novela historica (1)
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APROPIACIN Y MODELIZACIN DE LA ANTIGEDADEN LA NOVELA HISTRICA CONTEMPORNEA
(Algunas notas sobre el problema de la reconstruccin de modelos
y la decadencia de la cultura occidental)
Jos Manuel QUEROL SANZ
Datos de publicacin: "Apropiacin y modelizacin de laAntigedad en la novela histrica contempornea (Algunas notas sobre elproblema de reconstruccin de modelos y la decadencia de la cultura
occidental)", en Jos Romera et alii;La novela histrica a finales del siglo XX.
Madrid: Visor (1996) [Actas del V Seminario Internacional del Instituto de
Semitica Literaria y Teatral. Cuenca: U.I.M.P. (1 al 4 de julio de 1995)] pp.
367-374
Pensar el pasado puede ser tambin pensar de nuevo nuestro presente. El valor de la
Historia es, precisamente, el de tender puentes entre los dos extremos del abismo que conforma
nuestro devenir como especie, la Historia, como conocimiento y re-conocimiento de nuestros actos
y de nuestras identidades, es un saber hacia adentro, hacia el propio hombre, nutrindose de s
misma y de sus sujetos, autogenerndose en un enorme crculo que va del hombre al hombre
recorriendo las amplias paradojas de la gnoseologa humana.
De esta forma, la moderna cultura occidental ha ido, desde el ltimo tercio del siglo XVIII,
consagrando smbolos en su proceso de afirmacin, emblematizando cada secuencia de su proceso
de construccin, un proceso aluvial, integracin substratada de formas de pensamiento simblico
bsicas, que han generado la Mitologa Histrica moderna de Occidente, construyendo, a travs dela semantizacin de una figura simblica global, lo que llamamos Antigedad, el espejo de su
endofagia endmica civilizadora.
La Antigedad, que no es, para la soledad cartesiana de la modernidad, sino una estructura
donde se cimentan y justifican las ticas del presente, tiene en Occidente un triple soporte que le da
cuerpo y que, en sntesis, hace emerger la primera unidad cultural europea, que es la Edad Media.
Este triple pilar lo constituyen los smbolos culturales que representan la imagen del mundo greco-
latino, el universo de la filosofa judeo-cristiana y el substrato recurrente de las creencias brbaras
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precristianas.
Cada uno de estos soportes primarios (si bien, a su vez, todos ellos son derivados) ha sidoconvertido en emblema, esto es, ha sido colonizado por un paradigma especfico que sirve de
modelo a una generacin, o grupo de generaciones de hombres, constituyendo, en alternancia o en
sntesis, los denominadosperodos histricos, pues - nihil novum sub sole -como Eliade y otros
muchos antroplogos han probado mil veces1, los actos histricos nuevos, al constituirse como
actos ticos de una cultura, precisan de un modelo de referencia para su validacin, un acto
primigenio, as como los actos histricos de los perodos mticos precisan de un modelo que,
inexistente en el mbito temporal humano, se realiza en las esferas metafsicas de los dioses. De esta
manera se produce en nuestra cultura el proceso cclico de renovacin histrica, el cual se configura,
en el universo post-hegeliano, como una especie de espiral recurrente en distintos niveles conforme
se acrecienta el caudal derivado2.
Por ello quizs la tensin revolucionaria de la exaltacin del individuo durante el ltimo tercio
del siglo XVIII y el primero del siglo XIX, proporcionan la novela histrica como forma simblica
de la cultura literaria de la poca, constituyendo un gnero apreciado por el artista y el lector que
aspiran a comprender y justificar el cambio que se est produciendo en todos los ordenes,
metafsicos, fsicos y psquicos.
