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Policentrismo JORGE MONTEJANO Introducción En los apartados anteriores hemos observado como algunos de los elementos teóri- cos que reiteradamente se presentan como base del desarrollo urbano sustentable —la densiicación y la diversidad—, no son fáciles de deinir y pueden ser ambi- guos en su medición. Sin embargo, su comprensión y aplicación es relativamente sencilla (más densidad y más diversidad supondría a priori la reducción de viajes no obligados), aun cuando su impacto en términos sustentables siga poniéndose en duda, principalmente porque estos principios no actúan solos, sino que forman parte de un sistema. A pesar de que el policentrismo o policentralidad—concepto que se desarrolla en este apartado como modelo alternativo al modelo urbano estándar o modelo monocéntrico— no escapa tampoco a estos problemas, es quizás —de entre los principios anteriormente mencionados— el más sencillo de explicar en términos de sus supuestos beneicios con relación al crecimiento de las ciudades y su orde- namiento “sustentable” (ciudades relativamente pequeñas pero interconectadas podrían reducir eventualmente las presiones negativas inherentes al crecimiento de las ciudades). Pero paradójicamente, es uno de los más difíciles de medir, cuan- tiicar, y por ende, aplicar. Por un lado, la densiicación se puede conceptualizar como la acción de concen- trar más cosas en el territorio, con el objetivo de optimizar el uso de los recursos en el espacio geográico y en el tiempo. Por cosas entendemos personas, actividades o infraestructuras, mientras que por territorio entendemos unidades administrativas básicas que utilizamos para gobernar nuestras ciudades, pudiendo tener diferen- tes escalas (municipios, distritos, manzanas, ediicios) y diferentes problemas de medición asociados a esta condición escalar. En este caso, y más allá del problema espacial trasversal a los tres principios estudiados en este libro y asociados al MAUP

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Policentrismo

JORGE MONTEJANO

IntroducciónEn los apartados anteriores hemos observado como algunos de los elementos teóri-cos que reiteradamente se presentan como base del desarrollo urbano sustentable —la densiicación y la diversidad—, no son fáciles de deinir y pueden ser ambi-guos en su medición. Sin embargo, su comprensión y aplicación es relativamente sencilla (más densidad y más diversidad supondría a priori la reducción de viajes no obligados), aun cuando su impacto en términos sustentables siga poniéndose en duda, principalmente porque estos principios no actúan solos, sino que forman parte de un sistema.

A pesar de que el policentrismo o policentralidad—concepto que se desarrolla en este apartado como modelo alternativo al modelo urbano estándar o modelo monocéntrico— no escapa tampoco a estos problemas, es quizás —de entre los principios anteriormente mencionados— el más sencillo de explicar en términos de sus supuestos beneicios con relación al crecimiento de las ciudades y su orde-namiento “sustentable” (ciudades relativamente pequeñas pero interconectadas podrían reducir eventualmente las presiones negativas inherentes al crecimiento de las ciudades). Pero paradójicamente, es uno de los más difíciles de medir, cuan-tiicar, y por ende, aplicar.

Por un lado, la densiicación se puede conceptualizar como la acción de concen-trar más cosas en el territorio, con el objetivo de optimizar el uso de los recursos en el espacio geográico y en el tiempo. Por cosas entendemos personas, actividades o infraestructuras, mientras que por territorio entendemos unidades administrativas básicas que utilizamos para gobernar nuestras ciudades, pudiendo tener diferen-tes escalas (municipios, distritos, manzanas, ediicios) y diferentes problemas de medición asociados a esta condición escalar. En este caso, y más allá del problema espacial trasversal a los tres principios estudiados en este libro y asociados al MAUP

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o Problema del Área Modiicable,1 la cuantiicación de la densidad es una operación relativamente sencilla y fácil de interpretar, ya que es un simple cociente resultante de dividir cosas entre territorio (área). Si bien es cierto que existe una diicultad intrínseca a este concepto derivada de la subjetividad (estándares que considerarían de manera diferente la densidad percibida según el lugar geográico), sigue siendo una herramienta de planeación por excelencia, muy usada también en cualquier estudio estadístico espacial urbano.

Por otro lado, la diversidad —que puede teorizarse como una acción tendiente a la promoción de una mayor heterogeneidad espacial de cosas en el territorio— comparte esencialmente los mismos problemas MAUP que la densidad, aunque su manera de medirla diiere sensiblemente. Gran parte de los estudios actuales que buscan cuantiicar el grado de mezcla de usos del suelo basan sus métricas en el Índice de Entropía en la Información de Shannon, el cual —trasladado al ámbito de la ecología urbana— estaría midiendo que tan “organizada” o “desorganizada” se encuentra la información en un entorno urbano (Echavarria y Roca, 2014).2 La diversidad como indicador, es útil para probar diversas hipótesis sobre dinámicas urbanas. Por ejemplo, Echavarria y Roca generaron un modelo de precios hedó-nicos para predecir el costo de suelo residencial en Barcelona. En ese estudio se comprueba que una mayor heterogeneidad en el uso de suelo está asociado con un mayor valor inmobiliario, implicando indirectamente que una política tendiente a esta heterogeneidad estaría paradójicamente promoviendo la segregación resi-dencial de estratos económicos más bajos en zonas con menos mezclas de usos del suelo, generalmente las periféricas, y con ello la dispersión urbana. En otro trabajo (Montejano, López, y Caudillo, 2013), se utilizó una métrica similar para probar si mayor mezcla del uso del suelo en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) se correlacionaba con menores tiempos de viajes en automóvil, lo cual re-sultó ser cierto pero con una magnitud reducida. En este sentido, las métricas que miden esta condición territorial —aún con resultados diversos— parecen reforzar

1 El MAUP o Modiiable aereal unit problem (Problema de la unidad de área modiicable) es un con-cepto desarrollado por Stan Openshaw (1983) el cual señala que en diversos estudios espaciales y geográicos, los datos que se utilizan como insumo de éstos no cumplen reglas básicas de agrega-ción, esto es, que existen diferentes objetos espaciales que pueden ser agregados de muy distintas maneras para formar grupos de características especíicas. Así, mientras que diversos datos censa-les son recabados para entidades esencialmente no modiicables (gente, hogares), estos datos son reportados para unidades o áreas modiicables y arbitrarias (distritos, distrito electoral, etc.) (p.4). Al cambiar la unidad de área de agregación de los datos, surge la pregunta sobre si estos seguirán signiicando lo mismo en diferentes escalas, y también sobre si es lícito inferir en una escala deter-minada (i.e. individuo) que lo que se observa en otra escala (i.e. barrio) afecta a la unidad geográica de la misma manera, dando lugar a conclusiones erróneas o lo que Stan Openshaw denominó la Falacia Ecológica. 2 Para ahondar en métricas asociadas a la diversidad, ver por ejemplo Amindarbari y Sevtsuk, 2015; Cervero y Kockelman, 1997; De Nadai et al., 2016; Montejano, López, y Caudillo, 2013.

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la idea sobre que el grado de diversidad juega un papel importante en términos de sustentabilidad urbana.

Sin embargo, el caso del policentrismo es sensiblemente diferente. Mientras que los dos primeros conceptos parecen estar claramente deinidos, el que se desarrolla a continuación tiene aristas multidimensionales y multiescalares que hacen de este concepto uno más difícil de deinir con solo pocas variables. El policentrismo como concepto incluye a los dos anteriormente descritos, pero le sobreviene —entre otras diicultades— una adicional y crucial: que no existe consenso alguno sobre cómo medirlo y cuantiicarlo. Y justamente, esta diicultad —que ha permanecido a lo largo de más de 30 años de estudios cuantitativos sobre el fenómeno—, recien-temente ha impulsado a algunos autores a señalar que debe dejarse de lado este concepto y concentrarse en los estudios de las relaciones casa-trabajo como una aproximación a estas estructuras policéntricas que, fácilmente podemos imaginar y describir con analogías, pero difícilmente podemos determinar con exactitud el instante en que una estructura urbana es o no es policéntrica.

