paisajes y ciudades' (emasesa sevilla ) sema d'acosta

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COLECTIVA. ‘Paisajes y ciudades’ EMASESA (SEVILLA) Febrero 2009 Ciudad ausente / paisaje insonoro “Sobre Madrid, que es como una vieja planta con tiernos tallitos verdes, se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear, el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla. Las gentes se cruzan, presurosas. Nadie piensa en el de al lado, en ese hombre que a lo mejor va mirando el suelo; con el estómago deshecho o un quiste en un pulmón o la cabeza destornillada…” 1 La Colmena. Camilo José Cela El primero que habló de No-Lugares para referirse a los espacios transitorios de la contemporaneidad fue el antropólogo francés Marc Augé 2 . En su libro homónimo publicado en 1992, designaba con este término los sitios de paso donde no existen las relaciones reales. Son lugares nuevos que no se encuentran en el pasado, zonas donde confluyen personas anónimas que ensimismadas en una espera breve, evitan u obvian a los demás. Emplazamientos sin historia, como las terminales de aeropuerto o las estaciones de metro, que se han convertido en elementos paradigmáticos de la identidad actual de nuestras ciudades. Paisajes anodinos, sumideros de incomunicaciones, que apenas permiten un cruce esquivo de miradas entre individuos que nunca más se encontrarán (un ejemplo perfecto de estas situaciones paradójicas lo encontramos en el conocido cortometraje ‘El columpio’ 3 dirigido por Álvaro Fernández Armero y protagonizado por Coque Malla y Ariadna Gil). Los No-Lugares retratan las grandes urbes de hoy, poblaciones inmensas donde los ciudadanos son meros elementos simbólicos que carecen de personalidad propia. Habitantes, en su mayoría de zonas residenciales, que no comparten nada con sus vecinos, que no siente ningún compromiso con aquellos con los que participan de su vida; gentes que se mueven en sus rutinas diarias y que por desconfianza o recelo no quieren saber nada de los demás. 1

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Page 1: Paisajes y Ciudades' (Emasesa Sevilla  ) Sema D'Acosta

COLECTIVA. ‘Paisajes y ciudades’EMASESA(SEVILLA)

Febrero 2009

Ciudad ausente / paisaje insonoro

“Sobre Madrid, que es como una vieja planta con tiernos tallitos verdes,

se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear,

el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla. Las gentes se cruzan, presurosas.

Nadie piensa en el de al lado, en ese hombre que a lo mejor va mirando el suelo; con el estómago deshecho o un

quiste en un pulmón o la cabeza destornillada…”1

La Colmena. Camilo José Cela

El primero que habló de No-Lugares para referirse a los espacios transitorios de

la contemporaneidad fue el antropólogo francés Marc Augé2. En su libro homónimo

publicado en 1992, designaba con este término los sitios de paso donde no existen las

relaciones reales. Son lugares nuevos que no se encuentran en el pasado, zonas donde

confluyen personas anónimas que ensimismadas en una espera breve, evitan u obvian a

los demás. Emplazamientos sin historia, como las terminales de aeropuerto o las

estaciones de metro, que se han convertido en elementos paradigmáticos de la identidad

actual de nuestras ciudades. Paisajes anodinos, sumideros de incomunicaciones, que

apenas permiten un cruce esquivo de miradas entre individuos que nunca más se

encontrarán (un ejemplo perfecto de estas situaciones paradójicas lo encontramos en el

conocido cortometraje ‘El columpio’3 dirigido por Álvaro Fernández Armero y

protagonizado por Coque Malla y Ariadna Gil). Los No-Lugares retratan las grandes

urbes de hoy, poblaciones inmensas donde los ciudadanos son meros elementos

simbólicos que carecen de personalidad propia. Habitantes, en su mayoría de zonas

residenciales, que no comparten nada con sus vecinos, que no siente ningún

compromiso con aquellos con los que participan de su vida; gentes que se mueven en

sus rutinas diarias y que por desconfianza o recelo no quieren saber nada de los demás.

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Cuando nos referimos a los rasgos propios que caracterizan a cualquier

población, las señas de identidad que diferencian su arquitectura y su paisanaje,

habitualmente nos ceñimos a su casco histórico, un epicentro urbano que adquiere su

idiosincrasia de manera natural con los sucesivos cambios y avatares vividos a lo largo

de la historia. A partir del siglo XIX y principios del siglo XX, con la industrialización,

este curso natural se rompe de manera abrupta con la llegada masiva de personas que

emigran del campo buscando oportunidades nuevas. “En los casos más comunes a

fuerza de cargarse de personas la ciudad cambió de estructura”4 comenta Julio Caro

Baroja para referirse a estas alteraciones violentas, una transmutación que las ha

convertido con el devenir de las décadas en algo inabarcable, descontrolado e

inaccesible que acumula cientos de miles, a veces millones, de pobladores en

extrarradios infinitos, periferias que comparten las mismas características insustanciales.