Si bien la novela histrica romntica, que en tanto que novela, es la pica de la burguesa
conforme alas afirmaciones de laEsttica de Hegel, y por tanto,Historia tica de una clase social
que comienza a ser clase cultural, y en tanto que histrica, es intensin modelizadora de un
1.- A este respecto, y como aspecto ms genrico de la teora antropolgica del tiempo histrico puede verse el
ya viejo estudio de M. Elade El mito del Eterno Retorno. Arquetipos y repeticin , Madrid, Alianza (1979)2 [1ed. francesa Pars, Gallimard (1952)]
2.- La configuracin de emblemas histricos es un acto tambin histrico, un acto que comienza una vez la
sntesis medieval agota los resabios del pasado configurados en su teocentrismo y comienza el tiempo del
hombre bajo la mirada triste del nominalismo ockhaniano particularmente hermoso en los versos de Manrique o
en las leyendas de Malory. Toda la reorganizacin cultural renacentista se ve, necesariamente, abocada a
encontrar un modelo que supla, prestigiosamente, la impotencia de generar un acto nuevo, puro como aquel que
en nuestra modernidad decadente suplicaba Nietzsche como activador del rejuvenecimiento de la humanidad. Y
no deja de ser llamativo el hecho de que el tiempo de la construccin de estos emblemas es, precisamente, el
tiempo que dura la construccin en Occidente del individuo, proceso que alcanza el punto cenital en el perodo
denominado Romanticismo, bajo cuyos presupuestos finales vivimos an en este final del siglo XX (Cfr. a este
respecto las aseveraciones de Trigger, [1992 pp.43 y ss.] sobre la necesidad de modelizaciones que amparan los
intereses econmicos de las florecientes ciudades italianas de finales del siglo XIV).
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pasado, no se presenta como concreta razn justificadora de una actitud especfica, tal como s lo
haba hecho la Filosofa de la Historia durante la Ilustracin (Condorcet justificando el regicidio a
travs de Homero o Gibbon justificando la militancia poltica anticristiana en la Decadencia delImperio Romano), s expresa sin embargo, caractersticamente, la voluntad de forzar un pasado,
apenas conocido, para generar el emblema del presente histrico que justifica sus actos
(nacionalismos, republicanismos, etctera, que constituyen la negacin del sistema de referencias
sociales anteriores)3.
Pero si re-inventar el pasado, esto es, el ejercicio autfago de la Edad Moderna y
Contempornea, es proporcionar un seguro fiable de actuacin tica, es tambin un ejercicio de
transferencia histrica en el que pasado y presente alcanzan altos grados de ipseidada travs de
una complicada entropa de esclerotizacin simblica. La Antigedad, compartimentada en los tres
pilares bsicos de los que hemos hablado antes, puede ser contemplada, en su parcialidad temporal,
como ptalos de una misma flor que va deshojndose, la simbolizacin de cada uno de los pilares
de nuestra cultura se va ejerciendo conforme nuestra conciencia se ve necesitada de nutrientes4.
Y an as, fijar el modo de actualizacin de los smbolos de la Historia precisa de una
actuacin particular sobre zonas especficas de los mismos. El universo de instrumentalizacin
simblica del Romanticismo se ordena en los puntos ortales y cenitales de la Historia de la
Antigedad, como corresponde a un movimiento revolucionario generador. Grecia como punto ortal
de la poca clsica, del nacimiento del hombre libre, la Repblica Romana como punto ortal del
3.- No es necesaria la utilizacin del gnero de manera estricta, modelizaciones como el Viaje del joven
Anacarsis de Barthelemy, elHiperion hlderliniano, elEnrique de Ofterdinguen de Novalis, o las colecciones de
cuentos folklricos de los Grimm, que no son, salvo la primera, ninguna de ellas novelas histricas, sirven al
mismo espritu que el Ivanhoe, Los Mrtires o Los ltimos das de Pompeya como laHistoria del Arte en la
Antigedad de Winckelmann, en el mbito general de la cultura. Un espritu que reconstruye el modelo, lo re-crea, lo re-inventa a travs de la mirada del nuevo y poderoso instrumento que impondr su sello a toda la
naturaleza que es elyo emanado de los laberintos subcons cientes que analizara con precisin A. Beguin y de los
que tan bellamente nos dejara cons tancia Quincey .
4.- As, la adhesin sentimental prerromntica a las ruinas romanas, en un tiempo tenidas por los imperios
triunfantes del siglo XVII (y baste ver alguno de los cuadros de Pous sin) por memoriales de la contingencia del
ser, en virtud de la mirada de un rveur, de Diderot, van formando un espejo de deseos en los que se persigue la
reconstruccin de un ideal perdido en el marasmo catico del tiempo, un ricercare de plenitud que har pos ible,
en un acto colectivo, pero verdadero, de ancestral magia simptica, que la Ilustracin francesa reinvente la Roma
republicana, como fuente cas tlida de su proceder, que el primer Romanticismo alemn invente Grecia, y la idea
de Libertad de los pueblos, que Napolen rescate los fastos del Imperio de Roma, o que el cristianismo
nostlgico y resacoso y el nacionalismo reaccionario que suceden a la Revolucin Francesa amparen a Richard
Wagner, como en otro orden a Scott o McPherson, para inventar de nuevo la Edad Media brbara y lascompaas de caballeros cruzados.