Este apartado se divide en cuatro bloques. El primero versa sobre la acepción del término; su génesis y evolución como modelo urbano, y sus diferentes característi-cas. El segundo apartado desarrolla sobre la relación del policentrismo con respecto a la sustentabilidad urbana y sobre los trabajos empíricos más relevantes acerca del tema. El tercero, lidia principalmente con las formas de medir el fenómeno y sus principales limitantes. Finalmente, en la última sección se discute la viabilidad sobre la continuidad de su estudio con relación a la sustentabilidad urbana y su aplicación como política pública territorial.

El concepto de policentrismo

¿Qué es policentrismo?Hacia principios del s. XIX, J. H. von Thünen desarrolló un modelo muy sencillo para explicar la localización de las actividades agrícolas, bajo los supuestos de una llanura isotrópica,3 un sistema único de transporte, costos proporcionales a la distancia, un único centro en la ciudad y un hinterland agrícola. Planteó que para cada tipo de producción (tomates, trigo, ganado, etc.) —con diferente rentabilidad por unidad espacial— existía una curva diferente de renta-localización. Su princi-pal aporte (ver ig. 1) fue proponer que la renta varía con la distancia al mercado central, lo que explicaba por qué el suelo tenía diferentes usos y una estructura especíica (R. Camagni, 2005; Dicken y Lloyd, 1990).

3 Isotrópica signiica que tiene idénticas propiedades en todas direcciones.

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Más tarde, Richard Hurd (1924) desarrolló un tratado sobre valores del suelo ur-bano basado en von Thünen, donde señalaba que “Puesto que el valor depende de la renta económica y la renta de la localización, y la localización de la comodidad de acceso, y ésta de la proximidad, bien podemos eliminar los pasos intermedios y decir que el valor del suelo depende de la proximidad” (cit. en Carter, 1974, p. 263). Su conclusión y principal aporte fue que en las ciudades, la renta del suelo determina la superioridad de la localización, conirmando los hallazgos de von Thünen (entre más lejos del centro, más barato).

En los años sesenta del siglo pasado, Alonso (1964) creó una teoría general de la renta del suelo y su localización, partiendo de los trabajos de von Thünen en el sentido monocéntrico de su modelo (un solo mercado central). Sus principales aportaciones fueron incorporar al análisis del suelo urbano la cantidad de tierra que cada usuario deseaba adquirir y el ingreso disponible para ese in, además de formalizar y hacer explícito el problema de la localización de la vivienda, entendido éste como la maximización de la utilidad sujeta a un presupuesto (Graizbord, 2008, p. 67). Además, desarrolló un modelo que le permitió encontrar diferentes curvas de renta para cuatro tipos de usos del suelo, concluyendo que las curvas de mayor pendiente eran las que se localizaban en las zonas más céntricas.

Figura 1. Teoría de la renta de von Thünen

Fuente: Construcción propia a partir de Alonso (1964).

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11Este modelo, retomado posteriormente por Muth (1969) y Mills (1972), se convirtió en el modelo “estándar”, y sirvió durante varios años para explicar y predecir el precio del suelo urbano así como su estructura. A pesar de ser un modelo económico que simpliica mucho la realidad, este facilita el análisis y permite capturar los elementos esenciales de las ciudades. La primera conclusión es que todos los em-pleos en una ciudad se encuentran en el centro, denominado CBD (Central Business District) o DCN (Distrito Central de Negocios); la segunda es que la ciudad tiene una densa red de caminos radiales, que le permite a los residentes moverse de la casa al trabajo en una dirección radial; la tercera es que la ciudad alberga hogares idénticos, esto es, que cada familia tiene las mismas preferencias en el consumo; y la cuarta consideración general es que los residentes de la ciudad consumen solo dos bienes: vivienda y cualquier otra cosa que no es la vivienda (Brueckner, 2011). Aun con esta simpliicación, el modelo estándar sigue logrando explicar —de ma-nera razonable—, el comportamiento esperado para ciudades mononucleares con crecimiento radioconcéntrico.

Entre los diferentes principios económicos que explicarían la conformación y consolidación de este tipo de estructura urbana mononuclear —y en general, la existencia de las propias ciudades—, se encuentra el concepto de sinergia o prin-cipio de aglomeración, el cual es resultado de una búsqueda de la maximización de beneicios relacionados con la disminución de los costos de producción y el aumento de la renta mediante un modo homogéneo de producción a gran escala (economías de escala) que permiten, por su tamaño y productividad, disminuir el costo por unidad producida. Pero este límite a la aglomeración, es decir, a los beneicios derivados de una producción (y consumo) concentrados en un punto geo-gráico, está dado básicamente por el costo del transporte, y en segunda instancia, por los costos crecientes derivados de la misma aglomeración (Camagni, 2005). Teóricamente, si no existieran beneicios asociados a las economías de escala, la producción tendría lugar de manera perfectamente difusa, en proximidad a cada consumidor (Camagni, 2005). Y dado que los beneicios asociados a las econo-mías de aglomeración principalmente provienen de la cercanía entre los centros de producción y los consumidores —reduciendo los costos de transporte—, surge la pregunta de ¿por qué si los costos de transporte se han reducido drásticamente los últimos años (actualmente representan entre 3 y 8% del precio del producto inal de los productos industriales) las ciudades actuales siguen presentando altos patrones de aglomeración?4 Glaeser (2010) señala que probablemente ello se deba a que si bien es cierta la reducción en los costos para la movilidad de bienes, los costos para la movilidad de las personas sigue siendo alto.

4 Burger, de Goei, Van der Laan, y Huisman (2011) analizan el empleo y los patrones de movilidad obligada para dos regiones en el Reino Unido, encontrando que no todas las regiones están experi-mentando una transición hacia regiones policéntricas; de hecho, presentan un reforzamiento de la estructura monocéntrica.

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112 Contrario a esto, Agarwal, Giuliano, y Redfearn (2012) señalan que existen tres

procesos fundamentales que podrían estar frenando actualmente la concentración en las ciudades: 1) la posibilidad de localizarse en cualquier parte del territorio por la inclusión de las TIC en las actividades económicas y su consecuente posibilidad de descentralización; 2) un cambio en la base de la economía tendiente a los ser-vicios informacionales (que básicamente están también soportados por una parte telemática del proceso); y 3) por los costos decrecientes en los transportes, punto ya refutado por Glaeser (2010). En lo que respecta a los puntos 1 y 2, los cambios son marginales según estos autores. Por un lado, la tecnología no solo permite la desconcentración, sino que en realidad, se han observado procesos de reconcen-tración dispersa, esto es, una reconiguración espacial de determinadas empresas que siguen buscando ventajas de las economías de aglomeración pero fuera de los núcleos centrales (costos más bajos).5 Por otro, queda claro que las economías de aglomeración no solo operan en escala local, sino que actualmente también están ocurriendo en un nivel metropolitano: “En una forma metropolitana donde las redes de transporte ofrecen múltiples destinos con buena accesibilidad, es razo-nable esperar que centros más pequeños emerjan, aprovechando las economías de aglomeración regional (oferta de mano de obra, mezcla de empleos, etc.), así como también los beneicios externos de lugares especíicos” (Agarwal, Giuliano, y Redfearn, 2012, p. 437).

