nicolás gómez dávila paradoxa 14

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Año 7 No 14 Diciembre de 2007 ISSN. 1657-7965 Directora Leonor Rubiano Segura Consejo Editorial Aurélien Demars Universidad de Jean Moulin - Lyon III Franco Volpi Universidad de Padua Alfredo Abad Torres Leonardo Londoño L. Juan Manuel López Leonor Rubiano S. Diseño y diagramación Centro de Recursos Educativos e Informáticos - CRIE. [email protected] Universidad Tecnológica de Pereira www.utp.edu.co UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA Rector Luis Enrique Arango Jiménez Vicerrector Académico José Germán López Quintero Vicerrector Administrativo Fernando Noreña Jaramillo Vicerrector de Investigaciones, Innovación y Extensión Samuel Ospina M. Secretario General Carlos Alfonso Zuluaga Arango Universidad Tecnológica de Pereira E-mail:[email protected] - www.utp.edu.co/~paradoxa Agradecimientos Al Ingeniero José Germán López Quintero, Vicerrector Académico y al doctor Samuel Ospina M., Vicerrector de Investigaciones innovaciones y Extensión de la Universidad Tecnológica de Pereira por su apoyo en la edición de esta revista

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Revista de Filosofía Paradoxa No. 14 Especial Monográfico sobre Nicolás Gómez Dávila

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Page 1: Nicolás Gómez Dávila Paradoxa 14

Año 7 No 14 Diciembre de 2007 ISSN. 1657-7965

Directora

Leonor Rubiano Segura

Consejo Editorial

Aurélien DemarsUniversidad de Jean Moulin - Lyon III

Franco VolpiUniversidad de Padua

Alfredo Abad TorresLeonardo Londoño L.Juan Manuel LópezLeonor Rubiano S.

Diseño y diagramaciónCentro de Recursos Educativos

e Informáticos - [email protected]

Universidad Tecnológica de Pereira www.utp.edu.co

UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE

PEREIRA

Rector

Luis Enrique Arango Jiménez

Vicerrector AcadémicoJosé Germán López Quintero

Vicerrector AdministrativoFernando Noreña Jaramillo

Vicerrector de Investigaciones, Innovación y Extensión

Samuel Ospina M.

Secretario GeneralCarlos Alfonso Zuluaga Arango

Universidad Tecnológica de Pereira

E-mail:[email protected] - www.utp.edu.co/~paradoxa

AgradecimientosAl Ingeniero José Germán López Quintero, Vicerrector Académico y al doctor Samuel Ospina M., Vicerrector de Investigaciones innovaciones y Extensión de la Universidad

