polÍticas culturales y cooperaciÓn internacional para la diversidad y la equidad

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POLÍTICAS CULTURALES Y COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA LA DIVERSIDAD Y LA EQUIDAD Lucina Jiménez(*) Los nuevos retos ante la globalización En la inauguración del I Campus de Cooperación Euroamericano, en el año 2000, Alfons Martinell llamaba la atención en torno a los ―nuevos retos emergentes‖, a las responsabilidades del sector cultural en el sentido de ―integrar y aceptar su necesaria respuesta a los problemas de globalización. Una política cultural, decía, no puede plantearse en la actualidad de espaldas a las dinámicas de internacionalización que se están produciendo(1)‖. Y es que ante la globalización, de nada sirve la adopción de medidas de repliegue o de reacción defensiva. Más allá de las estrategias de resistencia de los pueblos, necesitamos impulsar profundos replanteamientos de las bases teóricas y de las estrategias de acción tradicional de los Estados en el campo de la cultura, a fin de construir una globalización ascendente que oriente hacia la democracia, la diversidad y la equidad los diálogos nacionales, interregionales y transcontinentales entre América Latina y Europa. Ciertamente en este lustro se han introducido nuevos elementos en la agenda de la cooperación cultural internacional que, por fortuna, trascienden la visión de la ―ayuda‖, para entenderla más como construcción internacional de estrategias que respondan a las realidades que la globalización y el desarrollo regional y local subrayan como urgentes, en un mundo donde el respeto a la diferencia debe traducirse en políticas de Estado y acuerdos internacionales en favor de la diversidad. La cooperación internacional ha de verse entonces como una responsabilidad social en la perspectiva de romper las desigualdades entre naciones pobres y ricas y contribuir con las políticas nacionales a disminuir las desigualdades internas de nuestros propios países, donde las culturas y comunidades indígenas padecen todavía realidades de marginación o exclusión, que ponen en duda, en ciertos casos, la organización misma de los Estados nacionales. La diversidad cultural puesta como tema central de la cooperación cultural es clave en un momento en el que la mercantilización global tiende a volverlo todo mercancía, al grado en que los países y sus culturas comienzan a mirarse como una ―marca‖ susceptible de comercializarse en el mundo. Por fortuna, unos días después de celebrado el Campus, la UNESCO aprobó luego de dos años de debates, la Convención Internacional sobre la Protección de la Diversidad en los Contenidos Culturales y las Expresiones Artísticas, con una votación casi unánime entre todos los países, a excepción de Estados Unidos e Israel que se manifestaron en contra. Esta convención supone la adopción de políticas públicas por parte de los Estados Nacionales para promover y dar cauce a la diversidad cultural. El gran reto es cómo transformar las políticas culturales de nuestros días, fruto de una visión de modernidad que ha hecho crisis, para transitar a la defensa de los derechos culturales individuales y colectivos, a una vida digna, al reconocimiento de la diversidad, para abrir cauce a la democracia y al desarrollo equilibrado. Nuestro desafío es crear nuevas maneras de pensar y asumir nuestra condición de fragmentación, desorden y multitemporalidad para definir el locus desde el cual queremos actuar en el escenario internacional. Medio Ambiente, desarrollo y cultura Este comienzo del siglo XXI coloca a los Estados Nacionales y al mundo entero ante fuertes retos. Acaso el más grave de todos sea el que se refiere a la salvaguarda de la vida misma en el planeta, pues sin vida no hay cultura posible.

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POLÍTICAS CULTURALES Y COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA LA DIVERSIDAD Y LA EQUIDAD

Lucina Jiménez(*)

Los nuevos retos ante la globalización

En la inauguración del I Campus de Cooperación Euroamericano, en el año 2000, Alfons Martinell llamaba la atención en torno a los ―nuevos retos emergentes‖, a las responsabilidades del sector cultural en el sentido de ―integrar y aceptar su necesaria respuesta a los problemas de globalización. Una política cultural, decía, no puede plantearse en la actualidad de espaldas a las dinámicas de internacionalización que se están produciendo(1)‖.

Y es que ante la globalización, de nada sirve la adopción de medidas de repliegue o de reacción defensiva. Más allá de las estrategias de resistencia de los pueblos, necesitamos impulsar profundos replanteamientos de las bases teóricas y de las estrategias de acción tradicional de los Estados en el campo de la cultura, a fin de construir una globalización ascendente que oriente hacia la democracia, la diversidad y la equidad los diálogos nacionales, interregionales y transcontinentales entre América Latina y Europa.

Ciertamente en este lustro se han introducido nuevos elementos en la agenda de la cooperación cultural internacional que, por fortuna, trascienden la visión de la ―ayuda‖, para entenderla más como construcción internacional de estrategias que respondan a las realidades que la globalización y el desarrollo regional y local subrayan como urgentes, en un mundo donde el respeto a la diferencia debe traducirse en políticas de Estado y acuerdos internacionales en favor de la diversidad.

La cooperación internacional ha de verse entonces como una responsabilidad social en la perspectiva de romper las desigualdades entre naciones pobres y ricas y contribuir con las políticas nacionales a disminuir las desigualdades internas de nuestros propios países, donde las culturas y comunidades indígenas padecen todavía realidades de marginación o exclusión, que ponen en duda, en ciertos casos, la organización misma de los Estados nacionales.

La diversidad cultural puesta como tema central de la cooperación cultural es clave en un momento en el que la mercantilización global tiende a volverlo todo mercancía, al grado en que los países y sus culturas comienzan a mirarse como una ―marca‖ susceptible de comercializarse en el mundo.

Por fortuna, unos días después de celebrado el Campus, la UNESCO aprobó luego de dos años de debates, la Convención Internacional sobre la Protección de la Diversidad en los Contenidos Culturales y las Expresiones Artísticas, con una votación casi unánime entre todos los países, a excepción de Estados Unidos e Israel que se manifestaron en contra. Esta convención supone la adopción de políticas públicas por parte de los Estados Nacionales para promover y dar cauce a la diversidad cultural.

El gran reto es cómo transformar las políticas culturales de nuestros días, fruto de una visión de modernidad que ha hecho crisis, para transitar a la defensa de los derechos culturales individuales y colectivos, a una vida digna, al reconocimiento de la diversidad, para abrir cauce a la democracia y al desarrollo equilibrado.

Nuestro desafío es crear nuevas maneras de pensar y asumir nuestra condición de fragmentación, desorden y multitemporalidad para definir el locus desde el cual queremos actuar en el escenario internacional.

Medio Ambiente, desarrollo y cultura

Este comienzo del siglo XXI coloca a los Estados Nacionales y al mundo entero ante fuertes retos. Acaso el más grave de todos sea el que se refiere a la salvaguarda de la vida misma en el planeta, pues sin vida no hay cultura posible.

El desequilibrio del medio ambiente, la problemática del agua y de la energía, los riesgos de la biodiversidad y el franco ecocidio son alertas que cuestionan nuestros puntos de referencia científico-técnicos y culturales respecto al sentido del desarrollo y reclaman acciones locales, nacionales e internacionales contundentes tendientes a una transformación de las prácticas culturales en relación con el entorno. Necesitamos impulsar nuevas maneras de comportamiento y de relación con el medio, que nos permitan avanzar en la perspectiva del desarrollo sustentable.

No sólo es importante la recuperación del conocimiento tradicional del manejo, cuidado y preservación de los recursos naturales, sino el desarrollo de nuevas estrategias de gestión de este patrimonio y el impulso a la cooperación internacional e interlocal, en relación con el desarrollo sustentable. En ese sentido, se vuelven indispensables políticas de vinculación entre cultura y medio ambiente, así como la participación de nuestros países en la llamada Agenda 21, la cual se orienta hacia la cooperación para el desarrollo local y municipal.

Replantear el lugar del Estado y fortalecer el tercer sector

Una realidad de partida es que la cooperación en el espacio Ibero americano y euroamericano avanza no sólo entre los gobiernos centrales, que de hecho aún actúan con cierta rigidez, sino sobre todo entre regiones, ciudades, municipios, organizaciones civiles y privadas, agrupaciones artísticas, investigadores y comunidades.

Sin embargo, para poder crecer y tener mayor resonancia, necesita descansar en una reestructuración de las políticas culturales de nuestras naciones, a fin de reconstruir el espacio público de la cultura, el cual ha sido debilitado por el mercantilismo y la privatización de los consumos culturales propios de la globalización.

Necesitamos redimensionar y trascender el papel del Estado latinoamericano, en relación de con las políticas culturales para no quedarse simplemente como distribuidor de recursos cada vez menores, ni de bienes y servicios cuyo papel tiene que redefinirse ante los nuevos contextos globales, los comportamientos de los públicos y los impactos del desarrollo tecnológico.

Es menester trabajar en el diseño de políticas culturales capaces de ver la cultura no sólo como recurso ético y estético, sino de colocarla en las agendas nacionales e internacionales para el desarrollo. Necesitamos políticas orientadas hacia la constitución de un sector con posibilidades de acción transversal e intersectorial y eso pasa por un conjunto de transformaciones de mediano plazo que reclaman acciones urgentes.

Una condición básica para iniciar esa transformación es trascender las concepciones de política cultural heredadas de las aristocracias europeas del siglo XVIII, para dar atención a los nuevos campos emergentes en donde las culturas se reorganizan, bajo la influencia de medios masivos e industrias culturales hoy en manos de consorcios transnacionales, frente a la ausencia de apoyos a la producción local y a las pequeñas y medianas empresas culturales.

Necesitamos diversificar las industrias culturales e incorporar contenidos culturales y artísticos a los medios, si no queremos que el melodrama se siga imponiendo como único género dramático familiar y que la violencia y el espectáculo de la devastación se amplifiquen en nuestras pantallas a partir de un relativismo permisivo donde todo cabe y donde ya nada impacta. Ni las bombas, ni la corrupción, ni la degradación del medio ambiente.

Y necesitamos hacerlo ya además porque mientras los Estados nacionales luchan por redefinir sus campos y modalidades de intervención para la recuperación del espacio público, y a veces por hacer sobrevivir sus propias instituciones, las empresas multinacionales mueven dinero en la cultura, acrecientan sus esquemas y campos de atención, influyendo de manera decisiva en los espacios de entretenimiento, producción audiovisual y los medios de comunicación, y por supuesto, en la definición de los rostros de las naciones.

La actualización del reloj de las políticas culturales supone un esfuerzo por redefinir el sentido y el quehacer de las estructuras institucionales en que descansa la organización del quehacer cultural en cada país, ya que muchas veces son estas grandes estructuras las que atrapan la mayor parte de la atención del Estado, reduciéndose considerablemente los

radios de acción de la acción estatal a la mera acción administrativa gubernamental, generándose grandes espacios de vacío en relación con los nuevos procesos culturales.

Necesitamos un Estado que no sólo administre sus instituciones, sino que sea capaz de conectar el adentro y el afuera, de dar pauta a la generación de nuevas reglas de intervención de los diferentes agentes sociales, de generar espacio social para el desarrollo de las iniciativas culturales autónomas y territoriales ligadas al fortalecimiento de los derechos culturales, el mejoramiento de la calidad de vida y del ejercicio de la ciudadanía cultural.

El fortalecimiento mismo del tercer sector en la mayoría de nuestros países es condición para ampliar las bases de la democracia y la diversidad cultural, supone la voluntad estatal de recuperación del espacio público y las posibilidades de reconstituir el tejido social a partir de la participación y el fomento a la creatividad social.

En ese sentido, importa el replanteamiento de los vínculos entre cultura, educación y comunicación a partir de esquemas formales y no formales, para el fomento del pensamiento crítico, la autoestima, las habilidades expresivas y la capacidad de transformación del entorno.

La participación de agentes sociales emergentes da lugar a nuevas formas de acción local e internacional, al tejido de redes de cooperación artística y cultural o al surgimiento de nuevas comunidades virtuales o trasnacionales que pueden actuar en beneficio de la diversidad.

Hace unos años, Francisco Toledo, uno de los artistas mexicanos contemporáneos más importantes no sólo por su obra artística, sino por su defensa del patrimonio cultural, estableció una batalla simbólica y legal en contra de la instalación de un restaurante de MacDonals en el Centro Histórico de Oaxaca.

Este proceso que propició actos masivos alrededor de la gastronomía tradicional, uno de los elementos más ricos del patrimonio cultural intangible dio paso a la manifestación de apoyo a la lucha de Toledo, a través de una red informal de acción internacional que culminó con el retiro de la propuesta. Ninguno de los poderes públicos estatales o locales hubiera podido siquiera plantearse ese debate o actuar en ese sentido, sin propiciar un delicado conflicto binacional con los Estados Unidos.

Políticas Culturales hacia la sustentabilidad

El fortalecimiento del Estado no supone solamente la lucha al interior de las estructuras de Gobierno por más recursos económicos, cuestión sin duda fundamental, sino que implica fortalecer su capacidad normativa en torno a las competencias de diferentes agentes (iniciativa privada, organizaciones autónomas, agrupaciones artísticas, etc.) en terrenos hoy profundamente diferentes a los de mediados del siglo XX, época en la que fueron impulsadas la mayoría de las instituciones culturales que pertenecen al Estado y que fueron vistas en su momento como los instrumentos únicos de intervención en la vida cultural.

El desnudamiento de la dimensión económica de los procesos culturales y la reducción de los presupuestos dedicados a la cultura por parte de los Estados, ponen a debate los nichos ecológicos en los que las artes y la cultura se desarrollan, los cuales apuntan en varios casos hacia una franca descapitalización por la falta de inversión y la falta de recuperación de recursos a partir de la distribución, circulación y disfrute de los bienes y servicios culturales.

Este enfoque que retoma la perspectiva de la ecología de la cultura nos obliga a pensar en nuevas estrategias que permitan impulsar una nueva aspiración de sostenibilidad en los procesos culturales y artísticos, íntimamente ligadas a la búsqueda de nuevas y variadas posibilidades de reconexión de la vida cultural con nuevos contextos sociales. Este enfoque hacia la sostenibilidad no debe confundirse sin embargo, con un interés de dejarse arrastrar por los aires mercantiles que respiramos todos los días.

La actualización de las políticas culturales es importante en múltiples campos como los relativos a las propias condiciones para el financiamiento de la cultura, las estrategias y formas de gestión de las organizaciones culturales, y sobre todo en campos como los derechos de autor y la propiedad intelectual, frente al copyright, el impacto de la tecnología en la reproductibilidad y la piratería. Muchos de estos campos reclaman la creación de plataformas internacionales de debate y de concertación.

De igual manera, se requiere pensar los derechos culturales tanto de la ciudadanía en lo individual, como los derechos colectivos de las comunidades, ante la creciente expropiación y explotación de sus recursos naturales y patrimonio cultural tangible e intangible, el cual por cierto, hay que mirar con ojos contemporáneos ante la explosión del desarrollo urbano, la necesidad de rearticulación de los poderes centrales y locales, el impacto del turismo y los intereses, orientación e impactos de la inversión privada.

Políticas para la diversidad

El protagonismo de las regiones y de los espacios locales, así como la movilización de ciudadanos, comunidades y artistas de un lugar a otro colocan a todos los países frente a retos interculturales de gran dimensión.

La migración voluntaria y forzosa de miles de ciudadanos y las diásporas de los últimos años que afectan a diversos grupos humanos, han propiciado una profunda transformación de las cartografías culturales de Europa, América Latina y los Estados Unidos. La sola existencia de millones de latinoamericanos en Estados Unidos y la creciente migración africana y latinoamericana a Europa, ponen en tensión los diseños de los sistemas nacionales de educación, los servicios públicos y las políticas culturales en los ámbitos locales, las cuales se debaten no sólo frente a su capacidad de atención y cobertura, sino a sus propias orientaciones frente a la diversidad cultural, la convivencia, diálogo y confrontación entre diferentes visiones del mundo.

Ahora se requieren políticas culturales y educativas basadas no sólo en un discurso relativista de respeto al otro, sino en orientaciones y capacidades de comunicación y diálogo intercultural, es decir, de convivencia entre culturas con diferentes matrices no sólo occidentales o indígenas, a fin de poder enfrentar las contradicciones y tensiones que se generan entre culturas que comparten espacios, muchas veces en circunstancias de conflicto. Atender esta necesidad se vuelve cada vez más urgente.

Cooperación internacional, ética global y equidad

Mientras en la Unión Europea se desarrolla el debate de la diversidad y la unificación, aún en medio del no a la Constitución Única, América Latina enfrenta múltiples debilidades para la cooperación interregional: las dificultades y el costo de las comunicaciones, la monopolización de los medios de difusión, la pobreza, el debilitamiento de los Estados frente al mercado internacional no sólo en materia de cultura, sino en general. La fragilidad aún presente de las organizaciones autónomas de la cultura contribuyen a volver más complejas esas dificultades.

Esfuerzos como los del MERCOSUR, la OEI, el Pacto Andino o el Convenio Andrés Bello y la OEA son significativos. A ello se suma la necesidad de replantear el debate en torno al TLC entre México, Estados Unidos y Canadá, en el marco de las políticas regionales.

Retomo aquí con cierta libertad algunas ideas expresadas en la Reunión de Pensar Iberoamérica, auspiciada por la OEI y coordinada por Néstor García Canclini en México y Brasil, en 2002:

La democracia requiere de políticas activas de regulación de las relaciones entre naciones, entre culturas y entre actores sociales, tanto a nivel nacional como interregional e intercontinental, lo que supone cuestionar las hegemonías y la normalización de la globalización, la desigualdad de los intercambios y el mercantilismo para instalar en cambio diálogos de construcción conjunta de agendas que fortalezcan las posibilidades de acción local, pero con perspectivas internacionales. (2)

El impulso al debate polifónico en torno a las políticas culturales y de la cooperación es fundamental para no alentar y sobre todo no permitir un nuevo reparto de mercados o de nuevas conquistas culturales disfrazadas de cooperación.

En cambio, necesitamos acuerdos internacionales que favorezcan la creación de redes de ciudades, de artistas, de investigadores, la creación de corredores culturales, de circuitos translocales y de medios comunicativos internacionales, requerimos impulsar la multiplicación de espacios de confluencia virtual o presencial para dar cauce a la creatividad, a la producción artística y al desarrollo de nuevos públicos, de nuevos vínculos entre cultura y sociedad.

Igualmente, la cooperación internacional puede ayudar a construir espacios y herramientas que impulsen la investigación a escala internacional. Necesitamos compartir y sistematizar iniciativas y buenas prácticas de gestión cultural. Requerimos del impulso de nuevos observatorios culturales, de nuevos centros de distribución cultural, de nuevos circuitos para la producción y la creación artística y audiovisual. Un espacio fundamental para la cooperación es la propia formación de profesionales en políticas culturales y en gestión cultural que permitan la profesionalización del sector, a fin de introducir orientaciones más pertinentes, más contemporáneas, en un campo emergente y en constante transformación.

No se trata de hacer un gran listado para ensanchar la agenda. Se trata de compartir la definición de las prioridades y de encontrar los mejores mecanismos para que, a través de las diferentes estructuras y flujos de la cooperación se avance hacia nuevas formas de intercambio equitativo y de democracia internacional.

La cooperación cultural internacional está estrechamente ligada a la posibilidad de las naciones de reenfocar las agendas nacionales, involucrar a nuevos agentes sociales y poner la cultura en el centro de nuevas políticas de carácter transversal intersectorial y de carácter prospectivo, haciendo énfasis en los retos que el mundo global plantea a nuestras naciones para fomentar la calidad de vida, la democracia, la equidad y el equilibrio en el planeta.

Este Campus habrá de permitirnos enriquecer nuestras perspectivas y posibilidades de acción. Desde nuestros pequeños o grandes espacios, necesitamos trabajar por un nuevo orden mundial por la diversidad y el pluralismo, por el derecho de nuestros pueblos a ocupar un locus con dignidad y pertinencia en el planeta. La ética y la inteligencia multiplicada pueden apoyar este apasionante momento que vivimos.

Notas

Lucina Jiménez (*)

Lucina Jiménez obtuvo su MA en Antropología Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa donde también obtuvo su licenciatura y escribe su tesis doctoral en la misma disciplina. Es especialista en Políticas Culturales, Gestión Cultural y Artes Escénicas, todos ámbitos en que ha realizados actividades de investigación, enseñanza y publicación. Ha dado clases en diversas instituciones y universidades en América Latina, los Estados Unidos y Canadá. Con experiencia profesional de más de veinte años en el ámbito cultural, fue una de los miembros fundadores del Sistema Mexicano de Información Cultural, director del Programa Frontera Cultural, creadora del Sistema de Educación a Distancia en la Educación Artística en el Consejo Nacional de las Artes que fue otorgado el premio Innova 2002 por el Gobierno de México. Recientemente, diseño y comenzó el Programa Postrado Virtual en Políticas Cultural y Gestión Cultural para Ibero-América en colaboración con la OEI y la UAM. Ha recibido varios premios nacionales e internacionales de distintas organizaciones, entre otras de United States International Communication Agency, USICA y el Festival Ibero-Americano de Teatro de Cádiz. Además es miembro de la Cátedra UNESCO de la Universidad de Girona. Es miembro honorario del Centro de Investigación y Enseñanza en Humanidades, CIDHEM, del Estado de Morelos y miembro asesor de la creación de la Universidad Cultural Metropolitana de Guadalajara. Es autora de un gran número de ensayos y artículos académicos y periodísticos, así como también de las siguientes publicaciones: Theater and Audiences: the dark side of the theater and Artistic Project Management: fund raising strategies and creation of audiences. Este libro recibió la beca de la Fundación Ford para la distribución en Cuba. Ha colaborado con la Revista Reforma sobre investigación en Consumo Cultural en las ciudades más importantes de México. Ha publicado y colaborado en publicaciones en México, España, los Estados Unidos y Colombia.

(1) Martinell Sampere, Alfons. Cooperación cultural internacional y globalización. En: Cooperación cultural Euroamericana, I Campus Euroamericano de Cooperación Cultural. Barcelona, España, 15 al 18 de octubre de 2000. p.25.

(2) García Canclini, Néstor, citando a José Jorge Carvalho. Iberoamérica 2002; diagnóstico y propuestas para el desarrollo cultural. OEI, Santillana, 2002. p.366.

Unión Europea y América Latina: tan próximas, tan lejanas…

Anne-Marie Autissier (*)

Las relaciones culturales y académicas entre la Unión Europea y América Latina se caracterizan por una paradoja : los une una proximidad cultural y artística de varios siglos y una tardía toma en cuenta de esta realidad en el marco oficial de las relaciones entre las dos regiones.

Basta aludir al caso de Brasil para ver como la corrientes artísticas europeas - realismo, romanticismo, simbolismo, naturalismo - ignoraron las fronteras políticas y geográficas. Mario de Andrade, Cecilia Meireles, Vinicius de Morais, Jorge Amado y Rubem Braga, ilustran, entre otros tantos, el sincretismo de las corrientes populares y literarias europeas con el fondo amerindio y afro-brasileño. Sin embargo, estas afinidades artísticas han influído poco sobre una dinámica de intercambios a nivel multilateral.

Una cooperación fragmentada

Dos obstáculos se verifican a propósito de una política de intercambios y de cooperación culturales entre las dos partes : muy a menudo, las relaciones entre Europa y América Latina se quedan dentro del marco nacional de los Estados europeos : España, Francia, Italia, Alemania y el Reino Unido conducen sus propias políticas de intercambios y de colaboración sin mucha concertación entre sí. A pesar de algunas excepciones, la posibilidad misma de una cooperación cultural y artística multilateral resulta difícil y poco productiva. En el campo universitario, la multiplicación de los intercambios individuales y bilaterales entre profesores e investigadores aún genera pocos deseos de trabajo multilateral. Sin duda, esta fragmentación tiene que ver con la debilidad de la propuesta cultural europea dentro del marco de la UE. Sin duda también resulta difícil para los Estados europeos cambiar costumbres antiguas de más de un siglo. Sin embargo, la relación con otros continentes parece la mejor oportunidad para crear redes comunes de intercambio y de cooperación cultural entre los Estados miembros de la UE.

El segundo obstáculo es la visión misma que la Unión Europea desarrolla a propósito de América Latina. La cooperación con América Latina aparece fragmentada a la vez con varias entidades, y también bajo dos términos que no tienen en cuenta la realidad socio-cultural de América Latina : cooperación y ayuda al desarollo. Comunidad Andina, MERCOSUR (Mercado Común del Sur), América Central, CARICOM (Mercado Común del Caribe) … Existen numerosos círculos de cooperación o de concertación, más bien dedicados al diálogo político y económico. Esta estratificación coincide mal con la posibilidad horizontal de coproducción o intercambios entre los profesionales de la cultura. Y, hablando de América Central, pude verificar en 2002, como el SICA (Sistema de Integración Centro-Americano) no corresponde a las estrategias de los profesionales de la cultura de esta región : sin México, una cooperación arqueológica no vale nada para los especialistas de América Central. Y

cuando se trata de arte contemporáneo, las relaciones con la Bienal de São Paulo parecen más importantes que los intercambios entre Guatemala y Nicaragua – que adémas no son tan fáciles desde el punto de vista de los transportes. Por fin, varios miembros del CARICOM se benefician de los programas ACP que tienen un modo de decisión y de financiación distinto.

Frente a estas dificultades, la Unión Europea actúa con dos objetivos, mal legados entre sí : cooperación descentralizada y ayuda al desarrollo, para la cual la Unión Europea es el primer financiero. Une vez más, los objetivos y los medios son diferentes y en ninguno de ellos se percibe el papel transversal de la cultura – a la vez como producción y difusión artística y como promoción y desarrollo de culturas, talentos o saberes locales en el sentido largo del término ― cultura ‖. Quizás solo el CARICOM asuma una reflexión transversal, tomando en cuenta los creadores, las industrias culturales y los saberes propios tales como el campo de la medicina tradicional. En conclusión, el carácter heterógeneo y fragmentado de las intervenciones de la UE parece un obstáculo al desarrollo de estos intercambios. O para decirlo en otros términos, es un ― recorte ‖ de la realidad latinoamericana (y quizás también de la realidad europea) que no coincide con el terreno : los idiomas ― amerindios ‖ de América Latina representan a la vez un objetivo filosófico, cultural, educativo y económico. En esta perspectiva, la agencia holandesa HIVOS cumple un trabajo interesante, apoyando micro-iniciativas culturales.

Interés y dificuldad de la cooperación descentralizada

La cooperación descentralizada aparece como un campo de cooperación nuevo e interesante por varias razones : toma en cuenta la necesaria implicación de la sociedad civil y da un papel significativo a los municipios que, en América Latina tanto como en Europa, pueden encontrarse en la raíz de inovaciones en términos de cultura y de producción artística. En este marco, se tiene que subrayar el ejemplo de las Ciudades Educadoras, una red creada en Barcelona con una fuerte participación de ciudades latinoamericanas y el de IULA (International Union of Local Authorities) y de la FMCU (Fédération mondiale des Cités-Unies) que tuvieron su primer congreso común en Rio de Janeiro en 2001. La CAMVAL (Coordinadora de las Asociaciones Mundiales de Ciudades y Autoridades Locales) que trata directamente con el Banco Mundial, tiene miembros activos en América Latina : la Red de Asociaciones de Municipios de América Latina. Estas asociaciones están implicadas en programas tales como URB-AL (con una participación del 50% máximo en los proyectos, por parte de la UE), creado para establecer contactos directos y de largo plazo entre ciudades latinoamericanas y de la Unión Europea. Se nota la escasa presencia de proyectos culturales dentro de este marco. Algunos aparecen en el tema n·2 ― La conservación de los sitios históricos urbanos ‖.

ALFA, Alßan y Erasmus Mundus : ¿Qué espacio de iniciativa tienen las universidades de América Latina?

Dos programas están interesados en la educación superior : ALFA y Alßan. Iniciado en 2002, el primero se interesa por los intercambios entre post-graduados. Muy reciente, a este programa aún le falta tiempo para un monitoreo. Distinta es la situación de ALFA que se inició en 1996 y está cumpliendo su segunda fase, ALFA II, 2000-2005 (42 milliones de euros para el periodo). El programa se articula en dos sub-programas : cooperación en gestión institucional y académica y cooperación para la formación científica y técnica. Está abierto a la participación de los 25 estados miembros y de los del EEE (Estados de Europa del Este), así como a 18 países de América Latina. Algunos proyectos de cooperación abarcaron el patrimonio y la arquitectura. La contribución de la Unión Europea se aproxima al 70% en

general (75% máximo), lo que significa la necesidad de encontrar el 30% restante de un presupuesto importante. Durante el primer programa, el desequilibrio resultaba evidente en los orígenes de los coordinadores : dos tercios venían de Europa. Otro desequilibro existente en el segundo programa : la presencia de los países latinoamericanos implicados : Argentina, Brasil, Chile y México son los más implicados. Otra constatación : las universidades latinoamericanas se ubican en grandes ciudades o capitales. En cuanto a los paises europeos implicados, España está en primera línea, mucho antes Portugal, Italia, el Reino Unido, Francia y Alemania. Falta una diversidad en términos de paises y de universidades, puesto que los criterios son muy estrictos. Asi se tiende a crear un doble estandard, en terminos de cooperación internacional. Quizás Erasmus Mundus dará mas flexibilidad. Adoptado en 2003 durará 5 años. Su objetivo es ― atraer a los mejores estudiantes y docentes del mundo en la mejores universidades europeas ‖. Su propósito es conseguir 250 masters europeos en el 2008, firmados entre 3 universidades de la Unión Europea o del EEE y luego abrirlos a terceros paises. Podemos citar el master MEEM - Mechanical Engineering Erasmus Mundus -, lanzado por el INSA de Lyon con el Trinity College de Dublin (Irlande) y la ETSEIB, Escuela de ingenieros de la Universidad Politécnica de Catalunya (Barcelona). La cooperación internacional se dedicará a Chile, Brasil y Argentina. Lo que notamos es que, en un primer momento, la idea es más difundir la ― cultura europea ‖ que acoger la cultura de los países de América Latina.

Finalmente, ALFA y Alßan no servirán de mucho si sus coordinadores no comparten una visión de servicio público de la enseñanza, basada en ciertos valores y conocimientos que no se pueden resumir por ― adaptación al mercado del empleo ‖. En el marco de la OMC (Organización Mundial de Comercio) y del GATS (Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios), los servicios de enseñanza representan un mercado potencial considerable. La cooperación entre America Latina y la Unión Europea tiene que tomar en cuenta esta ambigüedad.

Estas dificuldades me llevan a considerar las reglas de los programas de cooperación frente a las necesidades de los agentes culturales : como decía el responsable de relaciones internacionales de la Ciudad de Paris, Pierre Schapira en 2004, ― Las llamadas propuestas por parte de Europaid resultan demasiado pesadas y complejas para que todos los actores competentes del desarrollo puedan participar con igualdad. Los recursos que se deben mobilizar son desporporcionados en tamaño, en posibilidades financieras y en nivel de experiencia de muchas ONG. […] Así, EuropAid favorece la financiación de programas de gran ámbito y de muy largo plazo, excluyendo proyectos más precisos y localizados. ‖ Sabemos que la Comisión Europea ha propuesto una reforma de su dispositivo de ayuda exterior para 2007.

A esta lista se tiene que añadir la posibilidad de proyectos de cooperación con ― terceros ‖ países en el marco de programas como CULTURE 2000 y Jeunesse (Youth Programme). CULTURE 2007 tendría que favorecer más y más este tipo de cooperación. Entre los proyectos elegidos en 2004, destacan seis iniciativas de cooperación anual en el campo del patrimonio en África y Asia En cuanto a Jeunesse, sus agencias cumplen un excelente trabajo dentro y fuera de la Unión Europea. Este último ejemplo podría inspirar iniciativas en el campo cultural y artístico : becas individuales de mobilidad para jóvenes hasta los 25 años, coproducción de proyectos entre jóvenes, asistancia financiera y logística a los que vuelven de un periodo de Servicio Voluntario Europeo. 19 países de América Latina estan incluídos en este programa.

Ya existe une red interesante de micro-iniciativas individuales y asociativas en términos de cultura, arte y educación entre América Latina y países de la Unión Europea. Quizás la prioridad sea la posibilidad de cooperaciones rápidas y de corto plazo, incluyendo momentos

de formación y de contextualización para los profesionales europeos tanto como para los profesionales de América Latina. Finalmente, experiencias de cooperación con las diásporas latinoamericanas en Europa tendrían que estar apoyadas. Más que lo que se ha hecho hasta ahora, la Unión Europea tiene que contextualizar su visión de América Latina, acogiendo a especialistas de América Latina – historiadores, sociólogos, filósofos, socio-linguistas…, para que ellos nos enriquezcan con su análisis sobre las prioridades de la cooperación artística, cultural y científica, en términos internacionales. Una cooperación más estrecha con las Alianzas para la Diversidad cultural y con las federaciones especializadas como la CISAC (Confederación Internacional de las Sociedades de Autores y Compositores) también es necesaria.

Notas

Anne Marie Autissier (*)

Anne-Marie Autissier es Profesora de Ciencias Contemporáneas, y tiene un doctorado en Sociología Cultural. Ella da clases en sociología cultural y en políticas culturales europeas en el Instituto de Estudios Europeos en la Universidad Paris VIII. Es presidenta de la Asociación Culture Europe que publica una revista tres veces al años desde el 1984, ahora llamada Culture Europe Internacional. Trabaja frecuentemente como consultora para diferentes organizaciones francesas y europeas. Sus publicaciones más recientes son: L'Europe culturelle en pratique, chronique AFAA, La Documentation française, Paris, 1999; La réutilisation culturelle des monuments historiques en Europe (coll.), ACCR, Paris, 2000; "Les Etats, protagonistes ambigus de la coopération culturelle communautaire", en La culture dans les relations internationales (François Roche, dir.), École française de Rome, 2002 ; " La culture au milieu du gué ", en l'Europe à l'oeuvre, dossier de la revue Mouvement n·2', septembre - octobre 2003

El diálogo turismo y cultura

Damián Moragues Cortada(*)

Introducción

Hace ya bastantes años, colectivos de la gestión cultural y del sector turístico, mantenían reuniones y contactos, como los Seminarios sobre Turismo y Cultura que el CERC de la Diputación de Barcelona organizó en los años 80 y que tuve la oportunidad de coordinar. La génesis de estos encuentros entre profesionales radicaba en la convicción de que existía un divorcio técnico y dinámico entre los ámbitos de la cultura y del turismo, que se intentaba superar a través, al menos, de debates entre personas implicadas en ambas áreas de actividad. Muy posiblemente, este intento, como otros muchos que se produjeron y se han ido produciendo en los últimos 20 años, han acercado posiciones y, naturalmente, han generado perspectivas novedosas, algunas positivas y otras menos afortunadas. No se puede afirmar hoy, tal cual lo hacíamos hace 20 años, que cultura y turismo sean conceptos antagónicos, pero sí podemos decir que el diálogo, la interacción entre los dos ámbitos no es el que se supone que debiera ser.

En un proceso rápido, sin mucha reflexión, y con una perspectiva muy pragmática, se acuñó el término turismo cultural que parecía, o todavía parece, el punto de encuentro entre cultura y turismo. El origen tiene mucho que ver con necesidades de mercado, tanto de la gestión cultural como del propio sector turístico y queda acotado a propuestas de productos, marginales en gran parte de las ocasiones, sin intervenir en aquello que sería lo esencial de los dos ámbitos. A pesar del

paso del tiempo y tras mucho debate hay, todavía, desde el mundo de la cultura, una percepción de lo turístico como algo de segunda categoría o nivel, solamente aceptable por la trascendencia económica que puede suponer. En cuanto al sector turístico y a pesar del reiterado discurso de la sostenibilidad, siguen primando los modelos extractivos, en los que cultura, territorio, etc. son componentes consumibles de productos banales y de inmediata rentabilidad.

Se puede argumentar – y es cierto- que existen discursos teóricos más allá de esta visión simplificadora. Sin embargo, en mi práctica cotidiana de planificación turística y desarrollo de productos turísticos de los últimos 25 años, la realidad objetiva muestra que, desafortunadamente, seguimos anclados en esa simplicidad.

No se pretende aquí descubrir el paradigma universal de la simbiosis cultura turismo sino, simplemente, explorar opciones más abiertas de interacción entre ambos conceptos, de manera que se supere la simple relación marginal que supone el turismo cultural entendido en los términos más habituales.

Esta reflexión pretende proporcionar elementos de debate y, quizás, poner en cuestión la misma denominación de turismo cultural que, inercialmente, parece abarcar el todo de la relación cultura / turismo.

Las definiciones

Nótese la dificultad al tratar de cultura y turismo de utilizar algún término muy concreto, sea ámbito, sector, actividad etc. Muy probablemente la amplitud de conceptos, su transversalidad, dificulta esta precisión. No me atrevería a definir cultura o lo cultural. No es mi tema y dudo que pudiera hacerlo. En cuanto a turismo sí puedo afirmar que hay un gran debate de definiciones, producto del descubrimiento evolutivo de las interacciones de esta actividad o sector con todo su entorno social, cultural y económico. Hay quienes afirman que, en realidad, el turismo no es un sector como tal, sino que es una actividad que afecta a muchos sectores. De ahí la dificultad de ubicación del turismo en los esquemas organizativos de la actividad política y económica. Se discutía recientemente, aquí en Brasil, la conveniencia o no de disponer de un Ministerio de Turismo (2003), ya que ello supone que si alguien se dedica al Turismo, los demás no tienen porque hacerlo. Otros países no tienen este Ministerio, porque se supone que todos los estamentos de la Administración Pública, también Cultura, tienen presente este fenómeno y forma parte de sus políticas. En todo caso lo que resulta evidente es la transversalidad de la dinámica turística que afecta y se ve afectada por todos o casi todos los sectores sociales y económicos.

Si aceptamos como Turismo la definición de la OMT de 1994, ―el conjunto de actividades que realizan las personas durante sus viajes a lugares distintos de su contexto habitual, por un período inferior a un año, con propósitos de ocio, negocios y otros motivos ― nos damos cuenta de su inmensa amplitud y, por tanto, de las enormes potencialidades que implica. Al mismo tiempo, parece obvio que la Cultura, en sentido amplio, es un pilar trascendental de la actividad turística, sobre todo si vamos más allá de la concepción turismo/ocio/banalización y nos acercamos más al origen del turismo, la curiosidad, la necesidad de descubrir y saber (Curiosidad en Movimiento. Bertran M. Gordon).

En la exploración de las virtualidades del turismo hay una perspectiva, generalmente poco considerada, por la visión tópica de actividad extractiva, y que tiene mucha trascendencia en la relación con la cultura, y que trata del turismo como instrumento, como medio de difusión, que, a diferencia de los medios de comunicación habituales acerca el público a la noticia ( cultural, social, etc.) en lugar de llevar la noticia al público.

Estamos pues ante dos conceptos amplios, difícilmente acotables, y con múltiples posibilidades de interacción. Es, por tanto, difícil aceptar una definición de turismo cultural muy precisa que, en todo caso, limitaría muchas de las posibilidades de interacción. La opción, posiblemente, pasa por considerar la perspectiva desde la amplitud en lugar de intentar delimitar aspectos muy específicos.

Turismo y Cultura

El llamado fenómeno turístico es relativamente reciente en la forma en que hoy lo conocemos. Sus antecedentes, viajeros románticos y exploradores, tendrían un mayor componente cultural -aunque probablemente muy elitista- que el del turismo de hoy en día. Aún así cabría preguntarse si lo que llamamos hoy cultura es lo mismo que lo que se entendía en la época de los primeros viajeros a los que aludo. En todo caso nuestra época está marcada por la preeminencia de unos modelos turísticos extractivos, creadores de paraísos prefabricados en los que un barniz de exotismo cultural forma parte de los componentes de la oferta. No hablamos pues de cultura sino de subproductos aparentemente culturales insertos en una amalgama de experiencias fascinantes. Y cuando hablamos de subproductos, paraísos prefabricados, experiencias fascinantes, etc. no nos alejamos mucho de los calificativos que, frecuentemente, se suelen utilizar en la consideración de muchos consumos culturales ( TV, cine, música, literatura, etc.) de carácter masivo en nuestra sociedad. Hay pues una industria turística que proporciona carnaza a las masas y, también, industrias en el ámbito cultural que hacen algo parecido. La sociedad, en sus consumos masificados, actúa en todos los ámbitos de forma parecida. La cuestión está en saber que papeles juegan la educación y el mercado en todos estos procesos. En todo caso éste sería un tema demasiado amplio para incluirlo en esta reflexión.

Cierto es que no todo el turismo son viajes all inclusive masificados y banalizantes. Hay una parte, notable pero porcentualmente reducida, de experiencias turísticas en las que la naturaleza, las culturas, las relaciones sociales e incluso la solidaridad, forman parte importante de la actividad turística. De los 760 millones de personas que han hecho turismo en el 2004 en todo el mundo, según cifras de la OMT, la parte del león, sin embargo, estaría en el primer grupo y en la medida en que avanzamos en la búsqueda de experiencias turísticas con valores culturales auténticos, respetuosos y que no interfieren negativamente en la población local, el porcentaje se ve abocado ineludiblemente a cifras muy poco significativas.

Podríamos deducir, quizás recuperando el concepto elitista de los primeros tiempos del turismo, que está bien que sea así y que desde el mundo de la cultura no se va a trabajar para quienes no tienen el conocimiento o la sensibilidad de apreciar lo culturalmente aceptable. Si asumimos esta opción reducimos a un espacio marginal la posible interacción positiva entre cultura y turismo. Suponemos, pues, que no hay posibilidad de intervención en el espacio del turismo mayoritario, que atiende a dinámicas y perspectivas muy alejadas de la realidad y autenticidad cultural. Esta consideración va más allá de una determinada función pedagógica de la gestión cultural con respecto a la sociedad. Tiene que ver, también, con aspectos tan pragmáticos como el volumen económico que pueden aportar al mundo de la cultura los grandes flujos turísticos.

Hay que convenir que el llamado turismo cultural hoy en día se mueve fuera de los espacios turísticos de mayor entidad, para ubicarse en nichos de mercado algunos de ellos muy especializados. Se trata naturalmente de una consideración muy esquemática del turismo cultural, centrado en el patrimonio y/o aspectos muy emblemáticos de la dinámica cultural de un país o región. Otra cosa sería, si se entiende el turismo cultural como aquel en el que el turista realiza algún consumo cultural. En este caso y siguiendo con la perspectiva de una visión amplia del concepto cultura, el porcentaje de turistas culturales sería abrumador.

En resumen, hay una cierta tendencia desde fuera del sector turístico a abandonar, por imposible, la parte cuantitativamente más importante de los flujos turísticos al albur de las decisiones, mayoritariamente especulativas, de un reducido grupo de grandes empresas, a las que no se imponen otros límites más que – en algunos casos – los medioambientales.

En una reciente colaboración con el Ministerio de Turismo de Brasil, en la investigación sobre la relación del turismo con el alivio de la pobreza, nos encontramos, precisamente, con procesos muy similares. La mayoría abrumadora, casi todas, de las experiencias orientadas al alivio de la pobreza en el mundo estaban circunscritas a pequeños espacios, áreas o destinos de carácter experimental, sin entrar, en ningún momento, en la parte importante de los grandes flujos turísticos domésticos e internacionales. Muy posiblemente la dinámica de estos modelos turísticos es suficientemente potente e imperativa como para frustrar las perspectivas de intervención externa desde una u otra óptica, que no esté en los parámetros convencionales de esa industria turística. Aún así, en cualquier caso, la opción no pasa, solamente, por la marginalidad de las propuestas, sino que sería deseable la intervención en la parte más importante de la dinámica turística convencional.

Dos perspectivas tienen que ver con esta marginalidad del contacto práctico entre cultura y turismo. Por una parte la escasa tradición de considerar el turismo como instrumento, como herramienta eficaz de difusión. Así como se asume la importancia de utilizar los medios de comunicación convencionales para la difusión de las propuestas culturales, lo que significa la adquisición o contratación de tecnologías que nos permitan hacerlo, no se hace lo mismo con respecto al turismo. Se supone, incomprensiblemente, que será el sector turístico, la industria turística, quién tomará la iniciativa de incorporar –en algunas ocasiones con trabas- las propuestas culturales a sus contenidos. Si analizamos el esquema operativo de las grandes empresas que controlan los flujos turísticos más importantes es impensable que esto se produzca más allá de lo que ya apuntábamos anteriormente, la complementariedad o el barniz que hagan más atractivo el producto turístico final..

Una segunda perspectiva es la que concierne a la planificación turística, ámbito en el que es notable la ausencia de los gestores culturales. Cuando se planifica turísticamente se están definiendo modelos, es decir, se está definiendo lo que va a ocurrir turísticamente en aquel territorio. Dependiendo del modelo se van a producir más o menos impactos en la cultura local. Al mismo tiempo, cuando planificamos, estamos decidiendo también el grado de inclusión de las propuestas culturales en el conjunto de la oferta turística del destino, no tan solo cuantitativamente sino, lo que es tanto o más importante, cualitativamente.

La planificación turística, en la actualidad está notablemente influenciada por el origen de las iniciativas públicas de planificación. Por una parte las iniciativas que tienen como objetivo la generación de dinámica económica en zonas donde no hay actividad turística o ésta es incipiente. Aún cuando éste sería el mejor espacio para adoptar criterios de sostenibilidad e incorporar activos culturales significativos, hay que tener en cuenta que se produce una coincidencia perniciosa entre la urgencia de los gobiernos por crear dinámica económica y la visión de beneficio a corto plazo de los inversores turísticos, de manera que este tipo de planificaciones se resuelven generalmente, en la práctica, en modelos muy extractivos.

A otro nivel, se planifica en función de ordenar el caos. Es decir, cuando se ha iniciado una dinámica turística espontánea con crecimiento desordenado y hay que acotar ese crecimiento dentro de límites razonables. En realidad, aunque se obtiene cierto éxito en la mayoría de los casos, este tipo de planificaciones están fuertemente influenciadas por aspectos de marketing, que tienden a posicionar en el mercado el nuevo destino turístico. Por tanto, tienen mucho mayor peso las propuestas de comercialización, sobre las propuestas de estructuración de la oferta, en las que cabría una mayor incidencia de las opciones culturales.

Finalmente la iniciativa más conocida es la de la reordenación o reconversión de destinos turísticos que, por su propia voracidad, han entrado en un proceso de declive. Aquí podríamos incluir muchos destinos turísticos del mundo bien conocidos por todos. Es en este caso en el que se acude con más frecuencia a la oferta cultural para tratar de enriquecer el producto y darle una nueva perspectiva, que permita seguir manteniendo las cuotas de rentabilidad del destino o, al menos, su supervivencia.

Naturalmente existen otros modelos de planificación, más basados en criterios de sostenibilidad, aunque, desafortunadamente, no podamos afirmar que sean mayoritarios, al menos por las zonas en que se aplican a o por su evolución posterior.

Lo que sí es notable en todo este proceso es la ausencia de expertos y gestores culturales en los procesos de planificación. No tan solo por una exclusión explícita de los equipos de planificación, sino por la falta de voluntad participativa de los estamentos de la cultura. Es decir, el tema no va con ellos. Tanto es así que en múltiples casos en los que he intervenido profesionalmente, la máxima resistencia y dificultad ha estado, precisamente, en interesar e implicar a los responsables culturales de un territorio en los procesos de planificación turística.

Los riesgos de esta ausencia tienen una doble vertiente. Por una parte la ausencia de mecanismos de preservación de la cultura local frente a los procesos de aculturación o transculturación consecuencia de la actividad turística. Por otra parte la minimización de la integración de la oferta cultural, de manera significativa, en el contexto de la oferta turística global, con garantías de autenticidad y evitando las banalizaciones típicas del consumo de masas.

El abandono, pues, de la voluntad de intervención en los grandes procesos turísticos significa una cierta marginalidad de lo que comúnmente denominamos turismo cultural, circunscrito a opciones y mercados menores.

El turista: La relación del consumidor de los años 60/70 con el sector turístico se basaba principalmente en los servicios y

en un conjunto de destinos progresivamente más estandarizados. A partir de los años 70/80 se inicia un tímido cambio, relacionado con los movimientos sociales en Europa, que pone en cuestión gran parte de los contenidos culturales y sociales de la oferta turística internacional. Aparecen en el mercado nuevas ofertas y empresas que, además del simple servicio turístico, ofrecen contacto con la naturaleza y el descubrimiento de nuevas culturas.

Esta evolución ha marcado una frontera, a inicios de los 90, entre el antiguo consumidor turístico, más indolente y menos exigente, y el nuevo consumidor turístico, más vinculado a la realidad social y cultural de los lugares que visita y más exigente en el conjunto de su relación con el turismo.

Se ha dado en tratar, en los últimos tiempos, de un ―nuevo cliente turístico‖, con unas características que lo definen aproximadamente.

El ―nuevo cliente turístico‖ :

Es impaciente. Las nuevas tecnologías, así como la agilidad en los procesos de comercialización han ubicado en el mercado una técnica de respuesta inmediata o casi inmediata a la demanda del consumidor. El nuevo turista es, pues, alguien que precisa de respuestas instantáneas a sus requerimientos de información o de prestación de servicios.

Busca experiencias. Las motivaciones que generaron los grandes descubrimientos de finales del Siglo XIX y su componente romántica han desaparecido prácticamente, al estar todo el planeta descubierto y sistematizado. La necesidad de expresar esa búsqueda por lo desconocido implica la exigencia de experiencias en el tiempo dedicado a los viajes. Asimismo, la presión de las grandes urbes, con su uniformización, genera, también, la necesidad de nuevas experiencias que enriquezcan el bagaje personal de cada uno. Otros parámetros como la estandarización de los modelos de vida y de ocio, así como la incorporación de nuevos valores (solidaridad, sostenibilidad, etc.) a la conciencia colectiva han motivado, también, que el turista actual busque vivir experiencias innovadoras en su periplo de viaje.

Está bien informado y es exigente. El volumen de información turística actual, especialmente gracias a Internet, es muy importante, por lo que el turista actual dispone de recursos accesibles para obtener las informaciones que precisa. Este volumen de información, añadido a la voluntad de personalizar su propio viaje le confieren una característica de exigencia frente a la industria turística. Es decir, el viajero actual acepta menos la dinámica tradicional de un viaje organizado, en tanto que confía más en su propio criterio y tienen documentación para ello. Por otra parte tiende a diseñar su propio itinerario o, al menos, a incluir en los paquetes preorganizados sus propios intereses o inquietudes.

Busca una buena relación calidad/precio. El turista actual se mueve menos por símbolos de prestigio, aunque el viaje en sí mismo sea uno de ellos, y selecciona la calidad y el precio de los servicios que va a recibir. Una característica muy importante para el desarrollo futuro de productos es que el nuevo turista está dispuesto a pagar más por la incorporación de valores intangibles a su experiencia de viaje. La calidad adquiere en el turismo de hoy en día un valor absolutamente relevante, por lo que existe una preocupación del sector y un proceso acelerado en la aplicación de sistemas de calidad.

Según las referencias del World Travel Monitor las previsiones de la evolución futura del consumidor turístico se podrían sintetizar en el siguiente bloque:

Continuación y posible aumento de la preocupación en seguridad.

Períodos vacacionales más cortos y más frecuentes, con menos descansos cortos / fin de semana, de una a tres noches de duración.

Cambios hacia turismo doméstico o regional.

Retraso en la formulación de reserva e incremento del uso Internet.

Aumento de la demanda de paquetes parciales o a la medida, sobre los paquetes tradicionales.

Mayor interés en vacaciones que ofrezcan una experiencia, sobre el destino o producto.

Demanda de vacaciones como vivencia de experiencias, incluyendo inmersión en la cultura local y proximidad a la naturaleza.

Productos novedosos y alojamiento no convencional.

La perspectiva, pues, del que podríamos denominar nuevo consumidor turístico nos acerca mucho más a las potencialidades de la oferta cultural, sin olvidar, tal como se dijo anteriormente, que la tendencia no significa que la realidad del gran bloque de consumos turísticos tenga hoy ya estas características.

A estas tendencias estandarizadas podríamos añadir dos factores muy significativos en el comportamiento de las personas ante la actividad turística. En primer lugar el carácter policonsumidor del turista actual. Es decir, la misma persona, con circunstancias demográficas invariables, realiza consumos turísticos muy distintos en función de motivaciones o situaciones distintas. Una misma persona puede ser un cliente ocasional de turismo rural, de turismo de negocios o congresos por su actividad profesional, de turismo de aventura en unas cortas vacaciones o del llamado turismo cultural durante un fin de semana. Por tanto la tradicional asimilación producto/segmento de mercado pierde valor en favor de los canales de distribución que, como en un supermercado, ponen al alcance del consumidor turístico el producto que precisa en cada momento. Así pues, podemos poner en cuestión la existencia del turista cultural, entendido como un individuo de características especiales o acotables. Todos somos susceptibles de opciones turísticas distintas en circunstancias también distintas. Incluso, dentro de un mismo viaje, la multiplicidad de intereses y consumos es amplísima. Hay muy pocos consumidores exclusivos de museos. Sí, en cambio, la gran mayoría de quienes viajamos combinamos, en el mismo periplo, preferencias y consumos muy variados. En segundo lugar parece que el factor precio determine, en turismo, de una manera incontestable, la decisión del consumidor, cuando, en realidad, se está dispuesto a pagar más por el valor añadido de una experiencia novedosa o por la garantía del rigor científico o cultural de la oferta que se nos presenta. Muy probablemente, el déficit no está en el escaso criterio del turista potencial, sino en la falta de opciones concretas, con ese valor añadido, donde poder elegir. En resumen, falta producto con contenidos creativos, rigurosos y atractivos. Se mide, se valora y se trata de calidad en turismo, referida tan solo a factores de servicios (hoteles, transportes, etc.). No se trata, casi nunca, de calidad de contenidos. Este es un reto que debe aceptar el mundo de la cultura

En síntesis, aparece en un horizonte emergente una tipología de turista más sensible a nuevas experiencias y valores, con mayor criterio en sus procesos de decisión, más respetuoso con las culturas locales e interesado por ellas y capaz de valorar contenidos culturales auténticos e interpretados con rigor. Esta perspectiva, a largo plazo, puede y debe significar un cambio, también, en la generación de oferta adecuada a las nuevas necesidades.

Espacios y estrategias de encuentro

Por lo expuesto anteriormente, se aprecian, en una visión amplia, múltiples espacios de encuentro entre cultura y turismo, posiblemente más allá de la simple cooperación mercantil en la ubicación en el entramado de la industria turística de propuestas selectivas dirigidas a colectivos minoritarios.

Una primera consideración, ya apuntada anteriormente, se relacionaría con la concepción del turismo, por parte del mundo de la gestión cultural como un instrumento, un medio más, con sus técnicas específicas, para la difusión y rentabilización sostenible de los recursos culturales, tangibles e intangibles. Es decir, la iniciativa no correspondería ya a la industria turística, poco documentada y escasamente consciente de los aspectos culturales, sino a las entidades y gestores de la cultura en un proceso de implicación con el turismo, en su doble perspectiva difusora y de rentabilización.

Una segunda consideración se referiría a los distintos niveles en que la oferta cultural debería insertarse en el mundo turístico. El perfil del turista actual, al que nos hemos referido anteriormente, no es mayoritariamente culto y estudioso. La banalización forma parte del contexto de su vida cotidiana y de gran parte de sus consumos culturales o pseudoculturales. No por ello se propone aquí banalizar la cultura, sino que se trata de, en un proceso creativo, de generar mecanismos de interpretación asequibles a la mayoría de los ciudadanos y comprensibles en el contexto de las nuevas técnicas de comunicación y de ocio. Los atractivos turísticos son muy amplios y modulables a la medida de las necesidades e intereses del consumidor potencial. Por poner un ejemplo, que a algunos puede sorprender, es más atractivo turísticamente el

proceso de trabajo de un arqueólogo que el vaso campaniforme resultado final de su cometido. Probablemente la labor esté en explicar de forma lúdica, pero rigurosa, este trabajo arqueológico, de manera que al final se comprenda que es el vaso campaniforme.

En este contexto cabría plantearse, en primer lugar, una implicación decidida del mundo de la cultura en los procesos de planificación turística, de manera que los modelos resultantes de la planificación contengan criterios serios y documentados como componentes de la oferta y se preserve la autenticidad y valor de las culturas autóctonas. Si la iniciativa corresponde exclusivamente al sector turístico, el riesgo de superficialidad y de impacto negativo sobre la realidad cultural local es evidente. Se acude, frecuentemente, a la idea de la sensibilización de la industria turística para evitar estos riesgos. Hay que tener presente que, en otros ámbitos, como el medioambiental, se trató en su momento de sensibilización, pero los resultados en términos de conservación no han llegado hasta que la sociedad, sensibilizada, ha generado normativas legales de protección. La sostenibilidad medioambiental no se basa, hoy en día, tan solo en procesos de concienciación de las empresas, sino que se basa en medidas legales muy concretas que acotan la actividad de tales empresas. No ocurre lo mismo cuando tratamos de sostenibilidad social o sostenibilidad cultural. Hay, todavía, un largo camino por andar, pero la perspectiva normativista debe estar en un horizonte próximo.

En segundo lugar hay que referirse a la estructuración de la oferta turística, ámbito en el que las entidades culturales no han entrado o lo han hecho de una manera muy tímida. En general, se supone que los recursos culturales son un atractivo turístico que va a conducir los flujos turísticos hacia un determinado territorio. Esto, al igual que ocurre en otras tipologías de recursos turísticos no es realmente así. Disponer del recurso es, simplemente, disponer de la potencialidad, lo que no significa, necesariamente, la afluencia inmediata de visitantes. Aún así, si pasamos de la simple constatación de la existencia del recurso al marketing, a la publicidad, y conseguimos atraer flujos de visitantes, sin que exista un producto estructurado, seremos víctimas probables de dos de las consecuencias más frecuentes: la sobreexplotación y/o la subvención del visitante. Sobreexplotación porque ante la ausencia de producto estructurado se suele generar una oferta anárquica y descompensada con riesgos evidentes para el mismo recurso ( véase el caso de muchas fiestas tradicionales ) y lo que denominamos subvención no es más que, por la ausencia de producto y, por tanto, por la inexistencia de mecanismos comerciales que rentabilicen el recurso, se acaba soportando los costes de conservación, interpretación, difusión, etc. a cambio de nada o muy poco. Es decir estaremos subvencionando indirectamente al visitante que disfruta del recurso.

El proceso de elaboración de productos turísticos a partir de un recurso cultural es laborioso y precisa de expertos que lo hagan posible, muy especialmente si, tal como se sugería anteriormente, la iniciativa parte del mundo cultural, en cuya tecnología no figura hoy, precisamente, la gestión turística. Este es, quizás, un paso más a dar en la línea de encuentro entre el sector turístico y el mundo de la cultura. No es extraño ni exótico que una entidad cultural tenga sus expertos en Comunicación. ¿ Por qué no tener expertos en Turismo, cuando ello puede, además, comportar ingresos significativos para conservación o investigación?

El turismo precisa de técnicos culturales en sus procesos de planificación y la cultura precisa de técnicos en turismo para la generación de productos turísticos culturales.

Si tal como indicaba al inicio, se hace difícil comprender que la única relación entre cultura y turismo esté ubicada en un catálogo de productos alternativos dirigidos a una parte minoritaria - y seleccionada – de los consumidores turísticos, cabe aquí proponer una nueva visión, más allá del turismo cultural o redefiniendo este mismo concepto, que permita:

Una presencia significativa, auténtica y rigurosa de contenidos culturales en las ofertas resultantes de los procesos de planificación turística.

Una implicación más decidida de los gestores culturales en la industria turística, capaz de generar flujos turísticos importantes, controlados desde el mismo ámbito cultural.

Procesos técnicos, realistas y rigurosos, para la conversión de las potencialidades culturales en productos turísticos adaptados a la realidad de la nueva demanda.

Unos soportes de comercialización potentes, alternativos a los convencionales del sector turístico, que faciliten el acceso de los visitantes potenciales a nuevas propuestas culturalmente atractivas y dignas.

En resumen, hay una perspectiva más amplia que la de las rutas culturales o las visitas a museos y yacimientos arqueológicos. Es muy posible que en un futuro próximo – y en ello trabajo- podamos conocer países, regiones o ciudades de la mano de entidades culturales que nos garanticen, más allá de la calidad del alojamiento y el transporte, la calidad de los contenidos culturales de nuestro periplo.

Notas

Damián Moragues(*)

Técnico en Turismo. Consultor de UNDP, OMT, BID. Profesor de la Escuela Superior de Turismo de Barcelona. Colaborador de Universitat Politécnica de Catalunya, Escola de Turisme i Hosteleria – UAB, Escuela Sant Ignasi/ ESADE. 35 años de experiencia en gestión y planificación turística. Director / Gerente de DERT Consultors, empresa especializada en planificación y desarrollo de recursos turísticos. Director de diversos programas internacionales de planificación turística en Europa e Iberoamérica.

Imaginarios urbanos, espacio público y ciudad en América Latina

Florencia Quesada Avendaño(*)

Resumen: Se hace una caracterización general de las ciudades latinoamericanas contemporáneas, de sus principales problemas tales como: crecimiento de la población, segregación, pobreza, economía informal, la transformación del espacio público y el abandono del viejo centro histórico, la conformación de múltiples focos de desarrollo y crecimiento, y los nuevos usos y formas del espacio público y privado. Además, se analiza como estos cambios urbanos, y la conformación de las megaciudades y otras aglomeraciones urbanas latinoamericanas, han modificado las formas de vivir, percibir e imaginar la ciudad. Se explora como las representaciones simbólicas e imaginarios urbanos de los habitantes, según su condición económica y socio-cultural determinan los usos y vida cotidiana en las ciudades latinoamericanas.

Algunas cifras

Según un informe de las Naciones Unidas sobre las aglomeraciones urbanas realizado en el 2003, de las 24 megaciudades del mundo (con más de 8 millones de habitantes), cuatro se encuentran en América Latina: Ciudad de México (18,7 millones, la segunda ciudad más grande del mundo), São Paulo (17,9 millones), Buenos Aires (13 millones) y Río de Janeiro (11,2 millones). Lima, con 7,9 millones pronto formara parte de estas cifras oficiales que la colocarán entre las megaciudades latinoamericanas.(1) Entre 1950 y el año 2005 el porcentaje de la población urbana en América Latina y el Caribe pasó de 41,9% a 77,6%. Se estima que para el año 2030 esta cifra aumentará a 84,6%. Actualmente la mayoría de la población en América Latina y el Caribe es urbana, más que la población urbana europea (73,3%) y un poco menor que la población urbana norteamericana (80,8%).(2)

Según un informe de la CEPAL, sobre el Panorama Social de América Latina y el Caribe 2004, del total de la población pobre en el año 2002, el 66,2% vivía en zonas urbanas. En otras palabras alrededor de 146,7 millones de personas pobres viven en la ciudad. Con respecto a la distribución geográfica de la población pobre, casi la mitad se concentra en tan solo dos países: Brasil (30%) y México (17%). En Colombia y en el Istmo Centroamericano la población pobre en el año 2002 representó alrededor de un 10% del total regional.(3) En ese mismo informe de la CEPAL se señaló, que uno de los rasgos más sobresalientes de la situación social de América Latina es la marcada desigual distribución del ingreso que prevalece en la mayoría de los países, con la consiguiente polarización y segregación social. Los grupos más ricos reciben en promedio el 36,1% del ingreso de los hogares, aunque en países como Brasil, ese porcentaje supera el 45%.

Las ciudades latinoamericanas

La descripción general de algunas cifras y porcentajes del panorama urbano en América Latina y el Caribe, permite contextualizar y comprender de forma sintética el complejo panorama que caracteriza a las ciudades latinoamericanas en la actualidad. Me refiero al crecimiento urbano sin control —producto de la migración interna, tanto de zonas rurales, de otras ciudades y de países limítrofes— que ha provocado la formación de las megaciudades y grandes aglomeraciones, la extensión de los cinturones de miseria en las periferias urbanas, la continua segregación de la población en ghettos y residenciales exclusivos, la transformación del espacio público y la perdida de significación de los lugares públicos tradicionales como las plazas o parques centrales y del creciente aumento de las desigualdades. Los altos niveles de contaminación del aire y de los ríos, el colapso de algunos servicios públicos, la insuficiencia de recursos de las municipalidades para hacer frente a las necesidades de la población, el precario transporte público y el congestionamiento del tráfico urbano, se suman a esta lista de problemas urbanos que son el pan de cada día de las ciudades latinoamericanas. La fusión de todos estos factores, han provocado el deterioro de las condiciones de vida en general de los habitantes en las urbes, especialmente para los sectores pobres y de extrema pobreza que cada día son más numerosos en la ciudad.

Dentro de este complejo panorama es necesario entender cómo viven, perciben e imaginan las ciudades sus pobladores y como se modifican estas percepciones, como producto de las transformaciones en la ciudad. Las formación de megaciudades y otras grandes aglomeraciones en América Latina, plantean nuevos retos y formas de cómo analizar lo urbano, es dentro de este contexto que es fundamental repensar que está ocurriendo con la dimensión cultural en las ciudades latinoamericanas.(4)

Como apuntó el historiador e urbanista argentino Jorge Hardoy, lo que prevalece en América Latina desde hace varias décadas es una ciudad-región que combina las peores consecuencias de un masivo crecimiento demográfico y de un crecimiento físico sin controles, que han producido a la vez dos ciudades paralelas: la legal y la ilegal. La primera es parte de la historia oficial. La segunda está formada por los barrios pobres y las urbanizaciones ilegales y constituye un componente esencial de la ciudad latinoamericana contemporánea.

La ciudad ilegal, con un mosaico de nombres diferentes de acuerdo con cada país latinoamericano (callampas en Chile, pueblos jóvenes en Perú, favelas en Brasil, villas miseria en Argentina, vecindades o colonias populares en México, tugurios en Costa Rica, ranchos en Venezuela y Guatemala), ha transformado la estructura y el paisaje de las ciudades latinoamericanas. Estos asentamientos se localizan en los sitios menos favorecidos de la ciudad, generalmente en las laderas de las montañas o en los cauces de los ríos y están propensos a inundaciones y deslizamientos que ponen en riesgo la vida de sus pobladores. Si los asentamientos no son intervenidos por las autoridades, con el tiempo se convierten en permanentes y se comienzan a instalar algunos servicios públicos. En Lima y en sus desérticos suburbios hoy viven más de 2 millones de personas en los denominados irónicamente ―pueblos jóvenes‖. El ejemplo emblemático de la consolidación de un asentamiento ilegal y de su exitosa organización comunal es la Villa El Salvador en Lima, pero, la mayoría de estos asentamientos en medio del desierto, no cuentan con los mínimos servicios como agua potable.

El aumento de la economía o sector informal en las ciudades latinoamericanas es otro de los muchos problemas que aquejan por igual a las urbes en la región. Este sector informal, representado de manera más visible por los miles de vendedores ambulantes, está presente en las calles y aceras a lo largo y ancho del continente y plantea serios problemas de índoles social y económico. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo, el empleo urbano informal aumentó entre 1990 y 2003 del 43% al 46% en toda la región. La proporción de hombres empleados en la economía informal urbana también aumentó en la última década del 39,5% al 44% y afectó más a las mujeres, cuyo porcentaje se incrementó del 47,5% al 50%. En países como Perú, Bolivia y Ecuador y varios países centroamericanos este sector informal representa más del 60% de la PEA.(5)

El centro histórico y/o el casco antiguo de la ciudad, expresión de la traza fundacional propuesta por los colonizadores españoles, la retícula ajedrezada que constituía hasta alrededor de 1950 el corazón de las ciudades latinoamericanas, ha tenido un proceso de clara decadencia y degradación y una disminución de sus habitantes. El incremento de la contaminación, el tráfico y el fuerte congestionamiento en esas áreas centrales no estimula tampoco la inversión pública o privada. Los antiguos centros históricos, por ejemplo en el caso de las capitales centroamericanas, han sido tomados por los vendedores ambulantes que proliferan en sus estrechas aceras y calles y los comercios de baratijas ―made in China‖ ahora

colman los viejos almacenes comerciales. Muchos de estos edificios permanecen abandonados y en un continuo deterioro. La ausencia de recursos locales y la falta de interés para fomentar la inversión, no presentan un futuro muy alentador y existen pocas perspectivas a corto plazo para la transformación y renovación de los distritos centrales.

El proceso de deterioro se ha revertido en algunos casos a partir de la década de 1990, como en Lima, Quito, Bogotá y la Ciudad de México, que han llevado a cabo proyectos de restauración de sus antiguos centros históricos. Las que en otro tiempo fueran congestionadas calles y aceras llenas de ventas ambulantes, han sido literalmente limpiadas y los vendedores relocalizados a otros puntos de la ciudad, el patrimonio arquitectónico ha sido restaurado y se han creado bulevares peatonales y otros servicios que intentan recrear o emular a las ciudades de inicios del siglo XX. Casi como un modelo repetitivo, se vuelven a instalar faroles, bancas y todo tipo de infraestructura de inicios del siglo pasado, para emular ese glorioso pasado urbano que se ha idealizado. En algunas ciudades se impulsan proyectos de repoblamiento del antiguo centro. Por ejemplo, en San José, la Municipalidad como parte del Plan Director Urbano, ha propuesto la reutilización de los viejos comercios, y la remodelación de sus estructuras para convertirlos en edificios de apartamentos mixtos. Con esas medidas, se intenta dar vida y nuevos usos y funciones al centro tradicional ―abandonado‖ por los sectores medios y altos; pero estos son apenas proyectos que la mayoría se quedan en el papel.

Al mismo tiempo, la segregación residencial sigue en incremento y se ha acentuado el proceso con una creciente polarización del espacio urbano. Con los crecientes niveles de delincuencia, secuestros, y otros crímenes, el enclaustramiento de las familias ricas en zonas protegidas, es la norma. El modelo de condominio de lujo con sistemas de seguridad privados se ha extendido en las ciudades de América Latina de forma generalizada. Las clases medias, que cada vez son menos numerosas, también han adoptado un sistema similar de vivienda en condominios o multifamiliares, con organización barrial. El acceso a estas antiguas vías públicas, ahora es privado, y el paso es regulado por los vecinos y los nuevos sistemas privados de seguridad mantenidos por los vecinos. Lo que también ha producido cambios sustanciales en el uso de las vías públicas, ahora convertidas en privadas.

En suma, la segregación espacial y el abandono del centro tradicional, plantea una transformación importante en los usos tradicionales del espacio público en la ciudad latinoamericana. No sólo las elites se segregan cada día más, sino también otros grupos sociales medios y populares siguen un patrón similar por razones de seguridad. Estos factores unidos al crecimiento en la periferia y diversificación de servicios, da como resultado que ya no exista un solo centro, sino múltiples centros dispersos. Las megaciudades latinoamericanas y otras capitales de ―menor tamaño‖ son hoy día policéntricas, con diversos polos de desarrollo. A pesar de que en algunas de ellas todavía existe un centro simbólico, en la mayoría de las ciudades ya no es posible definir cuál es su centro. Las megaciudades y grandes aglomeraciones urbanas latinoamericanas se extienden como una gran mancha que se pierde en el horizonte, cuyos habitantes difícilmente llegan a conocer en su totalidad, y mucho menos a transitar o a imaginar en conjunto.

Un fenómeno de finales del siglo XX, en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, es la proliferación de los macrocentros comerciales a la manera norteamericana, que representan hoy día un papel cultural de importancia. Los malls han producido nuevos ―seudo-espacios públicos‖ para el consumo de un estilo de vida, que imita la cultura estadounidense, dominados y controlados por grandes franquicias extranjeras. En estos espacios se promueve un modelo de vida, representado, sobre todo, por los valores y cultura de los Estados Unidos. En ellos se consume desde comida rápida o chatarra, vestimenta de todo tipo, video juegos, discos compactos y diversos entretenimientos (como los multicines con el monopolio de la producción hollywoodiense). Además se ofrecen servicios públicos diversos, gimnasios, discotecas, oficinas públicas, todo en un solo espacio.

Los malls son lugares donde la arquitectura monumental importada, está asociada con el paseo y la recreación, pero ante nada son espacios creados y pensados para el consumo. A la vez, son un nuevo espacio público para la distinción y diferenciación simbólica especialmente de las clases altas y medias. La construcción ilimitada de estos ―moles/males‖ comerciales (pareciera que se reproducen como hongos en el bosque), en diferentes puntos de la ciudad, no sólo ha cambiado el paisaje urbano, sino que también ha transformado el uso del espacio público en las ciudades de América Latina, además de reestructurar, en forma concentrada las inversiones, los servicios y provocar la desaparición de pequeños comercios y locales que no pueden competir con ellos.

La percepción de seguridad que se tiene de estos lugares, por sus condiciones de infraestructura, distinción, higiene y seguridad, también fomentan el uso de estos espacios comerciales para la sociabilidad. Por ejemplo, los padres de familia, preocupados por la seguridad de sus hijos —especialmente de los adolescentes—, prefieren que estos socialicen y se diviertan en el mall con sus amigos, en un ambiente cerrado y seguro, a que frecuenten otras zonas de la ciudad consideradas y percibidas como peligrosas. En suma, los centros comerciales han transformado de manera fundamental el uso del espacio urbano y del consumo, incluido el consumo cultural en las ciudades latinoamericanas.

La ciudad: las formas de vivirla, de imaginarla y de ¿compartirla?

La población urbana adopta diferentes estrategias y formas de vivir la ciudad de acuerdo con sus condiciones económicas y socio-culturales, cada habitante tiene formas diferentes de pensar e imaginar la ciudad, y adoptan prácticas territoriales particulares.(6) Según García Canclini, la ciudad ―se concibe tanto como un lugar para vivir, como un espacio imaginado‖. (7) Y las representaciones simbólicas o imaginarios urbanos permiten entender como el ciudadano percibe y usa la ciudad y como elaboran de manera colectiva ciertas maneras de entender la ciudad subjetiva, la ciudad imaginada, que termina guiando con más fuerza los usos y los afectos que la ciudad ―real‖.

La creación de las megaciudades en el caso de México, Brasil, Argentina y Perú, entre otras al igual que la formación de grandes aglomeraciones urbanas latinoamericanas, han modificado significativamente los usos, formas de vivir, pensar e imaginar a la ciudad. Gustavo Remedi argumenta, que como parte del proceso de transformación urbano de las últimas décadas, en las ciudades latinoamericanas se ha dado una transformación del modelo cultural. Remedi se refiere a cuatro fenómenos espaciales que han sido determinantes: ―la emergencia de ‗zonas‘ y ‗locales‘ especializados para el paseo y el consumo, ‗la casa mundo‘, ‗el barrio-mundo‘ y el aumento de la importancia de los espacios públicos y virtuales (teléfono, radio, internet, video)‖.(8)

La percepción y determinación que una zona de la ciudad es la más peligrosa, es la que incide en la decisión de transitar, habitar, o invertir en ella, no siempre basada en hechos y datos reales, sino muchas veces definida por la percepción que tenemos de esa zona específica de la ciudad y de ese ―mapa mental‖ que nos hemos formado de ella. Algunos sectores, son considerados por ciertos grupos sociales como ―peligrosos‖ por esas zonas violentas e inseguras nunca se transita. Para las elites urbanas, que se han recluido en sus ―burbujas‖ y mundos exclusivos de condominios cerrados, clubes, escuelas, centros comerciales; el antiguo centro ha perdido sentido y valor. Ahora es un espacio ―vacío‖, según su nueva reconceptualización de la ciudad, ya no vale la pena frecuentarlo. Estos centros tradicionales, simbolizados por el parque o plaza central, que todavía conforman el centro histórico y son patrimonio arquitectónico en muchas ciudades latinoamericanas, han sido ―tomados‖ especialmente por los sectores populares en la vida cotidiana, como lugar de trabajo y diversión, lo mismo que los nuevos inmigrantes que dan nuevos usos y funciones a ese espacio público.

Las percepciones reales o imaginadas de la inseguridad en las ciudades, no sólo han motivado a no frecuentar ciertos espacios, sino que también por temor a ser asaltado, secuestrado o agredido sus habitantes se han literalmente enclaustrado en sus espacios cerrados y privados, como ya lo analizamos. José Fuentes Gómez, menciona que esos ―imaginarios asociados al miedo forman un conjuntos de imágenes concretas que en ciudades como Bogotá o México pueden llegar a dominar los imaginarios urbanos. Lejos de ser ficticios, tales imaginarios ―encarnan la tensión social y el antagonismo de clases‖.(9)

La percepción de la inseguridad está cada vez más generalizada en la población latinoamericana, el incremento de esta percepción tiene una base real en el aumento de los delitos, pero también está se promueve y se incentiva por el tratamiento de la noticia y sensacionalismo en los medios de comunicación.(10) En muchas de las grandes ciudades latinoamericanas, el encierro es la norma, en Buenos Aires, estos espacios son conocidos como ―barrios con candado‖ y en la Ciudad de México se les denomina ―fraccionamientos privados‖. Se vive entre rejas, casa enrejada, barrio enrejado y vigilado, automóviles con múltiples alarmas antirobo, lo que también ha modificado el uso del espacio público para dar paso a una privatización del espacio, y a la vez ha debilitado el sentido comunal de los barrios y los lazos de solidaridad.

Para analizar un caso más específico, nos referiremos a una capital secundaria, San José, y al Gran Área Metropolitana (GAM) de la cual es parte. Un espacio de apenas 1.778 km2 que incluye a las principales ciudades del Valle Central y en el

que vive más de la mitad de la población nacional. San José, sufre de los mismos problemas de las grandes megaciudades a una escala pequeña. Según un estudio realizado por el psicólogo Marco Fournier, la percepción de inseguridad en Costa Rica es desproporcionada con respecto a la inseguridad real. La sensación de inseguridad se origina de la crisis económica crónica del país y también por la frecuencia con que los medios de comunicación presentan los hechos delictivos de forma sensacionalista y distorsionada, entre algunas de sus causas.(11)

En San José y el GAM se vive siempre con miedo, a ser asaltado en la calle, en el autobús, en el carro, pero también dentro de su propia casa. Las viviendas difícilmente se dejan solas, y sus habitantes se vuelven esclavos de ellas. Los pobladores viven refugiados en ―fortalezas‖, reforzados con candados y cadenas: una ciudad hecha cárcel. El fenómeno afecta tanto a ricos, como clases medias o populares que invierten sumas considerables en instalar sistemas de seguridad para sus viviendas y automóviles, de acuerdo con sus posibilidades y recursos.

En el documental realizado por Hernán Jiménez sobre el fenómeno de encarcelamiento voluntario en San José: Doble llave y cadena: el encierro de una ciudad, se analizan estos imaginarios y percepciones de los costarricenses, y como los habitantes de San José cada vez más viven entre rejas.(12) Las viviendas, escuelas, parques y hasta iglesias rodeadas de barrotes y todo tipo de sistemas de seguridad, se asemejan a cárceles. Como dice el dicho popular: ―los ciudadanos viven entre rejas y los delincuentes andan sueltos.‖ Esta actitud que revela un cambio cultural y social de gran trascendencia en la ciudad, forma parte de esos imaginarios urbanos de las grandes aglomeraciones latinoamericanas. Este cambio mental y cultural contrasta notablemente con el mito del pacifismo, con el cual siempre se ha caracterizado a Costa Rica, a su capital y por ende a sus habitantes. El punto central del documental, es que aunque probablemente los niveles de delincuencia e inseguridad se han incrementado en San José en los últimos años, son determinantes las percepciones de esa inseguridad y miedo que han creado una especie de paranoia en sus habitantes, y que los ha llevado de forma generalizada a protegerse y a aislarse.

Como lo analiza Jiménez en el documental, el modelo de aislamiento ha erosionado el sentido de comunidad en los barrios y residenciales. Los niños y niñas de sectores medios y altos salen muy poco a jugar en las calles, se vuelven cada vez más sedentarios y dependientes de la televisión o el nintendo, como formas de diversión dentro de su casa. Estas practicas y forma de vida, fomentan el individualismo y sedentarismo desde pequeños. Este fenómeno esencialmente urbano, Jiménez lo contrasta con la vida al aire libre, segura y tranquila en que todavía viven los habitantes de las zonas rurales del Valle Central.

Los inmigrantes nicaragüenses, la minoría de mayor importancia en la capital y en Costa Rica, forma parte de ese imaginario negativo y psicosis del miedo y de la ―otredad‖. Los nicaragüenses son percibidos como una amenaza(13) A estos se les achacan todos los males nacionales, incluidos la inseguridad y delincuencia, aunque irónica y contradictoriamente estos representan, entre otras cosas, una mano de obra fundamental para Costa Rica (construcción, servicio doméstico, agricultura). Estas percepciones y actitudes, promueven la xenofobia y el racismo y el consiguiente aislamiento de sus habitantes y la vida entre rejas.

Como lo analizamos, la segregación espacial y el crecimiento desmedido de las ciudades ha dado como resultado la existencia de muchas ciudades en una sola. Ciudades policéntricas, con una gran diversidad de formas de vivirla, pensarla y de apropiarse de diferentes espacios dentro de la misma. Como bien lo ha estudiado García Canclini para el caso de la Ciudad de México (identificó al menos cuatro diferentes ciudades), en los usos de la ciudad y los viajes urbanos que realizan sus habitantes se ha perdido la experiencia del conjunto urbano y se ha debilitado el sentido de solidaridad y el sentimiento de pertenencia.(14)

Como se presenta de forma crítica e irónica en la película mexicana Todo el poder de Fernando Sariñana, la visión total de la urbe y las percepciones de esa megaciudad, están fuertemente condicionadas por los medios de comunicación, como la televisión y la radio que son determinantes en la opinión pública.(15) En esta comedia urbana, el helicóptero que sobrevuela la ciudad, y cuenta cada mañana el estado general del tránsito —y de paso se refiere a la corrupción de sus políticos e inseguridad de los ciudadanos de forma irónica— es el único que puede dar una visión de conjunto de esa gigantesca mancha urbana que es la Ciudad de México. En otras palabras, sólo desde los aires es posible abarcar la vastedad de la segunda ciudad más grande del mundo, con volcanes de fondo y contaminación extrema.

Pero también, son las ciudades latinoamericanas —tanto las megaciudades como aglomeraciones medianas y de menor tamaño— los espacios donde convergen siglos de historia, y se superponen y entremezclan de muy variadas formas diferentes momentos históricos. Las ciudades latinoamericanas, son más que grandes cifras de pobreza, violencia y desigualdad social. Son también mestizas e híbridas, con una gran complejidad multicultural. Dentro del caos, también se generan formas creativas para enfrentar los problemas y se crean expresiones culturales originales que reflejan y representan ese mestizaje y confluencia de procesos. En un estudio que realizó Silverio González sobre el significado de Caracas para sus habitantes, quedó patente que esa capital es percibida como una ciudad caótica, pero al mismo tiempo, como un lugar de oportunidades. Como expresó un joven estudiante que cita González: ―Caracas es el centro de muchas cosas, de muchas actividades, es una mezcla de valores, de cultura, de ideas, de ideologías… es como un volcán, ya sea por manifestación de alegría o por algo negativo‖.(16)

Comprender y valorar la ciudad latinoamericana es tratar de conciliar esa diversidad de realidades y discursos, para buscar formas de coexistencia ante la diversidad, que tienden a expresarse en racismo, conflicto, polarización y miedo. La cultura urbana, o más bien las culturas urbanas, tienen un papel central en este proceso. ¿De qué forma es posible construir espacios públicos en las ciudades latinoamericanas contemporáneas dentro de dinámicas más democráticas y menos segregacionistas? ¿Cómo incorporar a los millones de pobres urbanos a las estructuras urbanas ―legales‖ con los mismos derechos y posibilidades que el resto de los ciudadanos?

Según García Canclini, la pregunta central de lo que él denomina la multiculturalidad urbana, es comprender como coexisten las diversas ciudades y grupos en la ciudad latinoamericana contemporánea ¿Cómo se puede comprender una ciudad que ya no tiene centro y aparece disgregada, ciudades que están llenas de contradicciones, ciudades con los últimos avances tecnológicos y de comunicaciones y al mismo tan incomunicadas y congestionadas al interior de su propio entorno urbano?

En suma, lo esencial es como lograr la inclusión cultural de diversos sectores sociales, dentro de esa complejidad urbana y retomar los espacios públicos de la ciudad que tienden a la continua privatización del espacio. Cómo incorporar a los 146 millones de pobres —que arrojan las cifras oficiales— que viven en las márgenes, excluidos de la ciudad. Tarea ardua e imposible con el presente ―modelo‖ de crecimiento urbano y económico que promueve una creciente segregación y polarización social. Y que excluyen a un ―ejército‖ cada vez mayor de indigentes que colman las periferias urbanas, muchos de los cuales intentan ganarse la vida desde muy temprana edad, entre actos de magia y limpieza de parabrisas en las calles y semáforos latinoamericanos.

Notas

Florencia Quesada(*)

Doctorante en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Helsinki y de Historia de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) en París. Obtuvo un D.E.A en historia de la Université de Paris 1-Panthèon Sorbonne. Ha sido investigadora en la Universidad de Costa Rica. Actualmente es investigadora del Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, e imparte cursos en esa universidad. También es profesora del programa AMELAT, de estudios avanzados de América Latina. Se ha especializado en la historia urbana de América Latina, especialmente de Guatemala y Costa Rica, como su libro, ―En el Barrio Amón. Arquitectura, familia y sociabilidad del primer residencial de la elite urbana de San José‖.

(1) Population Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Nations Secretariat. Urban Agglomerations 2003. http://www.un.org/esa/population/publications/wup2003/2003urban_agglo.htm

(2) Population Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Nations Secretariat. World Population Prospects: The 2004 Revision and World Urbanization Prospects: The 2003 Revision.

http://esa.un.org/unpp/

(3) División de Desarrollo Social, Estadísticas y Proyecciones Económicas, CEPAL. Panorama Social de América Latina 2004. New York: CEPAL-Naciones Unidas, 2004. http://www.eclac.org

(4) García Canclini, Néstor. Imaginarios urbanos. Buenos Aires: EUDEBA, 1999, p. 76.

(5) Panorama Laboral 2004. Lima: OIT/Oficina Regional para América Latina y el Caribe, 2004.

http://www.oit.org.pe/portal/despliegue_seccion_panorama.php?secCodigo=22

(6) Para el caso de Bogotá ver: Silva Armando. Bogotá Imaginada. Bogotá: Taurus, Convenio Andrés Bello, 2003.

(7) García Canclini, Op. Cit., p. 107.

(8) Remedi, Gustavo. ―La ciudad latinoamericana S. A. (o el asalto al espacio público)‖. Escenarios 2, No. 1, abril 2000, http://www.escenario2.org.uy/numero1/remedi.htm.

(9) Fuentes Gómez, José H. ―Imágenes e imaginarios urbanos: su utilización en los estudios de las ciudades.‖ Ciudades.

Imaginarios Urbanos, No. 46. abril-junio, 2000, RNIU, Puebla, México, pp. 3-10, p. 9.

(10) División de Desarrollo Social, Estadísticas y Proyecciones Económicas, CEPAL. Panorama Social de América Latina 1998. New York: CEPAL-Naciones Unidas, 1999.

http://www.eclac.cl/publicaciones/DesarrolloSocial/0/lcg2050/Sintesis_1998.pdf

(11) Fournier, Marco Vinicio. ―La violencia en Costa Rica: un problema estructural‖. Revista de Ciencias Penales. Mayo-99,

Año 11, No. 16. http://www.cienciaspenales.org/revista16f.htm

(12) Jiménez, Hernán. Doble Llave y Cadena: El Encierro de una Ciudad. Documental, Costa Rica, 2004, 42 min.

(13) Para un análisis de la construcción histórica de esa otredad y de la situación contemporánea ver Sandoval García, Carlos. Otros amenazantes. Los nicaragüenses y la formación de identidades nacionales en Costa Rica. San José:

Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002.

(14) García Canclini. Op. Cit., pp. 77-81. y García Canclini, Néstor, Castellanos Alejandro y Mantecón, Ana Rosas. La ciudad de los viajeros. Travesías e imaginarios urbanos: México, 1940-2000. Colección Antropología México: UAM /

Grijalbo, 1996.

(15) Sariñana, Fernando (director). Todo el poder. México, 1999.

(16) González Téllez, Silverio. ―Significado de Caracas para sus habitantes.‖ Ciudades. Imaginarios Urbanos, No. 46. abril-

junio, 2000, RNIU, Puebla, México, pp. 18-24, p. 21

La Cooperación Universitaria para el fomento de la cultura científica

Jesús Sebastián(*)

En la actualidad no existe un consenso sobre el significado del concepto de cultura científica. La pluralidad de sus contenidos y las diferentes visiones e interpretaciones de la misma condicionan y dificultan una definición clara y universalmente aceptada.

La cultura científica ocupa un espacio con fronteras difusas puesto que se ubica en la interfase entre el ámbito científico y tecnológico y la sociedad. La cultura científica se fundamenta en los conocimientos sobre la naturaleza, los seres humanos y la sociedad obtenidos a través de la observación y la investigación, constituyendo el acervo de la ciencia y la tecnología. Se incorpora a través de diferentes medios en los individuos y en el cuerpo social, dando lugar a diversidad de expresiones, que inciden en el propio desarrollo científico, en la apropiación social del conocimiento y en las innovaciones sociales.

La cultura científica forma parte del ámbito más general de la cultura. El debate sobre las dos culturas no se fundamenta tanto en la naturaleza intrínseca de las culturas científicas y humanísticas, puesto que ambas son fruto de la creatividad individual y colectiva, sino en los modos de expresión de esta creatividad y en las vías de acceso a los conocimiento y resultados de la misma, así como en una división artificial que se ha profundizado en la educación y en los ámbitos administrativos y académicos.

Cualquier definición de la cultura científica debe incorporar aspectos relacionados con el conocimiento, las actitudes y las capacidades para la acción, todo ello en el ámbito de la ciencia y la tecnología.

Componentes de la cultura científica

Se propone una visión sistémica de la cultura científica que permite analizar los componentes que tienen que ver con la formación de esta cultura y con sus manifestaciones y consecuencias. La propuesta analiza la cultura científica en un esquema de inputs y outputs. Este enfoque permite desagregar los componentes y favorecer las acciones de fomento y de cooperación internacional.

Si bien se alude continuamente en este texto a la cultura científica, se entiende que en este concepto se incluye también a la tecnología, puesto que si bien se pueden establecer algunas diferencias entre cultura científica y cultura tecnológica, la progresiva tecnificación de la ciencia y de cientificación de la tecnología, la comprensión actual de los procesos de innovación y la conformación de la sociedad del conocimiento implican una estrecha articulación e incluso fusión entra la

ciencia y la tecnología. El siguiente esquema muestra el flujo de componentes relacionados con la cultura científica.

Como se ha señalado anteriormente, la base de la cultura científica se encuentra en los marcos organizativos e institucionales, en la naturaleza de los procesos y en los resultados de las actividades de investigación en forma de conocimientos e innovaciones. La cultura científica implica tanto los entornos, actividades y resultados endógenos del país como el conjunto mundial de la ciencia y la tecnología, que constituyen el acerbo global.

La incorporación de estos conocimientos e innovaciones en los individuos y en la sociedad no solamente implica el acceso a una información especializada, sino también la elaboración de percepciones y opiniones, que conforman la posibilidad de sustentar un juicio crítico frente a la ciencia y la tecnología. El acceso a la información, la integración de los conocimientos y el desarrollo de aptitudes para la acción constituyen el núcleo de la cultura científica.

Entre los principales componentes que contribuyen a la creación de la cultura científica se encuentran los siguientes:

Educación

Difusión y divulgación

Grupos de opinión

El sistema de la educación básica y secundaria juega un papel fundamental en la conformación de la cultura científica a través de la transmisión de conocimientos y el desarrollo de habilidades para desarrollar las capacidades críticas. Los conocimientos no solamente se refieren al estado del arte de la ciencia y la tecnología, sino también a las dimensiones de la filosofía e historia, la naturaleza de los procesos de la investigación científica, las condiciones en que se produce el desarrollo científico y tecnológico y las implicaciones éticas, sociales y económicas del mismo. Los enfoques, contenidos, métodos y materiales docentes en relación con estas materias constituyen componentes esenciales para conformar sociedades informadas, abiertas y con capacidad de análisis frente a los nuevos descubrimientos y aplicaciones de las tecnologías.

Los procesos de divulgación científica y difusión de los conocimientos y tecnologías son componentes tradicionales asociados a la conformación de la cultura científica, especialmente desde el punto de vista de la transmisión de información. Estos procesos se asocian con la ―alfabetización científica‖ de los individuos y las sociedades, suministrando informaciones que incrementan el acervo de conocimientos sobre la ciencia y la tecnología y satisfacen las curiosidades e intereses de las personas.

Existen numerosos actores, medios y modalidades que están implicados en las tareas de divulgación, que pueden tener diferentes niveles de especialización, rigor y profundidad. La profesionalización del periodismo científico, la generalización de la divulgación científica en los medios masivos de comunicación y la proliferación de revistas de divulgación general y especializada abren muchas posibilidades para estar informado y mejorar la cultura científica.

Debe destacarse en las actividades de divulgación el papel de las instituciones científicas a través de sus políticas de comunicación, de las instituciones centradas específicamente en la difusión y popularización de la ciencia y la tecnología, como los Museos. También hay que señalar el papel de los científicos en las tareas de divulgación y de un ámbito que contribuye a la generación de la cultura científica, como es la literatura de ciencia ficción.

El tercer componente que contribuye a la conformación de la cultura científica es muy heterogéneo. Tiene que ver con aspectos personales y con agentes sociales. Por un lado, la cultura científica está condicionada por las experiencias personales y de las sociedades, así como por la interacción de la información y las experiencias con los valores, prejuicios, expectativas e inquietudes. Las actitudes finales ante la ciencia y la tecnología están filtradas por múltiples elementos subjetivos e inducidos.

La contribución de diferentes agentes sociales en la conformación individual y social de la cultura científica es actualmente muy importante. Hay que destacar la capacidad de influencia de las religiones y las iglesias a través de sus doctrinas y fundamentalismos, en ocasiones difícilmente compatibles con los avances del conocimiento científico, cuando no contrarias al mismo.

Las organizaciones no gubernamentales juegan un papel importante en la información y en la generación de opinión en algunos ámbitos, como la protección del medio ambiente y otros temas locales y globales que cristalizan en la cultura científica personal y social. Otros agentes sociales, como las sociedades científicas y las asociaciones civiles, como las asociaciones de consumidores, constituyen grupos de presión y opinión que tienen un gran peso en la cultura científica, como señalan numerosas encuestas de valoración social de la credibilidad que despiertan este tipo de organizaciones.

Como se ha señalado, la cultura científica es el resultado de numerosos componentes. Las manifestaciones y expresiones de la cultura científica son también muy variados, pudiendo señalarse.

El desarrollo personal.

La conciencia social sobre la ciencia y la tecnología.

La evaluación social de la ciencia y la tecnología.

La cultura científica es un factor del desarrollo personal, que implica no solamente el dominio de conocimientos y el enriquecimiento intelectual, sino la conformación de actitudes y valores.

La cultura científica alimenta la conciencia social sobre la ciencia y la tecnología, valorizando su papel en el desarrollo económico y social y dando apoyo a las inversiones en I+D y a las iniciativas para el fortalecimiento de los sistemas científicos y técnicos. La existencia de una base social motivada y crítica amplía la percepción favorable a la investigación y la innovación, favoreciendo la modernización y el cambio.

En algunos países existen problemas en la percepción de la ciencia y la tecnología, tema que requiere analizarse con mayor profundidad desde las ciencias sociales. Estos problemas se pueden relacionar con una escasa cultura científica. El pensamiento científico no consigue, en general, penetrar en el pensamiento intuitivo de los ciudadanos, quienes están desconectados de sus códigos. La ciencia y la tecnología se perciben como una caja negra. En otras ocasiones, aún existiendo una percepción favorables sobre la importancia de la ciencia y la tecnología, su desarrollo no se relaciona con un esfuerzo nacional, existiendo el problema adicional motivado por la falta de confianza en las capacidades propias para generar ciencia y tecnología. Se admite que la ciencia y la tecnología es fundamentalmente una actividad de los países más desarrollados pero se pone en duda la idoneidad del gasto en I+D por parte de los países de menor desarrollo.

Una consecuencia muy importante de la cultura científica es el desarrollo de capacidades para el análisis crítico y la evaluación de la ciencia y la tecnología, así como el establecimiento de mecanismos para la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre la política científica y las aplicaciones de la tecnología.

La aceptación, incorporación y rechazo de la tecnología pueden estar relacionadas con el nivel y los condicionantes de la cultura científica. La opinión pública no es ajena a la toma de posiciones sobre los riesgos de determinadas tecnologías, las implicaciones éticas, los costes ambientales y los problemas generados por el uso inapropiado de los recursos tecnológicos. Los actuales estudios sociales sobre la ciencia y la tecnología dan argumentos para fortalecer la cultura científica.

Igualmente, la participación pública se considera una expresión muy avanzada de la cultura científica, un instrumento para la democratización de la ciencia y para la profundización en las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la gobernabilidad, tal como se ha señalado en el apartado anterior. En la actualidad se están experimentando diferentes procedimientos para la participación, incluyendo los referéndum, las audiencias públicas, las encuestas de opinión, las conferencias de consenso, los paneles de ciudadanos, los foros de debate, los comités asesores de ciudadanos, los grupos de discusión y las audiencias parlamentarias. Un grado mayor de institucionalización lo constituyen las oficinas de evaluación de tecnologías.

La complejidad de los componentes y de las expresiones de la cultura científica hacen difícil disponer de métodos sencillos para medirla y cuantificarla. Sin embargo, en los últimos años se han generalizado las encuestas sobre percepción pública de la ciencia, a través de las que se ha intentado medir el nivel de conocimientos científicos de los ciudadanos, conocer actitudes y opiniones sobre aspectos concretos y calibrar el grado de interés e importancia que se concede a temas relacionados con la ciencia y la tecnología. Estas encuestas han dado paso al diseño de indicadores que permiten el análisis de tendencias y las comparaciones. Junto a este tipo de encuestas, el conocimiento de la naturaleza de la cultura científica requiere todavía estudios sobre los factores implicados, tanto en la conformación de esta cultura, como en su caracterización y en las modalidades en que se expresa y manifiesta, así como las consecuencias para la sociedad de disponer culturas científicas débiles o fuertes.

Las universidades en el fomento de la cultura científica

El análisis de los componentes que participan en la conformación de la cultura científica señala los ámbitos en los que se puede incidir a través de políticas explícitas y facilitan la acción de las instituciones, como las universidades, tanto indicidualmente, como en colaboración con otras en el fomento de la cultura científica.

En el ámbito de la educación las actividades de fomento de la cultura científica están relacionadas con los enfoques y contenidos educativos, especialmente en la educación primaria y secundaria. Las universidades pueden jugar un papel importante en la elaboración de materiales didácticos, la sensibilización de los docentes y la incorporación en la formación de los profesores de materias y métodos enfocados a la conformación de una cultura científica en los futuros alumnos, se consideran importantes vías para su generalización.

Buena parte de los esfuerzos para el desarrollo de la cultura científica están actualmente centrados en el fomento de las actividades de difusión y divulgación, dentro de un concepto de cultura científica asociado a la alfabetización y la popularización del acceso e incorporación de los conocimientos generados por la ciencia y la tecnología en la sociedad.

El análisis de los procesos de difusión y divulgación permite desagregar los contenidos, los comunicadores, los medios y los destinatarios. Los contenidos están centrados en el conocimiento científico, tanto en sentido estricto como de toda la arquitectura política, institucional y social relacionada con la obtención, transferencia y aplicación de este conocimiento. Los contenidos requieren una adecuada elaboración para servir a los fines de la divulgación, conjugando el rigor en la información y la incitación a la curiosidad con la amenidad y la capacidad de comprensión por personas no especialistas. El fomento de la cultura científica requiere favorecer canales para la elaboración de contenidos y valorizar desde un punto de vista académico y profesional la producción de contenidos para la divulgación científica. El papel de las oficinas de comunicación de las universidades y la comunidad científica pueden jugar un papel importante en el suministro de contenidos.

Los comunicadores incluyen a los profesores universitarios, investigadores, profesionales de la comunicación científica, periodistas especializados, instituciones de investigación, organizaciones y empresas del ámbito de la información y la comunicación, así como agencias de noticias. El fomento de la cultura científica incluye el apoyo para la formación y especialización de investigadores y profesionales en divulgación científica y periodismo científico, entendiendo que los primeros tratan de divulgar temas relacionados con la ciencia y la tecnología independientemente de la actualidad del momento y los segundos tratan de traducir a la sociedad las novedades e implicaciones de nuevos descubrimientos y acontecimientos relacionados con la ciencia y la tecnología. Las universidades, a través de sus facultades de ciencias de la información tienen una especial responsabilidad en la formación en la especialidad del periodismo científico

La tipología de medios para fomentar la cultura científica en la sociedad es muy variada. La prensa escrita, las publicaciones especializadas, las producciones audiovisuales y multimedia, la radio, la televisión, con énfasis en la televisión educativa e Internet son vehículos para la información y comunicación científica. Las instituciones estables centradas en la divulgación científica, como los museos, planetarios, casas de las ciencias, parques naturales, centros de divulgación medioambiental, entre otros, promueven un contacto interactivo entre la población y el ámbito científico. Las ferias, jornadas de puestas abiertas, talleres, actividades conmemorativas de eventos científicos facilitan la participación ciudadana y el interés por la ciencia y la tecnología. La implicación directa y el asesoramiento de las universidades en estas actividades e instituciones es fundamental.

Los destinatarios de las actividades de divulgación científica son el conjunto de la sociedad, si bien los diferentes medios e instrumentos pueden estar focalizados en determinado grupos de edad, nivel cultural e interés por el conocimiento científico. Hay que tener en cuenta que el ámbito de la cultura científica compite, generalmente en desventaja, con otros muchos estímulos e informaciones sobre la realidad del momento, más relacionadas con los intereses más próximos de los ciudadanos y con las prioridades de la coyuntura. En este sentido, las ambigüedades en la articulación de la cultura científica con la cultura convencional, supone una dificultad adicional.

Los grupos de interés juegan un papel importante en condicionar las percepciones y opiniones sobre la ciencia y la tecnología y en último término en conformar la cultura científica en una sociedad. Organizaciones, asociaciones y diversos grupos pueden circular mensajes, organizar campañas y realizar proselitismo que pueden favorecer la incultura científica y la pseudo ciencia o por el contrario, crear condiciones favorables para la información, las opiniones fundamentadas y el análisis crítico. Las asociaciones científicas y los organismos de investigación pueden jugar un papel dinamizador en este segundo sentido.

El fomento de estudios y análisis sobre los condicionantes para la generalización de la cultura científica en una sociedad determinada, los límites de la comunicación científica, la percepción pública sobre la ciencia y la tecnología, los impactos de la cultura científica en la valorización social de la ciencia y sobre la participación ciudadana en el gobierno de la ciencia y la tecnología son importantes para diseñar políticas explícitas de fomento de la cultura científica. Los estudios en el ámbito de la cultura científica ofrecen, además, una buena oportunidad para el acercamiento entre las ciencias sociales y naturales.

La cooperación internacional no puede ser ajena al objetivo del fortalecimiento de la cultura científica como factor de desarrollo. El foco de las actuaciones de la cooperación internacional se puede situar tanto en los componentes que contribuyen al crecimiento de esta cultura como en los componentes que dan expresión social a la misma.

La agenda de la cooperación puede incluir la contribución al desarrollo de capacidades en el ámbito de la educación y la divulgación científica, a través de sus múltiples instrumentos y medios, así como en el fortalecimiento del tejido asociativo, organizativo e institucional implicado en la participación activa de la sociedad en la comprensión, valoración y evaluación de la ciencia y la tecnología. La agenda se puede complementar con el apoyo a estudios y análisis que permitan un mejor conocimiento de los condicionantes y nivel de la cultura científica. En el nivel multilateral la agenda de la cooperación puede incluir el fomento de redes para el intercambio de experiencias, materiales y elaboración de propuestas conjuntas.

Desde un punto de vista operativo se puede plantear una doble actuación, desde el fomento de la cooperación cultural y de la cooperación científica. Las estrategias de la cooperación cultural deben incluir en su programación el ámbito de la ciencia y la tecnología desde la perspectiva de la cultura científica, creando espacios y actividades orientados a esta faceta de la cultura. Los Centros culturales en el exterior juegan un importante papel en el fomento de la cultura científica en los países. Paralelamente la cooperación científica internacional debe contemplar entre sus objetivos e instrumentos el fortalecimiento de la cultura científica. En una y otra, la cooperación universitaria puede jugar un papel protagonista.

Notas

Jesús Sebastián(*)

Jesús Sebastián nació en Zaragoza (España) en 1941. Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid (1969). Ha sido investigador científico en las Universidades de Wisconsin (1970-71) y Brandeis (1971-73) y en el Instituto de Enzimología y Patología Molecular del que fue vicedirector (1974-83). Vicepresidente de política científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España (1983-89). Subdirector General del Instituto de Cooperación Iberoamericana de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) (1989-92). Secretario General del Programa Iberoamericano de Ciencia y tecnología para el Desarrollo (CYTED) (1989-96). Desde 1997 es Investigador Científico en el Centro de Información y Documentación Científica (CINDOC). Es profesor en postgrados de universidades españolas y latinoamericanas y consultor de organismos internacionales, instituciones y gobiernos de países de América Latina. Su área de interés se centra en el diseño, gestión y evaluación de políticas científicas y de cooperación internacional, así como en los procesos de internacionalización de la investigación y las universidades. Su última obra ha sido el libro ―Cooperación e Internacionalización de las Universidades‖, editado por la Editorial Biblos en Buenos Aires en 2004.

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Políticas culturales y cooperación internacional para la diversidad y la equidad

Lucina Jiménez(*)

Los nuevos retos ante la globalización

En la inauguración del I Campus de Cooperación Euroamericano, en el año 2000, Alfons Martinell llamaba la atención en torno a los ―nuevos retos emergentes‖, a las responsabilidades del sector cultural en el sentido de ―integrar y aceptar su necesaria respuesta a los problemas de globalización. Una política cultural, decía, no puede plantearse en la actualidad de espaldas a las dinámicas de internacionalización que se están produciendo(1)‖.

Y es que ante la globalización, de nada sirve la adopción de medidas de repliegue o de reacción defensiva. Más allá de las estrategias de resistencia de los pueblos, necesitamos impulsar profundos replanteamientos de las bases teóricas y de las estrategias de acción tradicional de los Estados en el campo de la cultura, a fin de construir una globalización ascendente que oriente hacia la democracia, la diversidad y la equidad los diálogos nacionales, interregionales y transcontinentales entre América Latina y Europa.

Ciertamente en este lustro se han introducido nuevos elementos en la agenda de la cooperación cultural internacional que, por fortuna, trascienden la visión de la ―ayuda‖, para entenderla más como construcción internacional de estrategias que respondan a las realidades que la globalización y el desarrollo regional y local subrayan como urgentes, en un mundo donde el respeto a la diferencia debe traducirse en políticas de Estado y acuerdos internacionales en favor de la diversidad.

La cooperación internacional ha de verse entonces como una responsabilidad social en la perspectiva de romper las desigualdades entre naciones pobres y ricas y contribuir con las políticas nacionales a disminuir las desigualdades internas de nuestros propios países, donde las culturas y comunidades indígenas padecen todavía realidades de marginación o exclusión, que ponen en duda, en ciertos casos, la organización misma de los Estados nacionales.

La diversidad cultural puesta como tema central de la cooperación cultural es clave en un momento en el que la mercantilización global tiende a volverlo todo mercancía, al grado en que los países y sus culturas comienzan a mirarse como una ―marca‖ susceptible de comercializarse en el mundo.

Por fortuna, unos días después de celebrado el Campus, la UNESCO aprobó luego de dos años de debates, la Convención Internacional sobre la Protección de la Diversidad en los Contenidos Culturales y las Expresiones Artísticas, con una votación casi unánime entre todos los países, a excepción de Estados Unidos e Israel que se manifestaron en contra. Esta convención supone la adopción de políticas públicas por parte de los Estados Nacionales para promover y dar cauce a la diversidad cultural.

El gran reto es cómo transformar las políticas culturales de nuestros días, fruto de una visión de modernidad que ha hecho crisis, para transitar a la defensa de los derechos culturales individuales y colectivos, a una vida digna, al reconocimiento de la diversidad, para abrir cauce a la democracia y al desarrollo equilibrado.

Nuestro desafío es crear nuevas maneras de pensar y asumir nuestra condición de fragmentación, desorden y multitemporalidad para definir el locus desde el cual queremos actuar en el escenario internacional.

Medio Ambiente, desarrollo y cultura

Este comienzo del siglo XXI coloca a los Estados Nacionales y al mundo entero ante fuertes retos. Acaso el más grave de todos sea el que se refiere a la salvaguarda de la vida misma en el planeta, pues sin vida no hay cultura posible.

El desequilibrio del medio ambiente, la problemática del agua y de la energía, los riesgos de la biodiversidad y el franco ecocidio son alertas que cuestionan nuestros puntos de referencia científico-técnicos y culturales respecto al sentido del desarrollo y reclaman acciones locales, nacionales e internacionales contundentes tendientes a una transformación de las prácticas culturales en relación con el entorno. Necesitamos impulsar nuevas maneras de comportamiento y de relación con el medio, que nos permitan avanzar en la perspectiva del desarrollo sustentable.

No sólo es importante la recuperación del conocimiento tradicional del manejo, cuidado y preservación de los recursos naturales, sino el desarrollo de nuevas estrategias de gestión de este patrimonio y el impulso a la cooperación internacional e interlocal, en relación con el desarrollo sustentable. En ese sentido, se vuelven indispensables políticas de vinculación entre cultura y medio ambiente, así como la participación de nuestros países en la llamada Agenda 21, la cual se orienta hacia la cooperación para el desarrollo local y municipal.

Replantear el lugar del Estado y fortalecer el tercer sector

Una realidad de partida es que la cooperación en el espacio Ibero americano y euroamericano avanza no sólo entre los gobiernos centrales, que de hecho aún actúan con cierta rigidez, sino sobre todo entre regiones, ciudades, municipios, organizaciones civiles y privadas, agrupaciones artísticas, investigadores y comunidades.

Sin embargo, para poder crecer y tener mayor resonancia, necesita descansar en una reestructuración de las políticas culturales de nuestras naciones, a fin de reconstruir el espacio

público de la cultura, el cual ha sido debilitado por el mercantilismo y la privatización de los consumos culturales propios de la globalización.

Necesitamos redimensionar y trascender el papel del Estado latinoamericano, en relación de con las políticas culturales para no quedarse simplemente como distribuidor de recursos cada vez menores, ni de bienes y servicios cuyo papel tiene que redefinirse ante los nuevos contextos globales, los comportamientos de los públicos y los impactos del desarrollo tecnológico.

Es menester trabajar en el diseño de políticas culturales capaces de ver la cultura no sólo como recurso ético y estético, sino de colocarla en las agendas nacionales e internacionales para el desarrollo. Necesitamos políticas orientadas hacia la constitución de un sector con posibilidades de acción transversal e intersectorial y eso pasa por un conjunto de transformaciones de mediano plazo que reclaman acciones urgentes.

Una condición básica para iniciar esa transformación es trascender las concepciones de política cultural heredadas de las aristocracias europeas del siglo XVIII, para dar atención a los nuevos campos emergentes en donde las culturas se reorganizan, bajo la influencia de medios masivos e industrias culturales hoy en manos de consorcios transnacionales, frente a la ausencia de apoyos a la producción local y a las pequeñas y medianas empresas culturales.

Necesitamos diversificar las industrias culturales e incorporar contenidos culturales y artísticos a los medios, si no queremos que el melodrama se siga imponiendo como único género dramático familiar y que la violencia y el espectáculo de la devastación se amplifiquen en nuestras pantallas a partir de un relativismo permisivo donde todo cabe y donde ya nada impacta. Ni las bombas, ni la corrupción, ni la degradación del medio ambiente.

Y necesitamos hacerlo ya además porque mientras los Estados nacionales luchan por redefinir sus campos y modalidades de intervención para la recuperación del espacio público, y a veces por hacer sobrevivir sus propias instituciones, las empresas multinacionales mueven dinero en la cultura, acrecientan sus esquemas y campos de atención, influyendo de manera decisiva en los espacios de entretenimiento, producción audiovisual y los medios de comunicación, y por supuesto, en la definición de los rostros de las naciones.

La actualización del reloj de las políticas culturales supone un esfuerzo por redefinir el sentido y el quehacer de las estructuras institucionales en que descansa la organización del quehacer cultural en cada país, ya que muchas veces son estas grandes estructuras las que atrapan la mayor parte de la atención del Estado, reduciéndose considerablemente los radios de acción de la acción estatal a la mera acción administrativa gubernamental, generándose grandes espacios de vacío en relación con los nuevos procesos culturales.

Necesitamos un Estado que no sólo administre sus instituciones, sino que sea capaz de conectar el adentro y el afuera, de dar pauta a la generación de nuevas reglas de intervención de los diferentes agentes sociales, de generar espacio social para el desarrollo de las iniciativas culturales autónomas y territoriales ligadas al fortalecimiento de los derechos culturales, el mejoramiento de la calidad de vida y del ejercicio de la ciudadanía cultural.

El fortalecimiento mismo del tercer sector en la mayoría de nuestros países es condición para ampliar las bases de la democracia y la diversidad cultural, supone la voluntad estatal de recuperación del espacio público y las posibilidades de reconstituir el tejido social a partir de la participación y el fomento a la creatividad social.

En ese sentido, importa el replanteamiento de los vínculos entre cultura, educación y comunicación a

partir de esquemas formales y no formales, para el fomento del pensamiento crítico, la autoestima, las habilidades expresivas y la capacidad de transformación del entorno.

La participación de agentes sociales emergentes da lugar a nuevas formas de acción local e internacional, al tejido de redes de cooperación artística y cultural o al surgimiento de nuevas comunidades virtuales o trasnacionales que pueden actuar en beneficio de la diversidad.

Hace unos años, Francisco Toledo, uno de los artistas mexicanos contemporáneos más importantes no sólo por su obra artística, sino por su defensa del patrimonio cultural, estableció una batalla simbólica y legal en contra de la instalación de un restaurante de MacDonals en el Centro Histórico de Oaxaca.

Este proceso que propició actos masivos alrededor de la gastronomía tradicional, uno de los elementos más ricos del patrimonio cultural intangible dio paso a la manifestación de apoyo a la lucha de Toledo, a través de una red informal de acción internacional que culminó con el retiro de la propuesta. Ninguno de los poderes públicos estatales o locales hubiera podido siquiera plantearse ese debate o actuar en ese sentido, sin propiciar un delicado conflicto binacional con los Estados Unidos.

Políticas Culturales hacia la sustentabilidad

El fortalecimiento del Estado no supone solamente la lucha al interior de las estructuras de Gobierno por más recursos económicos, cuestión sin duda fundamental, sino que implica fortalecer su capacidad normativa en torno a las competencias de diferentes agentes (iniciativa privada, organizaciones autónomas, agrupaciones artísticas, etc.) en terrenos hoy profundamente diferentes a los de mediados del siglo XX, época en la que fueron impulsadas la mayoría de las instituciones culturales que pertenecen al Estado y que fueron vistas en su momento como los instrumentos únicos de intervención en la vida cultural.

El desnudamiento de la dimensión económica de los procesos culturales y la reducción de los presupuestos dedicados a la cultura por parte de los Estados, ponen a debate los nichos ecológicos en los que las artes y la cultura se desarrollan, los cuales apuntan en varios casos hacia una franca descapitalización por la falta de inversión y la falta de recuperación de recursos a partir de la distribución, circulación y disfrute de los bienes y servicios culturales.

Este enfoque que retoma la perspectiva de la ecología de la cultura nos obliga a pensar en nuevas estrategias que permitan impulsar una nueva aspiración de sostenibilidad en los procesos culturales y artísticos, íntimamente ligadas a la búsqueda de nuevas y variadas posibilidades de reconexión de la vida cultural con nuevos contextos sociales. Este enfoque hacia la sostenibilidad no debe confundirse sin embargo, con un interés de dejarse arrastrar por los aires mercantiles que respiramos todos los días.

La actualización de las políticas culturales es importante en múltiples campos como los relativos a las propias condiciones para el financiamiento de la cultura, las estrategias y formas de gestión de las organizaciones culturales, y sobre todo en campos como los derechos de autor y la propiedad intelectual, frente al copyright, el impacto de la tecnología en la reproductibilidad y la piratería. Muchos de estos campos reclaman la creación de plataformas internacionales de debate y de concertación.

De igual manera, se requiere pensar los derechos culturales tanto de la ciudadanía en lo individual, como los derechos colectivos de las comunidades, ante la creciente expropiación y explotación de sus recursos naturales y patrimonio cultural tangible e intangible, el cual por cierto, hay que mirar con

ojos contemporáneos ante la explosión del desarrollo urbano, la necesidad de rearticulación de los poderes centrales y locales, el impacto del turismo y los intereses, orientación e impactos de la inversión privada.

Políticas para la diversidad

El protagonismo de las regiones y de los espacios locales, así como la movilización de ciudadanos, comunidades y artistas de un lugar a otro colocan a todos los países frente a retos interculturales de gran dimensión.

La migración voluntaria y forzosa de miles de ciudadanos y las diásporas de los últimos años que afectan a diversos grupos humanos, han propiciado una profunda transformación de las cartografías culturales de Europa, América Latina y los Estados Unidos. La sola existencia de millones de latinoamericanos en Estados Unidos y la creciente migración africana y latinoamericana a Europa, ponen en tensión los diseños de los sistemas nacionales de educación, los servicios públicos y las políticas culturales en los ámbitos locales, las cuales se debaten no sólo frente a su capacidad de atención y cobertura, sino a sus propias orientaciones frente a la diversidad cultural, la convivencia, diálogo y confrontación entre diferentes visiones del mundo.

Ahora se requieren políticas culturales y educativas basadas no sólo en un discurso relativista de respeto al otro, sino en orientaciones y capacidades de comunicación y diálogo intercultural, es decir, de convivencia entre culturas con diferentes matrices no sólo occidentales o indígenas, a fin de poder enfrentar las contradicciones y tensiones que se generan entre culturas que comparten espacios, muchas veces en circunstancias de conflicto. Atender esta necesidad se vuelve cada vez más urgente.

Cooperación internacional, ética global y equidad

Mientras en la Unión Europea se desarrolla el debate de la diversidad y la unificación, aún en medio del no a la Constitución Única, América Latina enfrenta múltiples debilidades para la cooperación interregional: las dificultades y el costo de las comunicaciones, la monopolización de los medios de difusión, la pobreza, el debilitamiento de los Estados frente al mercado internacional no sólo en materia de cultura, sino en general. La fragilidad aún presente de las organizaciones autónomas de la cultura contribuyen a volver más complejas esas dificultades.

Esfuerzos como los del MERCOSUR, la OEI, el Pacto Andino o el Convenio Andrés Bello y la OEA son significativos. A ello se suma la necesidad de replantear el debate en torno al TLC entre México, Estados Unidos y Canadá, en el marco de las políticas regionales.

Retomo aquí con cierta libertad algunas ideas expresadas en la Reunión de Pensar Iberoamérica, auspiciada por la OEI y coordinada por Néstor García Canclini en México y Brasil, en 2002:

La democracia requiere de políticas activas de regulación de las relaciones entre naciones, entre culturas y entre actores sociales, tanto a nivel nacional como interregional e intercontinental, lo que supone cuestionar las hegemonías y la normalización de la globalización, la desigualdad de los intercambios y el mercantilismo para instalar en cambio diálogos de construcción conjunta de agendas que fortalezcan las posibilidades de acción local, pero con perspectivas internacionales. (2)

El impulso al debate polifónico en torno a las políticas culturales y de la cooperación es fundamental para no alentar y sobre todo no permitir un nuevo reparto de mercados o de nuevas conquistas

culturales disfrazadas de cooperación.

En cambio, necesitamos acuerdos internacionales que favorezcan la creación de redes de ciudades, de artistas, de investigadores, la creación de corredores culturales, de circuitos translocales y de medios comunicativos internacionales, requerimos impulsar la multiplicación de espacios de confluencia virtual o presencial para dar cauce a la creatividad, a la producción artística y al desarrollo de nuevos públicos, de nuevos vínculos entre cultura y sociedad.

Igualmente, la cooperación internacional puede ayudar a construir espacios y herramientas que impulsen la investigación a escala internacional. Necesitamos compartir y sistematizar iniciativas y buenas prácticas de gestión cultural. Requerimos del impulso de nuevos observatorios culturales, de nuevos centros de distribución cultural, de nuevos circuitos para la producción y la creación artística y audiovisual. Un espacio fundamental para la cooperación es la propia formación de profesionales en políticas culturales y en gestión cultural que permitan la profesionalización del sector, a fin de introducir orientaciones más pertinentes, más contemporáneas, en un campo emergente y en constante transformación.

No se trata de hacer un gran listado para ensanchar la agenda. Se trata de compartir la definición de las prioridades y de encontrar los mejores mecanismos para que, a través de las diferentes estructuras y flujos de la cooperación se avance hacia nuevas formas de intercambio equitativo y de democracia internacional.

La cooperación cultural internacional está estrechamente ligada a la posibilidad de las naciones de reenfocar las agendas nacionales, involucrar a nuevos agentes sociales y poner la cultura en el centro de nuevas políticas de carácter transversal intersectorial y de carácter prospectivo, haciendo énfasis en los retos que el mundo global plantea a nuestras naciones para fomentar la calidad de vida, la democracia, la equidad y el equilibrio en el planeta.

Este Campus habrá de permitirnos enriquecer nuestras perspectivas y posibilidades de acción. Desde nuestros pequeños o grandes espacios, necesitamos trabajar por un nuevo orden mundial por la diversidad y el pluralismo, por el derecho de nuestros pueblos a ocupar un locus con dignidad y pertinencia en el planeta. La ética y la inteligencia multiplicada pueden apoyar este apasionante momento que vivimos.

Notas

Lucina Jiménez (*)

Lucina Jiménez obtuvo su MA en Antropología Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa donde también obtuvo su licenciatura y escribe su tesis doctoral en la misma disciplina. Es especialista en Políticas Culturales, Gestión Cultural y Artes Escénicas, todos ámbitos en que ha realizados actividades de investigación, enseñanza y publicación. Ha dado clases en diversas instituciones y universidades en América Latina, los Estados Unidos y Canadá. Con experiencia profesional de más de veinte años en el ámbito cultural, fue una de los miembros fundadores del Sistema Mexicano de Información Cultural, director del Programa Frontera Cultural, creadora del Sistema de Educación a Distancia en la Educación Artística en el Consejo Nacional de las Artes que fue otorgado el premio Innova 2002 por el Gobierno de México. Recientemente, diseño y comenzó el Programa Postrado Virtual en Políticas Cultural y Gestión Cultural para Ibero-América en colaboración con la OEI y la UAM. Ha recibido varios premios nacionales e internacionales de distintas organizaciones, entre otras de United States International Communication Agency, USICA y el Festival Ibero-Americano de Teatro de Cádiz. Además es miembro de la Cátedra UNESCO de la Universidad de Girona. Es miembro honorario del Centro de Investigación y Enseñanza en

Humanidades, CIDHEM, del Estado de Morelos y miembro asesor de la creación de la Universidad Cultural Metropolitana de Guadalajara. Es autora de un gran número de ensayos y artículos académicos y periodísticos, así como también de las siguientes publicaciones: Theater and Audiences: the dark side of the theater and Artistic Project Management: fund raising strategies and creation of audiences. Este libro recibió la beca de la Fundación Ford para la distribución en Cuba. Ha colaborado con la Revista Reforma sobre investigación en Consumo Cultural en las ciudades más importantes de México. Ha publicado y colaborado en publicaciones en México, España, los Estados Unidos y Colombia.

(1) Martinell Sampere, Alfons. Cooperación cultural internacional y globalización. En: Cooperación cultural Euroamericana, I Campus Euroamericano de Cooperación Cultural. Barcelona, España, 15 al 18 de octubre de 2000. p.25.

(2) García Canclini, Néstor, citando a José Jorge Carvalho. Iberoamérica 2002; diagnóstico y propuestas para el desarrollo cultural. OEI, Santillana, 2002. p.366.

"Las industrias culturales: entre el proteccionismo y la autosuficiencia"

Octavio Getino

De la globalización de la economía a la globalización de la cultura.

Convengamos inicialmente que los proyectos de globalización que las naciones y los intereses económicos y financieros más poderosos de nuestro tiempo quieren instalar sobre todo el planeta, representan apenas una variante perfeccionada de lo que a través de la historia han sido las políticas hegemónicas o de dominación, conocidas desde siempre como imperiales, coloniales, neocoloniales u otras calificaciones de parecido significado. A fin de cuentas no han pasado tantos siglos desde que los portavoces del emperador Carlos I de España –o Carlos V de Alemania, según desde que lugar se lo mire- pregonaban la existencia de un poder ―en cuyos dominios nunca se ocultaba el sol‖. Un sueño que hoy resucitan algunos mandatarios imperiales, por todos conocidos, aunque tal vez, con menores consensos que aquel emperador.

La globalización actual introduce sin embargo situaciones nuevas que inciden, como en ningún otro momento de la historia, en la economía y en la vida integral de las naciones, sea cual fuere el sistema político que ellas representen. La concentración de la riqueza en territorios y sectores sociales cada vez más reducidos, así como en la exclusión creciente de la mayor parte de la humanidad de sus más elementales derechos humanos, son uno de los resultados de dicho proyecto, como lo dan cuenta los datos sobre pobreza y riqueza y la violencia social experimentada en la mayor parte del mundo todos los días.

Esta faceta dominante de la globalización –que a su vez genera, necesariamente, otra globalización resistencia de carácter contrario- es fácilmente advertible cuando se recurre a los números y a las estadísticas, ya que opera principalmente sobre los recursos tangibles del planeta, aquellos que se pueden medir, pesar o contar, sean ellos cifras de inversiones, rentabilidad, empleo, medio ambiente y todo lo relacionado con la realidad visualizable que nos rodea.

Naturalmente, un modelo de control y/o dominación del espacio material planetario como el que está en curso, requiere, como ha sucedido siempre, de una labor simultánea de hegemonización y, de ser necesario, de dominación ideológica y cultural que lo imponga o lo legitime.

