quijoteipsum 005

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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien

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QuijoteIpsum 005

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  • En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que viva un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocn flaco y galgo corredor. Una olla de algo ms vaca que carnero, salpicn las ms noches, duelos y quebrantos los sbados, lantejas los viernes, algn palomino de aadidura los domingos, consuman las tres partes de su hacienda. El resto della concluan sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los das de entresemana se honraba con su vellor de lo ms fino. Tena en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que as ensillaba el rocn como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta aos; era de complexin recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tena el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosmiles, se dejaentender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narracin dl no se salga un punto de la verdad.

    Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los ms del ao, se daba a leer libros de caballeras, con tanta aficin y gusto, que olvid casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administracin de su hacienda. Y lleg a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendi muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballeras en que leer, y as, llev a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecan tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecan de perlas, y ms cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razn de la sinrazn que a mi razn se hace, de tal manera mi razn enflaquece, que con razn me quejo de la vuestra fermosura. Y tambin cuando lea: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

    Con estas razones perda el pobre caballero el juicio, y desvelbase por entenderlas y desentraarlesel sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristteles, si resucitara para slo ello. Noestaba muy bien con las heridas que don Belians daba y receba, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejara de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y seales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como all se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigenza-, sobre cul haba sido mejor caballero: Palmern de Ingalaterra o Amads de Gaula; mas maese Nicols, barbero del mesmo pueblo, deca que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le poda comparar, era don Galaor, hermano de Amads de Gaula, porque tena muy acomodada condicin para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorn como su hermano, y que en lo de la valenta no le iba en zaga.

    En resolucin, l se enfrasc tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los das de turbio en turbio; y as, del poco dormir y del mucho leer, se le sec el celebro, demanera que vino a perder el juicio. Llensele la fantasa de todo aquello que lea en los libros, as deencantamentos como de pendencias, batallas, desafos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentsele de tal modo en la imaginacin que era verdad toda aquella mquina de aquellas sonadas soadas invenciones que lea, que para l no haba otra historia ms cierta en el mundo. Deca l que el Cid Ruy Daz haba sido muy buen caballero, pero que no tena que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de slo un revs haba partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles haba muerto a Roldn el encantado, valindose de la industria de Hrcules, cuando ahog a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Deca mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generacin gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, l solo era afable y bien

  • criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbn, y ms cuando le vea salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende rob aquel dolo de Mahoma que era todo de oro, segn dice su historia. Diera l, por dar una mano de coces al traidor de Galaln, al ama que tena, y aun a su sobrina de aadidura.

    En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el ms estrao pensamiento que jams dio loco en el mundo; y fue que le pareci convenible y necesario, as para el aumento de su honra como para el servicio de su repblica, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que l haba ledo que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo gnero de agravio, y ponindose en ocasiones y peligros donde, acabndolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginbase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y as, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estrao gusto que en ellos senta, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba.

    Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que haban sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orn y llenas de moho, luengos siglos haba que estaban puestas y olvidadas en un rincn. Limpilasy aderezlas lo mejor que pudo, pero vio que tenan una gran falta, y era que no tenan celada de encaje, sino morrin simple; mas a esto supli su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrin, hacan una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y poda estar al riesgo de una cuchillada, sac su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que haba hecho en una semana; y no dej de parecerle mal la facilidad con que la haba hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la torn ahacer de nuevo, ponindole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que l qued satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diput y tuvo por celada finsima de encaje.

    Fue luego a ver su rocn, y, aunque tena ms cuartos que un real y ms tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareci que ni el Bucfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con l se igualaban. Cuatro das se le pasaron en imaginar qu nombre le pondra; porque, segn se deca l a s mesmo, no era razn que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno l por s, estuviese sin nombre conocido; y ans, procuraba acomodrsele de manera que declarase quin haba sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razn que, mudando su seor estado, mudase l tambin el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convena a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y as, despus de muchos nombres que form, borr y quit, aadi, deshizo y torn a hacer en su memoria e imaginacin, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que haba sido cuando fue rocn, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

    Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponrsele a s mismo, y en este pensamiento dur otros ocho das, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasin los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se deba de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordndose que el valeroso Amads no slo se haba contentado con llamarse Amads a secas, sino que aadi el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llam Amads de Gaula, as quiso, como buen caballero, aadir al suyo el nombre de lasuya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

    Limpias, pues, sus armas, hecho del morrin celada, puesto nombre a su rocn y confirmndose a s mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era rbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decase l as:

  • ah con algn gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, no ser bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce seora, y diga con voz humilde y rendido: ''Yo, seora, soy el gigante Caraculiambro, seor de la nsula Malindrania, a quien venci en singular batalla el jams como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha,el cual me mand que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de m a su talante''?

    Oh, cmo se holg nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y ms cuando hall a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo haba una moza labradora de muy buen parecer, de quien l un tiempo anduvo enamorado, aunque, segn se entiende, ella jams lo supo, ni le dio cata dello. Llambase Aldonza Lorenzo, y a sta le pareci serbien darle ttulo de seora de sus pensamientos; y, buscndole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran seora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, msico y peregrino y significativo, como todos los dems que a l y a sus cosas haba puesto.

    Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar ms tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretndole a ello la falta que l pensaba que haca en el mundo su tardanza, segn eran los agraviosque pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y as, sin dar parte a persona alguna de su intencin, y sin que nadie le viese, una maana, antes del da, que era uno de los calurosos del mes de julio, se arm de todas sus armas, subi sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embraz su adarga, tom su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, sali al campo con grandsimo contento y alborozo de ver con cunta facilidad haba dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asalt un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballera, ni poda ni deba tomar armas con ningn caballero; y, puesto que lo fuera, haba de llevar armas blancas, comonovel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propsito; mas, pudiendo ms su locura que otra razn alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitacin de otros muchos que as lo hicieron, segn l haba ledo en los libros que tal le tenan. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas demanera, en teniendo lugar, que lo fuesen ms que un armio; y con esto se quiet y prosigui su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quera, creyendo que en aquello consista la fuerza de las aventuras.

    Verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue acontar esta mi primera salidad tan de maana, desta manera?: Apenas haba el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeos y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas haban saludado con dulce y meliflua armona la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subi sobre su famoso caballo Rocinante, y comenz a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel.

    Casi todo aquel da camin sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lpice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que l anduvo todo aquel da, y, al anochecer, su rocn y l se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubrira algn

  • castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alczares de su redencin le encaminaba. Diose priesa a caminar, y lleg a ella a tiempo que anocheca.

    Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevillacon unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, vea o imaginaba le pareca ser hecho y pasar al modo de lo que haba ledo, luego que vio la venta, se le represent que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a l le pareca castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algn enano se pusiese entre lasalmenas a dar seal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se lleg a la puerta de la venta, yvio a las dos destradas mozas que all estaban, que a l le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto, sucedi acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos -que, sin perdn, as se llaman- toc un cuerno, a cuya seal ellos se recogen, y al instante se le represent a don Quijote lo que deseaba, que era que algn enano haca seal de su venida; y as, con estrao contento, lleg a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzndose la visera de papeln y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo:

    Dijo luego al husped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que coma pan en el mundo. Mirle el ventero, y no le pareci tan bueno como don Quijote deca, ni aunla mitad; y, acomodndole en la caballeriza, volvi a ver lo que su husped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se haban reconciliado con l; las cuales, aunque le habanquitado el peto y el espaldar, jams supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traa atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los udos; mas l no lo quiso consentir en ninguna manera, y as, se qued toda aquella nochecon la celada puesta, que era la ms graciosa y estraa figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como l se imaginaba que aquellas tradas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales seoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:

    El ventero, que, como est dicho, era un poco socarrn y ya tena algunos barruntos de la falta de juicio de su husped, acab de creerlo cuando acab de orle semejantes razones, y, por tener qu rer aquella noche, determin de seguirle el humor; y as, le dijo que andaba muy acertado en lo quedeseaba y peda, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como lpareca y como su gallarda presencia mostraba; y que l, ansimesmo, en los aos de su mocedad, se haba dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Mlaga, Islas de Riarn, Comps de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlcar, Potro de Crdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde haba ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engaando a algunos pupilos, y, finalmente, dndose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda Espaa; y que, a lo ltimo, se haba venido a recoger a aquel su castillo, donde viva con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en l a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condicin que fuesen, slo por la mucha aficin que lestena y porque partiesen con l de sus haberes, en pago de su buen deseo.

    Djole tambin que en aquel su castillo no haba capilla alguna donde poder velar las armas, porque

  • estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de necesidad, l saba que se podan velar dondequiera, y que aquella noche las podra velar en un patio del castillo; que a la maana, siendo Dios servido, se haran las debidas ceremonias, de manera que l quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser ms en el mundo.

    Preguntle si traa dineros; respondi don Quijote que no traa blanca, porque l nunca haba ledo en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese trado. A esto dijo el ventero que se engaaba; que, puesto caso que en las historias no se escriba, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros ycamisas limpias, no por eso se haba de creer que no los trujeron; y as, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros estn llenos y atestados, llevaban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequea llena de ungentos para curar las heridas que receban, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatan y salan heridos haba quien los curase, si ya no era que tenan algn sabio encantador por amigo, que luego los socorra, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido. Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada quesus escuderos fuesen provedos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungentos para curarse; y, cuando suceda que los tales caballeros no tenan escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecan, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de ms importancia; porque, no siendo por ocasin semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues an se lo poda mandar como a su ahijado, que tan presto lo haba de ser, que no caminase de all adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vera cun bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.

    Prometile don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y as, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y, recogindolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y, embrazando su adarga, aside su lanza y con gentil continente se comenz a pasear delante de la pila; y cuando comenz el paseo comenzaba a cerrar la noche.

    Cont el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su husped, la vela de las armas y la armazn de caballera que esperaba. Admirronse de tan estrao gnero de locura y furonselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademn, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, pona los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acab de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que poda competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero haca era bien visto de todos. Antojsele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, vindole llegar, en voz alta le dijo:

    Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alz la lanza a dos manos y dio conella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derrib en el suelo, tan maltrecho que, si segundaracon otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogi sus armas y torn a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde all a poco, sin saberse lo que haba pasado (porque an estaba aturdido el arriero), lleg otro con la mesma intencin de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie, solt otra vez la adarga y alz otra vez la lanza, y, sin hacerla pedazos, hizo ms de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abri por cuatro. Al ruido acudi toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embraz su adarga, y, puesta mano a su espada, dijo: