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REVISTA DE CULTURA Y LITERATURA S U M A R I O EN PROSA: J. QUIROZ, DDT. R. J. VELTRE, Manzanas doradas (continuación). L. SARABIA JASSO, Vaticinio. O. ALEXANDER. Desde el escenario. V. BAHENA, Los peces siempre vuelven a la costa. J. M. MARTÍNEZ RAMÍREZ. Huelga. EN VERSO: M. Á. ORTEGA OLIVO, Homo vivacis. Z. CRULDE, Noviembre. A. MADRIZ GARCÍA DE LEÓN, Rueda de la fortuna. Tu nombre es feo, asonante. B. CEDILLO, Convocaciones. K. VEGA, 10 minutos… Intensa- mente. L. MAGALLÓN, Gotas de infierno. C. CASTILLO, 28 de marzo. J. M. MARTÍNEZ RAMÍREZ, Conjuro. Frag- mentos de Novena Sinfonía de Antonín Dvorák. Fragmentos de Trolebús. DE OTRAS LATITUDES: C. PLANTIN, La dicha de este mundo. I. BARNA, En la calle. DE OTRAS GENERACIONES: E. CARDENAL, Oración por Mari- lyn Monroe. Epitafio para Joaquín Pasos. TERCERA ÉPOCA NO. 5 ABRIL MAYO DE 2015 CONSEJO EDITORIAL Juan M. Martínez Ramírez Miguel Ángel Ortega Olivo R. J. Veltre DIRECTOR Juan M. Martínez Ramírez Ciudad de México, 21 de abril de 2015.

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REVISTA DE CULTURA Y LITERATURA

S U M A R I O EN PROSA: J. QUIROZ, DDT. R. J. VELTRE, Manzanas doradas (continuación). L. SARABIA JASSO, Vaticinio. O. ALEXANDER. Desde el escenario. V. BAHENA, Los peces siempre vuelven a la costa. J. M. MARTÍNEZ RAMÍREZ. Huelga. EN VERSO: M. Á. ORTEGA OLIVO, Homo vivacis. Z. CRULDE, Noviembre. A. MADRIZ GARCÍA DE

LEÓN, Rueda de la fortuna. Tu nombre es feo, asonante. B. CEDILLO, Convocaciones. K. VEGA, 10 minutos… Intensa-mente. L. MAGALLÓN, Gotas de infierno. C. CASTILLO, 28 de marzo. J. M. MARTÍNEZ RAMÍREZ, Conjuro. Frag-mentos de Novena Sinfonía de Antonín Dvorák. Fragmentos de Trolebús. DE OTRAS LATITUDES: C. PLANTIN, La dicha de este mundo. I. BARNA, En la calle. DE OTRAS GENERACIONES: E. CARDENAL, Oración por Mari-lyn Monroe. Epitafio para Joaquín Pasos.

TERCERA ÉPOCA NO. 5 ABRIL – MAYO DE 2015

CONSEJO EDITORIAL Juan M. Martínez Ramírez Miguel Ángel Ortega Olivo

R. J. Veltre

DIRECTOR Juan M. Martínez Ramírez

Ciudad de México, 21 de abril de 2015.

Revista de Cultura y Literatura

Tercera Época No. 5 Ciudad de México 21 de abril de 2015

Consejo Editorial Juan M. Martínez Ramírez Miguel Ángel Ortega Olivo

R. J. Veltre

Colaboran en este número Alonso Madriz García de León Luis Sarabia Jasso

Antonio Rodríguez Toscano Miguel Ángel Ortega Olivo Brenda Cedillo R. J. Veltre

Carmen Castillo Víctor Bahena José Quiroz Z. Crulde

Juan M. Martínez Ramírez Agradecimientos especiales para

Karime Vega Ernesto Cardenal Lesly Magallón Luz Marina Acosta

Minerva es una publicación periódica virtual, independiente y autónoma, sin subvenciones ni padrinazgos. Todos los textos, en forma y contenido, son responsabilidad absoluta de sus respectivos autores. Se respeta la

ortografía original.

Sugerencias, colaboraciones y quejas: [email protected]

Sitios web revistaminerva.wordpress.com

issuu.com/revistaminerva

Director Juan M. Martínez Ramírez

Diseño a cargo de Juan M. Martínez Ramírez

EN PROSA

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EN ESTE NÚMERO DDT, José Quiroz A.

QUIROZ USA LA palabra como pincel, pero no se conforma con la superficie de los asuntos. Llega al centro mismo de la emoción humana, y nos presenta un relato que, en su tragedia, no admite drama-tismos, sino la vida –no común, no corriente– del pueblo.

Manzanas doradas (continuación), R. J. Veltre VELTRE REGRESA CON una historia fantástica. El protagonista, Gilert Ghwint, vuelve, de la pluma del autor, lector que bien ha asimilado una tradición que se remonta a los cantos nórdicos, y que revitaliza mediante su narración, ágil pero sin perder detalle. Una mitología propia y una prosa bien construida.

Vaticinio, Luis Sarabia Jasso SARABIA JASSO, CULTOR del lirismo, regresa con otro cuento. Ya en diciembre del 14, colaboró con nosotros con El cimiento estéril. En esta ocasión, presenta un relato cargado de su muy particular visión del mundo. Como pide Villaurrutia, se emociona «desde», y no «con» los objetos.

Desde el escenario, Oscar Alexander ALEXANDER, APASIONADO COMPLETAMENTE por el teatro, desde su experiencia como actor, se pre-senta en Minerva con un artículo en el que descuella un exhorto: hay que ir al teatro, hay que volcar-nos a las salas. Y esto lo sustenta con argumentos: esta invitación se sostiene en la razón. Oigámoslo. Acudamos al teatro. Aprovechamos para dar la bienvenida a Oscar.

Los peces siempre vuelven a la costa, Víctor Bahena BAHENA NOS MANDA un nuevo cuento, en que hace el mismo ejercicio, casi flaubertiano, al que acos-tumbra a quien lee su poesía: solo dejar la palabra necesaria: no llenar de adornos inútiles lo que en su esencia se encuentra correcto, y es explícito, y expresa a la perfección la idea.

Huelga, Juan M. Martínez Ramírez EN UN EJERCICIO prosístico, Martínez Ramírez nos presenta una historia que bien pudo ser real, o bien no pudo serlo, sin mella del carácter verosímil de la misma.

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DDT José Quiroz A.

OR LA ÉPOCA en que Julita murió, el mundo parecía un poco más pequeño. Mi hermana tenía doce años y yo apenas

la mitad. Nuestra única preocupación era dejar de ser invisibles para la familia en aquel pe-queño universo.

El día que Julita murió, el sol brillaba tanto que las abejas salían, furiosas, de las col-menas. Era nuestro deber cuidar las enormes cajas donde ellas trabajaban. Con el resultado de ese trabajo, los mayores fabricaban velas y extraían miel que vendían en Santa María, a dos horas de allí. Papá y mamá estaban ese día en el pueblo. El mundo era de los niños.

Mi hermana amaneció ese día con dolor de cabeza. Por la expresión de su rostro, parecía que docenas de abejas revoloteaban dentro de su cráneo. Llegué a pensar que de alguna forma tomaban venganza por todas sus hermanas sin hogar, echadas a humaredas y escobazos por el santo nombre de la cera natural.

No aguantó más el trabajo. Se apartó del resto y tendió un petate en el suelo del cuarto de adobe donde dormíamos. Los siete herma-nos pasamos ese día con las colmenas en las manos, chupando miel de las rejillas y espan-tándonos con humo de olote las abejas amena-zantes que defendían su trabajo. Más de uno aprovechó la oportunidad para gritarle a Julita:

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«Ya, pinche chamaca, mañana te mueres», mostrándole las ollas de miel derramándose por los bordes.

Mientras escribo esto recuerdo a Julita cerrando los ojos con fuerza, y cómo nos burlá-bamos. El mayor de los hermanos pasaba de los quince años, e incluso él se burlaba del malestar de Julita. Se podría decir que le teníamos envi-dia. Ella había aprendido a tejer, bordar y re-zaba rosarios enteros antes de los seis años. A los siete, durante una sequía que nos dejó sin flores de cempasúchil, construyó un arco de muertos con solamente papel de cigarros. La gente del pueblo le decía a mamá que tuviera cuidado, porque una niña que aprendía tan rá-pido no podía ser otra cosa que un capricho de dios.

Un día hasta le pidió a papá que la de-jara estudiar como a sus hermanos. Él sostenía la idea de que los hombres debían ir a la prima-ria hasta tercer año, y las mujeres hasta se-gundo. «Nomás con leer y escribir» era sufi-ciente. Julita dejó de comer varios días después de eso. Dijo que si no podía aprender, sería me-jor que se muriera.

-Le voy a pedir a la virgen que me recoja un día de estos. -Decía en ocasiones.

Se volvió callada, su piel morena empa-lideció en un tono indescriptible, sus ojos vivos se fueron apagando.

