reflexiones al hilo de una pasada experiencia en museos2d1d65a7-79bc-44ec-89… · algunas de ellas...

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Resumen: Presento una visión personal de mis años de aprendizaje y trabajo en el Museo Arqueológico Nacional, cuando la actividad del conservador de mu- seos podía articularse en torno a la investigación y nutrirse de ella. Las palabras se acompañan de un deseo de recuperar trazas de la memoria de quienes nos precedieron. Algunas de ellas tal vez apunten a problemas aún vivos y ayuden a comprendernos. Se alude también a la preparación para el patrimonio y los museos en Francia, otro camino de contraste y de autoconocimiento en la futu- ra Europa de los Museos. Este texto reelabora las palabras que dirigí a los nue- vos funcionarios de conservadores y ayudantes de museo en noviembre de 2001 y pretende mantener el estilo de aquella dedicatoria junto con un especial deseo de diálogo con las nuevas generaciones. Summary: I am presenting a personal view of my years of apprenticeship and work at the Museo Arqueológico Nacional, when the activity of a Museum cura- tor could be articulated around research and take nurture from it. These words are accompanied by a wish to recover traces of the memory of those who pre- ceded us. Some of them perhaps point to problems that still exist and help us to understand them. Reference is also made to the preparation for the national heritage and the Museums in France, another avenue of contrast and self-kno- wledge in the future Europe of Museums. This text rephrases the words that I spoke to the new Museum curators and assistants in November 2001 and seeks to maintain the style of that dedication speech, together with a special wish to establish a dialogue with the new generations. Es para mí una alegría y un honor escribir esta reflexión perso- nal en la nueva revista museos.es cuyos inicios hoy saludamos como un camino abierto de encuentros y diálogos múltiples y diversos. Sé también que es un riesgo y he de intentar hacerlo lo mejor posible pues los inicios revisten una especial relevancia simbólica y también se rodean de una singular aura emocional y afectiva. Todos nos acordamos del primer día en nuestra pro- fesión, de nuestra primera clase, de nuestro primer amor. Es una sensación que perdura toda la vida. Pues en cada comienzo apunta el germen del ideal humano que queremos verter en lo que hacemos y soñamos. Fueron éstas las palabras con las que en noviembre de 2001 saludé, por encargo de la Subdirectora General de Museos Estatales, Marina Chinchilla, a los nuevos funcionarios que se incorporaban aquel año al Cuerpo Faculta- tivo de Conservadores y Ayudantes. Trataré de recuperar e hil- vanar algunas de las reflexiones de entonces en el contexto nuevo de la revista. Tal vez los ecos de aquel día conserven aún alguna frescura y verdad, alguna validez de voz nueva. Confieso que cumplo la invitación con placer y con gusto aun- que no sin cierto temor inexpresable. El deseo de Marina Ricardo Olmos 1 Instituto de Historia, CSIC, Madrid REFLEXIONES AL HILO DE UNA PASADA EXPERIENCIA EN MUSEOS ............ Ricardo Olmos es conservador del Cuerpo Facultativo de museos desde 1977. En 1986 ingresa en el Departamento de Arqueología e Historia Antigua del CSIC. En la actualidad, como profesor de investigación del CSIC, desarrolla diferentes líneas de investigación relacionadas con la iconografía, la religión y la sociedad del mundo antiguo. 1 E-mail: [email protected]

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Page 1: REFLEXIONES AL HILO DE UNA PASADA EXPERIENCIA EN MUSEOS2d1d65a7-79bc-44ec-89… · Algunas de ellas tal vez apunten a problemas aún vivos y ayuden a comprendernos. Se alude también

Resumen: Presento una visión personal de mis años de aprendizaje y trabajo enel Museo Arqueológico Nacional, cuando la actividad del conservador de mu-seos podía articularse en torno a la investigación y nutrirse de ella. Las palabrasse acompañan de un deseo de recuperar trazas de la memoria de quienes nosprecedieron. Algunas de ellas tal vez apunten a problemas aún vivos y ayudena comprendernos. Se alude también a la preparación para el patrimonio y losmuseos en Francia, otro camino de contraste y de autoconocimiento en la futu-ra Europa de los Museos. Este texto reelabora las palabras que dirigí a los nue-vos funcionarios de conservadores y ayudantes de museo en noviembre de2001 y pretende mantener el estilo de aquella dedicatoria junto con un especialdeseo de diálogo con las nuevas generaciones.

Summary: I am presenting a personal view of my years of apprenticeship andwork at the Museo Arqueológico Nacional, when the activity of a Museum cura-tor could be articulated around research and take nurture from it. These wordsare accompanied by a wish to recover traces of the memory of those who pre-ceded us. Some of them perhaps point to problems that still exist and help usto understand them. Reference is also made to the preparation for the nationalheritage and the Museums in France, another avenue of contrast and self-kno-wledge in the future Europe of Museums. This text rephrases the words that Ispoke to the new Museum curators and assistants in November 2001 and seeksto maintain the style of that dedication speech, together with a special wish toestablish a dialogue with the new generations.

Es para mí una alegría y un honor escribir esta reflexión perso-nal en la nueva revista museos.es cuyos inicios hoy saludamoscomo un camino abierto de encuentros y diálogos múltiples ydiversos. Sé también que es un riesgo y he de intentar hacerlolo mejor posible pues los inicios revisten una especial relevanciasimbólica y también se rodean de una singular aura emocionaly afectiva. Todos nos acordamos del primer día en nuestra pro-fesión, de nuestra primera clase, de nuestro primer amor. Es unasensación que perdura toda la vida. Pues en cada comienzoapunta el germen del ideal humano que queremos verter en loque hacemos y soñamos. Fueron éstas las palabras con las queen noviembre de 2001 saludé, por encargo de la SubdirectoraGeneral de Museos Estatales, Marina Chinchilla, a los nuevosfuncionarios que se incorporaban aquel año al Cuerpo Faculta-tivo de Conservadores y Ayudantes. Trataré de recuperar e hil-vanar algunas de las reflexiones de entonces en el contextonuevo de la revista. Tal vez los ecos de aquel día conserven aúnalguna frescura y verdad, alguna validez de voz nueva.

