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1 UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA REVISTA DE LOS ALUMNOS DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA: “EL MIRADOR” [Alumnos de Bachiller en Filosofía Licenciatura en Filosofía y Doctorado en Filosofía] La estatua de Sócrates, el filósofo griego Número 18 curso 2018-2019

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Page 1: REVISTA DE LOS ALUMNOS DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA: “EL ... · La Paradoja del mentiroso en algunos medievales. ... original del pensamiento político de Nicolás Maquiavelo, y

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

REVISTA DE LOS ALUMNOS DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA:

“EL MIRADOR” [Alumnos de Bachiller en Filosofía – Licenciatura en Filosofía y Doctorado en

Filosofía]

La estatua de Sócrates, el filósofo griego

Número 18 curso 2018-2019

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______________________________________________________________________

DECANATO

Decana: Dra. Dña. Rosa María Herrera García

Vicedecano: Dr. D. Jesús Manuel Conderana Cerrillo

CONSEJO DE REDACCIÓN

Dirección: Muarrapaz Silva

Delegado: Héctor Manuel González González

Subdelegado: Cornelio José Langa

ISSN: 2444-7900

La imagen de la portada ha sido obtenida de la siguiente página web:

https://es.123rf.com/imagenes-de-

archivo/filosofia.html?sti=ndla4i9rotpczn9ymm|&mediapopup=39662572

EL MIRADOR

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SUMARIO

Contenido pg.

Presentación. Por Muarrapaz Silva…………………………………………………....... 4

Las Máximas de la filosofía política de Maquiavelo en la obra: El Príncipe. Por

Muarrapaz Silva……………………………………………………………………........ 5

El Arte como vocación especial. Por Elquín Eleazar Pérez Santos……………………. 16

Teoría de la belleza en el Icono de Jesucristo. Por Rashid Vargas Umaña……………. 22

La Paradoja del mentiroso en algunos medievales. Por Cornelio José Langa………… 32

Un caso del Humanismo cristiano en el siglo XII: La Escuela de san Víctor de París. Por

Marcin Jan Janecki…………………………………………………………………………….. 38

Comentario del Texto filosófico de Immanuel Kant: “Contestación a la pregunta: ¿Qué

es la Ilustracion?”. Por Henry Obregón Cueva, OSJ....................................................... 59

¿Amar o cumplir? La ética de Tomás de Aquino. Héctor Manuel González

González……………………………………………………………………………….. 66

Las Ciencias contemporáneas y la importancia del criterio filosófico. Por Marco Antonio

Gonzalón……………………………………………………………………………………… 82

El Concepto de amistad en Aristóteles y los tipos de la amistad. Por Muarrapaz

Silva…………………………………………………………………………………… 87

La Esperanza de la Vita Activa. Por Francisco Javier Cantún Garza…………….…...... 95

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Presentación

Un año más, los alumnos de la Facultad de Filosofía de la Universidad

Pontificia de Salamanca presentan la revista “El Mirador”, una revista elaborada

por los mismos alumnos, con la pretensión de dar respuesta a la pregunta clásica

de ¿qué es la filosofía? Según Heidegger, en su conferencia de1955, en Cerisy-la

Salle – Francia, sobre Was ist das- die Philosophie, se puede responder de muchas

maneras y todas ellas igualmente válidas.

A pesar de esta aceptable multiplicidad de respuestas, para el alemán, la

filosofía es “un camino”, a través del cual intentamos dar respuestas concretas

mediante un esfuerzo en mantenerse en él, es decir, el esfuerzo de no salirse del

borde del camino que es la filosofía misma. En otras palabras, a la respuesta a la

pregunta qué es la filosofía se llega solamente filosofando, es decir, pensando a

partir de la filosofía, empapándose de ella, dejándose aprisionar por ella,

dialogando con los grandes filósofos, tanto de la tradición como de los que cruzan

nuestro camino día a día. En última instancia, responder a esta pregunta es hacer

de la filosofía una opción de vida.

Este dejarse afectar por la filosofía, haciendo de ella su propia vida es el

resultado de los artículos que componen el nº. 15 de esta revista del curso 2018-

2019, que vienen a confirmar el largo camino recorrido por parte de sus autores

en su diálogo con sus respectivos filósofos, en la búsqueda de la verdad escondida

en esa pregunta clásica Was ist das- die Philosophie?

Por último, agradecemos a todos los alumnos que han contribuido con sus

artículos, al decanato y todos los que hicieron posible la materialización de esta

revista. Gracias por vuestra colaboración y esperamos que desfrutareis de los

textos.

Delegado de la dirección de redacción

Muarrapaz Silva

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“LAS MÁXIMAS DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE

MAQUIAVELO EN LA OBRA: EL PRÍNCIPE”

Muarrapaz Silva

Licenciatura en Filosofía (UPSA)

Curso 2018-2019

[email protected]

«A Maquiavelo cabe atribuir el descubrimiento –podemos llamarlo así, de la posibilidad de una política, y por lo tanto de una ciencia política autónoma, independiente de los antiguos principios generales y al margen de

consideraciones de orden moral. Guían esta ciencia motivaciones tan concretas como la utilidad, el valor, la “virtud” –un término polivalente que arranca de la “virtus” latina-, la fuerza y la astucia, la fortuna y la audacia».

Introducción1

Con el presente trabajo pretendemos hacer un análisis desde una perspectiva

original del pensamiento político de Nicolás Maquiavelo, y en especial sobre las máximas

que configuran su pensamiento filosófico en relación con la política. Es obvio que, en un

trabajo como este, no pretendamos agotar, en absoluto, todas sus máximas. Por eso,

intentaremos centrarnos en aquellas que juzgamos más convenientes para familiarizarnos

con su pensamiento en la obra El Príncipe. Con esta obra, Maquiavelo marca un nuevo

hito en la historia del pensamiento filosófico en su relación íntima con la política

moderna. Por lo que muchos le considerarán el fundador de la filosofía política moderna.

A partir de El Príncipe, la política se distanciará de la concepción religiosa y del “deber

ser” para explicarse como algo que “es en sí misma”, al margen de la ética y de la religión.

Las máximas que pretendemos abordar aquí, son más bien un arte del gobierno y

una ciencia política, que surgen como resultado de su preocupación por defender la

creación de una república donde se garantice y se valore la libertad política de los

ciudadanos y gocen de una paz y justicia en su integridad. Estas máximas, aunque sean

en sí mismas violentas, lo cierto es que, según las interpretaciones pro-maquiavélicas, la

violencia o la crueldad, el engaño, la doblez, conocidos erróneamente como medidas

“maquiavélicas”, no es lo que este quiso transmitir, al menos en esta obra, sino más bien

1 El presente artículo corresponde al trabajo elaborado para la asignatura de las Cuestiones Avanzadas de

Política, impartida por la Prof. Dra. Dña. María Luisa Pro Velasco, en la Facultad de Filosofía de la UPSA,

curso 2018-2019.

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proporcionar herramientas que ayuden al príncipe en la preservación de su Estado ante

las amenaza.

Uno de los conceptos claves del pensamiento político de nuestro filósofo, al

menos en la obra que nos ocupamos: El Príncipe, es la virtus. Este concepto, aunque no

lo tratemos de forma explícita, en un apartado específico, sí que se encuentra plasmado

en cada una de las máximas que hemos recogido en este trabajo. La virtus es para nuestro

filósofo una suma de aptitudes, cualidades o habilidades que tienen que revestir al

príncipe para actuar según lo que exijan las condiciones y los tiempos. En otras palabras,

es la manera sabia de gobernar, en tanto que el modo de estar preparado para enfrentar el

cambio y la veleidad de la fortuna según lo que exija las circunstancias y los tiempos y, por eso

mismo, el mejor gobierno es el que se sustenta en la virtus.

El presente trabajo se ocupa de seis máximas, a saber: 1)- el fin justifica los

medios, 2)- la religión como instrumentum regni, 3)- la justificación de la mentira, 4)- ¿es

mejor ser temido que amado?, 5)- decidir por sí mismo, 6)- la generosidad y la clemencia.

Cuenta también con una valoración final. Para la elaboración del contenido, además de la

fuente principal: El Príncipe, contamos también con una bibliografía secundaria que nos

ayudará a profundizar en algunos de los temas o en los conceptos más relevantes.

1. “El fin justifica los medios”

La expresión, el fin justifica los medios, o que, al político le es lícito hacer aquello

que para los demás está prohibido no se encuentra, de modo explícito, en ninguna página

de la obra del florentino, El Príncipe2. Son sus consejos de cómo tiene que ser un príncipe

para conseguir y preservar un principado (Estado), las que hacen con que sus lectores

lleguen a dichas conclusiones.

2 A propósito de este mismo tema, Leonardo Rodríguez Duplá, en su discurso inaugural de la Festividad

de Santo Tomas de Aquino, en la Universidad Pontificia de Salamanca, en el año 2007, hizo una mención

respeto, citando a M. Viroli, en su obra: La sonrisa de Maquiavelo, que: ´Maquiavelo jamás ha enseñado

que el fin justifica los medios o que para el político es lícito hacer aquello que para los demás está prohibido:

ha enseñado que quien se propone realizar una gran finalidad –liberar un pueblo, fundar Estados, imponer

la ley y la paz donde reinan la anarquía y el arbitrio, o rescatar una república corrupta– no debe temer que

se lo considere cruel o avaro, sino saber llevar a cabo lo necesario para la obra´. RODRÍGUEZ DUPLÁ,

L., Maquiavelo y el maquiavelismo, Salamanca: UPSA, 2007, 14. Ciertamente Viroli habría tenido en

cuenta la exposición del capítulo XVII, en donde Maquiavelo habla de la Crueldad y la piedad. De si ¿es

mejor ser amado o ser temido?

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Según esta idea, el príncipe es juzgado y valorado, por los resultados alcanzados

por él. Asimismo, si tiene éxito en establecer y mantener su autoridad, los medios

empleados a tal fin “siempre serán considerados justos y alabados por todos, al vulgo lo

convencen las apariencias y el resultado de cada cosa”3. Por lo tanto, el príncipe

maquiavélico está libre de todo tipo de normas morales fijas, ya que lo más importante

no es la buena fama o ser bien visto, sino alcanzar el éxito en el gobierno del estado o

principado a toda costa, sobre todo en lo que dice respeto a su conservación. Porque un

príncipe si quiere mantener su fama de liberal se verá obligado a gravar con fuertes

impuestos al pueblo4, a ser exigente y a hacer todo lo que está a su alcance para conseguir

dinero, aunque luego esto traiga sus consecuencias desagradables para el príncipe: el odio

y el desprecio, cosas que aconseja severamente el secretario florentino evitar al máximo5.

Igualmente, el consejo sigue con más radicalidad aun, cuando el florentino afirma

que si se adquiere un territorio nuevo y si se quiere asegurar su nuevo dominio, se ha de

extinguir la línea de sucesión (la familia) del anterior príncipe, y Maquiavelo lo dice con

las siguientes palabras: “el conquistador que quiera asegurar sus nuevos dominios debe

asegurar que se extinga la línea de sucesión del anterior príncipe6. El consejo viene

fundamentado con el modelo de príncipes que han usado la misma estrategia para

conseguir y preservar el poder como es el caso de Borgoña, Bretaña, Gascuña,

Normandía, y muchos otros que el florentino sigue recogiendo en su texto en el cap. III

de El Príncipe7.

3 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, [introducción, traducción y notas de Francisco Javier Alcántara],

Barcelona: Planeta, 1983, [Cap. XVIII], 83-84. 4 Cfr. Ibid., [Cap. XVI], 74. 5 Cfr. Ibid., [Cap. XVI], 76 y Cap. XIX (de cómo el príncipe debe evitar al máximo el odio y del desprecio). 6 Ibid., [Cap. III], 10. Este modo de actuar “maquiavélico” no se encuentra solo en los líderes políticos

como podría ser un monarca o un jefe de estado. Lo podemos encontrar también en otros sectores de

liderazgos civiles, que aplicando la misma estrategia, desmontan o extinguen toda la máquina gubernativa

anterior para montar la suya, causando así el desempleo a personas que dependían de su trabajo para el

sustento de sus familias. Las razones son las mismas de las que aduce Maquiavelo, aunque no sean del

mismo rango: el temor contra las conspiraciones, para el caso del florentino. 7 Cfr. Ibid., [Cap. III], 9ss. Estos ejemplos ilustrativos que recoge el florentino de personajes que se

comportaron como lo aconseja para conseguir y preservar el poder a lo largo de la historia, nos llevan a

pensar que, el dicho “maquiavelismo” o “corriente maquiavélica”, que se resume en el engaño, en la

crueldad, en el exterminio o la doblez de los príncipes, es un fenómeno que viene muy lejos de los tiempos

de Maquiavelo mismo, es decir, no es un invento suyo, sino que son resultados de la historia política de su

entorno. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., Maquiavelo y el maquiavelismo, op. cit., 11-14. Pero, esta doctrina

maquiavélica de conseguir y preservar el poder político a cualquier precio, e incluso masacrando si hiciese

falta, ha continuado prevaleciendo hasta nuestros días y la historia nos da fe de ello, en Europa, en África,

en América del Sur y en Asia; éstos son algunos de los ejemplos, a saber: Adolfo Hitler (Alemania nazi),

Pol Pot (Camboya), Idi Amin (Uganda), Benito Mussolini (Italia), Augusto Pinochet (Chile), Saddan

Hussein (Iraq), Roberto Mugabe (Zimbabwe), entre otros. Todos estos dictadores han conseguido el poder

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En consecuencia, la expresión “el fin justifica los medios” se refiere más bien a la

“indiferencia de los medios” que el príncipe debe usar para conseguir y preservar su poder

gubernamental. Entre varios pasajes que podemos encontrar insinuada esta idea, es en el

capítulo XV donde parece estar recogida, aunque no del todo claro, cuando dice que:

“Quien quiera obrar en todo como hombre bueno, necesariamente fracasará rodeado de

malos, por lo que todo príncipe que desee conservar su autoridad aprenderá a poder ser

no bueno y después usará o no usará ese hábito, según dicte la necesidad”8.

2. La religión como un instrumentum regni

En el capítulo XVIII, Maquiavelo sostiene que:

Un príncipe, sobre todo un príncipe nuevo, no debe observar todo lo que hace que

los hombres sean tenidos por buenos, porque en ocasión, para defender su Estado,

necesitará actuar contra la lealtad, contra la caridad, la humanidad y la religión. […].

Gran cuidado del príncipe debe ser no proferir palabra que esté impregnada de las citadas

cualidades, y que quienes lo vean y oigan hallen todo piedad, todo lealtad e integridad,

todo humanidad y religión9.

Según el fragmento de nuestro texto, la religión queda, sin lugar a duda rebajada

al rango de un mero instrumento; es decir, es tratada como una realidad existente, pero

con una función meramente instrumental de cohesión social. En este sentido, se admitirá

el apoyo del Estado a la religión en la medida en que su práctica concurra a mantener el

orden del mismo. En este caso, es lícito a los ojos del secretario, favorecer su práctica. La

y lo han conservado a todo coste, es decir, al precio de ríos de sangre contra su propio pueblo. Igualmente

podemos aludir también a mi experiencia en Mozambique. Los líderes políticos de este país, de modo

concreto el gobierno y su partido, disfrazándose del nombre de la democracia, usan todas las fuerzas (la

virtus) a su alcance (león y zorra) para mantenerse en el poder. Este grupo sigue en el poder desde la

independencia del yugo colonial portugués, el 25 de junio de 1975 hasta en el momento, manteniéndose

bajo dicha “política maquiavélica”. Y para los que intentan acceder al poder sin ser del partido en el poder

corren el riesgo de ser exterminados, incluso para todas sus familias, sin que se haga ningún tipo de justicia.

Por lo tanto, esta “doctrina maquiavélica” de que “el fin justifica los medios” y su implementación sigue

siendo un fenómeno actual y, por lo tanto, digno de su estudio e investigación; no para adherirse a ella, sino

para conocerlo a fondo en todas sus formas de manifestación para luego saber cómo defenderse o defender

el pueblo en peligro y combatirlo siempre que necesario y las condiciones favorezcan. Cfr. RODRÍGUEZ

DUPLÁ, L., Maquiavelo y el maquiavelismo, op. cit., 41-42. 8 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit., [Cap. XV.], 72. 9 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit., [Cap. III], 83. La cursiva es nuestra propia.

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religión, entonces, viene a ser para Maquiavelo, una institución estatal fundamental que

debe servir para crear armonía en el Estado, y por consiguiente, estar al servicio del poder

mismo. No obstante, ella y la moral ya no valen por sí mismas, es decir, por su sentido

originario, sino por su función instrumental10, como hemos dicho más arriba.

Según Maquiavelo, el príncipe debe apoyarse en la religión, aunque sea falsa o no

crea en ella, desde que resulta útil para alcanzar y conservar el poder. Si no se es religioso,

al menos hay que aparentar serlo. Sobre el papel de la apariencia de la religión en la vida

política, Maquiavelo dice lo siguiente:

Lo que más necesita aparentar [el príncipe] es la virtud de la religión, porque los

hombres en general juzgan más por lo que ven que por lo que tocan; todos ven, pocos

sienten. Todos ven lo que pareces ser, pocos sienten lo que tú eres11.

En definitiva, el príncipe debe contemporizar con la diversidad religiosa y ser

tolerante según los intereses que pretenda alcanzar con el uso de la misma.

10 Cfr. ZULOAGO, Juan D., Maquiavelo y la ciencia del poder, Granada: Universidad de Granada, 2013,

63s. 11 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit, [Cap. XVIII], 83. Maquiavelo con su modo de considerar la

religión, primero rompe con la gran tradición iniciada por Sócrates, pasando por Aristóteles hasta San

Agustín, según la cual el ser humano para alcanzar su telos es necesario la práctica de las virtudes en el

marco de la convivencia ciudadana. Para Maquiavelo esto no deja de ser un fruto de la ciega necesidad. El

ser humano no está destinado a la práctica de virtudes, ya que él es un ser egoísta que solo persigue su

propia satisfacción. Así, lo confirma en el cap. XVII que “los hombres olvidan más fácilmente la muerte

de su propio padre que la pérdida de su patrimonio” (p.79). Por lo tanto, Maquiavelo se mueve, desde luego,

en el terreno del pesimismo antropológico, del que le hará excluir de su obra el concepto tradicional del “bien común”. Según él, todos estos conceptos son negativos para la fundación y conservación del Estado,

porque en el origen del mismo es inevitable el uso de la violencia. Uno de los motivos que llevan al

secretario florentino rechazar esta tradición es que estaba asociada a la religión cristiana, entonces

contaminada por la filosofía griega y por los intereses papales. Por esta razón Maquiavelo hace duras

críticas a la religión misma, su moral, e incluso su Libro Sagrado (la Biblia). A pesar de sus críticas, muchos

no ven en su obra la presencia de un paganismo, ya que el paganismo es una forma de sentimiento y el

florentino era ajeno al sentimiento. De ahí que opte por un tipo de religión sin sentimiento, es decir, aparente

e instrumental, que solo sirve para alcanzar los intereses del poder político, tal como fue utilizada en el

imperio romano, que era buena por contribuir a mantener el orden social, y no por su valor intrínseco de

religiosidad. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., Maquiavelo y el maquiavelismo, op. cit., 25-27.

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3. La justificación de la mentira

Sobre la cuestión de la justificación de la mentira que ha de proferir el príncipe a

la hora de actuar, Maquiavelo dice como sigue:

El príncipe, por lo tanto, ni puede ni debe cumplir la palabra dada si eso le

perjudica y si desaparecieron los motivos de su promesa. Si todos los hombres fueran

honestos, este principio no sería válido, pero como son perversos y no mantienen lo que

prometen, tampoco uno debe mantenerlo. Ni faltaron nunca al príncipe razones

suficientes para justificar su inobservancia12.

El ideal de la Ética y la política hasta Maquiavelo era que un príncipe debería ser

honesto y bueno. Pero, Maquiavelo, en el texto citado, concibe la forma de actuar del

príncipe de un modo totalmente diferente de lo habitual hasta entonces. Según él, hay

ocasiones en que es mejor para el príncipe decir mentiras, disimular, engañar o utilizar

cualquier tipo de artimañas e incluso asesinar, si hace falta, a los enemigos, con tal que

se mantenga a salvo su principado. En otras palabras, el príncipe puede faltar palabra

dada, porque lo más importante es mantenerse en el poder.

Asimismo, según las circunstancias, el príncipe ha de reunir también en su persona

las cualidades de la bestia, más particularmente las del fuerte león y las del astuto zorro.

Para las tareas de gobierno, el príncipe se ve obligado muchas veces a usar estas dos

cualidades. Unas veces de león (fuerte y aterrador) y otras de zorra (astuta, hábil en

detectar trampas), según lo que exigir las circunstancias del momento. Pero, el uso de

unas sin las otras no suele producir efectos durables, por lo que es conveniente el uso de

las dos cualidades, según las circunstancias13.

Lo que nos ofrece en esta máxima es la convención del uso, por parte del príncipe,

de la doblez en el sentido de que el príncipe ha de aprender a ser bueno unas veces y malo

otras, según lo requiera las circunstancias. Esta capacidad que ha de revestir a un príncipe

12 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit., [Cap. XVIII], 82. 13 “Visto que el príncipe debe conocer bien el uso de la bestia, es mejor escoger como modelos la raposa y

el león; porque el león no sabe defenderse de las trampas y la zorra no se defiende de los lobos. Por lo tanto,

hay que ser raposa para conocer bien las trampas y león para infundir terror a los lobos”. Ibid., [Cap. XVIII],

81-82; Cfr. RODRIGUEZ DUPLA, L., Maquiavelo y el maquiavelismo, op. cit., 30.

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para actuar según lo exijan las circunstancias del momento está la verdadera virtud14 del

gobernante.

Por lo tanto, el mejor gobernante es el que no revela sus intenciones, sino que actúa

improvisándolo todo, según las circunstancias. Una de las razones del por qué el príncipe

debe actuar de este modo es porque él está siempre rodeado de enemigos que deben ser

combatidos usando de todos los medios que estén a su alcance. En definitiva, el príncipe

debe faltar a la fe jurada y romper el acuerdo, si las circunstancias lo exigen para poder

salvaguardar su Estado.

4. Mejor ser temido que amado

En la controversia que se plantea para un príncipe, entre si es mejor ser amado que

temido o viceversa, Maquiavelo resuelve el dilema del siguiente modo:

Mi respuesta es que convendría lo uno y lo otro; más ya que es difícil reunir

ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado, si ha de faltar una de ellas.

Porque de la inmensa mayoría de los hombres puede decirse que son ingratos, volubles,

engañosos, deseosos de evitar peligros y ansiosos de ganancias15.

14 Lo primero que importa decir de este concepto (virtus) en la filosofía política de Maquiavelo es su

ambigüedad, es decir, es un concepto poco oscuro. Unas veces parece apartarse totalmente de su sentido

clásico, otras atenerse a él, lo cual permite oscurecer en parte la valoración que le merece la conducta de

los hombres. En todo caso, la virtus a la que tanto hace referencia Maquiavelo, al menos en esta obra, como

es el caso de nuestra cita, tiene mucho que ver con el ejercicio de aptitudes políticas del parte del príncipe,

es decir, el actuar según lo exijan las circunstancias y los tiempos, vistas a la preservación del Estado, del

orden, de la ley, de la justicia, de la paz, etc. Cfr. MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit., [Cap. VI], 25

y 26; [Cap. XXIV], 114. Para este filósofo, la virtud del hombre político (príncipe) se acredita en la suma de sus aciertos, negando así el fracaso irremediable. Lo que hay que matizar de este concepto en Maquiavelo

es que no pretende, de ningún modo, cancelar los valores morales con la preeminencia de los políticos. El

modo en que él lo utiliza está vinculado al ordenamiento y la conservación del Estado (principado), ya que

no puede llamarse virtud, por ejemplo, el asesinar a los ciudadanos, traicionar a los enemigos, no tener ni

buena fe, ni piedad, ni religión, etc, porque en tales condiciones puede conquistarse el imperio y no la

gloria. Cfr. Ibid., [Cap. VIII], 40. Véase también la amplia explanación del mismo tema en A. AROCENA,

L., El maquiavelismo de Maquiavelo, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975, 47-49. En definitiva, la virtus

es, para Maquiavelo, el estar preparado para enfrentar el cambio y la veleidad de la fortuna; es decir, el

estar al tanto para poder actuar con prontitud, según lo que exija las circunstancias y los tiempos. 15 MAQUIAVELO, N., El Príncipe, op. cit., [Cap. XVII], 78.

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Para el florentino, el ser humano no está destinado a la vida virtuosa, como

entiende la tradición, sino más bien al egoísmo, es decir, está destinado a perseguir su

propia satisfacción. Estamos, pues, ante un pesimismo antropológico.

El florentino presenta en el texto dos alternativas del dilema y descarta cualquier

hipótesis intermedia: o ser amado o ser temido. Lo mejor sería ser temido y amado a la

vez; no obstante, eso es difícil de conseguir. Siendo así, en caso de elegir una de las dos,

mejor sería ser amado que ser temido. Pero, para los efectos de gobierno, mejor es ser

temido que amado, porque si te temen, estarán demasiado asustados para traicionarte.

Mientras que si te aman te arriesgas a que te abandonen cuando las cosas no vayan bien.

Más adelante del texto que acabamos de citar, Maquiavelo se dedica a explicar las

razones por las que es mejor ser temido que ser amado. La primera razón justificativa

descansa en el temor de ser odiado el príncipe: “el príncipe debe hacerse temer de tal

modo que, si no se gana el amor de sus súbditos, al menos evite su odio”16. La segunda

consiste en la unidad y en la disposición de acción: “Cuando el príncipe vive con sus

soldados y dirige un ejército, por fuerza debe dar poco peso a que se le llame cruel. Porque

sin esa fama es imposible tener un ejército unido y dispuesto a la acción”17. Como

podemos ver, está en juego la unidad y la disposición de los súbditos, y por miedo al

castigo hará que los súbditos se mantengan fieles al príncipe.

5. Decidir por sí mismo

Para nuestro filósofo no es propio de un buen gobernante dejarse guiar o hacer

deliberaciones por la opinión de sus consejeros. Lo propio y aconsejable para un príncipe,

en las materias de gobierno, es seguir su propio juicio, es decir, deliberar por si solo; pero

después de haber oído las opiniones de sus consejeros, y lo dice como sigue:

[...] un príncipe inteligente debe encontrar un tercer modo, eligiendo para el

gobierno hombres prudentes y solo a ellos debe concederles que le hablen sinceramente

y solo de lo que él les pregunta y no de otras materias. Pero debe preguntarles de todo y

oír sus opiniones, con lo que después decidirá a su manera. […] Y fuera de esos hombres

de confianza, no debe escuchar a otros; mejor es que tome una decisión y se mantenga

16 Ibid., [Cap. XVII], 79. 17 Ibid., [Cap. XVII], 79.

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firme en ella. […] un príncipe debe pedir consejo, pero cuando él quiere y no cuando lo

desean los demás18.

Es obvio que Maquiavelo no descarta la idea de tener consejeros en el ejercicio

del gobierno; es necesario tenerlos, pero estos han de ser buenos, es decir, prudentes.

Frente a ellos, el príncipe tiene la tarea de escucharles atentamente la verdad que digan.

Pero solo han de ser a estos hombres sabios elegidos y nadie más podrá permitir emitir

algún tipo de consejo. Asimismo, dichos consejeros deben decir sus opiniones solo

cuando son solicitados para ello y no cuando ellos quieran. El buen príncipe, después de

escucharles, tomará la decisión que le parezca conveniente, tanto si viene de ellos como

si proviene de sí mismo. Pero la tomará sin decirles cuál, por lo que ellos y los súbditos

verán sólo en la acción la decisión tomada por el príncipe. En definitiva, el príncipe debe

deliberar por sí mismo, es decir, ha de tomar la decisión que más le parezca más

convincente por sí mismo.

6. La generosidad y la clemencia

En el capítulo XIX de El príncipe, Maquiavelo se dedica a describir ejemplos de

príncipes, que, a lo largo de la historia política, han sido generosos, otros que no lo han

sido; unos que han sido clementes y otros crueles para fundar un nuevo Estado y su

conservación, para luego tomar a uno de ellos como modelo para el príncipe.

Para el florentino, el príncipe ha de observar siempre la generosidad y la clemencia

a la vez, para poder equilibrar la gobernación, es decir, la observación ha de ir de mano a

mano entre el pueblo y el ejército. Pero si le torna difícil satisfacer a los dos, mejor

satisfacer al ejército que al pueblo, ya que los soldados tienen más poder que el pueblo19.