Un día mamá la convenció. Le dijo que la mandaría a la escuela en cuanto juntaran más dinero. Tiempo después Julita llegó cono-ciendo todo sobre el cultivo de abejas. Cuando le preguntamos dónde lo había aprendido, se limitó a contestar que en el campo, un señor llamado Pablo Aureliano le había enseñado. Por eso Julita pensó en cuidar colmenas y nos animó a todos a seguirla con promesas de miel dulce. A ella le interesaba más la cera porque dejaba más dinero. Todo mundo tenía miel y podía hacerla durar con un poco de azúcar. La cera tenía una cualidad diferente, pura, espe-cial. Todos la usaban para hacer velas pero na-die más que ella sabía cómo extraerla. En un momento, sin darnos cuenta, nos encontramos trabajando por y para mi hermana.

El día que Julita murió, llegó un grupo de hombres de la capital. Se les notaba por el cansancio en el cuerpo. Una hora subiendo el cerro y estaban muertos. Cargaban unas má-quinas con un tanque en la espalda. Le dijeron al mayor de nosotros que rociarían un pesticida contra el paludismo y debían eliminar todos los focos de infección. No les entendíamos. Era como si habláramos idiomas distintos o vinié-ramos de otros mundos.

-No están mis papás. Los hombres entraron escudriñando en cada rincón donde hubiera agua estancada.

-No pueden rociar. Mi hermana está en-ferma.

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-Déjenla en el centro del cuarto, no le pasa nada.

Bañaron las paredes con un líquido apestoso e incoloro. Cuando se secó, dejó un rastro polvoso y blanco sobre la superficie. DDT, dijeron ellos. Recordaría durante toda mi vida cómo el Dicloro Difenil Trifosfato mataba gatos al contacto y mantenía alejados a los animales silvestres, cómo lo rociaban hasta en las escuelas y años después se siguió usando sobre las cabezas de los niños para acabar con las epidemias de piojos.

Los hombres se fueron. Jugamos toda la tarde entre un festín de miel y risas. Dejamos de escuchar a Julita. Se había dormido. Cuando cayó el sol, al descubrirla despierta, descubri-mos también que no podía hablar, que tenía la frente caliente y las manos heladas.

Cuando papá y mamá llegaron en la no-che, encontraron a los siete niños durmiendo todos juntos. El mayor estaba sentado frente a la llama de una vela. Comenzó a hablar pau-sado, con temor en la voz.

-Vinieron unos hombres. Echaron un líquido. Cuando nos dimos cuenta Julita co-menzó a moverse mucho. De repente se puso muy fría, como muerta. Los niños se acostaron a dormir con ella, no quise decirles que… no me atrevía a decírselos.

De pie entre la penumbra. Mamá y papá

salieron sin decir nada, con gesto sereno. Ella iría a decirle a la gente de los ranchos cercanos, a buscar rezadoras; Él, a conseguir una autori-dad. Yo seguía despierto, abrazando a Julita, entre el frío de la carne quieta y el calor hu-mano.

Al otro día se armó la fiesta. La casa se engalanó porque trajeron al sacerdote y a un representante del municipio. Las mujeres, to-das rezaban; los hombres, todos bebían. Yo tenía curiosidad por probar aquello que los se-ñores tomaban. Una botella transparente sobre la mesa. Parecía agua. Me escabullí y bebí con apuro. Escondí mi crimen entre un matorral. En un momento siento mucho calor. Todo co-mienza a moverse. Todo se hace confuso. Ma-nuelito… no: Manuel. Manuel no puede hablar sin enredar la lengua. Viene un fuerte mareo. Quizá así se sintió Julita antes de morir. Papá lo ve a lo lejos y se saca el cinturón. Uno, dos, tres golpes. No era DDT, sólo era mezcal.

Después me enteré de que mamá se desmayó durante el entierro. Su semblante impasible se quebró cuando vio la tierra caer sobre la caja rústica. No supo más de sí. Papá agarró una borrachera de dos semanas. Mis hermanos y yo anduvimos rodando entre los vecinos durante esa temporada. Y aún al regre-

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sar todos juntos, parecía como si una parte del alma nos hubiera sido desprendida.

Una noche, mi hermano mayor se acer-có a mamá. Le contó que había soñado con Juli-ta, que desde la muerte le contaba lo lindo que era ese lugar, que no estuvieran tristes, que la muerte era como cuando un pariente se va a la capital. Ahí está, pero no lo vemos. Eso la cal-mó un poco.

Con el tiempo, los menores pudimos es-tudiar fuera de nuestro pequeño universo. Mu-rieron nuestros papás y han muerto ya cuatro hermanos. Ayer me habló el mayor, después de más de diez años. Escuché su voz llorosa del otro lado del auricular. Me dijo que todo era mentira, que no había tenido aquel sueño y la muerte no era tal cosa.

Contó tras el teléfono que soñaba largas temporadas con ollas de miel de las que brota-ban piojos muertos del tamaño de un gato, o estatuas de cera con la forma de mi hermana, derritiéndose, dejando tras de sí un olor a DDT insoportable. Se levantaba constantemente con la sensación de que alguien muy frío había es-tado durmiendo junto a él y no podía evitar llorar al encender una vela.

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MANZANAS DORADAS (CONTINUACIÓN) R. J. Veltre

SZYU

1 YACIÓ MALHERIDO al lado del

río, pensando que ésta vez sí sería su

1 Los hechos aquí narrados son una recopilación hecha por Lord Casper, hijo de Carson, de la Casa Seagraves, con la ayuda de un erudito, Walter Reinhart, quien tra-bajosamente tradujo del latín los manuscritos de Ir Baffel que fueron encontrados en una fortaleza cercana al Rin en el siglo XI. La información se encuentra incompleta, pues la versión latina distaba mucho de la versión origi-nal en la lengua de los Ult Nessi, además de que ésta se encontraba escrita en verso aliterado. Es posible que algunos pasajes no sean fruto de la traducción, sino de la interpretación de los acontecimientos hecha por Reinhart

sepultura, pero apenas el sol hubo abandonado sus dominios, se le acercó una mujer hermosa, como nunca había contemplado antes, y pensó que soñaba o que estaba muerto, en cambio, ella habló, Ithel, la Piadosa. –Habéis salvado a nuestro pueblo, mos-trando gran valentía y coraje. Os recompensa-mos bendiciendo la espada que blandías, y he-mos de recompensarte curando tus heridas.

y Seagraves Este trabajo se encuentra en el libro Historia y Mitología de los Ult Nessi y sus Descendientes.

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Y así hizo Ithel, curó las heridas de Eszyu, y él ni siquiera necesitó recuperarse, pues apenas los dedos de Ithel abandonaron su piel, pudo ponerse de pie como si aquella flecha nunca lo hubiera herido, e incluso pudo sen-tirse más fuerte y con mayor vitalidad. Ahora bien, los soldados de Hart habían abandonado las tierras de los Ult Nessi, pero Eszyu sabía que pronto volverían para apode-rarse de sus tierras, y también los Trece po-dían adivinarlo, pues los corazones de los hom-bres estaban ensombrecidos por la ambición y la envidia. Así pues, hablaron en los Cielos Blancos, y aunque habían acordado ya una vez que no ayudarían a la raza de los hombres, úni-camente les darían luces de esperanza a aque-llos que mostraran bondad, decidieron que de-bían prestar apoyo a los Ult Nessi, el último pueblo fiel a ellos, y entonces bajó Ithel al lado de Eszyu, y éste la miró asombrado nueva-mente. –¿Cómo os llamáis? – preguntó ella con voz suave y afable, mostrando que su amistad era para el extraño hombre venido del otro lado de las montañas. –Soy Eszyu, hijo de Tesio, mi señora– respondió el explorador, haciendo una reveren-cia ante la increíble belleza de Ithel. –Seréis en adelante, Gilert Ghwint, la Espada Valerosa. Ahora podéis hablar el idio-ma de nuestras gentes, pues mostrasteis un corazón bondadoso, y eso os hace uno de ellos.

–Mi señora es muy amable con Eszyu, pero no soy más que un explorador, sin linaje ni título, y no entiendo ni pude entender el idioma de estas sabias personas que hoy se en-cuentran heridas y asustadas. –Ahora lo hablas, Gilert Ghwint. Pue-des intentarlo. Y así hizo Eszyu, y habló con las gentes de la aldea, y éstos se asombraron al ver que pudie-ran entenderlo y él a ellos, y entonces se acercó a Ithel conmovido, y se arrodilló frente a ella. –Mi señora me ha salvado, no puedo hacer sino agradeceros y entregaros mi espada. –Ahora sois uno de los Ult Nessi, el nombre de este pueblo, los Últimos Hombres, pues fueron quienes al final fueron los únicos que mantuvieron su esperanza en nosotros, los Trece. –¿Cómo puede hacer este siervo para agradeceros, mi señora? –Levantaos, Gilert Ghwint, pues los Trece, que hemos observado todo desde los Cielos Blancos, tenemos un designio para vues-tra espada y vuestra valentía.