Confieso que cumplo la invitación con placer y con gusto aun-que no sin cierto temor inexpresable. El deseo de Marina

Ricardo Olmos1

Instituto de Historia, CSIC,Madrid

REFLEXIONES AL HILO DE UNA PASADA EXPERIENCIA ENMUSEOS. . . . . . . . . . . .

Ricardo Olmos es conservador del

Cuerpo Facultativo de museos desde

1977. En 1986 ingresa en el

Departamento de Arqueología e

Historia Antigua del CSIC. En la

actualidad, como profesor de

investigación del CSIC, desarrolla

diferentes líneas de investigación

relacionadas con la iconografía,

la religión y la sociedad del mundo

antiguo.

1 E-mail: [email protected]

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Chinchilla es que hable desde mi experiencia, hoy yaalgo lejana, del tipo de museo que yo conocí, con elobjetivo de, partiendo de esa experiencia, trascender alpresente y contrastar lo viejo con lo nuevo, lo positivoy menos positivo de uno y otro tiempo, para abrirnosal futuro, que representan hoy, principalmente, lasgeneraciones más jóvenes de museólogos.

Entiendo que el hablar desde mi perspectiva no deberíaser tanto hablar de mí, de mi vivencia como individuo.Pero esto será inevitable pues cada mirada es única ysingular y me temo que el yo asomará en exceso enestas páginas. Perdonadme. Intentaré, no obstante, queesa experiencia nos lleve a tantear algún modelo quehoy podamos poner en contraposición o contraste,pues los cauces de lo que somos y de lo que hacemoslos construimos, hora a hora, nosotros mismos en unmarco cambiante y fluido. De ahí la importancia de lareflexión y el contraste, una tarea de cada día.

Trataré, pues, que este texto, que reúne y seleccionaalgunas facetas de mi experiencia y de mi memoria dul-cificada, pueda hilvanarse y contrastarse con la situa-ción actual de los Museos, con lo poco que sé del tema,con mi visión tan parcial de este campo, pues desdehace ya más de quince años veo el panorama de losmuseos desde fuera, no como actor que actúa en elescenario, sino como espectador que mira y observa. Elrecuerdo diluido y selectivo de mi estancia como con-servador de museos me sitúa afectivamente dentro,pero mi perspectiva viene hoy de fuera, pues trabajo,como vosotros, en patrimonio y en la memoria de lascosas si bien lo hago desde otra vertiente, la perspecti-va exclusiva de su investigación histórica. Además,aprovechando mi estancia en París en el curso 2001-2002, tuve la oportunidad de recabar información,escrita -y, sobre todo, oral, directa- de algunos colegas,investigadores, profesores y políticos, que estaban alcargo de la gestión o de la reflexión sobre el patrimonioy los museos en Francia. Se debatía entonces en elSenado la nueva ley de museos francesa y en la prensase reflejaban las discusiones (Le Monde 28/29 de octu-bre 2001), entre ellas cuál es el modelo de conservador

que la ley contempla y cuáles también las limitacionesde este modelo frente a las necesidades reales de lasociedad. Conocer la multiplicidad de voces y propues-tas, propias y ajenas, es fundamental pues los proble-mas de los otros y los nuestros cada vez serán máscomunes a medida que vayamos construyendo Europa,a la que pertenecemos por la historia. Creo, pues, quepodrá ser útil asomarnos también a la situación desdeesta otra perspectiva diferente, en este caso desde elmodelo francés que, como enseguida veremos, tampo-co es radicalmente extraño ni tan diverso a la situacióny a los problemas que actualmente tenemos en España.La mirada que dirigimos al otro acaba por convertirsefinalmente en un espejo que revierte en nuestra miradainterior y la modifica. Las reflexiones y preocupacionesde nuestros colegas franceses pueden ayudarnos ennuestras búsquedas y, al menos, a adquirir una mejorconciencia de nuestros límites. De manera que, en resu-men, voy a articular mi texto sobre tres ejes: primero, elde la memoria del pasado, mi pasado como museólo-go; segundo, el de mi presente como investigador, queobserva los museos; y, tercero, el del contraste conalgún atisbo de la situación francesa, que apuntaré alfinal.

Empezaremos con el eje de la memoria propia. El her-moso verso de La tempestad de Shakespeare dice queestamos hechos de la materia de nuestros sueños. ¿Nopodríamos extender este pensamiento y decir que loshombres también estamos hechos de la materia denuestra historia, de nuestra pequeña memoria históri-ca? Me vais a permitir comenzar mi memoria de la his-toria con algo que puede tener cierta aura de cuentoque trasciende los límites del tiempo individual. Cuandoentré a trabajar en museos a inicios de los años 70recuerdo una conversación con un conservador ya jubi-lado que se había ocupado, antes de mí, de la secciónde vasos griegos del Museo Arqueológico Nacional, elentonces Académico de la Historia D. Luis Vázquez deParga. Me agradaba hablar con él pues en D. Luis seencontraba el pasado de una tradición prácticamenteagotada, un mundo de perfiles dorados y también algo

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En torno al museo

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amargos que se cerraba -o que ya estaba entoncesprácticamente cerrado- a mi experiencia. A través deDon Luis podía yo retomar el hilo, muy tenue, que mevinculaba con la memoria primera del museo y que hoypretendo transmitir, en estas páginas y de un modo mástenue aún, a otros.

D. Luis Vázquez de Parga había ingresado en el MuseoArqueológico antes de la guerra civil española, en losaños 30, supongo que en los primeros años de laRepública. Vivió difícilmente, como otros conservado-res, los años de la guerra y la postguerra, una memo-ria, por cierto, que habría un día que recuperar y quesólo a través de algunos retazos orales y anécdotasdispersas –jamás se escribió- atisbamos. Él había cono-cido aún de director, o tal vez de director honorario, aun D. José Ramón Mélida muy anciano y algo testaru-do, hombre vocacional que tal vez nunca quiso jubi-larse (Figura 1). Lo recordaba como un personajepequeño de estatura, inteligente y culto, desbordantede vitalidad, que encarnaba un viejo modo de hacer laarqueología y la museología en España. Don JoséRamón Mélida se había ocupado también, antes queD. Luis, de los vasos griegos del Museo a través de unproyecto patrocinado por la Unión Académica

Internacional, el Corpus Vasorum Antiquorum. Detrásde todo ello se atisbaba una vieja relación del Museode Madrid con ciertos ideales internacionales quehabían asociado, a través de inquietudes comunes, asabios y a profesionales de diversos Museos a lo largode las primeras décadas del siglo XX.