Maquiavelo elogia la crueldad cuando ésta sirve para fundar y mantener el orden

en el estado. Para el florentino, los hechos de Severo, de ser un león ferocísimo y una

astuta raposa, temido y reverenciado por todos20, encarnan perfectamente el modelo del

18 Ibid., [Cap. XXIII], 110-111. 19 Cfr. Ibid., [Cap. XIX], 95. 20 Cfr. Ibid., [Cap. XIX], 93.

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príncipe que debe tomar para fundar su Estado21; y la crueldad de Marco Aurelio22

acciones “convenientes para la conservación de un Estado ya organizado y firme”23.

Por lo visto en las páginas de este capítulo XIX, Maquiavelo no justifica la

crueldad por ella misma, es decir, la crueldad en sí, por el mero afán de ella, sino que está

de fondo la idea de deseo de fundar un Estado y conservarlo, de modo que pueda reinar

la paz. Tal es el caso del elogio de la actuación aparentemente cruel de César Borgia que

para Maquiavelo queda justificada por el mero hecho de que dicha actuación sirvió para

traer paz a la Romaña24.

En definitiva, Maquiavelo es un hombre que anhela que los Estados de los

príncipes pueda reinar la paz. Si el lograrla fuese difícil, entonces se justificará el uso de

la violencia en la dosis precisa, ni más ni menos. Fuera de estas condiciones, la violencia

en los Estados fundados queda extremamente rechazada.

7. Valoraciones finales

Es propio de la investigación que, al final de una reflexión, se haga una

recapitulación sobre el camino recorrido. Siendo así, lo primero que hemos de señalar es

que todas éstas y las demás máximas que son recogidas en El Príncipe no son exclusivas

del florentino, sino que son resultado de historias de personajes conocidos por él, tanto

remotos como recientes. Estos últimos, estuvieron protagonizados por personas a las que

él mismo habría conocido durante su carrera diplomática de la Europa de su tiempo.

A pesar de los innumerables ejemplos de crueldad o inmoralidad como medios

estratégicos que parecen caracterizar el pensamiento de Maquiavelo, se puede encontrar

en el fondo una gran preocupación por el bien de la república; es decir, por la virtud de

los ciudadanos y por la defensa de la libertad de los mismos. En este sentido, el

pensamiento y la actividad política del florentino son, sin lugar a dudas, positivos; por lo

que no admitiría nunca sacrificar la libertad de los ciudadanos para mantener el poder.

Esta apreciación es la que sostiene también Del Águila en su artículo sobre el

maquiavelismo: “Maquiavelo quiere ciudadanos virtuosos, capaces de inteligencia

práctica, de coraje, de prudencia cuando ésta es necesaria, de determinación cuando ésta

21 Cfr. Ibid., [Cap. XIX], 96. 22 Cfr. Ibid., [Cap. XIX], 90-91. 23 Ibid., [Cap. XIX], 96. 24 Cfr. Ibid., [Cap. VII], 33s.

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las circunstancias la exigen, de un saber y un actuar llenos de virtus, aunque ésta esté lejos

de la virtud cristiana”25. En el fondo, nuestro filósofo reivindica un realismo político. Él

rechaza tanto las utopías como el idealismo como formas de poner remedio a la situación.

Por último, hemos de señalar que con Maquiavelo estamos ante un pensador que

puede ser considerado como el fundador de la filosofía política moderna, aunque algunos

descarten esta afirmación. Su pensamiento y su obra, El Príncipe, reflejan perfectamente

el panorama fiel de cómo funcionaba realmente la política de su tiempo y cómo funciona

ahora, según la situación actual de la política a nivel mundial. Por lo tanto, su pensamiento

y su obra vienen a ser un punto de inflexión entre generaciones, desde la suya y la nuestra

ya que dice siempre cosas que tocan a la realidad de generación, y en particular, a la

nuestra.

No queda duda de que Maquiavelo es un autor o pensador muchas veces mal

interpretado por muchos, al buscarse en él lo que uno quiere encontrar y no el mensaje o

el espíritu que está por detrás de su pensamiento. En consecuencia, su obra y su

pensamiento constituyen un conjunto de reglas para el estado de necesidad o tiempos de

crisis política, en relación a la postura que el gobernante, no necesariamente el de su

tiempo, tiene que tomar para salvaguardar los intereses del Estado.

Bibliógrafa

A. AROCENA, L., El maquiavelismo de Maquiavelo, Madrid: Seminarios y Ediciones,

1975.

DEL ÁGUILA, R., “Maquiavelismo: el modelo de la estrategia en Maquiavelo”, en: FORTE, Juan Manuel – LOPEZ ALVAREZ, P., (Eds.), Maquiavelo y España. Maquiavelo y

antimaquiavelismo en la cultura española de los siglos XVI y XVII, Madrid: Biblioteca Nueva,

2008, pp. 61-69.

MAQUIAVELO, N., El Príncipe, [introducción, traducción y notas de Francisco Javier

Alcántara], Barcelona: Planeta, 1983.

RODRIGUEZ DUPLA, L., Maquiavelo y el maquiavelismo, Salamanca: UPSA, 2007.

ZULOAGO, Juan D., Maquiavelo y la ciencia del poder, Granada: Universidad de

Granada, 20

25 DEL ÁGUILA, R., “Maquiavelismo: el modelos de la estrategia en Maquiavelo”, en: FORTE, Juan

Manuel – LOPEZ ALVAREZ, P., (Eds.), Maquiavelo y España. Maquiavelo y antimaquiavelismo en la

cultura española de los siglos XVI y XVII, Madrid: Biblioteca Nueva, 2008, pp. 61-69, 66.

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EL ARTE COMO VOCACIÓN ESPECIAL

Alumno: Elquin Eleazar Pérez Santos

Universidad Pontificia de Salamanca

[email protected]

“Nadie mejor que vosotros,

artistas, geniales constructores de

belleza, puede intuir algo

del pathos con el que Dios, en el alba

de la creaciónn, contempló la obra de

sus manos”1.

Con estas palabras el papa Juan Pablo II empieza su carta dirigida a todos aquellos

que tienen el talento de proporcionar al género humano alegrías y sentimientos de

valoración con respecto al arte que se desprende de ellos mismos. No obstante, según el

papa, este arte y su capacidad de producirlo, son producto de esa participación creadora

de Dios. Que el artista depende en cierto modo de esa genialidad artística divina,

contemplada en la creación. En efecto, se trata de una vocación, una llamada, que gira

entorno a ese don gratuito entregado por Dios a los hombres. Por tanto, no se entiende

que el artista, más aún si es creyente, olvide esta condición (don gratuito) y trate de

mostrar como casualidad el hecho de poder producir algo y que ese algo, en cierto modo,

sea bello.

En el plano artístico no cabe duda que estamos viviendo un periodo donde la

inmediatez es el requisito necesario para alcanzar estabilidad social y renombre.

Deseamos que las cosas sucedan ya, y rápido, sin importar qué es lo que está detrás de

todo proyecto humano, y de toda obra que consideramos como artística. Es por eso que

cabe hablar de una pérdida de conciencia sobre la raíz de las cosas, desplazada por una

ensimismada concentración en los frutos de cualquier manifestación artística. Y que esos

frutos como la fama, estatus, etc. nos alejarían de la verdad y origen de nuestro ser

creativo.

1 Juan Pablo II. Carta a los artistas. Vaticano, 4 de abril de 1999. En: https://goo.gl/4MRzS7.

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Desarrollo

Tenemos claro de que gracias a la Revelación las cosas acerca del sentido y vida

del hombre se han ido esclareciendo. Porque aquélla, “se ha dado para ayuda del hombre.

Por su medio, directa o indirectamente, se ha cambiado la faz del pensamiento humano”2.

Y gracias a la Revelación, el hombre puede descubrir muchos y tantos enigmas que han

marcado toda su existencia antes de la muerte. Uno de esos misterios es descubrir que

nuestra existencia y ser proviene de nuestra participación de ese Ser Divino que nos llamó

a existir. Pues, “la omnipotencia creadora llama a las cosas por su nombre cuando aún no

son para que se hagan patentes en el ser”3; de modo muy especial, la vida humana. Hechos

de un molde distinto a cualquier otra creatura; somos hechos a imagen y semejanza de

Dios4. Por tanto, somos llamados a existir, a ser, esa es nuestra primera vocación.

Unida a esta noble vocación a la existencia, podremos decir que el hombre es el

único ser en la tierra capaz de asombrarse “del ancestral poder de los sonidos y de las

palabras, de los colores y de las formas”5, por la condición indeleble de ser imagen de

Dios. Pues, nos admiramos de su obra descubriendo en ella como la resonancia de aquel

misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en

cierto modo asociaros. Y que, de alguna manera, podamos ser nosotros artífices y

coadjutores de su creación. Esta es una segunda vocación, el hecho de que Dios nos llama

para ser partícipes en la creación empezando por dar nombre a cada uno de las creaturas

a las que Dios crea de la nada6. No obstante, antes de continuar, debemos preguntarnos

¿Cuál es la diferencia entre ‘creador’ y ‘artífice’? ¿Cómo lograr entender estos términos?

En efecto, “el que crea da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada —ex nihilo sui et

subiecti, se dice en latín— y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo

del Omnipotente”7. Es decir, esta propiedad es absoluta y únicamente de Dios y solo Él

es capaz de dar el ser o lo que no es. Pero es verdad que también Dios es artífice, en el

sentido más original y propio. Es decir, Dios al crear hizo las cosas tan bien hechas que

merecen admiración y adoración de parte nuestra. Como dice el texto sagrado, después

2 LOBATO A., Ser y Beleza, Barcelona: Herder, 1965, 40. 3 Ibid., 41. 4 Gén 1,26. 5 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op. cit., 45. 6 2 Mac 7, 28 . 7 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op. cit., 50.

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de crear “…vio Dios que todo era bueno”8. Este adjetivo ‘bueno’ en el texto genuino

(hebreo) que fue escrita la Biblia, aparece el término tôb9, que puede ser traducida

indistintamente por las palabras griegas kalos y agathos, bello y bueno. Es por esta razón

que podemos decir que Dios es el Primer Artífice, porque hace de la creación una obra de

arte, perfecta e inspiradora.

Ahora bien, Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de

ser artífice. Es más, “en la ‘creación artística’ el hombre se revela más que nunca ‘imagen

de Dios’ y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda ‘materia’ de la propia

humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea”10.

En efecto, cuando se habla del hombre como ‘creador’, solo se le puede atribuir esta

potencia en sentido lato. Puesto que, en stricto sensu, le pertenece solamente a Dios. Sin

embargo, es el hombre que cumple en modo capital la analogía figurativa divina. Es lo

que vemos de modo concreto en un versículo del Génesis (1,27)11. Recordemos también

que, “la cualidad estética de la creación, expresada a través del reiterado uso del

adjetivo tôb que indica lo ‘bello-bueno', tiene –según el Génesis– en la creatura humana

su ápice: ésta, en efecto, no es solamente tôb, sino tôb me‘ôd, es muy bueno”12, e incluso,

muy bello, según como se traduzca.

El hombre es por esencia imagen de la Belleza Divina en el momento de la

creación. Y por tanto, es en ese momento creatorio que “el Artista divino, con admirable

condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente,

llamándolo a compartir su potencia creadora”13. De modo que podemos decir que, el ser

humano participa de esa cualidad artística que le viene de Dios, claro está salvado las

distancias como dice san Nicolás de Cusa: “El arte creador, que el alma tiene la suerte de

alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una

comunicación y una participación del mismo”14. Por este motivo, llamamos al hombre

creador artístico. Y es a partir de aquí, que hablaremos un poco sobre la tercera llamada

o vocación del hombre; es decir, el ser un artista que plasma su creatividad en los

diferentes artes conocidos.

8 Gén 1,31. 9 La versión griega de los Setenta expresó adecuadamente este aspecto, traduciendo el término tōb (bueno)

del texto hebreo con kalón (bello). 10 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op., cit., 50. 11 Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. 12 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op. cit. 50. 13 Ibid. 14 DE CUSA N., Dialogus de ludo globi, Lib. II: Philosophisch-Theologische Schriften, Viena, 1967, III,

332.

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No todos estamos llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra, tal

como ahora el mundo lo entiende. “Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada

hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer

de ella una obra de arte, una obra maestra”15. He aquí nuestro dilema; por una parte

sabemos que tenemos la capacidad de hacer cosas artísticas a partir de otras cosas externas

a nosotros. Pero por otro lado sabemos, que podemos hacer de nuestra vida y conducta

una verdadera pieza artística donde muchos podrán ver nuestra belleza moral sobretodo.

Sin embargo, siendo ésta nuestra tercera vocación divina, producir cosas bellas interior y

exteriormente, es una situación seria y complicada, porque lleva consigo una cuestión que

es relevante para toda la humanidad, sobre todo en la historia del arte en especial. Es

decir, ¿Cómo producir cosas bellas si se lleva una vida que no es bella, es decir, inmoral?

Si bien es cierto, este tema es de suma importancia, sin embargo, su desarrollo conlleva

un profundo estudio que alejaría nuestro primer proyecto que es reconocer la vocación

divina en el hombre de poder hacer cosas artísticas. Solo desde nuestra perspectiva y

objetivo vamos a resolver cierta cuestión polémica de la adecuación de la belleza interna

y externa.

Es importante, dice el papa Juan Pablo II, “entender la distinción, pero también la

conexión, entre estas dos facetas de la actividad humana. La distinción es evidente. En

efecto, una cosa es la disposición por la cual el ser humano es autor de sus propios actos

y responsable de su valor moral, y otra la disposición por la cual es artista y sabe

actuar según las exigencias del arte, acogiendo con fidelidad sus dictámenes

específicos”16. Razón por el cual, el artista puede producir objetos. Pero esto, no tiene

nada que ver con sus disposiciones morales. Pues, no se trata de realizarse uno mismo, ni

de formar la propia personalidad, sino solamente de poner en acto las capacidades

operativas, dando forma estética a las ideas concebidas en la mente.

Es importante distinguir estas dos facetas de la actividad humana. Pero más aún,

es de suma relevancia establecer la conexión entre ambas. Pues éstas se condicionan

hondamente de modo recíproco. “En efecto, al modelar una obra el artista se expresa a sí

mismo hasta el punto de que su producción es un reflejo singular de su mismo ser, de lo

que él es y de cómo es.”17 Por consiguiente, la obra de arte que produce el ser humano

sigue manteniendo el sello original de esa vocación divina en la creación, la de ser icono

15 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op. cit., 55. 16 Ibid. 17 Ibid.

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de Dios; de ese Dios que es ‘El Artista’ por excelencia y que el hombre comparte de algún

modo esa potencia de hacer cosas bellas porque él mismo es bello, más aún, tôb me’ôd

(muy bello18), cumbre de la creación de Dios. Y esta conexión entre la vida moral y arte

se confirma de algún modo a lo largo de la historia humana. Pues, “basta recordar cuando

un artista plasmaba una obra maestra, no sólo da vida a su obra, sino que por medio de

ella, en cierto modo, descubre también su propia personalidad. En el arte encuentra una

dimensión nueva y un canal extraordinario de expresión para su crecimiento espiritual”19.

En el artista, las mismas obras que logra plasmar son fuente de comunicación con los

otros. En efecto, es a través del arte como es que se manifiesta ante el resto del mundo y

se da a conocer tal como es. Por ello, “la historia del arte, no es sólo historia de las obras,

sino también de los hombres. Las obras de arte hablan de sus autores, introducen en el

conocimiento de su intimidad y revelan la original contribución que ofrecen a la historia

de la cultura”20.

Por lo visto la conexión entre la disposición moral y el arte es vital y decisivo en

la vida del hombre creyente. Por lo menos dentro del pensamiento católico, es difícil que

estas dos dimensiones estén desasociadas. Porque como se dijo antes, el hombre al ser

imagen de Dios por exclusión, es además la criatura más bella y buena que se ha visto en

la faz de la tierra. Y por tanto, tiene la capacidad artística de hacer reflejar esa imagen

interna y sello divino en todas las obras que produce e incluso en la misma vida. Desde

esta perspectiva, se logra entender que las obras maestras de muchos artistas cristianos de

los primeros siglos de la historia de la Iglesia guardan esta relación donde el hombre ha

sabido demostrar la belleza interna a través de la creación artística. Tomemos aquí uno

de los tantos aspectos que podemos ver en el ejemplo clásico de los Iconos del

cristianismo Bizantino que en cierto modo son la plenitud de toda comprensión del arte

como reflejo del alma enamorada de su Creador, y por tanto un arte sublime. En efecto,

esta conexión, belleza artística como prolongación de la belleza interior (moral), propone

entender y configurar el mundo desde el arte, proporcionando aquellos materiales que

pueden servir para elaborar una teoría estética integral. Donde la vida moral del hombre

debe ser lo equitativamente proporcional al arte que desea plasmar a través de los cosas.

En conclusión podemos decir que nadie está cerrado a la vocación artística, puesto

que ésta es parte constitutiva de nuestra ser como imagen de Dios. Es una potencia por

18 Gén 1, 31ª 19 Juan Pablo II. Carta a los artistas, op. cit. 57. 20 Ibid.

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desarrollar y descubrir. No obstante, sin olvidar que esta facultad es pura gratuidad divina.

Y que solo una constante vida moral nos dará las herramientas necesarias para producir

un verdadero arte, que no brota de la banalidad y vacuidad del espíritu sino de una

auténtica armonía interior.

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LA TEORÍA DE LA BELLEZA EN EL ICONO DE JESUCRISTO

Raschid Vargas Umaña

Universidad Pontificia de Salamanca

[email protected]

Introducción

La manifestación del ser en el aparecer se ha convertido en una línea de

pensamiento estético que no preparaba asumir. El desarrollo de la reflexión filosófica

sobre la belleza se debate con el pensamiento común que asume lo estético como

superficial y secundario, el arte como práctica sin teoría, y la estética de lo sagrado como

lujo innecesario. En este contexto planteo el tema tradicional de la belleza enfatizando el

camino filosófico que conduce a la reflexión teológica sobre la Encarnación y su

respectiva Iconografía, la experiencia estético-mística ante los iconos y la reflexión en un

actual documento de la Iglesia Católica sobre la senda de la belleza.

Aunque esta reflexión está enraizada en la consulta de muchos teólogos es una

disertación con un objetivo filosófico claro: la experiencia de la belleza como un

encuentro del Ser en el aparecer, una experiencia radical.

“El resplandor”: Doctrina tradicional de la belleza

La filosofía tradicional al tratar de la belleza recurre al concepto de resplandor o

esplendor. Platón considera la belleza arquetípica como fuente de las bellezas participadas

“Belleza en sí, enteramente pura, sin mezcla... divina y coesencial consigo misma...”1. De

la tradición platónica se sirve Dionisio Areopagita cuando trata a la belleza como nombre

de Dios y define lo bello como supersustancial y Belleza de modo absoluto que envía

sobre todas las cosas dones embellecedores de su propia irradiación fontal. Santo Tomás

de Aquino seguirá la misma línea diciendo que Dios transmite la belleza, en cuanto que

1 Platón, Banquete 211 B. Citado en: SÁENZ, A., El Icono esplendor de lo sagrado, Mexico, Ediciones

Glaudius. IV Edición, 2004, 204.

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es “causa de la armonía y de la claridad”2 en todas las cosas. El Aquinatense realizará un

énfasis en el tema de la claridad o esplendor:

Cómo Dios es la causa de esta claridad, lo muestra diciendo que Dios envía sobre

cada criatura, junto con cierto fulgor (quodam fulgore) una entrega de su

irradiación (radii) luminosa, que es la fuente de toda luz; y éstas fulgurantes

entregas (traditiones) han de entenderse como una participación de semejanza; y

estas entregas son embellecedoras (pulchrificae), es decir, son las que hacen la

belleza que está en las cosas3.

Santo Tomás avanza hasta el punto de que Dios es Luz y emite sus rayos sobre las

cosas haciéndolas participar de su semejanza y la perfección del ser es el resultado de la

producción de una semejanza de la divina belleza en las cosas. Luego en la Suma de

Teología el doctor Angélico relacionará la claritas con la Transfiguración, afirmando que

la claridad que Cristo asumió al transfigurarse fue la claridad de la gloria como un

adelanto de la gloria de la Resurrección4. Con este filón filosófico pretendo afirmar la

belleza de los iconos enraizada desde una filosofía primera, pues como afirma Etiénne

Gilson “el esplendor de una pintura es el de una materia que está en una especie de estado

de gloria, elevado por el arte del hombre a la condición de objeto puro de conocimiento”5,

aún más, el icono como pintura sagrada manifiesta el ser en el aparecer de su belleza.

2 DE AQUIN, Santo T., In Div. Nom. c. IV, Icct. 5, n.333. Citado en: SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 207. 3 Ibid., 208. 4 Cfr. SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 208-209. 5 GILSON, E., Pintura y realidad, op. cit., 43. Citado en: SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 211.

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El aparecer del ser en la encarnación

La Encarnación es un concepto de cuño cristiano aplicado en lo común sin muchos

miramientos y con muchas imprecisiones. No obstante, la idea de fondo se conserva:

hacer visible y palpable algo invisible e inasible. Supone además la noción dinámica de

engendramiento, dar a luz manifestando algo inconcreto (una idea imaginada) en lo

concreto y real. Por tanto, debemos destacar la profunda necesidad antropológica de hacer

experiencia, una experiencia que asume lo invisible desde lo visible, lo imaginado desde

la imagen. En el campo de la reflexión filosófica estética, podemos trasladar estos

criterios colocándola como un momento de la filosofía primera al ocuparse de la

dimensión estética de la vida humana como inseparable de la dimensión estética de la

realidad a la que la experiencia humana se abre, pues “la experiencia es la apertura misma

al ser en todas sus dimensiones, a la vez que la matriz fundacional de la vida del hombre”6.

La apertura al ser en todas sus dimensiones en el trasfondo cristiano, en su

reflexión propia como teología, se puede plantear desde el concepto Encarnación

asociado con la palabra y la imagen, aún más, utilizadas las palabras verbo e icono con

aplicaciones únicas, como san Juan Damasceno lo dice: “Primero fue el mismo Dios

quien engendró a su Verbo, el Hijo unigénito, vivo Icono suyo, Icono natural, en modo

alguno discrepante de su eternidad. Luego hizo al hombre a imagen y semejanza suya...

Era futuro que el Hijo y Verbo invisible de Dios se volviera hombre, se copulase a nuestra

naturaleza, se hiciese visible en la tierra”7. Nos colocamos ante una Imagen-Icono eterno

y llamado natural en el ámbito de la divinidad que tiene continuidad esencial en el ámbito

del aparecer. San Teodoro Studita afirma esta posición al decir: “El ser ilimitado

pertenece a la esencia de Dios, el ser limitado, a la esencia del hombre; y Cristo consta de

ambas cosas”8. Se define la experiencia fundacional cristiana en relación con un Icono

visible del Invisible, diría san Juan: hemos “visto y oído” (I Juan 1,3)9.

Nos sale al paso una objeción desde el fundamento de la revelación bíblica.

Jesucristo en el evangelio según San Juan 20,29 le dice a Tomás: “Dichosos los que no

han visto y han creído”. En los versículos siguientes parece contradecir el argumento el

mismo autor al escribir: “Jesús realizó en presencia de sus discípulos otros muchos signos

6 TIRADO SANJUAN, Victor M., Teoría del Arte y la belleza en Platón y Aristóteles. La idea de la

estética, Madrid, Ediciones Universidad San Dámaso, 2013, 20. 7 De imaginibus oratio III, 26: PG 94, 1345. 8 Antirrheticus III, 1, 3: PG 99, 392. 9 Biblia de Jerusalén, Descleé de Brower. 1996.

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que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis” (Juan 20,30-

31). Parece trasladarse la visión a la escucha, la mostración a la demostración. Sin

embargo, la Escritura según los criterios del Magisterio católico no se interpreta desde

textos aislados sino desde sus contextos. En el contexto del tema teológico de la fe como

audición-visión, como experiencia de la Palabra y el Icono, podemos responder a la frase

“dichosos los que creen sin haber visto” con otra frase bíblica que ilumina su sentido

“Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), así se traslada

el problema de la experiencia de Dios en la fe de la manifestación a la incapacidad de

apertura de Tomás, de la situación objetiva de la Revelación a la condición subjetiva del

creyente. Creer sin ver refiere a la situación de quienes creerán después de su

Encarnación. La dificultad ha surgido de una interpretación de la situación desde el

contexto judío veterotestamentario que concibe la experiencia de Dios como experiencia

de la Palabra, cuando en el Nuevo Testamento la importancia de la Palabra se mantiene

pero al nivel de la plenitud de los tiempos bajo la manifestación visible de la Encarnación,

la plenitud de los tiempos ha ingresado en la historia, y así “podría decirse que el rasgo

distintivo del Nuevo Testamento es el lazo estrecho que media entre la palabra y la

imagen”10. En efecto, Cristo ha querido hacerse “contemporáneo” de todas las

generaciones, y la sigue presente al oído de la Iglesia a través de la palabra y a la vista

mediante los iconos. San Juan Damasceno lo expresa así: “Aquel que no puede ser visto,

tomando carne se ofreció para ser mirado; haz entonces su imagen. A Aquél que

existiendo en forma de Dios... revistió la figura del cuerpo...; exprésalo entonces en tablas,

muéstralo claramente para que se mire, muéstralo a Aquél que quiso ser mirado”11.

En el segundo Concilio de Nicea (787 d.C.) la Iglesia católica parece sustentar

este argumento: “La representación por la imagen reproduce la narración evangélica y

ésta desarrolla a aquella; ambas son buenas y preciosas. La una esclarece a la otra”12.

Interpretamos que la pintura es una especie de predicación y la predicación es una especie

de pintura y cerrarse a la imagen equivale a cerrarse a la palabra.

Ananda Coomaraswamy, desde la perspectiva de la filosofía cristiana del arte,

escribe que toda revelación del misterio incluye el descubrimiento y la ocultación, hay

una mostración del misterio, pero subsiste el misterio y trasciende al que lo contempla,

10 SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 144. 11 De imaginibus oratio III, 8: PG 94, 1328-1329. 12 MANSI, T. XIII, col., 269.

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pero acota que no se revela a los sentidos físicos13. No obstante, asumo la posición de

Santo Tomás de Aquino quien, en el marco del conocimiento de la verdad y la belleza, se

ubica en el mundo inteligible, pero a través de los sentidos de ésta forma: “Únicamente

la vista y el oído, entre todos los sentidos, tienen relación con lo bello, porque estos dos

sentidos son especialmente cognoscitivos”14. Coomaraswamy asume que conocer el

misterio tiene una limitación en los sentidos, pero Santo Tomás asume los sentidos en

clave positiva como apertura en la experiencia que coloca dentro de la verdad y la belleza

sin abarcarla. El pensador cristiano Orígenes logra reunir ambas posturas asegurando la

experiencia sensitiva sin menospreciar la inmensidad del misterio, al respecto nos dice:

Supongamos que se ha fabricado una estatua tan grande que llena todo el mundo:

por su inmensidad nadie podría mirarla (interpreto aquí el sentido de la vista). Entonces

se hace otra más pequeña, enteramente similar a la otra por su postura, los rasgos de su

rostro, la forma exterior y la materia; en la imposibilidad de contemplar la estatua grande,

al mirar la pequeña podría ver aquella. Así el Hijo, abandonando por su anonadamiento

la igualdad con el Padre, nos mostró el camino para conocerlo haciéndose la impronta de

su sustancia, de tal forma que nosotros [...] aprendiésemos de él el camino de la luz

divina15.

La reflexión de Orígenes nos lleva a destacar la importancia de la armonía como

belleza del aparecer del ser, armonía que supone una estatua en una medida que puede

ser vista, como dijo Aristóteles en Tópicos: “La belleza parece ser cierta simetría de los

miembros” (116b21) y en la Metafísica: “Las principales especies de lo bello son el orden,

la simetría y la delimitación” (1078a 36-37). Al respecto Victor Tirado interpreta que

Aristóteles se refiere a cosas corpóreas que se ofrecen a la sensibilidad como condiciones

objetivas de la posibilidad de belleza16. La belleza de Dios se ajusta por medio de la

Encarnación a lo bello en el aparecer del orden, la simetría y la delimitación de Jesucristo

como “abreviatura de Dios”.

13 Cfr. SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 155. 14 SUMA TEOLÓGICA, I-II, 27, I, ad 3. 15 Peri Arjón I, 2,8: PG 11, 136-137. 16 Cfr. TIRADO SANJUAN, Víctor M., Teoría del Arte y la belleza, op. cit., 175-176.

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La reflexión nos ha llevado naturalmente de la Encarnación y la experiencia visual

y auditiva (estética) de Jesucristo, con una pequeña puntualización de filosofía cristiana,

hacia la estética de los iconos como mostración del Icono Jesucristo.

