la tesis de la cargateórica de la observación ha permitido poner en tela de juicio laidea de que los predicados observacionales simplemente desig-nen características que en circunstancias adecuadas pueden de-

La motivación de este repaso está por demás alejada de unintento por criticar la versión de la historia postulada por Colling-wood. Pero para los fines de este trabajo, hay cuando menos trescuestiones cuyo análisis resulta en particular importante.

En primer lugar, habría que discutir si la distinción entre laexperiencia y la percepción es correcta, y reconsiderar si todopensamiento que cumpla con los requisitos establecidos por Col-lingwood, posee también las condiciones necesarias y suficien-tes para ser reconstruible. Por otro lado, quedaría por verse si larevitalización del pensamiento es una reconstrucción completa,o si en realidad hay porciones importantes del pensamiento queresulten inaccesibles a la historia. Finalmente, habría que discu-tir también si la historia, aunque fuera sólo la historia intelec-tual, puede reducirse a la mera reconstrucción del pensamientopasado; pues frente a ello cabría defender que la operación his-tórica supone no sólo una perdida sino también una ganancia designificado, y que es ésta retribución la que en buena medidajustifica la operación histórica.

Sobra decir que el apartado que aquí se inicia está dedicadoal análisis de las cuestiones recién delineadas, cuya revisión nosólo resulta central para la comprensión de la posición sustenta-da por Collingwood, sino para la definición de los conceptos quenos permitirán incorporar muchas de las nociones discutidas enel desarrollo de este trabajo.

37./bíd., p. 211.

38. En términos generales, las reservas del caso surgen a partir de algunos ejemplosen los que el desarrollo de la aetivicladmotriz podría implicar para el sujeto algún tipo deconciencia sobre sus movimientos. En particular, parecería que durante el proceso deaprendizaje de ciertas actividades rnotrices (vgr:, la actividad motriz fina) o bien duranteel desarrollo, dominio y perfeccionamiento de actividades motrices específicas (vgr., enel dominío de un deporte, de un instrumento musical o de un artefacto), cabría la posibi-Iidad de que los sujetos fueran más o menos conscientes de la actividad motriz, aúncuando dicha conciencia tendiera a desvanecerse por la automatizacíon del movimiento.

39. Véase, por ejemplo. N.R. Hanson, «Observación», en L. Olivé, y A.R. PérczRansanz(comps.), Filoso!la de la ciencia: Teoria y observación. México. Siglo XXl-UNAM, 1989.

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terminarse mediante la observación directa. Pero basta con unasimple extrapolación al problema que venimos analizando paraque la distinción sustentada por Collingwood se desdibuje pues,si se acepta que la percepción no es independiente de conceptose ideas, resulta altamente probable que, en tanto la experienciacontenga elementos que corresponden al pensamiento, ésta po-sea también por lo menos algunas de sus características.

De hecho, Feyerabend ha llegado más allá en esta posición,hasta sugerir que la experiencia, más que cargada de teoría, esesencialmente teórica. Visto desde esa perspectiva, pensamientoy experiencia en realidad constituirían un mismo acto y,por ende,las características de ambos fenómenos habrían de ser estricta-mente las mismas; ya sea, en nuestro caso, que el pensamientocomo la percepción queden confinados al fluir de la concienciainmediata, o bien que se abra la posibilidad de realizar sobreambos las mismas acciones que de alguna forma los saquen deeste fluir (vgr., la reflexión)."

A fin de dar respuesta a esto último, conviene detenerse enel análisis de la noción de pensamiento sustentada por Colling-wood, pues es obvio que, de coincidir con éste en la definición,lo antedicho sólo significaría la incorporación de la experienciaal ámbito del pensamiento, pero en nada adelantaría la revisiónque pudiera hacerse a su concepción del pensamiento.

Para empezar por algún lado, debo confesar que con mi pro-pio pensamiento me ocurre algo muy similar a lo que recién heaceptado en el caso de la actividad motriz, puesto que nunca helogrado pensar en algo y, al mismo tiempo, pensar también en elacto de pensamiento que estoy realizando. Con esto no quierodecir que sea incapaz de consumar un acto reflexivo, sino quepara hacerla me es preciso detener y fijar el pensamiento prime-ro, para después hacer de éste el objeto de la reflexión.

Ciertamente, cabe la posibilidad de que en lo particular ca-rezca de esa capacidad que me permitiría realizar este doble actode pensamiento. Pero no debo ser yo el único privado de ella,pues no son pocos los que han dedicado vastos análisis al proble-ma de la reflexión o de la escritura como formas de fijación y

detención del pensamiento, yal de si esto pudiera incluso cons-tituir una mutación substancial para el mismo.

En [unción de esta incapacidad (que asumo generalizada)para pensar en algo y paralelamente pensar en el acto de pensa-miento que se está realizando, es posible someter a crítica laforma en que Collingwood ha buscado sacar al pensamiento dela conciencia inmediata. En particular, lo que esta imposibilidadsugiere es que el pensamiento es más un estado no muy distintode la percepción, antes que el proceso o la actividad que, segúnél mismo, el pensamiento es.

El problema, empero, no parece residir en la definición delpensamiento, sino en la falta de análisis de las implicaciones quetienen algunas de las condiciones establecidas por él mismo, yque se harán evidentes en la distinción entre el pensamiento y susproductos u objetivaciones.

Si atendemos su intención por distinguir al pensamiento delas sensaciones y la experiencia mediante la asociación del pri-mero con una actividad y de las segundas con un estado, debe-rían salir a la luz algunas características importantes del pensa-miento, pero sobre las que el propio Collingwood no ha abunda-do lo suficiente durante el desarrollo de la argumentación. Lamás obvia de ellas reside en la actividad y pasividad que, respec-tivamente, supondrían el pensamiento y la experiencia. Pero másallá de esto y de lo que en función del actor pueda decirse, pare-cería que una las diferencias básicas entre un estado y una acti-vidad están dadas por el hecho de que la segunda pueda generarun producto específico y distinto, del proceso como tal; mien-tras que los estados son, por así decirlo, productos en sí mismos.

La posición de Collingwood no es del todo ajena a esta dife-rencia. Tanto la distinción entre el interior y el exterior de unacontecimiento, como la condición de que el conocimiento his-tórico dependa de la existencia de pruebas materiales de los acon-tecimientos e ideas, son muestra suficiente no sólo de que con-templó la posible materialización del pensamiento (y por ende,el que los procesos generen algún tipo de producto específico ydistinto de ellos mismos), sino el hecho de que el conocimientohistórico, en tanto reconstrucción del pensamiento, estaría es-trictamente supeditado a dicha materialización.

Junto a lo anterior, habría que recuperar también aquella otraconstricción establecida por Collíngwood, en el sentido en que el

40. Véase, P.K. Fcverabend, «The problern 01' thc cxisrence 01' theoretical cntities».en P.K. Feycrabend, Knowledge, Scicnce ami Relativisni. Philosopliical Papas, vol. 3.Cambridgc, Cambridge Univcrsity Press, 1999, pp. 16-49.

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41. Véase, .R.G. Co\lingwooc!, Idea de la historia, op. cit., p. 214.

riencia y el pensamiento (tal y como éste OCUlTeen donde sea queacontezca en lo agentes), sino entre pensamientos en curso y pensa-mientos objetivados. Y es que, aun cuando se tuvieran elementoscomo para suponer que la distinción entre experiencia y pensamientoradica en que la primera es un estado y el segundo una actividadpropiamente dicha, no por ello deja de ser cierto que durante eldesarrollo de la acción la distinción entre ambos no puede estable-cerse con la claridad necesaria, pues lo único que a nuestra disposi-ción tenemos para sustentar la distinción es la creencia de que, enprincipio, la actividad, como cualquier otro proceso, podria gene-rar en algún momento un producto específico en el que se objetive.

Ahora bien, estas coincidencias en lo que respecta a las condi-ciones que el pensamiento debe cumplir para «salir» de la concien-cia inmediata, no nos obligan a coincidir también en las formasespecíficas en que pudieran realizarse, ni mucho menos en loque loca a la posibilidad de revivificar efectivamente el pensa-miento pasado, o en los términos en que Collingwood ha susten-tado la diferencia entre el pensamiento y la experiencia.