Estos beneicios derivados de la aglomeración están ampliamente soportados por evidencia empírica, donde se ha observado en países industrializados que las ciudades más grandes (regiones metropolitanas en su mayoría) son en las que exis-te mayor crecimiento económico medido a través del PIB (Ahrend, Farchy, Kapla-nis, y Lembcke, 2014; Angel y Blei, 2016; Bettencourt, Lobo, Helbing, Kühnert, y West, 2007), y donde la productividad laboral es mayor que en estructuras urbanas dispersas (Combes, Duranton, Gobillon, y Roux, 2010; Glaeser y Maré, 2001; Ke, 2010; Prud'homme y Lee, 1999). Sin embargo, y a pesar de la insistencia acadé-mica sobre los beneicios de la ciudad compacta en términos económicos, Jones y MacDonald (2004) argumentan que aun cuando la forma urbana compacta puede detonar la formación de nuevos negocios y mejorar los procesos de innovación (Carlino, Chatterjee, y Hunt, 2007; Storper y Venable, 2002), ésta encuentra su límite al formarse deseconomías.

Así, “nuevas centralidades” emergen porque en un principio existen mayores ventajas por producir y consumir en estructuras aglomeradas en torno a un centro. Con el tiempo, esta concentración genera deseconomías derivadas de la congestión y el aumento en los precios del suelo, destruyendo los valores originales de centra-lidad que en una primera instancia dieron pie a la formación de clústeres. Al inal, estas deseconomías o externalidades negativas provocan dispersión y fomentan la

5 Para ahondar sobre el impacto de las tecnologías en la dispersión urbana ver Montejano (2013).

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13formación de nuevas centralidades más lejanas de las originales (Camagni, 2005; Fujita, Krugman, y Venables, 2001; Fujita y Mori, 1997; Glaeser, 2011; Montejano, Caudillo, y Silván, 2016; Muñiz, Galindo, y García, 2005; White, 1999).

Esta situación es explicada de manera muy didáctica por Muñiz et al. (2005, p. 8), quienes argumentan que:

[…] el impulso que genera policentrismo es la existencia de deseconomías de aglome-ración en el centro (elevado precio del suelo, congestión, etc.) y la existencia de eco-nomías de aglomeración de la periferia. Con el paso del tiempo, se reduce el peso del centro […] y se crean nuevos centros de empleo en la periferia.

Hay que recordar que esta visión sobre la formación de los subcentros es una visión economicista, y que los subcentros o nuevas centralidades según esta perspectiva se determinan con base en la concentración de empleos en un espacio geográico determinado, concentración a la cual le sobrevendrá una co-localización de residen-cias cercanas a sus sitios de trabajo (Brueckner, 2011, p. 1). En este sentido, Muñíz y colegas aceptan que esta génesis de estructuras policéntricas puede tener dos orígenes diferentes: por un lado, puede ser que la ciudad central o jerárquicamente más importante se haya ido expandiendo en el tiempo hasta engullir otros núcleos secundarios periféricos de menor jerarquía inicial (como en el caso del Valle de México, donde la ciudad fue creciendo, devorando literalmente otras centralidades

Figura 2. Evolución de la estructura espacial urbana

Fuente: Construcción propia a partir de Muñiz et al. (2005, p.8).

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114 urbanas preexistentes como Coyoacán, Xochimilco, etc.); por otro, puede ser que

la nueva estructura policéntrica esté determinada por una deslocalización (princi-palmente de la industria) en dirección centro-periferia, con la consecuente y ulte-rior deslocalización de vivienda y servicios complementarios (como caso ejemplar podríamos citar las denominadas edge cities norteamericanas (Garreau, 1991)).

Contrariamente a una estructura urbana monocéntrica, una estructura urbana policéntrica podría ser deinida como “una forma de concentración descentralizada de numerosos centros urbanos —pequeños e intermedios— frecuentemente orga-nizados en torno a un centro de ciudad compacta, formando grandes aglomeracio-nes” (Botequilha-Leitão, 2012).6 Sin demérito del esfuerzo sintético del autor, esta deinición no es suiciente para captar la complejidad del fenómeno, por lo que a continuación se ahonda un poco más en ella.

Dimensiones de las estructuras urbanas policéntricasEn primera instancia, Meijers y Burger (2010) argumentan que existen dos fenó-menos diferentes asociados a esta nueva estructura: la dicotomía “dispersión-cen-tralización”, y la dicotomía “mono-policéntrico”. Mientras que el primer fenómeno se reiere al grado en que las personas y el empleo están centralizados o dispersos en lugares no urbanos, el segundo se reiere al grado en que la población urbana y el empleo se concentran en una ciudad o están repartidos en múltiples ciudades en una región mayor. Relativo a esto, otros autores como Jenks, Kozak, y Takkanon (2013) se preguntan justamente si el policentrismo es una forma de dispersión ur-bana organizada (en contraste con una dispersión desorganizada como se concibe al sprawl). Lo que queda claro es que el policentrismo plantea una suerte de auto organización diferente que la exhibida en ciudades con un solo centro y al patrón de una dispersión total en el territorio.

En segundo término, se ha planteado que las estructuras policéntricas pueden ser clasiicadas por sus características “morfológicas” o por sus características “funcionales”. Según Burger y Meijers (2012, p. 1128) —quienes reconocen de an-temano que el concepto del policentrismo es vago y difuso—, la dimensión “mor-fológica” del policentrismo tiene que ver con el tamaño y la distribución territorial de los centros urbanos en el territorio y considera que una distribución balanceada de los centros estaría indicando un mayor grado de policentrismo, mientras que la dimensión “funcional” hace referencia a las conexiones o relaciones funcionales entre asentamientos y considera que vínculos más balanceados y multidirecciona- les estarían mostrando un mayor grado de policentrismo. En la igura 3 pueden apreciarse

6 Se recomienda revisar a Parr (2004) quien, acuñando el concepto de PUR o Policentric Urban Region, hace un esfuerzo por enumerar las características que deberían tener este tipo de asenta-mientos para ser considerados estructuras policéntricas, dentro de las cuales destacan un tamaño especíico, una separación entre núcleos, el nivel de interacción con otros centros, y el grado de especialización económica de los mismos.

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15claramente estas dimensiones. Por ejemplo, una estructura urbana puede ser mor-fológicamente policéntrica, pero conservar una jerarquía con un centro más potente que haga de ella una funcionalmente monocéntrica; o puede ser una estructura morfológicamente monocéntrica, es decir, con una ciudad con mayor tamaño y dimensiones, pero que funcionalmente actúe con relaciones multidireccionales.

Otros autores sugieren la dimensión temporal del policentrismo como una evolu-ción natural de un estado mono a uno policéntrico. Ya Anas, Arnott, y Small (1998) habían apuntado que en años recientes, las ciudades habían pasado por un proceso de descentralización derivando en una forma más policéntrica. La nueva estructura urbana se asume como un proceso dinámico resultado de una mayor mundializa-ción y un mayor crecimiento urbano (Jenks et al., 2013), siendo las estructuras policéntricas el tipo de estructuras emergentes características del siglo XXI (Hall y Pain, 2006). Esta visión dinámica es claramente representada en la siguiente

Figura 3. Estructuras urbanas básicas

Fuente: Construcción propia a partir de Burger et al. (2011).

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116 igura (ver Fig. 4), donde se pasa de un estado inicial de mayor a menor jerarquía,

transformando estas relaciones verticales o arbóreas en unas más horizontales, más relajadas y tendientes a una estructura reticular (Ascher, 1995; Corboz, 2001; Dematteis, 1994; Dupuy, 1998; Indovina, 1990; Sassen, 1999, 2007; Soja, 2000).

Es precisamente esta visión reticular, en conjunción con la nueva mundialización de la economía posibilitada por las TIC, la que ha generado una dinámica adicional al concepto del policentrismo: la escala. Si bien es cierto que hacia 1915 Patrick Ge-ddes ya había acuñado los neologismos “conurbación” para referirse al crecimiento de ciudades centrales más allá de sus límites administrativos y “ciudad región” para referirse a la suma de conurbaciones, estos proto-modelos policéntricos diieren de los actuales en que las nuevas estructuras policéntricas hacen referencia a una

Figura 4. Modelos metropolitanos

Fuente: Construcción propia a partir de m. m. m. (1995).

A. Mononuclear radial B. Bijerárquico radial

B’. Transiciones funcionales y morfológicas

D. Multijerárquico semireticularE. Polinuclear reticular

Centro principal

Centro principal

Centros secundarios

Localidades dependientes

Nuevas relaciones

Ejes radiales

Ejes intercentrales

Circunvalaciones

Centro principal

Centros intermedios

Otros centros

Centros en vías demaduración

Localidades dependientes

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17“extensión territorial jerárquica y a una red de nodos interconectados”, mientras que las descritas por Geddes eran estructuras urbanas dispersas, de baja densidad, y donde los “centros” o nodos generalmente estaban representados por espacios comerciales y de consumo (Jenks et al., 2013, p. 75).

Ello resuelve parcialmente el tema sobre la temporalidad de la génesis de las nuevas estructuras policéntricas, gestadas bajo un modelo de producción post-for-dista,7 pero no el tema relativo a la escala. Hall y Pain argumentan que el fenómeno del policentrismo es uno que depende de la escala, esto es, pueden existir estructuras policéntricas o polinucleares a nivel mundial, nacional, regional y local. Para sol-ventar esta discusión, podríamos ayudarnos de Anas et al. (1998, p. 1431), quienes argumentan que existen dos tipos de concentraciones espaciales: “a nivel ciudad, la actividad puede estar relativamente centralizada o descentralizada […] mientras que a nivel local, las actividades pueden estar agrupadas en un patrón policéntrico o dispersas en un patrón más regular”. Sin embargo, como reconocen los mismos autores, la deinición de dichos clústeres no es una tarea fácil, ya que se convierte en un elemento completamente arbitrario el hecho de determinar un umbral de concentra-ción de empleo para deinir lo que es un subcentro. Así, los sistemas de subcentros observados dependen de la escala de observación del fenómeno.

En una visión de escala mundial, reticular, inmersa en las TIC y en las dinámi-cas de la mundialización de la economía, una estructura policéntrica —de acuerdo con Sassen (1988)—8 estaría dada por una tendencia generalizada a la dispersión espacial de determinadas actividades económicas (i.e. las gerenciales y inancieras) en nivel metropolitano, nacional y global, y la reconcentración de ellas en deter-minados territorios altamente integrados telemáticamente y donde las funciones de gestión y control de alto nivel se realizan en sedes centralizadas y altamente tecniicadas. Y aunque ello impacte directamente en la escala metropolitana, las ligas o relaciones entre los diferentes nodos no implican necesariamente movilidad cotidiana de personas, tema central en el debate de la sustentabilidad imputado a este modelo policéntrico. Ello no signiica que el policentrismo en sus diferentes escalas no pueda ser abordado bajo una sola óptica: la de “redes y lujos”. De hecho, Batty (2013) argumenta que la manera en que tradicionalmente hemos articulado y entendido los sistemas urbanos mediante la localización, los lugares y espacios, debe transitar a una ciencia de las ciudades en donde para entender el lugar—de-inido como nodo donde se generan interacciones—, debemos primero entender los lujos, y para entender los lujos, debemos entender las redes. La idea principal

7 Para mayor discusión sobre el cambio de paradigma económico mundial y sus efectos sobre el territorio con tendencia a la formación de sistemas policéntricos ver por ejemplo Font (2004) o Harvey (1990).8 Estos conceptos son en parte compartidos por Hall y Pain (2006), Castells, (1997), y Jenks, Kozak, y Takkanon (2013). Estos últimos autores aseveran que “ambos términos, policentrismo y redes urbanas, son inseparables de las discusiones sobre globalización” (p. 73).

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118 radica en que son principalmente las relaciones entre lugares y espacios, y no sus

atributos, las que condicionan el entendimiento del sistema urbano.Y a pesar de que también a escala nacional es perfectamente factible problema-

tizar el concepto del policentrismo como política pública que promueva la especia-lización regional, es a escala metropolitana y a escala urbana donde el concepto cobra mayor relevancia como potencial reductor de movilidad innecesaria y por ende, la generación de gases de efecto invernadero.

Deinición de centralidad Si hablamos de policentrismo, entonces tenemos que deinir primero lo que sig-niica una “centralidad”, ya que el policentrismo alude a un cúmulo de centros organizados en una estructura jerárquica y territorial especíica.

Como hemos señalado, desde una perspectiva economicista, un centro o centra-lidad generalmente está deinido como una concentración de empleo en un área geográica especíica. Sin embargo, sabemos ya que no es la única cualidad que po-seen las centralidades. El concepto de centralidad urbana alberga intrínsecamente dimensiones históricas, culturales y simbólicas.9

Mientras que para Agarwal et al. (2012, p. 441) un subcentro deinido en tér-minos económicos se reiere a clústeres de actividad “de suiciente magnitud para inluenciar los precios del suelo y con ello la forma urbana”, para McMillen (2001) son clústeres de actividad con una densidad considerable de empleos más grande que sus vecinos con un signiicativo efecto sobre el total de empleos. Anterior-mente, Christaller (1933) había desarrollado su Teoría de Lugares Centrales, en la que las centralidades eran los lugares donde un umbral mínimo de población era requerido para generar la oferta de un bien, limitado por un rango en el que los consumidores estaban dispuestos a acudir para satisfacer su demanda (Carter, 1974). Mientras que estas deiniciones están limitadas tanto a empleos como a espacios de consumo, existen otras dimensiones que complejizan esta visión. Para Castells (1974, p. 262), las centralidades pueden ser concebidas como “la organización espacial de los puntos clave en que se desarrollan las diferentes fases del proceso del intercambio entre los procesos de producción y consumo”, mientras que para Terrazas (2010, p. 9):

El concepto de centro […] se reiere al lugar en el territorio urbano donde se realizan las actividades sociales más intensas como son el comercio, los servicios, las manifestacio-nes culturales y políticas y, en general, el intercambio social más signiicativo.

Agregando el componente tecnológico, González-Arellano (2010, p. 30) propone que “La acepción […] de la noción de centralidad es la propiedad que tienen algunos

9 Para ahondar en la discusión sobre sus dimensiones, ver Montejano (2015).

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19lugares de polarizar el espacio, de su capacidad de atracción de personas, objetos, funciones e información”.

Lo común a estas deiniciones es que en estas centralidades existe una fuerza “centrípeta” que atrae lujos (actividades, personas e infraestructura) que interac-túan de manera intensa. Sin embargo, para mantener esta fuerza aglutinadora en el espacio central, existen —según Jacobs (1961)— otros elementos adicionales a la concentración de empleos para reducir las fuerzas “centrífugas” que provocan justamente lo explicado por el modelo estándar: una colmatación de estos espacios de día y un vaciamiento de ellos por la noche, cuando las personas regresan a sus residencias en zonas alejadas al CBD. El más importante de ellos es la promoción de diversidad de usos en el espacio, de tal forma que permita la coexistencia de más de un uso primario (en vez de uno uso meramente laboral, propone que cohabiten en un mismo espacio usos laborales, comerciales y residenciales). El planteamien-to de Jacobs, formulado para barrios y centralidades intraurbanas (ver capítulo anterior), puede ser perfectamente extrapolado en una escala metropolitana. Si el objetivo de implementar el modelo policéntrico en el territorio como forma ur-bana sustentable se asienta en el principio de una mayor autocontención de la población y por consiguiente, en una reducción de la movilidad no necesaria entre los distintos polos de una estructura policéntrica, las centralidades o nodos de la red deberían de ser espacios donde exista una masa crítica de personas, activida-des, lujos, equipamiento e infraestructura, que permitan los más signiicativos intercambios económicos, políticos, culturales y sociales, dentro de un entramado urbano relativamente compacto con alta mezcla de usos del suelo, que amplíen las posibilidades de reducir los viajes motorizados. En este sentido, los espacios deinidos como “centrales” deberían de ser capaces no sólo de atraer viajes, sino de retenerlos (vía una mayor heterogeneidad del uso del suelo).