Tecnológica de Pereira por su apoyo en la edición de esta revista

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CONTENIDO

3 PRESENTACIÓN

7 Entre pocas palabras Franco Volpi

17 La Tumba Habitada. Una reflexión sobre “La Modernidad” en la obra de Nicolás Gómez Dávila. Francia Elena Goenaga O.

29 Nicolás Gómez Dávila, Henry Thoreau, el romanticismo y el arte de la lectura. Till Kinzel

41 Nicolás Gómez Dávila, entre la tradición y la innovación. Conrado Giraldo Zuluaga

59 La Filosofía como Epifanía Alfredo Abad Torres

69 En torno a Nicolás Gómez Dávila Krzysztof Urbanek

73 Selección de Escolios de Nicolás Gómez Dávila

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Editorial

La acogida e interés creciente

que ha generado en los últimos años la obra

de Nicolás Gómez Dávila no proviene de un

fenómeno editorial ocasionado por factores

tales como la propaganda, la trivialidad de

su lectura, la comodidad de quien lo aborda,

u otras razones similares. De hecho, nada más

alejado de lo acontecido con el colombia-

no que lo anterior. Si hoy se ha posibilitado el

reconocimiento a un escritor como este es debido a la magnitud

incalculable de su pensamiento. Al abordar la obra de este escolias-

ta no sólo se adentra el lector en la red aforística del que quizá es el

más grande exponente del género en el pasado siglo, sino también

en un universo absolutamente ajeno y por medio del cual es posible

concebir su importancia en la medida de dar por sentado que su

obra no es un comentario más, no es un divertimento intelectual, no

es una postura dependiente de otro pensamiento. Es ante todo, un

lenguaje propio, un proceso generado a partir de una fina construc-

ción en la que está implícita toda una vida dedicada al ejercicio

filosófico por excelencia: en este caso, el despliegue auténtico del

sí mismo ilustrado en la actividad escoliasta. Con la obra de Gómez

Dávila el lector temerario no tendrá inconvenientes en abordar un

mundo extraño, ajeno a los convencionalismos cómodos del pen-

samiento contemporáneo, ajeno a los paradigmas que nos envuel-

ven. La obra de Gómez Dávila es auténtica porque es paradigma

de sí misma y no de otra cosa. De ahí su incomprensibilidad, su difi-

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cultad, su molestia. Realmente es molesta para quienes no pueden comprenderlo.

Y esta incomprensión no radica solamente en incapacidad intelectual para ello, es

principalmente, incapacidad para habitar un mundo, el mundo en el que quizá sólo

Gómez Dávila habitó.

En este número se reúnen algunas interpretaciones del pensamiento gomezdavi-

liano ofrecidas por quienes han dedicado gran parte de su labor investigativa a

la elucidación de la obra del bogotano. En el texto que abre este número, Franco

Volpi, quien ha difundido el pensamiento del autor en los últimos años, detalla as-

pectos desconocidos de don Nicolás y específicamente da al lector esbozos claros y

precisos sobre el carácter inconfundible de su pensamiento. A continuación Francia

Elena Goenaga esboza la crítica del autor frente a la modernidad y los supuestos en

los cuales se sustenta la misma. En consonancia con el anterior, pero relacionándolo

con Henry David Thoreau, Kill Tinzel desarrolla un análisis de las posturas de Gómez

Dávila en torno a la lectura y el romanticismo y establece las pautas de la visión an-

timoderna sostenida por ambos autores. Conrado Giraldo identifica las posturas más

sobresalientes del pensamiento gomezdaviliano e ilustra las visiones políticas y religio-

sas del mismo. En el siguiente artículo, Alfredo Abad detalla una visión de la filosofía

como acontecer de la verdad en el sentido de epifanía y suministra una exégesis de

este concepto en el autor.

El profesor polaco Krzysztof Urbanek nos hizo llegar una presentación del autor que

fuera publicada dentro de la traducción polaca de una selección de los Escolios. A

él y a los demás colaboradores, Paradoxa agradece su diligencia y compromiso para

llevar a cabo este proyecto de presentar a un autor ignorado hasta el momento y

rendir por supuesto un homenaje al mismo.

Al final de la revista los lectores podrán encontrar una selección de escolios que

por supuesto, será necesario abordar una vez se hayan interesado en la obra de

este pensador de lo implícito, pues tal es el propósito de divulgación que esperamos

lograremos concretar con este número. Agradecemos por ello la autorización que

para esta selección nos hiciera Rosa Emilia Gómez de R.

Alfredo Abad T.

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Con buen humor y pesimismo

no es posible ni equivocarse

ni aburrirse.

nicolá

s gó

mez d

ávila

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El proletariado tiende hacia la vida burguesa, como los cuerpos hacia el centro de la tierra

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Franco Volpi

Entre pocas palabras1

Franco VolpiUniversidad de Padua

Resumen:

El texto intenta ofrecer una panorámica de los aspectos fundamentales del pensamiento de Nicolás Gómez Dávila y dar así una imágen del pensador que se aleja de los convencionalismos en que a veces ha caído. Describe las ambiguedades propias del escritor sobre todo a través de la contradicción espíritu-carne, recurrente dentro de la obra, y por la cual es posible evidenciar los caracteres de una metafísica sensual y un erotismo que se contraponen a la rigidez e imágen granítica de la ortodoxia más ferrea a la cual paradójicamente tambien pertenece.