En fin, en medio de aquellas historias yo me sentíaunido, por ese extraño hilo invisible que evocan losobjetos permanentes y las palabras efímeras de losotros, casi al nacimiento de los museos en el siglo XIX,pues Mélida había empezado a trabajar en el Museode Madrid nada menos que en los años finales de ladécada de 1870 y había manejado y descrito los mis-mos vasos que ahora estaba tocando yo, en mi gestoiniciático, con mis manos inexpertas (Figura 2). Ospodéis figurar que escuchaba todo aquello con fasci-nación y extrañeza, algo que aún hoy renace de aque-llos rescoldos cuando escribo estas páginas. PuesMélida había sido el creador de un tipo de anticuario uhombre de museos en España que se iba a mantenervigente durante muchas décadas: un museólogo -tér-mino, claro, que entonces no existía- basado en el cri-terio predominante de la autoridad científica, de lasabiduría académica, del prestigio internacional, delrespaldo de otros modelos europeos. Mélida habíacompletado su formación en Atenas, en la Escuelafrancesa, si no recuerdo mal en los años 90 del sigloXIX, y fue uno de los impulsores de los actuales fondosdel Museo Nacional de Reproducciones Artísticas.Había luchado por incorporar a España a la corrienteinternacional de la arqueología clásica, que incluía elantiguo Oriente, Egipto, Grecia y Roma, y creía en laenseñanza del arte antiguo a través de un museo uni-versal de moldes y reproducciones, concebido por JuanFacundo Riaño en 1880. Permítaseme evocar a Riaño ya Mélida y con ellos nuestros orígenes: ambos fueronhombres admirables, abiertos a un debate internacionaldel coleccionismo más allá de las fronteras, a la ense-ñanza del arte en los museos, a la incorporación de latécnica y de la industria en la mostración pública de lasobras del pasado. Los términos del arte y de la artesanía

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SECCIÓN I

Figura 1: Retrato de D. José Ramón Mélida.(Fot.: Archivo Fotográfico del MAN)

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caminaban en sus libros felizmente hermanados.Comprometidos y coetáneos con su época, uno y otroeran devotos de las utopías del progreso y de los mu-seos, creían en la enseñanza y en la formación de unasociedad española tanto tiempo sumida en el letargo.Gracias a ellos fue posible tener en Madrid los frisos delPartenón o los frontones de Olimpia a través de suscopias en yeso y, sobre todo, mostrarlos y aprender deellos en el marco arropador del Casón del Buen Retiromadrileño. Alguno de estos rasgos les unía al espíritude la Institución Libre de Enseñanza con la que estosdos hombres de un modo u otro se relacionaron. Enfin, Mélida se sentía unido a un tipo de conservadoreseuropeos, sus iguales en prestigio y en ideal de sabidu-ría, con los que mantenía correspondencia, general-mente en francés. Encarnaba, mejor que nadie, elmodelo de conservador de prestigio que basa su auto-ridad en el reconocimiento académico nacional e inter-

nacional. Y también en cierto ideal de enseñanza y decomunicación a la sociedad, lo que provenía, en sujuventud, de esa aludida vocación institucionista. Pordesgracia, de aquella inmensa labor de nuestros pre-decesores me he dado cuenta paulatinamente, solocon los años y ya fuera del Museo. Lamentable olvidoel que practicamos en nuestro campo, en nuestropequeño y aislado rincón de trabajo. ¿No merecería undía recuperar algunas de las historias de aquellos hom-bres, que cada vez nos admiran más? Pertenecen alcaudal de la ciencia española, a las raíces de nuestrapropia historia.

Pues bien, cuando entré de becario en el MuseoArqueológico Nacional en 1971 quedaban aún trazasde aquella vieja utopía, a pesar de la guerra civil y de lalarga postguerra franquista, que acentuó los olvidos yprolongó los letargos. No entré como hoy, tras unalarga y penosa oposición de infinito temario, sino diría

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En torno al museo

Figura 2: Antiguas salas de Vasos Griegos del Museo Arqueológico Nacional, en 1917.

(Fot.: Archivo Fotográfico del MAN)

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que por casualidad, casi sin proponérmelo, y eso sí, trasvarios años de entrenamiento en el propio Museo. Yoiba destinado a ser profesor de griego, ese era mi ideal.Pero un día me llamaron con urgencia de parte delProfesor Martín Almagro, a quien directamente yo noconocía, pues había que montar las salas de vasos grie-gos del Museo. Franco iba a inaugurarlas de allí a unosdías. La situación era inmediata, urgía. No había gente,se necesitaba mano de obra y me llamaron. Nadie sabíaentonces de vasos griegos, yo tampoco, ni una palabrapues era filólogo y tuve que torear la situación sin elcapote protector de un conocimiento previo. Ayudé aorganizar el discurso de las salas, los carteles, la peque-ña guía, basándome en el modelo y, eso sí, en el apoyoestrecho de otros compañeros jóvenes del Museo, quetanto me ayudaron. Mi inseguridad ante el patrimonioera total, los objetos no eran meras palabras aladas.Aquéllos se enfrentaban conmigo, oponiéndome sumaterialidad vigorosa y yo a ellos tan solo mi tactoimpreciso. Pero sentía el respaldo y el empuje vital delDoctor Martín Almagro y de los demás conservadoresdel centro y tiré adelante en cierto ambiente de dispo-nibilidad colectiva que hoy tal vez echaría de menos eneste marco más complejo e individualista en el que tra-bajamos. En fin, se inauguró el Museo, todo el mundoquedó contento de las nuevas salas ibéricas y clásicasque abrían un nuevo modo de presentar los objetos yyo había sido un grano de arena en medio de aquellacatarata (Figura 3). Almagro me propuso una beca:“desde ahora tiene usted que ocuparse de la cerámica

griega del Museo Arqueológico Nacional. Casi nadiesabe nada de este tema en España. Así que para serconservador del Museo tiene usted que hacer en dosmeses la tesina y luego irse al extranjero”. Hice misdeberes. Me envió un mes al Museo del Louvre y uncurso entero a Alemania, donde preparé mi tesis.