Y así se acercaron doce de los Trece, ex-cepto Junab, y reunieron al pueblo, y al centro colocaron a Ezsyu, y hablaron uno por uno, y agradecieron al explorador por haber defendido a su pueblo, pero sabían bien que aquellos hombres volverían, así que no podían dejar todo en un agradecimiento, ni tampoco podían llevar a los Ult Nessi a otro lugar, pues a donde

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fueran, la avaricia de los hombres los persegui-ría. Habló Fauil:

–Gilert Ghwint, el Venido de las Mon-tañas, os hemos hecho uno de nuestro pueblo pues ahora los dirigirais en batalla y les enseña-réis a pelear y a formar un ejército para defen-derse de la maldad de los hombres. Seréis su soberano, pues conoces los caminos del mundo que los rodea, y conoces la malicia en los actos de los hombres y has visto la guerra más de cerca que cualquier hombre presente aquí. Eszyu permaneció cabizbajo, sintiendo que aquello significa un gran honor para tan sencillo y desdichado hombre, y aceptó de bue-na gana, y nadie entre los Ult Nessi objetó na-da, pues no estaba en su naturaleza desear el poder. Pero Eszyu temía, pues el pueblo era pequeño, y habían matado a muchos de los hombres, y no tenían armas para la guerra, y él no era un soldado capaz de dirigir ejércitos. –Gilert Ghwin, estáis frente a los crea-dores de cuánto te rodea; y a los hombres mal-vados que asesinaron a nuestros hijos, nosotros los creamos, y la tierra sobre la que marcharon, nosotros la creamos. No podemos crear un ejército, pues iría contra la naturaleza de nues-tra propia creación, pero podemos daros nues-tra bendición y nuestras técnicas y materiales para que creéis y arméis un ejército con estos

hombres, de corazón valiente, pero bondadoso y misericordioso. Así pues, se le acercó Fauil, y le dio un beso en la frente, y su bendición fue dada. Y lo mismo hicieron todos, excepto Junab, y Slanghe, uno por encontrarse en los Cielos Blancos y otro poder el lugar que ocupaba entre los Trece. Y los Trece permanecieron con los Ult Nessi, como en los tiempos de antaño cuando enseñaron a los hombres cuánto sabían y com-partieron la alegría de su visita y su creación. Y Fauil les ayudó a forjar armas hechas para la guerra: grandes espadas, de mortíferos filos y firmes empuñaduras; y fue conocido como el dios de la Guerra también. Ithel les dio un beso a los Ult Nessi, y con ello se volvieron más fuertes y resistentes; Ut Kin les mostró cómo hacer aleaciones para armas y armaduras más resistentes; Eghanmú les compuso bellas can-ciones de valor y lealtad para encender la llama de la esperanza en los corazones de los Ult Nessi; Khug los ayudó a construir embarcacio-nes para cubrir al enemigo por el río, al que en adelante se le conoció como Venrad, el Aliado; Zumunegh vio que su pueblo no contaba con fortalezas, así pues, con la ayuda de medio cen-tenar de hombres, comenzó a edificar un pe-queño castillo con almenas y torres para resistir un ataque, y así fue conocido también como el dios de la Construcción; Jamkhaz y Etkuc les

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ayudaron a juntar reservas de comida para la batalla; Jazimil no se acercó, pues sabía que no tenía don que darles ni sabiduría que mostrar-les, pues sólo se encargaría de dar muerte a los enemigos de su pueblo, e Iztab, permaneció también alejada, primero dubitativa respecto a si debía ayudar o no, pero al final se dijo que no había cabida para el amor en la guerra, y así, de la mano de Slanghe, Iztab volvió a los Cielos blancos, junto a Junab. Y Jazimil volvió a las entrañas de la Tierra, y envió a Grurín Ulder a la superficie, pues pronto iniciaría su trabajo. Al cabo de unas semanas, y gracias a la ayuda de Zumunegh y Khug que enviaron ma-los tiempos a los Sussesbel, pero a pesar de las dificultades y de las muertes que las tormentas se cobraron, sólo lograron retrasar los planes de invasión de Hart. Y todos los dioses se retira-ron, excepto Ithel, quien, por más ruegos que recibió, decidió permanecer al lado de los Ult Nessi, para auxiliarlos en caso de ser necesario. Y un día se presentó Hart, al frente de su ejército, y todos portaban sus capas y sus blasones con orgullo, y sostenían lanzas y ha-chas ansiando las riquezas del extraño pueblo del que les habían hablado. Ezsyu, teniendo aún en su corazón cabida para la esperanza y la bondad, bajó de los muros de la fortaleza que les había construido Zumunegh, y se acercó a Hart.

–Hart, hijo de Tart rompió su promesa. Atacó a estas gentes que estaban indefensas. –Quitad de mi camino, Eszyu, el Explo-rador, o hemos de matarte como a todos ellos. Ahora vestís sus atavíos y vivís en sus tierras, pero yo, Hart, el Alto, os concedo el perdón y pasaré por alto esta traición, y os daré la opor-tunidad para volver a Pirvudev. –Me niego, Hart, el Traidor. Ahora este es mi pueblo, y si los dioses desean que muera defendiéndolo, así será, pues me mostraron su clemencia. Todos vosotros podéis luchar, pero no lograréis mucho. Así Ezsyu dio la espalda a Hart y a su ejército, y caminó hacia la fortaleza, que años más tarde sería llamada, Ties dir Hottmart, la Piedra de la Esperanza. Preparó a sus arqueros y a su ca-ballería, y con los corazones valerosos y orgu-llosos, los preparó para la batalla. Hart avanzó, confiado en que el pueblo al que veía, aunque oculto detrás de una pequeña fortaleza y con armas, era el mismo al que había enviado a saquear tiempo atrás. Y la caballería de Eszyu abandonó la fortaleza, y cabalgó hacia las filas de Hart, y los escudos chocaron, los blasones se partieron, las espadas refulgieron y la sangre se derramó. Y los Sussesbel se sorprendieron y lloraron al ver que los Ult Nessi no eran ya un pueblo indefenso, y que los estaba acabando con honor.

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Y los Sussesbel huyeron, temiendo mo-rir, y por más que Hart les ordenó que perma-necieran en sus puestos, corrieron hacia los bosques, en donde se perderían y terminarían sus días errando. Hart fue herido, y cayó, te-meroso de su destino. Y los Trece habían deci-dido ya otorgarle el perdón y dejarlo volver a su palacio con la única condición de no buscar venganza; no obstante, el corazón de Hart es-taba consumido por la codicia y el odio, y vio a lo lejos a Ithel, quien, habiendo terminado la batalla, salió a curar a todos por igual, fueran Ult Nessi o fueran Sussesbel. Entonces, Hart, con gran rencor, se puso de rodillas y usando un arco que encontró en la tierra carmesí, dis-paró una flecha directa al corazón de Ithel; y Eszyu gritó encolerizado y corrió hacia Ithel, su salvadora, y al ver que la vida había abando-nado su cuerpo, lloró largo rato, sin esperanza de consuelo. Y así fue como murió la primera de los Trece, y los Cielos Blancos se consumie-ron en lágrimas y dolor. Ahora bien, Hart fue atrapado y llevado ante Eszyu quien, al recordar el dolor que le causaba la muerte de Ithel, estuvo a punto de pasarlo por la espada, pero en su corazón aún imperaba la compasión, y así fue que clamó a los cielos para que los Trece decidieran el des-tino de Hart, el Alto. Y Khug, desde los cielos, resplandeciendo, habló con voz grave: –No conocerás la paz, Hart, el Traidor. Pues tus crímenes han sido malvados y han causado

mucho dolor entre este pueblo. Corre al bos-que, corre al río, corre a las montañas; hagas lo que hagas, tu destino será el mismo; ya no serás uno de los vivos, pero no alcanzarás el reino de los muertos; no poseerás riquezas ni tendrás amor; sólo conocerás el dolor y el cansancio, y nunca descansarás, ni tampoco sanarás, pues ésta es la voluntad de los Doce. Así terminó el intento de Hart por apo-derarse de las tierras de los Ult Nessi, y en ade-lante a este día le llamaron Tun dir Drusis, o el Día de las Lágrimas, pues los corazones de los hombres y los dioses se enturbiaron a causa del dolor, y las lágrimas corrieron por sus mejillas; y se cuenta que aquella noche no hubo Luna en el cielo que ahuyentara a las tinieblas, pues Eghu no soportó la tristeza. Ahora bien, Jazimil en sus dominios recibió a Ithel, pero había sido designio de los Trece que los muertos no volvieran al mundo de los vivos sino hasta el Día de la Termina-ción, cuando los dioses apagarían las luces y la vida para dar paso a luces más brillantes y a vidas con más esperanza. Así, Jazimil se entris-teció también, pues sabía que mucho tiempo pasaría antes de que Ithel pudiera ser vista nuevamente; y también Grurín Ulder afligido llevó a Ithel hasta el Tascubi, o el Punto sin Retorno. Pero Ithel nada pudo hacer, pues ya no poseía la vitalidad de los vivos ni la espe-ranza que alumbra sus corazones, y su belleza y