Tampoco han pasado tantos años desde que el Visitador Areche, ordenó descuartizar en el Cusco a Gabriel Condorkanqui, más conocido como Tupac Amaru, y a buena parte de sus familiares y compañeros, haciendo salar y arrasar todo lo que tuviera que ver con sus viviendas, trajes, trompetas y memorias, con el fin de que, a partir de entonces, se impusiera a los

indígenas, definitivamente y con más vigor que nunca, el uso de las escuelas para que estos pudieran –cito textualmente- ―unirse al gremio de la Iglesia Católica y a la amabilidad y dulcísima dominación de nuestros reyes‖.

Proyecto de hegemonía cultural y educativa, que nunca ha sido atributo exclusivo de una determinada nación o de algunos intereses sectoriales, sino que fue el mandato erigido por todas aquellas grandes potencias que aspiraron, como hoy lo siguen haciendo, a imponer sus designios sobre los demás. Porque, a fin de cuentas, toda política de dominación no es otra cosa, para aquellos, que la continuidad de la guerra con otros medios, razón por la cual, no es suficiente vencer sino con-vencer, o lo que es parecido, resignar el alma, el anima y el ánimo de los vencidos –es decir, su esencia- con la convicción de que toda resistencia ya no tiene sentido.

La tentativa de globalización cultural, educativa, comunicacional e informativa, tan antigua o más que la Pax Romana, remozada en nuestros días, sigue siendo entonces una de las variables más poderosas e indispensables para legitimar el poder de dicho proyecto, para proyectar una empresa geopolítica de rediseño global mundial que deja empequeñecidos a los césares romanos.

Ahora bien, las posibilidades de una globalización de la cultura no parecieran tener el éxito relativo que ya experimentaron en otros campos, como los de la economía, las finanzas, la tecnología y las manufacturas industriales, por ejemplo. No será de ninguna manera fácil ni de corto o mediano plazo estandarizar o uniformizar imaginarios colectivos, que han sido construidos y sedimentados a través de muchos años en experiencias históricas y sociales intransferibles. Lo cual puede implicar, como reacción, resistencias de distinto tipo, racionales o emocionales, científicas o místicas, destinadas todas ellas a confirmar la cultura propia como si ella fuera, tal como es, la esencia de la propia vida.

Tal vez por ello, la dominación de la cultura general de un pueblo no figura explícitamente en la agenda de quienes aspiran a un rediseño global del poder mundial. Antes bien, la coexistencia con determinadas manifestaciones de dicha cultura, puede rendir también sus frutos, como lo prueban muchos diseños de la producción mediática, publicitaria, cultural y de entretenimiento de las IC más poderosas. Es sabido también, que buena parte de las actividades y servicios culturales de los países periféricos, como son los nuestros, tienen el reconocimiento y el apoyo de gobiernos del primer mundo, de prestigiosas fundaciones y de grandes compañías transnacionales. En este sentido, no pareciera existir contradicción alguna entre el hecho de fabricar bombas atómicas tácticas o misiles letales y, propiciar junto con ello, exposiciones de arte, conciertos musicales, becas a intelectuales y artistas, publicaciones de arte, preservación de parques nacionales, modernización de museos y bibliotecas, puesta en valor de ruinas arqueológicas, eventos de ―alta cultura‖ o mega-espectáculos populares.

Las IC como “centro de gravedad” de la cultura

Existe sin embargo un sector de la cultura que escapa a esa supuesta benevolencia y que despierta voraces apetitos. Se trata del correspondiente a las IC, un vasto e intrincado universo de industrias, que apenas tiene poco más de un siglo y medio de vida, en el que se incluyen distintos y a la vez complementarios sistemas, representativos de la información, la comunicación, la educación, el entretenimiento, la cultura y el conocimiento. Es decir, de aquello que el tetradracma griego de cuatro siglos antes de Cristo, simbolizaba en la tosca imagen de la diosa Minerva –expresión simbólica de la agricultura, el conocimiento y la poesía, y en la mirada grave de un buho, como síntesis de la sabiduría.

Precisamente, sobre este universo aparecen hoy más que nunca las apetencias de dominación global. No se trata ya de conquistar o dominar una u otra cultura en su dimensión holística sino de controlar su centro de gravedad, aquel que, como sucede en las guerras por los espacios vitales, incide decisivamente sobre el conjunto.

Si para los antiguos constructores de imperios tal centro estaba constituido por los ejércitos, y para los más recientes, por los espacios de mayor concentración energética, industrial y urbana, para quienes operan en nuestro tiempo en el campo de la cultura, el centro de gravedad reconocido y disputado, no es otro que el de estas industrias. Y lo es, precisamente, porque como si otros han dicho y repetido, la cultura en general es el alma de los pueblos –o como agrega Edgar Morín, es todo aquello que media entre la realidad y los sueños- las IC son, a nuestro entender, el motor que la moviliza, en un

sentido o en otro, según la orientación que le impriman quienes controlen el timón y el horizonte de las mismas y también, quienes como nosotros, simples ciudadanos, legitimamos o no con nuestras demandas y consumos.

Pero, del mismo modo que la globalización no opera de igual manera sobre la economía que sobre la cultura, ni lo hace tampoco de igual forma entre la cultura en general y las IC en particular, otro tanto sucede cuando tratamos lo que sucede en el interior de estas industrias ya que los temas de globalización y diversidad son experimentados de manera distinta según se trate de una u otra industria, por lo cual pareciera ser recomendable evitar los esquemas demasiado generalizadores.

Este universo de relaciones sinérgicas de muy distinto carácter se instaló de una forma u otra en nuestros países y creció desde fines del siglo XIX y hasta mediados del XX, sin requerir ayuda alguna de parte de los Estados y su desarrollo y consolidación estuvo a cargo, en la casi totalidad de los casos, de inversiones empresariales nacionales y de organizaciones sociales. A lo largo de ese período de más de medio siglo, en el que surgieron las industrias del libro, diarios y revistas, cine, disco, radio y publicidad, no existía prácticamente legislación alguna de carácter proteccionista, se ignoraba el significado del término ―diversidad cultural‖ y la mayoría absoluta de las constituciones nacionales no habían incluido todavía la palabra ―cultura‖. Empresarios locales y, en menor medida, organizaciones sociales, financiaron así actividades de producción y servicios culturales con recursos propios, tuvieron satisfactorios índices de rentabilidad y derivaron a las arcas fiscales jugosos fondos con lo cual contribuyeron a solventar parte de los presupuestos nacionales.

El Estado acompañó de alguna manera este desarrollo, aunque no lo hizo con significativas inversiones directas, sino con políticas orientadas al desarrollo económico y social en general, beneficiando también, en consecuencia, al sector de las IC. Políticas educativas y de alfabetización; programas de formación artística y técnica; servicios de difusión y promoción cultural; sistemas de promoción de autores y artistas, preservación del patrimonio histórico cultural, y otras medidas llevadas a cabo desde las esferas públicas no se orientaban tanto a promover específicamente el desarrollo de las IC, pero representaron un poderoso aliciente, sin el cual estas industrias no hubieran podido afirmarse en el país y mucho menos, fuera del mismo.

Obviamente, este desarrollo respondió a un contexto de fomento a las industrias nacionales y que desembocó en el modelo sustitutorio de importaciones del que formaba parte una economía más distributiva que la que hoy conocemos orientada a promover también los consumos culturales. Pero cabe agregar también que dicho contexto global hubiera contribuido muy poco al desarrollo de las IC de no haber mediado políticas empresariales dedicadas a auscultar y satisfacer las demandas culturales del mercado local y regional. Basta recorrer el panorama de los contenidos producidos en Argentina en la primera mitad del siglo XX, tanto por las industrias de la radio, el disco y el cine, como por las del libro y las publicaciones periódicas, para constatar en ellos la presencia de buena parte del imaginario colectivo de la población y de sus demandas culturales más relevantes.

De la autosuficiencia al proteccionismo

Fue, precisamente, el cambio operado en las circunstancias internacionales y locales, cuyos alcances repercutieron en el conjunto de nuestras sociedades, lo que afectó también la situación de las IC de la región. Con la consolidación del poder norteamericano sobre distintas del mundo, incluidos nuestros países, se derrumbaron los proyectos de un capitalismo industrial nacional y las tendencias a una mejor distribución de la riqueza. Esto se tradujo en una creciente disminución de los ingresos y del poder adquisitivo por parte de la población y una mayor dependencia en cuanto a importación de máquinas, insumos y contenidos culturales procedentes de las industrias del hemisferio norte.

Irrumpió también la televisión y con ella, el eje dinamizador de las industrias del audiovisual. La industria cinematográfica entró en crisis, al no desarrollarse articulaciones empresariales entre los dueños del cine y la televisión, como las que se dieron en los EE.UU., ni tampoco presupuestos de los canales monopólicos estatales que contemplaran la producción cinematográfica, como fue el caso europeo. En consecuencia, el Estado debió atender los reclamos de la industria del cine de legislar medidas de fomento y protección, imponiendo cuotas obligatorias de pantalla para la producción local y premios, créditos blandos y subsidios a los empresarios nacionales.

A su vez, correspondió al Estado en algunos países, como la Argentina, encarar las primeras inversiones para la creación de los primeros canales de TV, sometiendo los mismos al modelo de financiamiento y de programación norteamericano, lo cual facilitó el crecimiento de los intereses de esa nación en el interior de la economía nacional y en la promoción de sus empresas y productos manufacturados. Las políticas económicas impuestas por los gobiernos militares y civiles, más que propender al desarrollo de una industria nacional, abrieron las compuertas del país a inversiones extranjeras, a menudo de tipo golondrina, que aprovecharon todo lo que estuvo a su alcance hasta que, satisfechas, volaron a otros destinos, o bien se quedaron en el país a cargo del sector comercial más que del productivo.

Esto afectó a unas industrias más que a otras pero, en términos generales, la presencia de bienes culturales producidos en el país comenzó a experimentar un paulatino retroceso, originado no tanto en las políticas específicas del sector Cultura, sino en las de alcance más general, relacionadas con la creciente dificultad de las IC nacionales para competir con otras procedentes de otros países y con una disminución acelerada de los consumos culturales tradicionales por parte de amplios sectores de la población.

Los verdaderos ministerios de Cultura de muchos de nuestros países, así como los de Salud, Educación, Vivienda y otros, están representados hoy, al igual que en los últimos años, por los de Economía y Hacienda, ya que las políticas adoptadas por estos condicionan o determinan las posibilidades reales de todos estos sectores, además de los consumos y las demandas de la población, incluidas sus actitudes, valores y comportamientos sociales.

Del proteccionismo a la concentración y a la transnacionalización

El signo más relevante aparecido en los últimos años en la vida de nuestros países, es el de la concentración y la transnacionalización de la economía en general, y sobre las IC, en particular. Fusiones, asociaciones y todo género de alianzas entre las grandes corporaciones internacionales, han marcado a fuego, al menos por el momento, las relaciones de propiedad y de poder a escala mundial, con incidencia directa en las industrias locales, el control de los mercados, el empleo, las tecnologías de producción y comercialización, y el diseño de la programación y los contenidos producidos.

Baste recordar, por ejemplo, que en la Argentina, entre 1992 y 1998, el porcentaje total de ventas de las compañías transnacionales del sector cultural, pasó de 38 por ciento en el primero de esos años, a 59 por ciento en el segundo, representando en 1998, por ramas de producción y servicios, el 80 por ciento de la recaudación de las salas de cine, el 74 por ciento de la facturación publicitaria, el 54 por ciento de la industria editorial y gráfica y un porcentaje semejante en televisión y multimedia, cifras que dan una idea aproximada de la extranjerización en que ha ido derivando la mayor parte de sistema de las IC en el país. Con la circunstancia agravante de que los nuevos dueños de estas industrias, conciben los bienes y las obras culturales principalmente como manufacturas comerciales, obligadas de responder a los mismos parámetros de rentabilidad económica que son propios de cualquiera otra manufactura industrial.

Esta situación afecta principalmente a las PyMEs de la cultura, que, en Argentina y en la generalidad de nuestros países, ocupan más del 90 por ciento del empleo total del sector y también más del 80 por ciento de la facturación. Pero representan todavía mucho más, si se tiene en cuenta, además de su dimensión económica, la que corresponde al capital intelectual –diseño y elaboración de valores simbólicos- donde aquellas se sustentan.

Las PyMEs expresan, de una u otra forma, la diversidad cultural de una sociedad en mucha mayor medida que lo que es propio de los grupos concentrados o los conglomerados industriales. Las emisoras de radio de corto alcance, los canales locales de TV de pago, las pequeñas editoriales provinciales o subregionales, las disqueras de intérpretes locales, las revistas temáticas de públicos selectivos, los directores de cine que a su vez son productores de sus propias películas, los medios abocados a la promoción de primeras obras o de autores desconocidos, son los más directamente perjudicados con el proceso de concentración industrial, erosionando la diversidad de contenidos y valores simbólicos, es decir, la razón de ser de estas industrias. Es decir, se afecta a la democracia misma, a la democracia en el campo de la cultura y a la democracia en general, cuyo fundamento es el reconocimiento de los otros, como parte también del nuestro propio, es decir, del nos-otros.

Un trabajo de UNESCO-CERLALC sostenía recientemente que: ―Del mismo modo que la biodiversidad, es decir, la inmensa variedad de formas de vida desarrolladas durante millones de años, es indispensable para la supervivencia de los ecosistemas naturales, los ecosistemas culturales, compuestos por un complejo mosaico de culturas necesitan de la diversidad para preservar su valioso patrimonio en beneficio de las generaciones futuras‖.

La diversidad cultural se construye a partir de la memoria y el hábitat –lo que algunos pensadores definen como sangre y suelo-de los distintos grupos sociales, comunidades o naciones, así como los autores y creadores que desde lo individual los representan. Lo hace, desde un sitio específico y concreto, nutriéndose de los múltiples sitios con los cuales interactúa dinámicamente, y enriqueciendo a su vez lo universal, pero a partir de lo propio, es decir, de lo que podríamos caracterizar como universalismo situado.

La globalización y la transnacionalización, en cambio, suponen una hegemonía o una dominación económica, a la par que cultural, que amenaza dicha diversidad y atenta, en consecuencia, contra lo que podría ser una verdadera universalización de la cultura.

De las IC en general a las IC en particular

En el último período, los procesos de concentración empresarial han privilegiado en nuestros países no tanto la producción de bienes culturales propios, sino la reconversión de un capitalismo concebido tradicionalmente para la producción, en un capitalismo para el producto, es decir, para la venta y el mercado. De este modo, el servicio de venta, más que el de producción, ha pasado a convertirse en el centro de gravedad de los intereses transnacionales. Apenas si interesamos en el exterior como industrias de ensamblaje de los diseños y la programación de bienes culturales. Discos, libros, películas, señales satelitales y de TV de cable, campañas publicitarias, tecnologías, insumos, son bienes cuyo diseño creativo y productivo se efectúa en las naciones más industrializadas, otorgándose a los países periféricos o dependientes, como son los nuestros, el lugar de punto de ventas.

Existen, sin duda algunas industrias menos condicionadas por lo anterior y que continúan respondiendo a demandas culturales de la población difíciles de ser satisfechas desde las sedes de los conglomerados transnacionales, ya que se trata de mercados donde las empresas locales pueden competir en mejores términos. Es el caso de las emisoras de radio, dedicadas a ofertar en gran medida contenidos musicales de las majors de la industria del disco, pero también a responder a necesidades informativas o de entretenimiento de la población que no pueden ser satisfechas por las emisoras de otras naciones. También el de la prensa escrita, las revistas y las publicaciones periódicas, útiles para publicitar los bienes y servicios producidos por las grandes compañías internacionales, pero poco rentable económica y políticamente para los conglomerados transnacionales, a quienes puede bastarle suministrar casi la totalidad de la información internacional.

Algo parecido sucede con la televisión abierta, en la que los contenidos locales ocupan habitualmente las preferencias del público y representan, al menos en la Argentina, entre el 60 y 70 por ciento del tiempo de la programación. Por su parte, la industria del libro, pese a estar cada vez más controlada por editoriales españolas o de otras procedencias, las que a su vez actúan como filiales de poderosos holdings internacionales, encuentra todavía una importante demanda local, la que es relativamente satisfecha por pequeñas y medianas empresas, cuya dificultad mayor es el acceso a la distribución y al mercado.

Convengamos entonces que las demandas culturales internas pueden sostener todavía, sin necesidad de políticas proteccionistas directas, a la mayor parte de las IC nacionales, aunque ello no signifique que los valores simbólicos producidos por estas industrias se correspondan necesariamente con las exigencias de un verdadero desarrollo cultural y nacional.

Sin embargo, el talón de Aquiles de las IC, se ubica básicamente en un subsector de las mismas y con capacidades sinérgicas sobre el conjunto de mismas, así como de las artes, en general. . Nos referimos al de las industrias del audiovisual y, de manera más particular aún, a la industria del cine. Precisamente sobre ésta los gobiernos de la mayor parte de la región concentran la franja más significativa de su política proteccionista, de tal modo que allí donde ella no está presente, tampoco lo hace ninguna industria de este carácter. Ni siquiera, proyectos orientados a generar actividades y

servicios más o menos permanentes y sistemáticos que excedan la filmación de spots publicitarios para la televisión comercial, o algunos cortometrajes de promoción institucional.

Importa este caso, porque es el ejemplo más relevante enfrentado a la globalización, ya que en el mismo, el Estado aparece en algunos países como organismo rector y promotor, mientras que en el resto de las industrias brilla por su ausencia, limitándose en los mejores ejemplos a la compra de libros para su distribución gratuita en escuelas o bibliotecas, al mantenimiento de algunas emisoras de radio y televisión, en su mayor parte deficitarias, o a realizar concursos para premiar proyectos audiovisuales de bajo costo que sólo en contadas excepciones aparecen en las pantallas de cine y de televisión.

Se sabe que la importancia de esta industria no radica solamente en los miles de millones de dólares que moviliza la producción y la comercialización de películas y programas televisivos –para los EE.UU. representa más de 50 mil millones de dólares por año- sino las posibilidades que tiene el propio lenguaje audiovisual, por sus características ―palimpsésticas‖, para inducir, al disfrute de una comedia, un videoclip o un filme de efectos especiales, junto a la incentivación del consumo de muchos otros productos, además de las ideas y valores que subyacen en alas imágenes y el sonido.

Hollywood, en suma, no sólo vende películas, sino sistemas de vida, razón por la que merece una importancia estratégica para la política del Departamento de Estado y para quienes controlan la economía norteamericana. Alguien ha dicho que cuando el ―Tío Sam‖ convoca a Hollywood, éste acude presuroso y obediente –un ejemplo actual es el terrorismo mediático norteamericano lanzado sobre todo el mundo- a lo que podría agregarse que, cuando los grandes estudios necesitan del respaldo político del Estado, también son rápidamente complacidas. Una prueba de ello la constituye la amenaza de represalias contra el gobierno de México, efectuada por el sempiterno representante de las majors, si su presidente no veta la medida proteccionista que fue aprobada en enero de 2003 por el Congreso Nacional de ese país, y que consiste en aplicar diez centavos de impuesto a las entradas de cine –como lo dispone también la legislación argentina- para reforzar con ello el fomento a la producción local de películas.

Los debates y enfrentamientos que han tenido lugar años atrás en el GATT y que hoy pueden repetirse –aunque de manera más incierta- en la OMT, son una prueba suficiente sobre la disputa internacional por el control de este centro de gravedad de las IC, y por extensión, de la cultura y la economía y el comercio mundiales. La situación de las industrias del cine y el audiovisual, merece entonces una atención particular, ya que ilustra uno de los ejemplos más explícitos del conflicto globalización - diversidad cultural.

En este punto, y a riesgo de poner en tela de juicio las prácticas proteccionistas tradicionales en este sector en algunas industrias latinoamericanas, podemos afirmar que ellas no han representado hasta ahora ningún avance sustancial en la construcción de verdaderas industrias locales a través de las cuales pueda garantizarse la continuidad de la cultura audiovisual nacional. Sucesivas leyes, resoluciones, decretos, reglamentaciones y ayudas de distinto tipo, sólo han servido para resistir y defenderse, aunque cada vez menos, frente a las crecientes andanadas de la industria norteamericana, sólidamente refrendadas por la política expansiva de ese país. Lo cierto es que el proteccionismo de los poderes públicos requiere ser incrementado cada vez más, para responder a los desafíos de una competencia internacional inequitativa y a una incapacidad de los empresarios y gobiernos locales para superar el esquema defensista. La mirada de los productores cinematográficos se concentra entonces, más que nunca en la respuesta satisfactoria que puedan brindarle los poderes públicos, con lo cual la evolución de las demandas y los consumos queda librada prácticamente al manejo de las majors norteamericanas.

Algo no funciona, entonces, como sería deseable. En nuestros países la situación resulta más grave aún que en las naciones europeas. La sumisión del Estado a las leyes dictadas por el mercado, ha sido una práctica común en buena parte de la región en los últimos tiempos. La desestatización o desnacionalización creciente de recursos fundamentales de nuestras economías –además de servicios básicos como las telecomunicaciones y la radiodifusión- y el creciente endeudamiento externo e interno, agravó la situación económica de cada país, cercenaron los presupuestos nacionales y relegaron a un último plano a las industrias que recibían protección, cuando no las condenaron directamente a la desaparición.

A esto se suma una práctica proteccionista sobre el cine de algunos países que estimuló más la dependencia de los productores hacia los organismos gubernamentales –con particular atención en los cambios de funcionarios que se daban con cada contienda electoral-, que hacia el mercado. Un mercado que, en el tema al que nos estamos refiriendo, es, además, cultura. Es decir, expresa cambios, aunque no de gobierno, sino de consumos y demandas de contenidos simbólicos, influidos por situaciones mucho más decisivas que las que aparecen en las estructuras de los organismos públicos.

Convengamos, además, que semejante contexto incentiva las complicidades. Lo cual también es grave. Tanto porque subvalora o excluye al sujeto principal de la producción y el consumo, que son los espectadores, el público, en suma, la comunidad, y porque, además, omite alguna de las exigencias que son propias de la ética y de la democracia. Si partimos de la base de que la producción cinematográfica está sostenida casi totalmente con los recursos que cada ciudadano aporta al financiamiento del Estado, y en consecuencia de su cine, la devolución por parte de los productores y creadores –acrecentada y enriquecida por el profesionalismo y la creatividad de los mismos- aparece como un requisito sine qua non para el respeto de las normas de la convivencia democrática.

Alternativas entre la globalización y la diversidad

¿Pero cuál es la alternativa, si es que la hay, a esa supuesta opción de hierro entre el proteccionismo de la diversidad en el subsector audiovisual –el más afectado de nuestro tiempo- y la ―macdonalización‖ de la cultura, que alimenta el proyecto globalizador?

Vayamos por partes. En primer término, resulta indiscutible que si consideramos a la cultura, entre otras cosas, como expresión de la memoria y el imaginario colectivo de nuestros pueblos, los Estados nacionales tienen el legítimo derecho, a la vez que la irrenunciable obligación, de ejecutar las políticas culturales de su libre elección, fuera de cualquier obligación externa, en el marco del apoyo activo a las culturas nacionales, así como en el respeto a los derechos humanos y a los intereses de las comunidades representadas. Lo cual implica regular y proteger el desarrollo de tales derechos e intereses en los diversos campos de la cultura y, en particular, en las industrias que la representan, sea regulando las actividades con el fin de garantizar una competencia justa entre la producción local y las transnacionales, e inclusive produciendo desde el Estado mismo, según las circunstancias de cada país, aquellos bienes y servicios que no son satisfechos por el sector privado, y que son indispensables para el desarrollo y el bienestar de la comunidad.

Renunciar a esto, implicaría, en los países de menor desarrollo relativo, hacer otro tanto con sus propias culturas, no las que son, repetimos, sino las que están siendo a través de sus intercambios y entrecruzamiento con todas las de los demás pueblos. Sería renunciar a la posibilidad de un futuro mejor y a la convivencia democrática entre las naciones.

Dicho esto, digamos, como segundo término, que el proteccionismo, tal como se lo viene practicando en algunos países en las últimas décadas, protege cada vez menos a nuestras industrias, y de manera particular a las del cine y el audiovisual. Resulta claro que el fomento activo a las actividades y servicios culturales es una responsabilidad indelegable de los Estados, pero las formas todavía vigentes de proteccionismo sobre la industria, según lo prueba la experiencia histórica de nuestros países, merecerían ser repensadas a la luz de las nuevas situaciones, precisamente para que aquellas, precisamente, protejan. Es esta una obligación que también nos incumbe, dado que de no tener nosotros una respuesta satisfactoria a este dilema, ella vendrá de la mano de otros, a quienes les importa poco y nada contribuir a la solución de nuestros problemas, dado que ellos son responsables originales de su existencia.

Se protege, individualmente, a quien todavía no sabe caminar y a quienes, como los adolescentes, se distinguen por el consabido reclamo. Pero la protección no está destinada a perpetuar dichas situaciones, sino a cambiarlas. Es decir, a pasar de la adolescencia, por lo menos a la juventud, lo cual representa saltar de los reclamos a los sueños. Y convengamos que numerosos empresarios locales, del campo de la cultura y de otras industrias y servicios, se aferran hoy más que nunca, en una situación agravada por la globalización, a la queja, el pedido y el reclamo, que a soltar la imaginación y reunir las inversiones necesarias para un desarrollo autosostenido, sin lo cual no es posible crecer. Y sobre todo, hacerlo libremente: un ejercicio indispensable para la recreación de los imaginarios colectivos y autorales, espacio legítimo de las IC en general y de las industrias audiovisuales en particular.

Llegado a un cierto límite, el proteccionismo, la resistencia y el defensismo que no tienen como finalidad esencial la generación de autosuficiencia empresarial, puede convertirse en mero recurso prebendario, además de servir de incentivo a prácticas reñidas con la ética y con un verdadero compromiso de acción cultural. Bastaría no más, para corroborar esto, observar a nuestro alrededor, porque los ejemplos sobran, y sobre la existencia de los mismos no ha podido alzarse otra cosa que el deterioro creciente de importantes sectores de nuestra economía.

La alternativa entonces, a la situación de una diversidad que sobrevive solamente gracias al proteccionismo estatal en algunas IC, no es entonces reducir el mismo, sino redefinirlo en términos más eficaces y productivos que lo que se ha hecho hasta ahora. Se trata, principalmente, de fomentar y acrecentar las capacidades propias en el marco de una realidad concreta -que no es la que desearíamos y mucho menos la que controlamos- antes que de poner el acento en la limitación o restricción de lo ajeno. O lo que es igual, ir haciendo cada vez más innecesaria la presencia del Estado en materia de subsidios y ayudas económicas, salvo en aquellos países que por la estrechez de sus mercados internos o la ausencia de industrias audiovisuales, requieran todavía de aquellas para seguir produciendo sus propias imágenes.

Tal alternativa de desarrollo no depende solamente, como ya se ha dicho, de políticas específicas para el campo de las IC, aunque algunas de ellas, como la del cine y el audiovisual, las requieran en mayor medida. Radica, antes que nada, en los cambios que puedan introducirse en las políticas nacionales más amplias –que incluyen naturalmente a la economía y a las industrias en general y a la distribución equitativa del ingreso, en particular- y al sentido que se imprima a las mismas para beneficio de la población. Esto convoca, entonces, a la formulación de programas y estrategias multisectoriales y a la implementación de actividades interdisciplinarias para promover nuestras propias capacidades, lo cual habrá de requerir de políticas y estrategias simultáneas en diversos frentes, dada la complejidad del campo que nos ocupa.

Resumiendo: Entendemos que toda política cultural que queda limitada a concepciones proteccionistas y defensistas en el sistema de las IC, y en las del audiovisual en particular, podría tener muy poco futuro si no se la enmarca en finalidades más ambiciosas, como son las de promover y potenciar, según las circunstancias de cada país o región, los recursos económicos, humanos y técnicos existentes para equilibrar fuerzas y ser capaces de crecer en términos locales o regionales en la competencia con las transnacionales que hoy tienen la hegemonía o el dominio del sistema.

Bibliografía básica utilizada:

Alvarez, Gabriel Omar, Integración regional e industrias culturales en el MERCOSUR: situación actual y perspectivas, en N. G. Canclini y C. Moneta (coord.) ―Las industrias culturales en la integración latinoamericana‖, EUDEBA-SELA, Buenos Aires, 1999.

Abramovsky, Chudnovsly, López, Las industrias protegidas por los derechos de autor y conexos en la Argentina, Documento de trabajo, CENIT, Buenos Aires, Abril 2001.

CEDEM, Las industrias culturales. Situación actual y potencialidades para su desarrollo , en ―Coyuntura Económica de la Ciudad de Buenos Aires, N· 2, Secretaría de Desarrollo Económico, Gobierno de Buenos Aires, Agosto 2001.

Getino, Octavio (coord.), Industrias Culturales-MERCOSUR Cultural, Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación-OEA, Buenos Aires, 2001.

Getino, Octavio, Industrias culturales en la Argentina, dimensión económica y políticas públicas, Colihue, Buenos Aires, 1995.

Octavio Getino

Director de cine y televisión. Investigador de medios de comunicación y cultura.

Consultor de organismos internacionales (UNESCO, PNUD, PNUMA, etc.) en temas de comunicación y desarrollo en varios países de América Latina.

Dirigió en Argentina, en 1992, primera investigación que se realizó en el país sobre la dimensión económica de las industrias culturales nacionales. En 2001 coordinó la Etapa Preliminar del Proyecto Incidencia Económica, Social y Cultural de las Industrias Culturales en los países del MERCOSUR, aprobado por los Ministros de Cultura de la Región. Profesor de comunicación y cultura en universidades argentinas y de América Latina. Entre sus libros más recientes se encuentran: Industrias Culturales -MERCOSUR Cultural (coord.); Industrias culturales en Argentina: Dimensión económica y políticas públicas; Cine y televisión en América Latina: Producción y mercados; Turismo: Entre el ocio y el neg-ocio. Identidad cultural y desarrollo económico en América Latina y el MERCOSUR.

Acceso equitativo a la sociedad de la información

Alejandro Pisanty (*)

1. Introducción

El presente trabajo pretende proveer un acercamiento a algunas discusiones contemporáneas que rodean el tema del acceso equitativo a la sociedad de la información. No se trata, pues, de una revisión exhaustiva, ni por otra parte de un trabajo estrictamente restringido a estudiar el acceso físico a Internet.

Si bien el acceso a la sociedad de la información pasa obligadamente por los medios físicos, y dentro de éstos los de Internet son sin duda los más significativos a principios del siglo xxi, hay que tener en cuenta que los medios son sólo eso, y pueden ser abordados de muy diferentes maneras.

Del párrafo anterior derivo dos vertientes:

Los medios de acceso a la sociedad de la información, especialmente en un escenario de convergencia tecnológica, se diversifican sin parar. Además de las computadoras conectadas a través de cables, hay que considerar cada vez con mayor importancia los dispositivos inalámbricos y portátiles de todo tipo, así como los accesos a través de cables de televisión, fibra óptica que no sea propiedad de las compañías telefónicas, etc.

El acceso a la sociedad de la información no debe concentrarse en los medios sino también, y cada vez más, en los contenidos, los servicios y las prácticas de la sociedad de la información.

Sólo abordaré algunos elementos específicos y limitados de esa problemática. Dado que este trabajo fue solicitado para su discusión en la reunión del grupo de Tres Espacios Lingüísticos sobre «Sociedades Plurales en la Sociedad de la Información», la perspectiva que enmarca las reflexiones que siguen es la de que sectores muy diversos de las sociedades tengan acceso en forma equitativa ¯¿acceso a qué?¯. Mi tesis es que debemos empezar por asegurar el acceso a los beneficios del desarrollo de la sociedad de la información, y en un esfuerzo paralelo, conforme los presupuestos y los conocimientos lo permitan, pasar al acceso de pleno derecho al total de sus instrumentos, para que en países de desarrollo del Internet posterior al inicial en Estados Unidos se pueda pasar al papel de productor y creador, no sólo al de usuario.

2. La (más reciente) agenda de acceso

Acceso físico a la red

En años recientes, la extensión de los Derechos Humanos que incluye los derechos a la comunicación y a la información ha producido consecuencias controvertidas. En particular, toca discutir aquí brevemente las implicaciones que genera en materia de acceso a las tecnologías de información (en adelante, TI).

Soy un firme creyente en que la humanidad entera, llegando hasta el nivel de persona por persona, debe llegar a tener acceso directo a los medios modernos de comunicación y de adquisición de información. Tocando el principio de realidad, sin embargo, es evidente que esto no está a punto de suceder, ni sucederá en breve, ni sucederá sin intervenciones deliberadas que tendrán un alto costo económico y político.

En referencia al costo económico, desde luego, creo que a las sociedades les resultará mucho más caro no incurrir en él. Los individuos, las agrupaciones funcionales o regionales, los países, las sociedades que no obtengan pronto acceso a las TI se encontrarán en situaciones de desventaja cada vez más difíciles de revertir en sus consecuencias.

El acceso a las TI no se determina únicamente por la disponibilidad de equipos y redes en el hogar o en la localidad. Requiere también lo que un amigo ha llamado el in-ware, un conjunto de condiciones personales y sociales como el entrenamiento para el uso de la tecnología, el uso del lenguaje, y una cultura acerca de la información específica.

El punto de la cultura acerca de la información no ha sido explorado ampliamente, a mi leal saber y entender. Una enorme mayoría de los recursos informativos, muchos de ellos vitales, disponibles en las redes actuales está construido y orientado en forma acorde con paradigmas que se suelen asociar con el «Norte» y «Occidente». Se trata de información completa y precisa, en los mejores ejemplos, accesible mediante búsquedas (algunas con alto grado de inteligencia asociada al sistema), actualizada, pero desagregada. Integrarla corresponde a modelos culturales del «Norte» y de «Occidente», distintos del manejo de la información en sociedades tradicionales (no sólo del «Sur» y de «Oriente», sino también las «de abajo» y «de afuera» en los países desarrollados, como el campo). Veo en este problema un campo fértil para la antropología social y otras ramas de la ciencia.

Dando por supuesto que los problemas de cultura y educación que constituyen obstáculos al acceso a las redes y a los beneficios de su uso se encuentren en alguna vía de solución, sigue pendiente discutir la agenda del acceso universal. Esos problemas son de un orden superior, pues además de requerir inversiones de recursos económicos monumentales, tienen un tiempo de maduración y un ciclo de cambio aún más adversos que los de infraestructura.

En telecomunicaciones «tradicionales», es decir, pensando en la telefonía fija y quizás también el telégrafo, la definición de acceso universal ha girado en torno a que los servicios de telecomunicaciones estén accesibles para cada ciudadano de cada país y localidad. En este concepto habría un teléfono en cada hogar; se acepta que en localidades aisladas, o en poblaciones francamente dispersas, el acceso universal estaría al menos en proceso de ser alcanzado si se dispone de un teléfono en cada población (con tamaños, digamos, de 500 habitantes).

Cuando surge y se expande Internet, tanto en puntos de acceso como en servicios, y conforme crece explosivamente la telefonía móvil, algunos de los conceptos de acceso, incluyendo el de acceso universal, son enfrentados a nuevos retos.

Así, la métrica de acceso a las telecomunicaciones, que tradicionalmente ha sido la teledensidad (líneas telefónicas por cada 100 habitantes), se vuelve cuestionable. Hay condiciones en las que se vuelve poco representativa de la situación real de acceso para la población, y cambios que esta métrica no refleja.

Por un lado podemos considerar que en grandes regiones de África, o países como México en el que las proporciones actuales son de aproximadamente 14 millones de líneas fijas contra 25 millones de móviles, el acceso ha mejorado sustancialmente por arriba de lo que sugiere la métrica de teledensidad (14:100; téngase en cuenta que en grandes regiones de Africa la teledensidad acaba apenas de rebasar el 1:100). La implicación social y económica inmediata es positiva: el trabajador, el joven, el ama de casa cuentan ahora con un dispositivo de comunicación que incluso se deja de ver como un añadido al nivel de vida pues en realidad es una inversión productiva.

El lado oscuro de esta consideración es que cada contrato de telefonía móvil hecho en familias de bajos ingresos representa un contrato de telefonía fija que no se hace. Y esto significa, generalmente, un hogar que no aplica recursos (típicamente 20-50 dólares mensuales) a una conexión fija que puede ser utilizada para el acceso a Internet. O sea: un medio de comunicación entre individuos, eficaz y enormemente apreciable como tal (el teléfono móvil), excluye a otro medio que sirve para algunos fines de comunicación entre individuos, pero sobre todo excluye un acceso a la información (Internet). El gradual progreso del Internet móvil no compensa del todo este desbalance.

En los países desarrollados la cobertura de las comunicaciones y telecomunicaciones es prácticamente total. Excluye solamente a quienes voluntariamente se excluyen y a sectores que se encuentran en marginación social alta o extrema. En esos países, la discusión de acceso universal en la era de Internet se está centrando en dos problemas: webtone y banda ancha.

La discusión sobre webtone, ya un poco dejada atrás, se refiere a considerar como una prioridad, y casi como un derecho, que cada ciudadano en todo momento y lugar (razonable, adjetivaría yo) pueda encontrar acceso a Internet (sin que el término webtone implique realmente una confusión entre web e Internet; Internet es más amplio). Véase la correlación entre esta discusión y la que he hecho arriba del balance entre líneas fijas y telefonía móvil.

El problema de la banda ancha es de interés en las sociedades ampliamente dotadas de telecomunicaciones, pero no deja de ser importante para las sociedades en desarrollo y los grupos en marginación. A través de las comunicaciones de banda ancha es posible manejar servicios que son ricos en información, y síncronos. En muchos casos los servicios para los sectores marginados actualmente pueden ser mucho más eficaces si se proporcionan sobre banda ancha.

Lo que se puede hacer en banda ancha, y no sin ella, incluye comunicaciones basadas en vídeo (desde vídeo sobre demanda hasta vídeo-correo, videoconferencias de distintos tipos, etc.), colaboración basada en imágenes (como la requerida en muchos contextos de medicina, ingeniería, comercio, investigación, educación), etc. En países como México estamos explorando estas comunicaciones dentro de los proyectos nacionales o institucionales de redes avanzadas, como el de Internet-2.

Las 6D de John Seely Brown

Los beneficios que esperamos del acceso son múltiples, y conviene diferenciarlos o atender especialmente a aquellos que contribuyen al avance de las sociedades plurales. Una descripción extrema de algunos de ellos fue hecha hace pocos años (en el año 2000) por John Seely Brown y Paul Duguid en su libro The Social Life of Information, bajo el nombre de «6D»:

1. Demasificación 2. Decentralización

3. Desnacionalización 4. Despacialización 5. Desintermediación 6. Desagregación.

Los seis puntos tienen ángulos específicos que pueden ayudar a que prosperen las iniciativas de desarrollo de los grupos en las sociedades plurales, sin desintegrar a estas sociedades.

Quizás sobra decir que en muchos casos no se cumplen del todo las premisas de las 6D, es decir, por ejemplo, no desaparecen los intermediarios, pero sí se dan grandes reestructuraciones, de tal modo que en este ejemplo sin duda se puede hablar de «reintermediación», de la creación de nuevas y diferentes cadenas de intermediación. Véase por ejemplo el caso de la compra de boletos de avión en línea y su impacto sobre las agencias de viaje.

También se pueden ver algunas tendencias en educación como un ejemplo de cambio radical en la línea de las 6D. Se vive una desagregación de contenidos (pasamos del curso completo o el libro de texto por asignatura a objetos de aprendizaje dirigidos a cada uno de los objetivos educativos por separado), y una desintermediación o al menos una reintermediación (la persona que aprende no forzosamente recurre al maestro en el aula, sino a comunidades en línea, como intermediarios en su aprendizaje).

Teleacceso según Dutton

Se observa en el medio internacional una discusión intensa acerca del acceso a las tecnologías de información «actuales» (el entrecomillado representa el hecho de que la definición de «actuales» varía con el tiempo, y que no siempre estamos, en proyectos orientados al desarrollo, en busca del más reciente juguete tecnológico, sino de los medios más adecuados para los objetivos de los proyectos). Una perspectiva sumamente útil para definir metas y avances es la de Dutton.

Dutton, en Society on the Line. Information Politics in the Digital Age establece una perspectiva útil, la de «teleacceso», en la cual figuran no solamente el acceso a los bienes tecnológicos, sino mucho más. Como dice el propio Dutton, las TIC definen no sólo cómo se pueden hacer las cosas, sino cada vez más también forman y reforman las opciones de qué se puede hacer, y cuándo, cómo y dónde se pueden hacer las cosas. En forma más concreta, las TIC conforman el acceso a:

1. Información. Las TIC no sólo cambian el modo de acceder a la información sino el propio «corpus» de la información disponible; las TIC pueden definir quiénes van a ser ricos en información y quiénes pobres.

2. Personas. Las TIC no sólo proveen nuevas formas de comunicarse con otras personas, sino que también definen en importante medida a quiénes se puede conocer, con quiénes se puede hablar, con quiénes se puede mantener contacto o incluso trabajar en colaboración. Aquí hay una conexión muy importante entre Dutton y Castells; Castells nos hace, a través de las TIC, ciudadanos ya no sólo del espacio geográfico en el que habitamos o en el que nos desplazamos, sino del «espacio de los flujos», en el que somos más conciudadanos de quienes tienen con nosotros comunidades de intereses o práctica que de algunos de nuestros vecinos espaciales.

3. Servicios. Aquí también, las TIC no sólo definen cómo tener acceso a algunos servicios, sino que permiten abrir el espectro de los servicios a los que se tiene acceso, a los productores a quienes podemos comprar y vender, y de allí también, en consonancia con las 6D de Brown y Duguid, pueden crear, destruir, o llevar a la obsolescencia negocios, modelos de negocios, y hasta industrias completas.

4. Tecnologías. El acceso a una tecnología (equipo, conocimiento, técnica, know-how) puede determinar el acceso a muchas otras. Un ejemplo negativo es que, como mencionaba antes, no tener acceso a una línea estable de telecomunicaciones puede impedir el acceso a Internet; uno positivo es que el acceso a una conexión a Internet puede permitir el acceso a una panoplia inmensa de tecnologías como voz sobre IP (VoIP), comercio electrónico (especialmente importante en sociedades relativamente marginadas tanto para comprar insumos como para vender productos y servicios), etc.

Dutton provee una tabla que reproduzco con alguna actualización, para explicar mejor las consideraciones expresadas arriba:

Acceso a: Tipos de actividad: Ejemplos:

Información Almacenamiento, recuperación, análisis, impresión y transmisión de hechos, estadísticas, imágenes, vídeo, datos, sonidos, etc.

Ver noticias en TV; leer información en un sitio web; ver un CD-ROM; acceder a una base de datos; ver un vídeo digital en línea con noticias o educación

Personas Comunicaciones con individuos, grupos, multitudes; uno a uno, uno a muchos, muchos a muchos, uno a millones

Publicar, transmitir un broadcast, hablar por teléfono, enviar una carta, enviar un correo electrónico, participar en una teleconferencia (audio o vídeo) de educación o de toma de decisiones en grupo

Servicios Transacciones electrónicas; obtención o prestación de servicios en localidades cercanas o remotas (vgr. organización de fletes de productos agrícolas)

TV en pago por evento; compras y banca electrónicas; renovación de licencias; obtención de documentos oficiales en kioscos o en línea; reservaciones por teléfono o en línea, en transportes o espectáculos

Tecnologías Producción, consumo y uso de equipo, técnicas, software, técnicas y know-how, que afectan al acceso a otras tecnologías; vgr. acceso a línea telefónica local permite acceso por Internet a VoIP de grupo internacional

Modems; Internet; ISPs; espacios de colaboración en línea; control remoto de instalaciones y equipos en múltiples localidades; buscadores especializados; autopublicación con recuperación económica; call centers

Algunos programas orientados a acceso

Tocaré de manera sumamente somera algunos programas representativos de las actividades emprendidas en diversos lugares y comunidades alrededor de la agenda de acceso, especialmente los que exceden la sola dotación de bienes y servicios básicos de TIC: e-México y los programas e-somewhere

En México, como en muchos otros países, existe un programa integrado, impulsado desde el nivel más alto del gobierno, que se propone incrementar aceleradamente el acceso a las TIC para grandes sectores de la población, especialmente aquellos que no han estado favorecidos a este respecto por sus condiciones geográficas o económicas.

Dado que en general se trata de programas que proponen abarcar diversos universos de población y también diversas problemáticas, referidas a un espacio geográfico determinado (país, municipio, población, o como en el caso de Europa, al menos una fracción importante de un continente), los agrupo con el nombre genérico de e-somewhere.

Es temprano en México, y también quizás en muchos otros países, para evaluar con profundidad estos programas. En algunos casos son incipientes, y en otros, aunque llevan años en curso, la magnitud de sus metas y el orden de sus etapas tampoco permiten evaluar avances, cumplimiento de metas de largo plazo, amplitud de su impacto en la sociedad en su conjunto, etc. Sin embargo, es posible empezar a advertir algunas características que merecen atención.

Los programas e-somewhere tienden a formulaciones sumamente generales (como también se observa en algunas propuestas sometidas a WSIS, e incluso en algunos de sus acuerdos preliminares), en los que falta por definir más detalladamente quiénes son los actores de los programas, cuáles son sus obligaciones, y cuáles los mecanismos para que éstas sean cumplidas (coerción, incentivos, y sus combinaciones). Es frecuente también que en estos programas sea vaga la formulación de los insumos económicos o en lenguaje llano, quién paga qué, cuándo, a quién y por qué.

En general, estos problemas disminuyen en proporción a cuán locales sean los programas. Un programa nacional tiene más dificultades para identificar las fuentes de recursos específicas que uno municipal, o para un sector en una sociedad plural, pues en estos casos más localizados la negociación entre impulsores y ejecutores es más inmediata. Los programas más locales tienden, además, a abarcar universos mejor circunscritos, donde los actores se encuentran cara a cara en lugar de hacerlo a través de mediaciones muy indirectas (trabajadores en vez de sindicatos; sindicatos en vez de federaciones, por ejemplo).

Por otra parte, los programas locales tienden a resolver un problema más puntual, sobre el cual los actores tienen autoridad suficiente. Es el caso de que los programas locales tengan una autoridad municipal, por ejemplo, con mando sobre todos los participantes gubernamentales, mientras que en un programa nacional un gobierno federal tiene que trabajar por inducción y convencimiento, frecuentemente a través de costosos quid pro quo con la autoridad estatal y municipal. En el caso de México esto significa 32 Estados federales y aproximadamente 2.500 municipios.

Los programas e-somewhere tienden a estructurarse a través de agendas de conectividad «puras» (aunque algunos, llevando este nombre, tengan más componentes), y agendas de promoción de contenidos y servicios locales. Para muchos de estos programas, la atención de la clase política, las empresas, y la población en general estará centrada en la provisión de acceso físico a las redes, ya que es visible, inmediata, y costosa. El costo está dado en términos de erogaciones sustanciales y de corto plazo.

En cambio, las agendas de promoción de contenidos y de servicios pueden ser más dispersas. La provisión de contenidos se suele garantizar, o al menos ofrecer, a través de un portal y de dos tipos de mecanismos para dar contenido a éste: los derivados del mando sobre entes gubernamentales, que generalmente acaba asociado a un programa de e-gobierno, y los que adquieren contenidos o se coordinan con otros sectores, como el educativo, para proveerlos.

Los componentes plurales de las sociedades, especialmente aquellas que están en desarrollo, tienen oportunidades de acción que pueden ser más efectivas si identifican los sectores y momentos específicos en que pueden incidir con más éxito.

Así, por ejemplo, las comunidades rurales pueden plantear el acceso a formas de conectividad particularmente adecuadas a sus fines. Un ejemplo típico se da alrededor de la dotación de telecentros por parte de un gobierno central. La comunidad puede reclamar que la conectividad no se restrinja al propio telecentro, sino que se pueda extender a otras instalaciones de la comunidad.

La creciente disponibilidad a bajo costo de la tecnología para crear redes inalámbricas, entre otras con el estándar IEEE 802.11b (y también con letras a y g, crecientemente) permitiría a las comunidades extender los servicios de los telecentros a muy bajo costo, si se conectara al menos un punto de acceso al telecentro. Esto permite alcances de hasta 100 m, lo que en muchas poblaciones, y con una red de puntos de acceso, puede dar cobertura a varios edificios importantes de la comunidad (escuela, centro de salud, asociación comercial, agrícola o ganadera, etc.).

Por otra parte, no se debe ser inocente a este respecto. Los puntos de acceso no tienen un costo nulo (aunque sí bajo), abren importantes fisuras a la integridad y seguridad de las redes, pueden generar un tráfico que la conexión a la localidad no soporte (un ejemplo extremo sería un enlace de bajo ancho de banda, por línea conmutada o de satélite, saturado por el intercambio recreativo de piezas de música en MP3 o vídeos), y requieren que se disponga de direcciones IP (fijas o en DHCP según la aplicación) que no todos los proveedores pueden proporcionar.

Una manera de compensar algunos de estos problemas es montar servidores locales, que se suele abordar con «software libre». No se olvide que esto requiere capacitación, atención a la seguridad informática, direcciones IP fijas, y varios costos más.

He preferido entrar en estos detalles, de naturaleza técnica y económica, porque considero que las críticas a los programas e-somewhere deben estar preparadas para actuar en un nivel propositivo, con conciencia de los costos implicados en cada alternativa. No basta con descalificar públicamente a un programa de esta clase y envergadura con la frase simplista «sólo nos están dando cibercafés» (aunque ésta pueda ser una analogía válida).

Más allá del acceso físico

Más allá de proveer acceso físico a las redes, sea a hogares individuales o a centros de la comunidad (escuelas, centros de salud, bibliotecas, telecentros, etc.) empieza la aventura de proveer los demás componentes de una agenda integral de acceso a las redes, a la información, a la comunicación y a sus beneficios. Al hacerlo, nos encontramos con una paleta variada de temas; entre ellos destacan por la atención que atraen en estos días:

Soluciones sencillas para el usuario final, como radios por Internet, o periódicos leídos en voz, que pueden ser utilizados en educación para comunidades indígenas.

Comunidades virtuales, comunidades de aprendizaje, comunidades de práctica, con todas sus distinciones.

Industrias de software y otros negocios digitales: procesamiento de datos, comercio electrónico, organización de productores, call centers, micropagos / micropréstamos / microtransacciones. Si «sociedades plurales» incluye una diversidad de formas de apropiación del conocimiento, y de niveles socioeconómicos y modos de producción, dar las herramientas básicas a los productores servirá sin duda para que encuentren formas de organización propias usando las TIC en maneras originales. Hay un deber ético en facilitar el intercambio de experiencias que permita evitar la repetición innecesaria de esfuerzos.

En las sociedades plurales en lengua y culturas, toman matices peculiares los temas de seguridad, autentificación, delito cibernético, propiedad intelectual, pederastia, secuestro, etc., y la definición de delito cibernético adquiere complejidades peculiares.

El spam, otro problema contemporáneo que alcanza alturas desesperantes, tiene impactos específicos en las sociedades en desarrollo (el spam las afecta negativamente al saturar, desalentar y encarecer sus redes, pero también parece proveer mecanismos sencillos para incrementar ingresos). Además, fenómenos como lo que en Occidente se conoce como el «fraude nigeriano» apuntan a

desarrollos muy dispares en el uso de Internet. No se olvide que este tipo de fraude comenzó a circular por medios anteriores al correo electrónico, como el fax.

Acceso universal: favorecedores y opositores

Mencionado antes, el tema del acceso universal puede formularse de tal forma que proveer acceso a toda población y para todo servicio de comunicación parezca un imperativo ético. A algunos puede sorprenderlos que esta consideración no se comparta universalmente: hay desde una oposición ética, basada en un concepto de uso racional de los recursos, hasta una oposición que en algunos países sólo puede interpretarse como totalitaria.

Cuando el concepto de acceso universal se traslada de la telefonía a Internet hay muchas preguntas que hacer: ¿El acceso que se propone universalizar es sólo a la infraestructura, como ocurre en telefonía? ¿O también es parte de la agenda de acceso universal el acceso a todo contenido producido y publicado en Internet en el planeta?

Algunas sociedades contestan con un rotundo «no» a esta segunda pregunta. Algunas de estas respuestas negativas pueden basarse en ambiciones de control o en censura; otras hablan más bien de convivencia, valores colectivos por arriba de los individuales, respeto a las costumbres, y otros valores, a los que algunos llaman «orientales», que pueden ser o no encubrimientos de la censura.

Por otra parte, una visión neoliberal en boga separa el acceso universal a Internet, y de hecho Internet mismo, de las comunicaciones básicas. Al hacerlo, lo que pretende es eximir a Internet de las regulaciones intensas y complejas a las que están sujetos los servicios de telecomunicaciones básicos. Si esto es «bueno» o «malo» es un juicio que debe hacerse en cada sociedad.

3. Pluralidad y participación

En las sociedades plurales, particularmente en países en desarrollo, están evolucionando en formas múltiples y plásticas las formas de participación en la toma de decisiones de la sociedad. Dedicaré unas líneas a este tema, para referirme al modelo participativo de ICANN.

Añado que muchos de los programas de e-gobierno han sido criticados porque se concentran exclusivamente en la acción del Poder Ejecutivo y en los trámites y gestiones de los ciudadanos. Un estudio reciente de Katherine Reilly muestra los programas en ocho países latinoamericanos, y llega como otros a la conclusión de que ninguno incluye formas de participación ciudadana con base en las tecnologías de información.

El modelo de ICANN

1. Funciones y objetivos de ICANN

ICANN, siglas de la Internet Corporation for Assigned Names and Numbers, es la organización encargada de la coordinación central requerida para la buena operación del sistema de nombres de dominio de Internet (DNS), del sistema de asignación de direcciones numéricas IP, y de la operación de los servidores raíz del DNS, además de algunas funciones de coordinación adicionales que corresponden a la IANA.

ICANN es una organización creada al crecer la importancia de Internet para el comercio, las operaciones gubernamentales y los usos de la sociedad civil a escala global. Resulta de una historia compleja aunque rápida, dominada por diversas hostilidades entre las que destacan los conflictos

entre nombres de dominio y marcas registradas, y los conflictos entre muy diversos grupos por alcanzar algún grado de control sobre el Internet.

La forma específica escogida para organizar ICANN es la de una organización no lucrativa basada en California, Estados Unidos, sujeta a las leyes de dicho Estado y a las federales de ese país. Para compensar el dominio que tendría una sola cultura y un solo país, aparente en la anterior afirmación, ICANN tiene una estructura compleja que asegura que se escuche la opinión de los gobiernos de cualquier otro país que decida participar, y que garantiza la «diversidad geográfica» en todos los espacios de la organización.

La alternativa que se descartó es la de crear una organización intergubernamental, basada en un tratado; tampoco se recurrió a ninguno de los organismos existentes, como la Unión Internacional de Telecomunicaciones o la UNESCO, que quizás hubieran podido parecer relevantes. En ninguno de los casos coincidían las competencias de las organizaciones y su conformación con las necesidades de la comunidad global de Internet, que requieren respuestas rápidas, de amplio consenso mundial, no jerárquicas, y bien fundadas en las posibilidades de la tecnología.

ICANN ha sido objeto de una reestructuración importante a lo largo del último año (2002-2003), que le permite transformarse en una organización más eficaz y creíble, sin dejar de ser receptiva a la comunidad internacional. La estructura actual comprende a las Organizaciones de Soporte para nombres de dominio genéricos, nombres de dominio «nacionales», y direcciones, además del Comité Asesor Gubernamental, los Comités de Enlace Técnico, de Seguridad y Estabilidad de los Servidores Raíz, y Consultivo de los Servidores Raíz, y otros agrupamientos.

Los asuntos de ICANN son conducidos por un Director General que opera una oficina permanente relativamente pequeña y dedicada a los asuntos sustantivos. El gobierno general de la corporación se da a través del Consejo Directivo, que define las políticas generales de ICANN.

El Consejo Directivo está integrado por personas de diversos orígenes geográficos y funcionales, es decir, expertos en las áreas técnica, comercial, regulatoria, legal, etc., relacionadas con las funciones centrales que permiten la operación del Internet en los ya mencionados temas de nombres de dominio y direcciones. Una parte del Consejo se integra por elección en las organizaciones de soporte y otra a través de un Comité de Nominaciones.

El papel del Consejo Directivo es clave para entender a ICANN. Las operaciones cotidianas de ICANN se centran en unas pocas bases de datos, no particularmente grandes, en las que se asientan los datos fundamentales de los TLD, y de las asignaciones de direcciones numéricas a gran escala (los usuarios ven los nombres a través de registros y registradores, y las direcciones a través de registros regionales). Cada una de las operaciones que se hacen sobre la base de datos tiene que estar basada en una política explícita que elimine en todo lo posible la opción de que la operación sea arbitraria o discrecional.

Ello se debe a que los cambios en la base de datos pueden tener grandes implicaciones. Pueden llevar a que un dominio nacional (ccTLD) pase a estar asignado a una persona u organización diferentes de las originales, o a la creación de un nuevo dominio genérico (como ya ocurrió con los siete nuevos gTLD creados en 2000), o a la asignación difícilmente reversible de una fracción importante del espacio de direcciones a un registro regional.

Las políticas que dirigen estos cambios se construyen a través de amplios procesos consultivos internacionales. Entre los ejemplos de políticas podemos mencionar:

1. La creación de un mercado competitivo (en las operaciones para los usuarios finales) en los nombres genéricos «.com», «.net» y «.org», originalmente operados de manera monopólica por la firma Network Solutions.

2. La creación de un procedimiento uniforme, basado en el arbitraje internacional realizado en línea, para la resolución de controversias entre nombres de dominio y marcas registradas (sin perjuicio de los recursos judiciales); este procedimiento adelanta significativamente ante los problemas de jurisdiccionalidad, costo, y algunos otros que han caracterizado estas controversias.

3. La creación de los nombres de dominio de primer nivel «.aero», «.biz», «.coop», «.info», «.museum», «.name» y «.pro», y su progresiva puesta en operación.

4. La creación de procesos favorables a los usuarios para protegerlos de la pérdida de nombres de dominio por terminaciones imprevistas de su registro, y de un procedimiento de lista de espera para el vencimiento de nombres solicitados por los usuarios.

5. En discusión actualmente: un marco de políticas para proporcionar información confiable y veraz a través del comando «whois» (que se utiliza para obtener información sobre los detentadores y operadores de nombres de dominio), a la vez que se protege de manera razonable la privacidad de sus datos personales.

6. La discusión y gradual puesta en operación de políticas para el registro de nombres de dominio «internacionalizados», es decir, con diacríticos o en alfabetos diferentes del latino, que representa una complejidad extraordinaria tanto desde el punto de vista técnico como bajo el ángulo de los usos culturales, comerciales, religiosos y políticos de los nombres.

2. Formas de participación en ICANN

Para la comunidad de Internet, y también fuera de ella, ICANN es motivo de diversas controversias. Sin embargo, muchos puntos de vista convergen alrededor del tema de participación y formas de lograrla. Sin duda la participación individual y de grupos, a escala global, en los procesos de ICANN es un caso de estudio muy importante y puede ser analizado para establecer precedentes y lecciones útiles para la ampliación de las formas de participación en línea.

Uno de los principios rectores de ICANN desde su fundación es el de desarrollo de políticas y toma de decisiones «de abajo hacia arriba». En una situación en que los gobiernos se retiran del centro de la toma de decisiones, las formas de participación de los ciudadanos globales, así como de los representantes de las organizaciones, adquieren nuevas formas.

La participación ciudadana, así como la corporativa en ICANN, se da en formas estructuradas y no estructuradas. Las más estructuradas corresponden a las organizaciones de soporte y sus subgrupos. Las menos estructuradas corresponden a los foros públicos.

La organización de apoyo para nombres de dominio genéricos (GNSO) está subdividida en agrupaciones llamadas constituencies (que podría traducirse como «electorados», aunque de manera imperfecta), que reúnen a los intereses comerciales, no comerciales, de proveedores de servicios de Internet y conectividad, de protección de la propiedad intelectual e industrial, de registros de TLD y de registradores de nombres de dominio. Cada una de ellas puede ser aumentada significativamente, ya que en general su formación ha sido relativamente limitada.

La participación en estas agrupaciones es global y en mayor o menor medida de fácil acceso para cualquier persona u organización que se ajuste a unas cuantas reglas sencillas. Casi todas las comunicaciones y discusiones ocurren en inglés, que es además el idioma en el que operan las oficinas y documentos oficiales de ICANN. Progresivamente se van creando foros ocasionales, alrededor de las reuniones físicas de ICANN, dirigidos a otros espacios lingüísticos, y se incluyen traducciones de los documentos en los sitios web, así como traducción simultánea en las reuniones.

La forma primordial de participación en ICANN es a través de correo electrónico y foros electrónicos. Adicionalmente a la discusión en línea, se dan ocasionales teleconferencias, y reuniones presenciales, que hasta ahora han sido cuando menos tres por año.

Las reuniones de ICANN proveen un modelo singular de participación en la toma de decisiones. Estas reuniones se realizan, por mandato reglamentario, en las distintas regiones del mundo. Ello contribuye a que los participantes regionales puedan asistir, ya que hacen viajes más cortos que a los centros tradicionales en el Norte, atraen a otros participantes, y obtienen fondos más fácilmente para financiar sus traslados y asistencia.

Sin embargo, para evitar que las reuniones excluyan a aquellos que no habitan en la región donde se realizan, se proveen mecanismos de participación a distancia. Las reuniones se transmiten por Webcast y medios similares, de tal manera que los usuarios pueden seguirlas en tiempo real (con apenas unos segundos de retraso en el peor de los casos comunes), se provee una transcripción estenográfica continua, y se reciben preguntas y participaciones de los usuarios, también en tiempo real.

3. Importancia y no-importancia de ICANN

Es frecuente exagerar la importancia de ICANN, atribuyéndole o llevándole a agendas que exceden su misión. Una de las mistificaciones más comunes proviene de la imbricación de la actividad en ICANN, o de los estudios sobre la organización, en el tema que empezó llamándose Internet Governance, en inglés, y que desafortunadamente no es raro ver traducido al español como «Gobierno de Internet».

La primera categoría, governance, en inglés, se refiere menos al concepto político y legal de Gobierno, en el sentido de Estado, en analogía con los gobiernos nacionales, mando, ejercicio de poder, etc., y más a la administración interna, a las reglas de convivencia generales, a gobierno corporativo.

Una instancia de estas mistificaciones es entendible al escuchar a los usuarios de Internet preguntarse «quién está a cargo», o «quién manda» en Internet. Estas preguntas surgen cuando los usuarios observan conductas que consideran negativas, como el spam, la pornografía, el hostigamiento, o la comisión de delitos, y buscan ¯a veces con desesperación¯ quién o qué autoridad puede frenarlos o poner remedio a los daños que producen.

Caemos en la cuenta de estas conductas precisamente en los reflejos negativos de algunas de las mismas características que producen una visión positiva del Internet: que no puede ser gobernado en su totalidad, que no está necesaria o fácilmente sujeto a las leyes nacionales o tratados internacionales, que no forzosamente es posible atribuir una jurisdicción específica a la regulación de conductas de los usuarios, productores de contenido, proveedores de servicio y demás actores del Internet.

¿De qué se ocupa entonces ICANN? ICANN se ocupa de las tareas centrales de coordinación técnica requeridas para la operación continua de aquellos identificadores que deben tener asociados valores únicos.

Valga la redundancia y la insistencia: el tráfico de datos, fotografías, vídeos, textos y transacciones sólo tiene garantizado llegar su destino si cada nombre de dominio resuelve a una sola dirección IP, siempre la misma, hasta que el registrante del nombre de dominio no decida otra cosa. Cada dirección IP debe apuntar a un solo dispositivo, puerto o interfase, hasta que el registrante no decida

otra cosa. El correo electrónico que se envía a una dirección electrónica debe llegar a ella sin duda alguna, y ello requiere la resolución no-ambigua y confiable del nombre de dominio.

El diseño del DNS y las mejoras técnicas y operacionales que ha recibido a lo largo de los años se encargan de que lo anterior ocurra en forma eficiente e ininterrumpida. Los datos necesarios para la resolución de nombres están distribuidos en muchas repeticiones en Internet, y por lo tanto soportan interrupciones en la operación de los servidores de la raíz (las cuales, además de infrecuentes, son de limitada o nula relevancia para el usuario pues la raíz, que en realidad es pequeña, está repetida con adecuada redundancia técnica en trece servidores independientes entre sí, y éstos, a su vez, cuentan con mecanismos como anycast para dar aún mayor robustez al sistema).

Volvamos entonces a la función de ICANN: ésta se limita a asegurar la existencia de resoluciones únicas a través del control de los procesos que permiten modificar las bases de datos centrales del DNS, las de la asignación de direcciones IP, y las de algunos parámetros de protocolos. Entendido que no estamos hablando de la infraestructura que lleva el tráfico, entendido que estamos hablando de sistemas que están casi escondidos al usuario cotidiano, entendido que las operaciones mismas de los servidores raíz están asignadas históricamente a otras organizaciones que se coordinan con ICANN y entre sí, podemos delimitar la función de ICANN y valorizarla de nuevo.

Démosle, en otras palabras, importancia a ICANN.

La atención que recibe ICANN por parte de los gobiernos, en forma creciente, se debe entre otros factores a que los gobiernos progresivamente aprecian cada vez más la importancia de Internet para el desarrollo de sus países y sociedades, y requieren asegurar que ya no sólo las operaciones básicas sean estables, sino que también las capas superiores (en el sentido técnico) cuenten con marcos legales y de política pública claros y estables.

Algunos de los puntos álgidos de atención en los últimos años han sido la administración de los ccTLD y los conflictos legales que se originan a partir del uso de los nombres de dominio. Otros temas que dan relevancia creciente a ICANN son los nombres de dominio internacionalizados, los problemas asociados con «whois», que afectan la seguridad de los ciudadanos tanto como la protección de datos personales, y el uso del DNS en la telefonía por Internet bajo el estándar ENUM.

Indudablemente, uno de los factores que aceleraron y dieron forma a la creación de ICANN fue el cúmulo de conflictos generados por la especulación con nombres de dominio en la década de 1990. Si el DNS originalmente era básicamente un sistema de mnemotecnia para los operadores y programadores de computadoras, de las cuales sólo unas cuantas estaban conectadas en redes, la comercialización de Internet valorizó los nombres cuando éstos se volvieron una herramienta fundamental para que los usuarios de Internet accedieran a sus recursos de información y comunicación.

La asociación de nombres de dominio con nombres comerciales y otros identificadores conocidos dio lugar a una intensa especulación. Personas con conocimientos básicos de Internet podían registrar nombres de empresas o palabras comunes que en su momento podrían dar lugar a que las empresas y otras personas pagaran sumas extraordinarias por la transferencia de los nombres.

Ahora bien, así como las registros de marcas comerciales protegen siempre a un identificador para un solo sector y un solo país, en el DNS, y con base en el principio de first in, first served (el primero en llegar es el primero en ser atendido), el identificador puede quedar excluido del uso para otros usuarios, tenedores legítimos o no de marcas registradas u otros factores que originan un «mejor derecho».

La situación se complica aún más porque todas estas operaciones ocurren en un régimen internacional. A guisa de ejemplo: el registro de un nombre puede significar su presencia en una base de datos en el Estado de Virginia, Estados Unidos, hecho a través de una compañía registradora basada en Alemania, para un ISP basado en Chile, propiedad de una corporación española, a solicitud de un usuario lituano orientado al mercado de Uzbekistán. Determinar la jurisdicción aplicable en caso de una demanda legal se convierte en un rompecabezas cuya solución, si existe, será lenta y costosa.

Por ello ICANN ha sido responsable, en el momento de su creación, de la UDRP, ya citada, y lo es ahora de su revisión.

Por el momento no me extiendo en la descripción de los otros temas mencionados («whois», IDN).

He aquí entonces una de las causas profundas de la importancia de ICANN: provee mecanismos de acción que responden a un mundo globalizado. Fuera de la posible lentitud y torpeza de las grandes burocracias (nacionales e internacionales), con acceso a todos los stakeholders («a quienes les va algo»), permite a los proveedores y usuarios crear y ejecutar actividades innovadoras en un medio que es de naturaleza innovadora.

El segundo punto de relevancia está en los mecanismos de participación ya descritos. ICANN ha provisto y seguirá, necesariamente, proveyendo un verdadero laboratorio de experimentación e innovación en este aspecto. ICANN ya intentó la elección global de parte de su Consejo Directivo, encontró severas dificultades constitucionales para llevarlas a cabo en forma creíble (la más fundamental de ellas, la definición del electorado); ya encontró formas de canalizar en línea las inquietudes de los diversos sectores, poner a éstos en contacto, crear incentivos e incluso mecanismos de presión para que los proveedores se comporten en formas predecibles y favorables sin perder sus incentivos económicos; está creando nuevos mecanismos de participación individual global; y puede ser estudiada para discernir mecanismos de participación y representación en otros campos en los cuales la acción ágil y global sea un imperativo.

Cuadro 1: Acciones, programas y actividades de la UNAM orientadas a la agenda de acceso y pluralidad

SEPA: Cómputo, educación y docencia del cómputo a través de la televisión combinada con Internet

Dotación de computadoras y redes a escuelas.

Educación en y con TIC: la educación basada en TIC es el correlato natural del combate a la brecha digital.

Cooperación con programas nacionales.

FUNAM, computadoras y redes UNAM en hospitales.

Seguridad informática.

Red Nacional de Videconferencia para la Educación.

Internet 2: la agenda que no es de acceso, y es vital conforme se resuelva la de acceso.

Servicio social.

4. Ejes de debate

Para terminar este trabajo y satisfacer el encargo de promover un debate, en caso de que el contenido hasta aquí fuera demasiado aburrido o poco polémico, planteo algunos ejes de debate contemporáneo que el encuentro sobre Pluralidad de los Tres Espacios Lingüísticos puede encontrar dignos de atención:

1. ¿Quién se hace cargo de promover el acceso?

¿Acceso a qué? Internet, TV, radio, telefonía móvil, computadoras, PDAs, volkscomputers, etc.

2. ¿Además de acceso, qué?

Contenido relevante

Contenido local

Consumo de contenido o producción de contenido

Contenido o servicios, y quién los provee

3. Controversias y avances que pueden dar lugar a ellas

Controversias en que el conocimiento de la tecnología es determinante para la participación:

WSIS

ICAIS ¯ Pagos internacionales

IDN ¯ Nombres de dominio internacionalizados

«whois» ¯ Divulgación de información contra protección de datos personales

· Fossé numérique, solidarité numérique ¯ Nuevos impuestos tipo Tobin

4. Educación: cuál, dónde, cuándo, cómo

Educación, capacitación, actualización, certificación.

Currículum escolar o competencias laborales.

Renovar los modelos escolares.

Educación a distancia: «pura», complementaria; a qué niveles educativos, con qué instrumentos.

Renovar la práctica del aprendizaje además de reformar la escuela.

Educación en, con, para, de, desde... las tecnologías de información.

El punto de vista ético de Savater: imperativo educar en tecnología.

5. Participación en la toma de decisiones

Local

Regional

Global

Gobiernos

Organismos intergubernamentales

ONG

Organismos internacionales «tradicionales»

Organismos y mecanismos de nuevo cuño

Resolución alternativa de controversias

ICANN

Rol global

Modelo de organización y participación para otras organizaciones y temas

6. Impacto en «Tres espacios lingüísticos»

¿Qué puede hacer Internet por TEL, y qué puede hacer TEL por Internet?

Autor

Alejandro Pisanty Baruch (México)(*)

Realizó sus estudios profesionales de Química, en la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México; cursó su maestría y doctorado en Ciencias Químicas en la misma institución y llevó a cabo una estancia posdoctoral en el Instituto Max-Planck de Investigaciones sobre el Estado Sólido, en Stuttgart, Alemania. A partir del 9 de enero de este año es Director General de Servicios de Cómputo Académico de la UNAM, y ha sido catedrático de la Facultad de Química de la misma universidad desde 1974. Es Presidente de la Sociedad Internet de México; Vicepresidente del Consejo Directivo de la Internet Corporation for Assigned Names and Numbers; miembro del Consejo Directivo de la Corporación Universitaria para el Desarrollo de Internet y del Comité Directivo de la Internet Societal Task Force de la Internet Society. Es autor de artículos publicados en revistas especializadas nacionales e internacionales, y de libros de divulgación científica, particularmente, sobre el uso educativo de las nuevas tecnologías de la información. El doctor Pisanty ha ocupado, entre otros, los siguientes cargos en la UNAM: Jefe de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Química; Secretario Técnico del Consejo Asesor de Cómputo; Coordinador del Programa de Educación a Distancia, Director General de Servicios de Cómputo Académico ( febrero del 1997 a marzo del 2000) y Coordinador de Universidad Abierta y Educación a Distancia de la UNAM, cargo que desempeñó hasta su nombramiento actual.

La diversidad cultural y la paz

Joseph Maila(*)

En poco más de diez años el mundo ha cambiado considerablemente. No sólo sufrió una profunda transformación que lo condujo en el plano internacional de las realidades bipolares hacia una realidad más diversificada que se busca hoy entre multilateralismo y unilateralismo, sino que además ha sido objeto de una transformación tecnológica que ha acercado a las culturas del mundo, gracias a un progreso inédito de las tecnologías de la comunicación, y las ha puesto en contacto unas con otras. Estas dos transformaciones, la del poder y la de la comunicación, han tenido consecuencias importantes y contradictorias en la evolución en curso y en la relación de las culturas entre sí.

La diversidad cultural y las amenazas que la acechan

La transformación del poder a escala mundial nos ha enfrentado de pronto a la polisemia del mundo. La desaparición de las divergencias ideológicas de la Guerra Fría, el final de las certezas mesiánicas, el derrumbe de las ilusiones de un progreso obtenido al precio de la supresión, cuando no del aplastamiento, de los derechos humanos han suscitado la esperanza de un mundo descompartimentalizado, liberado ahora de las trabas a la libertad y la libre expresión. Se entiende por «polisemia del mundo» la propensión de cada cultura a

expresarse en el espacio mundializado realzando sus propios valores, reivindicando su identidad como una fuente inagotable de la que surgen una visión del hombre y de sus derechos, pero, asimismo, una representación de los grupos y sus lazos de civilidad. El espacio mundializado ha dado lugar a la mayor visibilidad de las culturas. El progreso de las tecnologías de la comunicación también desempeñó en ello un papel importante. Hizo que la proximidad de las culturas se volviera palpable y que su coexistencia fuera pensable. Jamás como en la mundialización se han tejido esas relaciones múltiples que nacen entre las culturas cuando toman unas de otras sus rasgos distintivos, cuando éstas se mezclan y se mestizan tomando entre sí sus rasgos específicos para integrarlos cada una de ellas en su espacio social y simbólico propio. Este intercambio a escala mundial indica una aculturación, una asimilación por parte de cada cultura de una porción del alma y la materialidad de las culturas otras.

Sin embargo, en el momento en que surge la diversidad y el pluralismo culturales, la cultura, cada cultura, se expone a grandes peligros. No tanto el peligro de ver su unidad en riesgo de quebrarse o su homogeneidad ceder ante el aporte de culturas alógenas. Más bien el peligro de verse amenazada en su centralidad y en su exclusividad como dispensadora de sentido y valores. Surge entonces la amenaza confusamente percibida de ver desaparecer el carácter «operatorio» de la cultura cuando ésta tiende a informar el comportamiento de los seres que la comparten, cuando les indica modalidades de comportamiento o modos de pensamiento aceptados en la sociedad en la que viven, cuando ya no basta para construir esa forma de reconocimiento en la cual todo ser se encuentra a sí mismo y encuentra las raíces de su ser que llamamos «identidad». El riesgo es entonces quedar desenclavado en su propio espacio simbólico, excluido de su propio mundo, vuelto sin embargo a tal punto extraño para sí que el universo cultural de cada individuo se transforma en un mundo de extrañeza y alienación. Tales eran, hasta no hace mucho tiempo, las angustias y los miedos de los pueblos del Tercer Mundo en la época de la colonización cuando comunidades enteras dejaban de reconocerse en su cultura de origen y comenzaban a sospechar que un poder exterior les quería imponer su propia cultura. Surgían oposiciones y resistencias que nutrían rebeliones contra la opresión, incluida en sus formas culturales. Felizmente hemos superado todo aquello. La época en que los pueblos intentaban imponer por la fuerza a otros sus normas y valores ha quedado en el pasado. Pero nuestra época, más insidiosa, tiende, mediante una suerte de «coerción simbólica» (Bourdieu) ¯esa fuerza que se ejerce sobre los espíritus¯ a infiltrar los poros culturales de las sociedades para moldear ese hombre cultural «unidimensional», retomando la expresión del desaparecido filósofo Herbert Marcuse, que señalaría el nacimiento del tiempo mundializado de la cultura homogénea. En los albores de esta nueva época, podríamos decir que tres peligros acechan la diversidad cultural.

Diversidad cultural y hegemonía

Un primer peligro es que la diversidad cultural se torne en ventaja de una «supercultura», una cultura de culturas, que se impondría desde arriba a todas las culturas, cubriéndolas y volviéndose de algún modo el idioma común de la mundialidad. El peligro no reside aquí en anular las culturas en su existencia diversificada y diferenciada, sino simplemente en provocar la relegación de las culturas, su marginalización. Éstas últimas quedarían entonces reducidas a un estatuto de «indigenidad», similares a esas lenguas vernáculas que no tienen otra función que la de expresar el aspecto utilitario de la vida, dejando a la «supercultura» la función de decir y vehicular las transformaciones del mundo, los nuevos valores y las innovaciones que importan en la vida de los hombres. Es una postura de esquizofrenia cultural la que lleva a separar en la vida de los grupos culturales lo que tiene que ver con las normas y la tradición, por un lado, y lo que depende de las técnicas y los valores que se les vinculan, por el otro. En esta nueva configuración, la «supercultura» permitiría incluso el pasaje de una cultura a otra. Sería el médium obligado entre las culturas. Sería, en suma, la

lengua en la cual todas las lenguas del mundo podrían encontrar su equivalente, traducirse y comprenderse. Desde luego, el riesgo no reside en el pluralismo de las lenguas y culturas, sino en una especialización rígida que asignaría, en definitiva, a una lengua o a una cultura funciones que no se les otorgaría a las demás. El conjunto cultural lingüístico anglosajón está a punto de ocupar esta posición dominante, mediante su lengua, su potencia tecnológica y económica y su influencia en el universo de los medios de comunicación. Se encuentran allí reunidos todos los ingredientes de la hegemonía y una especie de signo de la potencia que existe. Y que viene. Querer ignorarlo implica exponerse no a una monocultura sino a la aceptación de lo que podríamos designar como una lengua de lo esencial: una lengua del mundo que impondría al mundo su lengua administrativa, artística o científica y que dejaría a las demás lenguas y culturas un ámbito de especificidad menor, fragmentos de historia confinados al folklore de las naciones. Preservar la diversidad cultural es permitir la omnifuncionalidad cultural, es decir, que cada cultura pueda asumir por medio de sus elementos constitutivos y sus valores específicos los diferentes aspectos de la vida cultural, científica o estética de una comunidad humana.

Diversidad cultural y repliegues identitarios

A la inversa del primero, el otro peligro que acecha a la cultura, y con ella a la diversidad cultural, es el del arrinconamiento: que quede reducida a significar un marcador de identidad tan estrecho y autocentrado que termine excluyendo cualquier coexistencia. De hecho, con las guerras identitarias y los conflictos étnicos que han ensangrentado durante la última década a países de pluralismo cultural, hemos visto identidades llevadas al extremo reivindicando para sí, y excluyendo a las otras, el territorio, la ley y el poder. El repliegue de las culturas sobre sí mismas, este nivelamiento «hacia abajo» de la identidad reducida a los albures del nacimiento, el color de la piel o la afiliación religiosa, da cuenta de la función restrictiva y de exclusión que puede asumir la cultura en ciertas circunstancias. Todo ocurre entonces como si el grupo, consolidado en torno de sus valores y sus símbolos que ya no sirven más que para garantizar su unidad y cohesión, se cerrara a toda alteridad, negándose incluso a tolerar sus huellas en el espacio que le es propio. En nombre de una identidad de combate, «mortífera», étnica y discriminatoria, la vida con los demás se declara imposible. La tierra es entonces «limpiada» en nombre de la identidad. Las comunidades y los grupos que no comparten la cultura, la lengua o la religión del grupo más poderoso sufren debido a su diferencia las exacciones más duras. Esta instrumentalización de los valores y las culturas por la que se convierten en fortalezas del encierro identitario es una inversión de las funciones de la cultura. La identidad se vuelve una herramienta destinada exclusivamente a la definición de sí mismo y el principio de una oposición a los otros. Los valores, el espacio y la razón política son puestos al servicio de la exaltación de la identidad más estrecha. La diversidad cultural ya no está limitada o amenazada. Es simplemente negada. La guerra se inscribe así insidiosamente en las funciones de la cultura.

Una de las primeras funciones de la cultura en los conflictos es que ésta aparece como un prescriptor de identidad. Cuando las naciones estallan y se derrumba la autoridad que garantizaba su unidad, o la identidad política que garantizaba su cohesión, se apela fuertemente a la cultura, a través de algunos de sus aspectos tales como la lengua o la religión, como el marco dispensador de una identidad alternativa. La identidad cultural se hace valer entonces como el sustituto de una identidad nacional difunta o desfalleciente. Así, sin ser exclusiva de otros elementos culturales, la religión, por ejemplo, es llamada a desempeñar el papel de soporte identitario en comunidades que no dejan de reconocerse en la identidad nacional que, antaño, englobaba las diferentes pertenencias de los ciudadanos de un Estado o los miembros de una nación. En Bosnia, la configuración de las fuerzas antagonistas en presencia cubría la pertenencia a las comunidades, ortodoxa, católica o musulmana. Las poblaciones de Bosnia tienen sin embargo una lengua en común. La

diferenciación en comunidades distintas se operó sin embargo sobre una línea de fractura religiosa trabajada por una historia trágica. Se podría comparar fácilmente el caso bosnio con el caso libanés, en el cual comunidades confesionales aun sumergidas en el mismo universo lingüístico y en el mismo entorno global han percibido no obstante, durante la guerra que desgarró al país, su identidad y su porvenir a través de las grillas de valores y cultura antagonistas.

Una segunda función que cumple la cultura en situación de conflictos identitarios tiene que ver con la legitimación que puede aportar a la acción política del grupo en guerra. Este carácter difuso, casi espontáneo, puede agravarse y volverse explícito cuando instancias culturales, regionales o religiosas asignan un claro reconocimiento a causas étnicas, clánicas o confesionales. La cultura desempeña en este caso el papel de una religión desviada que aporta una suerte de «bendición» a una causa, haciendo creer, por ejemplo, que violencias «inevitables» inherentes a la acción son «aceptables». La línea y los medios de defensa del grupo son presentados como estrategias de supervivencia frente a la amenaza que harían planear comunidades opuestas.

Por último, las culturas presas en los meandros de los conflictos pueden transformarse en una verdadera fuerza de movilización. En circunstancias de crisis, la cultura da testimonio de su temible capacidad de sensibilizar los espíritus y galvanizar las energías. Orientado a la defensa de una tierra «sagrada» o de una causa igualmente «sagrada», el combate identitario cobra el aspecto de una guerra santa. Tras su impulso pueden constituirse partidos llamados religiosos que hacen del componente religioso de ciertas identidades una verdadera plataforma para el activismo político. En numerosos conflictos del mundo, en India, Afganistán, Sudán, Israel/Palestina, la radicalización política puede extraer del fondo cultural de las religiones los resortes de su acción. Proteger la cultura o los valores del grupo, preservar su territorio, se convierten en exigencias de reacción a favor de la salvaguarda de un «sagrado-profano» que reviste en la ocasión todos los rasgos de lo sagrado. Lo político termina de instrumentalizar la cultura ¯en realidad, de someterla a los fines del poder, de preeminencia o reparto inicuo de las riquezas, cuando llega a sacralizar el espacio comunitario (topos), a exaltar las normas, los símbolos, los valores y las reglas del grupo (nomos) y a establecer un discurso (logos) de exclusión.

Diversidad cultural y choque de imaginarios

El tercer peligro que acecha a la cultura se sitúa en el plano internacional. La mundialización, antes de ser un acercamiento de los espacios, es un poderoso revelador de desigualdades. La situación de indefensión en la competencia económica internacional de conjuntos geoculturales que ocupan posiciones de importancia desigual, el triunfo del mercado y de los valores correspondientes al orden liberal, la preeminencia ligada a los derechos humanos como si pertenecieran a una única civilización y que su formulación dependiera de una única cultura, todo ello ha agrandado la distancia entre las regiones del mundo. Una impresión de triunfo se desprendía de la proclamación de un «fin de la historia», entendida como el congelamiento del mundo en una imagen, una configuración y un modelo que serían los de Occidente. Los trágicos acontecimientos de Irak ilustran esta percepción diferenciada y esta sospecha de hegemonía que puede ser vinculada a una cultura cuando ésta mezcla las razones de una intervención con el advenimiento de un orden moral o cultural. El drama del choque contemporáneo de valores y símbolos reside en esta parte supuesta e imaginada de superioridad cultural y de gobernanza que se pretende ética y que se propone como lo que está casi exclusivamente en juego en las relaciones internacionales. En realidad, si existe drama, éste reside más bien en el hecho de tomar la vía de las culturas y especialmente las religiones para expresar y encarrilar las protestas contra un orden del mundo percibido como injusto. Reside también en el recurso a lenguajes culturales en los cuales la función crítica se

moldea en los términos de una oposición cultural para construir estrategias de protesta. Todo ocurre como si las líneas de fractura ya no fueran las de las ideas o las ideologías ¯es decir, de naturaleza política¯ sino las de las culturas ¯de naturaleza normativa. Las culturas se opondrían en un enfrentamiento por la imposición de los principios de regulación del orden internacional. Si la teoría del choque de civilizaciones tiene algún viso de verdad, habría que poner en foco el torcimiento y el desvío de los filtros culturales de percepción del mundo toda vez que fracasen el diálogo y la cooperación. El error de una teoría del choque de las civilizaciones consiste en olvidar que la cultura es inseparable del progreso y la organización material del mundo, y que la movilización cultural adviene cuando la toma de conciencia de un retraso es agudizada por la marginalización en la participación equitativa en la gestión del bien común universal o en la toma de decisiones.

El diálogo de las culturas, cuya finalidad es el acercamiento de las culturas, supone como primera condición su libre expresión y la preservación de su diversidad. Pero supone también un entorno favorable a la concertación sumado a la voluntad de asociar los destinos de los pueblos a la gestión de su planeta común. Defender la diversidad de las culturas es a la vez defender la especificidad de cada cultura con relación a todas las demás y la necesidad para cada una de ellas de cooperar con las otras.

Las funciones de la cultura

Antes de pensar estrategias de cooperación, este modo de abordar los problemas de la diversidad y los peligros que pueden amenazarla nos lleva a señalar, a manera de recordatorio, las funciones que la cultura cumple o debe cumplir para que sean preservados el diálogo y la cooperación entre los hombres.

La cultura es ante todo el prisma a través del cual un hombre lee el mundo, da un sentido a la vida en sociedad, una orientación a la organización de sus relaciones con los otros y a la coexistencia de las sociedades entre sí. La cultura comporta una parte de organización material de la vida social del mismo modo que sintetiza para cada miembro del grupo que se reconoce en ella los valores fundadores de su ser en el mundo y su ser con los otros. Tanto, si no más, como los valores seculares, toda cultura vehicula las dimensiones de la transcendencia. Cuando un grupo humano se encuentra movilizado por una causa importante o se siente amenazado, estos valores pueden volverse un refugio que puede transformarse en bastión y una defensa que puede convertirse en violencia. Nosotros, que vivimos hoy un encuentro inédito de las culturas, algunas de las cuales atraviesan un momento de resurgencia de lo religioso, deberíamos estar más atentos aún a este cruce particular de los valores del cielo y de la tierra.

La cultura es, en segundo lugar, un vector de identidad. Es un signo de pertenencia porque ha sido antes que nada un medio de socialización, educación y formación de la parte colectiva de nuestra identidad. En este sentido, es tradición y transmisión. La tradición es lo que es dado como un marco histórico de referencia, de enraizamiento e identificación. Transmitir es mantener el vínculo que une a las generaciones y proponer a cada individuo las condiciones de su inserción en el conjunto al que pertenece. Preservar los lugares simbólicos de pertenencia y perennizar los canales de la transmisión es trabajar por la salvaguarda de las culturas y obrar con vistas a la diversidad cultural.

Finalmente, la cultura es lo que reúne a los seres humanos en la común humanidad. La cultura es, pues, también una manera de ver a los otros, de pensarse con ellos, de tomar conciencia de que la pertenencia a un grupo comanda al mismo tiempo ciertas reglas de relación con los otros. Lo cultural es de entrada también lo intercultural. En efecto, ¿de qué

valdría una cultura que no sirviera más que a la definición de sus miembros en un mundo en el que ninguna cultura está sola ni es solitaria? Formular la pregunta de este modo implica admitir que toda cultura está orientada hacia los otros y que esta orientación define múltiples estrategias. Estas estrategias pueden favorecer actitudes de apertura como pueden generar bloqueos, desconfianzas y conductas de cierre. «Nosotros y los Otros»: la dialéctica de las relaciones interculturales permanece abierta. Por tanto es una puerta hacia la alteridad y el soporte de una cultura de paz y cooperación entre conjuntos diversos y plurales. «Nosotros contra los Otros»: la defensa identitaria se convierte en el único objeto de la política cultural. Contribuye a la creación de barreras culturales y se torna hostilidad y desconfianza. Del devenir de las relaciones entre las culturas plurales depende no sólo el futuro de la diversidad, sino también el refuerzo de nuestras defensas culturales contra el choque de los imaginarios y la exacerbación de las pasiones identitarias.

Propuestas para una estrategia de refuerzo de la diversidad y la cooperación culturales

Las propuestas para un refuerzo de la cooperación entre las culturas con vistas a crear un entorno pacificado tienen que ver tanto con estrategias culturales que apunten a la cultura de la paz y su difusión, como con verdaderos modos de prevención, gestión y resolución de conflictos que nacerían en circunstancias de gestión de reivindicaciones culturales o de percepciones contradictorias de valores e ideas en el plano mundial.

La difusión de la cultura de la paz podría entenderse según tres ejes.

Un eje del ver, en primer término, en el que se trataría de colaborar para una modificación de las percepciones y las imágenes de las culturas otras. Más específicamente, la difusión de «clichés culturales» vehiculados por los medios masivos de comunicación requiere que se intente una educación a las culturas otras para no seguir cultivando esquemas someros y simplistas, cuando no caricaturales o depreciativos, que favorecen los prejuicios y las imágenes deformadas del Otro. Esta estrategia implica una acción de socialización y de educación en la base, por la vía de la promoción de la diversidad cultural en el nivel de los programas de enseñanza, de la escuela a la universidad. Esta óptica ha sido adoptada por la Francofonía en la Conferencia Ministerial de Cotonu sobre la cultura en 2001. Una colaboración entre nuestras tres áreas lingüísticas permitiría coordinarla y generalizarla. Nada se podrá intentar en la materia si, en lo tocante a los medios de comunicación audiovisuales, no se emprende una política de sensibilización a la diversidad cultural, respetuosa de las especificidades y de la dignidad de cada una de las culturas.

Un eje del creer, en segundo lugar, que reconocería todo su lugar a las convicciones, las ideas, las creencias y los modelos culturales de los otros. Es necesario un mejor conocimiento de las culturas, las religiones y los sistemas de valores si se quiere honrar, respetar y proteger la diversidad cultural. De la ignorancia de los ideales de civilización y las convicciones morales, culturales o religiosas nace la desconfianza o, peor aún, el fanatismo que hace de la cultura propia un sistema de verdad y de la de los otros un tejido de errores o anacronismos. La tragedia del 11 de septiembre ha dado lugar, de una y otra parte, a un florecimiento de juicios apresurados de alcance cultural, moral o religioso que traducían, cuando menos, un desconocimiento de los sistemas de valores y creencias. Podría considerarse la posibilidad de organizar un diálogo trilateral, intercultural e interreligioso, asociando a representantes calificados de los grandes sistemas filosóficos y religiosos de nuestro tiempo.

Por último, un eje del poder, entendido como una capacidad de actuar, dado que se trata de organizar la diversidad cultural, en todos los niveles, y respetar en el plano constitucional y

político el derecho a la diversidad cultural. Por consiguiente, más allá de la protección de las identidades culturales, habrá de encontrarse un equilibrio, en el respeto de las formas democráticas, entre la universalidad del derecho y la particularidad de los derechos culturales en el seno de los conjuntos nacionales. Una democracia abierta, representativa de la diversidad de lenguas y culturas, con una dimensión consociativa, es decir, de gestión del pluralismo gracias a la participación activa de todos los actores de la vida social, política y cultural es el mejor medio de hacer oír las voces de la diferencia.

En cuanto a los medios de prevenir, gestionar y resolver los conflictos, especialmente en el plano de su dimensión cultural, y de hacer de la diversidad cultural uno de los fundamentos de la paz, habrá de concebirse una acción de envergadura. Esta acción se articularía en torno de tres puntos fundamentales.

En primer lugar, se impondría un trabajo de elucidación, que consistiría en reflexionar sobre las amenazas a la paz propias de nuestro tiempo. Es preciso un informe sobre el «estado del mundo». Este informe tomaría la medida de las amenazas que pesan sobre la paz y la seguridad internacionales. Diagnosticaría con detenimiento las fracturas, especialmente aquellas de tipo cultural que acechan el orden internacional y preconizaría una serie de medidas a tomar para prevenir la amenaza y reducir la brecha cultural que separa a las naciones y los conjuntos geoculturales del mundo.

Luego, habrá de emprenderse un trabajo de observación y de alerta. Podría llevarse a cabo mediante la creación de un observatorio de las prácticas democráticas, del respeto de las libertades, los derechos humanos y la paz. En la continuidad del Simposio Internacional de Bamako, que prevé un mecanismo muy preciso de alerta, investigación y sanciones en caso de violación de los derechos humanos y de ruptura del orden constitucional y de la paz, sería inminente la implementación de un observatorio de este tipo.

Por último, debería programarse un trabajo de mediación. Se llevaría a cabo a través de la creación de un Centro de mediación y facilitación cuya tarea principal será formar mediadores y proponerlos en casos de conflictos a las partes en disputa de manera de ayudarlos a superar sus diferendos. Este Centro capacitará en modos de resolución pacífica de conflictos poniendo el acento en el abordaje cultural de la resolución de conflictos con el fin de contribuir a la construcción de sociedades pacificadas.

Autor:

Joseph Maila (*)

Docente de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas en el Instituto Católico de París. Profesor de Ciencias Políticas y Director del Centro de Investigación sobre la Paz (CRP, París) y del Instituto de Formación en Mediación y Negociación (IFOMEN). Miembro del Comité de redacción de las revistas Esprit y Etudes

Identidades culturales y desafíos geoculturales

Jean Tardif(*)

Introducción: ¿Un encuentro sobre cuestiones marginales?

El encuentro de México se lleva a cabo en una coyuntura mundial que invita a superar el acontecimiento para interrogarse sobre el porvenir y los medios de organizar la coexistencia de las sociedades y las culturas. ¿O acaso estamos aquí simplemente para cumplir «ese exorcismo ritual que es el diálogo de las culturas»,

(1) en un coloquio sobre cuestiones marginales en tanto que asuntos mucho más serios ocupan

por otro lado a los medios y los dueños del mundo? En un momento que traduce de manera conmovedora la crisis del sistema internacional y que podría marcar un vuelco en la recomposición del mundo, nada es más importante que intentar comprender lo que sucede, interrogando incluso los conceptos, las teorías o las estrategias adaptadas a las realidades anteriores.

En este contexto, hay que atreverse a preguntar si, en la dinámica mundial actual, las áreas lingüístico-culturales tienen una razón de ser propia, una consistencia suficiente, la capacidad y la voluntad de movilizarse alrededor de proyectos comunes significativos frente a los desafíos actuales. ¿Serían ya vestigios de una era que la mundialización volvería obsoleta, o pueden, en cambio, constituir uno de los elementos estructurantes de las respuestas a los desafíos de la mundialización? ¿Pueden desempeñar un papel significativo en la gobernanza mundial?

La respuesta sería negativa si nos atuviéramos a ciertos enfoques actuales acerca de los desafíos y problemas que se plantean hoy con respecto a las identidades y las culturas. Enfoques caricaturales: «locura identitaria»,

(2) «repliegues», «crispaciones», «conflictos identitarios»,

(3) frente a lo que se presenta

como los avances de la integración o de la mundialización. Enfoques parciales que quisieran abordar un único aspecto de estos problemas: lingüístico, económico, o lo que se refiere meramente al ámbito privado. Es decir, dejando prácticamente de lado lo político. Como si la dimensión cultural no estuviera intrínsecamente ligada a la necesidad humana fundamental de hacer sociedad y no condicionara tanto lo político como la economía.

¿Las relaciones entre sociedades y culturas se cumplen principalmente según el modo del enfrentamiento? ¿Son reductibles a las relaciones entre Estados? Si se quiere abordar hoy de manera pertinente, realista y creíble las cuestiones culturales como factores de cooperación y paz, no se pueden ignorar estas preguntas que incomodan.

Sin pretender tener la respuesta a estas preguntas complejas, y abordándolas desde una perspectiva no teórica sino orientada a la acción, quisiera proponer la idea de que lejos de ser marginales, las cuestiones culturales forman parte de los problemas y desafíos estratégicos de la dinámica mundial y, por ende, de la gobernanza global. Porque, como demuestra Manuel Castells, «la búsqueda de identidad ¯o la necesidad de reconocimiento¯ contribuye tan fuertemente como el cambio tecno-económico a modelar la historia».

(4) Lejos de ser naturalmente causas de conflictos, las identidades pueden constituir factores

positivos, al menos tanto como el mercado basado en la competencia, a condición de que éstas puedan expresarse en un marco adecuado. De donde extraemos la siguiente proposición: la mundialización llevará a tener que considerar, en lo que atañe a las relaciones entre sociedades y culturas, el establecimiento de un marco que no se reduzca ni a un sistema interestatal tradicional ni al mercado. Y en el cual las áreas lingüístico-culturales, en particular, deberían desempeñar un papel clave.

Para explicitar esta hipótesis, esperando no hacerlo de manera demasiado sumaria, quisiera situar primero la naturaleza y la importancia de los desafíos culturales en el contexto de la mundialización, extraer algunas consecuencias de estas observaciones, y esbozar luego la propuesta de un proyecto común articulado a la razón de ser de las áreas lingüístico-culturales y que podría constituir una respuesta a los desafíos geoculturales, dado que propongo abordar estas cuestiones bajo el ángulo de los desafíos geoculturales.

1. Culturas y mundialización: los desafíos geoculturales

¿Obedecería a alguna extraña fatalidad el hecho de que el mundo tenga que atravesar crisis para tomar una conciencia suficientemente clara de los nuevos desafíos, para movilizarse para enfrentar los problemas que se esperaba ver solucionarse por sí solos, sin perturbar el curso de las cosas?

El atentado que sufrió el Pentágono en Washington (del que casi no se habla) y Nueva York (erigido en símbolo) el 11 de septiembre de 2001 constituye sin duda un giro cuyos alcance y consecuencias no se acaban de medir. Fenómeno que volvió instantáneamente perceptible el alcance de la mundialización en la era de la información. Golpe que provocó la revisión radical de las alianzas, la recomposición de la geopolítica, la revisión de las prioridades, y que abre un porvenir que no será la mera prolongación del pasado. Fin de las antiguas certidumbres, estallido de los nuevos dogmas del fin de la Historia y del crecimiento continuo, retorno a lo real que impone a la responsabilidad humana la obligación de construir el porvenir de un mundo haciendo lugar a todos sus componentes. La crisis actual que ha resultado de ello pone en evidencia las dificultades estructurales del sistema internacional basado en la soberanía del Estado dentro de fronteras reconocidas, y revela los límites y carencias de las organizaciones internacionales y del derecho internacional. Pero, sobre todo, al llevar a preguntarse qué organización tiene la legitimidad, la responsabilidad y la capacidad de ocuparse de los asuntos mundiales, pone en evidencia la pregunta política fundamental que plantea la mundialización: ¿Cómo convivir?

¿Qué debemos, qué podemos, qué queremos hacer juntos, a escala local, nacional y ¯lo que reviste un carácter concreto inédito¯ a escala extranacional (regional y mundial)? Las respuestas variarán según los contextos, pero provendrán todas ellas de los ciudadanos que deberán adaptarlas a sus intereses en el respeto de los demás, conscientes del hecho de que el proyecto nacional no ha sido superado en ningún lugar. Si bien debe ser redefinido y articulado a los proyectos extranacionales, no sólo en su aspecto político y económico sino también en su componente cultural y teniendo en cuenta las exigencias de una gobernanza global.

¿Cómo convivir? ¿Qué queremos hacer en común? Estas preguntas se refieren también a la identidad. Tienen que ver, pues, con las relaciones entre identidad cultural y Estado-nación, al mismo tiempo que con el lugar y el papel de las relaciones entre sociedades y culturas en la dinámica mundial que intereses poderosos quisieran someter únicamente a las leyes del mercado.

1.1. Cultura e identidad

He aquí dos términos que dan lugar a definiciones y concepciones tan numerosas como difícilmente conciliables. Sin entrar en un debate teórico ¯no es lugar para ello¯, no es posible abordar la dimensión social y política de la cultura, que es la que nos interesa, haciendo abstracción de las relaciones entre cultura e identidad.

En esta perspectiva, podemos adoptar la definición de cultura adoptada por la UNESCO en México en 1982 y retomada en la Declaración universal sobre la diversidad cultural (noviembre de 2001):

«En su sentido más amplio, la cultura puede ser considerada hoy como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Además de las artes y las letras, engloba los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias».

El papel de la cultura es descrito de este modo:

«La cultura da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Gracias a ella discernimos valores y tomamos decisiones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se

reconoce como un proyecto inacabado, cuestiona sus propios logros, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden».

La cultura no es una noción abstracta; es un conjunto vivo que evoluciona integrando constantemente los resultados de elecciones individuales y colectivas. Se expresa en diversas manifestaciones pero no se reduce a sus obras. Resultante de una herencia compleja constantemente sometida al examen crítico y a la necesidad de adaptación, la cultura es una conquista permanente que se construye en las interacciones y por tanto en relación con los otros. El hecho de que las culturas se encarnen en identidades particulares no impide la búsqueda de valores comunes. Cada cultura constituye un esfuerzo original y constante para alcanzar lo universal, y ninguna puede pretender monopolizarlo. La universalidad no es sinónimo de uniformidad. Ninguna sociedad podría funcionar sin disponer de un repertorio de representación y de acción compartida por sus miembros y que la distingue de los otros. Las relaciones entre los grupos sociales, ya sea dentro de un Estado-nación o a escala extranacional, se inscriben en primer lugar en la representación que cada uno se hace del otro.

La noción de identidad da lugar a análisis aún más contrastantes. Es difícil reconciliar el punto de vista de quienes estiman que «la noción de identidad cultural es peligrosa», o incluso «que la noción de identidad colectiva es una ficción ideológica»

(5) y el de Manuel Castells, quien se refiere al poder liberador de la

identidad que él se niega a considerar como puramente individual o como mero rehén del integrismo.(6)

Castells llama «identidad (cuando el término se aplica a los actores sociales) al proceso de construcción de sentido a partir de un atributo cultural, o de un conjunto coherente de atributos culturales, que tiene prioridad sobre todas las demás fuentes. Un mismo individuo, o un mismo actor colectivo, puede tener varias (...). Las identidades organizan el sentido, lo que un actor identifica simbólicamente como el objetivo de su acción».

(7) Constatando que la construcción social de la identidad se produce siempre en

un contexto marcado por relaciones de fuerzas, distingue tres formas de origen diferente: la identidad legitimante, introducida por las instituciones dirigentes de una sociedad; la identidad-resistencia, producida por los actores en posición desvalorizada por la lógica dominante, y la identidad-proyecto, construida por actores que no son individuos sino el actor social colectivo a través del cual los individuos acceden al sentido holístico de su experiencia.

Este análisis permite comprender, desde un ángulo que no es el del síndrome identitario o el del choque de civilizaciones, el vínculo entre mundialización e identidad. Si se la reduce a la globalización económica y financiera, la mundialización no responde a la necesidad de sentido de la acción humana. El mercado nada dice sobre las finalidades de la acción humana y por tanto sobre su sentido. La necesidad de hacer sociedad que ya no basta para expresar la comunidad nacional debe poder expresarse en otros proyectos complementarios. La identidad-proyecto no es belígera por naturaleza. En lugar de demonizar estos proyectos identitarios complejos, como parece hacerlo cierto pensamiento estatista o economicista, hay que buscar los medios para que se construyan de manera responsable y en el respeto de los demás, admitiendo que la mundialización afecta también las relaciones entre sociedades y culturas.

(8)

1.2. Cultura y territorio

Desde el Tratado de Westfalia en 1648, el territorio nacional constituye la base de las relaciones internacionales. El sistema internacional de Westfalia se fundamenta en las relaciones entre Estados que se reconocen soberanos sobre su territorio. Postula implícitamente la coincidencia entre identidad nacional y fronteras estatales. La dinámica mundial actual desborda cada vez más este marco interestatal y deja al descubierto una escena polimorfa y compleja. El orden político basado en la soberanía territorializada evoluciona hacia un mundo de interdependencias múltiples y descentralizadas fundadas en el principio de sociedades abiertas. Donde incluso la seguridad ya no queda asegurada al encerrarse en un espacio nacional sino mediante el juego de interacciones múltiples y desterritorializadas.

No todo está o deja de estar mundializado. Pero la mundialización constituye un proceso estructurante en todos los sectores de actividad. Obliga a redefinir no sólo las relaciones entre territorio y seguridad (problemática geopolítica), entre territorio y economía (problemática geoeconómica), sino también y quizás sobre todo entre territorios y culturas (problemática geocultural). La mundialización no se traduce sólo en un incremento de los flujos de mercancías. Trae aparejadas transformaciones en el modo en que nos representamos el mundo, sus posibilidades, las fronteras, el espacio, el tiempo: estructura los imaginarios. Estas representaciones son sobre todo creadas y vehiculadas transnacionalmente por los medios masivos globales.

El ordenamiento de las relaciones entre territorios y culturas plantea los desafíos más interesantes sin duda a escala extranacional o metanacional,

(9) (más que supranacional o post-nacional). Samuel

Huntington sostuvo que el interés nacional de un país se define en función de su identidad, cuyo componente cultural evoluciona en el tiempo.

(10) La búsqueda de identidad ¯o la necesidad de

reconocimiento¯ constituye una de las fuerzas constantes de la historia y no es reductible al mero proyecto nacional. Es un componente de la dinámica mundial. Puesto que las culturas no coinciden necesariamente con los contornos de los territorios nacionales, la Realpolitik tendrá que vérselas especialmente con la realidad compleja de lo que Vaclav Havel llama las esferas culturales, como lo hace en otros aspectos con las entidades regionales (Unión Europea, ASEAN, Mercosur, ALCA, Unión Africana, APEC, etc.) que revisten formas muy variables.

¿Cómo identificar las bases concretas de las identidades culturales, y por consiguiente del pluralismo cultural mundial? En este sentido, al multiplicar las posibilidades de multi-pertenencias, la mundialización lleva a reconocer (para extraer de allí las consecuencias concretas) que estas bases adoptan formas diversas sobre un continuum mobile que va de los países-culturas (Japón, Dinamarca, China...), pasando por las esferas culturales (mundo árabe, por ejemplo), las áreas lingüístico-culturales (mundo hispanohablante, Lusofonía, Francofonía, etc.), las diásporas (china, etc.), el proyecto aún apenas evocado de una Europa de las culturas, hasta una suerte de hipercultura globalizante vehiculada por los medios masivos globales. Ninguna de estas «entidades» corresponde a la misma definición, pero todas expresan una realidad concreta, móvil, que tiene peso en la dinámica mundial y con la cual habrá que negociar para poner en práctica una gobernanza global eficaz.

En esta perspectiva, y a título de ejemplo, un ciudadano de un país europeo podrá tener centros de interés, polos de identificación, compromisos diferentes y variables, en el ámbito de su ciudad, de su país, de la Unión Europea, de la Lusofonía, el mundo hispanohablante o la Francofonía, y será llamado a ejercer sus derechos y deberes en cada nivel, según modalidades variables. Estas múltiples pertenencias, si bien son construidas de manera diferente, no son menos reales para un ciudadano africano, latinoamericano o asiático. Dibujan una cartografía compleja de un mundo en el que las fronteras, desde este punto de vista, son móviles y se imbrican.

1.3. Cultura y economía ¯ Las «industrias de lo imaginario»: activos geoculturales

Si bien hay que reconocer que las relaciones entre las sociedades y las culturas ya no están mediatizadas exclusivamente por los Estados, ¿hay que aceptar que éstos quedan sometidos a las reglas del mercado y a los imperativos de una rentabilidad obtenida mediante la uniformización creciente de los productos, dado que los modelos provenientes de algunos grandes estudios fabrican los sueños del mundo?

Hoy en día, son los medios, principal vector de la mundialización cultural, los que se sitúan en el centro de los desafíos del pluralismo cultural, debido a su potencia económica ligada a la influencia que ejercen en el orden simbólico al explotar el poder de seducción. A través de los medios se operan interacciones entre las culturas de un alcance a menudo más considerable que las que se producen en la escala tradicional del vecindario. Con los desarrollos tecnológicos, los intercambios ocurren en forma continua y

a escala planetaria en un flujo de una amplitud sin precedentes. Este fenómeno es ambivalente. Ofrece posibilidades inéditas de enriquecimiento de las culturas si estos intercambios pudieran amplificar los aportes que han hecho a la humanidad los griegos, los indios, los chinos, los africanos, los iberoamericanos, etc. Pero esto no puede ocurrir en una situación donde las desigualdades de los intercambios son demasiado grandes.

La industrialización de la cultura a través de los medios tiene incidencias considerables en las interacciones entre las culturas. Impone en ellas la lógica económica según la cual la mundialización justifica la constitución de empresas globales capaces de acomodarse a lo que el presidente de AT&T llama los imperativos de la ubicuidad: acceso a la clientela en todas partes del mundo, infraestructuras apropiadas, contenidos. Para poder actuar en esta escala, las empresas reclaman la libertad de invertir en el extranjero y el acceso a los mercados, lo que les permite establecer una estrategia transnacional que escapa ampliamente a las legislaciones nacionales. Esta lógica autojustificadora favorece la concentración de empresas, la fuerte integración vertical en este sector, y da además un carácter casi institucional al desequilibrio de los intercambios.

Este esquema se impuso rápidamente en el sector cultural que experimenta el crecimiento económico más rápido y disputa al sector aeroespacial el primer puesto de las exportaciones norteamericanas.

(11)

Según Jeremy Rifkin, «la producción cultural es el estadio supremo de la civilización capitalista y será el desafío central del comercio mundial en el siglo xxi».

(12) En este sector, la concentración se ha acelerado:

en 1993, los primeros 50 grupos audiovisuales lograban en total un volumen de negocios de 125 mil millones de dólares; en 1997, esta cifra correspondía a los siete primeros.

(13) A pesar de las dificultades

recientes de AOL Time Warner y de Vivendi-Universal, esta tendencia oligopolista podría acelerarse aún más con la reciente abolición de las reglas anti-concentración en el sector audiovisual en Estados Unidos.

Mientras que el oligopolio es cuestionable en cualquier sector económico, incluido en el sector informático en el que la dominación de Microsoft es puesta en tela de juicio, en el sector cultural resulta inaceptable. Desde el punto de vista económico en primer lugar, porque estamos en presencia de industrias cuyo rendimiento va en aumento: la producción de una película no es más cara si es vista por cien mil o por un millón de espectadores.

(14) Pero ante todo porque, más que mercancías, lo que circula en las ondas y las

pantallas a escala mundial, en directo y en forma continuada, son imágenes, conceptos, valores, una visión de mundo. Hablar de «industrias de lo imaginario»

(15) más que de industrias culturales permite

comprender mejor que la cultura no puede ser reducido al intercambio digitalizado de bits, ni a una serie de productos de entretenimiento, si bien ésta debe circular y expresarse en el universo mediático. David Puttnam, ex presidente de Columbia Pictures, señala con justeza el carácter particular de las industrias de lo imaginario: «Algunos pretenden hacernos creer que el cine y la televisión son sectores de actividad como los otros. Es falso. Modelan actitudes, generan convenciones de estilo, de comportamientos, y de este modo reafirman o desacreditan los valores más generales de la sociedad. (...) Una película puede reflejar o debilitar nuestro sentimiento identitario como individuos y como naciones».

(16) Una pregunta

permite ilustrar el alcance de este desequilibrio: ¿De dónde vienen hoy los valores, los sueños o los héroes en Japón, en Camerún, en Alemania, en Brasil, en México, etc.: de la literatura y la cultura local o de las pantallas?

(17)

Esta pregunta cobra desde luego una significación especial en los países del Sur. ¿Podemos aceptar los riesgos de darwinismo cultural que presenta el mercado que favorece la constitución de algunos grupos capaces de actuar a escala mundial, de imponer sus redes de distribución y, por ende, de elegir lo que será visto y oído, que privilegian la mercantilización de la cultura y los productos rentables, que ven en la diversidad un simple recurso a explotar, con el riesgo de instalar la dominación de una suerte de hipercultura globalizante vehiculada por un sistema corporativo transnacional que trae aparejado el triunfo de los valores comerciales?

(18)

La lógica económica aplicada a las industrias de lo imaginario conduce además a acentuar el desequilibrio de los intercambios audiovisuales. Varios mercados, tanto en Europa como en los países del Sur, están actualmente ocupados por producciones extranjeras en una proporción superior al 80 por ciento. Si se admite que las identidades culturales son modeladas hoy por los medios liberados de las limitaciones territoriales y por la multiplicación de los intercambios de bienes y servicios culturales, las desigualdades excesivamente marcadas en estos intercambios son inaceptables. Aun cuando una gran parte de la humanidad sea ajena a estos intercambios (el 60 por ciento de la población mundial no hizo nunca una llamada telefónica, el 40 por ciento no tiene electricidad), los flujos mediáticos desequilibrados amenazan con reducir a un estatuto local y a funciones de proximidad a las culturas que no logren ocupar su lugar en el ciberespacio. He aquí un desafío preocupante para los países del Sur, tanto más importante cuanto que se reconoce hoy en día que las condiciones del desarrollo son ante todo culturales y que no obedecen a un modelo único.

El desequilibrio en los intercambios de mercaderías es perjudicial y está gravado de diferentes formas. Si es posible invocar la defensa de una industria nacional para imponer cupos y derechos a la importación del acero, si se llega a disposiciones de «restricción voluntaria» de exportaciones de automóviles japoneses hacia Europa por razones económicas, ¿no es más justificable aún adoptar medidas tendentes a consolidar la apertura garantizando una reciprocidad mínima en materia cultural, ya que lo que está en juego son valores y representaciones del mundo? No se trata de invocar la defensa de la identidad cultural o los peligros de la uniformización cultural para cerrar las fronteras o justificar la censura; importa sobre todo afirmar las condiciones de una apertura controlada que apele a interacciones relativamente equilibradas entre sociedades y culturas. Lo que demanda correcciones importantes tanto en los análisis contemporáneos como en las disposiciones que rigen actualmente los intercambios culturales, en especial los audiovisuales.

El análisis económico actual utiliza conceptos clásicos para pensar el binomio economía-cultura. No logra así dar cuenta de la naturaleza dual de las obras culturales, a la vez bienes y servicios mercantiles e, indisociablemente, expresiones de identidad que éstas contribuyen a formar y cuyo valor añadido es esencialmente simbólico. Es preciso concebir, pues, un régimen que gobierne los intercambios de estas obras y refleje al mismo tiempo su doble naturaleza y no sólo su dimensión comercial. Del mismo modo, si se consideran las industrias de lo imaginario únicamente como empresas, se deja de lado su carácter de activos geoculturales en virtud del cual estos grupos transnacionales deberían no sólo perseguir sus objetivos industriales y financieros, sino también ser llamados a asumir también las responsabilidades que se desprenden de su papel en las interacciones entre las culturas y su comprensión recíproca.

1.4. La dimensión estratégica de las relaciones entre sociedades y culturas

La importancia económica de la cultura tanto como una concepción elitista de la cultura pueden llevar a ignorar la dimensión estratégica de las interacciones entre las culturas en la era de la mundialización, es decir, la puesta en presencia constante de diferentes representaciones del mundo. Dado que las comunidades territoriales han dejado de ser exclusivas y que las comunidades virtuales son demasiado fluctuantes para responder a la necesidad humana fundamental de crear sociedad, nos encontramos frente a la cuestión de saber qué lugar deben tener las entidades geoculturales en la gobernanza mundial en tanto que las unidades pertinentes ya no son necesariamente las mismas para los asuntos económicos, la seguridad o las cuestiones sociales y culturales. Si no se logran inventar al respecto respuestas a la medida de la naturaleza y la importancia de los desafíos actuales, se correría el riesgo de ver las identidades contrariadas ¯las identidades-resistencia de Castells¯ tomar ya no el rumbo de la responsabilidad sino el del enfrentamiento, con el fin de imponerse. Reconocer la naturaleza de los desafíos geoculturales y la realidad de entidades geoculturales que no coinciden necesariamente con las fronteras estatales, tratar a los medios globales no sólo como empresas industriales sino como activos geoculturales: he aquí lo que puede permitir tomar en cuenta la dimensión estratégica de las interacciones entre las sociedades y las culturas.

No resulta indiferente a una sociedad y una cultura, lo mismo que a un país, ver que su lengua, sus valores, sus imágenes, sus obras, su visión del mundo son reconocidos y respetados. Mientras se multiplican las interacciones entre las sociedades y las culturas a través de los medios, se plantea una pregunta crucial: ¿Estamos preparados para comprender las demás culturas? ¿Cómo presentan los medios norteamericanos o europeos las culturas árabes, asiáticas, africanas? ¿Perciben estas últimas las culturas europeas, iberoamericanas y otras, de manera distinta de la que proponen las producciones extranjeras? ¿En qué país hay, en las pantallas, en los diarios o revistas, espacios regulares de interacciones que permitan familiarizarse con las culturas de los demás abriendo espacios a sus imágenes, sus obras, sus escritos? ¿Se puede hablar de diálogo entre las culturas sin conocimiento mutuo mínimo y por tanto sin reciprocidad mínima? La situación internacional actual ilustra de manera trágica la espiral viciosa que conduce de la ignorancia del Otro al miedo del que se nutre el instinto de guerra. ¿No hay allí un desafío que involucra a todas las culturas, todos los países, todas las regiones del mundo, y en primer lugar a las sociedades del Sur que no tienen los medios de hacerse oír y conocer en este universo mediatizado?

En la actualidad se habla mucho de seguridad. La seguridad no atañe sólo a la integridad física de los individuos o al territorio de un Estado. Ole Weaver la define como «la capacidad de una sociedad de conservar su carácter específico a pesar de las condiciones cambiantes y de las amenazas reales o virtuales: más precisamente, tiene que ver con la permanencia de los esquemas tradicionales de lenguaje, de cultura, de asociación, de identidad y de prácticas nacionales o religiosas, habida cuenta de las necesarias evoluciones consideradas aceptables».

(19) No sorprende entonces ver allí una

preocupación fundamental de toda sociedad, incluso en materia cultural, uno de los principales asuntos de las relaciones internacionales

(20) al que hay que aportar soluciones actualizadas.

Quien dice cultura dice apertura. Pero en materia de cultura, ¿la apertura puede estar disociada de una reciprocidad mínima efectiva? La igual dignidad de las culturas sería un principio vano si no se lograra inventar las condiciones de interacciones verdaderas entre ellas, teniendo en cuenta al mismo tiempo el peso adquirido por el «capitalismo cultural»

(21) en sus desarrollos recientes.

2. ¿«Choque de civilizaciones» o «modernidades múltiples»? La vía del pluralismo cultural

Al no haber logrado concebir para las interacciones entre las culturas un marco que no se reduzca a las relaciones interestatales o a los intercambios comerciales de los productos culturales, no se logra reconocer la importancia estratégica de estos problemas sino en forma de amenaza y como simple componente de las relaciones de fuerzas. Esto es, de manera negativa.

Se podrían distinguir sumariamente dos enfoques que convergen sobre este punto:

· La teoría de los choques de civilización que sucederían a los enfrentamientos ideológicos fue desarrollada en 1993 por Samuel Huntington. Esta teoría traduce una visión «realista» de las relaciones humanas, que estarían fundadas en relaciones de fuerza. Las críticas dirigidas a aspectos más o menos centrales de este análisis rara vez han tenido en cuenta su dimensión estratégica fundamental: si bien las líneas de fractura son ahora de naturaleza cultural, el combate por la prevalencia de las propias ideas y valores, y por ende la propia visión de mundo, puede ser justificado por consideraciones de seguridad.

· La visión de la «aldea global» que corresponde a la visión eufórica de la mundialización lograda. El triunfo del liberalismo y del mercado parecen confundidos con la democracia y el fin de la Historia. Es el economicismo triunfante lo que reduce la cultura a sus dimensiones mercantiles, que ve en la diversidad un recurso a explotar y que limita las opciones a las del consumidor ante lo que se le ofrece. Aun quienes sostienen que los productos y servicios culturales no son mercancías como las otras no escapan a la lógica mercantil que considera toda barrera cultural como un obstáculo al comercio. El libre intercambio se sitúa siempre dentro de relaciones de fuerzas.

2.1. La «excepción cultural» y la «diversidad cultural»: ¿Un abordaje suficiente?

La firma del Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) a instancias de la creación de la OMC en 1994 ha inscrito la liberalización progresiva de los servicios como objetivo de las negociaciones futuras. Los servicios audiovisuales quedan dentro del alcance de este acuerdo. Frente a la ofensiva tendente a liberalizar el «mercado cultural», los círculos culturales han logrado movilizarse y convencer a ciertos Estados de preservar la libertad de adoptar sus políticas culturales y no asumir compromisos de liberalización en este sector en el marco de la OMC: es el combate por lo que entonces se denominó la «excepción cultural».

(22) Considerado como defensivo, este concepto fue reemplazado por el de

«diversidad cultural» para dar mejor cuenta del objetivo que se perseguía por la vía de la excepción: promover la diversidad frente al peligro de uniformización cultural. Recientemente algunos gobiernos han dado su apoyo a la elaboración de una nueva convención internacional que garantizaría a los Estados el derecho a definir sus políticas culturales a pesar de la liberalización preconizada por la AGCS, y que podría quedar bajo la égida de la UNESCO.

En el contexto de los años noventa, marcado por el fuerte impulso neoliberal, la «excepción cultural» y la «diversidad cultural», si bien no cuentan con un estatuto jurídico consagrado por los acuerdos existentes, han constituido medios eficaces para contrarrestar los esfuerzos tendentes a liberalizar el comercio de bienes y servicios culturales, especialmente audiovisuales, según la lógica y las disposiciones previstas en el acuerdo general sobre el comercio de servicios.

Es importante apoyar con firmeza estos esfuerzos para garantizar el derecho de los Estados a adoptar sus políticas culturales. El ejercicio de este derecho y estas políticas que por lo general han dado notables resultados (la política audiovisual francesa, por ejemplo), no han impedido sin embargo que los estudios Hollywood acaparen más del 80 por ciento de las ganancias del sector audiovisual en los mercados actualmente rentables. Es de desear que esta convención pueda tratar también el importante problema de la concentración de las empresas en este sector, así como el del desequilibrio muy marcado de los flujos audiovisuales que la liberalización del comercio electrónico podría acentuar. Si nos atuviéramos a la lógica del mercado y la liberalización, caeríamos forzosamente en la exclusión de los pequeños países y sus culturas en tanto actores en los circuitos de producción y distribución globalizados: para obtener los financiamientos que sus producciones requieren y tener la esperanza de que sean distribuidas, ¿los autores de estos países no están obligados ya a adaptarse a las exigencias de formato y de valores de las fuentes de financiamiento?

2.2. El pluralismo cultural: las condiciones de interacciones equilibradas entre las culturas

El combate por la diversidad cultural tal como se ha encarado, y suponiendo que tenga éxito, ¿bastaría para garantizar el pluralismo cultural? ¿Un estatuto excepcional para los bienes culturales en los intercambios mercantiles y las políticas culturales nacionales permitirán garantizar las condiciones de un verdadero pluralismo cultural mundial?

Para responder a esta pregunta, resulta útil distinguir entre diversidad y pluralismo, desarrollar un análisis y fundamentar propuestas complementarias.

La diversidad es la condición de lo viviente, incluido el hombre; es un dato de la naturaleza que no cesa de producirla. Con todo derecho se puede querer preservar la diversidad de las especies, o el medio ambiente como un bien público global. Pero a fuerza de llevar demasiado lejos la comparación entre biodiversidad y diversidad cultural se corre el riesgo de olvidar la diferencia fundamental entre cultura y naturaleza.

Aplicado a la cultura, el pluralismo pretende expresar el hecho de que no se trata en este caso de un dato de la naturaleza; es una cuestión de voluntad humana. El pluralismo cultural no es un bien público global

como el agua, una suerte de entidad reificada que se podría proteger conservándola al vacío; es el producto constante de las decisiones humanas en sus interacciones. No se trata de defender un pasado congelado ni un apartheid cultural que consagraría las fronteras entre las culturas en una suerte de statu quo ficticio. Las culturas viven de la apertura y se construyen en interacciones que pueden ser positivas o conflictuales. El pluralismo cultural no es un objetivo en sí mismo; se vuelve tal en la medida en que contribuye a la elaboración de la convivencia en un proyecto político que discipline las confrontaciones. Hacer del pluralismo cultural un proyecto debe consistir pues en defender la apertura controlada, el derecho a ejercer, en el respeto de los valores fundamentales sometidos al pensamiento crítico y en el respeto de los demás, las propias opciones individuales y colectivas en condiciones suficientes de autonomía y sin restricciones o condicionamientos externos determinantes, incluso en la posibilidad de producir e intercambiar las propias formas de expresión cultural en su diversidad.