El modelo que me encontré en París estaba mucho másanclado en el siglo XIX que el cotidiano de España, delque tan solo quedaba un vago recuerdo. Yo era joveny buscaba modelos en las personas y en París lo encon-tré en la figura venerable y única de Pierre Devambez,conservador Jefe del Departamento de AntigüedadesClásicas del Museo del Louvre, que resumía con perso-nalidad singular el viejo ideal del conservador-investi-gador pues era una fuente inagotable de humanidad ysabiduría. ¿Quién próximo a los museos franceses no lorecuerda hoy como un personaje extraordinario?Cómo había accedido Pierre Devambez a ese puestotan importante no lo sé, pero seguramente lo habíahecho a través de un sistema que ha prevalecido enFrancia al menos hasta hace unos quince años: el de laslistas de prestigio. El prestigio profesional -entiéndasecientífico- de una persona se reconoce por consenso,es un valor en sí mismo, y esta aura le permite figuraren unas listas prestigiosas y acceder a un nombramien-to a dedo, sin necesidad de oposiciones o concursos deningún tipo, a puestos de responsabilidad y represen-tación como el que he mencionado. Esto que tambiénpuede entenderse -y algunos con total crudeza me locomentaban en París- como listas de enchufados, erauna de las vías habituales de acceso al cuerpo francésde museos. Hoy es impensable. Pero entonces era asípues subyacía ese reconocimiento social del conserva-dor o director de museo que forma parte de la éliteintelectual de un país. El Museo del Louvre ha sido -ytodavía le quedan resabios de esa gloria pasada- unode esos lugares de prestigio.

Mi segundo modelo fue el alemán, que conocí mejor.Trabajé en Würzburg, en un departamento universita-rio que tenía su propio museo de arte clásico y de pin-tura de época moderna, el Martin-von-Wagner, en su

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SECCIÓN I

Figura 3: Cabeza de Górgona. Detalle de una copa de figuras rojas, firmada por Pamfaios ceramista.(Fot.: Archivo Fotográfico del MAN)

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género uno de los más importantes de Alemania. Elmuseo tenía sus propios conservadores pero el cate-drático o profesor ordinario de turno era entonces -ysigue siendo hoy- el director de la sección clásica. Losuniversitarios que estudiaban arqueología clásica seformaban a través de seminarios que tenían lugar enel museo, tocando los materiales, debatiendo sobreellos, investigando. La actividad del museo -exposiciónpermanente, adquisiciones de piezas, actividades decara al público- era en gran medida inseparable de laactividad científica, se nutría de ella. El Instituto deArqueología y el Instituto de Arte estaban espacial yadministrativamente implicados, de modo muy estre-cho, en ese tipo de museo universitario. No había másque subir o bajar de piso para entrar en las salas delmuseo, en el maravilloso palacio barroco decoradopor Tiépolo o en las aulas y biblioteca de laUniversidad. Todo formaba parte del mismo edificio ycasi del mismo espíritu. Sencillamente, era un privile-gio. Los diversos lugares de la memoria arquitectónicae histórica y el presente cotidiano -exposición, investi-gación y enseñanza- se entremezclan y se funden. Laenseñanza universitaria ha dado vida en Europa -yespecialmente en Alemania- a numerosos museos deeste tipo. En España el Museo de ReproduccionesArtísticas quiso un día participar de esta experienciapero apenas ha poseído esta vinculación que justificay nutre a museos de esta índole y por tanto está con-denado a ser un museo mortecino.

Con estos años de aprendizaje volví a España a losdeberes cotidianos que debía al Museo madrileño.Pronto me di cuenta de que en realidad yo había vivi-do un sueño. Cuando me presenté a oposiciones mesuspendieron, probablemente con toda la razón delmundo. Como consuelo el tribunal me dijo que mi for-mación y mi curriculum no eran para museos sino queestaba destinado a la investigación. Creo que esto síera una tontería pero denota que en esos años -hacia1976- se estaba debatiendo ya cierto modelo de con-servador de museos que desde entonces no ha acaba-do de definirse con claridad y que no ha sabido digerir

del todo la función profunda e integradora de la inves-tigación en las tareas del conservador y del ayudantede museos. La cuestión, entonces y hoy, sigue siendocuál es, cuál debe ser ese ideal o modelo de especialis-tas de museos, que hoy tan peligrosamente trata deparecerse demasiado al de un aséptico e intercambia-ble técnico de la administración. Probablemente esarespuesta no se ha encontrado y vamos a tantear y atratar de reflexionar algo sobre ella.

Pero volvamos aún un momento al pasado. Efectiva-mente mi historia hasta entonces había sido singular -cada historia humana es singular- pero yo creo queMartín Almagro no había estado tan descaminado enorientarnos como lo hizo. Recuerdo que Almagro esti-mulaba continuamente a los candidatos a conserva-dores a la publicación de artículos y a la realización detesis. Sólo se podía ser conservador si uno podíademostrar en el primer ejercicio, el del currículum, lasuficiencia de sus publicaciones científicas. Muchoscompañeros intentaron a lo largo de su vida profesio-nal realizar este modelo en sus respectivos museos deprovincia y se ocupaban de modo heroico -y hastamonacal- no sólo del museo sino del patrimonioarqueológico y, en general histórico, de la provincia almenos hasta que la Ley cambió y con el Estado de lasAutonomías surgió la figura de los arqueólogos terri-toriales y se redefinieron poco a poco las nuevas fron-teras del inmenso campo. No pocos conservadores, sinduda, han seguido publicando guiados por la come-zón de investigar, superando en su querencia tensio-nes sin cuento y contradicciones de diverso tipo. Puestodavía esta función no está, ni social ni administrati-vamente, bien definida. Pero, a pesar de estas activi-dades desbordantes y en soledad que vivían -y enalgún caso todavía viven- no pocos de mis compañe-ros, la verdad es que, al menos en nuestro ambientedel Museo Arqueológico Nacional, no se descuidabanni posponían en absoluto las restantes tareas delmuseo por culpa de la investigación. Creo que la acti-vidad se entendía de otra manera, la perspectiva dife-ría. El tiempo, eso sí, se dividía religiosamente. La