La antítesis de los espacios centrales aquí deinidos son los que Mitchell (2001) denominaba “ciudades dormitorio”: nodos residenciales desligados de nodos de actividades y que en cierta medida, ejempliican la imagen heredada del proceso de suburbanización norteamericana. Los espacios centrales de los que hablamos no deben de ser concebidos solamente como subcentros de empleo, sino como “espacios donde las actividades más intensas de los urbanitas ocurren” (Florida, 2003; Glaeser, 2011).

El policentrismo con relación a la sustentabilidad urbanaEl policentrismo ha sido promovido profusamente desde 1999 —principalmen-te en Europa— como modelo a adoptarse en aras de mejorar la calidad de vida. Es considerado como una herramienta clave para promover la cohesión social, la sustentabilidad y la competitividad económica (Veneri y Burgalassi, 2012). El documento ESDP (European Spatial Development Perspective) postula que el desa-rrollo policéntrico puede mejorar la competitividad de las regiones mediante una

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120 mejor armonización de los centros urbanos, al tiempo de crear desarrollos más

balanceados entre regiones y unas relaciones urbano-rurales más cooperativas y funcionales (ESPON, 2016). Por ello, este modelo ha sido recetado como antídoto contra la dispersión urbana o sprawl (Knaap, Ding, Niu, y Mishra, 2016).

Al parecer, existe un consenso sobre lo deseable que sería tener estructuras urbanas policéntricas, organizadas en torno a centros compactos, pequeños y me-dianos, bien conectados mediante una red eiciente de transporte público (Camag-ni, 2002). Ello podría deberse a que las ciudades intermedias o de menor tamaño parecen tener la capacidad endógena de mantener los costos sociales, económicos y ambientales bajo control (Capello y Camagni, 2000).

En el plano teórico, el policentrismo estaría abonando a una mayor sustenta-bilidad: 1) por la posibilidad de la generación de efectos positivos en lo referente a la movilidad, partiendo de una mejor co-localización residencia-trabajo, la cual supondría una reducción de la distancia viajada (Cervero y Wu, 1997; Gordon y Wong, 1985; Handy, 1996; Levinson y Kumar, 1994); 2) porque un mayor grado de policentrismo promoverá el desarrollo de transporte masivo en detrimento de la movilidad individual motorizada (Veneri, 2010, p. 405); y 3) porque reduciría hipotéticamente los tiempos de viaje, debido principalmente a la reducción de ex-ternalidades negativas asociadas a las economías de escala generadas en esquemas monocéntricos (Parr, 2004, pp. 235–236). El supuesto base es que estas deseco-nomías pueden reducirse al distribuir eicientemente en diferentes subcentros, tanto gente como empleos, lo que equivaldría a decir que se estarían repartiendo en varios subcentros las externalidades negativas asociadas a la aglomeración. Con relación a esto, Meijers y Burger (2010, p. 8) argumentan que dado que la red de ciudades substituye a la aglomeración de una sola ciudad, el policentrismo se convierte en un activo muy valioso para las zonas metropolitanas. Sin embargo, advierten, existen también desventajas de este modelo frente al monocéntrico, como la reducción de la concentración espacial de activos e infraestructura para el desarrollo. En un estudio para Holanda, encontraron signiicativamente menos amenidades deportivas, culturales y recreativas que en regiones donde la población se concentra en una sola ciudad, hecho ya preconizado por Lewis Mumford (1961) desde mediados del siglo xx.

En términos llanos, podemos pensar que un modelo policéntrico se origina cuan-do el modelo monocéntrico se agota y comienza a generar externalidades negativas. Esto es, las ventajas que originalmente se observaron por vivir en una ciudad son paulatinamente sustituidas o sobrepasadas por los problemas que el tráico, la con-taminación, la inseguridad, o la elevación del precio del suelo en zonas centrales generan derivados del crecimiento. Podemos imaginar hipotéticamente un reci-piente para hacer cubos de hielo, donde en algunos de los hoyos ya se encontraba agua vertida. Al ir aumentando la cantidad de agua en los huecos que ya contienen agua, éstos rebasarán en algún momento la altura del hueco, provocando así el

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21desbordamiento del agua. Si no estuvieran conectados estos huecos con otros, el agua se desbordaría. Por suerte, en este ejemplo existe conexión entre ellos, y de manera “natural” se da un trasvase de hueco a hueco, emulando lo que en términos urbanos sería el límite de una ciudad o tamaño óptimo antes de generar externalida-des negativas (o que el agua se saliera). Una manera de evitar estas externalidades negativas podría ser mediante la creación de nuevos centros, es decir, nuevos cubos de hielo. Haciendo un paralelismo con los sistemas urbanos nacionales, en la vida real las “charolas para hacer cubos de hielo” no se encuentran perfectamente ali-neadas al horizonte; tienen diferentes ángulos que provocan que algunos agujeros no se llenen del todo, otros rebasen constantemente su capacidad, y otros nunca se llenen. Adicionalmente, los cubos de la charola tienen diferentes dimensiones, por lo que habrá algunos que puedan contener más agua que otros, y otros con mayor capacidad que nunca se lleguen a llenar, por lo que el “sistema” aquí imaginado no estará balanceado.10

Recientemente, Wegener (2013) ha teorizado sobre ventajas y desventajas de un modelo monocéntrico frente a un modelo disperso. Argumenta que en términos de “eiciencia”, los centros predominantes y de gran tamaño pueden explotar las eco-nomías de escala y los efectos de la aglomeración, pero padecen la problemática de la congestión como un efecto de la sobreaglomeración. Por su parte, los asentamientos dispersos disfrutan del entorno natural, pero son muy pequeños para soportar in-fraestructura que facilite la producción y por ende, su crecimiento (carecen de masa crítica, por ejemplo, la introducción de un sistema de transporte masivo eiciente). Con relación a la “equidad”, señala que mientras que una estructura moncéntrica tiende a polarizar socialmente a la población debido a la competencia por el espacio (y su consecuente costo), estructuras donde la gente viviera de manera dispersa se-rían más igualitarias en términos de la distribución, pero negaría a sus ciudadanos la oportunidad de la movilidad social. Con respecto a la “sostenibilidad”, dice que las aglomeraciones más grandes usan menos energía per cápita para la movilidad, pero más para ediicar en alta densidad (i.e. elevadores, disposición de residuos, etc.). Los asentamientos dispersos pueden hacer uso de recursos renovables, pero son un desperdicio en términos de energía para la transportación y del espacio abierto. Entonces, coincide con Capello y Camagni (2002) sentenciando que “es obvio que el óptimo se encuentra entre lo monocéntrico y lo disperso, i.e. en una mezcla balanceada de ciudades grandes, medianas y pequeñas ordenadas en un patrón favorable para el intercambio y la cooperación” (p.2).

10 Nel·lo (2002) observa para Catalunya un proceso de desigual distribución de la población, des-igual crecimiento de las ciudades, y desigual asentamiento del capital en el territorio, generando en lugar de una “policefalia”, una “macrocefalia”, lo que sería equivalente a una región de ciudades con fuertes desbalances entre sí, constituyendo un riesgo inherente al esquema policéntrico sin control.

