qué saben esos que vos estudias?”
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Carolina Buela
“¿Qué saben esos que vos estudias?”
Interpelaciones sobre la construcción del saber histórico y su enseñanza con
estudiantes de primer año
Entrando en tema
Este trabajo busca desplegar un recorrido conceptual que se orienta a poner en
diálogo una escena de clase con algunas reflexiones en torno a los posibles sentidos que
otorgo a la acción de enseñar. Por tanto el lector, o lectora, se encontrarán con ciertas
preguntas, ejercicios, problemas y posibles vías de resolución que vengo elaborando,
siempre en conversación con otros/as, respecto al oficio de enseñar historia. Vuelco aquí
pequeña parte de un análisis didáctico que se encuentra en permanente reelaboración y
busca situarse, en esta ocasión, en el trabajo llevado adelante con dos primeros años del
liceo Nº 62 del barrio Colón. Veremos entonces qué se puede
decir/escribir/pensar/hacer...
La escena
Sofía tiene 14 años, es estudiante de primer año del liceo de Colón. Hace ya un
tiempo que ha expresado en clase el sin sentido que tiene para ella estudiar historia. En
general sus comentarios y preguntas abren un sinfín de posibilidades para el diálogo y la
problematización de diversos temas. Sin embargo, la relación que Sofía produce con el
formato liceal, suele no resultar satisfactoria para las exigencias de los sistemas de
evaluación. Sofía se encuentra repitiendo el curso de primer año, vuelve a tener un
complejo cuadro de calificaciones y algunos “problemas de conducta”, según lo
planteado en las reuniones de profesores.
Podríamos decir que la conexión de Sofía con el saber no pasa por el estudio
domiciliario, ni por obtener buenas calificaciones, sino por su presencia en clase, por el
encuentro con sus compañeros/as, la profesora y el saber. Ella siempre está en clase,
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nunca se ausenta, pero además (al menos en
historia) oficia como una especie de comentarista que lleva los temas al campo de los
problemas. Me pregunta y se pregunta... Más allá de su rendimiento curricular,
pareciera que realmente saborea el encuentro con la historia que se le propone dentro
del aula.
Por suerte Sofía se anima a cuestionar lo que se dice en clase, para ella la prehistoria
resulta tan lejana e inexplicable que le parece una especie de “cuento”. Por eso insiste
con la necesidad de que se presenten “pruebas” en torno a lo que se afirma respecto al
tema. Interesante ejercicio en el que me coloca, sobre todo porque en algún punto Sofía
pega en el clavo: ¿qué tanto podemos saber sobre la prehistoria?
En medio de una clase sobre los procesos de pasaje de la vida nómade del
Paleolítico, a las aldeas Neolíticas y a la vida en las primeras ciudades, Sofía interviene
y expresa algo así como: “Para mí todo eso es mentira, yo no creo nada. La Historia no
tiene sentido, no sirve para nada”.
Ante su comentario intervengo preguntándole a qué aspectos se refería cuando decía
que para ella todo era una “mentira”. Sofía responde: “Eso de que primero eran
nómades y cazaban, y después terminaron haciendo ciudades, es raro... ¿qué saben
esos que vos estudias si en la Prehistoria caminaban o no, si hablaban o no? ¿cómo se
enteraron si ya están todos muertos?”. En ese momento Michel De Certeau se instaló
en mis pensamientos porque, como dice Sofía (y De Certeau), sin duda la historia hace
hablar a los muertos.
Finalizado el segundo comentario, algún compañero que no registré, gritó: “Echala
profe”. Parece que este estudiante estaba estupefacto frente a lo que él interpretaba
como una falta de respeto a la profesora. Sinceramente no se me pasó por la cabeza
“echarla”, porque lo que me interesaba en ese momento era que claramente Sofía
dejaba ver cómo varias de las cosas de las que habíamos conversado en clases anteriores
le habían quedado, al menos, resonando. Y por otro lado, la interrogación
epistemológica que había elaborado era para mí impresionante.
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Enseñar
Como adelantaba en la introducción me interesa navegar por los diversos
significados que la palabra enseñar adquiere en relación con mi trabajo y en el diálogo
con la escena compartida. En tal sentido podríamos comenzar por la forma en que este
verbo era definido en los diccionarios de la Real Academia Española para 1780.
Enseñar se define como: “Instruir, adoctrinar, amaestrar, dar reglas y preceptos para la
inteligencia de las cosas”.1 Sin duda, un poco duro su significado si lo miramos a la luz
de las concepciones pedagógicas mayormente sostenidas hoy en día y en nuestra región.
Pero la RAE también dice que enseñar es: “Dar señas y mostrar, señalar e indicar;
como: ENSEÑAR el camino, y así otra cosas”.
Me interesa destacar en primer lugar cierta ambigüedad en las formas en que se
define el término. Ya que existe una distancia importante entre “adoctrinar y
amaestrar” a alguien, o simplemente darle “señas” o mostrarle alguna cosa, “enseñar
el camino”. Esta última forma de interpretación nos acerca a otros usos de la palabra.
Enseñar remite simplemente a mostrar, en tanto gesto que puede perfectamente
culminar en esa misma acción, y que no implica necesariamente un movimiento de
pasaje (en tanto aprendizaje) hacia quien “observa” lo que se ha mostrado.
Fenstermacher (1989) desarrolla este último punto al referirse a la inadecuación de
establecer una relación causal entre enseñanza y aprendizaje. El supuesto en torno a que
a partir de toda enseñanza deviene un aprendizaje estructura fuertemente el discurso
didáctico hasta el día de hoy. Sin embargo este autor nos propone que, en todo caso, la
relación entre enseñanza y aprendizaje conlleva un carácter ontológico, y no
necesariamente de causa-efecto. Por lo cual podría existir enseñanza y no por ello un
aprendizaje directo a partir de la misma. Sigamos un poco más en torno a esta última
apertura.
Laura Besabe y Estela Cols (2007), tomando a Fenstermacher, hablan de la
enseñanza “como un intento de alguien de transmitir cierto contenido a otra persona”
(p. 126). Esta segunda explicación de lo que podría significar el verbo enseñar, se
posiciona en un lugar que también puede configurarse a distancia del adoctrinamiento.
Pensar la enseñanza como un “intento” nos deja, a aquellos que nos dedicamos
1 Real Academia Española, Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española. Disponible
en:http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle
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especialmente a tal oficio, un tanto
desprovistos de certezas, abiertos al encuentro con la incertidumbre en torno a los
propios efectos de nuestro accionar cotidiano.
Pero bien, si buscamos amigarnos con este planteo y partimos del supuesto de que no
existe necesaria correspondencia causal entre lo que los/as profesores/as enseñamos y lo
que los/as estudiantes/as aprenden; y a su vez, que enseñar ciertos contenidos no es más
que un “intento”, se me ocurre en principio que hay algo de las formas en que
evaluamos que debiera repensarse. Esta perspectiva se apoya en la distinción conceptual
que puede establecerse entre, por un lado enseñar, y por otro transmitir. Dos palabras
que no son necesariamente sinónimos, aunque solemos utilizarlos como tales.
Volvemos a la idea de que solo si aquel “intento” tiene éxito, es que se produce
efectivamente algún tipo de transmisión de los contenidos que elegí enseñar. E incluso
si insistimos un poco más, podríamos decir que: aunque efectivamente se produjera la
acción de transmisión, la misma implicaría indefectiblemente un acto de traducción o
resignificación por parte de los/as estudiantes. El contenido jamás llega a destino tal
cual fue elaborado por el profesor/a en su proyecto de clase.
A partir de este juego de posibles significados, y reconociendo cierto grado de
incertidumbre en relación a mi tarea de enseñanza, derivo en preguntarme: ¿qué es lo
que sí puedo “controlar” en torno a mi tarea? Encuentro una posible clave de resolución
considerando que, tal vez, la cuestión radica en la responsabilidad de “sostener la
propuesta” como diría Graciela Frigerio; y de que el “intento” se haga lo mejor posible.
Lo cual para mí implica orientar el centro de la reflexión didáctica en torno a cuáles son
los sentidos que otorgo a mis clases de historia, qué busco enseñar, y cuáles son los
modos de hacer2 que voy encontrando y eligiendo en la tarea. Decisiones todas que me
esfuerzo por tomar a partir de una perspectiva situacional.