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En torno al museo

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mañana entera, desbordante, imprevisible, había quededicarla al museo. La tarde, más silenciosa, se consa-graba a la investigación. Un instinto nos llevaba táci-tamente a la convicción de que las tareas de investi-gación y las que considerábamos más estrictamentemuseológicas se alimentaban una a otra. Para lamayoría de nosotros si había una cosa clara es que elmuseo era lo más importante. Investigábamos en ypara el museo y, en último término, para la sociedadque diversamente, de manera múltiple, se relacionabacon el museo. Luego hablaré un poco más de ellocuando me refiera a la vertiente educativa y didáctica.

De administración algunos no sabíamos nada pero síse nos despertó el instinto suficiente para manejarnosen ella. De legislación, a duras penas logré saber cua-tro palabras. La enseñanza era exclusivamente prácti-ca, a trompicones. Almagro nos repetía continuamen-te su máxima preferida: “la Administración no habla,escribe”. Había, pues, que escribir, y escribir adminis-trativamente, lo que se me convirtió casi en una obse-sión, en un trauma. Teníamos que aprender a escribiroficios -¿cómo hacerlo?- y a tener al día los libros deregistros, las entradas y salidas de papeles y de cosas.Los consejos de cómo manejarnos en ese laberinto dela vida jamás se me han olvidado. Por ejemplo, nosdecía Almagro: “cuando tenga que pedir algo a laAdministración no pida en una carta más de una cosa,que si pide varias no le harán caso a ninguna”. Otro:“no empiece pidiendo en las cartas. Agradezca siem-pre algo, cuente otra cosa al principio. Luego pida”. Y,el mejor de todos: “Hay que llevar los papeles perso-nalmente al Ministerio y hablar siempre con la secre-taria de tal o cual Director o Subdirector General. A lospocos días hay que volver, con la misma táctica y, enel primer descuido, colocar encima del montón corres-pondiente el papel que se entregó la semana anteriory que había quedado debajo”. Y así sucesivamente.Parece un chiste pero no es así: era la realidad más vivay doy fe de que este procedimiento o ritual, queAlmagro cumplía con particular desenvolvimiento,funcionaba. Se basaba en la importancia, dentro y

fuera, del sutil juego de las relaciones humanas. En fin,yo siempre mantuve la impresión de que la adminis-tración era un mundo misterioso e inaccesible, radi-calmente diferente del nuestro. Creo que ese abismoera un atavismo en España que venía sencillamente delas prácticas sociales del siglo XIX, un imaginario colec-tivo creado muy atrás pero que se fomentó en el fran-quismo y perduró incluso, por inercia, aún algunosaños después durante la transición.

En fin, el Ministerio era entonces para mí la alteridaddel museo. Pero era una alteridad necesaria, pues erala fuente de los permisos y los presupuestos, del dine-ro, de la adquisición de piezas, concebida ésta comoargumentación astuta y, en no pequeña medida, comolucha de intereses frente a otros (otro tema delicado ycomplejo, que no puedo aquí tratar: el modelo socialque debe llevar a la prioridad de las adquisiciones deobjetos en los museos, un debate por hacer, apenasplanteado). Hoy día, afortunadamente, con el afianza-miento de la práctica democrática, que aún deberáavanzar en su andadura cotidiana, el Ministerio no sonya los otros sino una parte o extensión de nosotrosmismos y aquella desconfianza y miedo cerval quesiempre me inspiró la administración en mi experienciade museos no la padecerán ya en grado tan extremolos profesionales más jóvenes. Sospecho en ellos unamayor desenvoltura y familiaridad que los que segui-mos siendo irredentos o profanos en el tema, forma-dos en prácticas y modelos dudosos, hoy superadospor fortuna.

En los quince años aproximadamente que yo trabajéen el Museo Arqueológico Nacional -que coincidieronen gran medida con la época de dirección de DonMartín Almagro- el objetivo principal era la instalaciónde las nuevas salas. Había un proyecto colectivo y claroa realizar, que era la argamasa y el fermento vivo delmuseo. Su resultado, en gran medida, son algunas delas instalaciones que, con tonalidad algo marchita,una estética caduca y un diseño del espacio superado,todavía vemos hoy día, veinte y treinta años después,a la espera del próximo proyecto de museo que se

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SECCIÓN I

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pone en marcha en estos años. Las líneas directricesde entonces eran relativamente sencillas. Crear un iti-nerario para la circulación de la gente, articulado entorno a los patios -que se llevaron por delante, porcierto, la maravillosa concepción espacial del siglo XIX-y un discurso histórico basado en una línea evolutiva:de la prehistoria al siglo XIX. Se reservaban las salasmás nobles de la planta principal a la arqueología ibé-rica y a Roma, por un lado, y al mundo visigodo ymedieval -cristiano y musulmán-, por otro, es decirprácticamente al eje o conjunto de las consideradasraíces históricas de España (digamos, en cierta medidaera una musealización de la historia de D. RamónMenéndez Pidal, actualizada).

