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El narco, nos guste o no, está instalado desde hace tiempo en la literatura, en la política y desgraciadamente en nuestra vida. Autores como Evelio Rosero , Fernando Vallejo, Javier Valdez Cárdenas, Elmer Mendoza, Orfa Alarcón, Nazul Aramayo, Eduardo Antonio Parra, son sólo algunos de los referentes de esta literatura de realismo trágico y sin lugar a dudas, se erigen como valientes cronistas del horror y la angustia que nos abate, atreviéndose a decir lo que nosotros sólo podemos temer y callar. En este número de Jus Revista Digital, los invitamos a debatir y conversar sobre un tema cuya gravedad nos preocupa y afecta a todos.

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Actualmente, los libros del narco dominan el mercado editorial. Desde Malayerba, Los abogados del narco, hasta El cartel de los sapos, Perra brava, pasando por la singular Sin tetas no hay paraíso, el mundo del narco ha encontrado una veta lectora en el público y poco sirve que miremos hacia otro lado.

La narcoliteratura, o literatura sobre el narcotráfico, se genera hace muy pocos años debido a esta pavorosa realidad que se extiende como un reguero de pólvora no sólo en México, Colombia, Estados Unidos… Latinoamérica, sino ya en las fronteras de las narices europeas; para más pruebas, baste ver el éxito que ha tenido el libro Cocaína, de Malpaso Ediciones; ficción o no, arrasó las librerías españolas y es sólo un ítem como para comprender que cuando el río suena es que… no sólo agua trae.

El narco, nos guste o no, está instalado en la literatura desde hace mucho, en la política y des-graciadamente en nuestra vida. Autores como Evelio Rosero, Fernando Vallejo, Javier Valdez Cárdenas, Elmer Mendoza, Orfa Alarcón, Nazul Aramayo, Eduardo Antonio Parra, son sólo algunos de los referentes de esta literatura de realismo trágico, del horror y la angustia que nos abate, atreviéndose a decir lo que nosotros sólo podemos temer y callar.

En este número de Jus Revista Digital, los invitamos a debatir y conversar sobre un tema cuya gravedad nos preocupa y afecta a todos.t

NARCO¿Plata o plomo?

Pablo Escobar

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EditorialMercedes Mayol

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JUS es una publicación mensual de JUS, Libreros y Editores, S.A. de C.V., especializada en asuntos de conocimiento literario. Conforma una tribuna para el pensamiento en general. Nuestro objetivo principal es generar conversaciones, por lo que el material que publicamos es representativo de múltiples sectores de opinión. La proyección de nuestra revista es hacia los lectores hispanohablantes y hacia una nueva experiencia mas allá del libro y de nuestros libros.

JUS es una revista basada en una temática especialmente escogida por nuestro equipo de redacción, donde desarrollamos una visión crítica, apoyándonos en las opiniones y letras de escritores y cronistas contemporáneos. En ella encontrarás cada mes un motivo más para sumergirte no sólo en la literatura, sino en todas las artes.

JUS es una revista con entrevistas, reportajes, artículos de información, opinión, análisis y testimonios sobre realidades y personalidades de actualidad.

DIRECTORIO

DIRECTOR EDITORIALBernardo Domínguez

JEFE DE REDACCIÓNMercedes Mayol

REDACCIÓNDiabolgrot

Aarón Cervantes (Asistente de redacción)Nuria Bartrina (Community manager)

DISEÑOVictoria Aguiar (Diseño y visuales)

Mario Patronelli (Webmaster)

México - Barcelona - Buenos Aires

INFORMACIÓN LEGAL.JUS REVISTA DIGITAL, Año VI, Nueva Época –No. 26– Octubre de 2015. JUS REVISTA DIGITAL, es una publicación mensual editada por JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. DE C.V., calle Donceles # 66, Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06010, Tel. (55) 1203-3770, http://jus.com.mx/revista [email protected]. Editor responsable: Mercedes Mayol. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-04116555300-203, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN: 2007-9087. Responsable de la última actualización de este Número, Webmaster Mario Patronelli, calle Donceles número 66 Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc, Distrito Federal, C.P. 06010, fecha de última modificación, 23 de Octubre de 2015. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. de C.V.

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OPINIÓN

10ADVERTENCIA

PARA LOS LECTORES DE MALAYERBA, DE

JAVIER VALDEZ CÁRDENASPor ANTONIO RAMOS REVILLAS

14LITERATURA DEL NARCO

O LA CORRUPCIÓN DE UNA CULTURA EN DECADENCIA

Por SANTIAGO DE ARENA

18LA FORMACIÓN DE LAS EDADES

Por CARLOS MONSIVÁIS

22EL PRIMERO TE LO REGALO

Por MERCEDES MAYOL

SUMARIO

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TERCER ESTANTE26DIETA LITERARIAPor REDACCIÓN JUS

REFUGIO POÉTICO28HERENCIA MALDITA Por IRMA PÉREZ

INTERVALO NARRATIVO 32DE PARÍS A CULIACÁN Por JAVIER VALDEZ CÁRDENAS

36PRIMERA Y ÚLTIMAPor J.S.T. URRUZOLA

42LAS FOSASPor SINHUÉ BELLESCUSA

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Los textos de la presente edición pueden verse junto al

resto de las colaboraciones en nuestra página web:

www.jus.com.mx/revista

o en nuestro blog:

www.jus.com.mx/colabora

Los colaboradores seleccionados para la edición digital de la revista del mes de Octubre de 2015 son:

¡¡¡Gracias siempre!!!

Antonio Ramos RevillasSantiago de ArenaCarlos Monsiváis

Irma “La Pillis Perez”Javier Valdez Cárdenas

J.S.T. UrruzolaSinhué Bellescusa

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Antonio Ramos Revillas

para los lectores de Malayerba,

de Javier Valdez Cárdenas

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Escritas a balazos de ironía, con algo más que cinismo y con una prosa que se reinventa con la oralidad y por momentos toca lo poético, las crónicas que habitan este libro fueron publicadas por el autor, en primera instancia, en el semanario Ríodoce. Son recopilaciones de pequeñas entrevistas a narcos y viejos sicarios, de niños que sueñan con ser traficantes, de jóvenes que ante el poder que dan las armas causan disturbios a placer. Son crónicas sentimentales de mujeres que buscan un narco que las mantenga, o policías que se cansan de recibir cachetadas de los sicarios a plena luz del día y deciden cambiarse de bando para ser ellos quienes ahora abofeteen.

Las crónicas de Javier Valdez Cárdenas causan escozor, incomodan, te aprietan la garganta, te esnifan el alma porque te muestran la violencia tal como es, así, sin mediar trucos, sin aparentar la realidad. Y lo curioso es que como lector, terminas sintiendo compasión por estos jóvenes, ternura por estos niños, empatía por estos policías, curiosidad por estos narcos que te hablan, que escarban en tu inconsciente no sabes si paciencia o simpatía, si dolor o soledad mientras te murmuran sobre tiros de gracia o levantones.