Me gusta decir que enseño enseñando.3Afirmación que a primera vista parece una
obviedad, pero que sin embargo encierra para mí un posicionamiento profundamente
político en torno a mi trabajo. Porque me permite comprender mi oficio como aquel que
2 A partir de los aportes de la profesora Ana Zavala se toma la expresión modos de hacer, dado que la
misma permite dar lugar a una la diversidad de formas que de manera situacional suelen desplegarse en
una clase. Por tanto no se concibe como método, ya que dicho término suele remitir a una concepción
regular, sistemática o estereotipada del hacer. 3 Puede obtenerse un desarrollo de esta idea en Alliaud y Antello (2007) Los gajes del oficio. Enseñanza,
pedagogía y formación. Buenos Aires: Aique Grupo
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especialmente se esmera por poner a
disposición, señalar, mostrar (o como queramos enunciar la acción de enseñanza)
algunos saberes/contenidos referidos al campo de mi asignatura, y no solo. Sin duda que
la acción de enseñar historia suele dar lugar a diversos intercambios sobre temas
variados (muchos de gran actualidad) pero sobre todo, da lugar a enseñar historia, de
eso se tratan mis clases. En términos de Beillerot (2000) podría hablar de una clase
como la acción de verbalizar el mundo para un “otro”, o al menos algo del mundo para
“otros”.
Cuando intento profundizar en aquello que antes enunciaba como los “modos de
hacer” mediante los cuales llevo adelante mi tarea, suelo preguntarme por el carácter o
condición epistemológica del saber histórico. Ejercicio que me coloca frente a la
interpelación respecto de si los contenidos que enseña la historia pueden, deben,
asimilarse a otros campos del saber, o en realidad es necesario identificar ciertas
particularidades propias de su campo. En el campo de la didáctica la búsqueda de estas
particularidades ha dado lugar, por ejemplo, al desarrollo de varias perspectivas que
defienden la necesidad de producir saber específico, y no únicamente general. Tales
planteos parten del entendido de que existe una estrecha vinculación entre la condición
epistemológica del saber y sus modos de enseñanza.
A partir de lo antes expresado podría establecerse que, quizás, exista algo en la
relación que especialmente establecemos con el saber histórico que exige de los/as
estudiantes un importante ejercicio de “abstracción”, si es este último el término
adecuado; o podría ser mejor hablar del necesario “trabajo de imaginación” que Paul
Ricoeur nos recuerda. Si bien, el enfoque del autor se refiere a la construcción que los
historiadores llevan adelante cuando analizan documentos, no podemos desconocer que
para vincularse con la historia, o para aprenderla, es necesario estar muy dispuesto/a a
imaginar.
Intentando teorizar en torno a esta última cuestión, me he metido con Bernard
Charlot (2006) y sus denominadas “figuras del aprender” (p. 79). Porque con ellas el
autor busca distinguir entre saberes que implican al sujeto desde una relación más
“práctica”, de aquellos otros que lo implican a partir de una relación mayormente
vinculada con lo “enunciable”. Charlot las explica así:
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Los niños están enfrentados a la necesidad de aprender encontrando, en un
mundo que ya está allí:
-objetos-saberes, esto es, objetos en los cuales está incorporado el saber: libros,
monumentos y obras de arte, emisiones televisivas “culturales”…;
-objetos que es necesario aprender a utilizar, desde los más familiares (cepillo
de dientes, cordones…) a los más elaborados (máquina de fotos,
computadora…);
-actividades a dominar, de naturaleza diversa: leer, nadar, desmontar un
motor…;
-dispositivos relacionales donde entrar y formas relacionales a apropiarse, ya se
trate de decir gracias como de emprender una relación amorosa”. (2006, p.76)
Para ampliar la distinción entre estas figuras, Charlot, utiliza el ejemplo de quien
aprende a nadar y explica que, aunque aprendiéramos al dedillo los aspectos más
enunciables referentes a los procedimientos técnicos de la natación, no podríamos
asegurar que efectivamente sabemos nadar hasta no tirarnos al agua y salir a flote por
nuestros propios medios. Por tanto, podríamos decir que en las “relaciones de saber”
que desplegamos para aprender a nadar hay algo de lo práctico y corporal que se pone
en juego de distinta manera que si pensamos en aprender las implicancias de la
revolución Neolítica.