Calles ortogonales y construcciones cuadriculadas. Postales iguales en las afueras de

Pekín, Bucarest, Madrid o París. Ya no somos capaces de distinguir dónde nos hallamos

porque todo es lo mismo, un paisaje idéntico e indiferente. La globalización urbanística

es la renuncia a una personalidad propia. “Los nuevos territorios urbanos ya no se

reducen a la ciudad central y su entorno más o menos aglomerado, lo que se llamó el

área metropolitana, es decir el modelo de ciudad de la sociedad industrial. El territorio

urbano-regional es discontinuo, mezcla de zonas compactas con otras difusas, de

centralidades diversas y áreas marginales, de espacios urbanizados y otros preservados o

expectantes. Una ciudad de ciudades en su versión optimista o una combinación

perversa entre enclaves globalizados y fragmentos urbanos de bajo perfil ciudadano.”5

No podemos distinguir los bordes fronterizos entre lo urbano y lo rural, unas

estribaciones confusas que desconciertan a los ciudadanos y les impiden concretar,

reconocer, su proveniencia.

“En los contraídos espacios de la cultura global, los conceptos de lugar y sus

límites han sido profundamente desvirtuados, desestabilizándose las identidades que se

cimentaban en su integridad”, comenta Adrian Heathfield en una interesante reflexión.

Y continúa: “en el contexto urbano occidental el espacio público ha cedido ante el

espacio privatizado, en el que la interacción social se ve condicionada por un

individualismo dominante y la acción está estrictamente regulada y vigilada.”6

reseñando con estas aseveraciones el trueque de las señas distintivas de los valores

tradicionales que dinamizaban la vida cosmopolita. Antes, no hace mucho, las ciudades

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se desarrollaban centrípetas, plegándose sobre sí mismas para facilitar las relaciones

sociales y el intercambio (hablamos del ágora, del foro, del mercado, de la plaza….).

Ahora, perdidas las referencias humanas, se conciben megaurbes centrífugas y

evanescentes cuyos agarraderos principales son inmensos centros comerciales análogos

unos de otros, templos fanales a los que acudimos en tropel ávidos por participar de la

fiesta del consumismo, quizás la verdadera religión monoteísta de hoy. Las

multinacionales marcan tendencias y contribuyen con sus criterios homogeneizadores a

determinar el espíritu de las ciudades, un paisaje que pervierten interesadamente y que

convierten en una monorrítmica sinfonía en blanco y negro. McDonalds, Starbucks,

Zara, H&M…. ¿Es este el sentido de la globalización? ¿La pérdida de identidad en

detrimento de una supuesta igualdad? “La ciudad actual se requiere que sea aséptica, sin

misterios ni recovecos, sin matices individuales, igual a sí misma en todas partes. El

espíritu de geometría domina la mente de los urbanistas, que conciben al hombre como

si fuera una humilde abeja especializada a la que hay que prepararle la colmena más útil

posible ¿Útil para qué y para quién?”7 A fuerza de repeticiones hemos convertido la

metrópolis en un paisaje ausente, casi inexistente, un cúmulo de casas banales que no

son más que edificios insonoros que derrochan silencio en cualquier barrio del mundo.

Inevitablemente, con el paso de los años, pese al desafecto del tiempo, las ciudades han

ido perdiendo en vitalidad y ganando en ausencia.

Sema D’Acosta

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NOTAS:

1: Cela, Camilo José. ‘La colmena’, pg 321. Editorial Cátedra. Madrid. 1989.

2: Augé, Marc. ‘Los No-Lugares: espacios del anonimato’. Editorial Gedisa. Barcelona. 1993.

3: ‘El Columpio’ (1992). Cortometraje dirigido por Álvaro Fernández Armero y protagonizado por Coque

Malla y Ariadna Gil. Ganó el Goya al Mejor Cortometraje de Ficción en el año 1993.

4: Caro Baroja, J. ‘Paisajes y ciudades’, pg. 205. Taurus ediciones. Santillana. Madrid. 1986.

5: Borja, J. ‘Revista bibliográfica de geografía y ciencias sociales’.

Universidad de Barcelona. Vol. X, nº 578, abril de 2005.

6: Heathfield, A. ‘Tres abstracciones: sobre la performance y el arte visual’ Performing ARCO.

Catálogo ARCO 09, pg 585. Madrid. 2009.

7: Caro Baroja, J. Opus Cit., pg 206.

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