Palabras clave: escepticismo, erotismo, aforismo, trascendencia.

Abstract:

The text tries to offer a panoramic of the fundamental aspects of the Nicolás Gómez Davila though and to give therefore an image of the thinker who moves away of the convencionalisms in which sometimes has fallen. It mainly describes the own ambiguities of the writer through the contradiction spirit-sensualism, recurrent within the work, and by which it is possible to demonstrate the characters of a sensual metaphysics and an eroticism that it’s opposed to the rigidity and granitic image of orthodoxy to which paradoxicalally he also belongs.

Key words: Skepticism, erotism, transcendence, aphorism.

1. Traducción del italiano Ivana Costa.

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Entre pocas palabras

Entre pocas palabras es tan difícil esconderse como entre pocos árboles.

Hay escritores que aparecen inesperados, sin anunciarse por nada ni nadie. Solitarios que se sobreponen a lo imprevisto, intempestivos

e irregulares y, por esta razón, inconfundibles e inimitables. Por lo que escribe y por cómo escribe, el colombiano Nicolás Gómez Dávila pertenece por derecho a este grupo, y en el panorama literario y filosófico de la América latina contemporánea constituye un personaje más único que raro.

Luego de la afortunada edición de Adelphi de una primera parte de sus Escolios a un texto implícito –publicada con el título italiano de In margine a un testo implicito (Adelphi 2001) – se convirtió en un caso literario y sus aforismos han sido traducidos por todos lados en el mundo. Al cumplirse una década de su muerte, en 2004, los diarios Frankfurter Allgemeine Zeitung y La Repubblica le dedicaron un amplio retrato para recordarlo (ambos textos con mi firma), y también en Colombia, donde hasta hace poco su nombre sólo circulaba en el marco restringido de los amigos y compañeros de tertulias, ha sido repentinamente recuperado. El 27 de julio de 2004, invitada por la hija Rosa Emilia y por el editor Benjamin Villegas, la aristocracia bogotana se dio cita en el Museo El Chicó para conmemorarlo, reflexionar sobre su obra y dar cuenta de su singular fortuna. Allí nació, entre otras cosas, la idea de volver a publicar íntegramente el corpus de sus aforismos, ya inconseguibles en las ediciones originales, y de reunirlo en un cofrecito que fue realizado al año siguiente (Obra Completa en cinco volúmenes, con un volumen mío de introducción: El solitario de Dios, Villegas Editores, 2005).

En cuanto a la biografía de Nicolás Gómez Dávila, puede resumirse en tres palabras: «Leyó, escribió y murió». Nacido en Bogotá el 18 mayo 1913, a los seis años se trasladó con su familia a París, beneficiándose así de una formación humanística de primer orden, aprendiendo las lenguas antiguas y modernas y adquiriendo familiaridad con los clásicos. Tras regresar a su patria a los 23 años, se retiró a una vida apartada, dedicándose a la escritura y a la lectura, o mejor, a la que era para él la única cura contra el tedio de la existencia: la biblioterapia. En una gran sala de su casa de estilo Tudor, en el barrio Nogal de Bogotá, se ubicaba la imponente biblioteca con la literatura y el pensamiento de la vieja Europa. Allí, Colacho» –así lo llamaban sus amigos– se entretenía hasta lo más profundo de la noche, leyendo, meditando y anotando en lápiz sobre cuadernos verdes sus propios escolios, pensando en un libro ideal, “implicito”, que sólo se sentía capaz de imaginar. Murió en Bogotá el 17 de mayo de 1994.