Icono: mostración del Icono Jesucristo

Los iconos son “representaciones visibles de espectáculos misteriosos y

sobrenaturales” nos dice Dionisio el Areopagita.

Para comprender los iconos debemos atender una serie de condiciones teológicas

que explicitan su significado, entre ellas, la teología de la belleza como resplandor de la

gloria divina, realización del Reino de Dios, atributo divino, una belleza conocida gracias

a la acción del Espíritu Santo y unida a una teología contemplativa y doxológica. La

creación es asumida como reflejo de la gloria divina llevando a una contemplación

estética, neumática, religiosa, hierofánica y epifánica en relación con Dios. Es una

teología del símbolo como presencia de la realidad simbolizada, receptáculo de la

presencia de lo representado, no copia, ni imitación. Incluye una teología de las energías

transformadoras, transfiguradoras y divinizadoras de la persona y de sus mismos sentidos.

Como quicio imperativo es teología de la Encarnación del Dios revelado en la carne y

conocido en la carne que deriva en una teología catafática (natural, positiva, deductiva)

que reconoce a Dios revelado en la carne de Jesucristo y posee sus símbolos, imágenes y

sacramentos (reconoce así las mediaciones y los mediadores y sus sentidos físicos). El

icono principal es Jesucristo Icono del Padre en los iconos del Logos encarnado usados

para la contemplación17.

El icono es definido así por Paul Evdokimov:

Es una representación simbólico-hipostática que invita a trascender el símbolo, a

comulgar con la Hipóstasis, para participar del Indescriptible. Es un camino por el que

hay que pasar para superarlo. No se trata de suprimirlo, sino de describir su dimensión

trascendente. Nos hace acceder a la Hypóstasis y nos introduce en la experiencia de la

Presencia despojada de formas empíricas18.

17 CODINA V., Los caminos del Oriente cristiano, iniciación a la teología oriental, Santander, Sal

Terrae, 1988. 90-91. 18 EVDOKIMOVP., Lart de l.icone, Théologie de la Beauté, Paris 1970.198. Nota tomada de CODINA

V., Los caminos del Oriente cristiano, op. cit., 92.

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En la línea de la teología sacramental el icono es la Escritura pintada, que en el

caso de Cristo no representa la naturaleza humana sino a través de la humanidad revela

la Encarnación como Icono de Dios mismo. Por lo tanto, no es una mímesis, imitación,

evocación, ayuda psicológica o puro esteticismo, es la belleza Increada manifestada y

asumida en la Encarnación. Es una realidad teológica y sacramental, un lugar teológico19.

Apoyado en la teología de la Encarnación del Verbo podemos contemplar la gloria

de la Trinidad y la presencia de Dios, por lo cual el icono se mostrará como un elemento

transformador para quien lo contemple debido a la experiencia estética vivida en el

contexto teológico y sacramental. Pasaremos a la reflexión sobre la via pulchritudinis

como experiencia de la belleza a través de los iconos.

La experiencia de la belleza de los iconos

La experiencia de la belleza de los iconos se presenta desde dos perspectivas

diferentes, pero no excluyentes y en ocasiones subordinadas. Una perspectiva es negativa

y la otra positiva.

La experiencia de la belleza de los iconos se presenta negativa en cuanto al

proceso de purificación que conlleva el progreso de la mirada. En esta perspectiva tres

modos de ver o visiones (de los iconos) se escalonan: la sensible (a través de los sentidos),

la intelectual (a través del entendimiento) y la espiritual (que ve a Dios). Clemente de

Alejandría explica el proceso mistagógico que iniciaba con un acto de purificación

(semejante a la confesión de los pecados), una etapa de preparación doctrinal como

preparación a la contemplación. La perspectiva negativa no muestra claramente el

proceso como encuentro con la belleza pues supone la purificación como entrada. Me

atrevería a suponer y sugerir que se permita ver de la belleza de los iconos a toda persona

y dejar que ella misma induzca a la persona la búsqueda, así la belleza de la Liturgia y de

los ritos como invitación silenciosa desde la belleza y aún mediadora del encuentro20.

Recuerdo el testimonio de André Frossard quien siendo ateo ingresó en una Iglesia y tuvo

un encuentro con Dios al percibir en la belleza de lo sagrado un mundo distinto lleno de

un resplandor y densidad diversos a todo lo que había experimentado.

19 Cfr. CODINA V., Los caminos del Oriente cristiano, op. cit., 92. 20 Cfr. SÁENZ, A., El Icono, op. cit., 168.

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La belleza del encuentro por medio de los iconos se manifiesta positiva como

ascensión e interiorización. “Evdokimov describe la ascensión de la mirada como un

movimiento interior casi musical. Los ojos ya no parpadean ante el espectáculo divino,

lo sobrenatural se muestra sobrenaturalmente natural, familiar e íntimo”21. La

contemplación en su término es de tipo unitivo, inefable y trans-discursivo, el icono se

trasciende y se comulga con la hipóstasis significada. No cabe describir la experiencia

pues está en el nivel de la experiencia mística, y regularmente, se utiliza el recurso al

oxímoron y al lenguaje paradójico para expresarlo. Lo que sí se puede decir es que dicha

experiencia se hace en el Espíritu Santo como Espíritu de la belleza desde quien

participamos de la belleza divina. Podemos visualizar dos aperturas desde la belleza que

configuran el encuentro: la del ser humano desde la belleza del icono y la de Dios desde

la belleza del Espíritu Santo.

La vía pulchritudinis

Ante los retos históricos sociales y culturales enmarcados una visión materialista

y atea, inmersa en el ateísmo práctico como indiferencia religiosa, afectados por el

fenómeno de una nueva religiosidad y nuevas espiritualidades, el Consejo Pontificio de

la Cultura en la asamblea ordinaria del año 2006, se propuso meditar sobre los aspectos

de pastoral para lograr el diálogo con los no creyentes e indiferentes22. Como un camino

adecuado para alcanzar a muchas de las personas que experimentan grandes dificultades

para acoger la enseñanza de la Iglesia. La vía de la belleza puede abrir la senda de la

búsqueda de Dios por la experiencia de admiración que despierta.

El papa San Juan Pablo II, en su encíclica Fides et Ratio invita a los filósofos a

profundizar las dimensiones de lo verdadero, lo bueno y lo bello. En efecto, la mirada del

filósofo metafísico ayuda a comprender como la belleza es una vía real para conducir a

Dios, e invita a establecer los medios para realizar la transición de los fenómenos a los

fundamentos. En referencia directa a lo bello, lo delinea como una epifanía que se

manifiesta expresando una claridad interna23. Aunque no se defina claramente ésta

reflexión suscita pensar en el encuentro del Ser (epifanía o manifestación) en el aparecer

21 Ibid., 169. 22 Cfr. Pontificio Consejo para la Cultura, La Via Pulchritudinis, Camino privilegiado de evangelización y

diálogo. 2006. n. I-II. 23 Cfr. Ibid., n. II, 2.

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a través de la belleza, y al remitirlo al filósofo dedicado a la metafísica sugiere el lugar

de la estética como la filosofía primera. No obstante, aclara que en la dimensión

metafísica de lo real no es posible quedarse en la experiencia sensible pues la experiencia

del encuentro con el Dios de la belleza es un acontecimiento vivido con la totalidad del

ser y no solamente con la sensibilidad.

Sin embargo, la superación de la sensibilidad planteada no significa una visión

negativa de la experiencia estética. En la reflexión del Consejo Pontificio aparece además

la belleza como fuerza cohesionadora de la cultura. Si la verdad y el bien no se convierten

en belleza parecen quedarse en el exterior del hombre, impuestas desde el exterior, y no

son suficientes para crear cultura pues no crean comunión. La cultura se expresa en su

cumbre como belleza, y no se puede dialogar con una cultura, ni influir positivamente en

ella prescindiendo de la belleza24.

El camino para el diálogo con la cultura debe seguir tres líneas: la belleza de la

creación, la belleza de las artes y la belleza de Cristo. Para la belleza de la creación una

de las propuestas es la enseñanza de la filosofía de la naturaleza que dinamice el diálogo

entre ciencia, razón y fe. En cuanto a la belleza de las artes se reconoce en el arte la

expresión de la belleza, pero no su única manifestación, así también su carácter de

universalidad. Invitan a la acogida del arte cristiano, su justa promoción y la utilización

del arte sacro como instrumento de evangelización. En cuanto a la belleza de Cristo se

invita a mostrar la belleza de la existencia de Cristo como modelo de una vida

verdaderamente hermosa, pues el cristianismo es amor a la belleza en sí misma, y

expresión de esa belleza en la vida de los creyentes25.

Quisiera resaltar que el documento presenta una imprecisión filosófica al declarar

que “la belleza trasciende la estética”26 pues dice que la Liturgia es bella por cuanto

desinteresada de cualquier otro motivo que la celebración de Dios. Para Kant la belleza

supone el desinterés, y define el interés como la satisfacción que unimos con la

representación de lo bello, por tanto, no buscar ninguna satisfacción. Separar la belleza

de la Liturgia del goce estético, contradice todas las propuestas del documento. Sin

embargo, se realiza un importante paso al expresar la Liturgia como la belleza del

encuentro con el misterio de Dios, pues intuye en encuentro del Ser (Dios) en el aparecer.

24 Cfr. Ibid., n. III, 3. 25 Cfr. Ibid., n. III, 1-3. 26 Ibid., n. III, 3.

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Conclusión

La reflexión filosófica con respecto a la belleza en toda la tradición se ha

caracterizado por intentar quitar valor a la experiencia estética, sin embargo, no se logra

articular una reflexión que logre romper con la experiencia y a la vez que logre integrarla.

Creo que el aporte de epistemología de Zavier Xubiri en cuanto a la inteligencia sentiente

aplicados a la estética serían una salida conveniente para posteriores reflexiones.

El objetivo de este trabajo era integrar la experiencia de la belleza en la filosofía

radical y caracterizarla como encuentro de subjetividades, de sujetos bellos, Uno divino

y otros humanos, en la sacramentalidad de los Iconos de Jesucristo. No me siento

defraudado con la reflexión pero sí invitado a ampliarla y enriquecerla.

Bibliografía

AQUINO, Santo T., Suma Teológica,Versión Digital.

Biblia de Jerusalén, Descleé de Brower. 1996.

CODINA V., Los caminos del Oriente cristiano, iniciación a la teología oriental,

Santander, Sal Terrae, 1988.

Pontificio Consejo para la cultura, La Via Pulchritudinis, Camino privilegiado de

evangelización y diálogo. 2006.

SÁENZ, A., El Icono esplendor de lo sagrado, México, Ediciones Glaudius, IV

Edición, 2004.

TIRADO SANJUAN, Víctor M., Teoría del Arte y la belleza en Platón y

Aristóteles. La idea de la estética, Madrid, Ediciones Universidad San Dámaso, 2013.

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LA PARADOJA DEL MENTIROSO EN ALGUNOS MEDIEVALES

Cornélio José Langa

Estudiante de 5º de Filosofía, curso 2018-2019.

[email protected]

Definición y contexto histórico de la paradoja

La paradoja del mentiroso es una antinomia del lenguaje que está en la literatura

medieval, aunque tiene orígenes en la filosofía griega. Físicamente se encuentra en los

textos lógicos, aproximadamente hacia el final del siglo XII hasta final del siglo XVI. Se

encuentra en los tratados sobre insolubilia y sophismata. Y también la vemos en los

comentarios tradicionales sobre las Refutaciones Sofisticas de Aristóteles. En estos

comentarios se desarrolla la discusión de lo que era y es la paradoja del mentiroso1. Según

Cicerón la paradoja es algo que produce admiración, causa asombro y choque mental por

la contraposición que produce en sus elementos. Según José Mª. De Alejandro la paradoja

se clasifica en: lógica2, existencial y psicológica.

La paradoja del mentiroso es un conjunto de “falacias”3 que se afirman negando

sus proposiciones y por eso mismo se busca cuál es la verdad entre el binomio formado

por verdad simpliciter (verdad simple) y la verdad secundum quid (verdad contraria o

desde cierto punto de vista). Según el texto de Aristóteles el ejemplo que pone es“el

hombre jura romper su juramento y de hecho rompió”4. En esta frase se deduce que:

1 Cfr. DE ALEJANDRO. José M., La lógica y el hombre, Madrid: BAC, MCMLXX (1970), 214-215. Con

el virtuosismo dialectico la lógica medieval trató mucho sobre los temas de muy difícil solución. Cf. J. L.

MOSQUERA VILLAR. El pensamiento de Unamuno a través de la paradoja. De la lógica a la paradoja,

Salamanca: Tesis doctoral, UPSA Curso 1974/1975, 18-21. Los insolubilia son problemas de difícil

solución (aporías) se equiparán con los imposibilita que envuelven la contradicción lógica, con lo que

abren un dilema. 2 Cfr. DE ALEJANDRO. José M., La lógica y el hombre, op. cit., 214. “La paradoja lógica se estudia en

su mayor parte en la lógica de clases para los análisis lógicos, semántico y de confirmación. Russell estudió este tipo de paradoja, un ejemplo del cual es la paradoja de Epiménides, el Cretense o el Mentiroso”.

3 Cfr. MOSQUERA VILLAR, José L., El pensamiento de Unamuno a través de la paradoja. De la lógica

a la paradójica, (UPSA). Salamanca: Tesis doctoral, Curso 1974/1975, 21. El autor de la tesis afirma que

no es propio o adecuado llamar falacia a la paradoja, pero como se trata de una simple contraposición se

puede calificar de falacia. 4 Cfr. SCHMIDT. Ana R., “A soluçao do Geraldo Odon ao paradoxo do mentiroso”, en: Universitas

Philosophica, n. 33/67, 2016, pp. 303.319.

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1. Hay una traición o incumplimiento del primer juramento. En ese contexto

dicho juramento fue falso.

2. El hombre promete y cumple (romper) el segundo juro, pero es particular. Este

juro actual, de hecho, lo rompió. Este juro actual y particular es verdadero.

3. En conclusión, acerca de esta proposición se dice que solo se la puede valorar

si es descompuesta. Porque el primer juramento en su conjunto sería falso y el

segundo anula el primero para validar el segundo (P, ¬P Ͱ Q)5.

4. El contenido del juramento que es colectivo es falso, es decir, el significado o

el sentido es falso.

5. El ejercicio (la operación) del “juro” del juramento actual es verdadero y este

es siempre verdadero (PQ)6. Eso porque toda la acción actual del sujeto es

verdadera, pero su significado no tiene por qué ser necesariamente verdadero.

Aquí es donde se justifica la responsabilidad de los actos hechos por uno.

Es en este sentido en el que Aristóteles aplica la paradoja del mentiroso como

realidad que dice verdad y falsedad al mismo tiempo. Una vez abierta esa discusión en

Aristóteles, entonces se desarrolla la cuestión sobre la prioridad de los valores de verdad

(V/F) en el sentido de que:

1. Si uno puede decir la verdad y la falsedad al mismo tiempo.

2. Entre la verdad y la falsedad cuál de ellas es verdadera y otra es falsa.

3. Que dificultades hay para saber distinguir y atribuirles una u otra cosa.

4. Es en estas condiciones donde Aristóteles busca saber: Cuál es la verdad

simpliciter y cuál es la verdad secundum quid.

Asimismo, lo paradójico está en que el razonamiento queda “suspenso” ante la

afirmación de contrarios7 y después de analizada lógicamente se deduce su falsedad8. En

las definiciones literarias, la paradoja no es falsa según Bleiberg, tampoco es un sofisma

según Caloggero, sino que esalgo que causa una admiración o estupor, algo que va “al

5 Y añado: Pero “falso” no significa que necesariamente sea negativo. En este caso, el juramento está en positivo, solo que después de reflexionar el autor del juramento niega y afirma el juro “sí y no”. Así mismo,

se abre la contradicción (P ^ ¬P) Ͱ Q para dar una verdad “SÍ” o “NO”. Esta conjugación de “sí y no, sí es

sí, no es no. Y no o sí”, la he explicado muy bien en el prólogo de mi trabajo de síntesis sobre “El Rostro

como expresión y comunicación en Emmanuel Lévinas”. 6 Afirmo en replicativa porque nuestra conciencia o mente percibe las palabras antes que la acción, pero

esta es la que dicta el significado verdadero de las palabras. De otro modo sería, (QP). Esto no significa

que la co-implicativa valga, NO. En esta frase hay acción porque se ha pronunciado algo y ese algo es el

“juro” cuya acción es secundaria. 7 Cfr. Ibíd., 11. Según Giovanni Santinello. 8 Cfr. Ibíd., 81.

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lado” de la opinión común (sería como un contradecirse)9. Además, es según Deleuzela

afirmación de dos sentidos contrarios y correctos a la vez10. Para Henri de Lubac la

paradoja es algo profundo y no superficial. Es algo de dos “en sí” y “entre sí”11.

La solución de Duns Scoto a la paradoja del mentiroso

Lo que hace Duns Escoto es tratar de explicar la paradoja, a partir de la distinción

entre actus exercitus y actus significatus. El acto ejercido actus exercitus, es lo que yo

hago (yo digo) y el acto significado actus significatus, es el contenido de mi habla o de

mi acción (yo digo lo falso). En este caso lo que yo hago ahora es (escribir o leer), eso es

una acción de aquí y ahora, pero su contenido de lo que yo escribo o leo puede ser falso

o no. Así mismo, para Duns Escoto, frente a otros autores12 que intentaron solucionar la

paradoja afirma que la verdad y falsedad no son atributos al mismo acto o al mismo

discurso porque lo “dicho y la acción” no se corresponden. Aquí parece que no entra el

sujeto, sino solo el objeto y su contenido. Además de esta solución hay otras más como

la de Walter Burleyy los llamados Transcasus, Cassantes y Restringentes13.

9 Cfr. MOSQUERA VILLAR, José L., El pensamiento de Unamuno a través de la paradoja, op. cit., 25-

31. 10 Cfr. Ibíd., 32- 37. La explicación ante esta definición se entiende con el ejemplo de sentido. Dice

Boltzmann que en el espacio no hay arriba ni abajo. Los dos realizan una inversión simultánea del buen

sentido y del sentido común. 11 Ibíd., 38-40. 12 Cfr. SCHMIDT. Ana R., “A soluçao do Geraldo Odon ao paradoxo do mentiroso”, op. Cit., 308-311.

Otra solución es la que ofrece Bradwardine: Empieza afirmando que “Todo discurso de la paradoja y otros

insolubles son falsos”. Lo que afirma Bradwardine es que “el significado de la proposición es total, y aun cuando sea indirecta” (una proposición que implica algo falso no puede ser verdadera). La solución que

propone Bradwardine es la salida de lo falso a lo verdadero. Aplicando la regla del contenido predicativo y

del sujeto accionante. En este caso, en el ejemplo que da, “Sócrates afirma decir lo falso”, el ejercicio es

verdadero pero el contenido es falso. Luego la conclusión es falsa. La solución de Juan Buridán: La solución

que presenta en los Sophismata se aproxima a la de Bradwardine, pero con diversas interpretaciones y sus

aplicaciones. Este empieza diciendo “toda proposición es falsa”. Esta proposición siempre es contradictoria

in actu exercito, en cambio si uno dice que “todos los charros mienten”, solo es contradictoria si el que la

pronuncia es charro, pero esto no ocurre con Juan Buridán. Afirmando así dicha proposición también es

falsa y si se sigue así, entonces, lo que significa ser, lo es verdadero en el sentido de que (lo verdadero es

ser falso). En este caso la falsedad de la paradoja debe ser por lo que ella implica virtualmente, “la verdad

de la proposición implica una suposición del sujeto y del predicado”. Y toda proposición cuyos antecedentes son falsos y verdaderos a la vez es falsa. Una proposición tendrá un valor lógico a partir de su capacidad

de decisión implicativa. 13 Cfr. SCHMIDT. Ana R., “A soluçao do Geraldo Odon ao paradoxo do mentiroso”, op. Cit., 306-308.

Walter Burley y Bradwardine, en los tratados sobre los insolubles llamado Transcassus afirman que al decir

“yo digo lo falso” o “yo estoy mintiendo”, el verbo que está en presente se refiere a una acción anterior,

una especie de salto gramatical en una autorreferencia, por tanto, la proposición no se refiere a sí misma.

Literatura secundaria de los Cassantes (S. XIII) dicen que los sofismas o paradojas no significan nada. No

son proposiciones, sino que son frases sin sentido. Pero esta concepción de los Cassantes fue criticada por

Bradwardine (este afirmaba que, sí tiene sentido porque está hecha de palabras y silabas que tienen sentido

propio). Los Restringentes rechazan la autorreferencia del sujeto de la proposición. Dicen que afirmar la

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Gerardo Odón sobre la paradoja del mentiroso

La solución de Gerardo Odón introduce los principios de no-contradicción y el

tercero excluido. Y en el IV capítulo de las mismas Refutaciones sofísticas busca

defender la verdad irrestricta e incondicional de los principios14. Para Odón la proposición

ego dico falsum es un argumento contra el principio de no-contradicción. Esta

proposición tiene algo de verdad, que es “decir lo falso”, y en ese caso, es mentir.

Es verdad que “yo digo” (V) y es falso eso que yo digo (F), las dos frases del

ejercicio y del contenido son verdaderas, pero se contradicen.

Yo digo algo V (p)

Lo falso V (¬p) es que lo que digo, es falso, es lo negativo, es contradictorio en el

sentido de contenido. Ahora bien, si eso es así, “p^¬p”, entonces se puede deducir por

reducción al absurdo la conclusión de la frase que es V (P) y entendible. Solo la

contradicción está en la conjugación lógica y solo se ve entrando al fondo de su contenido.

Es decir, si p es verdadero entonces es falso que sea ¬p, y si es falso, es verdad que sea

¬p. Así pues, la paradoja no invalida el principio de no-contradicción, sino que dice lo

falso de sí. Respeto a este caso, Odón propone tres formas de solución a partir de la

proposición “yo digo lo falso” de las que no entraré al fondo15.

Apreciación

autorreferencia presupone una parte de la proposición que está adecuadamente bien, “uma parte sao pode

supor pelo todo do qual é uma parte” (una parte solo puede suponer por el todo del cual es una parte), el suponer es entendido en sentido técnico de suppositio de los términos categoremáticos en el contexto de

una proposición, como un rechazo fuerte de la autorreferencia. Y un rechazo moderado de la autorreferencia

en los casos de las paradojas. Esta solución es criticada en la literatura y por Bradwardine, aunque en el

siglo XVI todavía tenga defensores. 14 Proporcionar la prueba de su validez absoluta y la incoherencia de los que niegan. Refutar los sofismas

formulados contra los primeros principios de los cuales parece implicarse la posibilidad de contradicción

(usa el ejemplo a de los argumentos de Heráclito). 15Cfr. SCHMIDT. Ana R., “A soluçao do Geraldo Odon ao paradoxo do mentiroso”, op. Cit., 312. “Yo

digo (algo)”: 1- esta proposición es verdadera. 2- “ese (algo que yo digo) es falso” y esta proposición es

falsa. Por lo tanto, aquí no se trata de una y única proposición, sino que “se habla de dos resultantes de un

análisis y obtiene dos valores de verdad contrarios entre sí” (la verdadera y la falsedad) al mismo tiempo. Esto lo va a rechazar Odón y va a proponer otra lógica: “esta mi proposición es falsa”. Con esta proposición

rechaza dos posiciones de los restringentes que en la versión radical defienden la autorreferencia. En su

versión radical y moderada defiende que la paradoja “esta mi proposición es falsa” es autorreferencial y es

lo mismo que decir “toda proposición es falsa”. Esta afirmación no se puede sostener porque no es adecuada

y Odón pretende ofrecer una solución de contra-ejemplo: “toda proposición es una oración”. Para Odón

esta es la verdadera autorreferencia. Pero el problema que tiene esta propuesta es que excluye los casos

viciosos de auto referencia. La solución de la versión restringente moderada acepta la autorreferencia en

casos específicos. A esta solución Odón contesta de forma curiosa y dice que la proposición “mi última

proposición es falsa” carece de autorreferencia y sigue siendo una paradoja, aunque esta proposición sea

un poco diferente de las otras anteriores como “yo digo lo falso” o “toda proposición es falsa”.

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¿Es la paradoja solo una falacia? Parece que sí, pero no. Si dijimos “sí” estaremos

en concordancia con los Cassantes, que dicen que toda paradoja es una falacia y no tiene

sentido. Es lo mismo decir que todas proposiciones o términos insolubles no dicen nada,

pero parece que hay términos que sí son insolubles, pero dicen algo y tienen sentido como,

por ejemplo, el término “mártir”. En este caso, el término mártir, aunque sea paradójico

en el mundo real tiene un significado entendible. O los términos “vida, cruz, Cristo,

redención, providencia”16 parecen ser paradójicos y no solo la frase “yo digo lo falso”,

“los charros (pueblo nativo de Salamanca) son mentirosos”. Por lo tanto, no es justo al

máximo calificar de falacia porque es más que una simple frase, va más allá. Aristóteles

al buscar cuál era la verdad simpliciter y secundum quid también tenía en cuenta de la

insolubilidad del mundo real17.

La solución de Duns Escoto pretende explicar las proposiciones compuestas que

son paradójicas y que no son estrictamente insolubles, porque en sí mismas dicen dos

verdades: los actos ejercidos y el acto significado del objeto. La tercera está implícita en

la proposición que es el sujeto. Así mismo descompone la frase para evitar que los valores

de verdades contradictorias sean atribuidos a la misma proposición. Es decir, Duns Escoto

podía haber dicho que toda la frase es falsa o es verdadera, pero evitó eso. Pero como solo

por afirmar la “acción”, “yo digo lo falso” implica la existencia de un sujeto. Duns Escoto

no se molestó en hablar sobre este sujeto.

Por lo tanto, la paradoja en si tiene significado natural (insoluble) que no

dependerá del ejercicio (cosa que en Duns Escoto es lo que es verdadero), quedando solo

al libre albedrío del sujeto su ejercicio al afirmar. Russell habla de la paradoja desde

Cantor en sentido de pertenencia (lógica de conjunto). Decir “r ϵ ro r ≠ r”18 es lo mismo

decir “yo digo lo falso”. El caso es r siendo r pertenece al conjunto universal de r y a la

vez pertenece al conjunto particular de r, en tanto que es este r individuo singular19.

Todas las paradojas de compuestos insolubles son falsas por lo que implican

virtualmente:

A) por propia falsedad.

B) por la contradicción implícita en ellas (p^¬p)

16 Cfr. MOSQUERA VILLAR, José L., El pensamiento de Unamuno a través de la paradoja, op. cit., 15. 17 Cfr. Analítica posteriora. Cuando habla de los primeros principios insolubles. 18 Cfr. MOSTERÍN. J., Los lógicos, Madrid: Espasa, 2000, 152-153. 19 Cfr. ZUBIRI. X., Sobre la esencia, Madrid: Sociedad de estudios y publicaciones, 1962, 54.

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C) por su contradicción hace que su veracidad sea verdad parcial y no total (q).

La solución de Gerardo Odón guarda relación con las otras resoluciones como la

de Bradwardine y Buridán. Tampoco Odón trata de destruir el sentido de la paradoja como

la vía de los Cassantes, o destruir la autorreferencia de los restringentes. La solución de

Odón no está en la implicación de la proposición paradójica para que sea falsa o

verdadera, sino que trata de ver el significado del predicado en función de su

incompatibilidad con la forma afirmativa. En esa incompatibilidad, por ejemplo, el

predicado “no estoy diciendo” se notaría en forma negativa y su predicado seria verdadero

(diciendo), pero niega lo que dice. Y según la solución medieval, la solución de Odón no

tiene una justificación en la literatura medieval.

Bibliografía

SCHMIDT. Ana R., “A soluçao do Geraldo Odon ao paradoxo do mentiroso”, en:

Universitas Philosophica, n. 33/67, 2016, pp. 303.319.