La museología que desarrollábamos entonces erasobre todo intuitiva, práctica. La revista Museos existíapero muchos no la leíamos, salvo para citar ritualmen-te algún artículo en la preceptiva memoria de oposi-ciones. Yo tuve una gran libertad para montar las salasy, en general, para todo. Almagro nos imponía unanorma o, mejor, un criterio genérico, que se adecuabaa su concepción del espacio y de la circulación de losvisitantes: “busquen una pieza grande y sobresaliente,prestigiosa, simbólica, que se articule en la perspecti-va de los pasillos y que el visitante vea desde lejos y leatraiga”. Ésta era una de sus máximas. Así, la Damade Elche controla aún el eje de la Sala ibérica; el Putealde la Moncloa abriéndose al fondo, cargado de luz, enla principal sala de vasos griegos, sigue siendo imánvisible desde cualquier ángulo de llegada. Aceptadoesto, prácticamente lo demás era cosa nuestra. A míme ayudó mucho la investigación. Pretendí contar lavida en Grecia, la del niño, la del atleta, la de la mujer,la del guerrero, la de la ciudad (Figura 4). Pude hablarde los dioses, de la muerte, de la mitología, de tantascosas…. Me di cuenta de que se podían narrar multi-tud de historias si, agarrados al hilo de Ariadna, acer-tábamos salir de la maraña intrincada de los objetos.La investigación nos daba la libertad de narrar, decombinar, de jugar con las palabras y con los docu-mentos. No había otro secreto ni creo que lo haya. Al

asumir el talante de la investigación se puede jugarlibremente con las palabras y con las ideas combinan-do los mil discursos que permiten contar una historiacada vez diferente con las imágenes y con las piezas,sabiéndolas lejanas y, al mismo tiempo, algo nuestras.Basta con disponer en cada caso de una selección sufi-ciente de documentos. Es lo mismo que hacemos conel lenguaje, con las palabras, combinarlas, jugar infini-tamente con ellas. Nunca se agotarán, por fortuna.Eso sí, partíamos de una concepción de coleccionismoy de museo heredada prácticamente del siglo XIX quepodría correr, entre otros peligros, el de reducir enexceso la concepción de una arqueología objetual alreino de una historia, evolutiva y descontextualizada,

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En torno al museo

Figura 4: Grabado inspirado en un ánfora bilingüefirmada por Andócides, del Museo Arqueológico Nacional

Realizado por el artista y grabador Dimitri Papageorgiou(hacia 1985). (Fot.: Archivo Fotográfico del MAN)

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del arte. Pero eso llevaría a un debate diferente y muycomplejo, que no me atrevería ni siquiera a plantear:los nuevos conceptos y deberes de un museo dearqueología surgido en el XIX en nuestra cambiantesociedad del siglo XXI, con modelos de pensamientohistórico tan diferentes.

Permítaseme retornar a ese pasado más fácil ¿Cómollevábamos entonces a la práctica estos sencillos pro-pósitos museográficos? Pues con muy poca gente yayudados por los licenciados en prácticas, que anteseran obligatorias, a lo largo de un año, para accederal cuerpo de conservadores de museos. Esa era laescuela de museología del licenciado en prácticas: elmontaje de las salas, incluida la limpieza de las vitri-nas, la ordenación de los almacenes, la documenta-ción y clasificación de los fondos –cuando se podía ymejor o peor hecha-, la percepción de la necesidad derestaurar tal o cual pieza por necesidades de urgencia,el observarnos y dialogar entre nosotros. Era la vida,en definitiva, cotidiana del museo, en la que el licen-ciado en prácticas, se imbuía palpando las inmensasposibilidades del centro y también sus limitaciones ymiserias. Apenas había teoría, sino acción y modelosque creábamos nosotros mismos fijándonos unos enotros, imitándonos, limando día a día nuestras actua-ciones, observando a los que nos precedían, buscandoa veces caminos nuevos, y transmitiendo oralmenteesta experiencia. Es cierto que cometíamos errores.Recuerdo, por ejemplo, haber orientado mal la restau-ración de algunos vasos griegos, pues me faltaba elconocimiento teórico previo. Se aprendía también delos errores, de los tropezones. Creo también que seperdió mucha información documental en aquellagigantesca reorganización del museo que llevábamostan pocas personas. Hoy me doy cuenta de la impor-tancia de la labor documental, que es mantener y preservar la memoria de las cosas, de la historia, susrelaciones, sus mutaciones, sus contextos. Hay que sermuy cuidadoso y respetuoso con la documentacióndel pasado, llena tantas veces de indicios que nos aso-man a los porqués de las actuaciones de los hombres.

Entonces apenas me di cuenta de este aspecto crucial,que hoy echo de menos, y lamento no haber acertadoen la rutina y monotonía de las catalogaciones y regis-tros, que evité en lo que pude, como pesada carga alpercibirla esclerotizada en modelos históricos y clasifi-catorios inútiles. En fin, creo que, en esa situación deun museo vital y espontáneo, reducido en algúnmomento a apenas algo más de media docena de per-sonas entre conservadores y ayudantes, en ese tipo demuseo, digo, tan familiar, los fallos –unos pequeños,otros más graves- eran inevitables. En nuestra descar-ga, digamos que algunos fueron consecuencia delritmo desbordante del día a día y de la penuria.Faltaba una reflexión, una enseñanza, una verdaderaescuela de museología que nunca ha encontrado for-mulación clara ni arraigo en España.

Pero voy a mencionar otro aspecto que consideroesencial, la difusión, la enseñanza. El mismo montajede las salas y el profundo cambio social en la Españade la transición conducía inevitable y crecientemente ala didáctica, a la comunicación. No creo ser excesiva-mente injusto con nuestros predecesores si afirmo quela vinculación con la sociedad había sido una facetabastante descuidada por muchos conservadores de lasgeneraciones anteriores a la mía, especialmentedurante el franquismo. Odi profanum vulgus et arceo,parecía ser su máxima. Sí, recluirse en la soledadmonacal del despacho -lupa, flexo, máquina de escri-bir y algún que otro cacharro- podría delinear en cari-catura una de las más hermosas virtudes de algúnconservador de aquellos tiempos. Afortunadamentelos despachos estaban retirados, como en las viejascasas señoriales, lejos de la vida y de la crecientemuchedumbre que se agolpaba en las salas. Cuandoaccedí al museo se sentía la escisión radical de losespacios. Pero la sociedad empujaba a lo contrario.