Las crónicas de Javier Valdez Cárdenas son al final una droga poderosa: la visión de esta realidad alterada en la que vivimos, donde narcos y policías, militares y sicarios no son ni buenos ni malos, son como todo el mundo, que busca su nicho de balas y espinas para sobrevivir ya sea matando, leyendo o bien, esnifando. t

Las crónicas que se leen en Malayerba son una premonición. La premonición de lo que podemos llegar a ser como sociedad si dejamos que los Carteles de la droga continúen con su festín de balas y coca. Es el México del futuro el que aparece en estas páginas, pero también, el México que ya existe en muchas de las ciudades importantes del norte del país, ese norte que no tiene una línea precisa pero que lo mismo abarca a Culiacán que a Tijuana, a Monterrey y Tampico. El norte descrito en estas páginas es uno afiebrado por los revolucionarios de estos tiempos: los ejércitos sin freno de sicarios de los capos que al son de los cuernos de chivo y el chirrido de las llantas de sus hummers y lobos marcan el paso de las ciudades y sus noches, del aparente silencio de sus rancherías y caminos vecinales.

Este libro es una incisión en un México que ya es, pero una herida que no es vista desde la sorpresa o la incredulidad del primer contacto, del primer muerto, de la primera balacera. No, este México es visto desde la óptica del amigo, del que ya se acostumbró a vivir con la droga y los sicarios, con las matanzas y levantones y ante el telón de estos días hace lo que puede o le toca para seguir viviendo. En las crónicas de Malayerba no tenemos una primera exploración, sino una violencia asimilada, familiar, acaso íntima y tal vez por lo mismo, terrible.

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Del narcotráfico sólo vemos las cifras, pero no las historias. Las crónicas de Malayerba retratan un mundo en el que vive más del 40% de la población mexicana: el del narcotráfico. Niños que sueñan con ser capos, mujeres que buscan un narco que las mantenga, oficiales que añoran una paca de dólares son algunos de los hombres y mujeres retratados en este libro al que no le falta amor, humor, pero tampoco violencia, desesperación e impotencia. Después de leer Malayerba nunca volveremos a ver esta problemática social con los mismos ojos.

Escrito con la misma llaneza con la que se habla, con la cercanía que lo hace a uno cómplice, y con la ligereza del peso muerto, las crónicas de Malayerba retratan las ciudades en las que vivimos en México: Culiacán, Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, el Cancún de Villanueva, la Puebla de Marín y toda la familia de Michoacán. En cada esquina, el monstruo nos sopla a la cara. Todos de alguna manera somos culpables. Todos, de alguna manera, podemos ser personajes de Javier. O el que esté libre de culpa, que arroje la primera bala.

«Javier Valdez describe un mundo siniestro, deprimente y estremecedor, pero no exento de un sentido

del humor a través del cual sale la casta de los personajes, la ironía, el apego a la vida, la ausencia

de amargura.» Federico Campbell, La Jornada

AUTOR: JAVIER VALDEZ CÁRDENASTÍTULO: MALAYERBANÚM. DE PÁGINAS: 216FORMATO: 13,5X23CM

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Fotografía: Jen Wilton

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Santiago de Arena

Literatura del narco o

la corrupción de una

cultura en decadencia

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¿Quién alcanzaba a comprender que se vivía una mu-tación paulatina que terminó por hacer que un para-digma de valores corrompidos se integrara al folclor nacional?

¿Cuántos miramos indignados el modo absurdo en que dejábamos entrar al enemigo a nuestra casa, para luego intentar expulsarlo?

En sus aspectos más elementales, la literatura pretende plantear un retrato de las realidades que rodean a los individuos, sus tiempos y sus entornos a partir de los re- planteamientos que permiten las reconstrucciones imaginarias basadas en el principio ficcional.

En el caso de las manifestaciones literarias inspiradas en la cultura del narcotráfico, el proceso se tornó agu- damente peligroso al permitir que su mensaje se incor-porara fácilmente en los valores culturales del ciuda- dano promedio, al tomar como base los referentes asimilados como símbolos definitorios y definitivos de una realidad falseada que pretendía imponerse.

Las letras han sido reflejo directo de nuestras palabras, portadoras tangibles de nuestros procesos mentales y del modo en que se intenta interpretar la realidad. Es por ello que cuando algo llega a las palabras puede abarcarlo todo, permeando su entorno con la esencia que abriga su signo.

Sorteando las limitantes que implica el dominio de los procesos de lectura y escritura, carencias características de las sociedades aún no desarrolladas plenamente, la llamada literatura del narco utilizó como medio de expansión los mecanismos orales, valiéndose de la tradición centenaria de las manifestaciones musicales ya arraigadas.

Afirmaba el gran Alfonso Reyes que el acto literario puede definirse como el suceder imaginario de lo real; sin embargo, a partir del surgimiento de las prácticas artísticas elaboradas por amplios sectores de las sub-culturas contemporáneas, pareciera que los linderos que originalmente servían como frontera a los univer- sos de la verdad y lo ficticio se han visto diluidos por un juego de hiperrealidades en los que la conciencia colectiva demuestra su incapacidad para distinguir los valores que lograban definir y distanciar ambos espacios.

Como consecuencia de tal transgresión, se han forjado nuevos paradigmas, tanto morales, como semánticos y culturales, integrados por valores trastocados en los que los niveles de sentido y significado que explican sus términos adquieren nuevas definiciones o disimulan su propio vacío.

Resultaría del todo ingenuo no aceptar que la llamada “cultura del narco” ha terminado por integrar sus rasgos dentro de los sistemas de valores que intentan regir nuestra sociedad, y que tal irrupción, controversial y cuestionable, ha ganado terreno de forma sutil y, en ciertos aspectos, festiva.

¿Quién no recuerda que en las fiestas populares de apenas un par de décadas eran coreadas y bailadas melodías que devinieron en himnos representativos de la generación emergente, como “Camelia la texana” o “La camioneta gris”?

¿Cuántos se hallaban conscientes de que aquellas actitudes terminarían por convertirse en una suerte de mecanismo de programación que moldeaba los rasgos de una nueva sociedad, solapante y permisiva, que al final aceptó que los temas, personajes y actividades aludidos contribuyeran a trastocar sus propios rasgos, confundiendo las conductas legales y las que nunca lo fueron?

¿Cuántos lograban vislumbrar que tras los ritmos, las imágenes y las palabras danzaban también las nuevas figuras aspiracionales, que a razón de repetirse sentaron sus reales en la siguiente generación?

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Fue así como el corrido, canción popular de tradición centenaria que otrora ensalzara hazañas, personajes y hechos de relevancia histórica, como la misma Revolución mexicana, sirvió como medio de difusión para gestar la apología de una cultura emergente que pugnaba por incluir dentro de los registros de normalidad a conductas que nunca lo fueron.

Una vez consolidado el referente, el proceso de tergiversación del signo resultó tarea sencilla. La abstracción inherente a la naturaleza de ciertas pala-bras, certeramente utilizadas para encomiar a los prota-gonistas de esta nueva subcultura, dotó de un brillo peculiar a un panorama tenebroso. El enemigo estaba en casa.

Son muchas voces las que claman que en el mundo de las letras no se debe escatimar en alusiones, pero olvidan que si no se da atención al tratamiento peculiar de ciertos temas, las formas terminan derivando en fondos.