Se trata entonces de defender las condiciones primeras de interacciones equilibradas entre culturas que se reconocen iguales en dignidad al mismo tiempo que capaces de interrogarse constantemente sobre sus valores, sus prácticas y su adaptación a las condiciones presentes del mundo . Ninguna cultura ha sido jamás un todo aislado, ni podrá serlo. Pero ninguna interacción verdadera puede cumplirse exitosamente en condiciones de desigualdad demasiado grande, o bajo el control efectivo de los más poderosos. Definir el objetivo del combate por el pluralismo cultural mundial como la defensa de la libertad de elecciones individuales y colectivas en el respeto de valores fundamentales, es a la vez afirmar el derecho a la diferencia y hacer de ello un proyecto político que no deje de lado las confrontaciones que pueden comportar las interacciones: «El pluralismo cultural constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural» (UNESCO).

Concebido de este modo, el pluralismo cultural puede representar una de las maneras de controlar la mundialización asegurando a los desafíos y problemas geoculturales el lugar que les corresponde, junto a los desafíos geopolíticos y los desafíos geoeconómicos, en la gobernanza global. Sin caer en el relativismo cultural, no se podrá lograrlo si las sociedades occidentales que se pretenden detentoras de la «modernidad» son percibidas como intentando imponer a los demás su concepción presentada como la única universal. Para contrarrestar tanto las tentaciones hegemónicas como las tentaciones monolíticas de construir una identidad defensiva, Shmuel Eisenstadt llegó a abandonar el modelo de convergencia de las civilizaciones hacia el sistema occidental y a poner en tela de juicio la apropiación de la modernidad por parte de Occidente. Propone el concepto de «modernidades múltiples»

(23) para reconocer la realidad

y la validez de diferentes modos de comprender y vivir la modernidad, de manera crítica, sabiendo que cada versión de la modernidad comporta a la vez puntos fuertes y un potencial destructor. Esta concepción permite abrir diálogos entre grupos que tienen maneras diferentes de vivir la modernidad según tradiciones culturales diferentes, basándolas en la apertura y la responsabilidad.

3. Desafíos geoculturales, gobernanza global y democracia extranacional

¿Cómo extraer consecuencias prácticas de lo que precede? ¿Cómo dar a las entidades con fundamento cultural que son las bases del pluralismo cultural mundial el lugar que les corresponde en la gobernanza global? Habida cuenta del papel de los activos geoculturales que constituyen los medios masivos en las interacciones entre las culturas, ¿cómo conciliar las exigencias de la lógica utilitaria del mercado con la de la lógica de las identidades en un régimen de intercambios adaptado a la dinámica mundial actual? ¿Cómo reconocer el papel de los diversos actores en la esfera cultural? ¿Cómo preparar y fundar la legitimidad de las decisiones a tomar sobre estos desafíos extranacionales?

Las respuestas a estas preguntas no existen. Deben ser elaboradas por todos aquellos que están implicados en estos desafíos y que se movilizan para llevarlas a la práctica. En este sentido la primera responsabilidad consiste en favorecer la toma de conciencia de la naturaleza y la importancia de los desafíos geoculturales y del pluralismo cultural.

Es importante no limitarse al modo occidental de pensar y organizar la mundialización y no reducirla a la globalización tecno-económica, para analizar sus consecuencias sobre el Estado y el sistema internacional, para definir las exigencias de la gobernanza global no sólo en términos institucionales sino integrando asimismo las dimensiones políticas, económicas y socioculturales. La mundialización obliga a concebir y a poner en práctica un orden cosmopolítico extranacional para los desafíos globales, es decir, un modelo pluralista capaz de controlar la multiplicidad del mundo y administrar las interdependencias. Puesto que el mercado-mundo no crea una comunidad-mundo ni una cultura-mundo, es necesario pensar en construir la legitimidad de las decisiones a tomar a través de debates públicos entre las diversas partes implicadas en estos desafíos.

3.1. Una hipótesis en tres partes

Para estructurar estos debates esbozando propuestas que quieran extraer las consecuencias de los análisis presentados sobre los desafíos geoculturales, y sin descuidar el apoyo a los mecanismos puestos en marcha para salvaguardar la «excepción cultural» y a favor de la adopción de una convención internacional sobre la diversidad cultural, se podría considerar una hipótesis, que comporte tres partes, con vistas a la promoción del pluralismo cultural mundial.

1) Integrar los desafíos culturales en la gobernanza mundial, por una vía que no sea una declaración que podría ser obstaculizada por otros compromisos vinculantes.

¿Existe hoy en día una instancia política que sea realmente responsable del bien común de la humanidad, de su interés general que no resulte de la simple adición de intereses nacionales? A menos que se acepte con resignación la hegemonía o un directorio de potencias que gobernaría el mundo en función de sus intereses, es preciso buscar respuestas prácticas a la necesidad de la gobernanza mundial en todas sus dimensiones. La interdependencia es una realidad que requiere un proyecto político basado en un pluralismo ordenado.

La gobernanza a escala planetaria ya no es hoy la simple prolongación del sistema interesatatal y no podrá ser llevado adelante por un gobierno o un parlamento mundial. No se gobernará el mundo como si se tratara de Venecia. La gobernanza no es sinónimo de gobierno. Esta nueva modalidad de lo político puede ser definida como «los procesos mediante los cuales las sociedades política, económica y civil negocian las modalidades y formas de arreglos sociales planetarios sobre la base del principio de cooperación conflictual».

(24) Hay que examinar entonces la posibilidad de constituir instancias políticas

adaptadas al orden cosmopolítico que pide la mundialización para tratar los diversos desafíos globales con los actores involucrados y según las modalidades apropiadas a cada uno. Constatar la permanencia del juego de potencia y de las relaciones de fuerzas no impide construir los instrumentos de las interdependencias. Porque potencia y regulación no son del mismo orden, la gobernanza global se construirá a través de una serie de montajes bajo el impulso de los acontecimientos y la presión de los diversos actores involucrados. Podría traducirse en un conjunto de regímenes, coaliciones y alianzas de geometría variable en función de lo que se encuentre en juego (no correspondencia de las entidades económicas, estatales, culturales).

En la gobernanza mundial, es menester acordar a los desafíos geoculturales la misma importancia que a los desafíos geopolíticos y geoeconómicos, por una vía que no sea una declaración que sería contradicha por otros compromisos más constrictivos.

Sin ignorar o desdeñar la escala local y nacional, se trata de resituar las interacciones entre las sociedades y las culturas en el centro de la visión y la acción política en el nivel extranacional. La seguridad no atañe solamente a los individuos o el territorio físico de un Estado. Comporta una dimensión cultural fundamental que concierne tanto a las pequeñas sociedades como a las naciones subcontinentales. En esta perspectiva estratégica, hay que reconocer la realidad de las entidades

geoculturales, expresión de las cuales son los tres espacios lingüístico-culturales. Así, por ejemplo, los latinoamericanos tienen un enraizamiento geográfico que deben asumir para asegurar su desarrollo económico aun cuando la dimensión territorial resulte menos determinante que la capacidad de insertarse en los flujos económicos mundiales. Su identidad cultural integra una herencia histórica y lingüística que se inscribe en una dinámica compleja vinculada tanto al dinamismo creador de este conjunto geocultural como a su capacidad de existir y proyectarse en un universo mediático globalizado. Esto es igualmente válido, en condiciones diferentes, para los francófonos, los lusófonos, las sociedades y culturas africanas, etc.

Las entidades geoculturales que resultan de opciones en constante evolución deben poder constituir, para sus intercambios culturales, conjuntos de preferencias mutuas que no deberían estar subordinadas a los principios comerciales de apertura de los mercados. Se les debe reconocer, pues, una importancia al menos comparable a la que se atribuye a las diversas formas de integración regional. El pluralismo cultural se expresa en entidades concretas de geometría variable que no coinciden necesariamente con las fronteras territoriales: su legitimidad para existir sobre una base libremente elegida no es menor que la que fundamenta las alianzas de seguridad como la OTAN. Es ciertamente más grande que la que quisiera atribuir la primacía al mercado como principio primero de la esfera internacional. El mercado es eficaz para la satisfacción de necesidades materiales. Es impotente para arbitrar entre las elecciones particulares y las preferencias colectivas. Es mudo sobre la cuestión de las finalidades de la acción humana, y por tanto sobre su sentido. No puede ser el principio de organización de una comunidad humana ni de una sociedad democrática. Las relaciones humanas no son reductibles a los intercambios mercantiles. Por consiguiente, la OMC no puede tener el poder efectivo de gobernar la mundialización que no puede ser reducida a la globalización económica y financiera.

Esta perspectiva abre la posibilidad de que las áreas lingüístico-culturales examinen la eventualidad de un proyecto ambicioso para responder a estos desafíos geoculturales directamente vinculados con su razón de ser y para los cuales pueden desempeñar un papel de primera importancia, asociando eventualmente a otras entidades geoculturales.

2) Elaborar e implementar un régimen adaptado a las interacciones entre las culturas

Dado que las entidades geoculturales no coinciden necesariamente con los Estados, y puesto que los desafíos identitarios y culturales no dependen simplemente de la esfera privada, es necesario pensar, para lo que se refiere a las relaciones entre sociedades y culturas (y por tanto entre las entidades geoculturales) en un marco muevo, no solamente interestatal ni reducido al mercado. Un régimen específico para las interacciones y los intercambios culturales, basado en cinco principios que reflejen la naturaleza indisociablemente dual de las obras culturales (productos mercantiles y expresiones de las identidades que éstas contribuyen a formar) y que buscará conciliar (y no solamente yuxtaponer) las exigencias de la lógica de las identidades y las de la lógica del mercado:

apertura controlada;

multifuncionalidad (como es el caso de la agricultura, por ejemplo);

precaución (caso de la salud, el medio ambiente);

responsabilidad (de todos los actores, y no sólo del Estado);

reciprocidad, un principio que traduce la especificidad de la esfera cultural. No todos los países tienen petróleo, pero toda sociedad tiene una cultura que asegura su cohesión y su capacidad de interacción con el exterior. En el caso de las interacciones entre las culturas, el principio de reciprocidad mínima es una condición indisociable de la apertura controlada.

Estos principios deberán traducirse en una serie de medidas, que permitan sobre todo paliar los déficit de reciprocidad de los flujos de intercambios. He aquí algunos ejemplos indicativos que requieren ser desarrollados y discutidos. Se podrían considerar medidas anticoncentración para las industrias de lo

imaginario. O incluso la creación de un Fondo, administrado según una fórmula cuadripartita, alimentado por contribuciones voluntarias de los grupos de medios o a través de deducciones sobre una fracción de los flujos de intercambios desequilibrados, y que serviría para reforzar las capacidades de producción y distribución de quienes se encuentran en déficit de reciprocidad, en primer lugar las culturas de los países del Sur. Este fondo podría servir también para favorecer las condiciones de producción y difusión de programas culturales y de asuntos públicos, producidos a partir de polos diferentes y que respondan a las más altas exigencias profesionales, con la intervención, sobre cuestiones de actualidad y problemas comunes, de representantes de diversos ámbitos y regiones. Con este fin se podrían examinar varias fórmulas. Si se logra fabricar «estrellas» y «necesidades» a partir de una así llamada «tele-realidad», se debería poder suscitar el interés por cuestiones geoculturales de primera importancia y crear espacios donde pudieran confrontarse distintos puntos de vista, visiones diferentes y así ser comprendidas, atemperadas y aceptadas. Si existe un aspecto de servicio público vinculado con la mundialización que debiera cuidar de los activos geoculturales que constituyen los medios masivos globales, no puede sino ser éste.

Las medidas que se desprenden de los principios del régimen que estamos considerando no se refieren sólo a la regulación, el mercado o las políticas nacionales, sino también a disposiciones y medios susceptibles de conducir a interacciones menos desequilibradas entre las culturas, y que atañen tanto a las entidades geoculturales, los activos geoculturales como al desarrollo de los medios de los países menos avanzados.

3) Una instancia política de concertación: un Consejo Mundial de las Culturas

Dado que las interacciones entre sociedades y culturas no están mediatizadas únicamente por las relaciones interestatales, y con el fin de paliar el déficit democrático del sistema internacional actual, es necesario pensar en una nueva instancia política que se ocupe de estos problemas. Se trataría de una instancia política (¿informal?) de concertación, propuesta y supervisión, abierta a las cuatro categorías de actores involucrados sobre la base del reconocimiento mutuo (poderes públicos, actores cívicos y sociales, empresas, expertos)

(25) que intentarán conciliar sus intereses para establecer un marco de

ejercicio de sus responsabilidades en el respeto de su papel respectivo, para legitimar las decisiones que habrían de tomarse y supervisar el funcionamiento del régimen proyectado para las interacciones entre las culturas.

Este podría ser un modo de hacer evolucionar el sistema internacional actual, conociendo las críticas de que es objeto. Así, antes de las conferencias generales de la UNESCO, por ejemplo, tal instancia podría organizar las deliberaciones públicas siguiendo un proceso y un calendario acordados, sirviéndose de los modernos medios de comunicación, especialmente Internet, para discutir los temas en juego, conciliar intereses en presencia, hacer emerger propuestas y un proceso de decisión aceptable para supervisar luego la puesta en práctica de las decisiones. Este proceso de concertación (¡la palabra no existe en inglés!) difiere de la simple consulta porque podría conducir a fórmulas de co-regulación. Podría contribuir también a estimular los debates en el seno de los países y los círculos afectados por los temas en cuestión.

(26)

Hoy en día, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuya composición y eficacia están en debate, se ocupa dentro de sus posibilidades de los desafíos geopolíticos y la seguridad. Para tratar los desafíos geoeconómicos, Jacques Delors

(27) propuso la creación de un Consejo de Seguridad económica

y social que sigue siendo concebido según el modelo interestatal ¯esta propuesta fue retomada por Jacques Chirac en la cumbre de Johannesburgo¯. En lo que respecta a los desafios geoculturales, por qué no innovar proponiendo la creación de un Consejo Mundial de las Culturas, instituido sobre la base cuadripartita mencionada anteriormente, que tenga el fin de supervisar la implementación y el funcionamiento del régimen que gobierne las interacciones entre las culturas.

3.2. Un foro de concertación sobre los desafíos geoculturales y el pluralismo cultural mundial

Los cambios importantes nunca se producen sino bajo el imperio de la necesidad. Es evidente que la hipótesis esbozada sólo puede ser llevada a la práctica bajo la presión de los acontecimientos y de la sociedad civil que habrá tomado conciencia de la naturaleza y la importancia de lo que está en juego. La fuerza de los movimientos sociales surgidos del cuestionamiento de la ideología neoliberal que impulsa la globalización económica y financiera, la movilización contra la guerra preventiva en Irak de una opinión pública mundial emergente que el New York Times considera como el cuarto poder, abren la esperanza de que la toma de conciencia de un mayor número de personas pueda llevar a superar la protesta y desembocar en propuestas que permitirán concebir y poner en funcionamiento los instrumentos de una mundialización controlada.

La naturaleza misma de los desafíos globales y su complejidad reclaman debates públicos estructurados entre las cuatro categorías de actores involucrados en todo el mundo: poderes públicos, actores cívicos y sociales, empresas, expertos. Es necesario utilizar los medios de comunicación moderna para instituir «Foros de interdependencias» sobre los diversos desafíos globales. Uno de esos Foros debería referirse a los desafíos geoculturales y el pluralismo cultural mundial.

Es en esta perspectiva que la Conferencia Ministerial sobre Cultura organizada por la AIF en Cotonú en 2001 aprobó la experimentación de un proceso de concertación sobre los desafíos culturales. Un Foro de este tipo, que se está preparando en el sitio www.planetagora.org, tiene la intención de ampliarse especialmente a través de los debates regionales y sectoriales, de manera de conducir a propuestas realistas que podrían ser presentadas luego a las instancias de decisión existentes o dar lugar a iniciativas originales que surgirían de los propios desafíos geoculturales.

Entre las resultantes de México: un proyecto para las áreas lingüístico-culturales

La mundialización no se reduce a la globalización financiera y económica. Pone en presencia representaciones del mundo vehiculadas por Estados y otras entidades, y difundidas por medios masivos globales. Estos fenómenos no pueden reducirse a la dimensión mercantil de los productos de entretenimiento. La «convivencia cultural»

(28) a escala planetaria demanda, así como los demás desafíos

de la mundialización, respuestas adaptadas a la naturaleza y la importancia de lo que está en juego. Los desafíos geoculturales requieren esfuerzos para renovar tanto la reflexión como la acción, de manera de construir un verdadero orden cosmopolítico en el cual el proyecto nacional no será superado sino que deberá ser redefinido y articulado en relación con otros proyectos extranacionales.

A menos que se admitan los riesgos del darwinismo cultural o la hegemonía de las culturas que disponen de los medios más poderosos, no se puede aceptar asistir a la «decadencia de las diferencias culturales como medida del progreso de la civilización y signo tangible de mejores comunicaciones y una mejor comprensión.

(29) El desafío del pluralismo cultural es hallar los medios políticos para la convivencia en la

era planetaria y garantizar interacciones e intercambios relativamente equilibrados entre sociedades y culturas iguales en dignidad al mismo tiempo que capaces de interrogarse constantemente de manera crítica sobre sus valores, sus prácticas y su adaptación a las condiciones cambiantes del mundo. Éste es uno de los proyectos políticos para construir las interdependencias.

En circunstancias reveladoras del estado del mundo, el encuentro de México debería conducir a afirmar la importancia estratégica de los desafíos geoculturales de un modo que no sea una declaración sin alcance práctico o sin consecuencias. Deberíamos apoyar los esfuerzos desplegados para la defensa de la «diversidad cultural». Pero también lanzarnos en un proceso original movilizando los recursos necesarios para promover el pluralismo cultural mundial ampliando el proceso ya evocado en París en 2001 e impulsado en Cotonú, estimulando los debates virtuales y prolongándolos a través de debates regionales y sectoriales en los Tres Espacios Lingüísticos. ¿El análisis que precede y las hipótesis

esbozadas no justifican al menos que acordemos examinar en un Foro de concertación ampliada sobre el pluralismo cultural si esta hipótesis, más desarrollada, no podría transformarse en proyecto político? ¿Nuestro grupo no podría participar activamente en la coordinación y el desarrollo de tal Foro? ¿Nuestras discusiones y propuestas no deberían tratar este asunto, si queremos responder a la invitación de los organizadores de este encuentro?

Autor

Jean Tardif (Québec, Canadá)(*)

Diplomado en Antropología por la Universidad de Montreal. Profesor de esta disciplina durante algunos años, antes de emprender la carrera al seno de la Administración canadiense. Ha ocupado diferentes cargos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Canadá. Ha sido Delegado General de Québec en Bruselas y Director de Gabinete del Secretario General de la Agencia de Cooperación Cultural y Técnica. Ha fundado la Asociación Internacional Planet Ágora de debate acerca del pluralismo cultural, junto a expertos internacionales.

Notas

(1) Hubert Védrine, ―Comment nier le choc Islam-Occident ?‖, Le Monde, 27 de febrero de 2003.

(2) Bernard-Henry Lévy en Le Figaro, 7 de marzo de 1992.

(3) François Thual, Les conflits identitaires, París, Ellipses, 1995.

(4) Manuel Castells, L‘ère de l‘information, la société en réseaux, trad fr. Fayard, 1998, p. 25. Es interesante señalar que Francis

Fukuyama, autor del Fin de la Historia, reconoce también que ―la economía no es la única fuerza que conduce la historia humana. También está la necesidad de reconocimiento‖, Le monde des débats, junio 1999. ―La identidad colectiva ... constituye para un

grupo un potente factor de cohesión y de integración social‖, Yves Plassereaud, L‘identité, París, Montchrestien, 2000, p. 98.

(5) Mario Vargas Llosa, ―Cultures locales et mondialisation‖, Commentaire, nº 91, otoño 2000, p. 506.

(6) L‘ère de l‘information, tomo 1, La société en réseau, trad. fr. Fayard, 1998, p. 24.

(7) L‘ère de l‘information, tomo 2, Le pouvoir de l‘identité, trad. fr. Fayard, 1999, p. 17.

(8) La cuestión de las identidades culturales se plantea también en el plano interno en países cada vez más numerosos. Incumbe al

devenir de grandes sociedades democráticas contemporáneas, muchas de las cuales son multiculturales. A menos que se opte por

una política de reducción de la pluralidad, estas sociedades deben encontrar los medios de garantizar la coexistencia y el reconocimiento recíproco de los componentes culturales que se encuentran en ellas, ya sea mediante el reconocimiento de

derechos culturales u otras medidas. Si bien están vinculadas con la evolución internacional, estas opciones que corresponden a políticas nacionales no entran en la perspectiva que aquí se desarrolla y que se refiere esencialmente a la esfera extranacional.

(9) Ninguno de los términos hoy disponibles permite describir adecuadamente las realidades actuales. ―Inter -nacional‖ supone una referencia a la nación como pivote central, cuando no único, del sistema interestatal. ―Transnacional‖ connota algo que sería

idéntico en distintas naciones, por ejemplo normas concebidas y aplicadas por los propios actores; ―supra-nacional‖ refiere a un orden superior a la nación, por ejemplo normas concebidas por los Estados pero controladas por órganos jurisdiccionales más o

menos autónomos; ―post-nacional‖, que utiliza J. Habermas, puede hacer pensar que la nación está superada. Ni el territorio, ni el Estado, sea o no Estado-nación, son realidades superadas, aun cuando su papel o sus funciones deban ser constantemente

redefinidos, como ocurre con toda institución humana. Los términos ―extranacional‖ o ―metanacional‖ pretenden dar cuenta de un

orden político que se sitúa por fuera de la nación, ya sea a escala continental o mundial.

(10) ―The Erosion of American National Interests‖, Foreign Affairs, nº 78, 5, septiembre-octubre de 1997.

(11) El sitio www.planetagora.org, cap. 4, aborda la cuestión de las inversiones extranjeras en las industrias de lo imaginario a la luz de los acuerdos comerciales.

(12) L‘âge de l‘accès. La révolution de la nouvelle économie, trad. fr. París, La Découverte, 2000, p. 16.

(13) El sistema global de los medios de comunicación comerciales está dominado por tres círculos diferentes, ordenados según una jerarquía estricta y vinculados entre ellos por sociedades mixtas y alianzas. Véase Edward S. Herman, Robert W. McCheshey, The Global Media. The New Missionaries of Corporate Capitalism, Cassell, Londres, 1997, p. 52-53. Tristant Mattelart hace un agudo

análisis de las controversias teóricas sobre la influencia de los medios audiovisuales transnacionales en La mondialisation des médias contre la censure. Tiers-monde et audiovisuel sans frontière, Bruselas, De Boeck, 2002.

(14) Elie Cohen, L‘ordre économique mondial. Essai sur les autorités de régulation , París, Fayard, 2001, pp. 11-117.

(15) Es la expresión de Patrice Flichy, Les industries de l‘imaginaire, Grenoble, PUG, 1980. Según Rifkin (op. cit., p. 128), el término

―industrias culturales‖ habría sido creado por los sociólogos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer.

(16) Thomas Paris (coord.): Quelle diversité face à Hollywood ? Cinémaction, número especial, París, 2002, p. 20.

(17) Hoy en día, incluso en los países europeos, las pantallas están ocupadas por producciones extranjeras en proporciones que van del 65 a más del 85 por ciento. Lo que se juega no es simple cuestión de balanza comercial, sino ante todo de relaciones entre

valores culturales y sociales cuyo impacto no habría de minimizarse. Según un estudio hecho por investigadores de la universidad Columbia sobre 707 niños durante diecisiete años, la televisión condiciona efectivamente el desarrollo de la agresividad en

adolescentes y adultos. Cambia de modo duradero la percepción que una persona puede tener del mundo.

(18) Los análisis de la comunicación han llevado a Dominique Wolton a distinguir la información de la comunicación y a poner en

evidencia la recepción diferenciada de los mensajes emitidos: ―entre la información (el mensaje) y la comunicación (la relación), está la cultura, es decir, la diferencia de puntos de vista sobre el mundo‖. L‘autre mondialisation, Flammarion, 2003, p. 20. Se llega

así a reconocer la complejidad de las interacciones de la comunicación, que no se efectúa en un movimiento unidireccional. Lo que

no impide reconocer, después de haber superado la noción de imperialismo cultural, que los medios globales ejerzan una influencia importante no sólo a través de los productos que distribuyen sino también imponiendo ―la gramática de la televisión internacional‖

basada en los valores comerciales.

(19) Ole Weaver, Social Security : The concept in Identity, Migration and the New Security Agenda in Europe, 1993.

(20) Kenneth Waltz considera que el principal asunto de las relaciones internacionales no es –o ya no lo es– la búsqueda de un equilibrio a través del poderío militar, sino la búsqueda de la seguridad que se emparienta con la noción de bien público. ¿No es

significativo que el documento sobre la seguridad nacional publicado el 20 de septiembre de 2002 por la Administración Bush se refiera a ―un combate entre ideas y valores en competencia‖?

(21) Jeremy Rifkin, L‘âge de l‘accès. La révolution de la nouvelle économie, trad. fr. París, La Découverte, 2000, p. 177.

(22) Sobre esta cuestión, desde el punto de vista económico, véase Joëlle Farchy, La fin de l‘exception culturelle ?, París, Editions

du CNRS, 1999. Desde el punto de vista jurídico, Serge Regourd, L‘exception culturelle, París, PUF, Que sais-je ?, 2002.

(23) ―The Dialogue Between Cultures or Between Cultural Interpretations of Modernity. Multiple Modernities on the Contemporary

Scene‖, comunicación en el coloquio sobre el diálogo intercultural, Bruselas, marzo de 2002. http://europa.eu.int/comm/education/ajm/dialogue/index_en.html

(24) Pascal Lamy, Zaki Laïdi, ―La gouvernance, ou comment donner sens à la globalisation‖, dans Gouvernance mondiale, informe

del Consejo de análisis económico, París, La Documentation française, 2002, p. 204.

(25) Esta cuestión podría dar lugar por sí sola a un largo debate que la realidad terminará por imponer. Mireille Delmas -Marty, profesora del Collège de France, habla del ―triángulo cívico‖ de los actores públicos, privados y ―civiles‖ para vincular en lugar de

oponer la esfera pública y la esfera privada y limitar el impacto de las relaciones de fuerzas entre Estados permitiendo un reequilibrio en beneficio del derecho. ―Droit et mondialisation‖, en Géopolitique et Mondialisation, Université de tous les savoirs,

París, Odile Jacob poches, 2002, p. 216. La complejidad de las cuestiones extranacionales debería justificar que los ―experto s‖ pudieran participar directamente en los debates públicos.

(26) También podría imaginarse instancias políticas experimentales como éstas, que no serían necesariamente instituciones

formales, para el caso de la OMC, el FMI, la OMSm, la Unión Europea o el proyecto ALCA, etc.: se esperaría así aportar un inicio de respuesta al déficit democrático que afecta actualmente la responsabilidad de las decisiones extranacionales.

(27) ―Pour un Conseil de sécurité économique‖, Le Nouvel Observateur, 25 de junio de 1998 y 17 de septiembre de 1999. Esta

sugerencia fue retomada por el Congreso de la Internacional Socialista en octubre de 2001.

(28) Expresión de Dominique Wolton en L‘autre mondialisation, donde reconoce la importancia política de las identidades colectivas.

(29) David Rothkopf, ―In Praise of Cultural Imperialism?‖, Foreign Policy, verano de 1997, p. 40.

Hacia una nueva articulación de los espacios lingüísticos y culturales

Eduard Delgado (*)

Mas os filhos? De que país serão?Norte secreto? Sul das nostalgias?Ou pertencem a outra dimensão:Cruel Europa mãe das utopias?

(Luiz Manuel, Antología de Poetas Portugueses en la Diáspora, «Da Outra Margem», 2001)

La memoria nos abre luminosos corredores de sombra...

(J.A.Valente, Fragmentos de un libro futuro, 2000)

1. Introducción y síntesis

El conocimiento mutuo de las culturas del mundo por parte de un número creciente de sus ciudadanos ha abierto nuevas perspectivas para la participación en el tráfico cultural internacional. La idea de un solo mundo, un gran espacio cultural, ha seducido a múltiples generaciones de seres humanos sensibles, abiertos a la curiosidad intelectual y a los desafíos creativos. La conciencia de que el conocimiento es un bien repartido por toda la Humanidad y que éste se puede acumular y almacenar selectivamente ha inspirado profundamente todo tipo de intercambios entre grupos humanos de todas las épocas.

Esta tendencia a la transfronteralidad se traduce en una mundialización contemporánea que parece derribar barreras físicas y tecnológicas e incluso las fronteras de los mitos y las lenguas. El problema no es tanto la unidireccionalidad ¯por lo menos inicial¯ de los movimientos transculturales sino su invasión de los territorios profundos de la identidad, el simbolismo cotidiano y la pérdida de las estructuras expresivas propias de cada comunidad.

El problema hoy es conjugar la deseable e inevitable mundialización de las estructuras de intercambio y establecer unas reglas de juego que permitan que sus efectos beneficiosos reviertan en el fortalecimiento de la distintividad de las culturas y su crecimiento expresivo y creativo. Para alcanzar este objetivo, la mayor parte de comunidades culturalmente autoidentificadas no pueden abordar su alcance sin establecer alianzas con otras comunidades con quienes puedan compartir los mismos valores y las mismas aspiraciones.

La naturaleza de esas alianzas y la gestión de su rumbo forman el núcleo básico de nuestro debate en continuidad con el encuentro de París en el año 2001 y en una perspectiva de continuidad a partir de una base de afinidades basadas en la latinidad y la transcontinentalidad.

Un debate que requiere determinadas hipótesis de salida. En esta propuesta se quieren ofrecer dos líneas de trabajo con este propósito. En primer lugar, el fomento de la conciencia crítica ante los derechos culturales. La universalidad de los derechos culturales admite y promueve las distintas aplicaciones de sus postulados en la interacción local y el desarrollo permanente de nuevos sistemas de control y equilibrio en su aplicación. Los grandes espacios culturales que cuentan con afinidades históricas, lingüísticas y sociales deben ejercer una importante influencia en la implementación de los derechos culturales universales y contribuir conjuntamente al debate mundial sobre su renovación y mejora. De nuevo, se trata de una sensibilidad que ultrapasa los márgenes de lo jurídico y lo gubernamental sino que para existir debe enraizarse en el conjunto de la sociedad.

Segundo, es necesario entender los espacios lingüísticos como espacios culturales de encuentro. Cada uno de los espacios lingüísticos aquí reunidos contiene en su ámbito muchos otros espacios idiomáticos que a su vez pueden ser contenedores de variedades profundamente enraizadas en la fisonomía identitaria de muchas comunidades. La lengua común saldrá reforzada si es, sobre todo, vehículo para establecer las afinidades y alianzas que permitan proteger los espacios culturales interiores a su ámbito a través de una primera o segunda lengua de uso común. Afinidades y alianzas que corresponden en su protagonismo más central a la sociedad civil a través de todos los sistemas de «apoderamiento» del espacio público como horizonte de las nuevas democracias del siglo xxi.

2. Naturaleza, historia y pluralidad cultural

A principios del año 2003 la cumbre de Kioto sobre el agua comunicaba que mil millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable. Ante ello es lícito preguntarse cuántas personas tienen acceso a una cultura potable. No se trata de una pregunta retórica ya que más allá de la doctrina unesquiana sobre la dimensión cultural del desarrollo o del alegato a favor de la diversidad representado por el texto de Lévi-Strauss «Raza y Cultura», la ciencia contemporánea nos remite a la importancia de la cultura de la vida en la sostenibilidad el planeta.

La teoría Gaia de James Lovelock y Lynn Margulys establece que la vida en la Tierra es el elemento que corrige una atmósfera en desequilibrio sobre la base un sistema artificial de entropía de baja intensidad por el cual la relación entre la vida y las fuerzas inanimadas es bidireccional y permanente. De hecho es, pues, la actividad biológica lo que mantiene el planeta en un estado de viabilidad. Lovelock y Margulys refieren este sistema de regulación al control de la temperatura, el ratio nitrógeno/fósforo o la salinidad constante de los océanos.

Siguiendo la teoría Gaia, cuando la vida necesita mantener y regenerar sus propios equilibrios nace la cultura como fundamento de la adaptabilidad mutua. Así, pues, la evolución de la especie humana no se ha basado en la adaptabilidad de sus culturas a los medios en los que les ha tocado vivir sino que se podría decir que han sido esos medios los que han dependido en última instancia de las culturas de la vida. Unas culturas que fundamentarían su esencia en la capacidad de descubrimiento, de exploración y de creación de una conciencia crítica. Unas culturas basadas en su propia diversidad y para las que la preservación de este factor justifica en última instancia su existencia. La diversidad cultural es, pues, un hecho natural y básico para la propia supervivencia de la vida en el planeta. El debate, sin embargo, no sólo debe investigar la pérdida de diversidad cultural ¯algo evidente¯ sino también el desplazamiento de las composiciones culturales de los distintos pueblos:

«La globalización está cambiando nuestro paisaje en elementos fundamentales. En Europa, las lenguas nativas están dejando paso al inglés, el idioma de la globalización, y los observadores pronostican que se va a llegar a un continente anglófono desde Moscú hasta Calais a finales de este siglo. Mientras tanto, en Los Angeles, un 70 por ciento de alumnos de sus escuelas son hispanohablantes y la oficina del censo nos indica que en menos de 40 años la mayoría de los estadounidenses no será de ascendencia europea». (Jeremy Rifkin)

Se trata, pues, de un fenómeno complejo que, sin poder eludir sus aspectos más dramáticos, contiene diversas capas de realidad que conviene examinar tanto a la luz diacrónica de la evolución de las culturas mundiales como a la luz de la historia.

La necesidad de entender la pluralidad como diversidad reconocida y fomentada, parece formar parte del orden del día del siglo xxi apuntado hace varias décadas. Las disfunciones en los órdenes mundiales y sus instituciones que se manifiestan en estos tiempos son en parte explicables por la afloración de consecuencias previstas en los escenarios del siglo xx. La ruptura de un sistema bipolar mundial o el desborde tecnológico (especialmente en telemática y biogenética) cuya aceleración se venía observando en los últimos 30 años formaban parte de la prospectiva en uso. También era previsible el incremento de peso geopolítico de las densas comunidades asiáticas, especialmente de Japón y China, así como el estancamiento de la mayor parte de sociedades africanas o la crispación en los países árabes después del asesinato de Yitzhak Rabin y el fin del proceso de Oslo. El actual proceso de integración europea sigue un guión perfectamente descriptible a partir del tratado de Maastricht en 1991 y las fracturas estructurales percibidas en el espacio iberoamericano, con sus laberintos y atajos, manifiestan perfiles de continuidad con respecto a los que se habrían podido detectar hace 30 años.

No obstante, la historia no parece obtener su sentido completo sin tener en cuenta los hechos que salen de los guiones previsibles. Algunos de esos procesos inesperados parecen tomar cuerpo en este inicio de siglo sin que una prospectiva mayoritariamente reconocida los hubiera pronosticado en toda su amplitud. Entre ellos podría destacar la emergencia de un posicionamiento radical cristiano-noratlantista encabezado por Estados Unidos y contestado por amplios sectores en la propia sociedad occidental.

La tentación de un mundo unipolar parece reaparecer a intervalos generacionales regulares sin que los ejercicios de prospectiva acierten a anticiparla. Los espectros de la uniformización, la subordinación y la anomia vuelven a intoxicar los sueños de unas sociedades que habían hallado en los sistemas parlamentarios unos márgenes de seguridad democrática cuyos logros parecían irreversibles. Un eventual triunfo de sus tesis y métodos podría hacer retroceder, entre otros, los avances reflejados en la Declaración de UNESCO sobre Diversidad Cultural aprobada por unanimidad en noviembre de 2001.

No obstante, la situación que aquí se describe con tintes altamente preocupantes tiene unos antecedentes que podrían haber merecido mayor atención desde mucho antes del fin de la Guerra Fría. Es posible que, analizando la historia política y cultural de las últimas décadas, podamos hallar fracturas que conducen al preocupante escenario actual.

De una parte, la pérdida del espacio público, especialmente en las aglomeraciones urbanas y en los medios de comunicación. La reducción o el abandono de la tutela de los intereses colectivos en los espacios comunes, consecuencia de privatizaciones, desregulaciones y ajustes estructurales que acarrea una pérdida de conciencia de lo público y de los derechos ciudadanos a su uso. Una reducción del espacio público que cobra sus tintes más dramáticos en la sobreexplotación de los recursos naturales, pero también en la privatización de amplios recursos medioambientales.

En segundo lugar, se advierte un deterioro en la atención a las nuevas necesidades formativas de las generaciones más jóvenes. De todos es conocido el clamor de los pedagogos ante lo que han considerado como la fractura del pacto educativo en un acto de transferencia de las responsabilidades formativas a manos del mercado y de los medios de comunicación. De todos es sabido que en continentes como el africano, la calidad de la educación ¯así como la de la esfera pública en general¯ ha disminuido progresivamente en los últimos 30 años. Por otra parte, la naturaleza de las afinidades y alianzas que se establecen desde cada ámbito cultural debe basar su fuerza en la implicación de todos los sectores sociales. Los nuevos desafíos de la transculturalidad deben ser percibidos por los ciudadanos como algo que les concierne con todas sus dificultades y oportunidades. El valor de la nueva educación transcultural debe permitir atesorar la propia cultura en relación con el conocimiento y

valoración de otras culturas. Una educación que no pasa únicamente por la escuela sino por la «sociedad educativa» en todas sus esferas posibles, especialmente en la vida cotidiana, los medios masivos y las estructuras abiertas del auto-aprendizaje.

En tercer lugar, la marginación de los paradigmas culturales de las prioridades políticas mientras los análisis han venido indicando que la clave de la cohesión social y el progreso es y ha sido la seguridad cultural. La descohesión provocada por la pobreza, el desplazamiento forzado o la emigración afecta a los grupos en su relación con el exterior, pero la inseguridad cultural fractura los grupos desde su interior, desde su estructura identitaria y compromete su capacidad de reacción sobre la base de la acción cooperativa, las alianzas y el diálogo.

El espacio público como garantía de ciudadanía, la educación como base de referentes comunes y la cultura como imperativo expresivo y creativo forman un círculo virtuoso que nuestras sociedades no han sabido valorar adecuadamente para asegurar la salud social y la preservación de la diversidad.

Una idea de «diversidad cultural» implica un reconocimiento de la realidad, de la misma forma que la diversidad biológica es algo innegablemente consubstancial con la vida en este planeta. A su lado, la noción de pluralismo cultural remite a un esfuerzo deliberado por promover la supervivencia y coexistencia de distintos modelos culturales. Aunque transcendiendo ambas nociones, el concepto de seguridad cultural se refiere a la capacidad del ciudadano para elaborar sus propias expresiones creativas y recibir por ello una respuesta de su entorno. Las prácticas del espacio público, la educación y la cultura se hallan en la base de uno de los valores más preciados en todas las sociedades: la confianza. Confianza fundamentalmente en que mis referentes expresivos y creativos, base de mi relación con el mundo y conmigo mismo, forman parte inviolable de mi persona y de mi dignidad. Una reciprocidad que crea nexos de confianza sin los cuales no se puede hablar de cohesión social ni de diversidad cultural.

Hoy se habla de la sociedad del conocimiento, pero en realidad la carencia principal es de sociedad del reconocimiento.

«Las políticas gubernamentales deberían definir el reconocimiento cultural como un derecho básico de los seres humanos. Eso implica considerar a todos los miembros de una sociedad y de un Estado como poseedores de los mismos derechos en la medida que respeten plenamente los derechos de los demás. Complementariamente, toda cultura que respeta a las demás debe tener derecho a un reconocimiento igual de su identidad. Todo Estado debe definir la legislación, las instituciones y las acciones políticas que mejor garanticen esos principios.» (Informe Mundial de Cultura, UNESCO, 2001)

Pero el reconocimiento no puede existir de forma continuada y productiva si no se articula en el propio imaginario de forma que no puede ser simplemente metonímica sino que debe incardinarse con nuestra capacidad metafórica, nuestra narrativa. Jesús Martín Barbero lo explica así:

«La relación entre expresividad y reconocimiento de la identidad se hace preciosamente visible en la polisemia castellana del verbo ―contar‖ cuando nos referimos a los derechos de las culturas, tanto de las minorías como de los pueblos. Pues para que la pluralidad de las culturas del mundo sea políticamente tenida en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades nos pueda ser contada, narrada».

Así pues, se puede decir que la articulación de la pluralidad requiere un reconocimiento y una narrativa, pero también requiere una base de equidad sin la cual este proceso se halla teñido por el yugo de hegemonías y subordinaciones que impiden el despliegue de todas las capacidades creativas implicadas en la pluralidad activa.

Hemos dicho en numerosas ocasiones que para establecer verdaderos lazos de cooperación entre modos y proyectos culturales es necesario partir de un principio de equidad. Las culturas son desiguales;

germen de cualquier valor de pluralidad. No obstante, las personas que las encarnan son iguales y hay que partir de este principio de igualdad universal para entender el principio de equidad plural entre las culturas. De hecho, la equidad profunda entre culturas constituye la base para otros tipos de relación entre igualdad y libertad. Cualquier cultura distintiva lleva en sí misma la carga «genética» que le puede permitir alcanzar los más lejanos horizontes creativos y en ellos otorgar un sentido nuevo a la vida y la conciencia humana. Pueblos del mundo desiguales en su aporte económico y tecnológico a la vida material deben ser reconocidos en pie de equidad en sus culturas.

Así pues, reconocimiento (seguridad cultural), narrativa (incorporación en el imaginario) y equidad (como valor previo a cualquier derecho), forman parte de un nuevo debate sobre la topografía del pluralismo cultural en una época en la que éste merece un abordaje tan científico como militante, tan teórico como comprometido con la gobernabilidad y tan consciente de sus implicaciones en la vida material como convencido de que su último objeto es el de liberar la creatividad humana.

Un debate que en los próximos meses probablemente cobrará una nueva presencia pública a causa de las consecuencias del posicionamiento unilateralista ante los organismos internacionales y ante situaciones básicas de agresión y contención. También ganará centralidad en los escenarios mundiales la implicación para el pluralismo cultural de los acuerdos propuestos por la Organización Mundial del Comercio. Como corolario de los dos datos anteriores, se instalará sin duda el debate sobre el papel de la sociedad civil en el futuro orden internacional. Una sociedad civil que en el ámbito cultural no cuenta con una referencia global. También asistiremos a una nueva fase de la reflexión económica sobre la cultura desde la base de que una economía global poderosa solamente puede sustentarse en la vitalidad de las culturas locales.

3. Los Derechos Culturales en su universalidad plural

El debate mundial sobre diversidad y pluralismo cultural ha ocupado el espacio intelectual central de este cambio de siglo. Por primera vez, la metáfora de la diversidad cultural se ha extendido hasta conformar un amplio sistema de referencias para el debate sobre la democracia, los derechos humanos y el progreso sustentable.

Sus posicionamientos globales se inspiran en documentos de la UNESCO como el Acuerdo de Florencia de 1950 sobre Responsabilidades Culturales, la Convención Universal sobre Derechos de Autor de 1952, la Declaración de Principios sobre Cooperación Cultural Internacional de 1966, la Convención contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales de 1970, la Convención para la Protección del Patrimonio Cultural y Natural de 1972, el Protocolo de Nairobi 1976, la Declaración de UNESCO sobre Prejuicios Raciales de 1978, la Recomendación relativa a la Condición del Artista de 1980, las conclusiones de Mondiacult México en 1982, la Recomendación sobre Cultura Tradicional y Popular de 1989, la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, las conclusiones de la Década Mundial del Desarrollo Cultural, publicadas en 1997, las conclusiones de la Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo de Estocolmo 1998 y la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural de 2001.

El artículo 4 de esta Declaración establece que:

«La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto a la dignidad de la persona humana. Implica el compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los derechos de las personas que pertenecen a minorías y el de los pueblos autóctonos. Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance».

Y el artículo 5:

«Los derechos culturales son parte integrante de los derechos humanos, que son universales, indisociables e interdependientes. El desarrollo de una diversidad creativa exige la plena realización de los derechos culturales, tal como los define el Artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y los Artículos 13 y 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Toda persona debe, así, poder expresarse, crear y difundir sus obras en la lengua que desee y en particular en su lengua materna; toda persona tiene derecho a una educación y una formación de calidad que respete plenamente su identidad cultural; toda persona debe poder participar en la vida cultural que elija y ejercer sus propias prácticas culturales, dentro de los límites que impone el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales».

Más allá de los textos de carácter mundial hay que mencionar acuerdos estatutarios de ámbito macro-regional que han actualizado, matizado e incluso precedido la aplicabilidad de los primeros. Entre ellos cabe destacar la Declaración Americana de los Derechos y Obligaciones del Hombre de 1948, la Convención para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales (Consejo de Europa, 1950), la Convención Cultural Europea (Consejo de Europa, 1954), la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José, 1969), la Carta Africana sobre Derechos de las Personas y los Pueblos de 1981, la Convención Europea sobre la Protección de Minorías Nacionales (Consejo de Europa, 1994), la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2000).

Este viraje de la atención política hacia los derechos culturales representa la culminación de un proceso por el cual se pasa de los documentos estatutarios directa o indirectamente referidos a la acción de los gobiernos a una profundización de la problemática cultural en la que se concierne directamente a los derechos humanos. Dicho de otra forma, aunque los gobiernos son en última instancia los garantes formales de los derechos, la cualidad universal de sus implicaciones atañe a todos los ciudadanos y hace responsable de su tutela al conjunto de las sociedades. Es por ello que se habla insistentemente de derechos y deberes culturales en un reconocimiento evidente del carácter colectivo del proceso cultural. Las consecuencias de esta apreciación conllevan una revisión de los derechos culturales tal y como se hallan hoy expresados en los textos estatutarios.

Parte de este debate se ha centrado en la reformulación de los derechos culturales a partir de los textos actualmente existentes como parte del Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales (artículo 15) añadido a la Declaración Universal de Derechos Humanos. La interpretación del redactado estatutario comprende la elaboración de un texto complementario (o «comentario general») en el programa de trabajo del Comité sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, cuya presentación está prevista para finales del año 2004.

El artículo 15.1 del Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales reseña explícitamente el derecho a:

a) tomar parte en la vida cultural;

b) disfrutar de los beneficios del progreso científico y sus aplicaciones;

c) disfrutar de los devengos de los intereses materiales y morales derivados de cualquier producción científica, literaria o artística de la que se sea autor.

El punto 15.2 subraya el compromiso de los Estados firmantes de asegurar estos derechos y de tomar las medidas necesarias para la conservación, desarrollo y difusión de la ciencia y la cultura. El 15.3 indica que los Estados signatarios se comprometen a garantizar las libertades indispensables para la investigación científica y la actividad artística. Finalmente, el 15.4 establece el compromiso de los Estados firmantes a reconocer los beneficios derivados del estímulo y desarrollo de los contactos internacionales y la cooperación en los campos científico y artístico.

Las elaboraciones en este sentido no han hecho más que empezar y es difícil dar cuenta de todos sus vectores en los cinco continentes. No obstante, se pueden avanzar algunas de las líneas básicas que parecen conformar el nuevo debate.

En primer lugar, se consolida la percepción de que los derechos culturales son individuales aunque pueden ser ejercidos colectivamente. Ello tiene implicaciones contemporáneas por cuanto deben aplicarse no sólo a las minorías o grupos distintivos sino también a los derechos de las personas en tanto que ciudadanos, trabajadores y consumidores.

Segundo, se establece la universalidad e indivisibilidad de los derechos culturales. Al mismo tiempo se requiere un amplio estudio transcultural que permita identificar los obstáculos para su implementación y su control.

Tercero, el derecho más polémico en este bloque es sin duda el que asegura y garantiza la participación en la vida cultural. La definición de los espacios de participación, comprendidas también sus versiones mediáticas y electrónicas, plantea numerosos problemas conceptuales. Es también el apartado que mayores diferencias culturales debe armonizar al tratarse fundamentalmente de un problema de acceso y espacio público.

Cuarto, se contempla la necesidad de establecer una nueva pedagogía de los derechos culturales, empezando por evidenciar sus implicaciones en los ámbitos locales. En este sentido, los esfuerzos por redactar cartas de derechos y deberes culturales en la ciudad aparecen como una tendencia que puede marcar una pauta en el futuro.

Quinto, se evidencia la urgencia de un debate internacional sobre derechos culturales donde las conciencias críticas se articulen de forma agregada para facilitar el diálogo. La configuración de espacios culturales multisocietales como los que se derivan de la tradición latino-transatlántica podría favorecer un posicionamiento común sobre los derechos culturales y su implementación. Otros espacios agregados podrían ser constituidos por el espacio nor-atlántico, el eslavo, los espacios árabes, orientales, oceánicos y africanos según sus distintas tradiciones y percepciones que permitan facilitar y simplificar los intercambios.

A tenor de esta última observación se puede vislumbrar la profunda relación entre espacios culturales multisocietales y derechos culturales. Es a partir de las afinidades lingüísticas e históricas cuando se puede establecer una base común para el desarrollo de unos derechos que siendo universales requieren de una pedagogía particular y de una defensa basada en las necesidades de cada bloque cultural.

Nos gustaría ver, pues, una profunda relación entre los espacios culturales aquí referidos ante el debate que en este siglo va a merecer la definición de los derechos culturales y sus mecanismos de escrutinio.

Por otra parte, siendo el derecho a participar en la vida cultural el que plantea mayores dificultades conceptuales y políticas, es probable que las culturas de índole latino-transatlántica sean las que por su tradición de uso del espacio público se hallen mejor situadas para abordar este tipo de problemática.

4. Los nuevos espacios culturales de mediación global

La complejidad de las nuevas relaciones culturales globales nos remite a repensar sus unidades de actuación. Del mismo modo que hemos visto que los espacios macroculturales pueden ser de importancia fundamental para la aplicación y control de los derechos culturales, también lo son en relación con otra función específica dentro de una configuración cultural mundial más articulada y plural.

Los grandes espacios culturales tienen en la actualidad una oportunidad especial para constituir la base que fortalezca redes de proyectos expresivos y creativos en una fase previa o simultánea a un despliegue de sus capilaridades hacia otros ámbitos mundiales. Esta naturaleza de vivero de redes resulta estratégica en un momento en el que el imperativo cultural de la singularidad crea un reflujo de rechazo a las estructuras piramidales basadas en el poder económico-mediático y se debate por crear nuevos espacios creativos. Si acaso debiera existir la noción de competitividad cultural, parece que ésta se va a jugar en el terreno de la creatividad durable; factor que aunque esté en el mercado, se basa en la conciencia crítica que pueda desarrollar con respecto a él.

En este sentido, aun reconociendo la importancia de los espacios lingüísticos como reflejo de intereses comunes en la historia y en aspectos de la realidad contemporánea de la producción y la distribución cultural, puede ser más realista hablar de espacios macroculturales o transculturales. Ello nos permite poner el acento no tanto en la lengua que por ósmosis o conquista haya podido convertirse en común, sino en las afinidades reales derivadas del interés que las distintas comunidades culturales tienen hoy en agruparse para defender mejor su identidad y sus intereses particulares.

El hecho de contar con lenguas de mayor alcance que permiten una ampliación de espacios culturales menores debe ser contemplado como un medio para la potenciación de las culturas interiores a esos espacios ¯tengan las lenguas mayores como propias o no¯ y no como un fin en sí mismo. Los espacios lusófono, francófono e hispanohablante contienen en su interior miles de culturas y centenares o tal vez miles de lenguas que reclaman una subsidiariedad en el reconocimiento y una mediación en la proyección.

Los nuevos espacios lingüísticos entendidos como espacios multiculturales deben situarse, pues, en una encrucijada donde su capacidad de interlocución con otros espacios mundiales de la misma índole sea activa y eficaz, cubriendo funciones de mediación entre las pequeñas culturas en su interior y la globalización. Sólo con esta medida basada en la legitimación podrán realmente los macroespacios lingüísticos convertirse en un nuevo eslabón en el diálogo cultural internacional.

Un eslabón que debe integrar en sus funciones la satisfacción de las necesidades de proyectos culturales y artísticos, profesionales o comunitarios que buscan establecer lazos de cooperación más allá de sus esferas inmediatas. Los nuevos espacios multiculturales deben asumir la labor de convertirse en viveros de redes cuya proyección mundial sea la consecuencia de su capacidad para establecer alianzas en sus ámbitos más próximos atravesando unas primeras fronteras en buenas condiciones de difusión y diálogo con nuevos socios.

Por otra parte, y como se ha reiterado en este informe, se hace indispensable situar las acciones que se deriven de estas premisas en el plano de la defensa del espacio público. Una tarea en la que las administraciones públicas deben unir sus esfuerzos a los de la sociedad civil, tanto en los voluntariados, en las organizaciones sin finalidad lucrativa, como en los sectores de las industrias culturales comprometidas con los valores y derechos descritos en el apartado anterior.

Así, pues, la articulación operativa de los Tres Espacios Lingüísticos (TEL) en tanto que Tres Espacios Multi-Culturales (TEMC), debe tener en cuenta la presencia de estructuras privadas y asociativas al lado de las instituciones oficiales. Sólo sobre estas bases será posible crear una alianza mundial a favor del espacio público de la cultura, donde todas las partes implicadas se sientan participantes y protagonistas del proceso. De hecho, se están acelerando los intentos de creación de una plataforma de «Sociedad Civil Global» para la cultura y es importante que los objetivos y la filosofía de los TEL/TEMC tengan una presencia en estos procesos.

En un orden más práctico, los nuevos espacios multiculturales pueden asumir hoy funciones que no cubre ningún organismo institucional o informal. Entre ellas destacamos:

Creación de una plataforma de trabajo relacionada con los derechos culturales y sus necesidades de diseminación y control en los espacios multiculturales designados.

Establecimiento de sistemas compatibles que faciliten el apoyo a las redes culturales, artísticas y patrimoniales por medio de dispositivos de fomento de la movilidad y la financiación de sedes de dichas redes.

Establecimiento de sistemas de apoyo a las industrias culturales que compartan bases de financiación y acceso a mercados interiores de los espacios multiculturales.

Identificación y diálogo con otros espacios multiculturales de referencia, sobre la base de objetivos comunes en la defensa de los derechos culturales y la sistematización de relaciones culturales sobre la base de la equidad y la cooperación.

Redacción de informes referidos a las consecuencias a todo plazo de una aplicación de las propuestas de la OMC. Muchos de los Estados comprendidos en los espacios multiculturales referidos no han manifestado su oposición a esas medidas.

Diálogo con las industrias culturales transnacionales con el objeto de negociar donde sea posible la consideración específica de los espacios culturales en peligro y la necesidad de asumir patrones deontológicos al respecto.

Estructuración de bases para un abordaje propio de los medios de comunicación transfronterizos para que las relaciones y afinidades particulares en los espacios multiculturales referidos tengan una expresión mediática propia.

Negociación política y diplomática que permita a los nuevos espacios multiculturales una expresión multilateral en las esferas apropiadas de las instituciones internacionales.

Presencia de esos espacios en las discusiones sobre las futuras configuraciones multilaterales que atiendan los problemas de la diversidad cultural, comprendiendo también aquéllas en las que se pueda hacer indispensable una cooperación entre lo público y lo privado.

Articulación de la presencia de instancias de la sociedad civil en la formalización de los espacios multiculturales y sus alianzas.

Estas sugerencias o recomendaciones quieren invitar a la iniciativa TEL:

Primero, a reconvertir su iniciativa en un espacio que comprenda la pluralidad de culturas en su propio seno y a basar su fuerza en la defensa de aquéllas.

Segundo, a asumir la defensa de los derechos culturales como base de cualquier posicionamiento en defensa de la diversidad y la pluralidad cultural.

Tercero, a incorporar sus elaboraciones a la sociedad civil, especialmente la más vinculada al desarrollo cultural.

Cuarto, a establecer un diálogo con otros espacios multiculturales sobre la base de los mismos objetivos.

Quinto, a crear las estructuras operativas necesarias para que las declaraciones de intenciones pasen a cubrir una función de incidencia en la realidad de los intercambios culturales.

Todo ello solamente será posible si a una voluntad política que a menudo nace de un impulso defensivo, se puede añadir una voluntad de promoción activa y positiva de la pluralidad. El potencial con que se cuenta es enorme. Solamente los espacios reunidos aquí representan casi un millar de millones de habitantes del planeta. Se trata ahora de articular la realidad de estos espacios de mediación en un marco de relaciones productivo y participativo.

Estas observaciones se han hecho desde el ángulo de la acción cultural y es de constancia que también se están realizando anotaciones similares desde la educación, la ciencia, el medio ambiente o los medios de comunicación. Es de desear que estas disciplinas afines se conviertan en claves de una alianza donde la diversidad y la pluralidad surjan de la realidad de nuestras comunidades y hallen su expresión en los ámbitos más apropiados para un diálogo fértil y constructivo.

Autor

Eduard Delgado i Clavera (España)(*)

Ha sido Director del Observatorio Europeo INTERARTS de políticas culturales urbanas y regionales, miembro de la agrupación para el Informe Europeo sobre Cultura y Desarrollo y presidente de CIRCLE, Centro de Enlace en Europa de Investigación sobre Información Cultural. De 1992 a 1994 fue asesor en la División de Política Cultural y Acción del Consejo de Europa en donde fue responsable de diseñar y administrar el programa Cultura y Vecindarios Urbanos Europeos así como del esquema de cooperación cultural interregional. Ha realizado trabajos de consultoría sobre estos temas en México, Cuba, Venezuela, Túnez, los Territorios Ocupados en Israel, la Federación Rusa, Europa Central, Oriental y Occidental así como en la Unión Europea y varias compañías transnacionales.

Falleció en 2004.

Memoria y patrimonio: algunos alcances

Luis Repetto(*)

En el mundo globalizado de hoy, la diversidad cultural, la protección del patrimonio y la memoria colectiva son temas recurrentes. El desarrollo de los canales de comunicación y de los medios de transporte ha fomentado la idea de las sociedades multiculturales y el concepto de la cultura universal, pero existe una necesidad evidente de actualizar los enfoques y los usos del patrimonio local e internacional, creando a la vez nuevas vías de cooperación, todavía mayoritariamente ejercida a través de contactos institucionales. La creación del registro euroamericano de sitios patrimoniales puede derivarse de un trabajo de identificación desarrollado por la sociedad civil, comunidades culturales, redes profesionales del patrimonio y del mundo académico, incluyendo a los estudiantes.

El patrimonio cultural, como todos sabemos, está integrado por todo lo que un grupo social ha creado a lo largo del tiempo y nos identifica en relación con los demás pueblos. El patrimonio es un proceso creativo, dinámico y multidimensional, a través del cual una sociedad funde, protege, enriquece y proyecta su cultura. El patrimonio cultural incorpora la ciencia, la tecnología, el arte, tradiciones, monumentos, costumbres y prácticas sociales de diversa índole. Su conocimiento es indispensable para que los hombres puedan relacionarse unos con otros y con la naturaleza, y posibilita que continúe existiendo la sociedad caracterizada por su cultura.

El patrimonio cultural puede ser material e inmaterial. Este último concepto ha sido objeto en los años recientes de una gran atención por parte de los investigadores de estos temas.

Patrimonio inmaterial: algunas definiciones

Citamos la definición de Unesco que se encuentra en la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (2003):

―El patrimonio cultural inmaterial está definido por las prácticas, las representaciones, las expresiones, los conocimientos, las habilidades, así como los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales asociados con ellos, que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, transmitido de generación en generación, se ve constantemente recreado por la comunidad y grupos en respuesta a un entorno, en interacción con la naturaleza y su historia y les proporciona su sentido de identidad‖.

Este concepto agrupa entonces diversos elementos que son inherentes al hombre, tanto en las sociedades occidentales como en las tradicionales, aunque es en estas últimas donde podemos encontrarlos vivos, sirviendo de mediadores entre el ser humano y la naturaleza que lo rodea, como formas de entender el mundo circundante, como guías en su labor de apropiación y aprovechamiento de los recursos que la tierra le ofrece.

En la mayoría de los casos, en nuestro ámbito, estos conocimientos están en peligro. La capacidad de transmisión de lo inmaterial, los espacios donde se desarrollan algunas de estas manifestaciones, los saberes tradicionales acerca de técnicas, los mitos y las leyendas son aspectos que se ven afectados por el avance incontrolado de programas económicos y sociales para un supuesto desarrollo humano integral que se han venido realizando en nuestros países durante las pasadas décadas, sin una visión conciliadora y de reconocimiento de los otros.

Oralidad

Según la mencionada convención de la Unesco, el patrimonio inmaterial se manifiesta, dado su carácter intelectual y sensitivo, en diversas formas, desde tradiciones y expresiones orales –donde se incluye el idioma como vehículo de dicho patrimonio, lo cual es lógico ya que gracias a él desde siglos atrás el hombre ha podido conservar y transmitir sus conocimientos culturales– hasta las expresiones artísticas, bailes, comparsas, escenificaciones de mitos, actividades de carácter ceremonial, rituales donde la oralidad juega un papel preponderante, pues interconecta y transmite esas tradiciones a través de cantos, poemas, cuentos y leyendas, incluyendo las directrices para desarrollar un adecuado ritual o ceremonia. En la ritualidad tradicional rige un sistema de comunicación que se apoya precisamente en la voz viva, la música, la danza, diversos lenguajes plásticos, la gestualidad, la escenografía y la participación colectiva.

En el caso del Perú, al igual que en casi toda América del Sur, las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial son incontables, pero no existe un registro de la totalidad de éstas. Muchas de ellas sobreviven gracias a la resistencia y la dinámica de la oralidad para la transmisión de ―saberes tradicionales‖. En la parte alta del departamento de Lima, donde se ubica nuestra ciudad capital, hay un pueblo llamado Tupe en el que se sigue hablando una lengua de la familia del aymara, con dos variantes, el tupino-jacaru y el tupino-cachuy, habladas por 750 y 11 habitantes respectivamente. La supervivencia de esta lengua a través de los siglos se debe a su transmisión oral de generación en generación pero, con los nuevos tiempos, su conservación empezó a mostrar fisuras y fue necesario que el número de sus hablantes se redujera a la mínima expresión para que los ojos de ―los occidentales‖ se fijaran en ellos. En la actualidad se están desarrollando proyectos de investigación y de apoyo para la conservación de esta lengua a través de su respectivo registro y sistematización, con lo que se garantiza su preservación para el futuro.

Como podemos darnos cuenta, la oralidad es un componente importante del patrimonio cultural inmaterial y dentro de las sociedades tradicionales es la forma fundamental que tiene

el hombre para relacionarse en todos los aspectos de la vida con sus semejantes y con la naturaleza.

Memoria

La memoria en su sentido de facultad de reproducción de los gestos aprendidos es uno de los pilares de la existencia humana, nos remite paralela o simultáneamente a la capacidad de recordar, al conjunto de los recuerdos y al lugar o los lugares donde éstos quedan asentados.

El concepto de oralidad que acabamos de precisar se asocia asimismo al concepto de memoria, como una combinación indisoluble en el campo de las expresiones de las sociedades tradicionales, que no está del todo alejada de nuestra visión, puesto que la memoria y el patrimonio se relacionan y están presentes mediante el registro y la conservación, que nos permiten guardar imágenes, documentos, audios y conocimientos que forman parte de nuestra identidad cultural.

La memoria y la importancia de la conservación son temas que deben centrar nuestras investigaciones y proyectos. Un pueblo sin memoria está condenado al ―olvido‖, entendido como la falta de todo, puesto que sin ella no sería factible la conservación de conocimientos para transmitir formas de cultura. Al no poder hacerlo no tendríamos identidad y no podríamos reconocernos como parte de un todo y, finalmente, no podríamos relacionarnos con el mundo que nos rodea. La memoria colectiva es tan decisiva para la vida social como lo es la memoria individual para cada uno de nosotros.

Es primordial entonces trabajar para la revalorización de la memoria, vista como una herramienta inherente al ser humano que le permite conservar en el tiempo y para el futuro expresiones de la identidad colectiva de duración cíclica o efímera en algunos casos. La gran mayoría de las veces, como hemos explicado, es apoyada en esta tarea por la tradición oral, tan desarrollada en los pueblos tradicionales.

El Convenio Andrés Bello viene trabajando en este campo mediante significativas propuestas como el Premio Somos Patrimonio, que cuenta ya con cinco ediciones. Con este premio se busca reconocer las iniciativas de los mismos pueblos o de sus organizaciones tanto para conservar la memoria colectiva como para un acercamiento y apropiación social y económica del patrimonio cultural, a la vez que se les conciencia acerca de la trascendencia de estas acciones para su desarrollo integral.

Una característica de los pueblos tradicionales andinos es el uso y conservación de la memoria y la oralidad, lo que les da una gran fortaleza de ánimo y vitalidad; a la vez estos conocimientos facilitan su adaptación a la cultura globalizada. Pero esta característica tiene que ser apoyada y reforzada, sobre todo entre las nuevas generaciones para que no perciban su memoria colectiva como un lastre, sino como un elemento dinámico de vital importancia para su supervivencia, puesto que el patrimonio es un ente vivo que se puede ir adaptando, y significa un ―capital cultural‖ que puede ser ―explotado‖ económicamente en beneficio de sus poseedores.

Existen diversas experiencias de conservación, apropiación y uso de la memoria a través de aproximaciones sociales de patrimonio arqueológico que refuerzan las identidades, como sería el caso de la creación del Museo de Leymebamba en el departamento de Amazonas, con el apoyo de organismos foráneos, y que ha significado todo un despertar de la memoria que se encontraba latente entre los habitantes del lugar, y a la par ha reafirmado su identidad como descendientes de una cultura poseedora de ceremonias, tradiciones orales y

conocimientos propios que se estaban perdiendo.

El uso de las herramientas de la memoria en el Perú también puede encontrarse en el trabajo que la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación ha realizado entre los pueblos que fueron víctimas de la violencia terrorista de Sendero Luminoso. Estas poblaciones, mediante la transmisión oral de sus vivencias y conocimientos durante esos años, han demostrado que tras el aparente estancamiento y la posible desaparición de muchas tradiciones existe una continuidad, que les ha permitido inclusive convertir los hechos que se produjeron durante las dos décadas de violencia en parte de sus vivencias y relaciones, que los actores sociales han sabido conservar para transmitírsela a las próximas generaciones.

Ya que los seres humanos tenemos la capacidad de almacenar información de distintos tipos en nuestros cerebros para luego transmitirlas a otros hombres, es necesario propiciar que los pueblos tradicionales, que no cuentan con los soportes tecnológicos que el mundo globalizado posee, la sigan utilizando para proteger, conservar y reproducir sus saberes, sus tradiciones y costumbres desde épocas tempranas, no sólo en el caso andino sino también en los pueblos amazónicos, que pueden aportar además sus conocimientos ancestrales referentes a medicina, farmacopea y las formas de relacionarse y aprovechar el medio ambiente en el que habitan.

Los grupos hegemónicos modernos han mostrado su capacidad de provocar, sin violencia aparente, fenómenos de olvido colectivo. En consecuencia, los conocimientos tradicionales deben ser protegidos y las sociedades contemporáneas tienen que incluir entre sus tareas prioritarias la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, que forma parte finalmente del patrimonio cultural de nuestros países. En el caso del Perú, una nación pluricultural y multiétnica, tenemos que aprender de estos conocimientos tradicionales para reconocernos, entendernos y poder afrontar los retos futuros con una nueva visión que integre a todos nuestros pueblos.

Notas

Luis Repetto(*)

Luis Orlando Repetto Málaga, administrador con maestría en museológica en la Escuela de Conservación Restauración y Museografía Manuel del Castillo Negrete en México. Presidente del ICOM-LAC Organización Regional para América Latina y el Caribe del Consejo Internacional de Museos. Director del Museo de Artes y Tradiciones Populares del Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Director de Galerías y Proyectos Especiales del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Coordinador General de la Red Iberoamericana de Gestión y Valoración de Cementerios Patrimoniales

Patrimonio y Desarrollo Local: una práctica social entre el saber y el poder.

José de Nordenflycht Concha(1)

Resumen

El texto problematiza la noción de patrimonio cultural en el contexto de los desafíos impuestos por el desarrollo

de las sociedades iberoamericanas en el actual escenario de la globalización, postulando que la dimensión

política del patrimonio no sólo se refiere a la administración territorial de los bienes culturales, sino que también

a su inclusión en los procesos de apropiación significativa y puesta en valor de los mismos por la sociedad civil,

entendidos estos como referencias culturales.

El caso de Chiloé (Chile) sería un ejemplo de prácticas activas de legitimación participativa de sus acervos

patrimoniales tangibles e intangibles por parte de la comunidad, en un proceso que han que fortalecido su

vigencia local en el contexto global.

―Triste cosa es.

Por alguna razón en la República de Chile las cosas parecían marchar a un ritmo diferente del ritmo al que quería

marchar la República Popular Latinoamericana de Coelemu. Los tiempos se ponían más y más difíciles. La

República de Chile parecía quebrarse de modo inevitable en dos bandos que parecían querer exactamente lo

contrario uno de otro, en exactamente cada una de las cosas de la vida.‖

Andrés Gallardo La Nueva Provincia

1. La dimensión política del patrimonio.

Las reflexiones anteriores son de Gaspar Cifuentes, el protagonista de la novela de Gallardo, el cual había

asumido la imperiosa necesidad de afrontar desde una gestión local las consecuencias del terremoto de 1939 en

la comuna de Coelemu, esto en vista de la inoperancia del gobierno central para asumir su reconstrucción. Todo

este episodio motiva a Cifuentes para llevar a cabo la quijotesca empresa de independizar a Coelemu de Chile.

Y; anécdotas más, anécdotas menos; lo logra.

El espacio local escindido, en la novela, ve como los sucesos se desatan al punto de que en el país un empate

catastrófico de fuerzas está a punto de la deflagración mientras la solución a diferendos fratricidas por medio de

la participación en un diálogo ciudadano fortalece la nueva provincia.

Aquí la analogía no se deja esperar, el patrimonio territorial de un país se ve amenazado por una exclusión

interior a consecuencia de la desidia de sus autoridades. Esa misma ―desidia patrimonial‖ que en estos últimos

años a intentado de ser revertida.

En efecto, durante los últimos años la escena cultural de nuestro país se ha visto potenciada en su desarrollo

por una serie de señales positivas por parte de los organismos del Estado, en particular destaca el trabajo de

puesta en valor del patrimonio a partir de la revitalización del Consejo de Monumentos.(2) Es indudable que la

creación de fondos concursables, como son el Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales Regionales y el Fondo de

Desarrollo de la Cultura y las Artes (FONDART) han tenido un positivo efecto en la producción, promoción y

conservación cultural, además de producir un verdadero efecto multiplicador en ONGs, Fundaciones y

Corporaciones privadas que también se han sumado al esfuerzo del desarrollo cultural y la puesta en valor

patrimonial(3).

En suma las políticas públicas orientadas a la financiación de las actividades culturales han multiplicado sus

fondos y programas, lejos del fantasma del dirigismo cultural la necesidad de su incremento y sistematización

ha sido considerada fundamental para que las antiguas carencias vayan camino a tener una adecuada

respuesta(4), por lo que al momento presente amplios sectores de la sociedad están expectantes ante los

efectos de la nueva institucionalidad cultural que el ejecutivo ya ha elaborado de cara a su aprobación por el

legislativo para lograr su puesta en marcha definitiva, dando una respuesta a diagnósticos muy recientes sobre

la necesidad de este marco de acción.(5)

No obstante este diagnóstico general positivo la efectividad y masificación de los planes y programas que estos

organismos han implementado ha sido atenuado y muchas veces debilitado a la hora de revisar el panorama

cultural de regiones y zonas del país más alejadas del centro(6). Al igual que el Coelemu de Cifuentes, estos

territorios locales se ven amenazados por una desidia que muchas veces se retroalimenta internamente, con el

peligro de la inanidad consecuente. Al igual que en el Coelemu de novela pareciera que la participación

ciudadana es un camino de alta rentabilidad simbólica.

Camino que, por cierto, recién empezamos a transitar.

2. Referencias culturales: el valor de los activos inmateriales locales.

La primera evidencia que justifica una política de puesta en valor patrimonial como motor del desarrollo local en

regiones es que son esos territorios en donde se concentra la mayor riqueza patrimonial del país. Paradojal

resulta en este contexto que las declaratorias de Monumentos Nacionales sean mayoritarias en la Región

Metropolitana, y sin embrago los dos únicos bienes inscritos en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO

están en regiones, más aún en territorio insular. Curioso.

De hecho el centro del país es gravitante imponiendo una disparidad y generando expectativas en los sectores

más deprimidos que se encuentran en regiones y que históricamente han tenido menos acceso a la cultura y sus

beneficios. Expectativas que no son cubiertas ya sea por problemas de difusión y posesión adecuada en estos

sectores, o por que la presentación de proyectos en los centros de producción cultural, mejor formulados y más

documentados, casi siempre obtienen las opciones ofrecidas. Existe de este modo una desconexión real, en

donde la desinformación y la falta de capacitación de la ingeniería social activa en las comunidades regionales

más pobres frente a estas iniciativas.

En este contexto, tanto para la producción cultural como para su conservación, las especulaciones sobre quién

es la autoridad legítima para seleccionar lo que debe ser preservado, a partir de qué valores, en nombre de qué

intereses y de qué grupos, ponen de relieve la dimensión social y política de la intervención sobre el patrimonio,

una actividad que por la ciudadanía y las autoridades se acostumbra a ser vista como eminentemente técnica.

En el último tiempo asistimos a un escenario difuso en donde aparentemente esta percepción ha cambiado,

prueba de ello es que los temas relativos a la conservación del patrimonio cultural han salido de los claustros

académicos y el ámbito técnico para entrar a la agenda pública del sector estatal, privado y de la ciudadanía en

general. Esto que podría ser visto positivamente hay que examinarlo con atención ya que la puesta en la agenda

pública muchas veces no avanza sobre la superficialidad mediática, sumado a lo cual hay que considerar

endémicas prácticas sociales verticales, paternalistas y asistencialistas, en donde se manejan los activos

simbólicos inmateriales del capital local y regional desde una férrea estructura centralista, lo que no es sólo un

fenómeno condicionado a su entendimiento geográfico y administrativo, sino que más profundamente en sus

connotaciones de centralidad epistemológica, deontológica e incluso afectiva.

Aunque ya sea ampliamente reconocido que el primer paso para la protección del patrimonio es su

conocimiento, la ciudadanía no debe ser sólo informante sino que también intérprete de ese legado, ya que no

solamente la destrucción del patrimonio es una demostración de poder, sino que también, y de manera más

compleja, la conservación selectiva que el poder hace de un legado cultural determinado.

Decidir qué es lo que se conserva, decidir qué es lo que nos representa será mucho más determinante que la

destrucción y el olvido, de hecho la construcción de las nacionalidades latinoamericanas desde el proyecto

histórico de sus oligarquías republicanas del siglo XIX operaba bajo esa estrategia, la cual se intentará revertir

por medio del largo proceso de modernización y democratización de nuestras sociedades hasta el día de hoy.

Por lo tanto, y aunque muchas veces los intereses defendidos por el tercer sector organizado sea calificado

como de ―difuso‖ por el lenguaje jurídico, la participación social es fundamental en los proyectos de

intervención en la preexistencia.

Esto ha quedado demostrado en nuestro contexto regional latinoamericano(7) como, por citar algunos de los

muchos ejemplos, el caso del Centro Histórico de Quito, los Conjuntos de la Misiones Jesuíticas en el Oriente

Boliviano o el Centro Histórico de la ciudad de Salvador de Bahía(8), todos inscritos con éxito en la Lista de

Patrimonio Mundial de la UNESCO.

El desafío de activar esta variable no es menor, de hecho mucho antes de que la participación ciudadana

demostrara su pertinencia y efectividad se debieron despejar interrogantes iniciales como ¿para qué y para

quien recuperar?.

Estas eran viejas preguntas en el panorama europeo, de hecho desde la primera mitad del siglo XX está era una

preocupación de precursores como Gustavo Giovannoni(9), las que vienen a instalar un debate amplio y tener

un referente operativo en la Carta de Amsterdam (1975) donde comienza la amplia circulación de la noción de

rehabilitación. Ésta operación de intervención en la preexsitencia supone que los aspectos materiales del

deterioro de un bien patrimonial inmueble son síntomas de una necesidad más importante como es la efectiva

recuperación de la calidad de vida de los habitantes, cuestión muy importante para no confundir medios con

fines. Una noción como ésta y su implementación se hacía más pertinente en los países con tasas de desarrollo

menores y que no se podían dar el lujo de dilapidar recursos, por lo que la pregunta con respuestas más

urgentes para poner en valor el patrimonio era ¿para qué?(10)

Los intentos de solución de ésta pregunta fueron desplegando un amplio debate que desde hace unos veinte

años a esta parte ha ido reconociendo en el medio regional latinoamericano que las ciudades actuales son el

resultado de la superposición de las anteriores y reflejo de los hechos históricos que en ellas se sucedieron, sin

embargo en muchas ocasiones se ha producido una sustitución o transformación de los centros históricos en

virtud de criterios funcionales y económicos, estableciéndose entonces el dilema entre progreso y conservación

como justificación de esta política. Esto ya no podía ser aceptable ya que se trata de bienes pertenecientes al

patrimonio historico-cultural y no se podían aplicar criterios de rentabilidad sobre el simple valor del mercado

del suelo urbano.

La reflexión siguiente y los consecuentes proyectos de revitalización de los centros históricos y los conjuntos

rurales partió del reconocimiento de que son únicos e irrepetibles y por ello era importante reconocer a estos

por sus características peculiares aunque tengan pocos "valores artísticos", según el concepto académico, y

que la población se identifique con ella para mantener una parte fundamental de la historia de cada pueblo.

No es sólo una valoración monumental, son la consideración de otros muchos valores, entre ellos, los

simbólicos, culturales, y los que remiten a la memoria colectiva de una comunidad. Pero hay más, una defensa

del modelo social al que las estructuras del patrimonio arquitectónico sirven de marco físico, una crítica al

despilfarro económico e inmobiliario que su destrucción supone, una voluntad de mantener un fragmento

urbano irrepetible, y de conservarlo y recuperarlo como un sector más dentro de la planificación (como un

barrio, área rural) distinto y único, pero un espacio residencial popular y vivo, controlando y regulando la

entrada de otro usos (comerciales, terciarios, directivo, entre otros).

Aunque desde el punto de vista económico, y a simple vista, en algunos casos pueda ser financieramente

efectivo que recuperar la preexistencia sea más oneroso que urbanizar con arquitectura de reposición, los

ciudadanos no pueden mantener económicamente un desequilibrio entre capacidad urbana y número de

habitantes. Bajo este supuesto la reorganización de los territorios urbanos que presentan una alta tasa de

preexistencias de distintas calidades y jerarquías se muestra como más rentable que la continuada política

expansionista con una interminable inversión en infraestructuras, equipamientos y mantenimientos de los

mismos.

De ahí que económicamente recuperar a largo plazo sea más económico, la ciudad se mantiene con un menor

costo.

Con los elementos anteriores discutidos, internalizados y difundidos entre los técnicos, la etapa siguiente será

las estrategias en que el saber deberá interpelar al poder a partir de una práctica social, inferida de las

relaciones entre sociedad civil y Estado.

Es aquí donde la introducción de la noción de ―Referencia Cultural‖ relativiza el criterio del saber y pone

atención sobre el papel del poder, esto es: qué significan, cómo se apropian y cuándo constituyen acervos

patrimoniales activos de una sociedad determinada será ahora un campo de problemas de mayor urgencia que

el proceso instalado desde los sectores técnicos y académicos del catastro, relevamiento e inventario de las

manifestaciones patrimoniales. Por cierto que en esto último todavía queda mucho por hacer sin embargo es

necesario introducir modificaciones metodológicas para una identificación sin congelamiento, desplazando las

categorías de autenticidad por las de identidad.

En esta práctica social entre el saber y el poder creemos que la participación ciudadana será una instancia de

legitimación de las políticas del patrimonio cultural, ya que la construcción y el fortalecimiento ciudadano así lo

demanda. En esta fase tenemos ejemplos importantes de como lo han entendido a nivel latinoamericano países

como Brasil, que en este ámbito llevan la delantera con una Ley sobre el Patrimonio Intangible y un Grupo de

técnicos a cargo del PNPI (Programa Nacional del Patrimonio Inmaterial).(11)

En ese contexto se ha concluido recientemente que en la puesta en valor del patrimonio intangible ―la noción de

―referencia cultural‖ presupone la producción de informaciones y la investigación de soportes materiales para

documentarlas, pero significa algo más: un trabajo de elaboración de esos datos, de comprensión de la

resignificación de bienes y prácticas realizadas por determinados grupos sociales, en vista de la construcción

de un sistema referencial de la cultura de aquel contexto específico.‖(12)

Es por esto que cuando se ha insistido en ciertos sectores de los administradores del territorio en el turismo

como inductor de crecimiento, esto es no sólo una salida fácil, sino que muchas veces es la principal amenaza y

factor de riesgo permanente ya que es precisamente en el patrimonio intangible en donde se producen los

mayores impactos, muchas veces difíciles de medir y prever con anterioridad, creándose para mantener la

imagen inicial invocando la mal llamada ―cultura para el turismo‖ que resta credibilidad al producto turístico(13).

De hecho este es un problema que ha sido enfrentado por atractivos culturales que en las sociedades de alto

consumo ha tenido en jaque a los grandes conjuntos monumentales inscritos en la Lista de Patrimonio Mundial

de la UNESCO como la Acrópolis de Atenas(14).

3. Chiloé: un caso de acción local y reflexión universal.

Si la identidad de un lugar está estrechamente ligada a la valoración y protección de sus caracteres ambientales,

y dentro de estos los valores del patrimonio tangible e intangible son sus caracteres más pregnantes, es un

hecho que mientras más conocimiento hay sobre los lugares hay un cuidado mayor de ellos.(15)

Lo anterior lo podemos ejemplificar revisando uno de los ejemplos en que ese factor de identidad vehiculada por

la participación local ha sido un factor de desarrollo patrimonial, como es el caso de Chiloé, el cual es un

territorio que por sus particularidades contiene una serie de elementos y relaciones que lo convierten en un

sistema patrimonial reconocido desde un largo tiempo a esta parte.

Aquí el patrimonio ambiental comprende los eventos geográficos y la preexistencia cultural. Ambos dan forma a

la identidad que se expresa en una calidad de vida escogida por los habitantes de un espacio a través del

tiempo. Esta opción se materializa en un modo de ocupar el espacio y en un modo de la valorizar los recursos

naturales, como por ejemplo la papa.(16)

Ahora bien, si el medio ambiente urbano es todo aquello que configura un entorno que define la calidad de vida,

también lo constituyen los espacios públicos o de uso comunitario, los ‗lugares‘ que tienen significado histórico

y estético y proporcionan identidad colectiva, el ambiente de seguridad ciudadana o la trama urbana que facilita

la convivencia cívica. Todos estos componentes de la vida urbana interesan prioritariamente a los sectores

populares que no pueden construirse ―ciudades privadas‖; al contrario, construyen la ciudad de todos pero

luego son excluidos de sus ventajas.

Este diagnóstico general expresado para los territorios urbanos es válido también para los espacios definidos

por una escala de ―localidad menor‖ que presentan una mayor fragilidad ambiental, social y patrimonial, como

es el caso de Chiloé.

Una de las características de las localidades menores es la de tener una identidad cultural definida, aún cuando

ésta no tenga la dinámica necesaria para autosostenerse. La tendencia cultural de los centros mayores es la de

la homogenización, inducida por la gran presión que ejercen las comunicaciones ante las cuales la cultura local

va gradualmente diluyéndose en una cultura global, en la medida que el territorio no puede internalizar la

información recibida. Esta ―cultura global‖ actúa ejerciendo una suerte de dominio caracterizado por la

distribución de bienes estandarizados de consumo portadores de un mayor ―confort‖ y la transferencia de

tecnologías que se consideran más eficientes y eficaces. Esta cultura global, evidentemente dotada de una

mayor dinámica, va constituyéndose al corto plazo en un medio ambiente más apetecible.

Debemos considerar que, aún cuando en las localidades menores encontramos territorios deprimidos y valores

culturales en estado recesivo, en ellas vemos un factor de diversidad cultural. Intentar reactivar los valores

locales puede ser una estrategia general para intentar detener la polarización del territorio. Esta actitud puede

ser la plataforma que sustente una renovación territorial.

Una identidad territorial definida es, en la actualidad, un producto escaso, casi un producto no renovable, por lo

tanto, la valoración de este recurso debe constituirse en un potencial de desarrollo puesto que la identidad

cultural es lo que, en definitiva, constituye un atractivo cultural y por extensión un potencial de desarrollo.

En el caso de Chiloé hemos visto durante las últimas décadas un creciente proceso de integración al ―sistema

continental‖, de una rapidez y contundencia tal vez inédita, si se considera toda su historia desde el siglo XVI e

incluso antes. De hecho la inminente construcción de un puente que unirá la Isla Grande de Chiloé con el

continente, proyectado para los próximos años, es otro de los indicios de este fenómeno(17).

La relación del territorio con su producción cultural puede ser sometida a variaciones violentas producto de este

"acercamiento", incluso en los ámbitos científicos en donde el establecimiento de un diálogo con una apertura

ante el otro debe superar la relación objeto-sujeto de la antropología decimonónica. La que además de pecar de

ingenuidad positivista, en el plano epistemológico, no nos permitiría superar el umbral de lo ya visto mil veces

por los ojos del turista desprevenido.

En ese sentido un interesante proyecto de recuperación de la identidad local, a través de la historia oral, fue

desarrollado por el Obispado de Ancud desde la década del setenta, a través de los Cuadernos de Historia, en

donde se motivó a niños en edad escolar a entrevistar a sus abuelos y mayores no solamente para obtener

información sino que también para desarrollar conductas de pregnancia identitaria de alto valor social. Este

acervo de costumbres vernaculares producto de una larga historia es el que permitió mantener con vigencia las

condiciones de las preexistencias tangibles materializadas en los templos, en donde serán claves figuras como

la del Patrón o el Fiscal, celebraciones populares, fiestas y un sin número de creencias asociadas al sincretismo

religioso dan cuenta de esta fortaleza del patrimonio intangible(18).

Esta micro reseña nos muestra como en el caso de la cultura chilota lo que constituye su valor patrimonial es la

delicada relación entre los elementos del patrimonio material e inmaterial que hoy día son saberes reconocidos

por el poder, en una práctica que ha llevado a inscribir parta de su acervo material en la Lista de Patrimonio

Mundial de la UNESCO.

Este ejemplo nos sirve para ilustrar la conclusión basada en lo que hemos mencionado en otras ocasiones con

claridad: el patrimonio es la base del desarrollo, a lo que habría que apostillar ahora: del desarrollo local.

En su momento la puesta en valor del patrimonio tangible, que sigue siendo el conjunto de preexistencias más

evidentes, y ahora el patrimonio intangible, reconocido éste como un activo simbólico diseminado en la

sociedad, son en su conjunto los elementos que constituyen este amplio capital de desarrollo.

El manejo de este capital debe hacerse con responsabilidad ya que el único rédito posible es la solidaridad con

las sociedades futuras, más aún en el de carácter intangible que, por el momento, es más irreductible a la lógica

de la propiedad y el mercado, por lo que una práctica social inducida como referente de esta relación entre el

saber y el poder a través de los Cabildos Culturales tiene la oportunidad de ser un mecanismo de transferencia

en donde todos los actores pueden interrogar al saber y al poder, primer paso para la puesta en valor de sus

patrimonios locales.

4. Referencias Bibliográficas

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AA. VV. Seminario Internacional sobre Economía de la Cultura. Mecenazgo, Fondo Nacional de Las Artes,

Buenos Aires, 19 al 20 de agosto de 1998.

AA.VV. Ciudades Históricas. Congreso Mundial de Conservación de Patrimonio Monumental, ICOMOS, Morelia,

1999.

AA.VV. El Registro del Patrimonio Inmaterial , Ministerio de Cultura, IPHAN, Brasilia, 2002.

AA.VV. Ponencias Primer Congreso Internacional para la Conservación del Patrimonio Cultural, Comité

Ecuatoriano de ICOMOS, Riobamba, 9-12 de noviembre de 1994.

AA.VV. Seminario Taller: Rehabilitación integral en áreas o sitios históricos latinoamericanos, UNESCO-

ORCALC, Quito, 1994.

CARAVACA, Inmaculada et al. Patrimonio cultural y desarrollo regional, en EURE, Instituto de Estudios Urbanos,

Pontifica Universidad Católica de Chile, volumen XXII, n· 66 de octubre 1996.

GIOVANNONNI, Gustavo L‘Urbanisme face aux villes anciennes, Éditions du Seuil, París, 1998.

HARDOY, Jorge Enrique y Margarita GUTMAN Impacto de la urbanización en los centros históricos de

Iberoamérica, Ediciones Mapfre / PNUD UNESCO, Madrid, 1992.

LABARCA, Guillermo ¿Es necesaria una política para el arte? en PROPOSICIONES, Ediciones SUR, nº 18, 1990.

MOYANO, Emilio y Mayra LAZCANO Identidad social urbana. Una comparación exploratoria en asentamientos de

extrema pobreza, Arquitectura y Cultura, Escuela de Arquitectura, Universidad de Santiago,nº 1, 2001.

NORDENFLYCHT, José de Impacto del Patrimonio Intangible en la Estrategia de Desarrollo del Patrimonio

Cultural en Chile. en Seminario Internacional Patrimonio Intangible: Hombre, Tierra y Patrimonio, Comité

Brasileño del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios ICOMOS-BRASIL, Salvador de Bahía, 25 al 30 de

abril de 2002.

NORDENFLYCHT, José de Recuperación de una identidad fragmentada: proceso en torno a la centralidad de lo

patrimonial. en Seminario Patrimonio Cultural y Desarrollo Local. Hacia la definición de una Política Pública

Regional, Sala de Conferencias Cámara de Diputados, Congreso Nacional, 24 de septiembre de 1997.

SANTANA, Roberto La papa chilota como patrimonio cultural, LIDER, nº 5, Universidad de Los Lagos, Osorno,

1998.

Notas

José de Nordenflycht Concha

(*) Master en Historia, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Playa Ancha (Valparaíso-Chile). Su

trabajo permanente se relaciona con la investigación, curatoría y planificación territorial sobre el patrimonio

local en Valparaíso (Chile). Secretario General de Comité Chileno de ICOMOS. Coautor de Monumentos y Sitios

de Chile (Ediciones Altazor e ICOMOS-Chile, Santiago, 1999.) y autor de los libros El Gran Solipsismo. Juan Luis

Martínez, obra visual (Ediciones Puntángeles, Valparaíso, 2001) y Patrimonio Local. Ensayos sobre Arte,

Arquitectura y Lugar (Ediciones Puntángeles, Valparaíso, 2003).

Dirección: 3 Oriente Nº 1067, Viña del Mar, CHILE

tel. (56-32) 748778,

fax. (32-56) 258457

e-mail: [email protected].

(1) Una muestra de su buena salud desde hace una década es evidente si se examina con alguna atención los

proyectos, y publicaciones en la página web: www.monumentos.cl.

(2) Fundación Andes, Fundación Cultural Amigos de las Iglesias de Chiloé, Corporación del Patrimonio Cultural,

Comisión de Patrimonio del Colegio de Arquitectos, Ciudadanos por Valparaíso, entre muchas otras, son las que

resuenan por estos días.

(3) LABARCA, Guillermo ―¿Es necesaria una política para el arte?‖ en PROPOSICIONES, Ediciones SUR, nº 18,

1990.

(4) GARRETÓN, Manuel Antonio ―Financiamiento estatal e institucionalidad cultural en Chile.‖ En AA. VV.

Seminario Internacional sobre Economía de la Cultura. Mecenazgo, organizado por el Fondo nacional de Las

Artes, Buenos Aires, 19 al 20 de agosto de 1998.

(5) La relación entre desarrollo regional y puesta en valor patrimonial ha sido desarrollada por CARAVACA,

Inmaculada et Alt. "Patrimonio cultural y desarrollo regional", en EURE, Instituto de Estudios Urbanos, Pontifica

Universidad Católica de Chile, volumen XXII, n· 66 de octubre 1996, págs. 89-99. Véase además nuestros

planteamientos en

NORDENFLYCHT, José de Recuperación de una identidad fragmentada: proceso en torno a la centralidad de lo

patrimonial. Ponencia presentada en el Seminario Patrimonio Cultural y Desarrollo Local. Hacia la definición de

una Política Pública Regional, 24 de septiembre de 1997, Sala de Conferencias Cámara de Diputados, Congreso

Nacional.

(6) Cfr. HARDOY, Jorge Enrique y Margarita GUTMAN Impacto de la urbanización en los centros históricos de

Iberoamérica, Ediciones Mapfre / PNUD UNESCO, Madrid, 1992.

(7) ALMEIDA DE CASTRO, Adriana ―Partipaçao social na recuperaçao do patrimonio.‖ En AA.VV. Seminario

Taller: Rehabilitación integral en áreas o sitios históricos latinoamericanos, UNESCO-ORCALC, Quito, 1994.

(8) GIOVANNONNI, Gustavo L‘Urbanisme face aux villes anciennes, Éditions du Seuil, París, 1998.

(9) GAGO LLORENTE, Vicente ―La lógica económica del deterioro y la rehabilitación como política económica

urbana.‖ En A.A.V.V. Curso de Rehabilitación. La Teoría, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, Madrid, 1985.

(10) ―El Programa Nacional del Patrimonio Inmaterial –PNPI, instituido por el artículo 8º del Decreto nº 3.551 del 4

de agosto de 2000, tiene como objetivo implementar una política específica de inventario, referencia y

valorización de este patrimonio. El programa complementa y apoya el Registro, instituido por el mismo decreto,

intentando hacer viable la adecuada instrucción de los procesos, el tratamiento y acceso a las informaciones

producidas, la promoción del patrimonio cultural d naturaleza inmaterial junto a la sociedad, y el apoyo y

fomento a los bienes registrados.‖, en GTPI El Registro del Patrimonio Inmaterial , Ministerio de Cultura, IPHAN,

Brasilia, enero de 2002, pág. 177.

(11)LONDRES, Cecilia ―Referencias Culturales: Base para Nuevas Políticas de Patrimonio.‖ En GTPI , Op. Cit.,

pág.200.

(12) LEAL, María Micaela ―El turismo y la sustentabilidad perdida en áreas con valor patrimonial.‖, en AA.VV.

Ponencias Primer Congreso Internacional para la Conservación del Patrimonio Cultural, Organizado por el

Comité Ecuatoriano de ICOMOS, Riobamba, 9-12 de noviembre de 1994, pág. 155.

(13) ZIVAS, Dionysis ―Historic Towns end Villages in Greece: Tourist Development Versus Sustainable

Development.‖ En AA.VV. Ciudades Históricas. Congreso Mundial de Conservación de Patrimonio Monumental,

ICOMOS, Morelia, 1999.

(14) Como bien explica el psicólogo urbano Emilio Moyano, en MOYANO, Emilio y Mayra LAZCANO ―Identidad

social urbana. Una comparación exploratoria en asentamientos de extrema pobreza.‖ En revista Arquitectura y

Cultura, Escuela de Arquitectura, Universidad de Santiago,nº 1, 2001.

(15) SANTANA, Roberto ―La papa chilota como patrimonio cultural.‖ Revista LIDER, nº 5, Universidad de Los

Lagos, Osorno, 1998.

(16) Ver el inicio de un debate no concluido en los titulares "Chilotes temen perder su cultura y sus tradiciones",

en El Mercurio, 10 de noviembre de 1995.

(17)NORDENFLYCHT, José de ―Impacto del Patrimonio Intangible en la Estrategia de Desarrollo del Patrimonio

Cultural en Chile.‖ Ponencia presentada al Seminario Internacional Patrimonio Intangible: Hombre, Tierra y

Patrimonio, organizado por el Comité Brasileño del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios ICOMOS -

BRASIL, Salvador de Bahía, 25 al 30 de abril de 2002.

Imaginarios urbanos, espacio público y ciudad en América Latina

Florencia Quesada Avendaño(*)

Resumen: Se hace una caracterización general de las ciudades latinoamericanas contemporáneas, de sus

principales problemas tales como: crecimiento de la población, segregación, pobreza, economía informal, la

transformación del espacio público y el abandono del viejo centro histórico, la conformación de múltiples focos

de desarrollo y crecimiento, y los nuevos usos y formas del espacio público y privado. Además, se analiza como

Estudios y experiencias

Documentos

estos cambios urbanos, y la conformación de las megaciudades y otras aglomeraciones urbanas

latinoamericanas, han modificado las formas de vivir, percibir e imaginar la ciudad. Se explora como las

representaciones simbólicas e imaginarios urbanos de los habitantes, según su condición económica y socio-

cultural determinan los usos y vida cotidiana en las ciudades latinoamericanas.

Algunas cifras

Según un informe de las Naciones Unidas sobre las aglomeraciones urbanas realizado en el 2003, de las 24

megaciudades del mundo (con más de 8 millones de habitantes), cuatro se encuentran en América Latina:

Ciudad de México (18,7 millones, la segunda ciudad más grande del mundo), São Paulo (17,9 millones), Buenos

Aires (13 millones) y Río de Janeiro (11,2 millones). Lima, con 7,9 millones pronto formara parte de estas cifras

oficiales que la colocarán entre las megaciudades latinoamericanas.(1) Entre 1950 y el año 2005 el porcentaje de

la población urbana en América Latina y el Caribe pasó de 41,9% a 77,6%. Se estima que para el año 2030 esta

cifra aumentará a 84,6%. Actualmente la mayoría de la población en América Latina y el Caribe es urbana, más

que la población urbana europea (73,3%) y un poco menor que la población urbana norteamericana (80,8%). (2)

Según un informe de la CEPAL, sobre el Panorama Social de América Latina y el Caribe 2004, del total de la

población pobre en el año 2002, el 66,2% vivía en zonas urbanas. En otras palabras alrededor de 146,7 millones

de personas pobres viven en la ciudad. Con respecto a la distribución geográfica de la población pobre, casi la

mitad se concentra en tan solo dos países: Brasil (30%) y México (17%). En Colombia y en el Istmo

Centroamericano la población pobre en el año 2002 representó alrededor de un 10% del total regional.(3) En ese

mismo informe de la CEPAL se señaló, que uno de los rasgos más sobresalientes de la situación social de

América Latina es la marcada desigual distribución del ingreso que prevalece en la mayoría de los países, con la

consiguiente polarización y segregación social. Los grupos más ricos reciben en promedio el 36,1% del ingreso

de los hogares, aunque en países como Brasil, ese porcentaje supera el 45%.

Las ciudades latinoamericanas

La descripción general de algunas cifras y porcentajes del panorama urbano en América Latina y el Caribe,

permite contextualizar y comprender de forma sintética el complejo panorama que caracteriza a las ciudades

latinoamericanas en la actualidad. Me refiero al crecimiento urbano sin control —producto de la migración

interna, tanto de zonas rurales, de otras ciudades y de países limítrofes— que ha provocado la formación de las

megaciudades y grandes aglomeraciones, la extensión de los cinturones de miseria en las periferias urbanas, la

continua segregación de la población en ghettos y residenciales exclusivos, la transformación del espacio

público y la perdida de significación de los lugares públicos tradicionales como las plazas o parques centrales y

del creciente aumento de las desigualdades. Los altos niveles de contaminación del aire y de los ríos, el colapso

de algunos servicios públicos, la insuficiencia de recursos de las municipalidades para hacer frente a las

necesidades de la población, el precario transporte público y el congestionamiento del tráfico urbano, se suman

a esta lista de problemas urbanos que son el pan de cada día de las ciudades latinoamericanas. La fusión de

todos estos factores, han provocado el deterioro de las condiciones de vida en general de los habitantes en las

urbes, especialmente para los sectores pobres y de extrema pobreza que cada día son más numerosos en la

ciudad.

Dentro de este complejo panorama es necesario entender cómo viven, perciben e imaginan las ciudades sus

pobladores y como se modifican estas percepciones, como producto de las transformaciones en la ciudad. Las

formación de megaciudades y otras grandes aglomeraciones en América Latina, plantean nuevos retos y formas

de cómo analizar lo urbano, es dentro de este contexto que es fundamental repensar que está ocurriendo con la

dimensión cultural en las ciudades latinoamericanas.(4)

Como apuntó el historiador e urbanista argentino Jorge Hardoy, lo que prevalece en América Latina desde hace

varias décadas es una ciudad-región que combina las peores consecuencias de un masivo crecimiento

demográfico y de un crecimiento físico sin controles, que han producido a la vez dos ciudades paralelas: la legal

y la ilegal. La primera es parte de la historia oficial. La segunda está formada por los barrios pobres y las

urbanizaciones ilegales y constituye un componente esencial de la ciudad latinoamericana contemporánea.

La ciudad ilegal, con un mosaico de nombres diferentes de acuerdo con cada país latinoamericano (callampas

en Chile, pueblos jóvenes en Perú, favelas en Brasil, villas miseria en Argentina, vecindades o colonias

populares en México, tugurios en Costa Rica, ranchos en Venezuela y Guatemala), ha transformado la estructura

y el paisaje de las ciudades latinoamericanas. Estos asentamientos se localizan en los sitios menos favorecidos

Reseñas

Eventos

de la ciudad, generalmente en las laderas de las montañas o en los cauces de los ríos y están propensos a

inundaciones y deslizamientos que ponen en riesgo la vida de sus pobladores. Si los asentamientos no son

intervenidos por las autoridades, con el tiempo se convierten en permanentes y se comienzan a instalar algunos

servicios públicos. En Lima y en sus desérticos suburbios hoy viven más de 2 millones de personas en los

denominados irónicamente ―pueblos jóvenes‖. El ejemplo emblemático de la consolidación de un asentamiento

ilegal y de su exitosa organización comunal es la Villa El Salvador en Lima, pero, la mayoría de estos

asentamientos en medio del desierto, no cuentan con los mínimos servicios como agua potable.

El aumento de la economía o sector informal en las ciudades latinoamericanas es otro de los muchos problemas

que aquejan por igual a las urbes en la región. Este sector informal, representado de manera más visible por los

miles de vendedores ambulantes, está presente en las calles y aceras a lo largo y ancho del continente y plantea

serios problemas de índoles social y económico. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo,

el empleo urbano informal aumentó entre 1990 y 2003 del 43% al 46% en toda la región. La proporción de

hombres empleados en la economía informal urbana también aumentó en la última década del 39,5% al 44% y

afectó más a las mujeres, cuyo porcentaje se incrementó del 47,5% al 50%. En países como Perú, Bolivia y

Ecuador y varios países centroamericanos este sector informal representa más del 60% de la PEA.(5)

El centro histórico y/o el casco antiguo de la ciudad, expresión de la traza fundacional propuesta por los

colonizadores españoles, la retícula ajedrezada que constituía hasta alrededor de 1950 el corazón de las

ciudades latinoamericanas, ha tenido un proceso de clara decadencia y degradación y una disminución de sus

habitantes. El incremento de la contaminación, el tráfico y el fuerte congestionamiento en esas áreas centrales

no estimula tampoco la inversión pública o privada. Los antiguos centros históricos, por ejemplo en el caso de

las capitales centroamericanas, han sido tomados por los vendedores ambulantes que proliferan en sus

estrechas aceras y calles y los comercios de baratijas ―made in China‖ ahora colman los viejos almacenes

comerciales. Muchos de estos edificios permanecen abandonados y en un continuo deterioro. La ausencia de

recursos locales y la falta de interés para fomentar la inversión, no presentan un futuro muy alentador y existen

pocas perspectivas a corto plazo para la transformación y renovación de los distritos centrales.

El proceso de deterioro se ha revertido en algunos casos a partir de la década de 1990, como en Lima, Quito,

Bogotá y la Ciudad de México, que han llevado a cabo proyectos de restauración de sus antiguos centros

históricos. Las que en otro tiempo fueran congestionadas calles y aceras llenas de ventas ambulantes, han sido

literalmente limpiadas y los vendedores relocalizados a otros puntos de la ciudad, el patrimonio arquitectónico

ha sido restaurado y se han creado bulevares peatonales y otros servicios que intentan recrear o emular a las

ciudades de inicios del siglo XX. Casi como un modelo repetitivo, se vuelven a instalar faroles, bancas y todo

tipo de infraestructura de inicios del siglo pasado, para emular ese glorioso pasado urbano que se ha idealizado.

En algunas ciudades se impulsan proyectos de repoblamiento del antiguo centro. Por ejemplo, en San José, la

Municipalidad como parte del Plan Director Urbano, ha propuesto la reutilización de los viejos comercios, y la

remodelación de sus estructuras para convertirlos en edificios de apartamentos mixtos. Con esas medidas, se

intenta dar vida y nuevos usos y funciones al centro tradicional ―abandonado‖ por los sectores medios y altos;

pero estos son apenas proyectos que la mayoría se quedan en el papel.

Al mismo tiempo, la segregación residencial sigue en incremento y se ha acentuado el proceso con una

creciente polarización del espacio urbano. Con los crecientes niveles de delincuencia, secuestros, y otros

crímenes, el enclaustramiento de las familias ricas en zonas protegidas, es la norma. El modelo de condominio

de lujo con sistemas de seguridad privados se ha extendido en las ciudades de América Latina de forma

generalizada. Las clases medias, que cada vez son menos numerosas, también han adoptado un sistema similar

de vivienda en condominios o multifamiliares, con organización barrial. El acceso a estas antiguas vías públicas,

ahora es privado, y el paso es regulado por los vecinos y los nuevos sistemas privados de seguridad

mantenidos por los vecinos. Lo que también ha producido cambios sustanciales en el uso de las vías públicas,

ahora convertidas en privadas.

En suma, la segregación espacial y el abandono del centro tradicional, plantea una transformación importante en

los usos tradicionales del espacio público en la ciudad latinoamericana. No sólo las elites se segregan cada día

más, sino también otros grupos sociales medios y populares siguen un patrón similar por razones de seguridad.

Estos factores unidos al crecimiento en la periferia y diversificación de servicios, da como resultado que ya no

exista un solo centro, sino múltiples centros dispersos. Las megaciudades latinoamericanas y otras capitales de

―menor tamaño‖ son hoy día policéntricas, con diversos polos de desarrollo. A pesar de que en algunas de ellas

todavía existe un centro simbólico, en la mayoría de las ciudades ya no es posible definir cuál es su centro. Las

megaciudades y grandes aglomeraciones urbanas latinoamericanas se extienden como una gran mancha que se

pierde en el horizonte, cuyos habitantes difícilmente llegan a conocer en su totalidad, y mucho menos a transitar

o a imaginar en conjunto.

Un fenómeno de finales del siglo XX, en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, es la proliferación de los

macrocentros comerciales a la manera norteamericana, que representan hoy día un papel cultural de

importancia. Los malls han producido nuevos ―seudo-espacios públicos‖ para el consumo de un estilo de vida,

que imita la cultura estadounidense, dominados y controlados por grandes franquicias extranjeras. En estos

espacios se promueve un modelo de vida, representado, sobre todo, por los valores y cultura de los Estados

Unidos. En ellos se consume desde comida rápida o chatarra, vestimenta de todo tipo, video juegos, discos

compactos y diversos entretenimientos (como los multicines con el monopolio de la producción

hollywoodiense). Además se ofrecen servicios públicos diversos, gimnasios, discotecas, oficinas públicas, todo

en un solo espacio.

Los malls son lugares donde la arquitectura monumental importada, está asociada con el paseo y la recreación,

pero ante nada son espacios creados y pensados para el consumo. A la vez, son un nuevo espacio público para

la distinción y diferenciación simbólica especialmente de las clases altas y medias. La construcción ilimitada de

estos ―moles/males‖ comerciales (pareciera que se reproducen como hongos en el bosque), en diferentes

puntos de la ciudad, no sólo ha cambiado el paisaje urbano, sino que también ha transformado el uso del

espacio público en las ciudades de América Latina, además de reestructurar, en forma concentrada las

inversiones, los servicios y provocar la desaparición de pequeños comercios y locales que no pueden competir

con ellos.

La percepción de seguridad que se tiene de estos lugares, por sus condiciones de infraestructura, distinción,

higiene y seguridad, también fomentan el uso de estos espacios comerciales para la sociabilidad. Por ejemplo,

los padres de familia, preocupados por la seguridad de sus hijos —especialmente de los adolescentes—,

prefieren que estos socialicen y se diviertan en el mall con sus amigos, en un ambiente cerrado y seguro, a que

frecuenten otras zonas de la ciudad consideradas y percibidas como peligrosas. En suma, los centros

comerciales han transformado de manera fundamental el uso del espacio urbano y del consumo, incluido el

consumo cultural en las ciudades latinoamericanas.

La ciudad: las formas de vivirla, de imaginarla y de ¿compartirla?

La población urbana adopta diferentes estrategias y formas de vivir la ciudad de acuerdo con sus condiciones

económicas y socio-culturales, cada habitante tiene formas diferentes de pensar e imaginar la ciudad, y adoptan

prácticas territoriales particulares.(6) Según García Canclini, la ciudad ―se concibe tanto como un lugar para

vivir, como un espacio imaginado‖. (7) Y las representaciones simbólicas o imaginarios urbanos permiten

entender como el ciudadano percibe y usa la ciudad y como elaboran de manera colectiva ciertas maneras de

entender la ciudad subjetiva, la ciudad imaginada, que termina guiando con más fuerza los usos y los afectos

que la ciudad ―real‖.

La creación de las megaciudades en el caso de México, Brasil, Argentina y Perú, entre otras al igual que la

formación de grandes aglomeraciones urbanas latinoamericanas, han modificado significativamente los usos,

formas de vivir, pensar e imaginar a la ciudad. Gustavo Remedi argumenta, que como parte del proceso de

transformación urbano de las últimas décadas, en las ciudades latinoamericanas se ha dado una transformación

del modelo cultural. Remedi se refiere a cuatro fenómenos espaciales que han sido determinantes: ―la

emergencia de ‗zonas‘ y ‗locales‘ especializados para el paseo y el consumo, ‗la casa mundo‘, ‗el barrio -mundo‘

y el aumento de la importancia de los espacios públicos y virtuales (teléfono, radio, internet, video)‖.(8)

La percepción y determinación que una zona de la ciudad es la más peligrosa, es la que incide en la decisión de

transitar, habitar, o invertir en ella, no siempre basada en hechos y datos reales, sino muchas veces definida por

la percepción que tenemos de esa zona específica de la ciudad y de ese ―mapa mental‖ que nos hemos formado

de ella. Algunos sectores, son considerados por ciertos grupos sociales como ―peligrosos‖ por esas zonas

violentas e inseguras nunca se transita. Para las elites urbanas, que se han recluido en sus ―burbujas‖ y

mundos exclusivos de condominios cerrados, clubes, escuelas, centros comerciales; el antiguo centro ha

perdido sentido y valor. Ahora es un espacio ―vacío‖, según su nueva reconceptualización de la ciudad, ya no

vale la pena frecuentarlo. Estos centros tradicionales, simbolizados por el parque o plaza central, que todavía

conforman el centro histórico y son patrimonio arquitectónico en muchas ciudades latinoamericanas, han sido

―tomados‖ especialmente por los sectores populares en la vida cotidiana, como lugar de trabajo y diversión, lo

mismo que los nuevos inmigrantes que dan nuevos usos y funciones a ese espacio público.

Las percepciones reales o imaginadas de la inseguridad en las ciudades, no sólo han motivado a no frecuentar

ciertos espacios, sino que también por temor a ser asaltado, secuestrado o agredido sus habitantes se han

literalmente enclaustrado en sus espacios cerrados y privados, como ya lo analizamos. José Fuentes Gómez,

menciona que esos ―imaginarios asociados al miedo forman un conjuntos de imágenes concretas que en

ciudades como Bogotá o México pueden llegar a dominar los imaginarios urbanos. Lejos de ser ficticios, tales

imaginarios ―encarnan la tensión social y el antagonismo de clases‖.(9)

La percepción de la inseguridad está cada vez más generalizada en la población latinoamericana, el incremento

de esta percepción tiene una base real en el aumento de los delitos, pero también está se promueve y se

incentiva por el tratamiento de la noticia y sensacionalismo en los medios de comunicación.(10) En muchas de

las grandes ciudades latinoamericanas, el encierro es la norma, en Buenos Aires, estos espacios son conocidos

como ―barrios con candado‖ y en la Ciudad de México se les denomina ―fraccionamientos privados‖. Se vive

entre rejas, casa enrejada, barrio enrejado y vigilado, automóviles con múltiples alarmas antirobo, lo que

también ha modificado el uso del espacio público para dar paso a una privatización del espacio, y a la vez ha

debilitado el sentido comunal de los barrios y los lazos de solidaridad.

Para analizar un caso más específico, nos referiremos a una capital secundaria, San José, y al Gran Área

Metropolitana (GAM) de la cual es parte. Un espacio de apenas 1.778 km2 que incluye a las principales ciudades

del Valle Central y en el que vive más de la mitad de la población nacional. San José, sufre de los mismos

problemas de las grandes megaciudades a una escala pequeña. Según un estudio realizado por el psicólogo

Marco Fournier, la percepción de inseguridad en Costa Rica es desproporcionada con respecto a la inseguridad

real. La sensación de inseguridad se origina de la crisis económica crónica del país y también por la frecuencia

con que los medios de comunicación presentan los hechos delictivos de forma sensacionalista y distorsionada,

entre algunas de sus causas.(11)

En San José y el GAM se vive siempre con miedo, a ser asaltado en la calle, en el autobús, en el carro, pero

también dentro de su propia casa. Las viviendas difícilmente se dejan solas, y sus habitantes se vuelven

esclavos de ellas. Los pobladores viven refugiados en ―fortalezas‖, reforzados con candados y cadenas: una

ciudad hecha cárcel. El fenómeno afecta tanto a ricos, como clases medias o populares que invierten sumas

considerables en instalar sistemas de seguridad para sus viviendas y automóviles, de acuerdo con sus

posibilidades y recursos.

En el documental realizado por Hernán Jiménez sobre el fenómeno de encarcelamiento voluntario en San José:

Doble llave y cadena: el encierro de una ciudad, se analizan estos imaginarios y percepciones de los

costarricenses, y como los habitantes de San José cada vez más viven entre rejas.(12) Las viviendas, escuelas,

parques y hasta iglesias rodeadas de barrotes y todo tipo de sistemas de seguridad, se asemejan a cárceles.

Como dice el dicho popular: ―los ciudadanos viven entre rejas y los delincuentes andan sueltos.‖ Esta actitud

que revela un cambio cultural y social de gran trascendencia en la ciudad, forma parte de esos imaginarios

urbanos de las grandes aglomeraciones latinoamericanas. Este cambio mental y cultural contrasta notablemente

con el mito del pacifismo, con el cual siempre se ha caracterizado a Costa Rica, a su capital y por ende a sus

habitantes. El punto central del documental, es que aunque probablemente los niveles de delincuencia e

inseguridad se han incrementado en San José en los últimos años, son determinantes las percepciones de esa

inseguridad y miedo que han creado una especie de paranoia en sus habitantes, y que los ha llevado de forma

generalizada a protegerse y a aislarse.

Como lo analiza Jiménez en el documental, el modelo de aislamiento ha erosionado el sentido de comunidad en

los barrios y residenciales. Los niños y niñas de sectores medios y altos salen muy poco a jugar en las calles, se

vuelven cada vez más sedentarios y dependientes de la televisión o el nintendo, como formas de diversión

dentro de su casa. Estas practicas y forma de vida, fomentan el individualismo y sedentarismo desde pequeños.

Este fenómeno esencialmente urbano, Jiménez lo contrasta con la vida al aire libre, segura y tranquila en que

todavía viven los habitantes de las zonas rurales del Valle Central.

Los inmigrantes nicaragüenses, la minoría de mayor importancia en la capital y en Costa Rica, forma parte de

ese imaginario negativo y psicosis del miedo y de la ―otredad‖. Los nicaragüenses son percibidos como una

amenaza(13) A estos se les achacan todos los males nacionales, incluidos la inseguridad y delincuencia, aunque

irónica y contradictoriamente estos representan, entre otras cosas, una mano de obra fundamental para Costa

Rica (construcción, servicio doméstico, agricultura). Estas percepciones y actitudes, promueven la xenofobia y

el racismo y el consiguiente aislamiento de sus habitantes y la vida entre rejas.

Como lo analizamos, la segregación espacial y el crecimiento desmedido de las ciudades ha dado como

resultado la existencia de muchas ciudades en una sola. Ciudades policéntricas, con una gran diversidad de

formas de vivirla, pensarla y de apropiarse de diferentes espacios dentro de la misma. Como bien lo ha

estudiado García Canclini para el caso de la Ciudad de México (identificó al menos cuatro diferentes ciudades),

en los usos de la ciudad y los viajes urbanos que realizan sus habitantes se ha perdido la experiencia del

conjunto urbano y se ha debilitado el sentido de solidaridad y el sentimiento de pertenencia.(14)

Como se presenta de forma crítica e irónica en la película mexicana Todo el poder de Fernando Sariñana, la

visión total de la urbe y las percepciones de esa megaciudad, están fuertemente condicionadas por los medios

de comunicación, como la televisión y la radio que son determinantes en la opinión pública.(15) En esta comedia

urbana, el helicóptero que sobrevuela la ciudad, y cuenta cada mañana el estado general del tránsito —y de paso

se refiere a la corrupción de sus políticos e inseguridad de los ciudadanos de forma irónica— es el único que

puede dar una visión de conjunto de esa gigantesca mancha urbana que es la Ciudad de México. En otras

palabras, sólo desde los aires es posible abarcar la vastedad de la segunda ciudad más grande del mundo, con

volcanes de fondo y contaminación extrema.

Pero también, son las ciudades latinoamericanas —tanto las megaciudades como aglomeraciones medianas y

de menor tamaño— los espacios donde convergen siglos de historia, y se superponen y entremezclan de muy

variadas formas diferentes momentos históricos. Las ciudades latinoamericanas, son más que grandes cifras de

pobreza, violencia y desigualdad social. Son también mestizas e híbridas, con una gran complejidad

multicultural. Dentro del caos, también se generan formas creativas para enfrentar los problemas y se crean

expresiones culturales originales que reflejan y representan ese mestizaje y confluencia de procesos. En un

estudio que realizó Silverio González sobre el significado de Caracas para sus habitantes, quedó patente que

esa capital es percibida como una ciudad caótica, pero al mismo tiempo, como un lugar de oportunidades. Como

expresó un joven estudiante que cita González: ―Caracas es el centro de muchas cosas, de muchas actividades,

es una mezcla de valores, de cultura, de ideas, de ideologías… es como un volcán, ya sea por manifestación de

alegría o por algo negativo‖.(16)

Comprender y valorar la ciudad latinoamericana es tratar de conciliar esa diversidad de realidades y discursos,

para buscar formas de coexistencia ante la diversidad, que tienden a expresarse en racismo, conflicto,

polarización y miedo. La cultura urbana, o más bien las culturas urbanas, tienen un papel central en este

proceso. ¿De qué forma es posible construir espacios públicos en las ciudades latinoamericanas

contemporáneas dentro de dinámicas más democráticas y menos segregacionistas? ¿Cómo incorporar a los

millones de pobres urbanos a las estructuras urbanas ―legales‖ con los mismos derechos y posibilidades que el

resto de los ciudadanos?

Según García Canclini, la pregunta central de lo que él denomina la multiculturalidad urbana, es comprender

como coexisten las diversas ciudades y grupos en la ciudad latinoamericana contemporánea ¿Cómo se puede

comprender una ciudad que ya no tiene centro y aparece disgregada, ciudades que están llenas de

contradicciones, ciudades con los últimos avances tecnológicos y de comunicaciones y al mismo tan

incomunicadas y congestionadas al interior de su propio entorno urbano?

En suma, lo esencial es como lograr la inclusión cultural de diversos sectores sociales, dentro de esa

complejidad urbana y retomar los espacios públicos de la ciudad que tienden a la continua privatización del

espacio. Cómo incorporar a los 146 millones de pobres —que arrojan las cifras oficiales— que viven en las

márgenes, excluidos de la ciudad. Tarea ardua e imposible con el presente ―modelo‖ de crecimiento urbano y

económico que promueve una creciente segregación y polarización social. Y que excluyen a un ―ejército‖ cada

vez mayor de indigentes que colman las periferias urbanas, muchos de los cuales intentan ganarse la vida desde

muy temprana edad, entre actos de magia y limpieza de parabrisas en las calles y semáforos latinoamericanos.

Notas

Florencia Quesada(*)

Doctorante en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Helsinki y de Historia de la École des Hautes

Études en Sciences Sociales (EHESS) en París. Obtuvo un D.E.A en historia de la Université de Paris 1-Panthèon

Sorbonne. Ha sido investigadora en la Universidad de Costa Rica. Actualmente es investigadora del Instituto

Renvall, Universidad de Helsinki, e imparte cursos en esa universidad. También es profesora del programa

AMELAT, de estudios avanzados de América Latina. Se ha especializado en la historia urbana de América Latina,

especialmente de Guatemala y Costa Rica, como su libro, ―En el Barrio Amón. Arquitectura, familia y

sociabilidad del primer residencial de la elite urbana de San José‖.

(1) Population Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Nations Secretariat. Urban

Agglomerations 2003. http://www.un.org/esa/population/publications/wup2003/2003urban_agglo.htm

(2) Population Division of the Department of Economic and Social Affairs of the United Nations Secretariat. World

Population Prospects: The 2004 Revision and World Urbanization Prospects: The 2003 Revision.

http://esa.un.org/unpp/

(3) División de Desarrollo Social, Estadísticas y Proyecciones Económicas, CEPAL. Panorama Social de América

Latina 2004. New York: CEPAL-Naciones Unidas, 2004. http://www.eclac.org

(4) García Canclini, Néstor. Imaginarios urbanos. Buenos Aires: EUDEBA, 1999, p. 76.

(5) Panorama Laboral 2004. Lima: OIT/Oficina Regional para América Latina y el Caribe, 2004.

http://www.oit.org.pe/portal/despliegue_seccion_panorama.php?secCodigo=22

(6) Para el caso de Bogotá ver: Silva Armando. Bogotá Imaginada. Bogotá: Taurus, Convenio Andrés Bello, 2003.

(7) García Canclini, Op. Cit., p. 107.

(8) Remedi, Gustavo. ―La ciudad latinoamericana S. A. (o el asalto al espacio público)‖. Escenarios 2, No. 1, abril

2000, http://www.escenario2.org.uy/numero1/remedi.htm.

(9) Fuentes Gómez, José H. ―Imágenes e imaginarios urbanos: su utilización en los estudios de las ciudades.‖

Ciudades. Imaginarios Urbanos, No. 46. abril-junio, 2000, RNIU, Puebla, México, pp. 3-10, p. 9.

(10) División de Desarrollo Social, Estadísticas y Proyecciones Económicas, CEPAL. Panorama Social de

América Latina 1998. New York: CEPAL-Naciones Unidas, 1999.

http://www.eclac.cl/publicaciones/DesarrolloSocial/0/lcg2050/Sintesis_1998.pdf

(11) Fournier, Marco Vinicio. ―La violencia en Costa Rica: un problema estructural‖. Revista de Ciencias Penales.

Mayo-99, Año 11, No. 16. http://www.cienciaspenales.org/revista16f.htm

(12) Jiménez, Hernán. Doble Llave y Cadena: El Encierro de una Ciudad. Documental, Costa Rica, 2004, 42 min.

(13) Para un análisis de la construcción histórica de esa otredad y de la situación contemporánea ver Sandoval

García, Carlos. Otros amenazantes. Los nicaragüenses y la formación de identidades nacionales en Costa Rica.

San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002.

(14) García Canclini. Op. Cit., pp. 77-81. y García Canclini, Néstor, Castellanos Alejandro y Mantecón, Ana Rosas.

La ciudad de los viajeros. Travesías e imaginarios urbanos: México, 1940-2000. Colección Antropología México:

UAM / Grijalbo, 1996.

(15) Sariñana, Fernando (director). Todo el poder. México, 1999.

(16) González Téllez, Silverio. ―Significado de Caracas para sus habitantes.‖ Ciudades. Imaginarios Urbanos, No.

46. abril-junio, 2000, RNIU, Puebla, México, pp. 18-24, p. 21.

Red académica de cátedras Unesco en gestión del patrimonio

Fabio Rincón(1)

La Cátedra Unesco ―gestión integral del patrimonio‖ Manizales-Colombia

La Cátedra UNESCO de Manizales ―Gestión Integral del Patrimonio‖ fue creada el 4 de abril de 2000 mediante convenio interinstitucional firmado por el director general de la UNESCO, el Ministro de Cultura de Colombia y el Vicerrector de la Universidad Nacional de Colombia sede Manizales.

Los objetivos principales de esta Cátedra son promover el sistema integrado de actividades de investigación, formación y documentación de la gestión integral del patrimonio cultural así como promover la cooperación interuniversitaria a nivel internacional.

En junio del 2000 tuvo lugar el Curso Taller ―Gestión del patrimonio tangible e intangible‖ en donde se trataron diferentes tópicos como: Multiculturalidad y patrimonio integral, Patrimonio edificado – centros históricos, Patrimonio y apropiación social, Turismo producto cultural, Patrimonio y normatividad, Formulación y gestión de proyectos culturales, Cementerios patrimoniales.

Esta cátedra es la primera sobre este tema en América Latina, dando la oportunidad a los países andinos para compartir e intercambiar ideas e iniciativas sobre la situación del patrimonio cultural tangible e intangible, convirtiéndose en una Cátedra madre; es así como se ha incentivado y promovido la creación de la Cátedra ―Gestión del patrimonio cultural, con énfasis en el patrimonio oral e intangible y en la cultura tradicional y popular‖ de la ciudad de Oruro, Bolivia (Septiembre 14 -25 de 2001) y adelantado acciones con la Universidad de Yaracuy en Venezuela con el propósito de establecer una nueva cátedra.

La red académica de Cátedras Unesco en gestión del Patrimonio

El programa Cátedra UNESCO ―Gestión Integral del Patrimonio‖ de la Universidad Nacional y el Ministerio de Cultura presentan la propuesta ―Red Académica de Cooperación Internacional de Cátedras UNESCO en Gestión del Patrimonio‖ que se propone producir negociaciones

consensuadas de las agendas de las Cátedras miembros así como de: objetivos y formas de organización para la resolución de problemas comunes y desarrollar temas afines a la gestión del patrimonio que estén relacionados y respaldados con entidades de educación superior.