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UN CASO DEL HUMANISMO CRISTIANO EN EL SIGLO XII: LA

ESCUELA DE SAN VÍCTOR DE PARÍS

Marcin Jan Janecki Universidad de Salamanca

[email protected]; [email protected]

Introducción

La historiografía del llamado “siglo de las luces” ha acostumbrado a los lectores

e investigadores de la historia de la humanidad a una óptica simplificada y simplista de

la visión del largo periodo de tiempo que se extiende desde la caída del imperio romano

hasta el renacimiento italiano. Por la influencia de los pensadores del siglo XVIII, a los

que también se debe el apelativo de edad media acogido con pleno derecho de ciudadanía

en la historiografía posterior, suele asociarse la idea de oscuridad intelectual e incluso de

oscurantismo a este riquísimo milenio de historia intelectual europea. La simplificación

no puede ser más que evidente cuando se observa de qué manera los ilustrados, de acuerdo

con su propio paradigma ideológico, han metido sin distinción y sutileza ninguna en el

mismo saco todos los fenómenos culturales representativos de este tiempo y les han

negado el carácter de seriedad intelectual en la búsqueda del conocimiento y de la

sabiduría, atribuyéndoselos exclusivamente a la época antigua y su renacimiento en los

siglos XV/XVI. No es difícil demostrar que esta peculiar puesta entre paréntesis de todo

un milenio no tiene mucho que ver con el estado real de las cosas y obedece a unos

supuestos y prejuicios rápido identificables. A la luz de las serias investigaciones de los

textos producidos por los autores medievales la tesis oscurantista sostenida por los

ilustrados queda perfectamente desmentida. La nueva actitud historiográfica, apoyada en

las ediciones críticas de las fuentes textuales, introduce considerables matices en la

periodización y la valoración de estos siglos en la historia del pensamiento europeo. Su

significación para el desarrollo de la civilización occidental y difícilmente puede ser

sobrevalorada. A lo largo de la historia medieval aparecen centros y periodos de fecunda

renovación intelectual y cultural que culmina en la fundación de la universidad como

institución cultural que desde entonces forma parte del paisaje intelectual de Europa e

influye considerablemente en las vicisitudes de la sociedad occidental.

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En el presente artículo quiero hacer una presentación panorámica de uno de los

más influyentes centros intelectuales de la Europa del siglo XII – la Escuela de San Víctor

de París. Ella, junto a las demás instituciones educativas coetáneas a ella, fue fruto de

profundos y significativos cambios socio-culturales que los estudiosos de esta época no

temen definir como el “renacimiento del siglo XII”. Aunque el vigor intelectual de las

escuelas tuvo su culminación en el siglo siguiente con la fundación de la institución

universitaria, sería metodológicamente erróneo ver los movimientos y centros

intelectuales del siglo XII solo como mera preparación al esplendor de la alta escolástica

de los siglos posteriores. En las líneas que siguen se presentan concisamente las

circunstancias de la fundación de la abadía de San Víctor de París por Guillermo de

Champeaux (1), las características del programa estudiantil de la escuela victorina (2), los

maestros e disciplinas cultivadas por ellos durante la época del máximo vigor de la

escuela (3) y la significación de este centro intelectual para la posterioridad. El presente

trabajo toma en consideración los años entre la fundación de la abadía (h. 1108) hasta la

muerte del último gran autor victorino, Tomás Galus (1246) – siglo de oro del vigor

intelectual de los victorinos.

Guillermo de Champeaux y la fundación de la abadía de San Víctor

Charles H. Haskins en el prólogo de su libro The Renaissance of the Twelfth

Century definía los rasgos característicos del movimiento de renovación que se atravesó

aquella centuria de siguiente manera:

Este siglo […] es en muchos aspectos un tiempo de energía y de vigor. Es la

época de las Cruzadas, del auge de las ciudades, de los primeros estados

burocráticos en Occidente, de la culminación del arte románico y del inicio

del gótico; emergen las literaturas vernáculas, se produce la recuperación

de los clásicos y la poesía latina y del derecho romano. La ciencia griega, y

la tradición árabe médica, junto con gran parte de la filosofía griega,

también sale a la luz en este siglo, que marca el origen de las primeras

universidades europeas. El siglo XII deja su impronta en la educación

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universitaria, la filosofía escolástica, el derecho europeo, la arquitectura y

la escultura, el teatro litúrgico y la poesía latina y vernácula1.

Como se recoge de esta breve característica, uno de los aspectos más relevantes

de este proceso de renovación intelectual es la emergencia de un nuevo sistema educativo

con una espesa red de instituciones escolares, sobre todo en el norte de Francia. La

aparición de varias escuelas en la ciudad de París es una corroboración pertinente del

vigor intelectual que reinaba la capital capetina y en toda sociedad europea, ya que la

ciudad francesa fue punto de convergencia de los amantes de la sabiduría procedentes de

todos los puntos del continente. La famosa escuela de Laón, fundada por Anselmo, era el

seminario de muchos intelectuales, junto con la escuela de Chartres versada en el estudio

de la naturaleza y filosofía platónica. Entre las escuelas parisinas, con el claustro

catedralicio de la Notre-Dame en la cabeza, se cuentan también la escuela de Santa

Genoveva, la del Petit Pont, añadiendo a la existencia de estos centros la actividad docente

de los maestros individuales que concentraban alrededor de sí grupos de discípulos que

le siguen adonde iban. Fue en estos tiempos cuando nació la clase intelectual europea y

la misma actividad docente se convirtió en una profesión2. El movimiento escolar se

trasladó a las ciudades, abandonando los monasterios, donde la formación intelectual se

reservaba solo a los monjes, porque la presencia de los seglares y mantenimiento de las

escuelas exteriores se empezó a considerar como un factor de relajamiento de la

observancia monástica3.

En el origen de la Escuela de San Víctor de París, una de las escuelas más fecundas

y significativas del siglo XII, está un personaje peculiar llamado Guillermo de

Champeaux (h. 1070–1121)4. Recibió su esmerada formación intelectual bajo la tutela de

Manegold de Lautenbach (h. 1030 – h. 1103), Anselmo de Laón (1050-1117), y Roscelino

(1050-1120). Nombrado arcediano de la catedral Notre-Dame, Guillermo desempeñó

también el oficio del maestro en su escuela. Gracias a su vivacidad intelectual rápido se

convirtió en director del centro y reunió alrededor de su pupitre insignes discípulos. Entre

ellos se encontraba un estudiante bretón, Pedro Abelardo (1079–1142). Por entonces la

1HASKINS Charles. H., El renacimiento del siglo XII, edición, traducción, prólogo y notas de Claudia

Casanova, Barcelona: Ático de los Libros, 2013, 4. 2 Cfr. “El siglo XII. Nacimiento de los Intelectuales”, en: GOFF, Le J., Los intelectuales en la Edad Media,

Barcelona: Gedisa Editorial, 2001. 3 DELLAYE, P., "L'organisation scolaire au XIIe siècle," Traditio 5, p. 1-58. 4 Vid. Miramon C., « Quatre notes biographiques sur Guillaume de Champeaux », en: Rosier-Catach I.

(ed). Arts du langage et théologie aux confins des XIe et XIIe siècle, Turnhout: Brepols, 2011, p. 45–82.

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antigua querella sobre la existencia y el carácter de los universales volvía a calentar las

mentes y enfrentar las posturas de los realistas y de los antirealistas. Guillermo en

principio se pronunció en favor del realismo radical. Y fue su discípulo más aventajado,

Abelardo, que le proporcionó las críticas más acuciantes y violentas que tuvieron por

desenlace el abandono de la cátedra por parte de arcediano de Notre-Dame. Hacia el año

1108 De Champeaux se retiró fuera de la muralla de París, a la orilla izquierda del Sena

y se estableció al lado de una antigua capilla dedicada a San Víctor. Llevó consigo un

puñado de discípulos que profesaron la fidelidad al maestro. El propósito de este pequeño

grupo era llevar la vida retirada de corte eremítico. De esta manera un tema gnoseológico-

metafísico y un aparente fracaso de una de las columnas de la vida intelectual de París se

encuentran en el origen de una de las más famosas instituciones intelectuales del medievo

latino. El antiguo director de estudio diocesano parisino, aconsejado por una carta5 de

Hildebert de Lavardin (1056-1133)6, en poco tiempo retomó en un grado moderado la

actividad docente7. Sin embargo su ascenso a la sede episcopal de Chalons-sur-Marne

(1113) y su muerte (1121) no le permitieron la participación en la vida de la institución

iniciada por él junto a la capilla de San Víctor, aunque fue Guillermo le aseguró un futuro

prometedor por medio del patronato regio y dejándola en manos de sus discípulos con

Guilduino como primer abad8.

Omnia disce. El omniabarcante itinerario de estudios del maestro Hugo

5 DE LAVARDIN, H., Epistola prima ad Willelmum de Campellis, en : MIGNE, Paul J., Patrologiae cursus

completus... series latina, CLXXI, 1896, col. 141-143. 6 Cfr. DIEUDONNÉ, A., DE LAVARDIN, Hild, évêque du Mans, archevêque de Tours (1056-1133): Sa vie. Ses lettres, Paris, 1898. 7 Este hecho no pudo escapar de la atención de Abelardo que este respecto notaba en su Historia

calamitatum:

“Nec tamen hic sue conversionis habitus aut ad urbe Parisius, aut a consueto philosophie studio revocavit,

sed in ipso quoque monasterio ad quod se causa religionis contulerat statim more solito publicas exercuit

scolas”. Petrus Abaelardus, Historia calamitatum, (ed.) J. Monfrin, Bibliothèque des textes philosophiques,

Paris 1962, p. 69, l. 76-77. 8 Cfr. JOLIVET, J., “Données sur Guillaume de Champeaux, dialecticien et théologien”, en : LONGÈRE,

J., (dir.), L’abbaye parisienne de Saint- Victor au Moyen Age. Bibliotheca Victorina, 1, Turnhout: Brepols

1991, p. 235-251.

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Los estatutos de la abadía victorina conocidos bajo el nombre de Liber ordinis

Sancti Victoris9 no hablan explícitamente de una escuela dentro de la abadía. Sin

embargo, una institución escolar tuvo que existir desde una fecha muy temprana en la

historia de los victorinos, porque disponemos de los testimonios inequívocos de la

afluencia de un gran número de estudiantes cuya procedencia geográfica era muy variada.

Entre ellos se encontraba uno que iba a ser el verdadero fundador de las bases del

pensamiento victorino – Hugo. De origen sajón, recibió su primera formación entre los

canónigos de la abadía de Hamersleven. Patrocinado por su tío, Hugo de Halberstadt, el

joven sajón llegó hacia el año 1115 a Paris y llamó a las puertas de San Víctor, donde fue

recibido, aunque no poseemos ninguna noticia particular sobre sus primeros años entre

los victorinos. Ahí se formó, oyendo clases del maestro Tomás que fue asesinado en el

año 1133 en consecuencia de las luchas de poder que en aquellos años devoraban la

diócesis de París. Fue probablemente entonces que Hugo, dotado de una mente perspicaz

e inquieta para conocerlo todo, asumió la dirección de la escuela. Con su obra

Didascalicon de studio legendi10 Hugo dibujó un original itinerario de estudios y por ende

se convirtió en el verdadero fundador de la escuela victorina concebida como corriente

intelectual. Los seis libros de los cuales consta el tratado tienen una clara división: los

tres primeros conciernen a las disciplinas del saber secular mientras que los tres últimos

están dedicados al estudio de las letras sagradas. Ya el mismo esquema del libro apunta a

una concepción gnoseológica integradora que armoniza el conocimiento natural con el

conocimiento revelado. Todas las ciencias y todas las disciplinas del saber humano son

consideradas por Hugo como puerta de acceso a la sabiduría divina. Por eso en el primer

libro de su programa de estudios el maestro de San Víctor se esfuerza para definir lo que

hay que estudiar estableciendo una nueva sistematización de las ciencias y artes entre las

cuales por primera vez en la historia del pensamiento occidental se inscriben las artes

mechanicae11. Si el primer y segundo libro se centran sobre el quid (qué) del estudio, el

tercero versa sobre el quomodo (cómo) estudiar y enumera las condiciones para llegar a

un conocimiento sólido y fecundo. Entre ellas cuenta los tres aspectos fundamentales para

todo que pretende alcanzar el conocimiento: naturaleza, ejercicio y disciplina12. La

9 Liber Ordinis Sancti Victoris, (ed.) L. Jocqué yL. Milis, CCCM t. 61, Turnhout: Brepols, 1984. 10 Hugonis de Sancto Victore Didascalicon de studio legendi, ed. Charles. H. Buttimer (Studies in Medieval

and Renaissance Latin 10), Washington D. C. 1939. Una excelente versión castellana acompañada del texto

latino fue publicada en la BAC por Carmen Muñoz Gamero y María Luisa Arribas Hernáez, Didascalicon

de studio legendi (El afán por el estudio), Madrid 2011. A esta edición se citará en el presente artículo. 11 Cfr. Didascalicon..., 92-109. 12 Ibid., 143.

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naturaleza está referida al sujeto del conocimiento y sus capacidades cognoscitivas

enteren las cuales hay que contar sobre todo el ingenio13 y la memoria14. Mientras que el

ingenio es la facultad intelectual que hace posible y se ejercita a través de la lectura15 y la

meditación16, la memoria conserva el fruto de sus esfuerzos, de modo que sin ella es vano

leer y meditar mucho17. Los ecos del ambiente escolar de París en esta primera mitad del

s. XII se dejan oír en los consejos que Hugo presta a sus alumnos en cuanto al ejercicio

de su quehacer, sobre todo cuando en un largo apartado les inculca la humildad18, el

aprecio a los maestros y la tradición19, la diligencia y el esfuerzo en el aprendizaje,

dándoles como ejemplo a los antiguos filósofos20. Por último, el sabio victorino,

apuntando a la disciplina, enumera cuatro condiciones, necesarias según él para llegar al

verdadero conocimiento: la tranquilidad21, el afán de profundización22, la sobriedad23 y

el exiliarse de la tierra patria24. En los libros IV-VI Hugo expone sus principios

hermenéuticos en la lectura de la Sagrada Escritura, ensanchando el canon de los escritos

inspirados por incluir en su número los decretos conciliares25 y los escritos patrísticos26.

Sin entrar más en los pormenores de la concepción exegética del más grande entre los

victorinos27, se puede decir que el Didascalicon destinado a sus discípulos, es una especie

del mapa de los saberes28 que tiene que conducir al encuentro con la verdadera Sapientia.

La lectura (lectio) no solo de los tratados y libros, sino de la realidad circundante es el

camino obligado para llegar a este fin, como lo confirma estas palabras del victorino

llenas de encanto y belleza:

13 Ibid., 145. 14 Ibid., 153-154. 15 Ibid., 147-150. 16 Ibid., 151. 17 Cfr. Ibid., 153-154. 18 Ibid., 155-163. 19 Ibid., 159. 20 Cfr. Ibid., 163-1969. 21 Ibid., 169. 22 Ibid., 170. 23 Ibid., 173. 24 Ibid., 173-175. 25 Ibid., 209-212. 26 Cfr. Iibid., 213-219. 27 A este respecto véase el pertinente estudio de Eric Nicolai, Hermeneutical Principles in the

"Didascalicon" of Hugh of St. Victor, Pontificium Athenaeum Sanctae Crucis, Roma 1996. 28 Por. GIARD L., « Hugues de Saint-Victor, cartographe du savoir », en: L’abbaye parisienne de Saint-

Victor au Moyen Age, (ed.) J. Longère (Bibliotheca Victorina, 1), Turnhout, Brepols, 1991, p. 253-269.

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Vniuersus enim mundus iste sensibilis quasi quidam liber est scriptus digito

Dei, hoc est uirtute diuina creatus, et singulae creaturae quasi figurae

quaedam sunt, non humano placito inuentae, sed diuino arbitrio institutae ad

manifestandam et quasi quodammodo significandam inuisibilem Dei

sapientiam. Quemadmodum autem si illiteratus quis apertum librum uideat,

figuras aspicit, litteras non cognoscit, ita stultus et animalis homo qui non

percipit ea quae Dei sunt, in uisibilibus istis creaturis foris uidet speciem, sed

non intelligit rationem; qui autem spiritalis est et omnia diludicare potest, in

eo quidem quod foris considerat pulcritudinem operis, intus concipit quam

miranda sit sapientia creatoris. Et ideo nemo est cui opera Dei mirabilia non

sint, dum in eis et insipiens solam miratur speciem, sapiens autem per id quod

foris uidet, profundam rimatur diuinae sapientiae cogitationem, uelut si in una

eademque scriptura alter colorem seu formationem figurarum commendet,

alter uero laudet sensum et significationem29.

Hugo, llamado en la historia con el nombre de nuevo Agustín, arpa del Señor u

órgano del Espíritu Santo30, dejó a su escuela un camino armonioso del conocimiento

racional que no desdeña nada, pero incluye también los datos recibidos por la Revelación

de la Sabiduría. El maestro de San Víctor no solo trazó el sendero hacia las cumbres del

conocimiento, sino en gran parte lo aplanó, dejando un gran número de tratados donde de

manera pormenorizada profundiza las disciplinas sistematizadas en el Didascalicon31.

Siguiendo un esquema de inspiración neoplatónica32, el fundador de la escuela victorina

deja a sus seguidores un legado rico y casi inagotable cuando le dirige el siguiente

consejo: Aprende de todo, veras enseguida que nada es superfluo. Una ciencia limitad

no es placentera33. Este es ideal omniabarcante de un saber enciclopédico que el magister

Hugo, muriendo el 12 de febrero del 1141, transmitió como herencia de la escuela

29 Hugo de sancto Victore, De tribus diebus, (ed.) Poirel D., Hugonis de Sancto Victore opera, t. II Turnhout, Brepols, CCCM 177, 2002, p. 9-10. 30 Cfr., Thomas de Cantimpré, Bonum universale de proprietatibus apum, lib. II, 16, Douai, 1597, p. 174:

Magister Hugo qui secundus Augustinus, id est secundus ab Augustino, in scientia dictus est. Cfr. también

Jacques de Vitry, Historia orienialis, t. III, lib. II, 24, Douai 1697, 328. 31 P. Sicard en su Iter victorinum cuenta más de 75 obras de Hugo. Cfr. Iter victorinum. La tradition

manuscrite des œuvres de Hugues et de Richard de Saint-Victor. Répertoire complémentaire et études,

Bibliotheca Victorina 24, Brepols, Turnhout 2015. 32 Por. Poirel D., « Thomas d'Aquin lecteur d'Hugues de Saint-Victor: à propos de la nature humaine »,

Archives d'Histoire Doctrinale et Littéraire du Moyen Âge 78/1, (2011), 196. 33 Hugo de San Víctor, Didascalicon…, 277-278.

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victorina que se formó alrededor de su atrayente persona. Fueron muchos los que

confiaron en sus intuiciones. A continuación veremos como la mayoría de las disciplinas

del programa hugoniano fueron cultivadas con provecho por sus discípulos.

Maestros eximios y disciplinas cultivadas en San Víctor

Sin duda ninguna fue la entrañable personalidad34 y la sabiduría de Hugo que

difundió la fama de la recién fundada abadía de canónigos de San Víctor por el continente

europeo, sin excluir las islas británicas. El programa de vida y de estudio propuesto por

los victorinos se inscribía plenamente en el clima de la reforma eclesiástica y en un

ambiente de renovación social de tipo urbano que fue un nuevo despertar tras unos siglos

de estancamiento intelectual y económico en Europa. No extraña pues que en poco tiempo

el claustro victorino se llenó de sujetos muy aventajados intelectualmente que querrían

progresar aún más en la búsqueda intelectual bajo un guía experimentado. La abadía

victorina vio pasar por sus muros personalidades muy influyentes en la historia del

pensamiento medieval, como por ejemplo un tal Pedro Lombardo, encomendado al abad

por san Bernardo de Clarval, él mismo amigo íntimo de los victorinos y ordenado de

sacerdote por Guillermo de Champeaux. En las líneas que siguen se presenta brevemente

a los victorinos en una clasificación que toma como criterio la influencia y el número de

obras escritas por cada uno de ellos. Así pasaremos en revista a los victorini maiores,

34 En una sincera confesión Hugo expresaba su conciencia y gratitud de ser un hombre muy dotado y

favorecido por su Creador: Tu dedisti mihi, Domine, ut te agnoscam, et prae caeteris multis de tuis secretis

revelata intelligam. Alios coaetaneos meos in tenebris ignorantiae dereliquisti, et mihi prae illis lumen

sapientiae tuae infudisti. Tu dedisti mihi verius cognoscere te, purius diligere te, sincerius credere in te,

ardentius sequi te. Tu dedisti mihi sensum capacem, intellectum facilem, memoriam tenacem, linguam

disertam, sermonem gratum, doctrinam suasibilem, efficaciam in opere, gratiam in conversatione,

provectum in studiis, effectum in coeptis, solamen in adversis, cautelam in prosperis, et quocunque

vertebam me, ubique gratia tua et misericordia praecessit me. Et fecisti promo omnia saepe cum mihi

consumptus videbar, subito liberasti me; quando errabam, reduxisti me; quando ignorabam, docuisti me;

quando peccabam, corripuisti me, quando tristabat consolatus es me, quando desperabam confortasti me, quando cecidi erexisti me; quando steti, tenuisti me, quando ivi duxisti me; quando veni, suscepisti me.

Haec omnia mihi fecisti, Domine Deus meus, et alia multa de quibus mihi dulce erit semper cogitare,

semper loqui, semper gratias agere, ut te laudem et amem pro omnibus beneficiis tuis, Domine Deus meus.

Ecce habes, anima mea, arrham tuam, et in arrha tua cognoscis sponsum tuum; serva te illi intactam, serva

impollutam, serva integram, serva incontaminatam. Si olim meretrix fuisti, jam virgo facta es,

quemadmodum amor illius consuevit corruptis integritatem reddere, et integris castitatem conservare.

Semper autem cogita quantam tecum misericordiam fecerit, et in hoc perpende quantum ab ipso diligeris,

quod ejus beneficium nunquam tibi defuisse cognoscis (Hugo a s. Victore, De arrha aniame, ed. H. B.

Feisset y P. Sicard, Sous la règle de saint Augustin, 3, 1997, 274).

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minores et minimores llegando cronológicamente hasta Tomás Galus, que cierra la

pléyade de los insignes representantes de la escuela.

Victorini Maiores

Ricardo de San Víctor († 1173)

Desde luego es el más famoso de entre los discípulos de Hugo. Aunque hoy los

investigadores confiesan un consenso en cuanto a sus orígenes insulares, no hay todavía

unanimidad a qué nación – escocesa o inglesa – inscribir su nombre35. No disponemos de

datos respecto a su vida antes de optar por la entrada en la comunidad canonial de Parías.

Tampoco conocemos la fecha de su entrada y su andadura formativa: de manera

conjetural se admite que tomo parte en las clases impartidas por Hugo. Las fuentes

documentales le nombran como maestro. Ostentó el cargo de suprior (1159) y prior

(1162) de la abadía. Estas circunstancias son importantes, visto que Ricardo hubo que

ejercer estos servicios cuando la comunidad victorina vivía su primera crisis institucional

provocada por la inhonesta conducta del abad Ernis, que fue destituido de su cargo un

año antes de la muerte del gran teólogo victorino. Ricardo fue un escritor prolífico y

fecundo. Es autor de las obras de carácter decididamente teológico entre las cuales destaca

la De Trinitate. En esta obra se encuentra una nueva definición de la persona, que

modifica significativamente la formulación substancialista de Boecio sustituyendo la

substantia individua naturae rationalis36 por incommunicabilis existentia37. Esta

reformulación de la definición de persona es objeto de renovado interés entre los

estudiosos de hoy38. Ricardo se mostró como un especialista tanto en el campo de la

exégesis bíblica como en la historiografía y clasificación de las disciplinas científicas con

su Liber exceptionum39. Sin embargo la disciplina en la cual la voz de Ricardo a través

de los siglos ha sido una autoridad incontestable es la mística y su teoría de la

35 POR. Poirel D., « L’école de Saint-Victor au Moyen Âge: bilan d’un demi-siècle historiographique »,

Bibliothèque de l'école des chartes, t. 156/1 (1998), 196. 36 BOECIO, S., Sobre la persona y las dos naturalezas, Madrid: BAC 1979, p. 577. 37 Richard de Saint-Victor, De trinitate IV, 22, (ed.) J. Ribaillier (Textes philosophiques du Moyen AgeVI),

Vrin Paris 1958, p. 187. Desde hace poco existe una versión castellana de este tratado. Cfr. Ricardo de San

Víctor, La Trinidad, Sígueme, Salamanca 2015. 38 Vid. Den Bok Nico, Communicating the most high. A systematic Study of person and trinity in the

theology of Richard of St. Victor (†1173) : Brepols, 1996. 39 Richard de Saint-Victor, Liber exceptionum, texte critique avec introduction, notes et tables (Textes

philosophiques du Moyen Age V), Vrin Paris, 1958.

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contemplación desarrollada en los tratados Beniamin maior40 y Beniamin minor41. La

riqueza doctrinal de la obra de este insigne victorino todavía no está exhaustivamente

estudiada. A la medida del progreso en la edición crítica de sus tratados se descubren sus

conexiones con el corpus hugoniano y la profunda armonía entre la razón y la fe que

busca a entender.

Andrés de San Víctor († 1175)

Otro gran maestro victorino, Andrés, tal como Ricardo fue de procedencia

británica y tuvo el mérito de introducir y asentar la comunidad victorina en Inglaterra.

Antes de ser abad del monasterio de Santiago en Wigmore (condado de Herefordshire)

era maestro en la escuela parisina. Su campo de trabajo fue la exégesis bíblica. Sin

exageración ninguna se puede decir que fue un verdadero especialista en la materia.

Manejaba las lenguas originales y para aclarar sus dudas respecto a lugares de difícil

comprensión mantenía contactos con los rabinos de norte de Francia. Dejó comentarios a

muchos libros del Antiguo Testamento42. Su exégesis literaria y hasta histórico-crítica no

siempre agradaba a los demás miembros de la abadía, como lo atestigua un escrito de

Ricardo43. Pero no parece que este fuera el motivo de su prolongada ausencia en San

Víctor. De hecho, entre los años 1147-1154 estuvo trabajando para allanar las dificultades

en la primera fundación de los canónigos de observancia victorina en Inglaterra. Volvió

a París para un periodo de tres años (1159-1162), pero este era tan solo un paréntesis,

porque el resto de su vida lo pasó entre los muros de la abadía de Wigmore, donde murió

siendo abad en el año 1175. El tema muy interesante en la reflexión de Andrés es la

relación entre la fe y la Palabra divina que se condicionan mutuamente. El docto abad de

Wigmore intenta esclarecer sus relaciones tanto en teólogo como en exégeta44.

40 L’oeuvre de Richard de Saint-Victor 1. De contemplatione (Beniamin maior), ed. y trad. J. Grosfillier,

Sous la Règle de saint Augustin 13, Turnhout : Brepols 2013. 41 DE SAINT VICTOR, R., Beniamin minor, Les douze Patriarches ou Beniamin minor. Texte critique et traduction par Jean Châtillon (†), Monique Duchet-Suchaut. Introduction, notes et index par Jean Longère

(SC 419), Paris 1997. 42 Andreas a Sancto Victore, Expositio in Isaiam, Ms. Cambridge, Pembroke College, 45, f. 1r–75r;

Expositiones historicae in libros Salomonis, ed. Rainer Berndt (CCCM 53B), Turnhout: Brepols 1991;

Expositio Hystorica in Librum Regum, ed. Frans A. Van Liere (CCCM 53A), Turnhout: Brepols 1996,

editio 5–144; Expositio super Danielem, ed. Mark Zier (CCCM 53F), Turnhout: Brepols 1990. 43 BERNDT, R., « La pratique exégétique d'André de Saint-Victor: tradition victorine et influence

rabbinique », en : L’abbaye parisienne de Saint- Victor au Moyen Age, (ed.) J. Longère (Bibliotheca

Victorina, 1), Turnhout : Brepols, 1991, pp. 271-290. 44 VID. BERNDT, R., André de Saint-Victor (†1175), exégète et théologien, Turnhout : Brepols, 1991.

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Acardo de San Víctor († 1171)

Los detalles de la vida de este canónigo de San Víctor fueron oscuros o

legendarios hasta los estudios de un victorino del s. XX, J. Chatillon, que le dedicó un

estudio profundo y editó una parte considerable de su obra. Según los resultados de la

investigación de este eminente conocedor del pensamiento e historia de los victorinos,

Acardo nació a caballo entre el s. XI i XII también en el suelo británico. No conocemos

las vicisitudes de su vida antes de su incorporación a la comunidad victorina que tuvo

lugar a lo largo de la segunda década del s. XII. Estudió bajo el abad Guilduino y él mismo

empezó una carrera didáctica en la abadía donde impartía también la docencia. En el año

1155, después de la muerte de Guilduino, se convirtió en el segundo abad de San Víctor,

pero su mandato abacial se vio cortado en el año 1162, cuando fue consagrado obispo de

la diócesis de Avranches en Inglaterra. Muy docto y virtuoso, era apreciado por la familia

real de Inglaterra, sobre todo por el rey Enrique II Plantageneta, que le pido fuese el

padrino de su hija, Alienor de Aquitania. Acardo murió en el año 1172 y fue sepultado en

la abadía premonstratense de Lucerna, donde sus restos descansan hasta hoy. El corpus

de escritos de este pensador victorino, aunque no es muy extenso, se compone de unos

tratados importantes, sobre todo de una disertación metafísica De unitate Dei et

pluralitate creaturarum45, un tratadillo antropológico De discretione anime, spiritus et

mentis46. Se conserva tambíen una rica colección de sus hermosas y sugerentes homilías47.