Veamos cómo se solucionó. Las salas, he dicho, trata-ban de seguir el hilo de la historia de España incluyen-do excursus por otras civilizaciones del antiguoMediterráneo, como Roma, Egipto y Grecia. Era unmodelo histórico-cultural heredado principalmente del

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siglo XIX y, en gran medida, probablemente lo seguirásiendo en el futuro por inercia pues en Europa nuestroslugares de la memoria suelen ser construcciones y pro-yecciones culturales de la vieja Europa de las naciones.Pues bien, ahí estaba el patrimonio, esperando unarelectura. Y esa relectura obligadamente requería undiálogo con la sociedad, una sociedad ávida, exigentepero, sobre todo, receptiva y profundamente agradeci-da. Hoy día la difusión y la didáctica en los museosparece algo natural. Entonces no lo era. Bastaba conreunir, catalogar, proteger y mostrar los objetos en lasvitrinas. Pero éramos conscientes de que había que irmás allá, llegar más al público, encontrar caminos nue-vos. De aquellas búsquedas surgieron los audiovisualesartesanales -hoy de lenguaje y sabor enranciados- y lashojas didácticas. Las hojas didácticas -que promovimosprincipalmente Luis Caballero y yo mismo y que luegohan continuado con mucha mayor diligencia expertascomo Ángela García Blanco y tantos otros conservado-res- tal vez no hayan enranciado tanto. Creo atisbarcuál pudo ser el secreto de la receta. Las hojas se basa-ban en el análisis de documentos concretos y de ahí setrascendía a lo general: así, la Dama de Baza servíapara asomarse a la cultura ibérica. Lo que planteába-mos en aquellas hojas no era tanto ofrecer un conteni-do cuanto reproducir el proceso de investigación, queel niño -pues estaban destinadas, creo, a niños deentre 10 a 14 años- asumiera por sí mismo los pasosdel análisis, de la comparación, de las relaciones y, endefinitiva, de esa necesaria abstracción que está en la base de toda investigación. En aquellos textos sebuscaba una aproximación creativa, una forma de acti-vidad artística. Las propuestas no eran del todo consa-bidas sino arriesgadas, pues toda investigación es unriesgo, exige una actitud de riesgo en quien la practica.Supongo que cierta actitud abierta hacia lo imprevisi-ble, no hacia lo aprendido y dado, estaba sutílmenteapuntada en el modelo de las hojas didácticas. Es decir,no comunicábamos un saber establecido, simplificadopara el gran público sino, al contrario, introducíamoslos medios inseguros de adquirir destrezas y crear con-

clusiones. Estábamos trasladando nuestra propia mira-da, nuestro ejercicio cotidiano -la investigación de losdocumentos de la cultura material del museo- a la mi-rada y ejercitación del niño y adolescente de enseñan-zas primaria y secundaria. Enseñábamos un proceso:mirar, comparar, relacionar, arriesgarse, crear, concluir,dejar abiertas las respuestas....

Me figuro que la nueva revista museos.es abordará ensus páginas futuras y más detenidamente estas cues-tiones tan complejas y, por tanto, resumo esta origina-ria experiencia autárquica que trasladó el espaciosagrado de la investigación del despacho a las salas delpúblico iniciando un diálogo entre dos mundos tradi-cionalmente separados. Gracias a esta ruptura la activi-dad espontánea de un pequeño equipo pudo adquirirsentido social, ayudando a modificar la concepción delmuseo sin estorbar demasiado. Además -algo que fuetambién muy importante- los vigilantes lo entendieronperfectamente y algunos colaboraron entusiasmados.Estábamos en la época de la transición democrática. Ladidáctica no había servido sólo para integrar algo mása la sociedad en el museo sino también para integrar auna parte del propio museo. Recuerdo esa experienciacolectiva como uno de los momentos más hermososde mi paso por el Arqueológico Nacional.

Hoy día el tema de la didáctica se ha desarrollado enor-memente con análisis y estudios teóricos que integrano tratan de integrar cada vez más a museólogos, psicó-logos, comunicadores y pedagogos. La experiencia deentonces, que tuvo mucho de instintivo, me permitealgún consejo. Primero, la comunicación nos incumbe atodos y no es posible sin la libertad y ejercicio previo dela investigación. Segundo: conviene escuchar a todospero no hemos de agobiarnos demasiado con las com-plejas jergas que impone la especialización y la peda-gogía. Apoyémonos en la libertad creativa y en lamayor simplicidad que nos sea dado alcanzar. Paracomunicar en los museos basta llamarle al pan, pan; yal vino, vino. Ése es el secreto: la hermosura y esponta-neidad de la palabra, que en nuestro caso nos regala amanos llenas el castellano. Y, sobre todo, las relaciones

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En torno al museo

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inagotables, libres y arriesgadas de los documentos quenos ha legado la historia. Comunicar en museos nodejará de ser una forma de arriesgarse en las relacionesde las palabras, los espacios y las cosas.

Y cruzo el espacio y el tiempo y paso ya al excursus queprometí al inicio, para atisbar el reflejo de la situaciónfrancesa a la que me asomé recientemente. Me referi-ré en primer lugar a la formación y acceso de los pro-fesionales de museos, tan descuidado entre nosotros,lo que debería siempre inquietarnos. Francia es unestado y al mismo tiempo, desde la revolución france-sa, una nación profundamente articulada a través de loque el gran historiador de las mentalidades Pierre Noraha denominado Les lieux de la mémoire. Entre los luga-res, colectivos y privilegiados, de la memoria francesafiguran en una medida muy poderosa el patrimoniohistórico y los museos. Esta conciencia explica una ins-titución como L’École du Louvre, fundada en 1882(tiene pues más de 120 años), “una institución deenseñanza superior que depende del Ministerio deCultura y que da cursos de arqueología e historia delarte, de epigrafía, de antropología, de historia de lascivilizaciones y de museología”. La Escuela tiene susede en el mismo palacio del Museo del Louvre y sefundamenta en el estudio de los documentos materia-les de las principales culturas. Los profesores son, en sumayoría, conservadores de museos y profesionales delpatrimonio: comunican, transmiten, enseñan, forman.Todos los cursos se completan con trabajos prácticosobligatorios, incluyendo un estudio monográfico sobreel patrimonio. Pero además, la Escuela organiza unapreparación para los llamados concursos del patrimo-nio, es decir, nuestras oposiciones. En fin, la instituciónparte de la convicción decimonónica que desde elMuseo del Louvre y sus fondos se puede explicar prác-ticamente la historia del arte y la historia de las princi-pales civilizaciones del mundo y además se puede y sedebe enseñar la museología y la investigación delpatrimonio. Originariamente -y a lo largo de muchotiempo- las clases tenían lugar en las propias salas delLouvre, en contacto con los documentos.