Ante la pregunta insistente que pretende explicarse qué ocurrió para que nuestra sociedad alcanzara los niveles de violencia, corrupción y criminalidad que hoy la distinguen sólo encuentro una respuesta directa. Nosotros. t

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La formación de las edades

† Carlos Monsiváis

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La formación de las edades

¿Cómo, pregunta y ejemplifica Javier Valdez, se reeduca o se reorienta una sociedad? La respuesta es previsible pero no se había puntualizado de manera tan precisa. Una sociedad se reencauza a partir de la adquisición de un nuevo imaginario infantil y adolescente. No se trata de algo parecido a la corrupción de la niñez o la perversión de sus sueños idílicos, se trata de las formas de vida que se imponen brutalmente y que observadas por los niños resultan, por más monstruosas que les parezcan, naturales. Ninguna novedad en ninguna sociedad del mundo: en épocas críticas los niños y los adolescentes también se militarizan. Basta ver las fotos de niños con fusiles en la Revolución mexicana, en la guerra cristera, en las guerras asiáticas.

Lo primero es naturalizar la muerte violenta, así descienda sobre los familiares cercanos. Si tantos caen abatidos de esa manera, la muerte por violencia armada corresponde al ritmo de la naturaleza social. No hablo de pueblos diezmados pero sí de cifras que sustentan la tesis de la naturalidad. Y también me refiero al encumbramiento de las armas como el lenguaje más irrebatible, hablar por medio de las armas es alcanzar en ese mismo momento la comprensión general. En ámbitos regidos por “la ley del más fuerte”, la demostración irrebatible de madurez es la posesión de un revólver o un rifle. Los que empiezan a vislumbrar su medio ambiente, ven en las armas al elemento imprescindible que aleja abruptamente de la pobreza irredenta, de la indefensión. Aunque sólo una minoría las posea (pero nunca se sabe: el rumor informa de un país armado), una mayoría sabe de las sensaciones de orgullo y fuerza que infunde su mera contemplación.

Fotografía: Daniel Iván

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que se pierda mucho del carácter intimidatorio de la violencia. No hablo de la supresión total de la conducta ética sino de algunas consecuencias de la impotencia social. ¿Para qué esforzarse en renovar la indignación moral cuando apenas se detiene a un capo aparecen diez reemplazos? ¿Cómo predicarle a los hijos la honestidad cuando ven a diario los enriquecimientos súbitos de la familia o de los vecinos? Este proceso lleva décadas pero no se ha querido advertir hasta qué punto la violencia tiene una zona didáctica que todo lo abarca, aunque por fortuna, no abarque a todos.

El niño observa y usa de conductas paródicas para familiarizarse con el conocimiento de lo que le rodea y, de paso, de sí mismo. Una tras otra, los sketches narrativos de Valdez acercan a sus lectores a lo que viven pero no perciben de esa manera, o a lo que no conocen y les desagrada profundamente, o a lo que, al irse desplegando, aparece como el debut de otra infancia y otra adolescencia, no delincuenciales, eso sería inconcebible, pero sí crecidas en el hábito de aceptar que las cosas son como son. Esto lo plantea Valdez sin prédica alguna: la normalidad de las costumbres de la violencia es el arrinconamiento de la ética.

Valdez, en los márgenes de sus crónicas, nos plantea otro paisaje de dudas y problemas. Ante la rapidez vindicativa del narcotráfico, ¿hay quienes pueden transformar su condición de testigos en denuncia pública? ¿Cuántos muertos se requirieron para volver a la batalla de los cárteles problema de seguridad nacional? ¿Cuánto duró el dictamen de los funcionarios: “nada pasa porque los delincuentes sólo se matan entre sí”? ¿Qué eran antes los transgre-sores de la ley: campesinos, obreros, desempleados, oficinistas, empresarios, banqueros, políticos de medio pelo? ¿Cómo aceptan la fragilidad de su destino esas decenas de miles de jóvenes que canjean la disminución brutal de sus años de vida a cambio de las sensaciones de poder garantizadas por el dinero y las armas? ¿Cuáles son las regiones rescatadas del

Las balas son el signo muy ruidoso de lo irreversible, de las atmósferas que necesitan del estrépito para conocer de otras nivelaciones de la realidad. Indica la letra del corrido: “La muerte no mata a nadie, la matadora es la suerte”, y a eso se atienen los que usan cuernos de chivo y rifles de alto poder. Si los cristeros llevaban un escapulario grande con la imagen de Jesucristo y un letrerito: “Detente bala, el Corazón de Jesús está conmigo”, los narcos, todos ellos muy creyentes, podrían llevar otro que dijera: “Detente bala, ya le pagamos a las autoridades correspondientes”.

Sobre todo en algunas regiones el narcotráfico —el Estado dentro del Estado, según funcionarios, articulistas y mesas redondas de opinión con o sin cámaras televisivas disponibles— ha penetrado en muy distintas zonas de la sociedad, ha corrompido a las fuerzas policíacas, al Poder Judicial, a legisladores y gobernadores, a empresarios y militares, a obispos y periodistas, y al hacerlo no sólo ofrecen masivamente una alternativa drástica: “Plata o plomo / desempleo peligroso o empleo muy riesgoso”, sino las formas de vida que, debido a las armas “empoderan” a quienes nunca habían tenido poderes ajenos a la tiranía doméstica. A diario, las sociedades de las regiones más afectadas se transforman sin que esto se observe debidamente.

Escritores como Élmer Mendoza y Javier Valdez han sido de los primeros en marcar cómo el narcotráfico pasó de ser un fenómeno externo a una vivencia interna, así quienes la padecen nada tengan que ver. En Malayerba, su reunión de crónicas, de hecho su gran crónica fragmentada, Valdez observa puntualmente a niños y adolescentes, especialmente de las clases populares, allí donde los delincuentes y los que no quisieron serlo comparten los años de la primaria y de la secundaria, el barrio o la colonia, la amistad de los padres y la certeza inevitable de la violencia. Valdez apunta a lo negado o ni siquiera intuido por las autoridades de toda índole: vivir desde la niñez atmósferas de sangre hace

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narco, según dijo un secretario de Gobernación, y cuáles aún siguen prisioneras? ¿Por qué no se le quiere reconocer al narcotráfico su status de gran industria neoliberal? Por cada jefe o subjefe policiaco al que acribillan unos desconocidos, o no tanto, ¿cuántos comandantes se van al cielo? ¿Qué tienen que ver tantas muertes con el valor de la vida humana?

¿Cómo traspasar la infame hipocresía de las auto-ridades norteamericanas? ¿Se vive dentro de un film violentísimo con la población en calidad de extras aterrados? ¿Y qué ética social enfrenta las imágenes de los asesinados, los curiosos y los paseantes, niños entre ellos? ¿Se puede hablar todavía de “balas perdidas”? ¿Qué es el miedo en las ciudades: la fe en la mala suerte personal, la celeridad con que la pesadilla se vuelve uno de los mayores componentes de la vigilia, la conversión de la inocencia en culpa por el solo delito de la ubicación geográfica?

¿Por qué la indiferencia ante los policías acribillados por defender un banco o una camioneta, o porque allí estaban cuando salieron unos narcos en plena euforia inducida, o porque son “gajes del oficio”? ¿Por qué los medios informativos jamás personalizan los casos de policías muertos en el cumplimiento de su deber? (Es distinta la situación de los jefes policíacos, hasta hace poco sólo objetos de sospecha) ¿Por qué la sociedad se aleja siempre de la suerte trágica de sus defensores profesionales?