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122 Hallazgos empíricos

Tanto Kloosterman y Musterd (2001) como Parr (2004), han señalado la necesidad de contar con más casos empíricos para veriicar los supuestos beneicios imputa-bles a las estructuras policéntricas. En este sentido —y con resultados altamente contradictorios como en los casos de la densidad y la diversidad analizados en capítulos anteriores—, se desprenden conclusiones de algunos estudios aplicados en varias regiones del mundo con resultados disímiles.

Una de las investigaciones más citadas es el trabajo de Aguilera y Mignot (2004). Este estudio compara las distancias de desplazamiento entre residencia y centros de trabajo entre siete áreas urbanas francesas. Uno de sus principales hallazgos fue que la distancia de desplazamiento residencia-trabajo promedio para traba-jadores viviendo en los subcentros era menor que para aquellos que vivían en el resto de área urbana.11 Argumentan que ello puede ser explicado por el número de personas viviendo y trabajando en el mismo subcentro, y el hecho de que la gen-te viviendo en centros suburbanos se encuentran muy cerca de sus trabajos. Sin embargo, advierten que ello no representa un hallazgo sobre un mejor desempeño de estructuras policéntricas, pues sus descubrimientos refuerzan la idea de las jerarquías de lugares centrales, pero en otra escala. Adicionalmente, se observó que estas distancias viajadas dentro de los subcentros han aumentado desde su consolidación (es decir, se podría estar observando el efecto de las deseconomías en estas centralidades periféricas).

Por su parte, Veneri (2010) realizó un trabajo de investigación que indaga prin-cipalmente si un mayor grado de policentrismo tiene inluencia positiva en los viajes obligados. Para ello, observó la relación entre el grado de policentrismo —medido mediante la detección de subcentros con base en relaciones derivadas de redes sociales—, con la movilidad registrada para 82 áreas metropolitanas en Italia. Para este caso, se concluye que un mayor grado de policentrismo efectivamente se correlaciona virtuosamente con costos privados y externos, es decir, reduciendo el gasto individual de movilidad y las emisiones de CO2.

Con respecto al desempeño económico, Meijers y Burguer (2010) encontraron que el policentrismo se correlaciona positivamente con una mayor productividad laboral (del mismo modo que Veneri y Burgalassi (2012)). Concluyen que al duplicar el grado de policentrismo, se incrementa la productividad laboral metropolitana 5.5%. Sus conclusiones son altamente relevantes para el discurso en favor de las estructuras policéntricas: argumentan que esta mayor productividad observada para diferentes zonas metropolitanas norteamericanas puede deberse a que múlti-ples centros o ciudades, esto es, múltiples fuentes de economías de aglomeración,

11 Este hallazgo sobre la importancia de la co-localización residencia-trabajo es compartido por Cervero y Duncan (2006), quienes, en un estudio para San Francisco, encontraron que un mejor balance casa-trabajo reduce más la necesidad de viajar que el acercar los espacios de consumo a las zonas residenciales.

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23están co-localizadas e interactúan entre sí. Observan que, comparadas con zonas metropolitanas relativamente monocéntricas, las deseconomías de aglomeración parecen ser limitadas en estructuras policéntricas, mientras que los beneicios derivados de la aglomeración son compartidos por las ciudades que conforman el sistema. A parecer, la “red de ciudades” generada por una estructura policén-trica sustituye las economías de aglomeración de una estructura monocéntrica. Sin embargo, también descubrieron que tienen un desempeño económico menor en su conjunto (con relación al PIB) que una sola gran ciudad, y que las estructuras policéntricas parecen ser más eicientes en áreas metropolitanas más pequeñas en términos poblacionales.

Las ventajas económicas argumentadas en estructuras policéntricas también han sido recientemente reportadas para China. Zhang, Sun y Li (2017), conclu-yen que la policentralidad beneicia el desempeño económico medido en términos de productividad laboral. Este estudio muestra además, que la disponibilidad de internet como elemento de lujo de conocimiento, puede mejorar los efectos del policentrismo en el desempeño económico.

Pero no todos los trabajos encuentran asociaciones virtuosas. En 2014, Mar-molejo y Tornés (2014) exploraron para las más grandes zonas metropolitanas españolas, si el crecimiento policéntrico efectivamente reduce el consumo del suelo y la movilidad obligada, esto es, protegiendo las zonas agrícolas periurbanas y al mismo tiempo reduciendo el consumo energético y contaminación producidos por los automóviles. Sus resultados sugieren que el policentrismo español tiene muy poco efecto tanto en la reducción de consumo del suelo como en la generación de viajes obligados. Ello podría deberse a una situación particular de esa geografía. Aun con ello, encuentran que otras variables sí inluyen signiicativamente con los patrones de suelo y movilidad, como la fragmentación de las fábricas y la co-loca-lización casa-trabajo, variable clave de un esquema policéntrico.

Otros estudios ya han apuntado en dirección contraria a la supuesta sustentabi-lidad derivada del policentrismo. Cervero y Wu (1997) encontraron que subcentros de baja densidad —en un estudio para la Bahía de San Francisco— favorecen al incremento del uso del vehículo en la movilidad cotidiana, aun cuando el tiempo de traslado a los centros de trabajo sea menor que el de sus contrapartes que viven en situaciones intraurbanas. Adicionalmente, encontraron un menor uso en el transporte masivo. Como se ha mencionado, Veneri y Burgalassi (2012) investiga-ron el policentrismo con relación a variables clave como competitividad, cohesión social y sustentabilidad ambiental. En su estudio observaron una correlación po-sitiva entre desigualdad en el ingreso y policentrismo; para el caso de la relación entre policentrismo y sustentabilidad ambiental (medido en términos de emisión de gases de efecto invernadero y consumo del suelo) no encontraron relaciones estables. En un estudio para evaluar el impacto de la forma urbana en viajes obli-gados para 30 ciudades chinas, Engelfriet y Koomen (2017) no encontraron nin-

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124 guna asociación signiicativa entre tiempos de viaje, distancia de viaje y el grado

de policentrismo medido con base en algoritmos desarrollados por Amindarbari y Sevtsuk (2015). Sin embargo, encontraron que tanto distancia como tiempo sí se correlacionan fuertemente con el tamaño de la ciudad, además de encontrar que a mayor concentración espacial de determinadas actividades (mediante métricas I de Moran locales) el tiempo de viaje intraurbano se reduce. Lo anterior sugiere por un lado, que las externalidades negativas asociadas al tamaño de una ciudad podrían efectivamente ser matizados mediante otro tipo de estructuras urbanas más pequeñas; y que la concentración espacial de actividades (pudiendo ser ello una forma de policentrismo sin que ellos lo hagan explícito en su aproximación teórica) tiende a reducir los tiempos.

Problemas en la medición del policentrismoRecapitulando: existen tanto estudios empíricos que muestran una reducción de las dis-tancias en los viajes promedio en estructuras policéntricas frente a estructuras mono-céntricas (i.e. (Giuliano y Small, 1993; Gordon, Kumar, y Richardson, 1989) como los que encuentran resultados opuestos (i.e. Baccaïni, 1997; Ewing, 1997). Dado este hecho, ¿Por qué en el caso especíico de la relación entre viajes y forma urbana (policéntrica) a nivel metropolitano no es posible encontrar una relación estable como señala Tsai (2001)?

Esta pregunta parece ser respuesta por Wegener (2013, p. 3), quien argumenta que:

Existen muchos métodos para medir e identiicar estructuras policéntricas a distintas escalas y para evaluar los impactos del policentrismo (o la falta de éste) con respecto a las metas de política pública. [...] Es por esto que actualmente no es posible determinar un grado óptimo de policentrismo entre centralización o descentralización, o en otras palabras, entre los extremos del modelo monocéntrico o la dispersión.