Al inicio de este trabajo, se expusieron ya algunas dificulta-des epistémicas en el análisis histórico al nivel de la corta dura-ción. En particular, lo que se buscó hacer notar es que uno de losobstáculos más importantes que la vida y el pensamiento indivi-dual presentan para el conocimiento histórico, no sólo se derivade la destrucción y pérdida dc las fuentes, sino justamente de laescasa objetivación de su desarrollo y ocurrencia: pues aunquees cierto que contamos con una inmensa cantidad de pruebasmateriales de lo OCUITidoa este nivel de duración, también lo esque la mayoría de los acontecimientos que en ella OCUlTen nodejan el tipo de constancia material que permitiera su recons-trucción, y no pueden, por ende, ser objeto del análisis histórico.

Retornando aquella discusión, podría decirse que, a menosque supusiéramos que todo proceso puede reconstruirse com-pletamente a partir de sus productos (lo cual es evidentementefalso), la sola cantidad de acontecimientos que hay en los espa-cios vacíos entre aquellos que efectivamente han dejado cons-tancia material de su ocurrencia, es ya una buena razón paraponer en tela de juicio la completitud de la reconstrucción his-tórica, y que esto es así incluso admitiendo la posibilidad deque muchos de estos vacíos se completen utilizando lo que Col-lingwood denomina imaginación a priori.

conocimiento histórico sólo puede ocuparse de lo que él mismoha denominado un acto consumado." En el ámbito de la teoríade la historia, la idea no sólo implica una importante limitaciónsobre lo que pudiera ser materia de la inquisición histórica, sinoque permite explicar también la imposibilidad de hacer una his-toria del presente. No obstante, al trasladarla a los terrenos deesta discusión, la cláusula establece algún tipo de diferencia alnivel de los actos de pensamiento; pues según se puede inferir, laconsumación o el desenlace de una actividad (y por ende, de unacto de pensamiento) debería generar alguna condición que, porlo menos en la lectura de Collingwood, justifique la mediatez delpensamiento y, por consiguiente, su posible revivificación.

Con base en estos dos requisitos, es posible responder a la crí-tica con que se dio pié a esta discusión y, asimismo, sacar a la luzuno de los conceptos a los que quisiera conducir este análisis.

Según se hizo notar; el problema de la reflexión, a la que obvia-mente se está igualando aquí con la revivificación propuesta porCollingwood, está fuertemente asociado a la incapacidad para rea-lizar un acto de pensamiento y, al mismo tiempo, un segundo acto,también de pensamiento, pero que tenga por objeto al primero.Esta problemática, decía, no conduce, o por lo menos no directa-mente, a sustentar la imposibilidad de llevar a cabo un acto de pen-samiento reflexivo, sino al necesario establecimiento de dos requi-sitos básicos que posibiliten su realización; a saber, aquellos a losque se apuntó diciendo que para el pensamiento refJexivo eran con-diciones necesarias la detención y fijación del pensamiento prime-ro que será su objeto. Estas dos restricciones a las que recién se haaludido (las de detención y fijación) podrían igualarse ahora con lasotras dos que se han recuperado del propio Collingwood (las deconsumación y materialización). Así, podriamos entonces coinci-dir con Collingwood en el tema de la mediatez del pensamiento,siempre y cuando se establezca con claridad la función de estas doscondiciones, a las que genéricamente denominaré obietivacion.

Diríase entonces que la etem.idad del pensamiento que Colling-wood ha defendido, está supeditada tanto a su racionalidad (denuevo, independientemente de lo que ello signifique), como al he-cho de que éste presente las condiciones mínimas para su objetiva-ción. De allí que la diferencia básica no esté entonces entre la expe-

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41. Véase, RG. Collingwood, Idea de la historia, op. cii., p. 214.

riencia y el pensamiento (tal y como éste ocurre en donde sea queacontezca en lo agentes), sino entre pensamientos en curso y pensa-mientos objetivados. Yes que, aun cuando se tuvieran elementoscomo para suponer que la distinción entre experiencia y pensamientoradica en que la primera es un estado y el segundo una actividadpropiamente dicha, no por ello deja de ser cierto que durante eldesarrollo de la acción la distinción entre ambos no puede estable-cerse con la claridad necesaria, pues lo único que a nuestra disposi-ción tenemos para sustentar la distinción es la creencia de que, enprincipio, la actividad, como cualquier otro proceso, podría .ge.ne-rar en algún momento un producto específico en el que se objetive.

Ahora bien, estas coincidencias en lo que respecta a las condi-ciones que el pensamiento debe cumplir para «salir» de la concien-cia inmediata, no nos obligan a coincidir también en las formasespecíficas en que pudieran realizarse, ni mucho menos en loque toca a la posibilidad de revivificar efectivamente el pensa-miento pasado, o en los términos en que Collingwood ha susten-tado la diferencia entre el pensamiento y la experiencia.

Al inicio de este trabajo, se expusieron ya algunas dificulta-des epistémicas en el análisis histórico al nivel de la corta dura-ción. En particular, lo que se buscó hacer notar es que uno de losobstáculos más importantes que la vida y el pensamiento indivi-dual presentan para el conocimiento histórico, no sólo se derivade la destrucción y pérdida de las fuentes, sino justamente de laescasa objetivación de su desarrollo y ocurrencia; pues aunquees cierto que contamos con una inmensa cantidad de pruebasmateriales de lo ocurrido a este nivel de duración, también lo esque la mayoría de los acontecimientos que en ella ocurren nodejan el tipo de constancia material que permitiera su recons-trucción, y no pueden, por ende, ser objeto del análisis histórico,

Retomando aquella discusión, podría decirse que, a menosque supusiéramos que todo proceso puede reconstruirse com-pletamente a partir de sus productos (lo cual es evidentementefalso), la sola cantidad de acontecimientos que hay en los espa-cios vacíos entre aquellos que efectivamente han dejado cons-tancia material de su ocurrencia, es ya una buena razón paraponer en tela de juicio la completitud de la reconstrucción his-tórica, y que esto es así incluso admitiendo la posibilidad deque muchos de estos vacíos se completen utilizando lo que Col-lingwood denomina imaginación. a priori.

conocimiento histórico sólo puede ocuparse de lo que él mismoha denominado un acto consumado." En el ámbito de la teoríade la historia, la idea no sólo implica una importante limitaciónsobre lo que pudiera ser materia de la inquisición histórica, sinoque permite explicar también la imposibilidad de hacer una his-toria del presente. No obstante, al trasladarla a los terrenos deesta discusión, la cláusula establece algún tipo de diferencia alnivel de los actos de pensamiento; pues según se puede inferir, laconsumación o el desenlace de una actividad (y por ende, de unacto de pensamiento) debería generar alguna condición que, porlo menos en la lectura de Collíngwood, justifique la mediatez delpensamiento y, por consiguiente, su posible revívificación.

Con base en estos dos requisitos, es posible responder a la crí-tica con que se dio pié a esta discusión y, asimismo, sacar a la luzuno de los conceptos a los que quisiera conducir este análisis.

Según se hizo notar; el problema de la reflexión, a la que obvia-mente se está igualando aquí con la revivificación propuesta porCollíngwood, está fuertemente asociado a la incapacidad para rea-lizar un acto de pensamiento y, al mismo tiempo, un segundo acto,también de pensamiento, pero que tenga por objeto al primero.Esta problemática, decía, no conduce, o por lo menos no directa-mente, a sustentar la imposibilidad de llevar a cabo un acto de pen-samiento reflexivo, sino al necesario establecimiento de dos requi-sitos básicos que posibiliten su realización; a saber, aquellos a losque se apuntó diciendo que para el pensamiento reflexivo eran con-diciones necesarias la detención y fijación del pensamiento prime-ro que será su objeto. Estas dos restricciones a las que recién se haaludido (las de detención y fijación) podrian igualarse ahora con lasotras dos que se han recuperado del propio Collingwood (las deconsumación y materialización). Así, podriamos entonces coinci-dir con Collingwood en el tema de la mediatez del pensamiento,siempre y cuando se establezca con claridad la función de estas doscondiciones, a las que genéricamente denominaré objetivacion.