En Malayerba, Javier Valdez contribuye con destreza narrativa y visión panorámica a la comprensión de los cambios negativos en México. Con dejadez y torpeza burocrática se ha aceptado el desastre educativo, se ha creído que la televisión privada es la otra Secretaría de Educación Pública, se ha confiado en las virtudes informativas de internet, se le adjudica a la tecnología la formación de las nuevas generaciones, y se desdeña o ni siquiera se advierte que hay otra formación esencial, vinculada a la moral, al respeto a los derechos humanos, a la oposición a la violencia. Valdez nos hace ver el tamaño del error y lo hace de manera inteligente y muy legible. t

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El primero te lo regalo

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El primero te lo regalo Mercedes Mayol

Fotografía: Adriano Agulló

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tus muertos. Es normal, luego de tanto control en la época del Proceso, lo lógico era que se desbandara un poco la cosa, eso me decía… mientras Alfonsín gritaba: ¡Libertad y no libertinaje! Éramos rebeldes, punks, hippies, metaleros que seguían a sus ídolos que también amaban y se aferraban a esa locura de la droga liberadora de realidades, ya no María Juana, porque llegado el punto se ve que no alcanzaba, ahora venía a cuento Doña Coca, las pastillas, el LSD y qué sé yo cuántas cosas más. El primero te lo regalo, el segundo te lo vendo… así empezó y sin que nos diésemos cuenta de pronto el turco cae en cana por asaltar a un taxista que resultó ser comisario para comprar unas líneas. El australiano termina en el hospital con el cerebro a baño maría por aspirarse parte de la mercancía y los huesos todos quebrados. Claudio muere de SIDA, Tony desaparece del mundo, se lo tragó la tierra con lo poco que le quedaba de humanidad.

Sentados en esos recitales, yo preguntaba, si estaban de buena onda y les había pegado bien el asunto por supuesto, las razones por las cuales se evadían y eran muchas, desde un hermano que había muerto descerebrado en un accidente de moto, pasando por los abusos o violencia física, abortos, padres separados de los cuales eran rehenes, hasta por puro aburrimiento o para ser aceptado en un grupo tan “original” como el nuestro, porque así creíamos que éramos, “originales”, no nos parecíamos a nadie y supurábamos rebeldía por todos los poros, aunque claro, nos vestíamos todos de negro, con gillettes colgadas de las orejas y tachas hasta por las nalgas, pero “originales”. Era una etapa. ¿Qué iba a saber yo que esa etapa se llevaría a tantos? Que la parca tenía una lista en el bolsillo esperando cobrarse las almas. Porque las almas se las llevaba antes. ¿Alguna vez vieron un adicto a los ojos? Las cuencas están vacías, el brillo ya no está allí, ellos se van antes de morirse. Es un éxodo incesante, que no para, y deja la piel desgarrada y el alma hecha pedazos, las suyas y las de las familias que dejan atrás. Se las cobran bien cobradas, sí señor.

¿Cómo podía saber que ese negocito se convertiría poco a poco en una industria nacional y se clonaría en cada esquina, kiosco y nariz del país?

Corre el año 1983, la democracia se asienta, toma las calles de Argentina y yo, con mis 17 años, corro y salto festejando algo que, como el resto del pueblo, no entiendo demasiado y sin que me importe tampoco, lo social no refleja lo cotidiano y a esa edad los límites del mundo son los pliegues del propio ombligo.

Voy al turno vespertino de un colegio en Vicente López, uno como cualquier otro, al menos eso creo yo; no todos los colegios son iguales, de eso me entero después, más adelante, en la vida. Buenos Aires es una ciudad inmensa, como inmensas son las historias que la traspasan. El conurbano, las villas, los barrios marginales no entran en mi radar, desconozco su existencia como desconozco el mundo más allá de la frontera, a pesar de ser un país de inmigrantes, los que llegan o llegaron crearon una realidad propia, paralela, muy argenta y la frase Yo, argentino, se mete bajo la piel. Yo no soy diferente. Yo, argentina.

Salgo a diario del colegio, y dentro y fuera se siente el aroma dulzón de la marihuana, los ojos rojos, las miradas vacías, las sonrisas por nada, los monólogos sin sentido, pero tampoco me afecta, son mis amigos, son los que veo a diario y los acepto así como están, viviendo en zombilandia pero felices, aunque no comprenda por qué justo cuando la grieta de la libertad se abre frente a un futuro promisorio, ellos deciden, justo ahí, en ese instante glorioso, embotarse los sentidos en vez de ver, oler, sentir y acariciar la libertad tan esperada.

Ninguno de nosotros tiene una familia perfecta, todos somos disfuncionales porque el mundo es cada vez más disfuncional. Nos sentamos en la vereda a filosofar sobre una vida inconexa, a tomarnos unas cervezas en el bar de la esquina, envueltos en los brazos de esa humareda, que a ellos más que a mí, que no consumo mas que tabaco normal y algo de vino, los sumerge en la locura momentánea de la reina del baile, María Juana. Yo pienso que es una etapa, como una borrachera que pasa y sólo deja la resaca del aprendizaje, al menos eso me digo siempre que nos encontramos en algún recital en La capilla a ver a Geniol con Coca o de Todos

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La verdad yo no soy quién para decir nada a nadie, ni dar ejemplos de vida, mi familia no era lo que se llama un dechado de virtudes, pero siempre creí que nada de lo que viniese después podía ser peor que lo que dejaría atrás una vez que fuese mayor y tuviese mi libertad para hacer con ella lo que quisiera, para que mi libre albedrío fuese un hecho y no una frase gastada. Eso, o algo similar les dije siempre a mis hijos, lo mejor está por venir y es maravilloso estar consciente cuando sucede, beberse la vida de a tragos con el mismo placer que un sediento en medio del desierto bebe un sorbo de agua.

Esta historia se repite, es la mía, la del vecino, la de los chicos de ayer, de hoy y de siempre. Algunos sobrevivimos, otros caen en el camino como moscas. El primero te lo regalo, el segundo te lo vendo, dice la parca vestida de díler; te vende el disfraz y lo comprás y hacés un pacto, por dos, tres o diez años. Depende de la velocidad con que te consumas la personalidad extrovertida de la que tanto adolecemos.

Después de todo, como decía un amigo que se fue antes de enterarse que ya había muerto, antes que su cuerpo, Bukowski escribía mejor borracho igual que Hemingway, Balzac se atragantaba con café, Lord Byron era un adicto al sexo, Elizabeth Barrett Browning al opio, Berlaine al absenta, Dostoievski al juego, Ayn Rand a las anfetaminas, Burroughs a la heroína, y la genialidad viene en frasquitos de píldoras, mazos de cartas, a caballo y en botellas de alcohol.

Hoy, luego de tanta vida, me pregunto quién se beneficia de todo esto. Viendo lo que sucede en México, Colombia, Venezuela y tantos países del mundo, me pregunto, ¿a qué estómago fueron a parar los cuerpos de las millones de víctimas, voluntarias (si es que en zombilandia se puede decir que la voluntad existe) e involuntarias que se lleva el narcotráfico?

Recién termino de leer Malayerba, y me horroriza saber que lo que he leído, no son relatos aleatorios, no es imaginación de la mente de un escritor como Javier Valdez Cárdenas. Él no escribe ficción, no,

él es cronista de una realidad que supera y aplasta la ficción, que nos deja desnudos y ateridos de frío, un frío en el alma que insiste en alejarse de nuestros cuerpos que se niegan a darse cuenta que ya estamos muertos antes de partir.