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Franco Volpi

Jardín sin entradas

En sus aforismos, toma forma un universo de pensamiento que se presenta como un recinto cerrado, un jardín sin entradas, en el cual no hay tránsito racional ni inferencia lógica que sirva para ingresar. La única manera para hacerlo es subirse a su ideario siguiendo el hilo de la empatía, compartir intuiciones y visiones, simpatías e idiosincracias, preferencias y anatemas. El único apoyo heurístico es provisto por el mismo Gómez Dávila, involuntariamente, en un volumen editado por iniciativa de su hermano Ignacio, él también escritor, con el simple título de Notas (primer volumen, México 1954, el segundo nunca

se escribió). Se trata de un laboratorio de apuntes, observaciones, máximas, recuerdos y juicios, reelaborados más tarde en los Escolios. Desde el punto de vista del autor, un simple ejercicio preparatorio olvidable; para nosotros un atisbo precioso para espiar el atelier del escritor, observar desde el nacimiento sus movimientos y sus resquicios creativos, entender su espíritu, reconocer y ver madurar su inconfundible estilo construido alrededor de fulminantes efectos lingüísticos y mentales. En suma, es la clave –especulativa, poética y a ratos personal y biográfica– para ensimismarse en la perspectiva gomezdaviliana y entender su visión del mundo y su original teoría del aforismo.

Palabras que nacen del silencio

Acerca de la vocación exclusiva de Gómez Dávila por este género de escritura breve y elíptica poco agregaré a lo que ya he escrito en el ensayo que acompaña a los Escolios. Concisión y condición paradójica del aforismo son ventajas que se vuelven útiles al escritor colombiano, convencido como está de que las complicaciones del pensamiento pueden hallar espacio en la simplicidad de una frase, y que «la totalidad del universo existe tanto en el universo entero como en cada uno de sus aparentes fragmentos » (Notas, 310).

Al adoptar este estilo –que una larga tradición, desde Hipócrates a Nietzsche, ha plasmado y reducido hasta convertirlo en «la expresión verbal más discreta y más vecina al silencio» (Notas, 17)– Gómez Dávila elige algunos modelos que son los que mejor se le asimilan. Su secreta preferencia corresponde, probablemente, a Joseph Joubert. La sutil alusión, la escritura refinada, la religiosidad delicada del desconocido amigo de Chateaubriand resultan congeniar con él de tal modo que a veces su pluma parece mojada en la tinta del mismo tintero. Los une el genio de la brevedad, la maldita ambición de meter siempre un libro entero en una página, una página entera

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Entre pocas palabras

en una frase y esta frase en una palabra: quien escribe aforismos no quiere ser leido sino aprendido de memoria. Lo que distingue a Gómez Dávila son las tintas más fuertes, la sistemática búsqueda de la sentencia contundente, el entimema preferido a la máxima argumentada y al razonamiento completo. El quiere, en definitiva, el cortocircuito que electrice al pensamiento y empuje la imaginación al anudar las simples frases en un todo, como si fueran toques cromáticos de una pintura puntillista. La suya es una «filosofía pointilliste: se pide al lector que gentilmente haga la fusión de los tonos puros» (Notas, 332).

Pero hay más. Para Gómez Dávila adoptar el estilo mínimo del aforismo significa darse una disciplina, adoptar una regla de vida, obedecer a una estética de la existencia. «Estas notas no aspiran a enseñar nada a nadie, sino a mantener mi vida en cierto estado de tensión» (Notas, 319). Practicada en forma mínima, con sobriedad, concisión, ascesis, borrando las ideas intermedias e inútiles, la escritura se convierte en una manera para afrontar la tarea desnuda de vivir: «Anhelo que estas notas, pruebas tangibles de mi desistimiento, de mi dimisión, salven del naufragio mi última razón de vivir » (Notas, 15). Por tanto: nulla dies sine linea, permanentes ejercicios de estilo cuya brevedad permita «que lo que deseamos escribir se halle concluido antes de que la conciencia de su mediocridad nos impida continuarlo» (Notas, 223). Incluso la aspiración-límite formulada con drástica coherencia en el siguiente auspicio: «Si es menester, que la lucidez del orgullo nos conduzca a la humildad y que el amor a las palabras nos entregue al silencio » (Notas, 14).