L’École du Louvre tiene como función prioritaria ense-ñar y extender diplomas. Pero ello no basta y en 1990se crea, en su actual emplazamiento del BoulevardSaint Germain, L’École Nationale du Patrimoine, tute-lada también por el mismo Ministerio de Cultura,como centro de formación dirigido a especialistas y aresponsables del patrimonio. Tiene carácter nacional yen ella se forman los conservadores en prácticas, losque han sacado una plaza interina en el concursoestatal anual. El curso dura dieciocho meses y se diri-ge, por separado, a cada una de las especialidades delos conservadores del patrimonio: arqueología, archi-vos, inventario general, monumentos históricos,museos y, desde 1999, patrimonio científico, técnico ynatural. Desde 1991 hay también cursos específicospara los conservadores territoriales. Pero, además,desarrolla cursos para la formación permanente de losconservadores y profesionales del patrimonio, tantodel estado como de las entidades locales. Forma a funcionarios que desean cambiarse de especialidad -pasarse de arqueólogos territoriales a museos, porejemplo; o de museos de arte a museos etnográficos,etc.- y a la formación de todos aquellos que tenganresponsabilidades relacionadas con el patrimonio, bienadministrativas, bien a los mismos restauradores.También acoge a especialistas y conservadores extran-jeros. Los objetivos de los programas de esta escuelapretenden conseguir “especialistas de alto nivel y bue-nos administradores y animadores del patrimonio”.Busca el prestigio y reconocimiento a nivel nacional eincluso internacional del museólogo, promueve unavisibilidad del profesional que le permitirá valorar ygestionar el patrimonio que le ha sido confiado. Buscasu familiaridad con el medio en el que va a desenvol-ver su actividad, la relación con sus principales interlo-cutores. La formación insiste en la gestión. Formaciónpráctica y actividad dedicada a la investigación tratande encontrar un equilibrio compatible. Aparte de lafuerte institucionalización, a nivel nacional, de la for-mación del patrimonio en Francia, en que la enseñan-za y formación y los mismos puestos de trabajo pasan

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por el tamiz o filtro del Estado –un modelo, pues, dife-rente del español- y de la idea de una formación espe-cífica para cada una de las especialidades (aparte,están las bibliotecas y los archivos, estos últimos con lafamosa y poderosa École des Chartes) quiero destacarla exigencia de una formación permanente, el estímu-lo a la labor de investigación y la necesidad de unarelación estrecha con todas las instituciones y perso-nas que se ocupan del patrimonio en la Administra-ción pública. Preocupa la soledad, el aislamiento delconservador encerrado en su propia concha, al mododecimonónico.

Se ha creado, pues, una institución fuerte y arraigada,dedicada a la formación del museólogo y del especia-lista en patrimonio. Pero también surgen las inquietu-des, como el temor a que un cuerpo tan poderosopueda reproducirse a sí mismo y crear un acceso redu-cido, un bloque excesivamente endogámico (cf. Lemonde, 28/29 de octubre 2001). Diversos intelectua-les franceses echan curiosamente de menos aquellaapertura del sistema antiguo que permitía, en deter-minadas ocasiones, el acceso de prestigio de especia-listas. Se teme que la gran fuerza de los cuerpos de laadministración del estado trate de bloquear e impedirla permeabilidad que permitía el acceso de personasde prestigio científico, de especialistas en un determi-nado campo. Se han vivido tensiones.

El ejemplo francés puede tener aquí sentido para susci-tar reflexión y debate, para ahondar en las posibilidadesy carencias de nuestra situación más humilde. Pero esmomento de regresar a la memoria con que inicié mitexto: “De la pasada edad ¿qué me ha quedado”?,inquiere con melancolía el autor renacentista de laEpístola Moral a Fabio. Vistos desde cierta lejanía, losquince años de trabajo en museos me aportaron unavisión de la historia y de la sociedad a la que nos debe-mos que no hubiera podido adquirir de otra manera.Me enriquecieron enormemente al enseñarme a hollarcaminos nuevos. Debo mucho al Museo ArqueológicoNacional y es una deuda que no debo olvidar.

¿Me es lícito hoy sugerir alguna recomendación o espretencioso hacerlo? No lo sé. Pero en mi charla deentonces a los nuevos funcionarios recomendé viva-mente que cada uno debería buscar su propia fórmu-la, en la gestión, en la investigación, en la didáctica ycomunicación social, en el montaje de las salas o en ladocumentación del pasado, en el arte, en la arqueolo-gía, en la etnografía, en las ciencias, en definitiva encualquier rincón de la memoria histórica de las cosas.Dije entonces:

“Cualquier modelo debería aunar y tener presente, enla medida de lo posible, la totalidad de las facetas delmuseo, sin desdeñar ninguna, pues todas se relacio-nan íntimamente. Recomendaría rehuir, en lo posible,el aislamiento y la soledad, que tan dañinos han sidopara los museos en España y en Europa. El conserva-dor debería aprender mejor los idiomas, más de uno ode dos, para ejercitarlos toda la vida. La diversidad delas lenguas nos abre a la aldea del mundo al que per-tenecemos. Invitaría a investigar con riesgo y con liber-tad, sin uniformes, y a adquirir con ello prestigionacional e internacional. La investigación os daráautoridad y os abrirá perspectivas. Os enseñará adudar y a descubrir en las salas y almacenes de vues-tros museos rostros inesperados de la historia. Os per-mitirá también comunicar mejor, y saber qué objetos,qué obras serían necesarios para que su adquisiciónenriqueciera el patrimonio público y el discurso devuestros museos, una decisión que ha de ser compar-tida. Os acechará el peligro del aislamiento en los des-pachos y la monotonía del día a día, “las tardes a lastardes son iguales”, como decía Borges, tardes ymañanas que acaban por consumirnos poco a poco.Por eso os recomiendo la investigación, el descubri-miento, el riesgo, la creación, el diálogo con los otrospues el conocimiento, que es inagotable y libre, puedeser una de las fuentes de nuestra pequeña o grandefelicidad cotidiana”.

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En torno al museo