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su luz se apagaron, y nadie más pudo apreciar-los. Así pues, Eszyu no volvió a usar ese nombre, pues con gran honor había recibido el nombre de Gilert Ghwin por parte de Ithel, y para remembrar la muerte de su belleza, llevó con orgullo dicho nombre. Ahora bien, los Doce acordaron no des-cender a las tierras de los hombres nunca más, pues no deseaban fin para ellos como el que había tenido Ithel. Fue esta prohibición y la muerte de Ithel los hechos que llevaron a Jazimil a apartarse de la luz del resto de los Doce, y a encerrarse en sus dominios junto a Grurín Ulder, en donde poco a poco se le en-turbió el corazón y se le nubló la vista. En cuanto a los Ult Nessi respecta, al terminar la batalla con los Sussebel, volvieron a sus vidas de tranquilidad y armonía, pero bien sabía Gilert Ghwin que muchos pueblos más podrían venir a atacar a sus gentes, pues muchas eran las riquezas que poseían, y mucha la envidia de los hombres. Así pues, teniendo la bendición de los dioses para que guiara a su pueblo y lo defendiera, decidió que formaría un ejército y una gran fortaleza que protegiera a las tierras y a los habitantes. Pero Gilert Ghwin no lo hizo con el afán de tener poder y dominio, pues ya era uno de los Ult Nessi, y

todo deseo de éstas cosas habían abandonado ya su corazón. Cuando el octavo Suspiro de Eghu hubo pasado desde el Tun dir Drusis, comenzaron a trabajar los hombres y las mujeres en la cons-trucción de una fortaleza que sería magnífica y distinguida, y que sería símbolo del pueblo de los Ult Nessi. La pequeña fortificación que habían construido con la ayuda de Zumunegh fue la base para construir el castillo. Media década tardaron los trabajos de construcción de esta fortaleza, a la que llama-ron Glarmatel, la Magnánima. Tenía altos mu-ros que alcanzaban las doce varas, y eran resis-tentes, de piedra sólida, y estaba rodeado por un foso de tres varas de profundidad lleno de agua que era alimentado por el Venrad; y con-taba con veinticinco almenas de dos cañas en-tre cada una de las ocho torres dispuestas a lo largo de la muralla. Sólo había dos puertas para acceder; una era grande, y estaba resguardada por una barbacana y un puente levadizo de ma-dera, y la otra estaba en los sótanos del torreón, y se tenía que atravesar una abertura en el mu-ro que estaba escondida por el agua del foso, y muy difícil era nadar hasta allí y encontrar la puerta, así, sólo servía como medio de escape para el pueblo, pues era más fácil flotar hacia la superficie que sumergirse. Dentro de la muralla había talleres, bodegas, alacenas, fraguas y ca-

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ballerizas, además de las casas de sus habitan-tes. Una vez Glarmatel estuvo terminada, Gilert Ghwin se desposó con una bella mujer de castaños cabellos y oscuros ojos, de piel blanca como la nieve de las montañas, y de delicadas facciones, y su nombre era Brisil, y ambos se convirtieron en los soberanos de los Ult Nessi, y sus gentes los aclamaron y venera-ron, pues sus decisiones y acciones siempre fueron prudentes y nunca egoístas, y tampoco contrariaron nunca los designios de los Doce.

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VATICINIO Luis Sarabia Jasso

A NOCHE DORMÍA cuando la pequeña ca-minaba por la orilla de la playa, con un vestido blanco que relucía por los inten-

sos rayos del sol. Su tierno semblante tenía una hermosa finura, con un ligero rubor en las me-jillas y un corte de cabello discreto que llegaba hasta los hombros y un pequeño broche entre la maraña obscura con restos de sudor, que se marcaban más en los flecos húmedos de su frente. Sonreía mostrando una dentadura de leche con algunos incisivos chuecos, un espe-cial brillo en sus ojos café, y la ternura reflejada también en su modo de caminar, con ligeros

brincos al borde de las olas que por breves mo-mentos parecían alcanzarla. La chiquilla se iba cuando terminaba el día.

Ella crecía cada vez que regresaba al día siguiente, luego de verla con el jovial semblante y ponerla en su memoria con aquella imagen de inocencia, la vio ahora rodeada de jovencitos de la misma edad, con el constante sigilo de una mujer mayor, y la niña que aparentaba ya unos doce años corría y chapoteaba el agua del océano para empapar a sus compañeros, des-pués era perseguida por algún chico que conse-

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guía tumbarla al agua, todos con tanta felicidad en sus expresiones, que parecía más alegre la playa.

Cuando cayó el atardecer, la pequeña se sentó junto a la mujer y sostuvo con ella una charla en la que no podía dejar de mirar con admiración, alternadamente, al experimentado rostro a su lado, a la arena tibia bajo sus pies o a la inmensidad del horizonte. Se notaba en esa conversación que ella sólo preguntaba, mien-tras que la mujer hacía una larga explicación, y por momentos señalaba algo o enmarcaba con un ademán de su brazo completo todo cuanto tenía al frente.

Se iluminaba su carita, más madura, ya con los dientes parejos y blancos como su ves-tido, el mismo desde la primera vez.

Cuando volvió nuevamente a la playa, iba de la mano con un hombre, y ahora era de ella una mujer preciosa, con sus largos cabellos obscuros y lacios que caían sólo al lado iz-quierdo de su pecho, unos labios delgados y de apariencia suave como la de un pétalo, y en verdad que era la única manera de definir su tersura, su delicadeza, la pequeña insinuación de naturalidad, y su demás rostro, aunque más maduro, mantenía la misma belleza en la mi-rada y las facciones, y así con sus mejillas y ese leve rubor.

Ella y el hombre caminaban pasivos por

la orilla, hasta que lograron entrever en medio del mar, cerca de donde se encontraban, a un grupo de delfines que brincaba a la superficie para hundirse en el agua asemejando una fle-cha. Al percatarse salieron corriendo y se acer-caron hasta donde sus pies alcanzaban a pisar arena, ya adentrados en el océano, vieron abra-zados a los delfines hasta que estos se perdieron de sus vistas. Ambos, como en complicidad, voltearon inmediatamente y sellaron la tarde que se colaba entre el espacio de sus labios con un beso, dejando espacio sólo para atisbos que parecían aureolas alrededor de su cabeza.

La última vez que la vio, llegó con aquel mismo hombre, y además de tener algunas ex-presiones de una edad madura en su rostro, resaltaba ahora su semblante abatido, triste. Sólo recuerda un vago pasaje de aquella tarde: cuando ella se recargó en el hombro de su acompañante a llorar, con sus manos puestas en el vientre, lamentando una extraña ausen-cia.

Cuando despertó, sus olas seguían im-pactando la orilla de la playa, e inmediata-mente buscó a la pequeña sin poder encon-trarla. Un tiempo después de que el mar des-pertó, supo que la joven todavía no llegaba.

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DESDE EL ESCENARIO Oscar Alexander

UN INGLÉS le sería imposible conce-birse inglés sin haber leído a Shakes-peare. Es algo que lleva en la sangre y

que forma parte de su cultura. El inglés dialoga con Shakespeare y se conoce a través de él. Es inevitablemente parte de su identidad.

Ahora, tendríamos que preguntarnos como mexicanos quien es ese dramaturgo o artista con el cual los mexicanos dialogamos y nos identificamos. ¿Juan Ruiz de Alarcón? ¿Salvador Novo? ¿Rodolfo Usigli? La mayoría de estos nombres no figuran en las cabezas de

los mexicanos. Lo preocupante no es tanto que como mexicanos los desconozcamos, lo preo-cupante es que no solo no los conocemos, sino que nos sería más fácil nombrar actores de Te-levisa y al menos una novela donde haya parti-cipado cada uno. Inevitablemente esto parece construir más nuestra identidad día con día. Al pensar en actuación en México uno ya no pien-sa en los días de oro del teatro mexicano, no, uno ahora piensa en estrellas rodeadas de dine-ro y casas grandes. Ser actor parece ser sinóni-mo de ser una persona guapa que con un mí-nimo esfuerzo gana millones de pesos.

A

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Cuando le dices a alguien que vas a ser

actor la mayoría de las veces recibirás estas dos posibles respuestas:

1. «¡Ay! Pero te acuerdo de mi cuando seas

famoso, ¡eh!», o, 2. «¿Actor? Te vas a morir de hambre.»

Al parecer no hay otra opción más que Televisa o el fracaso. Los mexicanos nos hemos olvidado que, aunque no lo crean, todavía exis-te el teatro mexicano, ¡Y un chingo! Cada año egresan cientos de actores de las escuelas de actuación; más los que no estudian y creen que así la puedan hacer (no digo que no puedan, con trabajo todo se puede). Y la mayoría de estos estudiantes llevan estudios de actuación para teatro, entonces ya se podrán imaginar cuanto teatro hay hoy en México. No me creen, chéquense la cartelera teatral, sería im-posible ver todas las obras del D.F. aunque se fuera al teatro diario. Tenemos una cultura teatral enorme. Pero al parecer los actores de teatro somos una especie rara de organización secreta en donde los espectadores de las obras son los mismos actores de las otras obras. Solo entre nosotros nos frecuentamos llenando los teatros de actores, directores, dramaturgos y encima de todo de nuestras críticas «eruditas» sobre como nosotros lo pudimos haber hecho mejor. El teatro al parecer no se expande a los

abogados, doctores, amas de casa, taxistas, y más importante a todas las personas del inte-rior de la república que son la mayoría de los mexicanos. Muchos trabajos muy buenos se quedan atrapados en una burbuja que no pue-den alcanzar a más personas por alguna razón u otra.