Ello es reforzado por Veneri (2010), quien argumenta que esto en parte es resultado de la poca consistencia para medir y cuantiicar una estructura policéntrica (re-cordemos a Anas, Arnott, y Small (1998) en el debate sobre las diferentes escalas, a Burger y Meijers (2012) sobre las diferentes maneras de conceptualizar el poli-centrismo, o a Tsai (2005), quien estudia diferentes tipos de estructuras urbanas mediante índices de autocorrelación espacial).

Adicionalmente a las diferentes escalas (mundial a manzana), a las desiguales conceptualizaciones (morfológica o funcional), o al tipo de objeto aglomerado en el territorio que se convierte en el objeto de análisis espacial del fenómeno de estudio (empleos, personas, infraestructura), le sobrevienen la dimensión temporal (las centralidades no son las mismas en la noche que en el día) y los métodos utilizados para medir el grado de policentrismo, que a su vez dependen de la granularidad de la fuente de información (involucran desde métodos de agrupamiento hasta técnicas de medición de lujos sobre las redes).

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25Tradicionalmente, el policentrismo se ha medido deiniendo a los subcentros del sistema como espacios con una densidad sobresaliente de empleos con respecto al sistema medido (Bogart y Ferry, 2011; Giuliano y Small, 1991; McDonald, 1987; McMillen, 2001; McMillen y Smith, 2003; Muñiz et al., 2005). El problema principal común de estos métodos aquí llamados “estáticos” es que la determinación de los umbrales para determinar si una concentración de algo en el espacio constituye un clúster es arbitraria. Adicionalmente, la mayoría de estas aproximaciones deja completamente fuera de la ecuación aspectos relevantes a la centralidad como la diversidad de uso del suelo o el contexto social de las centralidades detectadas. Estos métodos “estáticos” asumen de antemano que la gente será atraída a un espacio geográico por la presencia de clústeres económicos.

Otros métodos para la identiicación de subcentros se basan en indicadores “di-námicos”, construidos con base en datos de lujos, como los viajes pendulares re-sidencia-trabajo que emanan de diarios de viaje y encuestas origen-destino. Como ejemplos locales podemos citar los trabajos de González-Arellano (2010) o Graizbord y Acuña (2005) para la ZMVM, los cuales tampoco escapan a la subjetividad del um-bral para determinar lo que es una centralidad y lo que no. Sin embargo, al utilizar datos más desagregados, es mucho más fácil detectar visualmente las centralidades.

Adicionalmente, cada estudio adopta métodos de muy diversa índole. La crea-ción de índices de centralidad varía enormemente. Algunos usan datos vectoriales; otros, datos raster provenientes de técnicas de percepción remota. Como ejemplo, hay los que usan Estimadores de Densidad de Kernel (i.e. Thurstain-Goodwin y Unwin, 2000); los que usan simulación basada en agentes i.e. (Batty, 2001); los que detectan centralidades con base en distancias entre puntos situados en una red (Okabe, Okunuki, y Shiode, 2006; Porta et al., 2012; Sevtsuk y Mekonnen, 2001); los que estudian las relaciones jerárquicas funcionales entre los nodos con base en la teoría de redes y lujos (Veneri, 2010); o los que detectan policentrismo con base en sensores satelitales (Taubenböck, Standfuß, Wurm, Krehl, y Siedentop, 2017).

Lo anterior provoca una pléyade de estudios que son difícilmente comparables entre sí, tanto por sus conclusiones contradictorias como por los resultados ob-tenidos. En un esfuerzo por atacar este asunto, hacia 2007 la ESPON (European Spatial Planning Observation Network) desarrolló un único índice “estándar” de policentrismo para ser utilizado por todos los miembros de la Unión Europea, el cual involucraba en su medición nociones de tamaño, localización y conectividad de los nodos y que englobaba tanto aspectos morfológicos como aspectos relacio-nales. Sin embargo, fue criticado severamente porque sobre enfatizaba aspectos morfológicos y quitaba peso a los aspectos funcionales (Wegener, 2013).

Se ha argumentado que existen pocos estudios empíricos que busquen relacionar el concepto del policentrismo con la sustentabilidad urbana. En realidad, se han realizado muchos al respecto, pero dada las diferencias en conceptualización, en la escala de observación, y en los objetos medidos, el conjunto de investigaciones no

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126 ha aportado mucho ni sobre el camino a seguir en materia de investigación, y tam-

poco en lo referente a cómo trasladar los hallazgos en política pública territorial.

De lo fútil del concepto del policentrismoErick Guerra, quien es coautor en este libro con un capítulo sobre movilidad y sus-tentabilidad, me ha señalado con ejemplos concretos que el concepto del policen-trismo, o para ser más preciso, las métricas que intentan captar el fenómeno, son muy “obscuras” y generalmente no se correlacionan en lo absoluto con ninguna teoría referente a la reducción de la movilidad por efecto de este tipo de estructu-ra urbana. Las principales razones que esgrime son: por un lado, las métricas o algoritmos desarrollados actualmente para modelar este efecto de concentración dispersa en el territorio no son consistentes en la literatura y las propias fórmulas que intentan captar este efecto parecen no ser lo suicientemente robustas. Por otro, me ha insistido que la relación espacial (co-localización) residencia-trabajo es por mucho, una métrica mucho más contundente y sencilla para realizar pruebas de hipótesis, al menos en el ámbito de la movilidad.

Al parecer tiene razón. Desde que Kloosterman y Musterd (2001) escribieran su multicitado trabajo The Polycentric Urban Region: Towards a Research Agenda hace 16 años hasta hoy día (i.e. Taubenböck et al., 2017; Rauhut, 2017), el policen-trismo sigue siendo un concepto elusivo y borroso. En ese entonces, Kloosterman y Musterd señalaban que el marco teórico del policentrismo no había sido bien es- tablecido y que estaba faltando una tipología clara y una taxonomía precisa de estas estructuras urbanas. Y a pesar de esfuerzos de investigadores como Meijers y Burger (2010) para llenar los huecos señalados en la agenda (como los vectores funcional y morfológico de fenómeno), actualmente no existe un consenso sobre la deinición de policentralidad.

Una de las tareas más difíciles que enfrenta el policentrismo es que a pesar de ser claramente observable, tanto en escalas mayores como en escalas intraurbanas, es muy difícil formalizar matemáticamente el fenómeno. Kloosterman y Musterd seña-lan que “las ciudades como fenómenos espaciales ricos, multifacéticos y contextuali-zados históricamente, engloban casi todos los aspectos de la vida social y ello signiica que la policentralidad puede, en principio, referirse al agrupamiento espacial de casi cualquier actividad humana” (2001, p. 623). Con ello nos están diciendo que podemos observar estructuras policéntricas prácticamente en todo tipo de estructuras urbanas. Por ejemplo, un pequeño núcleo urbano puede estar organizado en torno a dos DCN. Sin embargo, al analizar este núcleo en una escala mayor con relación a otros nodos de su entorno, podrían ser estos dos DCN irrelevantes en esta nueva escala de análisis y convertirse en una unidad monocéntrica o nodo relacionado con un ámbito mayor (ver Fig. 5). Este problema nos remite a los trabajos de Batty y Longley (1994) sobre ciudades fractales y su condición multiescalar. Argumentan que estas estructuras

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27tienen autosimilaridad en diferentes escalas y que entonces deben medirse con base en una métrica diferente a la euclidiana: la de los fractales.