Por otro los “objetos/saberes”, figura que me interesa especialmente, son detallados
como aquellos que pueden aprenderse y enseñarse simplemente por medio de su
enunciación, y que por tanto contienen una fuerte base en el lenguaje. Una expresión
habitual entre los estudiantes sirve al autor para ejemplificar la condición a la que se
refiere. Expresa que acceder a los “objetos/saberes” podría implicar “meterse cosas en
la cabeza”. En tal sentido: ¿podríamos decir que la enseñanza de la historia se centra
fundamentalmente en poner a disposición contenidos que se estructuran fuertemente
como “objetos/saberes”? Si este es el caso, hablariamos de una enseñanza, y de una
relación con el saber, que se expresa sobre todo de manera “enunciable”, y no
necesariamente práctica por parte del sujeto. Aunque cabe aclarar que Charlot no
establece una relación de exclusión entre ambas dimensiones. Puede sonar un tanto
forzada la pretensión de distinción entre aquello que llamamos “lo teórico” y “lo
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práctico”, pero a mi entender para aprender
historia lo enunciable se pone mucho más en juego que en la relación que establecemos
con otro tipo de saberes. Y esto se produce por el propio carácter epistemológico del
conocimiento histórico, por lo tanto no refiere únicamente a un asunto de los modos de
su enseñanza, o a la tradición didáctica que la sustenta.
Y bien, si partimos de que el saber histórico alberga una condición fuertemente
enunciable, sin duda es necesario tener en cuenta este aspecto cuando pensamos su
enseñanza. En tal sentido, e intentando si se quiere ampliar (no sustituir) a una
dimensión más “práctica” la relación con el saber histórico que los estudiantes
desarrollan, busco introducir en mis clases lo que podría entenderse como gestos4 que se
orientan a producir algún tipo de apoyatura experiencial. Ejercicios que podrían llegar a
colaborar con que los/las estudiantes puedan relacionarse de una manera más cercana
con los contenidos que enseño. Hablo de gestos, por su simpleza, porque muchas veces
no contienen grandes planificaciones, ni formatos metodológicos muy distintos. Son
pequeños movimientos que transcurren en unos pocos minutos, a veces dentro del aula,
otras no, pero que creo colaboran con volver disponibles algunos contenidos que pueden
resultar demasiado “lejanos” o “abstractos” para los estudiantes. Poner el cuerpo en
escena ha sido un gran habilitador en este sentido.
Intentando relatar la dinámica de alguno de estos gestos a continuación comento un
ejercicio muy sencillo, realizado con dos primeros años del liceo Nº62 con la intención
de trabajar la cuestión del tiempo y el cambio. El ejercicio consiste en proponer a
algunos/as estudiantes que salgan del salón de clase con la intención de que vuelvan a
ingresar con su marcha corporal en distintos ritmos. Buscando representar ingresos
rápidos, no tan rápidos, lentos y muy lentos... además ya aprovechamos para jugar un
poco con las transformaciones físicas del proceso de hominización en relación a la
progresiva postura bípeda y de liberación de las manos.
El ejercicio cautivó, supongo que por la simpleza de abandonar el banco y ponerse en
movimiento. Hubo estudiantes que entraron caminando en cámara lenta y en cuatro
patas, levantándose progresivamente hasta quedar en dos pies para continuar su marcha,
otros que entraron al salón un poco más veloces, hasta los que entraron de un salto y sin
4 Se toma este término de los planteos de Carlos Skliar, aunque el sentido que se le otorga en este texto no
se corresponde exactamente con el que plantea el autor.
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demora. Las risas, los aplausos y las danzas
también tuvieron su lugar. Luego de la pequeña actuación, que no llevó más que unos
pocos minutos, establecimos vínculos con los procesos que estábamos estudiando.
Miramos la línea de tiempo que habíamos realizado unas clases atrás, de manera que
pudieran identificar las diversas temporalidad y duraciones de las etapas que estábamos
estudiando, así como las que restaba por estudiar. También atendimos a cómo las
épocas históricas tienen una duración cada vez más acotada. Nos referimos a diversos
aspectos sobre el proceso de hominización y su duración, lo cual permitió explicar que
los seres humanos aparecimos en el planeta a partir de un largo proceso, y que no
“caímos del cielo” (como alguna voz por el fondo había comentado). En definitiva
pudimos comenzar a hablar del tiempo, o mejor dicho, de la construcción social e
histórica de diversos tiempos de los que intentaremos seguir conversando a lo largo del
curso de este año.
Finalmente e insistiendo con el planteo inicial en torno a que enseñar es sobre todo
“dar o repartir signos”, resulta interesante hacer el ejercicio de explicitar, ¿cuáles
podrían ser algunos de esos “signos” que suelo intentar poner a disposición de los/as
estudiantes? En términos generales puedo decir que suelo preocuparme por que en mis
clases circulen conceptos, cronologías, relaciones, personas, lugares, procesos, fuentes,
libros, audiovisuales, formas de investigación, discusiones, objetos de arte, en fin...