Díríase entonces que la eternidad del pensamiento que Colling-wood ha defendido, está supeditada tanto a su racionalidad (denuevo, independientemente de lo que ello signifique), como al he-cho de que éste presente las condiciones mínimas para su objetiva-ción. De allí que la diferencia básica no esté entonces entre la expe-

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Si se recuerda, la idea de Collingwood es que lo que obtene-mos de las fuentes son una serie de puntos fijos que el historia-dor relaciona y estructura mediante el uso de la imaginacion apriori. Sin poner en tela de juicio la importancia epistemológicade este procedimiento, lo que interesa resaltar es que la recons-trucción del pensamiento individual implicaría un uso de la ima-ginación muy similar al que Collingwood vio en la novela histó-rica. A decir por éste, una de las diferencias entre la novela his-tórica y la historia científica, está en la libertad con que la primeraimagina acontecimientos, pues al historiador únicamente le estápermitido inferir los acontecimientos necesarios para vincularaquellos de los que tiene pruebas materiales. Como en el ejem-plo que ya se ha revisado, el historiador está justificado paraimaginar que el César realizó un viaje, siempre y cuando cuentecon pruebas materiales que le demuestren que un día estaba enun cierto sitio, y que días después se le encontraba en otro dife-rente. Sin embargo, es el propio Collingwood quien ha estableci-do que este uso de la imaginación no puede extenderse al gradode elucubrar las posibles conversaciones o las sensaciones que elCésar mantuvo o experimentó durante el trayecto; a menos, cla-ro está, que existieran fuentes que dieran constancia de ello oque, cuando lo menos, permitieran inferido.

En su momento se ha aceptado que la condición es con-ecta.ASl que, siendo consecuentes con ella, no se puede más que insis-tir en las complicaciones ahora referidas, y que a decir verdad noaparecen en la argumentación de Collingwood porque la mayoríade los casos con que ejemplífíca sus tesis son sumamente ad hOC."2

En lo que a las sensaciones y su confinación al fluir de la expe-riencia inmediata se refiere, la cuestión no va mucho más allá delo que ya se ha señalado. De allí que baste con indicar que, si lodicho en torno a la leoricidad de la base empírica tiene sentido,habrían también las razones suficientes como para creer que lassensaciones y la percepción pueden pasar por un proceso de obje-tivación similar al que se ha descrito en el caso del pensamiento.

Desde luego, habría que coincidir con Collingwood en que laexperiencia no es reflexiva en el mismo sentido en que el pensa-miento lo es y que, por lo tanto, somos absolutamente incapacespara percibir la percepción. Sin embargo, la confinación de laexperiencia al fluir de la conciencia inmediata sólo estaría fun-damentada si ésa fuero la única forma de hacerla consciente. Yes en este punto, donde parece que la tesis es equivocada.

Las figuras diseñadas por la psicología de la gestalt, que des-pués Hanson, Kuhn y Feyerabend utilizarían para ejemplificar lanoción de inconmensurabilidad, han permitido mostrar la estre-cha relación entre la experiencia, por un lado, y los marcos con-ceptuales y algunos mecanismos cognitivos por el otro (vgr., laasociación o la distinción figura-fondo). En términos generales, laintención detrás de estas figuras es la de presentar un estímulovisual cuyas características sean acordes a, cuando menos, dosesquemas cognitivos o marcos conceptuales distintos. De allí que,dependiendo del esquema conceptual que se utilice, el mismo es-tímulo puede percibirse en cuando menos dos formas distintas.

Por supuesto, se puede impugnar que lo que estos ejemplosmuestran es que el sujeto que los percibe podría ser consciente deque algún tipo de cambio ha ocurrido en la experiencia, pero queno por ello ha hecho consciente la experiencia como tal; ya sea entérminos de la percepción de cada una de las distintas figuras quepueden verse a partir del mismo estímulo, o bien en los de losmecanismos que actúan cuando se pasa de una percepción a otra.

La réplica, empero, no es muy distinta de la crítica que aquíse ha presentado utilizando el ejemplo del pensamiento reflexi-vo; toda vez que, a menos que fije y detenga el pensamiento so-bre el que versará la reflexión, tampoco seríamos conscientes desu realización ni de los cambios que en él pudieran surgir. Ade-más, quedaría por discutirse si, una vez que ocurre el cambio enla experiencia que estas figuras provocan, el sujeto es o no capazde reflexionar sobre los cambios en su experiencia, al grado de

42. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a la evidencia del conocimiento histórico,Collingwood utiliza el caso de la muerte de lohn Doe para mostrar el tipo de inleren-das que al historiador le están permitidas, y la forma, por demás cercana a la investiga-ciónjurídica y criminológica, en que se resolvería una investigación histórica. El ejern-plo, que en primera instancia parecería un aceptable, en realidad violenta algunas ca-racterísticas fundamentales que el propio Collingwood había reconocido en la ma teriahistórica: en particular, la de la imposibilidad de experimentar directamente los acon-tecimientos pasados. En el caso de la muerte de Doe. es cierto que el investigador deScotland Yard tampoco es testigo presencial de los hechos, pero lo es también que losactores estaban vivos cuando realiza la investigación. y que la mayoría, si no es quetodas las evidencias materiales que le permiten resolver el caso, fueron obtenidas insil". Así, sobra decir que aunque es aceptable que el historiador trabaja en una formasimilar, el trabajo histórico presenta las complicaciones derivadas de la pérdida deinformación provocada por la irnposibilidad de interrogar a los actores históricos, ypor la pérdida de muchos elementos que originalmente habrían servido C01110 pruebasmateriales para justificar una inferencia.

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El segundo elemento de crítica al que se ha apuntado aquíresponde a las dudas que pudieran surgir en tomo a la cornpleti-tud de la reconstrucción histórica y con respecto a si las condi-ciones que recién se han postulado no sólo son necesarias sinotambién suficientes para que la actualización se efectúe."

A fin de dar pie a esta discusión, empecemos por conceder,sin aceptar, que la conclusión a la que llegó Tales con respecto ala igualdad de los ángulos, o que la idea de Arquímedes sobre lagravedad específica, son efectivamente las mismas que hoy tene-mos cuando reparamos en las propiedades de un triángulo isós-celes, o en las del fenómeno que ocurre con el sumergimiento deun cuerpo en un líquido."

El punto, ahora, es que aun haciendo esta concesión, cuestatrabajo imaginar las circunstancias en las que en nuestra mente

identificar cuando menos los mecanismos cognitivos o esque-mas conceptuales que ha utilizado en la percepción de cada unade las figuras en particular." De hecho, si lo anterior no fueracierto, la construcción de estas figuras que pretenden engañara la percepción mediante el uso de dos o más marcos conceptua-les, habría resultado imposible.

Una segunda objeción a la que este argumento podría en-frentarse, es al señalamiento de que las figuras utilizadas comoprueba han sido construidas con la intención expresa de provo-car fenómenos de este tipo, pero que en la experiencia «norma]"difícilmente existen estímulos con estas características.

A lo anterior puede responderse diciendo que la distinciónseñalada por Collingwood supone que toda experiencia está in-mersa en el fluir de la conciencia inmediata, por lo que al acep-tarse que algunas de ellas no lo estén, tendríamos ya una réplicaque, al menos, obligaría a incluir en la definición cláusulas se-mejantes a las que aquí se han propuesto para mostrar que sóloel pensamiento objetivado, y no el pensamiento en general, pue-de ser objeto de la reflexión.

Pero no es ésta lo única respuesta posible. Según se dijo ya,las figuras gestálticas han servido para ejemplificar el conceptode inconmensurabilidad y,en particular, el hecho de que los cam-bios conceptuales tengan implicaciones importantes al nivel dela percepción: al grado en que, tras una revolución científica, lossujetos usualmente perciben «nuevos» fenómenos y propieda-des en los «mismos» lugares de siempre. Con base en ello, no esdificil suponer que los sujetos que han vivido una revoluciónconceptual de este tipo, habrán tenido cierta conciencia sobresu propio proceso perceptual, al menos al grado de poder darcuenta de los cambios que en éste ocurren,

Así, se puede sugerir que aun aceptando la imposibilidad depercibir una experiencia, existen cuando menos algunas situa-ciones en las que ésta no está del todo inscrita en la concienciainmediata, dado que sobre de ella pueden realizarse operacionessimilares a las que nos permiten tener conciencia de nuestro pro-

pío pensamiento. Para volver ahora a la distinción sostenida porCollingwood, lo que se puede estar dispuesto a aceptar es que elnivel de objetivación de los procesos preceptúales usualmentees menor al que normalmente tiene el pensamiento, y es de allíque nuestra conciencia del proceso sea también más reducida,pero no por esto inexistente.

De la completitud de la reconstrucción y de la nociónde contexto histórico

43. Frente a esto último, Collingwood podría señalar que dicha reflexión es ya unpensamiento que versa sobre el pensamiento y no sobre la experiencia corno tal. Sinembargo, parecería que por la naturaleza de los ejemplos que se han presentado aquí,ello sólo significaría la concesión de que no hay experiencia sin pensamiento y, porende, el punto quedaría mostrado.

44. Aunque hay que reconocer que Collingwood nunca ha supuesto que la revivifi-cación del pensamiento por la que aboga sea lo aquí se denomina una reconstruccióncompleta, el punto de la réplica será mostrar que la incompletitud a la que se apuntaráes significativa para esta discusión, pues loca algunos de los elementos y condicionesque el propio Collingwood ha supuesto en la justificación de su concepción del pensa-miento histórico en tanto actualización.

45. Desde luego que esta concesión, en tanto petición de principio, no es fácilmenteaceptable, ya que lo que está en tela de juicio es justamente la posibilidad de que elpensamiento sea efectivamente restituible. No obstante, por la naturaleza misma delos ejemplos utilizados por Collingwood (y que han sido los mismos a los que aquí mehe referido), se antoja hasta cierto punto improbable que no hubiera un alto grado deseluejanza entre aquellos pensamientos y los nuestros. A lo más, lo que podría replicar-se es que los pensamientos a ese grado rcconstruiblcs son pocos, y que, por lo mismo,la tesis de Collinzwood es sumamente parcial debido a que su aplicación sólo es posi-ble en un número muv limitado del total de casos que constituyen el dominio complc-lo. Sin embargo. t.~Sevidente que lo anterior no implica la imposibilidad de reconstruc-ción, antes al contrario lajustifica: por lo que podemos valemos de ello para la conce-sión con que inicia el análisis.

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aparecería el Eureka que acompañó al segundo de aquellos pen-samientos; pues es obvio que al considerar la cuestión por noso-tros mismos, no hay nada en ella que nos conduzca directamen-te o indirectamente hasta esa exclamación.

Apenas unas páginas atrás, se han reproducido algunas lí-neas del propio Collingwood que podrían servir para imaginarsu posible respuesta ante esta interrogante:

El pensamiento mismo no está envuelto en el fluir de la concienciainmediata: en algún sentido se halla fuera de ese fluir. Es cierto quelos actos de pensamiento ocurren en momentos definidos; Arquí-rnedes descubrió la idea de la gravedad específica en ocasión deestar en el baño; pero esos actos no se relacionan en el tiempo de lamisma manera que los simples sentimientos y sensaciones:"

generaron que la respuesta ofrecida por éste haya caído en lacategoría de los descubrimientos.

Se sobrentenderá que la intención de esto no es la de reducira la historia al tema de las efemérides. El problema aquí plantea-do poco o nada tiene que ver con cuestiones de autoría intelec-tual, ni con el hecho de que sea el pensamiento de Arquímedes, yno el de cualquiera de nosotros, el que merezca un lugar en loslibros de texto. Lo que en verdad importa es que el acto de pen-samiento primigenio supone una innovación que no puede repe-tirse, pues dicho carácter sólo puede establecerse a luz de ciertascondiciones, no sólo biográficas, sino también políticas, econó-micas, sociales, conceptuales y técnicas que permiten evaluar unpensamiento como un descubrimiento y que, en ciertos casos,incluso pudieran haber sido modificadas por éste. 47

Si se concede este punto, será evidente entonces que la recons-trucción histórica cs en algún grado incompleta debido a que lascondiciones antes referidas son, obviamente, irreconstruibles, Deallí que, aunque fuera aceptable la posible identidad conceptualentre el pensamiento de Arquímedes y el de cualquiera que por suspropios medios llegara al mismo resultado, no por ello sería igual-mente admisible la identidad histórica de ambos pensamientos.

En buena medida, el problema que se está discutiendo sedesprende de la definición de contexto histórico sugerida porCollingwood. En repetidas ocasiones, Collingwood afirma quela idea de que un pensamiento sólo es comprensible en funcióndel contexto que lo rodea, se deriva de la tesis de que éste estácircunscrito al fluir de la conciencia inmediata.

Pero lo anterior solamente es cierto si se parte de su propiainterpretación, pues lo que Collingwood está entendiendo comolas condiciones en que se da un pensamiento son, justamente,las experiencias y pensamientos subjetivos que acompañan u ori-

Sin duda alguna, Collingwood acertaría al señalar que la ex-clamación, como tal, bien podría haber sido producto de algunasensación o sentimiento que Arquímcdes haya experimentado, ylo hace también al asentar que la posibilidad de recuperar o no loque haya provocado aquel sobresalto, es en principio intrascen-dente para la rcvivificación de lo que del pensamiento de Arquí-mcdes se busca restituir (Le., el principio que explica el fenómenoocurrido por el sumergimiento dc un cuerpo en un líquido).

Pero lo que de la interjección importa no es tanto el sentí-miento o la sensación que la acompañen. En realidad, al propo-ner que el Eureka exclamado por Arquímedes es un elemento desu pensamiento que no podemos reconstruir históricamente, loque interesa no es la posible reconstrucción de los elementossubjetivos que habrían causado la exclamación, sino la imposi-bilidad de revivificar las condiciones históricas específicas quehicieron de su acto de pensamiento un descubrimiento. Para sermás claro, lo que se busca señalar es que la reconstrucción delcontenido conceptual de un acto de pensamiento no necesaria-mente es suficiente para la revivificación completa de éste, puespara ello haría falta la restitución de algunas de las condicionesen las que el acto fue realizado; para el caso, de aquellas quehicieron que el fenómeno estudiado por Arquírnedes haya cons-tituido un problema en un momento determinado, y de las que

46. R.e. Coliingwood; idea de la historia, op. cu., p. 276.

47. Aunque es muv probable que no fuera ésta la réplica de Collingwood, podría argu-mentarse que el Eureka o cualquier otra exclamación similar, son algún tipo de respuesta«natural» ante la sorpresa experimentada por un sujeto que ha descubierto algo. Si asífuera, cabría entonces la posibilidad de que en el caso de que yo mismo tuviera noticia dela gravedad relativa en razón de haber considerado la cuestión por cuenta propia, ocurrieraque al llegar al mismo resultado, experimentara también la misma sensación experimenta-da por Arquírnedes. y generara, por ende. LU1a respuesta similar; sino es que idéntica. a lagenerada por aquel. Sin embargo, no deja de ser evidente que aún aceptando esta posibili-dad que ralla ya en lo inadmisible, existen diferencias nada desdenables entre aquella y estasituación imaginaria. y que estas son, justamente, diferencias que atañen al valor históricoque pudiéramos atribuir él cada uno de los actos de pcnsamícnto.

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ginan al pensamiento que se quiere comprender, El problema,por supuesto, es que su definición de contexto histórico no nece-sariamente es correcta.

La cuestión quizá quede mucho más clara si se toma un casodistinto para ejemplificarla. A juicio de algunos autores, el anar-quismo metodológico sustentado por Feyerabend a lo largo de suvida, se origina, o por lo menos está fuertemente relacionado, consu experiencia militar en la Segunda Guerra Mundial. En este sen-tido, la idea usual es que su constante insistencia en las implica-ciones políticas de los asuntos epistemológicos y, en general, suintención de ofrecer argumentos que permitan salvaguardar lalibertad de los individuos frente a las ideologías políticas, religio-sas o científicas, cobra la relevancia que tiene al interior de suobra debido a las privaciones que el propio Feyerabend vivió comoconsecuencia de su alistamiento en el ejército alemán."

Una explicación de este tipo, empero, dista mucho de estar ple-namente justificada. Desde luego, no es que haya motivos para du-dar que lo ocurrido en la guerra sea un elemento clave en la vida deFeyerabend, ni que sea inadmisible pensar que tras la experienciade un conflicto bélico se tengan razones suficientes para justificarunapostura filosófica similar a la suya; sobre todo, ten iendo en cuentalas consecuencias que para Feycrabend, como para tantos otros, laguerra implicó para el resto de sus días. No obstante, la negativa aaceptar una explicación de este tipo tiene que ver con que la creen-cia en que su posición filosófica puede comprenderse y justificarsesin tomar en cuenta sus experiencias particulares en la guerra.

En este sentido, atina Collingwood al señalar que para lareconstrucción del pensamiento no es necesario detenerse enlas condiciones biográficas del autor. Pero asentir en esto últi-mo no conduce, o por lo menos no necesariamente, a la acepta-ción de que todo pensamiento pueda revivificarse sin tomar encuenta otro tipo de condicionantes.

