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PRIMERAS PÁGINAS“loS SANtoS INocENtES”

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

Miguel DelibesLos santos inocentes

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

Este libro no podrá ser reproducido,ni total ni parcialmente, sin el previopermiso escrito del editor.Todos los derechos reservados

© Miguel Delibes, 1981© Editorial Planeta, S. A., 2008

Avinguda Diagonal, 662, 6.ª planta. 08034 Barcelona (España)

Diseño de la colección: Laura Comellas / Departamento de Diseño,División Editorial del Grupo Planeta

Ilustración de la cubierta: © Tamara Staples / Getty ImagesPrimera edición en esta presentación en Colección Booket: junio de 2008Segunda impresión: septiembre de 2008

Depósito legal: B. 40.948-2008ISBN: 978-84-08-08134-0Composición: La Nueva Edimac, S. L.Impresión y encuadernación: Litografía Rosés, S. A.Printed in Spain - Impreso en España

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Biografía

Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Se dio aconocer como novelista con La sombra del ciprés esalargada, Premio Nadal 1947. Siguieron clásicos comoEl camino, Las ratas, Cinco horas con Mario o Los santos inocentes. Su extensa obra literaria le havalido numerosos galardones, entre ellos el Nacional deLiteratura (1955), el de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes deLiteratura (1993). En 1973 fue elegido miembro de laReal Academia. Entre sus obras publicadas en Booketse encuentran El príncipe destronado, Señora de rojosobre fondo gris, Diario de un cazador, La hoja roja, LaTierra herida o El hereje (Premio Nacional de Narrativa1999), novela que obtuvo un clamoroso éxito de críticay público.

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A la memoria de mi amigoFélix R. de la Fuente

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Libro primero

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Azarías

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A su hermana, la Régula, le contrariaba la ac-titud del Azarías, y le regañaba y él, entonces,regresaba a la Jara, donde el señorito, que a suhermana, la Régula, le contrariaba la actituddel Azarías porque ella aspiraba a que los mu-chachos se ilustrasen, cosa que a su hermano,se le antojaba un error, que,

luego no te sirven ni para finos ni parabastos,pontificaba con su tono de voz brumoso, leve-mente nasal,y, por contra, en la Jara, donde el señorito, na-die se preocupaba de si éste o el otro sabíanleer o escribir, de si eran letrados o iletrados,o de si el Azarías vagaba de un lado a otro, losremendados pantalones de pana por las cor-vas, la bragueta sin botones, rutando y con lospies descalzos e, incluso, si, repentinamente,marchaba donde su hermana y el señoritopreguntaba por él y le respondían,

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

anda donde su hermana, señorito,el señorito tan terne, no se alteraba, si es casolevantaba imperceptiblemente un hombro, elizquierdo, pero no indagaba más, ni comenta-ba la nueva, y, cuando regresaba, tal cual,

el Azarías ya está de vuelta, señorito,y el señorito esbozaba una media sonrisa y enpaz, que al señorito sólo le exasperaba queel Azarías afirmase que tenía un año más que elseñorito, porque, en realidad, el Azarías ya eramozo cuando el señorito nació, pero el Aza-rías ni se recordaba de esto y, si, en ocasiones,afirmaba que tenía un año más que el señoritoera porque Dacio, el Porquero, se lo dijo asíuna Nochevieja que andaba un poco bebido ya él, al Azarías, se le quedó grabado en la sese-ra, y tantas veces le preguntaban,

¿qué tiempo te tienes tú, Azarías?otras tantas respondía,

cabalmente un año más que el señorito,pero no era por mala voluntad, ni por el gus-to de mentir, sino por pura niñez, que el se-ñorito hacía mal en renegarse por eso y lla-marle zascandil, ni era justo tampoco, ya queel Azarías, a cambio de andar por el cortijotodo el día de Dios rutando y como masti-cando la nada, mirándose atentamente lasuñas de la mano derecha, lustraba el auto-móvil del señorito con una bayeta amarilla, y