Por momentos me siento en medio de aquella vieja película La máquina del tiempo, donde los humanos acostumbrados, ya no drogados con estupefacien- tes, sino por la indolencia, se han convertido en ganado, alimento de los morloks, sólo que no somos los eloi, y esto no es un futuro alterno o los expe-dientes X o una realidad ficcional, estos indolentes, casi imbéciles corderos somos nosotros, y los morloks son los narcos, los políticos y algunos empresarios monopólicos y ¿por qué no?, diabólicos. El bien y el mal existen, y el mal está ganando la batalla, y no porque estemos luchando de manera desigual, o porque tengamos menos soldados en las filas, de hecho somos millones y millones y ellos unos pocos miles, la realidad es que esta guerra la estamos perdiendo por indiferencia, por egoísmo, por servi-lismo. Mientras nosotros leemos la realidad como los eloi y agachamos la cabeza pensando “no me pasa a mí”, ellos leen y practican 1984 de Orwell.

No, no me aterra la droga en sí misma, me aterra este juego infernal, este ajedrez donde las piezas somos nosotros, o nuestros hijos, donde la vida no vale nada, donde ya no queda nada por perder.

Me aterran las fosas con los miles de cadáveres en México, los narcos ocupando los puestos de poder, me aterra no saber si al pedir ayuda a un policía no estamos firmando nuestra sentencia de muerte porque es un íncubo de los narcos, pero lo que más me aterra es saber que nos hemos acostumbrado y ya forma parte de nuestra realidad cotidiana. Los veo caer y pienso, no soy yo, no son mis hijos, no son la gente que quiero… Yo, argentina… o mexicana… o colombiana. No existimos, no existo, porque ignoro el sufrimiento de mi hermano, ese sufrimiento que, si no despierto y abro los ojos aunque me sangren, pronto vendrá por mí.

La existencia es una cuestión de tiempo e indolencia.t

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Bienvenidos a esta sección de revista donde te recomen-damos lecturas que abrirán tu apetito lector.

Para abrir carta tenemos una novela gráfica, se trata de El Sombra, obra de Edu Molina. Apoyada en el humor negro, esta novela pretende reflejar una realidad, y a su vez ser crítico de la misma, a través de El Sombra, personaje principal que se manifiesta como un antihéroe, carente de moral. Este personaje es contratado por la policía local para localizar una nueva droga llamada FELICIDAD que, se dice, es la mejor que se ha hecho. Éste es el punto de partida de una historia que nos llevará a momentos de máxima acción, así como a momentos de reflexión acerca de lo que es la felicidad.

Edu Molina

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Para finalizar tenemos la novela Mamut, de Esther García Llovet. Esta obra describe un presente apoca-líptico en el que una ciudad aparece rendida al imperio y tráfico de la droga que se consumirá durante «la fiesta del Milenio». La novela nos lleva a través de puertas que cierran caminos de personajes que están en la búsqueda constante de sueños, aunque éstos estén en ruinas. La manera en la que están relatadas las historias exponen a sus personajes como si fuesen robots que transitan realidades que, en cualquier momento, arderán.

Novela recomendable si eres afecto a las historias ubica-das en el llamado género negro o novela negra.

Deseamos que las recomendaciones anteriores sean agradables a tu paladar literario. Buen provecho.

Esther García Llovet

Seguimos las recomendaciones con Hielo Negro, del novelista, ilustrador, editor, diseñador Bernardo Fernández BEF. Ganador del Premio de Novela Grijalbo 2011, con esta novela BEF nos entrega la historia de Lizzy Zubiaga, jefa del cártel de Constanza, y de Andrea Mijangos, policía judicial irreverente que sigue las pistas de la distribución de “hielo negro”, sustancia psicotrópica que revoluciona el mercado de las drogas.

Los móviles para las distintas acciones que realizan Lizzy y Andrea son distintos: la primera está en la búsqueda constante de poder, de elegancia, de dinero, mientras que a la segunda la mueve el deseo de venganza. Ambientado en un contexto de narcotráfico, actividad preponderante del momento que vive el país, BEF da la vuelta de tuerca a las historias de narcos al hacer protagonistas a dos mujeres que se enfrentan y que no escuchan narcocorridos. Es la historia de la búsqueda de la droga perfecta.

Bernardo Fernández BEF

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Todavía huele a sangre...y es que en las cocinas del polvo blanco se cuece de todo como último manjar.

Negociaron su alma, se la dieron al diablopor poder, por empatía, por el oro

y éste lo consumieron, se sentaron en él, se lo pusieron a su madre

a sus santos, a la muerte... ellasu invitada VIP en la parrandaen la mesa, en la venganza...

Eran los “hijueputas”, los “gonorreas”los “malparidos”... así

como se llamaban entre elloscariñosa y odiosamente

con malignidad, sin diferencia...

Herencia maldita Irma Pérez

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Eran de la sagrada hoja su verguenzaeran los “carteles de la hierba mala”

los que envenenaron mi paíscon su violenta y contaminada mano

y con esa misma lo secuestraron mientras disponían, si vivía o no...

Le hicieron infierno, le quitaron su cielocomo plaga inmunda

destruyeron la belleza del hogardel café y de la orquídea

y los hombres de bien de esta tierraquedaron asumiendo las pérdidas

y los recuerdos salpicados de sangre lavándose la maldita herencia

que todavía es mancha y, apesta.

ab

Todavía huele a sangre...y es que en las cocinas del polvo blanco se cuece de todo como último manjar.

Negociaron su alma, se la dieron al diablopor poder, por empatía, por el oro

y éste lo consumieron, se sentaron en él, se lo pusieron a su madre

a sus santos, a la muerte... ellasu invitada VIP en la parrandaen la mesa, en la venganza...

Eran los “hijueputas”, los “gonorreas”los “malparidos”... así

como se llamaban entre elloscariñosa y odiosamente

con malignidad, sin diferencia...

Herencia maldita Irma Pérez

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AUTOR: ÁLVARO ANCONATÍTULO: LA DUEÑA DE LAS MAREASNÚM. DE PÁGINAS: 184FORMATO: 13,5X23CM

Dos cadáveres son encontrados en una choza calcinada: Amadeo Alcántara, el famoso escritor premiado en todo el mundo y una mujer oscura y misteriosa. No quedan dudas, han sido asesinados la misma noche en que una joven poetisa desaparece en las profundas aguas del mar. El nieto de uno de los hombres más ricos del pueblo, se ha suicidado.

El detective Iván Arciniega comienza la investigación del caso, el cual se complica cada vez más al encontrar los poemas que Amadeo Alcántara escribiera apasionadamente a Abril, la joven desaparecida.

He aquí una historia apasionante no sólo en el misterio que subyace en cada letra, sino en el amor y la tragedia que no abandona al lector desde el principio hasta el final.

“El amor no obedece a las reglas del ser humano.”

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De París a Culiacán

Javier Valdez Cárdenas Fotografía: flickr.com/jubilo

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El jipi aprovechó y le contó lo que lo sorprendió a su paso por París. Nombre. Qué te cuento. Que voy caminando por una de las calles y que de repente veo en un escaparate una mesa de madera y encima unas pacas de mariguana.

