primer domingo de cuaresma

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“Cristo en el desierto” (1872) de Iván Kramskoy— Galería Tetriakov de Moscú (Rusia)

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Reflexión en el primer Domingo de Cuaresma.

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“Cristo en el desierto” (1872) de Iván Kramskoy— Galería Tetriakov de Moscú (Rusia)

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Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,12-15 En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: - Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia. Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc 4,1-13) «Jesús volvió del Jordán, lleno de Espíritu Santo; durante cuarenta días, el Espíritu fue lleván-dolo por el desierto, mientras el diablo lo ponía a prueba. Todo aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: — Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: — Está escrito: «No de solo pan vive el hombre». Después, llevándolo a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo v le dijo: —Te daré todo ese poder y esa gloria, porque me lo han dado a mi y yo lo doy a quien quiero; si me rin-des homenaje, todo será tuyo. Jesús le contestó: —Está escrito: "A1 Señor tu Dios rendirás homenaje y a él solo servirás". Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en el alero del templo y le dijo: — Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a sus ángeles que cuiden de ti y te guarden" ; y también: "Te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras". Jesús le contestó: —Está mandado: "No tentarás al Señor tu Dios". El diablo, acabadas sus pruebas, se marchó hasta su momento

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1872 San Petesburgo (Rusia). Ivan Kramskoy expone por primera vez su pin-tura “Cristo en el desierto”. Es un proyecto largamente acariciado. Cinco años antes realizó su primera versión, pero la rechaza porque su obsesión es capturar el alma de Cristo. Viajando por Europa descubre en Dresde el cuadro de Rafael, “La Madona Sixtina”. Allí descubre que en el arte se le ha representado como ideal de belleza y perfección pero que a pesar de ello—o quizás por ello—la gente no se atreve a seguirle. Él se propone retratarle como modelo de perfección humana, pero respetando la historicidad de los evangelios, sobre todo en su crudeza, y así representarlo como “un espejo donde el

hombre pueda ver reflejada su preocupación de vivir.” En cierta medida encuentra en su propia historia personal la clave para interpretar a Cristo tentado. Años antes capitanea una revuelta estudiantil en la Academia de las Artes de San Petesburgo conocida como la

“revuelta de los 14”. Reivindican libertad para elegir un trabajo de final de carrera. Pero no es sólo una revuelta artística, sino que tienen una carga política profunda. Hasta ese momento los motivos pictóricos que se proponen a los aspirantes a pintores tratan de enaltecer el imperio e historia rusas, pero ellos quieren además atrapar la realidad social, incluso en su feísmo y pobreza, mos-trar la verdadera esencia del pueblo ruso. Son expulsados de la academia y comienzan una aventura con sus exposiciones itine-rantes, destinadas a permitir el acceso del arte a todas las clases sociales. En ese Cristo que lucha, Kramskoy ve un espejo de su propia decisión vital, como él mismo relata: "Llega un momento en la vida de todo hombre cuando medita sobre la posibilidad de girar a la derecha o a la izquierda, ya sea a vender a Dios por treinta piezas de plata, o para resistir a la tentación del mal." De hecho ese mismo año, tras el triunfo de crítica obtenido por esta obra le proponen ser profesor de la misma Academia de la que fue expulsado. De nuevo se mira en el espejo de Cristo y decide mantener su independencia, rechazado la oferta, fiel a la visión que tiene de arte y del papel del artista en sus contexto social, que interpreta sea la de profeta y no la de maestro. De eso trata este cuadro y el evangelio de las tentaciones, de la lucha del hombre por llevar a cabo sus sueños, su misión o su destino. Pero que debe llevarla adelante en una realidad concreta, real, a veces opaca y contraria. Kramskoy se miró en Cristo tentado para lle-var adelante su tarea y vencer demonios internos y externos. Yo también mirándome en el espejo de Cristo puedo ver reflejado quién soy, como realidad y como posibilidad, y así poder vencer la resistencia que el aire siempre muestra inexorablemente a las alas que desean alzar el vuelo... ¡ y mantenerlo !. El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Las representaciones pictóricas de las tentaciones muestran siempre a un Cristo orgulloso de su condición, seguro de sí mismo y vencedor. Sin embargo Kramskoy elige representar a un Cristo humano, débil, su-friente y combatido interiormente. Pinta a Cristo demacrado, solitario, ensimismado en sus propios pensamientos, con la mirada perdida, aislado de lo que ocurre a su alrededor. Toda la grandeza de Jesús parece haber disminuido de tamaño, no tanto por el hambre, la sed o las inclemencias del tiempo, sino por un combate interno. Porque, quizás, el primer combate, el primer signifi-cado de ser tentado, para Jesús es decidir quién ser en la vida (más que qué ser en la vida). Si en Cristo viéramos sólo a un hom-