En primera instancia, parece que para contestar a la preguntade por qué alguien pensó en algo, hace falta atender a algunascondiciones, por así decirlo, «externas» al acto de pensamiento enparticular. Y es que, según Collingwood, uno conoce las razonespor las que Tales o quien sea pensó en la igualdad de los ángulos,

debido a que, al evaluar el problema por cuenta propia, descubri-mos que es ésta y no otra la relación que hay en un triánguloisósceles y, por lo mismo, nos vemos forzados a aceptar el pensa-miento y las razones que Tales pudiera ofrecer para justífícarlo.

La idea quizá sea aceptable en el ejemplo propuesto por Col-lingwood. Pero en el caso del anarquismo filosófico, como en mu-chos otros, parece que habría una diferencia importante entre com-prender lo dicho y comprender por qué alguien dijo eso en particu-lar; pues es evidente que no todos los que se han planteado el «mismo»problema que Feyerabend se planteó, han llegado a las mismas con-clusiones. Así que, para volver a los ejemplos presentados por Col-língwood, diríase entonces que, aunque fuera cierto que podemospensar en la igualdad de los ángulos de la base de un triánguloisósceles tal cual lo hiciera cualquier otro, con ello no hemos resuel-to la pregunta de por qué Tales de Mileto pensó en ello.

Al punto, parecería que Collingwood está asumiendo que unacuestión en particular es un problema en cualquier contexto po-sible; lo cual. no es necesariamente conecto. Más allá de lo quepueda decirse en función de las determinantes biográficas quehayan conducido a alguien a preguntarse por cierta problemáti-ca, e incluso pasando por alto el hecho de que las líneas de inves-tigación sean usualmente conducidas por asuntos políticos, eco-nómicos o sociales, es casi evidente que la problematización deun ámbito o fenómeno responde a condiciones externas al actode pensamiento como tal. Dichas condiciones constituyen uncontexto conceptual (algo similar a lo sugerido por Lakatos me-diante el concepto de Programas de Investigación)" que no pue-de reconstruirse a partir de la sola revivificación de un pensa-miento particular asociado a éste, pero que es el que en última'instancia permite explicar por qué, en una situación determina-da, cierto tópico aparece como problemático."

48. Véase, en particular, P. Feyerabend, Matando el tiempo, Madrid, Editorial Deba-te, .1995.

49. Véase, 1.Lakatos (1978) La metodología de los programas de investigación cientí-fica, Madrid, Alianza Editorial, 1983.

50. Para evidenciar el que sean las condiciones conceptuales las que determinan laproblematización de cierto dominio o fenómeno, bastaría con hacerse la contrapartede la pregunta sugerida por Collingwood: ¿Por qué alguien (vgr.,Kant) no fue capaz depreguntarse por algo (vgr., las implicaciones «ideologízantes» que, según Feycrabend,la ciencia tiene)? La respuesta, por supuesto, siempre podrá ser la de que ese alguienera incapaz de ver el fenómeno completo y, por lo mismo, de llevar hasta sus últimasconsecuencias la reflexión sobre la materia específica de la que se ocupó. Sin embargo,cuando el referente es Kant la respuesta merecería algo más que la mera cautela.

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Ahora bien, si lo anterior perrnite señalar que la mera re-construcción de un acto de pensamiento no neccsariamenteresuelve la pregunta sobre por qué alguien pensó en algo, queda-ría por mostrar que su reconstrucción no siempre es posible sintomar en consideración algunas de las condiciones en que el actoes realizado.

Para sustentar este punto, se podría recurrir a un caso queSimme! ha presentado, y que ya hemos utilizado para fines dis-tintos de los aquí nos ocupan. Imaginemos, dice, que en algúnmomento encontramos en algún lugar de Asia el plano de unaciudad que no da, ni por su estilo ni por testimonios directos oindirectos, ninguna indicación sobre su antigüedad y proceden-cía." En un caso como éste, la comprensión de este mapa comoun acto de pensamiento resultaría prácticamente imposible, todavez que no tenemos ningún dato que nos permita saber; por ejern-plo, si se trata de una ciudad realmente existente, de un plano deurbanización o de una ciudad imaginada en la que habitaba unacivilización igualmente utópica.

Pero aunque la conjetura sirva para hilvanar claramente e!punto, siempre podrá criticarse que, por tratarse de una ficción,la réplica que mediante ella se propone pierde buena parte de susustento. De allí que resulte más conveniente utilizar casos aná-logos a los utilizadas por Collingwood.

Tomemos como ejemplo, entonces, ya no la igualdad de losángulos que están en la base de un triángulo isósceles, sino unpensamiento muy similar: «la surnatoria de los ángulos internosde un triángulo es igual a dos ángulos rectos». Siendo éste elcaso, se puede mostrar fácilmente la imposibilidad de llegar aeste pensamiento por la vía sugerida por Collingwood (i.e., con-siderando la cuestión por nosotros mismos), toda vez que el teo-rema que demuestra que la sumatoria de los ángulos internos deun triángulo es igual a 180 grados, sólo puede probarse en elcontexto de la geometría euclidiana.

Como se sabe, el teorema es falso para el caso de la geome-tría de Riemann, pues en una geometría esférica la sumatoria delos ángulos internos de un triángulo puede ir desde 180 hasta540 grados. De allí que, para llegar al resultado esperado, sería

necesario «acompañar» el problema al que el teorema respondecon un conjunto de «pensamientos» en los que la respuesta co-brará sentido; a saber; los axiomas propuestos por Euclides y,enparticular; e! correspondiente a las paralelas.

Con base en los argumentos .Yejemplos que recién se hanpresentado, se puede mostrar; primero, que la revivificación delpensamiento propuesta por Collingwood constituiría una recons-trucción parcial del mismo en tanto existen un número nadainsignificante de casos (vgr., aquellos en los que reconocemosuna innovación) en los que operan diferencias significativas en-tre el pensamiento original y su reconstrucción. Por otro lado, laargumentación permite señalar que los actos de pensamientodifícilmente son autocontenidos (en el sentido en que su explica-ción y comprensión pueda llevarse al cabo sin hacer referencia aotros actos de pensamiento que no están directamente presentesen e! acto que sea objeto de! análisis); por lo que la revivificación,de ser posible, requeriría de la reconstrucción del contexto con-ceptual en el que el acto cobra sentido. Finalmente, puede apun-tarse también que la definición de contexto histórico no tienepor qué limitarse al conjunto de condiciones subjetivas en lasque ocurre un acto de pensamiento en particular. Lo que se hadenominado aquí como contexto conceptual, y que bien podríahaber asimilado al concepto de utillaje mental sugerido por Feb-vre, constituye a veces la referencia de mayor peso para la com-prensión de! pensamiento.

De la historia como reviviiicacion del pensamiento pasado

51. G. Si 111 mel, El individuo y la libertad. Ensayos de critica de la culturn, Barcelona,Península, sla, p. 77. .

Tal v como se indicó en e! segundo apartado de este capítulo,las inq~ietudes que la idea de la historia de Collingwood despier-tan no giran únicamente en tomo a la posibilidad de revivificarlos pensamientos pasados. En particular, preocupa también queal concebir a la historia como mera reconstrucción del pensa-miento, la definición pudiera traer consigo una serie de limita-ciones y pérdidas que pudieran, por así decido, desvirtuada.

Pero el prohlema no está solamente en la dificultad de incluiren la definición propuesta a buena parte de la historia económi-ca o social, entre cuvos acontecimientos se encuentran algunosen los que imperfectamente reconoceríamos alguna idea involu-

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crada. En realidad, la cuestión toca incluso a la propia historiadel pensamiento pues, como hemos visto, son pocos los concep-tos, creencias o ideas que podrían cumplir con las característi-cas necesarias para ser restituibles en los términos planteadospor el propio Collingwood.

Por otra parte, habría que notar también que, si la historiacomo reconstrucción pudiera implicar limitantes de este tipo.Iahistoria como pensamiento crítico parecería que extiende exa-geradamente los márgenes de la investigación histórica, al gradoen que se desvanece casi cualquier frontera que pudriera trazar-se para distinguida de las distintas ciencias humanas y hasta delas ciencias en general. Y es que, a partir de esta noción, no que-da del todo claro qué es exactamente lo que correspondería a lahistoria propiamente dicha, y en qué casos uno estaría hacien-do, por ejemplo, filosofía, sociología o ciencia política.