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desenroscaba los tapones de las válvulas alos automóviles de los amigos del señoritopara que al señorito no le faltaran el día quelas cosas vinieran mal dadas y escaseasen y,por si eso no fuera suficiente, el Azarías secuidaba de los perros, del perdiguero y delsetter, y de los tres zorreros y si, en la altanoche, aullaba en el encinar el mastín delpastor y los perros del cortijo se alborota-ban, él, Azarías, los aplacaba con buenas pa-labras, les rascaba insistentemente entre losojos hasta que se apaciguaban y a dormir y,con la primera luz, salía al patio estirándose,abría el portón y soltaba a los pavos en elencinar, tras de las bardas, protegidos por lacerca de tela metálica y, luego, rascaba la ga-llinaza de los aseladeros y, al concluir, pues aregar los geranios y el sauce y a adecentar eltabuco del búho y a acariciarle entre las ore-jas y, conforme caía la noche, ya se sabía,Azarías, aculado en el tajuelo, junto a lalumbre, en el desolado zaguán, desplumabalas perdices, o las pitorras, o las tórtolas, o lasgangas, cobradas por el señorito durante lajornada y, con frecuencia, si las piezas abun-daban, el Azarías reservaba una para la mila-na, de forma que el búho, cada vez que leveía aparecer, le envolvía en su redonda mi-rada amarilla, y castañeteaba con el pico,

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como si retozara, todo por espontáneo afec-to, que a los demás, el señorito incluido, lesbufaba como un gato y les sacaba las uñas,mientras que a él, le distinguía, pues rara erala noche que no le obsequiaba, a falta de bo-cado más exquisito, con una picaza, o unaratera, o media docena de gorriones atrapa-dos con liga en la charca, donde las carpas,o vaya usted a saber, pero, en cualquier caso,Azarías le decía al Gran Duque, cada vezque se arrimaba a él, aterciopelando la voz,

milana bonita, milana bonita,y le rascaba el entrecejo, y le sonreía con lasencías deshuesadas y, si era el caso de ama-rrarle en lo alto del cancho para que el seño-rito o la señorita o los amigos del señorito olas amigas de la señorita se entretuviesen,disparando a las águilas o a las cornejas porla tronera, ocultos en el tollo, Azarías le en-rollaba en la pata derecha un pedazo de fra-nela roja para que la cadena no le lastimase y,en tanto el señorito o la señorita o los amigosdel señorito o las amigas de la señorita per-manecían dentro del tollo, él aguardaba, acu-clillado en la greñura, bajo la copa de la ata-laya, vigilándolo, temblando como un talloverde, y, aunque estaba un poco duro deoído, oía los estampidos secos de las detona-ciones y, a cada una, se estremecía y cerraba

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los ojos y, al abrirlos de nuevo, miraba haciael búho y, al verle indemne, erguido y de-safiante, haciendo el escudo, sobre la piedra,se sentía orgulloso de él y se decía conmovi-do para entre sí,

milana bonita,y experimentaba unos vehementes deseos derascarle entre las orejas y, así que el señorito ola señorita, o las amigas del señorito, o losamigos de la señorita, se cansaban de matarrateras y cornejas y salían del tollo estirándosey desentumeciéndose como si abandonaran labocamina, él se aproximaba moviendo lasmandíbulas arriba y abajo, como si masticasealgo, al Gran Duque, y el búho, entonces, seimplaba de satisfacción, se esponjaba comoun pavo real y el Azarías le sonreía,

no estuviste cobarde, milana,le decía,y le rascaba el entrecejo para premiarle y, alcabo, recogía del suelo, una tras otra, las águi-las abatidas, las prendía en la percha, desenca-denaba al búho con cuidado, le introducía enla gran jaula de barrotes de madera, que seechaba al hombro, y pin, pianito, se encami-naba hacia el cortijo sin aguardar al señorito,ni a la señorita, ni a los amigos del señorito, nia las amigas de la señorita que caminaban,lenta, cansinamente, por la vereda, tras él,