Pero una desventaja de todo esto es que

cuando alguien no relacionado al teatro va a ver una obra por primera vez, se juega un volado, porque al haber tanto teatro uno puede ver algo muy bueno o algo muy malo. Pero comparando la experiencia, con el cine, nos parecería ri-dículo no volver a ir al cine porque nos tocó ver una mala película.

Y por esto yo le pediría al mexicano que si tiene la posibilidad se dé la oportunidad de descubrir el teatro, pues este tiene mucho que ofrecerle, el teatro nos puede revelar mucho de nosotros mismos, y las salas están esperando para ser llenadas por todo tipo de gente. El tea-tro ofrece un sinfín de posibilidades. Una posi-bilidad de vernos reflejados y encontrar una identidad. Y para todos los mexicanos que no tienen el teatro al alcance, los actores tenemos una responsabilidad de hacerlo llegar a todos para que de esta forma encontremos una forma diferente de vernos a nosotros mismos y a los demás.

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LOS PECES SIEMPRE VUELVEN A LA COSTA Víctor Bahena

Para Nadia.

A LLUVIA TORRENCIAL modificaría la trayectoria de los peces. Días atrás ha-bían cruzado el viejo puerto, escapado de la copiosa caza del muelle y del batir

en alas de las garzas en los rápidos. Su destino no era inherente; habían de cruzar las impetuo-sas aguas acaecidas por el chubasco para des-ovar en las llanuras, comer del moho del arreci-fe, e internarse en la vastedad de las algas. Lo cierto es que permanecían en grupo, en las puestas de sol figuraban una sola mancha parda

que vibraba en el Golfo. Sobre los demás car-dúmenes, éste a las proas de los barcos resul-taba incierto; lo rodeaban apenas al avistarlo. Incluso el capitán más viejo fió a aquella uni-dad cómo a una ballena. ¿Los peces tienen un pensamiento?, pensó un niño que viajaba en cubierta vislumbrando al cardumen que en la noche nadaba en líneas divisorias. Debido a la intensidad de la luna se miraban sus dorsos plateados. Sus padres tomaban un cocktail mientras jugaban poker en el salón principal.

L

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Iría a Orlando, Florida a conocer el set filmo-gráfico de su película favorita; quería ser ci-neasta de grande. La inmensidad del mar le trajo a la mente aquella película dónde naufra-gan dos niños en una isla lejana. Miró embele-sado la espuma que se formaba con la corriente del agua dividida en el rompeolas. No había más niños en cubierta. Sintió la intención de compartir la imagen de aquellos peces con una niña que conoció días antes en el restaurante del barco. Inesperadamente apareció. Polly, deberías ver los peces que nadan a los costados, señaló a la marea. Los veo, los veo; están pla-teados. Eso se debe a la luna ¿Recuerdas la pelí-cula que te conté? Sí. Pues los peces parecen una balsa. No he visto la película, pero por lo que me dices debe ser una experiencia muy hermosa. ¿Qué quieres ser de grande, Polly? No lo sé. Una bailarina de ballet, creo. Papá dice que se llama Can Can el viejo baile que en el salón no podemos ver. Yo escuché decir que se baila con ligeros ¿Tú sabes qué son los ligue-ros? No. Ni yo tampoco. ¿Qué hay de emocio-nante en beber vino y jugar cartas? No lo sé. Mi padre siempre tiene discusiones con mi madre después de beber tanto. Se supone que las personas se casan para ser felices, ¿no?, y no para discutir. Yo pienso que discutir a veces es divertido. ¿Tú quieres casarte de grande? Sí. ¿Y tú? Mmm… Sí. Pues casémonos nosotros cuan-do seamos grandes. Seguro. Oye, estoy hablan-do en serio. Falta mucho para que crezcamos. ¿Por qué no lo hacemos ahora? Nuestros padres

no lo permitirían. No tienen por qué permitir-lo. ¿En qué piensas? Y si saltamos al agua y viajamos sobre los peces. Fíjate bien, están muy cerca del barco. No lo sé. ¿Y si nos pasa algo? ¿Has comido peces alguna vez? Sí, son muy blandos. Entonces no hay nada que temer. Vi-viremos en una isla y celebraremos navidad, año nuevo, siempre que anotemos con líneas cada día en la corteza de un árbol. ¿Qué día es hoy? Martes. No me gustan los días Martes; podemos empezar a anotar desde el día Miérco-les. Déjame llevar mis vestidos. ¿Para qué ves-tidos? En la película están desnudos. Me dará pena. Es lo más natural, pero, nosotros no na-cimos vestidos. Tienes razón. Entonces salta conmigo. Mis padres me extrañarán. Los míos también. Silencio. Pero quiero hacerlo. Hazlo idéntico a mí: Apoya tus pies en los barandales. ¿Así? Sí. Sólo recuerda esto, en la película exis-te una fruta prohibida la cual no podemos co-mer. Llegando a alguna isla te diré cómo es. De acuerdo. ¿Y cuánto tiempo tardaremos en lle-gar a una isla? No lo sé, supongo que poco. Los peces nadan hacía la costa. ¿Estás lista? Tengo miedo. Contaremos hasta tres, estamos justo arriba de los peces. Mejor hasta diez. Bueno, hasta diez. Comienzo. Uno: Los peces nadan en dirección a la costa, pensó. Dos: Los peces son blandos; al caer no sucederá nada malo. Tres: En las islas hay frutas y pescado. Cuatro: Nunca vi esa película. Cinco: Vamos a hacerlo. Seis: Despierta, por favor. Siete: Alguien haga algo. Ocho: Sólo estaba mirando a los peces,

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nosotros fuimos a jugar un momento; jamás creeríamos que pasara esto. Nueve: Nunca vi esa película, ahora no sé si pueda verla. Diez: Hay una segunda película, Polly, dónde sus hijos regresan.

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HUELGA Juan M. Martínez Ramírez

UBO HUELGA POR lo de siempre. Se quisieron mantener los sueldos, cuando decían que se iba a devaluar el

peso. Y ya sabe usted el madrazo que es, con perdón suyo por la palabra. Nos deja bailando sobre un quinto. Usted tiene hijos, y yo, y casi todos aquí. Y los que no tienen, tienen a al-guien más para mantener. ¿Cree que uno viene por gusto? Pues no. Ahora sí que de bruto. Por-que no me diga que le gusta mucho este trabajo. Eso no se lo creería a nadie. Todo el santo día oliendo las cochinadas estas que usan para la-var los paños, o estando a las vivas para que la

máquina no le lleve el brazo a uno. ¿Se acuerda del Oaxaco? Pues a ese, que se descuida y lo agarra la máquina, la prensa de estampar. Y pues ya imaginará usted cómo le quedó la mano. Al revés, para empezar. Porque tuvieron que detenerla, echarla en reversa e irlo aga-rrando, para que no le fuera a machacar más el brazo. Entre que le agarró la mano y el ayu-dante vino a apagar la máquina, se le tragó has-ta mitad de este hueso. Porque, mire usted có-mo giran. Vea la velocidad. Ahora piense en que estaba este distraído, y de este lado. Ahora piense en que la mano así, y este muchacho de

H

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espaldas, ¿cómo carajos iba a alcanzar la pa-lanca? Le digo que le empezó a gritar al ayu-dante, uno chaparrito, que entró desde después del Quince de Septiembre. Uno que se llama Horacio. Le empieza a gritar, le digo. Horacio. Horacio. Horacio. Y Horacio que no viene, porque andaban con una bromita, ahorita le cuento. Cuando viene Horacio, pues detuvie-ron, mandaron llamar al gerente y al maestro Diéguez, que andaba supervisando las nuevas máquinas, las de ocho colores. Que qué andaba haciendo este cabrón, con perdón suyo. Que por qué no pone atención. Debió usted ver có-mo estaba el Oaxaco y todavía el maestro Dié-guez, friegue que friegue. Ya lo conoce usted. Pues hasta que no vinieron de las otras máqui-nas y no se le ocurrió a Martín echar atrás la máquina, en reversa, no dejó el maestro Dié-guez de regañar al Oaxaco. Pobre muchacho. Y la mano. Le digo que aquí sí es para hombreci-tos. Usted lo sabe, y no estuvo aquí siempre. Los rodillos, lo que pesan. Las navajas, cómo hay que afilarlas. Si a don Miguel le tuvieron que dar no sé cuántas puntadas, cuando se le resbaló una de las navajas y le rajó la mano. Desde acá, de la muñeca, hasta el dedo este. Y honda, la herida, además. Cuando se llevaron al Oaxaco fue que empezaron a decir de la huelga. Los de siempre. Don Miguel, el maestro Diéguez, Ramiro, el Chino, su hermano, ¿cómo se llama?, ¿Sebas-tián? Y hasta el gerente estuvo de su parte. Pe-

ro ya sabe que no falta quien la riegue. Esos chamacos que metió Marcial cuando se retiró, los tlaxcalillas. Esos siempre andan en su in-triga, ahí, en puras habladurías. Parece lavadero la máquina que trabajan. Puro chisme. Que si doña Rosita, que si las muchachas del comedor, que si el mismo Marcial y su mujer. Pero a más de eso, de mala fe, los muchachos. Y siempre buscándole pleito a todos. Pues ya. Fueron con el dueño, a las Lo-mas. Se fueron en el camión hasta Chapultepec y se cooperaron para un taxi de ahí para arriba. Ya llegaron, los hizo pasar el mozo y todo. Es-taban en la sala esperando, y los recibió en el despacho. Esto me lo contó Ramiro. Que el patrón, muy ufano, les dice que sí, que qué tris-te lo del Oaxaco, que el seguro y todo. En re-sumen, que al Oaxaco le iban a pagar la ope-ración, pero que ya no tenía chamba. ¿De qué les sirve un tullido, si a veces para la máquina se necesitan dos? Ahora sí que, aunque suene feo, el Oaxaco ya solo era media gente. Sin mano pues cómo. Y ya. Dejó ese tema. Don Miguel fue el que habló. Siempre ha sido así, desde que yo entré. Él entró en el 49, creo. Yo llegué en el 52, y ya andaba bien movido, entre las máquinas, como ahorita. No capataz, pero sí como supervisando. Pues ha-bló, le digo, don Miguel, y atrás todos los otros, bien calladitos y nada más haciéndole segunda. Ajá, ajá, no, no. Dependiendo de lo que dijera