Al analizar el tema de la autoridad de las fuentes Collina-, t:>wood ha indicado que la falsedad de un testimonio, e incluso lo .errores que un actor histórico pudiera haber cometido al eva-luar cierta cuestión, no implican que la fuente deba ser desecha-da como elemento de prueba. En este contexto, todo parece in-dicar que la labor y finalidad de la historia, bajo la definiciónaquí discutida, estaría fuertemente centrada en el problema dela comprensión del pensamiento pasado, y que esto es válidoindependientemente de lo que se pueda decir en tomo a las for-mas específicas en que dicha comprensión se realiza. Con otraspalabras, lo que la idea indica es que uno estaría haciendo histo-ría si sus intereses están centrados en la comprensión de lo queun cierto actor histórico pensó con respecto a «algo»; mientrasque se estaría haciendo, por ejemplo, filosofía o ciencia política,si lo que interesa es ese «algo» (filosófico o político) y la opera-ción se concentra entonces en la evaluación de la validez de lospensamientos pasados a este respecto.

Pero como ya hemos visto, al establecer la función crítica dela historia, Collingwood ha sostenido también que:

historiador en cuanto tal se limita a comprobar «qué [·\.Ielo quefulano pensó», dejándole a otro la decisión de «si era verdadv."

El historiador no se limita a revivir pensamientos pasados, losrevive en el contexto de su propio conocimiento y, por lo tanto, alrevividos los critica, forma sus propios juicios de valor, corrige loserrores que pueda advertir en ellos. [...] Nada podría ser más erró-neo acerca de la historia del pensamiento, que suponer que el

Por supuesto que lo que se quiere sustentar aquí no es que elhistoriador deba mantenerse al margen de evaluar si lo que susfuentes dicen es válido o no. En todo caso, lo que importa seña-lar es que alguna diferencia debe haber entre ocuparse en re-construir lo que pensaba Platón acerca del conocimiento, y enpreguntarse si lo sustentado en el Teetetes es correcto con res-pecto a la cuestión que allí se trata; pues, ciertamente, en el pri-mero de los casos la evaluación de la validez es hasta cierto pun-to secundaria.

Insisto en que nada de esto tiene que ver con que el historia-dor no pueda hacerse una pregunta filosófica o de ciencia políti-ca mientras analiza sus fuentes. Sin embargo, distinguir así a lasmaterias o, por lo menos a los intereses epistérnicos, no sólo esimportante en términos de una clasificación disciplinar que, sinduda, será siempre un tanto imprecisa, sino porque al desapare-cer estos límites se pierden también una serie de elementos quemuchos han definido como características propias del pensa-miento histórico, y que no aparecen muy claramente en la defi-nición ofrecida por Collingwood.

Ahora bien, independientemente de que su posición puedaimplicar, al mismo tiempo, una innecesaria constricción delámbito histórico y una injustificada extralimitación del mismo,quedaría por verse si la definición de la historia como recons-trucción del pensamiento pasado no supone también otro tipode pérdidas importantes en lo que hace a los intereses epistémi-cos y a la operación histórica propiamente dicha.

Desde cierta perspectiva, se puede defender que en la histo-ria o, por lo menos, en alguna parte de ella, existe el interés porevitar las interpretaciones anacrónicas y, en consecuencia, lohabría también por aproximarse a una reconstrucción lo másfielmente posible de los pensamientos pasados. Sin embargo,parece que Collingwood ha llevado demasiado lejos esta preten-sión; al grado en que no sólo se olvida de las posibles implicacio-nes que sobre la aproximación al pasado tienen las condicionespresentes en las que historiador realiza su trabajo, sino que in-

si.tu«, p. 21 J. Énfasis añadido.

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cluso pasa por alto ciertos elementos que, a juicio de muchosjustifican la pertinencia de la labor histórica. '

El recuento que el propio Collingwood ha hecho de las dis-tintas formas en que las sociedades occidentales se han aproxi-mado a sus propios pasados, no sólo permite mostrar que lo quehoy reconocemos como historia es una concepción del pasadomás o menos reciente y sumamente específica, sino que de acuer-do a las particularidades conceptuales reconocidas por él mis-mo en la caracterización de la historia moderna, existe una seriede diferencias entre la experiencia vivida y la experiencia históri-ca. Pero a fin de evitar que este apartado se extienda en demasíamejor es obviar aquí esta referencia y concentrar el argumentoen la~ condiciones que ya hemos visto (en particular en aquéllasasociadas a la noción de pensamiento objetivado), pues estasson suficientes para ilustrar esta distinción.

Si bien es cierto que el estado de consumación de un acto pue-de ser parte de la experiencia vivida, el punto que ahora se discu- .tirá depende del hecho de que dicha consumación, a veces, ocurreen un momento muy posterior a aquel en que ocurrió el acto depensamiento original; 10 suficiente, por lo menos, como para queel actor original no haya tenido noticia de ello. Este momento deconsumación, al que aquí se denominará como "futuro parcial-mente realizado», implica ya una primera y obvia diferencia entrelo vivido y su reconstrucción; sobre todo en aquellos casos en losque el actor histórico desconoció, sino todas, cuando menos algu-nas de las consecuencias de sus propios pensamientos y acciones.

Páginas atrás, se hacía notar ya que la operación históricasupone una pérdida y ganancia de significado con respecto a suobjeto de estudio. Y no es dificil entender por qué. Muy rápida-mente, las condiciones establecidas permiten mostrar que la re-construcción histórica es incompleta debido a que muchos delos a.contecimientos y actos ocurridos durante el proceso de pen-sa~I1lent? no a1c.anzan a materializarse; por lo que, al no dejarevidencia matenal de su ocurrencia, tampoco pueden ser objetode la reconstrucción histórica. No obstante ello, el conocimientoque el historiador tiene de las condiciones futuras que el agentehistórico d,ifícilmente podría haber adivinado, pero que consti-tuyen ese futuro parcialmente realizado que sirve como puntode consumación del acto original, permite suponer que en lareconstrucción histórica se inscriben elementos y condiciones

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desconocidas por los agentes y, con ello, se justifica la gananciade significado referida.

Por sí misma, esta sola diferencia basta para mostrar que enla historia como revivificación se perdería un elemento sustan-cial pues, por un lado, la reconstrucción completa del pasado esestrictamente imposible y, por el otro, se elimina también la ga-nancia de significado que ésta supone. Sin embargo, la cuestiónno queda únicamente en este señalamiento.

Al tomar como base algunas de las condiciones establecidaspor Collingwood, parecería que las diferencias entre el pensa-miento original y su reconstrucción histórica son hasta ciertopunto similares a aquellas con las que él mismo buscó distinguiral pensamiento de la percepción y las sensaciones.

Sin que esto suponga un intento por desandar lo que ya se haavanzado en tomo a la objetivación del pensamiento, los argu-mentos presentados permiten indicar que el problema de la faltade materialización de muchos de los pensamientos pasados estáestrictamente asociado a la inmediatez de la experiencia vividapor los individuos.

Así las cosas, y aunque párrafos atrás se ha aceptado que lacondición de materialización, e incluso la de consumación de unacto de pensamiento, están presentes al nivel de la experienciavivida, se hace evidente una cierta tensión entre estas condicionesy la tesis de la revivificación, pues la restitución de la vitalidad delpensamiento pasado dependería, en buena medida, de que la re-construcción se mantenga siempre al nivel de la más corta de lasduraciones. Más claramente, si la idea de la reconstrucción ha dellevarse hasta sus últimas consecuencias, la restitución de la vita-lidad del pasado no sólo nos obligaría a ignorar nuestro conoci-miento de las condiciones futuras desconocidas por el actor histó-rico, sino que nos conduciría también a una búsqueda por devol-ver aquellos pensamientos a la inmediatez de la que han salidogracias a su materialización y consumación. Lo cual, a fin de cuen-tas, nos deja en una posición similar, para no decir idéntica, a laque hoy tenemos con respecto a nuestro propio pensamiento. Yespor esto último que el problema de la revivificación del pasado noqueda ya solamente, como algunos han querido vedo, en la posi-bilidad de llevar al cabo una operación de este tipo, sino que tocatambién a algunos de los intereses epistémicos y, por ende, a lasretribuciones que justifican a la historia misma.