Con la Red Académica de Cooperación Internacional de Cátedras UNESCO En Gestión del Patrimonio, se propone:

Propiciar el establecimiento de una cultura de compromiso y cooperación entre las Cátedras

UNESCO que contemplan objetivos de gestión del Patrimonio.

Definir metodologías de cooperación que logren asumir proyectos internacionales complejos y ambiciosos con éxito.

Elaborar estrategias y mecanismos para una rápida y eficiente transferencia de conocimientos

entre las Cátedras.

Promover el desarrollo de las instituciones de educaciones a que pertenecen las Cátedras.

Facilitar una colaboración igualitaria entre instituciones de enseñanza superior respetando

plenamente la autonomía universitaria.

Apoyar a los países en desarrollo para el fortalecer las capacidades de formación o investigación de alto nivel.

Acciones a corto plazo

1. Creación de un equipo conformado por representantes de las cátedras de los países miembros, por medio de una reunión de carácter internacional que avale la red y sus propósitos.

Resultados esperados

1. Contratación internacional entre universitarios y otros especialistas sobresalientes de prestigio internacional en diversos campos del Patrimonio Cultural.

2. Asociación de investigadores de las cátedras y de las universidades al servicio de la enseñanza, investigación y administración a nivel internacional.

3. Concesión de subvenciones y becas a estudiantes o investigadores, para realizar diferentes tipos de estudios de posgrado, etc.

4. Elaboración de programas y cursos de estudio que al mismo tiempo respondan a la necesidad de la institución en que se crea o coordina la Cátedra UNESCO y a las necesidades regionales y subregionales, permitan a los estudiantes adquirir una formación reconocida internacionalmente.

5. Elaboración de estrategias y mecanismos para una rápida y eficiente transferencia de conocimientos y su aplicación a las condiciones y necesidades específicas de los países y sus sistemas de enseñanza superior.

6. Diseñar una metodología de trabajo que permita aprovechar mejor las posibilidades de una cooperación internacional más amplia.

7. Desarrollo de acciones de cooperación local de forma coordinada que sirvan de apoyo a la cooperación internacional.

8. Mejorar el conocimiento de las políticas de cooperación de los países a que pertenezcan las Cátedras y de Organizaciones e Instituciones Internacionales vinculadas a la educación y a la cultura.

9. Hacer de la cooperación internacional un instrumento de fortalecimiento de la Cultura.

De esta forma la Red Académica de Cátedras UNESCO en Gestión del Patrimonio, es una

propuesta concreta de cooperación cultural internacional que acoge a los postulados y principios de la UNESCO y de las Cátedras UNESCO de Gestión del Patrimonio para una acción internacional eficaz y práctica.

Nota:

(1) Fabio Rincón Cardona Colombia. Titular Cátedra UNESCO ―Gestión Integral del Patrimonio

Red académica de cátedras Unesco en gestión del patrimonio

Fabio Rincón(1)

La Cátedra Unesco ―gestión integral del patrimonio‖ Manizales-Colombia

La Cátedra UNESCO de Manizales ―Gestión Integral del Patrimonio‖ fue creada el 4 de abril de 2000 mediante convenio interinstitucional firmado por el director general de la UNESCO, el Ministro de Cultura de Colombia y el Vicerrector de la Universidad Nacional de Colombia sede Manizales.

Los objetivos principales de esta Cátedra son promover el sistema integrado de actividades de investigación, formación y documentación de la gestión integral del patrimonio cultural así como promover la cooperación interuniversitaria a nivel internacional.

En junio del 2000 tuvo lugar el Curso Taller ―Gestión del patrimonio tangible e intangible‖ en donde se trataron diferentes tópicos como: Multiculturalidad y patrimonio integral, Patrimonio edificado – centros históricos, Patrimonio y apropiación social, Turismo producto cultural, Patrimonio y normatividad, Formulación y gestión de proyectos culturales, Cementerios patrimoniales.

Esta cátedra es la primera sobre este tema en América Latina, dando la oportunidad a los países andinos para compartir e intercambiar ideas e iniciativas sobre la situación del patrimonio cultural tangible e intangible, convirtiéndose en una Cátedra madre; es así como se ha incentivado y promovido la creación de la Cátedra ―Gestión del patrimonio cultural, con énfasis en el patrimonio oral e intangible y en la cultura tradicional y popular‖ de la ciudad de Oruro, Bolivia (Septiembre 14-25 de 2001) y adelantado acciones con la Universidad de Yaracuy en Venezuela con el propósito de establecer una nueva cátedra.

La red académica de Cátedras Unesco en gestión del Patrimonio

El programa Cátedra UNESCO ―Gestión Integral del Patrimonio‖ de la Universidad Nacional y el Ministerio de Cultura presentan la propuesta ―Red Académica de Cooperación Internacional de Cátedras UNESCO en Gestión del Patrimonio‖ que se propone producir negociaciones

consensuadas de las agendas de las Cátedras miembros así como de: objetivos y formas de organización para la resolución de problemas comunes y desarrollar temas afines a la gestión del patrimonio que estén relacionados y respaldados con entidades de educación superior.

Con la Red Académica de Cooperación Internacional de Cátedras UNESCO En Gestión del Patrimonio, se propone:

Propiciar el establecimiento de una cultura de compromiso y cooperación entre las Cátedras

UNESCO que contemplan objetivos de gestión del Patrimonio.

Definir metodologías de cooperación que logren asumir proyectos internacionales complejos y

ambiciosos con éxito.

Elaborar estrategias y mecanismos para una rápida y eficiente transferencia de conocimientos

entre las Cátedras.

Promover el desarrollo de las instituciones de educaciones a que pertenecen las Cátedras.

Facilitar una colaboración igualitaria entre instituciones de enseñanza superior respetando

plenamente la autonomía universitaria.

Apoyar a los países en desarrollo para el fortalecer las capacidades de formación o

investigación de alto nivel.

Acciones a corto plazo

1. Creación de un equipo conformado por representantes de las cátedras de los países miembros, por medio de una reunión de carácter internacional que avale la red y sus propósitos.

Resultados esperados

1. Contratación internacional entre universitarios y otros especialistas sobresalientes de prestigio internacional en diversos campos del Patrimonio Cultural.

2. Asociación de investigadores de las cátedras y de las universidades al servicio de la enseñanza, investigación y administración a nivel internacional.

3. Concesión de subvenciones y becas a estudiantes o investigadores, para realizar diferentes tipos de estudios de posgrado, etc.

4. Elaboración de programas y cursos de estudio que al mismo tiempo respondan a la necesidad de la institución en que se crea o coordina la Cátedra UNESCO y a las necesidades regionales y subregionales, permitan a los estudiantes adquirir una formación reconocida internacionalmente.

5. Elaboración de estrategias y mecanismos para una rápida y eficiente transferencia de conocimientos y su aplicación a las condiciones y necesidades específicas de los países y sus sistemas de enseñanza superior.

6. Diseñar una metodología de trabajo que permita aprovechar mejor las posibilidades de una cooperación internacional más amplia.

7. Desarrollo de acciones de cooperación local de forma coordinada que sirvan de apoyo a la cooperación internacional.

8. Mejorar el conocimiento de las políticas de cooperación de los países a que pertenezcan las Cátedras y de Organizaciones e Instituciones Internacionales vinculadas a la educación y a la cultura.

9. Hacer de la cooperación internacional un instrumento de fortalecimiento de la Cultura.

De esta forma la Red Académica de Cátedras UNESCO en Gestión del Patrimonio, es una

propuesta concreta de cooperación cultural internacional que acoge a los postulados y principios de la UNESCO y de las Cátedras UNESCO de Gestión del Patrimonio para una acción internacional eficaz y práctica.

Nota:

(1) Fabio Rincón Cardona Colombia. Titular Cátedra UNESCO ―Gestión Integral del Patrimonio

"Los nuevos desafíos de la cooperación cultural europea"

Raymond Weber(1)

Este artículo no es la obra de un funcionario internacional que exponga los «conocimientos adquiridos» en su experiencia práctica en el ámbito de la cooperación cultural europea, ni la obra de un universitario y un investigador que desde una ilusoria «torre de marfil» analice su historial, su situación actual y sus desafíos de futuro.

Pretendo más bien compartir algunas experiencias y análisis, y también presentar muchas inquietudes y preguntas que me vienen al pensamiento después de más de un cuarto de siglo de compromiso en la cooperación cultural europea, como responsable de las relaciones culturales internacionales en mi país, Luxemburgo, o como actor en organizaciones como la UNESCO y el Consejo de Europa, como docente (en el Colegio de Europa en Brujas) y formador (en formaciones de administradores culturales), como mediador en y entre proyectos culturales, como animador de instituciones o de redes, como en el caso de la Laiterie (Centro Europeo para la Creación Joven, en Estrasburgo), las Pepinières - canteras o viveros - Europeas para Jóvenes Artistas (programa europeo de residencia de artistas), el

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

Colegio Europeo de Cooperación Cultural (asociación que fomenta la cooperación entre las «redes» de los distintos institutos culturales en el extranjero) o el Centro Cultural de Encuentro Abbaye Neumunster (Luxemburgo), especialmente para la puesta en marcha de un instituto cultural común entre Francia, Alemania y Luxemburgo.

Todos estos compromisos me han enseñado como mínimo dos cosas: modestia y fe .

Modestia, por un lado porque no se puede tener una visión completa de la cooperación cultural en Europa, y por el otro, porque uno se da cuenta de que cualquier acción cultural permanece frágil y aleatoria. Todo análisis será, necesariamente, incompleto y, en consecuencia, subjetivo. Fe, porque la creación artística y el desarrollo cultural se acaban imponiendo en todas partes, como medios de supervivencia (como hemos visto en Sarajevo), como vectores de la dignidad humana (como en el diálogo intercultural), como fuerzas de emancipación en nuestras sociedades, como «elementos que dan sentido» a nuestras vidas o, sencillamente, como fuentes de desarrollo y de felicidad personales.

1.Estado de la cuestión

La visión que se ofrece al «espectador» de la cooperación cultural europea es a la vez rica y contrastada. Es rica, porque es cada vez más multipolar y los distintos actores muestran una riqueza de creatividad y un dinamismo de invención e innovación extraordinarios. Es contrastada, porque presenta una diversidad de situaciones, de políticas culturales, de estructuras y de métodos de trabajo sobre los que las «políticas culturales» de las grandes instituciones y organizaciones (como la Unión Europea y el Consejo de Europa) parecen tener pocos efectos estructurantes.

Dicho de otra manera: no existe una política cultural europea única y común.

Personalmente, yo añadiría: ¡por suerte!, aunque lamento la falta de ambición cultural europea de la mayoría de las mujeres y de los hombres políticos y la ausencia cruel de los medios presupuestarios consiguientes para programas y proyectos culturales europeos.

Lo que me parece más sorprendente es lo siguiente:

la mayoría de políticas culturales nacionales están en crisis, en lo que se refiere a

los contenidos, las estructuras y los métodos de trabajo. Construidas sobre un Estado benefactor cada vez más frágil (en Europa del Oeste) o buscando aún su legitimidad en un sistema democrático (en Europa del Este), les resulta difícil definir los nuevos papeles del Estado y de los poderes públicos, pero también de la sociedad civil, en sociedades cada vez más multiculturales, globalizadas, que experimentan cambios profundos y han perdido la mayoría de sus referentes tradicionales. En todas partes, las estructuras y los equipamientos culturales parecen demasiado pesados, mal adaptados a las emergencias artísticas y a las nuevas prácticas culturales, e incapaces de responder a las nuevas necesidades de proximidad, de movilización de recursos, de solidaridad, de capacidad de escucha, de participación e implicación del tejido asociativo. Ante estos desarrollos, los poderes públicos reaccionan por un lado mediante desestatizaciones y privaciones de determinados equipamientos culturales, y por el otro mediante externalizaciones y contractualizaciones de determinadas misiones de servicio público;

la diplomacia cultural, que hasta ahora ha sido considerada el tercer pilar de los

Asuntos Exteriores (al lado de los pilares de la política y la economía), a duras penas consigue pasar de una función de «escaparate del país» a una función de «diálogo intercultural», que integraría, además, la dimensión europea e internacional, mediante cooperaciones a medio y largo plazo. La política europea, que debería convertirse

progresivamente en una política «interior», como mínimo en los 15 países de la Unión Europea, no ha encontrado todavía su legitimidad, ni en los artistas y los intelectuales, ni en los responsables políticos;

las políticas culturales locales (especialmente las de las grandes ciudades) y

regionales parecen más conscientes de la necesidad de hacer de la cultura un instrumento importante de una política de desarrollo, de fomento y de encuentro, especialmente con sus ciudades y regiones compañeras. Ciertamente, el riesgo de una «instrumentalización» de la cultura al servicio de los objetivos económicos y sociales es importante, pero muchas iniciativas sostenidas por las ciudades y regiones, a menudo al margen de sus instituciones oficiales (en los eriales industriales o en los barrios y extrarradios mestizos) muestran que los artistas sacan provecho de ello y mantienen a la vez su autonomía;

en realidad, algunos grandes grupos se ocupan de gran parte de las «nuevas»

políticas culturales, grupos que han invertido en los sectores económicos anclados en el ámbito cultural (especialmente en las industrias culturales, los medios de

comunicación y las tecnologías de la información y la comunicación). En ellos se llevan a cabo elecciones culturalmente decisivas, la mayoría de las veces lejos de Europa, en contextos que se escapan de los procedimientos democráticos y basados en imperativos que son los de la rentabilidad. Se trata de AOL-Time Warner, Microsoft, Disney, Sony, Vivendi o Bertelsmann, que actualmente dominan el paisaje de la sociedad en red y el de la producción y la difusión culturales;

el Consejo de Europa puede prevalerse de programas culturales importantes desde

hace aproximadamente cincuenta años. Estos programas han pasado por etapas diversas: reconciliación, (re)conocimiento recíproco, creación de un discurso común, puesta en común de soluciones, toma de conciencia de los retos multiculturales. El funcionamiento del Consejo ha sido - y sigue siendo - un funcionamiento triple: intelectual (foro de discusión de los grandes retos), normativo («fabricación» de convenciones, recomendaciones y resoluciones) y operativo (programas y acciones sobre el terreno). Pero, por encima de todo, en los últimos años, ha tenido un papel irreemplazable en la «integración europea» de los países de Europa central y oriental. A pesar de unos presupuestos irrisorios, ha sido capaz de ayudar a sus países a dotarse de legislaciones culturales adaptadas y a escoger ellos mismos políticas culturales democráticas, con las legislaciones pertinentes, objetivos claros, administraciones transparentes y eficaces, sistemas de formación y evaluación claramente estructurados. ¿Será capaz de conseguir, en los próximos años, evitar que tengamos una Europa cultural de dos velocidades, con los «ricos» por un lado, es decir los países de la Unión Europea y los países culturales, y los «rechazados», del otro? Así mismo, dentro de los países europeos, ¿habrá también un abismo entre los «ciudadanos europeos», es decir, los que pueden viajar y tener derechos culturales, y los demás?; después de haber conseguido mantener los vínculos entre artistas, intelectuales y universitarios de los dos «bloques» de la Europa anterior a 1989, incluso en los peores momentos de la guerra fría, la UNESCO sólo se puede implicar marginalmente en la

región europea en su conjunto. Sus intervenciones están más centradas, ya sea en temas (como la diversidad cultural, la cultura de la paz, las cátedras UNESCO en el ámbito de los derechos humanos y de las políticas culturales, los monumentos y emplazamientos del patrimonio mundial), ya sea en áreas geográficas (la región caucásica, Bosnia Herzegovina, Kosovo, etc.);

la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) no se ha

interesado en absoluto, al menos hasta ahora, por la cultura y las políticas culturales. Tras organizar un «Foro Cultural» en Budapest, en 1985, reunió a todos los estados europeos, así como a Canadá y a los Estados Unidos, en un «Coloquio sobre el patrimonio cultural» en Cracovia, en 1991. Si el Foro de Budapest no tuvo conclusiones

ni continuación, el Coloquio de Cracovia produjo un Documento final interesante que redefine los fundamentos de la cooperación cultural europea tras la caída del muro de Berlín y la implosión del sistema comunista. Sin embargo, dicho texto no engendró ni una estrategia opcional, ni un programa concreto;

la acción cultural de la Unión Europea es todavía reciente (unos buenos diez años). Sin

duda, cabe recordar aquí que si los primeros tratados de lo que hoy se ha convertido en la Unión Europea no preveían acciones ni políticas culturales, no era por olvido, sino por una voluntad claramente establecida y asumida: nada de constitución ni de cultura, en los inicios, sino una cooperación pragmática en lo que se refiere a las industrias del carbón y del acero (CECA), más adelante el Euratom. Si actualmente la cultura empieza a tener efectos estructurantes en el ámbito de los medios de comunicación, de la educación, de la cohesión social y del desarrollo regional, sobre todo gracias a programas importantes y a una implicación significativa de los fondos estructurales comunitarios, no se puede decir lo mismo del sector artístico y cultural propiamente dicho, que continúa siendo «no prioritario» a nivel de las políticas comunitarias, en términos políticos y presupuestarios. Hay que añadir que, para ciertos países de la UE, la acción comunitaria en el ámbito cultural debe seguir tan limitada como sea posible, basada en el principio de la «subsidiariedad» y en un proceso de decisión que exige la unanimidad (en el sí del Consejo de Ministros) y la codecisión con el Parlamento Europeo para cualquier decisión del programa;

sin duda, el desarrollo más prometedor de la cooperación cultural en Europa, estos últimos años, es el desarrollo extraordinario de la «sociedad civil» y de las organizaciones no gubernamentales: asociaciones, fundaciones, redes culturales,

etc. Aquí se encuentra una mayor creatividad, innovación, dinamismo, voluntad de cooperación transfonterera, a pesar (o a causa) de la fragilidad financiera de estas organizaciones.

¿Qué balance provisional se deriva de estas primeras observaciones?

Por un lado, tenemos expresiones artísticas y prácticas culturales ricas, innovadoras y numerosas; por otro lado, políticas culturales, organizaciones internacionales y estructuras de cooperación que, aunque se están modificando, aún aparecen demasiado marcadas por un espíritu jerárquico, por instituciones demasiado pesadas, por la dificultad de cooperar y por la falta de transparencia, especialmente en los procesos de toma de decisiones. En resumen, si existe la Europa cultural desde ahora, sobre todo gracias a los artistas y a las redes culturales, todavía debemos inventar una política cultural europea común, no para influir

en los contenidos artísticos y culturales, sino para promover y desarrollar los marcos (jurídicos, fiscales, financieros, etc.) de la cooperación cultural entre todos los copartícipes. Si bien los esfuerzos para definir una (y una única) identidad europea, únicamente a partir de nuestra historia y nuestro patrimonio comunes, me parecen bastante irrisorios, deberíamos ponernos de acuerdo en una «especificidad europea», como gestión y como proyecto de futuro.

A mi parecer, resulta inútil añadir que una Europa cultural así sería simplemente una Europa abierta al resto del mundo, sin miedo a la mezcla y que ofrecería hospitalidad..

2. Las recientes evoluciones del concepto de «cultura»

Me gustaría partir de la definición de la cultura que ofreció la UNESCO en 1982 en Méjico, durante la Conferencia Mundial sobre políticas culturales:

«Actualmente, la política puede considerarse como el conjunto de rasgos distintivos,

espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Además de las artes y las letras, la cultura engloba los modos de vida, los derechos humanos fundamentales, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.»

Y un poco más lejos, la Declaración de Méjico continúa así: «La cultura otorga al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales y éticamente comprometidos. Es por ella que discernimos valores y elegimos. Es por ella que el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que le trascienden.»

Dicha definición de la cultura, que el Consejo de Europa retomó dos años más tarde, en su Declaración europea sobre los objetivos culturales (4ª Conferencia de Ministros europeos de Cultura, Berlín 1984), constituye de algún modo el calderón de una reflexión en profundidad sobre los conceptos de base de las políticas y de la acción culturales características de los años 70 (y que han dado curso a los cambios de valores de los años 60 y al

«nacimiento» de lo que R. Inglehardt denomina valores «postmaterialistas». Justamente en esta época «nacen» conceptos como los siguientes: democracia cultural, finalidades culturales del desarrollo, cultura para todos («Kultur für alle», de Hilmar Hoffmann, Frankfurt/M. 1979), cultura como derecho del ciudadano («Bürgerrecht - Kulturrecht», de Hermann Glaser, Francfort/M. 1983), desarrollo de la comunidad, animación sociocultural y «Soziokultur», etc. Uno de los textos más significativos y «proféticos» de este período sigue siendo la Declaración de Arc-et-Senans (1972) que subraya que «se trata de reconocer al hombre el derecho de ser autor de modos de vida y de prácticas sociales que tengan una significación. Por lo tanto, hay motivo para administrar las condiciones de creatividad dondequiera que se sitúen, para reconocer la diversidad cultural, garantizando la existencia y el desarrollo de los medios más débiles».

Justamente en este período el espacio cultural jugó plenamente su papel de experimentador social. Esta experimentación, esta liberación de la palabra y de las actitudes, se observaba igual de bien en los comportamientos cotidianos (la liberalización de las costumbres), en las nuevas experiencias comunitarias (especialmente en el movimiento hippie), en formas inéditas de solidaridad, en experiencias de la contracultura o en el arte vanguardista, que en la aparición de nuevos movimientos asociativos. En ese punto se hacían visibles las cuestiones y las exigencias que influirían lentamente en el paisaje político.

En este contexto emergieron los discursos que volvían a hacer explícitos de manera crítica los vínculos entre la cultura y la política, y también se construyó un nuevo imaginario para las políticas culturales que consistía, por ejemplo, en sustituir la antigua política de democratización de la cultura por una política de democracia cultural. En consecuencia, las políticas culturales, que insistían tanto en los procesos culturales como en los «resultados», estaban marcadas por un ideal de participación política, por una amplia descentralización, por una multiplicación de los dispositivos culturales (como en las «Maisons de la Culture» - Casas de Cultura- en Francia o los centros culturales en Bélgica) y por un refuerzo del tejido asociativo.

Los años 80 son más «pragmáticos»: la crisis económica, por un lado, y la

profesionalización creciente del sector cultural, por otro, obligan a los responsables y a los actores culturales a abordar de una manera más profunda el «¿cómo?» de la política cultural y a situarse con relación al desarrollo económico, que se convierte en el objetivo principal. Es el inicio de la economía de la cultura, de la gestión y el márqueting culturales, del renacimiento urbano por la cultura (véase Glasgow), del establecimiento de formaciones de

administradores, de gestores y de «ingenieros» culturales, del recurso más sistemático a fuentes de financiación que no provengan de los poderes públicos (esponsorización privada y de empresa).

En lo que respecta a los años 90, vienen marcados por la caída del Muro de Berlín, la

desaparición del telón de acero y la implosión del sistema comunista. Frente a la mundialización, por un lado, y a la construcción europea por otro (en virtud del Tratado de Maastricht, en 1992, la Comunidad Europea, que hasta entonces había funcionado sobre una base esencialmente económica, se convierte en la «Unión Europea», más política, y da una base legal a una acción de Bruselas en el ámbito cultural), los problemas de identidades culturales y de minorías, nacionales o no, resurgen con fuerza y violencia, como se ha podido ver en el caso de Bosnia Herzegovina, de Kosovo, y actualmente de Macedonia. Tras su ampliación y liberalización respecto a otros ámbitos, la cultura corre cada vez más el riesgo de convertirse en un instrumento, especialmente de la política, la economía y lo social. Finalmente, mientras que los años 80 se caracterizaron por las relaciones entre la cultura y la economía, los 90 se caracterizaron por las relaciones entre la cultura y la cohesión social.

Las razones esenciales son la mundialización, la crisis del Estado benefactor, el aumento del paro estructural y la metamorfosis del trabajo, la crisis del urbanismo moderno y la transformación de los sistemas de valores y de representaciones de la sociedad.

3. Análisis de la situación actual

¿En qué punto nos encontramos actualmente?

· por un lado, han cambiado muchos conceptos de base de la cultura y de la política cultural, si no de expresión, al menos de sentido. Citaré algunos ejemplos:

la democratización de la cultura ha dado paso a la democracia cultural; la «Soziokultur» y la animación sociocultural dan paso cada vez más al desarrollo cultural; donde se hablaba de «monumentos» y «emplazamientos», hoy en día se habla de patrimonio cultural, de paisaje cultural e incluso de entorno cultural;

· la vida cultural ha experimentado profundas transformaciones: aparecen nuevas

expresiones artísticas, se desarrollan nuevas prácticas culturales, se liberaliza la cultura, el proyecto y la pequeña estructura de proximidad superan a menudo al equipamiento pesado, se concede una mayor importancia a los «márgenes»: eriales industriales, barrios mestizos, extrarradios innovadores donde se viven a la vez nuevas expresiones culturales y otros vínculos de solidaridad, de algún modo «biodegradables». Se generaliza la red como modo de funcionamiento y de cooperación, paralelamente al fortalecimiento de los deseos de movilidad y a las necesidades de formación de los distintos actores culturales. Aparecen nuevas «profesiones» culturales, especialmente en el ámbito de la mediación y de la proximidad, así como en la interdisciplinariedad. Finalmente, uno se da cuenta de la necesidad de gestionar de un modo distinto las «temporalidades culturales»: se ha pasado de los productos clave en mano a procesos colectivos, a trayectos personales, a la experimentación en común; de los cambios efímeros a las cooperaciones que se sitúan en el tiempo;

· la «reconciliación» de Europa consigo misma sigue estando, al menos en lo que a cultura se refiere, ampliamente inacabada. Es cierto que han desaparecido las fronteras

ideológicas; sin embargo, no ha sucedido lo mismo con las fronteras que existen en nuestras cabezas. Andreï Plesu, antiguo Ministro de Cultura y de Asuntos Exteriores de Rumanía, caracterizó correctamente la situación en los años 90, cuando hablaba del «velo de incomprensión» que sustituía al telón de acero. Asimismo, en septiembre de 1999, nos

advertía del peligro de ver desaparecer la diversidad cultural de Europa central y oriental en el molde de homogeneización del «acervo comunitario»;

por otro lado, han cambiado profundamente los modos de funcionamiento y los métodos de trabajo de la cultura: al parecer, se da más prioridad a los proyectos que a las

instituciones, a los procesos/trayectos que los productos, a la cooperación que a los intercambios, a la confrontación y al diálogo que a los consensos débiles, a la connectividad que a la exclusividad, a los pasos «ascendentes o bottom up», flexibles y que funcionen en red, más que a métodos rígidos, «descendentes o top down» y jerarquicoburocráticos;

así, parece ser que a la definición esencialmente antropológica de la cultura preconizada en Méjico, en 1982, se han añadido nuevas aportaciones. Como, por ejemplo, una lectura más «hermenéutica» de la cultura, como conjunto de los recursos de sentido compartidos por

los actores que pertenecen a los mismos conjuntos sociohistóricos. Entendida de este modo, la cultura aparece como el horizonte a partir del cual se forma nuestra familiaridad con el mundo, a través del cual comprendemos cómo construimos nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. «Llamo cultura, escribe Jürgen Habermas, a la reserva del saber en la que los participantes de la comunidad puedan acceder a interpretaciones cuando se enfrenten a cualquier realidad en el mundo» (en: «Théorie de l'agir communicationnel», - Teoría del comportamiento comunicacional -, Fayard 1987).

Existe otra interpretación de la cultura que parece importante actualmente: la de C. Castoriadis (en: «La montée de l'insignifiance. Les carrefours du labyrinthe», - El aumento de la insignificancia. Las encrucijadas del laberinto -, Seuil 1996). Frente a la imagen de una cultura que sencillamente siempre estaría ahí, insiste en su dimensión procesual, en el

trabajo imaginativo y reflexivo que se opera en ella sin descanso. Lo que constituiría la especificidad cultural de la modernidad, es que, en lo sucesivo, se cuestiona sin cesar la validez de los contenidos culturales (representaciones, sistemas de valores, instituciones, etc.), y la cultura, como la Bildung (en el sentido que le otorga E. Cassirer) se convierte en ese poder y ese deseo de formación por medio de los cuales los humanos intentan dar sentido a su existencia, a su ser en común, a su entorno. Es también de este modo que la cultura deja de ser por encima de todo una cuestión de reproducción, para convertirse en una cuestión de producción: se convierte a la vez en un espacio donde se liberan esperas de reconocimiento y un espacio de experimentación (véase, sobre todo, Charles Taylor, en: «Les sources du moi», - Las fuentes del yo-, Seuil 1998). Esta manera de ver las cosas nos permite evitar reducir la cultura y la identidad a su dimensión retrospectiva, y verlas como construcciones, como procesos permanentes hechos de préstamos, de mestizajes y de intercambios, gracias a un movimiento dialéctico entre un espacio de experiencia y un horizonte de espera del otro (véase R. Koselleck, in: «Le règne de la critique», - El reino de la crítica -, Minuit 1979).

Una última interpretación de la cultura nos hace comprender que con la modernidad el trabajo cultural se impone tal vez más por sus métodos que por sus objetos y que, por lo tanto, no se trata tanto de designar por «cultura» un determinado tipo de prácticas como de buscar la trascendencia ética o política de dichas prácticas (véanse las discusiones de

los últimos foros de las redes culturales europeas, Ljubljana 2000 y Bruselas 2001);

· las políticas culturales y sus estructuras, por su parte, están sometidas a desestructuraciones/reestructuraciones permanentes: donde se privilegiaba la

homogeneización, hoy se pone de relieve la diversidad cultural; donde prevalecía la lógica comunitaria, se habla de la necesidad de salvaguardar el espacio público. Donde todo se solucionaba entre poderes públicos, ahora se hacer intervenir el mercado, por una parte, y la

sociedad civil y los mundos económico y social, por otra: en un mundo cultural cada vez más multipolar, se impone el concepto de «colaboración». Finalmente, donde predominaba lo nacional, la integración de la política cultural en lo transfronterero y lo nacional se convierte en un procedimiento común. Los conceptos que parecen ser predominantes hoy son los siguientes: descentralización, desestatización, desinstitucionalización, privatización.

Antaño, en el Estado benefactor y en las políticas culturales que se referían al mismo, se concebía la creación/creatividad como un instrumento «público» al servicio de un determinado número de valores sociales compartidos. Actualmente, dicha situación se echa a perder porque la subjetividad y la creatividad son comercializadas y privatizadas cada vez más, cuando no son utilizadas como identidades colectivas inamovibles. Por otra parte, las políticas culturales se han visto en la incapacidad de despejar, desde el punto de vista conceptual y operacional, las dimensiones culturales de las migraciones, de la exclusión social, del paro y de la mutación del trabajo, y de replantear la acción cultural en interacción dinámica con los derechos humanos y la democracia.

Por lo tanto, cabe plantearse si las políticas culturales, actualmente, más que gestionar directamente pesados equipamientos culturales y definir programas más o menos apremiantes, no deberían resituarse a partir de los valores y los derechos culturales y contentarse con definir estrategias generales, como «recipientes» de medidas posibles, siempre susceptibles de debate y de puesta en práctica por parte de los actores implicados. De este modo, la cultura pasaría a ser, a la vez, el lugar de todas las libertades más fuertes y de todas las pluralidades, y el factor de todos los vínculos y de todas las responsabilidades. Esto permitiría al Estado concentrarse más en su papel de garante (de la libertad de expresión y de la igualdad de todos los ciudadanos frente a la cultura), de árbitro y de mediador (especialmente en la «gestión» de la multiculturalidad), de «arquitecto» del espacio público y de promotor de una seguridad y una fiabilidad culturales. Seguridad cultural, en el sentido de protección de identidades abiertas, interactivas, creadoras. Fiabilidad cultural, en el sentido de desarrollo y explotación de esta seguridad como un bien común que vincule entre ellas a las personas contemporáneas, solidariamente con las de otras generaciones pasadas y futuras. ¿No es este el verdadero principio de la paz?

· finalmente, las organizaciones internacionales deberían integrar mejor, en sus procesos

de toma de decisiones y en su programación, a las autoridades territoriales, por una parte, y a las asociaciones, ONGs y redes culturales, de otra.

Podrían garantizar, especialmente, el ejercicio de la ciudadanía en el seno de espacios públicos organizados democráticamente, como una conexión de sistemas de observación, de discusión, de «conservatorio de valores», de decisión y de «supervisión». Más que pretender dar «consignas» y querer gestionar la riqueza de las culturas europeas, deberían concentrarse en la promoción de las sinergias entre actores culturales, públicos, civiles y privados, en la organización de la cooperación cultural entre culturas y disciplinas distintas, en el fortalecimiento de las estructuras de debate público y en la «capacitación» de los actores culturales, especialmente los más débiles y frágiles.

Todas estas cuestiones nos incitan a abordar las políticas culturales no sólo ya bajo el punto de vista del«¿cómo?», sino también del «¿por qué?».

¿Qué conclusiones, provisionales, podemos extraer de estas lecturas diacrónicas de los conceptos de cultura?

la cultura y el patrimonio cultural se han convertido en las apuestas de la

sociedad: esto implica a la vez ventajas (se reconoce la dimensión cultural en otros

ámbitos políticos y sociales) e inconvenientes (existe en todo momento un peligro de instrumentalización y de «sobrecarga» de la cultura). Esto plantea también el problema del «tiempo cultural»: comparado constantemente con la urgencia y el corto plazo del tiempo político y del tiempo económico, el tiempo cultural tiene dificultades para que se reconozca la necesidad de «labrar» en profundidad, y en consecuencia de «perder el tiempo» en algunas ocasiones, y de sobrepasar lo efímero y el corto plazo;

como se ha precisado hace poco tiempo aún, durante la Conferencia Europea de Ministros del Patrimonio Cultural (Portoroz/Eslovenia, 6 y 7 de abril, 2001), el patrimonio cultural continúa transformándose de una manera bastante radical: sus nuevas funciones ponen de manifiesto el «valor conflictivo» («Streitwert» según Gaby Dolff, en: «Prospective: Fonctions du patrimoine culturel dans une Europe en changement», - Prospectiva: Funciones del patrimonio cultural en una Europa cambiante -, Consejo de Europa 2001) del patrimonio, la necesidad de un «trabajo sobre la memoria» (para retomar la bella expresión de Paul Ricoeur), el

«renacimiento» del concepto de «patrimonio» como conjunto de ideales y de principios de base de la cooperación cultural europea (¡fórmula ya presente en los Estatutos del Consejo de Europa en 1949!), el papel del patrimonio en la economía en red y en la sociedad de la información. Se trata, por lo tanto, en este punto, de reinventar el patrimonio dentro de la perspectiva de las generaciones futuras: sólo podrá transmitirse el patrimonio (como herencia dada y sentido a construir) si se le da un significado y se reconstruye. De este modo, el patrimonio vuelve a ser, plenamente, el horizonte de la travesía, el campo de la transformación, dimensión de la trascendencia y espacio de diálogo: el patrimonio es lo que transita por nosotros y lo que, al atravesarnos, nos transforma, llevándonos más allá de nosotros mismos, para reencontrarnos con el Otro, y por lo tanto con el Yo;

en estos últimos años, la cultura ha sido objeto de conmemoraciones, de celebraciones, de fiestas, de jornadas europeas. No hay nada de enigmático en este

«uso» político de la cultura y de las artes, si aceptamos presuponer que la sensibilidad (el gusto, el compartir sensible momentáneo, los afectos en común) favorece fácilmente los contactos entre las persones y de este modo puede ponerse al servicio de una política de interacción. ¿Pero no nos arriesgamos a preservar únicamente la cohesión social sin preocuparnos de dar a los ciudadanos los medios para realizar aspiraciones inéditas y, por tanto, su historia? Como pregunta Christian Ruby (en: «l'État esthéthique», - El Estado estético -, Castells-Labor 2000), ¿no nos arriesgamos a disolver las veleidades de movilización de los ciudadanos, centrando su atención en las modas, las ceremonias y los espectáculos en el transcurso de los cuales sólo se trata de «sentir algo muy fuerte»? ¿No existe el riesgo de que nuestros hombres políticos dejen de lado estas instituciones y estos proyectos culturales que pretenden cambiar la sociedad en beneficio de una cultura populista que se orienta hacia el «interés humano» de la gran masa y que no hace otra cosa que reproducir los «estilos de vida» dominantes?

se han extendido de tal modo la cultura y el patrimonio, como conceptos, que existe el peligro de que se disuelvan y pierdan especificidad. En este contexto, me

impresiona que en estos últimos años el sector cultural haya producido pocos conceptos nuevos, y en cambio más bien haya culturalizado conceptos que ya hayan demostrado su valor en otros lugares: desarrollo duradero, cohesión cultural, ciudadanía, red, ecología cultural;

la cultura ha dejado de ser únicamente un ámbito de la acción pública, uno más de los sectores de actividades: actualmente es una dimensión reconocida de la política pública. En cambio, uno tiene la impresión de que las nuevas funciones que el Estado y

los poderes públicos deberían asumir respecto a la cultura y al patrimonio cultural continúan desdibujadas, que el Estado no es en absoluto innovador en materia de

desarrollo cultural (a menudo, las innovaciones culturales tienen lugar al margen de las políticas culturales oficiales y de las instituciones culturales reconocidas y sostenidas) y que a las políticas culturales, frente a prácticas culturales nuevas, les resulta difícil adaptar sus estructuras. En el fondo, se puede tener la impresión de que el concepto cultural de los años 80 intentaba dar sentido a las evoluciones de la sociedad, en un marco a la vez político y nacional, mientras que hoy, la cultura «estalla», se liberaliza, haciendo desaparecer las fronteras entre el interior y el exterior, entre lo político y lo social, en un marco en el que parece imponerse la primacía de lo económico. En este sentido, abogo por una nueva «cultura de lo político» y por una clarificación del rol del Estado, que debe permanecer esencial y central en el desarrollo cultural;

la «diplomacia cultural» experimenta algunas dificultades en encontrar sus signos: «3er pilar», bilateral frente a multilateral, diligencia interestatal o intercultural. En una conferencia que se celebró en Cracovia en el mes de junio de 1999 («Beyond Cultural Diplomacy - International Cultural Cooperation Policies: Whose Business is it anyway?», - Más allá de la Diplomacia Cultural - Políticas de Cooperación Cultural Internacional: ¿De quién es responsabilidad, de todas formas? -), CIRCLE (red que reagrupa institutos de investigación e investigadores en materia de desarrollo cultural) hablaba de 4 «tendencias des»: desestatización, desinstitucionalización, desdiplomatización, desnacionalización. Esto es cierto, aunque puede decirse también que, frente a las «deconstrucciones / reconstrucciones», los estados y las instituciones suelen reaccionar de manera bastante friolera y defensiva.

Lo que me parece cierto, en todo caso, es que nos estamos orientando, cada vez más, hacia procesos de cooperación a largo plazo, interculturales e intercomunitarios, así como hacia colaboraciones negociadas entre el Estado y la sociedad civil;

4. Los nuevos desafíos para la cooperación cultural europea

1. El contexto de las relaciones culturales multilaterales

Decir que las relaciones culturales multilaterales, sin caer siquiera en la multiplicación de los «neo-» y los «post-», experimentan profundos cambios, es decir poco. Dichos cambios se deben, especialmente, a que el juego de poder y el ejercicio de la autoridad ya no se definen exclusivamente en el interior de fronteras nacionales y a que la división tradicional entre estados y actores no estatales no parece tener ser ya muy pertinente.

Una de las causas esenciales de este fenómeno es la mundialización/globalización, que se

ha convertido en una realidad, al menos en la mayoría de los países europeos. Dicha mundialización a menudo comporta una asimetría y una falta de reciprocidad en una interdependencia generalizada, una emergencia de nuevos poderes y de crispaciones identitarias; nos obliga a replantearnos el lugar de los territorios y el concepto de soberanía nacional y a imaginar una reconfiguración del papel de los estados, así como un nuevo formateo de las organizaciones y de las instituciones europeas e internacionales.

Las funciones del Estado han dejado de ser únicamente encarnar una comunidad, sino también servir a una comunidad humana mundializada e interdependiente. La difusión de los retos éticos por parte de las redes humanitarias o ecológicas más o menos relegadas por los movimientos sociales está allí para recordarlo. Como precisan Bertrand Badie o Pierre Hassner (en: «Les nouvelles relations internationales: pratiques et théories», - Las nuevas relaciones internacionales: prácticas y teorías -, Presses de Sciences Po 1998), la teoría de las relaciones internacionales se une a la del contrato social; tiene una dimensión normativa y

no podría prescindir ni de la ciencia política ni de la filosofía política.

Más que la coexistencia de dos sistemas, uno centrado en el Estado y otro multicentrado, descrita por James N. Rosenau (in: «Along de Domestic-Foreign Frontier: Exploring Governance in a Turbulent World», - A lo largo de la Frontera Interior-Exterior. Explorando el buen gobierno en un mundo turbulento -, Cambridge University Press 1997), lo que hay que gestionar es la interpenetración de los dos sistemas, hecha de competencia y complicidad. La empresa, para la que los aparatos del Estado y de las organizaciones no gubernamentales claramente no están preparados, resulta bastante más difícil, ya que la relativización del principio territorial ha multiplicado los espacios en los que pueden expresarse las aspiraciones y las elecciones políticas. Por un lado, la multiplicación de los espacios creados por la mundialización (especialmente espacios de comunicación) tiene como efecto debilitar la relación del ciudadano con el Estado; por otro, las reivindicaciones nacionalistas favorecen la consolidación de espacios políticos inscritos en una realidad territorial, que debe reinventarse la mayor parte del tiempo.

Las construcciones regionales (la Unión Europa, evidentemente, pero también las regiones del Danubio y de los Cárpatos, del Mar Negro, del Mar Báltico, de la Iniciativa Centroeuropea, etc.) parecen una respuesta a esta necesidad que se experimenta de nuevos espacios políticos a los que conducir políticas sectoriales que traspasan las fronteras en beneficio de sociedades cada vez más interdependientes, y hacia los cuales las fuerzas sociales podrían dirigir expectativas que el Estado-nación no está en situación de satisfacer. Aquí se crean espacios de «buen gobierno» y de «red de acción pública» con una multiplicidad de actores, públicos y privados, que participan en la formulación y en la puesta en marcha de políticas públicas. Podrían prefigurar el modo de colaboración ideal entre estados, poderes públicos regionales y locales, redes, profesiones y otros actores de la sociedad civil.

Las nuevas visiones del mundo se caracterizan por el sentimiento de una formidable compresión del espacio y del tiempo y la emergencia de una organización espacial pluridimensional (según la expresión de Karoline Postel-Vinay, en: «La transformation spatiale des relations internationales», - La transformación espacial de las relaciones internacionales -, publicada en la obra colectiva: «Les nouvelles relations internationales», - Las nuevas relaciones internacionales -, Presses des Sciences Po 1998) que nos impulsa a pensar más allá de la territorialidad, como nos invitan a hacer los «nuevos geógrafos» franceses, que consideran que es la observación de las interacciones la que define el área de la actividad humana, y que ya no es el lugar dado el que define la sociedad. Son sin duda las redes transnacionales las que «encarnan» mejor este más allá de la territorialidad y esta

nueva dimensión de un «tiempo mundial»: permanentemente situados en el punto de encuentro de las dinámicas transnacionales y de las lógicas locales, se benefician de un margen de maniobra que les permite irrigar simultáneamente diversos sectores de la vida política, económica y cultural. Practicando, uno tras otro o simultáneamente, el contorneamiento del Estado o la participación, introducen formas de expresión intermediarias entre la conformidad y la desviación, entre el orden y el desorden.

Los nuevos desafíos de la cultura

Me gustaría centrarme, en este punto, en los desafíos más directamente vinculados a la cooperación cultural multilateral, y me gustaría formularlos en forma de tesis:

· la cultura es intercultural. La multiculturalidad de nuestras sociedades es hoy un hecho

reconocido. El tema de la diversidad cultural se convierte en una estrategia central, tanto para hacer que se reconozca la especificidad cultural en las negociaciones comerciales

internacionales, como para que se reconozca la identidad cultural o religiosa del otro, como persona y como comunidad, y - y no hay que olvidar esta dimensión de la diversidad cultural - para ayudar a las culturas emergentes a desarrollarse. Si insisto en esta perspectiva intercultural, es porque me parece la más pertinente y apropiada, tanto en el ámbito de los hechos (la dialéctica, la interacción y la dinámica interculturales me parecen más adecuadas que la yuxtaposición, para dar cuenta de la realidad), como en el ámbito de proyecto (político, cultural y educativo), el cual, en palabras de Micheline Rey, nos hace pasar de una lógica mono(cultural) a una lógica inter(cultural), lo que implica no sólo el reconocimiento de la diversidad, el diálogo y la interacción entre personas y comunidades, sino también el cuestionamiento en la reciprocidad y la dinámica de cambios, reales y potenciales.

Alain Touraine describió muy bien esta perspectiva cuando en «Qu'est-ce que la démocratie?», - ¿Qué es la democracia? -, afirma que no hay que hacer hincapié en la distancia entre las culturas, sino en la capacidad de los individuos de construir un proyecto de vida. Él considera que habría que hablar menos de confluencia entre culturas, y más de historias de individuos que pasan de una situación a otra y que reciben de diversas sociedades y culturas los elementos que conformarán su personalidad.

En conclusión, más que hablar de «cultura» en singular, hablemos de culturas en plural. Como las identidades, las culturas serán por tanto plurales, en desarrollo permanente, en interacción constante. Y es que es en la confrontación y el diálogo con el Otro que llegaremos a conocernos y a ser conscientes de nuestras identidades y nuestras culturas. Claude Lévi-Strauss ya había hecho hincapié en ello: el descubrimiento de la alteridad tiene que ver con una relación, no con una barrera. Sobre esta cuestión, nuestros amigos canadienses han inventado el concepto «entrelugares de la cultura»: la cultura se construye con relación al otro, en la confrontación de lo idéntico y la alteridad, del aquí y el allá, del presente y del pasado. Más que un lugar de comunicación entre el yo y el otro, los espacios de contacto son campos interactivos donde estas entidades toman conciencia de ellas mismas y producen su identidad;

· la cultura es un vínculo social, como unidad fundadora de la persona y de la sociedad. En

consecuencia, el reto aquí no es tanto luchar para reconstituir el tejido social rasgado, sino inventar un proyecto político, tanto para la sociedad como para la cultura. El vínculo que se trata aquí es el que existe entre el Sujeto y un imaginario social cuya cultura aparece como un elemento esencial. Este proyecto es fronterizo, en el sentido que recompone la figura de uno mismo y del otro, de lo parecido y de lo distinto; en consecuencia, los elementos que componen lo imaginario y lo simbólico. Este proyecto es también nuevo, puesto que no se trata de «pegar parches socioculturales», sino de reconstituir lo que, en el corazón mismo de la cultura, crea un vínculo;

· la cultura es comunicación. Según Edward T. Hall, la comunicación es el núcleo central

de la cultura y, de hecho, de la vida misma. Es evidente que las tecnologías de la información y de la comunicación han cambiado radicalmente nuestra relación con el espacio y el tiempo. Creo, por lo tanto, que pueden convertirse hoy en proyectos culturales, en el sentido que pueden constituir palancas importantes de deconstrucción/reconstrucción de las economías (y especialmente la del saber y la del conocimiento) y del ciberespacio, donde pueden favorecer la creación de «un universo sin totalidad» (Pierre Lévy, en: «Cyberculture», - Cibercultura -, Odile Jacob/Consejo de Europa 1997). Me parece evidente que la economía de lo virtual empieza a formar subrepticiamente una nueva sociedad mundial, una nueva cultura y una nueva democracia, acelerando la desmaterialización de los flujos, aumentando los cortocircuitos informacionales, reestructurando el mercado del tratamiento de la información, generalizando la «desintermediación» entre productores y consumidores de bienes y servicios. Como destaca Jeremy Rifkin, en su último libro («L'Age de l'Accès», - La

edad del acceso -, La Découverte/Syros 2000), la gran cuestión política que plantean la nueva economía mundial de las redes y su tendencia a promover la transformación de la experiencia cultural en objeto de consumición mercantil es la de la preservación y el desarrollo duradero de una diversidad cultural que es la sangre misma de la civilización. A fin de cuentas, lo que determina la lógica de acceso es la naturaleza y el grado de nuestra participación en el mundo. No se trata solamente de saber quién tiene acceso a qué, sino qué tipos de experiencias y de campos de actividad merecen que se desee tener acceso a ellos. La respuesta a esta pregunta determinará la naturaleza de la sociedad que queremos construir para nosotros y para nuestros descendientes. La otra cuestión, que es por lo menos igual de importante, es la siguiente: ante un proyecto que se reduce cada vez más a una tecnoutopía y a un determinismo tecnomercantilista, ¿pueden oponerse proyectos sociales, proyectos culturales y otras formas de apropiación de estas tecnologías que penetran en la sociedad?

A mi parecer, estos tres desafíos parecen conllevar otros tres:

cultura y espacio público: frente a las tendencias de mercantilización y de

privatización de la vida cultural, parece que la creación de un espacio público pasa a ser crucial. Jürgen Habermas considera que hay que reformular los principios mismos de la democracia a la luz de los cambios producidos en la sociedad, para garantizar una «política deliberativa» en un «espacio comunicacional». Lo que necesita la democracia europea, según él, es sobre todo una base social en la sociedad civil, un espacio público para fundar una cultura política común. Esto nos obliga también a replantearnos la cuestión de la democracia cultural, no ya sólo en términos de los contenidos (como

sucedió en los años 70), sino en términos de procedimientos (véase Jean-Louis Genard, en «Les pouvoirs de la culture», - Los poderes de la cultura -, Ediciones Labor 2001): pensar en el acceso a la cultura no ya simplemente a partir de libertades subjetivas (libertad de creación, de expresión, ...) o de derechos de creencias (derecho a la educación, al ocio, al acceso a los bienes culturales, ...) que evidentemente siguen siendo fundamentales, sino a partir de derechos de participación, de lo que podría llamarse la libertad comunicacional, es decir, la posibilidad de acceder a un espacio público y a una libertad de palabra. De este modo, el espacio público se convierte en un espacio de intermediación de saberes y funciones: permite la crítica mutua de los roles, individuos e instituciones, y permite comunicar los saberes complementarios; su función es la de llevar a cabo, mediante el debate permanente, la clarificación y el control de las funciones y de los objetivos;

cultura y ciudadanía: si la reflexión sobre la ciudadanía ha vuelto al primer plano en

estos últimos años, es porque no disponemos manifiestamente de una mejor idea para hacer que vivan juntos los hombres, que por definición son diversos y desiguales, y respetar a un tiempo su dignidad, que es el valor fundador de la sociedad democrática. Así mismo, el fomento de una ciudadanía democrática no debe articularse únicamente en términos políticos (participación y democracia) y jurídicos (derechos y responsabilidades), sino también en términos culturales (valores, identidades, sentimientos de pertenencia, responsabilización/capacitación). Actualmente, la ciudadanía aparece menos vinculada que antiguamente a un territorio particular y parece designar un estatuto y un papel, lo que permite a los individuos crearse simultáneamente diversas identidades: de aquí viene el concepto de «ciudadanía diferenciada» de W. Kymlicka (en: «Multicultural Citizenship: A liberal Theory of Minority Rights», - Ciudadanía multicultural: una teoría liberal de los derechos de las minorías -, Oxford University Press 1995);

ética de la cooperación cultural: es la recreación permanente de los vínculos entre

libertades culturales e instituciones. Actualmente, la cooperación cultural se entiende

cada vez más, no ya como una agradable complementariedad entre los distintos actores, públicos y privados, sino en un sentido dialéctico, lo que implica que los actores se modifican mútuamente a medida que crean un vínculo común. Esto nos obliga a redefinir el concepto de «democracia cultural», a retomar la cuestión de los «derechos culturales» y a revisar las políticas culturales en función de estos derechos culturales: una política sólo es democrática si se apoya en una responsabilización/capacitación sistemática de sus actores. Por otra parte, esto implica que los actores culturales no son únicamente los «defensores» de la diversidad cultural (que no constituye un valor por sí misma), sino que se convierten en creadores de diversidad, al realizar la riqueza cultural (que sí constituye un valor).

Estos tres últimos desafíos están englobados, de algún modo, por la exigencia, bastante reciente de un buen gobierno cultural. El buen gobierno es un sistema de regulaciones que

busca interacciones. La relación gobernantes-gobernados ha sido sustituida por la interacción de actores individuales e institucionales que comparten la responsabilidad del bien común, y cuyo juego democrático (en el espacio público) es garantizado por las autoridades públicas, bajo control de todos los actores. Por lo tanto, se trata de inventar nuevas regulaciones, no ya centradas, sino sistémicas y de pasar de una práctica de redes a una regulación de sistemas, exigiendo la participación de todos los actores culturales, no sólo en la puesta en marcha de políticas culturales, sino también en la definición de sus objetivos y de sus escalas.

El reto de dicho buen gobierno cultural es doble: es ético, en el sentido que pretende establecer los vínculos con el saber, especialmente por los derechos culturales, y volver a situar la autonomía del individuo, así como la de los actores sociales, en el centro. Es metodológico, ya que busca la inclusión mutua de la cultura como política sectorial y de una cultura de conjunto del campo político.

Concretamente, en el ámbito de las políticas culturales, tal buen gobierno cultural podría cambiar lo establecido de una manera bastante radical y permitir posturas de innovación artística y cultural como las siguientes:

saber asumir situaciones complejas y explorar situaciones contradictorias;

practicar, retomando la expresión de Pierre Bongiovanni, no sólo la interdisciplinariedad, sino sobre todo «la indisciplinariedad», es decir, la valorización de la parte que posee cada uno de nosotros para el juego, el humor, el descarte, la impertinencia. Hoy en día, no se trata sólo de mobilizar las certezas y los saberes, sino de olvidar lo aprendido para dejar espacio a las nuevas visiones, para poder volver a disponer el orden de las evidencias etiquetadas y los saberes constituidos;

explorar la extensión de las posibilidades, privilegiando más las preguntas que las respuestas. La experimentación cultural debe recobrar todo su valor;

volver a aprender a vivir el conflicto, no como un debate, con ganadores y perdedores, sino como una dinámica creativa, una confrontación abierta que desemboque en arbitrajes donde prevalgan la inteligencia y el interés general.

5. Las respuestas institucionales

A pesar del interés creciente que puedan suscitar las cooperaciones culturales regionales (como por ejemplo los países del Mar Báltico, la Iniciativa Centroeuropea, los países del Danubio y de los Cárpatos, etc.), me gustaría limitarme aquí al Consejo de Europa y a la Unión Europea y ver su acción, por medio de los textos de base, por una parte, y sus

estrategias y programas, por otra.

5.1. Los textos de base

A mi parecer, la cooperación cultural internacional está marcada por distintos textos fundamentales que, por su fuerza visionaria, han determinado en gran medida las políticas públicas en la materia:

· el primero de estos textos sigue siendo la Declaración de los principios de la cooperación internacional (UNESCO, noviembre de 1966) que, en su Artículo 1º , «funda»

toda política de cooperación cultural:

1. « Toda cultura tiene una dignidad y un valor que deben respetarse y salvaguardarse. 2. Todos los pueblos tienen el derecho y el deber de desarrollar su cultura. 3. En su variedad fecunda, su diversidad y la influencia recíproca que ejercen las unas

sobre las otras, todas las culturas forman parte del patrimonio común de la humanidad.»

· el segundo texto es la Declaración de Arc-et-Senans (abril de 1972), que se titula:

«Prospective du Développement Culturel», - Prospectiva del desarrollo cultural -. Contrariamente a los demás textos, negociados entre los estados, esta declaración es obra de intelectuales (como René Berger, Henri Janne, Michel de Certeau, Augustin Girard, Abraham Moles, Edgar Morin, Georg Picht y Alvin Toffler). Sin duda, ello explica su pertinencia y su fuerza. En dicha declaración, pueden leerse orientaciones y conclusiones como las siguientes:

« acelerar el cambio del sistema escolar en un sistema de educación permanente;

promover un sistema diferenciado de «talleres culturales» y de «laboratorios sociales» o de cualquier otro equipamiento que permita el aprendizaje y el uso de nuevas tecnologías que se presten a intercambios interpersonales;

fundar la formación en el autoaprendizaje y el desarrollo del espíritu crítico por la transformación de las estructuras esterilizantes...;

sustituir la pasividad del consumo por la creatividad del individuo;

no limitarse a la democratización de la cultura de herencia o de elite y promover una diversidad de expresiones culturales fundada en un pluralismo social;

pasar de un sistema de cultura que sólo pretende reproducir el estado de hecho actual para orientarse hacia la protección de grupos y personas cuyas facultades creativas constituyen el mejor medio para hacer frente a situaciones provocadas por el choque del futuro.»

Hay que recordar que se trata de un texto de 1972.

· el tercer texto es la Declaración de Méjico sobre políticas culturales (agosto de 1982),

que ya he mencionado. Me gustaría añadir una citación extraída del subcapítulo sobre la cooperación cultural internacional, que dice lo siguiente:

«La cooperación cultural internacional debe fundamentarse en el respeto a la identidad cultural, la dignidad y el valor de cada cultura, la independencia, la soberanía nacional y la no intervención. En consecuencia, las relaciones de cooperación entre las naciones deben evitar cualquier forma de subordinación o de sustitución de una cultura a otra. Además, resulta indispensable reequilibrar los intercambios y la cooperación culturales para que las culturas menos conocidas, especialmente las de algunos países en

desarrollo, sean objeto de una mayor difusión en todos los países.»

· el 4º texto es el Documento final del Coloquio de Cracovia sobre el patrimonio cultural

(OSCE, junio de 1991). Es el único texto «fuerte» de después de 1989. En el preámbulo, remarca lo siguiente:

«Los estados participantes expresan su profunda convicción de que comparten valores comunes forjados por la historia y basados, entre otros, en el respeto de la persona, la libertad de conciencia, de religión o de convicción, la libertad de expresión, el reconocimiento de la importancia de los valores espirituales y culturales, el apego al reino del derecho, a la tolerancia y a la abertura al diálogo con las demás culturas.»

· el 5º texto podría haber sido la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (Niza, diciembre 2001). Desgraciadamente, quedó en nada. A pesar del cabildeo

intenso de las ONGs y de las redes culturales (y especialmente de la EFAH), sólo hay tres pequeñas referencias a la cultura (art. 13, 22 y 25) en este texto, que podría convertirse en la base de una futura constitución europea.

A estos textos fundamentales cabe añadir, evidentemente, los textos «constitucionales», a saber, por la Unión Europea, el artículo 151 del Tratado de Amsterdam (1997) y, por el Consejo de Europa, la Convención Cultural Europea (1954).

Aunque estos dos textos sin duda han permitido avances, no está claro que actualmente creen todavía una verdadera dinámica:

el texto del artículo 151, a pesar del interés del apartado 4 (que solicita la integración de

la dimensión cultural en las distintas políticas de la Comunidad), sigue siento bastante restrictivo. Son sobre todo su funcionamiento (reglas de la unanimidad en el seno del Consejo y de codecisión con el Parlamento Europeo y el principio de subsidiariedad) y su financiación insuficiente los que le impiden convertirse en un elemento estructurador de la cooperación cultural europea;

la Convención Cultural Europea: aunque avanza pistas de acción (fomentar el estudio

de las lenguas, de la historia y de la civilización de los demás, salvaguardar y promover los ideales y los principios que constituyen nuestro patrimonio común, adoptar una política de acción común) y aunque está autorizada, en virtud de su artículo 9.4., para acoger en su seno a estados incluso antes de su acceso al Consejo de Europa, hoy en día no permite en absoluto situar el Consejo de Europa con relación a retos como la diversidad cultural, la mundialización/globalización, las nuevas funciones de la cultura y del patrimonio cultural y natural, etc. Un protocolo adicional sería más que necesario.

Pero, sin duda, actualmente necesitaríamos, para relanzar la cooperación cultural europea frente a los nuevos desafíos, uno o más textos nuevos:

un texto de base que podría ser una carta cultural europea, que redefina, sobre la base de derechos culturales, la ética de la cooperación cultural y los principios de un

buen gobierno cultural europeo;

una o varias «declinaciones» de dicho texto, por ejemplo, sobre la diversidad cultural, sobre cultura y conflicto...

5.2. Las estrategias y programas

· el Programa «Cultura 2000» (2000-2004) de la Unión Europea es el programa-marco que

sigue a los tres programas precedentes: Caleidoscopio, Raphaël y Ariane. Su propósito es contribuir al «aprovechamiento de un espacio cultural común a los pueblos de Europa», favoreciendo «la cooperación entre las creaciones, los actores culturales, los promotores privados y públicos, las acciones de las redes culturales y otros colaboradores, así como las instituciones culturales de los estados miembros y de otros estados participantes».

Se trata de un marco de financiación, que sirve para sustentar:

acciones específicas, innovadoras y/o experimentales;

acciones integradas en el seno de acuerdos de cooperación culturales, estructurados y plurianuales;

acontecimientos culturales especiales que tengan una dimensión europea y/o internacional.

Si algunos consideran que este programa puede servir de laboratorio para una futura política cultural europea, otros le reprochan, además de sus medios financieros ampliamente insuficientes (167 millones de euros en 5 años), la falta de transparencia en la elección de los miembros del jurado y de la selección, la pesada y complicada burocracia (sobre todo para una pequeña asociación o para una red claramente informal) y el insuficiente espacio concedido a la creación viva, a la innovación y a la interdisciplinariedad. También constituye un problema la definición de la dimensión europea de los proyectos sostenidos: continúa determinándose esencialmente por el número de colaboradores; es decir, de una manera cuantitativa.

Por último, en lo que se refiere a tener en cuenta «aspectos culturales en la acción de la Comunidad Europea», aunque ciertos Fondos estructurales (y especialmente el Fondo social y el Fondo regional) se han tomado a pecho este compromiso, el primero (y hasta ahora el único) «Rapport sur la prise en compte des aspects culturels dans l'action de la Communauté européenne», - Informe sobre la consideración de los aspectos culturales en la acción de la Comunidad Europea -, (abril 1996) muestra que la lógica de funcionamiento de la Unión Europea sigue siendo esencialmente «no cultural»;

· respecto al Consejo de Europa, creo que podemos decir, sin exagerar, que ha marcado

profundamente la cooperación cultural europea, como la conocemos hoy, por los conceptos que ha «vulgarizado» (como el desarrollo cultural y la democracia cultural, diversidad cultural e interculturalidad, ciudadanía cultural), por algunos de sus programas (como cultura y ciudades, cultura y regiones, cultura y barrios, evaluación de políticas culturales), por su abertura a redes culturales y a la sociedad civil, por su apoyo a formaciones de administradores culturales, pero sobre todo tal vez porque ha considerado la cooperación cultural no sólo como un medio, sino como un principio de base de una visión ética e intrínsecamente europea del diálogo entre los pueblos.

Si bien, actualmente, las funciones «tradicionales» del Consejo de Europa en materia de cooperación cultural siguen presentes (las de observatorio y de foro, de laboratorio de ideas nuevas, de conservatorio de valores, de agencia de cooperación «técnica»), sus funciones de prospectiva y de impulsor de nuevas ideas políticas y de mediador entre los distintos colaboradores en la cooperación europea parecen difuminarse, por una «marginalización» de la cultura en el seno de la organización y por un empobrecimiento inquietante, tanto presupuestario como personal, de este sector.

Es cierto que en el ámbito de los discursos oficiales, la cultura sigue siendo una «prioridad»,

incluso uno de los cuatro «pilares» de la organización. Sin embargo, en el ámbito de las verdaderas prioridades, es decir las que son presupuestarias, y tal como figuran en «las prioridades del Secretario General para el Consejo de Europa: 2001-2005», queda una pequeña frase para la cultura: «En materia de política y de acción culturales, es conveniente dar prioridad a las actividades que tienden a proteger la diversidad cultural y recurren a la cooperación cultural como medio para prevenir los conflictos».

Sin querer ser pesimista inútilmente, podemos decir, por lo tanto, que como la Unión Europea y el Consejo de Europa no disponen de textos a la altura de los retos actuales, no han sabido desarrollar ni las estrategias ni los programas que corresponden a lo que esperan los distintos actores de la cooperación cultural y a las necesidades de la construcción europea.

Actualmente, necesitaríamos lo siguiente:

un Foro para el espacio público europeo, que permita a los distintos actores,

gubernamentales y no gubernamentales, puramente artísticos y culturales, pero también económicos y sociales, reencontrarse, intercambiar y construir proyectos en común. Dicho foro podría basar sus reflexiones en los trabajos de un futuro Instituto Europeo para las Políticas Culturales y en la red de observatorios que ya existen actualmente en varios países;

una interpretación dinámica del principio de «subsidiariedad» que lograría que lo

esencial de la cooperación cultural europea fuera obra de la «sociedad civil»: asociaciones, organizaciones no gubernamentales, redes culturales;

un Fondo cultural, ricamente dotado (por ejemplo un 1% del presupuesto comunitario),

que ayudaría a los distintos proyectos europeos, de manera no burocrática, flexible y rápida;

algunos grandes «talleres europeos», en lo que se refiere a la movilidad de los artistas

y actores culturales, la formación de administradores y gestores culturales, la puesta en marcha de algunas estructuras ligeras y «biodegradables» para la mediación cultural, para la prevención y la gestión creativa de los conflictos, para la formación intercultural, para la enseñanza de la historia y de las lenguas;

de una célula política, vinculada directamente con el presidente de la Comisión

Europea, encargada de velar por la puesta en marcha efectiva del apartado 4 del artículo 151 del Tratado de Amsterdam (sobre la toma en cuenta de la dimensión cultural en el conjunto de políticas comunitarias). Esta célula también coordinaría una mejor interacción entre los distintos «órganos» de la Unión Europea, en el ámbito cultural: Parlamento, Comité Económico y Social, Comité de las Regiones, Consejo de Ministros, etc.;

una «nueva alianza» entre las grandes organizaciones e instituciones internacionales

(UNESCO, Consejo de Europa, UE, etc.), los estados europeos y la «sociedad civil» (organizaciones no gubernamentales, fundaciones, redes culturales, etc.), que permitirían «delegar» lo esencial de los programas y proyectos europeos al nivel más adaptado (local, regional, nacional, interregional, europeo) y también a las estructuras más pertinentes (públicas, privadas o civiles). De este modo se podrían contractualizar las misiones de «servicio público europeo» a ONGs, fundaciones o redes culturales, durante varios años;

una «refundación» de políticas culturales nacionales que, en lugar de centrarse en lo «nacional», deberían abrirse a la dimensión europea. ¿Realmente resulta tan difícil imaginarse las «Casas de Europa» y los institutos culturales «integrados» entre diversos países europeos?

Por encima de todo, lo que necesitaríamos sería tener, como padres fundadores de Europa,

tras la Segunda Guerra Mundial, una ambición cultural, acompañada de la voluntad política y los medios presupuestarios y financieros para la puesta en marcha. De este modo, podríamos recrear una dinámica y relanzar la cooperación cultural como un conjunto de procesos que permiten asociar poderes públicos y sociedad civil y recrear la «plusvalía» tanto cultural como europea que tanto nos falta actualmente. De este modo, la cultura ya no sería considerada una actividad subsidiaria, como una «coartada» donde han fallado las otras políticas, sino como una fuerza motriz de una sociedad, factor de creatividad, de diálogo y de cohesión, como una fuerza creadora de ciudadanía, que permita garantizar la preservación de identidades y culturas distintas.

En palabras de Elie Wiesel: «la cultura no admite fronteras ni muros... Justamente las trasciende, como trasciende el espacio y el tiempo».

En toda Europa, los artistas y los actores culturales nos lo demuestran cada día, por medio de su creatividad, sus proyectos innovadores, su búsqueda y sus prácticas y métodos constantemente «en proceso». Corresponde a los «institucionales», a todos los niveles, mostrarse a la altura de este desafío e inventar las estructuras que permitan sostener y promover esta riqueza y estas potencialidades.

Nota:

(1) Raymond Weber Luxemburgo. Ex Director de Cultura y patrimonio cultural y natural del Consejo de Europa Consejero del ―Centre Universitarire de Luxembourg‖ para la realización del ―Institut Developpement , droits de l‘homme et cultures‖

Cultura e integración económica. México a siete años del Tratado de Libre Comercio

Eduardo Nivón Bolán(1)

Eduardo Nivón Bolán

Este trabajo tiene el objetivo de presentar una visión de cómo se han reformulado las políticas culturales en

México en los años noventa a partir de los cambios económicos y políticos de ese periodo. Se presentará en

primer lugar las transformaciones económicas y políticas más relevantes que han ocurrido en el periodo a la luz

de dos fenómenos determinantes: la integración económica a los Estados Unidos y el proceso de

democratización. Se señalará en la segunda parte las características de la organización de la cultura en México,

con especial referencia a la ciudad de México y, por último, se sugerirán algunos elementos sobre lo que pueden

ser las políticas culturales bajo el contexto de la globalización.

1. México frente a la globalización.

a. La reestructuración económica.

La integración de la economía mexicana a la estadounidense adquirió una expresión formal con el Tratado de

Libre Comercio de América del Norte. Éste es en realidad la continuación de un profundo cambio en la

estructura económica mexicana iniciado en los primeros años ochenta. Cuando concluyó el gobierno de José

López Portillo en 1982, el modelo del ―desarrollo estabilizador‖, que en términos generales había caracterizado

la dinámica económica y social de México a partir de los años cincuenta, se había desmoronado. Con una fuga

incontrolable de los capitales, las reservas monetarias agotadas, el peso devaluado y el sueño petrolero hecho

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

pedazos, fue necesario empezar una gran marcha hacia otro escenario económico que no tuviera el petróleo

como centro de gravedad y el Estado dejara de ser el impulsor directo del desarrollo. El ―ajuste‖, como se le

llamó en ese momento al proceso de reestructuración económica, implicaba volcarse a la exportación en lugar

de hacia el mercado interno, favorecer las manufacturas y no la extracción del petróleo y reducir la participación

de los salarios en la economía para impulsar un nuevo proceso de creación de capitales.

La apertura al comercio internacional fue el buque insignia del nuevo proyecto. Un paso decisivo en este sentido

fue el ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) en 1986. La voluntad de

apertura al comercio internacional fue tal, que incluso los aranceles a las importaciones fueron reducidos a

niveles inferiores a los exigidos por este acuerdo. En 1980 el 64% de los productos manufactureros mexicanos

gozaban de ventajas proteccionistas que aseguraban un mercado interno muy dinámico; diez años después la

proporción de productos protegidos había disminuido a 19%. De igual modo, los aranceles a las importaciones

fueron rápidamente disminuidos como una medida para estimular la competitividad y la reciprocidad con el

extranjero.

La repercusión más notable del proceso de globalización, en el caso de México, ha sido un cierto debilitamiento

de las políticas estatales y la transferencia del eje del desarrollo de la región central -dominada por la ciudad de

México- hacia el norte del país. Se pueden observar las consecuencias de este proceso en la redistribución

regional de la dinámica económica e industrial del país: re-localización de las industrias a lo largo de la frontera;

producción de una cada vez más compleja dinámica urbana-regional en ciudades del norte del país como

Tijuana-San Diego y ciudad Juárez-El Paso; conexión estrecha de la actividad industrial del noreste del país con

el vecino estado de Texas y de la franja agroindustrial del Pacífico con los estados del sur de los Estados

Unidos.

Estos procesos afectaron y afectan la dinámica demográfica y social de la zona fronteriza. Las ciudades de la

larga frontera mexicana crecieron en la última década a una tasa de 3.3%, muy superior a la tasa de crecimiento

nacional, que fue de 1.8% en el mismo periodo. La afluencia de población y el crecimiento explosivo de las

ciudades ha producido fenómenos nuevos: procesos comunicacionales propios de la zona de la frontera;

desarrollo de agentes sociales desconocidos en el centro del país como lo es una clase obrera femenina y sin

tradición sindical; organizaciones no gubernamentales con actividad binacional que vigilan el cumplimiento de

los derechos humanos de los inmigrantes; artistas que ven en la frontera el desarrollo de un multiculturalismo

vivo y creador...

Estos procesos han cambiado la fisonomía del desarrollo urbano industrial del país. Podemos hablar de tres

grandes tendencias de transformación. La primera ha sido la pérdida del dinamismo industrial. De 1980 a 1996,

el Distrito Federal, la parte central de la ciudad de México, disminuyó en más de 9% su participación en el

conjunto nacional de su industria manufacturera. Este proceso es resultado del desplazamiento de la dinámica

manufacturera hacia el norte del país y de la reestructuración económica general que vive el país desde los años

ochenta.

La segunda tendencia del actual desarrollo económico es su reorientación hacia las actividades financieras,

comerciales y de servicios. De 1980 a 1996 el peso del sector terciario en el Distrito Federal aumentó de 66 a

77%, siendo los servicios financieros y personales los de mayor crecimiento(2).

El último factor a considerar es la profundización de la desigualdad interna en la distribución de la riqueza. En

1996 el PIB por habitante en el Distrito Federal era 2.6 veces más alto que el promedio nacional. Si lo

comparáramos con el PIB per cápita de los estados pobres del sur del país, como Chiapas o Oaxaca, el

habitante promedio del Distrito Federal era cinco veces más rico que el de aquellos estados. El gobierno federal

es totalmente consciente de esta situación. En una declaración reciente el nuevo secretario de economía, Luis

Ernesto Derbez, señaló: ―El Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) no ha generado

beneficios equitativos a todas las regiones de México, ya que mientras la tasa de crecimiento en el norte, en los

últimos 10 años ha sido de 5.9%, en el sur apenas alcanzó 0.4 puntos‖ (CNI, 24-02-01).

b. El cambio político.

El cambio del eje del desarrollo económico alteró las bases del acuerdo social entre las clases. La

transformación política se puede observar en dos aspectos: una nueva configuración de las relaciones de los

agentes sociales en la que la autonomía es una característica fundamental y la lucha contra la exclusión

generada por las nuevas políticas macroeconómicas.

A partir de los años setenta, los movimientos sociales se caracterizaron por la combinación de sus demandas

particulares con la lucha por construir sociedad plenamente democrática. De este modo, aunque el Estado

continuó siendo su principal interlocutor, ocurrió un deslizamiento progresivo del diálogo con las instancias

públicas hacia la sociedad en su conjunto(3). Nuevos instrumentos de acción política se hicieron necesarios,

entre ellos, el que artistas, intelectuales, políticos de oposición y dirigentes sociales pudieran acceder a los

medios de comunicación para contribuir a la creación de una opinión pública plural y democrática. La apertura

de espacios de prensa en los años setenta, de la radio en la siguiente década y de la televisión en los años

noventa es una consecuencia de estos procesos. De esta manera los movimientos sociales compensaron su

debilidad estructural apelando directamente a la política, la ideología y la cultura.

Así, los movimientos por la democratización se empataron con la construcción de una sociedad civil autónoma,

que sirviera de escenario al debate de las demandas de la población. La maduración de la sociedad civil dio

origen a la imagen del ciudadano poseedor de derechos y deberes frente al Estado y la sociedad y que a la vez

fuera fuente de la legitimidad del poder público. La ―producción‖ de ciudadanía fue una de las tareas principales

de los movimientos sociales a través del fomento de la participación ciudadana, la educación popular, la

vigilancia de los límites del poder y el cuestionamiento de los poderes extralegales de las autoridades del país.

Aunque la transformación democrática de México aún no está concluida, es notorio el cambio del sentido actual

de los movimientos sociales con respecto a la etapa previa a la democratización. La regresión al sistema

autoritario es un riesgo vigente de que todos los actores sociales están conscientes, pero los peligros no

dependen exclusivamente de las fuerzas conservadoras. La liberación de los agentes sociales de su

dependencia estatal y la ruptura del autoritarismo tradicional ha incrementado la presión de ciudadanos y

grupos sociales sobre el Estado. La paradoja del actual estado democrático de la sociedad mexicana es que el

nuevo sistema político se ve acosado por parte de los sectores que favorecieron la superación del antiguo

régimen. Así, por un lado, poderes fácticos tradicionales como los cacicazgos regionales, las mafias del

narcotráfico, algunos sectores de las élites financieras, los líderes de las corporaciones de masas y algunos

representantes del conservadurismo radical, atentan contra la estabilidad. Por otro, grupos sociales que con

gran convicción impulsaron la transición democrática, exigen ahora la satisfacción de demandas sociales para

las que el Estado no tiene capacidad de respuesta y en su desesperación presionan al Estado con prácticas

políticas al borde de la ilegalidad. Les apoya además la imposibilidad moral de exigir a los 40 millones de pobres

del país que pospongan la lucha por sus demandas en aras de la estabilidad económica. Así, el nuevo régimen

político no ha disminuido la confrontación política, sino más bien la ha potenciado, pero ahora sin contar con los

elementos de legitimación -como el nacionalismo, el desarrollismo o la modernización- de la etapa del

autoritarismo estatal.

2. El desarrollo cultural en los noventa.

En términos generales el desarrollo cultural de México ha estado marcado desde mediados de los años ochenta

por un proceso de transformación denominado por Néstor García Canclini (1987) como ―privatización

neoconservadora‖. En el año 1987, año de la formulación de esta caracterización, se quería indicar con esta

fórmula una transformación del hacer cultural de los estados en América Latina de acuerdo con la

reorganización monetarista de las sociedades latinoamericanas. Hasta entonces el sentido predominante del

desarrollo cultural había sido la expansión del Estado en la cultura, el cual estaba asociado a una filosofía de

corte nacionalista o desarrollista basado en la sustitución de las importaciones, el crecimiento del mercado

interno, la expansión de la educación y de las clases medias y la expansión –bajo control estatal- de las

industrias culturales.

En México, los grandes momentos de desarrollo de las infraestructuras culturales correspondieron a los años

veinte y los años sesenta. En el primer periodo tuvo lugar la institucionalización de una política cultural

nacionalista y dio origen a la construcción de gran cantidad de instalaciones educativas y culturales como la

Secretaría de Educación Pública. En los años sesenta, un nuevo empuje impulso al desarrollo de la

infraestructura cultural se expresó en la creación del complejo de museos de la zona de Chapultepec

(Antropología, Arte Moderno, Historia Natural, etc), el desarrollo de la gran red de teatros del Instituto Mexicano

del Seguro Social y la edificación de la Unidad Cultural de Bosque con el Auditorio Nacional como articulador

principal.

El freno del crecimiento de la infraestructura cultural en la República Mexicana fue consecuencia de la reducción

de los presupuestos estatales para educación y cultura. Aunque el efecto más notable de esta reducción se

observó en la caída de los salarios de los trabajadores de estos campos culturales, la pobreza de las

instituciones alcanzó niveles de máxima depresión. Fue notable, y lo es hasta la fecha, la ausencia de

consumibles básicos en escuelas, bibliotecas y centros de cultura, dejando a los usuarios al cargo de la

provisión de los instrumentos mínimos para la operación. La consecuencia más grave de este proceso no es el

riesgo de los servicios culturales y educativos se privaticen sino que la población enajene su confianza a favor

del sector privado(4).

A la reducción de los presupuestos se sumó la presión por hacer que las instituciones culturales y educativas

alcanzaran niveles de eficiencia similares a los de las empresas privadas. Los fondos para el fomento de

diversas áreas culturales como artesanías, danza popular mexicana, distribución de libros etc. fueron reducidos

al mínimo, con la intención de que se adoptaran nuevos modos de gestión de esas actividades. Incluso

importantes instituciones culturales como el Fondo de Cultura Económica o el Instituto Nacional de Bellas Artes

y el Instituto Nacional de Antropología e Historia se vieron precisados a incurrir en prácticas empresariales que

suplieran la merma en sus presupuestos(5).

El resultado de estas políticas fue doble: en primer lugar el Estado redujo su presencia en el campo de la cultura

de manera significativa. Algunas áreas como la cinematográfica o la televisión pública sufrieron amputaciones y

recortes presupuestarios de importancia notable. En segundo término, se fomentaron modos de gestión

empresariales y la participación de empresas privadas en el campo de la cultura. Esta última transformación es

una de las más notables de este periodo. La iniciativa privada comenzó a competir con el Estado en la

producción de bienes culturales y, con ello, a ser un actor importante en la organización de las relaciones

culturales y políticas entre los diversos grupos que componen la sociedad. Esto, a su vez, puso en tela de juic io

la legitimidad del Estado en la producción de la cultura y propició nuevos modelos de desarrollo de la

creatividad y de la difusión de la cultura.

Los especialistas han encontrado innumerables consecuencias -positivas y negativas- de estas

transformaciones culturales, de las que podríamos señalar el surgimiento de nuevos agentes sociales y la

predominancia de la cultura privada a domicilio sobre la cultura consumida en espacios comunitarios.

Es notable la gran variedad de agentes culturales que intervienen en los procesos culturales de México. Las

sociedades modernas tienen la característica de que cuentan con múltiples agentes culturales, si bien puede

ocurrir que alguno de ellos tenga una presencia más notable que los demás. No es cosa nueva señalar que en

los países anglosajones la presencia del Estado en la vida cultural es muy escasa. Normalmente ésta se da de

manera indirecta a través de las reglamentaciones o de diversos estímulos fiscales que buscan desarrollar

ciertas áreas en detrimento de otras. En el caso de los países de la Europa continental, por el contrario, ha sido

más frecuente que el Estado asumiera la conducción de la política cultural con un objetivo de democratizar el

disfrute de los bienes culturales.

Los países latinoamericanos abrevan en distintos momentos de las dos tradiciones. El Brasil de los años setenta

estaba más próximo a las políticas anglosajonas en materia de cultura, en tanto que México lo estaba a las de la

socialdemocracia. Al mirar el desarrollo cultural mexicano de los últimos años observamos un panorama

múltiple en el que el Estado mantiene una fuerte presencia en las áreas de patrimonio, alta cultura, culturas

populares e infraestructura y el sector privado se ha extendido hacia el campo de la industria cultural y e l

entretenimiento.

Los museos, por ejemplo, son casi en su totalidad de carácter público. Existen algunos casos de museos

gestionados por fundaciones que han tenido un notable éxito y juegan un papel importante en las actividades

culturales de la ciudad como el importante Museo Franz Mayer de la ciudad de México, el Museo Amparo de la

ciudad de Puebla o la Casa Estudio Diego Rivera, sin embargo son escasos los museos privados con importante

número de visitantes. La mayoría de los museos públicos de mayor afluencia son gestionados por instituciones

de carácter federal: el Museo Nacional de Antropología, el de Arte Moderno, el Nacional de Historia, el Museo de

Sitio del Templo Mayor, el Palacio de las Bellas Artes y San Ildefonso. La complejidad de su actividad, los

numerosos convenios nacionales e internacionales que han suscrito y lo elevado de sus presupuestos de

gestión hacen difícil que su modo de operación pueda ser sustituido por una administración local o privada.

En el campo cinematográfico en cambio, predomina desde hace mucho la gestión privada. Ésta se ha propuesto

revertir con cierto éxito la crisis sufrida por la industria en los años ochenta y noventa en que la asistencia del

público decayó alarmantemente. Para 1997 el número de entradas vendidas a los cines fue de 23.7 millones, año

que se puede marcar como de recuperación después de la crisis de 1994(6). La nueva organización de la

distribución cinematográfica se basa en una estrategia territorial que busca hacer accesible los servicios de

consumo con los de diversión. Las plazas comerciales son inconcebibles en la actualidad sin un complejo de

salas cinematográficas que hagan atractiva la visita los fines de semana, pues hacen posible la asistencia a una

proyección y diversos modos de consumo asociados a la excursión cinematográfica.

Los medios de comunicación tuvieron en México, como en Estados Unidos, un origen privado, hecho que no

ocurrió en los estados europeos. Con todo, el Estado mexicano se preocupó hasta los años ochenta por

participar al menos en el control de los mismos, situación que en los últimos años se ha debilitado; en el periodo

abierto con las transformaciones económicas de las dos últimas décadas, el Estado renunció a la gestión de una

cadena de televisión pública y estuvo muy próximo a retirar su participación en el canal cultural 22. En materia

de radio, fuera de Radio Educación y Radio Universidad, el Estado está ajeno a la actividad radiofónica.

Otras actividades mantienen un rasgo de común participación de agentes públicos y privados. Además de

algunos teatros gestionados directamente por el gobierno federal o local, hay otros que funcionan a manera de

comodato en el que el gobierno mantiene la propiedad de las salas, pero múltiples agentes sociales disputaron

por la gestión de los mismos. Esta actividad merece un estudio más detallado porque nos permite pensar en

formas nuevas de gestionar lo público a través de múltiples agentes.

Además de los agentes mencionados, es destacable la participación notable del sector asociativo en la actividad

cultural.. Se trata de innumerables iniciativas grupales o individuales realizadas en calles, plazas y salas de las

ciudades, las que con bajos presupuestos se abren paso en el mundo de la cultura. Destacan modestos centros

culturales gestionados por organizaciones no gubernamentales, escuelas, sindicatos, asociaciones de vecinos,

organizaciones de fiestas, grupos de danzantes, etc. En un estudio reciente sobre la infraestructura cultural de la

ciudad de México, hemos encontrado que el número de estos organismos es similar al de las Casas de Cultura

gestionadas directamente por el gobierno de la ciudad, pero su desarrollo ha sido espontáneo y carente de

apoyos institucionales(7). Estas infraestructuras culturales se encuentran dispersas a lo largo de toda la ciudad

y merecen una revisión de su actividad para pensar en sistemas de apoyo tanto a su crecimiento como al

aumento de la calidad de sus actividades.

Gobierno, empresa y asociaciones no lucrativas se desarrollan en las ciudades generando sinergias cada vez

más notables. Es imposible pensar que la empresa cultural tenga posibilidades de desarrollo sin una

participación activa del gobierno a través de la disposición de normas, apoyos en infraestructura y subsidios.

Las actividades organizadas desde el sector público, a la vez, requieren de servicios especializados materia de

múltiples agentes privados. La publicidad o el desarrollo de sistemas de información especializados, por

ejemplo, obligan a una intensa relación. El sector asociativo es igualmente relevante. Sin él la cultura estaría

localizada sólo en las áreas urbanas de mayor dinamismo económico y se carecería del importante vínculo con

las culturas tradicionales.

3. Política cultural para la globalización.

Como hemos visto, la sociedad mexicana se ha transformado profundamente a partir del desarrollo de las

políticas neoliberales y de la integración económica con los Estados Unidos. El proceso ha impulsado a la vez la

transformación democrática de la sociedad en la que los movimientos sociales han sido un actor privilegiado.

En el terreno de la cultura se han desplegado en este mismo tiempo una variedad de iniciativas y agentes

sociales, pero el sello distintivo ha sido el retiro del Estado de algunas áreas de la actividad cultural. El conjunto

de transformaciones políticas y culturales reseñadas, ha tenido como telón de fondo el creciente desarrollo de la

globalización. Este proceso, como señala Daniel Mato en un texto reciente, no es anónimo, sino se sostiene en

―actores sociales particulares, en contextos e institucionales específicos‖ (Mato 2001). La globalización se ha

expresado en una variedad de acuerdos comerciales que no tienen a la cultura como objetivo prioritario, pero

que la afectan en algunas áreas como las industrias culturales, la propiedad intelectual y los servicios

educativos. Este nuevo panorama obliga a una reflexión más profunda sobre lo que significa en la actualidad

mexicana producir políticas culturales bajo el contexto de la integración económica.

Hasta los años noventa, el presupuesto básico de la política cultural descansaba en la capacidad soberana de

los estados para definir en su territorio la política cultural(8). En estas condiciones, la cuestión básica de la

organización de la cultura en el actual contexto de la globalización es la continuidad del Estado como principal

articulador de la representación cultural de los diferentes agentes sociales. En palabras más precisas nos

podemos preguntar ¿Estaban los múltiples grupos, etnias y regiones suficientemente representados en la

política de la política cultural? ¿Ante las diferentes presiones de la globalización tienen cabida las

particularidades locales y en general los distintos modos de pertenecer a la nación? Muchos países

latinoamericanos a lo largo del siglo veinte se propusieron articular la cultura tradicional con la modernidad

abriendo espacios específicos para la expresión de las culturas populares. Se pretendió con eso alentar un

espíritu de ―equidad cultural‖ apoyando la difusión de bienes y mensajes culturales y hacer participar a

diferentes sectores en su creación y apropiación. Pero también hubo oposición y rechazo a fomentar el arte

popular como una expresión equiparable al arte de elite. Las posiciones que defendían unas u otras políticas se

denominaban hasta la década pasada "estatismo", "populismo", "nacionalismo", "democratización cultural" y

"democracia participativa". Esas fórmulas expresaban discrepantes políticas culturales, pero, por lo general,

coincidían en plantear el debate dentro de horizontes nacionales y en reconocer el papel clave desempeñado por

el Estado.

La globalización ha asestado un fuerte golpe a la soberanía cultural de los estados, pues gran parte de la

producción cultural se realiza de manera industrializada apoyada en redes transnacionales de comunicación, lo

que le permite superar con facilidad las barreras del tiempo y del espacio. De este modo se ha debilitado la

capacidad de los estados de conducir la política cultural. Observamos comunidades internacionales de

espectadores que reducen la importancia de las diferencias nacionales. Las culturas juveniles, por ejemplo,

guían sus prácticas culturales de acuerdo a modelos extraterritoriales que no siempre son sensibles a las

tradiciones y a las diferencias étnicas. Los gustos musicales, el cine norteamericano, las técnicas del arte

graffiti, la moda, el deporte, la literatura y muchas otras manifestaciones culturales han traspuesto barreras

políticas, religiosas o nacionales. Si aún no ha aparecido un ciudadano universal, ya que los derechos culturales

cuentan con un anclaje nacional, vemos en cambio el desarrollo de un consumidor universal capaz de descifrar

mensajes publicitarios e incluso de reclamar satisfacciones contractuales más allá de las jurisdicciones

nacionales.

La crisis de las políticas culturales en México se expresa en la contradicción de dos tendencias: la plena

democratización de la política cultural de acuerdo a formas de descentralización y participación ciudadana y la

injerencia silenciosa de factores externos apoyados en el proceso de globalización. Un ejemplo de esta tensión

puede ser comprendido en las políticas de educación superior a partir de la firma del TLC.

a. Globalización y educación superior.

En un estudio previo sobre las consecuencias del TLC en educación (Safa y Nivón 1993), tuvimos oportunidad

de señalar dos riesgos que pesaban sobre la educación superior en México. El primero se derivaba de las

asimetrías y debilidades del sistema de educación superior tanto internas como con relación al sistema

estadounidense o del Canadá. El segundo consistía en que bajo el rubro ―servicios‖ del TLC se colaran

intereses ajenos al desarrollo de la educación superior en México.

Diez años después estos temores se manifiestan claramente. Se pueden considerar cuatro modalidades de

intercambio educativo-comercial (Hirtt, 2000). La primera y más importante es el consumo directo en el

extranjero, mismo que la Organización Mundial de Comercio considera un ―bien de exportación‖. El monto

actual de este comercio asciende en el mundo a 27 mil millones de dólares de los que los Estados Unidos

administra la cuarta parte (idem). México participa de este mercado muy activamente: durante el segundo lustro

de los años noventa mantuvo, a través del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, un promedio de 3616

becarios en el extranjero, para los cuales dedicó en 1998, último dato disponible, el 21.3% de su presupuesto

total(9).

Otra modalidad con varios años de desarrollarse en México, es ―la presencia comercial‖ de instituciones

extranjeras localizadas en el territorio nacional. Los colegios para las comunidades extranjeras de gran

movilidad fueron las primeras expresiones de esta experiencia. El Liceo Francés, el Colegio Alemán, El Colegio

Americano otorgaban a sus alumnos la acreditación mexicana y el bachillerado de algún país extranjero. A nivel

Universitario esta experiencia la inició la Universidad de las Américas con el mismo sistema de acreditación

simultánea.

La tercera experiencia, de gran crecimiento en la actualidad, es el suministro de servicios a través de discos

compactos, Internet y educación a distancia. Existen varios ejemplos en este sentido, que se combinan con la

acreditación compartida de los grados entre instituciones mexicanas y extranjeras, por ejemplo, un posgrado en

filosofía otorgado entre la Universidad Autónoma Metropolitana de México y la Universidad Nacional de

Educación a Distancia de España. La clave de esta modalidad es la flexibilización de las normativas nacionales

para aceptar la acreditación obtenida de este modo. La última modalidad consiste en la presencia física de

profesorado extranjero, para el que comúnmente se solicita la supresión de los obstáculos de migración y

trabajo.

Aunque formalmente el TLC no contenía acuerdos de contenido cultural o educativo, es claro que un proceso de

integración de esta naturaleza iba a imponer acuerdos en prácticamente todas las áreas de la vida social(10). A

partir de 1994, se comenzó a plantear la necesidad de formalizar un acuerdo semejante al acuerdo comercial

pero relativo a los campos de la cultura, la educación, y la integración académica. Sin embargo han sido

universidades privadas las que han avanzado más en esa materia y es aquí en donde se corren los riesgos más

notables. Voy a señalar algunos ejemplos:

La Pacific Western University, con sede en Hawai, es una universidad especializada en educación no

presencial o a distancia. Actualmente tiene oficinas en Argentina, México, Malasia y otros países. En

México dos ―concesionarios‖ ofrecen el servicio a través de internet. En realidad la Pacific Western University no imparte cursos, ni siquiera con programas de estudio, sino fabrica uno ad hoc para a

cada alumno de acuerdo a su experiencia profesional. La calidad académica de la esta universidad es dudosa. En la información que ella misma proporciona a través de la red dice:

―Pacific Western University is incorporated in the state of Hawaii and confers Bachelor's Master's and Doctoral degrees on students who have met the graduation requirements of the University. The

university is not accredited by a recognized accrediting agency or association recognized by the united states commissioner of education.‖(11)

Este mismo camino lo están siguiendo otras universidades. La Atlantic International University ofrece

diplomas de grado y posgrado certificadas por el estado de Florida a través de la revalidación de la experiencia académica y profesional(12).

Una versión diferente es el caso de la Sylvan International Universities(13), consorcio fundado en 1999 y que ha comprado la Universidad del Valle de México, una universidad privada de más de 40 años de

existencia y en la actualidad tiene 14 campus y 25 mil alumnos. También se ha hecho con Universidad de las Américas de Chile, Les Roches Hotel Managament School de Swuitzerland y la Universidad

Europea de Madrid. En total suman 50 mil alumnos y el conjunto constituye la Red Global de

Universidades, la cual trata de ofrecer una educación reconocible de denominan Sello Sylvan: ―This combines relevant, quality content and the application of state-of-the-art technology to offer students a

rich and rewarding learning experience. The approach includes an emphasis on: English-Language Proficiency, Information Technology and Internationally Recognized Curricula‖(14).

Aunque este ultimo ejemplo no puede ser sospechoso de fraude académico, si muestra la tendencia mundial a

ver la educación como un servicio con características estandarizadas que poco a poco dejan de responder a las

condiciones sociales locales.

El sistema de educación superior público está resintiendo la presión generada por este nuevo modelo educativo.

Por una parte, al acreditar habilidades profesionales, programas como éstos ofrecen el atractivo de vender una

calificación académica amparada por un diploma de una institución de los Estados Unidos, sin necesidad de

traslados ni de obligar al estudiante a llevar un programa presencial. Adicionalmente, profesores de alto nivel al

servicio de la educación pública, pero con salarios insuficientes, pueden emigrar hacia estos sistemas mejor

remunerados y aparentemente más prestigiosos.

El problema no se resuelve oponiéndose a la implantación de estos sistemas. De hecho, tanto el Tratado de

Libre Comercio que vincula a México con Canadá y los Estados Unidos en el aspecto comercial, como el

GATT(15), contienen la disposición de eliminar los obstáculos al libre desempeño de las empresas educativas

externas en territorio nacional. El resultado está siendo una mayor influencia canadiense y principalmente

norteamericana pues las empresas de los países socios reciben trato de co-nacionales. En el terreno de la

prestación de servicios educativos las empresas de estos países aspiran a que se eliminen los impedimentos

legales a la libre acción privada sobre todo en educación superior. En los hechos los convenios de servicios

pueden llegar a la eliminación de cualquier obstáculo hasta llegar a la uniformidad global en materia educativa.

No es imposible en el corto plazo que se constituya un sector educativo supranacional, conformado por

profesores especialistas y por alumnos vinculados al sector trasnacional que carezcan de referentes de

identidad propios en materia de educación y servicio social(16).

Aunque muchos sectores interesados en el desarrollo de un sistema nacional comprometido con las

necesidades del país opinan que las autoridades mexicanas deben oponerse al desarrollo de estas experiencias,

poco se logrará con esta postura. Más bien ha sucedido que los organismos responsables de la política de

educación superior han tendido a imitar estas prácticas bajo el lineamiento de una mayor vinculación con la

industria y el mercado laboral, acercándonos en los hechos al modelo americano.

Las políticas del Banco Mundial son otro instrumento de definición extranacional de las políticas educativas. Los

últimos lineamientos en esta materia ponen énfasis excesivo en el desarrollo de tecnología educativa más que

en la capacitación del personal docente. La apuesta es que la educación a distancia, basada en la televisión y las

nuevas tecnologías, será la clave para la superación de los déficits en esta materia. Un ejemplo interesante es el

sistema de Tele-secundarias en México el cual tiene una matrícula de 1.07 millones, equivalente al 20% de la

matrícula total del nivel secundaria en el país (educación de 7º a 9º grado). El sistema tiene una tasa de

crecimiento más alta que el sistema tradicional. En la década de los noventa la matricula nacional a nivel

secundaria creció 25.6%, mientras la de las tele-secundarias lo hizo 73%. En la actualidad cuenta con 14,704

planteles y 46156 profesores. Lo más interesante de ese sistema es sostenerse en tecnología satelital, por lo que

su influencia alcanza al área centroamericana, donde cuenta con 500 planteles afiliados en las áreas rurales con

un total de 23,400 alumnos(17).

Otro efecto de la globalización en materia educativa es la gran influencia de las redes informáticas en la

docencia y la investigación. En la actualidad es posible consultar los programas detallados de cualquier

asignatura de educación superior a través de la red. Esta facilidad puede ser un apoyo importante para el

docente y el alumno pero tiene el riesgo de su unilateralidad. Al dominar la información en la red, el sistema

docente americano impone modelos que pueden derivar en una homogeneidad no deseable y en falta de

interactividad entre todos los interesados en el modelo educativo. De este modo, la aparente democratización

académica significa en los hechos capacidad de dominio para quien produce y maneja la información.

Una influencia última de la globalización en el desarrollo de la educación superior es la extensión del paradigma

consistente en apreciar en ella sólo un factor de capital y no un instrumento de igualación social. Si la

importancia de la educación superior es obsequiar a quienes la reciben un valor que van a realizar a futuro,

entonces la educación se convierte en un servicio que básicamente debe ser financiado por los interesados en

recibirla. Esta doctrina está influyendo las políticas públicas en materia de educación superior al tender a

despojar a la educación universitaria de su sentido democrático para dejarla como un simple instrumento de

compraventa(18).

b. Nuevos retos de las políticas culturales

Es innegable que las posibilidades de abstraernos de las influencias de la globalización en éste como en otros

campos de la vida social supondrían volver a comunidades autárquicas y aisladas. La historia de la

globalización pudo eventualmente haberse pensado, de acuerdo con Gurvitch, como un proceso de

―integración, en un macrocosmo, de agrupaciones particulares o microcosmo de formas de sociabilidad en

equilibrio móvil, equilibrio en el que las fuerzas centrípetas, predominan sobre las fuerzas centrífugas‖ (19), sin

embargo, luego de la caída del socialismo y con la victoria de uno de los bloques que enfrentaron al mundo, la

globalización debe ser considerada como el desarrollo de un proceso de dominación basado en la imposición de

políticas económicas de libre mercado y en la extensión de modelos culturales de masas emitidos desde pocos

núcleos internacionales.

La globalización económica es entonces un modelo que frena el proceso de construcción de una ciudadanía

universal reduciendo el papel de los habitantes del planeta a meros consumidores. Su gran riesgo es que al

debilitarse lo público, los grandes organismos trasnacionales han asumido actitudes paraestatales. Son ellos los

que dictan, por ejemplo, normas ecológicas o criterios de calidad que traspasan los límites de los estados

tradicionales(20).

Las políticas culturales de México se ven enfrentadas a la urgencia de reivindicar la esfera pública sobre los

intereses privados. La tarea es constantemente entorpecida. El sector de cine, por ejemplo, se rige bajo la Ley

Federal de Cinematografía, reformada en enero de 1999. Aunque el reglamento con el que se aplicará de la ley ya

está aprobado por las cámaras, a la fecha sigue sin expedirse por parte de la Presidencia de la República. En la

prensa trascendieron los puntos que por falta de acuerdo impiden la aprobación del ordenamiento legal: el

doblaje, el 10% de tiempo de pantalla para el cine mexicano, la garantía de estreno (artículo 19), así como el

Fondo de Inversión y Estímulos al Cine. La diputada que coordinó los trabajos de elaboración de la ley

consideró en que esta situación era debida al gran obstáculo que constituyen las poderosas distribuidoras y

productoras estadounidenses (como Twentieth Century Fox, Buena Vista Columbia Tri Star Films y United

International Pictures) que recientemente lograron ampararse contra la aplicación del artículo 8º de la Ley de

Cinematografía y ahora pueden doblar al español, sin restricciones, cualquier cinta en lengua extranjera.

Mientras no se expida el reglamento no habrá la capacidad jurídica suficiente para hacer cumplir la ley.

Tal vez el reto más imponente que enfrentan en la actualidad las políticas culturales en época de integración

multinacional sea el de mantener su aliento democrático en medio de un clima de grosero consumismo. La

reivindicación de lo público supone a la vez el apoyo a la construcción de la ciudadanía activa y participativa.

Los acuerdos comerciales han privilegiado al consumidor sobre el ciudadano. Es el momento de hacer de los

procesos de globalización apoyos a la reivindicación de los principios de igualdad y reconocimiento que supone

democracia moderna.

Referencias:

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BRUNNER, José Joaquín (1992) América Latina: cultura y modernidad, México, Grijalbo, CNCA,

FEESCM, Fideicomiso de Estudios Estratégicos sobre la ciudad de México (2000) La ciudad de México Hoy.

Bases para un diagnóstico, México, GDF.

GARCÍA CANCLINI, Néstor, ed. (1987) Políticas culturales en América Latina, México, Grijalbo.

GONZÁLEZ FRANCO, María Guadalupe (2001) ―Educación a distancia: televisión educativa y desarrollo e

incorporación de las nuevas tecnologías en las instituciones públicas educativas de México‖ Proyecto de tesis

de posgrado, Instituto Mora, México.

HIRTT, Nico (2000) ―La OMC y el gran mercado de la educación‖

http://www.unesco.org/courier/2000_02/sp/apprend/txt1.htm

MARÍN MARÍN, Alvaro (s/f) ―La influencia de los sistemas universitarios de Norteamérica en la educación

superior mexicana‖ http://fuentes.csh.udg.mx/CUCSH/Sincronia/Marin.htm

MATTELART Armand (2000) Historia de la utopía planetaria. De la ciudad profética a la sociedad global,

Barcelona, Paidós.

MATO, Daniel (2001) ―Complejos Transnacionales de Producción Cultural: Actores Globales, Organizaciones

Indígenas y Profesionales Intermediarios en la Producción Social de Representaciones de Identidades‖ Coloquio

Internacional ―Cultura Popular en el siglo XXI‖ Cátedra Ernesto de Martino, Departamento de Antropología, UAM-

I, México DF, 9 al 11 de octubre.

SAFA Patricia y Eduardo NIVÓN (1992) ―La educación y el Tratado de Libre Comercio. De la crisis a las

perspectivas‖ en GUEVARA NIEBLA, Gilberto y NÉSTOR GARCÍA Canclini, coords. La educación y la Cultura

ante el Tratado de Libre Comercio, México, Nueva Imagen/Nexos. 49-72.

Notas:

(1) Eduardo Nivón Bolán México

Profesor en el departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana de la ciudad de México.

Ha participado en diversos cursos y diplomados sobre gestión cultural. Actualmente es coordinador de una

especialización en gestión cultural ofrecida conjuntamente por la OEI, el Centro Nacional de las Artes y la UAM.

(2) De 1988 a 1996 los rubros ―servicios financieros, seguros e inmuebles‖ y ―servicios comunales, sociales y

personales‖ tuvieron un crecimiento medio anual de 5.6% y 4.3% respectivamente (FEESCM,. 42)

(3) El ejemplo más notable es el zapatismo que nació con una declaración de guerra contra el ejército mexicano

y con la exigencia de la renuncia del presidente de la república y tránsito poco a poco a hacia una relación muy

fluida con la llamada sociedad civil –no sin contradicciones- para generar un cambio de sentido en la relación de

ésta con las poblaciones indígenas.

(4) Una encuesta reciente reportó que sólo 36% de los entrevistados consideraban que la calidad de la

educación pública era buena en tanto que el 76% calificaban de igual modo la educación privada (Reforma, 22-

1001)

(5) Un ejemplo de la adopción de nuevas prácticas en la gestión es la cesión en forma de ―comodatos‖ de varios

teatros públicos a empresas privadas que se menciona más adelante.

(6) Sin embargo la recuperación de la taquilla no ha significado necesariamente un aumento significativo de la

audiencia. Según la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica y del Videograma, en 1990 se captaron 197

millones de espectadores y, en 1999, 130 millones.

(7) En el estudio se encontraron 71 casas de cultura dependientes del gobierno de la ciudad y 89 que eran

resultado de iniciativas sociales muy diferentes (Néstor García Canclini, Eduardo Nivón y Ana Rosas Mantecón,

Desarrollo cultural de la ciudad de México. Memoria técnica, en preparación de su publicación, 2000).

(8) Entendidas como la capacidad de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales

dentro de cada nación y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social (García Canclini,

1987)

(9) El gasto total en becas fue de 1033 millones de pesos equivalente al 47% del presupuesto total de la

institución. El número total de becarios apoyados ese año fue de 17121 (INEGI, Anuario estadístico de Estados

Unidos Mexicanos 1999).

(10) En cuanto al sector cultural, la negociación del TLC tuvo características diferentes que otras áreas

económicas. Por lo común las cámaras industriales o las agrupaciones de las diferentes ramas productivas

tuvieron capacidad de interlocución directa con el Estado e intentaron llevar adelante sus puntos de vista en la

negociación. La ―cultura‖, en cambio, al ser ubicua y multidimensional, no podía ser atendida como un sector, ni

la gana tal vez había de hacerlo. Es por esto que el debate sobre las consecuencias culturales del Tratado se

efectuó directamente en los medios, de manera poco centralizada y con muy distintos actores sociales como

protagonistas. De manera específica hubo una mesa general sobre propiedad intelectual y muy probablemente

las industrias culturales y los consorcios de la comunicación participaron en las discusiones que tenían que ver

con las telecomunicaciones, pero el punto de vista oficial fue que la cultura no era un tema del Tratado.

(11) http://www.open.universities.com/pwu/pwu_home.htm. El subrayado es mío.

(12) http://educaaiu.cjb.net

(13) Este sistema es el creado de las escuelas de inglés Wall Street, que se encuentra diseminado en más de 20

países.

(14) http//www.sylvan.net

(15) ―En 1994 se decidió que la liberalización de los intercambios internacionales, que hasta esa fecha sólo

afectaba a las mercancías, se aplicaría también a los servicios. Firmado en abril de ese año, el Acuerdo General

sobre el Comercio de Servicios (AGCS) incluía ya a la enseñanza entre los sectores por liberalizar. Para quedar

al margen de la aplicación de este acuerdo, el sistema de educación de un país debía ser totalmente financiado y

administrado por el Estado, cosa que ya no sucede en ninguna parte‖. Hirtt, op.cit.

(16) Los acuerdos comerciales de servicios se han constituido en un complemento indispensable de los

acuerdos comerciales. En febrero de 2001 México y la Unión Europea signaron un acuerdo de comercio de

servicios que según el jefe comercial de la UE pondrá al bloque en pie de igualdad con Estados Unidos y Canadá

en el mercado mexicano. Según el comisionado de comercio de la UE, la importancia de este convenio es que

‖Los servicios son el mejor producto de exportación de la UE, y con la decisión de hoy, éstos pueden crecer

significativamente‖. La noticia de la AP, emitida desde Bruselas, señalaba: ―Con el acuerdo entrará en vigencia

un pacto negociado el año pasado, por el cual los exportadores mexicanos serán menos dependientes de los

mercados norteamericanos, a la vez que las empresas europeas tendrán ventajas similares en México a las que

disfrutan Estados Unidos y Canadá bajo el Tratado Norteamericano de Libre Comercio‖ (Agencia AP, 27 -02-01).

(17) La información la he tomado de González Franco, 2001

(18) La matrícula del sector educativo privado pasó de absorber 9.8 % de la matrícula en 1990 a 12.4 en 2000. La

inversión privada fue en el año 2000 fue el 16% del gasto total que ambos sector, público y privado, realizan en

ese terreno (―Crece educación privada‖ Reforma, 07-11-01)

(19) En Mattelart 2000: 433.

(20) Es significativo que una de las áreas de actividad más circunscrita por las barreras nacionales como es el

derecho, esté produciendo en la actualidad bufetes internacionales de abogados. Se trata de una consecuencia

más de la globalización: dado que la resolución de controversias se atiende de acuerdo a los criterios que rigen

en los países industrializados, principalmente los Estados Unidos, se está desplegado en todo el mundo el

dominio del derecho anglosajón o el derecho del Estado de Nueva York. En la actualidad los 30 despachos más

importantes de Londres y 100 de los 250 bufetes mayores americanos, tienen socios u oficinas en otros países

(Beaverstock et al 1999).

Cooperación cultural en el espacio del MERCOSUR

Patricio Rivas(1)

En este artículo se ensaya una reflexión en torno a la cooperación e integración cultural en el marco del MERCOSUR. Trabajo que se estructura en función de tres coordenadas: de lo realizado, de las dificultades, y de los retos y tareas pendientes. Pero previo a ello, se postula la necesidad de comprender la integración cultural mercosureña desde un arraigado y largo proceso de identidad latinoamericana. Y a la cultura como derecho humano inalienable, variable de desarrollo e indicador de calidad de vida. En términos generales, si bien es posible verificar que se han alcanzado significativos acuerdos en materia de integración, difusión y circulación y que las orientaciones han transcendido hacia otras organizaciones de la región, estos procesos aún permanecen inconclusos y enfrentan el desafío de su consolidación en un nuevo contexto de crisis.

Un nuevo punto de partida

La constitución del Mercado Común del Sur, cristalizada en el Tratado de Asunción firmado entre Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil el 26 de marzo de 1991 (MERCOSUR-RAU, 2001) significó un esfuerzo por reinstalar el tema de la integración regional de América Latina y específicamente de los países del Cono Sur.

Se trataba de construir nuevos contenidos y formas de cooperación en un nivel de solvencia y elasticidad que permitieran enfrentar el doble reto de asumir la globalización (Bayardo & Lacarrieu, 1998) como un fenómeno decisivo en el ámbito de la economía, la política y la cultura y agilizar las resoluciones sectoriales entre las diversas economías de los países implicados, con el fin de activar las dinámicas de desarrollo interno en un contexto de emergentes desafíos.

Así el tratado se configura como un acuerdo-marco que establece mecanismos orientados a la creación de una zona de libre comercio (MERCOSUR-RAU, 2001) cuyo objetivo es generar los medios que permitan ensanchar las actuales dimensiones de los mercados nacionales, condición

fundamental para dinamizar el proceso de expansión económica con participación, equidad y justicia social; sentido que se propone alcanzar a través de la utilización más eficaz y eficiente de los recursos existentes, preservando el medio ambiente y procurando el mejoramiento de las intercomunicaciones.

Estas matrices activas de la integración, bajo las orientaciones MERCOSUR, se fueron configurando en diferentes áreas del comercio, la industria, la agricultura y las tecnologías, sobre la base de una larga historia de procesos de enlace regional. Conviene recordar que en el subcontinente existe una extensa trayectoria de acuerdos y pactos de distinto tipo desde la década de los ‗40 (Devés, 2000) y especialmente a partir de los ‘50 (Rojas, 2000), iniciativas cuya suerte ha sido más bien contradictoria, en tanto muchos de estos convenios fueron languideciendo con los cambios políticos de los años setenta.

Caso singular ha sido el tema de la articulación de las experiencias y dinámicas culturales. Estas se constituyen a partir de un arraigado proceso de identidad cultural de todos los países de América Latina, que comparten tradiciones históricas en el contexto de dos grandes idiomas hegemónicos: el castellano y el portugués. La literatura, la danza, la poesía, el cine, la música, el folclore, la comida y la arquitectura son algunas de las tramas en virtud de las cuales la identidad colectiva se ha ido tejiendo en los últimos quinientos años.

Esa larga identidad

Hace más de cuatro siglos que se está recreando una dinámica del ser latinoamericano polifónica, sin centro preciso y bastante ubicua.

Desde el siglo XVIII hasta principios del XX, nuestra identidad fue esencialmente agraria, costumbrista, conservadora y rebelde (González, 1989; Rivas, 1999). Pero será a partir de 1890 que comienza a configurase con nitidez la intención de construir una identidad propia. Es la época en que reaparecen las ciudades: Río, Sao Paulo, Montevideo, Caracas, México, Buenos Aires, Santiago, Valparaíso, Lima, La Habana. Retorno que coincide con un ingente período de transformaciones y cambios sociales. Entre ellos, destaca la Revolución Mexicana de 1910, acontecimiento que potenciará la eclosión de la idea de América Latina anclada en el reconocimiento del mestizaje cultural, que a su vez implicó un redescubrimiento de la indianidad, presente desde México hasta Chile.

Estas mutaciones ejercerán una fuerte influencia en todos los aspectos de la vida política, social, económica y cultural del continente. Mientras que la urbanización acelerada incidirá en que la emergente elite-antielitista se transforme en la moderna clase dirigente. Fueron los intelectuales, los novelistas, los poetas, los pintores y ensayistas los constructores fundamentales de la identidad latinoamericana, donde arte y sociedad se entrelazaron en virtud de la omnipresencia y omnipotencia de los problemas sociales (González, 1989; Rivas, 1999). Este peculiar desarrollo histórico de la creación y de las artes hizo posible la configuración de un estilo singular disímil al que se generaba en el resto del mundo (Rivas, 1999).

Esta arqueología concede a los procesos de integración cultural de un sustento notablemente sólido, con pasado propio y con un presente concomitante más allá de las lógicas políticas e institucionales de cada país. Durante más de un siglo intelectuales, artistas y creadores han compartido sus obras y han debatido sus enfoques e improntas estéticas en un enorme caudal de encuentros informales, organizados y financiados con esfuerzos propios, y muchas veces durante las décadas duras de los setenta y ochenta, bajo la mirada vigilante de los Estados autoritarios.

Con el regreso de la democracia los ámbitos de la creación se expandieron viéndose favorecidos por las políticas de los gobiernos nacionales y regionales. Coincidiendo en el tiempo con esto, a partir de

1980, pero especialmente desde los ‗90, las industrias culturales comienzan a aumentar su peso dentro de los sectores económicos de cada país y a favorecer los flujos de circulación del libro, del cine y de la música (Rodríguez, 2001). Estrategia que se ha convertido en el medio de mayor impacto en la promoción y difusión de las artes y cultura.

Se verifican así tres tendencias progresivas a partir de 1990. En primer lugar el ensanchamiento de los espacios para una creación libre. Por otra, el desarrollo, bastante acelerado, de las industrias de la cultura. Y por último, el impulso por parte de los Estados de diseñar e implementar políticas de fomento a partir de diversas modalidades de fondos concursables dirigidos a creadores y artistas.

Por lo anterior, cuando nace la iniciativa del MERCOSUR en lo que respecta a cultura el terreno estaba abonado, existía un mundo de hombres y mujeres que en espacios urbanos y rurales, académicos y sociales, estaban dispuestos a ser los factores dinámicos de estas originales estrategias de mancomunidad.

Por esto, se puede constatar que el denominado sector cultural dentro de los acuerdos del MERCOSUR, tiene una consistencia efectiva y factible.

La cultura como una matriz de integración

A la fecha se han realizado doce reuniones de Ministros de Cultura del MERCOSUR, la más reciente se efectúo entre los días 24 y 26 de Mayo del 2001 en Asunción-Paraguay (MERCOSUR/RMC, 2001). En todas ellas se ha mantenido una línea de continuidad temática que se expresa en las siguientes ideas programáticas.

Asumir la integración cultural desde la diversidad, en tanto se reconoce a esta como fundamento de la identidad nacional de los Estados Partes y Asociados.

Entender a la Cultura como uno de los ejes del desarrollo sustentable e integrar esta premisa a los programas de desarrollo económico y social.

Promover un proceso de elaboración de un cuerpo legislativo regional sobre la circulación de bienes y servicios culturales.

Establecer una política de difusión cultural orientada a lograr la presencia regional en los mercados internacionales.

Estos vectores son trascendentes porque han brotado de la convicción y acuerdos entre los distintos Estados Partes y Asociados (Bolivia y Chile), cada uno de los cuales ha debido situarse desde la perspectiva de tres factores, que no necesariamente armonizan con los convenios globales, y que se han transformado en elementos obstaculizadores de la amplitud y velocidad de los avances.

En primer lugar, los Estados enfrentan una legislación e institucionalidad cultural distinta, que no siempre facilita la agilidad en los convenios. En segundo término, una diversa priorización por parte de cada uno de los gobiernos frente a los temas culturales, los cuales quedan ubicados en ocasiones en posiciones no relevantes. Y en tercer lugar, los efectos indirectos de la recesión de la economía internacional y regional que ha afectado especialmente los presupuestos en cultura.

Sin embargo, los acuerdos han trascendido hacia otras organizaciones regionales. Así la OEA ha incluido estos temas dentro de sus más recientes políticas, otorgando especial énfasis a la investigación sobre la incidencia económica de los procesos de integración cultural.

Situación análoga se expresó en el ―Seminario Internacional: Importancia y Proyección Cultural del MERCOSUR, Bolivia y Chile en Miras a las Integración‖, efectuado en Santiago de Chile en el mes de mayo del 2001.

En este seminario participaron representantes del Convenio Andrés Bello, de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), de la Secretaria de Cooperación Iberoamericana de la UNESCO (ORLAC) y del BID. Las intervenciones y ponencias de este encuentro sintetizan de manera bastante rigurosa los substratos teóricos y políticos que han estado en la base de las resoluciones de los encuentros de Ministros desde los orígenes del tratado (División de Cultura, 2001).

Las principales tesis de este evento giraron alrededor de los problemas de desarrollo de las polít icas culturales con los cuales América latina ingresa al siglo XXI. Cuyo punto de arranque son los desafíos de producir una política cultural moderna, incluyente, capaz de llegar a los diversos sectores de la sociedad, fortaleciendo los espacios de una creación libre y diversa.

Para que esto sea viable se destacó que la cultura debe descongelarse de la categoría restrictiva de ser sólo bellas artes o entretención y ubicarse desde una nueva centralidad: la de la cultura como derecho humano inalienable, variable de desarrollo e indicador de la calidad de vida (RIVAS, 2000), situada en un mundo constituido principalmente a partir de espacios geoculturales (Garretón, 2001).

Se trata de asumir la globalización desde una lógica que va produciendo recurrentes síntesis de procesos culturales, siempre abiertos e inconclusos, los cuales operan como fundamento de viejas y nuevas identidades y de eventos materiales y virtuales susceptibles de ser integrados al diseño de políticas.

En este mismo sentido se sugirió ampliar el concepto de cadena de valor que articula las dinámicas de creación, incorporando cuestiones como la enseñanza, la formación artística, el debate en los espacios públicos y todos los aspectos que involucran el valor simbólico e identitario de una nación (Soto, 2001 citado en Ossandón y Vio, 2001).

Desde ahí se enfatizó la importancia de las industrias culturales y de la comunicación, ya que representan uno de los sectores económicos más decisivos en términos de inversión de capital y de mayor crecimiento relativo del empleo. Las industrias culturales a través de diversas iniciativas buscan contribuir al intercambio, difusión e integración cultural y a lograr que todos los agentes estratégicos de estas: empresarios, técnicos, trabajadores, autores, creadores, investigadores-académicos, políticos y hombres y mujeres de gobierno concuerden acciones que favorezcan la articulación mercosureña (Getino, 2001 citado en Ossandón y Vio, 2001).

Así los debates que han precipitado los acuerdos del MERCOSUR están generando una estado de reflexión y análisis más activo que en décadas anteriores respecto a los mismos temas, que se extiende hacia el sistema universitario, hacia los gobiernos locales, hacia los centros de investigación y hacia los parlamentos nacionales en toda el área.

Nuevos modelos teóricos, conceptos y metodologías han surgido, dando lugar a un crecimiento bastante sostenido de otros temas vinculados, como son: la gestión cultural, la organización y las estrategias de planificación en estos campos.

Esta tendencia progresiva se puede observar con claridad desde el octavo encuentro de Ministros de Cultura del MERCOSUR, el cual se realizó en julio de 1999 en Asunción Paraguay, en él los participantes reafirmaron su ―complacencia por la creciente internalización por parte del colectivo social y de los organismos internacionales en ponderar a la cultura como una agente de integración y eje para el desarrollo armónico y sustentable‖ (MARCOSUR/RMC/ ACTA N·1/99).

Sin embargo, hay un conjunto, bastante amplio, de campos temáticos que se han debatido, pero no han arribado a sugerencias operacionales susceptibles de ser implementadas en el corto plazo, como son las de la generalización de mecanismos que permitan intercambios de bienes y servicios culturales, con normas transparentes y estables; contar con una base de datos que especifique los productos singulares de las industrias culturales que permita detectar y mejorar los procedimientos ante las autoridades públicas y privadas de la región.

Se concatena con esto, la necesidad de lograr, por una parte, la libre circulación de libros, productos musicales y audiovisuales entre los Estados del MERCOSUR, Bolivia y Chile, y por otra, fortalecer, preservar y difundir el patrimonio de las industrias culturales en estos campos (MERCOSUR/RMC, 1999). Lineamientos que han comenzado a materializarse a través de diversas iniciativas, como son la primera Semana del Cine del MERCOSUR, la promoción de la cultura musical de la región por medio de la edición de una colección de los repertorios clásicos de los Estados Partes y Asociados y el acuerdo de publicar una antología de cuentos de escritores del MERCSUR en dos volúmenes, uno en español y otro en portugués.

Especialmente decisivo es promover, en el corto plazo, una política concertada que establezca sanciones drásticas a las violaciones de los derechos de autor e impida la piratería y reprografía, que daña directamente a las industrias culturales.

Otro aspecto abordado en las dos últimas reuniones ha sido el de definir y establecer las bases para un proyecto de seguridad social de los artistas y trabajadores de la cultura (MERCOSUR/RMC, 2000). Asunto singularmente trascendente si se considera que el sector cultural en su conjunto integra un número muy considerable de personas de la región, que históricamente han estado desprovistos de normas y leyes que protejan rigurosamente su actividad y que les permitan contar con una seguridad social digna.

Paralelamente con esto, se han comenzado a incluir como eje temático la necesidad de estudiar el impacto cultural producido por los modelos de desarrollo de la región, que ubican a la cultura como un pilar del desarrollo sustentable. De esto se infiere, a su vez, que es relevante comenzar analizar sistemáticamente el impacto específico que la cultura y los programas culturales tienen dentro de las políticas de integración, con el objeto de consolidarlas y agilizarlas más allá de los espacios creativos mismos.

Quizás sea la cultura una de las variables que más ayuda a desentrampar situaciones difíciles, particularmente en una subregión donde muchos pueblos y tradiciones se superponen y que en última instancia jamás han dejado de estar integrados, como acontece en el norte chileno, con Bolivia, Perú y Argentina. O en la frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay.

Otro gran capítulo hace referencia a los procesos de migración por motivos económicos y sus efectos culturales, como ocurre con la población chilena en Argentina, la peruana en Chile, la boliviana en Perú y la uruguaya en Argentina. Estas inmigraciones laborales van generando nichos y espacios híbridos (Canclini, 1990) donde las diversas costumbres e improntas tienden a manifestarse preservando sus tradiciones, pero vinculándose a través de las diversas formas del lenguaje a los países y ciudades receptoras.

Si se observa la realidad del mundo de la cultura en la región se puede verificar que estamos asistiendo a un crecimiento de la importancia relativa de todas las materias vinculadas a la creación y que, cada vez más, los distintos sectores sociales y geográficos, de cada uno de los países, integra y asume las temáticas culturales como una cuestión de definición insoslayable respecto a sus propósitos y objetivos sectoriales.

Un balance provisional

Para los latinoamericanos el desafío de la integración está profundamente incrustado en nuestra historia. En cada etapa de esta, se han sugerido iniciativas integradoras desde la política, la economía y la cultura. Y en cada ciclo del siglo XIX y XX estos esfuerzos se han visto frustrados por la multiplicidad de intereses diversos que se conjugan en nuestro espacio.

La expansión acelerada de todos los procesos que incluyen al concepto de globalización nos sitúa frente a una alternativa determinante: o logramos definir un modelo de integración que con realismo vaya desatando los nudos difíciles o viviremos una disminución de nuestra identidad creativa con los evidentes efectos que esto tiene en ámbitos como la estabilidad social y la capacidad de ubicarnos frente a un mundo complejo y crecientemente competitivo en condiciones de actor y productor sólido y solvente.

Estamos impelidos a asumir las políticas culturales de integración como uno de los factores emergentes más exigentes de los elementos que se deben tomar en cuenta para definir una estrategia de desarrollo cultural en el largo plazo. En buena parte, porque ya no es posible pensar en términos estrictamente nacionales y el conocimiento de lo que ocurre en cada uno de los países de la región es una variable de nuestras propias políticas.

Asimismo la escala en la cual es posible pensar la expansión de las industrias culturales sólo puede ser a nivel subregional y regional, más aún cuando se piensa que debemos competir exitosamente frente a otros grandes acuerdos regionales que tienen grandes enclaves industriales como son Estados unidos y Europa respectivamente.