Y que entro y era un museo, una exposición de artistas vanguardistas. El tema eran los narcos, la violencia, la mota. Y que veo a un tal Óscar Manuel García, que es de Culiacán. Y me sentí chingón: estaba yo en París, orgulloso de ser culichi, de todo. Hasta me pareció ver a las morras y escuchar la tambora.

Se lo dijo casi a gritos. Igual casi se pone a bailar. Le hizo tantos gestos y ademanes que parecía bailar realmente: desde ese pelo ensortijado hasta sus pies con zapatos tipo minero, toscones y de cuello alto.

Germán disfrutó tanto la conversación que se imaginó las hojas de mota, la mesa y las Pacífico heladitas, sudando escarcha. Puta, qué chingón. Y se vio ahí, sentado alrededor de la mesa de su casa, con su morra austriaca.

Para el trotamundo la aventura terminó días después. Se fue la lana pero le quedó el recuerdo calientito de esa mariguana y su Culiacán en París. Germán regresó también y en cuanto llegó lo platicó.

Su amigo Élmer Mendoza, el escritor, lo escuchó son-riente. Esperó a que terminara, pero disfrutó que se lo contaran. En París, ¿te imaginas?, en París.

Sí, cabrón. Muy chingón, le contestó. Seguramente vi- viste la adrenalina de las balaceras en los centros comer-ciales, las ejecuciones en los bulevares, la sicosis diaria, el peligro pegado a la sudorosa piel: todo el vivir y el morir en culichi. Y todo nomás de ver las Pacífico, los ladrillos de mariguana y esas pinturas de Óscar Manuel en esa galería, retratando la muerte, la sangre, el mal-morir en esta ciudad, tan tuya, tan mía, tan nuestra y tan de nadie. A poco crees que no sé. Si yo hice el texto de la presentación de esta exposición en París. Y lo que son las cosas: yo hice ese texto pero no pude ir. Y ahora es como si hubiera estado ahí: sentado en esa mesa, echándome las Pacífico, oyendo la banda sinaloense y las balas zumbando. Nada más porque me lo contaste, porque lo he sentido. Y aunque no he ido a París, he vivido, sufriendo y muriendo, en Culiacán. t

Germán tenía una novia en Austria. Y ahí estaba, sen-tado en ese restaurante de aquella plaza. Había ido a visitarla periódicamente, después de que concluyó sus estudios en aquel frío país.

Era culichi desde el acta de nacimiento hasta esa caspa incómoda. Pero eso sí, conservaba rasgos de ese hablar de sus padres, que alargaban hasta el infinito el sonido de la última sílaba de cada palabra, muy al estilo de los pobladores de El Fuerte, municipio rural ubicado al norte de Sinaloa.

Pero él no era gritón ni hablaba golpeado. Más bien parecía saborear cada palabra que pronunciaba. Y sin hablar de más.

Daba sorbos al café y a la tarde. Ahí junto a su novia se sentía aparte, flotando. Ido de la mente estiraba las piernas, se echaba unos tragos intentando no quemarse y miraba el horizonte citadino como si le perteneciera. Estaba enamorado.

Quizá por eso no percibió esa silueta que zigzagueaba entre las mesas del restaurante. Tenía un aspecto de jipi y vagabundo. Pero él seguía extraviado hundiéndose en aquella mirada de la austriaca.

Fue entonces cuando distinguió rasgos: era Toño, su amigo, otro culichi de cepa. Ambos se vieron y enmu-decieron. Casi al mismo tiempo, la expresión ¡Cómo!, ¿tú?, ¿qué onda güey?, ¿qué estás haciendo aquí?

Se apretaron la mano y luego esas palmadas sonoras que se dan los hombres para dejar huella en la espal- da del otro. La sorpresa fue de tal tamaño que ninguno de los dos reparó en atender las preguntas mutuas, hasta que recuperaron el habla.

Es que aquí tengo a mi novia. Andamos juntos desde la escuela, cuando estuve por acá. Desde entonces vengo cada que puedo y también cuando no.

Y el otro: que andaba de vagabundo, vacacionando desde España, hasta París, Alemania y Austria. Pero de mochilero, sin trayectoria ni dirección. Era su aventura. Y con pocos centavos.

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Juan Sáenz de Tejada Urruzola

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Fotografía: www.flickr.com /westontastic

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Narco: ¿Tú eres el escritor?

Escritor: Sí, soy escritor.

Narco: ¿Ya te platicaron cómo está el pedo para escribir de nosotros?

Escritor: No..., no sé nada de nada, pero yo sólo voy a escribir ficción.

Narco: Eso nos vale madres: la realidad es una gran ficción, amigo, ¿no lo sabías?. Si quieres escribir de nosotros, yo te voy a explicar. ¿Cómo te llamas?

Escritor: Juan.

Narco: Juan qué.

Escritor: Juan Sáenz de Tejada Urruzola.

Narco: ¡Híjole, qué apellidos tiene el escritor! ¿Eres de los nobles de tu país? No me digas que eres de España.

Escritor: Sí, soy de España.

Narco: ¿Para qué quieres escribir de nosotros? ¿Te quieres volver famoso, gachupín?

Escritor: No, es algo breve para una revista digital.

Narco: ¿Vives en México?

Escritor: Ya no, pero viví dos años en el Distrito Federal. Sólo quería escribir un relato corto sobre gángsteres, una historia inventada que transcurra en...

Narco: Nosotros no somos gángsters, gachupín, somos el narco. Somos personas decentes y justas. Hacemos negocios, de acuerdo, pero ayudando a nuestra gente, le damos a nuestra gente lo que el gobierno le quita. Ve y pregunta a la gente.

Escritor: No conozco a nadie relacionado con el crimen organizado. Y no estoy de acuerdo con la imagen sofisticada o heroica que a veces se da de los criminales. Yo creo que es un mundo muy sórdido, sin belleza ni nobleza.

Narco: No nos estamos entendiendo, gachupín. Te repito que me vale madres lo que pienses. Yo te voy a decir lo que vas a escribir. No somos criminales ni gángsters. Estamos en México. Nos gusta vivir bien, a quién no, disfrutar de la vida el tiempo que dure: oro, plata, carros, mansiones, todo lo que se te antoje, pero con nobleza, gachupín, con nobleza de a de veras: lo más importante para nosotros, lo mero mero, es la familia, la comunidad. Defendemos lo nuestro. Y esta- mos obligados a hacer lo que hacemos. El Estado nos obliga. El Estado sí es gángster y criminal. ¿Entiendes?

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Escritor: Sí, sí..., pero de verdad que yo no pensaba escribir nada en ese sentido, sólo hacer un breve cuento de ficción que no va a leer nadie, que a nadie le importa porque...

Narco: Te pregunto si entiendes o no entiendes. ¿Nos entendemos o no nos entendemos, gachupín?

Escritor: Sí, sí, por supuesto.

Narco: Órale, pues.

Escritor: Intentaré hacer un buen cuento, un cuento que os guste.

Narco: Nada de intentar. Y nada de cuento: vas a escribir la verdad sobre nosotros. Preséntanos como lo que somos, hombres que tienen que estar donde están, servidores de la sociedad. Escribe de nuestra jerarquía, del jefe, pero sin dar nombres, claro, no chingues. Si nos chingas te chingamos. El título que sea lindo, de esos que ponéis vosotros los escritores

Escritor: No sé si voy a saber hacerlo. Igual sería mejor que lo hiciera otro...