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bre podríamos imaginarnos que en él combaten por una parte el deseo de una vida feliz, for-mada por la seguridad de un trabajo como carpintero, por el amor y ternura compartida con su futura mujer, por la bendición divina de los hijos, por la serenidad de una larga vida, y por otra parte el llamamiento a una misión que cumplir, un Reino que extender, una justicia que actuar y una fraternidad que crear… No es cuestión de oficios (carpintero o profeta), ni de estados de vida (casado o célibe), ni de realización humana (éxito o fracaso) sino dos maneras de entender la vida: a ras de tierra , es decir, una búsqueda de una felicidad perseguida, conquista-

da, acumulada e incluso defendida contra los otros o alzando el vuelo, es decir una felici-dad recibida, vivida, compartida, ofrecida a los demás; una “buena” vida o una “vida” buena. Todos en algún momento hemos tenido que decidir qué ser o hacer en la vida. Y

ahí es donde aparece la tentación para Cristo — y para mí : dar más importancia al hacer, al conseguir, al tener, al poder… que al quién y cómo ser. Ya los autores clásicos advertían que la mayoría de las tentaciones no se suele dar entre el bien y el mal, sino entre un bien limitado y un bien mayor: la mayor tentación es conformarse con demasiado poco.

(Thomas Merton) Es cierto que no me suelo conformar con poco: quiero tener más, hacer más, quiero llegar más lejos. Y se me ofrece conseguir más pan-éxito, pan-resultados, pan-saber, pan-poder, pan-influencia, pan-valer… Es algo loable y bueno, pero insu-

ficiente. Al menos para el hombre que no sólo se alimenta de pan. De hecho me doy cuenta de haber caído en la trampa porque me visita la insatisfacción porque después de lograrlo veo que no acaba de llenarme y apenas llegado parece que debo partir de nuevo a la búsqueda de nuevos puertos; otras el sentimiento de culpa por no emplearme más a fondo; a ratos los sentimientos de frustración porque lo conseguido no corresponde a lo luchado; otras me siento rebelde porque creo que la vida conspira con-tra mi y me nace el resentimiento porque creo que la vida, los demás e incluso Dios no me tratan como merezco; a ratos me siento inseguro de mí, de mi fortaleza, de mis capacidades; otras veces me descubro alienado porque descubro que lo que persi-go no es mío, sino impuesto, prestado o robado… Aún así todo seguirá siendo demasiado poco – y en verdad será poco o nada, el tiempo se encarga de borrarlo - si olvido de vivir más en profundidad y plenitud, apasionado de la vida. Y no sólo de la selec-ción de aquello que considero vida frente al resto que considero tiempo-muerto, tiempo-desgracia, tiempo-basura..me gustaría aprender también “a amar el tiempo de los intentos, debes amar la hora que nunca brilla..debes amar la arcilla que va en tus ma-nos, debes amar su arena hasta la locura” (Silvio Rodriguez). Y olvido que todo lo que hago, tengo, consigo o sólo persigo me va construyendo como persona, va haciendo que sea quién soy, para bien o para mal. Cuando me gustaría que fuese al revés, dotar yo de alma y corazón lo que hago. Pasar de la Cuaresma-vida como mortificación, planteada como meta-obstáculos-esfuerzo-renuncias-premio a la Cuaresma-vida como vivificación: llamado-enviado-regalado a la vida.

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Esa es una de la esencia de las tentaciones: promete el cielo pero a la vez nos va cortando las alas a base de miedos, culpas, fracasos, resentimientos… Es la pregunta que Jesús parece hacerse: ¿merecerá la pena realmente dar la vida por el Reino?. Por eso “en el desierto un hombre sabe cuánto vale: vale cuanto valen sus dioses, es decir, sus ideales y sus fuentes interio-res.” (Saint D´Exupèry). Lo expresa perfectamente Kazantzakis en su obra “La última Tentación de Cristo”: Jesús ha bajado de la cruz en el último instante convencido por el diablo. Después de una larga vida tranquila en Nazaret se encuentra con Judas , echándole en cara que él arriesgó su vida entregándole, y le dice a Jesús: “ te has convertido en un gallo desplumado. Lloriqueas y me dices: “La vida terrestre significa esto: perder las alas. ¡ Sal de mi vista, comodón ! “. No soy árbol para vivir vegetando (no sólo de pan vive el hombre), ni siquiera mero animal que debe autoafirmarse en medio de la ley del más fuerte o buscar la auto gratificación (arrójate y todos los reinos del mundo serán tuyos), sino hombre , llamado a auto trascenderme, a crecer, a explotar talentos, a apasionarme. Pues lo que por todos los medios trata de impedir Satanás a Jesús es eso precisamente: su Pasión, su abrazo entregado y apasionado, hasta el final, a la vida.

Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás. Pero hay una segunda lectura de la escena. Un segundo combate. Sabemos que no es un mero hombre, sino que es el Hijo de Dios. Y el debate adquiere tintes más dramáticos. Kramskoy la representa en las manos: una manos fuertemente unidas, que o bien pue-den parecer atadas e inutilizadas o bien pueden parecer querer atrapar dentro de sí una fuerza invisible. Incluso ha escorado a Cristo hacia la derecha para que el cen-tro geométrico del cuadro sean precisamente sus manos. Porque dentro hay un combate-diálogo entre Dios y el hombre, un combate que desde el principio de los siglos se ha venido reproduciendo en la historia de la humanidad.

El hombre-Jesús siente sus manos atadas, pues ve que en su misión debe “presentarse desarmado” (Dostoiewski). Por eso le gustaría pedir al Jesús- Dios que le permita actuar con su omnipotencia, para desplegar su fuerza en el mila-gro, para imponer su autoridad y desvelar su misterio. Y Jesús-Dios, que es depositario de esa fuerza divina, le ofrece al hombre-Jesús eso mismo, pero en otra clave: el amor gratuito y respetuoso, es decir el milagro de una vida que en-tregada no se pierde sino que es fecunda; le ofrece la autoridad del amor que se ofrece y no se pierde, sino que recupera la posibilidad de una comunión fraternal libre: le revela el misterio del amor que nos desvela que la máxima grandeza del hombre consiste en servir. Dios le ofrece al hombre Jesús la posibilidad de ser Dios-Amor y a la vez un hombre libre, pero el hombre desea que Dios sea el dios-Tapagujeros, y por su esclavo.

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Las tentaciones parecen una auténtica crisis de fe. Jesús experimenta una crisis de fe en sí mismo, en su capacidad de llevar adelante la misión encomendada. Y a la vez vive una crisis de fe en Dios, en el compromiso real que Dios tiene para con él y el Reino. Kramskoy además afirma que el dolor de Jesús se debe a que él está pensando en los hombres por los que morirá y en especial por aquellos que le rechazarán y crucificarán. Es decir añade otra crisis de fe: la crisis de fe en la humanidad, en la capacidad de descubrir y optar en libertad por el Reino.

Yo también he tenido mis debates con Dios. Siempre han surgido porque cuando rezaba el padrenuestro le pedía que se hiciera su voluntad…y que preferentemente coincidiera con la mía. Por eso a veces le he preguntado si era realmente tan po-deroso por qué se mostraba tan débil con el hombre, sea en su desgracia como en su maldad; le he interrogado acerca de su silencio ante tantos misterios de la vida, silencio a veces pesante, siendo él el Verbo, la Palabra hecha carne; le he pedido que saliera al campo a arreglar el partido en el minuto 89… mis dudas respecto a Dios, en alguna época de mi vida, no eran sobre su existencia o no, sino sobre su bondad para conmigo. Y acababan en un efecto dominó: si Él no hace nada, pues yo me cruzo de brazos o me ahogo en mi debi-lidad. Y conmigo todos los hombres. La respuesta de Dios siempre ha sido una ligera sonrisa: ¿tanto tiempo juntos, Pedro, y aún no me conoces?. Aunque otras veces he creído ver una pe-queño gesto de compasión tierna: ¿pero aún no te conoces lo suficiente para seguirte creyen-do tan pobre, siendo como eres obra mía?. Y siempre acaba diciéndome: Adora, ama y con-fía.

Esa es la tentación primigenia y latente durante mi existencia: hacerme creer el om-bligo del mundo, el centro en torno al cual giran Dios y los hombres. Porque cuando quie-ro decir si Dios será bueno conmigo, quiero decir si me será útil o subordinado. Cuando digo si seré capaz, estoy diciendo si seré autosuficiente y meritorio. Cuando digo que si el otro lo merece o lo necesita realmente, estoy preguntándome si obtendré mi re-compensa y contrapartida. En el fondo mis crisis de fe siempre han sido crisis de amor. De decidirme a amar en plenitud. Como en Jesús hombre el decidirse a ser Jesús Dios en plenitud, esto es, a ser Amor paciente ofrecido y regalado. Porque soy llamado a salir de mi soledad enclaustrada y amurallada para auto trascender-me, a ser más en el encuentro del Otro y desde Él, en el encuentro con los otros. “El hombre es la única especie que evoluciona con el amor.” (Elmer Cantarero). Y en el Amor encuentro la capacidad de convertir mi corazón de piedra en un pan partido y repartido; en el Amor renuncio a conquistar reinos, pues me descubro ciudadano del mundo y hermano de todos; en el Amor sólo me pongo de rodillas para adorar el misterio o para servir al hermano.