Si tuviéramos que ubicar los aspectos de mayor retraso relativo los encontraríamos en las siguientes áreas:

a. La de investigación en cultura y proyección. Aquí se impone una alianza de largo aliento entre los núcleos estatales dedicados a la investigación, las universidades y las instituciones regionales que fomentan el desarrollo socioeconómico. Se debe superar la visión que tiende a excluir a la cultura como territorio de investigación científica y de desarrollo tecnológico y por tanto ubicable dentro de un diseño estratégico.

b. La formativa, referida a la creación de disciplinas, cursos y cátedras, centradas en la cultura desde la perspectiva de la investigación, la gestión, la planificación, la difusión y la creación.

c. La legislativa. La de consolidar legislaciones culturales regionales, subregionales y nacionales adecuadas a los procesos de internacionalización de la cultura, la creación y la difusión.

d. La generación de espacios públicos, informados y propositivos, que no sólo consuman productos culturales sino que intervengan como ciudadanos en la definición de políticas locales y regionales. Se trata de aquello que se ha integrado en el concepto de ciudadanía cultural (Rivas, 2000).

e. La de los gobiernos locales. La experiencia latinoamericana evidencia que los espacios de mayor actividad y densidad cultural, que abarcan a un mayor número de personas durante un tiempo prolongado son los locales o comunales. En estos territorios simbólicos y geográficos se juega en un grado significativo la eficacia de una política cultural.

f. Desde los convenios culturales es posible integrar de acuerdo a diversos mecanismos y procedimientos a otros países de la región a los trabajos y propuestas culturales.

Estos temas comprometen transversalmente a los países partes y asociados del MERCOSUR. Y si bien han estado presente en las reflexiones de sus intelectuales y creadores no alcanzan a ubicarse con solidez dentro de las agendas estatales de manera coherente y global.

Sometidos como estamos a múltiples desafíos y enfrentando una caída de la actividad económica que tiene evidentes repercusiones en las prioridades gubernamentales, es perentorio que no sucumbamos a este difícil período retrasando o postergando la consolidación de los acuerdos culturales del MERCOSUR, incluso en la eventualidad de que los convenios de otras naturalezas se vean comprometidos.

Desde la cultura es posible preservar obstinadamente en continuar con los tratados establecidos en las diversas agendas de trabajo y avanzar hacia una segunda generación de convenios que vinculen no sólo a los gobiernos sino al mundo de los creadores y de la sociedad civil directamente a través de las instancias locales, académicas y regionales.

Es necesario que los sueños que fundaron una región que tiene todas las hablas, las improntas y los tiempos en sus diversas tierras se consoliden en una creación que cruce las fronteras y nos haga parte de un proyecto estético cultural con el cual nos relacionamos con el mundo desde todas nuestras historias.

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Nota:

(1)Patricio Rivas Chile. Sociólogo, Doctor en Filosofía de la Historia. Coordinador General de la División de Cultura del Ministerio de Educación, Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Chile, Profesor de Ciencias Sociales de la Universidad Arcis y Profesor de la Universidad Andrés Bello, en el programa de intercambio con universidades norteamericanas.

Arte sin fronteras: Perspectivas de integración latinoamericana

Mónica Allende Serra(1)

Mónica Allende Serra

La crisis del Mercosur y las fluctuaciones del mercado mundial, agravados por los acontecimientos de Nueva York, mas allá de dejarnos perplejos y preocupados por la situación económica mundial, nos conduce al centro de una discusión de principios en la que los factores culturales superan a los económicos y nos recomiendan un análisis de las condiciones de cooperación internacional en que debemos apoyarnos de ahora en adelante. Estas condiciones de cooperación encontrarán apoyo en los principios culturales y éticos, más que en el análisis de las fluctuaciones de cambio. Por ello, se hace necesario sometemos a la discusión acerca de los principios ciudadanos de Fraternidad, Igualdad y Libertad, defendidos por Arte sin fronteras en acciones prácticas, dentro de una perspectiva que contribuya a crear condiciones reales de integración cultural en un mundo globalizado y preservando al mismo tiempo la riqueza de nuestra diversidad.

Introducción

La crisis del Mercosur y las fluctuaciones del mercado mundial, que ya mostraban un cuadro crítico antes de los serios acontecimientos ocurridos en Nueva York, se vieron agravados, no solo por estos hechos, sino por no contar con un reconocimiento previo de los diversos movimientos que han hecho sentir sus efectos en la intolerancia en gran parte del planeta. Escapando de la trampa maniqueísta que conlleva hablar de de ―lo cierto y lo errado‖, podemos decir que los acontecimientos de Nueva York, mas allá de dejarnos perplejos y preocupados por la situación económica mundial, nos llevan al núcleo de una

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

discusión de principios, en la que los factores culturales superan a los económicos y nos recomiendan un análisis de las condiciones de cooperación internacional en que debemos apoyarnos de cara al futuro. Es probable que las condiciones de cooperación encuentren más soporte en principios culturales y éticos, que en el análisis de las fluctuaciones de cambio para alcanzar el desarrollo integral ambicionado por los bloques de cooperación internacional. En función de ello, resultan inspiradores los principios ciudadanos de Fraternidad, Igualdad y Libertad (así mismo y en orden invertido), defendidos en acciones concretas por Arte Sin Fronteras – (ASF). Como sabemos, estos principios vienen orientando la temática cultural de la sociedad occidental contemporánea desde el siglo XVIII y nos llaman la atención, por la necesidad de una nueva relación entre la responsabilidad ciudadana individual y la que corresponde al Estado. Por ello creemos en ellos, ayer y hoy, y continuamos defendiendo estos principios, si bien desde unas nuevas perspectivas que la realidad actual nos exige y con denominaciones que hemos adaptado a los nuevos tiempos. Me refiero a los temas de: Integración cultural; globalización; y diversidad cultural, que, al ser abordados, al mismo tiempo, en forma conceptual y práctica parecen, no sólo sostenerse en estos tres principios básicos, sino también adquirir nuevos significados.

Cuando hablamos de Integración cultural, no solo nos permite discutir el tema bajo el principio de la Fraternidad, sino además nos permite destacar la importancia de los emprendimientos conjuntos (proyectos intersectoriales) y de la práctica de una ética, todavía en construcción, que pueda dar garantías de responsabilidad ciudadana individual en cuestiones colectivas.

Cuando hablamos de la Globalización, es permitido discutir el tema bajo el principio de la Igualdad, y nos facilita desmitificar los mitos relacionados a los ―peligros‖ que esta representa, tanto en la integración cultural como en la preservación de la diversidad cultural. Cuando hablamos de la Diversidad cultural, no solo se nos estimula a discutir

sobre un tema que encuentra su base en el principio de Libertad, sino que nos permite referirse al principio de Libertad destacando las únicas condiciones donde las culturas pueden encontrarse: que es en una plataforma de libertad que, al mismo tiempo, es condición previa para aprovechar el mundo interconectado por informaciones cada vez más rápidas y accesibles a todos.

ASF busca la integración cultural latinoamericana a largo plazo. Ello significa fomentar y mantener un proceso que se integre simultáneamente en otros procesos ya en marcha, buscando la integración de los pueblos a través del arte -un lenguaje universal que representa la identidad íntima del ser humano de cada región-, y que permite respetar la diversidad cultural en sentido amplio dentro del escenario que plantea la globalización. Pretendemos que no sea unicamente la economía, o un solo aspecto de la realidad, la que dicte los parámetros culturales en el tema de la preservación de valores.

De modo que cuando ASF pone en discusión los temas de integración, globalización y diversidad cultural, llama la atención sobre los principios éticos aprendidos en la familia y que se encuentran fuertemente ligados a los principios de fraternidad, igualdad y libertad. Estos principios constituyen los pilares básicos de nuestro comportamiento y se reflejan, por un lado, en la interpretación que hacemos de la sociedad que nos rodea y por otro, en nuestro modo de participación en esta sociedad. Ello obliga en un mundo globalizado a ser responsables de las decisiones que se tomen vinculadas a nuestra ―aldea global‖, decisiones que son simultáneamente individuales y colectivas. Es importante llamar la atención sobre estos principios y responsabilidades, pues una discusión que desee orientar la práctica de la gestión cultural debe contar con estos fundamentos teóricos para no perder de vista, ni las razones ―ocultas‖ que orientan los objetivos específicos de cada

proyecto, ni el timón que asegure la meta de nuestras acciones.

Al mencionar más adelante cada uno de los tres temas citados, nos referiremos a un proyecto concreto. En ASF pretendemos aproximar la acción práctica a estos argumentos que defendemos.

2.- Integración cultural y principio de Fraternidad

Es evidente que la integración cultural es un proyecto a largo plazo y que, además de necesitar el empeño de todos los sectores implicados (artistas, empresarios, intelectuales, prensa, gobiernos y tercer sector), requiere hacer percibir la cultura como herramienta para el desarrollo sostenido

(2) . Constatamos, por ejemplo, que los movimientos

integracionistas de América Latina de los últimos 40 años iniciados por el Mercado Común Centroamericano, seguidos por la ALALC, después llamada ALADI, pasando por el Pacto Andino propuesto por Chile y Colombia en 1966 y, actualmente, con el SELA y el Mercosur, son experiencias que siguen modelos parecidos en sus objetivos: todos aspiran a un crecimiento económico más auto-sostenido y equilibrado, pero sus planes de acción transcurren lejos de los museos, palcos y galerías de arte, o lejos de donde se gestionan los anhelos de los artistas -sector cultural-, los cuales no son tan diferentes del de los sociólogos o economistas. Así, el mapa del desarrollo parece apoyado solamente en factores económicos, dejando en la sombra, para quien mide los avances de la integración en números, los aspectos culturales que son, algunas veces, responsables de los equilibrios y desequilibrios sociales que pueden dar o denegar soporte a los logros económicos. El fortalecimiento de la idea de crecimiento integral de los países se orienta en un punto de vista pluralista del desarrollo, rechazando la interpretación fragmentada de la realidad y sugiere que todos sus aspectos sociales, económicos y culturales deban ser situados en el mismo nivel de importancia. Las dos décadas pasadas fueron importantes para avanzar en la difusión de una conciencia que asuma responsabilidad conjunta en estos tres niveles. Asimismo, fue importante el estímulo a los esfuerzos integrados de variados sectores de la sociedad

(3), pero debemos continuar insistiendo en este punto,

pues no se ha concretado un cambio de conciencia consolidado que permita alcanzar efectos durables en este sentido. Ante este panorama, ASF consideró que de sumarse los esfuerzos de todos los sectores y de partir esta iniciativa de los artistas, esta meta podría alcanzarse a mediano plazo

(4). Asimismo, es necesario que nazca de la sociedad civil un

esfuerzo permanente de debate para actualizar diagnósticos y para discutir el modo de situar la cultura definitivamente como una prioridad para los gobiernos, destacándola como impulsora de las políticas públicas de cualquier especie. Consta en el Proyecto Matriz de ASF la iniciativa de reunir a la comunidad latinoamericana para un debate cada dos años proponiendo la integración cultural, no solo como una forma de pensar conjuntamente en nuestro destino, sino para difundir la idea de co-responsabilidad como una forma de ejercicio del principio de fraternidad, sin discriminación de otros sectores.

Observamos que reuniones oficiales e importantes acuerdos institucionales, no han garantizado el resultado esperado por no contar con la integración y la participación necesaria de la sociedad civil y con la implementación de leyes internacionales que debían favorecer la circulación de productos culturales en el continente

(5). Ello no significa que el

sector oficial no acepte la idea de que organizaciones culturales puedan compartir la responsabilidad de buscar la solución para los grandes problemas que enfrentan los gobiernos y contribuir al fortalecimiento de una democracia real, pluralista, participativa y descentralizada

(6). Existe la idea generalizada de los propios emprendedores colectivos del

sector público y privado serán el objetivo primordial de un movimiento de integración efectivo y que, para alcanzar un desarrollo sostenido debe haber un esfuerzo de

integración de todos los sectores involucrados.

El documento Nuestra Diversidad Creadora (editado por UNESCO al cumplir 10 años de la Campaña Mundial de la Cultura y el Desarrollo) sustenta que ‖todos los esfuerzos estuvieron dirigidos a desterrar para siempre las dictaduras y hacer prevalecer, en esta región, la Democracia y la Libertad‖. Según este texto, los esfuerzos dirigidos a objetivos de desarrollo fracasaron, entre otros motivos, por causa de la desconsideración de la importancia dada a la cultura en la implementación de políticas orientadas al crecimiento económico y social. Según Hirschman (1970), el mundo social parece Uno, no porque todo es interpretado en términos de compra y venta, como lo es entre muchos economistas, sino porque los hechos de comprar y vender son reinterpretados como actividades culturales condicionadas por ideas morales, procesos políticos y contactos sociales. Pensar la integración cultural vinculada a la integración económica y social puede interpretarse como aleja de sus objetivos específicos. No obstante, esta aproximación es la que le permite defender la necesidad de definir opciones de largo plazo. Acciones que ponen en evidencia multitud de formas de actuar bajo el principio de Fraternidad, donde la tolerancia opera en los contactos y acuerdos del ―día a día‖ de las instituciones y en la permanencia de los acuerdos en la alternancia de los gobiernos, fundamentalmente cuando los gobiernos alternan también de partido político dominante.

Los emprendimientos colectivos intersectoriales solo pueden crearse si están definidos por un planteamiento de ―lo público‖ y ―lo privado‖ que se pauta bajo un principio de Fraternidad (Cardoso, R. 1999).Tomemos como ejemplo un acuerdo intersectorial entre dos, o más campos próximos: Cultura (ASF sociedad civil), Educación (del sector público: Secretariado de Educación del Estado de San Paulo), Empresa (Banco del sector privado)

(7). Todos ellos se enriquecen con la práctica de la integración socio-cultural y

cultural-educacional, Su efectividad traza un doble camino: uno es el que ejerce el derecho de la cultura al constituirse en vehículo de integración y el otro es el que ejerce el derecho de los pueblos a la cultura, ―deselitizándola‖ (Fonseca, 1999). Los derechos aludidos recomiendan, por tanto, promover un fuerte compromiso con las políticas públicas culturales y, al mismo tiempo, con las de la Educación. La transmisión de conceptos a través del arte, podría constituir la base de un medio válido para la transmisión de principios, contribuyendo a convertirse en un agente de transformaciones significativas. De la misma manera en que emprendimientos colectivos y la cooperación intersectorial pueden transmitir conceptos de solidariedad, las Artes pueden transmitir directamente principios de Fraternidad. El desafío es encontrar, conjuntamente con los otros sectores, un camino de acciones que conduzcan a un patrón internacional de compromiso, de modo que garantice a largo plazo una circulación de arte rentable, tanto para el público más amplio como para la economía de los países.

Para concluir el examen de las transformaciones culturales de largo plazo, seleccionamos un asunto que enfrenta el desafío de promover cambios internos permanentes en el sector cultural, no solo de un país, sino de un grupo de países: El Mercosur y su legislación. Ciertamente el Mercosur facilita la plataforma para acelerar este proceso de integración cultural. Aún hallándose centrado en las transformaciones del área comercial, podemos contar con el Parcum (Parlamento Cultural del Mercosur) para ayudar a defender propuestas culturales de varios países, en los que exista disposición para establecer acuerdos a largo plazo y aprovechar oportunamente la plataforma jurídica disponible.

Argentina, después de 250 años, elevó al Senado un proyecto de reforma que admite en su texto dispositivos sobre cultura. Este comienzo señaló una inversión en la trayectoria de dificultades contrapuestas por los artistas en ese país. Implementar en este país leyes de incentivo a la cultura, como las que Brasil y Chile ya tienen, no significa un falso optimismo

sino crear oportunidades para tomar decisiones con otros países a través del PARCUM. Se reconocen de esta forma las inquietudes del Parlatino de crear las herramientas para disponer de una puerta abierta a los cambios vía legislación internacional, para abrir los canales de participación del sector cultural en el proceso de integración en curso.

A los fines de la integración, es fundamental el hecho que el Parlatino y su brazo cultural, PARCUM, proponga y acompañe de cerca la definición de leyes internacionales para la circulación de productos culturales. De estas leyes dependerá: a) la facilidad para promover la cooperación entre el sector público y privado, b) las interacciones entre entidades culturales de más de un país, c) que sus miembros pasen a elaborar estrategias conjuntas para alcanzar un proyecto mayor, el del ejercicio de la Fraternidad entre los pueblos. Un pequeño ejemplo de ello lo constituyó la iniciativa surgida del Foro que ASF promovió con el Centro Cultural Estación Mapocho de Chile y que se expandió por iniciativa de su gestor principal, que participó en la discusión acerca de los rumbos de ASF y que luego se integró, junto al Gobierno de Valparaíso, en un emprendimiento más amplio y complejo con objetivos a largo plazo

(8).

Un grupo de países, Brasil, Chile, República Dominicana, Paraguay y Venezuela están desde hace algún tiempo, modernizando sus instituciones culturales y reorganizando sus prioridades dentro de sus estrategias en los ámbitos de Cultura y Educación. Probablemente esto afectará otros países en el sentido de definir el tema de Cultura como concepto, no apenas agregado al tema de Educación (Uruguay, Argentina); sino con un espacio propio, otorgándole un sentido mas amplio y abarcando áreas más allá de las artes eruditas y populares, creando un espacio de actuación capaz de desarrollar una política cultural que contemple argumentos y principios de pluralismo y multiplicidad, como lo hicieran hace pocos años Bolivia y Colombia (www.megalink.com/clcon/leyes/ley/1991-1997/ly1302.html; www.presidencia.gov.co/htm/colombia.htm).

3.- Globalización y principio de Igualdad

Hace alungos años, un ex-Ministro de economía brasilero declaró, hace algunos años en la revista semanal ―Exame‖, que en el siglo pasado los individuos viajaban relativamente con más facilidad que los capitales. Su comentario ciertamente se basaba en que los ahorros tenían poca movilidad geográfica, siendo casi integralmente invertidos en el lugar donde se generaban. Por otro lado, eran las capas sociales más pobres del continente europeo las que más migraban y en América Latina las personas pobres del campo las que buscaban la riqueza y el trabajo de las ciudades. Hoy en día, son los capitales los que migran, mientras sus dueños los administran desde un local fijo que centraliza actividades diversas, como en el caso de las torres del World Trade Center de Nueva York. Con el nacimiento de las multinacionales, nacen también los negocios culturales internacionales. Superando la circulación de otras mercaderías (industria de discos y filmes compitiendo con los lanzamientos mundiales de sus productos), asistimos con asombro a la cada vez más rápida circulación de informaciones, sobre las que tenemos, cada vez más, libre acceso.

En más de una ocasión nos sorprendieron noticias alarmantes sobre la manipulación de valores en el mercado de acciones, como resultado, de la rápida circulación de informaciones y donde las informaciones fraudulentas pueden circular gracias a no disponer de tiempo suficiente para comprobar si son éstas verdaderas o no.. ¿Quién no recuerda la noticia que tomó las primeras páginas de la prensa mundial sobre del joven especulador de 15 años, Jonathan Labed? Esta especulación fue posible debido a la información de la que disponía y a que formaba parte de la manipulación de información

en un modo globalizado. Este joven con dos negocios lucrativos en la red mundial dió un golpe en el mercado de acciones. ¿Como?. Aplicó dinero vía internet; difundió informaciones falsas que hicieron subir sus acciones; enseguida las vendió en alta y ganó 300.000 dólares. La penalidad por el delito fue muy suave – 12.000 dólares de multa por la operación descubierta – para una acción de delito público gravísimo. No voy a discutir aquí la penalidad que los Estados Unidos tendría que aplicar a sus adolescentes sin principios.

La cuestión que nos interesa resaltar es la ética que se vislumbra, tanto a escala individual, como en el del poder público que, suponemos, regula o defiende los intereses de cada uno en el ámbito social. En lo individual, parece que la globalización de la información proporciona la condición de igualdad. En lo social, la condición de libertad sin limites permite a un joven saltar del anonimato a la condición de ―héroe-genial‖, promovido por la prensa. Como a muchos otros bandidos héroes de nuestro tiempo, la propia prensa acabó dándole más visibilidad a sus habilidades tecnológicas de las propias del hecho socialmente reprochable. Cabe, por tanto, definir qué nueva ética es adecuada a los nuevos tiempos para formar un código de conducta social que permita usar la Libertad que nos proporciona el anonimato en la web. Quien dio la nota a la agencia de noticias, en este caso, fueron las propias declaraciones del administrador de la SEC, David Horowitz, quien en pocas palabras declarase ―impresionado con la edad cada vez más temprana de los jóvenes que manipulan valores‖.

La realidad demuestra que estas modificaciones no están garantizadas, cabe preguntarse con Mohan Rao (1998) lo siguiente: ―‖Si el crecimiento económico tiene la capacidad de no sólo transformar al individuo y su modo colectivo de vida, pero también de transformar la propia forma básica de evaluación de otros modos alternativos, ... ¿como pueden ser promovidos cambios económicos sin negar los elementos valiosos de las tradiciones culturales de los países? . Respuestas pueden buscarse en dos direcciones: en el no intervencionismo abierto – donde los mercados internacionales regulan una economía liberal – y en el proteccionismo moderado – donde se imponen políticas domésticas por sobre las internacionales protegiendo algunos mercados internos. Argumentos de simple no intervención son usados para defender ambas posiciones, basándose en la presunción de que las ganancias económicas mutuas de todos los países participantes del mercado internacional son maximizadas cuando tales mercados están libres de intervenciones e impedimentos de las políticas impuestas.

Sin embargo debemos decir, que surgen recelos (sin duda pertinentes) pues permanece la preocupación de que las ideas recogidas en cada uno de los encuentros (foros) aludidos y el interés demostrado en palabras no permanezca, sino que alimenten discusiones y contribuyan a la elaboración de estrategias, para que estas intenciones consigan realmente avanzar en el plano de la acción.

Tal vez, lentamente, encontremos el camino que nos lleve a usufructuar los beneficios de ser ―iguales‖ y ―anónimos‖ en el espacio de las redes virtuales del mundo. La experiencia de ASF al inaugurar su página web, da cuenta que el objetivo de la integración continental de informaciones tiene su base en conceptos de Igualdad y por esto disemina informaciones sin herir el respeto a las diferencias

(9). El miedo de la contaminación

recíproca, resultante de la tecnología de comunicación, favorecida por el proceso de globalización, surge en un sentido opuesto al camino de la integración. Tal vez deberíamos buscar los lugares comunes donde nuestras semejanzas se encuentren y dejar que las diferencias queden preservadas por su propia naturaleza. Que estos lugares estén, paradójicamente, en el campo de identidades de principios y no de costumbres, constituye el hecho que dará fuerza a la integración cultural. Esta aproximación deberá estar iluminada por una nueva ética de las relaciones humanas, en la que el principio de

libertad trascienda al propio individuo y alcance la existencia de una proliferación cultural sin preconceptos. Apelar a una nueva ética no es novedad en este siglo; la novedad está en admitir previamente los mitos (preconceptos) relativos a los ―peligros‖ de la globalización. Esto implica cooperar con alteraciones en la legislación internacional, elaborando leyes que favorezcan las transacciones comerciales culturales y en tratar el concepto de globalización desde el punto de vista original: relaciones de mercado. ¿La circulación de productos culturales tendría que ser defendida en su especialidad? Sin duda, pero en igualdad de condiciones, así como todos los otros productos defienden su condición especifica de derechos en el mercado. De esta forma, podemos decir que la cultura al integrarse no será globalizada, ya que ella es en esencia local. Lo que se ―globalizará‖ será la circulación de productos culturales.

El hecho de que la integración depende de la capacidad de probar, es en datos, lo que coopera la cultura al crecimiento integral de los países (Mohan Rao, 1998, Kliksberg, 1999. En ese sentido todos los sectores cooperamos con el crecimiento y dividimos responsabilidades en este proceso. No debemos engañarnos y soñar con un mercado internacionalizado que ofrecezca oportunidades equivalentes para todos. Las mismas leyes rígidas de mercado que operan en cada país regulando las potencialidades de desarrollo de los diversos sectores, son los que, en un modelo globalizado, se transfieren con sus virtudes (oportunidades) y distorsiones (determinantes de la libertad de aprovechar oportunidades) para un bloque de países que se encuentran en proceso de integración.

A pesar de las dificultades, sin duda existe hoy un campo propicio para corregir la disociación entre cultura y las diferentes instancias del desarrollo: los organismos internacionales vienen prestando más atención a los estudios que abordan esta cuestión. La comprensión del problema, especialmente en sectores gubernamentales e internacionales, se vislumbra en el apoyo a la organización de éstos debates internacionales por parte de la UNESCO, BID, FORD FOUNDATION, etc.

Aunque el desarrollo tecnológico favorezca la multiplicación de las redes que amplifican estas ideas entre los interesados, el simple relevamiento de propuestas en un Foro, como sucede en tantos eventos frecuentados por buenas intenciones, no basta para alcanzar la integración. Sólo estaremos bien encaminados hacia una futura integración cuando los diversos sectores involucrados den continuidad a las declaraciones de intenciones y tomen para sí la tarea de divulgar estas ideas y, lo más importante, las pongan en práctica. Esta es una opción por la libertad con responsabilidad.

4.- Diversidad cultural y principio de Libertad

Constatar este punto de vista, pues no es una realidad generalizada, apenas nos permite comprender que la opción de Arte Sin Fronteras por la integración cultural y su impulso a través del arte de los pueblos - que es su propia identidad - es la opción que hasta ahora nos parece la más apropiada, pues supera no solo esas trabas que el miedo aludido impone, sino también otras que necesitamos superar a largo plazo. Nos referimos al cambio de conciencia que precede el desarrollo de una nueva ética y a los principios sobre los cuales llamamos la atención, no solo porque afecta la integración en la formación de bloques de cooperación en las Américas, sino principalmente por lo que ocurre en los dominios de la ―aldea global‖. Creemos que la integración cultural requiere una responsabilidad compartida (socio-económica-cultural) con firme foco en la preservación de la diversidad cultural y en la libre existencia de identidades locales para contribuir

seriamente con los principios de democracia y de libertad.

Sería necesario apuntar un obstáculo identificado y característico en medio de las dificultades de la integración cultural continental relacionado con el tema de la Diversidad Cultural y el principio de Libertad. Enfocamos el aislamiento cultural como respuesta al miedo de ser libres en un mundo globalizado. Estamos acostumbrados a admitir que la globalización en la cultura, homogeniza las características básicas que distinguen los pueblos (identidades indiferenciadas). Este miedo a la homogenización impide la aproximación y el mayor conocimiento de quienes somos ―identidades diferenciadas‖. Creemos que el miedo surge porque negamos que la aproximación de hoy -tentativas de integración- responde a una necesidad de cooperación para crecer juntos. Entendemos, mientras tanto, que esta negación tiene raíces en nuestra historia de pueblos colonizados y en el deseo legitimo de preservación de la Diversidad Cultural. Tal vez estemos reaccionando a partir de la experiencia de otras aproximaciones del pasado, cuando el contacto entre dos culturas, donde una buscaba el desarrollo económico por el expansionismo, sin preocupaciones con el impacto socio-cultural de los países colonizados, tuvo como resultado la desaparición parcial o total, de una de ellas. El miedo, por tanto, sería el mayor enemigo de cada grupo cultural para disfrutar libremente su cultura sin necesidad de aislarse.

No nos costará identificar las criticas que se hacen al sistema de la política de integración cultural vigente: se cobra de cada uno de nosotros - usted, yo, de la sociedad civil - la responsabilidad por la falta de una política que asegure la promoción de la paz, de la tolerancia, de la convivencia social dentro de moldes civilizados. Porque somos nosotros mismos los que: no saludamos nuestro vecino y lo vemos hace diez años saliendo o llegando; a veces nos olvidamos de guardar un papel arrugado hasta avistar un basurero público lanzándolo a la calle y usando la ciudad como tierra de nadie; o nos limitamos a lamentar la falta de solidariedad divulgada por la TV pero no la practicamos. De hecho, nos asustamos con la violencia, nos limitamos a aplaudir el año internacional del voluntariado, pero no nos ofrecemos como trabajadores voluntarios, los cuales, tal vez, sean los que consigan finalmente la paz diseminando el principio de la Fraternidad (Cardoso, 1999). En otras palabras, hacemos parte de un todo - ese mismo que criticamos - que solo puede ser explicado de individuo a individuo.

Por lo tanto, somos simultáneamente ―parte que contribuye‖ y ―parte cómplice‖ de la llamada erosión del tejido social, como coloca Teixeira Coelho Netto (1998a). En lo tocante a nuestras responsabilidades individuales en el plano social, podemos reportarnos a un análisis que hace Teixeira (1999a) del papel de la familia en la formación del individuo cuando afirma que: ―la familia que obtuvo en el pasado la fuerza de sus principios en la religión, la perdió cuando fue substituida por la creencia en las ideologías políticas de grandes grupos‖ y que hoy, algo caóticamente, se vuelve al individuo, célula del tejido social de la cultura. Este autor, al discutir la neutralización de la religión y de las ideologías, reserva a la cultura el papel de ―religión laica‖ promovida por la modernidad y le atribuye un papel catalizador por excelencia de la convivencia social.

5.- Una cultura para el desarrollo integral de la sociedad.

Para concluir, queremos destacar especialmente, el papel político y multiplicador del artista y del agente cultural, así como del sector de comunicación -gráfica y electrónica-, o de aquel que rescata el papel de la cultura como uno de los factores responsables de los cambios significativos en los medios socio-económicos. Aquél que mantiene su pensamiento independiente - patrimonio del individuo libre – que tiene acceso y escoge en

su vida la cultura y el arte, ciertamente acompaña mejor el proceso de un gobierno en vías democráticas y podrá comprender mejor su participación ciudadana en el difícil proceso de estabilización económica por el que pasan hoy nuestros países. Para no dejar que el exceso de optimismo -que la utopía le presta a la esperanza- nos engañe, se impone siempre el diagnóstico objetivo de los datos y la realización competente de un análisis de viabilidad de los sueños ambiciosos: los proyectos culturales. Muchas veces, nacen dificultades junto con los variados conceptos adoptados de cultura o de desarrollo integral.

Estos conceptos, que vislumbramos más allá de las acciones y opiniones, rebelan que forman parte de las dificultades cuando las vinculamos a varios de conceptos de integración que circulan. Por ejemplo, los diferentes segmentos de la sociedad podrán permanecer aislados del resto del proceso de desarrollo si no abren canales horizontales de comunicación e insisten en entender la integración apenas dentro de su propia área, vertical y sectorialmente. De cualquier modo, los valores de la globalización, tanto viniendo de conceptos culturales o económicos, parecen reducir el espacio para políticas autónomas promoviendo nuevas formas de relaciones internacionales, aportan un patrón de convergencia ética que, objetivamente, impide al sistema en crisis llegar a un punto de colapso y obliga a considerar, o al menos revisar, antiguos modos estereotipados de ver a nuestros vecinos.

En ese sentido podría pensarse que Brasil, como miembro del Mercosur, ocupa una posición diferente por causa de su tamaño, diferente idioma y particularmente por su diversidad cultural y de mercado. La realidad es otra. En el cuadro de los esfuerzos para alcanzar el desarrollo económico, se ha dicho que también lucha por la disminución de las distancias sociales y del sufrimiento causado por los efectos adversos de la globalización, estando, en estos aspectos, muy próximo al caso de otros países del bloque del Mercosur. Así, somos iguales y diferentes al mismo tiempo y esta complejidad -y no los preconceptos- preserva la diversidad cultural.

Podría decirse que el individualismo en crisis le abre caminos a la interdependencia solidaria y promueve movimientos de integración que ―permiten esta visión más humana y menos técnica de las relaciones internacionales‖ como resaltó Enrique Iglesias en el Foro Desarrollo y Cultura celebrado en marzo de 1999 en París. Conscientes del estrecho vínculo existente entre la economía de los países y el nivel cultural de su gente, los participantes de los foros sobre cultura y desarrollo están plenamente de acuerdo en recomendar emprendimientos intersectoriales -sector público y privado-, pero no puede decirse que ésto constituya un hecho. Es más, se insiste en mostrar la urgencia de una integración cultural continental y, a pesar de reconocerse como necesaria, cada proyecto que encierra ese objetivo es considerado como un paso extremamente ambicioso. Por tanto, no basta solo con estar de acuerdo o no con estas reflexiones, sino que es necesario también crear un campo fértil para proponer leyes específicas que permitan un paso más ágil a los proyectos de circulación de los bienes culturales.

Al mismo tiempo reconocemos que hay dificultades jurídicas para superar, pero confrontarlas con las ideas es importante para encontrar nuevas formas. Aún así, lo substancial es comprender que el pensar globalmente transforma el carácter profundo de las acciones locales -de la ciudad- y, ciertamente, abre perspectivas y esperanzas para superar las dificultades diagnosticadas. Como dijo Teixeira Coelho (1999a): la demorada integración económica , jurídica y política de Europa no puede ser invocada como un parámetro para lo que eventualmente pueda suceder en las Américas, la aceleración de tiempo histórico, empujando la resolución de etapas, esa hora nítida es indiscutible y si no

fuera suficiente, el continente americano es considerado mas homogéneo que Europa.

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Prof. Drª Monica Allende Serra Rua Jericó, 255 cj 125 – São Paulo, Brasil – 05435-040 FCM – UNICAMP- Universidad de Campinas, São Paulo, Brasil Fundadora y Presidente Asociación Internacional Arte Sin Fronteras Telfax: (5511) 3032-8044 - [email protected]

Notas:

(1) Mónica Allende Serra

São Paulo, Brasil . FCM – UNICAMP- Universidad de Campinas, São Paulo, Brasil Fundadora y Presidente Asociación Internacional Arte Sin Fronteras.

(2) Sabemos que hay un grupo de teóricos con respetables argumentos contra esa visión utilitaria de las artes y la cultura, pero pensamos que poner el tema en discusión, en ciertos medios, ayuda a traer a la superficie la importancia de la cultura para el desarrollo integral, razón por la cual fue tema del I Foro Internacional ASF en noviembre de 1998, São Paulo, Brasil. Ver: ALLENDE Serra. M. (org.) 1st Forum for Cultural Integration: Arte

Sem Fronteiras. Ed. Unesco-Sesc, São Paulo, Brasil. 1999

(3) Algunos ejemplos: MUNDIALCULT de 1982, la Campaña Mundial de la Cultura y el Desarrollo, lanzada en 1987 por Javier Pérez de Cuéllar, Secretário General de la ONU y Federico Mayor, Director General de la UNESCO; el Foro de Ministros de Cultura de América Latina y Caribe - constituido en 1989 en Brasilia por el entonces Ministro de Cultura de Brasil José Aparecido de Oliveira, la Reunión de Intelectuales de América Latina en Caracas en 1991; el Foro Mercosur/NAFTA en 1994 en San Paulo, en conjunto com el Parlamento Latino Americano; el I y II Foro de Integración Cultural Arte Sin Fronteras, que reunió varios sectores de la sociedad para discutir integración cultural continental, en noviembre de 1998 y 2000 en San Paulo, Brasil; El debate internacional sobre Cultura y Desarrollo organizado por el BID/UNESCO en marzo de 1999 en Paris; y otro en junio, en Habana, Cuba, y mas tarde el de Canadá y el de Cartagena, Colombia, etc

(4) ASF es producto de un movimiento iniciado por artistas e intelectuales, liderados por Mónica Allende Serra en 1994, resultando en una ONG apoyada por importantes personajes de la cultura latinoamericana en 1996.

(5) Es el caso del sello cultural del Mercosur, apoyado por el Gobierno del Brasil, pero que encuentra dificultades de ejecución a pesar de la promulgación decretada por países del Mercosur.

(6) Prueba de esto es el Ministerio de Cultura de Brasil, el cual que apoya los proyectos de ASF con leyes de incentivo de renuncia fiscal y reglamenta otros impuestos que facilitarán la circulación de obras de arte en las fronteras.

(7) Proyecto "Arte Para Crianças‖: El Grupo Velox (Argentina) estableció un emprendimiento con ASF para implementar la distribución de 14 reproducciones de obras de artistas brasileros (Di Cavalcanti, Malfatti, Portinari, etc.) en 4.000 escuelas públicas. La colección fué acompañada de un video didáctico (producido con la TV Cultura y el Secretariado de Educación del Estado de SP) y un panfleto informativo sobre mayores datos de las obras y los artistas. Se sumaron a este emprendimiento otras empresas (Gradiente Eletrônica, DPZ Comunicações, Formatex, JF Granja Auditores, Azevedo Sodré Abogados) y organismos internacionales (UNESCO, Memorial de América Latina) La medida del sucesso de este proyecto será visible en un largo plazo cuando veamos cambios en el comportamiento de jóvenes, sea como público en los museos o en el valor dado a su propia cultura, sabiendo que esto se desdobla en otros comportamientos del ciudadano. Sin el esfuerzo de tantos sectores de la sociedad, no seria posible entregar este patrimonio cultural a todas las escuelas (4.000) de enseñanza primaria de esta ciudad.

(8) Proyecto 2003 - III forum ASF: Cultura y Políticas Públicas – Ciudades Sustentables. Estos debates bi anuales se sustentan en la noción, cada vez más sólida y difundida, de que la cultura será, en el siglo XXI, instrumento, al mismo tiempo de desarrollo y gobernabilidad. Por tanto, los principios que pauten la defensa de una política de integración cultural continental son: participación (acuerdos intersectoriales), pluralidad (diversidad cultural y tolerancia) y flexibilidad (capacidad de resolver conflictos creativamente – cultura para la paz). Estos debates servirán también para preparar una participación efectiva de los países latinoamericanos en el Primer Forum Universal de las Culturas organizado por la Generalitat de Cataluña y por el Ayuntamiento de Barcelona en

2004.

(9) Fué recomendación del 1er Forum ASF (1998) invertir esfuerzos en la conectividad de los artistas Latinoamericanos. La tecnologia avanzada fué puesta al servicio de la construcción del Site Arte Sem Fronteiras que sirve como plataforma a un banco de informaciones con más de 1,200 entries de instituciones públicas y privadas, artistas y otras informaciones de 26 países. Es esta una poderosa herramienta de pesquisa para intelectuales, turistas culturales, interesados en adquirir arte latinoamericano y, sobretodo, un punto de encuentro para los interesados en integración cultural continental. La implementación tiene el aporte de voluntários, del sector público (Ministério de Cultura de Brasil: ley de renuncia fiscal) y privado (Banco Bradesco), además del apoyo de UNESCO.

Nuevas competencias en la formación de gestores culturales ante el reto de la internacionalización

Alfons Martinell(1)

En los últimos años el sector cultural se encuentra en una constante dinámica de transformación, vivida a remolque de los cambios que sufren nuestras sociedades ante los efectos de la globalización y otros fenómenos sociales y culturales de gran trascendencia. En poco tiempo se han renovado e incorporado conceptos, desplomándose certezas y apareciendo nuevas incertidumbres en los horizontes de los agentes culturales iberoamericanos, los cuales han de operar en unas realidades sociales y económicas cada vez más difíciles e injustas y la adecuación a estos nuevos escenarios culturales.

La cultura siempre ha presentado dificultades de adaptarse con prontitud a los cambios sociales, tecnológicos y económicos, y responder ágilmente a las transformaciones sociales que conlleva. Como nos recuerda Lamo de Espinosa

(2):

―‖ Creo que el ritmo de cambio social que genera la ciencia es tan rápido, que la cultura no puede asentarse, porque requiere un proceso de al menos tres generaciones. Si cultura son todas aquellas actitudes que aceptamos como evidentes, la ciencia no permite su asentamiento, porque innova muy deprisa y no permite generar consensos culturales acerca de ciertas conductas ―‖.

Es evidente que la cultura contemporánea necesita de unos tiempos para situarse ante los cambios que no coinciden con sus procesos tradicionales. Quizás no tan extensos como nos cita el autor pero en una mayor rapidez para daptarse a las transformaciones actuales.

En otra perspectiva la realidad del sector cultural (3)

actual, en su extensión, indefinición e impacto, no se encuentra estructurado e identificado como otros sectores de la vida social ( economía, educación, sanidad, etc...). Una gran contradicción y diversidad es presente en las estudios del sector cultural donde se puede observar en el gran numero de realidades culturales donde conviven planteamientos comunitarios cercanos al filantropismo con dinámicas de mercado y producción industrial muy agresivas y contundentes. Pero una de sus grandes dificultades se encuentra en su propia identificación como sector, con una función simbólica y política muy determinada y un impacto en el desarrollo social y económico importante.

Y en tercer lugar, la perspectiva profesional de la cultura ha sufrido grandes debates entre su finalidad social y la necesaria eficacia de sus acciones. Aún existen posiciones críticas sobre si es necesario una profesionalización del encargo social para la gestión de la cultura, que también conviven con un mercado de trabajo ( oferta y demanda) de profesionales de acuerdo con las necesidades de las políticas y las organizaciones culturales.

Sin profundizar en estas perspectivas, en este artículo, nos vamos a centrar más en los temas de la formación de gestores y profesionales de la cultura en sus diferentes niveles y perfiles. Como decíamos en la introducción la formación de gestores y profesionales de la cultura también se encuentra en las mismas encrucijadas:

¿Cómo dar respuesta a estos nuevos escenarios desde la formación de gestores culturales?

¿Cuáles son las capacidades y habilidades de los gestores culturales ante los cambios en nuestras sociedades?

¿Cómo pueden abordarse los retos de la globalización y el aumento de la perspectiva internacional en la gestión de proyectos culturales?

Si entendemos que el capital humano es un elemento fundamental del desarrollo social y cultural, su perfil y perspectiva ha de transformarse ante unos escenarios más mundializados, con muchas más posibilidades de movilidad y la presencia de tecnologías de la comunicación que aceleran la transferencia, la circulación de información y los contactos entre culturas.

Nos preguntamos si en este contexto, de movilidad e intercambio, los gestores culturales, y sus organizaciones formativas, se adaptan a estas nuevas realidades o solamente la industria cultural y las grandes corporaciones son capaces de situarse rápidamente en este nuevo escenario.

Por otro lado la pérdida de supremacía de los Estados nación y sus diplomacias en los intercambios culturales produce un gran número de conexiones transversales y horizontales, las cuales están dibujando un nuevo mapa de las relaciones culturales internacionales, donde las vías de cooperación se han democratizado con la presencia de la sociedad civil y el tercer sector.

Cada vez más agentes y organizaciones, no sólo una elite intelectual y global(4)

, percibe la importancia de su presencia internacional, con la voluntad de gestionar la presencia de su expresividad a nivel más amplio que el local. Estas nuevas prácticas superan las caducas formas de cooperación oficial, y ante la dificultad de encontrar recursos oficiales creen en la capacidad de gestión de su proyecto para actuar en los canales de lo internacional.

En este entorno las estructuras de las organizaciones culturales (tanto de la administración como de la sociedad civil y una parte del sector privado) no se han adaptado a estos nuevos paradigmas por la propia dificultad, como decíamos anteriormente, de la cultura de aceptar los cambios, y por un funcionamiento muy burocratizado, rígido y, sobre todo, ―anacrónico‖

(5) para los tiempos actuales.

Paradójicamente el sector cultural, que es muy intensivo en ―personalidad‖ y muy supeditado al efecto humano se caracteriza por una falta de atención a los recursos personales, tanto su perspectiva capacitadora y profesionalizadora, como en la gran inestabilidad laboral sin la consolidación de verdaderos equipos humanos capaces de asumir los retos de la contemporaneidad.

A pesar de los grandes esfuerzos que se están realizando, desde diferentes niveles ( ministerios, universidades, organizaciones internacionales, sociedad civil, etc...), hemos de evidenciar una cierta inadecuación entre las necesidades reales del sector y la disponibilidad de un capital humano capacitado en las habilidades para afrontar los cambios actuales.

La falta de capacitación especifica, en estas nuevas necesidades de la gestión de la cultura, tiene una gran consecuencia en la creación de capital humano al servicio del desarrollo cultural. Pero la inadecuación de perfiles y formaciones, ancladas en formas tradicionales de la gestión de la cultura, no contemplan, entre otros aspectos, la internacionalización de sus proyectos, el trabajo en red y la cooperación cultural. Este hecho provoca que las organizaciones culturales, básicamente por falta de capacitación de sus dirigentes, están perdiendo posibilidades y oportunidades evidenciando una incapacidad de adecuación a los nuevos contextos.

A pesar de esta lectura hemos afirmar que en los últimos años se han producido procesos muy significativos en este sentido, que pasan básicamente por la incorporación de estos temas en los espacios de cooperación, pero también por la acción de algunos organismos internacionales UNESCO, OEI; Consejo de Europa, CAB, AECI que de alguna manera han iniciado lo que podríamos denominar una línea de formación abierta al intercambio internacional en el sector cultural. También en algunas universidades con ofertas de formación internacional con alumnos de procedencia diversa que en el solo hecho de compartir y convivir en una formación ya establecen perspectivas diferentes. En estos espacios se van introduciendo los valores de la diversidad cultural, la solidaridad, la cooperación y el trabajo internacional.

A continuación pretendemos presentar unas reflexiones que proceden de nuestra experiencia como formadores en espacios internacionales, en la Fundación Interarts como agencia de fomento de la cooperación cultural internacional, participando en el programa de cultura de la OEI, y el trabajo académico desarrollado en la Cátedra Unesco. En estas intervenciones hemos observado la necesidad de nuevas perspectivas para el trabajo en el espacio cultural internacional más próximo. Todas ellas nos remiten a la necesidad del desarrollo de nuevas habilidades para los profesionales de la gestión de la cultura y observar algunos de los elementos que podemos incorporar en el futuro de la formación diseñando algún nuevo rol o perfil de los gestores en una sociedad en procesos de internacionalización.

Hemos dividido nuestra aportación en tres puntos:

En primer lugar una reflexión sobre los aspectos estructurales de las organizaciones culturales;

A continuación una reflexión sobre los perfiles profesionales de la gestión de la cultura;

Y en tercer lugar la presentación de algunas de las nuevas capacidades que han de incorporar los gestores culturales en su currículum.

Las organizaciones culturales ante la cooperación cultural internacional

Las organizaciones culturales, de la misma manera que otras estructuras, han de adaptarse a un entorno cada vez más global en la denominada sociedad de la información y los procesos de globalización, reclamando, como dice Castells, la dimensión de ―empresa red‖ que ha de provocar cambios profundos en sus estructuras básicamente en la dimensión de su proyección exterior y su presencia en la escena de lo internacional. Esta variación reclama una nueva ―mentalidad‖ y un nuevo método intelectual en los procesos de toma de decisiones que se desarrollará desde la precisión en sus metas y misión hasta una concepción de sus recursos humanos como el capital fundamental de las nuevas organizaciones.

Entendemos que en la actualidad definir una política internacional, en cualquier organización cultural, se convierte en una exigencia básica, la cual se ha de reflejar en su estructura para pasar de una simple anécdota a una opción fundamental para situar su misión en lo global. La organización ha de dedicar recursos y medios a su ubicación en un amplio mundo cultural global, estableciendo unas metodologías de trabajo interno, en red, cooperación, etc.. y superar situaciones de aislamiento o de funcionamiento endógeno que ha caracterizado muchas instituciones culturales. La nueva

organización cultural requerirá un planteamiento de estructuración en red, donde esta forma de trabajar se incorpore desde las funciones básicas hasta la presencia y pertenencia a redes más amplias, superando ciertos individualismos y aislamientos que estamos acostumbrados a observar en la acción cultural. En este sentido consideramos conveniente una reflexión sobre las nuevas formas organizativas de los proyectos culturales ante la necesidad de una mayor reticulación, y en la perspectiva de un campo de acción más amplio de lo local que requerirá la gestión compartida con otras organizaciones contrapartes de diferentes realidades culturales. Unas nuevas organizaciones culturales para unos nuevos tiempos, una nueva forma de gestión y dirección ante el reto del proyecto internacional o de cooperación. Estas nuevas necesidades se pueden precisar de diferentes formas pero pueden concretarse en:

creación de departamentos especializados,

asumir la gestión por proyectos como herramienta fundamental,

el trabajo de equipos multiculturales adaptables al trabajo en situaciones muy diferentes

grado de movilidad de las estructuras que permitan un equilibrio entre el desarrollo de los objetivos de proximidad y la presencia en los ámbitos de acción más internacional

una nueva mentalidad en la dirección y la toma de decisiones

trabajo en equipo

invertir de formación del capital humano como factor de desarrollo

etc....

Nuevos perfiles profesionales para la gestión cultural

Es evidente que estos nuevos campos de acción reclaman una redefinición de los perfiles clásicos en la estructura de personal de las organizaciones culturales.

Por un lado se pueden definir ciertas especialidades que estén preparadas específicamente para encargarse de departamentos de relaciones y cooperación cultural internacional, disponiendo de unos perfiles adecuados a estas funciones que requerirán un sistema de trabajo diferente y unas competencias especificas.

Otra línea de acción puede orientarse a disponer de unos recursos humanos capaces de asumir en sus responsabilidades la dimensión internacional en la gestión de todos sus proyectos. Esta opción reclama una política más decidida en la definición de los perfiles de los lugares de trabajo, en la gestión de los recursos humanos y unos procesos de capacitación permanente que permitan actuar de forma más integrada en lo departamental.

En esta perspectiva no podemos olvidar incorporar las nuevas formas de trabajo que esta dimensión reclama. El trabajo internacional requiere en primer lugar una capacidad de proyecto como herramienta fundamental de la cooperación. Pero también capacidad de movilidad, el trabajo en equipos multiculturales, la gestión en colaboración con contrapartes con otras formas de trabajar, la adecuación a formas de gestión y administración compartidas, el dominio de diferentes lenguas y una capacidad de relación y empatía importantes.

Las organizaciones culturales, abiertas a la cooperación y la dimensión internacional, han de admitir el gran valor que tiene su capital humano para la eficacia de su acción, lo que requiere una prioridad en sus objetivos si desea desarrollar estas estrategias y convertirse en una organización avanzada en la visión del trabajo en red

Nuevas competencias habilidades para la gestión cultural

De acuerdo con las anteriores consideraciones no podemos quedarnos solamente en el pronunciamiento y es necesario una acción decidida para dar respuesta a estos cambios. Entre otros, la capacitación de los recursos humanos para la cultura ha de convertirse en un eje imprescindible para la introducción de estos nuevos planteamientos, como una adecuación profunda de sus contenidos a un contexto cultural cambiante.

La poca tradición y consolidación de las formaciones en gestión cultural no favorecen estos procesos, pero la poca institucionalización académica de la misma puede convertirse en un elemento favorable para esta renovación urgente de sus programas, objetivos y contenidos que el sector reclama.

Esta reflexión puede circunscribirse a una simple incorporación de alguna materia en los programas de formación de gestores culturales o proponer módulos especializados sobre el tema. Estas dos estrategias nos parecen ajustadas a una dimensión de la adecuación a estos nuevos contextos. Pero teniendo en cuenta la propia materia de la cultura, en sus múltiples áreas disciplinares y sus valores políticos y sociales, consideramos que es una buena ocasión para una reflexión más profunda del propio contenido de la formación. Nos referimos a las tendencias que se ha observado en diferentes estudios a una capacitación muy orientada a la respuesta a necesidades locales y próximas ( políticas culturales del propio país o región) y, sobre todo una preparación a la resolución de problemas muy instrumentales con un gran contenido de técnicas para la gestión adaptadas al sector. Estos elementos constituyen la base de la mayoría de formaciones que se realizan en la actualidad, pero proponemos un avance de combinación con una reflexión más amplia que se vincule con las tendencias que se están incorporando en el mundo de la gestión genérica y a las nuevas lecturas de los procesos culturales en un mundo globalizado. A pesar de su complejidad consideramos estos escenarios como una invitación al trabajo intelectual profundo y un replanteamiento crítico de más envergadura que la simple adecuación curricular. Los responsables de la formación en gestión cultural tenemos la oportunidad de un proceso de reflexión que puede situar nuestros programas en las dinámicas actuales en que se mueve la cultura. De esta forma, como ya decíamos al principio, el sector puede reducir sus propias desventajas por falta de adecuación a la contemporaneidad de las formas de gestión de la cultura.

A continuación presentamos algunos de los campos conceptuales que pueden ser motivo de debate e incorporación a la capacitación de los operadores culturales. Hemos dividido nuestra aportación en tres grandes ejes:

1. Habilidades y competencias generales de los gestores culturales

Dentro de las diferentes capacidades que se pueden incorporar en una currícula de formación de gestores culturales, consideramos imprescindible profundizar las siguientes perspectivas que se inscriben en el objetivo de este artículo.

El gestor cultural requiere un nivel de comprensión de los procesos culturales y tendencias que se desarrollan en el mundo de la cultura y el arte y los nuevos enfoques de los estudios culturales en el ámbito internacional. Los efectos de la globalización y las concentraciones urbanas, migraciones provocan un fraccionamiento de nuestras sociedades que tiene repercusiones en el mundo de la cultura. Estos conocimientos han de encontrar un equilibrio entre las realidades de los contextos próximos ( local, regional, nacional, etc..) con una visión amplia de los procesos mundializados que influyen directa o indirectamente en los diferentes ámbitos de la gestión cultural.

La evolución de los hechos reclama una capacidad de prospectiva y anticipación a los escenarios cambiantes de nuestra sociedad, concretamente en los procesos culturales y adaptación a los nuevos

contextos de mundialización a partir del conocimiento de nuevos lenguajes y nuevas formas expresivas. Éstos representan las innovaciones y vanguardias de nuestra expresividad que se transfiere de forma mucho más rápida y constante gracias a los efectos de las nuevas tecnologías de la comunicación

Las habilidades básicas en el diseño y elaboración de un proyecto, en todos sus elementos, fases y proyecciones, adquieren más importancia cuando éstos se pueden desarrollar desde la dimensión del servicio público como de sectores empresariales y privados. En esta función los gestores culturales han de disponer de recursos prácticos e intelectuales para la presentación de propuestas a diferentes niveles de la realidad social y política. A este fin es necesario disponer de una competencia de negociación entre agentes de diferentes iniciativas y la posibilidad de mediación en procesos de confluencia y cogestión. Actualmente la gestión por proyectos reclama trabajar en sistemas complejos de toma de decisiones y aplicación de modelos jurídicos muy variados y en sistemas mixtos de cooperación entre el sector público, privado y tercer sistema, como en la gestión de la participación de los órganos comunitarios. En este marco las funciones directivas y de liderazgo presentan nuevas complejidades entre al eficacia de la gestión y la capacidad de animar procesos grupales muy variados.

La propia realidad de la acción profesional de la gestión de la cultura reclama una competencia en objetivar su actividad y diferenciarla de otros sectores con los que la cultura está relacionada. Esta capacidad ha de visualizar la propia identificación de la acción profesional cuando intentamos considerar la gerencia cultural es sus especificidades. Habilidad que ha de acompañarse de capacidades para establecer puentes entre su propia lógica de actuación con la de otros sectores con las cuales, cada vez más, tendrán de mediar y cogestionar sin perder su propia misión. Nos referimos a sectores por ejemplo como: turismo, empleo, medio ambiente, cohesión social, educación, desarrollo local, economía, etc.

La gestión de la cultura exige una gran capacidad de situarse en un contexto social y político determinado, tanto desde la dimensión institucional, económica como legislativa. La propia complejidad del sector cultural va aumentando en la medida que se incorporan nuevas necesidades, situaciones y problemas. En este sentido el conocimiento legislativo y los marcos jurídicos de los diferentes ámbitos culturales ( patrimonio, artes escénicas, edición, etc..) y las estructuras sociales de intervención ( administración pública, privado o tercer sector) exigen un amplio conocimiento de los marcos jurídicos que inciden en la diversidad de opciones que pueden incorporarse en un proyecto cultural. Desde los aspectos de gerencia económica y fiscal a los derechos de autor, de la gestión de recursos humanos a la protección aseguradora, de las leyes de protección patrimonial al establecimiento de contratos comerciales, etc.

Y por último la dimensión de comunicación de la cultura obliga a un mayor tratamiento de las ciencias de la comunicación entre los saberes de la gestión cultural. Aunque las políticas y los medios de comunicación, muchas veces, están lejos de las competencias de los ministerios de cultura o de las organizaciones culturales clásicas, no podemos dejar de reclamar una mayor atención a estos aspectos. La gestión de la cultura ha de introducirse con más intensidad en el sector comunicativo ( prensa, medios, etc...) intentado realizar su aporte y analizar los sistemas por los cuales exista una mayor articulación. Otra dimensión de la comunicación se ha de incorporar en los diferentes elementos para una mayor difusión y visibilidad de los proyectos culturales, intentando una presencia más activa y contemporánea a los sistemas de comunicación cultural. En este campo la cultura ha de introducirse con más energía y habilidad en los nuevos medios nacidos de las tecnologías de la comunicación superando las dificultades y resistencias que la novedad siempre ha provocado en el sector cultural.

2. Competencias fundamentales para la cooperación e internacionalización de los proyectos de gestión cultural

La formación de gestores culturales, ante la perspectiva de su dimensión internacional, ha de incorporar nuevos contenidos para una adecuación a las necesidades que anteriormente hemos expresado.

En primer lugar no podemos olvidar la capacidad de comprensión y expresión lingüística a diferentes niveles de acuerdo con las regiones geopolíticas de referencia. Se constata la necesidad de un conocimiento básico del inglés y de las lenguas existentes en los territorios dónde se actúa. Éste aspecto tiene mayores facilidades en Iberoamérica que en Europa (donde el inglés se está convirtiendo en imprescindible para la cooperación cultural a pesar de la gran diversidad de lenguas), pero no podemos olvidar la importancia del portugués por el número de habitantes que habla esta lengua en nuestro espacio iberoamericano. Este dominio que viene de la formación básica y de grado de los gestores culturales se convierte en dificultades u oportunidades para un fluido intercambio entre culturas.

Los saberes y prácticas acumuladas desde la experiencia en la gestión cultural se han dirigido más a un diagnóstico y gestión a partir de realidades muy concretas ( local – nacional) y a la respuesta a necesidades de comunidades culturales bastante homogéneas. Pero la práctica de la cooperación cultural internacional reclama una competencia en elaborar un conocimiento a partir de conceptos culturales aplicables a cada región para encontrar su correspondencia con otras. Una capacidad de comprensión de diferentes contextos sociales y culturales que permitan entender los procesos culturales en los cuales interviene la gestión cultural, aceptando la diversidad cultural que implica la interpretación de realidades diferentes aceptando la complejidad como un sistema de análisis y desarrollo de opciones concretas, donde los modelos establecidos no podrán aplicarse linealmente sino a través de un diálogo profundo con las culturas de sus contextos.

La interacción e interdependencia, entre los contextos en cooperación, exige una competencia en la interpretación de sistemas políticos comparados en general y sistemas culturales específicos entre realidades internacionales. Competencia en la comprensión y tratamiento de legislación aplicada a los diferentes campos en que interviene la cultura (o sectores afines) de acuerdo con los proyectos a gestionar. Introduciéndose poco a poco en la legislación internacional y en la comprensión de las repercusiones de los tratados internacionales en la gestión cultural (OMC, TLC, TIP, etc..)

Paralelamente a la incorporación de la dimensión de cooperación internacional es necesario un mayor conocimiento de las estructuras y organismos supranacionales, en general y concretamente los que actúan en el sector cultural al nivel de sus funciones, sistemas de trabajo, competencias, financiación y programas que desarrollan. La distancia entre las instituciones internacionales y la gestión cultural ha de reducirse por medio de su desmitificación de los profesionales de la cultura y un mayor conocimiento interno, porque tendrán de relacionarse habitualmente con los laberintos, a veces burocratizados, de unas organizaciones que se encuentran entre la dificultad de actuar directamente en muchos problemas y su legitimidad en el apoyo de acciones más locales. De la misma forma es necesario un conocimiento de las bases patrimoniales internacionales, en un sentido amplio, que permitan situar la realidad de la cooperación entre culturas.

La cooperación reclama una competencia para entender los procesos sociales, económicos y culturales que caracterizan la era de la información y los procesos de globalización, a partir de las reflexiones y aportaciones disciplinares diferentes. Los efectos de la mundialización, de muchos problemas de la sociedad contemporánea, reclaman una mayor ubicación de la cultura ante estos nuevos retos. No podemos promover la cooperación cultural sin tener en cuenta un conjunto de

factores que están incidiendo en los grandes fraccionamientos de la población mundial y la legitimación de ciertas desigualdades e inequidades.

En la medida que la acción cultural en cooperación avance, y se desarrolle, tiene el reto de profundizar en sus bases teórico-conceptuales en general, diferenciándola de otras formas de cooperación y encontrando sus especificidades en diálogo con otros intercambios e interdependencias. La cooperación para el desarrollo y, específicamente, la cooperación cultural como instrumento de internacionalización de los proyectos ha de evidenciar sus aportaciones y preparar a sus profesionales para su acción especializada.

Como decíamos anteriormente, el conocimiento de los grandes tratados internaciones han de ir acompañados de una capacidad crítica en el análisis del mercado y el comercio internacional, a escala general y específica en el campo de los productos culturales y la circulación de formas expresivas. La gran influencia de la industria cultural y el gran volumen de negocio que aportan, y aportaran en el futuro, no puede dejarse al margen de la capacitación de los gestores culturales, tanto en su visión económica como en el significado y trascendencia que puede tener en nuestras culturas.

La gestión de proyectos de cooperación exige trabajar y negociar permanentemente con contrapartes, socios o colaboradores de diferentes realidades nacionales a través del instrumento del proyecto de cooperación. Dinámica que necesita de sistemas de corresponsabilidad y cogestión que permitan el desglose de la acción del proyecto en actividades compartidas y resultados conjuntos. Para que una cooperación tenga sus propios valores ( solidaridad, igualdad, etc..) es imprescindible un trabajo de conjunto ( co) para actuar desde la diferencia hacia un objetivo común (operar), a este fin se han de desarrollar sensibilidades y habilidades para que la cooperación se dé en una relación entre iguales sin ningún tipo de jerarquización. Habilidades de trabajo en equipo pero también formación actitudinal que ha dar sentido a una cooperación real que aporte todas las dimensiones de los valores de la diversidad cultural

Y por último es necesario desarrollar una competencia en interpretar las consecuencias de las decisiones políticas y económicas que se suceden cotidianamente, a escala local como global. Esta competencia se orienta a la necesaria identificación de los aspectos que pueden incidir en la gestión de la cultura y las repercusiones de situaciones más generales con consecuencias sobre las culturas y la diversidad cultural.

3. Competencias en el campo de la gestión en red culturales y proyectos de cooperación.

En este itinerario de concreción, no queremos terminar estas reflexiones sin aportar una primera aproximación a un nuevo tipo de competencias surgidas de los nuevos contextos y las consecuencias de la sociedad de la información y la comunicación. En este proceso de integración de nuevas prácticas hemos de incorporar la importancias que están adquiriendo, y tendrán en el futuro, las habilidades de trabajo en red, que podemos concretar en las siguientes:

Habilidad en el trabajo en la metodología de trabajo en estructuras en red interna de la organización como a escala externa de diferentes realidades

Habilidad en la búsqueda de información de todo tipo en contextos geográficos amplios.

Habilidad de establecer contactos y relaciones con otras redes y la búsqueda de socios para proyectos de nivel supranacional.

Conocimiento de las redes culturales y artísticas existentes. Redes de cooperación territorial a escala local, nacional y regiones geopolíticas de nivel internacional. Competencia de trabajar en redes sociales y comerciales

Comprensión de los conceptos de empresa / organización red y de los nuevos métodos de producción y comercialización de productos culturales en estos contextos.

Conocimiento de los aspectos jurídicos del trabajo en red: legislaciones, derechos de autor, copyright, etc.

Competencia de establecer contactos con estructuras variadas que participan en las redes. En el ámbito de redes con participación de organismos públicos hasta niveles de organizaciones no gubernamentales. Selección de socios contrapartes.

Capacidad de valorar, diagnosticar e interpretar los fenómenos de transnacionalización y el trabajo en red

Conocimiento de las formas de lo que denominamos nuevas diplomacias transversales y populares a partir del establecimiento de espacios de cooperación sin la participación de las estructuras del estado-nación clásicas. Diplomacias de las ciudades, cooperación interregional, cooperación transfronteriza, etc.

Sin pretender llegar a conclusiones podemos finalizar estos apuntes de acuerdo con los objetivos iniciales; Es necesario una reflexión con profundidad de las aportaciones y críticas que la cooperación cultural internacional sugieren a los perfiles y formaciones de la gestión de la cultura. Tanto en su nivel de nuevos contenidos y orientaciones a la formación, como en una nueva dimensión del papel de la cultura en una sociedad en globalización, donde nuevas habilidades y actitudes de los profesionales de la gestión cultural pueden transformarse en grandes herramientas para una mayor incidencia de la cultura a una sociedad más justa y equitativa que desarrolle todos los valores que la diversidad cultural nos sugiere.

En estos enfoques pretendemos provocar un debate abierto para aprovechar todas las oportunidades que la cooperación cultural internacional nos ofrece para revisar nuestras miradas internas y nuestras practicas habituales. Una ocasión que puede producir algunos cambios y adecuaciones al sector cultural.

Notas:

(1) Alfons Martinell Sempere EspañaProfesor Titular de la Cátedra Unesco Políticas Culturales y Cooperación de la Universidad de Girona.Presidente de la Fundación Interarts.Especialista en formación de gestores culturales.

(2) LAMO DE ESPINOSA, E. (1996) : Sociedades de cultura, sociedades de ciencia, Madrid. Ed Nobel.,

(3) Hemos de diferenciar el concepto amplio de cultura desde diferentes perspectivas y aportaciones disciplinares del sector cultural entendido como un campo de acción de las políticas culturales, el mercado cultural y la vida cultural de nuestras sociedades

(4) Como dice Baumann, Z (2001) : La sociedad individualizada, Cátedra, Madrid

(5) Usamos el concepto de anacrónico desde la perspectiva que no se ha adecuado a los cambios como han hecho las organizaciones del sector productivo o de los servicios.

Nuevas competencias en la formación de gestores culturales ante el reto de la internacionalización

Alfons Martinell(1)

En los últimos años el sector cultural se encuentra en una constante dinámica de transformación, vivida a remolque de los cambios que sufren nuestras sociedades ante los efectos de la globalización y otros fenómenos sociales y culturales de gran trascendencia. En poco tiempo se han renovado e incorporado conceptos, desplomándose certezas y apareciendo nuevas incertidumbres en los horizontes de los agentes culturales iberoamericanos, los cuales han de operar en unas realidades sociales y económicas cada vez más difíciles e injustas y la adecuación a estos nuevos escenarios culturales.

La cultura siempre ha presentado dificultades de adaptarse con prontitud a los cambios sociales, tecnológicos y económicos, y responder ágilmente a las transformaciones sociales que conlleva. Como nos recuerda Lamo de Espinosa

(2):

―‖ Creo que el ritmo de cambio social que genera la ciencia es tan rápido, que la cultura no puede asentarse, porque requiere un proceso de al menos tres generaciones. Si cultura son todas aquellas actitudes que aceptamos como evidentes, la ciencia no permite su asentamiento, porque innova muy deprisa y no permite generar consensos culturales acerca de ciertas conductas ―‖.

Es evidente que la cultura contemporánea necesita de unos tiempos para situarse ante los cambios que no coinciden con sus procesos tradicionales. Quizás no tan extensos como nos cita el autor pero en una mayor rapidez para daptarse a las transformaciones actuales.

En otra perspectiva la realidad del sector cultural (3)

actual, en su extensión, indefinición e impacto, no se encuentra estructurado e identificado como otros sectores de la vida social ( economía, educación, sanidad, etc...). Una gran contradicción y diversidad es presente en las estudios del sector cultural donde se puede observar en el gran numero de realidades culturales donde conviven planteamientos comunitarios cercanos al filantropismo con dinámicas de mercado y producción industrial muy agresivas y contundentes. Pero una de sus grandes dificultades se encuentra en su propia identificación como sector, con una función simbólica y política muy determinada y un impacto en el desarrollo social y económico importante.

Y en tercer lugar, la perspectiva profesional de la cultura ha sufrido grandes debates entre su finalidad social y la necesaria eficacia de sus acciones. Aún existen posiciones críticas sobre si es necesario una profesionalización del encargo social para la gestión de la cultura, que también conviven con un mercado de trabajo ( oferta y demanda) de profesionales de acuerdo con las necesidades de las políticas y las organizaciones culturales.

Sin profundizar en estas perspectivas, en este artículo, nos vamos a centrar más en los temas de la formación de gestores y profesionales de la cultura en sus diferentes niveles y perfiles. Como

decíamos en la introducción la formación de gestores y profesionales de la cultura también se encuentra en las mismas encrucijadas:

¿Cómo dar respuesta a estos nuevos escenarios desde la formación de gestores culturales?

¿Cuáles son las capacidades y habilidades de los gestores culturales ante los cambios en nuestras sociedades?

¿Cómo pueden abordarse los retos de la globalización y el aumento de la perspectiva internacional en la gestión de proyectos culturales?

Si entendemos que el capital humano es un elemento fundamental del desarrollo social y cultural, su perfil y perspectiva ha de transformarse ante unos escenarios más mundializados, con muchas más posibilidades de movilidad y la presencia de tecnologías de la comunicación que aceleran la transferencia, la circulación de información y los contactos entre culturas.

Nos preguntamos si en este contexto, de movilidad e intercambio, los gestores culturales, y sus organizaciones formativas, se adaptan a estas nuevas realidades o solamente la industria cultural y las grandes corporaciones son capaces de situarse rápidamente en este nuevo escenario.

Por otro lado la pérdida de supremacía de los Estados nación y sus diplomacias en los intercambios culturales produce un gran número de conexiones transversales y horizontales, las cuales están dibujando un nuevo mapa de las relaciones culturales internacionales, donde las vías de cooperación se han democratizado con la presencia de la sociedad civil y el tercer sector.

Cada vez más agentes y organizaciones, no sólo una elite intelectual y global(4)

, percibe la importancia de su presencia internacional, con la voluntad de gestionar la presencia de su expresividad a nivel más amplio que el local. Estas nuevas prácticas superan las caducas formas de cooperación oficial, y ante la dificultad de encontrar recursos oficiales creen en la capacidad de gestión de su proyecto para actuar en los canales de lo internacional.

En este entorno las estructuras de las organizaciones culturales (tanto de la administración como de la sociedad civil y una parte del sector privado) no se han adaptado a estos nuevos paradigmas por la propia dificultad, como decíamos anteriormente, de la cultura de aceptar los cambios, y por un funcionamiento muy burocratizado, rígido y, sobre todo, ―anacrónico‖

(5) para los tiempos actuales.

Paradójicamente el sector cultural, que es muy intensivo en ―personalidad‖ y muy supeditado al efecto humano se caracteriza por una falta de atención a los recursos personales, tanto su perspectiva capacitadora y profesionalizadora, como en la gran inestabilidad laboral sin la consolidación de verdaderos equipos humanos capaces de asumir los retos de la contemporaneidad.

A pesar de los grandes esfuerzos que se están realizando, desde diferentes niveles ( ministerios, universidades, organizaciones internacionales, sociedad civil, etc...), hemos de evidenciar una cierta inadecuación entre las necesidades reales del sector y la disponibilidad de un capital humano capacitado en las habilidades para afrontar los cambios actuales.

La falta de capacitación especifica, en estas nuevas necesidades de la gestión de la cultura, tiene una gran consecuencia en la creación de capital humano al servicio del desarrollo cultural. Pero la inadecuación de perfiles y formaciones, ancladas en formas tradicionales de la gestión de la cultura, no contemplan, entre otros aspectos, la internacionalización de sus proyectos, el trabajo en red y la cooperación cultural. Este hecho provoca que las organizaciones culturales, básicamente por falta de capacitación de sus dirigentes, están perdiendo posibilidades y oportunidades evidenciando una incapacidad de adecuación a los nuevos contextos.

A pesar de esta lectura hemos afirmar que en los últimos años se han producido procesos muy significativos en este sentido, que pasan básicamente por la incorporación de estos temas en los espacios de cooperación, pero también por la acción de algunos organismos internacionales UNESCO, OEI; Consejo de Europa, CAB, AECI que de alguna manera han iniciado lo que podríamos denominar una línea de formación abierta al intercambio internacional en el sector cultural. También en algunas universidades con ofertas de formación internacional con alumnos de procedencia diversa que en el solo hecho de compartir y convivir en una formación ya establecen perspectivas diferentes. En estos espacios se van introduciendo los valores de la diversidad cultural, la solidaridad, la cooperación y el trabajo internacional.

A continuación pretendemos presentar unas reflexiones que proceden de nuestra experiencia como formadores en espacios internacionales, en la Fundación Interarts como agencia de fomento de la cooperación cultural internacional, participando en el programa de cultura de la OEI, y el trabajo académico desarrollado en la Cátedra Unesco. En estas intervenciones hemos observado la necesidad de nuevas perspectivas para el trabajo en el espacio cultural internacional más próximo. Todas ellas nos remiten a la necesidad del desarrollo de nuevas habilidades para los profesionales de la gestión de la cultura y observar algunos de los elementos que podemos incorporar en el futuro de la formación diseñando algún nuevo rol o perfil de los gestores en una sociedad en procesos de internacionalización.

Hemos dividido nuestra aportación en tres puntos:

En primer lugar una reflexión sobre los aspectos estructurales de las organizaciones culturales;

A continuación una reflexión sobre los perfiles profesionales de la gestión de la cultura;

Y en tercer lugar la presentación de algunas de las nuevas capacidades que han de incorporar los gestores culturales en su currículum.

Las organizaciones culturales ante la cooperación cultural internacional

Las organizaciones culturales, de la misma manera que otras estructuras, han de adaptarse a un entorno cada vez más global en la denominada sociedad de la información y los procesos de globalización, reclamando, como dice Castells, la dimensión de ―empresa red‖ que ha de provocar cambios profundos en sus estructuras básicamente en la dimensión de su proyección exterior y su presencia en la escena de lo internacional. Esta variación reclama una nueva ―mentalidad‖ y un nuevo método intelectual en los procesos de toma de decisiones que se desarrollará desde la precisión en sus metas y misión hasta una concepción de sus recursos humanos como el capital fundamental de las nuevas organizaciones.

Entendemos que en la actualidad definir una política internacional, en cualquier organización cultural, se convierte en una exigencia básica, la cual se ha de reflejar en su estructura para pasar de una simple anécdota a una opción fundamental para situar su misión en lo global. La organización ha de dedicar recursos y medios a su ubicación en un amplio mundo cultural global, estableciendo unas metodologías de trabajo interno, en red, cooperación, etc.. y superar situaciones de aislamiento o de funcionamiento endógeno que ha caracterizado muchas instituciones culturales. La nueva organización cultural requerirá un planteamiento de estructuración en red, donde esta forma de trabajar se incorpore desde las funciones básicas hasta la presencia y pertenencia a redes más amplias, superando ciertos individualismos y aislamientos que estamos acostumbrados a observar en la acción cultural. En este sentido consideramos conveniente una reflexión sobre las nuevas formas organizativas de los proyectos culturales ante la necesidad de una mayor reticulación, y en la perspectiva de un campo de acción más amplio de lo local que requerirá la gestión compartida con otras organizaciones contrapartes de diferentes realidades culturales. Unas nuevas organizaciones culturales para unos nuevos tiempos, una nueva forma de gestión y dirección ante el reto del proyecto

internacional o de cooperación. Estas nuevas necesidades se pueden precisar de diferentes formas pero pueden concretarse en:

creación de departamentos especializados,

asumir la gestión por proyectos como herramienta fundamental,

el trabajo de equipos multiculturales adaptables al trabajo en situaciones muy diferentes

grado de movilidad de las estructuras que permitan un equilibrio entre el desarrollo de los objetivos de proximidad y la presencia en los ámbitos de acción más internacional

una nueva mentalidad en la dirección y la toma de decisiones

trabajo en equipo

invertir de formación del capital humano como factor de desarrollo

etc....

Nuevos perfiles profesionales para la gestión cultural

Es evidente que estos nuevos campos de acción reclaman una redefinición de los perfiles clásicos en la estructura de personal de las organizaciones culturales.

Por un lado se pueden definir ciertas especialidades que estén preparadas específicamente para encargarse de departamentos de relaciones y cooperación cultural internacional, disponiendo de unos perfiles adecuados a estas funciones que requerirán un sistema de trabajo diferente y unas competencias especificas.

Otra línea de acción puede orientarse a disponer de unos recursos humanos capaces de asumir en sus responsabilidades la dimensión internacional en la gestión de todos sus proyectos. Esta opción reclama una política más decidida en la definición de los perfiles de los lugares de trabajo, en la gestión de los recursos humanos y unos procesos de capacitación permanente que permitan actuar de forma más integrada en lo departamental.

En esta perspectiva no podemos olvidar incorporar las nuevas formas de trabajo que esta dimensión reclama. El trabajo internacional requiere en primer lugar una capacidad de proyecto como herramienta fundamental de la cooperación. Pero también capacidad de movilidad, el trabajo en equipos multiculturales, la gestión en colaboración con contrapartes con otras formas de trabajar, la adecuación a formas de gestión y administración compartidas, el dominio de diferentes lenguas y una capacidad de relación y empatía importantes.

Las organizaciones culturales, abiertas a la cooperación y la dimensión internacional, han de admitir el gran valor que tiene su capital humano para la eficacia de su acción, lo que requiere una prioridad en sus objetivos si desea desarrollar estas estrategias y convertirse en una organización avanzada en la visión del trabajo en red

Nuevas competencias habilidades para la gestión cultural

De acuerdo con las anteriores consideraciones no podemos quedarnos solamente en el pronunciamiento y es necesario una acción decidida para dar respuesta a estos cambios. Entre otros, la capacitación de los recursos humanos para la cultura ha de convertirse en un eje imprescindible para la introducción de estos nuevos planteamientos, como una adecuación profunda de sus contenidos a un contexto cultural cambiante.

La poca tradición y consolidación de las formaciones en gestión cultural no favorecen estos procesos, pero la poca institucionalización académica de la misma puede convertirse en un elemento favorable para esta renovación urgente de sus programas, objetivos y contenidos que el sector reclama.

Esta reflexión puede circunscribirse a una simple incorporación de alguna materia en los programas de formación de gestores culturales o proponer módulos especializados sobre el tema. Estas dos estrategias nos parecen ajustadas a una dimensión de la adecuación a estos nuevos contextos. Pero teniendo en cuenta la propia materia de la cultura, en sus múltiples áreas disciplinares y sus valores políticos y sociales, consideramos que es una buena ocasión para una reflexión más profunda del propio contenido de la formación. Nos referimos a las tendencias que se ha observado en diferentes estudios a una capacitación muy orientada a la respuesta a necesidades locales y próximas ( políticas culturales del propio país o región) y, sobre todo una preparación a la resolución de problemas muy instrumentales con un gran contenido de técnicas para la gestión adaptadas al sector. Estos elementos constituyen la base de la mayoría de formaciones que se realizan en la actualidad, pero proponemos un avance de combinación con una reflexión más amplia que se vincule con las tendencias que se están incorporando en el mundo de la gestión genérica y a las nuevas lecturas de los procesos culturales en un mundo globalizado. A pesar de su complejidad consideramos estos escenarios como una invitación al trabajo intelectual profundo y un replanteamiento crítico de más envergadura que la simple adecuación curricular. Los responsables de la formación en gestión cultural tenemos la oportunidad de un proceso de reflexión que puede situar nuestros programas en las dinámicas actuales en que se mueve la cultura. De esta forma, como ya decíamos al principio, el sector puede reducir sus propias desventajas por falta de adecuación a la contemporaneidad de las formas de gestión de la cultura.

A continuación presentamos algunos de los campos conceptuales que pueden ser motivo de debate e incorporación a la capacitación de los operadores culturales. Hemos dividido nuestra aportación en tres grandes ejes:

1. Habilidades y competencias generales de los gestores culturales

Dentro de las diferentes capacidades que se pueden incorporar en una currícula de formación de gestores culturales, consideramos imprescindible profundizar las siguientes perspectivas que se inscriben en el objetivo de este artículo.

El gestor cultural requiere un nivel de comprensión de los procesos culturales y tendencias que se desarrollan en el mundo de la cultura y el arte y los nuevos enfoques de los estudios culturales en el ámbito internacional. Los efectos de la globalización y las concentraciones urbanas, migraciones provocan un fraccionamiento de nuestras sociedades que tiene repercusiones en el mundo de la cultura. Estos conocimientos han de encontrar un equilibrio entre las realidades de los contextos próximos ( local, regional, nacional, etc..) con una visión amplia de los procesos mundializados que influyen directa o indirectamente en los diferentes ámbitos de la gestión cultural.

La evolución de los hechos reclama una capacidad de prospectiva y anticipación a los escenarios cambiantes de nuestra sociedad, concretamente en los procesos culturales y adaptación a los nuevos contextos de mundialización a partir del conocimiento de nuevos lenguajes y nuevas formas expresivas. Éstos representan las innovaciones y vanguardias de nuestra expresividad que se transfiere de forma mucho más rápida y constante gracias a los efectos de las nuevas tecnologías de la comunicación

Las habilidades básicas en el diseño y elaboración de un proyecto, en todos sus elementos, fases y proyecciones, adquieren más importancia cuando éstos se pueden desarrollar desde la dimensión del servicio público como de sectores empresariales y privados. En esta función los gestores culturales

han de disponer de recursos prácticos e intelectuales para la presentación de propuestas a diferentes niveles de la realidad social y política. A este fin es necesario disponer de una competencia de negociación entre agentes de diferentes iniciativas y la posibilidad de mediación en procesos de confluencia y cogestión. Actualmente la gestión por proyectos reclama trabajar en sistemas complejos de toma de decisiones y aplicación de modelos jurídicos muy variados y en sistemas mixtos de cooperación entre el sector público, privado y tercer sistema, como en la gestión de la participación de los órganos comunitarios. En este marco las funciones directivas y de liderazgo presentan nuevas complejidades entre al eficacia de la gestión y la capacidad de animar procesos grupales muy variados.

La propia realidad de la acción profesional de la gestión de la cultura reclama una competencia en objetivar su actividad y diferenciarla de otros sectores con los que la cultura está relacionada. Esta capacidad ha de visualizar la propia identificación de la acción profesional cuando intentamos considerar la gerencia cultural es sus especificidades. Habilidad que ha de acompañarse de capacidades para establecer puentes entre su propia lógica de actuación con la de otros sectores con las cuales, cada vez más, tendrán de mediar y cogestionar sin perder su propia misión. Nos referimos a sectores por ejemplo como: turismo, empleo, medio ambiente, cohesión social, educación, desarrollo local, economía, etc.

La gestión de la cultura exige una gran capacidad de situarse en un contexto social y político determinado, tanto desde la dimensión institucional, económica como legislativa. La propia complejidad del sector cultural va aumentando en la medida que se incorporan nuevas necesidades, situaciones y problemas. En este sentido el conocimiento legislativo y los marcos jurídicos de los diferentes ámbitos culturales ( patrimonio, artes escénicas, edición, etc..) y las estructuras sociales de intervención ( administración pública, privado o tercer sector) exigen un amplio conocimiento de los marcos jurídicos que inciden en la diversidad de opciones que pueden incorporarse en un proyecto cultural. Desde los aspectos de gerencia económica y fiscal a los derechos de autor, de la gestión de recursos humanos a la protección aseguradora, de las leyes de protección patrimonial al establecimiento de contratos comerciales, etc.

Y por último la dimensión de comunicación de la cultura obliga a un mayor tratamiento de las ciencias de la comunicación entre los saberes de la gestión cultural. Aunque las políticas y los medios de comunicación, muchas veces, están lejos de las competencias de los ministerios de cultura o de las organizaciones culturales clásicas, no podemos dejar de reclamar una mayor atención a estos aspectos. La gestión de la cultura ha de introducirse con más intensidad en el sector comunicativo ( prensa, medios, etc...) intentado realizar su aporte y analizar los sistemas por los cuales exista una mayor articulación. Otra dimensión de la comunicación se ha de incorporar en los diferentes elementos para una mayor difusión y visibilidad de los proyectos culturales, intentando una presencia más activa y contemporánea a los sistemas de comunicación cultural. En este campo la cultura ha de introducirse con más energía y habilidad en los nuevos medios nacidos de las tecnologías de la comunicación superando las dificultades y resistencias que la novedad siempre ha provocado en el sector cultural.

2. Competencias fundamentales para la cooperación e internacionalización de los proyectos de gestión cultural

La formación de gestores culturales, ante la perspectiva de su dimensión internacional, ha de incorporar nuevos contenidos para una adecuación a las necesidades que anteriormente hemos expresado.

En primer lugar no podemos olvidar la capacidad de comprensión y expresión lingüística a diferentes niveles de acuerdo con las regiones geopolíticas de referencia. Se constata la necesidad de un

conocimiento básico del inglés y de las lenguas existentes en los territorios dónde se actúa. Éste aspecto tiene mayores facilidades en Iberoamérica que en Europa (donde el inglés se está convirtiendo en imprescindible para la cooperación cultural a pesar de la gran diversidad de lenguas), pero no podemos olvidar la importancia del portugués por el número de habitantes que habla esta lengua en nuestro espacio iberoamericano. Este dominio que viene de la formación básica y de grado de los gestores culturales se convierte en dificultades u oportunidades para un fluido intercambio entre culturas.

Los saberes y prácticas acumuladas desde la experiencia en la gestión cultural se han dirigido más a un diagnóstico y gestión a partir de realidades muy concretas ( local – nacional) y a la respuesta a necesidades de comunidades culturales bastante homogéneas. Pero la práctica de la cooperación cultural internacional reclama una competencia en elaborar un conocimiento a partir de conceptos culturales aplicables a cada región para encontrar su correspondencia con otras. Una capacidad de comprensión de diferentes contextos sociales y culturales que permitan entender los procesos culturales en los cuales interviene la gestión cultural, aceptando la diversidad cultural que implica la interpretación de realidades diferentes aceptando la complejidad como un sistema de análisis y desarrollo de opciones concretas, donde los modelos establecidos no podrán aplicarse linealmente sino a través de un diálogo profundo con las culturas de sus contextos.

La interacción e interdependencia, entre los contextos en cooperación, exige una competencia en la interpretación de sistemas políticos comparados en general y sistemas culturales específicos entre realidades internacionales. Competencia en la comprensión y tratamiento de legislación aplicada a los diferentes campos en que interviene la cultura (o sectores afines) de acuerdo con los proyectos a gestionar. Introduciéndose poco a poco en la legislación internacional y en la comprensión de las repercusiones de los tratados internacionales en la gestión cultural (OMC, TLC, TIP, etc..)

Paralelamente a la incorporación de la dimensión de cooperación internacional es necesario un mayor conocimiento de las estructuras y organismos supranacionales, en general y concretamente los que actúan en el sector cultural al nivel de sus funciones, sistemas de trabajo, competencias, financiación y programas que desarrollan. La distancia entre las instituciones internacionales y la gestión cultural ha de reducirse por medio de su desmitificación de los profesionales de la cultura y un mayor conocimiento interno, porque tendrán de relacionarse habitualmente con los laberintos, a veces burocratizados, de unas organizaciones que se encuentran entre la dificultad de actuar directamente en muchos problemas y su legitimidad en el apoyo de acciones más locales. De la misma forma es necesario un conocimiento de las bases patrimoniales internacionales, en un sentido amplio, que permitan situar la realidad de la cooperación entre culturas.

La cooperación reclama una competencia para entender los procesos sociales, económicos y culturales que caracterizan la era de la información y los procesos de globalización, a partir de las reflexiones y aportaciones disciplinares diferentes. Los efectos de la mundialización, de muchos problemas de la sociedad contemporánea, reclaman una mayor ubicación de la cultura ante estos nuevos retos. No podemos promover la cooperación cultural sin tener en cuenta un conjunto de factores que están incidiendo en los grandes fraccionamientos de la población mundial y la legitimación de ciertas desigualdades e inequidades.

En la medida que la acción cultural en cooperación avance, y se desarrolle, tiene el reto de profundizar en sus bases teórico-conceptuales en general, diferenciándola de otras formas de cooperación y encontrando sus especificidades en diálogo con otros intercambios e interdependencias. La cooperación para el desarrollo y, específicamente, la cooperación cultural como instrumento de internacionalización de los proyectos ha de evidenciar sus aportaciones y preparar a sus profesionales para su acción especializada.

Como decíamos anteriormente, el conocimiento de los grandes tratados internaciones han de ir acompañados de una capacidad crítica en el análisis del mercado y el comercio internacional, a escala general y específica en el campo de los productos culturales y la circulación de formas expresivas. La gran influencia de la industria cultural y el gran volumen de negocio que aportan, y aportaran en el futuro, no puede dejarse al margen de la capacitación de los gestores culturales, tanto en su visión económica como en el significado y trascendencia que puede tener en nuestras culturas.

La gestión de proyectos de cooperación exige trabajar y negociar permanentemente con contrapartes, socios o colaboradores de diferentes realidades nacionales a través del instrumento del proyecto de cooperación. Dinámica que necesita de sistemas de corresponsabilidad y cogestión que permitan el desglose de la acción del proyecto en actividades compartidas y resultados conjuntos. Para que una cooperación tenga sus propios valores ( solidaridad, igualdad, etc..) es imprescindible un trabajo de conjunto ( co) para actuar desde la diferencia hacia un objetivo común (operar), a este fin se han de desarrollar sensibilidades y habilidades para que la cooperación se dé en una relación entre iguales sin ningún tipo de jerarquización. Habilidades de trabajo en equipo pero también formación actitudinal que ha dar sentido a una cooperación real que aporte todas las dimensiones de los valores de la diversidad cultural

Y por último es necesario desarrollar una competencia en interpretar las consecuencias de las decisiones políticas y económicas que se suceden cotidianamente, a escala local como global. Esta competencia se orienta a la necesaria identificación de los aspectos que pueden incidir en la gestión de la cultura y las repercusiones de situaciones más generales con consecuencias sobre las culturas y la diversidad cultural.

3. Competencias en el campo de la gestión en red culturales y proyectos de cooperación.

En este itinerario de concreción, no queremos terminar estas reflexiones sin aportar una primera aproximación a un nuevo tipo de competencias surgidas de los nuevos contextos y las consecuencias de la sociedad de la información y la comunicación. En este proceso de integración de nuevas prácticas hemos de incorporar la importancias que están adquiriendo, y tendrán en el futuro, las habilidades de trabajo en red, que podemos concretar en las siguientes:

Habilidad en el trabajo en la metodología de trabajo en estructuras en red interna de la organización como a escala externa de diferentes realidades

Habilidad en la búsqueda de información de todo tipo en contextos geográficos amplios.

Habilidad de establecer contactos y relaciones con otras redes y la búsqueda de socios para proyectos de nivel supranacional.

Conocimiento de las redes culturales y artísticas existentes. Redes de cooperación territorial a escala local, nacional y regiones geopolíticas de nivel internacional. Competencia de trabajar en redes sociales y comerciales

Comprensión de los conceptos de empresa / organización red y de los nuevos métodos de producción y comercialización de productos culturales en estos contextos.

Conocimiento de los aspectos jurídicos del trabajo en red: legislaciones, derechos de autor, copyright, etc.

Competencia de establecer contactos con estructuras variadas que participan en las redes. En el ámbito de redes con participación de organismos públicos hasta niveles de organizaciones no gubernamentales. Selección de socios contrapartes.

Capacidad de valorar, diagnosticar e interpretar los fenómenos de transnacionalización y el trabajo en red

Conocimiento de las formas de lo que denominamos nuevas diplomacias transversales y populares a partir del establecimiento de espacios de cooperación sin la participación de las estructuras del estado-nación clásicas. Diplomacias de las ciudades, cooperación interregional, cooperación transfronteriza, etc.

Sin pretender llegar a conclusiones podemos finalizar estos apuntes de acuerdo con los objetivos iniciales; Es necesario una reflexión con profundidad de las aportaciones y críticas que la cooperación cultural internacional sugieren a los perfiles y formaciones de la gestión de la cultura. Tanto en su nivel de nuevos contenidos y orientaciones a la formación, como en una nueva dimensión del papel de la cultura en una sociedad en globalización, donde nuevas habilidades y actitudes de los profesionales de la gestión cultural pueden transformarse en grandes herramientas para una mayor incidencia de la cultura a una sociedad más justa y equitativa que desarrolle todos los valores que la diversidad cultural nos sugiere.

En estos enfoques pretendemos provocar un debate abierto para aprovechar todas las oportunidades que la cooperación cultural internacional nos ofrece para revisar nuestras miradas internas y nuestras practicas habituales. Una ocasión que puede producir algunos cambios y adecuaciones al sector cultural.

Notas:

(1) Alfons Martinell Sempere

España Profesor Titular de la Cátedra Unesco Políticas Culturales y Cooperación de la Universidad de Girona. Presidente de la Fundación Interarts. Especialista en formación de gestores culturales.

(2) LAMO DE ESPINOSA, E. (1996) : Sociedades de cultura, sociedades de ciencia, Madrid. Ed Nobel.,

(3) Hemos de diferenciar el concepto amplio de cultura desde diferentes perspectivas y aportaciones disciplinares del sector cultural entendido como un campo de acción de las políticas culturales, el mercado cultural y la vida cultural de nuestras sociedades

(4) Como dice Baumann, Z (2001) : La sociedad individualizada, Cátedra, Madrid

(5) Usamos el concepto de anacrónico desde la perspectiva que no se ha adecuado a los cambios como han hecho las organizaciones del sector productivo o de los servicios.

"Politicas culturales y desarrollo social. Algunas notas para Estudios y experiencias

Documentos

revisar conceptos"

Gerardo Caetano

Los que siguen son algunos apuntes y notas acerca de un tema central como el de los vínculos e intersecciones múltiples entre los tópicos de la cultura y el desarrollo social. En primer lugar, se planteará una perspectiva de rediscusión en torno a algunos núcleos teóricos y conceptos que solemos transitar desde una "sabiduría convencional" y desde un "sentido común" instalados, que no nos ayudan mucho a asumir la radicalidad de los desafíos que tenemos por delante cuando hablamos de políticas culturales, cuando hablamos de gestión cultural para el tiempo presente. Luego el análisis se centrará más específicamente en los dilemas, desafíos e interrogantes que hoy enfrenta el diseño de una política cultural en un contexto de integración regional y de globalización. Finalmente, se apuntará de modo necesariamente telegráfico al registro de algunas pistas y tensiones para debatir el tópico de políticas culturales renovadas, a la altura de los desafíos que tenemos.

El primer concepto que debería ponerse en discusión es el de globalización. Creo que es un concepto que ya se ha incorporado, a menudo de modo acrítico y perezoso a mi juicio, a nuestros discursos y retóricas cotidianas y que con frecuencia es utilizado de modo algo equívoco o restrictivo. A ese respecto me gustaría incorporar la visión de algunos autores latinoamericanos que han estudiado especialmente este tema y que desde distintas perspectivas nos proponen ejes de discusión y problematización en torno a este concepto. Por ejemplo Renato Ortiz, un estudioso brasileño sobre estos temas, plantea en muchos de sus trabajos la necesaria distinción entre la mundialización de la cultura y la globalización de la economía, al tiempo que refiere en su concepción de "modernidad-mundo" una advertencia importante: este mundo de la globalización en donde explota la reivindicación de lo diverso, muchas veces no es un mundo plural, con todo lo que esto implica, sino que es un mundo diverso, con identidades fuertemente asimétricas. En tal sentido, la exigencia de discernir y no confundir diversidad con pluralismo supone una primera pista interesante.

Martin Hopenhaym, por su parte, sociólogo chileno que ha transitado de modo renovador las intersecciones entre cultura y desarrollo, registra en muchos de sus últimos trabajos una multiplicidad de miradas posibles sobre el concepto de globalización. En esa dirección, reseña distintas perspectivas: una "mirada crítica" que tiende a postular que la globalización destruye la integración social y regional; una "mirada apocalíptica", la globalización como un "big bang de imágenes", con un mundo que se contrae y en el que "lo virtual explota"; una "mirada posmoderna", desde la que se reconocería el surgimiento de un "mercado de imágenes" y de un nuevo "modelo de software cultural" que modifica en forma radical la vida cotidiana; una "mirada tribalista", con un fuerte contexto de exclusión en el marco de identidades frágiles, fugaces y móviles, un "nuevo panteísmo moderno sin dioses pero con mil energías"; una "mirada culturalista", desde la que se celebraría -muchas veces con ingenuidad- un encuentro con el otro, con la intersección que se vuelve accesible de miríadas de culturas dispersas; y finalmente, otra mirada que podría sintetizarse en la visión de un "atrincheramiento reactivo", simulacro imposible pero que se vuelve atractivo para muchos.

Néstor García Canclini, sociólogo y antropólogo de la cultura, cuyos textos de las últimas décadas han removido tanto la reflexión sobre estos asuntos, en algunos de sus últimos trabajos cuestiona la equivalencia entre globalización y homogeneización. Advierte sin embargo que ciertas visiones ingenuas en torno al renovado multiculturalismo devienen a menudo en cohonestar nuevas "máquinas estratificantes", al punto que previene con igual

Reseñas

fuerza sobre los efectos de lo que llama una "homogeneización recesiva", que en América Latina promovería el intercambio cultural en el preciso momento en que los latinoamericanos producimos menos bienes culturales. Desde una invitación a pensar de modo diferente el desafío planteado, García Canclini nos previene acerca de ciertos cursos peligrosos: "atrincherarse en el fundamentalismo", limitarnos a "exportar el melodrama", aceptar la "hibridación tranquilizadora" de "insertarse en la cultura ecualizada y resistir un poco".

Podrían agregarse otros autores y perspectivas analíticas pero ello no haría otra cosa que confirmar y profundizar la premisa inicial que suponía la necesidad de una visión renovada y más crítica en torno a la globalización como fenómeno histórico y a sus múltiples impactos culturales. Quiero dejar planteado un último señalamiento en torno a este punto. Los latinoamericanos nos hemos acostumbrado muchas veces a "comprar" de modo apresurado a los teóricos norteamericanos. En el plano de los estudios culturales de nuestros países ello se advierte, entre otras cosas, en una frecuente auto-representación de lo latinoamericano que se parece mucho más a lo "latino-norteamericano" que a lo "latinoamericano" stricto-sensu. Se desliza aquí una nueva razón para repensar más críticamente este concepto, con todas sus múltiples implicaciones en el campo de la teoría.

También en el plano más teórico correspondería revisar nuestras categorías en torno al papel de la cultura en relación a los nuevos desafíos de la integración social y el desarrollo. Ello por ejemplo nos refiere a repensar el tópico de las identidades sociales lejos de cualquier esencialismo pero también haciéndonos cargo de las profundas transformaciones ocurridas en los últimos años y que tampoco estaban en la agenda de las visiones constructivistas más modernas. El espacio disponible no nos permite más que reseñar algunos titulares o temas relacionados con esta materia. Emergen nuevas formas de identificación social mucho más efímeras, más intercambiables, más móviles y hasta lights. Varían también nuestras prácticas y nociones de espacio público, en relación además con mutaciones muy radicales de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, vivimos una reformulación muy radical de nuestra relación con el tiempo, esa coexistencia difícil de "múltiples relojes" que es un hecho cultural fortísimo y que afecta las fronteras de inclusión y exclusión en nuestras sociedades, con sus múltiples ritmos. Y además vivimos sociedades en donde ha cambiado la valoración social del tiempo: antes, quien estaba del lado de los incluidos tenía todo el tiempo para perder, buscaba el ocio; hoy, quien está del lado de los incluidos, no tiene un minuto para perder, y toda la tecnología que compra la orienta para sobreactivar su energía. Muy otro es en cambio ese tiempo viscoso de los excluidos, para quienes un correo electrónico, un correo rápido, un teléfono celular son una metáfora perversa. Esta nueva "cultura de lo instantáneo", como la ha definido Michael Ignatieff, propone una temporalidad muy distinta para la integración y el desarrollo social.

También, como adelantábamos, se ha erosionado profundamente la noción de lo público en el marco de "sociedades de la desconfianza". Como ha estudiado Norbert Lechner, se han debilitado los contextos habituales de confianza lo que promueve un incremento fuerte de nuestros miedos. La escuela, la empresa, el barrio, el partido político, la nación, y tantos otros espacios gregarios que aportaban confianza y sentido religante se han erosionado. Esa "fragilidad del nosotros" y su consiguiente afectación del vínculo social, siguiendo también a Lechner, provocan un repliegue ciudadano a la vida privada y a la familia, con el hogar transformado en una fortaleza sitiada y sobrecargada. La crisis de la familia nuclear, tan visible por ejemplo en un país como el Uruguay que tiene una de las tasas de divorcio más altas del continente y que ha visto transformarse vertiginosamente el panorama de sus "arreglos familiares", no ha sido acompañada por cambios correspondientes en el diseño de las políticas sociales, de las políticas para la familia.

En el marco de estos nuevos contextos, obviamente ya no se puede pensar la cultura y las

políticas culturales como soporte de la integración social y el desarrollo desde los viejos conceptos que hasta hace poco tiempo nos ayudaban a vivir. Sin retóricas ni visiones ingenuas, se debe asumir con radicalidad este desafío de renovación teórica porque si no se pueden impulsar políticas pretendidamente igualitarias que lo único que generen sean nuevos circuitos de exclusión. Nunca como hoy las políticas culturales deben pensarse en tanto políticas sociales, al tiempo que también nunca resultó tan necesario el atender debidamente las bases culturales de cualquier desarrollo consistente y sostenido. Puede ofrecerse aquí otro ejemplo uruguayo. Allí existe una hermosa tradición de un sistema educativo público que fue cimiento fundamental de una "sociedad hiperintegrada". Desde hace décadas el modelo cultural que le dio sustento está en buena medida agotado y los problemas de innovación en este campo -pese a la reforma educativa en curso- así como las carencias presupuestarias han generado una escuela pública que mantiene prestigio social pero que ya no puede lograr los resultados de otrora. Las fallas del sistema educativo público generan inequidad, cuando antes generaban ascenso social e integración, algo que se vuelve especialmente grave en un país que tiene en sus franjas de pobreza y marginalidad una notable sobre-representación de niños y jóvenes. Solo desde perspectivas culturales renovadas es posible lograr los acuerdos necesarios para que prospere una reforma educativa efectiva, en correspondencia con las exigencias de la hora.

Las políticas culturales constituyen una variable del desarrollo en cualquier sociedad. Y es muy bueno que volvamos a hablar de desarrollo en América Latina porque hacía mucho tiempo que no hablábamos de ello, parecía que nos había ganado como un miedo por la utilización de la palabra. Desde una lectura apresurada y a menudo intencionada de los fracasos de los planteos desarrollistas de los sesenta, el discurso político y fundamentalmente el económico habían sido hegemonizados por los enfoques cortoplacistas, desde la primacía de una perspectiva ultraliberal, que suponía que el desarrollo era una variable absolutamente inescrutable, que no debía pensarse en el mediano y en el largo plazo. Es bueno que no solamente en economía sino también en cultura y en política volvamos a hablar de desarrollo, y es mejor aún que volvamos a hablar de la cultura y de las políticas culturales como variables decisivas de desarrollo.

Pero si hablamos de políticas culturales tenemos que hablar de política, y aquí también hay un posible "abrazo de la muerte", me sumo a un concepto que no es mío, que es creer que se puede hacer políticas culturales sin política. Yo también sumaría otro: lo que podríamos llamar la visión "populista" de la cultura, esa identificación ingenua pero creciente de asimilar sin más cultura popular a cultura. Pero reiteremos la premisa anterior, que puede sonar obvia pero que no es trivial, si observamos lo que con frecuencia pasa en nuestros países en esta materia: no se pueden hacer políticas culturales sin política. Y esto que parece perogrullesco no lo es cuando vemos crecer ese sentimiento antipolítico que tanto se ha desplegado en nuestras sociedades y aun en nuestros sistemas políticos.

Advirtamos también que construir política hoy en el marco de sociedades en donde el Estado ya no puede lo que antes podía, implica evitar atajos perezosos, atajos simplistas. Aquí el tema, el gran tema, vuelve a ser qué Estado queremos y necesitamos, cómo construir una política que no sea "estadocéntrica", qué modelo de relación entre Estado y sociedad resulta el más fecundo para el área cultural, cómo se contribuye de la mejor manera a la construcción de espacios públicos no estatales, cómo terminamos con esa estatalización de lo público que tantas veces nos impidió pensar de manera más libre la sociedad y la cultura.

Frente a estas interrogantes, como decíamos, surgen de inmediato tentaciones y atajos perezosos. Por ejemplo replegar indiscriminadamente al Estado y transferir sin selección áreas al mercado cultivando el jardín de las bellas artes, o un Estado posmoderno que lo legitima todo, o un Estado que, de alguna manera, abdica de su condición de actor. También

aquí aparece el peligro del provincianismo, la idea de pensar como posible y deseable un Estado de fronteras adentro que preserve reactivamente la identidad cultural de una nación asediada culturalmente y que promueva en forma permanente la oposición reaccionaria de lo propio y lo ajeno, de "lo nuestro" y lo "foráneo". Hoy cuando hablamos de políticas culturales no podemos olvidar que hay supranacionalidad informal así como espacios públicos transnacionales, desde donde también se definen acciones culturales decisivas, frente a las que los Estados, mucho menos desde lógicas puramente reactivas, poco pueden hacer. Asimismo, cuando estamos viviendo procesos de integración regional y cuando estamos debatiendo modelos de integración regional que den nuevo impulso a esos horizontes y contribuyan a superar el déficit democrático de esos procesos, se impone pensar y actuar internacionalmente, desde enfoques de "regionalismo abierto" que también sirven a la hora de revisar los intercambios culturales. Si los economicismos predominan en la conducción del proceso integracionista sobre los enfoques más políticos y culturales -que se asocian y empujan en una misma línea-, las integraciones no sólo serán menos democráticas sino también más ineficaces y frágiles, más inestables y alejadas del compromiso genuino de las sociedades civiles. La crisis contemporánea del Mercosur creemos que brinda mucha evidencia empírica confirmatoria de esto que decimos.

Desde estas perspectivas, muchas cosas cambian. Tomemos por ejemplo la noción de patrimonio cultural nacional. Como también han estudiado García Canclini y otros autores, ha habido una modificación radical de los conceptos que guían hoy la pregunta esencial acerca de qué es lo que vale en cultura, qué es lo que debe entrar en el canon y qué no. Un patrimonio concebido como instrumento de una política cultural renovada se redefine en un sentido mucho más abierto, en el que se despliega una incorporación cambiante entre lo arcaico, lo residual y lo emergente, concepción desde la que se rechaza aquella noción que suponía que el patrimonio cultural estaba formado por un conjunto de bienes y prácticas que recibíamos como "un don" desde un pasado esencial, que desde su imbatible prestigio simbólico no cabía discutir. Hoy se discute genuinamente cómo quitar esencialismo a las nociones de patrimonio cultural, como evitar su afincamiento restrictivo al área de lo meramente nacional, como provocar en el ciudadano una relación más libre y creativa con el patrimonio, desde una visión más refinada y actualizada acerca de las formas en que una sociedad puede apropiarse hoy de sus historias y memorias colectivas.

Si hablamos sinceramente de estos temas no podemos omitir el tema del financiamiento, por cierto. Y éste es un tema que quienes estudian los temas culturales a menudo rehuyen, porque de alguna manera -podría darles aquí también algunos ejemplos uruguayos- todavía rechina el vínculo entre dinero y cultura. Sin duda que en ese prejuicio se atisba toda una noción arcaica y restrictiva de lo que entendemos por cultura, que entre otras cosas omite el hecho que las llamadas industrias culturales cada vez proporcionan en nuestros países mucho trabajo y configuran realidades económicas nada desdeñables. Y así como no podemos hablar de políticas culturales sin política tampoco podemos hacerlo ignorando sus soportes económicos.

¿Puede pensarse sobre la suerte de la identidad cultural propia sin saber a qué reglas materiales está sometida la producción cultural en un marco de globalización y regionalización? ¿Cómo pensar en los problemas de los trabajadores de la cultura si éstos no se ven como tales, no se perciben como tales? ¿Cómo promover la promoción de nuestras obras culturales si no conocemos las condiciones del mercado regional e internacional? ¿Cómo podemos pensar en la cultura si no sabemos lo que la cultura produce en términos de construcción económica? Aquí estamos en un rezago académico monstruoso, no tenemos respuestas consistentes y rigurosas para muchas de estas preguntas y se siguen definiendo políticas culturales desde estas ausencias fundamentales. Carecemos, por ejemplo, de enfoques pertinentes respecto a lo que hoy quiere decir consumo cultural. No tenemos una

noción adecuada respecto a la conceptualización nueva y a la forma en que se autorrepresentan hoy los agentes culturales en términos de agentes económicos. No sabemos cuál es el valor de la producción cultural. No sabemos tampoco cómo estos nuevos contextos de mercado están implicando y condicionando la competencia cultural. La ausencia de información rigurosa sobre estos y otros tópicos conexos constituye una carencia formidable, que debemos comenzar a superar en forma impostergable.

Para terminar me gustaría reseñar algunas otras pistas, simplemente como titulares, en torno a la definición renovada de las políticas culturales. En primer lugar, creemos muchas veces que tenemos sociedades sobrediagnosticadas y que lo que faltan son propuestas; como señalaba anteriormente, yo tiendo a cuestionar esta percepción. En el terreno de la cultura, creo que nos faltan muchos diagnósticos, sobre todo diagnósticos exigentes. En nuestros países hace falta muchísima investigación y muchísimo estudio con base empírica consistente respecto a los temas de la cultura. Ello resulta decisivo como soporte de una renovación efectiva de políticas en el área.

En segundo lugar, muchas veces cuando hablamos de políticas culturales desde los gobiernos se elige el atajo perezoso de la tabla rasa, de la hora cero, del empezar todo de nuevo, sin buscar acumulaciones. La cultura es acumulativa por definición, nunca es un fresco sino que se perfila y construye desde tradiciones, nos guste o no nos guste. Y en particular si se quiere innovar en profundidad, en este campo debemos pensar en el largo y en el mediano plazo, lo cual quiere decir asumir acumulaciones, aprender que el mundo no empieza con nosotros, que las políticas culturales no prosperan ni arraigan desde las escisiones culturales.

En tercer lugar, por todo lo señalado resulta obvio que creemos que se necesitan políticas culturales activas, con impulsos reformadores, con una fuerte reivindicación del espacio de la política, pero tampoco podemos caer en la política populista que no elige, que no selecciona; políticas activas pero con selección rigurosa. ¿Pero quién define los criterios de selección en una construcción democrática? ¿Quién define qué es lo que se debe financiar o qué no es lo que se debe financiar? ¿Cómo se define la colección patrimonial que siempre es imprescindible? Y aquí volvemos a los teóricos clásicos de la democracia: la democracia nunca puede ser concebida como una cultura, la democracia siempre es un pacto de culturas. No podemos construir democráticamente políticas culturales para sociedades integradas si no es sobre la base de la solidaridad entre los diferentes. De modo que una base absolutamente inexcusable para una política cultural democrática será eso, ambientar pactos entre culturas, ambientar un pluralismo efectivo y no simplemente la "tolerancia" resignada de lo diverso que no nos cambia ni interpela.

Por último, quiero dejar planteada otra idea: la necesidad imperiosa de apostar a la flexibilidad, al énfasis en las cuestiones del conocimiento, de la innovación, de los recursos humanos, de profesionalizar el tema de la gestión cultural, de evita la mera copia de recetas importadas. Sobre todo el plano cultural y en el de sus políticas, no todas las sociedades cambian igual. Y aquí tenemos ejemplos muy sanos a los que podríamos recurrir, que nos vienen de las políticas científicas y tecnológicas: entre ellas la idea del "sastre tecnológico" que asumen muchos científicos básicos, aquél que es capaz de interpretar un problema o una necesidad y de buscar y construir una solución original, que diseña soluciones a la medida de aquellos a quienes destina su política. Hoy en día el 80% de un diseño adaptado, en la tecnología por ejemplo, es valor agregado de conocimiento local. Esto también tendría que valer para el diseño desafiante de políticas culturales efectivamente renovadas.

Gerardo Caetano

Historiador y analista político. Director del Instituto de Ciencia Política y Docente e investigador de la Universidad de la República de Uruguay. Coordinador del Programa de investigaciones interdisciplinarias sobre Democracia e Integración en el Centro Latinoamericano de Economía Humana. Presidente del Centro UNESCO de Montevideo. Docente en cursos de grado y de postgrado en varias instituciones de Uruguay y extranjeras. Ha sido consultor de organizaciones internacionales como la OEA, BID, PNUD, UNESCO. Sus temas de especialización han sido: historia uruguaya y latinoamericana del siglo XX; prácticas y modelos ciudadanos y políticas culturales; democracia e integración regional. Ha ejercido como periodista político y cultural en radio y televisión por más de una década. Ha recibido numerosos premios por su labor académica. Autor de numerosas publicaciones en áreas de su especialización "Nuevas políticas para la diversidad: las culturas territoriales en riesgo por la globalización"

Ramón Zallo

Ciertamente el ámbito de la cultura es un ámbito de creación, goce, identidad e integración, pero es, también, un

ámbito de conflicto. Los modos de aparición y de discurso de muchos conflictos hoy en el mundo, son en claves

culturales, ya se trate de conflictos entre civilizaciones, entre países, entre géneros o entre grupos sociales. El

conflicto cultural es así o un conflicto en sí mismo o la forma de expresión de muchos otros conflictos que

también tienen otra naturaleza.

Por decirlo brevemente, mi tesis es que el marco de la globalización, del unilateralismo, del modelo de

implantación de las nuevas comunicaciones y tecnologías y de la reestatalización -deterioro de procesos

descentralizadores pretéritos en los Estados nación- sitúan en riesgo a las culturales territoriales, superando las

amenazas a las oportunidades. Ello no exime de tener que hacer activamente los deberes locales y plantear el

tema en los ámbitos globales. Pensar y actuar simultáneamente en local y global, sería la regla adecuada de

actuación, tal y como deja entender la manera en que ha fraguado el movimiento de globalización alternativa.

I. Construir los territorios

Las eras de Internet y de la mundialización han sido anunciadas como el fin de las geografías pero no es cierto,

en tanto la combinación de la mundialización y de Internet solapa una geografía propia(1), reconstruyendo una

nueva jerarquía entre los territorios, alrededor de unos pocos centros motores y en círculos concéntricos de

influencia.

El orden mundial mismo tiende a rearticularse, cada vez más, alrededor de esos pocos centros de control del

sistema financiero y del conocimiento e información y, ¡cómo no!, del poder militar, del que tantas veces nos

olvidamos para acordarnos en períodos críticos como con la invasión de Irak. Se mantiene así un orden

jerárquico de influencia y poder que, además, no es nada neutral en relación a los territorios sobre los que

pivota. Es más, redefine el lugar de los territorios desde la nueva geografía que impone una globalización que no

es en red sino en círculos concéntricos de dominación o influencia.

El paradigma de la globalización, del ―todo global‖, es un paradigma muy insuficiente para explicar todos los

cambios en curso. Por un lado, permanecen otros sujetos distintos a los organismos y empresas globales, tales

como los organismos supranacionales, los Estados nación, las culturas y los sujetos sociales con sus

ideologías y estrategias. Por otro lado, está la transversalidad de las dinámicas a la que invitan los desarrollos

tecnológicos, económicos y las interacciones generales y particulares, y que no permiten diagnósticos unívocos

independientes de la gestión de los sujetos.. De hecho, algunas tendencias específicas (a la diversidad cultural,

a las economías regionales...) ejercen, además, como contratendencias relativamente compensatorias de la

globalización. Es decir, muchos de los cambios en el lugar social y económico de los territorios no se derivan de

la mundialización o de la digitalización, sino a pesar de ellas, y por impulso del deseo humano de gestionar lo

cercano, su convivencia, su identidad y su bienestar.

Se puede traducir la idea de territorio por la de región o por Comunidad Autónoma o por Estado Federal. Lo

importante es entender que los territorios son los espacios de la identidad, generados por la historia y la cultura

comunes y dando lugar a sentidos de identificación, pertenencia y diferencia. Lo cierto es que son otros ámbitos

espaciales –el global, el estatal y el metropolitano- los que tienen más peso en el mundo: los centros mundiales

tecnológicos y financieros que animan lo global y tienen ventajas en conexión, competencia y articulación

económico-tecnológica: los Estados nación –junto con la agrupación regional de Estados como la Unión

Europea o Mercosur- que tienen ventaja por su articulación política y de poder reconocido, aunque por efecto de

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

las incertidumbres cabe comprobar una vuelta a la centralidad de esos Estados clásicos que nunca se fueron.; y

las ciudades, especialmente las grandes metrópolis, tienen la ventaja de la aglomeración de recursos.

Todo ello dificulta el papel de los territorios y de las políticas regionales(2) (Zallo 2002). Es decir, la forma

vigente de mundialización económica y comunicativa no da prioridad a las regiones interiores de los Estados.

Su importancia nace de otro tipo de tendencias que parten desde abajo y, además, tienen que articularse con los

restantes espacios (globales, estatales, locales).

La presencia como actores y como marcos operativos de las regiones y núcleos territoriales identitarios no se

deriva, por lo tanto, de factores económicos y geopolíticos, que privilegian otros marcos, sino de factores

culturales y políticos. Ello hay que entenderlo como una manifestación más de que aquellas no son las únicas

fuerzas motrices de nuestro tiempo. La aparición de los fenómenos nacionalitarios y regionales en conflicto, no

se deriva de la articulación del sistema entre lo local/ metropolitano y lo global pasando por los Estados, sino

precisamente de sus desajustes, aunque posteriormente puedan ser - en algunos casos- integrados, como

espacios intermedios.

Y, sin embargo, la gestión de lo territorial es un factor capital en las sociedades modernas con efectos

relevantes desde el punto de vista del Desarrollo Humano(3), ya que interpela de facto sobre cuestiones como la

interculturalidad (Olivé L., 1999), la inmigración, la calidad de la democracia o la idea de una ciudadanía inclusiva

o, al contrario, separadora. La cuestión de la identidad o del territorio no es, así, una reminiscencia del pasado,

sino un tema central del presente, porque remite a la mirada de una comunidad sobre si misma y las demás, a

los valores en los que se reconoce y a su confianza para afrontar futuros de riesgo.

Es más, el desplazamiento de los centros de decisiones económicas, judiciales y de seguridad hacia las Uniones

de Estados como, por ejemplo la Unión Europea, dejan fuera de los ámbitos supraestatales casi solo las

políticas sociales, fiscales, comunicacionales y culturales donde, curiosamente, las ventajas por cercanía y

conocimiento de los territorios, de las comunidades, es obvia sobre los Estados. No hay que olvidar que,

paralelamente al fenómeno de la globalización, aunque en menor medida, los fenómenos de la localización y la

descentralización son también tendencias fuertes que se interrelacionan con aquel(4).

Los motivos para la intervención cultural y comunicativa de las regiones pueden ser muy variados: por la

consideración objetiva de que la cultura se vive en territorios concretos; por la revalorización de lo local y

regional, por el resurgimiento de las culturas minorizadas o de las identidades; o por el interés del Estado en

distribuir competencias, o de la ciudadanía en controlar la gestión de forma cercana (Bassand, 1992).

Las ventajas de la territorialización decisional en el ámbito cultural son obvias desde el punto de vista de los

resultados y de la democracia. En principio crea más propensión a la eficacia ya que conocen mejor y pueden

tratar con más facilidad los problemas, además de darse más sinergias en tanto se hacen más visibles y pueden

valorizarse mejor las distintas energías territoriales. Por otra parte, es más democrática (como resultado de

mayorías de proximidad) y fiscalizable (hay conocimiento sobre el terreno de la esfera pública, pudiendo ejercer

una administración próxima al ciudadano que la experimenta y puede controlarla).

El fenómeno regional entendido en sentido amplio apunta como ventajas de muchas de las comunidades el

hecho de que suelen estar bastante bien autoorganizadas, disponen de un sentido comunitario potente y abierto,

disponen de un gran conocimiento de lo cercano, -además de un acceso a lo global-, ofrecen la seguridad de la

pertenencia compartida e incitan a la solidaridad y al mutualismo en circunstancias adversas.

Las contrapartidas pueden ser los clientelismos, las disparidades interterritoriales –según sea el nivel de

iniciativa, preferencias o disponibilidades económicas–, el exceso de gasto –en el caso de que se dupliquen

estructuras y el Estado no se descentralice de verdad– o la recentralización a pequeña escala en beneficio de

ciudades o determinadas comarcas (casos holandés, austríaco o de la federación rusa) asfixiando las energías

de base.

Los territorios, las culturas, necesitan disponer de un sistema de industrias culturales y de medios de

comunicación propio, territorial. Eso es definitivo en una sociedad moderna. Y es que una comunidad se hace en

torno a las representaciones y la gestión de sus problemáticas(5).

Pero lo central a entender, es que las apuestas tecnológico/industriales en el ámbito de la cultura y la

comunicación, trascienden el propio campo de la economía para decidir el destino de la propia cultura. El futuro

de una cultura regional depende de los medios que se pongan para reproducirla y desarrollarla(6).

El impulso de la creación y la producción culturales territoriales como dotadoras de sentido al espacio cultural

propio, sea nacional, regional o local, constituye uno de los retos principales de nuestro tiempo. Todo ello

conlleva una redefinición del lugar de las políticas culturales. Pero la tendencia a la descentralización, muy

fuerte en los 80, está en relativa regresión en la medida que hoy se dan tanto procesos recentralizadores

alrededor de algunos polos metropolitanos en muchas partes del mundo como una vuelta al Estado nacional. La

crisis de los consensos internacionales de estos últimos tiempos empujan en la misma dirección. En cambio, el

surgimiento de los movimientos de globalización alternativa, en cambio, plantea el diálogo entre lo local y lo

global.

II. Los marcos económico, tecnológico y geopolítico y las culturas

Solo me detendré en tres aspectos

a) El ―capitalismo global‖, la globalización como fenómeno más significativo de este estadio del capitalismo no

es sino un salto cualitativo pero acotado de la internacionalización. El resultado ha sido un nuevo impulso

económico y nuevas oportunidades en una época, pero hoy también una dinámica recesiva y un retroceso del

lugar social de muchos agentes, sectores y países más desfavorecidos.

Al proyecto de mundialización plena de los mercados financieros y a la libre movilidad de capitales le acompaña

una limitada mundialización de productos industriales, y aún es mucho más lenta en los casos de los servicios,

patentes y derechos. Está lejos de haberse producido en los bienes agrícolas y es inexistente, salvo dentro de

regiones de países, en lo relativo a la libre circulación de personas. El resultado es que la mundialización no

circula en todos los sentidos sino que tiene una neta preferencia, a la hora de las inversiones directas, por los

países del Norte con un neto crecimiento del comercio interior de los bloques comerciales. El 95% de las

importaciones de productos manufacturados continúa siendo entre países desarrollados. Este fenómeno es

especialmente agudo en lo relativo a los flujos culturales y comunicativos en audiovisual, edición, música, bases

de datos, tecnologías….

Estamos así ante dos tensiones: una tendencia a la reproducción de la diversidad y una tendencia contrapuesta

hacia una economía, mercado y Estado "globales" que pretenderían, además, una Cultura Global.

b) Los cambios tecnológicos. Los cambios tecnológicos de la ―Sociedad de la Información‖ (SI) son

básicamente:

En primer lugar, la digitalización e informacionalización de todo el sistema de signos, símbolos e imágenes,

permitiendo homogeneizar el tratamiento de señales de cualquier contenido o lenguaje.

En segundo lugar, una cierta tendencia a la convergencia tecnológica de redes, aparatos y contenidos -estos

últimos tenderían al multimedia- y que, a falta de reglas, propicia la concentración de los Grandes Grupos

En tercer lugar, una combinación de dispositivos y redes que permitirían, la conectividad de los sistemas

tecnológicos, la interactividad, la accesibilidad y la ubicuidad, y que ya están afectando profundamente a las

actividades culturales y especialmente a las industrias culturales, en todas las fases del proceso productivo

(desde la creación a la distribución y difusión pasando por la producción) y en todas las formas de consumo y

acceso a las obras.

Con todo hay que insistir en dos factores limitativos. Por un lado, los procesos de convergencia han caminado

bastante menos de lo que se dice, y las capitanean empresas de redes y aparataje como las operadoras de

telecomunicaciones, para desgracia de la cultura que no es sino un item más en sus servicios (Becerra 2001).

Asimismo los mercados no crecen al mismo ritmo. En particular los mercados domésticos no están para que le

pongan precio a todo.

Por otro lado, algunas de las grandes tendencias vigentes las explican mejor la concentración transnacional o la

renuncia de los Estados a una regulación de los conceptos de servicio público y de servicio universal.

Aparentemente la SI es solo un modelo técnico-organizativo social por efecto de la aplicación de las tecnologías

de la información y la comunicación en el sentido de captar, almacenar, procesar y compartir información, y que

tendería a resolver la lentitud, escasez y accesos de información. Pero no es solo eso, ni mucho menos. Los

sistemas tecno-organizativos están insertos en sistemas económicos, dados con sus procesos de expansión de

capitales financieros o de sus operadores de telecomunicaciones y de contenidos y conforme a algún modelo

dominante, hoy el liberal y des-reglamentado. Además, los objetivos de la comunicación no son tecnológicos

sino de gestión de las relaciones en el interior de la sociedad y entre las sociedades.

No es la tecnología la que crea el sistema o la sociedad, sino que son éstas las que crean tecnologías y las

sitúan como recursos, como inputs, que no son solo dispositivos sino, también, un conjunto de relaciones

sociales predefinidas entre usuarios, empresas e instituciones. Las tecnologías no flotan sino que se inscriben

en un espacio económico y social que las ubica y en cuyo desarrollo sin duda influyen. La estructura relacional

misma entre países, sujetos o instituciones es un hecho de Poder que las tecnologías potencialmente

descentralizadoras no necesariamente enmiendan, al reforzar, en general, las ventajas previas de partida.

c) En el ámbito geopolítico asistimos a la sustitución del multilateralismo desigual -encarnado en el sistema de

Naciones Unidas- por el unilateralismo que no es sino la dominación unilateral global de EEUU, por medios

militares y que pone en crisis el sistema de Naciones Unidas, el Derecho Público Internacional y las Relaciones

Internacionales, sean económicas, políticas o culturales, basadas en principios y normas reconocibles.

Las problemáticas en el mundo ya no se abordarían desde la promoción del desarrollo, y desde el tratamiento de

las causas subyacentes de los conflictos, como son la miseria o la injusticia, sino desde la pura liquidación de

las cúpulas y organismos de los ―Estados canallas‖, es decir de los que no sean amigos. Esta es la doctrina de

la Seguridad y de la agenda imperial, que incluye las guerras preventivas y de rapiña, bajo el paranoico mundo

que describió Orwell desde la consigna de ―guerra es paz‖ y no sitúa en un mundo de incertidumbres(7).