Un elemento que me parece crucial en investigaciones futuras sobre el grado de policentrismo de una región especíica, es que se asume que una región o área me-tropolitana es policéntrica dada la existencia de subcentros de empleo. Dando un paso adelante, podríamos imaginar que estos subcentros no solo albergan trabajos, sino que paulatinamente comienzan a aglutinar servicios y, sobre todo, vivienda, formando así un nuevo nodo con características particulares de co-localización casa- trabajo. Si lo que pretende demostrarse con el modelo policéntrico es que estos nodos de la red se constituyen como nodos autocontenidos en el sentido de la movilidad, es decir, abonando a una estructura urbana más balanceada que la que presenta la ciudad monocéntrica (dada por una concentración espacial de personas, actividades, e infraestructura), estaríamos entonces frente una paradoja: al conformarse como unidades autónomas, o donde la mayoría de los viajes son al interior de los núcleos y la economía se da por aglomeración, se estaría perdiendo un elemento clave de validación para argumentar que ese núcleo forma parte de un ámbito funcional po-licéntrico, que es paradójicamente la movilidad o el lujo e intercambio entre dichos nodos. En efecto, estaríamos frente a una “red de ciudades” monocéntricas.Otro elemento que parece confundir en mayor medida los estudios sobre policentris-mo en escala urbana, tiene su origen en la temporalidad y evolución de los núcleos

Figura 5. Centralidades y escalas

Fuente: Construcción propia.

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128 urbanos. El concepto de policentralidad está íntimamente ligado con el concepto de

metropolización territorial, que no es más que el crecimiento de los núcleos urba-nos más allá de sus límites administrativos originales. Actualmente, los procesos de metropolización presentan diferencias con respecto a los de principios del s. xx, tanto en escala de ocupación del territorio como en la distancia de los nuevos enclaves urbanos con respecto al centro, pero que no dejan de formar parte del sistema urbano por sus relaciones funcionales (Montejano, 2013). Si pensamos que estas nuevas centralidades “post-fordistas”, asentadas más lejos del centro que sus crecimientos previos por contigüidad espacial a la mancha urbana (caracterizados como ensanches y generalmente desarrollados hasta antes del gran cambio del pa-radigma en el modelo de producción fordista de principios de los años 70 del siglo pasado), en algún momento del futuro terminarán “colmatándose” e integrándose físicamente a una gran mancha urbana. Con base en lo anterior, podemos entonces teorizar que el policentrismo morfológico es en realidad un estado o etapa en el proceso de metropolización del territorio y un cambio de escala.

Se presenta aquí como ejemplo el caso del Camp de Tarragona, España, en el cual se puede apreciar, mediante un estudio morfogenético (ver Fig. 6a y 6b), la evolución de este territorio catalán. En los primeros momentos se observa un sistema con núcleos (pueblos) separados entre sí y relacionados jerárquicamente (con Tarragona como nodo principal). Con el paso del tiempo, las jerarquías se van relajando y cada nodo comienza a tener una dinámica propia de crecimiento, superpuesto con una nueva lógica de asentar-se en el territorio, de tal suerte que se conigura claramente un sistema reticular policén-trico con asentamientos dispersos. Sin embargo, al observar la planeación metropolitana (ver Fig. 7), puede observarse que eventualmente (de concretarse los planes), Tarragona pasará a ser una mancha urbana consolidada de una escala mayor. Ciertamente, las cua- lidades funcionales de cada nodo del sistema policéntrico no se perderán, pero sí las cualidades morfológicas que en un momento le conirieron un grado de policentralidad.

Con lo anterior no se pretende desdeñar el trabajo cientíico realizado desde hace varias décadas para deinir estos sistemas, compararlos con el modelo monocéntri-co, y plantear su viabilidad como asentamiento alternativo por sus argumentados beneicios sustentables. Por el contrario. Deben de aumentarse sustancialmente las in-vestigaciones que permitan determinar la escala adecuada en que estos sistemas deben ser deinidos, lo que permitirá a su vez derivar investigaciones que orienten las políticas públicas territoriales dependiendo de los hallazgos obtenidos en diferentes escalas (por ejemplo, puede ser adecuado el promover una política de policentralidad a nivel regional, pero posiblemente esas ventajas se diluyan a nivel estatal).

Una pista de ello la provee Botequilha-Leitão (2012) quien, aceptando de facto que un camino para alcanzar la sustentabilidad regional es la adopción de redes ciudades intermedias, propone incluir en la visión sistémica policéntrica otros vectores como la producción, la recreación y la ecología de una manera más balan-ceada que la simple localización de empleos.

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29Figura 6a. Transformaciones espaciales del ámbito central

del Camp de Tarragona 1925-1970

Fuente: Construcción propia.

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130 Figura 6b. Transformaciones espaciales del ámbito central del

Camp de Tarragona 1977-2008

Fuente: Construcción propia.

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Figura 7. Inducciones metropolizadoras. Actuaciones y planeamiento vigente

Fuente: Construcción propia.

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132 Su planteamiento o visión regional incluye tres principales componentes: una red

de ciudades, pueblos y villas rurales ligadas por corredores —ecológico, redes hi-drológicas, culturales, transporte e infraestructura de la comunicación multifun-cionales (ecológicas + culturales)—; un área de inluencia o hinterland de recursos naturales y rurales orientados a incrementar la auto-dependencia regional, estruc-turada por una red de sistemas ecológicos que provean los servicios ecosistémicos clave (un backbone ecológico de la región); e interrelaciones entre ciudades y su hinterland funcional. Aunque parezca el camino hasta ahora planteado por otros autores, diiere sensiblemente porque su planteamiento está sustentado en la co-rriente de pensamiento sistémico y complejo.

Otro elemento que eventualmente ayudaría a clariicar los límites taxonómicos del policentrismo urbano, sería la determinación exacta de la escala cotidiana de la red. Las relaciones funcionales que no sean signiicativas en términos de intercambio físico continuo y con base en una temporalidad diaria, deberían des-cartarse para acotar el ámbito de estudio del sistema. Si bien es cierto que existen relaciones cotidianas, por ejemplo, entre Monterrey y la Ciudad de México mediante puentes aéreos, el lujo bidireccional comparado con el que existe entre Toluca y la Ciudad de México (más de 250 mil viajes diarios) es insigniicante, por lo que un umbral adecuado para acotar el sistema de estudio en escala humana debiera estar determinado por la distancia máxima a la cual se está dispuesto a viajar, de manera cotidiana y signiicativa, para satisfacer un motivo de viaje laboral.

Pero el hallazgo más signiicativo hasta el momento, con base en la revisión del es-tado del arte, es que la relación casa-trabajo parece ser la escala en que el policentrismo urbano y metropolitano importa en términos de aporte a la sustentabilidad. Guerra y Caudillo (2017), en un estudio sobre el impacto de los precios del suelo en la movili-dad de Buenos Aires, encontraron recientemente que lo que más explica el gasto en transporte son los factores socioeconómicos; que a pesar de lo anterior, la “geografía” sí importa (esto es, la distancia al centro de trabajo o la accesibilidad representada por la cercanía a un corredor de transporte); y que una co-localización residencia-trabajo con menor distancia entre el origen y destino (vive y trabaja en el mismo distrito) es clave para reducir gastos en transportación, sobre todo para los sectores más pobres. Esto lo conirman los múltiples estudios citados en este documento (i.e. Cervero y Duncan, 2006) y que también recientes investigaciones reairman (i.e. Ta, Chai, Zhang, y Sun, 2017). Por todo lo anterior, el planteamiento en materia de política pública territorial y en el ámbito de los estudios urbanos no es dejar de estudiar el fenómeno de la poli-centralidad; pero en ausencia de un entendimiento común, lo más recomendable por el momento en materia de política pública territorial, es buscar mejorar las relaciones de co-localización residencia-trabajo, al tiempo de promover una mayor mezcla de usos del suelo, que permita una mayor autocontención de la movilidad.

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