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charlando de sus cosas y riendo sin ton ni sony, así que llegaba a la casa, el Azarías colgabala percha de la gruesa viga del zaguán y, tanpronto anochecía, acuclillado en los guijos delpatio, a la blanca luz del aladino, desplumabaun ratonero y se llegaba con él a la ventanadel tabuco, y

uuuuuh,hacía,ahuecando la voz, buscando el registro más te-nebroso, y, al minuto, el búho se alzaba hasta lareja sin meter bulla, en un revuelo pausado yblando, como de algodón, y hacía a su vez,

uuuuuh,como un eco del uuuuuh de Azarías, un ecode ultratumba, y, acto seguido, prendía la ra-tera con sus enormes garras y la devoraba si-lenciosamente en un santiamén y el Azarías lemiraba comer con su sonrisa babeante y musi-taba,

milana bonita, milana bonita,y, una vez que el Gran Duque concluía su fes-tín, el Azarías se encaminaba al cobertizo,donde las amigas del señorito y los amigos dela señorita estacionaban sus coches, y, pacien-temente, iba desenroscando los tapones de lasválvulas de las ruedas, mediante torpes movi-mientos de dedos y, al terminar, los juntabacon los que guardaba en la caja de zapatos, en

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la cuadra, se sentaba en el suelo y se ponía acontarlos,

uno, dos, tres, cuatro, cinco...y al llegar a once, decía invariablemente,

cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuaren-ta y cinco...,

luego salía al corral, ya oscurecido, y, en un rin-cón se orinaba las manos para que no se leagrietasen y abanicaba un rato el aire para quese orearan y así un día y otro día, un mes y otromes, un año y otro año, toda una vida, pero apesar de este régimen metódico, algunas ama-necidas, el Azarías se despertaba flojo y comodesfibrado, como si durante la noche alguien lehubiera sacado el esqueleto, y esos días, no ras-caba los aseladeros, ni disponía la comida paralos perros, ni aseaba el tabuco del búho, sinoque salía al campo y se acostaba a la abrigadade los zahurdones o entre la torvisca y, si acasopicaba el sol, pues a la sombra del madroño, ycuando Dacio le preguntaba,

¿qué es lo que te pasa a ti, Azarías?él,ando con la perezosa, que yo digo,

y, de esta forma, dejaba pasar las horas muer-tas, y si el señorito se tropezaba con él y lepreguntaba,

¿qué te ocurre, hombre de Dios?,Azarías la misma,

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

ando con la perezosa, que yo digo, señori-to, sin inmutarse, encamado en la torvisca o alamparo del madroño, inmóvil, replegado so-bre sí mismo, los muslos en el vientre, los co-dos en el pecho, mascando salivilla o rutandosuavemente, como un cachorro ávido de ma-mar, mirando fijamente la línea azul-verdosade la sierra recortada contra el cielo, y loschozos redondos de los pastores y el Cerro delas Corzas (del otro lado del cual estaba Por-tugal) y los canchales agazapados como tortu-gas gigantes, y el vuelo chillón y estirado delas grullas camino del pantano, y las merinasmerodeando con sus crías y, si acaso se pre-sentaba Dámaso, el Pastor, y le decía

¿ocurre algo, Azarías?él,

ando con la perezosa, que yo digo,y de este modo transcurría el tiempo hastaque sobrevenía el apretón y daba de vientreorilla del madroño o en la oscura grieta de al-gún canchal y, según se desahogaba, iban vol-viéndole paulatinamente las energías y, unavez recuperado, su primera reacción era lle-garse donde el búho y decirle dulcemente através de la reja,

milana bonita,y el búho venga de esponjarse y castañetearcon el corvo pico, hasta que Azarías le obse-

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quiaba con un aguilucho o un picazo desplu-mados y, mientras lo devoraba, el Azarías, afin de ganar tiempo, se acercaba a la cuadra,se sentaba en el suelo y se ponía a contar lostapones de las válvulas de la caja,

uno, dos, tres, cuatro, cinco...hasta llegar a once, y, entonces decía,

cuarenta y tres, cuarenta y cuatro y cua-renta y cinco,y, al concluir, cubría la caja con la tapa, sequedaba un largo rato observando las chatasuñas de su mano derecha, moviendo arriba yabajo las mandíbulas y mascullando palabrasininteligibles y, de repente, resolvía,

me voy donde mi hermana,y, en el porche, se encaraba con el señorito,emperezado en la tumbona, adormilado,

me voy donde mi hermana, señorito,y el señorito levantaba imperceptiblemente elhombro izquierdo y,

vete con Dios, Azarías,y él marchaba al otro cortijo, donde su herma-na, y ella, la Régula, nada más abrirle el por-tón,

¿qué se te ha perdido aquí, si puede sa-berse?y Azarías

¿y los muchachos?y ella,

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

ae, en la escuela están, ¿dónde quieres queanden?y él, el Azarías, mostraba un momento la pun-ta de la lengua, gruesa y rosada, volvía a es-conderla, la paladeaba un rato y decía al fin,

el mal es para ti, luego no te van a servir nipara finos ni para bastos,y la Régula,

ae, ¿te pedí yo opinión?pero, tan pronto caía el sol, el Azarías se azo-rraba mirando las brasas, masticando la naday, al cabo de un rato, erguía la cabeza y, súbi-tamente, decía,

mañana me vuelvo donde el señorito,y antes de amanecer, así que surgía una

raya anaranjada en el firmamento delimitan-do el contorno de la sierra, el Azarías ya an-daba en la trocha y, cuatro horas más tarde,sudoroso y hambriento, en cuanto oía a laLupe descorrer el gran cerrojo del portón,ya empezaba,

milana bonita, milana bonita,una y otra vez, sin dejarlo, y a la Lupe, la Por-quera, ni los buenos días y el señorito tal vezandaba en la cama, descansando, pero así queaparecía a mediodía en el zaguán, la Lupe ledaba el parte,

el Azarías nos entró de mañana, señorito,y el señorito amusgaba los ojos somnolientos,

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de acuerdo,decía,y alzaba el hombro izquierdo, como resignado,o sorprendido, aunque ya se sentía al Azaríasrascando los aseladeros o baldeando el tabucodel Gran Duque y arrastrando la herrada porel patio de guijos, y, de este modo, iban trans-curriendo las semanas hasta que un buen día,al apuntar la primavera, el Azarías se transfor-maba, le subía a los labios como una sonrisatarda, inefable, y, al ponerse el sol, en lugar decontar los tapones de las válvulas, agarraba albúho y salía con él al encinar y el enorme pá-jaro, inmóvil, erguido sobre su antebrazo, ote-aba los alrededores y, conforme oscurecía, le-vantaba un vuelo blando y silencioso y volvía,al poco rato, con una rata entre las uñas o unpinzón y allí mismo, junto al Azarías, devora-ba su presa, mientras él le rascaba entre lasorejas, y escuchaba los latidos de la sierra, elladrido áspero y triste de la zorra en celo o elbramido de los venados del Coto de SantaAngela, apareándose también, y, de cuando encuando, le decía,

la zorra anda alta, milana, ¿oyes?,y el búho le enfocaba sus redondas pupilasamarillas que fosforecían en las tinieblas, en-derezaba lentamente las orejas y tornaba acomer y, ahora ya no, pero en tiempos se oía

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también el fúnebre ulular de los lobos en elpiornal las noches de primavera pero desdeque llegaron los hombres de la luz e instala-ron los postes del tendido eléctrico a lo largode la ladera, no se volvieron a oír, y, a cam-bio, se sentía gritar al cárabo, a pausas perió-dicas, y el Gran Duque, en tales casos, erguíala enorme cabezota y empinaba las orejas y elAzarías venga de reír sordamente, sin ruido,sólo con las encías, y musitaba con voz em-pañada,

¿estás cobarde, milana?, mañana salgo acorrer el cárabo,y, dicho y hecho, al día siguiente, con el cre-púsculo, salía solo sierra adelante, abriéndosepaso entre la jara florecida y los tamujos y lamontera, porque el cárabo ejercía sobre elAzarías la extraña fascinación del abismo,una suerte de atracción enervada por el páni-co, de tal manera que al detenerse en plenamoheda, oía claramente los rudos golpes desu corazón y, entonces, esperaba un rato paratomar aliento y serenar su espíritu y, al cabo,voceaba,

¡eh!, ¡eh!,citándole, citando al cárabo, y, seguidamente,aguzaba el oído aguardando respuesta, mien-tras la luna asomaba tras un celaje e inundabael paisaje de una irreal fosforescencia poblada