Tras unos cuantos años de reinado de la ideología liberal y del automatismo económico bajo la supuesta égida

del mercado, viene la vuelta de lo político. La posmodernidad ha muerto, devorada por la desaparición de los

automatismos del bienestar que se les suponían a los mercados y al mundo único. Crisis, guerras e

incertidumbres se han encargado de ello.

La vuelta de lo político lo mismo podría acabar en unas nuevas reglas que permitan gestionar con alguna lógica

redistribuidora las potencialidades y oportunidades de la nueva economía o, al contrario, podría degenerar en

una involución general plutocrática de la que hay bastantes indicios. El destino no está escrito, y aunque no se

pueda ser optimista, depende de muchos viejos y nuevos actores sociales.

La crisis del sistema internacional de organizaciones afectará a la cultura, vía UNESCO. Y no parece que la

pueda sustituir con ventaja la siempre oscura Organización Mundial del Comercio que, de hecho, propugna

desarmes arancelarios unilaterales en los países más débiles mientras protege los mercados de EEUU y

europeos.

A este respecto es interesante rescatar varias ideas. La de mantener organismos culturales internacionales que

limiten los estragos de la xenofobia reinante, y la de seguir sosteniendo la excepción cultural de Marrakech, hoy

denominada como diversidad.

Ciertamente, hay que ser partidario de la excepción cultural y eso significa medidas proteccionistas. Pero ese

proteccionismo centrado en lo económico con efectos culturales, no puede ser el disfraz para la censura política

o informativa, sino que debe ser tasado por razones comerciales y culturales y siempre en los ámbitos en los

que la desigualdad de los flujos lo justifiquen –caso del cine u otros-.

Elihe Cohen (2001:84) sostiene una interesante argumentación para la fundamentación económica de la

excepción cultural. En primer lugar, el peso de similares costes fijos, independientes del volumen de mercado,

da una gran ventaja a los EEUU con su modo de hacer y su red distribuidora, creando una barrera de entrada

para la competencia de los países pequeños. En segundo lugar, si se ahogan las producciones locales, habría

una enorme demanda de diversidad insatisfecha. En tercer lugar, las culturas nacionales son de interés público

pues generan efectos externos múltiples, merecedores de protección.

Es decir, la excepción cultural no va contra el mercado sino que busca sortear precisamente los obstáculos

vigentes al mismo, es decir, las barreras de entrada a la distribución equilibrada internacional, busca atender

demandas insatisfechas y permite desarrollar las sinergias que la cultura tiene en todo el sistema social y

económico de un país.

De todos modos, la política de excepción cultural tampoco debe ser otra cosa que una vía defensiva revisable en

el tiempo, y válida mientras se ejecuta una política activa, industrial, de sustitución de importaciones y de

generación de un tejido industrial cultural y comunicativo propio, y que era la filosofía general industria lista de

América Latina en los años 50/60.

La propia UE entendía que cada país miembro, y dentro de ciertos límites, puede aplicar políticas

discriminatorias favorables a su industria audiovisual nacional.

En suma, no se trata de defender la diversidad sino de construirla. Esa responsabilidad no es trasladable solo a

otros, ni siquiera a los países dominantes. Se trata de apostar por la industria cultural propia como un eje central

en las políticas territoriales e industriales.

III. Oportunidades y amenazas para las culturas regionales en el entorno digital

Las tecnologías no tienen virtudes intrínsecas de desarrollo económico o de ampliación de la democracia

participativa en los ámbitos territoriales. No tienen per se efectos estructurantes si no se dan otras condiciones.

Son las interrelaciones entre sociedad, administraciones, servicios y sector privado pueden configurar una

compleja red integrada de múltiples canales comunicativos que conforman "redes de gobernanza" en las que

interactúan influyéndose o desplazándose los diferentes actores. Siguiendo el marco conceptual de Amartya

Sen estas interacciones pueden expandir las capacidades de las personas de una comunidad creando nuevas y

mayores oportunidades, pero para que eso ocurra se requieren unas infraestructuras, un entramado

comunicativo y un cierto enfoque de política pública (Oriol Prats J., 2002).

Ciertamente la digitalización supone una oportunidad:

a) Para la cultura como tal, porque permite, por un parte, el desarrollo de la cultura de proximidad y la ampliación

de demandas locales como compensación a la internacionalización y, por otra, acceder a un público amplio a

culturas variadas pudiendo compartir el patrimonio, catálogos y producción de países distintos.

b) Para la democratización, en la medida que se da una interactividad un diálogo, una compartición de recursos

y una proliferación de contactos.

c) Para la creación cultural ya que hay una gigantesca necesidad de nuevos contenidos siquiera para alimentar

la inmensa infraestructura generada, mientras se están abriendo nuevas formas híbridas de creación y

expresión, más allá de los compartimentos disciplinares.

d) Para la propia distribución de obras puesto que:

Se diversifica mediante la multiplicación de vectores en los que volver a ofertar una obra, haciéndola

accesible desde distintos canales, pudiendo así alcanzar a públicos distintos, lejanos y amplios.

La digitalización y la compresión permite disminuir los costes de soportes y distribución dando

muchas más facilidades de colocación en el mercado.

La propia oferta de contenidos se afina para dirigirla a públicos-objetivo e incluso a individuos determinados.

La autoría gana así nuevos mercados, puede controlar y gestionar por su cuenta la edición y tener nuevas fuentes de ingresos.

Sin embargo, las amenazas y riesgos que acompañan al proceso vigente de digitalización parece superar a las

oportunidades, no en el ámbito de las potencialidades, sino en el de las realidades. En efecto:

a) En general, hay gigantescos procesos de concentración de capitales, en detrimento del pluralismo en la

creación, producción y distribución. Los grandes grupos chocan o se alían, cuidan su competitividad y

rentabilidad, perjudican a productores y distribuidores independientes pero no están exentos de fracasos.

b)Se da una limitación de la diversidad cultural. Las obras USA circulan cómodamente, a través de los

nacionalmente compartimentados mercados nacionales y, en ocasiones, produciendo desde ellos (edición de

música autóctona).

c)Se están fraguando así dos mundos culturales que van a dos velocidades: una cultura transnacional con

predominio anglosajón con efectos de clonación en el mundo (y con entradas coyunturales de producciones de

algunos grandes países europeos) y culturas locales, cada vez más incapacitadas para ostentar el rol de la

reproducción cultural social, y acercándose a roles de corte folklórico, de conservación de vestigios queridos

del pasado.

d) Para la cultura aumentan también los riesgos económicos porque hay mayores incertidumbres: una

rentabilidad todavía menos asegurada; un debilitamiento de las ventas en serie y una proliferación de ofertas

entre las que es difícil diferenciarse.

e) Los intangibles, los derechos de propiedad intelectual o de exclusiva, de explotación, de comunicación y

difusión, se constituyen en el núcleo central del sistema; por su carácter de monopolio natural encarecen los

productos a pesar de los avances tecnológicos y tienden a ser gestionados por los grupos capaces de pagar los

derechos más solventes y solicitados. La piratería no es una solución pero la pura represión sin reorganizar los

mercados, tampoco.

f) Hay también crecientes riesgos para la remuneración de la autoría y los detentadores de derechos al

escaparse las formas de distribución sin apenas límites; la piratería, la imitación, las diferencias de legislación,

de prácticas y de precios no ayudarían a la retroalimentación de la diversidad cultural, mientras aparece el gran

problema de gestionar los derechos por unos servicios, los culturales, que ya no tienen sólo base territorial.

g) En ese marco de incertidumbres, la influencia de los distribuidores en la gestión y determinación de la oferta

es creciente, y su gigantismo un cedazo para la creación libre y remuneradora.

Con todo, las comunidades no pueden desentenderse del despliegue de la economía y la cultura informacional,

desde todos los puntos de vista: disposición de recursos culturales e informativos propios, acceso social,

comunicaciones, servicios a la ciudadanía, desarrollo de un sector innovador y generador de empleo en la

economía regional (Delgado 2002), aunque sus resultados sean bien distintos, según se trate de regiones

desarrolladas o menos desarrolladas(8).

En suma, las comunidades no pueden no estar en el desarrollo informacional y cultural pero deben hacerlo

desde mecanismos de apropiación según las necesidades concretas y sin reproducir los usos standard que

proponen los vendedores de aparatos y redes.

IV. Herramientas emergentes en políticas culturales territoriales

No hay herramientas neutrales de política pública y su selección y utilización dependerán de las tendencias(9) y

los criterios básicos de partida pero, al mismo tiempo, disponer de criterios y no concretarlos con herramientas

y medidas aplicables sería un ejercicio tan bello como estéril.

Algunos criterios genéricos de Política Cultural que cabe sostener serían:

la pertinencia de los enfoques de la democracia cultural combinados con el desarrollo regional;

la concepción de la cultura como un derecho cívico y social básico;

la dignificación de los servicios públicos sin confundirlos con la gubernamentalización informativa;

el impulso de la creatividad de los actores sociales;

el estímulo de la integración cultural o multicultural y de una vida cultural intensas;

la descentralización de las comunicaciones;

la promoción de las culturas minoritarias;

la fluidez comunicativa entre culturas;

la reducción de las desigualdades en el acceso a la cultura (López de Aguileta 2000).

la limitación de los procesos indeseados de concentración de capital;

la autonomía y protección de los creadores y comunicadores;

la autoorganización de los usuarios de la cultura y la comunicación;

el acceso de la expresión regular de los disensos y de la diversidad cultural social;

la consideración del sector cultural como un sector estratégico;

el seguimiento y corrección de los desajustes producidos por los mercados;

la transferencia y experimentación con tecnologías dúctiles;

la educación social en el uso funcional de las nuevas tecnologías....

la necesidad de la regulación y la reglamentación también en el universo digital, rescatando las

nociones de ―servicio público‖ y de ―servicio universal‖;

Creciente sustitución de la subsidiarización por la incitación e implicación financiera de los agentes

privados.

Las herramientas de política cultural y su utilización dependen de los criterios, pero conviene detenerse en ellas,

porque hoy tienden a diversificarse para adaptarse a los requerimientos de la cultura en sociedades complejas.

Los destinos y herramientas normales de aplicación del dinero público se dirigen a cubrir distintos programas

necesarios que responden a las funciones tradicionales de patrimonio, creación, producción y difusión(10), y a

los que en las comunidades con lengua propia se le añade la política lingüística, y en algunos territorios se

añade el servicio público de radiotelevisión.

En esas herramientas tradicionales los dilemas se sitúan normalmente en la proporción de la financiación entre

las actividades gestionadas por la propia administración y las ayudas destinadas a los distintos agentes y su

distribución; entre infraestructuras y servicios; entre la creación, la producción y la difusión que subvencionan a

distintos agentes de la cadena -artistas, grupos de espectáculos y empresas– o a la demanda -e indirectamente

a creación y producción-.

Se ha ampliado así enormemente la nómina de herramientas de gestión. Por ejemplo, sin que ya constituyan

novedad y sin ánimo exhaustivo:

Los Libros Blancos sobre la cultura regional, o sobre un sector como el industrial cultural, o sobre un

subsector como el audiovisual, entendido como una posible especialización productiva regional. …. Son, sobre todo, un diagnóstico para ulteriores Planes concretos y normativas de desarrollo(11).

Planes plurianuales de infraestructuras con reservas presupuestarias para proyectos culturales estratégicos (digitalización de televisiones, museos o bibliotecas en red, redistribución territorial de

equipamientos..)

La aplicación de medidas de política industrial al ámbito cultural. Caben líneas generales de tipo general y horizontal, como son las ―sociedades de capital riesgo‖ o la formación de Cluster de

cooperación entre empresas de un sector con el apadrinamiento de la Administración. O caben vías específicas que partan de las ideas de que la cultura es ―innovación‖, o de que el sistema de pura

subvención debe ceder progresivamente el paso al sistema de incitación y de compartición de riesgos.

La aplicación de medidas financieras, como las vías preferentes de crédito público o concertado entre

administración, asociaciones de productores y banca privada, condicionados a aportaciones privadas

de capital.

La aplicación de medidas fiscales de incitación mediante tipos preferenciales para la inversión y el

mecenazgo cultural, o desde medidas novedosas como el tax léase o inversiones temporales de opción fiscal.

La formulación de Planes estratégicos cuyo fundamento puede ser múltiple: el interés común en

reforzar y modernizar la cultura de un territorio; el estímulo y orientación tanto de las energías creativas como de las productivas del ámbito cultural; la promoción y fomento de un ―sector cultural‖

con acento en lo productivo, pero también en la distribución y difusión; la necesidad de orientar, con metas a largo plazo y concertadas, las políticas culturales del conjunto de instituciones regionales y

establecer pautas para el comportamiento seguro de los agentes sociales y privados.

Los observatorios especializados o sobre el global de la comunicación y la cultura.

La puesta en pie de órganos globales mixtos, público-privado-social, como mecanismos de

coparticipación y cogestión de los interesados en la acción cultural, logrando así un plus de legitimidad a las decisiones comunes, una orientación adecuada y sinérgica en tanto se aprovecha el

conocimiento de los representantes sectoriales y agentes sociales.

Los Institutos o sociedades de apoyo a las industrias culturales territoriales –caso del SODEC (Societé de Développement des Entreprises Culturelles) del Quebec- u órganos especializados como un

instituto o un consorcio regional para un ámbito, por ejemplo el multimedia, al que se le considere un

sector industrial emergente, susceptible de apoyos sectoriales y horizontales, y que reclama la coordinación competencial de distintas instancias del gobierno regional: Cultura, Industria, Educación,

Hacienda, Tecnología y Comunicaciones.

La transversalización administrativa con coordinación en lo funcional, competencial y /o territorial, con

o sin nuevos organismos, y complementando las clásicas y compartimentadas unidades administrativas.

La puesta en pié de parques industriales y de servicios culturales que suponen nuevas experiencias

de intervención pública en el sector cultural, una nueva herramienta de política cultural, territorial e industrial por aplicación de la teoría y práctica de los parques tecnológicos al ámbito cultural, en forma

de parque temático cultural productivo y de servicios. Lamentablemente hay más parques temáticos y de atracciones o Megacentros Comerciales con ofertas de ocio que parques productivos (Azpillaga y

otros 1995). Los parques propiamente culturales significan una cierta imbricación entre la política cultural y una política industrial y tecnológica, atenta sea a los problemas de la construcción de la

identidad nacional o regional y/o al impulso creativo de la producción y uso social de la cultura(12).

Nuevas modalidades, servicios, misiones y formas de gestión de las televisiones regionales y de

proximidad(13) como marco tractor del sector audiovisual regional y concertado mediante contratos-

programas plurianuales de obligaciones tasadas y controladas por una Comisión de Seguimiento, a cambio de financiación pública. Se introducirían así una relegitimación de los servicios públicos y una

entrada en la agenda colectiva de la discusión sobre su lugar social, al mismo tiempo que permitirá racionalizar su gestión financiera, evitando que sean sacos sin fondo que financian injustificadamente

programaciones comerciales.

V. Apuestas de globalización cultural alternativa

Con todo es momento también de plantear el tema de la diversidad y de la producción propia de contenidos en el

ámbito global, como una dimensión más de las apuestas de globalización alternativa. No olvidemos que no es

una cuestión puramente local. Además de ser objeto de preocupación de movimientos sociales, de culturas

minoritarias y de pequeños países, lo es también de civilizaciones estigmatizadas.

Se trata de generar un espacio público mundial que la ―era digital‖ propicia pero que la estructura económica y

geopolítica mundial neutraliza en buena parte. Quizás algunos de los hitos a sostener sean:

La defensa de la creación y de los creadores así como de los derechos de autoría.

La prioridad de los intereses culturales sociales de modo que se anteponga la diversidad a las reglas

del libre comercio, los derechos sociales a la cultura de pago.

La institucionalización de la diversidad garantizada a escala internacional en lo cultural y lingüístico sobre la base del desarrollo del concepto de los derechos sociales a la cultura (Ver Informe Mundial

sobre la cultura 2000-2001).

El acuerdo sobre estándares técnicos y circulación de patentes (―software libre‖ por ejemplo) que

abaraten la Sociedad de la Información.

la formulación de una doctrina de límites a los procesos de concentración en el ámbito cultural y mediático.

líneas de cooperación entre países limítrofes o culturalmente próximos. Las asociaciones de países deben jugar en el ámbito de las culturas analógica y digital un papel importante de discusión,

diagnóstico, impulso y coordinación de los países miembros y de sus territorios.

Lo deseable sería poder animar a una segunda vuelta, reformulada, de las viejas políticas del NOMIC (Nuevo

Orden Mundial de la Información y de la Comunicación) propuestas antaño por la UNESCO y dando la

preeminencia ahora a la cultura, a los contenidos -y no solo a la comunicación- y basándose en el

multilateralismo y en las experiencias sociales y comunitarias.

Sin embargo está vía está cegada siquiera porque cuando USA y Gran Bretaña oyen las palabras ―política

cultural y comunicativa‖ se ponen muy nerviosos. No hay que olvidar que se salieron de la Unesco por esa

temática y que es relativamente reciente su vuelta.

Quizás sea más realista abordar dos vías simultaneas. En el plano institucional internacional, especial desde la

Unesco, desarrollando el Tratado de la diversidad cultural y del patrimonio y profundizando el proyecto de

Diálogo de civilizaciones. Claro que con la crisis de la capacidad resolutiva del sistema institucional

internacional habrá que desearlo fuertemente y desde muchos ámbitos. En el plano institucional local y

alternativo, fortaleciendo los lazos entre las gentes de la cultura, de las ciudades (Agenda 21) y de las regiones.

Se trata de construir lo local y lo global de forma alternativa a las dominantes, y en disputa tanto con los poderes

transnacionales como con aquellos poderes nacionales o locales que les son afines en intereses o políticas.

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Notas

(1) Castells (2001) diferencia las distintas geografías. En primer lugar la técnica. En las líneas de

telecomunicación hay predominio de los enrutadores y nodos estadounidenses que se basan en una gran red de

banda ancha que conecta a los principales centros metropolitanos del mundo. En segundo lugar, la geografía de

usuarios que sigue la distribución desigual de la infraestructura, la riqueza y la educación en el planeta. En

tercer lugar, la geografía de la producción de Internet, en lo relativo a fabricantes de Internet y de software, está

polarizado en centros tecnológicos selectivos y muy concentrados, con predominio norteamericano. En lo

relativo a los proveedores de contenidos –rastreable por los dominios– ocurre lo mismo. La hegemonía

americana es evaluable en un 50 por ciento del total de dominios, un 83 por ciento de las páginas más visitadas,

una media de 25 dominios registrados por cada mil habitantes lo que indica una asimetría creciente entre

producción y consumo de contenidos de Internet. Además 17 de las 20 principales ciudades en el ranking de

dominios están en USA.

(2) Para un análisis exhaustivo ver R. Zallo (dir) (1995) y R. Zallo (2002 y 2003) en los capítulos relativos a

políticas culturales territoriale sy regionales en España y en Europa, respectivamente en E. Bustamante (coord)

(2002) y en E.Bustamante ( coord) ( 2003).

(3) A. Castiñeira (2001) muestra que el concepto de ciudadanía clásica o nacional, y que traía consigo las

políticas del universalismo igualitario y la homogenización cultural, está en cuestión, como resultado de los

procesos de integración supraestatal y de globalización, las reclamaciones de las naciones sin Estado, el

pluralismo cultural y la individualización. Compiten para sucederle tanto el concepto de ciudadanía cosmopolita

como las políticas de la diferencia en la que se conjuguen identidades complejas, lealtades múltiples y

soberanías compartidas y que, en la medida que disociaría el vínculo entre ejercicio (universal) de ciudadanía y

nacionalidad, podrían dar cuenta mejor en una sociedad abierta de los fenómenos de integración de culturas

diferenciadas y de acogida de la inmigración. Desde un punto de vista más general sobre el lugar social de la

cultura, ver Ariño A., (1997).

(4) Las regiones, todavía son una realidad cultural, social, económica y política por descubrir, más allá de las

políticas de cohesión. (D‘Angelo M. y Vesperini P., 2000). Europa misma, más allá de algunas instituciones

consultivas, no tiene una política autónoma de las regiones como tal, y su desarrollo depende más de los

Estados y de si mismas.

(5) Durante los últimos años, la cultura, en general, y las industrias culturales, en particular, han atraído la

atención de las diversas administraciones públicas, fundamentalmente como instrumento de reestructuración y

desarrollo de los tejidos económicos urbano y regional (Sicsú A.B., Bolaño C.R.S., 2001) . La cultura y la

comunicación se han convertido en un elemento común en las nuevas estrategias de desarrollo regional que se

están aplicando en el mundo, si bien desde enfoques muy diversos. En este sentido, "comunicación y cultura"

es no sólo un sector que presenta importantes perspectivas de desarrollo económico a través de altos efectos

multiplicadores regionales y un fuerte potencial endógeno, o mediante la proyección exterior de una imagen

positiva, sino también un vector de transformación y adaptación tecnológica y social. Dentro del sector, la

prioridad es para el audiovisual, tanto por su transversalidad y versatilidad como por las tendencias de hecho

(las redes dominantes, los usos sociales implican su demanda masiva, creciente y diversificada y organiza al

resto de actividades culturales).

(6) El dinamismo cultural de un territorio depende de muchos factores: de las inversiones culturales, de las

competencias profesionales y articuladas en red, de la existencia de un espacio mediático auto-referencial, de la

extensión cultural o de las transversalidades temáticas. Se producen además sinergias varias, por ejemplo entre

eventos culturales que otorgan notoriedad, polos institucionales activos, inversiones y participación en redes

internacionales.

(7) Después del 11 de setiembre del 2001 con el nuevo unilateralismo disciplinador y el regreso de modalidades

de Estado autoritario y xenófobo en algunas democracias, se amplía el cuadro de riesgos.

(8) En efecto solo las primeras disponen de la capacidad de establecer relaciones con sinergias entre sus

propios recursos internos y de éstos con los foráneos, mientras que la segundas deben recurrir a soluciones

imaginativas y adaptadas que mejoren sus servicios, sus recursos… lo que, por acumulación, podría posibilitar

un salto cualitativo en su desarrollo o, al menos, reducir la brecha respecto otras regiones.

(9) Algunas de las tendencias en política cultural territorial en Europa al inicio de esta década: a) Cambio de

signo en las infraestructuras de alta inversión que van abandonando la espectacularización o la

monumentalización per se, por finalidades más productivas, o especializadas o de puesta en valor sinérgica del

espacio. b) La puesta en valor y el descubrimiento de masas de una parte del arte tradicional especialmente en

el ámbito museístico y con más retraso en otros equipamientos. c) Las inversiones en nuevas tecnologías y su

difusión. d) Los poderes públicos ni siquiera deben explicar su necesidad, pero por el momento se trata más de

la configuración de redes con finalidades de desarrollo económico que de una preocupación por los contenidos

que circularán por ellas y su incidencia en el sistema cultural e incluso productivo. e)Tendencia al incremento

presupuestario de algunos poderes públicos en Cultura al calor de su descubrimiento como fuente de desarrollo

regional. f) Las apuestas preferentes por el audiovisual en tanto forma expresiva de alto consumo social y de

polivalencia tanto en la cultura analógica como digital. g) Las preocupaciones identitarias y lingüísticas han

pasado a primer plano como reacción en un mundo globalizado.

(10) Básicamente, los programas suelen ser de patrimonio (mueble e inmueble, archivos, museos, bibliotecas..),

equipamientos de infraestructuras e instalaciones (teatros, conservatorios, casas de cultura, locales varios..),

ayudas para el aprendizaje (becas) y la creación (premios a artistas, encargos, concursos…) o la difusión

(financiación de espectáculos, giras, programas culturales, muestras, certámenes…), ayudas a fondo perdido, o

con reembolso, o bonificaciones para préstamos ventajosos para la producción y las empresas.

(11) Si del sistema cultural se tratara un país pretendería, de forma ideal, que fuera diversificado, conectado,

integrado y flexible, tanto industrial como tradicional y capaz de satisfacer demandas culturales internas,

generar empleo, exportar producción cultural, estar al día y aprovecharse de los cambios derivados de la

sociedad informacional. Siempre habrá que primar algunas de esas dimensiones.

(12) Los casos más productivos en España son diversos: a) un modelo más puro como el vigente de Ciudad de

la Imagen de Madrid, o el aún más especializado previsto en la Ciudad de la Luz de Alacant o el del distrito 22@

en Poble Nou de Barcelona,. b) Un modelo más globalmente cultural como el previsto en la Ciudad de la Cultura

de Galicia; c) un modelo más convencional y modesto es la presencia de empresas audiovisuales o multimedias

en los parques tecnológicos al uso o con centros de producción y platós para grabación y rodajes (Media Park

en Barcelona; Proyecto Feria de Muestras en Bilbao...)

(13) En el plano sociopolítico, permite presentar los acontecimientos de todo tipo desde claves propias de

interpretación, visibilizando las relaciones sociales y facilitando la participación política y la cohesión e

integración social. En el plano cultural, permite reforzar la propia identidad cultural, a lo que habría que añadir el

apoyo a las industrias culturales del entorno. En el plano económico, ha de tener sus costes compensados por

sus beneficios sociales y políticos y su capacidad de dinamización económica regional. (Moragas M. y Prado, E.,

2000; Garitaonaindia C., y López B., (Eds) 1999).

Ramón Zallo Elguezabal

Licenciado en Derecho y en Economía. Doctor en Ciencias de la Información. Catedrático de Comunicación

Audiovisual de la Universidad del País Vasco de España. Imparte clases en la facultad de Comunicación en

materias de estructura, economía y empresas de comunicación audiovisual y cultura, desde 1978.

Ha publicado, aparte de numerosos análisis de política vasca, varios libros de comunicación y cultura:

Economía de la comunicación y la cultura, AKAL, Madrid (1987); con E. Bustamante (Coords.) Industrias

Culturales en España, AKAL, Madrid (1988); El mercado de la cultura, Gakos, Donostia (1992); (director)

Industrias y políticas culturales en España y País Vasco, UPV, (1995). Asimismo ha publicado capítulos en libros

colectivos, entre ellos Los costes del cine en España en Alvarez Moncillo J.M. (Coord) La industria

cinematográfica en España (1980-1991), Fundesco, Madrid, 1993; Las industrias Culturales en la economía

informacional en: Mastrini G. Y Bolaño c. (eds.) Globalización y monopolios en la comunicación en América

Latina, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1999; Políticas territoriales culturales en España en. E. Bustamante (Coord.)

Comunicación y cultura en la era digital. Industrias, mercados y diversidad en España, Gedisa, Barcelona, 2002.

"La investigación y la gestión cultural de las ciudades"

Tulio Hernández

Antes de entrar de lleno en el tema, quisiera saludar el hecho de que en una reunión de autoridades culturales de diversos gobiernos de ciudades latinoamericanas y españolas(1) se haya incluido una mesa para debatir exclusivamente sobre las relaciones entre investigación social y gestión cultural.

Es una circunstancia alentadora. Porque si en América Latina ya resulta difícil convencer a las autoridades de los gobiernos centrales sobre la importancia de usar adecuadamente los instrumentos y hallazgos de la investigación social para el diseño y ejecución de políticas, más difícil aún resulta hacerlo en una escala -la de los gobiernos locales y de las ciudades- que generalmente está marcada por la brevedad de sus períodos de gestión, la fuerte rotación o variación de las autoridades y la reiterada discontinuidad entre gobiernos que en la mayoría de los casos se suceden sin lograr consolidar el seguimiento de estrategias y programas de largo plazo. La inclusión de esta mesa en el evento parece dar cuenta de cambios sustanciales en las preocupaciones y los hábitos de gestión cultural que sin duda están ocurriendo tanto en España, donde se ha acumulado ya una fuerte tradición e innovación en las áreas culturales de los gobiernos locales, como en América Latina donde también se comienzan a acumular experiencias exitosas.

Entre lo tangible y lo intangible

Aunque parezca obvio subrayar la importancia de la investigación en cualquier práctica de diseño, aplicación y evaluación de políticas públicas, no está de más recordar que mal podemos intervenir

sobre un campo determinado de la realidad si no disponemos de un conocimiento, más o menos preciso y complejo, de sus características, sus carencias o sus fortalezas, para de ese modo decidir con propiedad en dónde se colocan acciones correctivas y en dónde se refuerzan tendencias, servicios o prácticas previamente existentes.

En el caso de las políticas públicas en cultura esta condición no siempre se cumple. El tiempo relativamente reciente que ha transcurrido desde que el área ha sido incorporada como campo específico dentro de la gestión pública; el hecho de que lo cultural no sea un aparato en el sentido que lo son, por ejemplo, lo educativo, lo mediático e, incluso, la salud pública y que, por tanto, no haya generado, al menos en América Latina, sistemas confiables de seguimiento estadístico de sus realidades; la innegable circunstancia de que las escalas de necesidades en el campo de la cultura no tienen la contundencia, la visibilidad o el rango de amenazas que generalmente adquieren en otros campos (no hay epidemias, como en la salud; ni cifras para todos alarmantes, como las de analfabetismo o deserción escolar, en educación), son factores que en su conjunto hacen creer que la gestión de la cultura no requiere de los mismos ―insumos‖ de realidad que otras esferas.

Es verdad que cada vez se desarrollan más instrumentos formales para ―medir‖ los grados de ―desarrollo cultural‖, los niveles de consumo y dotación cultural en una sociedad –número de butacas de cine, de bibliotecas, de museos o de salas de teatro por cada mil, diez mil o cien mil habitantes- o, como se ha hecho recientemente en Chile, los índices de dinámica cultural por regiones(2). También es cierto, que con mayor frecuencia se hace énfasis en los aspectos tangibles y el aporte concreto de la cultura a la actividad económica(3), al empleo(4), o al capital social(5). Pero una cierta tradición romántica, voluntarista o bellartística hace que todavía muchos subestimen en la gestión cultural los instrumentos propiamente gerenciales, de desarrollo organizacional, o de investigación empírica que hoy son moneda común en cualquier otro tipo de intervenciones públicas.

Esta preocupación por los aspectos, digamos, tangibles de la gestión cultural no debe significar en lo más mínimo abandonar o soslayar su naturaleza simbólica irreducible a datos y cifras. Porque precisamente es en esa naturaleza ―intangible‖ donde se encuentra su máximo valor: en el hecho de funcionar a un mismo tiempo, tal y como lo señalara alguna vez Edgard Morin, como el cemento ideológico pero también como la enzima que, de un parte cohesiona y le da consistencia a una sociedad y, de otra, la moviliza generando innovaciones y rupturas. Por esta razón lo cultural tiende a diluirse en la trama social, y se torna inasible, porque es vida real, compleja, libre y creativa, aquello que se fragua diariamente poniendo en conexión, recreando y organizando simbólicamente todos los demás campos de la existencia.

Es en el campo cultural donde las sociedades han concentrado necesidades humanas tan diversas (y aparentemente secundarias) como la memoria colectiva, en su sentido más genérico de identidades universales, étnicas o locales; el ejercicio de la belleza y el placer, en sus versiones más generalizadas del arte, la gastronomía y la fiesta; el territorio de la imaginación pura, por los caminos de las ficciones artísticas, las utopías y los modos de vida ―contraculturales‖; y los modos de poner en escena la trascendencia de la experiencia humana a través de los imaginarios estéticos que recrean la maravilla y el horror, la tragedia y la felicidad, en tanto componentes inexorables de la experiencia humana a los que todos debemos enfrentarnos.

Modos de conocer, modos de decidir

Por esta razón hay que distinguir muy claramente entre el sistema cultural y las políticas culturales. El sistema cultural, para seguir las conceptualizaciones de José Joaquín Brunner(6), es la cultura real y concreta de una sociedad, que nunca se reduce a las intervenciones del Estado y sus instituciones, ni a las del mercado y sus operaciones, y se conforma a la manera de un "ecosistema‖ en donde se entrecruzan, conviven y se recrean productos, mensajes y prácticas culturales tan diversas como los

provenientes de los massmedia, los cultos religiosos, los discursos institucionales, los fenómenos contraculturales, la memoria popular tradicional, los valores de la nacionalidad o los ritos de la vida familiar.

Las políticas culturales, en cambio, son intervenciones, concientes, intencionadas, formales, racionales y estratégicas realizadas desde el Estado o desde la iniciativa privada para tratar de incidir sobre un determinado sistema cultural, apuntando a corregir sus fallas, compensar sus carencias o reforzar sus potencialidades.

En un esquema semejante, obviamente existirán áreas que no requieren de la intervención emergente del Estado (por ejemplo en sociedades que tienen un mercado editorial floreciente y diverso, no es indispensable una editorial nacional del Estado), otras que en cambio demandan iniciativas ambiciosas y urgentes para corregir sus fallas (pensemos en las estrategias para reforzar las cinematografías nacionales frente a la avalancha monopolizada del cine estadounidense) y aquellas que siempre necesitarán para su existencia de un cierto grado de intervención pública o de mecenazgo privado ya que el mercado, al menos hasta ahora, no resulta suficiente para garantizar su existencia (por ejemplo, los museos de arte, historia o de ciencias naturales, las orquestas sinfónicas, o las actividades de promoción de las culturas comunitarias).

El asunto no es secundario, pues no en todos los casos las conclusiones y las decisiones son tan evidentes como en los ejemplos anteriores. No siempre resulta fácil decidir cuáles componentes de un sistema cultural deben ser prioritario en la atención pública y cuales puede dejarse a su libre discurrir. Tampoco es siempre aceptado como obvio que sólo conociendo a fondo la cultura real de un colectivo -interrogando la vida común de la gente, sus hábitos, su consumo y sus expectativas- podemos saber qué es lo que necesitan, cuáles son sus carencias y cuáles son las amenazas a sus equilibrios culturales.

Pero el conocimiento del sistema cultural estará siempre tamizado por el tipo de concepciones que se tengan sobre el hecho cultural mismo y por la capacidad para identificar las transformaciones sucesivas que, al menos en el mundo contemporáneo, le afectan de manera permanente. No es sólo un problema de disponer de una data –estadísticas culturales, diagnóstico de infraestructura, estudios económicos-, sino de hacerse de un marco conceptual, estratégico, ético desde el cual hacer comprensible esa data y ponerla en relación con una visión de la política, de la cultura y de la ciudadanía.

Al final se pueden diseñar y aplicar políticas, o en su ausencia, prácticas culturales institucionales, por olfato, a ciegas o ―volando por instrumentos‖. Se le pueden concebir por capricho, intuiciones, buenas intenciones o por ideologías entusiastas que busquen adecuar las culturales a los impulsos políticos generales de una alcaldía, intendencia o gobernación. Pero el modo ideal, el mecanismo que será siempre más democrático y a la vez efectivo es el de diseñar políticas culturales a través de un diálogo con sus destinatarios, una investigación de la realidad y la adecuación a, por una parte, una visión compartida de futuro del país, la región, el municipio o la localidad y, por la otra, al sentido de continuidad de las mejores experiencias institucionales en el contexto de una tradición y una situación cultural específica.

Para la primera opción –diseñar políticas por olfato, a ciegas, ―por instrumento‖, o por meros entusiasmos de transición política- la vía es expedita y dependerá más del ensayo y error o de la capacidad para innovar. Para la segunda opción, la investigación, el pensamiento, la consulta permanente y el conocimiento del sistema cultural son instrumentos indispensables.

Los retos de una política cultural urbana y municipal

Esta condición parece obvia pero no es siempre aceptada. A pesar de los avances, de las sugerencias y modelos recomendados por los organismos intergubernamentales, de la inmensa cantidad de leyes y programas aprobados, o de buenas intenciones convertidas en frases hechas como ―la cultura no es sólo bellas artes‖, ―la cultura debe llegar al pueblo‖, o ―las políticas culturales deben ser elaboradas participativamente‖, no siempre las políticas culturales de los gobiernos locales se basan en un conocimiento real, a veces ni siquiera aproximado, del sistema cultural ni en una aplicación práctica de los avances del pensamiento político y cultural.

¿Cómo puedo saber, por ejemplo, cuanta energía y recursos le debo colocar a un plan de lectura, si no tengo una idea certera y verificable de la situación en la que se encuentra la industria, el mercado y el consumo editorial, los hábitos de lectura, la dotación de bibliotecas, la capacidad inductora del sistema de educación básica, y otras variables que nos permitan definir cómo debe ser esa intervención consciente dentro del sistema cultural, área lectura, en su conjunto? ¿Cómo puedo determinar un Plan de recuperación del patrimonio edificado sino conozco a fondo la situación de conjunto en la ciudad o municipio que administro?

En el caso de los gobiernos locales o de las ciudades esta situación se hace aún mucho más compleja. En primer lugar, porque la gestión cultural municipal o local exige establecer una cierta diferenciación de competencias y áreas de intervención con las responsabilidades del gobierno central -Ministerio de Cultura, Consejo Nacional o su afín- y con las instituciones nacionales especializadas, tales como las Compañías Nacionales, Museos, Cinematecas, etc.

En segundo lugar, porque en las nuevas condiciones internacionales, pensar culturalmente una ciudad exige mezclar la visión de conjunto, nacional y global (las personas que habitan una ciudad y un municipio son miembros de la nación pero también, como nos ha explicado Renato Ortiz(7), del nuevo universalismo y la nueva cultura popular global), con las percepciones de la ciudad como proyecto autónomo, como destino, espacio de administración y de las representaciones, y a su vez, como ―confederación‖ de espacios micro: tribus urbanas, vecindades, comunidades e identidades superpuestas que conforman el espacio urbano. Digamos entonces que como condición básica para diseñar políticas culturales urbanas necesitamos investigar/conocer/pensar sobre:

1. Las dimensiones del desafío: características de los municipios, las parroquias, los barrios, el equipamiento, los habitantes, los servicios públicos, las audiencias, los fenómenos de exclusión e inclusión;

2. La realidad institucional y de mercado: infraestructura cultural y servicios existentes, concentración y dispersión, oferta cultural dominante o carencial; organizaciones que en ella hacen vida pública;

3. Los sistemas de representación: relaciones perceptivas e imágenes compartidas del ciudadano sobre la ciudad y las visiones de necesidades de conjunto en oposición o convergencia con las sectoriales de grupos de opinión, barrios, profesionales, etc.;

4. Los subsistemas: micromundos, tribus que conforman la diversidad interior; 5. Las conexiones operativas, primero, entre los Planes Culturales nacionales y los locales y, luego,

entre la vocación que esa ciudad ha definido (cuando tienen Plan Estratégico o un instrumento equivalente) y sus condiciones u posibilidades culturales dentro del Plan Cultural.

En el fondo se trata de entender la ciudad, además de otras estrategias- económica, ciudadana, turística- también como una estrategia cultural. Pero asumiendo que ―lo cultural‖ va más allá de lo que se diseña en las oficinas o dependencias específicamente culturales, que es indispensable ―culturizar‖ los planes estratégicos y las visiones de futuro de la ciudad, y, además, conocer su dinámica cultural real para interactuar con ella.

Lo cultural, en las ciudades contemporáneas, requieren entonces de una comprensión articulada entre:

las políticas culturales y el marketing de la ciudad: la vocación económica.

las políticas culturales y la equidad: la vocación democrática.

las políticas culturales y los servicios y la oferta artística y del espectáculo: la vocación lúdica y del entretenimiento.

las políticas culturales y las anomalías sociales, el racismo, la xenofobia, la violencia, la exclusión, etc.: la vocación civilizatoria.

las políticas culturales, la ciudad y la organización local: la vocación ciudadana.

Investigación y políticas culturales de las ciudades: experiencias y tendencias

Para ilustrar esta relación entre gestión cultural local e investigación vamos a enumerar algunas tendencias temáticas y experiencias concretas llevadas a cabo en diversos lugares de Iberoamérica.

1. Conocimientos básicos de infraestructura, equipamiento y consumo cultural desde el punto de vista de la ciudad y sus ofertas locales.

En este caso se trata de investigaciones que ayudan a definir aspectos cuantitativos, operativos y de infraestructura que reunidos en su conjunto podrían mostrar una ―radiografía‖, una ―cartografía‖, o un ―atlas‖ que muestre la realidad instrumental del espacio geopolítico sobre el que se quiere actuar.

Es, por ejemplo, lo que hicieron a finales de la década de los ochenta en Cataluña, los autores del Atlas Cultural de Barcelona (*) en el que se mostraba, incluso gráficamente, la infraestructura y los servicios culturales de la ciudad, sus características, posibilidades de uso y otros aspectos operativos.

También, las investigaciones sobre consumo cultural, coordinadas por Néstor García Canclini con el equipo de la Universidad de Xochimilco, en Ciudad de México, a solicitud y en alianza con el gobierno del Distrito Federal. Estos estudios tuvieron la particularidad de aplicar formas, vamos a decir, genéricas de los estudios de consumo cultural con aplicaciones concretas al estudio de la gestión y la infraestructura cultural de la ciudad. Ya no se trataba sólo de saber qué bienes o servicios consumían los ciudadanos de un país o una región, sino saber cosas muy específicas como el comportamiento de los públicos ante los espectáculos que se ofrecían en el Festival de las Artes que realiza anualmente gobierno local del DF. O las maneras en que incidía sobre el consumo cultural la ubicación de las salas de espectáculos o el tipo de información y los medios que se utilizaban para promover los espectáculos.

En el libro El consumo cultural en México ( México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993) ha quedado muy bien plasmado cómo se pueden mezclar ambos niveles –datos duros sobre crecimiento y características de la población urbana, la distribución espacial de equipamiento, y las oposiciones entre las formas de usos de la ciudad al uso del hogar como lugar de esparcimiento, las relaciones entre los usos de la televisión, vida privada y los géneros consumidos.

2. Estudios comparativos o específicos de experiencias concretas de gestión cultural de ciudades.

En este caso se trata de estudios donde el tema no es la ciudad misma ni su sistema cultural, sino la evaluación de las políticas culturales locales, sus estrategias, principios y metas. Una resaltante expresión de esta modalidad lo representa el trabajo de INTERARTS, el observatorio cultural catalán, titulado Las políticas culturales en 7 ciudades europeas.

Este trabajo, desarrollado entre 1999 y 2001 (*), como su nombre lo indica, tuvo como objetivo preciso ―comparar las políticas culturales de 7 ciudades europeas en el marco de sus políticas urbanas‖. Las ciudades incluidas fueron Amberes, Bruselas, Barcelona, Copenhague, Carlsruhe, Turín y Manchester. Las áreas seleccionadas como instrumento de comparación fueron: i. las competencias culturales definidas en cada ciudad como prioritarias; ii. las políticas culturales definidas; iii. la manera de poner en escena esas políticas; iv. las relaciones entre educación y cultura; v. las relaciones entre cultura, empleo y empresariado; vi. el papel asignado a las nuevas tecnologías; y, algo que en Europa es hoy motivo de gran preocupación, vii. las relaciones interculturales y las políticas de migración.

Al revisar los resultados de este trabajo nos encontramos, primero, con cuadros comparativos y datos estadísticos precisos que nos permiten comprender cómo se aborda cada uno de esos campos en cada ciudad; y luego, tal vez lo más importante, con análisis cualitativos que logran reconstruir con absoluta claridad los perfiles individuales de las políticas culturales desarrolladas en cada una de ellas. Al concluir la lectura de los resultados, sabemos por ejemplo que Amberes oficia una estrategia construida sobre el trabajo de los actores locales en función de su visibilidad internacional; que Turín ejerce la acción cultural como eje para el desarrollo local, la visibilidad internacional y la capitalidad de la región del Piemonte en una región fronteriza en emergencia. Y así sucesivamente para cada una de las ciudades. (8)

3. Estudios de representaciones simbólicas e imaginarios urbanos como manera de acercarse a los modos como el ciudadano percibe y usa la ciudad

Son enfoques que, a diferencia de los anteriores, apuntan a identificar, la manera como cada ciudadanos se representa, hace uso o visualiza y valora su ciudad. En este se recurre por tanto a los instrumentos propios del psicoanálisis o la etnografía, y a elemento de orden cualitativo menos ligados a la realidad de la ciudad de piedra y más vinculados a la ciudad imaginada (8)

Un buen ejemplo de esta línea lo representa Culturas urbanas en América Latina y España, una investigación, actualmente en desarrollo, coordinada por Armando Silva Téllez, aplicada a 13 ciudades de ambos lados del Atlántico, con el propósito de ubicar los grandes imaginarios urbanos de cada una de ellas y de organizar lo que podría ser una primera enciclopedia multimedia de las culturas urbanas de la región. En este caso ya no se trata de identificar la ciudad a través de hechos fácticos y verificables –datos duros como vivienda, consumo, o servicios- sino más bien de indagar cómo los ciudadanos elaboran de manera colectiva ciertas maneras de entender la ciudad subjetiva, la ciudad imaginada, que termina guiando con más fuerza los usos y los afectos que la ciudad real. Para ilustrarlo un poco, podemos decir que creer o imaginar que una zona es la más peligrosa de la ciudad termina incidiendo mucho más que el hecho fáctico de que efectivamente lo sea, en lo que se refiere por lo menos a la decisión de transitar por ella, tomar un decisión habitacional o realizar una inversión inmobiliaria.

4. Estudios de la dinámica cultural interna de los grupos e instituciones que operan la vida cultural de la ciudad.

En este caso ya no se trata de evaluaciones de las políticas sino de maneras de identificar ―lógicas de funcionamiento‖ de organizaciones independientes u oficiales que son las responsables de la prestación de servicios culturales y dinamización de la oferta y la creatividad cultural de un ciudad o un municipio. Un buen ejemplo lo constituye el trabajo de Sandra Rapten, Pasión por la cultura (Editorial Trilce, Montevideo, 2001) una investigación sobre la gestión, el financiamiento y la problemática de las organizaciones culturales de Montevideo en el que estudia las formas de financiamiento de los grupos culturales de la ciudad, identificando, entre otras cosas, cuáles son las constantes, las carencias y las reglas esenciales de la relación entre financiamiento público, subvención estatal y otras formas de autofinanciamiento.

La lista de experiencias y tendencias podría extenderse considerablemente pero, por razones de espacio, nos referiremos sólo a una más:

5. Las prácticas de investigación para la participación académicamente no convencionales.

Y aquí citamos el caso de las desarrolladas en Caracas, a través de la Fundación para la cultura y las artes (FUNDARTE) de la Alcaldía de Caracas, entre 1993 y 1996, basadas en la capacitación ―de emergencia‖ de activistas de diversas comunidades de la ciudad para que pudieran realizar ―catastros‖ de infraestructuras y servicios locales, inventarios de festividades y grupos, y, sobre todo, diagnósticos de tradiciones, necesidades y expectativas, que funcionaran como insumo a lo que se conoció como el Programa de parroquialización cultural. Basado en esa investigación de campo, desarrollada por los propios habitantes de las parroquias caraqueñas (los municipios de Venezuela están subdivididos en parroquias como la unidad mínima de administración); la Junta Directiva de FUNDARTE, la institución encargada de la política cultural del Municipio Libertador, asignaba un volumen determinado de recursos para el desarrollo de los programas locales.

A modo de conclusión: Hacia una integración entre visiones estratégicas, investigación empírica, pensamiento cultural y proyecto democrático.

Pero tampoco nos confundamos, la relación entre investigación social, de una parte, y diseño y aplicación de políticas culturales locales, de la otra, no es una panacea. Puede operar, es cierto, como un antídoto a ciertas tentaciones –el elitismo, el populismo, el asambleismo, el voluntarismo, el clientelismo, el mito de la preeminencia de lo popular o lo grupal por encima de cualquier otro proyecto o necesidad municipal o urbana. Puede usarse como un instrumento que contribuya a liberar la gestión del pragmatismo y la simplificación o la urgencia política (el alcalde o gobernador empuja porque necesita visibilidad de su gestión que al final será medida en votos). Y puede ser de máxima utilidad para saber con exactitud la diferencia entre el tamaño de las necesidades y la restricción de los recursos disponibles. Pero en lo que no debe convertirse es en un criterio único, digamos que tecnocrático, de diseño y ejecución de apolíticas.

Lo verdaderamente importante en este campo es la posibilidad de que desde las unidades responsables del área cultural se asegure una práctica a la vez promotora y vigilante de la importancia decisiva del carácter cultural de la ciudad y el municipio, y de la necesidad de conocimiento riguroso de ese componente. O, para decirlo de otra manera, en la comprensión de la ciudad como una estrategia cultural cuya concreción va más allá de las oficinas o direcciones de cultura. Entendiendo que lo más cultural de las ciudades deriva precisamente no de un grupo de teatro o una editorial sino del uso mismo de la ciudad, de la apropiación colectiva del espacio público, del autorreconocimiento y reconocimiento mutuo entre ciudadanos, memoria colectiva, espacio construido y espacios de convivencia que a la larga son una resultante de la articulación de estrategias y políticas públicas en otras áreas –urbanismo, servicios, seguridad, etc.- que no parecieran ser propiamente culturales. Me permito recordar a Víctor Hugo quien sostenía que en las ciudades los edificios son del propietario, del dueño legítimo, pero su belleza, la de sus fachadas y su construcción es un bien colectivo, es propiedad de todos, es lo que hace la ciudad.

Por eso, y obviamente con mucha fuerza en las megalópolis y las grandes ciudades latinoamericanas, la preocupación por la cultura urbana, la necesidad de generar pensamiento propio sobre nuestras ciudades, e imaginar futuros realizables sobre su destino ,es una prioridad. Los latinoamericanos acudimos, en la mayoría de nuestras ciudades, a procesos muy complejos de redefinición de lo urbano y de fragmentación de lo público resultado de las amenazas crecientes de la pobreza, la violencia, el caos y la exclusión. La existencia de lo que Susana Rotker ha llamado las ciudadanías del miedo(9) y lo que Calos Monsiváis(10) define como las ciudades posapocalípticas; la secuencia de grandes insurrecciones populares que periódicamente sacuden a nuestras capitales (Caracas en

1989, Buenos Aires en el 2001, La Paz en el 2003, por sólo citar los casos más sonados); la aparición en su seno de un repertorio semántico para designar a, como lo define Mabel Piccini(11), ―los que no son como uno‖ (el pelado en Ciudad de México, el marginal o la chusma en Caracas, el cholo en La Paz o Lima) y afirmar formas de exclusión y de neorracismo; son datos fundamentales desde dónde pensar las políticas culturales. No hacerlo desde allí es trabajar para ciudades artificiales, imaginadas, existentes sólo en la comodidad de los barrios ―bien‖, las zonas ―rosa‖, o los centros históricos bien equipados culturalmente en todas nuestras ciudades.

Está, por supuesto, el otro lado de la moneda. Estas ciudades -lo escribí en 1993 en la inauguración de la Cátedra de Imágenes Urbanas- ―son al mismo tiempo, los grandes laboratorios de la innovación social y de la creatividad cultural de nuestros países. Las nuevas musicalidades que nos definen e identifican, las mutaciones deslumbrantes del habla popular, los novedosos mecanismos de resistencia política y solidaridad social, los lenguajes visuales permanentemente renovados, encuentran en las grandes ciudades su fermento crítico y su mejor espacio de realización.‖ (12)

Intentar conocer esa complejidad es una tarea esencial para la gestión cultural.

Notas

1. Este texto fue presentado en INTERLOCAL. Foro Iberoamericano de ciudades para la Cultura, realizado en Montevideo, entre el 25 y 28 de marzo de 2003, bajo el auspicio de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), la Diputación Provincial de Barcelona y la Intendencia de Montevideo.

2. Nos referimos al informe Desarrollo Humano en Chile. Nosotros los chilenos, un desafío cultural, PNUD, Santiago de Chile, 2002.

3. En los últimos años se han incrementado, por ejemplo, los estudios sobre la relación entre economía y cultura tales como: El aporte de la economía de las industrias culturales en los países andinos y Chile: realidades y políticas, Informe ejecutivo del proyecto, Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2001.

4. Ya es una referencia pionera el estudio de Sotolovich, Lescano y Mourelle, La cultura da trabajo, Fin de siglo, Uruguay, 1977.

5. Bernardo Kliksberg y Luciano Tomassini (compiladores), Capital social y cultura: claves estratégicas para el desarrollo, FCE, Buenos Aires, 2001.

6. José Joaquín Brunner, América Latina: cultura y modernidad, Grijalbo, México, 1997. 7. Renato Ortiz, Otro territorio, Convenio Andrés Bello, Bogotá, 1998. 8. El italiano Corrado Beguinot sugiere que cada ciudad esta compuesta por tres ciudades: la

ciudad de piedra (la construida, formada por edificios, plazas, avenidas, etc.); la ciudad de relaciones (formada por los intercambios y actividades que las personas realizan dentro de la ciudad de piedra, los negocios, la vida familiar, el ocio) y la ciudad imaginada (la subjetiva, la que cada uno crea imaginariamente a partir de su experiencia).

9. Susana Rotker (ed.), Ciudadanías del miedo, Nueva Sociedad, Caracas, 2000. 10. Carlos Monsiváis, Los rituales del caos, Ediciones Era, México, 1995. 11. Mabel Piccini, ―Territorio, comunicación e identidad –apuntes sobre la vida urbana-‖, en Fernando

Carrion y Dorte Wollrad (comp.), La ciudad como escenario de comunicación, FLACSO, Quito, 1999.

12. Tulio Hernández, ―Una cátedra para pensar la ciudad‖, presentación a Néstor García Canclini en La cultura en la Ciudad de México. Redes locales y globales en una urbe en desintegración, Fundarte, Caracas, 1993.

Tulio Hernández

Sociólogo, especializado en temas de Cultura y Comunicación. Se ha desempeñado como profesor la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) de Caracas, en las Escuelas de Arte y Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV), y como investigador en el Instituto de Investigaciones de la Comunicación (ININCO) de la UCV. Fue Director-fundador del Centro de Investigación y Documentación de la Fundación Cinemateca Nacional de Venezuela, y presidente de la Fundación para las Artes y la Cultura (FUNDARTE) de la Alcaldía de Caracas. Profesor invitado en los cursos de gestión y cooperación cultural de la OEI en San José de Costa Rica, Bogotá y en Barcelona en los cursos de la Fundación Interarts, la Universidad de Barcelona, y la Cátedra UNESCO de Políticas Culturales de la Universidad de Girona. Actualmente se desempeña como columnista en la edición dominical del diario El Nacional, coordinador de la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas, y como director del Laboratorio de Cultura Contemporánea de Caracas

"Derechos culturales: ¿una nueva frontera de las politicas publicas para la cultura?"

Hugo Achugar

1. Aquí y ahora.

¿Por dónde comenzar? En un principio, me había planteado iniciar esta reflexión dando cuenta del lugar desde donde hablo; es decir, el lugar simbólico y por lo mismo geográfico y cultural desde el cual me puse a pensar el tema que nos convoca. Pensé, entonces, señalar que hablaba desde los márgenes del mundo o desde los márgenes de una cultura que se concibe occidental. Pensé eso y también que lo hacía en momentos en que la guerra contra Irak estaba por comenzar y quedaba –algunos pensaron que quizás quedaba- tiempo y lugar para el diálogo y para que el estado de derecho, el derecho internacional, no perdiera vigencia. Pero eso fue cuando recibí la invitación a participar en este evento y cuando la guerra todavía estaba siendo negociada en las Naciones Unidas.

Ahora, ya lo sabemos, ya fue dicho, la guerra ha comenzado. El detalle no es menor ni ajeno a la reflexión o al trabajo de estas jornadas. No es menor ni ajeno por el tema recurrente y convocante de la diversidad cultural, no lo es tampoco por el tema de la tolerancia y sobre todo no lo es por el tema de los derechos culturales.

Hay otra dimensión, otra manera de considerar el ―aquí y ahora‖ de la presente reflexión. Una que tiene que ver con el escenario mismo en que se desarrollan las presentes jornadas: me refiero al hecho de que la inauguración de este evento estuvo presidida por la magnífica réplica de La puerta del paraíso de Rodin y vigilada o contemplada desde los lados, por otras dos réplicas góticas; todas ellas, las réplicas, ejemplos del esplendor de la cultura europea. El hecho es elocuente de lo que se consideraba hace unos años como ejemplo de la cultura universal o de la cultura sin más es decir de la cultura europea. El hecho de que sigan allí – más que de la inercia de la burocracia o de la poca importancia que los responsables de su presencia le prestan al valor simbólico-, es indicativo de una concepción de la cultura que, en lo referente a las ―políticas públicas‖ precisamente de la cultura, no atiende adecuadamente al derecho cultural que tiene esta sociedad occidental marginal que es la sociedad uruguaya. Quiero ser claro y transparente: no estoy pidiendo que, en virtud de un localismo exacerbado, estas réplicas sean sustituidas por una instalación pseudo populista de mates y camisetas deportivas. Simplemente intento señalar lastres, inercias, rasgos de concepciones

culturales superadas que se mantienen en espacios públicos o supuestamente públicos en nuestro país. Pero quizás todo esto sea anecdótico o apenas una forma de comenzar.

2. Estado de la cuestión.

Pero pasemos al tema de esta mesa redonda: los derechos culturales y las políticas públicas. Janusz Symonides, recogiendo un pensamiento ampliamente compartido, señaló hace un tiempo que ―Los derechos culturales suelen calificarse de ‗categoría subdesarrollada‘ de los derechos humanos.‖ En un sentido similar, la misma declaración de la ―Conferencia Intergubernamental sobre políticas culturales para el desarrollo‖ de Estocolmo ya había señalado en 1998 que:

La noción de derechos culturales tiene cada día más peso en la conciencia general de lo que son los derechos humanos, pero aún no ha alcanzado igual importancia en los programas políticos. Por su parte, en los propios documentos preparatorios de la misma Conferencia de Estocolmo, Halina Niec había indicado que:

―Definir los derechos culturales ha probado ser una tarea monumental. La categoría de los derechos culturales continúa siendo la menos desarrollada en términos de contenido legal y de obligatoriedad. Este descuido se debe a muchas razones que incluyen tensiones políticas e ideológicas que rodean este conjunto de derechos, así como tensiones que surgen cuando los derechos de un individuo entran en conflicto con los derechos colectivos incluyendo los de los Estados. Si bien es obvio que los derechos culturales son derechos a la cultura, no es obvio que es lo que incluye exactamente el término cultura, y esto ocurre a pesar de la existencia de numerosas definiciones contenidas en varios documentos internacionales. Otro elemento que contribuye al ya mencionado descuido es el conflicto entre la universalidad de los derechos humanos y el concepto de relativismo cultural ( mi traducción)‖.

Ahora bien, de lo anterior se desprende que la problemática de los llamados derechos culturales abreva en diferentes fuentes. Por un lado, su menor consideración respecto de los derechos humanos, por otra, la escasa consideración en los programas políticos. A ello se agrega los no menores problemas de las tensiones políticas e ideológicas así como el conflicto entre universalismo de los derechos humanos y el relativismo cultural que anota Halina Niec.

En ese complejo escenario es que se instala la dificultad para desarrollar e incluso inventariar los llamados ―derechos culturales‖ –señalado este inventario como una urgente necesidad, una y otra vez, tanto en foros organizados por la UNESCO como en los análisis académicos sobre políticas públicas, estatutos jurídicos y problemas culturales-. Dicha dificultad no sólo se relaciona con problemas vinculados a la equivocidad o diversidad de la propia noción de cultura sino también y además con las agendas políticas de las diferentes sociedades o estados encargados de establecer o reglamentar los dichos ―derechos culturales‖ y con la más amplia y mencionada problemática que Halina Niec y otros muchos definen como la tensión entre universalismo y relativismo.

En función de lo anterior no puedo menos que dudar de la viabilidad o de la posibilidad de que se lleve a cabo lo indicado por la UNESCO en el punto 5 del Objetivo 2 del ―Plan de acción sobre Políticas para el desarrollo‖. En dicho punto, se proponía, entre otras acciones, la realización de ―un inventario de los derechos culturales valorando instrumentos existentes relacionados con derechos culturales‖. La duda nace no solo de las dificultades que en la esfera internacional existen para instrumentar diversos acuerdos generales, y no me refiero al Protocolo de Tokio o al fracaso de las Naciones Unidas en el conflicto de Irak sino a instancias, aparentemente de menor entidad, como a la Nota de la Secretaría Ejecutiva de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI). Informe de la Conferencia Regional de América Latina y el Caribe para la CMSI resultante del encuentro de Bávaro en enero de este año 2003 donde tanto los Estados Unidos como Canadá resolvieron no firmar o expresar reservas respecto del inciso j del item 1 que sostenía lo siguiente:

«El acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones debe realizarse al amparo del derecho internacional, teniendo en cuenta que algunos países se ven afectados por medidas unilaterales no compatibles con éste que crean obstáculos al comercio internacional. (1, inciso j, de la Nota de la Secretaría Ejecutiva de la CMSI. Informe de la Conferencia Regional de América Latina y el Caribe para la CMSI‖ (Bávaro, 29-31 de 2003)

Frente a esta declaración de la Conferencia Regional, tenemos la Declaración de Estados Unidos que dice: ―Los Estados Unidos de América expresan su reserva sobre el texto anterior y objetan su redacción, por considerarla inadecuada e inconsistente con el propósito de la Conferencia‖ y, además, la Declaración de Canadá establece: ―Canadá aprecia los esfuerzos del gobierno anfitrión y de otros gobiernos por llegar a un consenso sobre el texto del párrafo 1. j)‖. Lamentablemente, a pesar de esos esfuerzos, Canadá no puede suscribir la redacción definitiva del párrafo‖.

Si bien, por un lado, lo anterior puede ser considerado una mera anécdota o, incluso, un episodio, solo uno más, en la problemática negociación de la instrumentación jurídica en el ámbito internacional, por otro, creo que es indicativo de las dificultades que hemos venido considerando en relación tanto con la elaboración de un inventario de los llamados derechos culturales, en todas sus múltiples facetas, como en relación con el establecimiento de un conjunto de normas jurídicas que establezcan y reglamenten dichos derechos culturales.

Al mismo tiempo, es posible distinguir dos espacios. Si la elaboración de inventarios culturales aparece complicada en el ámbito internacional, quizás parecería menos problemático realizarlo en el ámbito de los estados nacionales. Ahora bien, este plan de acción, posiblemente instrumentado en algunos países, no parece haber sido cumplido en Uruguay –que es el país donde la presente reunión tiene lugar- y exige una serie de instrumentos y de acciones que involucran tanto a los sectores encargados de definir las políticas públicas como de llevar a cabo los estudios necesarios para recabar la información exigida para poder cumplir con lo planteado en la Conferencia de Estocolmo.

Me refiero no solo al propio ―inventario‖ de derechos culturales, en sí mismo una tarea problemática, sino también a otro ―inventario‖ que refiere al conocimiento de la –llamémosle- ―realidad cultural‖ del país. En ese sentido, ayer, Gerardo Caetano señalaba la necesidad de incrementar los estudios en nuestro país y rechazaba la idea de que Uruguay estuviera sobre diagnosticado. Estoy de acuerdo con Caetano, pero como veremos más adelante, no sólo necesitamos más diagnósticos sino que también tenemos que conocer, difundir y analizar críticamente los diagnósticos existentes y realizados.

3. Universalismo versus localismo que no-relativismo.

Permítaseme, previo a considerar el tema del inventario y del conocimiento de la ―realidad cultural‖ del país, atender el tema del llamado universalismo de la cultura y su conflictiva en relación con el relativismo cultural.

Como ha señalado Javier de Lucas, ―las nociones de cultura e identidad cultural no son en absoluto pacíficas, tampoco en su formulación jurídico-política‖, y más aun agrega,

―... la cultura se da por supuesta como un concepto pacífico, unitario, aún más, obvio en el planteamiento de homogeneidad cultural propio de los Estados nacionales hasta prácticamente ayer, pues se da por hecho que el Estado es monocultural, que compartimos una cultura. Con la toma de conciencia de la multiculturalidad es cuando se da paso al plural: a las culturas, a la diversidad cultural. Con el incremento del pluralismo cultural, con el reconocimiento de que las nuestras son (siempre lo han sido, aunque sólo ahora es visible) sociedades multiculturales, es posible e incluso necesario distinguir: una cosa es el derecho al acceso y participación en la cultura como bien primario,

en el sentido del acceso, participación y disfrute de la cultura, de la vida cultural, como requiero para el desarrollo y la emancipación individual. Otra, el derecho a la propia identidad cultural, al propio patrimonio y herencias culturales. En la primera, el objetivo es que todos seamos iguales. En la segunda, lo importante es la diferencia‖.

El amplio tema del conflicto o de la tensión entre universalismo y relativismo –que parece haber surgido en los debates contemporáneos como producto del reconocimiento de las sociedades multiculturales (tal como entre otros muchos propone Javier de Lucas)- tiene, en realidad, una larga y mucho más antigua historia que ha sido pensada y rastreada por algunos en el padre Francisco de Vittoria (Walter Mignolo), por otros, en la llegada de los europeos al ―Nuevo Mundo‖ y que otros aún plantean -fuera de la mirada o del ámbito europeo- que ya existía en sociedades ampliamente desarrolladas tanto en lo que hoy llamamos India como en los países árabes (Gupta) antes de que Vasco da Gama ―descubriera‖ el camino a las Indias.

En ese sentido, la tensión entre universalismo y relativismo tiene que ver con globalización o mundialización anterior a la que hoy estamos viviendo, pero sobre todo, con los asombros y desafíos que al sujeto conocedor o epistemológico eurocéntrico le ha planteado a lo largo de la historia, el ―descubrimiento‖ o ―conocimiento‖ de la existencia de otros sujetos, de otras culturas y de otros valores. Si bien el conflicto se puede plantear, y de hecho lo ha sido, como un conflicto entre la supuesta inexorable universalidad de los derechos humanos y el constitutivo relativismo de los valores en el ámbito de la cultura, creo que esta tensión no pacífica está indisolublemente ligada a la existencia de otra tensión. Una tensión que puede ser descrita de múltiples modos o maneras: hegemonía versus subordinación, imperio versus colonia, patriarcado versus matriarcado, etc.

Por lo mismo este tema adquiere mayor significado o mayor claridad si lo pensamos en función de los procesos de colonización y descolonización. En ese sentido, creo que la tensión entre universalismo y relativismo cultural (es decir, universalismo de los derechos humanos y relativismo cultural) se relaciona con el proceso de autoafirmación de las llamadas minorías sociales y culturales, pero también con el ingreso en la esfera mundial de aquellas comunidades nacionales o no que hasta mediados del siglo XX permanecían bajo la administración o el dominio de distintos imperios.

¿A qué estoy apuntando? Simplemente al hecho de que la consensuada universalidad de los derechos humanos es, precisamente, por ser resultado de negociaciones y de consensos, una construcción. Una construcción que por ser tal, oculta ―zonas de conflicto‖ o, dicho de otro modo, derechos humanos que no son o no han sido reconocidos como tales pues no logran alcanzar el necesario consenso para ser considerados universales.

Ahora bien, si esto ocurre con los llamados derechos humanos universales, algo más problemático ocurre con los llamados ―derechos culturales‖; de ahí, el planteo que, entre otros, realiza Janusz Symonides acerca de que éstos, los derechos culturales, sean una categoría subdesarrollada de los derechos humanos. Es decir, el nivel de consenso acerca de los derechos culturales está lejos de haber alcanzado el nivel de universalismo de los derechos humanos.

Volviendo una vez más a Javier de Lucas podemos ver que dichos fenómenos han generado lo que este autor llama una ―positivación del derecho a la cultura como bien primario‖:

―[..contrario] a las tesis de la concepción liberal, [es necesario] reconocer expresamente el derecho a la identidad cultural, a la cultura. Esa positivación del derecho a la cultura como bien primario se ha producido sólo tardíamente y sobre todo como consecuencia -un dato particularmente significativo- de la necesidad de dar respuesta a las exigencias de grupos minoritarios, algunos de ellos fácilmente reconocibles como agentes de esa creciente multiculturalidad (...). Y al mismo tiempo se abre paso el reconocimiento de la diversidad cultural, de la no identificación de la civilización y cultura occidental

como origen exclusivo del consenso que permite la universalidad de los derechos y la noción de ciudadanía entendida como comunidad libre (de iguales) ―.

Precisamente, el hecho de que el consenso acerca de la universalidad de los derechos culturales esté lejos se debe –dicho con las palabras de Javier de Lucas- a la todavía hegemónica identificación de la ―civilización y cultura occidental como origen exclusivo del consenso de los derechos humanos‖. Esta observación de Javier de Lucas es un resultado a mi parecer no tanto del ―reconocimiento‖ por parte de la cultura occidental de la existencia de otras culturas sino de un reconocimiento muchas veces motivado por la ―invasión inmigratoria‖ que terminó con la ―invisibilidad‖ de los otros de que ha hablado Hannah Arendt.

El tema fundamental aquí, sin embargo, es el del consenso. Pues el consenso en torno a los derechos humanos tiene que ver con la negociación que en la esfera internacional, es decir, en los organismos internacionales, se ha venido realizando desde mediados del siglo XX. Negociación y consenso que encubre ―zonas conflictivas‖ respecto de aquellos derechos humanos no consensuados. Pero si los derechos humanos, aún cuando ahora no tengan como origen exclusivo la identificación entre civilización y cultura occidental, han alcanzado un cierto universalismo consensuado y negociado, los derechos culturales plantean una situación diferente.

La dificultad para realizar el inventario de los derechos culturales de que estamos hablando -así como la ya mencionada referencia de Janusz Symonides acerca de que ―Los derechos culturales suelen calificarse de ‗categoría subdesarrollada‘ de los derechos humanos‖-, tiene que ver con el hecho de que el consenso en torno a los derechos culturales exige un acuerdo epistemológico previo. Es decir, exige lidiar con el problema mismo de la diferencia cultural que, muchas veces, es también o es fundamentalmente una diferencia epistemológica.

En este último sentido, así como Edward Said habló de ―orientalismo‖ se habla de ―occidentalismo‖. Es decir, de categorías previas que configuran el propio pensamiento y las categorías con las que pensamos. Son estos paradigmas diferentes los que dificultan aún más el inventario y el establecimiento de normas jurídicas universales relativos a los derechos culturales.

4. Derechos, necesidades, realidades.

Pero no solo la tensión entre universalismo y relativismo cultural está en la base y es previa a la elaboración del exigido inventario de los derechos culturales, también está el tema de quien realiza o debe realizar dicho inventario. O a los efectos de mi presentación de la descripción de la realidad cultural. ¿Conocer o describir la realidad cultural, realizar un inventario de los derechos culturales, quién, cómo, dónde y desde qué lugar epistemológico, desde cuál paradigma? Y sobre todo, ¿para quién -para la comunidad, para el Estado, para las agencias internacionales- realizar dichos inventarios, dichas descripciones o conocimientos de la realidad? Es decir, ¿un inventario con vocación universal? ¿universal en el sentido de mundial, planetario o universal en el sentido de nacional, uruguayo?

¿Cómo responder a estas preguntas? Lo mejor será describir, brevemente, el proyecto que dirijo. Me refiero a la ―Encuesta sobre hábitos de consumo y comportamiento cultural‖ que, junto con un equipo multidisciplinario, realizamos en todo el territorio nacional de Uruguay entre fines de julio y comienzos de setiembre del año 2002.(1) El informe sobre dicha encuesta será publicado a fines del próximo mes de julio y en el mismo se analiza los resultados de una encuesta que superó los 3700 casos y que, dadas sus características, no tiene antecedentes en Uruguay.

Esta investigación permitió no solo obtener datos válidos para cada región administrativa del país sino también elementos para pensar las políticas públicas en relación con los derechos culturales. Además

de las consabidas preguntas sobre consumo, preferencias, frecuencias, referidas entre otros items a música, lectura, cine, radio, televisión, espectáculos en vivo, teatro, museos, etc; se preguntó acerca de opiniones sobre políticas culturales así como sobre ―frases o afirmaciones‖ con las cuales se aspiró a estudiar la percepción que los uruguayos mayores de 16 años y viviendo en poblaciones de más de 5000 habitantes tenían de sí mismos y de la sociedad uruguaya.

Por otra parte, la encuesta también realizó una suerte de ―zoom‖ en poblaciones menores de dos mil habitantes en el departamento de Salto llegando inclusive a poblaciones menores a doscientos habitantes. Esto permitió no sólo comprobar la fuerte heterogeneidad del país urbano estudiado sino también apreciar las diferentes ―temporalidades‖ del consumo y del comportamiento cultural de la sociedad uruguaya.

Precisamente, en virtud de estas heterogeneidades y de las disparidades resultantes, la reflexión sobre la tensión entre universalismo y relativismo se hace o se vuelve mucho más rica. A lo anterior, cabe agregarse que también y en paralelo a la encuesta se comenzó una suerte de ―inventario indicial‖ de la infraestructura cultural con que cuenta el país. Digo ―inventario indicial‖ pues un relevamiento exhaustivo de la infraestructura cultural del país o de nuestros países es un proyecto en sí mismo, independiente de los estudios de consumo y exigen un apoyo y, valga el juego de palabras, una ―infraestructura y una masa crítica cultural‖ que muchas veces las instituc iones del Estado y de nuestras universidades no siempre poseen o pueden obtener.

Asimismo y también en función de lo anterior cabe señalarse que la fuerte heterogeneidad de nuestras sociedades –a veces claramente heterogéneas, otras moderada o encubiertamente heterogéneas- obliga a precisar o a reubicar la frontera entre los derechos culturales y las políticas públicas. Por lo mismo, cabe sostenerse que la mencionada frontera entre los derechos culturales y las políticas públicas está en el procesamiento y en la negociación. Es decir, en otra forma de procesar el consenso. Hay demandas, derechos y necesidades culturales que ni los Estados nación ni los organismos internacionales conocen pues los instrumentos de medición, de inventario y de conocimiento son elaborados en ámbitos en que los paradigmas y los consensos no son o no recogen las demandas y necesidades de las comunidades. Esto exige establecer como un derecho cultural la instrumentación de mecanismos de participación popular mediante los cuales la población pueda formular su propia visión. Claro, esto establece un límite a la acción de las políticas públicas de los estados pues dichas políticas publicas pasarían a ser, en el mejor de los mundos posibles, la expresión formalizada por parte de un agente neutro que seria el estado de lo propuesto por otro agente, es decir la propia comunidad.

Se dirá, pero ya se está haciendo. Existen canales de participación, de elaboración conjunta y descentralizada de las políticas publicas. Es posible, pero también existe el otro elemento del que he venido argumentando hasta ahora: el desconocimiento, no sólo del propio Estado sino de las mismas comunidades de cual es su propia realidad o su propio inventario del que a veces solo tienen una imagen parcial o distorsionada.

Un último apunte sobre este asunto, que exigiría un desarrollo imposible ahora: en el relato que he construido, mal que bien, el consenso aparece como un desideratum, es decir como un horizonte deseable, en algunos casos difícil, en otros tramposo, en otros imprescindible. Sin embargo, cabria preguntarse si, en términos culturales, el consenso es siempre deseable. Seguramente en términos jurídicos es imprescindible, pero la pregunta que dejo abierta es si el logro de ciertos consensos en torno a los derechos culturales no implicaría ciertas pérdidas que no necesariamente compensarían los beneficios.

5. Final

Por último, quisiera llamar la atención sobre dos derechos culturales. El primero es el derecho a la memoria que parecería estar, de algún modo, recogido en varias declaraciones de las Naciones Unidas. El segundo es el que llamo: el derecho a no ser humillado. La humillación no tiene una cara. La humillación, por supuesto, es una forma de la discriminación, pero esto no atañe solo a las minorías, a los diferentes. Puede humillarse dentro de una cultura homogénea –si es que eso existe-, puede humillarse dentro del mismo grupo religioso, dentro de una familia, dentro de un sindicato o de un grupo político. Y no hay, no debería haber, ninguna sociedad, ningún consenso que posibilite la humillación. Humillación es el consumo desaforado y superfluo, el hambre, la guerra. Humillación es la representación del otro como un ser inferior.

El derecho a no ser humillado y sobre todo el derecho a que la representación que otro hace de mí no me humille, ni me tergiverse. En ese sentido, pienso que el derecho a no ser humillado tiene que ver con el derecho a la diferencia pero hay algo más.

Debería existir el derecho a no ser humillado porque tal medio, tal obra de arte, tal tira cómica decide en virtud de la libertad de expresión representar al otro como un ser que no tiene educación, inteligencia, riqueza, salud mental, la preferencia sexual o las ideas políticas hegemónicas.

Claro, el derecho a no ser humillado es una utopía. Una utopía, es decir: un no lugar. Apenas un horizonte hacia el cual tender pero que la misma realidad de la diversidad cultural parece imposible de alcanzar. Y esa es quizás la cara siniestra de la diversidad cultural que tanto defendemos y que yo mismo defiendo; pues, al parecer, cada cultura se construye sobre la base de la diferencia para con el otro, el distinto, el que no participa de mi tribu.

Se me dirá que el derecho a no ser humillado ya está contemplado y que en el derecho a la existencia como tal de las minorías se establece que dichas minorías deberán ser protegidas contra cualquier actividad (especialmente la propaganda) que pueda amenazar su existencia o su identidad y que el artículo 2, inciso 2 de la Declaración de la ONU del 18 de diciembre de 1992. En dicha Declaración encontramos, entre otros derechos de orden colectivo relevantes acerca del reconocimiento del derecho a la identidad cultural, lo siguiente:

―En segundo lugar, el derecho a la existencia como tal minoría, que se concreta en la protección contra cualquier actividad (y especialmente contra la propaganda) que pueda amenazar su existencia o identidad y obstaculizar el desarrollo de su particularidad específica (art.2.2)‖.

Sin embargo, creo que esto no alcanza, aún y a pesar de que expresamente se establezca la propaganda como una de las actividades de las que las minorías deben ser protegidas. No alcanza pues no estoy hablando solo de propaganda, sino de representación, de la representación humillante y tergiversadora. Y además no se trata solo de ser protegido frente a una actividad discriminadora y humillante. No se trata de identificar rechazo de la humillación por ser diferente con promover la tolerancia con el diferente.

El derecho a no ser humillado no es identificable con la necesidad de la tolerancia. Derecho y necesidad tienen relaciones conflictivas. Humillación y tolerancia no necesariamente mantienen relaciones amigables. Es necesario ser tolerante, es bueno ser tolerante, es políticamente correcto ser tolerante. Pero, ¿la tolerancia no tiene límites? ¿Debo tolerar al genocida, debo tolerar a quien invade mi pueblo, a quien ridiculiza a mi hermano, a quien se ríe de mi enfermo? La respuesta es obvia, no. La tolerancia tiene límites.

¿Debo, entonces, aceptar que se humille, incluso al genocida, al invasor, a quien se ríe de mi colega agónico, a quien ejercita su derecho a la libre expresión para tergiversar mis gustos o mi religión?

La dificultad de este derecho cultural a no ser humillado es que las comunidades se constituyen en función de la diferencia con el otro. Es que el otro que no pertenece a mi tribu, el otro que es mi diferente, me constituye. Y existe el peligro de que si respeto al otro, si no humillo al otro puedo terminar siendo el otro. La diversidad cultural que tanto defendemos y que yo también defiendo tiene el riesgo de que para existir exige el establecimiento, la aceptación de que el otro no sabe hablar mi lengua.

No, no debo ser tolerante con el genocida ni con el invasor, pero lo que sí tiene tanto el invasor como el genocida es el derecho a no ser humillado. Será mi enemigo, pero es un ser humano y tiene el derecho cultural a no ser humillado. Lo tiene aún cuando sea latinoamericano, magrebí, europeo, norteamericano, lesbiana, psicótico, inmigrante, pobre o simplemente no hable mi lengua, hable como los pájaros; es decir, aún cuando sea un bárbaro.

Notas

(1) El proyecto fue realizado en la Universidad de la República de Uruguay como parte del Progama de Políticas cuturales de la Fundación Rockefeller en el Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos de la Facultad de Humanidaes y Ciencias de la Educación por un equipo dirigido por quien esto escibe e integrado por Sandra Rapetti, Susana Dominzaín y Rosario Radakovich.

Hugo Achugar

Profesor titular de Literatura Latinoamericana de la Universidad de la República, Uruguay. Director del Programa de Políticas culturales: Estado y Sociedad Civil en tiempos de goblalización de la Fundación Rockefeller en la Universidad de la República, Uruguay. Ha realizado múltiples publicaciones en temas de critica cultural, políticas culturales, literatura y cultura latinoamericanas. Ha sido profesor visitante en universidades de España, EE.UU. y Venezuela.

"Las industrias culturales: entre el proteccionismo y la autosuficiencia"

Octavio Getino

De la globalización de la economía a la globalización de la cultura.

Convengamos inicialmente que los proyectos de globalización que las naciones y los intereses económicos y financieros más poderosos de nuestro tiempo quieren instalar sobre todo el planeta, representan apenas una variante perfeccionada de lo que a través de la historia han sido las políticas hegemónicas o de dominación, conocidas desde siempre como imperiales, coloniales, neocoloniales u otras calificaciones de parecido significado. A fin de cuentas no han pasado tantos siglos desde que los portavoces del emperador Carlos I de España –o Carlos V de Alemania, según desde que lugar se lo mire- pregonaban la existencia de un poder ―en cuyos dominios nunca se ocultaba el sol‖. Un sueño que hoy resucitan algunos mandatarios imperiales, por todos conocidos, aunque tal vez, con menores consensos que aquel emperador.

La globalización actual introduce sin embargo situaciones nuevas que inciden, como en ningún otro momento de la historia, en la economía y en la vida integral de las naciones, sea cual fuere el sistema político que ellas representen. La concentración de la riqueza en territorios y sectores sociales cada vez más reducidos, así como en la exclusión creciente de la mayor parte de la humanidad de sus más elementales derechos humanos, son uno de los resultados de dicho proyecto, como lo dan cuenta los datos sobre pobreza y riqueza y la violencia social experimentada en la mayor parte del mundo todos los días.

Esta faceta dominante de la globalización –que a su vez genera, necesariamente, otra globalización resistencial de carácter contrario- es fácilmente advertible cuando se recurre a los números y a las estadísticas, ya que opera principalmente sobre los recursos tangibles del planeta, aquellos que se pueden medir, pesar o contar, sean ellos cifras de inversiones, rentabilidad, empleo, medio ambiente y todo lo relacionado con la realidad visualizable que nos rodea.

Naturalmente, un modelo de control y/o dominación del espacio material planetario como el que está en curso, requiere, como ha sucedido siempre, de una labor simultánea de hegemonización y, de ser necesario, de dominación ideológica y cultural que lo imponga o lo legitime.

Tampoco han pasado tantos años desde que el Visitador Areche, ordenó descuartizar en el Cusco a Gabriel Condorkanqui, más conocido como Tupac Amaru, y a buena parte de sus familiares y compañeros, haciendo salar y arrasar todo lo que tuviera que ver con sus viviendas, trajes, trompetas y memorias, con el fin de que, a partir de entonces, se impusiera a los indígenas, definitivamente y con más vigor que nunca, el uso de las escuelas para que estos pudieran –cito textualmente- ―unirse al gremio de la Iglesia Católica y a la amabilidad y dulcísima dominación de nuestros reyes‖.

Proyecto de hegemonía cultural y educativa, que nunca ha sido atributo exclusivo de una determinada nación o de algunos intereses sectoriales, sino que fue el mandato erigido por todas aquellas grandes potencias que aspiraron, como hoy lo siguen haciendo, a imponer sus designios sobre los demás. Porque, a fin de cuentas, toda política de dominación no es otra cosa, para aquellos, que la continuidad de la guerra con otros medios, razón por la cual, no es suficiente vencer sino con-vencer, o lo que es parecido, resignar el alma, el anima y el ánimo de los vencidos –es decir, su esencia- con la convicción de que toda resistencia ya no tiene sentido.

La tentativa de globalización cultural, educativa, comunicacional e informativa, tan antigua o más que la Pax Romana, remozada en nuestros días, sigue siendo entonces una de las variables más poderosas e indispensables para legitimar el poder de dicho proyecto, para proyectar una empresa geopolítica de rediseño global mundial que deja empequeñecidos a los césares romanos.

Ahora bien, las posibilidades de una globalización de la cultura no parecieran tener el éxito relativo que ya experimentaron en otros campos, como los de la economía, las finanzas, la tecnología y las manufacturas industriales, por ejemplo. No será de ninguna manera fácil ni de corto o mediano plazo estandarizar o uniformizar imaginarios colectivos, que han sido construidos y sedimentados a través de muchos años en experiencias históricas y sociales intransferibles. Lo cual puede implicar, como reacción, resistencias de distinto tipo, racionales o emocionales, científicas o místicas, destinadas todas ellas a confirmar la cultura propia como si ella fuera, tal como es, la esencia de la propia vida.

Tal vez por ello, la dominación de la cultura general de un pueblo no figura explícitamente en la agenda de quienes aspiran a un rediseño global del poder mundial. Antes bien, la coexistencia con determinadas manifestaciones de dicha cultura, puede rendir también sus frutos, como lo prueban muchos diseños de la producción mediática, publicitaria, cultural y de entretenimiento de las IC más poderosas. Es sabido también, que buena parte de las actividades y servicios culturales de los países periféricos, como son los nuestros, tienen el reconocimiento y el apoyo de gobiernos del primer

mundo, de prestigiosas fundaciones y de grandes compañías transnacionales. En este sentido, no pareciera existir contradicción alguna entre el hecho de fabricar bombas atómicas tácticas o misiles letales y, propiciar junto con ello, exposiciones de arte, conciertos musicales, becas a intelectuales y artistas, publicaciones de arte, preservación de parques nacionales, modernización de museos y bibliotecas, puesta en valor de ruinas arqueológicas, eventos de ―alta cultura‖ o mega-espectáculos populares.

Las IC como “centro de gravedad” de la cultura

Existe sin embargo un sector de la cultura que escapa a esa supuesta benevolencia y que despierta voraces apetitos. Se trata del correspondiente a las IC, un vasto e intrincado universo de industrias, que apenas tiene poco más de un siglo y medio de vida, en el que se incluyen distintos y a la vez complementarios sistemas, representativos de la información, la comunicación, la educación, el entretenimiento, la cultura y el conocimiento. Es decir, de aquello que el tetradracma griego de cuatro siglos antes de Cristo, simbolizaba en la tosca imagen de la diosa Minerva –expresión simbólica de la agricultura, el conocimiento y la poesía, y en la mirada grave de un buho, como síntesis de la sabiduría.

Precisamente, sobre este universo aparecen hoy más que nunca las apetencias de dominación global. No se trata ya de conquistar o dominar una u otra cultura en su dimensión holística sino de controlar su centro de gravedad, aquel que, como sucede en las guerras por los espacios vitales, incide decisivamente sobre el conjunto.

Si para los antiguos constructores de imperios tal centro estaba constituido por los ejércitos, y para los más recientes, por los espacios de mayor concentración energética, industrial y urbana, para quienes operan en nuestro tiempo en el campo de la cultura, el centro de gravedad reconocido y disputado, no es otro que el de estas industrias. Y lo es, precisamente, porque como si otros han dicho y repetido, la cultura en general es el alma de los pueblos –o como agrega Edgar Morín, es todo aquello que media entre la realidad y los sueños- las IC son, a nuestro entender, el motor que la moviliza, en un sentido o en otro, según la orientación que le impriman quienes controlen el timón y el horizonte de las mismas y también, quienes como nosotros, simples ciudadanos, legitimamos o no con nuestras demandas y consumos.

Pero, del mismo modo que la globalización no opera de igual manera sobre la economía que sobre la cultura, ni lo hace tampoco de igual forma entre la cultura en general y las IC en particular, otro tanto sucede cuando tratamos lo que sucede en el interior de estas industrias ya que los temas de globalización y diversidad son experimentados de manera distinta según se trate de una u otra industria, por lo cual pareciera ser recomendable evitar los esquemas demasiado generalizadores.

Este universo de relaciones sinérgicas de muy distinto carácter se instaló de una forma u otra en nuestros países y creció desde fines del siglo XIX y hasta mediados del XX, sin requerir ayuda alguna de parte de los Estados y su desarrollo y consolidación estuvo a cargo, en la casi totalidad de los casos, de inversiones empresariales nacionales y de organizaciones sociales. A lo largo de ese período de más de medio siglo, en el que surgieron las industrias del libro, diarios y revistas, cine, disco, radio y publicidad, no existía prácticamente legislación alguna de carácter proteccionista, se ignoraba el significado del término ―diversidad cultural‖ y la mayoría absoluta de las constituciones nacionales no habían incluido todavía la palabra ―cultura‖. Empresarios locales y, en menor medida, organizaciones sociales, financiaron así actividades de producción y servicios culturales con recursos propios, tuvieron satisfactorios índices de rentabilidad y derivaron a las arcas fiscales jugosos fondos con lo cual contribuyeron a solventar parte de los presupuestos nacionales.

El Estado acompañó de alguna manera este desarrollo, aunque no lo hizo con significativas inversiones directas, sino con políticas orientadas al desarrollo económico y social en general, beneficiando también, en consecuencia, al sector de las IC. Políticas educativas y de alfabetización; programas de formación artística y técnica; servicios de difusión y promoción cultural; sistemas de promoción de autores y artistas, preservación del patrimonio histórico cultural, y otras medidas llevadas a cabo desde las esferas públicas no se orientaban tanto a promover específicamente el desarrollo de las IC, pero representaron un poderoso aliciente, sin el cual estas industrias no hubieran podido afirmarse en el país y mucho menos, fuera del mismo.

Obviamente, este desarrollo respondió a un contexto de fomento a las industrias nacionales y que desembocó en el modelo sustitutorio de importaciones del que formaba parte una economía más distributiva que la que hoy conocemos orientada a promover también los consumos culturales. Pero cabe agregar también que dicho contexto global hubiera contribuido muy poco al desarrollo de las IC de no haber mediado políticas empresariales dedicadas a auscultar y satisfacer las demandas culturales del mercado local y regional. Basta recorrer el panorama de los contenidos producidos en Argentina en la primera mitad del siglo XX, tanto por las industrias de la radio, el disco y el cine, como por las del libro y las publicaciones periódicas, para constatar en ellos la presencia de buena parte del imaginario colectivo de la población y de sus demandas culturales más relevantes.

De la autosuficiencia al proteccionismo

Fue, precisamente, el cambio operado en las circunstancias internacionales y locales, cuyos alcances repercutieron en el conjunto de nuestras sociedades, lo que afectó también la situación de las IC de la región. Con la consolidación del poder norteamericano sobre distintas del mundo, incluidos nuestros países, se derrumbaron los proyectos de un capitalismo industrial nacional y las tendencias a una mejor distribución de la riqueza. Esto se tradujo en una creciente disminución de los ingresos y del poder adquisitivo por parte de la población y una mayor dependencia en cuanto a importación de máquinas, insumos y contenidos culturales procedentes de las industrias del hemisferio norte.

Irrumpió también la televisión y con ella, el eje dinamizador de las industrias del audiovisual. La industria cinematográfica entró en crisis, al no desarrollarse articulaciones empresariales entre los dueños del cine y la televisión, como las que se dieron en los EE.UU., ni tampoco presupuestos de los canales monopólicos estatales que contemplaran la producción cinematográfica, como fue el caso europeo. En consecuencia, el Estado debió atender los reclamos de la industria del cine de legislar medidas de fomento y protección, imponiendo cuotas obligatorias de pantalla para la producción local y premios, créditos blandos y subsidios a los empresarios nacionales.

A su vez, correspondió al Estado en algunos países, como la Argentina, encarar las primeras inversiones para la creación de los primeros canales de TV, sometiendo los mismos al modelo de financiamiento y de programación norteamericano, lo cual facilitó el crecimiento de los intereses de esa nación en el interior de la economía nacional y en la promoción de sus empresas y productos manufacturados. Las políticas económicas impuestas por los gobiernos militares y civiles, más que propender al desarrollo de una industria nacional, abrieron las compuertas del país a inversiones extranjeras, a menudo de tipo golondrina, que aprovecharon todo lo que estuvo a su alcance hasta que, satisfechas, volaron a otros destinos, o bien se quedaron en el país a cargo del sector comercial más que del productivo.

Esto afectó a unas industrias más que a otras pero, en términos generales, la presencia de bienes culturales producidos en el país comenzó a experimentar un paulatino retroceso, originado no tanto en las políticas específicas del sector Cultura, sino en las de alcance más general, relacionadas con la creciente dificultad de las IC nacionales para competir con otras procedentes de otros países y con

una disminución acelerada de los consumos culturales tradicionales por parte de amplios sectores de la población.

Los verdaderos ministerios de Cultura de muchos de nuestros países, así como los de Salud, Educación, Vivienda y otros, están representados hoy, al igual que en los últimos años, por los de Economía y Hacienda, ya que las políticas adoptadas por estos condicionan o determinan las posibilidades reales de todos estos sectores, además de los consumos y las demandas de la población, incluidas sus actitudes, valores y comportamientos sociales.

Del proteccionismo a la concentración y a la transnacionalización

El signo más relevante aparecido en los últimos años en la vida de nuestros países, es el de la concentración y la transnacionalización de la economía en general, y sobre las IC, en particular. Fusiones, asociaciones y todo género de alianzas entre las grandes corporaciones internacionales, han marcado a fuego, al menos por el momento, las relaciones de propiedad y de poder a escala mundial, con incidencia directa en las industrias locales, el control de los mercados, el empleo, las tecnologías de producción y comercialización, y el diseño de la programación y los contenidos producidos.

Baste recordar, por ejemplo, que en la Argentina, entre 1992 y 1998, el porcentaje total de ventas de las compañías transnacionales del sector cultural, pasó de 38 por ciento en el primero de esos años, a 59 por ciento en el segundo, representando en 1998, por ramas de producción y servicios, el 80 por ciento de la recaudación de las salas de cine, el 74 por ciento de la facturación publicitaria, el 54 por ciento de la industria editorial y gráfica y un porcentaje semejante en televisión y multimedia, cifras que dan una idea aproximada de la extranjerización en que ha ido derivando la mayor parte de sistema de las IC en el país. Con la circunstancia agravante de que los nuevos dueños de estas industrias, conciben los bienes y las obras culturales principalmente como manufacturas comerciales, obligadas de responder a los mismos parámetros de rentabilidad económica que son propios de cualquiera otra manufactura industrial.

Esta situación afecta principalmente a las PyMEs de la cultura, que, en Argentina y en la generalidad de nuestros países, ocupan más del 90 por ciento del empleo total del sector y también más del 80 por ciento de la facturación. Pero representan todavía mucho más, si se tiene en cuenta, además de su dimensión económica, la que corresponde al capital intelectual –diseño y elaboración de valores simbólicos- donde aquellas se sustentan.

Las PyMEs expresan, de una u otra forma, la diversidad cultural de una sociedad en mucha mayor medida que lo que es propio de los grupos concentrados o los conglomerados industriales. Las emisoras de radio de corto alcance, los canales locales de TV de pago, las pequeñas editoriales provinciales o subregionales, las disqueras de intérpretes locales, las revistas temáticas de públicos selectivos, los directores de cine que a su vez son productores de sus propias películas, los medios abocados a la promoción de primeras obras o de autores desconocidos, son los más directamente perjudicados con el proceso de concentración industrial, erosionando la diversidad de contenidos y valores simbólicos, es decir, la razón de ser de estas industrias. Es decir, se afecta a la democracia misma, a la democracia en el campo de la cultura y a la democracia en general, cuyo fundamento es el reconocimiento de los otros, como parte también del nuestro propio, es decir, del nos-otros.

Un trabajo de UNESCO-CERLALC sostenía recientemente que: ―Del mismo modo que la biodiversidad, es decir, la inmensa variedad de formas de vida desarrolladas durante millones de años, es indispensable para la supervivencia de los ecosistemas naturales, los ecosistemas culturales, compuestos por un complejo mosaico de culturas necesitan de la diversidad para preservar su valioso patrimonio en beneficio de las generaciones futuras‖.

La diversidad cultural se construye a partir de la memoria y el hábitat –lo que algunos pensadores definen como sangre y suelo-de los distintos grupos sociales, comunidades o naciones, así como los autores y creadores que desde lo individual los representan. Lo hace, desde un sitio específico y concreto, nutriéndose de los múltiples sitios con los cuales interactúa dinámicamente, y enriqueciendo a su vez lo universal, pero a partir de lo propio, es decir, de lo que podríamos caracterizar como universalismo situado.

La globalización y la transnacionalización, en cambio, suponen una hegemonía o una dominación económica, a la par que cultural, que amenaza dicha diversidad y atenta, en consecuencia, contra lo que podría ser una verdadera universalización de la cultura.

De las IC en general a las IC en particular

En el último período, los procesos de concentración empresarial han privilegiado en nuestros países no tanto la producción de bienes culturales propios, sino la reconversión de un capitalismo concebido tradicionalmente para la producción, en un capitalismo para el producto, es decir, para la venta y el mercado. De este modo, el servicio de venta, más que el de producción, ha pasado a convertirse en el centro de gravedad de los intereses transnacionales. Apenas si interesamos en el exterior como industrias de ensamblaje de los diseños y la programación de bienes culturales. Discos, libros, películas, señales satelitales y de TV de cable, campañas publicitarias, tecnologías, insumos, son bienes cuyo diseño creativo y productivo se efectúa en las naciones más industrializadas, otorgándose a los países periféricos o dependientes, como son los nuestros, el lugar de punto de ventas.

Existen, sin duda algunas industrias menos condicionadas por lo anterior y que continúan respondiendo a demandas culturales de la población difíciles de ser satisfechas desde las sedes de los conglomerados transnacionales, ya que se trata de mercados donde las empresas locales pueden competir en mejores términos. Es el caso de las emisoras de radio, dedicadas a ofertar en gran medida contenidos musicales de las majors de la industria del disco, pero también a responder a necesidades informativas o de entretenimiento de la población que no pueden ser satisfechas por las emisoras de otras naciones. También el de la prensa escrita, las revistas y las publicaciones periódicas, útiles para publicitar los bienes y servicios producidos por las grandes compañías internacionales, pero poco rentable económica y políticamente para los conglomerados transnacionales, a quienes puede bastarle suministrar casi la totalidad de la información internacional.

Algo parecido sucede con la televisión abierta, en la que los contenidos locales ocupan habitualmente las preferencias del público y representan, al menos en la Argentina, entre el 60 y 70 por ciento del tiempo de la programación. Por su parte, la industria del libro, pese a estar cada vez más controlada por editoriales españolas o de otras procedencias, las que a su vez actúan como filiales de poderosos holdings internacionales, encuentra todavía una importante demanda local, la que es relativamente satisfecha por pequeñas y medianas empresas, cuya dificultad mayor es el acceso a la distribución y al mercado.

Convengamos entonces que las demandas culturales internas pueden sostener todavía, sin necesidad de políticas proteccionistas directas, a la mayor parte de las IC nacionales, aunque ello no signifique que los valores simbólicos producidos por estas industrias se correspondan necesariamente con las exigencias de un verdadero desarrollo cultural y nacional.

Sin embargo, el talón de Aquiles de las IC, se ubica básicamente en un subsector de las mismas y con capacidades sinérgicas sobre el conjunto de mismas, así como de las artes, en general. . Nos referimos al de las industrias del audiovisual y, de manera más particular aún, a la industria del cine. Precisamente sobre ésta los gobiernos de la mayor parte de la región concentran la franja más

significativa de su política proteccionista, de tal modo que allí donde ella no está presente, tampoco lo hace ninguna industria de este carácter. Ni siquiera, proyectos orientados a generar actividades y servicios más o menos permanentes y sistemáticos que excedan la filmación de spots publicitarios para la televisión comercial, o algunos cortometrajes de promoción institucional.

Importa este caso, porque es el ejemplo más relevante enfrentado a la globalización, ya que en el mismo, el Estado aparece en algunos países como organismo rector y promotor, mientras que en el resto de las industrias brilla por su ausencia, limitándose en los mejores ejemplos a la compra de libros para su distribución gratuita en escuelas o bibliotecas, al mantenimiento de algunas emisoras de radio y televisión, en su mayor parte deficitarias, o a realizar concursos para premiar proyectos audiovisuales de bajo costo que sólo en contadas excepciones aparecen en las pantallas de cine y de televisión.

Se sabe que la importancia de esta industria no radica solamente en los miles de millones de dólares que moviliza la producción y la comercialización de películas y programas televisivos –para los EE.UU. representa más de 50 mil millones de dólares por año- sino las posibilidades que tiene el propio lenguaje audiovisual, por sus características ―palimpsésticas‖, para inducir, al disfrute de una comedia, un videoclip o un filme de efectos especiales, junto a la incentivación del consumo de muchos otros productos, además de las ideas y valores que subyacen en alas imágenes y el sonido.

Hollywood, en suma, no sólo vende películas, sino sistemas de vida, razón por la que merece una importancia estratégica para la política del Departamento de Estado y para quienes controlan la economía norteamericana. Alguien ha dicho que cuando el ―Tío Sam‖ convoca a Hollywood, éste acude presuroso y obediente –un ejemplo actual es el terrorismo mediático norteamericano lanzado sobre todo el mundo- a lo que podría agregarse que, cuando los grandes estudios necesitan del respaldo político del Estado, también son rápidamente complacidas. Una prueba de ello la constituye la amenaza de represalias contra el gobierno de México, efectuada por el sempiterno representante de las majors, si su presidente no veta la medida proteccionista que fue aprobada en enero de 2003 por el Congreso Nacional de ese país, y que consiste en aplicar diez centavos de impuesto a las entradas de cine –como lo dispone también la legislación argentina- para reforzar con ello el fomento a la producción local de películas.

Los debates y enfrentamientos que han tenido lugar años atrás en el GATT y que hoy pueden repetirse –aunque de manera más incierta- en la OMT, son una prueba suficiente sobre la disputa internacional por el control de este centro de gravedad de las IC, y por extensión, de la cultura y la economía y el comercio mundiales. La situación de las industrias del cine y el audiovisual, merece entonces una atención particular, ya que ilustra uno de los ejemplos más explícitos del conflicto globalización - diversidad cultural.

En este punto, y a riesgo de poner en tela de juicio las prácticas proteccionistas tradicionales en este sector en algunas industrias latinoamericanas, podemos afirmar que ellas no han representado hasta ahora ningún avance sustancial en la construcción de verdaderas industrias locales a través de las cuales pueda garantizarse la continuidad de la cultura audiovisual nacional. Sucesivas leyes, resoluciones, decretos, reglamentaciones y ayudas de distinto tipo, sólo han servido para resistir y defenderse, aunque cada vez menos, frente a las crecientes andanadas de la industria norteamericana, sólidamente refrendadas por la política expansiva de ese país. Lo cierto es que el proteccionismo de los poderes públicos requiere ser incrementado cada vez más, para responder a los desafíos de una competencia internacional inequitativa y a una incapacidad de los empresarios y gobiernos locales para superar el esquema defensista. La mirada de los productores cinematográficos se concentra entonces, más que nunca en la respuesta satisfactoria que puedan brindarle los poderes públicos, con lo cual la evolución de las demandas y los consumos queda librada prácticamente al manejo de las majors norteamericanas.

Algo no funciona, entonces, como sería deseable. En nuestros países la situación resulta más grave aún que en las naciones europeas. La sumisión del Estado a las leyes dictadas por el mercado, ha sido una práctica común en buena parte de la región en los últimos tiempos. La desestatización o desnacionalización creciente de recursos fundamentales de nuestras economías –además de servicios básicos como las telecomunicaciones y la radiodifusión- y el creciente endeudamiento externo e interno, agravó la situación económica de cada país, cercenaron los presupuestos nacionales y relegaron a un último plano a las industrias que recibían protección, cuando no las condenaron directamente a la desaparición.

A esto se suma una práctica proteccionista sobre el cine de algunos países que estimuló más la dependencia de los productores hacia los organismos gubernamentales –con particular atención en los cambios de funcionarios que se daban con cada contienda electoral-, que hacia el mercado. Un mercado que, en el tema al que nos estamos refiriendo, es, además, cultura. Es decir, expresa cambios, aunque no de gobierno, sino de consumos y demandas de contenidos simbólicos, influidos por situaciones mucho más decisivas que las que aparecen en las estructuras de los organismos públicos.

Convengamos, además, que semejante contexto incentiva las complicidades. Lo cual también es grave. Tanto porque subvalora o excluye al sujeto principal de la producción y el consumo, que son los espectadores, el público, en suma, la comunidad, y porque, además, omite alguna de las exigencias que son propias de la ética y de la democracia. Si partimos de la base de que la producción cinematográfica está sostenida casi totalmente con los recursos que cada ciudadano aporta al financiamiento del Estado, y en consecuencia de su cine, la devolución por parte de los productores y creadores –acrecentada y enriquecida por el profesionalismo y la creatividad de los mismos- aparece como un requisito sine qua non para el respeto de las normas de la convivencia democrática.

Alternativas entre la globalización y la diversidad

¿Pero cuál es la alternativa, si es que la hay, a esa supuesta opción de hierro entre el proteccionismo de la diversidad en el subsector audiovisual –el más afectado de nuestro tiempo- y la ―macdonalización‖ de la cultura, que alimenta el proyecto globalizador?

Vayamos por partes. En primer término, resulta indiscutible que si consideramos a la cultura, entre otras cosas, como expresión de la memoria y el imaginario colectivo de nuestros pueblos, los Estados nacionales tienen el legítimo derecho, a la vez que la irrenunciable obligación, de ejecutar las políticas culturales de su libre elección, fuera de cualquier obligación externa, en el marco del apoyo activo a las culturas nacionales, así como en el respeto a los derechos humanos y a los intereses de las comunidades representadas. Lo cual implica regular y proteger el desarrollo de tales derechos e intereses en los diversos campos de la cultura y, en particular, en las industrias que la representan, sea regulando las actividades con el fin de garantizar una competencia justa entre la producción local y las transnacionales, e inclusive produciendo desde el Estado mismo, según las circunstancias de cada país, aquellos bienes y servicios que no son satisfechos por el sector privado, y que son indispensables para el desarrollo y el bienestar de la comunidad.

Renunciar a esto, implicaría, en los países de menor desarrollo relativo, hacer otro tanto con sus propias culturas, no las que son, repetimos, sino las que están siendo a través de sus intercambios y entrecruzamiento con todas las de los demás pueblos. Sería renunciar a la posibilidad de un futuro mejor y a la convivencia democrática entre las naciones.

Dicho esto, digamos, como segundo término, que el proteccionismo, tal como se lo viene practicando en algunos países en las últimas décadas, protege cada vez menos a nuestras industrias, y de

manera particular a las del cine y el audiovisual. Resulta claro que el fomento activo a las actividades y servicios culturales es una responsabilidad indelegable de los Estados, pero las formas todavía vigentes de proteccionismo sobre la industria, según lo prueba la experiencia histórica de nuestros países, merecerían ser repensadas a la luz de las nuevas situaciones, precisamente para que aquellas, precisamente, protejan. Es esta una obligación que también nos incumbe, dado que de no tener nosotros una respuesta satisfactoria a este dilema, ella vendrá de la mano de otros, a quienes les importa poco y nada contribuir a la solución de nuestros problemas, dado que ellos son responsables originales de su existencia.

Se protege, individualmente, a quien todavía no sabe caminar y a quienes, como los adolescentes, se distinguen por el consabido reclamo. Pero la protección no está destinada a perpetuar dichas situaciones, sino a cambiarlas. Es decir, a pasar de la adolescencia, por lo menos a la juventud, lo cual representa saltar de los reclamos a los sueños. Y convengamos que numerosos empresarios locales, del campo de la cultura y de otras industrias y servicios, se aferran hoy más que nunca, en una situación agravada por la globalización, a la queja, el pedido y el reclamo, que a soltar la imaginación y reunir las inversiones necesarias para un desarrollo autosostenido, sin lo cual no es posible crecer. Y sobre todo, hacerlo libremente: un ejercicio indispensable para la recreación de los imaginarios colectivos y autorales, espacio legítimo de las IC en general y de las industrias audiovisuales en particular.

Llegado a un cierto límite, el proteccionismo, la resistencia y el defensismo que no tienen como finalidad esencial la generación de autosuficiencia empresarial, puede convertirse en mero recurso prebendario, además de servir de incentivo a prácticas reñidas con la ética y con un verdadero compromiso de acción cultural. Bastaría no más, para corroborar esto, observar a nuestro alrededor, porque los ejemplos sobran, y sobre la existencia de los mismos no ha podido alzarse otra cosa que el deterioro creciente de importantes sectores de nuestra economía.

La alternativa entonces, a la situación de una diversidad que sobrevive solamente gracias al proteccionismo estatal en algunas IC, no es entonces reducir el mismo, sino redefinirlo en términos más eficaces y productivos que lo que se ha hecho hasta ahora. Se trata, principalmente, de fomentar y acrecentar las capacidades propias en el marco de una realidad concreta -que no es la que desearíamos y mucho menos la que controlamos- antes que de poner el acento en la limitación o restricción de lo ajeno. O lo que es igual, ir haciendo cada vez más innecesaria la presencia del Estado en materia de subsidios y ayudas económicas, salvo en aquellos países que por la estrechez de sus mercados internos o la ausencia de industrias audiovisuales, requieran todavía de aquellas para seguir produciendo sus propias imágenes.

Tal alternativa de desarrollo no depende solamente, como ya se ha dicho, de políticas específicas para el campo de las IC, aunque algunas de ellas, como la del cine y el audiovisual, las requieran en mayor medida. Radica, antes que nada, en los cambios que puedan introducirse en las políticas nacionales más amplias –que incluyen naturalmente a la economía y a las industrias en general y a la distribución equitativa del ingreso, en particular- y al sentido que se imprima a las mismas para beneficio de la población. Esto convoca, entonces, a la formulación de programas y estrategias multisectoriales y a la implementación de actividades interdisciplinarias para promover nuestras propias capacidades, lo cual habrá de requerir de políticas y estrategias simultáneas en diversos frentes, dada la complejidad del campo que nos ocupa.

Resumiendo: Entendemos que toda política cultural que queda limitada a concepciones proteccionistas y defensistas en el sistema de las IC, y en las del audiovisual en particular, podría tener muy poco futuro si no se la enmarca en finalidades más ambiciosas, como son las de promover y potenciar, según las circunstancias de cada país o región, los recursos económicos, humanos y

técnicos existentes para equilibrar fuerzas y ser capaces de crecer en términos locales o regionales en la competencia con las transnacionales que hoy tienen la hegemonía o el dominio del sistema.

Bibliografía básica utilizada:

Alvarez, Gabriel Omar, Integración regional e industrias culturales en el MERCOSUR: situación actual y perspectivas, en N. G. Canclini y C. Moneta (coord.) ―Las industrias culturales en la integración latinoamericana‖, EUDEBA-SELA, Buenos Aires, 1999.

Abramovsky, Chudnovsly, López, Las industrias protegidas por los derechos de autor y conexos en la Argentina, Documento de trabajo, CENIT, Buenos Aires, Abril 2001.

CEDEM, Las industrias culturales. Situación actual y potencialidades para su desarrollo , en ―Coyuntura Económica de la Ciudad de Buenos Aires, N· 2, Secretaría de Desarrollo Económico, Gobierno de Buenos Aires, Agosto 2001.

Getino, Octavio (coord.), Industrias Culturales-MERCOSUR Cultural, Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación-OEA, Buenos Aires, 2001.

Getino, Octavio, Industrias culturales en la Argentina, dimensión económica y políticas públicas, Colihue, Buenos Aires, 1995.

Octavio Getino

Director de cine y televisión. Investigador de medios de comunicación y cultura.

Consultor de organismos internacionales (UNESCO, PNUD, PNUMA, etc.) en temas de comunicación y desarrollo en varios países de América Latina.

Dirigió en Argentina, en 1992, primera investigación que se realizó en el país sobre la dimensión económica de las industrias culturales nacionales. En 2001 coordinó la Etapa Preliminar del Proyecto Incidencia Económica, Social y Cultural de las Industrias Culturales en los países del MERCOSUR, aprobado por los Ministros de Cultura de la Región. Profesor de comunicación y cultura en universidades argentinas y de América Latina. Entre sus libros más recientes se encuentran: Industrias Culturales -MERCOSUR Cultural (coord.); Industrias culturales en Argentina: Dimensión económica y políticas públicas; Cine y televisión en América Latina: Producción y mercados; Turismo: Entre el ocio y el neg-ocio. Identidad cultural y desarrollo económico en América Latina y el MERCOSUR.

Buenos Aires Crea: un plan estratégico de cultura para la ciudad de Buenos Aires

Jorge Telerman

Cualquier país que se precie de contar con un proyecto capaz de actuar transformadora y eficazmente, imponiendo lo estratégico a lo imponderable, necesita políticas de Estado sostenibles, pensadas en el largo plazo, en cuyo marco cada área de gobierno gestione y planifique, anticipándose con acciones, previendo resultados.

En los Estados modernos, la planificación en la gestión ya forma parte de un tópico de estudio y, como tal, de un elemento requerido a la hora de formar cuadros de conducción. Sin embargo, las políticas culturales han quedado rezagadas; han llegado tarde a este debate estratégico, que conlleva su autonomía como política específica.

Si la cultura es visualizada como un área clave dentro de un proyecto de desarrollo integral, no puede basar su accionar en lo coyuntural del evento. Por el contrario, debe ser parte fundamental de ese entramado que perfila a un país o a una ciudad. Un Plan Estratégico Cultural se constituye en el corazón de este debate y, en una ciudad como Buenos Aires, donde la producción cultural es parte fundamental de su identidad, su existencia es clave.

Así, ―Buenos Aires Crea‖ está trazado a partir de la metrópoli concebida en su más plena potencialidad; es un Plan donde lo cultural se conjuga dinámicamente, impulsando todas sus expresiones y capacidades: productivas, artísticas, de consolidación ciudadana y de proyección internacional. Es, en definitiva, el espacio estratégico donde la cultura y la ciudad se relacionan de manera indisoluble.

I- Contexto y objetivos del plan estratégico

A mediados del año 2001, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires puso en marcha el Plan Estratégico de Cultura ―Buenos Aires Crea‖, con el objetivo de generar un ámbito de formulación de políticas estables y definidas para el largo plazo. El marco de actuación temporal establecido fueron diez años, ya que en el 2010 se cumple el Bicentenario de la Revolución de Mayo, primer hito histórico de la independencia de la Argentina.

Conceptualmente, se parte de una visión de lo cultural que excede el patrimonio de las bellas artes. La idea de cultura, que recorre las distintas estrategias esbozadas en el Plan, es dinámica, y se despliega con sus múltiples capacidades de intervención en la conciencia ciudadana. En este sentido, los procesos de producción, circulación y consumo son, todos ellos, instancias que están presentes en el diseño de las propuestas. La interrelación con lo global y su tensión con la redefinición de lo local, así como el impacto económico de las industrias culturales, también dan cuenta de la necesaria especificidad que requieren las políticas culturales.

Tal como en el ámbito de la salud existen mediciones, seguimientos y resultados capaces de evaluar el impacto de determinada política, esto se hace crecientemente necesario en el campo de la gestión cultural. A la luz de las muchas variables puestas en juego en el nivel de los registros simbólicos, identitarios, productivos, económicos, políticos, que la cultura relaciona y potencia, influyendo en forma decisiva sobre la calidad de vida del ciudadano y hacia otras áreas de su interés, corresponde actuar en consecuencia. Resultaría inconcebible un Ministerio o Secretaría de Educación que no registre ni controle los niveles de alfabetización de la población a quien dirige sus políticas. Sin embargo, todavía observamos países o ciudades donde las políticas culturales aun no cuentan con una autonomía institucional de observación y seguimiento ni con presupuestos o herramientas específicas en concordancia con el lugar central que la cultura ocupa en la dinámica social.

Por ello es que el Plan Estratégico ha convocado a los diferentes actores y organizaciones vinculadas a la vida cultural de la Ciudad para que, sin dejar de pensar en acciones concretas en el corto plazo, proyecten a Buenos Aires en su dimensión de crecimiento y desarrollo futuro.

II- Principales líneas estratégicas

El Plan formuló siete líneas estratégicas en un marco de diez años, divididos en: ―Buenos Aires Crea, Hacer para Ser‖, 2002-2006 –la mirada hacia adentro con todos los actores involucrados–; y ―Buenos Aires Crea, Vamos al Mundo‖, 2007-2010 –parte de una realidad cultural mejorada, en la que el objetivo es promover a Buenos Aires hacia el exterior como polo cultural latinoamericano y del mundo de habla hispana.

Línea Estratégica 0: Buenos Aires Crea

Línea de organización y funcionamiento del Plan, se orienta hacia los públicos internos de la vida cultural de la Ciudad de Buenos Aires, con el objetivo de darlo a conocer, y hacerlos participar en la formulación de propuestas y en la definición de las acciones que les afectan.

Línea Estratégica 1: Buenos Aires Crea Talentos

Tiene por objeto fomentar y estimular a los creadores culturales de todas las ramas del arte, tanto a los reconocidos como a los nuevos talentos, con el propósito de generar un ambiente propicio para la creatividad, y tender puentes para su acceso al mercado cultural y a un mayor reconocimiento social.

Línea Estratégica 2: Buenos Aires Crea Producción

Esta línea se orienta a potenciar la pequeña y mediana industria cultural y las instituciones culturales, mediante la formulación de ayudas a la creación de nuevas empresas e instituciones y la revitalización de las actuales, así como favorecer la instalación de sedes de empresas culturales extranjeras en la Ciudad.

Línea Estratégica 3: Buenos Aires Crea Difusión

Su objetivo es facilitar el uso y consumo de los productos culturales desarrollados en la Ciudad, tanto en espacios públicos como privados. Para ello están previstas acciones conjuntas con instituciones de la sociedad civil y con el sector privado.

Línea Estratégica 4: Buenos Aires Crea Identidad

A través de esta línea estratégica, se busca que el dinamismo cultural de Buenos Aires se muestre en toda la Ciudad, se incorpore a la vida cotidiana de sus habitantes y de sus barrios, y contribuya a la mejora del sentimiento de identidad ciudadana.

Línea Estratégica 5: Buenos Aires Crea en Latinoamérica

Tiene un marcado carácter de promoción exterior y, junto con la Subsecretaría de Turismo, se convierte en el estandarte de la imagen externa de la Ciudad, para contribuir a su posicionamiento como polo cultural latinoamericano. Procura, además, internacionalizar a los creadores y su producción.

Línea Estratégica 6: Buenos Aires Crea en el mundo de Habla Hispana

Esta línea estratégica se complementa con la anterior, ampliando el ámbito geográfico al mercado norteamericano y europeo de habla hispana, para también facilitar la incorporación de Buenos Aires a los mercados más desarrollados.

III- Principales acciones desarrolladas

En sus casi dos años de vida, el Plan ha tenido gran influencia en las políticas y acciones llevadas a cabo por la Secretaría. Sus recomendaciones han encontrado una institución permeable y decidida a llevarlas a cabo.

Los resultados concretos a las líneas establecidas en el Plan, confirmaron una coherencia entre estrategias y objetivos que, desde su propio fortalecimiento, reimpulsa las certezas de una acción encaminada con claridad. Sintéticamente, éstas son algunas de las políticas y acciones desarrolladas, producto de los debates llevados a cabo en el seno del Plan Estratégico.

Descentralización de la actividad cultural: la creación de la ―Carpa Cultural Itinerante‖ ha reforzado la presencia cultural en la geografía barrial de la Ciudad, sumada a la ya existente red de centros culturales barriales. El fortalecimiento de las instituciones territoriales encuentra en el Programa ― En mi barrio y en mi club‖ una herramienta fundamental.

Generación de espacios para la exhibición de nuevas tendencias artísticas: tanto la creación de la Sala Villa-Villa, en el Centro Cultural Recoleta, como la inauguración de los Subsuelos de la Casa de la Cultura son excelentes lugares que la Ciudad necesitaba para cobijar nuevas expresiones que no tenían cabida en los espacios o salas tradicionales. El Programa ―Estudio Abierto‖ es otro ejemplo de irrupción en el espacio público, de la mano de la exhibición de nuevas expresiones como el arte digital y el diseño.

Fortalecimiento de una política patrimonial, fundamentalmente, en su gran capacidad de generar productos turísticos y circuitos o intervenciones en el espacio urbano: con la creación de la Subsecretaría de Patrimonio se le otorgó verdadera identidad al Casco Histórico de la Ciudad, donde se han realizado numerosas obras y se ha trabajado intensamente con los habitantes de la zona (vecinos, comerciantes, empresarios) La adquisición de documentos históricos fue otras de las apuestas para incrementar el patrimonio cultural de la Ciudad. El trabajo de asesoramiento a los vecinos en aquellas intervenciones edilicias y propuestas destinadas a sus barrios, forma parte de una política de concientización acerca de la importancia del patrimonio cultural. La inauguración del Museo Carlos Gardel ha venido a saldar una gran deuda que tenía la ciudad. El Espacio de Artes y Oficios es otra de las propuestas que brega, no sólo por la no desaparición de oficios tradicionales, sino por la incorporación de nuevos actores con fuertes posibilidades de inserción laboral.

La cultura en su dimensión productiva: a fin de atender la dimensión económica de la cultura, se creo la Subsecretaría de Gestión e Industrias Culturales desde donde se ha forjado una importante alianza con la Secretaría de Desarrollo Económico para incorporar a las industrias culturales en los registros e indicadores de la actividad económica de la Ciudad. Se ha puesto en marcha el Programa INCUBA, a través del cual se asiste, en su irrupción en el mercado, a nuevos proyectos productivos seleccionados a través de un concurso. BA Set de Filmación se propone instalar a Buenos Aires como una de las más importantes plazas de filmación en América Latina. El programa Festivales se ha consolidado en estos últimos dos años y, en la reciente edición del V Festival Buenos Aires Tango, se ha incorporado un Campeonato Mundial de Baile, cuya difusión convocó a miles de artistas participantes, aficionados, y turistas. El éxito de este Festival, así como la inauguración del Museo Carlos Gardel, forman parte de una estrategia económica, cultural y turística decidida a instaurar a Buenos Aires como la capital del Tango.

Como bien se expresa en el diagnóstico que plantea el Plan Estratégico, hoy no puede pensarse una política cultural sin su vinculación con los medios. En poco tiempo se podrá ver en las pantallas una señal cultural de la Ciudad.

IV- Algunas conclusiones

Con el advenimiento de la burguesía a fines del siglo XVII, el campo artístico logra independizarse de los mandatos clericales y cortesanos, conformando criterios propios de legitimidad. Se constituye así como espacio social, con leyes propias y entramados de actores sociales involucrados en su propia reproducción. Sin embargo, hoy muchos piensan que esa autonomía, capaz de producir saberes específicos, está en riesgo frente al condicionamiento que genera la primacía de lo comercial. Más allá de este último debate, lo que sí es cierto es que la ―evolución‖ que ha experimentado el campo cultural debe ir acompañada por políticas específicas que acompañen y sostengan dicho desarrollo.

Paralelamente, el complejo entramado del campo cultural, sus instancias de producción, circulación y consumo, la reconfiguración de los mercados culturales en el ámbito global, así como el impacto de las nuevas tecnologías y de las industrias culturales en la constitución de los imaginarios sociales, requieren de un Estado atento que, lejos de competir con el mercado, funcione como garantía de equilibrio y articulación.

Este Estado, a su vez, necesita de un espacio de reflexión, proyección y planificación que no se contamine con lo coyuntural del día a día. Este Estado necesita aplicar un dinamismo que sólo es viable desde la certeza de la planificación, la estrategia y la sustentabilidad. Esa trilogía constituye el único pasaje realista al futuro, con todas las potencialidades que este alberga. El Plan Estratégico es uno de los elementos ideados para acceder a ese futuro e instalarse en el nuevo destino que La Ciudad de Buenos Aires merece y empieza a alcanzar.

Jorge Telerman

Químico y periodista. Profesor universitario en la Universidad de Buenos Aires. Fue Embajador de Argentina en Cuba. Ex Secretario de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es actualmente Secretario de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

"Politicas culturales y desarrollo social. Algunas notas para revisar conceptos"

Gerardo Caetano

Los que siguen son algunos apuntes y notas acerca de un tema central como el de los vínculos e intersecciones múltiples entre los tópicos de la cultura y el desarrollo social. En primer lugar, se planteará una perspectiva de rediscusión en torno a algunos núcleos teóricos y conceptos que solemos transitar desde una "sabiduría convencional" y desde un "sentido común" instalados, que no nos ayudan mucho a asumir la radicalidad de los desafíos que tenemos por delante cuando hablamos de políticas culturales, cuando hablamos de gestión cultural para el tiempo presente. Luego el análisis se centrará más específicamente en los dilemas, desafíos e interrogantes que hoy enfrenta el diseño de una política cultural en un contexto de integración regional y de globalización. Finalmente, se apuntará de modo necesariamente telegráfico al registro de algunas pistas y tensiones para debatir el tópico de

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

políticas culturales renovadas, a la altura de los desafíos que tenemos.

El primer concepto que debería ponerse en discusión es el de globalización. Creo que es un concepto que ya se ha incorporado, a menudo de modo acrítico y perezoso a mi juicio, a nuestros discursos y retóricas cotidianas y que con frecuencia es utilizado de modo algo equívoco o restrictivo. A ese respecto me gustaría incorporar la visión de algunos autores latinoamericanos que han estudiado especialmente este tema y que desde distintas perspectivas nos proponen ejes de discusión y problematización en torno a este concepto. Por ejemplo Renato Ortiz, un estudioso brasileño sobre estos temas, plantea en muchos de sus trabajos la necesaria distinción entre la mundialización de la cultura y la globalización de la economía, al tiempo que refiere en su concepción de "modernidad-mundo" una advertencia importante: este mundo de la globalización en donde explota la reivindicación de lo diverso, muchas veces no es un mundo plural, con todo lo que esto implica, sino que es un mundo diverso, con identidades fuertemente asimétricas. En tal sentido, la exigencia de discernir y no confundir diversidad con pluralismo supone una primera pista interesante.

Martin Hopenhaym, por su parte, sociólogo chileno que ha transitado de modo renovador las intersecciones entre cultura y desarrollo, registra en muchos de sus últimos trabajos una multiplicidad de miradas posibles sobre el concepto de globalización. En esa dirección, reseña distintas perspectivas: una "mirada crítica" que tiende a postular que la globalización destruye la integración social y regional; una "mirada apocalíptica", la globalización como un "big bang de imágenes", con un mundo que se contrae y en el que "lo virtual explota"; una "mirada posmoderna", desde la que se reconocería el surgimiento de un "mercado de imágenes" y de un nuevo "modelo de software cultural" que modifica en forma radical la vida cotidiana; una "mirada tribalista", con un fuerte contexto de exclusión en el marco de identidades frágiles, fugaces y móviles, un "nuevo panteísmo moderno sin dioses pero con mil energías"; una "mirada culturalista", desde la que se celebraría -muchas veces con ingenuidad- un encuentro con el otro, con la intersección que se vuelve accesible de miríadas de culturas dispersas; y finalmente, otra mirada que podría sintetizarse en la visión de un "atrincheramiento reactivo", simulacro imposible pero que se vuelve atractivo para muchos.