Signos que muchas veces no tienen una relación directa con la situaciones que los
adolescentes viven cotidianamente (aspecto que suelen reclamar insistentemente
algunos intentos de reforma educativa) pero que de alguna manera, actúan en términos
de Silvia Duschatzcky (2008) como “apertura de la cadena de significantes”. Desde esta
perspectiva puede comprenderse la clase como una instancia “portadora de una
variación simbólica”, que introduce una diferencia en relación a los referentes históricos
de identificación que portan los sujetos. (p. 77)
Finalmente pareciera que hay algo en torno a la enseñanza que tiene que ver con una
responsabilidad adulta que se orienta, como nos propone Hannah Arendt,
especialmente hacia aquellos que llegan al mundo. Una responsabilidad que tiene que
ver con un justo reparto que no debería, a mi entender, obsesionarse tanto con las
mediciones de aprendizaje, como con que lo que se reparte llegue a todos/as.
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Enseñando algo sobre cómo escribe la Historia
Habiendo hablado ya respecto de cómo me gusta5 significar la palabra enseñar,
volviendo a la escena que convoca este relato, quisiera contar algo respecto de lo que
abrió para mí, en términos didácticos, el dilema en el que me colocó Sofía con su
solicitud de que le enseñara “pruebas” de lo que relataba respecto a la Prehistoria.
En principio responder a la solicitud me exigía una acción de profundización en el
estudio sobre el tema, es decir, me implicaba meterme con ciertas debilidades de mi
propia relación con el saber. Era necesario comenzar a hablar en clase no solo sobre las
formas en que investiga la Historia, sino también las Arqueología, de la Paleontología,
de la Antropología, etc. Fue donde me encontré con las limitaciones concretas que
tenemos quienes no nos hemos acercado del todo a espacios de investigación. Pero a su
vez la interpelación no radica solamente en la cuestión de la investigación, sino en el
problema respecto de cómo se escribe historia. La dimensión narrativa de la que tanto
nos han hablado Michel de Certeau, Paul Ricœur y otros, adquiere vital importancia
cuando decidimos trabajar la cuestión de la construcción del conocimiento histórico.
“La historia es toda escritura” nos advierte Paul Ricœur (2009).
Cuando Sofía se cuestiona respecto de cómo puede ser que “esos que estudia la
profe” (refiriéndose a los historiadores) sepan tanto de la prehistoria cuando en realidad
“ya están todos muertos” (refiriéndose a los protagonistas); vuelve a proponer una
reflexión en torno al propio estatus epistemológico del saber histórico. Michel de
Certeau, nos habla de lo paradojal de un relato, el histórico, que se dedica a hablar de la
ausencia, “la escritura hace entrar en escena a una población de muertos -personajes,
mentalidades o precios.” (De Certeau, 2006, p.116) En tal sentido, circulamos por un
doble juego entre “hacer historia” y “contar historias”, lo cual para De Certeau
condiciona fuertemente las propias posibilidades que la historia tiene de constituirse
como conocimiento “científico”. Entonces: ¿cuáles pueden ser en clase las posibles vías
para el abordaje de la complejidad de este problema?
Resulta para mí inevitable la recurrencia al ejercicio reflexivo que propone Ricœur
(2009) cuando se pregunta: ¿cómo diferenciar la tarea del novelista de la del
historiador? ¿Cómo abordar la cuestión de la brecha existente entre pasado y su
5 Digo me gusta porque algunas cosas, o mejor dicho muchas, cuando hablamos de educación pasan por
el cuerpo en un plano de afectación que trasciende la tradición racionalista.
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representación? Entiendo que desplegar esta
discusión con los estudiantes es absolutamente viable, incluso con primer año. Ensayar
posibles respuestas a esta interrogante ha sido una interesante actividad que no tiene por
qué ir en la búsqueda de certezas que nos tranquilicen. Funciona más bien (o al menos a
mi me ha funcionado) como puerta de entrada al problema de la “verdad” en historia.
Permite arrojar algo de luz respecto de la incómoda situación en la que nos coloca la
explicitación de que cuando hablamos de historia siempre nos referimos a
interpretaciones, visiones o reconstrucciones sobre lo que sucedió, y no necesariamente
a la “realidad” misma. ¿Qué diferencia existe, entonces, entre la historia que cuenta la
profe y la ficción que me leí ayer en el blog que me recomendaron?