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Del pensamiento objetivado

53. Véase supra., § 1.1.

importantes del conocimiento histórico, Primero, resulta compren-sible la relativa autonomía del pensamiento histórico con respectoa sus autoridades, pues las condiciones que determinan el significa-do histórico de los acontecimientos pertenecen a un futuro que di-fícilmente habrían adivinado los actores y, por lo tanto, no apare-cen inscritas en sus testimonios. De igual modo, la tesis permiteesclarecer la imposibilidad para hacer una historia del presente,pues ésta se deriva de nuestra propia incapacidad para predecir lascondiciones desde las cuales serán significados los acontecimientosque lo constituyen. Por último, se entienden también las variacio-nes en los significados históricos atribuidos a un acontecimientopues, aunque pudiera sustentarse que el pasado es siempre uno y elmismo, bastaría con que se modificasen las condiciones desde lascuales éste es investigado, para que se modificasen también los sig-nificados que atribuimos a los acontecimientos que lo integran.

Desde luego, no vaya poner en tela de juicio el hecho de que,.en tanto el futuro está abierto, los significados de lo acontecidopueden variar de igual forma en que se modificarían los de losacontecimientos relatados en una novela a la que constantemen-te cambiamos el desenlace. Pero independientemente de lo quepueda decirse en términos de la incompletitud de la explicaciónhistórica, la tesis de Collingwood con respecto a que sólo losactos consumados son materia de la historia permite establecerque ésta está constituida por acciones humanas que han alcan-zado lo que denominé unfuturo parcialmente realizado. Con otraspalabras, si bien puede ser cierto que, como Dilthey lo postula-ba, el significado definitivo de la historia humana está reservadoa lo que de ella pueda decirse en el último segundo del fin de lostiempos; no lo sería menos que los actos humanos alcanzan,durante el desarrollo de la historia misma, algún tipo de condi-ción que funciona como una especie de desenlace provisional y,que, junto con otras cosas, es este futuro parcialmente realizadoel que nos permite significarlos en un momento determinado.

De lo anterior no se sigue la imposibilidad de significar pro-yectos de acción o planes para la realización de una obra. Unplan de gobierno, o bien el bosquejo para una obra pictórica oliteraria, pueden ser evaluados y significados justo como proyec-tos; aun cuando, por la razón que fuero, no hayan sido llevados acabo. La diferencia, entonces, no está entre proyectos y actosrealizados, sino entre acontecimientos o acciones en curso y aque-

.Desde el inicio de la discusión en tomo a los Epilegornenos deIdea de la historia, se hizo la advertencia de que la finalidad quecon ésta se perseguía no era la de criticar la posición mantenidapor Coll.ingwood, sino la de establecer, a partir de las limitantesque en ella pueden reconocerse, los conceptos centrales que re-suman las tesis sustentadas en este trabajo.

Las réplicas que componen el apartado anterior; nos conducena tres nociones que podrían incluirse en una noción genérica de loque se ha denominado pensamiento objetivado. Sin embargo, de-bido a que éstas incluyen algunas condiciones extra a las señaladasen el análisis del texto de Collingwood, es conveniente separar-las empleando denominaciones diferentes. Para hacerla, utilizarélas siguientes nociones: obieruacion, objetivacion y obietualiracion.

Por los argumentos presentados en el primer capítulo." seadivinará que por «objetuación» comprendo a los procedimien-tos mediante los que se materializan los conceptos, ideas, nor-mas, valores, y, como se ha defendido antes, hasta las sensacio-nes. ASÍ, se incluye como materialización del pensamiento nosólo a los objetos propiamente dichos, sino a cualquier eviden-cia material (directa o indirecta) de éste. De allí que cuentencomo objetuación los textos las representaciones pictóricas o losartefactos, pero igualmente la traza de una ciudad, la moda o eldiseño de interiores, los códigos o las estrategias de guerra y, enfin, cualquier tipo de prueba material en la que pueda verse unaidea, una sensación o un sentimiento cifrado en ella.

El concepto de objetivación sirve para referirse a lo que Co-llingwood llama un acto consumado; tesis que, según se aceptó,establece una característica importante de la materia histórica.Sin embargo, debido a que antes no sólo se ha asociado estatesis con la de la materialización, sino a que la he incluido juntocon la otra en un mismo concepto, conviene explicar por quéahora se están separando.

No pocos han insistido en que el significado histórico de losacontecimientos pasados depende, en mayor o menor medida, delas condiciones presentes en las que el historiador realiza su traba-jo. A partir de esta idea se entienden una serie de características

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llas que, por haber alcanzado cierta condición material o con-ceptual, puedan considerarse parcial o definitivamente consu-madas. Así, un acontecimiento en curso sólo puede explicarsehistóricamente cuando, por así decirlo, detenemos la acción enun punto que circunstancialmente sirva como su consumación.

Tampoco debe leerse esta idea como una pretensión por sus-tentar la invarianza de los significados derivados a partir del cum-plimiento de este futuro parcialmente realizado. Aunque no se tra-ta de significados en sentido estricto parciales o transitorios, la po-sibilidad de resignilicar los acontecimientos está justificada no sóloporque cambien las condiciones desde las que se realiza la inter-pretación histórica, sino por la propia modificación del punto quehemos considerado como su consumación. Si retornamos aquí elejemplo del plan de gobierno, se entenderá sin mayor problema laposibilidad de que hubiera alguna diferencia entre los significadosatribuidos a éste en el momento en que se presenta como un pro-yecto, y los que pudiéramos referir cuando el plan ha sido puestoen marcha, cuando se le compara con los medios y fines de factorealizados y obtenidos, o cuando se le evalúa con una cierta distan-cia temporal para analizar sus implicaciones en el largo plazo.

En cualquier caso, lo importante es que, sea cual sea el puntoelegido como consumación, éste funcione como un principio decierre que permita fijar la acción y, asimismo, establecer los lí-mites sincrónicos y diacrónicos que, aunque fueran difusos, nospermitan completar una figura unitaria (i.e., una época, un pe-riodo, un acontecimiento o incluso una acción concluida)."

Pero aún no se ha explicado por qué es posible incluir todo estocomo una forma objetivación. A este respecto, el propósito no es

54. En otra parte de este trabajo se ha mantenido una discusión en tomo al CronistaIdeal criticado por Danto, y en particular con respecto a su incapacidad para describiruna acción mediante predicados del tipo «Está Rvando». Aunque en aquel punto se buscómostrar la necesidad que la historia tiene de utilizar oraciones de este tipo, se podríautilizar aquí la argumentación de Danto para señalar que esta posición pudiera implicaruna negativa en lo que al uso de las oraciones narrativas se refiere, pues lo que estasdescriben son, justamente, acciones en curso (vgr, Juan está sembrando rosas). Desdeluego, se puede conceder que este argumento podría ser interpretado en este sentido yque, por decirlo de algún modo, lo que aquí se estaría sugiriendo es que la historia sólopuede hacer uso de oraciones del tipo R-ó (vgr, , Juan sembró rosas). Sin embargo, no esésta la única lectura posible. Desde cierta perspectiva, se podría defender que, en efecto,la cualidad de consumacion de un acto debe ser descrita mediante enunciados del tipoR«), pero que ello 110 invalida el uso de los enunciados Rvando para la descripción delproceso. Dicho de otro modo, lo único que se está pidiendo aquí es que Juan eícctivamcn-te haya concluido la acción de sembrar rosas a fin de que ésta pueda ser materia de lahistoria, 10 cual no impide que en la descripcián del proceso se diga que, en un tiempo X

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otro que el de apuntar que en el proceso de consumación de unacto y, en particular, de un acto de pensamiento, éste adquiere uncierto grado de objetividad en el sentido en que su justificación ysignificado se hacen, en buena medida, independientes de las cues-tiones subjetivas que pudieran haberlo provocado y acreditado ori-ginalmente. Dicho con más claridad, la idea de la objetivación noestá referida únicamente al hecho de que los acontecimientos al-cancen un desenlace provisional, sino al proceso mediante el cualun acto de pensamiento se consuma, por ejemplo, en la realiza-ción de lma obra. De allí que sea posible sustentar que en dichoproceso el pensamiento se objetiva pues, como lo ha sugerido Ri-cceur a partir de la noción de distanciamiento, el significado deuna obra es parcial o totalmente independiente de los significados,motivos, valores o sentimientos que el autor haya cifrado en ella.

Ahora bien, cuando se introdujo el término objetivación, sehizo en medio de la discusión en torno a la posibilidad de recons-truir el pensamiento y, en particular, en lo referente a la concep-ción de Collingwood sobre el contexto histórico y la independen-cia que, a su juicio, el pensamiento y su reconstrucción tienen conrespecto a las circunstancias subjetivas que envuelven al acto depensamiento original. Allí, la noción debía servir para mostrarque acierta Collingwood al postular esta independencia, y que suposición se fortalece si se toma en cuenta la cláusula que él mismohabria establecido al asumir que sólo los actos de pensamientoconsumados pueden ser materia de la investigación histórica.