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de sombras, y él, un tanto amilanado, hacíabocina con sus manos y repetía desafiante,

¡eh!, ¡eh!,hasta que, súbitamente, veinte metros másabajo, desde una encina corpulenta, le llegabael anhelado y espeluznante aullido,

¡buhú, buhú!,y, al oírlo, el Azarías perdía la noción deltiempo, la conciencia de sí mismo, y rompíaa correr enloquecido, arruando, hollando lospiornos, arañándose el rostro con las ramasmás bajas de los madroños y los alcornoquesy, tras él, implacable, saltando blandamentede árbol en árbol, el cárabo, aullando y car-cajeándose y, cada vez que reía, al Azarías sele dilataban las pupilas y se le erizaba la piely recordaba a la milana en la cuadra, y apre-miaba aún más el paso y el cárabo a sus es-paldas tornaba a aullar y a reír y el Azaríascorría y corría, tropezaba, caía y se levanta-ba, sin volver jamás la cabeza y, al llegar, ja-deante, a la dehesa, la Lupe, la Porquera, sesantiguaba,

¿de dónde te vienes, di?,y el Azarías sonreía tenuemente, como un chi-quillo cogido en falta, y,

de correr el cárabo, que yo digo,decía,y ella comentaba,

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¡Jesús qué juegos!, te has puesto la caracomo un Santo Cristo,pero él ya andaba en la cuadra, restañándosela sangre de los rasguños con la bayeta, quie-to, escuchando los dolorosos golpes de su co-razón, la boca entreabierta, sonriendo al va-cío, babeando, y, al cabo de un rato, ya mássereno, se llegaba al tabuco de la milana, aga-chado, sin meter ruido, y, súbitamente, se aso-maba al ventano y hacía,

¡uuuuuh!,y el búho revolaba hasta la peana y le miraba alos ojos, ladeando la cabeza, y entonces elAzarías le decía muy ufano,

anduve corriendo el cárabo,y el animal enderezaba las orejas y tableteabacon el pico, como si lo celebrara, y él,

buena carrera le di,y empezaba a reír por lo bajo, siseando, sin-tiéndose protegido por las bardas del cortijo,y así una vez tras otra, una primavera trasotra, hasta que una noche, vencido mayo, searrimó a los barrotes del tabuco y dijo comode costumbre,

¡uuuuuh!,pero el Gran Duque no acudió a la llamada, y,entonces, el Azarías se sorprendió e hizo denuevo,

¡uuuuuh!,

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pero el Gran Duque no acudió a la llamada, yel Azarías,

¡uuuuuh!,terco, por tercera vez, pero, dentro del tabu-co, ni un ruido, con lo que el Azarías empujóla puerta, prendió el aladino y se encontró albúho engurruñido en un rincón y, al mostrarlela picaza desplumada, el búho ni ademán y,entonces, el Azarías, dejó la pega en el suelo y sesentó junto a él, le tomó delicadamente porlas alas y lo arrimó a su calor, rascándole insis-tentemente en el entrecejo y diciéndole conternura,

milana bonita,mas el pájaro no reaccionaba a los habitua-les estímulos, con lo cual, el Azarías lo depo-sitó sobre la paja, salió y preguntó por el se-ñorito,

la milana está enferma, señorito, te tienecalentura,le informó,y el señorito,

¿qué le vamos a hacer, Azarías? está viejaya, habrá que buscar un pollo nuevo,y el Azarías, desolado,

pero es la milana, señorito,y el señorito, los ojos adormilados,

¿y dime tú, que lo mismo da un pájaro queotro?

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y el Azarías, implorante,¿autoriza el señorito que dé razón al Mago

del Almendral?y el señorito adelantó indolentemente su hom-bro izquierdo,

¿al Mago?, muy gastoso te sales tú, Azarías,si por un pájaro tuviéramos que llamar alMago, ¿adónde iríamos a parar?,y, tras su reproche, una carcajada, como el cá-rabo, que al Azarías se le puso la carne de ga-llina y,

señorito, no se ría así, por sus muertos se lopido,y el señorito,

¿es que tampoco me puedo reír en mi casa?y otra carcajada, como el cárabo, cada vezmás recias, y, a sus risas estentóreas, acudie-ron la señorita, la Lupe, Dacio, el Porquero,Dámaso y las muchachas de los pastores, y to-dos en el zaguán reían a coro, como cárabos, yla Lupe,

pues no está llorando el zascandil de él porese pájaro apestoso,y el Azarías,

la milana te tiene calentura y el señorito noautoriza a que dé razón al Mago del Almen-dral,y, venga, otra carcajada, y otra, hasta que, fi-nalmente, el Azarías, desconcertado, echó a