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estado civil, el Imperio como punto cenital del esplendor. Incluso cuando se describen momentos de
decadencia, tales como el caso de Los Mrtires de Chateaubriand, el eje no es la decadencia de
Roma, sino, de nuevo otro comienzo: el del Cristianismo, nuevo vrtice de nacimiento civilizador, laEdad Media tambin es vista como nacimiento solar, origen de las nacionalidades histricas que
provocarn las revoluciones de 1830 y 1848.
La evidencia de estas correlaciones nos impele, en virtud de la vitalidad constatada de las
nuevas modelizaciones realizadas a travs del gnero que nos ocupa durante este ltimo tercio del
siglo XX, a discutir la modulacin de los espacios histricos que son convocados por nuestra
imaginacin y, tal vez as, quizs, conseguir atrapar el instante fugaz que recibe el significado de
nuestras vidas.
Paseando pues la mirada sobre los modelos histricos servidos a nuestro tiempo por la
Antigedad, algunas constataciones, burdas, de bulto, pero evidentes, pintan ausencias y presencias
significativas de la temtica de la novela histrica de los ltimos treinta aos. Grecia se ausenta
estadsticamente en la terica tipologa temtica, y los emperadores del inicio de la decadencia
romana, los delirantes vstagos de la familia Julio-Claudia, o los melanclicos emperadores filsofos
del final del Imperio (Juliano, Adriano, y hasta el paradjico Heliogbalo) se suman en decenas en el
mismo cuadro junto con otros fantasmas que prefiguran los sntomas del final de un mundo: los
caballeros artricos (frente a la potencia generadora de los dioses germnicos wagnerianos, en
plenitud csmica), los druidas galos del final del mundo mtico, etctera.
Nos parece, por otra parte, un hecho probado la suficiente popularidad del gnero en
nuestros das, almacenndose en los estantes dedicados a los Best-Sellers de las libreras europeas
y norteamericanas textos que hacen pensar en una sociedad necesitada de una materia histricadonde ejercitar una proyeccin de presentes.
Por otro lado, la tipologa temtica de la novela histrica de los ltimos treinta aos, en
paralelo analgico con las mareas sociales e ideolgicas de la Europa y la Norteamrica del ltimo
tercio del siglo XX, parece ofrecer, como el imaginario imperial romano a Napolen o como la
fantasa histrica medieval de Scott a Inglaterra, el espejo donde contemplar los retos, triunfos y
fracasos de las Democracias Occidentales a travs de una constitucin de esquemas analgicos
conforme a lo que pudiramos llamar, de modo genrico, un modo de parbola de trasmisin de
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las acciones polticas que gobiernan la historia en nuestra cultura.
La necesidad de reencontrarse en el pasado que tiene la cultura occidental desde elRenacimiento es un ejercicio de supervivencia, una forma de vida endfaga que pretende la
ipseidaddel tiempo, el no movimiento, porque la Historia, que no es sino camino hacia la muerte en
la experiencia de los individuos y de las culturas, se teme, y si el ritual religioso ampara de sus
miedos al hombre, la reflexin histrica, la correspondencia con el pasado, es el ritual de las
sociedades modernas.
Pero ese reencuentro, esa necesidad de formalizar una identidad que pliegue el tiempo
afecta, necesariamente, en su conformacin, tanto a pasado como a presente, transformndolos,
recomponindolos, reinventndolos. As, si la Ilustracin alemana invent Grecia, como la
Revolucin Francesa la Repblica Romana, bien podramos preguntarnos por la invencin de las
Democracias postindustriales nacidas de la derrota alemana de 1945.
En primer lugar la novela histrica de los ltimos treinta aos se ha convertido ms en un
gnero marco, receptor de temticas diversas, que en un modelo de anlisis del pasado.