Entre ellas destaca la homilía XV De septem desertis48, que es un magnífico tratado de

mistagogía de la vida espiritual, lleno de simbolismo y belleza.

Adán de San Víctor († h. 1146)

Con tana belleza e simbolismo, que caracterizan la escuela de los victorinos, raro

sería si no apareciese entre ellos alguien que no fuera poeta y músico. Es el caso de Adán.

Este, antes de ingresar a San Víctor, fue cantor en la catedral de Notre-Dame donde sus

huellas se remontan al año 1107. Se puede conjeturar que fue el preocupante estado del

45 Achar de Saint Victor, L'unité de Dieu et la pluralité des créatures, De unitate Dei et pluralitate

creaturarum, suivi de la traduction française du traité achardien «Du discernement entre âme, spiritus et

mens», ed. E. Martineau, Caen 2013. 46 Ibid. 47Por. Achard de Saint-Victor, Sermons inédits, texte latin avec introduction, notes et tables, ed. J. Châtillon

Paris, 1970. 48 Ibid., 199-243.

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cabildo catedralicio de la sede episcopal de París que constituyó el motivo mayor para

una reconsideración vocacional de Adán que desembocó en la decisión de entrar a la

abadía victorina hacia el año 1133/1134. Ahí el insigne músico y poeta compuso una serie

de secuencias y tropos litúrgicos que en número de cuarenta llegaron a nuestros días49. El

estilo poético y musical de Adán tiene unas profundas afinidades con el estilo gótico en

la arquitectura que por entonces despuntaba en Francia y cuyo ejemplo no desdeñable fue

el mismo conjunto monástico de San Víctor50.

Godofredo de San Víctor († 1195)

Este intelectual de calidad nació entre el año 1125 y 1130. En sus obras dejó

bastantes informaciones autobiográficas y por eso la biografía de este victorino nos es

conocida algo mejor que en el caso de sus hermanos de hábito. Antes de hacerse victorino

estudió artes en la escuela del Puentecillo (Petit Pont) en París y cursó la teología con el

maestro Adán de Balsham vinculado a dicha escuela. Mantuvo contactos con Gilberto de

la Porrée, Alberico de Reims y Roberto de Melun y parece que él mismo enseñaba

teología. Llamó a las puertas de San Víctor en torno a los años 1155-1160. Se formó

bebiendo de los escritos de Hugo y en sus estudios fue dirigido por Ricardo. Su obra

escrita es muy variada en cuanto al género literario: su tratado más conocido, Fons

philosophiae51, está en verso, así como sus poemas Preconium Augustini, Sequencia de

sancto Victore y Planctus beate Marie. Conocemos también su paráfrasis rítmica del

Magnificat. Muy probablemente desempeñaba el oficio del cantor litúrgico en el seno de

su comunidad. La crítica textual es casi unánime en cuanto a su autoría del tratado

intitulado Summa elegantius in jure divino seu Summa Coloniensis, que es uno de los

primeros comentarios al Decreto de Gracían que conocemos. La vida de este victorino

refleja la situación conflictiva que se vivía entonces entre los muros de la abadía. La

49 DE SANCTO VICTOR, A., Quatorze proses Adam de Saint-Victor: Quatorze proses du XIIe siècle à la

louange de la Vierge, introduites, traduites et commentées par Bernadette Jollès (Sous la Règle de saint

Augustin 2), Turnhout 1994 ; Adamus de Sancto Victore, Sequentiae Adam von Sankt Viktor: Sämtliche

Sequenzen, hg. und übersetzt von Franz Wellner, Wien 1955. Vid. también J. Grosfillier Les sequences d'Adam de Saint-Victor : etude litteraire (poetique et rhetorique), textes et traductions, commentaires,

Bibliotheca Victorina, 20, Turnhout: Brepols, 2008 ; Fassler Margot Elsbeth, Gothic Song Victorine

Sequences and Augustinian Reform in Twelfth-Century Paris, Cambridge University Press, 1993. 50 Vid. Poirel D., L’abbé Suger, le manifeste gothique de Saint-Denis et la pensée victorine: Actes du

Colloque organisé à la Fondation Singer-Polignac (Paris) le mardi 21 novembre 2000, Turnhout: Brepols,

2001. 51 Fons philosophiae, texte édité et annoté par Pierre Michaud-Quantin, Namur, Louvain, Lille, 1956

(Analecta mediaevalia namurcensia, 8). Por. Również E. A. Sinan, The Fountain of philosophy, a

translation of the twelfth-century « Fons philosophiae » of Godfrey of Saint-Victor, Toronto, 1972

(Mediaeval sources in translation, 10).

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primigenia armonía entre la fe y la razón en los tiempos de Godofredo ya paso a ser

historia. Sus tendencias humanísticas eran vistas de mal ojo por algunos de sus hermanos,

sobre todo por el antiinttelectualista Gautier, del cual todavía hablaremos, y le obligaron

a exiliarse de la abadía en torno al año 1185. Durante este exilio y tiempo de soledad

Godofredo compone su Microcosmus: hasta nuestros días se conserva su autógrafo en

segunda redacción52 y otro ejemplar que lleva las notas marginales del autor53 – caso

único en la historia de la literatura antes del s. XIV54. Parece que regresó a París al final

de sus días, pero la fecha de su muerte no nos es conocida.

Thomas Galus († 1246)

El último gran victorino es testigo de la expansión de esta congregación canonial

fuera de las fronteras del reino de los francos y al mismo tiempo signo del cambio

intelectual que se operaba entre los discípulos de Hugo. El apellido Gallus le fue añadido

por sus hermanos cuando este pensador aceptó la petición del cardinal Guala Bicchieri

para fundar la abadía de San Andrés de Vercelli. Poco sabemos sobre su etapa parisina.

Entró a San Víctor a principios del s. XIII y permaneció allí hasta el año 1218/1219

cuando se marchó a Italia. En Vercelli fue en principio prior (1224) para dos años más

tarde (1226) recibir la dignidad de abad. Su vida en Italia fue bastante complicada y

agitada. En consecuencia de unas luchas por el poder e intrigas internas tuvo que exiliarse

durante varios años, refugiándose en Ivrea. Todo apunta que antes de la muerte, ocurrida

en el año 1246, pudo regresar a su abadía, allí expiró y fue sepultado. Tomás dejó un

corpus de escritos digno de nombre de un verdadero sabio victorino. Su obra exegético-

bíblica se compone de dos Comentarios al Cantar de los Cantares y un Comentario al

profeta Isaías, escritos todavía en su etapa parisina. Dedicó gran parte de su tiempo al

estudio y exégesis de corpus dionysiacum comentando todos los textos del Pseudo-

Dionisio Areopagita en sus Explanationes55 y Glossas56. Como continuador del

pensamiento sobre la teoría de la contemplación dejó un tratadillo sobre los grados de la

52 Mss. lat. 14881, BNF. 53 Mss. lat. 14515, BNF. 54 GASPARRI, F., « Le dossier paléographique de Godefroid de Saint-Victor », Scriptorium, t. 36, 1982,

p. 29-42, 43-50. 55 THMAS GALLUS, V., Explanatio in libros Dionysii, ed. D. A. Lawell, CCCM 223, Turnhout: Brepols,

2011. 56 Vid. Thomas Gallus, Glose super angelica ierarchia. Accedunt indices ad Thomae Galli Opera, ed. D. A.

Lawell, CCCM 223A, Turnhout: Brepols, 2011.

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contemplación57 y un sermón sobre la conducta de los superiores que tenía que

asemejarse a la vida de los ángeles58. La obra del Vercelense se acerca al misticismo

afectivo de la corriente franciscana y de hecho será acogida por sus representantes con

mucho elogio. Galus par sus escritos inspiró bastante el pensamiento de Nicolás de Cusa,

el cantor de la docta ignorantia.

Victotrini Minores

A continuación presentaremos brevemente otras figuras significativas para la

historia del pensamiento victorino. En el caso de los llamado victorinos menores su

producción literaria es menos extensa y no ejerció tanta influencia en la posterioridad

como la de sus hermanos descritos hasta entonces.

Guilduino de San Víctor († 1155)

Guilduino formaba parte del grupo fundacional de San Víctor. Fiel a su maestro

De Champeaux, siguió sus pasos tras la persecución de Abelardo y en el año 1115fue

elegido primer abad de la comunidad victorina después de la sacra episcopal de

Guillermo. A él se le atribuye la redacción del Liber ordinis Sancti Victori que era una

especie de constituciones o normas propias de los victorinos, difundido en muchas

comunidades canoniales europeas. Este primer superior canónico es autor de un pequeño

tratado de gramática Libellus de accentibus59. Se conservan todavía dos cartas suyas60.

Uno de sus mayores méritos era la preparación de la edición de obras completas del

maestro Hugo. El índice de esta edición todavía hoy es una herramienta muy importante

para los investigadores y editores críticos de los escritos hugonianos61.

Garnier de San Víctor († h. 1170)

Este victorino no ha recibido todavía la suficiente atención por parte de los

investigadores. La posible causa de este estado de las cosas puede radicarse en el hecho

57 D. Lawell, "Spectacula contemplationis (1244-1246): A Treatise by Thomas Gallus", Recherches de

Théologie et Philosophie médiévales 76/2 (2009), p. 249-285. 58 D. Lawell, "Qualiter vita prelatorum conformari debet vite angelice: A Sermon (1244-1246?) Attributed

to Thomas Gallus", Recherches de Théologie et Philosophie médiévales 75/2 (2008), p. 303-336. 59 Cfr. DE SAINT VICTOR, G., Libellus de accentibus cum prologo, ed. Luc Jocqué. Veáse también, Poirel

D., "De Donat à Saint-Victor: un 'De accentibus inédit", en : Lardet P. (ed.), La tradition vive. Mélanges

d'histoire des textes en l'honneur de Louis Holtz, Turnhout: Brepols, 2003, 181-92. 60 Cfr. PL, t. 196, col. 1379-1382. 61 GHELLINCK, J., « La table des matières de la première édition des oeuvres de Hugues de Saint-Victor »,

Recherches de sciences religieuses, t. 1, 1910, pp. 270-289, 385-396.

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de que gran parte de su producción literaria fue extraviada y solo conocemos sus títulos.

Garnier era suprior de la abadía por los años cuarenta, como la atestigua una firma suya.

A través de los escritos de Absalón de San Víctor sabemos que escribió un Gregorianum

que era un florilegio inspirado en las obras de Gregorio Magno, muy leído y estudiado

entre los canónigos parisinos62. Otra obra suya, Regimen sanitatis, conocida por un

antiguo catálogo de la biblioteca victorina hasta ahora no ha sido descubierta. Se le

atribuye la paternidad literaria de un conjunto de 39 homilías, pero el trabajo crítico

respecto a esta atribución queda todavía por hacer63.

Ernis de San Víctor († h. 1173)

El segundo abad de San Víctor es uno de los personajes más controvertidos en la

temprana historia de la congregación. Su elección a abad tuvo lugar en el año 1158,

aunque Guilduino murió tres años antes, en el 1155, lo que significa que el proceso de

sucesión no fue nada fácil. El periodo del gobierno de Ernis fue el tiempo de la mayor

crisis institucional en esta comunidad. El mismo Ernis estaba fuertemente vinculado a la

corte real de París. La complicada personalidad de este victorino, su estilo mundano y

autoritarismo en el gobierno desequilibraron la pacífica convivencia de los victorinos y

tuvieron gran repercusión en el cultivo de las letras. Las numerosas quejas de sus súbditos

quedaban sin efecto a causa del amparo real y poderosa influencia de los cuales gozaba

el inhonesto abad. Solo en el año 1172 Ernis fue depuesto de su cargo y enviado a un

convento fura de París. Defraudó los bienes económicos de la comunidad, vaciando sus

arcas y apropiándose las limosnas ofrecidas a la abadía por los dignatarios eclesiásticos y

civiles. Su muerte le llegó de improvisto en el año 1173. La comunidad victorina se vio

profundamente afectada por las irregularidades de su gobierno. La primigenia serenidad

y armonía reflejadas en las letras victorinas empezaban a ceder a la confrontación entre

la fe y la razón, marcando un giro hacia las posturas antidialécticas.

Simón Cabra Dorada (Aurea Capra, † h. 1173)

Antes de recibir el hábito victorino en el año 1161, este excelente poeta latino –

testigo de la renovación de la tradición antigua – pasaba su tiempo en los palacios de

nobles y formaba parte de la corte de varios príncipes. Patrocinado por ellos, componía

62 Cfr. PL, t. 193, col. 23-462. 63 Cfr., Schneyer J. B., Repertorium der lateinischen Sermones des Mittelalters fiir die Zeit von 1150-1350,

t. II, Münster, 1970, p. 123-127.

.

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panegíricos en honor de las grandes personalidades de su tiempo: Enrique I, conde de

Champaña (1152-1181), Teobaldo II, el papa Eugenio III, san Bernardo de Clarval, el

abad Suger o Hugo de Mâcon. Es también autor de los poemas Ylias y Versus de excidio

Troje que hasta hace poco tiempo se atribuían a Hildebert de Lavardin. Ya entre los

victorinos compuso u epitafio en honor de Pedro Lombardo, y otros para la memoria de

la reina Constancia de Castilla y el príncipe Felipe de Francia. A petición del legado papal,

Pedro de Pavía, escribió la Vita et passio sancti Thome Cantuariensis archiepiscopi. En

su poema De apostolis dejó el testimonio de un cisma ocurrido en el año 1159. La fecha

de su muerte no nos es conocida.

Walter (o Gautier) de San Víctor († h. 1180)

Los escritos de este victorino de orígenes insulares son testimonio de la crisis

intelectual de la abadía. Su conocido panfleto Contra quatuor labyrinthos Franciae64 es

un violento manifiesto en contra de cuatro autores dialécticos de su época: Pedro

Abelardo, Pedro Lombardo, Pedro de Poitiers y Gilberto de la Porrée. Walter dejó un gran

número de sermones65 de un estilo literario mucho mejor que su Contra quatuor

labyrinthos. En sus interpretaciones bíblicas no es tan dado a la alegoría como los demás

victorinos, centrándose en los misterios de la Encarnación y Redención como base para

su antropología66. Dejó también una serie de Quæstiones et decisiones in epistolas S.

Pauli. Walter, tras la muerte de Ricardo, fue durante un tiempo prior de la comunidad

victorina.

Garin (Guérin) de San Víctor († 1193?)

A este abad victorino se le encargó la tarea de calamar los espíritus y devolver el

equilibrio a la comunidad victorina agitada por la crisis de gobierno de Ernis67. Parce que

hasta el año 1164 desempeñó el cargo de superior en la abadía vecina de santa Genoveva

y después residía durante un tiempo entre los canónigos de La Châge, de donde fue

llamado para poner fin a las irregularidades en la abadía parisina. Se conserva una parte

64 GLORIEUX, P., (ed.), “Le contra quatuor labyrinthos Franciae de Gauthier de Saint-Victor”, Archives

d'histoire doctrinale et littéraire du moyen-age 27 (1952), p. 187-335. 65 Galteri a S. Victore et quorumdam aliorum sermones inediti triginta sex, (ed.) Jean Châtillon, CCCM

XXX, Turnhout, 1975. 66 CHATILLON, Vid J., Gautier de St Victor, Dictionnaire de spiritualité ascétique et mystique, t. 6, col.

148. 67 PYCKE, J., « Guérin ou Garin, abbé de Saint- Victor, de 1172 à 1193 », Dictionnaire d'histoire et de

géographie ecclésiastiques, Paris, 1988, t. XXII, col. 684-686.

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de su correspondencia68, algunos sermones y muchos documentos administrativos

sellados por él y firmado con su nombre69.

Victorini Minimores

En esta parte solo se alude a otros victorinos primitivos que dejando pocos escritos

no ejercieron una influencia notable. Sin embargo, son dignos de atención y de estudio

porque proporcionan información desconocida sobre el clima intelectual que reinaba en

los principios de la famosa abadía de París. Con una vista de pájaro invocaremos sus

nombres para salvarlos del olvido de la historiografía.

El primero de ellos es Osberto (mitad del s. XII) del cual sabeos tan solo que era

el testigo de la muerte del maestro Hugo cuyos detalles nos describió en sus cartas70.

Odón († 1173) fue prior de San Víctor y a partir del año 1148 abad de Santa

Genoveva. Se le atribuye una colección de cartas y homilías71, aunque sin una

fundamentación critico-textual fuerte. Algunas de estas cartas y sermones fueron

publicadas por J. P. Migne en su Patrologia Latina72, también bajo el nombre de Hildebert

de Lavardin73.

Absalón († ok. 1196), conocido como abad de canónigos regulares de

Springiersbach (1193-1196), pertenecía durante un tiempo a la abadía victorina, como lo

corrobora un testimonio de Cesario de Heisterbach74. No hay que identificarlo con su

homónimo, que fue abad de San Víctor ente 1198 y 1203, pero no compuso obras escritas.

Nuestro autor dejó Cincuenta homilías festivas75, publicadas por J. P. Migne76. Se le

68 Vid. PL, t. 196, kol. 1387-1398. 69 GASPARRI, F., « Le scribe G., archiviste et bibliothécaire de l'abbaye de Saint-Victor de Paris au XIIe

siècle », Scriptorium, t. 37, 1983, 92-98. 70 Cfr. PL, t. 175, col. 161-163. 71 Cfr. SCHNNEYEER, J. B., Repertorium der lateinischen Sermones..., t. IV, Münster, 1972, p. 517-519.

Vid. también Lebreton M.-M., « Recherches sur les manuscrits des sermons de différents personnages du

XIIe siècle, nommés Odon », Bulletin d'information de l'Institut de recherche et d'histoire des textes, t. 3,

1954, p. 47-50. 72 PL, t. 196, kol. 1399-1418. 73 Cfr. PL, t. 171, col. 186-190, 301 y 307. 74 Cfr. Caesarii Heisterbacensis Monachi, Dialogus miraculorum, Coloniae 1851, IV, 89. 75 VID THOME, A., Die « Sermones festivales » des Absalons von Sankt-Viktor in ihrem dogmatischen

Gehalt und ihrer theologiegeschichtlichen Bedeutung, Trêves, 1951. 76Vide PL, t. 211, col. 13-294.

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atribuye también la obra Gregorianus abreviatus77. Absalón recurría con frecuencia a las

obras de los autores clásicos78.

El siguiente victorino, Pedro de Poitiers († 1216), autor de varios tratados

teológicos, na ha de confundirse con el famoso canciller de París, que llevaba el mismo

nombre. Este victorino escribió obras de carácter más pastoral que reflejan la

involucración de los canónigos de San Víctor en la vida de la Universidad de París y su

servicio sacramental prestado a la comunidad universitaria. De él conservamos Summa

de confessione o Compilatio presens79, In capite jejunii y suma De mysteriis incarnationis

Christi qua todavía no ha sido publicada. Según los datos que en su Memoriale

historiarum nos proporciona Juan de Toulouse, Pedro vistió el hábito victorino en el año

1166.

El nombre de Menando, un victorino de principios del s. XIII, está vinculado con

una carta escrita hacia el año 1217 que versaba sobre la jurisdicción de los victorinos

respecto a los estudiantes de la Universidad de Paris. Aunque la misma carta no se

conserva, disponemos de la respuesta de fray Raúl, penitenciario papal, que en nombre

de Honorio III disipa las dudas del victorino80.

También con el ámbito universitario y pastoral están vinculados los nombres de

Roberto de Flamborough († antes de 1234) y de Santiago († 1237?). El primero, inglés

de origen y victorino desde 1205, es autor de un Liber penitentialis81. El segundo, poco

conocido, fue redactor de una de las versiones del Liber penitentialis que introdujo con

una homilía. Es autor de otra serie de sermones recientamente descubierta82.

Con estos cappellanes de la Universidad de París cerramos este breve panorama

de la edad de oro de los victorinos, dejando para otro estudio autores como Juan de Aulnay

77 VID GIURAUND, C., y DANS STIRNEMANN P, « Le rayonnement de l'école de Saint-Victor.

Manuscrits de la Bibliothèque Mazarine », en : Poirel D. (ed.), L'école de Saint-Victor de Paris. Influence

et rayonnement du Moyen Age à l'époque moderne. Colloque international du C.N.R.S. pour le neuvième

centenaire de la fondation (1108-2008) tenu au Collège des Bernardins à Paris les 24-27 septembre 2008, Turnhout 2010, p. 653-666. 78 COURCELLE, P., « La culture antique d' Absalon de Saint-Victor », Journal des savants, 1972, fasc. 4,

p. 270-291. 79 Petrus Pictaviensis, (Summa de confessione) Compilatio praesens, CCCM 51,Turnhout, 1980. 80 Veáse la introducción de Longère J., en: Petrus Pictaviensis, (Summa de confessione) Compilatio

praesens, Turnhout : Brepols, 1980, p. LXXXII-LXXXIII. 81 Vid. Robert of Flamborough, Liber poenitentialis, a critical edition with introduction and notes, (ed.)

Francis Firth J. J., Toronto 1971. 82 Cfr. POIRE, D., « L’école de Saint-Victor au Moyen Âge bilan d’un demi-siècle historiographique », p.

23.

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(† 1275)83, Gerardo († v. 1317), Juan de Toulouse († v. 1351) o Roberto de San Víctor84,

que ya son testigos de otros tiempos.

A guisa de conclusión: Conocimiento, camino hacia la bienaventuranza

La historia de la aventura victorina empezada en los suburbios de París a

principios del siglo XII es un buen testimonio de la búsqueda de la Sabiduría que en vez

de excluir todo lo incluye. Solo este tipo de conocimiento es digno del hombre como tal

y puede colmar sus anhelos más íntimos. Los autores victorinos dejaron una huella en la

historia de la cultura europea inspirando un optimismo cognoscitivo, un esfuerzo sereno

en la búsqueda de la unificación de la fe que desea entender y de la razón que por

naturaleza quiere transcenderse a sí misma para conocer más y más plenamente. El

camino de la gradual ascensión por los grados de las artes, ciencias, sentidos de la

Escritura y los escalones de las contemplaciones victorinas conduce a la misteriosa

morada, donde el hombre descubre su verdadero rostro contemplado en el rostro de Dios.

El término de llegada del hombre es el disfrute de la íntima comunión con Él a través de

la vida del conocimiento y el amor perfeccionado por un esfuerzo ético en la unificación

del ser y del obrar. Esta concepción totalizante, cultivada y predicada en las aulas del

claustro de San Víctor, no se quedó sin fruto a través de los siglos. En las fuentes

sapienciales que brotaron al lado de la antigua celda eremítica de San Víctor se abrevaron

muchos pelegrinos. Basta mencionar los nombres tan célebres como el de Pedro

Lombardo, Joaquín de Fiore, Adán el Escoto, Hildegarda de Bingen, Buenaventura o

Tomás de Aquino. Los victorinos han dejado una impronta indeleble en la arquitectura,

música, poesía, pensamiento filosófico y sobre todo en la teología, aunque su propio

conjunto arquitectural y patrimonio artístico fue completamente arrasado por la tormenta

de la revolución francesa en el pleno Siglo de las Luces. La espiritualidad y mística de

estos sabios canónigos influyó considerablemente en las corrientes de renovación

83 Mss. lat. 14961 BNF. 84 Cfr. POIREL, D., « Un 'De institutione novitiorum' victorin inédit », en: L'oeuvre de Hugues de Saint-

Victor, t. I, p. 307-312.

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espiritual en Europa a lo largo de los siglos, sirviendo de valioso apoyo doctrinal a la hora

de expresar la experiencia de lo indecible85.

El florecimiento actual de los estudios victorinos con sus ediciones críticas,

traducciones y monografías es un buen pronóstico para el futuro. En la época como la

nuestra, una época de la razón estrechada por el positivismo y amenazada por el

escepticismo, en los tiempos de cansancio de las instituciones y de la desilusión una pizca

del ideal victorino, una página de la bella y sabia prosa de estos maestros medievales

puede levantar los espíritus y anhelarlos para emprender la apasionante andadura per

visibilia ad invisibilia para encontrar el hogar de la verdadera Sabiduría.

Bibliografía

FEISS H., Mousseau J., (ed.), A Companion to the Abbey of Saint Victor in Paris, Brille:

Leiden-Boston, 2017.

HASKINS Charles. H., El renacimiento del siglo XII, edición, traducción, prólogo y notas

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85 En la síntesis de la mística carmelitana hecha por Tomás de Jesús en su obra maestra De contemplatione

divina libri sex (Bruxelles 1620) casi no hay página sin citar a los victorinos, donde los grados de

contemplación de Hugo y Ricardo son armonizados con las moradas teresianas.

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COMENTARIO DEL TEXTO FILOSÓFICO DE INMANUEL

KANT. “CONTESTACIÓN A LA PREGUNTA: ¿QUÉ ES LA

ILUSTRACIÓN?”

P. Henry Obregon Cueva, OSJ.

Universidad Pontificia de Salamanca

[email protected]

El pensamiento de Immanuel Kant estableció una revolución copernicana en la

reflexión filosófica del siglo XVIII. El iniciador del idealismo trascendental denominó

aquel período de la historia del pensamiento durante la etapa crítica de su pensamiento

como “época de Ilustración”, como la salida del hombre de su auto culpable minoría de

edad para atreverse a saber y razonar por sí mismo con entera libertad. Esta postura crítica

la manifestó en su obra “Contestación a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?, escrita el 30

de septiembre de 1784.

El término de Ilustración sirvió para denominar la época en la que vivió Kant

conocida también como el siglo de las luces, confluyendo el empirismo que ponía énfasis

en la experiencia como punto de inicio del conocimiento y el racionalismo que ensalzaba

la capacidad racional del hombre y promovía que el conocimiento debe ser guiado por un

método matemático verificable y eficaz. Ambos sistemas filosóficos vivían contrapuestos

durante el siglo anterior, pero que al unirse dieron origen a un movimiento cultural que

se extendió por Europa con el nombre de Ilustración, Iluminismo o Siglo de las Luces.

Como programa se propone ilustrar, con la luz de la razón humana, toda la realidad,

incentivando que las personas abandonen la condición auto culpable de “minoría de

edad”1, se liberen de las cadenas y ataduras originadas por las Instituciones que actúan de

“tutores de la gente”2 y puedan pensar y autodeterminarse libre y responsablemente. Esta

nueva época buscó el progreso en el ámbito de la ciencia y la técnica, también marcó un

nuevo horizonte en el pensamiento y el avance del saber usando el nuevo método

experimental como forma eficaz de verificación y análisis con la intención de adquirir

nuevos conocimientos.

1 KANT, I., Contestación a la pregunta: ¿qué es la ilustración?, Traducción de Roberto Rodríguez

Aramayo, Madrid: Editorial Gredos, 2010, 3. 2 Ibíd., 4.

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Las causas que originaron al nacimiento de la Ilustración son varias: en primer

lugar, el progreso en el pensamiento promovido por los empiristas y racionalistas del siglo

XVII que generó un cambio ante los tradicionales paradigmas escolásticos basados en el

silogismo y la metafísica; en segundo lugar, la revolución industrial con los grandes

progresos en la técnica y las ciencias, que eliminaron prejuicios y errores atribuidos a las

Instituciones denominadas por Kant como los tutores o autoridades que han encadenado

al hombre y le impiden salir de su minoría de edad; en tercer lugar, las difíciles

condiciones económicas y políticas por la que atravesaron la mayor parte los Estados de

Europa a causa de las guerras.

Las consecuencias de la cultura ilustrada son diversas en muchos lugares: en

Inglaterra se produjo la instauración del régimen parlamentario con el triunfo del

liberalismo, en Alemania se estableció las bases de un nuevo pensamiento crítico y en

Francia se forjó la revolución guiada por los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

En medio de todo este horizonte cultural de cambio Kant nació el 22 de abril de

1724 en una familia modesta, “creció en el espíritu del movimiento pietista”3, permaneció

siempre en su pueblo natal, Königsberg, ubicada en la parte oriental de Prusia. En aquella

época Alemania era una nación dividida en varios Estados dentro del Imperio Germánico.

El reino de Prusia en tiempos de Federico II el Grande fue uno de los reinos más

poderosos y con el paso del tiempo fue adquiriendo más territorios y prosperó

económicamente.

En 1740 ingresó en “la universidad de su ciudad natal, donde asistió a los cursos

de ciencias y de filosofía, concluyendo el ciclo de estudios superiores en 1747”4. Pocos

años después en 1755 llegó a ser profesor de esa misma universidad. Desde que comenzó

como docente, se fue alejando de las tesis racionalistas de Descarte y Leibniz. Después

de leer las obras de Hume y Rousseau, su alejamiento del racionalismo se aceleró

considerablemente e inició una nueva etapa de evolución intelectual en su forma de pensar

llamada etapa crítica que comenzó el año 1770 con la publicación de su famosa

disertación “Sobre la forma y los principios del mundo sensible e inteligible” seguido por

once años de profunda meditación hasta que en 1781 salió su obra “Crítica a la razón

3 COPLESTON, F., S.I., Historia de la filosofía, volumen III, tomo VI, Barcelona: Editorial Ariel, 2017,

149. 4 REALE, G., y ANTISERI, D., Historia del pensamiento filosófico y científico, tomo II, Barcelona:

Editorial Herder, 2016, 723-724.