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Primeras páginas: “Los santos inocentes”

correr, salió al patio y se orinó las manos y,después, entró en la cuadra, se sentó en elsuelo y se puso a contar en voz alta los tapo-nes de las válvulas tratando de serenarse,

una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,ocho, nueve, diez, once, cuarenta y tres, cua-renta y cuatro, cuarenta y cinco,hasta que se sintió más relajado, se puso unsaco por cabezal y durmió una siesta y, así queamaneció Dios, se arrimó quedamente a lareja del tabuco e hizo,

¡uuuuuh!pero nadie respondió, y, entonces, el Azaríasempujó la puerta y divisó al búho en el rincóndonde lo dejara la víspera, pero caído y rígidoy el Azarías se llegó a él con pasitos cortos, locogió por el extremo de un ala, se abrió lachaqueta, la cruzó sobre el pájaro y dijo convoz quebrada,

milana bonita,pero el Gran Duque ni abría los ojos, ni casta-ñeteaba con el pico, ni nada, ante lo cual elAzarías atravesó el patio, se llegó al portón ydescorrió el cerrojo, y a sus chirridos, salió laLupe, la de Dacio,

¿qué es lo que te se ha puesto ahora en lacabeza, Azarías?y el Azarías,

me marcho donde mi hermana,

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y, sin más, salió y, a paso rápido, sin sentir losguijos, ni las gatuñas en las plantas de los pies,franqueó el encinar, el piornal y la vaguada,oprimiendo dulcemente el cadáver del pájarocontra su pecho y, así que le puso la vista enci-ma, la Régula,

¿otra vez por aquí?y el Azarías

¿y los muchachos?y ella,

en la escuela están,y el Azarías,

¿es que no hay nadie en la casa?y ella,

ae, la Niña Chica está,y en ese momento, la Régula, reparó en el bul-to que arropaba el Azarías contra el pecho, leabrió las puntas de la chaqueta y el cadáverdel pajarraco cayó sobre los baldosines rojos yella, la Régula, dio un grito histérico y,

ya estás sacando de casa esa carroña, ¿meoyes?dijo,y el Azarías, sumisamente, recogió el pájaro ylo dejó fuera, en el poyo, volvió a entrar en lacasa y salió con la Niña Chica, acunándola enel brazo derecho, y la Niña Chica volvía susojos extraviados sin fijarlos en nada, y él, elAzarías, cogió a la milana por una pata y una

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azuela con la mano izquierda, y la Régula, ¿dónde vas con esas trazas?

y el Azarías,a hacer el entierro, que yo digo,

y, en el trayecto, la Niña Chica emitió uno deaquellos interminables berridos lastimerosque helaban la sangre de cualquiera, pero elAzarías no se inmutó, alcanzó el rodapié dela ladera, depositó a la criatura a la fresca,entre unas jaras, se quitó la chaqueta y en unperiquete cavó una hoya profunda en la basede un alcornoque, depositó en ella al pájaroy, acto seguido, empujando la tierra con laazuela, cegó el agujero y se quedó mirandopara el túmulo, los pies descalzos, el remen-dado pantalón en las corvas, la boca entrea-bierta, y, al cabo de un rato, sus pupilas se vol-vieron hacia la Niña Chica, cuya cabeza se la-deaba, como desarticulada, y sus ojos desleí-dos se entrecruzaban, y miraban al vacío sinfijarse en nada y el Azarías se agachó, la tomóen sus brazos, se sentó al borde del talud,junto a la tierra removida, la oprimió contrasí y musitó,

milana bonita,y empezó a rascarla insistentemente con el ín-dice de la mano derecha los pelos del colodri-llo, mientras la Niña Chica, indiferente, se de-jaba hacer.

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