Narco: No, gachupín. Lo vas a hacer tú. Escribe algo bueno del jefe. Escribe para él. Yo no sé pero tú sí: es tu chamba, ¿no? Escribe cómo todo mundo lo respeta y cómo todo mundo lo teme y cómo él es buena onda con todo mundo que está con él.

Escritor: Pero es que yo no sé nada de ese ambiente.

Narco: Yo te lo estoy diciendo, gachupín, para que lo sepas y hagas bien la chamba. Tienes que saber para quién chambeas. ¿Sabes ahora para quién chambeas?

Escritor: Bueno, un escritor nunca trabaja para nadie, sólo trabaja para...

Narco: Te pregunto, pinche gachupín, si sabes para quién chambeas.

Escritor: Sí, sí, por supuesto.

Narco: Ok. Empieza, pues. Escribe.

Escritor: Necesito un poco de tiempo para elaborar...

Narco: ¡Te digo que escribas, hijo de la chingada!

Escritor: Vale, vale... Ya voy:

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nada. Ha repartido balas, balas de oro. Ha otorgado la suerte y el destino. No piensa en el todo, nunca hay que pensar en el todo sino en la parte, en lo que toca hacer hoy. Las grandes cosas se construyen todos los días. Así es como se progresa. Y Dios juzgará, no nosotros. Nosotros somos un contrapeso que equilibra, la respuesta natural a un golpe recibido, una brisa que erosiona la montaña. No se puede parar, no se puede controlar. Día a día rozamos las cimas a diferentes velocidades y temperaturas, día a día vamos, poco a poco, arrancándole polvo a la montaña, llevándonoslo lejos. No es un ataque a la montaña. No la herimos, no la debilitamos, simplemente la cambiamos. Sí, cambia-mos su forma y sus intenciones. Fue la montaña la que se puso en nuestro camino. Y nosotros, como viento que somos, no tenemos otra opción que hacer lo que hacemos. Si no fuéramos nosotros serían otros vientos. Qué injusto es juzgar los actos de la naturaleza. Olvi-damos que nosotros mismos somos la naturaleza. ¿Acaso hay algo en la tierra que no sea natural? ¿Por qué la miel que fabrica la abeja es natural y no es natural lo que los hombres fabricamos?: un arma, por ejemplo. El mundo gira y hay planetas, estrellas, galaxias, sistemas, y pretendemos tener la verdad aquí abajo y sobre otros, sobre los que son nuestros iguales... ¡Qué injusticia! Nosotros protegemos lo nuestro, nuestro sendero natural, la autopista del viento, y por encima de todo, protegemos a los nuestros.

Imagínate que los nietos-sobrinos-hijos, pensando en Las Vegas, en que todo estará pagado y habrá de todo, reyes de reyes de la diversión, van adonde saben que deben ir (zona oscura) y reciben las armas envueltas en papel, como pan dulce, las guardan y suben de nuevo a los coches, conducen lenta y silenciosamente, buceando a través del fondo del mar nocturno hacia donde ellos saben. Ahí, justo cuando el abuelo-tío-padre, que intenta permanecer despierto, se queda dormido en el sofá de piel de leopardo del ático, frente a la noche, como un astrónomo en su observatorio, los nietos-sobrinos-hijos ponen las balas de oro en su sitio. Los nietos-sobrinos-hijos son los nuevos vientos que tienen que ir limando la montaña. Además de balas recibieron piedras preciosas, también una por cabeza, y las guardan

Imagínate lo que es repartir balas de oro en un apar-tamento, un apartamento como una gran pecera en lo más alto de un edificio en obra negra (un nicho resplandeciente flotando sobre lo oscuro). Imagínate entregar esas balas a tus nietos-sobrinos-hijos, decirles éstas son las balas, decirles aquí no tengo armas, ésas ya saben ustedes dónde. Imagínate que los nietos-sobrinos-hijos ya saben que esas balas de oro, marcadas con una estrella de cuatro puntas, son las que deben matar. Reciben una bala por cabeza y para cada cabeza. Las reciben con cierta devoción, como si fuera la hostia en la eucaristía o la palabra en la liturgia. Ahora saben que han de levantarse del sofá de piel de leopardo y salir de allí súbitamente, saben que de ahí se montan en los coches y emprenden la marcha, bajan hasta lo más profundo del valle, como si necesitaran oler el infierno antes de internarse en él, y luego suben el siguiente cerro y luego bajan el siguiente, surcan la zona oeste hasta llegar a las luces trémulas de la capital. Cuánta fragilidad hay en esas luces vistas desde el ático del abuelo-tío-padre, cuánta fragilidad, cómo parpadean, son a la mirada lo que el canto de un grillo al oído, ni siquiera aguantan los ojos de un hombre sobre ellas, que es la primera prueba de resistencia, el termómetro más primitivo para medir el valor. Las estrellas son otra cosa, ellas emiten sus rayos sin tomar oxígeno, incansablemente, y aguantan la mirada del hombre, y la quiebran: cuando un hombre y una estrella apuestan a ver quién aguanta más tiempo sin parpadear, siempre pierde el hombre, siempre.

Imagínate que los nietos-sobrinos-hijos van en sus coches y dejan atrás las luces de los faroles, más y más luces; van despacio, sin ninguna prisa, y no piensan que todo bajo esas luces es provisional, todo: la calzada, los coches, las luces, ellos mismos, todo lo que hay bajo esas luces, todo lo que se apoya en la tierra, está destinado a desaparecer. No están nerviosos los nietos-sobrinos-hijos, no están nerviosos. Imagínate que el abuelo-tío-padre tampoco lo está, está solo en el gran apartamento y mira la noche con un pálpito en el estómago. Está expectante, no nervioso, pero si intentara comer o beber, vomitaría; si intentara fumar, tosería; si intentara follar, mordería. Así que no intenta

La autopista del viento

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en los bolsillos como amuletos. Detienen los coches (zona más oscura) y esperan con las luces apagadas. Enseguida salen tres hombres del portón de una casa. Llevan sendas mochilas, grandes y pesadas, como si se fueran de camping. Los nietos-sobrinos-hijos bajan de los carros empuñando sus armas llenas de aire y oro. Dicen algo. Los tres hombres se detienen y se miran entre sí; los tres hombres son ahora, únicamente, el blanco de sus ojos. Los nietos-sobrinos-hijos dan una orden. Los tres hombres, o el blanco de los ojos que son los tres hombres, se quitan sus mochilas y las ponen en el suelo. Los nietos-sobrinos-hijos muestran los dientes en la oscuridad. Blanco de los dientes frente a blanco de los ojos. Los tres blancos de los ojos alzan ambos brazos y

se giran hacia la pared y apoyan las manos en ella y bajan la cabeza. Ahí, justo cuando los blancos de los dientes (ahora colmillos) dan un paso hacia los blancos de los ojos como si quisieran dar el bocado definitivo a una visión, justo cuando los nietos-sobrinos-hijos se transmutan, por un segundo, en sus manos de plomo, en las falanges estruendosas de sus dedos índices, el abuelo-tío-padre despierta en el apartamento, en su pecera, y tiene enfrente la vista definitiva de la noche: las luces que son las estrellas, arriba, y las luces que son los faroles, abajo. Unas como reflejo de las otras. Unas como inspi-ración de las otras. Pero imagínate que ahora todas, todas, todas, unas y otras, tiritan ante la mirada humana.