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pura”. Tres años más tarde escribió su obra crítica: “Contestación a la pregunta: ¿qué es

la Ilustración?”, cuya importancia es fundamental para conocer el siglo de las Luces y

sirvió para denominar al siglo XVIII como la época de la Ilustración.

Históricamente la época de la Ilustración fue uno de los decenios más

espectaculares en la historia de la cultura de la humanidad, “el mismo en que fueron

compuestas las óperas “Don Juan” y “Las bodas de Fígaro”, de Mozart; en que el primer

historiador moderno Edwar Gibbon publicó su obra “Historia de la decadencia y ruina

del Imperio Romano”; época en la que el escritor escocés James Boswell escribió “La

vida del doctor Samuel Johnson”; y en la que el joven pintor paisajista William Turner

presentó su primera exposición y se hizo miembro de la Real Academia de Arte de

Londres. Al principio del decenio se redactó la constitución de los Estados Unidos y al

final del mismo decenio en 1789 estalló la Revolución Francesa”5.

Kant se propuso recoger en su obra el sentir de su época y la manifestó en su

famoso lema “¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!” con la

finalidad de salir de la auto culpable “minoría de edad” causada por la “pereza y la

cobardía” de los hombres y las reglamentaciones impuestas por los “tutores” o

Instituciones que obstaculizan la plena libertad de la realización de “la vocación que todo

hombre tiene de pensar por sí mismo”, con esta intención en su obra desarrolló 10

argumentos:

En el primer argumento da la repuesta a la interrogante planteada sobre la

Ilustración, afirmando que “la Ilustración es la salida del hombre de su condición de

menor de edad de la cual él es culpable”, explica la minoría de edad es la incapacidad de

servirse de su propia razón de manera libre, cuya causa no radica en el entendimiento,

sino en la falta de decisión y valor de atreverse a pensar por sí mismo valiéndose de su

entendimiento y por ello menciona su famosa frase “sapere aude”.

En el segundo argumento luego de haber dado respuesta al interrogante central de

su obra, manifiesta las causas de la auto culpable minoría de edad y dice que son “la

pereza, la cobardía” y “los tutores” son los obstáculos que impiden salir de la minoría de

edad y pensar con entera libertad ya que “es más fácil y cómodo ser menor de edad”, que

otros tomen las decisiones de una persona, que otros piensen, decidan sobre la conciencia

5 KENNY, A., “Breve historia de la filosofía occidental”, Barcelona: Editorial Espasa Libros S. L. U.,

2018, 348.

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y determinen sobre la vida de un persona con el pretexto de no esforzarse y más aun

argumentando cómodamente que “si sólo se puede pagar, no tengo la necesidad de pensar:

otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea”. Los tutores para asegurar el “control” sobre la

gente llamado como “doméstico ganado” o redil que obedece sin objeciones, los han

atontado impidiéndoles cuidadosamente pensar libremente mostrándoles “el riesgo que

los amenaza si intentan marchar solos”, pero no es del todo cierto ya que tras algunas

caídas la gente habría aprendido a caminar y utilizar su propia capacidad de pensar y

decidir con libertad.

En el tercer argumento expone las consecuencias de la minoría de edad “casi

convertida en su naturaleza” porque algunas personas le han “cobrado afición” y por eso

están incapacitados de servirse de su propio entendimiento y más aún nunca se les dio la

oportunidad de pensar libremente ya que los “tutores” mediante “reglamentaciones y

fórmulas” que son “instrumentos mecánicos de un uso racional” que impiden el uso de

los dotes naturales del entendimiento y son denominados como “grillos que atan a una

persistente minoría de edad”, pero ante tal situación negativa existen algunos hombres

que se ha sacado los grillos y han logrado salir de la minoría de edad mediante “el esfuerzo

del propio espíritu” y “caminan con paso seguro”.

En el cuarto argumento afirma la posibilidad de salir del estado del auto culpable

minoría de edad; menciona que se daría ese salto si se dejara espacio a la “libertad” para

que “la gente se ilustre a sí mismo”. Resalta que existen algunos hombres que piensan

por sí mismos incluso entre los tutores que reconocen el valor y “la vocación de todo

hombre a pensar por sí mismo” y para alcanzar la Ilustración es un proceso lento donde

se debe superar “los prejuicios”, “el despotismo personal”, “la opresión interesada y

ambiciosa de algunos” que hacen incierto una verdadera reforma en el modo de pensar.

En el quinto argumento expone la condición fundamental para la salida de la

minoría de edad mencionando que “la Ilustración exige la libertad para hacer uso público

de la propia razón en todo respecto”, pero ante esta exigencia existen en la sociedad voces

de tutores que gritan: “¡No razones! El oficial dice: ¡No razones, adiéstrate! El consejero

de finanzas; ¡no razones, sino paga! El pastor; ¡no razones, sino cree!”, manifestándose

por todos lados limitaciones de la libertad, pero existen dos tipos de limitaciones de la

libertad en relación con la Ilustración: “el uso público de la razón” que debe ser siempre

libre y es el único medio por el cual la gente puede llegar a la Ilustración razonando

libremente y exponiendo su pensamiento ante la totalidad del público lector, “el uso

privado de la razón” que debe ser con frecuencia limitado para no obstaculizar el progreso

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de la Ilustración y es el empleo de la razón que se le permite a un hombre en el interior

de una posición civil o una función que se le ha confiado mediante la obediencia a ciertas

normas establecidas como en el caso de los militares que obedecen órdenes, los

ciudadanos que pagan impuestos y los sacerdotes que ensañan la doctrina de la Iglesia.

En el sexto argumento reflexiona sobre los obstáculos que tiene el establecimiento

de la Ilustración, el primer impedimento es el establecimiento de normas restrictivas

inmutables que impiden ampliar el conocimiento, este tipo de leyes impiden “avanzar en

la Ilustración y el progreso”, es decir en el conocimiento y el empleo de técnicas que

favorezcan el desarrollo de la sociedad, y dichas leyes son “un crimen contra la naturaleza

humana” ya que la finalidad natural del hombre es el progreso en las distintas áreas del

conocimiento; el desarrollo y aplicación de las leyes en bien de la sociedad por parte del

Estado y en el ámbito religioso la formulación de normas religiosas buscando el bien de

cada fiel y del pueblo.

En el séptimo argumento planteó una interrogante entorno a la Ilustración: la

primera pregunta es “¿vivimos ahora en una época ilustrada?” y responde que “no” ya

que falta mucho para que “la totalidad de los hombres sean capaces de salir de su minoría

de edad” y puedan servirse bien y libremente de su entendimiento dejando de lado las

direcciones impuestas por los tutores. Pero afirma que sí se vive una “época de

Ilustración” donde se dan muchas posibilidades de salir de la minoría de edad para

trabajar haciendo uso de la razón y alcanzar una “Ilustración general”, por eso el siglo

XVIII era conocido como la época de la Ilustración.

En el octavo argumento desarrolló la importancia de la libertad en el ámbito de la

religión y la conciencia. Un príncipe o gobernante que deja “plena libertad y no prescribe

nada en materia de religión” y tiene tolerancia es denominado como ilustrado pues desde

su gobierno “es el primero en sacar al género humano de su minoría de edad y deja a cada

uno en libertad” y el papel de los clérigos “en su calidad de sabios” es proteger la libertad

que conduce a la “paz pública y la solidaridad de la comunidad”.

En el noveno argumento explica la relación entre Ilustración y religión explica

que la “Ilustración como la salida de la minoría de edad” tiene como punto central los

asuntos de religión ya que las autoridades o señores “frente a las artes y las ciencias no

tienen ningún interés en jugar al papel de tutores de sus súbditos, pero sí en cuestiones de

religión”, siendo por ello la minoría de edad en temas de religión la más dañina y

deshonrosa; y lo que se debe buscar es la libertad para pensar lo correcto según la razón

y la conciencia para poder vivir.

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En el décimo argumento expone la “inclinación y vocación al libre pensamiento”

que tiene todo hombre y debe ser respetado por todas las instituciones de un Estado pues

éste es el elemento esencial que “repercute en el sentir del pueblo” para poder actuar con

plena libertada y que ayuda a tratar al hombre conforme a su dignidad.

Similar a la época de Kant en el siglo XVIII es la situación que le tocó vivir a San

Agustín de Hipona en el siglo VI donde los bárbaros estaban destruyendo e implantando

sus costumbres y leyes. Ambos vivieron un cambio de época; en cuanto a la construcción

del sistema de pensamiento, ambos plantearon y formularon un lenguaje concorde a las

exigencias de sus respectivas etapas históricas; ambos filósofos con sus vidas y escritos

marcaron un hito en la historia del pensamiento y son los personajes importantes dentro

de la historia de la humanidad.

René Descartes en el siglo XVII fue considerado como el padre de la Modernidad

y Immanuel Kant en el siglo siguiente fue reconocido como propagador de la Ilustración

e iniciador del giro crítico del pensamiento occidental, ambos filósofos tuvieron gran

influencia mediante sus escritos: Descartes con su obra “Discurso del método” promovió

el método matemático para analizar y verificar el razonamiento y determinar si es

verdadero o es una dudosa y falsa idea; Kant con su obra “Respuesta a la pregunta: ¿Qué

es la Ilustración?” influenció y sirvió de base para denominar a toda una etapa de

pensamiento como época de la Ilustración, ambos filósofos sostuvieron la idea de

progreso en el modo de pensar, en las ciencias y las leyes de la sociedad por eso los dos

desarrollaron un pensamiento crítico frente a la tradición y las normas establecidas en el

pensamiento y abrieron un nuevo horizonte de reflexión y progreso en el pensamiento.

En conclusión, Immanuel Kant sostiene que la Ilustración es la salida del hombre

de su auto – culpable condición de menor entendida también como “incapacidad de

servirse de su propio entendimiento” cuya causa radica en la falta de decisión y valor de

atreverse a pensar por sí mismo con libertad por eso invita a pensar con la frase ¡sapere

aude! Sostiene que las causas de esta incapacidad de pensar por sí mismo son “la pereza,

la cobardía y los tutores”, las consecuencias de esta minoría de edad “casi convertida en

su naturaleza” es estar determinado por “las reglamentaciones y fórmulas” que son como

“grillos que atan a una persistente minoría de edad” para salir de este estado la condición

fundamental es la “libertad de hacer uso público de la propia razón” con la finalidad de

llegar a una “época Ilustrada” ya que sólo se está viviendo en una “época de Ilustración”

donde sólo se dan los medios para salir del estado de minoría de edad pero todavía no se

ha alcanzado “la ilustración general” donde se promueva por “tutores” plena libertad

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sobre todo “en el ámbito de la religión y la conciencia” para que todo hombre ejercite su

“vocación al libre pensamiento” y pueda vivir conforme a su dignidad.

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¿AMAR O CUMPLIR? LA ÉTICA DE TOMÁS DE AQUINO

Héctor Manuel González González

Alumno 3º Bachiller de Filosofía

[email protected]

Introducción

Todos tenemos en mente la metáfora de las tres transformaciones que nos relata

Nietzsche, cómo el camello se convierte en león y el león en niño1. Todo ello para explicar

cómo el hombre llega a ser ese «espíritu creativo» que permite la transmutación de todos

los valores, es decir el «superhombre» (Übermensch) que crea su propio sistema por la

voluntad de poder. Sin embargo, vamos a analizar cada una de las figuras que aparecen

en la escena. En primer lugar, el camello es el «espíritu de servicio», ocupado en llevar a

cabo cada uno de los preceptos morales que se le han impuesto, la diligencia hace que se

arrodille ante las cargas morales y su fortaleza para llevarlas a cabo son su regocijo; se

trata de la sumisión a los valores de la moralidad cristiana y tradicional. A continuación,

observamos al león que es el «espíritu desafiante» que intenta librarse de la moral

tradicional, destruyendo al anterior camello servicial y venciendo al dragón del «tú

debes». Y finalmente, el niño que juega y para ello es necesario haber dicho «sí», es decir

crear otros valores y conquistar su mundo mediante su voluntad.

Esta visión nietzscheana es la que refleja esa observación del cristianismo como

una losa que pesa sobre el hombre y que este no es capaz de sobrellevar, al fin y al cabo

sería una carga inhumana. Esta tendencia se ha conformado sobre todo a raíz de la

Reforma protestante y su definición de la libertad humana como servo arbitrio2, donde

Lutero afirma sin contemplaciones que no somos dueños de una voluntad libérrima. El

obrar humano está bajo el dominio del pecado, y esto lo argumenta a partir de que está

contaminado por la concupiscencia o por la soberbia y de que sus actos están fijados por

Dios3. En definitiva, el poso que ha quedado en la cultura es que si el hombre puede

salvarse es únicamente por la única y exclusiva intervención divina, ante la cual el hombre

solo puede acogerla en actitud reverente y suplicante. Aquí entraría todo la cuestión de la

1 Cfr. NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Méjico: McGraw-Hill, 2009, 12-13. 2 Cfr. WA XVIII, 551 y ss. 3 Cfr. LORDA, Juan L., y ÁLVAREZ, A., Antropología Teológica, Pamplona: EUNSA, 2016, 148.

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predestinación que tanta preocupación y desarrollo ha tenido en este ámbito, pero que por

no ser objeto de nuestra disquisición únicamente lo enuncio.

Esto ha calado hondamente dentro del catolicismo también, que de una u otra

manera se ha dejado influenciar por esta perspectiva negativa sobre el hombre y ha

quedado un humus cultural que ve la moral desde una perspectiva legalista. En definitiva,

se trata de aceptar unas normas externas (heteronomía) que me vienen dadas por una

institución, en este caso la Iglesia, ante las cuales la única opción que me queda es

tomarlas y llevarlas a cabo sin ninguna intención siquiera de comprenderlas. Esto

evidentemente hace que la razón humana se rebele contra ello, pues no corresponde a su

propia esencia no buscar la razonabilidad y comprensibilidad de la realidad que permite

luego a la voluntad actuar. Desde esta perspectiva, podemos ver que esto es una de las

causas de la crisis religiosa que está viviendo una Europa denominada antaño la

Cristiandad, ahora «desencantada» tal como ya nos introducía Weber.

Hoy en día es muy común afirmar la libertad de conciencia, la cual se fundamenta

en el reconocimiento de esta como medida en todo juicio moral. Por tanto, se exalta la

dimensión individual y subjetiva de la ética abandonando su dimensión colectiva, lo cual

es propio de una ética que ha rechazado del todo la heteronomía para dar paso a una

autonomía moral que ya Kant propugnaba4. Sin embargo, el Aquinate era capaz de

articular perfectamente ambas dimensiones de la ética y ordenarlas dentro del ser

humano: «Todo aquel que vive en una sociedad es, en cierto modo, parte y miembro del

todo de la sociedad»5, pero «el hombre no está sumido en el Estado según todo su ser».

Es importante también señalar otro aspecto de la civilización posmoderna y es la

globalización y las consecuencias que ha traído consigo. Aquella nos ha introducido en

una especie de sincretismo ético, a partir del cual cada uno puede elegir lo que más le

conviene de las distintas culturas para regir su vida. Así para Bauman, la posmodernidad

es una «modernidad líquida» que engendra a su vez una «ética líquida», es decir todas las

referencias sólidas se han perdido y el sujeto es el creador de la realidad6. Se han ido

redefiniendo los modos de vida para llegar a una vida que no va más allá de la decisión

en el mero instante, sin más pretensión que el goce y el pasar de largo de todo. En

definitiva, esto hace imposible una ética y a su vez una religión a la manera tradicional,

4 Cfr. KANT, I., Crítica de la razón práctica, Madrid: Alianza, 2000. 5 AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae, I-II, 21, 3. 6 Cfr. BAUMAN, Z., La posmodernidad y sus descontentos, Madrid: Akal, 2001.

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pues lo que se pretende es verlo todo como un mercado en el que tú puedas adquirir lo

que deseas según el capitalismo y el consumismo nos hace ver.

Por último, quisiera destacar las palabras de Bernardo Pérez Andreo a la hora de

definir la Posmodernidad, las cuales nos dan una visión bastante clara de la misma sin

necesidad de dejarse llevar por lo «políticamente correcto»: «La posmodernidad es a la

modernidad lo que la apariencia al ser: un vástago borde y estéril, pero que conserva la

raíz que permite un injerto que vuelva a dar fruto. La sociedad del espectáculo aún

permitía albergar esperanzas; la sociedad del escándalo es la muerte de la esperanza. El

único remedio posible es talar el árbol, arrancarlo de raíz y plantar un árbol nuevo en una

tierra no infectada. La sociedad red digital solo permite la existencia de una miríada de

individuos preprogramados para ejercer su función de producción-consumo-destrucción-

producción, cual un enjambre donde la estructura genética determina la función de los

miembros del mismo. El poder reside en el código de programación del enjambre y sus

individuos, la soberanía reside en quien controla el enjambre de la red digital»7.

Este pórtico de entrada ha pretendido ofrecer el punto de partida, desde el que nos

situamos en la sociedad actual y desde el cual pretendemos recuperar una «ética del

amor». Como hemos visto, se ha llegado a una profunda crisis del ser humano, el cual ya

no es capaz de alcanzar su telos que no es otro que la consecución de la vida virtuosa:

«Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la felicidad es la virtud o

alguna clase de virtud, pues la actividad conforme a la virtud es una actividad propia de

ella»8. Sin embargo, el punto de inflexión lo vemos ya con Alasdair MacIntyre y su obra

After Virtue que ya preludiaba el giro copernicano que tenía que dar la sociedad de nuestra

época, en la cual nos decía que habíamos perdido el concepto unitario de persona, la

existencia de un telos en el hombre y la universalidad de los principios morales9.

1. La búsqueda del bien

La moral comienza con el reconocimiento de nuestra indigencia, dándonos cuenta

de que estamos lejos de la plenitud y que para esa perfección todavía nos falta algo. Santo

Tomás nos dice que la moralidad trata del deseo, el amor y la pasión insaciable, y que sin

7 PÉREZ ANDREO, B., La sociedad del escándalo. Riesgo y oportunidad para la civilización, Bilbao:

Desclée de Brouwer, 2016, 112-113. 8 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, I, 8, 1098b 30. 9 Cfr. MACINTYRE, A., Tras la virtud, Barcelona: Editorial Crítica, 2009.

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embargo se saciará por algo que llenará nuestro corazón y dará la paz al alma10. «El

principio de la intención es el fin último; y el principio de la ejecución es la primera de

las cosas que se ordenan al fin»11.

Si dijéramos que este bien supremo existe pero está fuera de nuestro alcance,

llegaríamos a la conclusión de que la visión teleológica no es posible y por tanto,

tendríamos que cambiar por completo nuestro sistema ético. Pero esto no es así, la vida

moral es un viaje que nos lleva a la unión con un bien tan rico que poseerlo y ser poseído

por él pondrá fin a nuestros deseos. Por ello, el Aquinate da importancia a amar lo correcto

y más fundamentalmente lo que es en sí mismo bueno. En resumen, para el doctor

angélico la moral se mueve por el deseo, depende de la insatisfacción y necesita de la

inquietud12.

De este modo, podemos decir que toda acción que lleva a cabo una persona es

porque quiere alcanzar algo con ella, y esto explica el sentido de esa misma acción.

Aquello que se busca, por tanto, es el término de un deseo y a esto se le llama «bien».

«Bueno es aquello que todos apetecen»13, en el sentido de que es capaz de atraer. Pero el

deseo no es propiamente una «cosa» sino una actividad en relación con cosas. Se pueden

distinguir dos tipos de bienes: el bien ontológico, el ente en su perfección que atrae, y el

bien práctico, el tipo de actividad.

Aunque la paz, la felicidad, la alegría y la satisfacción que experimentamos en este

mundo son parciales y pasajeras, no por ello dejan de ser reales y a su vez aumentan

nuestra esperanza. Así para santo Tomás, la experiencia humana nos aporta sobre todo

una observación de las promesas del Reino que nos ha anunciado Jesucristo14.

Si nos adentramos a analizar la estructura del «deseo racional» que desemboca en

la elección del bien que supuestamente nos llevará a la felicidad, podemos distinguir dos

momentos esenciales en el mismo:

1) Lo subjetivo: Lo que el sujeto determina querer y por qué lo hago.

10 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor. Una introducción a la ética de Tomás de Aquino, Madrid:

Ediciones Palabra, 2007, 85. 11 AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae, I-II, 1, 4. 12 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 87-88. 13 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, I, 1, 1094a 3. 14 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 90-91.

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2) Lo objetivo: La motivación formal que me lleva a elegir aquello, y no es

otra, que aquello que está inscrito en el espíritu humano de lograr una vida

buena.

Por tanto, se trata de un «deseo natural» porque lo produce la naturaleza espiritual

del hombre la cual es capaz de desear un bien. No es un acto de elección, sino el principio

de toda elección; no es un acto completo, sino el principio de actos completos; no es un

acto verificable, sino la condición de posibilidad de todo acto. Gracias a este «deseo

natural» de una vida lograda, feliz, plena, es como la actividad humana puede tener un

principio general de unidad, haciendo que su actividad se enmarque dentro de una

conducta, y no quede atomizada en actos aislados.

Ante lo dicho podemos afirmar que una vida lograda no podrá ser tal al margen de

la razón, al margen de actuar según razón, porque es ella la que ordena constantemente la

graduación de las finalidades de la acción, y es ella la que individualiza en dónde está la

plenitud de la vida.

2. La felicidad

Todo el mundo desea ser feliz. Podemos adoptar formas destructivas de

comportamiento, pero no por ello rechazamos la felicidad, sino porque no sabemos

todavía dónde encontrarla. Y así, solo con la posesión del mayor bien, alcanzaremos la

alegría para siempre. De este modo, el Aquinate nos dice que la vida moral no es sino una

búsqueda continua de lo que pensamos que nos dará la alegría, aunque esta búsqueda no

garantice para nada que la lleguemos a alcanzar, y así, experimentamos en estos más

errores que aciertos15.

La felicidad se relaciona con lo que es mejor para nosotros16. Esta es una «amistad»

que perdura toda nuestra vida con ese bien que hemos elegido para nosotros. Santo Tomás

piensa que esta depende del cultivo de las preferencias adecuadas y de alimentar los

deseos correctos. Por tanto, no se trata de tener libertad para perseguir y satisfacer

nuestros deseos, pues se trataría más bien de una concepción terapéutica pero no moral.

Así, nos habla de una felicidad objetiva que tiene un significado exacto, que es alimentar

los mejores deseos, el amor más rico y noble. A su vez, es normativa y no individualista,

15 Cfr. Ibíd., 93-95. 16 Cfr. AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae, I-II, 2, 4.

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es decir, nos tenemos que conformar con el bien en el que reside la felicidad hasta

practicar el amor que nos trae el gozo verdadero17.

Santo Tomás nos dice que el dinero, la distinción, la fama y la gloria, el poder y el

placer son posibles candidatos a la felicidad, pero afirma que en ninguno encontramos el

bien último, aunque en una vida buena y próspera han de ser incluidos. Además, no

pueden ser nuestro bien perfecto porque son inferiores a nosotros, y solo nos puede dar la

plenitud algo superior a nosotros. «Es claro que la felicidad del hombre no puede estar en

las riquezas naturales, pues se las busca en orden a otra cosa, para sustentar la naturaleza

del hombre y, por eso, no pueden ser el fin último del hombre, sino que se ordenan a él

como a su fin»18. En suma, todo amor mal orientado es idólatra y todo amor idólatra es

mortal. Si nos entregamos a los bienes inferiores a nosotros, irremediablemente nos

destruimos19.

La felicidad, por tanto, para el doctor angélico, tiene las siguientes características20:

1) Es unirse al bien supremo; poseer el bien al cual se ordenan los demás

bienes.

2) No puede ser algo inferior a nosotros, sino algo tan superior que, al amarlo,

nos dé la máxima plenitud. Es capaz de sanar, embellecer y bendecir, dar

vida y redimir.

3) Las posesiones son necesarias para que la vida sea completamente buena.

Su valor proviene de Dios y su finalidad es ayudarnos en la búsqueda de la

bondad y la vida.

Así, el Aquinate nos da unas directrices sobre qué es la felicidad y dónde

encontrarla:

1) La persona no está hecha para sí misma:

«Es imposible que la humana beatitud consista en bienes del cuerpo, por dos

razones: Primera, porque es imposible que el último fin de una cosa que se

ordena a otra sea su conservación en el ser. (…) Es evidente que el hombre

está ordenado a algo, como su fin, ya que no es él el sumo bien. Luego es

17 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 7, 96-99. 18 AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae,I-II, 2, 1. 19 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 99-103. 20 Cfr. Ibíd., 103-107.

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imposible que el último fin de la razón y de la voluntad sea la conservación

del ser humano.

Segunda, porque, aun suponiendo tal finalidad de la razón y de la voluntad

humana, no podría decirse que el fin del hombre fuera un bien corporal. El

ser del hombre consiste en el alma y el cuerpo, y si bien el ser del cuerpo

depende del alma, el ser de esta no depende del cuerpo, como antes se ha

demostrado; y el mismo cuerpo es por el alma, como la materia por la forma

y el instrumento por el motor, para que por él ejecute sus acciones. Es, pues,

imposible que en los bienes corporales esté la bienaventuranza, que es el fin

último del hombre»21.

Paradójicamente encontramos nuestra identidad y nos completamos en una

relación de amor y confianza con los demás.

2) Amar y ser amado por la bondad es nuestra felicidad:

«El ser, tomado en su significación absoluta, como incluyendo en sí toda la

perfección de ser, es preferible a la vida y a todas las perfecciones

subsiguientes. Y es que el ser, en cuanto tal, contiene en sí todos los bienes

que se siguen de él; y en este sentido habla Dionisio: ‘Pero, si se considera

el ser participado en esta o en aquella cosa que no implican toda la

perfección del ser, sino un modo imperfecto del mismo, cual es el ser de

toda criatura, entonces es cierto que el ser con otras perfecciones suyas es

algo más excelente’. Por eso añade Dionisio que ‘los seres que viven son

mejores que los que solo existen, y los inteligentes mejores que los

vivientes’»22.

De aquí concluimos que la «perfección añadida» que eleva «la mera

existencia» es el amor.

3) La felicidad es ser semejantes a Dios en la bondad:

«El verdadero premio de la virtud es la beatitud misma, y por ella obran los

virtuosos; si obrasen por los honores, ya no sería virtud, sino ambición»23.

«Todas las cosas tienden a asemejarse a Dios, como fin último y primer

principio»24.

21 AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae, I-II, 2, 5. 22 Ibíd., 2, 5, ad 2. 23 Ibíd., 2, 2, ad 1. 24 Ibíd., 2, 4, arg. 1.

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«El poder divino se identifica con su bondad; por lo tanto, Dios no puede

menos de usar bien de su potestad. Esto no se da en los hombres. Por donde

no basta para la bienaventuranza que el hombre se asemeje a Dios en el

poder, sino se requiere que se le parezca también en la bondad»25.

En suma, la felicidad no es natural, sino adquirida y desarrollada por el

hombre a través de un modo virtuoso de vivir. Parcialmente es una emoción,

pues propiamente es el amor puesto en práctica.

Así prosigue diciendo que la felicidad no es un humor o sentimiento, sino una

cualidad del alma. Lo que nos hace feliz es externo a nosotros, pero llegamos a la felicidad

cuando lo asimilamos por medio del amor26.

3. La amistad con Dios

Tomás define la caridad como amistad con Dios27: «La caridad significa, no solo

amor de Dios, sino también cierta amistad con Él, amistad que añade sobre el amor la

reciprocidad en el mismo, junto con cierta comunicación mutua, como dice Aristóteles.

Que tales sean las condiciones de la caridad consta por las palabras de san Juan: ‘El que

vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él’; y por las palabras de san Pablo: ‘Fiel

es Dios, por quien habéis sido llamados a participar con su Hijo’. Pero esta comunidad

del hombre con Dios, que consiste en un coloquio familiar con Él, comienza ya aquí en

esta vida por la gracia y se consumará en la futura por la gloria; cosas ambas que se

alcanzan por la fe y la esperanza. Luego así como la amistad con una persona sería

imposible si no se creyera o no se esperara poder tener alguna comunicación o familiar

coloquio con ella, así nadie puede tener con Dios esta amistad, que es la caridad, sin tener

fe – para creer en esta comunicación y coloquio del hombre con Dios – y sin tener

esperanza de alcanzar esta comunicación. Luego la caridad de ningún modo puede darse

sin la fe ni la esperanza»28. De ahí que podamos decir que su ética sea una ética del amor,

y propiamente, del amor de caridad.