Ciertamente, gneros diversos vienen a ocupar el espacio temtico del cual la novela histrica es el
entorno. Novela policiaca, rosa, ertica, de intriga, y hasta el ensayo poltico gobiernan el panorama
general de las producciones contemporneas que se insertan en un escenario pasado que tiende a
reconstruir el presente al menos en los deseos, vicios y virtudes del espritu humano. Novelas como
las de Rouland (Pars;1984), Sampoli (Roma;1988), Stern (1986), Vanderberg (1988), Priante
(1992), Magri (Miln;1984), Grimal (Pars;1992) o hasta, vagamente, Terenci Moix
(Barcelona;1986), formalizan una ejemplificacin de gneros amplia en los que la Antigedad
conforma un marco donde se incardina la actualidad incluso en su estructura formal de gneronarrativo.
Ahora bien, si la Antigedad queda modificada por la actuacin de un principio de
identificacin social en la novela histrica, tambin el presente se ve afectado por la proyeccin que
el imaginario histrico organiza en la mentalidad del receptor. Los ejemplos histricos a este
respecto son sobradamente conocidos, en trminos absolutos, el esplendor de la Roma Imperial
construy un modo de actuacin para la Italia fascista de igual modo que la proyeccin del
gottendamerung afect materialmente al espritu final de la jerarqua nazi operando como un
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destino inexorable que una presente y pasado en el eterno repetirse de la Historia, as mismo nos
atrevemos a afirmar que la novela histrica de este final de siglo contribuye con sus smbolos a
construir el emblema de la decadencia de las Democracias Occidentales, comienzo del fin delimperio del espritu burgus, exaltador del individuo y nacido de la Revolucin Francesa y del
Romanticismo, que hoy agoniza en la cima de la soledad del poder econmico y del bienestar,
smbolo de Europa y los Estados Unidos.
Esta afirmacin, que puede parecer pretenciosa y falta de rigor, se nos antoja sin embargo
mucho ms evidente y peligrosa de lo que a primera vista pudiera parecer al mediar la observacin
de algunos textos de novela histrica de elevada resonancia comercial, y de gran calidad literaria,
donde la contemplacin del mundo desde el poder absoluto, engendrado en la soledad egotista del
genio, del tirano, del sabio, fabrica el paisaje de la decadencia en la justificacin de la accin del
Estado, ofreciendo una poco entendida sntesis del superhombre que hubiera hecho temblar al
propio Nietzsche, como ya ocurri en los aos treinta, y que viene a resumir la metamorfosis cultural
que se sucede inexorablemente en toda sociedad como un ejemplo ms de nuestra situacin
histrica.
En este sentido, novelas como Tiberio (Pars;1990), de Allan Massie, o La memoria del
tirano. Trece espejos para el emperador Tiberio, de Pierre Kast (Pars;1981) ilustran esta
constatacin en la que, en el caso de la novela de Kast incluso en tono melanclico, la justificacin
del terror y la depravacin del comienzo de una decadencia hacen reflexionar sobre el final del
reinado de los tres principios nacidos del asalto a la Bastilla.
En el texto de Massie, otra versin anti-Tcito de Tiberio como la de Kast, la
reinterpretacin histrica constituye la reivindicacin fascinada, desde la vejez, de la gloria de lajuventud, sorprendiendo la posicin acrtica de Massie, que tiende a compensar, de modo
justificativo, el reencuentro de los actos en s, los actos histricos, con los actos ticos, absorbiendo
el hecho histrico en una sntesis moral retrospectiva que tiene mucho ms de Nicols Maquiavello
que de Tiberio. El anlisis mitocrtico del Tiberio de Massie nos conduce, casi de necesidad, a una
lectura en el entorno tico del universo poltico nacido de Yalta, an cuando sea de una manera
superficial y fcil como consecuencia de elevar el acto humano a la categora de sistema de
pensamiento, que no es sino a lo que da lugar la modelizacin histrica.
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El caso de la novela de Pierre Kast es, si cabe, an ms inquietante por el tono empleado
en la exhoneracin del emperador retirado en Capri. Al modo en que Malory colore con las
sombras otoales de la Baja Edad Media las leyendas artricas, Kast colorea, melanclicamente, elretrato de un Tiberio sensible, estudioso, generoso, amante de la paz, tmido y retrado, un cuadro
difcilmente sostenible en los mismos actos del tirano que, como en una buena novela de tesis, Kast
va justificando uno a uno hasta lmites absurdos.