Néstor García Canclini, sociólogo y antropólogo de la cultura, cuyos textos de las últimas décadas han removido tanto la reflexión sobre estos asuntos, en algunos de sus últimos trabajos cuestiona la equivalencia entre globalización y homogeneización. Advierte sin embargo que ciertas visiones ingenuas en torno al renovado multiculturalismo devienen a menudo en cohonestar nuevas "máquinas estratificantes", al punto que previene con igual fuerza sobre los efectos de lo que llama una "homogeneización recesiva", que en América Latina promovería el intercambio cultural en el preciso momento en que los latinoamericanos producimos menos bienes culturales. Desde una invitación a pensar de modo diferente el desafío planteado, García Canclini nos previene acerca de ciertos cursos peligrosos: "atrincherarse en el fundamentalismo", limitarnos a "exportar el melodrama", aceptar la "hibridación tranquilizadora" de "insertarse en la cultura ecualizada y resistir un poco".

Podrían agregarse otros autores y perspectivas analíticas pero ello no haría otra cosa que confirmar y profundizar la premisa inicial que suponía la necesidad de una visión renovada y más crítica en torno a la globalización como fenómeno histórico y a sus múltiples impactos culturales. Quiero dejar planteado un último señalamiento en torno a este punto. Los latinoamericanos nos hemos acostumbrado muchas veces a "comprar" de modo apresurado a los teóricos norteamericanos. En el plano de los estudios culturales de nuestros países ello se advierte, entre otras cosas, en una frecuente auto-representación de lo latinoamericano que se parece mucho más a lo "latino-norteamericano" que a lo "latinoamericano" stricto-sensu. Se desliza aquí una nueva razón para repensar más críticamente este concepto, con

todas sus múltiples implicaciones en el campo de la teoría.

También en el plano más teórico correspondería revisar nuestras categorías en torno al papel de la cultura en relación a los nuevos desafíos de la integración social y el desarrollo. Ello por ejemplo nos refiere a repensar el tópico de las identidades sociales lejos de cualquier esencialismo pero también haciéndonos cargo de las profundas transformaciones ocurridas en los últimos años y que tampoco estaban en la agenda de las visiones constructivistas más modernas. El espacio disponible no nos permite más que reseñar algunos titulares o temas relacionados con esta materia. Emergen nuevas formas de identificación social mucho más efímeras, más intercambiables, más móviles y hasta lights. Varían también nuestras prácticas y nociones de espacio público, en relación además con mutaciones muy radicales de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, vivimos una reformulación muy radical de nuestra relación con el tiempo, esa coexistencia difícil de "múltiples relojes" que es un hecho cultural fortísimo y que afecta las fronteras de inclusión y exclusión en nuestras sociedades, con sus múltiples ritmos. Y además vivimos sociedades en donde ha cambiado la valoración social del tiempo: antes, quien estaba del lado de los incluidos tenía todo el tiempo para perder, buscaba el ocio; hoy, quien está del lado de los incluidos, no tiene un minuto para perder, y toda la tecnología que compra la orienta para sobreactivar su energía. Muy otro es en cambio ese tiempo viscoso de los excluidos, para quienes un correo electrónico, un correo rápido, un teléfono celular son una metáfora perversa. Esta nueva "cultura de lo instantáneo", como la ha definido Michael Ignatieff, propone una temporalidad muy distinta para la integración y el desarrollo social.

También, como adelantábamos, se ha erosionado profundamente la noción de lo público en el marco de "sociedades de la desconfianza". Como ha estudiado Norbert Lechner, se han debilitado los contextos habituales de confianza lo que promueve un incremento fuerte de nuestros miedos. La escuela, la empresa, el barrio, el partido político, la nación, y tantos otros espacios gregarios que aportaban confianza y sentido religante se han erosionado. Esa "fragilidad del nosotros" y su consiguiente afectación del vínculo social, siguiendo también a Lechner, provocan un repliegue ciudadano a la vida privada y a la familia, con el hogar transformado en una fortaleza sitiada y sobrecargada. La crisis de la familia nuclear, tan visible por ejemplo en un país como el Uruguay que tiene una de las tasas de divorcio más altas del continente y que ha visto transformarse vertiginosamente el panorama de sus "arreglos familiares", no ha sido acompañada por cambios correspondientes en el diseño de las políticas sociales, de las políticas para la familia.

En el marco de estos nuevos contextos, obviamente ya no se puede pensar la cultura y las políticas culturales como soporte de la integración social y el desarrollo desde los viejos conceptos que hasta hace poco tiempo nos ayudaban a vivir. Sin retóricas ni visiones ingenuas, se debe asumir con radicalidad este desafío de renovación teórica porque si no se pueden impulsar políticas pretendidamente igualitarias que lo único que generen sean nuevos circuitos de exclusión. Nunca como hoy las políticas culturales deben pensarse en tanto políticas sociales, al tiempo que también nunca resultó tan necesario el atender debidamente las bases culturales de cualquier desarrollo consistente y sostenido. Puede ofrecerse aquí otro ejemplo uruguayo. Allí existe una hermosa tradición de un sistema educativo público que fue cimiento fundamental de una "sociedad hiperintegrada". Desde hace décadas el modelo cultural que le dio sustento está en buena medida agotado y los problemas de innovación en este campo -pese a la reforma educativa en curso- así como las carencias presupuestarias han generado una escuela pública que mantiene prestigio social pero que ya no puede lograr los resultados de otrora. Las fallas del sistema educativo público generan inequidad, cuando antes generaban ascenso social e integración, algo que se vuelve especialmente grave en un país que tiene en sus franjas de pobreza y marginalidad una notable sobre-representación de niños y jóvenes. Solo desde perspectivas culturales

renovadas es posible lograr los acuerdos necesarios para que prospere una reforma educativa efectiva, en correspondencia con las exigencias de la hora.

Las políticas culturales constituyen una variable del desarrollo en cualquier sociedad. Y es muy bueno que volvamos a hablar de desarrollo en América Latina porque hacía mucho tiempo que no hablábamos de ello, parecía que nos había ganado como un miedo por la utilización de la palabra. Desde una lectura apresurada y a menudo intencionada de los fracasos de los planteos desarrollistas de los sesenta, el discurso político y fundamentalmente el económico habían sido hegemonizados por los enfoques cortoplacistas, desde la primacía de una perspectiva ultraliberal, que suponía que el desarrollo era una variable absolutamente inescrutable, que no debía pensarse en el mediano y en el largo plazo. Es bueno que no solamente en economía sino también en cultura y en política volvamos a hablar de desarrollo, y es mejor aún que volvamos a hablar de la cultura y de las políticas culturales como variables decisivas de desarrollo.

Pero si hablamos de políticas culturales tenemos que hablar de política, y aquí también hay un posible "abrazo de la muerte", me sumo a un concepto que no es mío, que es creer que se puede hacer políticas culturales sin política. Yo también sumaría otro: lo que podríamos llamar la visión "populista" de la cultura, esa identificación ingenua pero creciente de asimilar sin más cultura popular a cultura. Pero reiteremos la premisa anterior, que puede sonar obvia pero que no es trivial, si observamos lo que con frecuencia pasa en nuestros países en esta materia: no se pueden hacer políticas culturales sin política. Y esto que parece perogrullesco no lo es cuando vemos crecer ese sentimiento antipolítico que tanto se ha desplegado en nuestras sociedades y aun en nuestros sistemas políticos.

Advirtamos también que construir política hoy en el marco de sociedades en donde el Estado ya no puede lo que antes podía, implica evitar atajos perezosos, atajos simplistas. Aquí el tema, el gran tema, vuelve a ser qué Estado queremos y necesitamos, cómo construir una política que no sea "estadocéntrica", qué modelo de relación entre Estado y sociedad resulta el más fecundo para el área cultural, cómo se contribuye de la mejor manera a la construcción de espacios públicos no estatales, cómo terminamos con esa estatalización de lo público que tantas veces nos impidió pensar de manera más libre la sociedad y la cultura.

Frente a estas interrogantes, como decíamos, surgen de inmediato tentaciones y atajos perezosos. Por ejemplo replegar indiscriminadamente al Estado y transferir sin selección áreas al mercado cultivando el jardín de las bellas artes, o un Estado posmoderno que lo legitima todo, o un Estado que, de alguna manera, abdica de su condición de actor. También aquí aparece el peligro del provincianismo, la idea de pensar como posible y deseable un Estado de fronteras adentro que preserve reactivamente la identidad cultural de una nación asediada culturalmente y que promueva en forma permanente la oposición reaccionaria de lo propio y lo ajeno, de "lo nuestro" y lo "foráneo". Hoy cuando hablamos de políticas culturales no podemos olvidar que hay supranacionalidad informal así como espacios públicos transnacionales, desde donde también se definen acciones culturales decisivas, frente a las que los Estados, mucho menos desde lógicas puramente reactivas, poco pueden hacer. Asimismo, cuando estamos viviendo procesos de integración regional y cuando estamos debatiendo modelos de integración regional que den nuevo impulso a esos horizontes y contribuyan a superar el déficit democrático de esos procesos, se impone pensar y actuar internacionalmente, desde enfoques de "regionalismo abierto" que también sirven a la hora de revisar los intercambios culturales. Si los economicismos predominan en la conducción del proceso integracionista sobre los enfoques más políticos y culturales -que se asocian y empujan en una misma línea-, las integraciones no sólo serán menos democráticas sino también más ineficaces y frágiles, más inestables y alejadas del compromiso genuino de las sociedades civiles. La crisis contemporánea del Mercosur creemos que brinda mucha

evidencia empírica confirmatoria de esto que decimos.

Desde estas perspectivas, muchas cosas cambian. Tomemos por ejemplo la noción de patrimonio cultural nacional. Como también han estudiado García Canclini y otros autores, ha habido una modificación radical de los conceptos que guían hoy la pregunta esencial acerca de qué es lo que vale en cultura, qué es lo que debe entrar en el canon y qué no. Un patrimonio concebido como instrumento de una política cultural renovada se redefine en un sentido mucho más abierto, en el que se despliega una incorporación cambiante entre lo arcaico, lo residual y lo emergente, concepción desde la que se rechaza aquella noción que suponía que el patrimonio cultural estaba formado por un conjunto de bienes y prácticas que recibíamos como "un don" desde un pasado esencial, que desde su imbatible prestigio simbólico no cabía discutir. Hoy se discute genuinamente cómo quitar esencialismo a las nociones de patrimonio cultural, como evitar su afincamiento restrictivo al área de lo meramente nacional, como provocar en el ciudadano una relación más libre y creativa con el patrimonio, desde una visión más refinada y actualizada acerca de las formas en que una sociedad puede apropiarse hoy de sus historias y memorias colectivas.

Si hablamos sinceramente de estos temas no podemos omitir el tema del financiamiento, por cierto. Y éste es un tema que quienes estudian los temas culturales a menudo rehuyen, porque de alguna manera -podría darles aquí también algunos ejemplos uruguayos- todavía rechina el vínculo entre dinero y cultura. Sin duda que en ese prejuicio se atisba toda una noción arcaica y restrictiva de lo que entendemos por cultura, que entre otras cosas omite el hecho que las llamadas industrias culturales cada vez proporcionan en nuestros países mucho trabajo y configuran realidades económicas nada desdeñables. Y así como no podemos hablar de políticas culturales sin política tampoco podemos hacerlo ignorando sus soportes económicos.

¿Puede pensarse sobre la suerte de la identidad cultural propia sin saber a qué reglas materiales está sometida la producción cultural en un marco de globalización y regionalización? ¿Cómo pensar en los problemas de los trabajadores de la cultura si éstos no se ven como tales, no se perciben como tales? ¿Cómo promover la promoción de nuestras obras culturales si no conocemos las condiciones del mercado regional e internacional? ¿Cómo podemos pensar en la cultura si no sabemos lo que la cultura produce en términos de construcción económica? Aquí estamos en un rezago académico monstruoso, no tenemos respuestas consistentes y rigurosas para muchas de estas preguntas y se siguen definiendo políticas culturales desde estas ausencias fundamentales. Carecemos, por ejemplo, de enfoques pertinentes respecto a lo que hoy quiere decir consumo cultural. No tenemos una noción adecuada respecto a la conceptualización nueva y a la forma en que se autorrepresentan hoy los agentes culturales en términos de agentes económicos. No sabemos cuál es el valor de la producción cultural. No sabemos tampoco cómo estos nuevos contextos de mercado están implicando y condicionando la competencia cultural. La ausencia de información rigurosa sobre estos y otros tópicos conexos constituye una carencia formidable, que debemos comenzar a superar en forma impostergable.

Para terminar me gustaría reseñar algunas otras pistas, simplemente como titulares, en torno a la definición renovada de las políticas culturales. En primer lugar, creemos muchas veces que tenemos sociedades sobrediagnosticadas y que lo que faltan son propuestas; como señalaba anteriormente, yo tiendo a cuestionar esta percepción. En el terreno de la cultura, creo que nos faltan muchos diagnósticos, sobre todo diagnósticos exigentes. En nuestros países hace falta muchísima investigación y muchísimo estudio con base empírica consistente respecto a los temas de la cultura. Ello resulta decisivo como soporte de una

renovación efectiva de políticas en el área.

En segundo lugar, muchas veces cuando hablamos de políticas culturales desde los gobiernos se elige el atajo perezoso de la tabla rasa, de la hora cero, del empezar todo de nuevo, sin buscar acumulaciones. La cultura es acumulativa por definición, nunca es un fresco sino que se perfila y construye desde tradiciones, nos guste o no nos guste. Y en particular si se quiere innovar en profundidad, en este campo debemos pensar en el largo y en el mediano plazo, lo cual quiere decir asumir acumulaciones, aprender que el mundo no empieza con nosotros, que las políticas culturales no prosperan ni arraigan desde las escisiones culturales.

En tercer lugar, por todo lo señalado resulta obvio que creemos que se necesitan políticas culturales activas, con impulsos reformadores, con una fuerte reivindicación del espacio de la política, pero tampoco podemos caer en la política populista que no elige, que no selecciona; políticas activas pero con selección rigurosa. ¿Pero quién define los criterios de selección en una construcción democrática? ¿Quién define qué es lo que se debe financiar o qué no es lo que se debe financiar? ¿Cómo se define la colección patrimonial que siempre es imprescindible? Y aquí volvemos a los teóricos clásicos de la democracia: la democracia nunca puede ser concebida como una cultura, la democracia siempre es un pacto de culturas. No podemos construir democráticamente políticas culturales para sociedades integradas si no es sobre la base de la solidaridad entre los diferentes. De modo que una base absolutamente inexcusable para una política cultural democrática será eso, ambientar pactos entre culturas, ambientar un pluralismo efectivo y no simplemente la "tolerancia" resignada de lo diverso que no nos cambia ni interpela.

Por último, quiero dejar planteada otra idea: la necesidad imperiosa de apostar a la flexibilidad, al énfasis en las cuestiones del conocimiento, de la innovación, de los recursos humanos, de profesionalizar el tema de la gestión cultural, de evita la mera copia de recetas importadas. Sobre todo el plano cultural y en el de sus políticas, no todas las sociedades cambian igual. Y aquí tenemos ejemplos muy sanos a los que podríamos recurrir, que nos vienen de las políticas científicas y tecnológicas: entre ellas la idea del "sastre tecnológico" que asumen muchos científicos básicos, aquél que es capaz de interpretar un problema o una necesidad y de buscar y construir una solución original, que diseña soluciones a la medida de aquellos a quienes destina su política. Hoy en día el 80% de un diseño adaptado, en la tecnología por ejemplo, es valor agregado de conocimiento local. Esto también tendría que valer para el diseño desafiante de políticas culturales efectivamente renovadas.

Gerardo Caetano

Historiador y analista político. Director del Instituto de Ciencia Política y Docente e investigador de la Universidad de la República de Uruguay. Coordinador del Programa de investigaciones interdisciplinarias sobre Democracia e Integración en el Centro Latinoamericano de Economía Humana. Presidente del Centro UNESCO de Montevideo. Docente en cursos de grado y de postgrado en varias instituciones de Uruguay y extranjeras. Ha sido consultor de organizaciones internacionales como la OEA, BID, PNUD, UNESCO. Sus temas de especialización han sido: historia uruguaya y latinoamericana del siglo XX; prácticas y modelos ciudadanos y políticas culturales; democracia e integración regional. Ha ejercido como periodista político y cultural en radio y televisión por más de una década. Ha recibido numerosos premios por su labor académica. Autor de numerosas publicaciones en áreas de su especialización "Nuevas políticas para la diversidad: las culturas territoriales en riesgo por la globalización"

Ramón Zallo Estudios y experiencias

Ciertamente el ámbito de la cultura es un ámbito de creación, goce, identidad e integración, pero es, también, un

ámbito de conflicto. Los modos de aparición y de discurso de muchos conflictos hoy en el mundo, son en claves

culturales, ya se trate de conflictos entre civilizaciones, entre países, entre géneros o entre grupos sociales. El

conflicto cultural es así o un conflicto en sí mismo o la forma de expresión de muchos otros conflictos que

también tienen otra naturaleza.

Por decirlo brevemente, mi tesis es que el marco de la globalización, del unilateralismo, del modelo de

implantación de las nuevas comunicaciones y tecnologías y de la reestatalización -deterioro de procesos

descentralizadores pretéritos en los Estados nación- sitúan en riesgo a las culturales territoriales, superando las

amenazas a las oportunidades. Ello no exime de tener que hacer activamente los deberes locales y plantear el

tema en los ámbitos globales. Pensar y actuar simultáneamente en local y global, sería la regla adecuada de

actuación, tal y como deja entender la manera en que ha fraguado el movimiento de globalización alternativa.

I. Construir los territorios

Las eras de Internet y de la mundialización han sido anunciadas como el fin de las geografías pero no es cierto,

en tanto la combinación de la mundialización y de Internet solapa una geografía propia(1), reconstruyendo una

nueva jerarquía entre los territorios, alrededor de unos pocos centros motores y en círculos concéntricos de

influencia.

El orden mundial mismo tiende a rearticularse, cada vez más, alrededor de esos pocos centros de control del

sistema financiero y del conocimiento e información y, ¡cómo no!, del poder militar, del que tantas veces nos

olvidamos para acordarnos en períodos críticos como con la invasión de Irak. Se mantiene así un orden

jerárquico de influencia y poder que, además, no es nada neutral en relación a los territorios sobre los que

pivota. Es más, redefine el lugar de los territorios desde la nueva geografía que impone una globalización que no

es en red sino en círculos concéntricos de dominación o influencia.

El paradigma de la globalización, del ―todo global‖, es un paradigma muy insuficiente para exp licar todos los

cambios en curso. Por un lado, permanecen otros sujetos distintos a los organismos y empresas globales, tales

como los organismos supranacionales, los Estados nación, las culturas y los sujetos sociales con sus

ideologías y estrategias. Por otro lado, está la transversalidad de las dinámicas a la que invitan los desarrollos

tecnológicos, económicos y las interacciones generales y particulares, y que no permiten diagnósticos unívocos

independientes de la gestión de los sujetos.. De hecho, algunas tendencias específicas (a la diversidad cultural,

a las economías regionales...) ejercen, además, como contratendencias relativamente compensatorias de la

globalización. Es decir, muchos de los cambios en el lugar social y económico de los territorios no se derivan de

la mundialización o de la digitalización, sino a pesar de ellas, y por impulso del deseo humano de gestionar lo

cercano, su convivencia, su identidad y su bienestar.

Se puede traducir la idea de territorio por la de región o por Comunidad Autónoma o por Estado Federal. Lo

importante es entender que los territorios son los espacios de la identidad, generados por la historia y la cultura

comunes y dando lugar a sentidos de identificación, pertenencia y diferencia. Lo cierto es que son otros ámbitos

espaciales –el global, el estatal y el metropolitano- los que tienen más peso en el mundo: los centros mundiales

tecnológicos y financieros que animan lo global y tienen ventajas en conexión, competencia y articulación

económico-tecnológica: los Estados nación –junto con la agrupación regional de Estados como la Unión

Europea o Mercosur- que tienen ventaja por su articulación política y de poder reconocido, aunque por efecto de

las incertidumbres cabe comprobar una vuelta a la centralidad de esos Estados clásicos que nunca se fueron.; y

las ciudades, especialmente las grandes metrópolis, tienen la ventaja de la aglomeración de recursos.

Todo ello dificulta el papel de los territorios y de las políticas regionales(2) (Zallo 2002). Es decir, la forma

vigente de mundialización económica y comunicativa no da prioridad a las regiones interiores de los Estados.

Su importancia nace de otro tipo de tendencias que parten desde abajo y, además, tienen que articularse con los

restantes espacios (globales, estatales, locales).

La presencia como actores y como marcos operativos de las regiones y núcleos territoriales identitarios no se

deriva, por lo tanto, de factores económicos y geopolíticos, que privilegian otros marcos, sino de factores

culturales y políticos. Ello hay que entenderlo como una manifestación más de que aquellas no son las únicas

fuerzas motrices de nuestro tiempo. La aparición de los fenómenos nacionalitarios y regionales en conflicto, no

se deriva de la articulación del sistema entre lo local/ metropolitano y lo global pasando por los Estados, sino

precisamente de sus desajustes, aunque posteriormente puedan ser - en algunos casos- integrados, como

espacios intermedios.

Y, sin embargo, la gestión de lo territorial es un factor capital en las sociedades modernas con efectos

relevantes desde el punto de vista del Desarrollo Humano(3), ya que interpela de facto sobre cuestiones como la

interculturalidad (Olivé L., 1999), la inmigración, la calidad de la democracia o la idea de una ciudadanía inclusiva

o, al contrario, separadora. La cuestión de la identidad o del territorio no es, así, una reminiscencia del pasado,

sino un tema central del presente, porque remite a la mirada de una comunidad sobre si misma y las demás, a

Documentos

Reseñas

los valores en los que se reconoce y a su confianza para afrontar futuros de riesgo.

Es más, el desplazamiento de los centros de decisiones económicas, judiciales y de seguridad hacia las Uniones

de Estados como, por ejemplo la Unión Europea, dejan fuera de los ámbitos supraestatales casi solo las

políticas sociales, fiscales, comunicacionales y culturales donde, curiosamente, las ventajas por cercanía y

conocimiento de los territorios, de las comunidades, es obvia sobre los Estados. No hay que olvidar que,

paralelamente al fenómeno de la globalización, aunque en menor medida, los fenómenos de la localización y la

descentralización son también tendencias fuertes que se interrelacionan con aquel(4).

Los motivos para la intervención cultural y comunicativa de las regiones pueden ser muy variados: por la

consideración objetiva de que la cultura se vive en territorios concretos; por la revalorización de lo local y

regional, por el resurgimiento de las culturas minorizadas o de las identidades; o por el interés del Estado en

distribuir competencias, o de la ciudadanía en controlar la gestión de forma cercana (Bassand, 1992).

Las ventajas de la territorialización decisional en el ámbito cultural son obvias desde el punto de vista de los

resultados y de la democracia. En principio crea más propensión a la eficacia ya que conocen mejor y pueden

tratar con más facilidad los problemas, además de darse más sinergias en tanto se hacen más visibles y pueden

valorizarse mejor las distintas energías territoriales. Por otra parte, es más democrática (como resultado de

mayorías de proximidad) y fiscalizable (hay conocimiento sobre el terreno de la esfera pública, pudiendo ejercer

una administración próxima al ciudadano que la experimenta y puede controlarla).

El fenómeno regional entendido en sentido amplio apunta como ventajas de muchas de las comunidades el

hecho de que suelen estar bastante bien autoorganizadas, disponen de un sentido comunitario potente y abierto,

disponen de un gran conocimiento de lo cercano, -además de un acceso a lo global-, ofrecen la seguridad de la

pertenencia compartida e incitan a la solidaridad y al mutualismo en circunstancias adversas.

Las contrapartidas pueden ser los clientelismos, las disparidades interterritoriales –según sea el nivel de

iniciativa, preferencias o disponibilidades económicas–, el exceso de gasto –en el caso de que se dupliquen

estructuras y el Estado no se descentralice de verdad– o la recentralización a pequeña escala en beneficio de

ciudades o determinadas comarcas (casos holandés, austríaco o de la federación rusa) asfixiando las energías

de base.

Los territorios, las culturas, necesitan disponer de un sistema de industrias culturales y de medios de

comunicación propio, territorial. Eso es definitivo en una sociedad moderna. Y es que una comunidad se hace en

torno a las representaciones y la gestión de sus problemáticas(5).

Pero lo central a entender, es que las apuestas tecnológico/industriales en el ámbito de la cultura y la

comunicación, trascienden el propio campo de la economía para decidir el destino de la propia cultura. El futuro

de una cultura regional depende de los medios que se pongan para reproducirla y desarrollarla(6).

El impulso de la creación y la producción culturales territoriales como dotadoras de sentido al espacio cultural

propio, sea nacional, regional o local, constituye uno de los retos principales de nuestro tiempo. Todo ello

conlleva una redefinición del lugar de las políticas culturales. Pero la tendencia a la descentralización, muy

fuerte en los 80, está en relativa regresión en la medida que hoy se dan tanto procesos recentralizadores

alrededor de algunos polos metropolitanos en muchas partes del mundo como una vuelta al Estado nacional. La

crisis de los consensos internacionales de estos últimos tiempos empujan en la misma dirección. En cambio, el

surgimiento de los movimientos de globalización alternativa, en cambio, plantea el diálogo entre lo local y lo

global.

II. Los marcos económico, tecnológico y geopolítico y las culturas

Solo me detendré en tres aspectos

a) El ―capitalismo global‖, la globalización como fenómeno más significativo de este estadio del capitalismo no

es sino un salto cualitativo pero acotado de la internacionalización. El resultado ha sido un nuevo impulso

económico y nuevas oportunidades en una época, pero hoy también una dinámica recesiva y un retroceso del

lugar social de muchos agentes, sectores y países más desfavorecidos.

Al proyecto de mundialización plena de los mercados financieros y a la libre movilidad de capitales le acompaña

una limitada mundialización de productos industriales, y aún es mucho más lenta en los casos de los servicios,

patentes y derechos. Está lejos de haberse producido en los bienes agrícolas y es inexistente, salvo dentro de

regiones de países, en lo relativo a la libre circulación de personas. El resultado es que la mundialización no

circula en todos los sentidos sino que tiene una neta preferencia, a la hora de las inversiones directas, por los

países del Norte con un neto crecimiento del comercio interior de los bloques comerciales. El 95% de las

importaciones de productos manufacturados continúa siendo entre países desarrollados. Este fenómeno es

especialmente agudo en lo relativo a los flujos culturales y comunicativos en audiovisual, edición, música, bases

de datos, tecnologías….

Estamos así ante dos tensiones: una tendencia a la reproducción de la diversidad y una tendencia contrapuesta

hacia una economía, mercado y Estado "globales" que pretenderían, además, una Cultura Global.

b) Los cambios tecnológicos. Los cambios tecnológicos de la ―Sociedad de la Información‖ (SI) son

básicamente:

En primer lugar, la digitalización e informacionalización de todo el sistema de signos, símbolos e imágenes,

permitiendo homogeneizar el tratamiento de señales de cualquier contenido o lenguaje.

En segundo lugar, una cierta tendencia a la convergencia tecnológica de redes, aparatos y contenidos -estos

últimos tenderían al multimedia- y que, a falta de reglas, propicia la concentración de los Grandes Grupos

En tercer lugar, una combinación de dispositivos y redes que permitirían, la conectividad de los sistemas

tecnológicos, la interactividad, la accesibilidad y la ubicuidad, y que ya están afectando profundamente a las

actividades culturales y especialmente a las industrias culturales, en todas las fases del proceso productivo

(desde la creación a la distribución y difusión pasando por la producción) y en todas las formas de consumo y

acceso a las obras.

Con todo hay que insistir en dos factores limitativos. Por un lado, los procesos de convergencia han caminado

bastante menos de lo que se dice, y las capitanean empresas de redes y aparataje como las operadoras de

telecomunicaciones, para desgracia de la cultura que no es sino un item más en sus servicios (Becerra 2001).

Asimismo los mercados no crecen al mismo ritmo. En particular los mercados domésticos no están para que le

pongan precio a todo.

Por otro lado, algunas de las grandes tendencias vigentes las explican mejor la concentración transnacional o la

renuncia de los Estados a una regulación de los conceptos de servicio público y de servicio universal.

Aparentemente la SI es solo un modelo técnico-organizativo social por efecto de la aplicación de las tecnologías

de la información y la comunicación en el sentido de captar, almacenar, procesar y compartir información, y que

tendería a resolver la lentitud, escasez y accesos de información. Pero no es solo eso, ni mucho menos. Los

sistemas tecno-organizativos están insertos en sistemas económicos, dados con sus procesos de expansión de

capitales financieros o de sus operadores de telecomunicaciones y de contenidos y conforme a algún modelo

dominante, hoy el liberal y des-reglamentado. Además, los objetivos de la comunicación no son tecnológicos

sino de gestión de las relaciones en el interior de la sociedad y entre las sociedades.

No es la tecnología la que crea el sistema o la sociedad, sino que son éstas las que crean tecnologías y las

sitúan como recursos, como inputs, que no son solo dispositivos sino, también, un conjunto de relaciones

sociales predefinidas entre usuarios, empresas e instituciones. Las tecnologías no flotan sino que se inscriben

en un espacio económico y social que las ubica y en cuyo desarrollo sin duda influyen. La estructura relacional

misma entre países, sujetos o instituciones es un hecho de Poder que las tecnologías potencialmente

descentralizadoras no necesariamente enmiendan, al reforzar, en general, las ventajas previas de partida.

c) En el ámbito geopolítico asistimos a la sustitución del multilateralismo desigual -encarnado en el sistema de

Naciones Unidas- por el unilateralismo que no es sino la dominación unilateral global de EEUU, por medios

militares y que pone en crisis el sistema de Naciones Unidas, el Derecho Público Internacional y las Relaciones

Internacionales, sean económicas, políticas o culturales, basadas en principios y normas reconocibles.

Las problemáticas en el mundo ya no se abordarían desde la promoción del desarrollo, y desde el tratamiento de

las causas subyacentes de los conflictos, como son la miseria o la injusticia, sino desde la pura liquidación de

las cúpulas y organismos de los ―Estados canallas‖, es decir de los que no sean amigos. Esta es la doctrina de

la Seguridad y de la agenda imperial, que incluye las guerras preventivas y de rapiña, bajo el paranoico mundo

que describió Orwell desde la consigna de ―guerra es paz‖ y no sitúa en un mundo de incertidumbres(7).

Tras unos cuantos años de reinado de la ideología liberal y del automatismo económico bajo la supuesta égida

del mercado, viene la vuelta de lo político. La posmodernidad ha muerto, devorada por la desaparición de los

automatismos del bienestar que se les suponían a los mercados y al mundo único. Crisis, guerras e

incertidumbres se han encargado de ello.

La vuelta de lo político lo mismo podría acabar en unas nuevas reglas que permitan gestionar con alguna lógica

redistribuidora las potencialidades y oportunidades de la nueva economía o, al contrario, podría degenerar en

una involución general plutocrática de la que hay bastantes indicios. El destino no está escrito, y aunque no se

pueda ser optimista, depende de muchos viejos y nuevos actores sociales.

La crisis del sistema internacional de organizaciones afectará a la cultura, vía UNESCO. Y no parece que la

pueda sustituir con ventaja la siempre oscura Organización Mundial del Comercio que, de hecho, propugna

desarmes arancelarios unilaterales en los países más débiles mientras protege los mercados de EEUU y

europeos.

A este respecto es interesante rescatar varias ideas. La de mantener organismos culturales internacionales que

limiten los estragos de la xenofobia reinante, y la de seguir sosteniendo la excepción cultural de Marrakech, hoy

denominada como diversidad.

Ciertamente, hay que ser partidario de la excepción cultural y eso significa medidas proteccionistas. Pero ese

proteccionismo centrado en lo económico con efectos culturales, no puede ser el disfraz para la censura política

o informativa, sino que debe ser tasado por razones comerciales y culturales y siempre en los ámbitos en los

que la desigualdad de los flujos lo justifiquen –caso del cine u otros-.

Elihe Cohen (2001:84) sostiene una interesante argumentación para la fundamentación económica de la

excepción cultural. En primer lugar, el peso de similares costes fijos, independientes del volumen de mercado,

da una gran ventaja a los EEUU con su modo de hacer y su red distribuidora, creando una barrera de entrada

para la competencia de los países pequeños. En segundo lugar, si se ahogan las producciones locales, habría

una enorme demanda de diversidad insatisfecha. En tercer lugar, las culturas nacionales son de interés público

pues generan efectos externos múltiples, merecedores de protección.

Es decir, la excepción cultural no va contra el mercado sino que busca sortear precisamente los obstáculos

vigentes al mismo, es decir, las barreras de entrada a la distribución equilibrada internacional, busca atender

demandas insatisfechas y permite desarrollar las sinergias que la cultura tiene en todo el sistema social y

económico de un país.

De todos modos, la política de excepción cultural tampoco debe ser otra cosa que una vía defensiva revisable en

el tiempo, y válida mientras se ejecuta una política activa, industrial, de sustitución de importaciones y de

generación de un tejido industrial cultural y comunicativo propio, y que era la filosofía general industria lista de

América Latina en los años 50/60.

La propia UE entendía que cada país miembro, y dentro de ciertos límites, puede aplicar políticas

discriminatorias favorables a su industria audiovisual nacional.

En suma, no se trata de defender la diversidad sino de construirla. Esa responsabilidad no es trasladable solo a

otros, ni siquiera a los países dominantes. Se trata de apostar por la industria cultural propia como un eje central

en las políticas territoriales e industriales.

III. Oportunidades y amenazas para las culturas regionales en el entorno digital

Las tecnologías no tienen virtudes intrínsecas de desarrollo económico o de ampliación de la democracia

participativa en los ámbitos territoriales. No tienen per se efectos estructurantes si no se dan otras condiciones.

Son las interrelaciones entre sociedad, administraciones, servicios y sector privado pueden configurar una

compleja red integrada de múltiples canales comunicativos que conforman "redes de gobernanza" en las que

interactúan influyéndose o desplazándose los diferentes actores. Siguiendo el marco conceptual de Amartya

Sen estas interacciones pueden expandir las capacidades de las personas de una comunidad creando nuevas y

mayores oportunidades, pero para que eso ocurra se requieren unas infraestructuras, un entramado

comunicativo y un cierto enfoque de política pública (Oriol Prats J., 2002).

Ciertamente la digitalización supone una oportunidad:

a) Para la cultura como tal, porque permite, por un parte, el desarrollo de la cultura de proximidad y la ampliación

de demandas locales como compensación a la internacionalización y, por otra, acceder a un público amplio a

culturas variadas pudiendo compartir el patrimonio, catálogos y producción de países distintos.

b) Para la democratización, en la medida que se da una interactividad un diálogo, una compartición de recursos

y una proliferación de contactos.

c) Para la creación cultural ya que hay una gigantesca necesidad de nuevos contenidos siquiera para alimentar

la inmensa infraestructura generada, mientras se están abriendo nuevas formas híbridas de creación y

expresión, más allá de los compartimentos disciplinares.

d) Para la propia distribución de obras puesto que:

Se diversifica mediante la multiplicación de vectores en los que volver a ofertar una obra, haciéndola

accesible desde distintos canales, pudiendo así alcanzar a públicos distintos, lejanos y amplios.

La digitalización y la compresión permite disminuir los costes de soportes y distribución dando

muchas más facilidades de colocación en el mercado.

La propia oferta de contenidos se afina para dirigirla a públicos-objetivo e incluso a individuos determinados.

La autoría gana así nuevos mercados, puede controlar y gestionar por su cuenta la edición y tener nuevas fuentes de ingresos.

Sin embargo, las amenazas y riesgos que acompañan al proceso vigente de digitalización parece superar a las

oportunidades, no en el ámbito de las potencialidades, sino en el de las realidades. En efecto:

a) En general, hay gigantescos procesos de concentración de capitales, en detrimento del pluralismo en la

creación, producción y distribución. Los grandes grupos chocan o se alían, cuidan su competitividad y

rentabilidad, perjudican a productores y distribuidores independientes pero no están exentos de fracasos.

b)Se da una limitación de la diversidad cultural. Las obras USA circulan cómodamente, a través de los

nacionalmente compartimentados mercados nacionales y, en ocasiones, produciendo desde ellos (edición de

música autóctona).

c)Se están fraguando así dos mundos culturales que van a dos velocidades: una cultura transnacional con

predominio anglosajón con efectos de clonación en el mundo (y con entradas coyunturales de producciones de

algunos grandes países europeos) y culturas locales, cada vez más incapacitadas para ostentar el rol de la

reproducción cultural social, y acercándose a roles de corte folklórico, de conservación de vestigios queridos

del pasado.

d) Para la cultura aumentan también los riesgos económicos porque hay mayores incertidumbres: una

rentabilidad todavía menos asegurada; un debilitamiento de las ventas en serie y una proliferación de ofertas

entre las que es difícil diferenciarse.

e) Los intangibles, los derechos de propiedad intelectual o de exclusiva, de explotación, de comunicación y

difusión, se constituyen en el núcleo central del sistema; por su carácter de monopolio natural encarecen los

productos a pesar de los avances tecnológicos y tienden a ser gestionados por los grupos capaces de pagar los

derechos más solventes y solicitados. La piratería no es una solución pero la pura represión sin reorganizar los

mercados, tampoco.

f) Hay también crecientes riesgos para la remuneración de la autoría y los detentadores de derechos al

escaparse las formas de distribución sin apenas límites; la piratería, la imitación, las diferencias de legislación,

de prácticas y de precios no ayudarían a la retroalimentación de la diversidad cultural, mientras aparece el gran

problema de gestionar los derechos por unos servicios, los culturales, que ya no tienen sólo base territorial.

g) En ese marco de incertidumbres, la influencia de los distribuidores en la gestión y determinación de la oferta

es creciente, y su gigantismo un cedazo para la creación libre y remuneradora.

Con todo, las comunidades no pueden desentenderse del despliegue de la economía y la cultura informacional,

desde todos los puntos de vista: disposición de recursos culturales e informativos propios, acceso social,

comunicaciones, servicios a la ciudadanía, desarrollo de un sector innovador y generador de empleo en la

economía regional (Delgado 2002), aunque sus resultados sean bien distintos, según se trate de regiones

desarrolladas o menos desarrolladas(8).

En suma, las comunidades no pueden no estar en el desarrollo informacional y cultural pero deben hacerlo

desde mecanismos de apropiación según las necesidades concretas y sin reproducir los usos standard que

proponen los vendedores de aparatos y redes.

IV. Herramientas emergentes en políticas culturales territoriales

No hay herramientas neutrales de política pública y su selección y utilización dependerán de las tendencias(9) y

los criterios básicos de partida pero, al mismo tiempo, disponer de criterios y no concretarlos con herramientas

y medidas aplicables sería un ejercicio tan bello como estéril.

Algunos criterios genéricos de Política Cultural que cabe sostener serían:

la pertinencia de los enfoques de la democracia cultural combinados con el desarrollo regional;

la concepción de la cultura como un derecho cívico y social básico;

la dignificación de los servicios públicos sin confundirlos con la gubernamentalización informativa;

el impulso de la creatividad de los actores sociales;

el estímulo de la integración cultural o multicultural y de una vida cultural intensas;

la descentralización de las comunicaciones;

la promoción de las culturas minoritarias;

la fluidez comunicativa entre culturas;

la reducción de las desigualdades en el acceso a la cultura (López de Aguileta 2000).

la limitación de los procesos indeseados de concentración de capital;

la autonomía y protección de los creadores y comunicadores;

la autoorganización de los usuarios de la cultura y la comunicación;

el acceso de la expresión regular de los disensos y de la diversidad cultural social;

la consideración del sector cultural como un sector estratégico;

el seguimiento y corrección de los desajustes producidos por los mercados;

la transferencia y experimentación con tecnologías dúctiles;

la educación social en el uso funcional de las nuevas tecnologías....

la necesidad de la regulación y la reglamentación también en el universo digital, rescatando las

nociones de ―servicio público‖ y de ―servicio universal‖;

Creciente sustitución de la subsidiarización por la incitación e implicación financiera de los agentes

privados.

Las herramientas de política cultural y su utilización dependen de los criterios, pero conviene detenerse en ellas,

porque hoy tienden a diversificarse para adaptarse a los requerimientos de la cultura en sociedades complejas.

Los destinos y herramientas normales de aplicación del dinero público se dirigen a cubrir distintos programas

necesarios que responden a las funciones tradicionales de patrimonio, creación, producción y difusión(10), y a

los que en las comunidades con lengua propia se le añade la política lingüística, y en algunos territorios se

añade el servicio público de radiotelevisión.

En esas herramientas tradicionales los dilemas se sitúan normalmente en la proporción de la financiación entre

las actividades gestionadas por la propia administración y las ayudas destinadas a los distintos agentes y su

distribución; entre infraestructuras y servicios; entre la creación, la producción y la difusión que subvencionan a

distintos agentes de la cadena -artistas, grupos de espectáculos y empresas– o a la demanda -e indirectamente

a creación y producción-.

Se ha ampliado así enormemente la nómina de herramientas de gestión. Por ejemplo, sin que ya constituyan

novedad y sin ánimo exhaustivo:

Los Libros Blancos sobre la cultura regional, o sobre un sector como el industrial cultural, o sobre un

subsector como el audiovisual, entendido como una posible especialización productiva regional. …. Son, sobre todo, un diagnóstico para ulteriores Planes concretos y normativas de desarrollo(11).

Planes plurianuales de infraestructuras con reservas presupuestarias para proyectos culturales

estratégicos (digitalización de televisiones, museos o bibliotecas en red, redistribución territorial de equipamientos..)

La aplicación de medidas de política industrial al ámbito cultural. Caben líneas generales de tipo general y horizontal, como son las ―sociedades de capital riesgo‖ o la formación de Cluster de

cooperación entre empresas de un sector con el apadrinamiento de la Administración. O caben vías específicas que partan de las ideas de que la cultura es ―innovación‖, o de que el sistema de pura

subvención debe ceder progresivamente el paso al sistema de incitación y de compartición de riesgos.

La aplicación de medidas financieras, como las vías preferentes de crédito público o concertado entre

administración, asociaciones de productores y banca privada, condicionados a aportaciones privadas

de capital.

La aplicación de medidas fiscales de incitación mediante tipos preferenciales para la inversión y el

mecenazgo cultural, o desde medidas novedosas como el tax léase o inversiones temporales de opción fiscal.

La formulación de Planes estratégicos cuyo fundamento puede ser múltiple: el interés común en

reforzar y modernizar la cultura de un territorio; el estímulo y orientación tanto de las energías creativas como de las productivas del ámbito cultural; la promoción y fomento de un ―sector cultural‖

con acento en lo productivo, pero también en la distribución y difusión; la necesidad de orientar, con metas a largo plazo y concertadas, las políticas culturales del conjunto de instituciones regionales y

establecer pautas para el comportamiento seguro de los agentes sociales y privados.

Los observatorios especializados o sobre el global de la comunicación y la cultura.

La puesta en pie de órganos globales mixtos, público-privado-social, como mecanismos de

coparticipación y cogestión de los interesados en la acción cultural, logrando así un plus de legitimidad a las decisiones comunes, una orientación adecuada y sinérgica en tanto se aprovecha el

conocimiento de los representantes sectoriales y agentes sociales.

Los Institutos o sociedades de apoyo a las industrias culturales territoriales –caso del SODEC (Societé

de Développement des Entreprises Culturelles) del Quebec- u órganos especializados como un

instituto o un consorcio regional para un ámbito, por ejemplo el multimedia, al que se le considere un sector industrial emergente, susceptible de apoyos sectoriales y horizontales, y que reclama la

coordinación competencial de distintas instancias del gobierno regional: Cultura, Industria, Educación, Hacienda, Tecnología y Comunicaciones.

La transversalización administrativa con coordinación en lo funcional, competencial y /o territorial, con o sin nuevos organismos, y complementando las clásicas y compartimentadas unidades

administrativas.

La puesta en pié de parques industriales y de servicios culturales que suponen nuevas experiencias

de intervención pública en el sector cultural, una nueva herramienta de política cultural, territorial e

industrial por aplicación de la teoría y práctica de los parques tecnológicos al ámbito cultural, en forma de parque temático cultural productivo y de servicios. Lamentablemente hay más parques temáticos y

de atracciones o Megacentros Comerciales con ofertas de ocio que parques productivos (Azpillaga y otros 1995). Los parques propiamente culturales significan una cierta imbricación entre la política

cultural y una política industrial y tecnológica, atenta sea a los problemas de la construcción de la identidad nacional o regional y/o al impulso creativo de la producción y uso social de la cultura(12).

Nuevas modalidades, servicios, misiones y formas de gestión de las televisiones regionales y de

proximidad(13) como marco tractor del sector audiovisual regional y concertado mediante contratos-

programas plurianuales de obligaciones tasadas y controladas por una Comisión de Seguimiento, a

cambio de financiación pública. Se introducirían así una relegitimación de los servicios públicos y una entrada en la agenda colectiva de la discusión sobre su lugar social, al mismo tiempo que permitirá

racionalizar su gestión financiera, evitando que sean sacos sin fondo que financian injustificadamente programaciones comerciales.

V. Apuestas de globalización cultural alternativa

Con todo es momento también de plantear el tema de la diversidad y de la producción propia de contenidos en el

ámbito global, como una dimensión más de las apuestas de globalización alternativa. No olvidemos que no es

una cuestión puramente local. Además de ser objeto de preocupación de movimientos sociales, de culturas

minoritarias y de pequeños países, lo es también de civilizaciones estigmatizadas.

Se trata de generar un espacio público mundial que la ―era digital‖ propicia pero que la estructura económica y

geopolítica mundial neutraliza en buena parte. Quizás algunos de los hitos a sostener sean:

La defensa de la creación y de los creadores así como de los derechos de autoría.

La prioridad de los intereses culturales sociales de modo que se anteponga la diversidad a las reglas

del libre comercio, los derechos sociales a la cultura de pago.

La institucionalización de la diversidad garantizada a escala internacional en lo cultural y lingüístico

sobre la base del desarrollo del concepto de los derechos sociales a la cultura (Ver Informe Mundial sobre la cultura 2000-2001).

El acuerdo sobre estándares técnicos y circulación de patentes (―software libre‖ por ejemplo) que

abaraten la Sociedad de la Información.

la formulación de una doctrina de límites a los procesos de concentración en el ámbito cultural y

mediático.

líneas de cooperación entre países limítrofes o culturalmente próximos. Las asociaciones de países

deben jugar en el ámbito de las culturas analógica y digital un papel importante de discusión,

diagnóstico, impulso y coordinación de los países miembros y de sus territorios.

Lo deseable sería poder animar a una segunda vuelta, reformulada, de las viejas políticas del NOMIC (Nuevo

Orden Mundial de la Información y de la Comunicación) propuestas antaño por la UNESCO y dando la

preeminencia ahora a la cultura, a los contenidos -y no solo a la comunicación- y basándose en el

multilateralismo y en las experiencias sociales y comunitarias.

Sin embargo está vía está cegada siquiera porque cuando USA y Gran Bretaña oyen las palabras ―política

cultural y comunicativa‖ se ponen muy nerviosos. No hay que olvidar que se salieron de la Unesco por esa

temática y que es relativamente reciente su vuelta.

Quizás sea más realista abordar dos vías simultaneas. En el plano institucional internacional, especial desde la

Unesco, desarrollando el Tratado de la diversidad cultural y del patrimonio y profundizando el proyecto de

Diálogo de civilizaciones. Claro que con la crisis de la capacidad resolutiva del sistema institucional

internacional habrá que desearlo fuertemente y desde muchos ámbitos. En el plano institucional local y

alternativo, fortaleciendo los lazos entre las gentes de la cultura, de las ciudades (Agenda 21) y de las regiones.

Se trata de construir lo local y lo global de forma alternativa a las dominantes, y en disputa tanto con los poderes

transnacionales como con aquellos poderes nacionales o locales que les son afines en intereses o políticas.

Bibliografía

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Notas

(1) Castells (2001) diferencia las distintas geografías. En primer lugar la técnica. En las líneas de

telecomunicación hay predominio de los enrutadores y nodos estadounidenses que se basan en una gran red de

banda ancha que conecta a los principales centros metropolitanos del mundo. En segundo lugar, la geografía de

usuarios que sigue la distribución desigual de la infraestructura, la riqueza y la educación en el planeta. En

tercer lugar, la geografía de la producción de Internet, en lo relativo a fabricantes de Internet y de software, está

polarizado en centros tecnológicos selectivos y muy concentrados, con predominio norteamericano. En lo

relativo a los proveedores de contenidos –rastreable por los dominios– ocurre lo mismo. La hegemonía

americana es evaluable en un 50 por ciento del total de dominios, un 83 por ciento de las páginas más visitadas,

una media de 25 dominios registrados por cada mil habitantes lo que indica una asimetría creciente entre

producción y consumo de contenidos de Internet. Además 17 de las 20 principales ciudades en el ranking de

dominios están en USA.

(2) Para un análisis exhaustivo ver R. Zallo (dir) (1995) y R. Zallo (2002 y 2003) en los capítulos relativos a

políticas culturales territoriale sy regionales en España y en Europa, respectivamente en E. Bustamante (coord)

(2002) y en E.Bustamante ( coord) ( 2003).

(3) A. Castiñeira (2001) muestra que el concepto de ciudadanía clásica o nacional, y que traía consigo las

políticas del universalismo igualitario y la homogenización cultural, está en cuestión, como resultado de los

procesos de integración supraestatal y de globalización, las reclamaciones de las naciones sin Estado, el

pluralismo cultural y la individualización. Compiten para sucederle tanto el concepto de ciudadanía cosmopolita

como las políticas de la diferencia en la que se conjuguen identidades complejas, lealtades múltiples y

soberanías compartidas y que, en la medida que disociaría el vínculo entre ejercicio (universal) de ciudadanía y

nacionalidad, podrían dar cuenta mejor en una sociedad abierta de los fenómenos de integración de culturas

diferenciadas y de acogida de la inmigración. Desde un punto de vista más general sobre el lugar social de la

cultura, ver Ariño A., (1997).

(4) Las regiones, todavía son una realidad cultural, social, económica y política por descubrir, más allá de las

políticas de cohesión. (D‘Angelo M. y Vesperini P., 2000). Europa misma, más allá de algunas instituciones

consultivas, no tiene una política autónoma de las regiones como tal, y su desarrollo depende más de los

Estados y de si mismas.

(5) Durante los últimos años, la cultura, en general, y las industrias culturales, en particular, han atraído la

atención de las diversas administraciones públicas, fundamentalmente como instrumento de reestructuración y

desarrollo de los tejidos económicos urbano y regional (Sicsú A.B., Bolaño C.R.S., 2001) . La cultura y la

comunicación se han convertido en un elemento común en las nuevas estrategias de desarrollo regional que se

están aplicando en el mundo, si bien desde enfoques muy diversos. En este sentido, "comunicación y cultura"

es no sólo un sector que presenta importantes perspectivas de desarrollo económico a través de altos efectos

multiplicadores regionales y un fuerte potencial endógeno, o mediante la proyección exterior de una imagen

positiva, sino también un vector de transformación y adaptación tecnológica y social. Dentro del sector, la

prioridad es para el audiovisual, tanto por su transversalidad y versatilidad como por las tendencias de hecho

(las redes dominantes, los usos sociales implican su demanda masiva, creciente y diversificada y organiza al

resto de actividades culturales).

(6) El dinamismo cultural de un territorio depende de muchos factores: de las inversiones culturales, de las

competencias profesionales y articuladas en red, de la existencia de un espacio mediático auto-referencial, de la

extensión cultural o de las transversalidades temáticas. Se producen además sinergias varias, por ejemplo entre

eventos culturales que otorgan notoriedad, polos institucionales activos, inversiones y participación en redes

internacionales.

(7) Después del 11 de setiembre del 2001 con el nuevo unilateralismo disciplinador y el regreso de modalidades

de Estado autoritario y xenófobo en algunas democracias, se amplía el cuadro de riesgos.

(8) En efecto solo las primeras disponen de la capacidad de establecer relaciones con sinergias entre sus

propios recursos internos y de éstos con los foráneos, mientras que la segundas deben recurrir a soluciones

imaginativas y adaptadas que mejoren sus servicios, sus recursos… lo que, por acumulación, podría posibilitar

un salto cualitativo en su desarrollo o, al menos, reducir la brecha respecto otras regiones.

(9) Algunas de las tendencias en política cultural territorial en Europa al inicio de esta década: a) Cambio de

signo en las infraestructuras de alta inversión que van abandonando la espectacularización o la

monumentalización per se, por finalidades más productivas, o especializadas o de puesta en valor sinérgica del

espacio. b) La puesta en valor y el descubrimiento de masas de una parte del arte tradicional especialmente en

el ámbito museístico y con más retraso en otros equipamientos. c) Las inversiones en nuevas tecnologías y su

difusión. d) Los poderes públicos ni siquiera deben explicar su necesidad, pero por el momento se trata más de

la configuración de redes con finalidades de desarrollo económico que de una preocupación por los contenidos

que circularán por ellas y su incidencia en el sistema cultural e incluso productivo. e)Tendencia al incremento

presupuestario de algunos poderes públicos en Cultura al calor de su descubrimiento como fuente de desarrollo

regional. f) Las apuestas preferentes por el audiovisual en tanto forma expresiva de alto consumo social y de

polivalencia tanto en la cultura analógica como digital. g) Las preocupaciones identitarias y lingüísticas han

pasado a primer plano como reacción en un mundo globalizado.

(10) Básicamente, los programas suelen ser de patrimonio (mueble e inmueble, archivos, museos, bibliotecas..),

equipamientos de infraestructuras e instalaciones (teatros, conservatorios, casas de cultura, locales varios..),

ayudas para el aprendizaje (becas) y la creación (premios a artistas, encargos, concursos…) o la difusión

(financiación de espectáculos, giras, programas culturales, muestras, certámenes…), ayudas a fondo perdido, o

con reembolso, o bonificaciones para préstamos ventajosos para la producción y las empresas.

(11) Si del sistema cultural se tratara un país pretendería, de forma ideal, que fuera diversificado, conectado,

integrado y flexible, tanto industrial como tradicional y capaz de satisfacer demandas culturales internas,

generar empleo, exportar producción cultural, estar al día y aprovecharse de los cambios derivados de la

sociedad informacional. Siempre habrá que primar algunas de esas dimensiones.

(12) Los casos más productivos en España son diversos: a) un modelo más puro como el vigente de Ciudad de

la Imagen de Madrid, o el aún más especializado previsto en la Ciudad de la Luz de Alacant o el del distrito 22@

en Poble Nou de Barcelona,. b) Un modelo más globalmente cultural como el previsto en la Ciudad de la Cultura

de Galicia; c) un modelo más convencional y modesto es la presencia de empresas audiovisuales o multimedias

en los parques tecnológicos al uso o con centros de producción y platós para grabación y rodajes (Media Park

en Barcelona; Proyecto Feria de Muestras en Bilbao...)

(13) En el plano sociopolítico, permite presentar los acontecimientos de todo tipo desde claves propias de

interpretación, visibilizando las relaciones sociales y facilitando la participación política y la cohesión e

integración social. En el plano cultural, permite reforzar la propia identidad cultural, a lo que habría que añadir el

apoyo a las industrias culturales del entorno. En el plano económico, ha de tener sus costes compensados por

sus beneficios sociales y políticos y su capacidad de dinamización económica regional. (Moragas M. y Prado, E.,

2000; Garitaonaindia C., y López B., (Eds) 1999).

Ramón Zallo Elguezabal

Licenciado en Derecho y en Economía. Doctor en Ciencias de la Información. Catedrático de Comunicación

Audiovisual de la Universidad del País Vasco de España. Imparte clases en la facultad de Comunicación en

materias de estructura, economía y empresas de comunicación audiovisual y cultura, desde 1978.

Ha publicado, aparte de numerosos análisis de política vasca, varios libros de comunicación y cultura:

Economía de la comunicación y la cultura, AKAL, Madrid (1987); con E. Bustamante (Coords.) Industrias

Culturales en España, AKAL, Madrid (1988); El mercado de la cultura, Gakos, Donostia (1992); (director)

Industrias y políticas culturales en España y País Vasco, UPV, (1995). Asimismo ha publicado capítulos en libros

colectivos, entre ellos Los costes del cine en España en Alvarez Moncillo J.M. (Coord) La industria

cinematográfica en España (1980-1991), Fundesco, Madrid, 1993; Las industrias Culturales en la economía

informacional en: Mastrini G. Y Bolaño c. (eds.) Globalización y monopolios en la comunicación en América

Latina, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1999; Políticas territoriales culturales en España en. E. Bustamante (Coord.)

Comunicación y cultura en la era digital. Industrias, mercados y diversidad en España, Gedisa, Barcelona, 2002.

La Agenda 21 de la cultura: una propuesta de las ciudades para el desarrollo cultural

Jordi Martí

1. Los antecedentes

En la última década del siglo XX, instituciones públicas, privadas y organizaciones no gubernamentales (ONGs) respondían al impulso de estas últimas y acordaban la Agenda 21 como base para la realización de planes de acción locales, estatales, nacionales o corporativos para el medio ambiente. La conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Río de Janeiro, 1992), la Declaración de Aalborg sobre la Agenda 21 local (1994) y la reciente conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Johannesburg, 2002) han constituido los principales hitos de un proceso que intenta dar respuesta a uno de los retos más importantes de la humanidad, la sosteniblidad ecológica, y compromete a todos los agentes implicados.

La sensibilidad acerca los temas medioambientales nace de la preocupación de seguir apostando por un modelo de desarrollo económico excesivamente depredador de recursos naturales. Ya son bastantes los textos y acuerdos internacionales que ponen de relieve peligros similares respecto al medio cultural. Hoy en día se puede afirmar con propiedad que ―el desarrollo cultural genera desarrollo económico, pero en cambio el desarrollo económico, por si mismo, no genera desarrollo cultural‖. Esta constatación fue ya realizada en la última década del siglo XX, en los trabajos promovidos por UNESCO en la década mundial sobre cultura y desarrollo (1988-1997), culminados en la publicación Nuestra diversidad creativa (1997) y en el plan de acción acordado en la conferencia intergubernamental de Estocolmo (1998) sobre ―Políticas culturales para el desarrollo‖.

2. Las causas

La idea de realizar una Agenda 21 de la cultura intenta responder a los retos de desarrollo cultural que la humanidad debe afrontar en el siglo XXI, el siglo de las ciudades. El documento estará orientado a identificar aspectos críticos y sobre todo, a enumerar con claridad aquellos ámbitos donde más claramente se pone de relieve la dimensión cultural del desarrollo. El documento deberá ser comprometido, en tanto que deberá llegar a las raíces de lo que hoy significa la cultura en el proceso de globalización, especialmente a partir de las diversas tensiones que se manifiestan hoy en cualquier territorio: tradición/modernidad, local/global, público/privado, identidad/diversidad, conocimientos/valores,.

El documento apelará básicamente al compromiso de las instancias públicas de la cultura, desde los gobiernos locales a las naciones y los estados. El documento también constituirá un referente para las organizaciones privadas, las organizaciones no gubernamentales y el tercer sector (no lucrativo) que

desarrolla una misión eminentemente cultural. Así, el documento ―la agenda 21 de la cultura‖ se convertirá en un punto de partida y de apoyo para realizar procesos y redactar documentos de compromiso específicos en cada uno de los territorios y las entidades que lo suscriban.

La Agenda 21 de la cultura apela a un nuevo contrato social que permita afrontar los retos que el mundo tiene hoy planteados y pone la dimensión cultural como uno de los pilares básicos para la construcción de políticas para el desarrollo.

3. Los contenidos

Los contenidos de la Agenda 21 de la cultura serán el resultado de un proceso de elaboración con diferentes modalidades (seminarios, debates, talleres,...); los contenidos que se presentan en los ámbitos siguientes constituyen una primera aproximación no cerrada que deberá complementarse con las aportaciones e ideas que el debate aporte. Las tensiones señaladas en el apartado anterior impregnan el conjunto de contenidos y las formas con las que la Agenda deberá abordarlos pero además se tendrá muy en cuenta el nuevo paradigma cultural que emerge asociado a las tecnologías de la información y la comunicación.

3.1. Cultura y convivencia.

Cultura significa civilización. Ésta se edifica siempre a partir de unos valores que dan paso a unos derechos y deberes que quedan fundamentados en los ordenamientos jurídicos. La reciente globalización y su indudable dimensión cultural adolecen de marcos de referencia internacionales y de acuerdos que permitan gestionar el carácter público, comunitario o constituyente de la cultura. La lucha contra la pobreza y la inclusión social constituyen aspectos fundamentales en este proceso. A la vez, la cultura no puede desarrollar su dimensión constituyente sin una participación ciudadana más profunda, sin abordar los mecanismos de construcción de la identidad, sin implicar la nueva ciudadanía procedente de las migraciones recientes, sin valorizar la solidaridad para con nuestros conciudadanos, sin incorporar las identidades múltiples y en evolución, sin priorizar la educación y la cultura como aspectos transversales de la vida de las personas.

Temas clave:

Los valores

Los bienes públicos

Los derechos culturales

Nuevas fragmentaciones sociales

La participación ciudadana

La inclusión social

La lucha contra la pobreza

El papel de la comunidad

Las migraciones

La identidad y la diversidad

3.2. La creación y las artes

La creación artística, en todos sus formatos y situaciones (desde las creaciones de las primeras naciones o las comunidades indígenas hasta la creación de net-art en las grandes metrópolis), constituye una de los elementos esenciales de transformación de la realidad social. La creación conjuga tanto el compromiso del mundo del arte con las realidades de cada momento histórico (y el respeto explícito al carácter público de sus fuentes) con la existencia de derechos asociados a la

creación. Si la participación en la experiencia cultural (y especialmente artística) constituye, hoy, uno de los elementos claves para la configuración de una ciudadanía más comprometida y para la profundización de la democracia, elementos como la formación artística, la pedagogía del arte, la formación de redes y la financiación de la cultura cobran una importancia capital.

Temas clave:

La libertad de expresión artística

El fomento de la creatividad

La investigación

Los derechos de autor

Los sectores de la cultura

La nueva cultura digital

Las redes

La financiación

3.3. El patrimonio

Durante el siglo XX, casi todas las sociedades han aprendido a proyectarse hacia el futuro a partir de un pasado donde el patrimonio, en sus múltiples presencias (desde el patrimonio arqueológico al patrimonio etnológico), tiene un papel fundamental. En los primeros años del siglo XXI, la combinación de interconexión, hipermovilidad y saturación de información ha fragilizado algunos ecosistemas culturales, especialmente en aquellas áreas geográficamente periféricas o socialmente deprimidas y, por otro lado, ha creado nuevos entornos urbanos nada favorables al desarrollo cultural por su flagrante negación de los espacios públicos (urban sprawl) y una creciente privatización. Al mismo tiempo, la globalización ha permitido poner en valor tanto algunas culturas locales ―congeladas en el tiempo‖ como destacar aquellos casos de hibridación creativa entre la tradición y la innovación. En todo caso, el patrimonio (tangible e intangible) y la memoria constituyen elementos básicos del desarrollo cultural.

Temas clave:

La protección y la promoción del patrimonio

Los ecosistemas culturales frágiles: áreas periféricas, zonas rurales...

El patrimonio etnológico

Los espacios públicos

El urbanismo y la cultura

3.4. El acceso a la cultura, la democratización del saber.

El acceso a la cultura ha sido siempre una preocupación extendida entre los poderes públicos. De hecho ha orientado de manera casi excluyente buena parte de las políticas culturales contemporáneas. La primera cuestión a destacar es la necesidad de superar un modelo excesivamente paternalista en el cual el ciudadano simplemente accede o no, pero no produce. Cualquier comunidad produce cultura y debe alternar los roles de emisor y receptor cultural. Pero esta consideración no niega la necesidad de facilitar instrumentos que permitan una democratización real del saber, no sólo de la información, en la que el papel de la educación es imprescindible pero necesariamente complementado por otras instancias menos formalizadas que faciliten marcos donde adquirir conocimientos y sobre todo habilidades para decodificar un mundo cada vez más informacional.

Temas clave:

Centros de proximidad: bibliotecas, casas de cultura, ...

El acceso a la cultura digital

La educación

Los medios de comunicación

Estrategias educativas para los centros culturales.

3.5. El fortalecimiento de los agentes culturales

El desarrollo cultural reposa en una multitud de agentes que desarrollan bien una actividad cultural o bien una actividad con cierta dimensión cultural no siempre explícita. Los agentes culturales (personas u organizaciones) han sufrido (con pocas excepciones) una debilidad estructural; si el siglo XXI aparece como eminentemente cultural (además de ecológico) cabrá encontrar las maneras de fortalecer los agentes culturales dotándoles de mayor capilaridad social y compromiso comunitario. Las administraciones, a su vez, en el marco de la gobernabilidad, están creando marcos políticos con mayor capacidad de participación a las instancias sociales mediante muy variados partenariados y metodologías. Finalmente, los medios de comunicación y las industrias culturales locales desarrollan un papel fundamental a escala local, pero aquéllos medios e industrias que actúan a escala global (indudablemente, los principales mediadores culturales de la globalización) actúan casi sin instancias de discusión y control público, y sin comercio cultural justo.

Temas clave:

Las asociaciones culturales y artísticas

Los movimientos sociales

Las Organizaciones No Gubernamentales

Los grupos sociales y culturales no formales

Las universidades

Los sindicatos

Los gobiernos locales

Los gobiernos estatales

Los medios de comunicación

Las industrias culturales

3.6. Los medios de ejecución de la Agenda 21

Una Agenda 21 implica siempre la responsabilidad en la asunción de compromisos. La Agenda 21 de la cultura desarrollará algunos indicadores culturales que permitan evaluar el grado de implantación de los principios y objetivos fijados, y elaborará materiales para que organizaciones públicas y privadas puedan desarrollar sus Agendas 21 específicas.

Temas clave:

Los indicadores culturales: cuantitativos (consumo cultural, estándares de bibliotecas u otros centros culturales...) y cualitativos (clima cultural, interculturalidad, respeto a los derechos culturales, uso del espacio público...).

La creación de procesos de redacción y puesta en marcha de una ―agenda 21‖ específica para ciudades, naciones, estados u organizaciones públicas o privadas que suscriban el documento.

4. El proceso

La agenda 21 de la cultura nace como propuesta de los ayuntamientos de Barcelona y de Porto Alegre. La propuesta recibió el apoyo de un centenar largo de ciudades en la I Reunión Pública Mundial de Cultura (Porto Alegre, setiembre 2002), en el III Fórum de Autoridades Locales para la Inclusión Social (Porto Alegre, enero 2003) y en el Fórum Iberoamericano de Ciudades para la Cultura - Interlocal (Montevideo, marzo 2003).

La elaboración de la Agenda 21 de la cultura será un proceso amplio de debate y reflexión, que invitará a participar a:

Todas aquellas instancias internacionales que han impulsado los debates de cultura y desarrollo con anterioridad: Unesco, Consejo de Europa...

La Red de Autoridades Locales para la Inclusión Social

Las redes culturales internacionales como Eurociudades, Mercociudades, Interlocal...

Expertos en cultura y desarrollo de las ciudades que quieran implicarse en el proceso.

Borradores previos de los documentos se presentarán en múltiples reuniones y congresos.

Las ciudades promotoras se comprometen a trabajar para que la Agenda 21 de la cultura sea considerada como una herramienta valiosa y sea legitimada por los organismos internacionales correspondientes.

Barcelona se compromete a articular una estructura técnica estable que permita ordenar el debate y la participación. Además pone a disposición el Forum Universal de las Culturas 2004 como plataforma para culminar el debate y elevar a los organismos internacionales correspondientes, el texto de la Agenda para su definitiva aprobación.

A partir del mes de setiembre de 2003 estará operativa una página web explicativa del proyecto e interactiva con toda persona u organización que desee información y participación.

Jordi Martí

Licenciado en ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona y experto en gestión cultural, especialidad que ha adquirido en la misma Universidad y en ESADE (Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresa).

Ha sido gerente de la empresa de servicios culturales y educativos Trànsit Projectes, de 1988 a 1995, y ha participado como profesor en numerosos cursos y seminarios locales e internacionales sobre gestión cultural. Enter 1996 y 1999 ha formado parte del comité de dirección del Institut de Cultura de Barcelona y ha sido coordinador del Plan Estratégico del Sector Cultural, uno de los instrumentos clave en la política cultural barcelonesa en los próximos años. En julio del año 1999, después de las elecciones municipales, fue nombrado Director-gerente del Institut de Cultura de Barcelona, cargo que ocupó hasta julio de 2003.

Diversidad creativa y retricciones económicas La perspectiva desde un pequeño país

Luis Stolovich*

1. La cultura en cuanto fenómeno económico de relevancia

Las actividades culturales constituyen un fenómeno económico de relevancia, que moviliza cuantiosos recursos, genera riqueza y empleo. Las denominadas industrias culturales (industrias del ocio, de la información, de la comunicación) se caracterizan internacionalmente por una extraordinaria dinámica, encontrándose entre las de mayor ritmo de crecimiento.

En Estados Unidos las industrias del copyright(1)

alcanzaron en 2000 un valor de producción de U$S 680 mil millones, equivalentes al 7,5% del PBI y emplean a 7,6 millones de personas; su participación en el PBI más que se duplicó en las últimas dos décadas

(2); desde 1997 las industrias del copyright

lideran el ranking norteamericano de exportadores, delante de la agricultura y la industria automotriz(3)

. El peso del sector cultural alcanzaba cifras entre 3 – 5% en los principales países desarrollados

(4),

superando en importancia a industrias como las del automóvil o la química .

Cifras similares, e incluso superiores, se alcanzan en los países del Mercosur. En Argentina las industrias culturales –incluyendo actividades conexas- representan el 4,1% del PBI superando a otros sectores como la producción de automóviles, de tabaco, cuero, químicos y farmacéuticos

(5); en Brasil

superan el 6% (6)

.

La importancia adquirida por los productos culturales en el comercio internacional de bienes -y sobre todo de servicios- determinó que los derechos intelectuales, asociados a su creación y producción, sean objeto de particular interés en las negociaciones comerciales internacionales contemporáneas. Los debates en torno a estos derechos tuvieron uno de sus principales escenarios en la Ronda Uruguay del GATT (hoy OMC-Organización Mundial de Comercio).

Para algunos autores, las industrias culturales pasaron de la periferia al corazón de la economía, siendo definitorias de la nueva sociedad de la información

(7) ; para otros estaríamos transitando desde

la producción industrial a la producción cultural como característica de nuestra época(8)

. Se ha clausurado la época en que la cultura era considerada actividad suntuaria e improductiva

(9) .

2. Economía y cultura: del enfoque instrumental a uno que incluya la perspectiva

teórica

Pese a estas tendencias, ha existido un divorcio entre quienes se ocupan de la economía y quienes se dedican a la cultura

(10) .

La teoría económica no incluyó, en el pasado, a las actividades culturales. Para Adam Smith o David Ricardo, el gasto en las artes no contribuía a la riqueza de la nación. Smith veía la cultura como el dominio por esencia del trabajo no productivo, aunque no dejaba de reconocer -implícitamente- los efectos externos del gasto en cultura

(11). Alfred Marshall señalaba la imposibilidad de evaluar objetos

que, como los artísticos, eran únicos en su género, no teniendo equivalente ni concurrente(12)

.

Pero, progresivamente, se fueron sentando las bases de una ―economía de la cultura‖, gracias a los trabajos de diversos autores: William Baumol, William Bowen, Gary Becker, George J. Stigler, Alan Peacock, Peter J. Alexander, la Escuela de Elección Pública, entre otros

(13) . Al reconocimiento de la

economía de la cultura, como ámbito específico de la ciencia, han contribuido tres factores:

1. la propensión de las actividades culturales a generar flujos de ingresos y de empleo,

2. la necesidad de evaluar las decisiones culturales, que implican recursos económicos, y 3. en el plano teórico, el desarrollo de la economía política hacia campos nuevos

(14).

Dado lo incipiente de la disciplina, en los estudios empíricos de Economía de la Cultura la perspectiva dominante ha sido la de evaluar los impactos económicos de la cultura; impactos directos e indirectos, sean de alcance global (incidencia en el PBI del valor agregado por el conjunto de las actividades culturales), sean de un alcance limitado a los efectos de una actividad específica (por ejemplo: un festival o un museo) sobre una determinada localización geográfica.

―Todos estos estudios pretenden medir el efecto económico que se desprende del gasto interior en consumo e inversión, así como el gasto exterior en bienes y servicios del sector cultural, y su impacto directo, indirecto e inducido sobre la producción, el valor añadido, el empleo, la demanda de importaciones o cualquier otra magnitud económica relevante para el propio sector y el resto de ramas de actividad de una economía‖

(15).

Gran parte de los estudios de impacto económico de la cultura han tenido, y tienen, una finalidad instrumentalista: fundamentar la necesidad de incrementar los aportes económicos, públicos y privados, necesarios para financiar las actividades culturales.

Más allá de la importancia de estos estudios económicos, y de lo discutible si los apoyos a la cultura deben fundamentarse en los impactos económico-sociales de las actividades culturales o en los valores intrínsecos de la cultura, queremos enfatizar en otro enfoque de las relaciones entre Economía y Cultura.

La Cultura no es simplemente un factor de dinamización del crecimiento económico (PBI, empleo, comercio exterior, etc.) en el mundo contemporáneo, aunque este argumento sea fundamental para algunos políticos cuyas decisiones afectan los presupuestos de cultura.

Es también un gran desafío para la Ciencia Económica –y para los diferentes marcos teóricos de la Economía. La Cultura, con sus innovaciones y con sus especificidades, no sólo exige elaborar un instrumental teórico y metodológico específico, lo cual ya de por sí es un desafío. Exige crecientemente un replanteamiento del pensamiento económico. Si estamos transitando hacia una ―economía de la información‖ o hacia ―una economía de la creatividad‖, desplazando al viejo mundo industrial de bienes tangibles por la producción de intangibles ¿no habrá que replantearse muchas de las teorías y enfoques del pensamiento económico? En tal sentido, la Cultura es un desafío para la Economía. Más aún, cabe plantearse si la Economía como ciencia es capaz, por sí misma, de responder a estos desafíos.

Y si, por tanto, se debe utilizar el instrumental teórico y metodológico exclusivamente proveniente de la ciencia económica o si hay que considerar necesariamente también factores extraeconómicos, en tanto ―los bienes culturales no son sólo mercancías, sino recursos para la producción de arte y diversidad, identidad nacional y soberanía cultural, acceso al conocimiento y a visiones plurales del mundo‖

(16).

Por tanto, las relaciones entre Economía y Cultura no deberían observarse sólo con una perspectiva instrumentalista, para justificar más gastos e inversiones en actividades e instituciones culturales. Tampoco la Ciencia Económica debería estar sólo al servicio de evaluar políticas culturales, con la finalidad de otorgarle a éstas una cierta racionalidad; o sólo como una guía para la gestión de las empresas e instituciones culturales. Esas perspectivas deben, además, complementarse con enfoques teóricos –la ciencia por la ciencia misma, el conocimiento por el conocimiento mismo- que, a su vez, son indispensables –a la corta o a la larga- para las demás perspectivas.

Este enfoque, a su vez, lo queremos hacer desde el Sur, por más dificultades que haya –y por más que esas dificultades hagan parecer imposible el logro del propósito.

Los autores que incursionaron en la Economía de la Cultura han ido aportando reflexiones, hipótesis, estudios empíricos que en algunos casos, son contradictorios o complementarios entre sí y la mayoría de las veces terminan planteando nuevos interrogantes o perplejidades aún mayores de las que partieron. Hay entonces vacíos teóricos que, en la medida que avanzan los estudios empíricos se hace necesario ir aclarando.

Sus aportes teóricos, metodologicos y empíricos corresponden a sus realidades, a sus contextos sociales y culturales que son bien distintos de los latinoamericanos. Entonces, ¿sus observaciones, hipótesis, reflexiones, etc. son aplicables a nuestras realidades? ¿No sería necesario contrastar sus afirmaciones con la realidad concreta de nuestras países y, a partir de allí, intentar realizar aportes de alcance más general?

Esto lo planteamos no sólo a partir del Sur, sino desde un país que, como el Uruguay, por su escala pequeña, presenta algunos problemas diferentes a los de los grandes mercados latinoamericanos. Las restricciones relativas a la escala, con sus implicancias, sin duda estará permeando todos los análisis –lo cual probablemente tenga semejanza con la realidad de otros países o regiones dentro de otros países.

3. Algunos desafíos que la Cultura le plantea a la Economía

La Cultura presenta múltiples desafíos para la Economía –y para sus diferentes marcos teóricos. A título de ejemplo, mencionemos unos pocos:

Los problemas de la valorización de la producción cultural

La valorización de la producción cultural ofrece problemas desde el punto de vista teórico que exigen un tratamiento no convencional. Las peculiaridades de gran parte de los bienes y servicios culturales, así como la especificidad de su demanda, determinan reglas de formación del valor y de los precios, que no encuadran adecuadamente en los marcos teóricos existentes en la Ciencia Económica. Productos únicos sin equivalente, productos industrializados pero con un valor de uso ligado a la personalidad del creador, valor determinado por el contenido inmaterial de las obras, carácter perecedero y efímero de numerosos productos culturales -con un corto ciclo de vida-, sanción social del valor de los bienes y servicios mediante una demanda altamente inestable y difícilmente medible a priori serían, entre otros, factores que incidirían en estas dificultades teóricas.

Las explicaciones más comunes son propias de la teoría subjetiva del valor. Por ejemplo, Rama (1999) sostiene que en la producción cultural ―el valor se determina casi exclusivamente desde el lado de la demanda, y en la cual se encuentra con la subjetividad de los gustos y modas‖. El valor de cambio de los productos culturales mayoritariamente no estaría determinado ―por sus costos de producción directos ni marginales, ni por los costos asociados al tiempo de trabajo socialmente necesario de producción, sino por las determinaciones que impone la demanda‖

(17).

Esta perspectiva no parece tener en cuenta la capacidad de determinación de la oferta sobre la demanda, mediante la publicidad por ejemplo. Tampoco distingue entre el valor de los productos culturales industrializados y los espectáculos en vivo o las obras de arte sin reproducción masiva.

En fin, parecería que se requiere ahondar en esta cuestión. Por otra parte ¿cuál es el valor agregado del creador en ese proceso de valorización? Si se asume la eventual ―aleatoriedad‖ de la valorización

¿cómo incorporar la categoría ―apuesta‖ –que sería la posición del agente cultural- a un modelo interpretativo? Y así sucesivamente.

Relación entre nivel de Demanda Cultural – Nivel de Ingresos

Cuáles son las relaciones de determinación entre nivel de Ingresos de la población y el nivel de demanda cultural, con una perspectiva que combine un corte socio-económico (o de clases o grupos sociales), el mediano y largo plazo (introduciendo categorías como el ―capital cultural‖) y la coyuntura (o el análisis de los ciclos económicos y su impacto sobre la demanda de cultura).

Estructuras de mercado y eslabonamientos productivos

Cómo afectan la producción, difusión, distribución y consumo de bienes y servicios culturales las distintas estructuras de mercado existentes; cómo operan los ―eslabonamientos productivos‖ en cuanto fuentes de dinamización económica de las actividades culturales; ¿cuáles son los ―eslabones‖ que movilizan a los restantes, en el marco de cada uno de los sectores culturales.

El funcionamiento del mercado de trabajo cultural

La lógica del empleo y de las remuneraciones, particularmente en las actividades artísticas; su nexo con los demás segmentos del mercado de trabajo; el funcionamiento del star system, etc.

Diversidad Creativa – Tamaño del Mercado

¿Cuál es la relación entre Creatividad y Tamaño del Mercado? O en otros términos ¿de qué modo y en qué medida el tamaño del mercado se constituye, o se puede constituir, en una restricción para el desarrollo de la creatividad que se traduce en una oferta de arte y cultura?

En este artículo nos centraremos en uno de esos temas, que deriva de una preocupación propia de un pequeño país como el Uruguay: la relación entre Diversidad Creativa y Tamaño del Mercado.

4. La Relación entre Diversidad Creativa y Tamaño del Mercado

La creación simbólica, sea un proceso individual o colectivo, está ampliamente difundida en la sociedad. La creatividad no es una virtud rara, sino bastante común, en el ser humano. Pero algunos la convierten en la finalidad y el sentido de sus vidas: son los creadores de cultura.

Para que la ―obra‖ resultante de la creación simbólica se transforme en ―producto cultural‖, es necesario un reconocimiento colectivo o social. Es mediante este reconocimiento por parte de ―los otros‖ que asume la categoría y la calidad de ser un producto cultural y no meramente un acto creativo

(18). En el curso del siglo XX los ―productos culturales‖ –que implican esa relación social entre

sus creadores y sus receptores/ consumidores- comenzaron a transformarse en mercancías. El reconocimiento social de la creación simbólica pasó a operar por medio del mercado. Y el acceso a la cultura pasó a depender de la capacidad de pagar su valor en el mercado. La producción simbólica devino producción mercantil simbólica.

La creación cultural está entonces muy difundida en la sociedad, pero sólo una parte de esa creación se transforma en ―productos culturales‖ –que salen del ámbito doméstico o privado y tienen un reconocimiento social. A su vez, no todos los ―productos culturales‖ se transforman en valores de

cambio –cuando el mercado los acepta asignándoles un precio superior al costo del ―envase‖, al costo de producción y al pago de la renta cultural (o de la creatividad).

Esta creación cultural superior a la que puede absorber el mercado implica:

una sobreoferta estructural de bienes y servicios culturales (19)

,

la existencia de ciertas economías de escala; los costos fijos mínimos que requiere cualquier producción cultural exigirían de un mínimo de consumidores vía mercado, para que la misma se torne viable.

Esta sobre oferta llevaría a un constante problema de realización. El problema de realización, al no permitir la recuperación de costos vía mercado, generaría una presión en dos sentidos: en dirección al financiamiento publicitario como al financiamiento estatal

(20).

En el proceso por el cual una parte de la creación cultural se ―filtra‖ y una parte de esa creación se transforma en ―productos‖ y en ―mercancías‖ –aceptadas y valorizadas por el mercado-, intervienen 3 tipos de agentes que establecen complejas relaciones entre sí:

a. Los artistas, b. Las empresas e instituciones de producción y distribución de bienes y servicios culturales. ―Casi

sin excepción, los artistas no encuentran directamente a su público, sino que pasan por alguna forma de puerta de entrada. Un autor necesita una editorial, el artista de grabación un sello discográfico, el intérprete un promotor de espectáculos, el artista visual una galería, etc. Las puertas de entrada tienen porteros‖

(21).

c. El público consumidor.

Existe un mercado primario, que relaciona a los artistas y las ―puertas de entrada‖, en un complejo espacio de negociación; los porteros tienen una función de búsqueda y selección de artistas, son –por ende- el ―filtro‖ de la creatividad. Existe, a su vez, un mercado final, en el que, en formas complejas, interaccionan el gusto del público con la oferta de bienes y servicios culturales.

El caso de pequeños países

¿Cómo funciona este esquema en un pequeño país o, más precisamente, en un mercado de pequeña escala? Aparentemente, las restricciones a la creatividad artística y cultural tenderían a ser inversamente proporcionales al tamaño del mercado

(22).

Cuanto más pequeño el mercado, más restringido el diapasón de las creaciones culturales con viabilidad económica, o sea que puedan transformarse en ―mercancías‖ con un mercado que les asegure la recuperación de los costos materiales, la remuneración de los agentes y un cierto retorno económico. La diversidad creativa, en una mera perspectiva económica, queda acotada por los límites que impone el tamaño del mercado.

Ahondando más, esa relación Diversidad Creativa – Tamaño del Mercado, mediante mecanismos complejos adopta ―otra cara‖: el peso de las creaciones culturales nacionales en el consumo nacional de arte y cultura –o en otros términos, el grado de preferencia de los consumidores de un país por las creaciones culturales y artísticas de su propio país. Si bien este último está fuertemente influido por los mecanismos de la globalización y, en particular, por el control hegemónico de los canales de distribución y difusión, no es el mismo en los grandes mercados que en los pequeños.

Como lo ejemplificaría el mercado latinoamericano de la música, parecería existir una relación directamente proporcional –aunque ni lineal ni simple- entre el tamaño del mercado y el grado de preferencia por ―lo nacional‖. Cuanto mayor el mercado, mayor el espacio relativo para las creaciones nacionales –una mayor proporción de creaciones encuentra condiciones de viabilidad económica – y, por tanto, mayor peso de estas en el consumo cultural del país.

La siguiente tabla muestra las relaciones entre el tamaño de los mercados y la difusión de la música nacional, en algunos países.

Tamaño de mercado y difusión de música nacional

PAÍS Población PBI per cápita

PBI Global en millones

U$S

% de música

nacional en mercado

discográfico

% de música

regional en mercado

discográfico

Brasil 168500000 3305 556840 65 0

México 97400000 4964 483540 47 20

Argentina 36000000 7865 283130 52 21

Venezuela 23700000 4305 102040 37 35

Colombia 41600000 2193 91230 30 45

Chile 15000000 4807 72100 24 41

Uruguay 3300000 6373 21030 19 4*

* Sólo se incluyó como repertorio regional la música brasileña.

Fuente: Elaboración propia en base a Giúdice, George (1999) y Agadu (Uruguay)

Se podría sostener entonces que cuanto más grande es el mercado, más alta es la probabilidad de que la producción cultural y artística nacional tenga una mayor incidencia en los mercados, ocurriendo los contrario cuando los mercados son más pequeños. ¿Por qué?

La producción cultural y artística se caracteriza por la diversidad y la heterogeneidad. En el caso de la música, por ejemplo, imaginemos un amplio diapasón. En cada sector de ese diapasón se ubican diferentes géneros musicales (clásica, folklórica, rock, pop, etc.). Dentro de cada sector, o género, ubicamos, a su vez, una diversidad de estilos. Cada autor, cada intérprete, cada productor, se ubica en algún o algunos puntos de ese diapasón y a partir de esa ubicación se diferencia (horizontalmente) de otros autores, intérpretes o productores.

Existe, pues, una diversidad de posibles manifestaciones artísticas, pero no todas se pueden sostener económicamente como para incidir en los mercados. La existencia de costos fijos en la producción de actividad artística, discográfica, representaciones, etc. implican la existencia de un tamaño mínimo para que una manifestación artística sea viable económicamente. Es posible que en entornos pequeños determinadas manifestaciones no florezcan si la demanda no alcanza a cubrir este tamaño mínimo. En estudios sobre la programación de radio, por ejemplo, se encuentra la idea -que se verifica además empíricamente- de que las ciudades más grandes son las que soportan una diversidad efectiva mayor en los formatos de radio.

Sólo a medida que aumenta la escala del mercado se van tornando viables económicamente ciertas expresiones artísticas. Dado un conjunto de géneros y tendencias artísticas, en los países mayores (en población y en nivel de ingreso) se encuentra representado un número más amplio de éstas. De alguna manera es más probable encontrar un grupo dedicado a la danza nepalesa en Londres que en Montevideo. Grupos y géneros musicales o teatrales que subsisten perfectamente en contacto con el

uno por mil del público estadounidense no podrán desarrollarse jamás en contacto con el uno por ciento del público uruguayo.

Por otra parte, para alcanzar una diversidad de manifestaciones artísticas de calidad internacional, se requiere de una ―masa crítica‖. El número de creadores que producen obras de nivel internacional guarda relación con el tamaño de la población total del país. Esto es cierto sobre todo en mercados globalizados donde lo que están circulando no son mercancías uniformes sino productos intelectuales como las obras de autor.

Países pequeños, como es el caso del Uruguay, no reúnen la suficiente masa crítica como para una amplia presencia internacional. No es esperable que su propia producción cultural pueda cubrir toda la diversidad del espectro posible de manifestaciones artísticas.

Es razonable entonces que Uruguay tenga una participación relativamente menor en el mercado de las composiciones originales que se incluyen en discos de venta masiva en el mercado hispanoamericano (23).

Este es el marco para relativizar una conclusión de los estudios empíricos (24): la de que Uruguay consume mucha más cultura de la que produce. Es un país pequeño y la producción de obra de calidad comparable a la que existe en el exterior es poca. La producción local tiene ventajas de algún tipo para extenderse en el consumo local, entre ellas la accesibilidad -dado que la información facilita el consumo- y los elementos de identidad, que permiten una comunicación más específica con el público, de manera que es esperable una participación en el consumo nacional superior a la que hay en la producción global, pero esto tendrá sus límites.

Una segunda aproximación, que puede modificar –en parte- la relación antes planteada, surge del grado de apertura (o cierre) internacional que tengan los mercados artísticos.

En una economía abierta, con mercados artísticos con fluida relación con el mercado internacional, es esperable que se cumpla ampliamente lo antes afirmado: cuanto más pequeño es el mercado, más probable es que la obra de autor nacional tenga una menor incidencia e inversamente.

Pero una economía puede no estar plenamente abierta, ya sea por factores políticos –que llevan a limitar el flujo de intercambios artísticos internacionales-, ya sea por la existencia de políticas proteccionistas, que protegen a los creadores y artistas nacionales de la competencia extranjera y/o promueven su capacidad competitiva por distintos medios. Los ejemplos de Argentina y Brasil son notorios.

La instalación definitiva del rock argentino como género de grandes ventas fue durante la guerra de las Malvinas (1982). Se prohibió que las radios, pusieran música en inglés, y creció la difusión de los grupos nacionales. Desde la década del ‗60 rige en Brasil la llamada Ley Sarney, por la cual los productores fonográficos pueden descontar los gastos de producción de artistas locales de sus impuestos. En el momento de aprobación de esta ley el repertorio nacional representaba el 30% del mercado interno, mientras que a finales de los años noventa la participación del repertorio doméstico había llegado al 65%. A esto se suma una tasa de crecimiento de la industria fonográfica brasileña varias veces superior a la tasa promedio mundial y una creciente influencia de la música brasileña en los mercados externos.

Por tanto, la difusión de la obra artística nacional no sólo estará relacionada con el factor escala – calidad – diversidad, sino también con el grado de apertura / protección que cada mercado tenga.

6. Creatividad y difusión. La desigual “libertad” de los agentes

El grado de apertura/ cierre de la cultura de un país y el tamaño de su mercado dan cuenta de algunas de las restricciones o límites, económicos y políticos, que enfrentan las creaciones culturales de un país para transformarse en mercancías, que se realizan en el mercado. Esas restricciones interactúan, a su vez, con las estrategias de las ―puertas de entrada‖ a los mercados finales, o sea con las estrategias de las instituciones y empresas que ―filtran‖ la creatividad cultural y artística.

Analizaremos su funcionamiento a partir del caso de los mercados musicales en Uruguay (25)

.

En el caso de la música, por ejemplo, dos son los ―porteros‖ principales: los sellos discográficos y los medios masivos de comunicación, en especial la radio. Sus estrategias se constituyen en factores centrales para explicar el grado de difusión de la música de autor/ intérprete nacional.

En el caso uruguayo se constata que la mayor parte de la oferta de los sellos radicados en el país corresponde a empresas transnacionales, cuya prioridad no es la difusión del repertorio nacional. Los sellos nacionales, que son los principales difusores de la obra de autor nacional, ocupaban apenas un 11% de este segmento del mercado.

Las radios de mayor audiencia, por su parte, realizaban una baja difusión de la creación nacional: en los horarios de mayor rating (9 a 18 horas), del total de la emisión musical dedican entre un 11-12% a obras de autor nacional.

La programación radial se caracteriza por la extrema concentración de los temas que se emiten. Entre los temas más difundidos no aparecía ningún tema nacional. Esto de alguna manera confirma que se ha establecido la programación en torno a los singles y que los sellos pautan la programación alimentando de manera más o menos coordinada a los programadores de las radios.

En búsqueda de una explicación

La presencia de la obra de autor nacional en los mercados musicales de Uruguay se puede evaluar como relativamente baja, si se la compara con la mayor parte de los países latinoamericanos –y en especial con los vecinos del Mercosur. La pequeña escala del mercado uruguayo no permite que el país pueda alcanzar los niveles de difusión de los productos musicales nacionales que se logran en Brasil, Argentina y otros países. Pero, más allá de la cuestión de la escala, inciden otros factores, que tienen que ver con la lógica económica, las percepciones, las estrategias y los comportamientos de los diferentes protagonistas de los mercados musicales.

Como principales actores de estos mercados se encuentran: los artistas –autores e intérpretes-, los sellos discográficos –sobre todo las majors-, los medios masivos de comunicación –en especial las radios-, los anunciantes y el público –diferenciado en diversos segmentos –por edad, sexo, nivel educativo, posición socioeconómica, etc. Si bien tienen un poder de determinación distinto, estos diferentes actores interactúan entre sí. Las explicaciones acerca del comportamiento de los mercados no son lineales y unívocas, sino que hay diversas interrelaciones, efectos de ―ida y vuelta‖.

Las relaciones más relevantes, a efectos del funcionamiento del mercado, son las que se plantean entre:

Artistas - Sellos – Radios – Público

Anunciantes – Radios - Público

Artistas – Sellos

Los sellos internacionales desarrollan una estrategia de carácter global en la que los artistas nacionales no son la prioridad. Todos los sellos transnacionales radicados en Uruguay han incorporado artistas nacionales a su catálogo, pero se trata siempre de artistas y de proyectos testeados por el público y que ya han mostrado, en diversos grados, la capacidad de vender miles de discos.

Para estos artistas, la presencia de los sellos abrió una oportunidad de mejora en la calidad de los productos y, en algunos casos, de internacionalización. Pero para los restantes artistas el panorama no aparece favorable con el predominio de los majors en el mercado.

Pero existen contrafuertes a este dominio del mercado. Por un lado, si bien son marginales en el mercado, los sellos nacionales tienen una alta participación de los artistas nacionales en su catálogo. Son quienes descubren y desarrollan a estos artistas. Por otro lado, las ediciones masivas realizadas por radios y revistas uruguayas son las que principalmente han contribuido a la difusión de la obra de autor nacional.

Sellos – Radios

Según estudios del mercado latinoamericano, la radio es el principal factor para promover la música - nacional o extranjera- en los diferentes submercados musicales. Son, por lo mismo, un instrumento fundamental de mercado de los sellos discográficos.

De ahí que, en relación a las radios, una estrategia central de los sellos discográficos sea la colocación del artista –y en particular de algunos de sus temas- en el universo de sonidos permanente de los receptores, lo cual se logra mediante los singles y la repetición.

Los sellos internacionales tienen una oferta muy amplia de productos musicales y ejercen un marketing agresivo sobre los medios para que difundan determinados artistas y temas en determinado tiempo, conformando así un mercado musical basado en la obsolescencia planificada.

La alta inversión en marketing, incluso la presión sobre las personas con cargo de dirección de algunas radios para que difundan los singles no es algo que estén dispuestas a hacer las majors por todos sus artistas. Por ejemplo, no lo hacen con los artistas uruguayos que han firmado contrato con ellas.

Anunciantes – Radios

Las estrategias de las radios dependen del carácter de su negocio, que consiste en la oferta de programación –para captar cierto público- y la correspondiente ―producción de espectadores‖ –que se ―vende‖ a los anunciantes, que son su principal sostén económico.

Para los anunciantes la programación es el ―envoltorio‖ del mensaje publicitario. Su objetivo es llegar con el mismo a determinados públicos. El anunciante se acerca a una radio por su formato, por determinado programa, porque está interesado en el rating del mismo y fundamentalmente en el tipo de público al que accede la radio. Para el gran anunciante, más importante que el rating es el nivel socioeconómico del público al cual accede tal radio, formato o programa.

Los grandes anunciantes ejercen una gran influencia sobre la toma de decisiones de los responsables de las radios, pues están determinando una forma de subsistencia financiera de las radioemisoras. Al

elegir, el gran anunciante, está emitiendo un juicio positivo y negativo a la vez, un premio a las radios que llegan a los públicos que tienen mayor poder de compra y un castigo a las que acceden a los sectores populares.

Según los entrevistados (26)

, parecería que los anunciantes manejan ciertos supuestos sobre la segmentación del público de acuerdo a sus preferencias por géneros musicales, que derivan en una sanción negativa para la música tropical y el canto popular uruguayo.

Radios – Sellos - Anunciantes

En la selección de la programación de cada radio la lógica económica incide fuertemente, pero también las percepciones acerca de la realidad por parte de los decisores. Estos, a su vez, disponen de márgenes de libertad, lo que implica que no todas las elecciones estén determinadas estrictamente por una férrea lógica económica.

Como parte de esta lógica, sobre los responsables de las radios influyen los anunciantes -en particular los grandes- y los sellos multinacionales. Más allá de ese marco condicionante, existe la voluntad de los actores; en algunos casos la tenaz decisión de hacer una radio con perfil propio.

Esto abre un espacio en el que la música nacional sale favorecida en mayor o en menor medida, generándose así oportunidades que los artistas uruguayos deben aprovechar con su iniciativa.

Radios - Públicos

Una de las principales estrategias de las radios es la segmentación de públicos, si bien la estrategia de la segmentación tiene un límite en nuestro país, debido a la pequeñez del mercado. Por detrás de la segmentación se encuentra la competencia por los anunciantes.

En principio, los medios de comunicación dicen orientar sus programaciones para generar un producto acorde a las necesidades y deseos de cada grupo poblacional al que quieren llegar. Cada medio define su público objetivo y prepara su estrategia con el fin de atrapar esa proporción de la población.

Parecería que, tratando de captar público de nivel socioeconómico alto y medio alto, algunas emisoras perciben que esta audiencia no gusta de la música nacional y por tanto no la emiten o lo hacen en poca extensión. La cuestión es si esta percepción condice con la realidad.

La difusión repetida y machacona de un tema –y/o de un artista-, es una práctica habitual de las radios uruguayas, bajo la influencia de los sellos. Con la repetición se acotan las opciones de elección del consumidor.

Parecería que en la percepción de muchas personas con cargos directivos en emisoras radiales, el público uruguayo –o al menos ciertos segmentos del mismo- no gusta de la música nacional y eso estaría incidiendo sobre sus decisiones de programación. Hay claros indicios de la presencia de prejuicios acerca de la música nacional. Un factor influyente sobre las decisiones de programación es precisamente la visión que, respecto a la música uruguaya, tienen los directivos de emisoras radiales. Como elementos negativos de la misma destacan: la escasez de oferta, marketing insuficiente o mal encaminado, escasa profesionalización de los músicos uruguayos, prejuicios contra algunos géneros musicales, ciertos atributos inconvenientes de la música uruguaya, escasa creatividad y excesiva ―uruguayez‖.

Públicos – Radios - Sellos

Los sellos internacionales ponen a disposición del público una oferta discográfica en la que no priorizan artistas nacionales.

Los medios masivos de comunicación, a su vez, ponen en conocimiento de los espectadores sólo un subconjunto limitado de la oferta de productos musicales, de modo que ciertos temas y/o artistas tendrán muchas más oportunidades de ser conocidos que otros, y otros ni siquiera llegarán al conocimiento del público. A su vez, mediante la repetición ciertos temas son priorizados.

Sin embargo, no basta la repetición para un tema sea exitoso, éste debe ―pegar‖ –o sea, seducir al público, sea por su ritmo, su temática u otros atributos. Los consumidores no son una masa fácilmente manipulable.

Con cierta independencia de la influencia que ejerce sobre las elecciones del público la oferta discográfica, radial o televisiva, existen contradicciones en la población uruguaya, que afectan las preferencias por los productos artísticos uruguayos. Conviven permanentemente la búsqueda de identidad nacional con la preferencia por ―lo de afuera‖. Y eso restringe, de algún modo, la potencial demanda para la obra de autor nacional.

De cualquier manera, en las decisiones de consumo de productos artísticos –en particular musicales- el atributo ―nacional‖ es sólo uno de los que intervienen, y no siempre es el más importante. En última instancia lo que juega es si un tema ―pega‖ –por el conjunto de sus atributos.

En suma:

Hay fuerzas determinantes de las tendencias del mercado, en particular los sellos discográficos internacionales, que en alianza con los medios masivos de comunicación lograr difundir intensa y masivamente sus propios productos musicales.

Los medios masivos, en particular las radios, son una pieza fundamental de la configuración de los mercados musicales; pero una pieza que actúa condicionada por la presión de los sellos y de los anunciantes.

f.La confluencia de estas fuerzas tiende a darle forma a los mercados y a la distribución de la oferta de productos musicales según géneros, nacionalidad, etc.

Pero sus estrategias no son omnipotentes ni pueden definir los gustos y preferencias del público –aún cuando acoten las opciones de elección del consumidor. Tienen que seleccionar productos que sean capaces de cautivarlo.

Existen, por tanto, márgenes de libertad, más o menos importantes en cada uno de los puntos de la cadena de decisiones que forman los mercados musicales. No hay determinaciones lineales y unívocas, ni imposiciones férreas. Los artistas tienen grados de libertad, aún cuando sus opciones sean limitadas, salvo que por su talento hayan logrado la notoriedad propia del estrellato; las radios tienen grados de libertad, aún condicionadas por sellos y anunciantes; los consumidores tienen grados de libertad, aún cuando sus opciones de elección estén acotadas por la oferta que se les presenta.

Las elecciones de los consumidores, a su vez, están influidas por factores extra-mercado, que refieren a factores culturales –tales como las contradicciones entre Identidad Nacional y Maldición de Malinche (o preferencia por lo extranjero).

En el marco de factores económicos de mucho gravitación, la existencia de factores extraeconómicos (prejuicios, percepciones diferentes de la realidad, actitudes culturales, etc.) que también inciden más o menos fuertemente, abre espacios al desarrollo de políticas y, eventualmente, de campañas a favor de modificar una realidad que puede ser evaluada como relativamente negativa para el artista nacional.

5. Aprovechar los espacios

Hay determinantes, pero no hay determinismos fatalistas. Hay fuertes restricciones estructurales –que afectan a los países dependientes y en particular a países de pequeña escala económica- y hay imposiciones de estrategias de los agentes transnacionales dominantes en los mercados culturales, que dejan pocos espacios para el desarrollo de la creatividad nacional. Pero siempre existen, y se pueden crear, espacios.

Por su naturaleza ―plástica‖, por su flexibilidad e innovación permanente, por lo inesperado de la creatividad, por sus sorpresas, siempre se están creando espacios para los creadores y se trata de explotarlos con inteligencia.

Y para esto tiene que abrir perspectivas (―apertura de mentes‖) la Economía como Ciencia.

Nadie podía esperar hace 2-3 años que la irrupción en Uruguay de un fenómeno nuevo –probablemente transitorio-, como la nueva cumbia (o tecnocumbia), alcanzara tanto éxito como para conquistar amplios públicos en el país y volcar la relación música nacional/ extranjera en el mercado, derribar las barreras sociales (al penetrar clases y capas medias y altas), ocupar los espacios radiales y los programas televisivos de música, ocupar una fracción más destacada de las ventas discográficas e incluso transformarse en un ―producto de exportación‖.

Nadie podría esperar hace algunos años, los éxitos que comenzó a obtener la producción audiovisual uruguaya, que enfrenta restricciones más duras aún, por los altos requerimientos de escala productiva y comercial. "Este relativo despegue del cine de autor nacional se debe, en buena medida, a la creciente utilización de la tecnología del video como forma de filmación, edición y exhibición, pero también está ligado, entre otras cosas, a la consolidación de las escuelas de cine locales, una mayor disponibilidad de medios de producción (cámaras, equipos, estudios, etc.), el desarrollo de una incipiente industria audiovisual relacionada a la televisión y la publicidad (vinculadas a su vez, al desarrollo, a nivel universitario, de licenciaturas en comunicación), el desarrollo de nuevas estrategias financieras —que incluye la formación de redes inter-institucionales transnacionales—, la creación de formas alternativas de distribución y exhibición —tanto comercial como no-comercial—, y no menos importante, la construcción de un público de cine nacional"

(27).

Estos casos, incipientes aún y no consolidados, son ilustrativos de los espacios u oportunidades que se pueden abrir, pese a todas las restricciones, para la creatividad nacional.

La Economía, como ciencia productora de conocimientos, teóricos y empíricos, como fundamentadora de apoyos económicos a la cultura y como evaluadora de políticas, y como guía y ayuda para la gestión de las empresas e instituciones, ahí debe estar junto a los protagonistas de estas aperturas –no voluntaristas- de espacios, en un mundo globalizado que no los abre generosamente.

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Notas:

(1) Que incluyen las industrias culturales y la industria del software.

(2) Carlos Pauletti (El País, 29-9-2001). Ver asimismo David Throsby (1990), National Assembly of Local Arts Agencies (1994) y Jeremy Rifkin (2000).

(3) Rama, Claudio (2000).

(4) En Francia el complejo cultural alcanzaba en 1992 el 3,7% del PBI (Cardonna –1993), en el Reino Unido ascendía al 3,2%, las cifras eran del 3,2% en Suecia (Lipszyc, D. -1993).

(5) Abramovsky, Laura – Chudnovsky, Daniel – López, Andrés (2001). Ver también Getino, Octavio (1995).

(6) Buainain, Antonio Márcio et al (2001).

(7) Roncagliolo, Rafael (1999) afirma: ―Las industrias culturales resultan definitorias de la sociedad de la información, considerada como un estadio radicalmente nuevo (...) en la historia de la humanidad... Las industrias culturales no pueden considerarse más como un pequeño departamento en el conjunto de la producción industrial de los países. Cuando hablamos de industrias culturales, hoy en día, no hablamos de un epifenómeno sino de la médula de la economía‖.

(8) Rifkin, Jeremy(2000).

(9) García Canclini, Néstor (1999 c).

(10) García Canclini, Néstor (1999).

(11) Benhamou, Françoise (1996).

(12) Marshall, Alfred (1889).

(13) Estos aportes son sistematizados por Françoise Benhamou (1996).

(14) Ibidem.

(15) Bonet, Lluís (2000).

(16) UNESCO (1997) y Alonso, Guiomar (1999), citados por García Canclini, Néstor (1999 c).

(17) Rama, Claudio (1999).

(18) Rama, Claudio (1999).

(19) Rama, Claudio (1999).

(20) Garnham, N. (1979).

(21) Casacuberta, Carlos (2001).

(22) El tamaño del mercado está dado no sólo por la población del país, sino también por su poder adquisitivo –expresado cuantitativamente por el PBI per cápita, por ejemplo.

(23) Aunque son de destacar los casos de Jorge Drexler y Jaime Roos, y más recientemente los de la nueva cumbia.

(24) Ver Stolovich, Luis – Lescano, Graciela – Mourelle, José (1997).

(25) En base a la investigación Stolovich, Luis – Casacuberta, Carlos y otros (1999-2000): ―La difusión de la música y el teatro de autor nacional‖ para AGADU – Asociación General de Autores del Uruguay.

(26) Ibidem.

(27) Remedi, Gustavo. Inédito

Luis Stolovich

Economista. Profesor de la Universidad de la República de Uruguay, especializado en aspectos sociales y culturales del desarrollo. Miembro de la Asociación Culturec.

Aprendizaje del porvenir.

Belisario Betancur*

Agua que corriendo vas Por el campo florido;

Dáme razón de mi ser, Mira que se me ha perdido.

UNA LAVANDERA DE YARACUY (Venezuela).

En octubre del año 2000 se realizó en Cartagena de Indias el II Encuentro sobre el Patrimonio Folclórico de los Países Andinos (el I Encuentro fue en Coro, Venezuela). En aquel escenario del Caribe el escritor venezolano Antonio López Ortega evocó la copla yaracuyana que pide al agua la razón de mi ser que se me ha perdido; es decir, pide la vigencia de la cultura y, en concreto, de la cultura popular, dejada displicentemente de lado por la cultura académica. Algo similar puede señalarse del divorcio que se establece entre la cultura y la política, entre la cultura y la economía, con grave detrimento del tejido social. De esa absurda antinomia se habla en el presente escrito.

I.- El juez y la cicuta.

Toda convocación hecha por la política, es de una u otra manera una evocación de Aristóteles. La estructura de su pensamiento expuesta en Politeia, ha sido comparada con una pirámide invertida cuya base está representada por el modelo político; su cuerpo por el modelo antropológico y enseguida por el modelo ético. Entendía el filósofo que la política es la ciencia que se ocupa de los seres humanos en la vida de la polis, con leyes o sin leyes, en libertad o en obligación. El ser humano es, antes que nada, un animal político, el zoon politikon cuyo destino es vivir con otros; asociarse; en suma, estar, en comunidad, compartiendo no la soledad sino la otredad, según diría muchos siglos después el español Xavier Zubiri. Sería contraindicado pensar en un ser humano a quien rodean todos los atributos imaginables pero vive aislado, un Robinson Crusoe. Sería extraño, dice concretamente, que un ser en disfrute de todos los bienes del mundo esté en soledad: el ser humano está invocado a vivir en sociedad y su naturaleza es vivir con otros. Cuatro conclusiones deriva de tal principio el propio Aristóteles en los ocho libros de la Metafísica y en La Politeia, a saber:

La felicidad de la polis como totalidad, está estrechamente ligada a la plenitud de la individualidad. Y al contrario, la polis feliz es aquella en la cual los ciudadanos que la forman, están en plenitud.

Es forzoso educar en la politeia dentro de la polis, en la cual viven los ciudadanos conforme a las leyes y en libertad, precisamente porque vivir conforme a la ley no es esclavitud sino libertad. La cual debe ser democrática, puesto que los ciudadanos por naturaleza ansían ser libres; pero puede también la polis ser oligárquica, si los ciudadanos viven encadenados a las carencias por culpa de quienes disfrutan de lo superfluo.

La educación democrática debe formar a los seres humanos para gobernar y para ser gobernados, para mandar y para obedecer.

Si los seres humanos han decidido vivir en la polis bajo los principios de libertad, igualdad y fraternidad que reivindicarían los revolucionarios franceses de 1789, es natural que deban rechazar cualquier clase de despotismo y en todo caso acatar el sistema de leyes que se hayan dado en la polis. Por lo cual, el propio Sócrates se suicidó tomando la cicuta y no quiso aceptar la fuga que le proponían sus discípulos, porque un juez nombrado legalmente era el que había dictado la sentencia.

Se entiende así por qué expresé al principio que toda convocación de la política es una evocación del Aristóteles de la Metafísica y de la Politeia.

II.-La pirámide.

Y se ve con claridad, también, que la cultura de Occidente y, en concreto, la de Europa, nació en Grecia. Puesto que griego es el origen de vocablos como ética, política, democracia, lógica, análisis, dialéctica, síntesis.

Todo tuvo su origen en los presocráticos, de los cuales, por boca de Platón, con quien compartió veinte años de su vida, aprendió filosofía el joven Aristóteles que llegó a Atenas de solo diez y siete años procedente de la pequeña ciudad jonia de Estagira (de donde el estagirita, como se le llama). Siendo el ser humano naturalmente conformado, es preciso poner atención especial en su naturaleza, en su felicidad, que es su fin primordial dentro de la polis, en la cual se realiza a través de la familia, de la aldea y de la comunidad más amplia.

Por consiguiente, según el ejercicio ético dentro de la pirámide, es decir de la politeia o la política, los seres humanos deben estar inmersos en aquella ética lustral, puesto que la noética negaría su posibilidad de vivir en la casa de la sociabilidad.

III.- La Agenda.

Es oportuno ahora reflexionar sobre otros pormenores de este viaje al corazón de la política, de la economía y de la cultura, su acompañante necesario.

Empecemos por definir que la política es el oficio de dirigir los pueblos a través del tiempo en busca de la felicidad, diría Mauricie Duverger. ¿Qué son los partidos políticos? Conjunto de gentes -los simpatizantes y los activistas-, que siguen un repertorio de ideas, para capturar el gobierno y ponerlo al servicio de la comunidad.

Frente a la pregunta y la respuesta existen dos recursos didácticos: uno consiste en pedirle al lector que imagine un escenario para ubicar en él protagonistas y situaciones, como en los antiguos autos sacramentales; el otro es el de la agenda, más cercano a quienes hayan vivido entre libros, haciéndole a la historia el mester de escribirla.

Quien tiene una agenda se remite al agere o voluntad de hacer algo, a la determinación de ir hacia delante, de cumplir un compromiso, de hacer para transformar, de tomar al habitante y convertirlo en ciudadano. Recordemos el pensamiento de Octavio Paz cuando en 1994 decía de su país: Emerge, todavía entre brumas, un México desconocido: un México de ciudadanos. Generalizando esta premonición, en nuestra América ya se escucha el llegar de los ciudadanos a la historia.

Tal es el contenido de esa Agenda que se constituye en una utopía posible.

IV.-El Código Etico.

¿Qué se necesita para alcanzar esa utopía? Para que nazca el ciudadano es prerrequisito la existencia de la democracia y ello sólo es posible cuando aparecen la ética y los valores que la ponen en acción. El Club de Roma, en un denso estudio de Yehezkel Dror, profesor de las Universidades de Harvard y de Jerusalén, afronta el problema de los vicios y de las virtudes en la democracia y propone un código ético para políticos, como prerrequisito para dar curso pleno a su participación en una democracia de valores, que se realiza en el espacio público y en el tejido social. En esos lugares se produce el encuentro entre políticos y ciudadanos: y con el segundo, en los movimientos sociales y las asociaciones voluntarias que tienen como norte la ética.

En este caso se trata de la reiteración de que, según Aristóteles, si el fin último pertenece a la ética, se debe dar siempre el paso previo a la ponderación de los bienes para alcanzar el fin. Por ejemplo, trae el Padre Utz en su ―Etica Económica‖ la definición de que la economía de mercado en la medida en que esté en relación con la política económica, no se debe separar de la ética. En tal sentido hay una ética del consumo y una ética de la demanda, cuyos protagonistas son los individuos, las personas, los ciudadanos.

Porque es obvia la existencia de individuos: con ellos nos relacionamos; los vemos nacer, crecer, trabajar, ir al cinematógrafo, amar y padecer, tomar parte en las diversiones; unas veces asienten, otras disienten; y en el transcurso de sus vidas, forjan ilusiones que les sirven de viático hasta el final de su camino, cuando otra fecha -semejante a la primera- cierre sus días, ―los días que, uno tras otro, son la vida‖. Esta es la rutina vital, común, legítima en sí misma, monótona o veloz pero siempre apasionante , a la vez, fatiga y júbilo.

Pero sabemos que hay otra forma de existencia que puede definirse como estar presente a la manera de un ciudadano. Ello significa tener la capacidad de estar en y de comprometerse con el cambio del mundo, cada quien con el estilo y el diapasón que le dicten su sensibilidad, su percepción, su sitio en la sociedad. La filiación del ciudadano en tanto que tal, es su compromiso. Esta afirmación permite llegar a una orilla definida que nos ubica como actores y no como huéspedes simples de la sociedad: el ciudadano crea, innova, inventa, tiene iniciativa, se atreve, deja huella, abre caminos y los señala, controvierte y es controvertido pero se transmuta así en elemento activo; comienza a ser pequeño dios que continúa la transformación del mundo, dejado a medio hacer para que lo concluya con sus propias potencialidades, para que lo corrija, para que lo mejore, para que lo prolongue a su servicio, para que junte las aguas o las separe.

V.- Transmutar en la ética.

El mundo que emerge requiere que la democratización tenga origen en la educación y en la ética; que ésta supere la formalidad y la temporalidad, porque quien aspira debe estar en capacidad de interpretar la diversidad de sus opciones y de sus potencialidades. No hay tiempo extra de educación puesto que ella se identifica con la vida; nada hay más peligroso que alguien que piensa que ya se ha realizado, porque ese tal se dogmatiza en forma que disminuye su capacidad de ascenso o extravía la meta. La educación marca las instancias para vivir y convivir: si se compromete la totalidad de la vida, los valores tendrán capacidad para redefinirse a cada instante, superando el verse vacíos de contenido y alcanzando la plenitud.

En este momento debemos reflexionar sobre la necesidad de educar para la política y para la ética; educar para participar en los certámenes electorales y para hacerlo con pulcritud; educar para dirigir, porque se haya hecho de la ética política un asunto primordial de la vida.

Es explicable pero peligroso que en la oleada de pragmatismo que ha invadido la vida social -de vulgarización sería mejor decir, para no hablar de una nueva invasión de los bárbaros que reclaman e imponen el derecho a ser bárbaros-, también la política se vuelva pragmática y mecánica, en donde son las estadísticas y las encuestas las que importan, no las ideas. De antes los líderes se caracterizaban por trazar caminos a las sociedades, por alzar la antorcha en medio de las tinieblas, por ser mentores y guías de sus pueblos. Es más: el verdadero líder se imponía incluso sobre los extravíos de sus gentes y aún contra ellos, como Moisés, en el desierto, prototipo de líder visionario. En la política contemporánea primero se hacen encuestas para saber qué piensa la opinión; y luego, con base en los resultados del sondeo, se formulan las propuestas. No forman opinión, siguen la opinión formada por autores anónimos: un chisme de coctel, el comentario de un periodista. Uno se pregunta cuál hubiera sido el destino de la humanidad si Churchill hubiese dependido de una figura estilizada o de la calidad de su corbata, factores que hoy frecuentemente son determinantes en la

decisión de los electores. Sumergida en la noética, la política se transmuta entonces en oportunidad efímera de enriquecimiento rápido, tan rápido como la fugacidad de las investiduras, de acuerdo con la metodología de aquella cultura de la corrupción.

VI.- Política y Cultura.

Es necio discutir el papel que la cultura, ha tenido en la historia de la humanidad. Como atrás vimos, Grecia y su pléyade de intelectuales, edificaron, con la argamasa de la inteligencia, los cimientos de la cultura occidental, con tal solidez que dos mil quinientos años no los han podido destruir. Atenas y Roma fueron para la filosofía y el derecho, las más elevadas expresiones salidas de la mente humana; después llegó el Renacimiento, explosión colectiva de inteligencia sin parangón en la historia; más tarde, sin el aporte de los enciclopedistas franceses la revolución francesa y la democracia moderna no hubieran sido posibles. En fin, podrían multiplicarse los ejemplos de cómo la intelectualidad, el pensamiento y la cultura han precedido, unas veces, y culminado en otras oportunidades, la labor de políticos y guerreros. Por tanto, es necesario tornar a la experiencia vital y creadora de la cultura, como dice el venezolano Mariano Picón Salas; quien agregaba que mientras los grandes estados tienden a petrificarse en su inmensidad y autosuficiencia, los países pequeños conservan un mayor dinamismo y aún llegan a ser los protagonistas de lo más afirmativo de la aventura humana; sienten la vida como aguda antítesis; salen como los griegos por las rutas del mar, en busca del espíritu ecuménico. En Grecia no fue una supuesta originalidad la determinante en su cultura, sino más bien la ciencia de la heterogeneidad y su inteligente asimilación; el hombre griego no se ensimismó en la naturaleza sino que se guió por la intuición de las cosas. Grecia fue el triunfo de la individualidad y de la conciencia libre. Pues la cultura es siempre apertura a lo antagónico.

Importa mucho, por tanto, que quienes tienen a su cargo el gobierno de la sociedad o aspiran a tenerlo, escuchen la voz de los pensadores, la voz de la honestidad del saber desinteresado. Las academias e instituciones son los laboratorios limpios en donde se cultiva la inteligencia aséptica del futuro. E importa, en fin, que de vez en cuando el político haga un alto en su jornada, acuda con humildad y sin soberbia a las academias y escuche lo que predican las voces de la inteligencia. Porque es el poder de los principios y no el pragmatismo de los intereses coyunturales, la fuerza capaz de dar el contenido espiritual que el ser humano necesita para evitar que termine destruyéndose con ese hermoso confín que le legaron sus mayores y que se ha demostrado incapaz de manejar: la cultura. La cual no es solo sabiduría sino comportamiento para saber existir, para entender el mundo, para comprender al otro, para tenerlo como interlocutor y como protagonista, para relacionar y relacionarse. Y la llave es la cultura cuyo legado supranacional, escribía don Andrés Bello, afirma la necesaria concordia humana sobre las querellas de los pueblos, de las razas, del poderío político.

VII.- Fondear en la eternidad.

Tal es aquella utopía renacentista que hacía soñar al filósofo con una isla de gobierno puro y feliz.

En las cartas medievales de marear abundan las islas fantásticas como Itaca, menos fabulosas que la Atlántida que sedujera la fantasía de los griegos desde Platón. Los científicos decimonónicos probaron con deleite e impiedad que esas islas eran, al igual que dragones y animales fantásticos, ardid cartográfico para llenar una parcela oscura y prohibida del mare tenebrosum. No había intención dolosa en aquellos cartógrafos; ni sus mapas fueron mezcla caprichosa de conocimientos empíricos e imaginación alocada : ellos no hicieron más que recoger con honradez minuciosa, las leyendas de la marinería, que adobaban de secreto, whisky y aventura las cartas de navegación; y hacían peligroso su mercado en los puertos del mundo. Las apetencias de la cultura y de la riqueza estaban amalgamadas entonces con supercherías; cualquiera circunstancia trivial de la vida cotidiana,

fondeaba en la eternidad ; y el oro y la plata sonantes, anclaban en alegorías desmesuradas: recuérdese la pasión premonitoria por El Dorado que enrareció el aire desde el primer viaje del Gran Almirante de la Mar Océana.

Se habla de una edad en la cual los hallazgos de Colón se correspondían con el universo circular de Copérnico. Los seres del Nuevo Mundo, a los cuales nos negaban el tener alma tanto teólogos como filósofos, incluido Hegel, somos herederos de esa edad: compartimos el legado cultural de la Europa que abría las fronteras y ensanchaba sus ámbitos, desde el teológico hasta el geográfico, desde la comprensión del firmamento hasta el descubrimiento de tierras nuevas, recogiendo la antigüedad pagana de griegos y romanos. Y erigiendo la arquitectura de los gobiernos en ensoñaciones socráticas de honestidad hasta más allá de la cicuta.

He ahí el poder de la cultura. Citando de nuevo a Picón Salas, recordemos que cada vez que el ser humano sale de su yo y se comunica con los demás por la palabra, la actitud o la obra de arte, está cumpliendo una función política y social. Y, agrega, aun aquel aparente huir de la circunstancia histórica -de que acusaban los stalinistas- para refugiarse en lo muy aséptico o muy demoniaco mundo del arte, constituye también un pronunciamiento político. Decimos entonces que la sociedad capitalista o industrial de Europa era fea, chabacana y depresiva cuando Ruskin quería salvarla por un regreso al artesanado de la Edad Media; Oscar Wilde vestía pantalones cortos y usaba un girasol en la mano para espantar a los burgueses. Los marxistas estarían autorizados a decir que el poeta Kleist se suicidó no solo por amor o neurosis sino por un descontento en el estado prusiano. Y cuando colocamos una nostálgica edad de oro en el remoto pasado o en el más remoto porvenir, también nos estamos definiendo como conservadores o socialistas utópicos. El conflicto entre la obra de arte autónoma y la comprometida puede derivarse de la oposición entre la veracidad y la falsedad artística. El Derecho y el deber del intelectual es disentir casi como un imperativo categórico kantiano.

VIII.- Las cartas de marear.

En los comienzos del milenio, de la energía nuclear y de la revolución de las comunicaciones, nuestras actuales cartas de marear ya no son tan limitadas y confusas como aquellas que produjeron tantas vigilias a los audaces exploradores. El mapa iberoamericano actual ya no es un palimpsesto dibujado a contraluz de mitos y prejuicios, sino la huella de pueblos moldeados por la cultura, la política y la economía. Y en cuanto la cultura del vecino era para nosotros antaño terra incognita, por falta de integración, lo que nos obligaba a llenar nuestros vacíos de conocimiento y de comprensión con islas fantásticas, con los dragones del miedo o de la ofuscación, de la admiración o del desprecio, ahora nos hemos embarcado con reflexión y alegría en los navíos del Mercosur, de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, del G3, del Nafta, del Caricom, de la integración centroamericana, imagen de la integración.

Sabemos que todavía requerimos un curso intensivo de aprendizaje del porvenir con la brújula de la cultura, la economía, la política y la ética; y lo estamos haciendo con el timón del saber, que han asumido los centros de pensamiento tal como lo hicieran Universidades y Academias en la Edad Media y en el Renacimiento. El presidente Mitterrand le pidió al Colegio de Francia que le ayudara a reflexionar sobre una pedagogía ética del futuro, a fin de dotar a los jóvenes franceses de los instrumentos modernos de pensamiento, de expresión y de acción para afrontar con escueta certeza el porvenir, aquel incierto lugar donde pasaremos el resto de nuestra edad. Esa pedagogía la hemos auscultado y aprendido desde la cultura, la economía, la política y la ética, faros del presente y del porvenir.

X.- La voluntad de la nación.

Para terminar quisiera advertir que aunque quizá solo en el curso de un largo itinerario los iberoamericanos completemos los mapas sobre las ensoñaciones de nuestros pueblos, el epicentro hará que la navegación, con sus altibajos de calmas y tempestades, sea menos ardua. Los principios de la navegación obedecen a una experiencia empírica aunque están inmersos en el estuario de la cultura, maestra de los pueblos y los reyes, según escribiera don Andrés Bello. Pero siempre ha sido aliento de la imaginación que germina en el saber desinteresado, el buscar desde allí respuestas a las preguntas de nuestros pueblos. Hace algo más de 20 años cuando Chile estaba en condiciones políticas precarias, varios académicos hicieron un viaje anticipatorio al año 2010, con el objeto de indagar sobre los posibles comportamientos de su país en aquella fecha. Y descubrieron que la modernización de Chile y su inserción en la historia eran una utopía posible, que solo necesitaba la voluntad política de la nación entera detrás de ese propósito común.

Sabemos que, como decía Thoreau, el universo es una esfera cuyo centro está en donde haya inteligencia y conocimiento desinteresado. Busquemos y aceptemos, por tanto, las responsabilidades del liderazgo de la cultura, arte de navegación que exige saber leer en el mar y en el firmamento, pero también interpretar la voluntad de la tripulación, la cual representa la razón de ser del saber desinteresado con su proyección en las dueñas de casa, la cultura, la política y la ética. En tiempos de crisis y de dudas es fuerza acogerse a las verdades fundamentales. Sócrates es el paradigma de la honestidad y por eso se sacrificó. Quizá nuestro tiempo esté esperando aquellos sacrificios para avanzar en el milenio.