Por tanto, nos delimita las características que debe tener esa relación de amistad con

Dios:

25 Ibíd., 2, 4, ad 1. 26 Cfr. Ibíd., 2, 7. 27 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 121-123. 28 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, 65, 5.

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1) Benevolencia: aquella energía en el amor que hace que nos ocupemos

activamente en el bien del otro. La amistad es la dedicación al bien del ser

amado. En este punto también hay que destacar un aspecto bastante

controvertido de esta amistad, y es que Dios necesita de nuestra bondad para

hacer bien en el mundo; mostramos benevolencia con Dios cuando hacemos

nuestra Su voluntad29.

2) Mutualidad en el amor y la benevolencia: la persona sabe que su deseo por

el bien del otro es correspondido.

«Según el Filósofo, no todo amor tiene razón de amistad, sino el amor que

entraña benevolencia, esto es, cuando de tal manera amamos a alguien que

queremos para él el bien. Si, pues, para las cosas amadas no queremos el

bien, sino apetecemos su bien en orden a nosotros (…) ya no hay amor de

amistad, sino de cierta concupiscencia (…) Mas tampoco basta la

benevolencia para la razón de amistad, antes bien se exige una mutua

reclamación, pues el amigo es amigo para el amigo. Esta correspondida

benevolencia se funda en alguna comunicación.

Habiendo, por lo tanto, cierta comunicación del hombre con Dios, en cuanto

nos comunica su bienaventuranza, sobre tal comunicación es menester

cimentar alguna amistad. De esta comunicación se dice: ‘Fiel es Dios, que

os llamó a sociedad con su Hijo’. Y el amor fundado en esta comunicación

es la caridad. Por donde es claro que la caridad es una amistad del hombre

con Dios»30.

Así, podemos ver las amistades como escuelas de virtud donde aprendemos

cómo practicar el bien, en especial la justicia. Nuestros amigos exigen

niveles cada vez más profundos de plenitud moral.

El amor de Dios nos redime, restaura, cura y crea de nuevo, es decir, no es

algo que podamos darnos por nosotros mismos sino que es un don que

recibimos. En el ofrecimiento de la vida divina, el amor de Dios se arraiga

y nutre por la caridad, perfeccionándose cuando el Espíritu Santo vive en

nosotros. Y así, en esta caridad llegamos a alcanzar nuestra propia identidad,

encontrando la felicidad e indicios de santidad31.

29 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 124-128. 30 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, II-II, 23, 1. 31 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 131-138.

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4. Las pasiones y los afectos

El Aquinate nos da una visión lo más alejada posible de una visión puritana o

legalista en lo que a las pasiones se refiere. Así nos dice que en la vida moral lo importante

no es negarlas o reprimirlas, sino cultivarlas hasta que nos lleven a hacer el bien. En

definitiva, es necesario sentir para poder actuar, pues cuando amamos algo, lo buscamos,

construimos nuestras vidas para conseguirlo, y cuando lo logramos experimentamos el

gozo de la posesión del bien. Todo esto comienza por el «apetito» que es tender hacia

aquello que creemos bueno para nosotros, lo cual se fundamenta en la conciencia de la

imposibilidad de ser nosotros capaces de dar estos bienes32.

Lo fundamental de nuestro ser es la experiencia de «indigencia», en tanto y en

cuanto aquel tiende hacia cualquier bien que le promete una plenitud de vida. Para poder

desearlo hemos de haber experimentado primeramente su bondad, y así, nos acercamos

para conocerla en plenitud. De este modo, somos pasivos en cuanto que respondemos

solamente porque primero actuaron en nosotros y somos «marcados» por la belleza de

otro, en el sentido que forma parte ya de lo que somos y perdura en nuestros corazones.

Somos modificados interiormente al percibir la excelencia de otra persona, y sintiéndola

parte de nuestra alma, la buscamos como otra definición propia. Consecuentemente,

tenemos gran necesidad de ser amados, y así, cada uno es fuente de vida y salvación para

los demás33.

«La pasión es efecto del agente sobre el paciente. Más un agente natural produce

un doble efecto en el paciente, pues primero le da una forma y luego el movimiento

consiguiente a ella; como la causa generadora da al cuerpo la gravedad y el movimiento

consiguiente a la misma. Y la gravedad, que es el principio del movimiento hacia el lugar

connatural, puede decirse en cierto modo amor natural. De igual manera, el objeto del

apetito le da a este, desde un principio, una cierta adaptación para con él, que es la

complacencia en el objeto, de la cual se sigue el movimiento hacia él. ‘El movimiento del

apetito se desarrolla en círculo’, como dice el Filósofo; pues el objeto apetecible mueve

al apetito imprimiéndose en cierto modo en la intención de este; y el apetito tiende a

conseguir realmente el objeto que apetece, de modo que el movimiento se termine allí

32 Cfr. Ibíd., 145-148. 33 Cfr. Ibíd., 149-154.

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donde se comenzó. Por lo tanto, la primera inmutación del apetito por el objeto apetecible

se llama amor, que no es otra cosa sino la complacencia en lo apetecible; y de esta

complacencia se sigue el movimiento hacia lo apetecible, que es el deseo, y, por último,

la quietud, que es el gozo. Así, pues, consistiendo en una inmutación del apetito por el

objeto apetecible, es evidente que el amor es una pasión; pasión propiamente dicha en

cuanto reside en el concupiscible, y en sentido lato, en cuanto radica en la voluntad»34.

En esta última cita hemos visto cómo Tomás llama pasión al amor, que confiesa

una cierta necesidad pues tenemos que recibir lo que nos falta, y así, nuestra perfección

nos será dada como don. En toda esta dinámica del amor como pasión, encontramos dos

características básicas:

1) Una indigencia que anhela superación.

2) La plenitud no es algo que podamos darnos, sino que la adquirimos por la

acción de otro.

La pasión no solo incluye necesidad, sino también la receptividad, puesto que la

plenitud que nos define esencialmente exige que otro actúe.

Al enamorarnos somos capaces de abrirnos a lo que nos puede curar y reconstruir,

y así, la vulnerabilidad no nos destruye, sino que nos lleva a una vida plena. Para Tomás,

la vida moral es «sufrir» o «padecer» a Dios, permitir que el amor que cura y reconstruye

actúe en nosotros. «La intensidad se da en sentido inverso en lo concerniente a la

perfección y en lo concerniente al defecto. En lo que concierne a la perfección se gradúa

por la aproximación a un primer principio único, al cual cuanto más se le aproxima algo,

tanto mayor es la intensidad de su perfección; como la intensidad de lo lúcido se estima

por su aproximación a lo sumamente luminoso, a lo cual, cuanto una cosa más se acerca,

tanto es más lúcida. Pero, en lo concerniente al defecto, la intensidad se aprecia no por

aproximación a lo sumo, sino por su separación de lo perfecto, pues en esto consiste la

razón de privación y defecto; y, por lo tanto, cuanto menos se aparta de lo que es primero,

tanto es menos intenso. Por eso al principio siempre es pequeño el defecto, aumentando

después progresivamente. Ahora bien, la pasión pertenece al orden de lo defectuoso,

puesto que afecta a un ser en cuanto que está en potencia. De ahí que en aquellos seres

que más se aproximan a lo que es primero en la perfección, que es Dios, se encuentre

34 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, 26, 2.

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menos la razón de potencia y de pasión, y viceversa. E igualmente se da menos la razón

de pasión en la primera facultad del alma, es decir, en la aprehensiva»35.

5. Las virtudes

Hemos dicho anteriormente que la ética tomista es una «ética del amor», lo cual nos

lleva a afirmar a su vez que es una «ética de la virtud». Las virtudes son estrategias del

amor, obras del amor, porque cada una expresa el amor originario de la acción. Crecer en

las virtudes de la caridad es crecer en la dependencia divina, permitir que Dios actúe cada

vez más en nosotros.

Para el Aquinate, no existe la bondad moral por naturaleza sino la bondad moral

habitual, adquirida por una actitud resolutiva para las elecciones virtuosas36. De ahí que

para él la virtud sea un hábito37, entendido como cualidad adquirida, porque se puede

decir que aquella da forma no solo a nuestros actos, sino también a toda la persona. De

esta manera podemos decir que la persona se determina por medio de un comportamiento

habitual. Somos realmente virtuosos, no cuando realizamos un acto virtuoso, sino cuando

lo que nos caracteriza es la cualidad de la virtud38.

Sin embargo, no malentendamos el término «hábito», pues hoy en día se puede dar

una confusión del mismo hacia una repetición sin más de actos. Pero así no es para santo

Tomás:

1) Un hábito representa un «modo del sujeto»: las virtudes son actividades

transformadoras, porque nos permiten asumir cualidades y características

que antes no teníamos. En definitiva, el hábito efectúa un cambio en el ser.

2) Las virtudes nos cambian conforme a la perfección de la vida en Dios, según

la recreación absoluta de nuestro ser en la caridad-amistad con Dios.

«El término ‘hábito’ se deriva del verbo ‘habere’ (tener); derivación que debe

entenderse, bien al modo que se dice que el hombre o cualquier otra realidad poseen algo,

bien en el sentido de que una cosa está dispuesta de un modo particular en sí misma o

respecto de otra.

35 Ibíd., 22, 2, ad 1. 36 Cfr. Ibíd., 49, 4. 37 Cfr. Ibíd., 49, 1. 38 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 192-197.

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En el primer caso vemos que el término ‘habere’, cuando se dice por relación a

cualquier objeto poseído, conviene a diversos géneros. Por eso Aristóteles cataloga el

‘tener’ entre los postpredicamentos, así llamados porque resultan de los diversos géneros

o predicamentos, como son ‘la oposición, prioridad, posteridad’, etcétera. – Ahora bien,

entre las cosas que se poseen parece que existe esta distinción: en unas no se da medio

alguno entre el sujeto que tiene o posee y la cosa tenida; por ejemplo, entre el sujeto y su

cualidad o su cantidad. En otras, por el contrario, encontramos algo intermedio entre el

poseedor y la cosa poseída, pero es tan solo una relación; v. gr., cuando se dice de alguien

que tiene un socio o un amigo. Finalmente, hay cosas entre las cuales existe una realidad

intermedia, que no es acción o pasión propiamente dicha, sino algo que se presenta a

modo de acción o pasión, en cuanto que una cosa es la que adorna o cubre y otra es la

adornada o cubierta; por eso Aristóteles dice que ‘el hábito es una cierta adaptación entre

el poseedor y el poseído’, como sucede en las cosas que están en torno nuestro. De ahí

que estas cosas constituyan un género especial de realidades, que se llama predicamento

de hábito, del cual dice el mismo Filósofo ‘ser medio entre el vestido que uno tiene y su

poseedor’.

Pero si el tener se toma en el sentido de que una cosa está dispuesta de un modo

determinado respecto a sí misma o con relación a otra, en este caso el hábito es una

cualidad, puesto que este modo de tener dice orden a una cualidad; y de este afirma el

Filósofo que ‘el hábito es una disposición conforme a la cual un ser está bien o mal

dispuesto, ya en relación a sí mismo, ya por orden a otra cosa; así, la salud es un hábito’.

En este sentido hablamos ahora del hábito. En consecuencia, concluimos, el hábito es una

cualidad»39.

En conclusión, las virtudes nos dotan de una «segunda naturaleza» en el sentido de

que trabajan y desarrollan la primera, es decir, el temperamento o personalidad con la que

hemos nacido. Según santo Tomás, todos tenemos una inclinación hacia el bien, tenemos

de forma incoada la virtud, únicamente debemos desarrollarla hasta que se haga en

nosotros hábito, esto es, cuando tendemos a su bondad de manera natural. Así, podemos

distinguir en este proceso40:

a) «Elemento pasivo»: la capacidad para la virtud.

b) «Elemento activo»: cualidad de una cierta virtud.

39 DE AQUINO, Santo Tomas, Summa Theologiae, I-II, 49, 1. 40 Cfr. WADELL, Paul J., La primacía del amor, op. cit., 200-203.

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Conclusión

Esta exposición nos ha dado una nueva visión de la ética, muy alejada del legalismo

imperante en muchas corrientes dentro y fuera de la Iglesia, así como del laxismo que se

puede también encontrar. Para muchos será una auténtica nueva visión de un santo

Tomás, muchas veces relacionado con un intelectualismo y aristotelismo, que poco o nada

dejarían cabida a una «ética del amor» y una «ética de la virtud». Pues sí, para el Aquinate

la vida moral es un camino hacia la felicidad con Dios, la cual describe como caridad y

amistad con Dios. De este modo, el intercambio de amor y de bondad que se da en toda

amistad, también se dará en la relación de amor con Dios pero de una manera mucho más

excelsa, lo cual nos moldea y nos va dando forma. En definitiva, el amor es el fundamento

de la ética tomista y desde donde se deriva nuestra vida virtuosa y de gracia, después de

haber recibido los dones del Espíritu.

También es clave su visión de la virtud, tan poco comprendida hoy en día y diluida

en una ética de los valores que no tiene en cuenta la misma naturaleza humana y su fin

teleológico, como hábitos que nos transforman interiormente, en el sentido que después

de llevar a cabo un tipo de acciones buenas adquiriremos la cualidad relacionada con las

mismas. A su vez, estas virtudes deben estar formadas por la caridad que mide el

desarrollo moral en términos de bondad divina, lo cual nos indica que no hay límite en su

búsqueda ni hay un punto final en su realización.

Por tanto, esta «ética del amor» debe ser nuevamente planteada y propuesta dentro

del marco de pensamiento caracterizado por la Posmodernidad, tal y como describíamos

al inicio de nuestro artículo, en el cual ha dominado el nihilismo, existencialismo,

escepticismo y relativismo. En concreto, se trata de volver a la misma esencia del ser

humano que es el amor, pues somos seres relacionales (zoon politikon41) y necesitados,

pues nuestra naturaleza debe ser completada y perfeccionada por medio de los otros y del

mismo Dios. Todo esto a partir de una relación de amistad, en la cual los amigos se donan

mutuamente entre sí y se transforman en el otro, conservando a su vez aspectos

particulares de su propia personalidad. En el caso de Dios, esta relación es bastante

complicada de explicar puesto que en cierta manera no sería una relación simétrica, pues

parece que Dios excede en todo a la persona, pero no olvidemos que el Aquinate nos dice

41 Cfr. ARISTÓTELES, Política, I, 2, 1253a 10.

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que Este al darse y ofrecerse al hombre, de alguna manera, se está haciendo como él para

poder ser acogido y respondido. Quizás, la novedad más radical que podamos señalar de

esta relación es que nunca se agota y que yo cada vez lo quiero conocer más para

asimilarme progresivamente a Él, la cual se dará en plenitud en la visio beatifica: «Verán

su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche. Sus moradores no

necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán

por los siglos de los siglos»42.

Bibliografía

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ARISTÓTELES, Política, Madrid: Gredos, 1988.

MACINTYRE, A., Tras la virtud, Barcelona: Editorial Crítica, 2009.

AQUINO, Santo Tomas, Suma contra los gentiles, Madrid: BAC, 1967.

AQUINO, Santo Tomas, Suma teológica, edición bilingüe, Madrid: BAC, 2010

UTZ, Arthur F., Ética Social. Tomo primero: principios de la doctrina social,

Barcelona: Herder, 1961.

WADELL, Paul J., La primacía del amor. Una introducción a la ética de Tomás

de Aquino, Madrid: Ediciones Palabra, 2007.

Bibliografía complementaria

BAUMAN, Z., La posmodernidad y sus descontentos, Madrid: Akal, 2001.

Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007.

42 Ap. 22, 4-5.

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KANT, I., Crítica de la razón práctica, Madrid: Alianza, 1984.

LORDA, Juan L., y ÁLVAREZ, A., Antropología Teológica, Pamplona: EUNSA,

2016.

MARTÍN, L., Weimarer Ausgabe, XVIII.

NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Méjico: McGraw-Hill, 2009.

PÉREZ ANDREO, B., La sociedad del escándalo. Riesgo y oportunidad para la

civilización, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2016.

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LAS CIENCIAS CONTEMPORÁNEAS Y LA IMPORTANCIA

DEL CRITERIO FILOSÓFICO

D. Marco Antonio Gonzalón

Universidad Pontificia de Salamanca

[email protected]

Hoy nuestra sociedad se enfrenta a una globalización de información, pero no de

la ciencia. Las ciencias son confundidas como aglomeración de información y poca

profundización de esta, podríamos decir que tenemos acceso a la información, pero hemos

perdido la capacidad de mirar con amplitud y razonar con criterio universal. Hoy, ya no

se habla de una búsqueda de verdad, sino de defender unos intereses. Husserl ya nos habló

de este problema en el año 1922, cuando en sus conferencias de Londres se refirió a la

crisis de las ciencias.

Esta crisis de las ciencias se refiere a que: “su cientificidad genuina, que el modo

con que se auto propone objetivos, tareas y elabora en consecuencia una metodología,

se han vuelto problemáticos.”1 Y ante esto no queda más opción que buscar una filosofía

primera capaz de generar una base que sostenga los principios científicos de las ciencias,

ya sea de las ciencias de la técnica moderna o de las ciencias del espíritu humano.

Por lo tanto, las ciencias positivas tienden a ser en cierta manera una

especialización de los varios aspectos de la realidad y en esa especificidad podemos

comprender aspectos delimitados de la realidad, ya sea personal, social o de nuestra

realidad corporal. Pero no se puede englobar desde lo específico a lo global de la realidad,

y este es el punto donde muchas ciencias modernas han terminado.

De esa manera las ciencias empíricas terminan siendo anticientíficas, ya que sus

conclusiones son delimitadas por su propio método, a su vez, delimitado por su

especificidad. Este es el caso del psicologismo que, con el pretexto de dar una respuesta

total a la realidad subjetiva del comportamiento del hombre, define al hombre desde sus

actos, lo cual sería como definir a un lápiz por las figuras que se puede realizar con él.

Por tal razón, es muy anticientífico el no profundizar su realidad en sentido amplio. En el

1 HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. Buenos Aires: Editorial Prometeo, 2008, 3.

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mismo sentido, al igual que el sicologismo, el empirismo moderno delimita de modo

semejante, pero en este caso, llegando a una conclusión desde el aspecto de la

materialidad del lápiz y no desde los hechos. Por tal motivo la creación de conceptos está

definida por el aspecto material de los seres que son estudiados e investigados en las

ciencias empíricas, como es el caso del empirismo o el pragmatismo.

Por consiguiente, el papel de la ciencia filosófica no es terminar en las mismas

parcializaciones del pensamiento contemporáneo. Antes al contrario, volviendo a su

método originario, busca una mirada amplia donde la verdad sea el objetivo de la ciencia,

ya sea filosófica y de toda aquella que quiera llamarse ciencia. Ya que “la verdad

científica, objetiva, es exclusivamente constatación de aquello que el mundo, tanto físico

como espiritual, efectivamente es”2.

Ahora nos sumergimos en un tema al cual las ciencias modernas no pueden dar

respuesta: eternidad y absoluto, los cuales encuentran en el hombre una especie de

concepto. Por lo tanto, se convierte en un problema metafísico, un problema

específicamente filosófico y que es puesto en cuestión por el hombre de todos los tiempos.

Este hombre que viene con su propia historia, y que desea y construye un futuro, lo que

sería en otras palabras: la búsqueda del “sentido” y la razón de ser de la historia.

Ahora, el problema de Dios, el sentido del mundo, la inmortalidad o la libertad,

son cuestiones que las ciencias modernas no pueden responder por su limitación a los

meros hechos, que le es propio de su método. Pero, la época moderna abre nuevos campos

de investigación y profundización dignos de elogio y de reconocimiento, como el avance

de las ciencias en su acercamiento. A hacer un “zoom” o acercamiento que les aproxima

más a los entes en todos sus aspectos. Habiéndose reconocido el avance, la especificidad

de las ciencias creó también una dificultad, ya que surgen líneas divisorias en el método

y objeto que llevaron a un fracaso, pues, en la parcialización del pensamiento, llega a

conclusiones muy delimitadas y ambiguas y poco científicas y su método no siempre

busca la verdad, sino defender sus posturas.

La filosofía en su mirada metafísica deberá buscar ser una ciencia muy universal,

y si termina delimitada por partidismos entra en crisis. Husserl dirá: “la crisis de la

filosofía significa, pues, en orden a ello la crisis de todas las ciencias modernas en cuanto

miembros de la universalidad filosófica, una crisis primero menos latente, pero luego

2 Ibíd., 6.

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cada vez más manifiesta, de la humanidad europea incluso a la relativo al sentido global

de su vida cultural, a su existencia toda.”3 Es fundamental que el pensar y actuar se

identifiquen para no cosificar la ciencia, y de esta manera delimitarla a una simple pieza

que tiene que encajar en nuestros delimitados criterios científicos.

Una mirada a la historia de la filosofía y al desarrollo de la ciencia, nos permite

ver que el problema lo encontramos justo cuando la ciencia ha alcanzado logros únicos

en la historia de la humanidad, y que en ninguna otra época se han conseguido, aun así,

la época moderna tiene una enfermedad que es la delimitación de conceptos desde lo

particular a lo universal generando escepticismo en el pensamiento y obrar humanos.

La conciencia que nos otorga la reflexión fenomenológica de la realidad nos lleva

a mirar el yo como un ente capaz de asumir y conocer la realidad, como nos describe

Husserl: “El camino necesario para todo conocimiento bien fundamentado, el camino

necesario para el conocimiento filosófico, en sentido genuino más elevado, conduce al

autoconocimiento”4. La fenomenología es la búsqueda de la ciencia en su sentido

genuino, y que buscará redescubrir la filosofía primera, partiendo del yo que piensa en un

ámbito general llamado realidad. Y en el cual, la conciencia hace de sí la filosofía primera,

en cuanto que, lo que intuye sobre la realidad es cuánto puede ser el fenómeno mismo, y

que es el sustento de la verdad que no se queda en la mera experiencia o prejuicio de la

razón humana. Hoy al hablar de metafísica no se refiere solamente a unas ideas de

ciencia, sino, al único método que adecua el “zoom” para permitir mirar el contexto y la

amplitud de los entes, o en otras palabras es la capacidad de conocer sin desechar nada de

la realidad y da el espacio adecuado para ir más allá de las simples apariencias.

La metafísica es y será una ciencia que implica para el ser humano la capacidad

de pensar en sí mismo y salir de las meras apariencias que engloban nuestra cultura

empírico-pragmática, en la que gobierna de manera latente la mal llamada ciencia del

experimento. En lo que nos respecta a nosotros como estudiantes de filosofía, procurar

estar dispuestos a ser funcionarios de la verdad y ser conscientes de nuestro papel.

Además, si no aportamos a las ciencias unos criterios oportunos y libres de prejuicios, las

ciencias no podrán trascender hacia una mirada holística, no podrán avanzar en un

progreso capaz de englobar la verdad que se nos dona y otorga sentido a la realidad.

3 Ibíd., 13. 4 Ibíd., 15.

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El papel de la filosofía para estos tiempos será fundamental y tendrá que retomar

su carácter originario, esta es la propuesta de la fenomenología que plantea Husserl. Si la

pretensión de esta época es que la realización del ser humano se encuentre en las diversas

áreas de la ciencia en cuanto solo a lo empírico, medible y técnico, deberá consolidar

primero las bases del conocimiento humano para no delimitar el saber en su conjunto, en

caso contrario, se queda el hombre en una crisis de ciencia auténtica por causa de la

delimitada realidad que surge de una ciencia en crisis. Pero si la ciencia está en crisis,

también lo estará el sentido de la vida del hombre en cuanto tal, dado que el hombre por

naturaleza desea saber, conocer y abrirse al infinito que le permite la libertad. Hoy más

que nunca el ser filósofo no se enfrenta con la cuestión de desarrollar temas complicados

sobre la existencia humana, sino en dar sentido a la propia vida y a todo cuanto le rodea,

no como el ente regulador, sino, como un ente capaz de ensamblar los diferentes aspectos

de la realidad y adecuarse a lo que es verdadero y que se manifiesta en los fenómenos.

El hacer una filosofía libre y con criterios independientes de los extremos a que

las ciencias han llevado, requiere que volvamos la mirada hacia nosotros mismos, y en

ese mirar ser capaces de reconocer que somos “funcionarios de la humanidad”5 y en

conciencia a este título debemos ser conscientes de que, nuestro pensar es construir

ciencia y esa responsabilidad es fundamental al crear fundamentos cimentados en la

verdad y “que se requieren cuidadosas y exhaustivas investigaciones retroactivas de tipo

histórico y crítico para alcanzar, antes de toda posible decisión, una autocomprensión

radical; una investigación retroactiva de lo que originariamente y en todo tiempo se ha

querido como filosofía y ha seguido queriéndose a través de todos los filósofos y filosofías

que han estado en interrelación e intercomunicación continuas”6 .

El sentido crítico será fundamental para generar una sociedad capaz de pensarse a

sí misma, además de ser consciente del pasado, su tradición y la herencia del saber, las

ciencias empíricas no pueden, ni podrán ser capaces de llegar a conclusiones globales

para generar una unidad en el saber. La ciencia hoy más que nunca tiene que ser ciencia

en función de la verdad y la filosofía será en palabras de Husserl “guiar, no enseñar;

mostrar, no describir, lo que veo”7 y para esto, nosotros somos conscientes de buscar la

5 Ibid., 18. 6 Ibíd., 18. 7 Ibíd., 19.

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verdad, para mostrarla en su sentido originario con ciencia y conciencia de que la vivimos

en primer lugar.

Bibliografía

HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. Buenos Aires: Editorial Prometeo, 2008, 302.

JOHANNES H., Historia de la filosofía II. Barcelona: editorial Herder, 1976, 598.

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EL CONCEPTO DE AMISTAD EN ARISTÓTELES Y LOS TRES

TIPOS DE LA MISMA

Muarrapaz Silva

Licenciatura en Filosofía (UPSA)

Curso 2018-2019

[email protected]

Introducción1

El presente trabajo pretende ser un ensayo del concepto de amistad en Aristóteles

y sus tres formas de manifestación que él mismo lo recoge en los Libros VIII y IX de su

célebre obra: Ética a Nicómaco, conocida como la más representativa de sus obras éticas.

Los estudiosos de la ética aristotélica notarán que el tema de la amistad es uno de los

temas, si no el único, que Aristóteles dedica un espacio mucho más amplio (dos Libros)

que a los demás temas éticos fundamentales de su pensamiento.

El especial tratamiento que recibe este tema por parte del Filósofo responde a la

convicción que el propio Aristóteles tiene de la amistad misma como algo sumamente

importante y valioso para la vida del ser humano, por lo que, viene a definirla, como “lo

más necesario para la vida”, esto es, lo más necesario para una vida feliz. Por eso, dice

Aristóteles que, “nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes; hasta

los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos2”.

Dado que el ser humano es un animal social por naturaleza, como lo define el

propio Aristóteles, éste tiende a convivir con otros seres humanos; y para que esta

convivencia sea sana, según como lo idea, es necesario que haya ciertos criterios, como

es el criterio de la amistad.

Como criterio de procedimiento, trataremos de este tema partiendo del análisis del

concepto mismo de la amistad, de lo que ésta consiste, las condiciones de posibilidad del

1 El presente artículo es el resultado de lo que hemos ido comentando y analizando, en las clases de la

asignatura de las Cuestiones Avanzadas de Ética, con el enfoque en la Ética a Nicómaco de Aristóteles,

impartida por la Prof. Dra. Dña. María Luisa Pro Velasco, en la Facultad de Filosofía de la UPSA, curso

2018-2019. Dado que esto es el resultado de análisis en clase, el trabajo no lleva bibliografía segundaria. 2 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, [edición bilingüe y traducción por María Araujo y Julián Marías;

introducción y notas de Julián Marías], Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1989, VIII 1, 1155a

5-6.

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nacimiento, crecimiento y muerte de la amistad, para terminar con el análisis de sus

distintas manifestaciones, esto es, sus formas, que son tres, a saber: amistad por interés,

amistad por placer y amistad perfecta.

1. La amistad

A) - La noción de amistad

Una de las formas de acercarse a una definición de lo que algo es, consiste también

en decir lo que dicha cosa no lo es, y ésta sería lo que se llamaría definición por vía

negativa. Éste es el procedimiento que Aristóteles sigue a la hora de acercarse a la

definición del concepto Amistad en la Ética a Nicómaco. Para tal, Aristóteles antes de

hablarnos de lo que es la amistad, nos habla previamente lo que no lo es; o sea, nos habla

de la benevolencia y la concordia para distinguirlas del concepto de la amistad. Estos

conceptos no son lo mismo que la amistad, pero ella va acompañada de dichos conceptos.