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don Miguel. El dueño lo llama aparte, y le dice. «A ver, Miguel, si usted me va a venir a decir algo, no traiga a sus compañeros. ¿Ellos van a decir algo? Si parece que solo le dan coba.» Pues se salieron. Y se quedó don Miguel. Ha-blaron primero muy cordial, muy como si fue-ran a llegar a un acuerdo. Pero el dueño empezó a ponerse terco y don Miguel igual. Pues al final, dice Ramiro que ya se oía la gritadera. Que al final solo le mentó la madre al dueño y salió echando chispas. ¿Sabe usted qué pasó? Pues como la Ma-linche y todos esos, ¿usted sabe? Como en la Conquista. Los tlaxcalillas habían ido tempra-nito ese día, y le dijeron al dueño que le podían traer de sus pueblos a otros quince que trabaja-ran si se iban estos a huelga. A veinticinco pe-sos por gente. Pues se les frustró. Con ese plan, ¿cómo no? Si debió de ver cómo me pusieron a estos chamacos, a los de Tlaxcala. Una friega de aquellas. Uno se lo sonó Ramiro y al otro el Chacuaco. Pero igual, los corrieron, vinieron otros igual de fregados, y otra vez. Si hasta parece círculo vicioso, ¿usted sabe?

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EN VERSO

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EN ESTE NÚMERO

Homo vivacis, Miguel Ángel Ortega Olivo ORTEGA NOS PRESENTA su primera colaboración en verso. Une con rapidez –sin demérito de su calidad– di-versos adagios latinos, a fin de mostrarnos la visión que como científico social, tiene del hombre.

Noviembre, Z. Crulde CRULDE VUELVE CON un poema. Ya en el año pasado nos envió una composición suya en verso, a la que se añade la presente, donde el tono enamorado no cae en momento alguno en extravagancias ni cursilerías.

Rueda de la fortuna. Tu nombre es feo, asonante, Alonso Madriz García de León POSEEDOR DE UNA letra fuerte y muy propia, Madriz García de León presenta dos poemas al público. Sus preocupaciones constantes, reflejadas en el papel hacen que estos poemas sean extractos vivos de su pensa-miento.

Convocaciones, Brenda Cedillo CEDILLO, CON SU registro particular, que muestra una evolución constante y una fluencia parecida a la del viento, tan presente en su palabra, colabora con un poema de grandes momentos.

10 minutos… y otro poema, Karime Vega LAS LETRAS DE Vega hacen su aparición en Minerva. Posee un registro bastante natural y sencillo, sin que esto dé como resultado una poesía simplona. Además de ello, sus letras son vivaces, y sus poemas parecen palpitar. ¡Bienvenida!

Gotas de infierno, Lesly Magallón SORPRENDIÉNDONOS UNA VEZ más con sus versos, visiones que son atrapadas por la mente y construidas por la pluma, Magallón da muestra de su actividad poética de nueva cuenta, sin retroceder ni caer.

28 de marzo, Carmen Castillo JOVEN Y ÁVIDA lectora, Castillo hace su entrada en Minerva por la puerta grande, como corresponde a los que bien cultivan el arte poética. Sabe mantener el tono, pulir la palabra, y reiterar cuando es necesario. Su canto, no resulta súplica, sino exigencia: su voz es fuerte y con seguridad, habrá de dar grandes frutos a futuro. ¡Bien-venida!

Conjuro. Fragmentos de Novena Sinfonía de Antonín Dvorák. Fragmentos de Trolebús, Juan M. Martínez Ramírez

MARTÍNEZ RAMÍREZ NOS presenta adelantos de dos proyectos poéticos mayores en los que se halla trabajando: Trolebús y Novena Sinfonía de Antonín Dvorák. Se suma a ellos, Conjuro.

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HOMO VIVACIS Miguel Ángel Ortega Olivo

OMBRES SOMOS, SIN consentimiento propio nacimos ¿O acaso, hermano, a ti te preguntaron? Llegamos mundo donde todo estaba ya decidido por otros

Pero a ellos tampoco les preguntaron. Y sin embargo la voluntad vital asumieron voluntad de hacer, de vivir, de seguir voluntad que nosotros también aprendemos. O no aprendemos... Si se aprende, la vida un camino toma: el del homo vivacis. Si no se aprende, otra orientación tendrá:

H

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la del homo moriens, el homo obitus.

El homo vivacis siempre ha existido es quien pugna quien sabe seguir, o aprende hacerlo. Es quien ve la voluntad como valor crucial. Militia est vita hominis super terram (La vida del hombre sobre la tierra es lucha). El homo vivacis es un ser cultural es un ser de decisión; no se nace con voluntad vital es quien asume y consiente el nacimiento propio. El homo vivacis es la expresión plena del hominis. Como homo erectus es más vigoroso que el sol pues se levanta antes que él y se acuesta cuando la luna reina Carpe diem, hora adest vespertina (Aprovecha el día, la hora de la noche es negra). Como homo faber es más fuerte que la natura pues no se deja someter sin lucha y muchas veces la vence y transforma Divina natura dedit agros, ars humana aedificavit urbes (La naturaleza divina nos dio los campos, el arte humano construyó las

[ciudades). Como homo sapiens se acerca a Dios pues el pensamiento permite la creación

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y la conciencia vuelve sublime al amor Amor est vita essentia (El amor es la esencia de la vida). Finalmente es homo ludens cuando descansa en el ocio; ocio que no es vagancia ni aburrimiento, sino innovación alegre en diversos campos de la vida Bene utere, úsalas bien, decía la inscripción en el reloj de sol. Tales son algunas de las facetas del homo vivacis pero hay que recordar que no se dan por obra divina; momento a momento, día tras día son cuestión de decisión quien admite estar aburrido, admite ser homo moriens, quien mata el

[tiempo. Homo vivacis y homo moriens dos extremos son de las posibles orientaciones de vida que a cada momento hay Ni buenas ni malas son en sí, pues cada quién ha de decidir qué quiere: si dominar la vida activamente o vivir plácida y pasivamente dominado. Así que, hermano, vivamos el tiempo vital, dejémos huella a los próximos hombres que nacerán sin su consenti-

[miento; no vivamos fingiendo que matamos el tiempo, pues el tiempo es inmortal. Ad astra per aspera!

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NOVIEMBRE Z. Crulde

UNTOS EN LA obscuridad, cuando se juntan nuestros labios, mi emoción se exprime lento en un grito de locura ahogado, imagino formas, dibujo colores y grabo en el aire instantes que atesoro, en secretos humildes, suspiros discretos

y caricias de ensueño al guarecernos uno al otro. Ya noctambulan las luces de la ciudad, me abrazas y me inquietas, cuando de tu boca corre un beso que consiente mi cariño, hoy por hoy, mi corazón te entrego. Hace frío y tomo tu mano, una sonrisa se manifiesta, el día ha sido largo, no quiero dejarte ir, quédate a mi lado y te arrullaré con mis mimos,

J

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descansa conmigo que yo cuido de ti, quiero contener otro momento tu calor en mi cuerpo, vivirte un poco más, seguir inhalando tu esencia, encontrarme en nuestras miradas, las que la noche ilumina, y que ambos sabemos que en un furtivo momento, mi piel en tu sencillez se perdería. No mencionas palabra alguna, levemente al oído se oye un Te Quiero, alguien susurra una respuesta, un beso quedo, y entre el barullo de la gente se pierde una pasión, en ello no hay indiferencia, porque está presente y camina en la ciudad, en la cual me vas conociendo, disfrutando de la fría brisa, de un Noviembre misterioso, lleno de luz, de alegría y caricias.