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Jesús-hombre descubre que todo un Jesús-Dios trabaja para él y en él. A veces lo descubro yo también trabajando con y por su Amor en mí: a través de mis limitaciones, a pesar de mis pecados, desde mi fragilidad. Bastará que esas manos re-nuncien a la tentación de atrapar y controlar a Dios, y lo dejen fluir. Y es entonces ,cuando Jesús abra sus manos, cuando des-cubrirá que el Amor rebosa y desborda su existencia para sanar, abrazar, consolar, animar, levantar… De hecho cuando esas mismas manos se extiendan y abran al máximo en la cruz Él mismo exclamará: “Todo está consumado”, no como un final abrupto, como un corte de corriente, sino una plenitud alcanzada, un río invencible que a base de paciencia, humildad y fideli-dad ha llegado al mar divino y así seguirá avanzando, fluido y constante, por los siglos.

El tiempo esta cumplido, el Reino de Dios está cerca. Pero hay un tercer combate: el del bien contra el mal, y vi-ceversa (porque el mal no es pasivo, no sobreviene, sino que es creado, alimentado y lanzado contra el hombre ). Kramskoy lo representa en el paisaje. Ha elegido como modelo para su cuadro una montaña de Crimea, escenario de la última gran guerra que enfrentó a Rusia con el imperio otomano aliado con Inglaterra, Francia y Alemania (curiosamente esta guerra surge, como excusa, por la disputa entre católicos y orientales por la custodia de la Iglesia de la Natividad y la Iglesia del Santo Sepulcro). Es el escenario donde cerca de un millón de personas murieron víctimas de la ambición y sin razón huma-na. Pero se trata de un paisaje sobre el que está amaneciendo un nuevo día. Un nuevo día ante el cual Jesús debe tomar una decisión de aliarse con la luz o con las sombras, con el bien o con el

mal. El crítico de arte ruso Vsevolod Garshin el día de su exposición escribió que lo que destaca en este Cristo es " la expresión de una inmensa fuerza moral, el odio contra el mal y la resolución completa para luchar contra él". Jesús no se debate entre el bien o el mal. Es cons-ciente del objetivo de su misión: El Reino de Dios. Su de-bate, es decir, la tentación que se le presenta hace refe-rencia más bien a cómo combatir el mal. Jesús se debate entre combatir el mal con sus mismas armas (el poder y dominio sobre el otro, la imposición que infantiliza liberta-des, la victoria y el éxito a cualquier precio, el afán de conseguir resultados a costa de los demás, lo sorpren-dente que encanta, pero inhibe, el miedo que paraliza …) , o desarmarse venciendo el odio con el amor, la vio-lencia con la paz, el rencor con la reconciliación, el des-precio con el afecto, la desesperanza con la confianza.