Me encanta cómo ha quedado. Es bueno, ¿no? ¿Os ha gustado?

Narco: No, no nos gustó. No entendiste nada, gachupín. Nos pintas como a una bola de lobos estúpidos.

Escritor: Al contrario. Hay una reflexión; yo creo que está muy bien, sobre todo la parte en la que el jefe divaga sobre...

Narco: ¿Nos tomas por pendejos? No vuelves a escribir de nosotros. Y quema este texto o te vamos a dar plomo: si esto se publica te va a llevar la chingada, pinche gachupín.

Escritor: Pues ya lo he enviado a la revista y me han dicho que...

Narco: ¡Te digo que si el texto se publica te lleva la chingada! t

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Las fosas

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“Puta madre, cómo me fui a meter en estas chingaderas”, reflexionaba Jaime mientras el cuerpo temblaba, como si estuviera desnudo en medio de una tormenta de nieve. “Mejor me hubiera quedado de pinche parásito en mi casa, pero mi mamá está chingue y chingue cuando no tengo trabajo”. Permanecía a la orilla de la carretera, donde lo había citado El Cuacho, quien lo había convencido para unirse al negocio. El Cuacho había tenido un accidente en moto en la adolescencia, y una pierna dejó de crecerle, por lo cual caminaba con un suave balanceo; si bien no le gustaba su apodo, tuvo que acostumbrarse, porque fue el nombre de batalla que le designó el Jefe como un acto bautismal, en el que recibía la bendición de una deidad.

Jaime miró hacia ambos lados del camino, pero sólo había polvo. Decidió dar media vuelta y volver a su casa con un alivio interno, dio una veintena de pasos resignado a regresar a casa sin dinero pero con la conciencia tranquila, de pronto escuchó que algo viajaba a toda velocidad por la carretera alzando una nube de polvo. Era El Cuacho que iba como loco en una camioneta roja que difícilmente pasaba inadvertida. Jaime escuchó el claxón y se acercó hasta el vehículo.

-Qué pedo pinche Jimy, a poco ya te estabas echando pa’ trás.

-No, es que creí que no ibas a llegar -dijo Jaime con voz titubeante.

-Pus ya’stoy aquí cabrón, súbete o ábrete a la verga.

Sinhué Bellescusa Fotografía: Francisco Riofrío

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AUTOR: WILLIAM BOYDTÍTULO: NAT TATE (1928-1960) EL ENIGMA DE UN ARTISTA AMERICANONÚM. DE PÁGINAS: 89FORMATO: 12X21CM

Nathwell Tate, gran pintor abstracto y desventurado, se arrojó a las aguas neoyorquinas en enero de 1960. Nunca se halló su cadáver y a duras penas se hallarían dieciocho briznas de su trabajo, pues él mismo se había encargado de destruirlo poco antes de morir. Muchos años después, David Bowie, Gore Vidal, William Boyd y John Richardson convocaron una fiesta de homenaje en el loft de Jeff Koons. Allí se leyeron fragmentos de este libro a la élite cultural de Manhattan, la cual, según las crónicas, recordaba vagamente al malogrado artista, apreció el formidable mérito de sus obras residuales y se sintió muy impresionada por su trágico destino.

«La ficción y la realidad se fundieron inexorablemente. Tate ya no me necesita; ahora vuela a su

aire. ¡Nat vive!», exclamó William Boyd tras la publicación de este sutilísimo ensayo biográfico.

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El Cuacho soltó una carcajada, incrédulo por el pendejismo de su compañero.

-Sí, cabrón, por allá estará el letrero de “Bienvenido a Las fosas: venga y disfrute de un buen baño de sangre”.

La cara le cambió por completo a Jaime al escuchar la palabra sangre, entendió que esos agujeros no se llenarían de agua, precisamente.

-Sabes qué Cuacho, esto como que ya no me está gustando, mejor si quieres me pongo a burrear, no seas cabrón, yo no estoy hecho para esto.

-Ya te la pelaste, porque ya viene el cargamento en camino y ahora te chingas.

Poco a poco fueron arribando un par de camiones de volteo, que accionaron el mecanismo de la caja de carga, se asomaron los primeros cuerpos, caían inertes con signos de tortura, algunos con disparos en la cabeza. Jaime pensó que tendría que des-hacerse de los cuerpos como El Pozolero y otros echarlos a las fosas, entró en un estado de pánico y se volteó para correr sin parar, hasta que un disparo lo alcanzó por la espalda, cayó de frente e hizo el intentó de arrastrarse para seguir la huida.

El Cuacho se acercó hasta él con un sutil balanceo, lo pateó para verlo de frente.

-No mames, pinche Cuacho no me vayas a matar.

-¡Cómo eres pendejo!, si lo único que ibas a hacer era contar los cuerpos. Por eso te dije que para este negocio hay que agarrarse bien los huevos –se llevó la mano izquierda a los testículos mientras le decía estas palabras, y con la otra mano asía su arma.

Accionó el gatillo, y el cuerpo de Jaime absorbió los balazos. Lo tomó de los pies y se lo llevó arrastrando hasta la fosa, en la que cayó hasta el fondo, con el irremediable destino. t

-Ta’bueno, pero no te enojes pinche Cuacho -Jaime abrió la puerta de la camioneta y abordó ante la mirada penetrante del conductor. -Es que ni siquiera sé qué es lo que voy a hacer. Si es para andar burreando está cabrón, porque estoy tan pinche salado que seguro me agarran en el primer viaje.

Al Cuacho le causó gracia el nerviosismo de Jaime, le dio unos golpes en la espalda para hacerle ganar confianza.

-No mames, no hay nada que temer, ya veremos qué puedes hacer. Lo único que debes hacer en este negocio es agarrarte bien los huevos, porque si no te carga la chingada.

La camioneta aceleró por el camino de tierra dejando huellas de las llantas, que se desvanecían con el viento. Jaime estaba más tranquilo, porque parecía que El Cuacho no estaba molesto por su intento de deserción. Llegaron hasta un rancho que tenía un arco enorme como entrada con una letras doradas al frente “Rancho Reencarnación”. A Jaime le impresionó la enormidad del lugar, había autos de lujo, animales exóticos, una casa enorme con esculturas griegas y romanas y una entrada como el Partenón. Estaba cautivado por los lujos.

-¿Ésta es la casa del Jefe? -preguntó exaltado.

-No, es sólo su casa de descanso y recreación.

-¡Está bien chingona! ¿Está aquí el Jefe? quisiera conocerlo si se puede.

-No, ahorita anda de viaje, pero ya habrá tiempo de que lo conozcas.

Atrás quedo la zona de lujos, se alejaron hasta llegar a una zona baldía. El Cuacho estacionó la camio-neta y bajó con la pierna buena, porque le costaba trabajo al ocupar la otra. Le hizo la señal a Jaime para que bajara con él. Cuando bajó vio que en el suelo se dibujaban tres socavones.

-¿Y esos hoyos? ¿Van a hacer un balneario? -preguntó Jaime con inocencia y pensando en la ostentación que sus ojos habían presenciado momentos antes.

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