En el capítulo quinto del Libro IX de la Ética a Nicómaco, Aristóteles define

benevolencia como un sentimiento por el que una persona desea el bien a la otra,

independientemente de que ésta lo sepa o no3. En la benevolencia sucede, tal como nos

dice el propio Aristóteles, “como ocurre en los certámenes: el público siente benevolencia

hacia los competidores y quiere lo mismo que ellos, pero no se unirían a ellos para

ninguna empresa, porque su benevolencia es repentina y su cariño superficial”4. Por lo

tanto, lo que prima en la benevolencia es, más bien, el afecto. Esto quiere decir que es

posible vivir también la benevolencia a distancia ya que desear el bien a una persona no

implica necesariamente ser amigo de dicha persona, ni mucho menos estar juntos

físicamente. En definitiva, la benevolencia no es amistad, aunque el desear bien a alguien

es uno de los elementos que configura dicha amistad. Por eso, la benevolencia puede ser

un indicio del comienzo de una amistad.

Más adelante, en el capítulo 6 del Libro IX, Aristóteles trata del concepto

concordancia. Para el Filósofo, concordancia es un sentimiento de igualdad de opiniones

y puede darse incluso entre los extraños. Por ejemplo, “se dice de una ciudad que hay en

ella concordancia cuando los ciudadanos piensan de la misma manera sobre lo que les

conviene, eligen las mismas cosas, y hacen juntos lo que en común han acordado”. Por lo

3 Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, op. cit., IX, 5, 1166b 35. 4Ibid., IX, 5, 1167a.

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tanto, según esto, la concordancia se basa en lo práctico y en lo importante o conveniente

para ambas partes, y eso no hace falta que, necesariamente, los dos sean amigos. De igual

modo que la benevolencia no se identifica con la amistad necesariamente, lo mismo

sucede con la concordancia, aunque también pueda ser un indicio del comienzo de una

amistad, ya que la amistad tiene como una de sus notas la concordancia o mutuo

sentimiento, tal como veremos más adelante.

Una vez que hemos descartado que la amistad no es exactamente benevolencia ni

la concordancia, sino solo uno de los indicios de su comienzo, preguntemos, entonces, al

Estagirita, qué entiende por amistad y cuáles son sus notas esenciales. Para el Filósofo, la

amistad:

Es, en efecto, una virtud, o va acompañada de virtud, y, además, es lo más necesario

para la vida. Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes;

hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de

amigos5.

El fragmento de nuestra cita nos presenta dos tesis fundamentales que constituyen

la esencia de una amistad, a saber: la amistad como virtud y la amistad como lo necesario

para la vida.

Respeto a la primera afirmación: amistad como una virtud, se entiende por esta

como un modo de ser de la persona, un hábito, una pasión o una disposición6, que

proviene necesariamente de una elección personal. Por lo tanto, el amigo elige serlo por

su libre voluntad porque es bueno: primero para sí mismo y luego para aquel a quien elige

para ser su amigo. Con esto estamos diciendo que la amistad en un bien, y más adelante

veremos que el Estagirita nos dirá que ella es un bien en sí misma.

En cuanto a la segunda afirmación: la amistad como lo necesario para la vida,

primero hemos de explicar qué se entiende por la expresión “lo necesario”. Lo necesario

quiere decir, entre los varios sentidos que se le puede dar, aquello sin lo cual no se puede

vivir, tal como puede ser el respirar o alimentarse. Y puesto que el ser humano es un ser

5Ibid., VIII, 5, 1155a. 6 Cfr. Ibid., II, 5, 1105a 20-30 – 1106a.

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social por naturaleza, lo suyo es tender a la socialización, es decir, a la convivencia con

sus semejantes. En este sentido, la amistad viene a constituir en la vida del ser humano la

realización más plena de su socialización, o mejor dicho, de su ser humano.

B) – Las condiciones de posibilidad del nacimiento, crecimiento y muerte de

una amistad

La amistad, en cuanto relación social entre individuos, tiene un comienzo.

Algunos de los indicios de su comienzo encuentran en la benevolencia y la concordancia,

temas que ya hemos desarrollado bastante en el apartado anterior. Pero en sí mismos no

son suficientes para que haya una amistad, como hemos dicho. Además de estos indicios

hay que contar también, y sobre todo, con otros elementos que forman parte de las notas

esenciales de la amistad, tales como pueden ser: la bondad y la igualdad7. Así, los que

entablan relaciones de benevolencia, concordancia, bondad e igualdad con sus semejantes

tienen más posibilidades de que de esas relaciones nazca una amistad, ya que hay puntos

en común. Gracias a estos puntos de encuentro es posible la amistad entre las personas

distintas o extrañas. Además, la capacidad de querer (bondad) es sinónimo para el

nacimiento de una amistad, porque no puede nacer una amistad con una persona a la que

uno no quiere de ninguna manera.

Quien reúne estos elementos ya tiene en sí las condiciones de posibilidad para que

nazca una amistad, como hemos indicado, si así lo quiere. Asimismo, una vez nacida, se

ha de ir haciendo crecer basándose en algunas condiciones fundamentales, a saber: el

trato, el tiempo y la justicia.

Respecto al trato y al tiempo, el Estagirita defiende la necesidad de dedicar un

tiempo suficiente de toma de contacto de unos con otros, como forma de mantenerla viva

y lo dice con las siguientes palabras:

Los que están durmiendo o separados espacialmente no están ejercitando su

amistad, pero tienen la disposición adecuada para ejercitarla, porque el espacio no impide

la amistad sin más, sino su ejercicio. Pero si la ausencia se prolonga también la amistad

parece caer en olvido, y por eso se dice que la falta de trato deshace muchas amistades8.

7 Cfr. Ibid., VIII, 3, 1156b 5s. 8Ibid., VIII, 5, 1157b 5-15.

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El texto remarca que el espacio no impide necesariamente entablar una amistad

como tal. Esto quiere decir que quien realmente quiere mantener una verdadera amistad,

el espacio nunca supondrá un problema para seguir manteniéndola. En el caso de nuestra

sociedad y de nuestro tiempo, la amistad se puede alimentar de muchas maneras, como

puede ser mediante llamadas telefónicas, por internet: Facebook, Twitter, Instagram,

WhatsApp y otros, mediante cartas, fotos, etc., aunque en algún momento la presencia

física va a ser indispensable. Por lo tanto, aquí reside la actualidad de Aristóteles, que su

pensamiento no deja de resonar vivamente para cada época histórica y para cada

generación, e incluso para cada situación social, como es la nuestra.

Junto al trato y al tiempo, se añade la nota de la justicia como uno de los elementos

indispensables para el crecimiento de la amistad. Respecto a esto, nuestro filósofo dice lo

siguiente:

[…] la amistad y la justicia se refieren a las mismas cosas y se dan en las mismas

personas. En efecto, en toda comunidad parece haber alguna clase de justicia y también

de amistad. Así se llaman entre sí amigos los compañeros de navegación o de campaña,

y lo mismo los miembros de otras comunidades. En la medida en que participan de una

comunidad hay amistad entre ellos y también justicia9.

Una vez que hemos determinado las condiciones de posibilidad del nacimiento de

la amistad y del crecimiento de la misma, nos queda por decir algo sobre su muerte o

ruptura; es decir, cuáles son las causas que pueden determinar la ruptura de una amistad.

La respuesta a esta pregunta es obvia. Una amistad puede morir cuando las condiciones

de posibilidad del nacimiento de una amistad, como acabamos de destacar, están en

peligro o ya no existen. Igualmente, cuando la amistad por interés o placer, asunto que

desarrollaremos más adelante, desaparecen cuando lo único que sostenía dicha amistad

era el placer o el interés10.

2. Las tres formas de la amistad [cfr. VIII, 3, 1156a 5-1156b 35]

9 Ibid., VIII, 9, 1159b 30. 10 Cfr. Ibid., VIII, 3, 1156a 20s.

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A) La amistad por interés11

Como su propio nombre indica, interés, es lo que prima en este tipo de amistad y

no la amistad por sí misma hacia la persona que establece dicha amistad. El beneficio

puede ser unidireccional o bidireccional, en el sentido de que se puede beneficiar una sola

persona o ambas. Según nuestro filósofo, este tipo de amistad suele darse en las personas

mayores, que buscan solo más provechos que el deleite corporal en sí. Este tipo de amistad

se disuelve fácilmente cuando el objeto (interés) que sostiene la amistad desaparece; es

decir, cuando ellos no son útiles el uno para el otro. Por estas razones, Aristóteles llama

a este tipo de relación amistad por accidente, y por consiguiente, amistades imperfectas.

B) La amistad por placer

La otra forma de la amistad que Aristóteles trata en el Libro VIII de la Ética a

Nicómaco, en su parágrafo 3 es la amistad por placer. En este tipo de amistad se busca

prioritariamente el placer, tanto el personal como el mutuo. A diferencia de la amistad

por interés, esta suele darse, sobre todo, en los jóvenes que pretenden, fundamentalmente,

pasarlo bien, por ejemplo, mediante una buena comida, bebida, danza, música, etc. Al

igual que la amistad por interés, ésta también es imperfecta y por eso mismo es fácil de

disolverse cuando ya no existe el placer que se busca.

Tanto en la primera como en la segunda forma, pueden ser amigos entre sí los

hombres malos, ya que éstos no se complacen en sí mismos si no hay en medio un especial

interés o un provecho. Las dos formas, según las características que presentan, son

amistades egoístas, y por ello, imperfectas, tal como ya hemos indicado en el apartado

anterior12.

C) La amistad perfecta.

El Filósofo define amistad perfecta como aquella:

11 Cfr. Ibid., VIII, 3, 1156a 5-35. 12 Cfr. Ibid., VIII, 3, 1156a 20s.

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[…] de los hombres buenos e iguales en virtud; porque éstos quieren el bien el

uno del otro en cuanto son buenos, y son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien

de sus amigos por causa de éstos, son los mejores, puesto que es por su propia índole por

lo que tienen esos sentimientos y no por accidente13.

Este tipo de amistad está sostenida por dos notas esenciales: la bondad y la virtud.

Por presentar estas características, eso implica que se trata más bien de un hábito o

disposición que presenta el sujeto como carácter. La bondad o el bien es lo propio del ser

humano y hacia ello tiende todo su ser como fin el final de su realización. Un hombre

bueno es concorde con sus amigos, es decir, nunca los traiciona y siempre los defenderá

y estará con ellos tanto en los momentos buenos como en los malos.

La reciprocidad, el mutuo sentimiento de amor de amistad, en el que todos reciben

lo mismo el uno del otro, y el trato, son algunas de las notas esenciales de este tipo de

amistad. En este sentido podemos decir que los dos tienen un punto en común (igualdad

en el amar). Y según estas características, este tipo de amistad es duradera y permanente,

y como dice el propio nombre, es una amistad perfecta. Por ser perfecta son raros los

amigos de este tipo, aunque no sea imposible encontrarlos.

Consideraciones finales

Una vez hecho este pequeño recorrido, nos resta por decir una serie

consideraciones finales a modo de conclusión. No quedan dudas de que con estas

reflexiones el Filósofo nos ofrece una nueva manera de mirar las relaciones humanas,

13Ibid., VIII, 3, 1156b 5-15.

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sobre todo en lo que concierne a la amistad. Igualmente nos invita a hacer nuevas

consideraciones del mismo hombre como ciudadano del mundo y como animal político.

La amistad, tal como la define él mismo, (lo más necesario para la vida),

constituye la forma más intensa de nuestra realización como seres humanos, en el

encuentro o roce con los otros, está la forma más enriquecedora de encontrarnos con

nosotros mismos, ya que el otro (el amigo) es el otro yo, en parte similar y en parte distinto

a mí. Y esta constituye una condición natural suya. Por lo tanto, amar al otro como amigo

es amarme a mí mismo, y al hacerlo me estoy realizando como ser humano, es decir, en

cuanto ser social.

En una sociedad como la nuestra envuelta de principios utilitaristas, egoístas y

agresivos, en donde la persona es valorada no en virtud de su ser persona sino de su

utilidad, las reflexiones del Filósofo vienen a ser una luz para nuestra sociedad; un modo

de hacernos tomar conciencia de la dignidad de la persona humana como un fin en sí

mismo, hablando en términos kantianos. Por lo tanto, la llamada que el Filósofo hizo para

los hombres de su tiempo sigue siendo actual también para los hombres de hoy.

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LA ESPERANZA DE LA VITA ACTIVA

Francisco Javier Cantú Garza

Universidad Pontificia de Salamanca

[email protected]

I. Los niveles de la vida activa

Vita Activa, es una de las principales obras escritas por Hanna Arendt, y es

considerada, por muchos, representativa de la literatura política contemporánea. El

análisis de tal obra enriquece abundantemente nuestra reflexión filosófica, pues la autora

logra entretejer su propuesta sobre la condición humana con un análisis crítico de no

pocos aspectos de la historia y la filosofía, sobre todo visitos desde la antigua polis griega

y desde la edad moderna, agradando en esta última la influencia de la ciencia. En las

presentes líneas expondremos de manera muy sencilla algunos aspectos de los últimos

tres puntos que nuestra autora desarrolla en la obra mencionada, agregando algunos

comentarios de fuentes secundarias para enriquecer la reflexión; consecuentemente se

aportará una pequeña conclusión.

Primeramente es pertinente mencionar que al llegar al final de esta obra, Hanna

Arendt ha expuesto ya su propuesta respecto a la condición humana, que concretiza en

tres niveles de lo que ella llama vita activa. Estos tres niveles se acercan más a lo humano

en la medida en que ascienden, es decir, el nivel más alto es el propiamente humano. El

primer nivel es representado por el llamado animal laborans, que es asociado a las

necesidades más elementales de la vida, como lo son aquellas fisiológicas, los procesos

biológicos, el nacimiento, la reproducción y la muerte, es así relacionado a la actividad

necesaria para la sobrevivencia del individuo y de la especie, se identifica entonces con

los procesos naturales, su labor es la vida misma, por lo que vive alejado del mundo,

encerrado en su propio proceso de sobrevivencia; este nivel podría ser representado por

el esclavo en la antigua Grecia. Ascendentemente viene propuesto el homo faber, que es

asociado a la producción e introducción de objetos artificiales y duraderos en el mundo,

éstos pueden ser compartidos para el uso; una característica importante es que tales

objetos crean un mundo artificial capaz de liberarnos de los procesos naturales que atañen

al nivel anterior, ya que tal mundo rompe con los pasos naturales del nacimiento hasta la

muerte, logrando perdurar en el tiempo, y siendo compartido más allá de la mera

necesidad; este nivel puede ser representado por el hombre industrial moderno. Por último

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nos encontramos con el hombre de acción, creador de la historia, es la acción aquella

actividad propia del ser humano, está vinculada al discurso, pues la palabra da significado

a los hechos y a las experiencias, porque es a través de la palabra que se comparten ideas

y se crean espacios comunes de diálogo, en la acción se revela lo verdaderamente

humano, y su identidad plural, su vínculo al espacio público; asimismo, tal actividad

rompe con la cadena de los procesos naturales, escapa al ritmo de causa-efecto gracias a

la imprevisibilidad que genera, así la acción es oportunidad de un nuevo comenzar; este

nivel podría ser representado por el político, pues debe crear un espacio común1.

A continuación expondremos algunas ideas de los puntos finales (43, 44 y 45) de

la obra ya mencionada, teniendo como base la referencia a los tres niveles de la vita

activa2.

II. El fracaso del homo faber y el principio de satisfacción3.

En este apartado de la obra, Hanna Arendt sitúa su reflexión en la edad moderna,

haciendo referencia importante a los descubrimientos de Galileo y teniendo como

acontecimiento focal la invención del telescopio, con el consecuente desarrollo de las

ciencias que lograron romper muchos paradigmas; es en este contexto que considera la

exaltación del homo faber, aquel que instrumentaliza el mundo, que pone la confianza en

los instrumentos y en la productividad de objetos artificiales, aquel que hace

omnipresente la relación medio-fin, de tal manera que todo es medible y controlable;

alguno diría que el homo faber intenta controlar el acontecer de su actividad como aquel

que sabe el curso de un planeta en un mapa: «If we knew what we were doing when we

act we would not be free but enacting or unfolding a plan, as if the course of the world

were set like that of a planet plotted on a celestial map, itself a human artifact and an

emblem of the “victory” of homo faber»4. Asimismo la utilidad viene a ser el criterio

principal, incluso, en algunas propuestas intenta funcionar como método de explicación

de las motivaciones del comportamiento humano. Se identifica la fabricación con la

acción, es decir, se cree que la actividad propiamente humana es el producir.

1 Cf. SAAVEDRA, J., «Hannah Arendt y el Animal Laborans: reflexiones en torno a la condición humana»,

en: Nómadas, Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas (2011), pp. 115-132, 117-118. 2 Al inicio de cada sección, en el subtítulo, se hará referencia de confrontación a las páginas donde Hanna

Arendt desarrolla tal punto. 3 Cf. ARENDT, H., Vita Activa. La condizione umana, Milano: Bompiani, 2015, 227-233.

4 D. ASHTON, «Freedom, the priority of the political» in D. VILLA, The Cambridge Companion

to Hannah Arendt, 123-124.

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Consecuentemente, Arendt se pregunta cómo es posible que después de la gran estima

moderna hacia el homo faber, el trabajo (vinculado a la necesidad vital) haya sido

considerado como lo más alto en el orden jerárquico de la vita activa; ella misma

identifica como elemento de este cambio el concepto de proceso, también central en la

modernidad. Nuestra autora señala que este cambio refleja el paso de la cosa misma a su

proceso de fabricación, incluso el mismo hombre comenzó a considerarse parte de los

procesos, mismos que hacían olvidar los criterios permanentes que fungían como guía en

el obrar, de tal manera que la visión de la vida era englobada en procesos sin término, sin

objetivos, sin un fin al cual llegar. Otro punto expuesto por Arendt es la eliminación de

la contemplación en la vida del hombre, con esta cancelación el homo faber fue privado

de aquellas referencias permanentes que iban más allá de los procesos de fabricación, es

decir los modelos de producción.

Otro factor señalado como causa del así llamado, fracaso del homo faber, es

ubicado en el principio de la mayor satisfacción para mayor número de Jeremy Bentham

(para quien el placer y el dolor son elementos cuantificables a través de un método de

álgebra moral capaz de cuantificar la felicidad) 5, porque la verdadera medida no es ya la

utilidad o el uso sino la satisfacción, la cantidad de pena o placer experimentados en la

producción y el consumo de las cosas. Nuestra autora recuerda que desde el hedonismo

de Hume, la ausencia del dolor era el criterio central, pues este coincidía con los criterios

de la edad moderna, a saber, la alienación del mundo y la introspección; previamente

mencionaba la autora alemana que el dolor tiene esa capacidad de aislar, de hacer sentir

realmente la sensación interior; el dolor es así (más que el placer que siempre hace

referencia a algo externo) una vía de cumplimiento de los mencionados criterios de la

modernidad. Con esta visión, aquello que todos los hombres tienen en común es la

identidad de la naturaleza, manifestada en el cálculo que se hace al ser afectados por la

pena y el placer. Sin embargo, este criterio da paso a otro consecuente que representa la

victoria del animal laborans, a saber, la vida misma. El dolor o el placer no tienden

directamente a la felicidad, sino a la conservación de la vida, ya sea la individual o bien

la del género humano; un signo del apego a la vida, a la mera conservación, es la renuncia

al suicidio, que en los hedonistas precedentes era justificado, pero en la edad moderna es

evadido; la vida se convierte entonces en el valor supremo. Estamos así ante una filosofía

de la vida, pero en la forma más pobre y más vulgar, señala la autora judía.

5 Cf. T. URDANOZ – G. FRAILE, Historia de la Filosofia, V, 233.

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Otro factor que contribuye a la caída del homo faber es la crítica de Hume al

principio de causalidad, que también contribuyó al origen de la filosofía moderna, pues

borra la superioridad del artífice (como causa) sobre su producto (efecto), para muestra

basta revisar la propuesta del principio evolutivo, en el que un ser viviente posterior es

más complejo y perfecto que el anterior. El énfasis recae así, en los procesos,

especialmente los biológicos, que son objeto de introspección y al mismo tiempo enlace

entre el ser humano y la naturaleza, así parecía que el naturalismo finalmente encontraba,

en la vida, un puente entre la res extensa y la res cogitans, entre la ciencia moderna y la

filosofía.

III. La vida como el bien supremo6

La vida es la característica principal del nivel más básico de la vita activa, es la

dependencia que ella genera en términos de sobrevivencia lo que guía toda actividad.

Arendt se pregunta cómo fue posible que este valor llegara a la cumbre; ella misma

contesta, a manera de crítica, diciendo que la razón es que el cambio de paradigma de la

edad moderna aconteciera en una sociedad cristiana, la cual consideraba la vida como

sagrada, tal consideración sobrevivió a la secularización.

La inmortalidad de la vida humana promovida por el cristianismo, es un motivo

de su éxito como religión en el mundo antiguo, ya que daba esperanza a aquellos que

jamás habían pensado gozar de la vida que no termina; así, aquella propuesta de una

inmortalidad política se convierte en vana ilusión, ahora la vida individual es

potencialmente inmortal a través de Cristo. Tal perspectiva acrecienta el valor de la vida

humana que es siempre preparación para la vida ulterior, así se igualan los tres niveles de

la vita activa, ya que están sujetos a la necesidad de la vida presente; consecuentemente

realidades como la esclavitud, que pertenece al nivel más bajo, no pueden tolerarse más,

pues la vida misma tiene ya un valor. Después habla de otro aspecto que está íntimamente

ligado a la vida, a saber, el trabajo; el cristianismo hace una glorificación del trabajo;

recuerda cómo Pablo es llamado el apóstol del trabajo, aunque injustificadamente, pues

según ella, el énfasis que pretendió dar el escritor no versaba sobre tal punto; menciona

que luego el trabajo fue tomado como deber y mortificación, sobre todo en los

monasterios, pero que de todas maneras el cristianismo nunca desarrolló una filosofía

positiva del trabajo gracias a la prioridad que siempre le dio a la vita contemplativa.

6 Cf. ARENDT, H., Vita Activa, op. Cit., 233-238.

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Finalmente apunta que tal exaltación no se encuentra en la predicación de Jesús sino que

viene como influencia de la filosofía griega.

La vida, como quiera que sea, ha sobrevivido a la edad moderna y aún en los

tiempos actuales, es tenida en alta estima, no ya por la inmortalidad futura, sino por la

vida misma. Respecto a este punto, es interesante la relación que nuestra pensadora hace,

en otro escrito de su autoría, entre vida y libertad. Resalta una relación de contraposición

entre ambos valores, sólo es libre quien, de alguna manera, deja la vida; pone como

ejemplo, una vez más, la antigua polis griega, exponiendo cómo solo quien dejaba el nivel

básico de la vida, es decir, la vida de necesidad, de trabajo, de familia, podía ser ciudadano

libre, pero dejar este nivel implicaba ponerse en riesgo, así lo expresa:

Es evidente que esta libertad conllevaba el elemento del riesgo, del atrevimiento;

quedaba a la voluntad del hombre libre abandonar el hogar, que era no sólo el lugar en

que los hombres estaban dominados por la necesidad y la coacción, sino también, y en

estrecha conexión con ello, el lugar donde la vida era garantizada, donde todo estaba listo

para rendir satisfacción a las necesidades vitales. Por lo tanto sólo era libre quien estaba

dispuesto a arriesgar la vida7.

A este respecto hace una crítica a la política de la edad moderna, pues considera

que en este contexto «lo político únicamente vale como medio para proteger la

subsistencia de la sociedad y la productividad del libre desarrollo social»8, cuando en

realidad su sentido auténtico es crear un espacio de diálogo y acción.

IV. La victoria del animal laborans9

Este es el último punto de la obra de nuestra pensadora-política judía,

primeramente diremos que el sólo título llama la atención, pues parece señalar una

realidad poco optimista, en la que la parte menos humana ha triunfado. Su argumento

comienza exponiendo que el impacto de la duda cartesiana se manifestó en la caída

respecto a la certeza de la vida inmortal, de la fe, la trascendencia y la referencia a un fin

permanente; había nuevamente una vida mortal y un vínculo menos fuerte con el mundo,

pues se dudaba incluso su realidad, en este sentido el ser humano se alejó del mundo; el

7 ARENDT, H., ¿Qué es la política?, Barcelona: Paidós, 2005, 73. 8Ibid., 63. 9 Cf. ARENDT, H., Vita Activa, op. Cit., 238-242.

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hombre moderno estuvo cerrado en sí mismo, descubriendo sus propias pasiones como

irracionales. Lo único que permanece como inmortal es la vida de la especie humana,

aquí señala un punto de coincidencia con el interés marxista, que se dirigía no hacia el

individuo, sino siempre hacia la sociedad como conjunto, como género humano. Con

estos presupuestos se eleva la victoria del animal laborans.

El proceso vital natural tiene como objetivo la sobrevivencia de la especie del

animal humano, la vida individual se convierte sólo en una parte del proceso; se llega, en

estos términos, a una sociedad de empleados, que pide abandonar la individualidad y

adecuarse a un tipo funcional de comportamiento, en el que incluso las máquinas hacen

el trabajo que antes se hacía manualmente. Arendt señala que la edad moderna termina

en la más estéril pasividad que la historia haya jamás conocido. Nuestra autora alemana

señala que vivimos en esta sociedad como si fuéramos distantes de nuestra propia

existencia humana, tal como lo estamos del micro y macro cosmos, tan alejados que no

son parte de nuestra cotidianidad.

Como mencionamos, parece que el cierre se da con una tonalidad pesimista, sin

embargo en las últimas líneas Arendt deja en pie una esperanza respecto a la vida activa

humana, al expresar que nuestras capacidades permanecen aún con nosotros, el trabajar,

el fabricar, construir y especialmente el actuar existen aún como novedad y milagro, y

nos liberan de los procesos. Ciertamente, menciona, el papel de los científicos es ahora

muy famoso, hacen noticia, incluso desde el siglo XVII han ido adquiriendo peso e

influencia, hoy por hoy son uno de los grupos más potentes de toda la historia; sin

embargo, agrega, ellos no actúan en el ámbito de las relaciones humanas, ni de la acción

como capacidad de producir historias; la acción es una experiencia de pocos privilegiados.

Finalmente señala que el pensamiento es aún posible en condiciones de libertad política,

y no lo hacen pocos, incluso puede ser que el pensamiento sobrepase las actividades de

la vita activa, hay entonces aún, esperanza en la condición humana.

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Conclusión

¡Hay milagros!, no solo y necesariamente en el ámbito religioso, así lo considera

Hanna Arendt al hablar, por ejemplo, de la aparición de la vida sobre la tierra, o más aún

de la vida humana, milagros que son rompimiento de las consecuencias calculables, que

son probabilidad infinita10; el nacimiento de un ser humano es un milagro, cada quien es

como es, cada quien es él o ella, es un nuevo inicio, es un recomenzar que abre

posibilidades infinitas de acción, o bien es un milagro la simpatía, compartir algo en

comunión11. Así, creemos que al final de esta obra nuestra autora invoca un milagro, el

milagro de la acción humana, de la cual aún somos capaces, la cual, aún está entre

nosotros; es esa acción capaz de romper con esos procesos sin sentido de la modernidad,

capaz de liberar del servilismo a la producción, capaz de liberarnos de esa penosa

necesidad de sobrevivir, capaz de debilitar la coacción de la vida que nos merodea y

penetra siempre, la acción-milagro que genera política de libertad es invocada en las

últimas líneas y abre un camino de esperanza, pues la acción como palabra, como

pluralidad, incluso como justicia y perdón, son lo propiamente humano, lo propiamente

nuestro, que aunque no eliminan la vida, el trabajo, los procesos de producción, el mundo

artificial y la ciencia, sí son capaces de redescubrirnos como seres comunitarios, son

capaces de esclarecernos fines ulteriores y de otorgarnos un sentido profundo de libertad,

esa que es capaz de darse.

Bibliografía

ARENDT, H., Vita Activa. La condizione umana, Milano: Bompiani, 2015.

______, ¿Qué es la política?, Barcelona: Paidós, 2005.

BAEHR, P., The portable Hanna Arendt, New York 200.

SAAVEDRA, J., «Hannah Arendt y el Animal Laborans: reflexiones en torno a la

condición humana», en: Nómadas, Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas (2011),

115-132.

VILLA, D., The Cambridge Companion to Hannah Arendt, Cambridge 2000.

URDANOZ, T., y FRAILE, G., Historia de la Filosofía, V, Madrid 1994

10 Cf. ARENDT, H., ¿Qué es la política? Op. cit., 63. 11 Cf. BAEHR, P., The portable Hanna Arendt, op. cit., 89. 204.