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Porque en la arquitectura del nuevo mundo sólo hay sitio para la lucha en y por la justicia, en y por la verdad, en y por la soli-daridad. Jesús combate contra el mal en el desierto: el hambre, la soledad, el sufrimiento, las inclemen-cias de la naturaleza... aceptándolo, no negándolo; cargando con él, y no siendo espectador; hacién-dose además cargo de él, y no delegando en otros. No hay que olvidar que saldrá del desierto cami-no de la Cruz, donde cargará físicamente con el pecado del mundo (la traición de Judas, el miedo de Pedro, el sálvese-quien-pueda de sus discípulos, los intereses particulares de la casta sacerdotal, el odio de los soldados romanos…). Es curioso pero el mismo Kramskoy encargó un marco para este cuadro y ordenó labrar en una esquina una cruz. A ella es donde se debate dirigir su Jesús. Al mismo corazón del mal, para desarmarlo desde el amor. Y esa es la tercera tentación: no querer aceptar la responsabilidad que me corresponde a mí en la marcha de este mundo (en esto Satanás al menos es más honrado que yo, porque él mismo nombre de Satanás significa adversario, oponente a Dios y por ende a la felicidad de su criatura el hombre). En lenguaje bíblico, negarme a cargar con mi cruz. Curiosamente Jesús llama a Pedro Satanás cuando éste se niega a que Jesús entregue su vida en la cruz. Dostoiewski, contem-poráneo de Kramskoy, lo refleja muy bien en los Hermanos Karamazov, donde recoge la Leyen-da del Inquisidor: Jesús vuelve a la tierra, pero es encarcelado por el Inquisidor que le repro-cha no haber sucumbido a las tentaciones y seguir obstinado en ofrecer libertad en vez de pan: “Y tú quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando a los hombres la liber-tad que la necedad y la ignominia natural les impiden comprender, una libertad que les da miedo, porque no existe y jamás ha existido nada más intolerable para el hombre y la sociedad... Además, te formaste una idea demasiado alta de los hombres, que en el fon-do sólo son esclavos....". Esta tentación se manifiesta tanto en mis ausencias de la rea-lidad como en mi indiferencia, y a veces banalización, del mal. Se escuda tanto en la comodidad ante las dificultades y contrariedades como en mi miedo y resistencia a cambiar. Se reproduce tanto en la inconsciencia acerca de las consecuencias de mis actos como en el individualismo de mis decisiones. Crece y se alimenta tanto en mi espiritualidad desencarnada como en mi incoherencia de fe y obras. Porque curiosamente Kramskoy coloca a su Cristo con medio cuerpo elevado sobre el cielo y medio cuerpo alzado sobre la tierra. En Jesús, se funden cielo y tierra, se abrazan Dios y humanidad, se encuentran eternidad y tiempo con un objetivo: manifestar que Dios decide estar aquí, presente, con nosotros, en medio de nuestras luchas. Jesús hombre-Dios siente que su “hoy” se convierte en aliento e interpelación eter-na: si no eres tú ¿quién?, si no es ahora ¿ cuándo?

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Convertíos y creed la Buena Noticia. Kramksoy afirma que ha pintado a Jesús en la mañana del día 41, a punto de salir de su ensimismamiento y decidido a dirigirse hacia la Cruz. Es curioso pero le dibuja de espaldas a la salida del sol. Quizás porque de esa forma la luz no le cegará sino que le iluminará el camino, aunque no evitará que su propia sombra le oculte el sendero. Además Krams-koy señala el camino con la línea del horizonte ligeramente inclinada hacia el hipotético punto de salida de Jesús: es un camino de descenso, de bajada. Un camino difícil de andar, porque está lleno de piedras. Un camino que deberá recorrer con los pies desnudos.

Con ello Kramskoy anuncia la “conversión” de Cristo: hacia su des-tino como hombre, hacia el mundo, hacia los hombres. (si es que pue-de hablarse de conversión en Él al mismo nivel que hablamos de la conversión de cualquier hombre…¡ Él es más bien la conversión radi-cal: de Dios en hombre y del hombre en Dios! ) Tradicionalmente se entiende la conversión como una vuelta a Dios, pero en Cristo es un abajamiento hacia la humanidad. Son las dos caras de la misma mo-neda: convertirme al Amor. Convertirme-descubrir-rendirme al amor de Dios que ha sido derramado, y sigue derramándose, en mi co-razón. Convertirme-desbordarme-repartirme en Amor para el mundo y para los hombres. Convertirme-confiarme-aliarme con el Dios-Amor. Es el camino que se me recuerda en cada Eucaristía: Jesús se con-vierte en pan-Amor para la vida del mundo. Y a mí se me invita a que me arrodille ante Él (Adorarás sólo al señor tu Dios) me alimente de su Pan y su Palabra (no sólo de pan vive el hombre, sino de toda pala-bra que sale de la boca de Dios) y me deje confiadamente en sus ma-nos y sus planes (no tentarás al Señor tu Dios). El día que me decida a hacer vida esto, que deje mis dudas y miedos, mi autosuficiencia y mi auto-engaño, me alzaré alegre y decidido, “a ser un seguidor de Cristo que aprende cada día el oficio de ser hombre entre y con los hombres”. (Pronzato)

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Reina en mí la oscuridad, pero en Ti está la luz;

estoy solo, pero Tú no me abandonas; estoy desalentado, pero en Ti está la ayuda; estoy intranquilo, pero en Ti está la paz;

la amargura me domina, pero en Ti está la paciencia; no comprendo tus caminos,

pero Tú sabes el camino para mí.

Dietrich Bonhöeffer, (Teólogo protestante alemán que se opuso al nazismo. Ésta fue la última oración que escribió antes de morir

en el campo de concentración de Flossenburg )

“Sígueme Satanás” (1903) de Illya Repin (compañero de Krimskoy en la “revuelta de los 14” ) Museo Estatal de San Petesburgo (Rusia)

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