Belisario Betancur

Ex - Presidente de Colombia. Doctorado en Derecho y Economía en la Universidad Bolivariana de Medellín. Es autor de numerosos estudios sociológicos, económicos, políticos y literarios, y de libros entre los cuales figuran Colombia Cara a Cara, El viajero sobre la tierra, En el cruce de todos los caminos, El rostro Anhelante, A pesar de la pobreza y Desde el alma del Abedul.

Las industrias culturales: más allá de la lógica puramente económica, el aporte social

George Yúdice*

Las industrias culturales han jugado un papel importante en la historia de la consolidación de la identidad nacional de los países latinoamericanos. Primero la industria de periódicos en el Siglo XIX y la del libro en las primeras décadas del siglo XX. Piénsese, por ejemplo, en el aporte de los millones de ejemplares de los Clásicos de la Literatura Universal‖ publicados por José Vasconcelos, director de la Secretaría de Educación Pública mexicana hacia 1920, que a la vez que proporcionaron un incremento repentino en la producción y en el empleo editorial, también contribuyeron a la formación de los nuevos ciudadanos incorporados a la sociedad postrevolucionaria. El auge de la radio y la música

Estudios y experiencias

Documentos

Reseñas

popular en hacia 1930, el cine en las décadas de 1940 y 1950 y luego la televisión a partir de 1960 también cumplieron el doble beneficio de crear empleo y generar el imaginario cultural de la nación. Tango, samba, son y ranchera transpiran ritmos y movimientos asociados indeleblemente a la argentididad, la brasileñidad, la cubanidad y la mexicanidad.

Sabido es que en la última década y media la implantación del modelo económico neoliberal ha erosionado la participación del estado en el fomento de las industrias culturales. Con la desregulación y privatización de las telecomunicaciones, las estaciones radiales y los canales públicos, y la reducción de subsidios a la producción local se ha visto la concomitante penetración de los conglomerados globales de entretenimiento, que no sólo adquieren los derechos a los repertorios latinoamericanos sino que estrangulan gran número de productoras y editoriales, en su gran mayoría pequeñas y medianas empresas. Se reduce no sólo la diversidad de la estructura empresarial, sino que se aminora la capacidad de gestión de lo local, pues las decisiones acerca de que productos culturales que se deben producir se ajustan a una lógica de la rentabilidad articulada desde las sedes de las transnacionales.

Mientras tanto, muchos gestores culturales se interesan por el desarrollo en términos puramente económicos. Citan impresionantes estadísticas sobre billonarios montos y aportes al PIB de estas industrias, notando de paso que su actividad económica supera a las industrias de productos alimenticios y bebidos o la industria de la construcción. Los US$ 10.000 millones generados en actividades culturales en la Argentina en 2001 equivalen al 3% del PIB (Calvi 2002). Y si se tienen en cuenta a los países más desarrollados, esas cifras alcanzan entre el 6% y 8,5% del PIB, aportando más del doble del sector manufacturero (Chartrand 1998: 110; Yúdice 2002).

Desde luego, estas cifras no dicen mucho en estos tiempos de crisis económica, pues las industrias culturales son rentables sólo cuando la economía anda bien (Yúdice 1999). Desde diciembre de 2001 en Argentina, por ejemplo, la producción de libros cayó 30%; los fonogramas el 40%; el fondo para la producción audiovisual también descendió un 40%. Mientras tanto, los insumos importados aumentan el 300% y el crédito escasea o cuesta 40% más (Calvi 2002).

Con todo, los gestores culturales argentinos reconocen que es más importante que nunca promover las industrias culturales. Si bien el aumento de costos hace que ya casi no se puedan pasar películas o comprar CDs extranjeros, esta situación no obstante favorece la producción cultural argentina, puesto que la devaluación abarata la mano de obra. Por tanto, se hace más viable convocar al público argentino a las salas de cine para ver a sus cineastas. Más aún, ese desarrollo interno del cine entraña también, como afirmó el Subsecretario de Cultura de la Nación, ―posibilidades de exportación . . . con altísimo componente de capital humano y ‗valor agregado‘‖ (Cañete 2002). De hecho, la exportación o la diseminación en el extranjero son salidas importantes para productos y artistas. Se aprende a achicar los costos a la vez que se ― intenta[] colocar cada vez más artistas en el exterior‖ (Calvi 2002). Cuba, país que ha exportado un gran número de artistas y músicos desde mediados de la década de 1980, ya lleva la delantera en esta estrategia (Yúdice 1999).

Junto a esa posible rentabilidad económica se acompaña de lo más importante: ―producciones que nos reflejan a la vez que reflejan nuestra idiosincrasia, nuestras tradiciones, nuestros valores artísticos‖ (Cañete 2002). Esta capacidad de autorreflejo es tanto más apremiante cuanto que las sociedades se han fragmentado, debido a la

migración a las grandes ciudades o a otros países, o debido al consumo segmentado. ―La posibilidad de reconstruir un imaginario común para las experiencias urbanas debe combinar los arraigos territoriales de barrios o grupos con la participación solidaria en la información y el desarrollo cultural propiciado por medios masivos de comunicación, en la medida que éstos hagan presentes los intereses públicos. La ciudadanía ya no se constituye sólo en relación con movimientos sociales locales, sino también en procesos comunicacionales masivos‖ (García Canclini 1995: 106).

Podría decirse que cada vez más son las comunicaciones masivas que proporcionan el advenimiento al patrimonio común, ese acervo de tradiciones y creencias desde el cual se puede mantener el diálogo que a su vez reproduce simbólicamente a la comunidad. De ahí que la definición que se propusiera en el encuentro Mondiacult de UNESCO en México tenga que pasar por la mediación de las industrias culturales: ―La cultura…puede considerarse…como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias‖ (UNESCO 1982).

Es esto justamente lo que está en riesgo con la transnacionalización promovida por los conglomerados de entretenimiento. De ahí la necesidad de políticas culturales ya no sólo nacionales sino también regionales y supranacionales, que faciliten la creación de mercados en los que se intercambien los productos de agentes culturales residentes en diversos países. Pero esta integración cultural no puede limitarse a la lógica económica de comercio que deriva de la globalización liderada por Estados Unidos. Lo que se propone aquí es otro tipo de intercambio: de valores y experiencias, que se comunican mejor en las artes y las industrias culturales que en cualquier otro medio. La organización para la integración es en sí misma un acto creativo y requiere la elaboración de políticas que pongan en diálogo agencias de cooperación internacionales, ministerios de cultura, académicos, intelectuales e interlocutores que suelen quedarse fuera de los foros de interlocución: desde los diferentes actores de la sociedad civil -- empresarios, creadores y otros actores -- hasta diversos agentes gubernamentales, por ejemplo, di diplomáticos y gestores de la economía.

Pero aún esta estrategia corre el peligro de pasar por alto la diversidad que se da no sólo con relación a los productos en el mercado, sino también tres tipos adicionales de diversidad que remiten a grandes medianas y pequeñas colectividades, países grandes y operadores; y modelos institucionales (mercado puro; servicio público; tercer sector o empresas sin fines de lucro).

La diversidad y la multiplicidad de escalas son una condición para cualquier estrategia de desarrollo sustentable en la región. Ello incluye a minorías étnicas, pequeños países, los modelos institucionales de servicio público y de tercer sector, y las pequeñas y medianas empresas, que suministran fuentes de empleo y de renta para amplios segmentos de la sociedad, amenazados por los procesos de concentración económica transnacional.

El diseño de políticas culturales a escala regional debe tener en cuenta las asimetrías entre los grandes países de la región y los más pequeños. No es lo mismo formular políticas culturales para países de las dimensiones de Brasil, México o España, que para países con menores recursos, como Perú o Colombia, o para los más pequeños en términos territoriales y demográficos, como los países de Centroamérica y el Caribe.

Por tanto, es importante que en los acuerdos regionales (Mercosur, la Comunidad Andina,

y en las negociaciones del ALCA) o en foros multilaterales, como la OEI, se establezcan políticas especiales o de discriminación positiva a favor de los países pequeños, con menores condiciones de desarrollo. Por añadidura, habría que establecer políticas internacionales para facilitar la formación de redes regionales entre países pequeños, que no tienen una equivalente infraestructura productiva ni las mismas condiciones de distribución o ni siquiera un público interno suficientemente grande para amortizar los costos de la producción o la gestión cultural.

Reparemos brevemente en el caso particular del desarrollo de las industrias culturales en los pequeños países, como el caso centroamericano, que no suelen incluirse en consideraciones de este tipo, por lo general orientadas a países como México, Brasil y la Argentina. Además de no disponer de fondos públicos para creadores e industrias culturales, ni la posibilidad de una remuneración que recupere los costos de producción, debido en gran parte a la pequeñez de mercados, los países centroamericanos no tienen la capacidad de competir con la infraestructura y distribución para las industrias culturales transnacionales, incluyendo a las mexicanas (Durán 2000: 36). ―Nuestra TV local es esencialmente subsidiaria de las industrias y enlatados mexicanos y estadounidenses, por cierto comprados en rebajas de segunda‖ (Durán 2001: 5).

Ante estos desafíos no hay otra opción que organizarse en red, y en el caso centroamericano los gestores culturales en su mayoría son ―los propios agentes culturales de la sociedad civil.‖ (Durán 2001: 4). Se trata de un dato importante, pues el dinamismo actual del sector cultural proviene de la iniciativa privada, que tiene como objetivo el desarrollo social. La reticulación conduce a respuestas creativas y a una organización de gestión más fluida e informal, que incluye ―desde la familia, el amigo que se presta a aparecer como garante de un préstamo a las redes de apoyo y canje entre los creadores del sector profesionalizado o de base comunitaria a menudo tradicionales en las manifestaciones populares.‖ Además, no se cede ―a la pura lógica del consumo y a la pasividad el total de su experiencia y responsabilidad ritual, cultural, lúdica o estética‖ (Durán 2001: 4).

La necesidad de operar en pequeña escala y la casi imposibilidad de que se coloque la producción cultural centroamericana en circuitos transnacionales como los operados por los conglomerados de entretenimiento, conduce a una mayor búsqueda de alianzas dentro del territorio. De ahí que los artistas más reconocidos de pequeños países compartan espacios y estrategias ―con los responsables de organizaciones tradicionales como los clubes garífunas, las cofradías de danzas devocionales, los patronatos y las asociaciones comunitarias. Se codean en su inversión por el desarrollo y la sostenibilidad de nuestras prácticas culturales la maestra voluntaria, el promotor comunitario, el investigador -universitario o no- , el creador que experimenta, etc.‖ (Durán 2001: 4). En otras palabras, la necesidad de sobrevivir en un ambiente tradicionalmente permeado por los restrictivos conceptos de cultura implícitos en el subsidio gubernamental (lo culto para las elites, el patrimonio folclórico para indígenas) o por la penetración de las transnacionales cuya programación carece de referencias locales, ha llevado a los artistas y otros creadores culturales que mantienen diálogo con su contexto a descubrir su diversidad mediante la organización reticular.

Las circunstancias particulares del contexto centroamericano no sólo conducen a esta convivencia entre actores muy diversos, sino que entrañan además una estrategia económica. Puesto que no hay otro camino a la viabilización de la actividad cultural, el ―autosubsidio‖ y la solidaridad -- que consiste en compartir, trocar y comprometerse -- suplen la falta de recursos. Curiosamente, se trata de un emprendedorismo asociativo que

aún en países con gran capacidad de consumo cultural, surge en tiempos de crisis.

La Argentina pasa actualmente por una situación semejante. Los emprendimientos asociativos de base solidaria, entre los que se destacan las redes y las cooperativas, pueden solucionar algunos de los problemas más agudos de la crisis económica, pues pueden proveer oportunidades de trabajo a agentes culturales que hoy se encuentran subocupados o desocupados, y asimismo nuclear diferentes clases de organizaciones económicas para enfrentar los monopolios y oligopolios conformados al amparo de los mecanismos de concentración de capital y de poder económico desarrollados en la Argentina al amparo del modelo socioeconómico implantado desde fines de la década de 1980. La crisis actual obliga a organizarse eficientemente para poder ofrecer bienes y servicios en las mejores condiciones de calidad, competitividad y productividad.

Tanto en el plano nivel nacional como en el transnacional, los gobiernos deberían poner en práctica políticas sociales activas para promover esa clase de emprendimientos asociativos de base solidaria. Esas políticas deberían incluir mecanismos de capacitación, financiamiento, suministro de información sobre oportunidades de mercados, etc. Ana María Ochoa muestra que ese tipo de emprendimiento asociativo puede ser muy beneficioso para las pequeñas productoras musicales, cuando por ejemplo colocan sus productos en ferias y mercados orientados a comunidades específicas. En Colombia más de 400 festivales de música folclórica sirven de circuito de distribución para el intercambio de música grabada. Este tipo de música, que nunca ha tenido acceso en las casas discográficas, es grabada en estudios independientes y se vende en los conciertos (Ochoa 2002).

En México, el Estado, a través de instituciones como el Instituto Nacional Indigenista, capacitó técnicamente a grupos indígenas en la grabación y preservación de fonogramas e instaló en las radios archivos sonoros que a su vez constituirían un repertorio orientado a la autoproducción. Hoy en día este repertorio sonoro plasma el espacio público y define, más todavía las artesanías, y la identidad indígena. Ochoa plantea que hoy la ―indigenización‖ pasa por el sonido.

También señala que todavía no se establece un sistema efectivo de comercialización de este repertorio y la autoproducción a partir de él porque cada una de las modalidades productivas – etiquetas independientes, autograbadoras, instituciones estatales – tiene su propia noción de cultura productiva y de trabajo. El desafío, desde luego, es crear incentivos para que estas modalidades dialoguen y mejoren los circuitos de producción y distribución, no sólo en el espacio nacional sino también en el internacional. Así se asegura que las tradiciones, gustos y prácticas de hacer y grabar música continúan contribuyendo a las cualidades sonoras de las músicas locales. Si no, se corre el riesgo que los empresarios de la World Music modifiquen esos sonidos locales, que a su vez aportan las marcas de identidad.

La integración latinoamericana que pasa por los conglomerados de entretenimiento, se ve reflejada en la acomodación de ―otras‖ músicas a la World Music, cuyo ímpetu viene del deseo ―primermundista‖ de consumir al ―otro,‖ y que tiene su mayor inspiración en músicas africanas y asiáticas. No obstante, destacados intermediarios como David Byrne y Paul Simon han integrado músicas latinoamericanas como la samba reggae de Olodum o el son del Buena Vista Social Club a este nuevo género, aplanando y forzando ritmos, para que haya mayor receptividad de parte de los públicos norteamericanos y europeos. ―Lo que se busca es el crossover y acaso sea posible que la música bailable -dance- sea cada vez más popular en los países europeos y en América del Norte. Pero para que ocurra un

verdadero crossover, los productores de dance ‗tendrán que ir en contra de sus primeros impulsos, que son aplanar los ritmos cruzados para acomodarlos al golpe de house o al contracompás de reggae‖ (Pareles 1998).

Podría decirse que esta es una forma de piratería, especialmente si aplicamos criterios de originalidad o autenticidad, entendiéndola como propiedad que acaba siendo expropiada. Pero aún esta defensa, centrada en el criterio de autenticidad, contra la expropiación de las músicas locales acaba sirviendo a los propósitos de la ―contraindustria‖ de la World Music. Es decir, la industria misma (o sus artistas y productores interesados en transformar gustos mediante la introducción de músicas no occidentales) se vale de las tendencias contestatarias que dotan a ciertas músicas de valor en los ojos de consumidores ávidos de otredad en este mundo globalizado (Ochoa 1998).

Uno de los mejores ejemplos de un grupo musical que trabaja en asociación con redes para valerse de los recursos de capacitación, producción, distribución, promoción e intervención social, es el Grupo Cultural Afro Reggae (GCAR). Creado en 1993 después de una serie de eventos violentos en su barrio, la favela Vigário Geral en Río de Janeiro, que culminaron ese año con la masacre por la policía de 21 residentes, inclusive los ocho miembros de una familia evangélica. La policía quiso vengarse de los narcotraficantes locales que habían matado a dos de sus socios el día anterior. A partir de este evento trágico, nacieron varias iniciativas, entre ellas la transformación de la casa de la masacre en una ―Casa de Paz‖ que serviría de centro cultural para la comunidad y la organización del GCAR a fin de ofrecer a los jóvenes actividades que generen ideas y prácticas de ciudadanía a partir de la cultura y así sacarlos del narcotráfico.

GCAR está ahora integrando una red de conexiones con ONGs locales e internacionales, organizaciones de derechos humanos, políticos, periodistas, escritores, académicos, y personalidades de la música y de la televisión que actúan como padrinos de los jóvenes de la banda. Su coordinador, José Júnior, concibió la música del GCAR como una práctica de sampling, que les serviría a los jóvenes como plataforma para dialogar con su comunidad y el resto de la sociedad. Aunque fue consciente de ello en un primer momento, con el correr de los años se dio cuenta de que la práctica musical del GCAR opera como un ―interlenguaje‖ con capacidad de mediar entre los jóvenes de las favelas en riesgo y de personas vinculadas al tercer sector así como con personalidades mediáticas que han prestado su tiempo para cambiar las circunstancias violentas en el barrio.

GCAR ha adoptado la percusión, basándose en parte en el estilo de la banda Olodum (de la región de Bahía), pero al nombrar su música – batidania – incorporaron el concepto de ciudadanía a esta práctica cultural: se trata de un neologismo portmanteau que junta batida (compás) y batucada (el ritmo de las danzas afrobrasileños) a la una gama de obras sociales, sobre todo trabajo de concientización respecto al narcotráfico y la violencia, y a los derechos humanos (ver Yúdice 2000).

La experiencia del grupo CGAR es interesante porque ha logrado vincular su agenda de justicia social a un trabajo íntimamente ligado a la industria cultural del disco y de los espectáculos. En 2001 grabaron su primer CD - Nova Cara –. El 30% de las ganancias del CD y de sus espectáculos financian su labor social, que van expandiendo a varias favelas y villas miseria en Río de Janeiro. Hasta la letra misma reproduce el encuentro de sonidos y estilos que reflejan las articulaciones reticulares arriba mencionadas. Es evidente que CGAR busca el cambio. En ―Som de V.G.‖ (Sonido de Vigario Geral) ese cambio se manifiesta como la intento de sacar a los jóvenes de la criminalidad.

―Es a través de la música y de la cultura

He aquí un movimiento más

que lucha en pro de la paz, de la creencia.

Pow, pow, pow

Está allá mi recado, el recado de Vigário

que es mi mensaje, mensaje de Vigário Geral‖.

CGAR junta los dos aspectos de la gestión cultural. Por una parte, participa de la industria cultural de la música y del videoclip televisivo; por otra, busca personas que podrían optar por el narcotráfico como forma de vida. Su emprendedorismo cultural tiene por tanto, la capacidad de sacar a los jóvenes de la criminalidad.

No hay una única manera de producir música contestataria o repertorios desatendidos por la industria. Y para ello no hace falta estar al margen del mercado. Pueden y deben desarrollarse mercados múltiples, con la participación de las políticas culturales de gobiernos y del sector privado. Este último podría invertir en esta producción alternativa, cuyos públicos sustentarán mercados rentables. Hay muchos músicos que han logrado controlar algún aspecto de la producción, y se espera que haya aún mayor heterogeneidad en la distribución de la música con la incorporación de Internet (si bien este medio tiene una aplicación limitada). Al lograr la rentabilidad y hasta el éxito comercial, es posible y hasta probable que la industria busque absorber estos mercados alternativos, como ha hecho con la gran mayoría de las indies o casas discográficas independientes. Pero ello no significa la destrucción de estas músicas, sino la creciente diversificación de la música producida y distribuida por la industria de la música.

Por otra parte, los gobiernos deberían considerar subsidios o incentivos tributarios para el desarrollo o extensión de circuitos de distribución para asociaciones o redes de indies y la autoproducción. Puesto que la creación de distribuidoras para músicas alternativas podría ser un desafío insuperable, las distribuidoras que ya incluyen el repertorio indie podrían recibir incentivos estatales o inversiones privadas y de empresas sin fines de lucro. Estos incentivos e inversiones se otorgarían según el número de grabadoras y productoras independientes y comunitarias incluidas en la oferta de repertorios. Las políticas diseñadas de esta manera tendrían la ventaja de estimular la producción de pequeños grupos, como AfroReggae. Mediante esta agudizada competencia, también se reforzaría la independencia de las llamadas indies.

Se necesitan por tanto políticas que aseguren la supervivencia de las pequeñas y medianas empresas y la creación de otras nuevas. Más allá de la necesidad de diversidad en la estructura empresarial, que proporciona empleo para diversos sectores sociales, se reconoce que sobre todo las pequeñas empresas, facilitan el acceso de muchos grupos -- en especial los culturales, étnicos y regionales -- que de otra manera no tienen fácil entrada a los medios de las industrias culturales. La diversidad en el tejido empresarial y su diversificación asegura que estos grupos puedan proyectar su cultura no sólo entre ellos, sino también en otras esferas públicas más amplias.

Más allá de la capacidad de grupos como Afro Reggae, que logran asociarse como

empresa y como gestores sociales, se necesita repensar y fortalecer el servicio público en todos los ámbitos de la cultura y de la comunicación, especialmente en las nuevas redes digitales, donde actualmente se tiende claramente a retroceder. Las industrias culturales ocupan un papel estratégico en la construcción de un nuevo espacio público democrático por lo que es necesario repensar y fortalecer el acceso público a los productos de las industrias culturales, mediante redes de bibliotecas públicas, puntos de acceso a TV e internet, etc. Se requieren además, mecanismos mixtos de incentivos a las pequeñas y medianas empresas en las industrias culturales.(1)

En la actualidad las industrias culturales son un elemento clave para la formulación de políticas culturales, que tengan como objetivo preservar la diversidad, fomentar el desarrollo social y económico y propiciar la creación de un espacio público latinoamericano e iberoamericano. Estos objetivos estratégicos tienen que orientar políticas integradas, que abarquen al conjunto de las industrias culturales de forma coherente.

Los estados nacionales continúan teniendo un papel fundamental en la planificación y ejecución de las politicas culturales. Al mismo tiempo surgen mesas de negociación regionales, como el Mercosur, que llevan a los países a asumir posiciones comunes, a fomentar el aumento del comercio regional y estimular la circulación de bienes y servicios. Se abren nuevos espacios de cooperación translocales, con la creación de redes de ciudades y corredores culturales.

Las políticas culturales en todos sus niveles, deberían llevarse a cabo desde el Estado (federal, regional, provincial, municipal), en estrecha coordinación y amplia participación con el mercado y la sociedad civil. Uno de los mejores ejemplos de esta coordinación son las leyes de incentivo fiscal que facilitan la captación de fondos privados, y cuya administración y evaluación involucra a representantes de los diferentes sectores.

El tercer sector, además, puede colaborar con el Estado y el sector privado para asegurar que los productos culturales estén disponibles en zonas de poca viabilidad de mercados. Un ejemplo de esta colaboración sería la creación de bibliotecas, hemerotecas, discotecas y videotecas, que faciliten el acceso a los bienes culturales. Pero sobre todo, es necesario incentivar la creación de redes y emprendimientos asociativos como los que se describieron brevemente más arriba.

Por otra parte, debe mantenerse el principio de excepción cultural en la Organización Mundial de Comercio (OMC), pero este debería desarrollarse en términos de verdadera diversidad cultural. Con la creación de la OMC, en 1994, los servicios audiovisuales fueron incluidos en las mesas de negociación sobre liberalización comercial. En esta oportunidad, se consiguió aprobar el principio de excepción cultural, para la protección de los complejos audiovisuales nacionales así como para la creación de programas de cooperación entre países con diferentes niveles de desarrollo de la industria audiovisual. Este principio de excepción cultural fue aprobado con una vigencia de diez años, plazo en que esta cláusula deberá ser revisada. En caso de que no se renueve la excepción cultural, los servicios audiovisuales se integrarán en el sistema multilateral de comercio, creado a partir de la aplicación de la cláusula de la ―nación más favorecida,‖ que viene impulsando los Estados Unidos. Según esta cláusula, los beneficios otorgados a un país deben ser extendidos al conjunto de países que forman parte del sistema de la OMC. Este principio pone en riesgo la implementación de acuerdos de cooperación, que dan condiciones más favorables a los países de menor desarrollo en términos de PIB y de recursos. La aplicación del principio de la ―nación más favorecida‖ aumentará la asimetría de los flujos de comercio, situación inversa a la que se daría con la impulsión de mecanismos orientados a equilibrar los

intercambios comerciales.

Tal como existe actualmente, la excepción cultural podría interpretarse como proteccionismo para las culturas nacionales. En las nuevas negociaciones este principio debe mantenerse pero abrirse a lo universal, no cerrarse en el plano local ni en el hegemónico. Debe favorecer el intercambio cultural en la diversidad e incluso negociar en condiciones de igualdad y debe reconocerse que el impacto económico puede no ser tan importante como se pensaba.

La diversidad cultural va más allá de los proteccionismos nacionales, hoy inútiles y contraproducentes para la defensa de la cultura en un mercado globalizado. Para este propósito, deben elaborarse herramientas que favorezcan el intercambio de bienes y servicios entre los países de la región, con terceros páises como los ibéricos y otros de la Unión Europea. Este es un paso importante en la creación de un espacio público regional, un espacio comunicacional compartido.

Para concluir, es necesario recordar que las industrias culturales no sólo son instrumento de los conglomerados de entretenimiento que amenazan ―aplanar‖ sonidos, estandarizar imágenes, coreografiar gestos, logotipizar la vida e imponer el inglés. Son también patrimonio histórico y vivo, y recurso que proporciona empleo e ingresos, actividad económica que produce retornos tributarios, pero sobre todo son medios para coordinar los deseos, aspiraciones y preocupaciones ciudadanas, de todo aquello que viene de fuera y queda al margen del espacio público, y así hacerlo asequible para que a partir de allí siga gestándose la creatividad, y transformándose en el combustible más importante de la nueva economía. Hoy en día no pueden crecer, recrearse o democratizarse las sociedades sin sus industrias culturales.

Bibliografía:

Calvi, Pablo. 2002. ―Alpargatas sí..., libros, discos y cine también.‖ Clarín, Argentina 5 de mayo.

Cañete, Rodrigo. 2002. ―En contra del default cultural.‖ Clarín 8 de mayo.

Chartrand, Harry Hillman. ―Art & the Public Purpose: The Economics of It All.‖ Journal of Arts Management, Law & Society 28: (Summer 1998). http://www.art.net/lists/announce/0033.html

Durán, Sylvie. 2000. ―Redes culturales e integración regional en Centroamérica: Una visión desde el sector autónomo.‖ En Oyamburu: 29-62.

-----. 2001. ―Redes culturales en Centroamérica.‖ Ponencia presentada en el II Campus Euroamericano de Cooperación Cultural, Cartagena de Indias, Colombia, diciembre 2001.

Ochoa, Ana María. 1998. ―El desplazamiento de los espacios de la autenticidad: una mirada desde la música.‖ Ponencia presentada en Cultura y Globalización: Encuentro Internacional de Estudios Culturales en América Latina, Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá, 18 de setiembre.

-----. 2002. ―Latin American independents in the world music market.‖ Ponencia presentada en la conferencia sobre Culture, Development, Economy en New York University, 11 de

abril.

Oyamburu, Jesús, coord. 2000. Visiones del sector cultural en Centroamérica. San José, C.R.: Embajada de España; Centro Cultural de España.

Pareles, Jon. ―Digital Distribution of Music Is Spreading.‖ The New York Times. 16 julio 1998.

Yúdice, George. 1999. ―La industria de la música en el marco de la integración América Latina - Estados Unidos,‖ Integración económica e industrias culturales en América Latina. Eds. Néstor García Canclini & Carlos Moneta. México: Grijalbo, 115-161.

----. 2000. ―Redes de gestión social y cultural en tiempos de globalización.‖ In América Latina en tiempos de globalización II: Cultura y transformaciones sociales. Eds. Daniel Mato, Ximena Agudo & Illia García. Caracas: UNESCO-Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC).

----. 2002. ―Culture, Development, Economy.‖ Ponencia presentada en la conferencia sobre Culture, Development, Economy en New York University, 11 de abril.

UNESCO. Informe final de la conferencia mundial sobre políticas culturales. México y París: UNESCO, 1982.

(1) Este párrafo y los que siguen en las próximas dos páginas son adaptados de la relatoría que redacté para la mesa sobre industrias culturales del encuentro de la OEI ―Las Culturas de Iberoamérica en el Siglo XXI,‖ Río de Janeiro, 11 y 12 de marzo de 2002.

George Yudice

Director del Proyecto de Privatización de la Cultura del Programa de Estudios Americanos de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos. Autor de numerosos artículos y publicaciones sobre el tema de las industrias culturales en América Latina y los aspectos económicos de la Cultura.

Cultura, economía y derecho, tres conceptos implicados

Jesús Prieto de Pedro*

1. Economía y cultura, un encuentro prometedor

El 18 de enero de 1983 Jonh Galbraith fue invitado por el Arts Council inglés a dictar una conferencia con el título "El artista y el economista. Por qué deben encontrarse". Esta propuesta de encuentro tuvo

un valor premonitorio que estamos empezando a ver realizado en los análisis actuales sobre economía y cultura.

Economía y cultura son dos campos estrechamente implicados desde siempre, aunque es verdad que esas implicaciones se han hecho mayores y más visibles con la irrupción de las llamadas industrias culturales. Quién podría negar el valor económico de ciertos bienes culturales y su peso en la riqueza de un país o la importancia del desarrollo cultural como factor de bienestar social y de desarrollo económico.

Mas esta evidencia no ha empezado a ser "descubierta" y analizada de forma metodológicamente consistente por los analistas y científicos sociales, y en particular por los economistas, sino hasta hace escasos años. Aunque cabría hacer cierta excepción con la los países de habla alemana, con una antigua tradición de estudios de economía aplicados a las artes (recordemos el número especial de Volkswirtschafliche Blätter dedicado al "El arte y la economía", editado en 1910), los padres fundadores de la economía y los autores clásicos no se interesaron o sólo se ocuparon secundariamente de este asunto. El propio Galbraith, gran profesor de Harvard y alto consejero de la administración Kennedy, había advertido incidentalmente, en Economía y proyectos públicos (1974), sobre la importancia creciente que estaban llamadas a adquirir las artes; pero no comprometió su trabajo teórico en el análisis de esta cuestión como tampoco lo habían hecho otros economistas de una acendrada sensibilidad cultural como John Maynard Keynes. Hombre profundamente comprometido con el desarrollo cultural de su tiempo, fue él quien convenció al Primer Ministro inglés, en 1940, sobre la necesidad de crear -y, de hecho, aceptó ser su presidente- el Council for Encouragement of Music and the Arts, precedente del actual Arts Council inglés; pero esta probada sensibilidad no tuvo expresión en su obra teórica. En realidad, estos prohombres de la economía no hicieron sino proseguir la visión de los padres fundadores -Adam Smith y David Ricardo, sin ir más lejos- que, si bien advirtieron los efectos externos de la inversión en las artes, no consideraban que éstas tuvieran capacidad de contribuir a la riqueza de la nación, ya que, pensaban, pertenecían al ámbito del ocio. Para ellos la cultura no era sector productivo.

Sin embargo, a mediados de los años 70 del siglo recién finalizado se inició un cambio importante. De hecho, el nacimiento de la economía del arte como disciplina independiente dentro de la ciencia económica moderna tiene una fecha precisa en la monografía de Baumol y Bowen, publicada en 1976, Performings Arts - The Economic Dilemma ("El dilema económico de las artes escénicas"). Y el surco abierto por este trabajo lo están haciendo camino las posteriores aportaciones de un número cada vez mayor de economistas (Frey, Throsby y O´Hagan, entre otros)

Ahora bien, no llevemos nuestro razonamiento más deprisa de lo que debemos, ya que, tal como se desprende ad litteram del título del trabajo de Baumol y Bowen, este enfoque gira en la órbita de una concepción restrictiva de la cultura, limitada a lo que en la tradición anglosajona abarca el concepto de artes, hermano de nuestro concepto de alta cultura. El concepto de economía de la cultura que utilizamos en este trabajo es más amplio que el de economía de las artes. En efecto, para que sea posible hablar de una Economía de la cultura en sentido pleno, será necesario incorporar en su objeto de estudio otras realidades de nuestro tiempo que abarca la cultura -y, de forma muy especial, las industrias culturales-, pero con resistencia a dejarse absorber por la nueva especialidad porque tradicionalmente su análisis se incluía en los estudios de economía de la industria. Y desde luego, no es baladí hacerlo en un sitio o en otro, pues los telones de fondo son muy distintos a la hora de interpretar la obra.

Pero este sesgo de no considerar el flanco cultural de dichas industrias no sólo se da entre los economistas. Gran paradoja es que el menosprecio de su dimensión cultural fuera anticipado por próceres de la Escuela de Frankfurt como Adorno y Horhkeimer, que en los años 40 del siglo pasado lanzaron un aldabonazo pesimista contra ese modo nuevo de producción y difusión cultural, en tanto

consideraban que la producción en masa de los bienes culturales por medio de las industrias culturales -concepto acuñado por ellos mismos-, su serialización y mercantilización darían al traste con la autenticidad de la cultura. Lo cierto es que esta visión penetró en el tuétano del mundo intelectual y prolongó durante varias décadas, en un proceso que sólo recientemente se ha empezado a poner en cuestión, el desinterés por la dimensión cultural de dichas industrias en el desarrollo de las políticas culturales que, anatemizadas por su espúrea dimensión empresarial, fueron abandonadas a su sola lógica económica. Buena prueba de esta actitud recelosa de años pasados es la definición de industrias culturales, no tan lejana, adoptada en 1980 en una reunión organizada por la UNESCO en Montreal: ―Existe una industria cultural cuando los bienes y servicios se producen, reproducen y conservan según criterios industriales, es decir, en serie y aplicando una estrategia de tipo económico, en vez de perseguir una finalidad de desarrollo cultural‖. Así, tampoco debe extrañar que las responsabilidades públicas sobre el cine no se ubicaran únicamente en los departamentos ministeriales de industria. Curiosas complicidades. Se ha de reconocer, pues, que algo habrán tenido que ver aquellos polvos en los lodos que más adelante explicaremos.

Pero las cosas actualmente ya no son así y son cada vez más los autores que enfocan la economía de la cultura como una disciplina completa, que da razón de la totalidad de manifestaciones de la cultura, entre las que tienen un lugar propio las industrias culturales o el patrimonio cultural (así, en relación con este último campo, los estudios de Greffe). Valga, por todos ellos, dentro de este enfoque global el manual de Francoise Benhamou, L´economie de la culture, publicado en La Decouverte en el año 2000. Esta nueva situación de los estudios económicos de la cultura empiezan a dibujar un horizonte lleno de expectativas.

Esas expectativas se están confirmando en forma de sorpresas de gran magnitud. Como que hoy -y así lo prueban los novedosos estudios realizados por la Sociedad General de Autores de España y por el Convenio Andrés Bello- el sector económico cultural posee un peso fundamental en el PIB, tanto mayor cuanto más importante es el grado de desarrollo económico del país. Así, en los Estados Unidos, el sector cultural -eso sí, un sector cuyo concepto se ensancha hasta la duda al incluir el entertainment- aparece hoy como el primer sector de exportación por delante de la industria pesada, de la industria militar o del sector aeronáutico. ¡Cómo podíamos imaginar algo así!

Pero de no menor interés son otras reflexiones desde el campo de la economía y, en particular, las de la llamada escuela del public choice. Dichas reflexiones ahora nos ofrecen un marco teórico y metodológico para explicar cómo funcionan el arte y la cultura en el comportamiento de los individuos y de los grupos sociales. Y de la mano con la teoría de la hacienda pública, encontramos asimismo una batería de argumentos para justificar la naturaleza de los bienes culturales como bienes públicos, como bienes que generan unos efectos externos que no se agotan en las utilidades que los sujetos particulares puedan obtener de ellos. Throsby es contundente, el bien cultural es un "bien social irreductible" cuyos beneficios no pueden ser atribuidos a los individuos concretos.

Habría muchos otros aspectos (de tan destacado interés, por ejemplo, como el efecto multiplicador de la inversión cultural) que los análisis de la economía de la cultura nos ofrecen, pero no es nuestra intención tratarlos aquí. Si hemos seleccionado la dimensión de los bienes culturales como bienes públicos, es porque se trata de un asunto que preocupa en general a todas las ciencias de la cultura y porque prueba que el enfoque multidisciplinar que preconizamos puede suponer un extraordinario refuerzo de sus respectivos argumentos.

2. La relación entre derecho y cultura, una relación antigua pero con nueva savia

Otro campo de manifestación de la multidisciplinariedad de la cultura en las ciencias sociales tiene que ver con el derecho y la legislación. En este caso los antecedentes son más antiguos, aunque su

formulación plena -que concreta hoy la especialidad de "Derecho de la cultura"- sea también un hecho reciente.

Los antecedentes, en efecto, se remontan muy atrás. Tanto que el depósito legal fue regulado en el derecho francés, por primera vez, en 1534; o que los antecedentes de la organización administrativa de las bellas artes y del patrimonio histórico se remontan a la "Surintendence des bâtiments du Roi", creada en el siglo XVII, durante el reinado del Rey Sol, por el ministro Colbert.

Al margen de hitos dispersos como éstos y de otros precedentes añejos que también se podrían invocar, los cimientos del actual edificio del derecho cultural se fraguaron en realidad en el siglo XIX, soportados sobre tres columnas que van fortaleciéndose a lo largo de dicha centuria y de la primera mitad del siglo XX. La primera columna es la del derecho de autor, que presenta unas tempranas legislaciones nacionales (Inglaterra se anticipó, con la primera ley del copyrigth en 1701, el llamado Estatuto de la Reina Ana, y después los Estados europeos y latinoamericanos lo harán a lo largo del siglo XIX) a la par que paralelamente se va configurando un plano jurídico de carácter internacional, como es el vigente Convenio de Berna de 1886. Otra columna es la de la legislación del patrimonio cultural y de los centros de depósito cultural (museos, archivos y bibliotecas), regulados usualmente en dicho siglo en las leyes de educación que, ya en los primeros años del siglo XX, dará lugar al nacimiento de leyes específicas de protección del patrimonio histórico-artístico y arqueológico. Y la tercera, embrión del derecho de las industrias culturales, tendría que ver con la legislación de prensa e imprenta que adoptan la mayor parte de los Estados constitucionales a lo largo del siglo XIX, a la que más tardíamente, vencido el primer tercio del siglo XX, empezará a agregarse la legislación cinematográfica y del audiovisual.

Pero esta construcción legislativa no se agota en la regulación de los sectores culturales. De forma paralela, junto a estas legislaciones sectoriales se irá articulando una regulación general de los principios que constituirán las marcas de la cultura en tanto objeto del derecho y, en particular, de los derechos fundamentales relativos a la cultura y sus garantías jurídicas. Las materias culturales, durante el siglo XIX y una buena parte del siglo XX, carecieron de garantías específicas en la parte dogmática de los textos constitucionales que, hasta la Constitución mexicana de 1917, no empiezan a hacer uso explícito del concepto de cultura. La libertad de la cultura carecía entonces de reconocimiento con nombre propio y quedaba subsumida en la genérica libertad de expresión o de prensa e imprenta, presente ya en las primeras Constituciones. De hecho, ningún texto constitucional habló durante todo ese tiempo de libertad de creación cultural, de derechos culturales o de derecho a la cultura, de derecho a la no discriminación por motivos de pertenencia cultural, de los principios de pluralismo y de descentralización cultural..., como por el contrario sí lo hacen los textos constitucionales modernos del último cuarto del siglo veinte (Constituciones, entre otras, de Brasil, Colombia, Ecuador, España, Portugal...) y que hoy cristalizan en una copiosa lista de derechos y principios superiores relativos a la cultura.

Este proceso de inserción de la cultura en las Constituciones implica un salto cualitativo en el tratamiento jurídico del hecho cultural como un todo y cuyos principios y valores se blindan con la suprema protección inherente a las Constituciones y que, como subsistema dentro de ellas, todos juntos forman lo que la doctrina jurídica ha llamado la "Constitución cultural", aquella parte de la Constitución que agrupa las reglas, principios y garantías constitucionales específicos de la cultura. El resultado es que hoy académicamente podemos afirmar la existencia de un derecho de la cultura como una especialidad que enfoca el hecho cultural desde una perspectiva integral y que trata de ofrecer un marco jurídico para la fijación de valores y de garantías para el desarrollo cultural así como un instrumental específico para la construcción de los modelos culturales que quieran darse las sociedades democráticas. De forma pareja al libro de Benhamou que citábamos antes, la expresión bibliográfica más cabal en el derecho de esta actitud doctrinal se encuentra en el libro de Pontier, Ricci y Bourdon, Droit de la culture, publicado por Dalloz y cuya última edición data del año 1996.

¿Qué significa el derecho para la cultura, qué le aporta? Pues, sin duda, una esencialísima función de garantía de los derechos subjetivos relativos a la cultura de los individuos y de los grupos en los que desenvuelven su vida -es decir, de los derechos culturales-, así como la garantía de los principios y valores superiores (autonomía de la cultura, pluralismo, diversidad, descentralización...) que hacen posible un desarrollo cultural democrático.

Pero no nos conformemos con conocer cuál es esa virtuosa función que el derecho brinda a la cultura, pues la situación que provoca la multiplicación actual de los saberes acerca de la cultura nos debe llevar a detenernos también en la forma en la que el derecho de la cultura se ha de ubicar en este conglomerado científico. Y en este contexto, desde una perspectiva sistemática, deseamos formular la hipótesis de que el derecho cultural está llamado a adquirir en el seno de las ciencias sociales un relevante papel en el análisis multidisciplinar de la cultura que se ha afirmado en las últimas décadas por medio de campos de reflexión especializados en los ámbitos de la sociología, la antropología, la economía, la teoría de la comunicación, la ciencia política... Esta multiplicación de especialidades plantea la necesidad de su interconexión, desde la aceptación por todos de la idea de que la cultura es un asunto lo suficientemente complejo y relevante como para, a la hora de analizar los procesos culturales y de la gestión cultural, asumir que ninguna especialidad posee el monopolio de la verdad ni, por sí sola, la capacidad de explicar y fundamentar las decisiones en materia de cultura. Quienes se hallan incursos en el debate cultural y quienes, además, como políticos o como gestores, tienen la responsabilidad de adoptar decisiones han de aceptar, desde una actitud de modestia intelectual, que sus análisis y decisiones serán más consistentes si tienen en cuenta el amplio elenco de enfoques científico culturales hoy disponible. Entre éstos se anticiparon, en el siglo XIX, las aportaciones de la teoría e historia del arte y de la antropología, pero en las últimas décadas estas aportaciones se han visto desbordadas por la irrupción de nuevas especialidades en las ciencias sociales aplicadas a la cultura, entre las que ahora se ha ganado un lugar propio el derecho de la cultura. Cada una de ellas por separado abren, sin duda, campos de interés, pero agregadas componen una figura enriquecida de ese poliedro multifacético que nos da el estado del arte del conocimiento acerca de la cultura. Se trata, en consecuencia, sin abandonar para nada los enfoques específicos -todo lo contrario, cuanto más profundicen en sus explicaciones mayor será la magnitud de los sumandos a agregar-, de salir de las celdillas de la especialidad, dentro de las que se ignora lo que hacen los que se encuentran en la vecina, y celebrar el cónclave de los saberes acerca de la cultura.

En este punto podemos comprender el servicio que el derecho puede prestar en el seno de un enfoque integral y multidisciplinar de la cultura. Ese servicio no es otro que el de facilitar una sede idónea, un lugar de encuentro, para el debate sobre los valores y principios acerca de la cultura o, dicho más metafóricamente, el de ofrecer el cañamazo (esa tela que trama los hilos del bordado) para articular las expectativas y aspiraciones de la sociedad, a través de sus instituciones democrático representativas, que concretan la realización de los derechos culturales desde una comprensión compleja y científicamente multifacética de las cuestiones culturales. He aquí la potencial relevante misión científica del derecho de la cultura, ni más ni menos que ayudar a insertar en la democracia y fijar operativamente en el Estado de Derecho, en forma de reglas, principios y valores jurídicos, las aspiraciones de la sociedad en relación con la cultura, comprendidas y formuladas con el concurso de las diversas especialidades aplicadas al análisis cultural, convirtiendo así al Estado democrático y de Derecho en un Estado de Cultura, en tanto hace del reconocimiento y protección de la libertad cultural, del pluralismo, de la conservación del legado cultural y del progreso de la cultura un fin indeclinable del Estado.

Descendamos, aunque sea brevemente, al detalle técnico jurídico, y para ello terminaremos estas consideraciones fijándonos en cómo el derecho articula técnicamente, en tres asuntos culturales destacados, esos valores superiores e intereses generales inherentes a la cultura (valores de identidad y diversidad cultural, acceso de todos a la cultura...), que son tales porque son más que la suma de los intereses individuales y que serían el correlato, en la economía, de la dimensión de los bienes culturales como bienes públicos a que aludíamos antes. En efecto, en la regulación de la

cultura siempre está presente, bien de forma latente o bien de forma explícita, la presencia de valores e intereses generales y expectativas que van más allá de los intereses personales o particulares de los individuos.

Esos valores e intereses se manifiestan y articulan de forma diferente según los sectores. Así, en lo que se refiere a la creación cultural, el derecho de autor, aun configurado como un derecho de propiedad del autor, las normas no lo conforman como una propiedad más, sino que, por un lado, la someten a diversas excepciones (copia privada, uso para fines culturales, educativos y de investigación por museos, bibliotecas, archivos y otras instituciones culturales...) que tienen como finalidad facilitar el acceso a la cultura al común de los ciudadanos por encima del derecho exclusivo del creador de la obra. En segundo lugar, se trata de una propiedad temporal (pues sólo dura un número de años post mortem del autor: en la actual legislación española, setenta años) que, una vez finalizado el plazo de duración, ingresa en el dominio público, lo que hace accesible su explotación a la totalidad de los ciudadanos. ¿En qué otra propiedad ocurre ésto?

En el patrimonio cultural ese interés general da lugar a una construcción jurídica altamente sutil. Los bienes culturales que forman parte del patrimonio cultural son asimismo susceptibles de propiedad, pero de una propiedad de estatuto especial, por cuanto en ella las facultades jurídicas del titular vienen delimitadas por la función social que dichos bienes están vocados a cumplir: asegurar la conservación de la memoria cultural colectiva y hacer posible el acceso a la actual generación a dichos valores culturales pretéritos. De ello que el propietario de un bien de este tipo le afecten cargas y deberes de conservación que no tienen los demás propietarios (prohibición de destruir o de alteración física del bien cultural, no destinarlo a usos incompatibles con su función cultural, necesidad de autorización de las obras e intervenciones de conservación...) y se vea sujeto al deber de facilitar su conocimiento y el acceso a la cultura (obligaciones de facilitar a otros particulares su consulta, conocimiento e investigación que, por ejemplo, encontramos en el artículo 13.2 de la Ley española de Patrimonio Histórico, de 26 de junio de 1985).

Pero esos valores e intereses generales se encuentran igualmente presentes en las industrias culturales, por cuanto éstas en potencia son, como explicaremos después, un cauce de expresión de la identidad cultural y un instrumento de mediación de la diversidad cultural. Proteger esos valores e intereses generales se consigue en este caso mediante el reconocimiento de la especificidad de los bienes y servicios culturales, tomando en cuenta su dimensión cultural, y no sólo su dimensión económica, a la hora de ser objeto del comercio e intercambio mercantil. ¿Pueden, por ejemplo, el cine o el patrimonio cultural circular comercialmente igual que el acero, el trigo y los automóviles o han de tener un régimen distinto? En el caso del patrimonio cultural el asunto está resuelto y aceptado pacíficamente; en tanto los bienes que forman parte de él son parte de la identidad de un pueblo, las leyes nacionales suelen contener prohibiciones o controles a su exportación; e, igualmente, el derecho comunitario europeo permite una excepción al principio de libre circulación, entre los Estados miembros, para los bienes del patrimonio cultural (artículo 30 del Tratado de Amsterdam). Sin embargo, la cuestión no está resuelta en el caso de los bienes y servicios producidos por las industrias culturales, pues ¿dónde queda la diversidad cultural si, como veremos enseguida, en el caso del cine, por ejemplo, cerca del 90% del cine que muchos países de Europa ven es de origen norteamericano y Estados Unidos apenas recibe un 3% de cine europeo?

3. La situación de las industrias culturales en el seno de una economía globalizada

El desarrollo de las industrias culturales resulta hoy impresionante. Ya hemos señalado su dimensión económica, como fuente de producción de riqueza con su significada aportación al PIB. Pero dicho desarrollo no es menos clave en términos culturales. Aunque este otro aspecto que vamos a señalar es difícil de cuantificar, hoy el peso de las industrias culturales en la experiencia cultural de los individuos es muy elevado.

Sin embargo, salgamos al paso de un asunto que a menudo introduce confusión. Es corriente, en los análisis culturales, la tendencia a sobrevalorar el papel de las industrias culturales hasta la ilusión engañosa de considerarlas como un totem cultural de hoy. Desde posiciones contrarias se observa que el imaginario popular está marcadamente determinado por el influjo de las tradiciones locales, territoriales y nacionales; y se resalta la honda impronta que esas tradiciones dejan en la personalidad de los individuos y en la conformación de los universos simbólicos compartidos de los grupos, por cuanto, como ha dicho Warnier, desde su urdimbre comunitaria vienen a ser como una brújula general que orienta el resto de los mensajes culturales que van recibiendo a lo largo de su existencia.

Una visión acorde con la realidad exige superar esa dicotomía. Qué duda cabe que una parte importante de la personalidad la moldean hoy los mensajes y contenidos culturales que vehiculan el cine, el libro, el audiovisual, el disco...; y, por otra parte, cómo se podría negar la importancia decisiva, en la conformación de la personalidad, de los medios formales e informales de transmisión de la cultura popular (folclore, costumbres, prácticas sociales...), de las tradiciones presentes en los ambientes y contextos sociales y comunitarios en los que los individuos viven. Sin embargo, no creemos que exista la oposición que a menudo se quiere ver, ya que tradiciones e industrias culturales se imbrican recíprocamente en una compleja urdimbre. Las tradiciones no son ajenas ni están al margen de las industrias culturales, pues éstas potencialmente pueden cumplir una función altamente diversificada en lo que toca a los contenidos culturales que transmiten, desde ser expresión de la alta cultura hasta de las tradiciones y formas de vida tanto locales, regionales, nacionales, supranacionales así como de las nuevas formas colectivas de expresión cultural popular que Renato Ortiz ha denominado la cultura transnacional popular.

Precisamente, es aquí donde descubrimos la raíz del problema actual de unas industrias culturales cuyos contenidos, a resultas de un proceso de producción y de circulación comercial desequilibrado y entregado a la exclusiva lógica del mercado, están ignorando gran parte de valores y tradiciones culturales de la humanidad. La consecuencia de ese desequilibrio es una grave mutilación de la diversidad cultural y el desenraizamiento y desterritorialización de los contenidos, que se manifiesta con diferente intensidad en unas y otras industrias culturales. En efecto, por su diferente naturaleza productiva y empresarial, unas industrias son más propensas al equilibrio, al enraizamiento local y a reflejar la diversidad que otras. La radio, el disco o el libro favorecen una producción y difusión de contenidos más diversos y equilibrados; mientras que el cine y el audiovisual propenden a la concentración en un número escaso de grandes grupos de empresas de producción y de distribución que extrañan y alejan los contenidos de los públicos destinatarios.

Hénos en el centro neurálgico del problema (de un problema complejo, pues, como decíamos hace un momento, no todas las industrias culturales presentan un comportamiento igual), que se manifiesta en el hecho de que el cine norteamericano alcance hasta un 90% de las cuotas de pantalla en gran parte de los países del mundo. En Europa esa cuota de pantalla varía entre un porcentaje superior al 90% en Inglaterra y un 60% en Francia e Italia. España, en el año 2001, se situó en el 84,5 %. Similares o incluso más contundentes son los porcentajes de los países latinoamericanos; así, por ejemplo, las películas norteamericanas en Chile y en Costa Rica representan el 95 % de sus mercados. Pero estos datos adquieren un valor escandaloso cuando, viéndolos desde la otra orilla, se observa la ínfima difusión en los Estados Unidos del cine producido fuera que, por ejemplo, en el caso del procedente de la Unión Europea, apenas llega al 3%. Estos datos han sido recientemente corroborados por la encuesta sobre los sectores culturales nacionales realizada en 1999 por la UNESCO (www.unesco.org/industries/cinema): de 185 países, 88 nunca han producido película alguna ("¿significa ésto que 465 millones de personas no podrán ver su imagen reflejada?"); Europa importa 6000 títulos de películas mientras que produce menos de 500; África importa más de 2800 películas año y sólo produjo 42 títulos...

Ante una situación como ésta no se puede evitar la pregunta de si es ésto normal. Dicho más claro, ¿se puede imputar la explicación de este estado de cosas al resultado de la interacción entre culturas

o es, por el contrario, la consecuencia de un sistema de comercio cultural dejado exclusivamente al albur del mercado? ¿Es que la fuerza creativa y la expresión cultural de los países europeos y latinoamericanos, o de otros continentes, no es capaz de alcanzar más que esos ínfimos porcentajes que se han señalado? Sería imposible que nadie sensato responda que sí.

La preocupación ante estos hechos provoca múltiples críticas y reacciones. La respuesta más activa se sitúa en la llamada "excepción cultural", que tiene origen en el grito lanzado por el en otro momento Ministro de Cultura francés, Jack Lang, y reiterado por el ex presidente de la Unión Europea, Jacques Delors, de que la cultura no es un bien mercantil como los demás. Esta propuesta, abanderada por Canadá y por la Unión Europea en las rondas de la Organización Mundial del Comercio, pretende obtener un tratamiento de excepción para los productos culturales en las negociaciones para la liberalización del comercio mundial de bienes y servicios. Aunque no todos los países europeos asumen con igual convicción esta demanda (así, los del área anglosajona, con Inglaterra a la cabeza, apenas la comparten) ni todos se han mantenido invariables (Alemania, inicialmente reacia a la excepción cultural, ahora se empieza a mostrar a favor), la Unión Europea adoptó, a iniciativa de Francia, una postura común en las negociaciones de la Ronda de Uruguay. Esta postura obtuvo gran resonancia mediática y fue valorada en términos de éxito, pero lo cierto es que, bien mirado, ese "éxito" no es tal, y la mejor demostración de ello es que el problema no se ha resuelto, sino que se sigue agravando. En realidad, lo que Europa logró fue -más que una excepción expresa al libre comercio (que sí las hay, aunque escasas, en el Tratado del GATS, como los servicios relacionados con la moralidad, el orden público o la seguridad nacional)- la no oferta obligatoria por un tiempo de los servicios culturales. En consecuencia, los productos culturales siguen inmersos hacia el futuro en la lógica de la liberalización del comercio y están ahí como posible moneda de cambio para los sucesivos procesos de negociación, si no se modifica el enfoque.

4. Las bases para la armonía, a la luz de la política y el derecho, entre cultura y

economía

Ya nos hemos referido a la función estratégica, en nuestro tiempo, de las industrias culturales. Desde su dimensión económica, son una fuente cada vez mayor de creación de riqueza, de empleo y, en general, de desarrollo económico y los datos de su aportación al PIB más categóricos no pueden ser. Y, desde su flanco cultural, son sin duda un poderoso instrumento de expresión cultural identitaria, de configuración de imágenes de vida, tradiciones y memorias colectivas y, en definitiva, un vigoroso cauce de acceso a la cultura para el hombre actual. Pero las cosas no se han desarrollado en los términos idílicos que se hubieran podido esperar (la multiplicación de las posibilidades de creatividad y de intercambio entre las culturas del mundo) sino que se están produciendo, sobre todo en los sectores cinematográfico y audiovisual, de un agudo problema debido a la asimetría del mercado mundial de dichos sectores, caracterizado por un mercado oligopolístico imperfecto en el que los grandes grupos industriales, desde su dominio, imprimen una tendencia fortísima hacia un régimen de alienación y monocultivo cultural. El orden actual del comercio mundial no expresa para nada, y está demostrando una incapacidad congénita para hacerlo por sí sólo, la rica y compleja diversidad cultural del planeta, la riqueza irrepetible de las múltiples formas de ser humanos, que se ve agostada irremediablemente en un proceso ciego y de fatales consecuencias, debido a la irreversibilidad inherente a lo cultural. Esto es clave, la diversidad cultural que se destruya ya no volverá. Pero, aclararemos las cosas, el objetivo en absoluto es "congelar" la diversidad -lo que sería absurdo, porque es intrínseco a toda expresión cultural el evolucionar y de forma natural las culturas están llamadas a transformarse y hasta incluso a desaparecer- sino algo previo y muy distinto, la necesidad de preservar el rico coro de voces y expresiones culturales del mundo, no empequeñecerlo por causas ajenas a la propia vida cultural, para brindarles así la posibilidad de participar en el concierto cultural universal dentro del proceso de mundialización que vive el planeta.

¿Tiene remedio este estado de cosas? Queremos pensar que sí, si se actúa sin esperas en la construcción de un orden democrático de la cultura a escala mundial que erija la diversidad cultural como valor fuera de discusión. Ese orden, en relación con los bienes y servicios culturales, no lo garantiza por sí sólo el mercado, pues éste no es capaz de medir los efectos externos de la cultura, la dimensión colectiva e intereses generales presentes en ella (identidad, diversidad cultural, cohesión social...). Aparte, la ordenación del mercado y del comercio internacional en la OMC es, desde un plano estrictamente técnico, manifiestamente incompleta, pues, incluso en su estricta lógica mercantil, está falta de mecanismos correctores de la concurrencia desequilibrada que sí hay en las legislaciones estatales como, por ejemplo, las normas nacionales de protección de la libre concurrencia o, en el derecho norteamericano, la legislación limitativa del abuso de posición dominante. En definitiva, la pregunta que el mercado no resuelve por sí mismo se puede formular de manera muy sencilla: ¿cuál es el valor, en tanto mercancías, de la identidad, de la diversidad o del sentido de la vida?

Es el orden político democrático el que puede dar una solución a esa pregunta compaginando la circulación de los productos culturales con dichos valores, lo que exige regulación e intervención pública a escalas nacional e internacional. El mercado necesita ser regulado. Disipemos la falacia de que el mercado es "natural" y que con su sabia "mano invisible" expresaría mejor la libertad de elección de los individuos en relación con la cultura. El mercado es una construcción social como otras y un instrumento de mediación social, pero no un fin en sí mismo; así como tampoco el libre comercio puede ser considerado un fin sino un medio para mejorar las condiciones de vida y el bienestar de los seres humanos.

Llegados a este punto, se hacen necesarias dos nuevas clarificaciones, la de no confundir ni el mercado ni el comercio con la economía y la de no enfrentar economía y cultura.

La primera confusión tiene su origen en la idea, como afirma Touraine (EL PAIS, 15-12-2001), intelectualmente estúpida y materialmente peligrosa que reduce la economía al comercio internacional, olvidando los problemas de la producción, la gestión, el reparto y el consumo. La economía es, pues, mucho más que el comercio y el mercado -éstos son una parte de las piezas de aquélla- y sólo a partir de una visión tan distorsionada y sesgada se puede reclamar su liberación de todo control externo. La economía sí tiene la virtualidad de hacer posible el análisis integral que precisan asuntos como los que estamos abordando aquí y, como explica Amartya Senn, de imbricarse en los derechos fundamentales y la igualdad.

No es menor simpleza enfrentar economía y cultura, la primera como el terreno de los intereses egoístas y lo espúreo y la segunda como el de lo desinteresado y el espíritu. Ambas cumplen funciones distintas, mas fundamentales para la vida social y, precisamente por ello, el marco de desenvolvimiento no puede quedar a su albur, sino que han de ser sometidas a las reglas del Estado de derecho y de la democracia, a la voluntad y al control de los ciudadanos y a los derechos fundamentales. Estas reglas tienen que ponderar los valores e intereses generales inherentes a una y otra y, en particular, la garantía de sus respectivos ámbitos de libertad (a las libertades señeras de la cultura y a los derechos culturales ya nos hemos referido más atrás; pero también en la economía la libertad tiene un espacio propio como libertad de empresa, de comercio o de mercado: libertades con raigambre, pues estuvieron ya en las bases del proceso revolucionario francés cuando la Constitución girondina de 1791 las enunció así: "Nul genre de travail, de commerce, de culture -por cierto, esta "cultura" era entonces el cultivo agrícola- ne le peut être interdit" ). El caso es que ambos órdenes de libertades han de ser armonizados y a los dos se les ha de asegurar, como exigen las Constituciones modernas, un contenido esencial, un núcleo irreductible que no puede ser franqueado so pena de su negación. Ahora bien, el encuentro entre economía y cultura, por la diferente naturaleza y funciones de una y otra, sitúa a las libertades de la economía en un plano distinto, más instrumental, que las de la cultura, que resumiríamos en la preeminencia de los valores culturales sobre los valores económicos. Con palabras muy llanas decía el socialista español Fernando de los Ríos que para

hacer al hombre libre hay que controlar la economía, y al hilo de ellas nos permitiríamos añadir si cuando se pone por delante libertad de la economía como un valor absoluto no se está sometiendo al hombre. Ejemplos de dicha ponderación ya los tenemos en otros sectores del derecho de la cultura, pues vimos cómo intuitivamente el derecho ha ido construyendo, en el derecho de autor y en el derecho del patrimonio cultural, dos sistemas de derechos de propiedad limitada por razón de la función cultural que les incumbe cumplir, pero al fin sistemas respetuosos con el contenido esencial de la propiedad. Obviaremos entrar en consideraciones ontológicas o filosóficas -que en modo alguno serían accesorias aquí, sino todo lo contrario- sobre el rango de los valores de la cultura y de la economía. Quedémonos con la unicidad e irreversibilidad inherentes a la tradición e identidad cultural, que es lo que justifica, en los casos de colisión, la prevalencia -prevalencia no es negación ni exclusión del otro factor, sino su limitación proporcional a la finalidad que se desea alcanzar- del valor cultura sobre el valor economía. En la libertad de comercio no es la regla que los contenidos delimiten el ámbito de dicha libertad. Pero hay casos en que sí debe serlo, cuando ésta entra en colisión con valores fundamentales de la vida democrática y social. Y ésta es, precisamente, la ponderación a la que apunta la afirmación de la especificidad de los bienes culturales en tanto bienes objeto del comercio.

Llevemos estas reflexiones a las industrias culturales, en las que economía y cultura son carne y hueso de un mismo cuerpo. Y esa conjunción entre economía y cultura presente en ellas es lo que brinda a la humanidad unas insospechadas posibilidades, como nunca se dieron ni fue posible imaginar en la historia, de facilitar el acceso a la cultura a los seres humanos. Pero para ello se hace necesario establecer -permítasenos la licencia de utilizar ahora figura jurídica con el valor de metáfora- el "contrato" entre economía y cultura para el bienestar de los seres humanos y de los grupos en los que cursan su existencia.

El mundo emprendió, hace algo más de medio siglo, con los acuerdos del GATT en 1947, un proceso de impulso del libre comercio internacional frente a las políticas proteccionistas nacionales vigentes hasta entonces. Pero la deriva reciente que ha tomado dicho proceso de liberalización del comercio internacional de bienes -ahora ampliado a los servicios y a la propiedad intelectual, tras los acuerdos del GATS y del TRIPS, y enmarcado en la Organización Mundial del Comercio creada al final de la llamada Ronda de Uruguay en las reuniones de Marrakech en 1994- pone de manifiesto un grave problema estructural: que algo que afecta de forma tan inmediata y fundamental a la vida del hombre y de los grupos humanos esté al margen del control político democrático y de los derechos fundamentales y, en particular, de los derechos sociales y culturales. En este sentido no es baladí saber que el tratado de creación de la OMC no alude para nada en su texto a los derechos fundamentales y que este organismo no pertenezca al sistema de la Organización de las Naciones Unidas (adviértase algo que se olvida, que el GATT sí estaba enmarcado en la ONU). El hecho es que la OMC funciona como un astro libre no vinculado a las reglas y principios del derecho internacional tan costosamente labrados, ni a la Carta de la ONU, a la Declaración Universal, o al Pacto de Derechos Económicos y Sociales.

La mundialización no puede ser vista sino como un proceso positivo en tanto eleva al ser humano desde su condición de especie biológica unitaria -ésto viene dado de partida- a homo universalis -lo que es construcción social, política económica y cultural que se inició en el mismo momento en el que apareció la especie humana-, el resultado de un proceso complejo e inacabado de creación de lazos, intercambios, referentes y valores comunes, universos simbólicos... Pero aunque la mundialización es en sí un movimiento natural y espontáneo, su ritmo puede ser impulsado. Esto es lo que ha ocurrido con la aceleración actual de la mundialización del comercio -que es lo que en términos estrictos designa la globalización-, pero esa aceleración necesitaría del impulso a la vez de las otras dimensiones políticas, sociales y culturales de la mundialización. Las consecuencias y los costes de una mundialización parcial y desajustada son graves en términos de justicia, de solidaridad, de bienestar y de calidad de vida. Lo que nos lleva a una inquietante conclusión, que mientras se avanza

en la globalización económica se retrocede de facto en la mundialización de los derechos fundamentales y democráticos.

Bajemos al nivel de las propuestas operativas. No cabe duda de que las dificultades técnicas y la evolución tecnológica (la creciente importancia de la transmisión por satélite, por cable y digital de las señales audiovisuales) hace cada vez menos eficientes los enfoques negativos, cual el de la excepción cultural al que nos hemos referido antes, y las soluciones se han de orientar hacia medidas más positivas que reactivas o de barrera que, por otro lado, resultan difíciles de explicar en términos culturales. Por ello, y por la relativa eficacia que ha demostrado hasta el momento, no podemos situar en la excepción cultural el desideratum de la solución de los problemas actuales de las industrias culturales de cara a preservar la diversidad cultural. Ahora bien, mientras no se disponga de otras soluciones mejores, no sería prudente prescindir de ella.

Esas nuevas soluciones que la situación reclama con urgencia están en la creación de un marco jurídico internacional que, partiendo de una visión global del impacto de la mundialización sobre la diversidad cultural, se proponga como objetivo primordial su preservación y la garantía de los derechos culturales. Este orden se ha de plasmar en la erección de diversos instrumentos jurídicos internacionales de diferentes ámbitos y dimensión. Entre ellos es cardinal la necesidad de una Convención universal para la diversidad cultural -la UNESCO se halla ya trabajando en esta idea-, como instrumento que consagre la especificidad de los bienes y servicios culturales en tanto objeto de comercio y que restablezca la iniciativa de los Estados en la formulación de las políticas culturales en orden a preservar la diversidad de sus expresiones culturales internas y promover las condiciones para un intercambio equilibrado hacia el exterior. Aquí se revela el plus fundamental inherente a la diversidad cultural sobre la excepción cultural. Mientras ésta propende a quedarse en la defensa frente a lo exterior, la diversidad cultural afronta, en todos los niveles y escalones, la protección armoniosa de todas las expresiones culturales.

En esta misma línea no sobrarían tampoco medidas jurídicas de ámbito regional. Nos referimos a la erección de otros instrumentos jurídico internacionales de ámbito regional que consagren a las grandes culturas también como sistemas de diversidad y que a la vez les posibilite su proyección hacia el exterior como un gran sujeto cultural en el concierto cultural mundial. Nos estamos refiriendo, de manera muy especial, a una Carta o Convención cultural iberoamericana que podría afirmar la contribución de la cultura iberoamericana y de su riqueza diversa a la cultura universal y su voluntad de estar presente en el concierto de la mundialización, la creación de un espacio cultural iberoamericano como ámbito privilegiado de desarrollo de dichos objetivos.

Llegamos al final. A lo largo de estas reflexiones hemos hilvanado tres hilos, economía, cultura y derecho, anunciados en el propio título y que nos han permitido, en unos momentos tejiéndolos y en otros desenredándolos, descubrir algunos aspectos destacados del complejo juego de relaciones y entrelazamientos entre ellos, que concretan académicamente dos campos de especialidad, los de la economía de la cultura y el derecho de la cultura. Pero desde esos hilos hemos llegado, como dice el refrán popular, al ovillo, en el que nos hemos topado con otro elemento fundamental para afrontar la solución de los grandes retos que hoy se le plantean a la cultura y, en particular, a las industrias culturales, el de los valores políticos y democráticos. O, dicho con otra metáfora, al final hemos descubierto que la mesa que queríamos construir, para ser estable y sólida, estaba falta de un cuarto pilar, el de la política democrática.

Jesús Prieto de Pedro

Vice-rector de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Profesor de Derecho Administrativo y Titular de la Cátedra Andrés Bello de Derechos Culturales. Presidente de la Comisión Gestora del Instituto para la Comunicación Cultural integrada por la UNED y la Universidad Carlos III de Madrid.

Jóvenes: comunicación e identidad

Jesús Martín Barbero

―En nuestras barriadas populares urbanas tenemos camadas enteras de jóvenes cuyas cabezas dan cabida a la magia y a la hechicería, a las culpas cristianas y a intolerancia piadosa, lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad, indiscutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausencia de ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida y tiranía de la imagen fugaz y el sonido musical como lenguaje único de fondo‖

1.

F. Cruz Kronfly

1. Transformaciones de la sensibilidad y des-ordenamiento cultural

¿Hay algo realmente nuevo en la juventud actual?. Y si lo hay, ¿cómo pensarlo sin mixtificar tramposamente la diversidad social de la juventud en clases, razas, etnias, regiones?. La respuesta a esas preguntas pasa por aceptar la posibilidad de fenómenos trans-clasistas y trans-nacionales, que a su vez son experimentados siempre en las modalidades y modulaciones que introduce la división social y la diferencia cultural. Lo que exige un trabajo de localización de la investigación , que no es el propósito de este texto ya que lo que se propone es algo mucho más limitado: introducir algunas cuestiones cuya ausencia han estado lastrando seriamente la investigación, el debate y las políticas que conciernen a los jóvenes.

Para dibujar un primer campo de procesos en que se insertan los cambios que experimentan los adolescentes y los jóvenes hoy voy a servirme de dos reflexiones especialmente orientadoras. La primera es un libro de Margaret Mead, la antropóloga quizá más influyente que han tenido los Estados Unidos, publicado en inglés el año 70. La segundo corresponde a los provocadores trabajos de Joshua Meyrowitz en los que estudia los cambios que atraviesan las relaciones entre las formas humanas de comunicar y los modos de ejercer la autoridad.

En su libro, Margaret Mead escribe: ―nuestro pensamiento nos ata todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra infancia y juventud, nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de nosotros no entiende lo que ésta significa. Los jóvenes de la nueva generación, en cambio, se asemejan a los miembros de la primera generación nacida en un país nuevo. Debemos aprender junto con los jóvenes la forma de dar los próximos pasos; Pero para proceder así, debemos reubicar el futuro. A juicio de los occidentales, el futuro está delante de nosotros. A juicio de muchos pueblos de Oceanía, el futuro reside atrás, no adelante. Para construir una cultura en la que el pasado sea útil y no coactivo, debemos ubicar el futuro entre nosotros, como

algo que está aquí listo para que lo ayudemos y protejamos antes de que nazca, porque de lo contrario, será demasiado tarde‖

2.

Lo que ahí se nos plantea es la envergadura antropológica de los cambios que atravesamos y las posibilidades de inaugurar escenarios y dispositivos de diálogo entre generaciones y pueblos. Para ello la autora traza un mapa de los tres tipos de cultura que conviven en nuestra sociedad. Llama postfigurativa a la cultura que ella investigó como antropóloga, y que es aquella en la que el futuro de los niños está por entero plasmado en el pasado de los abuelos, pues la matriz de esa cultura se halla en el convencimiento de que la forma de vivir y saber de los ancianos es inmutable e imperecedera. Llama cofigurativa a la que ella ha vivido como ciudadana norteamericana, una cultura en la que el modelo de los comportamientos lo constituye la conducta de los contemporáneos, lo que le permite a los jóvenes, con la complicidad de su padres, introducir algunos cambios por relación al comportamiento de los abuelos. Finalmente llama prefigurativa a una nueva cultura que ella ve emerger a fines de los años 60 y que caracteriza como aquella en la que los pares reemplazan a los padres, instaurando una ruptura generacional sin parangón en la historia, pues señala no un cambio de viejos contenidos en nuevas formas, o viceversa, sino un cambio en lo que denomina la naturaleza del proceso: la aparición de una ―comunidad mundial‖ en la que hombres de tradiciones culturales muy diversas emigran en el tiempo, inmigrantes que llegan a una nueva era desde temporalidades muy diversas, pero todos compartiendo las mismas leyendas y sin modelos para el futuro. Un futuro que sólo balbucean los relatos de ciencia-ficción en los que los jóvenes encuentran narrada su experiencia de habitantes de un mundo cuya compleja heterogeneidad no se deja decir en las secuencias lineales que dictaba la palabra impresa, y que remite entonces a un aprendizaje fundado menos en la dependencia de los adultos que en la propia exploración que los habitantes del nuevo mundo tecno-cultural hacen de la imagen y la sonoridad, del tacto y la velocidad.

Además de ―la esperanza del futuro‖, los jóvenes constituyen hoy el punto de emergencia de una cultura otra, que rompe tanto con la cultura basada en el saber y la memoria de los ancianos, como en aquella cuyos referentes aunque movedizos ligaban los patrones de comportamiento de los jóvenes a los de padres que, con algunas variaciones, recogían y adaptaban los de los abuelos. Al marcar el cambio que culturalmente atraviesan los jóvenes como ruptura se nos están señalando algunas claves sobre los obstáculos y la urgencia de comprenderlos, esto es sobre la envergadura antropológica, y no sólo sociológica, de las transformaciones en marcha.

J. Meyrowitz apoya su trabajo en investigaciones históricas y antropológicas sobre la infancia3, en las

que se descubre cómo durante la Edad Media y el Renacimiento los niños han vivido todo el tiempo revueltos con los mayores, revueltos en la casa, en el trabajo, en la taberna y hasta en la cama, y es sólo a partir del siglo XVII que la infancia como tal ha empezado a tener existencia social. Ello merced en gran medida al declive de la mortalidad infantil y a la aparición de la escuela primaria, en la que el aprendizaje pasa de las prácticas a los libros, asociados a una segmentación al interior de la sociedad que separa lo privado de lo público, y que al interior de la casa misma instituye la separación entre el mundo de los niños y el de los adultos. Desde el XVII hasta mediados del siglo XX el mundo de los adultos había creado unos espacios propios de saber y de comunicación de los cuales mantenía apartados a los niños, hasta el punto que todas las imágenes que los niños tenían de los adultos eran filtradas por las imágenes que la propia sociedad, especialmente a través de los libros escritos para niños, se hacía de los adultos. Desde mediados de nuestro siglo esa separación de mundos se ha disuelto, en gran medida por la acción de la televisión que, al transformar los modos de circulación de la información en el hogar rompe el cortocircuito de los filtros de autoridad parental . Afirma Meyrowitz: ―Lo que hay de verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más jóvenes estar presentes en las interacciones de los adultos (...)"Es como si la sociedad entera hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de seducción eróticos, a los interludios sexuales, a las intrigas criminales. La pequeña pantalla les expone a los temas y comportamientos que los adultos se esforzaron por ocultarles durante siglos‖

4. Mientras la

escuela sigue contando unas bellísimas historias tanto de los padres de la patria como de los del

hogar - héroes abnegados y honestos, que los libros para niños corroboran- la televisión expone cotidianamente los niños a la hipocresía y la mentira, al chantaje y la violencia que entreteje la vida cotidiana de los adultos. Resulta bien significativo que mientras los niños siguen gustando de libros para niños, prefieren sin embargo - numerosas encuesta hablan de un 70 % y más- los programas de televisión para adultos. Y ello porque al no exigir un código complejo de acceso, como el que exige el libro, la televisión posibilita romper la largamente elaborada separación del mundo adulto y sus formas de control. Mientras el libro escondía sus formas de control en la complejidad de los temas y del vocabulario, el control de la televisión exige hacer explícita la censura. Y como los tiempos no están para eso, la televisión, o mejor la relación que ella instituye de los niños y adolescentes con el mundo adulto, va a reconfigurar radicalmente las relaciones que dan forma al hogar.

Es obvio que en ese proceso la televisión no opera por su propio poder sino que cataliza y radicaliza movimientos que estaban en la sociedad previamente, como las nuevas condiciones de vida y de trabajo que han minado la estructura patriarcal de la familia: inserción acelerada de la mujer en el mundo del trabajo productivo, drástica reducción del número de hijos, separación entre sexo y reproducción, transformación en las relaciones de pareja, en los roles del padre y del macho, y en la percepción que de sí misma tiene la mujer. Es en ese debilitamiento social de los controles familiares introducido por la crisis de la familia patriarcal donde se inserta el des-ordenamiento cultural que refuerza la televisión. Pues ella rompe el orden de las secuencias que en forma de etapas/edades organizaban el escalonado proceso del aprendizaje ligado a la lectura y las jerarquías en que este se apoya. Y al deslocalizar los saberes, la televisión desplaza las fronteras entre razón e imaginación, saber e información, trabajo y juego.

Lo que hay de nuevo hoy en la juventud, y que se hace ya presente en la sensibilidad del adolescente, es la percepción aun oscura y desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización: ni los padres constituyen el patron-eje de las conductas, ni las escuela es el único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la cultura. La lúcida mirada de M.Mead apuntó al corazón de nuestros miedos y zozobras: tanto o más que en la palabra del intelectual o en las obras de arte, es en la desazón de los sentidos de la juventud donde con más fuerza se expresa hoy el estremecimiento de nuestro cambio de época.

2. Visibilidad social y cultural de la juventud en la ciudad

Lo que el rápido mapa trazado avizora es tanto la des-territorialización que atraviesan las culturas, como el malestar en la cultura que experimentan los más jóvenes en su radical replanteamiento de las formas tradicionales de continuidad cultural: más que buscar su nicho entre las culturas ya legitimadas por los mayores se radicaliza la experiencia de desanclaje

5 que, según A. Giddens, produce la

modernidad sobre las particularidades de los mapas mentales y las prácticas locales. Los cambios apuntan a la emergencia de sensibilidades ―desligadas de las figuras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen ‗la cultura‘ y cuyos sujetos se constituyen a partir de la conexión/desconexión con los aparatos‖

6. En la empatía de los jóvenes con la cultura tecnológica, que va de la información

absorbida por el adolescente en su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas, lo que está en juego es una nueva sensibilidad hecha de una doble complicidad cognitiva y expresiva: es en sus relatos e imágenes, en sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Estamos ante la formación de comunidades hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos.

Quizá ninguna otra figura como la del flujo televisivo7 para asomarnos a las rupturas y las formas de

enganche que presenta la nueva experiencia cultural de los jóvenes. La programación televisiva se

halla fuertemente marcada, a la vez, por la discontinuidad que introduce la permanente fragmentación –cuyos modelos en términos estéticos y de rentabilidad se hallan en el videoclip publicitario y el musical- y por la fluida mezcolanza que posibilita el zapping, el control remoto, al televidente, especialmente al televidente joven ante la frecuente mirada molesta del adulto, para armar ―su programa‖ con fragmentos o "restos" de deportes, noticieros, concursos, conciertos o films. Más allá de la aparente democratización que introduce la tecnología, la metáfora del zappar ilumina la escena social: hay una cierta y eficaz travesía que liga los modos de ver desde los que el televidente explora y atraviesa el palimpsesto de los géneros y los discursos, con los modos nómadas de habitar la ciudad –los del emigrante al que le toca seguir indefinidamente emigrando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando las invasiones y valorizándose los terrenos, y sobre todo con el trazado que liga los desplazamientos de la banda juvenil que constantemente cambia sus lugares de encuentro a lo largo y ancho de la ciudad.

Y es que por la ciudad es por donde pasan más manifiestamente algunos de los cambios de fondo que experimentan nuestras sociedades: por el entrelazamiento entre la expansión/estallido de la ciudad y el crecimiento/ densificación de los medios masivos y las redes electrónicas. ―Son las redes audiovisuales las que efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los espacios e intercambios urbanos‖

8. La diseminación/ fragmentación de la ciudad densifica la mediación y la

experiencia tecnológica hasta el punto de sustituir, de volver vicaria, la experiencia personal y social. Estamos habitando un nuevo espacio comunicacional en el que ―cuentan‖ menos los encuentros y las muchedumbres que el tráfico, las conexiones, los flujos y las redes. Estamos ante nuevos ―modos de estar juntos‖ y unos nuevos dispositivos de percepción que se hallan mediados por la televisión, el computador, y dentro de muy poco por la imbricación entre televisión e informática en una acelerada alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales. Los ingenieros de lo urbano ya no están interesados en cuerpos reunidos, los prefieren interconectados. Mientras el cine catalizaba la ―experiencia de la multitud‖ en la calle, pues era en multitud que los ciudadanos ejercían su derecho a la ciudad, lo que ahora cataliza la televisión es por el contrario la ―experiencia doméstica‖ y domesticada: es desde la casa que la gente ejerce ahora cotidianamente su conexión con la ciudad. Mientras del pueblo que se tomaba la calle al público que iba al cine la transición era transitiva, y conservaba el carácter colectivo de la experiencia, de los públicos de cine a las audiencias de televisión el desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad social sometida a la lógica de la desagregación hace de la diferencia una mera estrategia del rating: es de ese cambio que la televisión es la principal mediación. Pues constituida en el centro de las rutinas que ritman lo cotidiano, en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual, y en terminal del videotexto, la vídeo compra, el correo electrónico y la teleconferencia, la televisión convierte el espacio doméstico en el más ancho territorio virtual: aquel al que, como afirma certeramente Virilio, "todo llega sin que haya que partir".

A la inseguridad que ese descentramiento del modo de habitar implica, la ciudad añade hoy la expansión del anonimato propio del no-lugar

9: ese espacio –centros comerciales, autopistas,

aeropuertos- en que los individuos son liberados de toda carga de identidad interpeladora y exigidos únicamente de interacción con informaciones o textos. En el supermercado usted puede hacer todas sus compras sin tener que identificarse, sin hablar con, ni ser interpelado por, nadie. Mientras las "viejas" carreteras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en calles, contagiando al viajero del "aire del lugar", de sus colores y sus ritmos, la autopista, bordeando los centros urbanos, sólo se asoma a ellos a través de los textos de las vallas que "hablan" de los productos del lugar y de sus sitios de interés. No puede entonces resultar extraño que las nuevas formas de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las generaciones que han nacido con esa ciudad, sea agrupándose en tribus

10 cuya ligazón no proviene ni de un territorio fijo ni de un consenso racional y duradero sino de

la edad y del género, de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de los estilos de vida y las exclusiones sociales. Enfrentando la masificada diseminación de sus anonimatos, y fuertemente conectada a las redes de la cultura-mundo de la información y el audiovisual, la heterogeneidad de las

tribus urbanas nos descubre la radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros, la profunda reconfiguración de la sociabilidad

3. Tecnologías y palimpsestos de identidad

Utilizo la metáfora del palimpsesto para aproximarme a la comprensión de un tipo de identidad que desafía tanto nuestra percepción adulta como nuestros cuadros de racionalidad, y que se asemeja a ese texto en que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente. Es la identidad que se gesta en el movimiento des-territorializador que atraviesan las demarcaciones culturales pues, desarraigadas, las culturas tienden inevitablemente a hibridarse.

Ante el desconcierto de los adultos vemos emerger una generación formada por sujetos dotados de una ―plasticidad neuronal‖ y elasticidad cultural que, aunque se asemeja a una falta de forma, es más bien apertura a muy diversas formas, camaleónica adaptación a los más diversos contextos y una enorme facilidad para los ―idiomas‖ del vídeo y del computador, esto es para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas. Los jóvenes articulan hoy las sensibilidades modernas a las posmodernas en efímeras tribus que se mueven por la ciudad estallada o en las comunidades virtuales, cibernéticas. Y frente a las culturas letradas - ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua- las culturas audiovisuales y musicales rebasan ese tipo de adscripción congregándose en comunas hermenéuticas que responden a nuevas maneras de sentir y expresar la identidad, incluida la nacional. Estamos ante identidades más precarias y flexibles, de temporalidades menos largas y dotadas de una flexibilidad que les permite amalgamar ingredientes provenientes de mundos culturales distantes y heterogéneos, y por lo tanto atravesadas por dis-continuidades en las que conviven gestos atávicos con reflejos modernos, secretas complicidades con rupturas radicales.

Quizás sea el fenómeno del rock en español el que resulte más sintomático de los cambios que atraviesa la identidad en los más jóvenes. Identificado con el imperialismo cultural y los bastardos intereses de las multinacionales durante casi veinte años, el rock ha adquirido, desde los años 80, una capacidad especial de traducir la brecha generacional y algunas transformaciones claves en la cultura política de nuestros países. Transformaciones que convierten al rock en vehículo de una conciencia dura de la descomposición de los países, de la presencia cotidiana de la muerte en las calles, de la sin salida laboral y la desazón moral de los jóvenes, de la exasperación de la agresividad y lo macabro

11. El movimiento del rock latino rompe con la mera escucha juvenil para despertar

creatividades insospechadas de mestizajes e hibridaciones: tanto de lo cultural con lo político como de las estéticas transnacionales con los sones y ritmos más locales. De Botellita de Jerez a Maldita Vecindad, Caifanes o Café Tacuba en México, Charly Garcia, Fito Paez o los Enanitos verdes y Fabulosos Cádillac en Argentina, hasta Estados Alterados y Aterciopelados en Colombia. ―En tanto afirmación de un lugar y un territorio, este rock es a la vez propuesta estética y política. Uno de los ‗lugares‘ donde se construye la unidad simbólica de América Latina, como lo ha hecho la salsa de Rubén Blades, las canciones de Mercedes Sosa y de la Nueva Trova Cubana, lugares desde donde se miran y se construyen los bordes de lo latinoamericano‖ afirma una joven investigadora colombiana

12. Que se trata no de meros fenómenos locales/nacionales sino de lo latinoamericano

como un lugar de pertenencia y de enunciación específico, lo prueba la existencia del canal latino de MTV, en el que se hace presente, junto a la musical, la creatividad audiovisual en ese género híbrido, global y joven por excelencia que es el videoclip.

Atravesado por los movimientos que le impone el mercado, desde las disqueras a la radio, en el rock latino se superan las subculturas regionales en una integración ciertamente mercantilizada pero en la que se hacen audibles las percepciones que los jóvenes tienen hoy de nuestras ciudades: de sus ruidos y sus sones, de la multiplicación de las violencias y del más profundo desarraigo. Sin olvidar ese otro fenómeno cultural que son las mezclas de las músicas étnicas y campesino-populares con

ritmos, instrumentos y sonoridades de la modernidad musical como los teclados, el saxo y la batería. Ahí el ―viejo folklor‖ no se traiciona ni deforma sino que se transforma volviéndose más universalmente iberoamericano. Aunque producto en buena medida de los medios masivos y de la escenografía de tecnológica de los conciertos esas nuevas músicas vuelven definitivamente urbana e internacional una música cuyo ámbito de origen fue el campo y la provincia.

4. Nuevos lenguajes y formación de ciudadanos

La aparición de un ecosistema comunicativo se está convirtiendo para nuestras sociedades en algo tan vital como el ecosistema verde, ambiental

13. La primera manifestación de ese ecosistema es la

multiplicación y densificación cotidiana de las tecnologías comunicativas e informacionales, pero su manifestación más profunda se halla en las nuevas sensibilidades, lenguajes y escrituras que las tecnologías catalizan y desarrollan. Y que se hacen más claramente visibles entre los más jóvenes: en sus empatías cognitivas y expresivas con las tecnologías, y en los nuevos modos de percibir el espacio y el tiempo, la velocidad y la lentitud, lo lejano y lo cercano. Se trata de una experiencia cultural nueva, o como W. Benjamin lo llamó, un sensorium nuevo, unos nuevos modos de percibir y de sentir, de oír y de ver, que en muchos aspectos choca y rompe con el sensorium de los adultos. Un buen campo de experimentación de estos cambios y de su capacidad de distanciar a la gente joven de sus propios padres se halla en la velocidad y la sonoridad. No solo en la velocidad de los autos, sino en la de las imágenes, en la velocidad del discurso televisivo, especialmente en la publicidad y los videoclips, y en la velocidad de los relatos audiovisuales. Y lo mismo sucede con la sonoridad, con la manera como los jóvenes se mueven entre las nuevas sonoridades: esas nuevas articulaciones sonoras que para la mayoría de los adultos marcan la frontera entre la música y el ruido, mientras para los jóvenes es allí donde empieza su experiencia musical.

Una segunda dinámica, que hace parte del ecosistema comunicativo en que vivimos, se anuda pero desborda el ámbito de los grandes medios, se trata de la aparición de un entorno educacional difuso y descentrado en el que estamos inmersos. Un entorno de información y de saberes múltiples, y descentrado por relación al sistema educativo que aun nos rige, y que tiene muy claros sus dos centros en la escuela y el libro. Las sociedades han centralizado siempre el saber, porque el saber fue siempre fuente de poder, desde los sacerdotes egipcios hasta los monjes medievales o los asesores de los políticos actualmente. Desde los monasterios medievales hasta las escuelas de hoy el saber ha conservado ese doble carácter de ser a la vez centralizado y personificado en figuras sociales determinadas: al centramiento que implicaba la adscripción del saber a unos lugares donde circulaba legítimamente se correspondían unos personajes que detentaban el saber ostentando el poder de ser los únicos con capacidad de leer/interpretar el libro de los libros. De ahí que una de las transformaciones más de fondo que puede experimentar una sociedad es aquella que afecta los modos de circulación del saber. Y es ahí que se sitúa la segunda dinámica que configura el ecosistema comunicativo en que estamos inmersos: es disperso y fragmentado como el saber puede circular por fuera de los lugares sagrados que antes lo detentaban y de las figuras sociales que lo administraban.

La escuela ha dejado de ser el único lugar de legitimación del saber, pues hay una multiplicidad de saberes que circulan por otros canales y no le piden permiso a la escuela para expandirse socialmente. Esta diversificación y difusión del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos más fuertes que el mundo de la comunicación le plantea al sistema educativo. Frente al maestro que sabe recitar muy bien su lección hoy se sienta un alumno que por ósmosis con el medio-ambiente comunicativo se halla ―empapado‖ de otros lenguajes, saberes y escrituras que circulan por la sociedad. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles

14, por estar hechos de trozos, de

fragmentos, que sin embargo no impiden a los jóvenes tener con frecuencia un conocimiento más actualizado en física o en geografía que su propio maestro. Lo que está acarreando en la escuela no una apertura a esos nuevos saberes sino un fortalecimiento del autoritarismo, como reacción a la

pérdida de autoridad que sufre el maestro, y la descalificación de los jóvenes como cada día más frívolos e irrespetuosos con el sistema del saber escolar.

Y sin embargo lo que nuestras sociedades están reclamando al sistema educativo es que sea capaz de formar ciudadanos y que lo haga con visión de futuro, esto es para los mapas profesionales y laborales que se avecinan. Lo que implica abrir la escuela a la multiplicidad de escrituras, de lenguajes y saberes en los que se producen las decisiones. Para el ciudadano eso significa aprender a leer/descifrar un noticiero de televisión con tanta soltura como lo aprende hacer con un texto literario. Y para ello necesitamos una escuela en la que aprender a leer signifique aprender a distinguir, a discriminar, a valorar y escoger donde y cómo se fortalecen los prejuicios o se renuevan las concepciones que tenemos de la política y de la familia, de la cultura y de la sexualidad. Necesitamos una educación que no deje a los ciudadanos inermes frente a las poderosas estratagemas de que hoy disponen los medios masivos para camuflar sus intereses y disfrazarlos de opinión pública.

De ahí la importancia estratégica que cobra hoy una escuela capaz de un uso creativo y crítico de los medios audiovisuales y las tecnologías informáticas. Pero ello sólo será posible en una escuela que transforme su modelo (y su praxis) de comunicación, esto es que haga posible el tránsito de un modelo centrado en la secuencia lineal - que encadena unidireccionalmente grados, edades y paquetes de conocimiento- a otro descentrado y plural, cuya clave es el ―encuentro‖ del palimpsesto y el hipertexto. Pues como ante afirmé el palimpsesto es ese texto en el que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente; y el hipertexto es una escritura no secuencial, un montaje de conexiones en red que, al permitir/exigir una multiplicidad de recorridos, transforma la lectura en escritura. Mientras el tejido del palimpsesto nos pone en contacto con la memoria, con la pluralidad de tiempos que carga, que acumula todo texto, el hipertexto remite a la enciclopedia, a las posibilidades presentes de intertextualidad e intermedialidad. Doble e imbricado movimiento que nos está exigiendo sustituir el lamento moralista por un proyecto ético: el del fortalecimiento de la conciencia histórica, única posibilidad de una memoria que no sea mera moda retro ni evasión a las complejidades del presente. Pues sólo asumiendo la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura es que la escuela puede hoy interesar a la juventud e interactuar con los campos de experiencia que se procesan esos cambios: desterritorialización / relocalización de las identidades, hibridaciones de la ciencia y el arte, de las literaturas escritas y las audiovisuales: reorganización de los saberes y del mapa de los oficios desde los flujos y redes por los que hoy se moviliza no sólo la información sino el trabajo, el intercambio y la puesta en común de proyectos, de investigaciones científicas y experimentaciones estéticas. Sólo haciéndose cargo de esas transformaciones la escuela podrá interactuar con las nuevas formas de participación ciudadana que el nuevo entorno comunicacional le abre hoy a la educación.

Por eso uno de los más graves retos que el ecosistema comunicativo le hace a la educación reside en planearle una disyuntiva insoslayable: o su apropiación por la mayoría o el reforzamiento de la división social y la exclusión cultural y política que él produce. Pues mientras los hijos de las clases pudientes entran en interacción con el ecosistema informacional y comunicativo desde el computador y los videojuegos que encuentran en su propio hogar, los hijos de las clases populares - cuyas escuelas públicas no tienen, en su inmensa mayoría, la más mínima interacción con el entorno informático, siendo que para ellos la escuela es el espacio decisivo de acceso a las nuevas formas de conocimiento- están quedando excluidos del nuevo espacio laboral y profesional que la actual cultura tecnológica ya prefigura.

Abarcando la educación expandida por el ecosistema comunicativo y la que tiene lugar en la escuela, el chileno Martín Hopenhayn traduce a tres objetivos básicos los ―códigos de modernidad‖

15. Esos

objetivos son: formar recursos humanos, construir ciudadanos y desarrollar sujetos autónomos. En primer lugar, la educación no puede estar de espaldas a las transformaciones del mundo del trabajo, de los nuevos saberes que la producción moviliza, de las nuevas figuras que recomponen

aceleradamente el campo y el mercado de las profesiones. No se trata de supeditar la formación a la adecuación de recursos humanos para la producción, sino de que la escuela asuma los retos que las innovaciones tecno-productivas y laborales le plantean al ciudadano en términos de nuevos lenguajes y saberes. Pues sería suicida para una sociedad alfabetizarse sin tener en cuenta el nuevo país que productivamente está apareciendo. En segundo lugar, construcción de ciudadanos significa que la educación tiene que enseñar a leer ciudadanamente el mundo, es decir tiene que ayudar a crear en los jóvenes una mentalidad crítica, cuestionadora, desajustadora de la inercia en que la gente vive, desajustadora del acomodamiento en la riqueza y de la resignación en la pobreza. Es mucho lo que queda por movilizar desde la educación para renovar la cultura política, de manera que la sociedad no busque salvadores sino genere sociabilidades para convivir, concertar, respetar las reglas del juego ciudadano, desde las de tráfico hasta las del pago de impuestos. Y en tercer lugar la educación es moderna en la medida en que sea capaz de desarrollar sujetos autónomos. Frente a una sociedad que masifica estructuralmente, que tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades de diferenciación, la posibilidad de ser ciudadanos es directamente proporcional al desarrollo de los jóvenes como sujetos autónomos, tanto interiormente como en sus tomas de posición. Y libre significa jóvenes capaces de saber leer/descifrar la publicidad y no dejarse masajear el cerebro, jóvenes capaces de tomar distancia del arte de moda, de los libros de moda, que piensen con su cabeza y no con las ideas que circulan a su alrededor.

Si las políticas sobre juventud no se hacen cargo de los cambios culturales que pasan hoy decisivamente por los procesos de comunicación e información están desconociendo lo que viven y cómo viven los jóvenes, y entonces no habrá posibilidad de formar ciudadanos, y sin ciudadanos no tendremos ni sociedad competitiva en la producción ni sociedad democrática en lo político.

Notas:

1. F.Cruz Cronfly, La sombrilla planetaria, p.60, Planeta,Bogotá,1994 2. M.Mead, Cultura y compromiso, ps 105 y 106, Granica, Buenos Aires,1971. 3. Ph.Ariés, L‘enfant et la vie familial sous l‘Ancien Regime,Plon,Paris, 1960; M-Mead, Chlidwood in

Contemporary Cultures, University of Chicago, Press,1955 4. J. Meyrowitz, No Sense of Place,p. 447, University of New Hamsphire,1992 5. A. Giddens, Consecuencias de la modernidad, p.32 y ss, Alianza, Madrid,1994 6. S. Ramirez/S. Muñoz, Trayectos del consumo, p.60, Univalle, Cali, 1995; S.Ramirez, ―Cultura,

tecnologías y sensibilidades juveniles‖, Nomadas, Nº 4, Bogotá,1996 7. G. Barlozzetti (Ed.), Il Palinsesto: testo, apparati y géneri della televisione, Franco Angeli, Milano,

1986 8. N. Garcia Canclini, ―Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos y usos del espacio

urbano‖, in El consumo cultural en México p.49, Conaculta, México, 1993 9. M. Augé, Los ―no lugares‖. Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona, 1993

10. Ver a ese respecto: M. Maffesoli, El tiempo de las tribus, Icaria, Barcelona,1990; J.M. Perez Tornero y otros, Tribus urbanas: el ansia de identidad juvenil, Paidos, Barcelona, 1996

11. L. Brito Garcia, El imperio contracultural. Del rock a la postmodernidad, Nueva sociedad, Caracas, 1994

12. A. Rueda, Representaciones de lo latinoamericano: memoria, territorio y transnacionalidad en el videoclip del rock latino‖, Tesis,Univalle,Cali, 1998

13. J. Martín Barbero, ―Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación‖, Nómadas N· 5, Bogotá,1996

14. A. Moles, Sociodinámica de la cultura, Paidos, Buenos Aires, 1978 15. M. Hopenhayn, ―La enciclopedia vacía. Desafíos del aprendizaje en tiempo y espacio

multimedia‖, Nómadas N· 9, ps.10-18, Bogotá, 1998

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Jesús Martín Barbero

Es Maestro en Antropología egresado en la Escuela de Antropología e Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autor de numerosos artículos y libros, entre los que se encuentran: "Cultura urbano y movimientos sociales" editado en 1998" y co-autor de "Territorio y Cultura en la Ciudad de México" (1999).

Cultura y Desarrollo Humano: Unas relaciones que se trasladan

Germán Rey

El desarrollo humano ocupa la escena y lo hace desde las orillas más opuestas: unas veces desde las teorías psicológicas que buscan explicar la ontogenia y otras desde los manuales de superación que se solazan en vulgarizar aparentes caminos de autorrealización. Está presente en elaborados informes de las Naciones Unidas, en donde el concepto de desarrollo humano es observado a través de indicadores nacionales o en las teorías económicas y sociales más contemporáneas que discuten, por ejemplo, la importancia de la conformación de capital social.

En un trabajo clásico sobre las teorías del desarrollo, desde una perspectiva psicológica(1)

, Jerome Bruner muestra la coincidencia entre descripción y prescripción que tiene toda teorización del desarrollo. Una coincidencia que no es solamente original para las teorías psicológicas del desarrollo (ellas mismas en una indudable crisis) sino para gran parte de las conceptualizaciones sobre el tema. El caso de los informes de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas es, como se analizará más adelante, muy semejante. Porque, en primer lugar, el concepto ha ido evolucionando, incorporando relatos muy particulares que provienen de muchas disciplinas y de una gran cantidad de prácticas sociales. Y en segundo lugar, porque la cuantificación del desarrollo humano a través de indicadores nacionales permite constataciones internas, comparaciones y jerarquías dentro del entorno internacional y, por supuesto, planes de intervención y decisiones que ya no son solamente de los gobiernos sino también de los grandes bancos o de los organismos globales.

―Las teorías del desarrollo –escribe Bruner- por sus estipulaciones del desarrollo humano crean reglas e instituciones que son tan compulsivas como las compañías de crédito inmobiliario: la delincuencia, las ausencias, los hitos de crecimiento, los patrones escolares‖.

(2)

La compulsión de las compañías de crédito y los afanes por describir el desarrollo humano se encuentran en esa especie de obsesión que une la definición con la institucionalización, el concepto con las jerarquías. Existen países más altos o más bajos en desarrollo humano, etapas y fases, variables y sistemas de planeación. El concepto ha producido su propio barroco, sus posibilidades para la mirada pero también sus barreras para la comprensión.

La cultura no podía estar ajena a la tematización del desarrollo. Primero como un factor inevitable aunque realmente poco resaltado por los énfasis economicistas y después como una dimensión central que parecía abrir las compuertas de aquellos modelos del desarrollo que fracasaron por extrapolaciones sin cultura, por aplicaciones sin historia.

La historia de estos fracasos en América Latina ha sido verdaderamente dramática. Las adaptaciones que sufrieron muchas de nuestras sociedades a través de modelos difusionistas, asistencialistas o

desarrollistas (para mencionar solo algunas de las versiones del desarrollo que se vivieron en el continente) generaron graves tensiones sociales, olvidos imperdonables y aislamientos evidentes. En buena parte porque hubo una exagerada importación de propuestas y una débil recreación autóctona de ellas, porque la participación social cedió ante los paternalismos gubernamentales o porque los procesos de planeación solo consideraron versiones muy reducidas de lo cultural.

Gabriel García Márquez lo sintetizó de manera admirable y provocadora hace poco en una reunión en París: ―El escritor italiano Giovanni Papini –dijo- enfureció a nuestros abuelos en los años cuarenta con una frase envenenada: ―América está hecha con los desperdicios de Europa‖. Hoy no sólo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo más triste: que la culpa es nuestra. Simón Bolívar lo había previsto, y quiso crearnos la conciencia de una identidad propia en una línea genial de su carta de Jamaica: ―Somos un pequeño género humano‖…… Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado que nos encontró por casualidad cuando estaba buscando las Indias‖

(3).

La cultura, entonces, empieza a redefinir su papel frente al desarrollo, de una manera más activa, variada y compleja gracias entre otros motivos, a las propias transformaciones del concepto de cultura que se ha desprendido progresivamente de su asimilación inoportuna y simbiótica con las humanidades y las bellas artes. Ya la cultura no es lo valiosamente accesorio, el ―cadáver exquisito‖ que se agrega a los temas duros del desarrollo como: el ingreso per cápita, el empleo o los índices de productividad y competitividad, sino una dimensión que cuenta decisivamente en todo proceso de desarrollo tanto como el fortalecimiento institucional, la existencia de tejido y capital social y la movilización de la ciudadanía.

Los traslados del desarrollo: cambios de lugar, modificaciones de la comprensión

Existen sin duda una serie de características que juegan a la hora de tratar de definir qué se entiende hoy por desarrollo humano. En diferentes textos de las Naciones Unidas y especialmente del PNUD se pueden vislumbrar:

En primer lugar el desarrollo humano se centra directamente en el progreso de la vida y el bienestar humanos, es decir, en una valoración de la vida.

En segundo lugar el desarrollo humano se vincula con el fortalecimiento de determinadas capacidades relacionadas con toda la gama de cosas que una persona puede ser y hacer en su vida; en la posibilidad de que todas las personas aumenten su capacidad humana en forma plena y den a esa capacidad el mejor uso en todos los terrenos, ya sea el cultural, el económico y el político, es decir, en un fortalecimiento de capacidades.

En tercer lugar, el desarrollo humano tiene que ver con la libertad de poder vivir como nos gustaría hacerlo. Se incluyen las libertades de atender las necesidades corporales (morbilidad, mortalidad, nutrición), las oportunidades habilitadoras (educación o lugar de residencia), las libertades sociales (participar en la vida de la comunidad, en el debate público, en la adopción de las decisiones políticas), es decir, el desarrollo humano tiene que ver con la expresión de las libertades civiles.

Y en cuarto lugar, el desarrollo humano está asociado a la posibilidad de que todos los individuos sean sujetos y beneficiarios del desarrollo, es decir, con su constitución como sujetos.

Estos caracteres perfilan la comprensión del desarrollo humano: la valoración de la vida, la insistencia en la puesta en marcha de las capacidades humanas, el bienestar. Todo en el contexto de la vivencia de las libertades civiles y además asumiendo a los individuos como sujetos del desarrollo.

Son fácilmente perceptibles una serie de cambios o de traslados en la comprensión del desarrollo. Estos traslados son cambios de lugar de las imágenes del desarrollo tanto en su determinación conceptual como en sus implicaciones prácticas. Y es en este tras-lado en donde se replantean las relaciones entre cultura y desarrollo.

De las fases rígidas a las discontinuidades: por mucho tiempo la visión del desarrollo estuvo atada a una progresión bastante lineal y casi siempre ascensional del crecimiento, que además estaba orientada por etapas o fases. Cumplirlas significaba el paso al siguiente momento. Numerosas teleologías ordenaban este ascenso; podía ser el pensamiento formal en las teorías del desarrollo cognitivo o la autonomía en las de la moralidad. Los países de primer mundo se presentaban como modelos a alcanzar y las variables macroeconómicas definían rumbos y sobre todo fines. En buena parte, el proyecto moderno -tal como lo señaló Vattimo- estaba unido a una idea de historia unitaria, a un ideal indeclinable en el progreso y a un modelo de hombre y de mujer eurocéntrico. Las teorías del desarrollo se alimentaron de este proyecto.

Hoy, por el contrario, se tienen en cuenta también las rupturas, las discontinuidades. El desarrollo puede ser pensado a través de tensiones y no simplemente de progresiones mientras que las finalidades únicas han explosionado dando lugar mas a dialectos que a lenguas unificadoras.

Del obstáculo como barrera del desarrollo a los obstáculos como vectores del desarrollo (la conflictividad virtuosa): la ausencia de conflicto presidió algunas versiones del desarrollo. Hoy, los obstáculos dejan de ser barreras, impedimentos, para convertirse en oportunidades que deben ser tenidas en cuenta como una de las condiciones del desarrollo. Oportunidades para elaborar diagnósticos certeros pero también para visualizar alternativas de intervención, actores que deben ser tenidos en cuenta a pesar de su invisibilidad, núcleos de tensión cuya resolución adecuada permitirá avances significativos.

De los modelos impuestos a los modelos participativos: la propia idea de modelo ha sido puesta en cuestión, sobre todo en su acepción de referente que se impone o de marco de actuación que se extrapola. Albert Hirschmann habla de ―pequeños cambios y transformaciones graduales‖, un sentido del desarrollo que cambia la óptica de las grandes transformaciones a partir de intervenciones masivas e invasivas.

Del conocimiento al reconocimiento: con mucha razón Nancy Frazer planteó en ―Iustitia Interrupta‖ (1999) que una política social debe considerar hoy las necesidades de redistribución así como las necesidades de reconocimiento. El desarrollo humano es sobre todo reconocimiento: De capacidades ocultas, de actores invisibles, de procesos en marcha, de articulaciones viables que habitualmente persisten en la penumbra y casi siempre en el olvido. ―La lucha por el reconocimiento –escribe Frazer- se está convirtiendo rápidamente en la forma paradigmática de conflicto político en los últimos años del siglo veinte. Las exigencias de ―reconocimiento de la diferencia‖ alimentan las luchas de grupos que se movilizan bajo las banderas de la nacionalidad, la etnia, la ‗raza‘, el género y la sexualidad. En estos conflictos ‗postsocialistas‘, la identidad de grupo sustituye a los intereses de clase como mecanismo principal de movilización política. La dominación cultural reemplaza a la explotación como injusticia fundamental. Y el reconocimiento cultural desplaza a la redistribución socioeconómica como remedio a la injusticia y objetivo de la lucha política‖

(4).

De los énfasis economicistas a la interacción entre áreas: el optimismo económico del desarrollo tiende a ceder a pesar de los cambios continuos de su rostro. Pero la mímesis del desarrollo con la economía ha dado paso a una mayor interacción entre las diversas áreas de la vida social. Interacción, que como sostiene, N. Lechner en alguno de sus trabajos, tiene asintonías y diferentes velocidades. En este reacomodamiento de la vida social, la cultura encuentra otras oportunidades y asume protagonismos que antes no tenía.

De la homogeneidad a la heterogeneidad del desarrollo: una de las experiencias más interesantes a las que se enfrentan hoy las propuestas de desarrollo es la existencia de mezclas, de sociedades cada vez mas heterogénas. Pero especialmente el reconocimiento de que para los proyectos de desarrollo es fundamental la consideración de las hibridaciones cuando en el pasado

Esta experiencia de hibridación es precisamente una de las características de la cultura (García Canclini) como también una de las formas mas habituales de la vida social contemporánea.

De las poblaciones-objetivo a los sujetos: uno de los traslados mas radicales en las comprensiones del desarrollo ha sido el abandono de la simple idea de usuario, beneficiario o target para convertirlos en sujetos.

Durante décadas los planes de desarrollo se construyeron en la lejanía de quienes se llamaban ―usuarios‖. Hoy han pasado a ser actores.

Los relatos del Desarrollo

El desarrollo humano ha ido construyendo sus propios relatos. Desde que en 1990 el Informe de Desarrollo Humano del PNUD introdujo el IDH (Índice de desarrollo Humano) han ido apareciendo ideas que cohesionan su discurso y figuran su actuación. Ideas que recogen las modificaciones del paisaje cognitivo pero que también tienen en cuenta los logros sociales que se van convirtiendo en referentes imprescindibles, en horizontes de comprensión de .la vida social. La afirmación de los derechos civiles y de la ciudadanía, la recreación de la democracia, las ganancias obtenidas por los movimientos feministas o en general por las luchas de las minorías, la conformación de sociedades multiculturales, son todos hitos que intervienen en la construcción de los nuevos relatos del desarrollo.

Un primer relato que atraviesa a las imágenes contemporáneas del desarrollo humano es sin duda el de la pobreza. Durante décadas los modelos de desarrollo han buscado enfrentarla y aunque han variado algunas de sus condiciones no se ha disminuido su presión, particularmente en los países del denominado Tercer Mundo. En el informe de 1997, dedicado precisamente al tema, se insistió en el carácter multidimensional de la pobreza que no se reduce a la ausencia de ingresos económicos o a las dificultades para cubrir las necesidades mínimas sino que se extiende a otras dimensiones de la vida humana: a las dificultades de presencia en la vida publica y la nula participación en las decisiones sociales, a las barreras para un acceso a educación de calidad y a la persistencia dentro de los ciclos normales de formación, al desconocimiento de los valores culturales , entre otros. Progresivamente se ha sacado el concepto de desarrollo de la esfera de la economía aumentándose la relevancia de otras áreas de la vida humana, como por ejemplo, la cultura.

También se examinó en ese informe la dinámica del empobrecimiento y las diversas facetas de la pobreza, a la vez que se propuso una agenda para la erradicación a mediano plazo de la pobreza en el mundo. Uno de los aspectos que se subrayó con mayor fuerza fue la potenciación de la gente como una de las claves para la eliminación de la pobreza. Los proyectos de desarrollo con sectores pobres empiezan a dejar atrás su carácter asistencial para encontrar caminos de autogestión y participación comunitaria. El relato de la pobreza se interesa por la viejas y también las nuevas exclusiones, entre las antiguas, por ejemplo, el desempleo o el hambre, las desigualdades sociales; entre las segundas, el desenganche que amplios sectores están viviendo del acceso a la información o la participación en el desarrollo de las nuevas tecnologías. Por eso una comprensión del desarrollo humano debe plantearse temas como la generación de riqueza unida a la equidad y la necesidad de generar sociedades inclusivas.

Un segundo relato es el de la institucionalidad democrática. Lo que significa que el desarrollo debe ser pensado desde el fortalecimiento de la democracia y la consolidación de la ciudadanía. De la

democracia, como experiencia del tránsito o comunidad de los sin comunidad (Giacomo Marramao), como poder en publico (Norberto Bobbio) o como ese sistema frágil y contra natura que debe convertirse en ethos, en costumbre interiorizada (Paolo Flores D‘Arcais). Quisiera agregar a la idea de Texeira sobre la polis, la figura que Sennet ha resaltado en ―Carne y piedra‖: el ágora era un lugar heterogéneo, que mezclaba a los sofistas con los tragafuegos, a los ciudadanos con los magistrados y los banqueros en un ambiente de intercambio, de entretenimiento, de deambular. No era un sitio fijo, con marcas rígidas y ceremonias prefijadas sino un escenario móvil, tanto en términos físicos como en posibilidades sociales y simbólicas.

El tema del desarrollo, como el de las políticas culturales, solo puede ser pensado entonces como imaginación de la democracia, fortalecimiento de las instituciones políticas (más ágiles y eficientes) y constitución de nuevas formas de la ciudadanía.

El tercer relato del discurso del desarrollo humano es el de la participación, muy ligado por supuesto al de la institucionalidad democrática. Participación que no pasa simplemente por las lógicas de las grandes máquinas, es decir, por el Estado o las grandes corporaciones sino también por los movimientos sociales, los partidos políticos, las redes internacionales de solidaridad, las organizaciones del tercer sector. Es lo que Boaventura de Souza llama la ―globalización ascendente‖. Comunidades indígenas colombianas, como los U‘was, manifiestan sus puntos diferentes a los del Estado colombiano y las grandes compañías petroleras transnacionales sobre problemas del medio ambiente desde sus territorios locales como también desde redes mundiales donde su palabra se escucha junto a la del juez Baltasar Garzón o Greenpeace.

El cuarto relato que aparece es la perspectiva de género, otro elemento fundamental para pensar las relaciones entre desarrollo humano y políticas culturales.¿Cómo podríamos entender el trabajo de años que se ha hecho en Villa El Salvador del Perú, una inmensa barriada pobre a las afueras de Lima, sin la participación de los colectivos de mujeres, sin su incidencia en los procesos de gestión municipal, salud, educación y formas comunicativas alternativas? ¿Cómo interpretar proyectos como el de madres comunitarias en Colombia sin referirlos a los cambios que en estos últimos años se han producido en las imágenes sociales de la mujer y en la modificación de la relación entre mujeres y hombres?

No se trata solamente del aumento-cuantitativo y cualitativo- de la participación de la mujer en diversas esferas de la vida social sino en cómo proyectos de desarrollo social y comunitario son diseñados, pensados femeninamente, ejecutados a través de otros estilos que dejan atrás el paternalismo masculino de otras épocas. No es posible pensar el desarrollo humano, desde América Latina sin tener en cuenta este relato y sobre todo sin observar las conexiones entre desarrollo, género y cultura. Porque la emergencia de estos relatos ha significado conmociones culturales muy profundas así como son el resultado también de ellas (cambios en la estructura de la familia y en sus funciones socializadoras, importancia de las culturas juveniles, relevancia de las culturas urbanas, fuertes procesos de secularización).

Un quinto relato del desarrollo humano es el tema de la seguridad. Chile es un ejemplo muy interesante dentro de América Latina. En su Informe de Desarrollo Humano de 1998 se trabaja de manera muy interesante el concepto de seguridad humana, asociándolo a la generación de mecanismos para que los actores sociales logren participar en plano de igualdad, definir el sentido de sus acciones, asumir oportunidades y controlar los riesgos o amenazas de la modernización que la sociedad se propone alcanzar. A la modificación de los índices macroeconómicos los acompaña, sin embargo, otro tipos de tensiones, como por ejemplo, la tensión entre modernización y subjetividad, el proceso de diferenciación tanto de la individualidad como de los distintos campos sociales y la integración (identidades colectivas). El informe señala la existencia en la sociedad chilena de tres

temores básicos. El temor al otro (la confianza en los otros), el temor a la exclusión social (el sentido de pertenencia) y el temor al sin sentido (Certidumbres que ordenan el mundo de la vida cotidiana).

Por lo menos otros tres relatos se encuentran presentes en el discurso ―onusiano‖ del desarrollo humano: el relato del consumo, el relato de los derechos humanos y el relato de la mundialización.

El consumo crece de manera acelerada para unos pero con limitaciones para muchos otros. La polémica se extiende hacia la exploración de las relaciones entre consumo y desarrollo puesto que algunas perspectivas del primero socavan las oportunidades de un desarrollo sostenible para todos. Son cada vez mas candentes las discusiones sobre el peso de la producción y el consumo de las sociedades post industrializadas en el cuidado del medio ambiente, o los debates sobre las implicaciones del modelo económico globalizado en el deterioro de las condiciones de vida de muchas personas en el planeta. Las discusiones de Río, o las protestas de Seattle, Washington y Praga son algunas muestras de las tensiones que se están produciendo mundialmente entre consumo y desarrollo sostenible.

Desde la cultura, el consumo ha cobrado una importancia creciente. No solamente porque se subraya el sentido cultural de todo consumo sino porque se han generado diversas expresiones de consumo cultural. Sociedades informatizadas, con industrias culturales poderosas promueven procesos de consumo que requieren determinadas competencias, promueven identificaciones y fomentan mezclas e hibridaciones antes desconocidas.

El relato de los derechos humanos ofrece, por su parte, un horizonte ético y político que oscila entre los derechos de primera generación y otros mas actuales como los culturales y los referidos al medio ambiente. Es obvio que cualquier propuesta de desarrollo encuentra en ellos un cuadro de referencia y una perspectiva ineludible. Es más: el desarrollo humano es una concreción de los ideales y las exigencias propuestos por el conjunto de los derechos humanos, no sólo como horizonte racional de la acción humana sino también como ingrediente de una educación sentimental (R. Rorty)

Finalmente el relato de la mundialización le ha dado un matiz nuevo al desarrollo y le ha empezado a producir también nuevas exigencias. La afirmación de las identidades locales junto a la configuración de economías globales y formas de cultura mundializada promueven interacciones que rebasan los límites nacionales como también retornos a la insistencia en lo regional y lo local. Procesos de integración en bloques, flujos financieros y simbólicos, redes itinerantes de intercambio son formas que hacen parte de un estilo social diferente. Ya no son posibles procesos de desarrollo aislados, autistas; sus conexiones con la escena global los hace fuertemente interdependientes.

Relaciones entre desarrollo y cultura: trazos para una agenda

―La dimensión cultural del desarrollo –escribió Jesús Martín Barbero – se ha convertido últimamente en un tema central tanto en el ámbito político como académico. Pero ese interés disfraza en muchos casos un profundo malentendido: el que reduce la cultura a dimensión del desarrollo sin el menor cuestionamiento de la cultura del desarrollo que sigue aún legitimando un desarrollo identificado con el crecimiento sin límites de la producción, que hace del crecimiento material la dimensión prioritaria del sistema social de vida y que convierte al mundo en un mero objeto de explotación. Pensar ahí la cultura como dimensión se ha limitado a significar el añadido de una cierta humanización del desarrollo, un parche con el que encubrir la dinámica radicalmente invasiva (en lo económico y en lo ecológico) de los modelos aún hegemónicos de desarrollo‖

(5).

La preocupación de Martín-Barbero hace parte de una de las miradas sobre las relaciones entre cultura y desarrollo. Una mirada que mientras resalta la importancia de estas conexiones exige no olvidar la asimilación del desarrollo al crecimiento material y a la reducción de otros mundos de

sentido que se ven presionados por las decisiones económicas y la planeación tecnocrática. América Latina ha vivido en los últimos años esta amarga experiencia: medidas privatizadoras que terminan reduciendo los logros de la educación pública, flexibilizaciones laborales que aumentan aún mas el empleo precario en un continente que ha experimentado la informalización del trabajo o medidas de ajuste donde se recortan aún mas los presupuestos asignados para el fomento de la cultura y el apoyo a la creatividad.

Gilbert Rist es también muy explícito en su crítica: ― La cultura, la confianza y el capital no son, medios para el ‗desarrollo‘ sino fines que no serán realizados sino a condición de modificar radicalmente el modelo de ‗desarrollo‘ basado en la lógica del mercado.

Por el momento lo que proponen los inventores del capital social no es otra cosa que una versión modernizada de Caperucita Roja: aún si consiente disfrazarse de abuela para establecer un lazo de confianza con la chiquilla el lobo sigue siendo lobo. Aún cuando acepte revestirse de una ‗dimensión‗ cultural y se adorne de capital social, el ‗desarrollo‘ sigue siendo el ‗desarrollo‖

(6).

Sin dejar aparte este debate, que por supuesto debe profundizarse y tenerse presente, es obvio que los vínculos entre cultura y desarrollo han cambiado, posiblemente un poco mas allá de las aventuras de Caperucita y el lobo. Si bien algunos señalarán que se trata de un simple cambio de pelaje del lobo, con el mismo apetito y las mismas garras, es claro que ya no estamos en las épocas en que la cultura era un factor accesorio y perfectamente secundario de los proyectos de desarrollo. Entre esas épocas y las actuales han sucedido modificaciones sociales que descentran el concepto de cultura, y por lo tanto, redefinen la naturaleza de sus relaciones con el desarrollo. La irrupción de la sociedad del conocimiento, la expansión de la información, el fortalecimiento de industrias culturales - globales y con una infraestructura de producción y de consumo inimaginables en el pasado-, así como la importancia de una política de reconocimiento y la aparición de importantes movimientos socioculturales le han dado otro peso y otra significación a la presencia de la cultura en el desarrollo.

Por lo pronto hoy se insiste con mejores argumentos y muchos mas datos en el peso que las industrias culturales tienen en la economía tanto de los países industrializados como en los de periferia. En un estudio reciente sobre el tema en los países andinos se constató la significación real de la cultura en el PIB , una comprobación que ya es ampliamente conocida y reconocida en los Estados Unidos y en Europa. Pero no se trata solamente de eso. El sector cultural está demostrando ser uno de los que genera mas empleos, además de estar asociado a áreas de gran dinamismo tecnológico, mercados mas globales e inversiones económicas muy atractivas.

Sin embargo, la reconsideración de la importancia de la cultura en el desarrollo pasa por otros registros: por su reconocimiento explícito en los planes gubernamentales pero sobre todo por las dinámicas sociales que mueven organizaciones no gubernamentales, movimientos sociales, partidos políticos, etc. Muchos proyectos de participación y organización comunitaria así como innumerables procesos de gestión local y regional han asumido lo cultural como una dimensión muy destacada de sus diseños y de sus ejecuciones.

Las propuestas de desarrollo encuentran múltiples posibilidades de articulación con la cultura. Planteándose de fondo el problema de las identidades culturales, de los movimientos socioculturales –étnicos, raciales, regionales, de género- ―que reclaman el derecho a su propia memoria y a la construcción de su propia imagen‖ (J. Martín-Barbero). La reconfiguración de las culturas tradicionales (campesinas, indígenas, negras) que ―hacen de filtro que impide el trasplante puramente mecánico de otras culturas y en el potencial que representa su diversidad no sólo por la alteridad que ellas constituyen sino por su capacidad de aportarnos elementos de distanciamiento y crítica de la pretendida universalidad deshistorizada del progreso y de la homogenización que impone la modernización‖ (J. Martín-Barbero).

El desarrollo recibe un aporte muy importante de las culturas urbanas y juveniles que con gran fuerza promueven formas de vida, imaginarios, sistemas de interacción social. Y también de las industrias culturales que participan en la construcción de las identidades sociales tanto como la promoción de un tejido consistente de producción simbólica y apropiación cultural. En ellas se representan imágenes del propio desarrollo, se escenifican dramaturgias de la modernización, se movilizan aspiraciones y demandas colectivas de amplios sectores de la sociedad. Son textos imprescindibles para los intérpretes y los diseñadores del desarrollo económico y social en nuestros países.

Al finalizar su análisis de la teorías del desarrollo como teorías de la cultura, Jerome Bruner presenta un panorama relativamente mesurado aunque sin exageraciones optimistas, frente a un mundo que se debate entre las posibilidades de destrucción y las oportunidades de creación. Concluye diciendo- ―Creo que la preocupación técnica central de la teoría del desarrollo será como crear en los jóvenes una valoración del hecho de que muchos mundos son posibles, que el significado y la realidad son creados y no descubiertos, que la negociación es el arte de construir nuevos significados con los cuales los individuos puedan regular las relaciones entre sí‖.

Un tipo de aspiración como esa tiene que replantear las relaciones, cada vez más sugerentes, entre cultura y desarrollo.

Notas

(1) ―La teoría del desarrollo como cultura‖. En: Realidad mental y mundos posibles, Barcelona: Gedisa, 1988.

(2) J. Bruner, ―Realidad mental y mundos posibles‖, Barcelona, Gedisa, 1988, p. 138.

(3) Gabriel García Márquez, ―Ilusiones para el siglo XXI‖, Discurso pronunciado el 8 de marzo de 1999 en la sesión inaugural del Foro América Latina y el Caribe frente al nuevo milenio, París.

(4) Nancy Frazer, Iustitia interrupta, Bogotá: Universidad de los Andes, Siglo del Hombre Editores, 1999, p.17.

(5) Jesús Martín-Barbero, ―Tipología cultural‖, Bogotá : Fundación Social, 1999.

(6) Gilbert Rist, ―La cultura y el capital social, cómplices o víctimas del desarrollo‖. BID: París, 1999.

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Germán Rey

Completó estudios de Psicología en la Universidad de Colombia y en la Universidad Complutense de Madrid, España. Es Asesor de la Presidencia de la Fundación Social y Profesor de la Universidad Javeriana y de la Universidad de los Andes de Colombia. Es miembro de la Junta Directiva de la Fundación para la Libertad de Prensa, de la "International Study Comission on Media, Religion and Culture" y del Diario "El Espectador" de Colombia. Ha publicado varios libros sobre industrias culturales y comunicación. Actualmente continúa su trabajo como periodista de opinión, articulista especializado en televisión e investigador social dedicado a los medios de comunicación.