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RUEDA DE LA FORTUNA Alonso Madriz García de León

E ROSTROS DESPARRAMADOS y lienzos quebradizos se llenaron los surcos de

mi mano, perdición del quiromante diestro. Anhelo hago de tus brazos fofos, que giran la averiada rueda hacia un sino ya concluso. Tú no tienes destino, como no tienes ojos para verme y tampoco tienes horas

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que contarnos juntos; lo que si tienes, amor mío, es desdén a lo pretérito y enfermiza filia a dejarme en vilo, en odioso desaire. Me dejas inerme entre la serpiente ignívoma y la lanza del arcángel. Me ignoras entre risa y nimiedad, prefiriéndome compañía grata solamente en vez besada. Casi en pos de misericordia huelo del té las hojas, tratando de en él hallarte. Y al no verte apelmazado, sortilegio, en el fondo sin mácula de la cerámica -La porcelana se apostilló hace tiempo- El patético arrebato me desborda y me obligas al reclamo adolescente. De lo más profundo a lo más excelso -epistolar contestación a la británica- Va hecha diosa la maldita Fortuna.

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TU NOMBRE ES FEO, ASONANTE Alonso Madriz García de León

U NOMBRE ES feo, asonante, apenas anglicismo monosílabo o apenas flema en sucia calle.

Sangre que es leve y pervertida de la que son tus muslos resbaladilla, mancha es la impía diagnosis. Ante la métrica extraviada, esa que lo es todo y quizá dice nada, tu detienes el paso torpe. Zumban las luces ambarinas

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y esperan los vagones rotos el amor de aquel efebo inesperado. ¡Pero cuál, con una chingada! Si era tú, siempre tú al que yo esperaba. Pa´ hacer casita de tus brazos, fiscal la carne de tus labios y prófugo el iris de tu vítreo globo, pues fuiste cíclope monstruoso.

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CONVOCACIONES Brenda Cedillo

«El silencio ya no es forma de oírnos.»

Miguel Santos.

N TUS PLANICIES Llegan mis dedos buscando responder

al llamado elemental. La piel; Calidez suave refugio solemne donde los ojos se pierden Pero las manos salvan y las bocas callan

E

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dejando a la lengua que juegue su papel original Hay un aliento acompasado Que nombra hasta el último gemido Ahí, el oído se mezcla siendo cómplice del reflejo.

Me convierto en suspiro. Recorremos el cuerpo Cual exploración de aguas profundas.

Te conviertes en cantos. Pero tus notas se han extraviado Al morder la hybris -como si fuera libre- mientras la piel transpira alma. Explosión de semillas. Imploras que el reloj humeante Termine de quemarse.

Los límites no existen.

Yo he quedado en el Límite del espacio A un paso de la NADA. Nada como lo que ven

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Los pólenes de tus pupilas. Silencio. Hemos terminado en el umbral De lo que fuimos.

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10 MINUTOS… Y OTRO POEMA Karime Vega

10 minutos…

CAMINÉ 1 MINUTO

en 40 segundos te compré después de 15 ya estabas prendido

volví al primer paso por 4 minutos más me perdí en tu humo durante 180 segundos

¿cómo ha sido posible? si te fumé en sólo 30 y en 35 el resto de ti se perdió en mi memoria.

Intensamente

E OBSERVABAS CUANDO no veía Te dije hola y me moría Te dije sí pero no quería

Te canté y no sabía Te besé y me perdía Te dije te amo y no mentía Te hice una promesa cumplirla no podía Te dije adiós y me dolía Casi feliz me sentía.

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GOTAS DE INFIERNO Lesly Magallón

EN ESFERA Y anégame Te exhorto. En tus rayas rectas infinitas.

Que se comprimen tanto que apenas Y quepo yo. Eres como de hierro Como de huesos de insectos invertebrados. Como de ostras perdidas Entre jardines artificiales. Me encapsulas y me asfixias Y me visitas desde la infancia.

V

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Tú que de mis huesos calzas Y suave tacón con cartílago Bailas y solo yo oigo tus pasos ¿Sera que solo de mi vistes? Cosa amorfa hasta para el desvarío Cosa sin paradoja y sin rectitud

***

O ES AIRE caliente el que llena ahora mi casa No es miel negra. En la calle hay una lluvia eléctrica

Y yo estoy dentro de una esfera No me puedo sentar. No me puedo acostar. No puedo respirar Y no, no puedo salir. En la esfera humeante hay más Pero no, están muy distantes. Yo quiero caminar hacia delante. Y estando erguida no puedo avanzar. Rayos que hace poco emocionaban Hoy cohíben mis brazos deformes Mis bendiciones hoy no están conformes Y en la esfera no puede llover. Atrapada en acciones en preterido En el siendo, que ya no puede ser Tengo bien, vida, más no existe. Tengo cuerpo que no puedo disolverse

N

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En andares tan humanos. Huele a incendio Huele a maniquíes quemándose A muñecas con cabellos falsos Que van huyendo su plomo hacia lo amorfo. Siento el no sentir Sin frio sin nada, sin ser. Después Del éxtasis, un limbo que se va llenando de hez Helada y maquiavélica. Instantes donde todo el desvarío llega Del peor modo posible Y se planta en un limbo Y te hace no sentir No pensar, no entender La vacuidad Pedazos de muerte De no ser De tormento Gotas breves de infierno.

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28 DE MARZO Carmen Castillo

MOR MÍO, ME temo que te he olvidado. He olvidado el olor a lavanda de tu ropa blanca. He olvidado tus amargos y, a veces, salados labios.

He olvidado tus profundos ojos negros. Amor mío, temo que no recuerdo más tus labios. Esos labios gruesos y rosados. He olvidado el lacio de tu suave cabello. He olvidado tus ademanes y expresiones. Querido, ya nada queda de lo que fui. He perdido la risa y el sentir. He olvidado la calma en el buró

A

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Y quitarme la máscara al dormir. Querido, olvidaste, de nuevo, coserme los labios; Para no decir «te quiero». Para no suspirar más. Para no decir tu nombre Y para no reír jamás. Cariño, ¿qué será de mi si ya no te recuerdo más? ¿El mar se quedará en mis ojos? ¿Tu nombre en el olvido está demás? ¿A dónde irán los abrojos? Cariño, no olvides despojarme de tu memoria. Olvida el brillo de mis ojos clavados en los tuyos. Olvida mi nombre. Olvida quién fui. Olvida que te quise Más que a la propia vida. Olvida la lealtad. Y, sobre todo, olvida el pasto en la lira. Y escúchame, amor. Si no es mucha molestia, Quisiera pedirte el último favor. No pronuncies mi nombre. No cuentes la historia. No recuerdes Ni el comienzo, Ni el final.

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Porque si lo pronuncias existe, Porque si lo cuentas vive, Porque si lo recuerdas persiste. Y eso no puede volver a suceder Porque, amor mío, me temo que te he olvidado.

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CONJURO Juan M. Martínez Ramírez

A REVOLTURA DE los tonos dibuja, detrás de las cornisas y los anuncios, que arman (des)

[concierto caótico y majestuoso, y detrás de la gente que se estampa entre sí y contra ellos, un volcán nuevo, el doppelgänger del Popocatépetl, cuyo morro falso (impostura de nieve, de piedra, y de óleo inédito de José María Velasco) parece coronar la plaza.

En todas partes te vi, ilusión igual que el volcán, y yo que, tan discreto, nunca dije tu nombre para que no te desmoronaras ni te volvieras recuerdo de astillas y murmurios, estuve a punto de enunciar la breve palabra en que todos creen que cabes. Tu presencia desborda esas letras,

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pero tu ausencia las convierte en polvo, humo y brisa. Tu palabra, con ese sello personal, que lo mismo es perfume que música sutil o cascada –río crecido en el deshielo constante de tus dientes de nieve– agitada de tu risa, se clavó en mi tráquea y no pude decirla. Supe que hay conjuros que se rompen cuando son pronunciados. Prudente (¿o cobarde?) no nos quise arriesgar.

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FRAGMENTO DE NOVENA SINFONÍA DE ANTONÍN DVORÁK Juan M. Martínez Ramírez

A Ella.

Cuarto movimiento Allegro con fuoco

U SOMBRA ES tan nítida, que corta con sus bordes de [cristal el mar de acero y carbón

en que bogamos los dos, a merced de los huracanes que vomitan las chimeneas

T

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de las fábricas, que comen y escupen fuego. Te miro a contraluz, y en esa oscuridad de sublime uniformidad, todo un solo tono negro, encuentro la ceguera, menos noble que la que provoca la luz, pero más directa, y tajante, con ese mismo corte preciso –porque eres cirujana de tu propio eclipse– que establece tu frontera con el mundo, el demás mundo, el otro mundo que no es el de tu forma.

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FRAGMENTOS DE TROLEBÚS Juan M. Martínez Ramírez

«Casas que corren locas

de incendio, huyendo de sí mismas…»

XAVIER VILLAURRUTIA.

Tarde de abril a) LA PRIMAVERA NACE en un vestido de flores sin mangas.

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b) HAY NUBES QUE son alud de nieve: de mamey y de coco. c) BREVEDAD DE LOS pisos altos, tan vecinos de uno en los puentes viales. Fachadas que se vuelven retablos estofados, donde la menos pura de las santas, asoma en la ventana y asusta a las virtudes pías con una sonrisa y un ademán.

Mujer

a) EL SUAVE COLUMPIO de tus brazos, en el que te mecías al ritmo de topes y baches, cordilleras y valles de las hormigas cartógrafas, dejaba oír en medio de su vaivén una voz que salía gruesa de tus gruesos labios, y se diluía en infusión, tan embriagante como el té de luz granulada.