El tono reflexivo, la enorme calidad literaria que elabora de nuevo, como en el caso de
Massie, una reflexin de imagen prudente desde una vejez que ha soportado la carga y los honores
del poder absoluto con dignidad, convierten a Tiberio en la imagen delPrncipe que constituye el
ideal de la sociedad moderna y el deseado poltico contemporneo.
La pura ficcin no basta sin embargo para justificar el hecho de que sea precisamente
Tiberio el modelo que la Antigedad sirve en espejo al estadista moderno. No basta la propia
palabra de Kast aludiendo a una atraccin esttica O s? Si algo tiene de fascinante Tiberio es
precisamente el poseer la llave de la caja de Pandora y mostrar, a travs suyo, los inquietantes
pliegues del espritu humano, adems de ejercer el papel de funcionario atento a las necesidades del
Estado e impotente ante su degeneracin a la que l mismo contribuye. El mal, trasmutado en bien
por obra y gracia de unosAnnales del farsante adivino de Tiberio, Trsilo, que actan como filtro
marco en la narracin de Kast, operando pues ms conforme al derecho poltico stalinista o
hitleriano que conforme al derecho legado precisamente por Roma a Occidente, oficia como tpico
de contemplacin de la tica poltica de nuestro siglo. Pero, quizs lo ms extravagante del caso sea
que no hay denuncia, siquiera irnica, sino que lo que se ofrece es la adhesin sentimental a la figura
que arquetipiza ese tipo de comportamientos, y es probable que, incluso de modo inconsciente,
pero eficaz, se est solapando el comportamiento errneo de la tica poltica occidental en laactuacin demente de un modelo imperial.
Es por esto por lo que antes advertamos que, aun a riesgo de parecer oscuras aves de mal
agero, era pertinente sealar, aunque con espritu muy diferente al de Spengler, que la decadencia
de las Democracias Occidentales, o al menos lo que nadie niega, la terrible crisis ideolgica y tica a
la que se ven sometidas frente al siglo XXI, se evidencia, de manera clara en el gnero de mayor
aceptacin popular de las ltimas dcadas.
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Y esta evidencia formal e ideolgica en el gnero, que a mediados de siglo (1951)
propusiera como ideal de dorada decadencia al emperador Adriano Margerite Youcenar, y
continuara en 1964 Gore Vidal con otro esplndido decadente, Juliano, amenaza con transgredirlos lmites de la contemplacin narcisista que estos textos cristalizan de nuestra sociedad, narcisismo
teido de la soberbia de quien ve cmo, irremisiblemente, se le escapa de las manos el tiempo de su
propia historia.
En este sentido, la novela de Claude Fouquet Julien. La mort du monde antique
(Pars;1985) representa el mismo mbito de actuacin ideolgica que las de Youcenar o Vidal.
Ajena al universo enrarecido de Massie o Kast, fondea en el esteticismo decadente reforzando la
matriz intelectualizada como marca indeleble de una modernidad prudente, consecuente y, por qu
no decirlo, tambin impotente, muy ajeno sin embargo a las populares y falsamente inocentes
novelas rosas de Collen McCullough que, desde una perspectiva de integracin absoluta en el
sistema de valores neocapitalistas a travs de modelos histricos imaginarios, ejemplifican lo ms
antireflexivo y tambin, desgraciadamente, lo ms ledo del gnero, la novela de Fouquet se instala
como la segunda de las vas serias, hasta ahora aqu sealadas, de anlisis antropolgico del pasado
como posicin de principios de identidad entre las pocas5.
Quizs la forma de regeneracin cultural a travs de la esttica de modelizacin histrica de
la Antigedad ms eficaz y ms profunda a nuestro juicio, al tiempo que casi la ms vendida de los
ltimos aos, sea, curiosamente, una novela que no utiliza como emblema de adhesin el espacio
imaginario romano sino otra poca diferente: el otoo medieval que conocemos como la crisis del
siglo XIV. Evidentemente nos referimos a El nombre de la rosa de Umberto Eco (1980). An
cuando no sea nuestro propsito especfico, algunas lneas parciales sobre ella pueden dar una idea
general sobre la posibilidad de ofrecer una tercera va sobre el anlisis de la Antigedad que nohemos localizado en textos referentes al mbito latino.