Dadas las particularidades de aquella discusión, la idea de la ob-jetivación quedó restringida al proceso de consumación de un actode pensamiento, pues ello permitía establecer este vínculo con lanoción de distanciamiento postulada por Ricoeur; de tal suerte que,con base en esa asociación, se entendería fácilmente la forma en quese estaba interpretando la condición de consumación propuesta porCollingwood, así como la función que ésta tiene con respecto a laindependencia que él mismo buscó sustentar. No obstante, los argu-mentos presentados en este trabajo permiten ampliar esta tesis.

A muy grandes rasgos, entiendo por objetivación el procesomediante el cual los motivos, productos y significados de una ac-

anterior a la consumación de la acción, Juan estaba sembrando rosas. De hecho, esteJUiSD10 señalamiento podría servir para justificar la condición aquí establecida. toda vezque, de haber quedado inconclusa la acción, resultaría un tanto excesivo decir que Juansembró rosas, cuando en realidad lo único que éste hizo son algunos hoyos en la tierra.

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ción humana (incluidos, por supuesto, los actos de pensamiento)cobran una cierta independencia con respecto al contexto en queoriginalmente la acción tuvo lugar. A partir de esta definición, seentiende por qué se ha incluido a la consumación de un acto depensamiento como un caso de objetivación, pero debería ser igual-mente comprensible el que su significado pueda extenderse hastala socialización, por la vía de la formalización que ésta presupone.

Finalmente, el termino «objetualizacíón» nos sirve para referir-nos al problema de si la reflexión o la fijación del pensamiento impli-can algún tipo de violencia sobre el pensamiento tal y como éste sepresenta en la cabeza de los agentes. Yes que, en ambos casos, pare-cería haber una suspensión de un acto qua proceso y una conversiónen objeto de lo que en primera instancia parecería ser sólo duración.

En el análisis del trabajo de Collingwood se asoció con ciertalaxitud a la reconstrucción histórica con el pensamiento reflexivo,a fin de hacer notar que ambos procedimientos implicaban algúntipo de «violencia» sobre el pensamiento que cada uno versa. Apartir de un breve argumento en tomo a la incapacidad, a la queasumi generalizada, para pensar en algo y, al mismo tiempo, pen-sar en el acto de pensamiento que se está realizando, busqué mos-trar que para la reflexión es necesario detener el acto de pensa-miento original; lo que, según ciertas versiones, supondría la con-versión en objeto de lo que en primera instancia es sólo duración.

Con base en este procedimiento al que ahora se ha denomina-do utilizando el concepto «objetualizacíón», se establecieron doscríticas a la idea de Collingwood acerca de que la reconstrucciónhistórica genere algún tipo de revivificación del pensamiento pa-sado. Yes que el solo hecho de que la reflexión obligue a detener elpensamiento «primigenio» sobre el que ésta se realiza, tiene yaciertas implicaciones para con la mediatez del pensamiento que,a juicio de Collingwood, lo distingue de las sensaciones. He sidoclaro en que la negativa a aceptar las diferencias en la naturalezade estos dos procesos mentales, no conducía a negar también queentre ambos hubiera otro tipo de desigualdades; por ejemplo, enel grado de objetivación que usualmente alcanza cada uno de ellos.Pero aun así, el punto nodal del argumento ha sido el de mostrarla inmediatez del pensamiento; no tanto para atacar la caracteri-zación de Collingwood, sino para evidenciar que las condicionesde materialización y consumación establecidas por él mismo (y alas que se ha asociado a las nociones de objetuación y objetiva-

ción), apuntan a una importante diferencia entre el pensamientoy lo que se ha llamado aquí «pensamiento objetivado».

Por otro lado, el mismo argumento sirve para señalar que la re-construcción histórica en los términos planteados por Collingwood,conllevaría la pérdida de algunos de los elementos epistémicos quecaracterizan y justifican a la operación histórica, y a los que él mis-mo había incorporado en su definición mediante lo que llamó histo-ria crítica. Sin discutir las posibilidades para la efectiva reconstruc-ción de los pensamientos pasados, e incluso pasando por alto la[alta de criterios que permitan evaluar el grado de fidelidad con queésta se realiza, la tesis de que en la reconstrucción histórica ocurrauna revivificación del pensamiento pasado (en el sentido estricto dela palabra), presupondría que la operación histórica ha de devolveral pensamiento a la inmediatez de la que ha salido a causa de suobjetivación. Pero no sólo eso. Porque si mediante la revivificaciónse obtiene un pensamiento que, a decir por Collingwood, es idéntico

. al pensamiento pasado, resulta entonces que la reconstrucción ple-na únicamente sería posible si se eliminaran de ella las ganancias designificado que la explicación histórica tiene con respecto de lasexplicaciones que los agentes pudieran ofrecemos de sus propiosactos, y que son las que hacen de ella LID pensamiento históricopropiamente dicho. Así pues, parecería que la historia de tijeras-y-engrudo a la que Collingwood desterraba mediante la historia críti-ca, habría vuelto por la puerta trasera de su definición pero con eldisfraz adecuado como para colocarse en el centro de la misma.

Al tomar al pensamiento reflexivo para ejemplificar y susten-tar las críticas que tan sumariamente se han expuesto, podríagenerarse la impresión de que el argumento está constreñido alcaso del pensamiento individual y a las posibilidades de su re-construcción. Sin embargo, los elementos revisados permitenmostrar que cuestiones muy similares ocurren al nivel del pen-samiento social, y que también en ese caso se hace necesaria ladistinción entre la experiencia de los agentes sobre su propiopresente y la experiencia histórica que del pasado tenemos.

La tesis de Braudel respecto de la celeridad del tiempo corto, asícomo la de Sirnmel en lo que toca a la continuidad del acontecer ya la imposibilidad de su reconstrucción, son suficientes para justifi-car que al menos una dimensión del acontecer «efectivamente acae-cido» discurre en algún tipo de inmediatez a la que la explicaciónhistórica también debe trascender. De la argumentación de ambos

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se desprende que las formas de socialización o lo ocurrido al nivelde la larga y muy larga duración no sean meras construccionesconceptuales con funciones, por ejemplo, heurísticas en la explica-ción histórica o sociológica, sino que formen parte de ese acontecerefectivamente ocurrido. No obstante, parece que en la experienciavivida operara una cierta inconsciencia que provoca la inmediatezno sólo de los acontecimientos registrados en el tiernpo corto, sinoincluso de estos otros elementos cuya duración es obviamente in-consistente con la prontitud y celeridad que aquí se está señalando.

Desde luego, no es la intención sugerir que esta inconscienciaderive en la imposibilidad de explicar cualquier acontecimientopresente. En realidad, el argumento corre paralelamente, y hastapodría decirse que en la misma línea, de los que los historiadoreshan utilizado con cierta recurrencia para mostrar la imposibili-dad de realizar una historia del presente, a partir del hecho de queel significado de los acontecimientos se modifique por su relacióncon acontecimientos futuros y desconocidos por los actores. Esestos términos, la idea sólo apunta hacia que la historia vivida semuestra como una especie de masa heterogénea y acelerada deacontecimientos; lo que, además de sugerir una segunda vía argu-mentativa en contra de las posibilidades para la realización deuna historia del presente, implica una necesaria distinción entrela experiencia realmente vivida y la experiencia histórica. De loanterior se sigue que la idea de revitalízar a los pensamientos pa-sados, no sólo enfrenta problemas al nivel de nuestra capacidadpara llevar a cabo la maniobra, sino que su efectiva realizaciónsupondría también un intento por devolver al pensamiento a lainmediatez de la que ha salido (i.e., a su nivel de meros conteni-dos), dejándonos en una situación muy similar a la que nos en-contramos cuando tratamos de adivinar las consecuencias histó-ricas de los acontecimientos que registramos en el presente.

En fin, con esto terminamos este trabajo que espero sirva paraacercamos al cumplimiento de la demanda hecha por Chartier enaquel artículo publicado en el número de los Annales correspon-diente a junio de 1989; esto es, al análisis de las condiciones quepermitan transitar de una histoire sociale de la culture a unahistoireculturelle du social. Pero si.así no fuera, que al menos sirva parareiterar que acertaba Ronald Doré al advertir que "No se puedenhaceromelettes sociológicos sin romper algunos huevos históricos».

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