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b) TU SILUETA LA retiene un enhiesto jaibol de tela. Brillas de brandy, al golpe de las seis de la tarde, chocando con las ventanas en sonoridad de brindis.

El túnel

ENTRAMOS AL TÚNEL en una variación para clarinete de Morton Gould. Emergimos con la domada cadencia –donde lo silvestre no muere– de un bolero.

DE OTRAS LATITUDES

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La poesía francesa ON BIEN CONOCIDOS en el mundo hispánico los nombres de Baudelaire, Verlaine, Valéry, Mallarmé, Rimbaud. El siglo xix fue especialmente prolífico en materia poética en Francia. Entre Le spleen de Paris, de 1867,

y con el cual, Charles Baudelaire, siguiendo los pasos del precursor del poema en prosa, Aloysius Bertrand, captura en la brevedad de unos renglones esce-nas e imágenes robadas al día a día de la gran ciudad, y Le cimetière marin, de 1918, en el que Paul Valéry renueva el verso, renueva la rima y da se une al paso –que ya era trote– de los vanguardistas (toda distancia tomada, por su-puesto), para revitalizar su idioma, transcurren apenas cincuenta y un años. En ese periodo –que ve, por una parte, carga el luto de grandes figuras, como Gérard de Nerval; y que, por igual, asiste al nacimiento de talentos como el de Guillaume Apollinaire– se concentra una etapa de efervescencia pocas ve-ces igualada en el resto de la historia de la literatura. Ello, el gran interés que despierta, y del que es imposible eludirse, lleva al desconocimiento, o cono-cimiento muy superficial, de otras etapas de la evolución de la literatura francesa. Es por ello que presentamos al lector en esta entrega un soneto de Chris-tophe Plantin, más conocido por sus dotes tipográficas que por su talento poético. El poema en cuestión es una exposición del tema que aparece en el décimo libro de los Epigramas de Marcial. Lo vuelca –y acomoda en endecasí-labos de nuevo– al español Juan M. Martínez Ramírez. En la columna derecha se halla una breve noticia biobibliogáfica del autor.

S

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LA DICHA DE ESTE MUNDO Christophe Plantin

ENER UNA CASA cómoda, propia

[y bella, un jardín lleno de olorosas viñas,

frutas, pocos hijos, ninguna riña, mujer de quien se diga: «fiel es ella». ahuyentar deudas, pleitos y querellas, no dejar que la distancia destiña sus cariños y amores, a costillas de nadie comer, y a nadie hacer mella; vivir libre, sin vanas ambiciones, hacerse obedecer de sus pasiones,

dejar que cada cual su huerta siembre, hacer que continúen para siempre el alma sin cadena, el juicio fuerte así se espera, tranquilo, la muerte.

Cristophe Plantin, impresor, nació en Mont-Louis, cerca de Tours, en 1514, y murió en Amberes en 1589. Reunió una gran fortuna, que permi-tió cubrir los costos enormes de su obra maestra tipográfica, la Biblia Políglota de Alcalá (Amberes 1569-1573). Plantin escribió los Dialogues français et flamands (1579), y colaboró en el Thesaurus teutonicae linguae de Cornelis Kiliaan. Esta noticia biobibliográfica, así como el soneto, fueron traducidos –y el poema adaptado a metro y rima españoles– por Juan M. Martínez. Fueron tomados –poema y noticia– de Anthologie des Écrivains Français des XVe. et XVIe. Siècles. Poésie, París, Larousse, 1914, p. 45.

T

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EN LA CALLE Izidor Barna

UANDO NOS ENCONTRAMOS en

[la calle, volteando a diferentes direccio-

[nes, nos saludamos con mudo detalle, callando con él nuestras emociones. Logramos esconder nuestro sentir: nos miramos de un modo tan helado que pareciera que en nuestro vivir jamás antes nos hubiéramos hallado. Tú giras a la izquierda, yo a la diestra,

y sigue su camino casa cual; mas dando de carácter pobre muestra, habremos tú o yo de regresar. Izidor Barna fue un poeta húngaro nacido en 1860 y fallecido en 1911. Este poema, traducido al francés por Melchior de Po-lignac como Dans la rue, fue traducido por Juan M. Martínez Ramírez a partir de es-ta primera traducción, hallada en Poésies Magyares, Paris, Paul Ollendorff, 1896, p. 241.

C

DE OTRAS GENERACIONES

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A PROPÓSITO DE ERNESTO CARDENAL

OMO POCOS, ERNESTO Cardenal es un poeta del pueblo. Sabe capturar la esencia de su poesía entre los suyos, por los cuales luchó, y

lo sigue haciendo, a través de la palabra. Como él mismo expresa en el Epitafio para Joaquín Pasos, que reproducimos con su consentimiento, «purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo».

En su palabra se mezclan las dos sangres que componen a la América Latina, y sin mancillar nin-guna de las dos raíces, eleva una voz clara, que re-tumba en la serenidad del Lago Managua, y que ha-ciendo eco en el –sonoro desde el nombre– Momo-tombo, recorre esa patria grande que profetizaron Bolívar y Pellicer.

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ORACIÓN POR MARILYN MONROE Ernesto Cardenal

EÑOR recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de

[Marilyn Monroe, aunque ése no era su verdadero nombre (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9

[años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar) y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje sin su Agente de Prensa sin fotógrafos y sin firmar autógrafos sola como un astronauta frente a la noche espacial. Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el

[Times) ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.

S

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Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras. Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno pero también algo más que eso… Las cabezas son los admiradores, es claro (la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz). Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox. El templo –de mármol y oro– es el templo de su cuerpo en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones. Señor en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad, Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine. Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor). Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos, el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo. Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros por nuestra 20th Century por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado. Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes. Para la tristeza de no ser santos se le recomendó el Psicoanálisis. Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena y cómo se fue haciendo mayor el horror y mayor la impuntualidad a los estudios. Como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine. Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.

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Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados que cuando se abren los ojos se descubre que fue bajo reflectores

¡y se apagan los reflectores! Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico) mientras el Director se aleja con su libreta

porque la escena ya fue tomada. O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río

la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor vistos en la salita del apartamento miserable. La película terminó sin el beso final. La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono. Y los detectives no supieron a quién iba a llamar. Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga y oye tan solo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER O como alguien que herido por los gangsters alarga la mano a un teléfono desconectado. Señor: quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar y no llamó (y tal vez no era nadie o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Ángeles)

¡contesta Tú el teléfono!

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EPITAFIO PARA JOAQUÍN PASOS Ernesto Cardenal

QUÍ PASABA A pie por estas calles, sin empleo ni puesto y sin un peso. Sólo poetas, putas y picados

conocieron sus versos. Nunca estuvo en el extranjero. Estuvo preso. Ahora está muerto. No tiene ningún monumento. Pero recordadle cuando tengáis puentes de con-

[creto,

grandes turbinas, tractores, plateados gra-[neros,

buenos gobiernos. Porque él purificó en sus poemas el lenguaje

[de su pueblo en el que un día se escribirán los tratados de

[comercio, la Constitución, las cartas de amor, y los decretos.

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de Revista de Cultura y Literatura

Tercera Época No. 5 Ciudad de México 21 de abril de 2015

EN PROSA José Quiroz A. DDT 3 R. J. Veltre Manzanas doradas (continuación) 7 Luis Sarabia Jasso Vaticinio 14 Oscar Alexander Desde el escenario 16 Víctor Bahena Los peces siempre vuelven a la costa 18 Juan M. Martínez Ramírez Huelga 21

EN VERSO Miguel Ángel Ortega Olivo Homo vivacis 27 Z. Crulde Noviembre 30 Alonso Madriz García de León Rueda de la fortuna 32 Alonso Madriz García de León Tu nombre es feo, asonante 34 Brenda Cedillo Convocaciones 36 Karime Vega 10 minutos… y otro poema 39 Lesly Magallón Gotas de infierno 40 Carmen Castillo 28 de marzo 43 Juan M. Martínez Ramírez Conjuro 46 Juan M. Martínez Ramírez Fragmento de Novena Sinfonía de Antonín Dvorák 48 Juan M. Martínez Ramírez Fragmentos de Trolebús 50

DE OTRAS LATITUDES Christophe Plantin La dicha de este mundo 55 Izidor Barna En la calle 56

DE OTRAS GENERACIONES Ernesto Cardenal Oración por Marilyn Monroe 59 Ernesto Cardenal Epitafio para Joaquín Pasos 62

ÍNDICE 63

Revista de Cultura y Literatura

Se reciben colaboraciones para nuestro número 6 de la Tercera Época, a publicarse, tentativamente, el día 19 de junio de 2015.

Los textos serán recibidos en el correo electrónico [email protected], a más tardar el 15 de junio de 2015 a las 23:59 horas. En el caso de verso, se puede enviar un máximo de ocho cuartillas, en el caso de prosa, cuatro. En todos los casos, se requiere que sean enviados en formato .doc o .docx, escritos en tipografía Arial de 12 puntos. El Consejo dictaminará la inclusión –o el rechazo– de las obras, así como el número en que saldrán publicadas. No se pagan colaboraciones.

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