Ricœur (2009) expresa:
el recurso a los documentos señala una línea divisoria entre historia y ficción: a
diferencia de la novela, las construcciones del historiador tienden a ser
reconstrucciones del pasado. A través del documento y por medio de la prueba
documental, el historiador está sometido a lo que, un día, fue. Tiene una deuda
con el pasado, una deuda de reconocimiento con los muertos, que hace de él un
deudor insolvente”. ( pp 837-838)
A su vez, Roger Chartier (2007) nos recuerda que a pesar de la paradoja planteada
por Michel De Certeau al comprender a la historiografía en el casi “oxímoron” de
relacionar “lo real” y el discurso, el autor nunca desconoce la capacidad de la historia de
construir conocimiento y de formular enunciados “científicos”. (Chartier, p27)
Considero que es en ese punto en el que puedo trabajar, en ese juego que permite la
recurrencia a la huella, a la prueba como oportunamente reclamaba Sofía. De eso puede
perfectamente tratarse una clase de historia, de poner sobre la mesa las evidencias, los
caminos por los cuales los/as historiadores/as reconstruyen el pasado. Es decir de la
explicitación de la “operación historiográfica”. En definitiva se trata, parafraseando a
Ricœur, de contar algo de cómo los/as historiadores/as pagan su deuda con el pasado.
Esta apertura conceptual y didáctica me orienta inevitablemente a un intento de
repensar el espacio áulico, es decir me propone abrir la clase a la llegada de otros
actores, especialmente a aquellos que desempeñan un oficio más cercano al trabajo
directo con las huellas del pasado. Incluso me seduce la posibilidad de dar clase fuera
del liceo, en otro sitio... y si es arqueológico mejor. Poner a disposición experiencias
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que permitan a los estudiantes ver, tocar, oír...
el propio proceso de construcción de conocimiento histórico.
Pensando a su vez en todo lo que permite trabajar con estudiantes de primer año,
imaginamos con algunas colegas la posibilidad de armar una excavación arqueológica
en el fondo del liceo. O jugar con cajones de arena en los cuales tuvieran que buscar
piezas de cerámica, trabajar con bloques de arcilla que encerraran cierto tipo de huesos
para extraer, salir a recorrer los archivos del liceo y jugar a colocarse en el rol de
investigadores/as, coordinar actividades con el equipo de paleontología de la Udelar,
presentar problemas para resolver a lo largo del año, en fin... Nada muy distinto a lo que
muchos/as profesores/as apasionadamente ya vienen desplegando en sus cursos.
La imaginación vuela y con algún tipo de forma tiene que aterrizar, mucho de esto se
ha concretado, otra parte no, y tal vez no se haga. Pero más allá de los modos que va
adoptando la temática, la pregunta de Sofía me invitó a pensar en torno a la opción que
hago por trabajar con los contextos de producción de los saberes que enseño. Estoy
convencida de que mostrar dichos procesos permite evidenciar el carácter social e
histórico de las disciplinas que enseñamos.
Bibliografía citada
Alliaud, A y Antelo (2009) Los gajes del oficio. Enseñanza, pedagogía y formación.
BsAs: Aique
Barbier, J (2000) Relación establecida, sentido construido, significación dada. En:
Barbier, J-M y Galantanu, O (eds): Significación, sentido, formación, Paris, PUF
Beillerot, J (2000) Le rapport au savoir, in : J. Beillerot et altri : Formes et formations
du rapport au savoir, L’Harmattan, Paris, Pp. 39-57
Charlot, B. (2006). La relación con el saber. Elementos para una teoría. Montevideo:
Trilce
Chartier, R (2007) La historia o la lectura del tiempo. Barcelona: Gedisa
De Certeau, M (2006) La escritura de la Historia, Mèxico: Departamento de Historia
Universidad Iberoamericana.
Duschatzky, S y Sztulwark, D (2011) Imágenes de lo no escolar. Bs As: Paidós
Frigerio, G (2008) Formar para el ejercicio de la enseñanza.Preguntas alrededor de la
problemática del saber. Conferencia llevada a cabo en: Seminario Internacional.
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Profesionalizar a los profesores sin
formación inicial: puntos de referencia para actuar.
Ricœur, P (2003) Tiempo y narración III, México: siglo XXI