5.- En un mbito esttico diferente, pero de similar signo ideolgico puede ubicarse la novela de Gisbert Haefs
Hannibal. Der Roman Kartaghos, de 1990, donde se nos presenta el universo cultural pnico como el defensor
de la multiplicidad racial, religiosa, lingstica... de la oikumene mediterrnea (incluso desde el hecho de que la
narracin sea llevada en una falsa tercera persona por un griego meteco banq uero de Anibal) frente a la
uniformidad cultural que se le supone a Roma, representando la intolerancia de los imperios. Novela de
decadencia cultural y melanclico tono reivindicativo que, sin embargo, incluso tie, tanto los pasajes picos
como los lricos, de una cierta necesidad del lideracercndola ideolgicamente a lo que podramos llamar un
arturianismo (sebastianismo l iterario quizs) de fin de ciclo histrico que, en ocas iones, parece dejarse seducirpor el concepto ut ilitarista de la tirana de las polis griegas , tan peligroso en nuestro siglo.
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Y es que no se est modelizando el acontecimiento histrico en s enEl nombre de la rosa,
sino la propia cultura, las mareas del pensamiento que de forma cclica cercan al hombre en los
momentos previos al cambio que calificamos como de crisis. Y es cierto que se trata de una novelaintelectualizada, donde el intelectual es, paradjica, y muy moderna y popularmente, protagonista de
una trama policiaca, y es cierto tambin que la imaginacin del lector puede encontrar en el incendio
de la biblioteca, y en la mirada triste de Adso y Guillermo de Baskerville frente a esa locura, el
recuerdo histrico amargo de otra triste quema de libros no muy lejana entre otros de los muchos
sucesos argumentales que componen un desabrido escalofro construido como recuerdo del
futuro, como tambin es cierto que la novela cerca de identidades la bsqueda de la humanidad y
sus atributos, la esencia de lo humano que se simboliza en el texto en esa segunda parte de la
Potica de Aristteles y que es figura simblica inscrita, como el Santo Grial, en la Arqueologa
fantstica de nuestra particular empresa antropolgica.
El reino del hombre, cuyo smbolo de conocimiento es Aristteles, y cuyo espacio es
Grecia, es aqu un modelo subrogado al tiempo de crisis, a uno cualquiera de los tiempos de crisis
que conoce sobradamente el autor (1327) de forma inversa al esquema ms tradicional de los
textos de Massie, Kast o Fouquet, de tal manera que, de alguna forma, la propia trama argumental
del texto es ya una novela histrica en sentido cultural, inmersa en otra novela histrica de mayor
alcance pero en la misma lnea, una lnea que une el tiempo del lector con ese reino del hombre a
travs de Luis de Baviera y Juan XXII, de Adso, de Guillermo, de Guillermo de Ockham y de todo
un mundo en descomposicin que habla una interlingua oscura en la que se reconocen las races de
la multiculturalidad.
As pues, la imagen de los tres tiempos aparece marcada en el tiempo central, en el tiempo
intermedio como testigo de una bsqueda perpetua que resume esa tercera va que queramosejemplificar redefiniendo la Historia, y no los perodos histricos, como el instrumento de progresin
hacia la Arcadia de la que descendimos y que, cmo no, se ampara simplemente en el valor que
demos a la palabra que es el nico testigo de nuestros actos y nuestros procederes, porque, a fin de
cuentas, de la rosa, en el tiempo, slo nos queda el nombre.
El resumen de estas pginas puede quizs muy bien ceirse a expresar el modo en el que
nuestra cultura muestra sus propios flancos descubiertos, la constatacin del fin del tiempo cenital,
as como la pasin incontenible por lo humano, el tiempo intermedio para la reflexin que vivimos y
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los oscuros presagios que se ciernen sobre esta nueva Roma, que es global, a la que amenaza
aquella frase de Nietzsche, de nuevo el filsofo de la modernidad, que expresaba profticamente la
sensacin de descomposicin de nuestra civilizacin: el Cesar de Roma se ha degradado enbestia y hasta el mismo Dios se ha hecho judo . Frente a ella an nos queda la esperanza de un
otoo areo como aqul que tuvo Roma.
REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS
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