Por lo demás, Gómez Dávila sabe cuán ridícula es la condición del escritor sin talento, semejante a la de un «eunuco enamorado» (Notas, 314). Por eso es preciso prestar atención para no burlar los límites de la propia fragilidad, ateniéndose al ethos del la humildad: «No veo en estos cuadernos el repositorio de raras revelaciones; me contento con arrancar a mi estéril inteligencia unas pocas centellas fugitivas» (Notas, 16). La esperanza es que, teniendo paciencia, surjan un día abundantes las palabras capaces de colmar la existencia insular del escritor: «Humildemente acepto que me circunde un ancho silencio; pero haced, Dios mío, que las palabras pueblen mi soledad y labren en ella sus ricas mieles» (Notas, 93).

De contemptu mundi

En la casualidad aparente de su caleidoscopio vertiginoso de aforismos se reconocen algunas configuraciones estables que revelan su visión del mundo: una fe perdurable en Dios, en su omniciencia y omnipotencia, y una desconfianza igualmente radical en el hombre,

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Franco Volpi

al cual considera un problema sin solución humana. Una adhesión tenaz a la antigua raíz del catolicismo, a su espíritu tradicionalista más severo, y un rechazo igualmente obstinado de los valores transitados de la modernidad: la razón, el progreso, la emancipación, la larga marcha de la humanidad hacia lo mejor. Una versión exacerbada del medieval contemptus mundi y un rechazo igualmente neto y no negociable de la esperanzada antropología humanística de la dignitas hominis. En fin, un tradicionalismo intransigente e intolerante en el que sólo el estilo rescata las ideas, y que culmina en una espeluznante constatación: «Este siglo se hunde lentamente en un pantano de espermo y de

mierda. Cuando manipule los acontecimientos actuales, el historiador futuro deberá ponerse guantes» (Escolios I, 220).

Si las cosas son realmente así, ya no es posible ser «conservadores» porque ya no hay nada que conservar sino sólo para demoler. Hay que ser simplemente reaccionario, lo que para Gómez Dávila quiere decir: inteligente.

Surge aquí una singular tonalidad en su tradicionalismo. Entre las dos versiones doctrinales del cristianismo: la agustiniano-pascaliana de tendencia fideísta y espiritualista, y la aristotélico-tomista, de impronta racionalista y escolástica, Gómez Dávila elige la primera. No para descartar la razón y dar lugar exclusivamente a la fe, sino para valorar la verdadera inteligencia, la de comprender que en una materia altísima como ésta, demostrar y argumentar significan «perder un tiempo que podríamos consagrar a pensar» (Notas, 214). Y al final llega puntual su confesión: «Más que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo » (Escolios I, 316).

La espina de la carne

¿Pero cómo se hace para ser inteligente? ¿Cómo se constringe la lucidez? Los prontuarios de inteligencia inevitablemente van a caer en “estupidarios”. Puesto que no hay recetas, sólo vale una única recomendación: «Que ante todo espectáculo, enfrente a cualquier circunstancia, el espíritu se asome a sus propias ventanas, los ojos abiertos, dilatadas las narices» (Notas, 222).

El hecho es que la inteligencia exasperada puede volverse estéril. Perderse en lo abstracto. Cerrarse y clausurarse. Contra este riesgo, bien en el medio de sentencias metafísicas, Gómez Dávila no duda de llamarse a la realidad densa y sensual de la carne. Para escándalo del mojigato proclama: «Un cuerpo desnudo resuelve todos los problemas

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Entre pocas palabras

del universo» (Escolios I, 127). Un brisa de frescura, que nos induce a desear y a insistirle con una pregunta: ¿quizás entonces el suyo es un contemptus mundi sólo aparente? ¿Un desprecio que, en realidad, se las agarra contra el mundo moderno? ¿O tal vez es el muelle al que se llegó con la madurez de los años, una vez que se dejaron de lado las que con irónica suficiencia define en un momento dado como «ideas de leche»? Escuchemos su explicación, probablemente autobiográfica: «Como los dientes de leche, existen las ideas de leche. ¿A qué edad comenzamos a cambiarlas?» (Notas, 221).

La imagen granítica del catolicismo tradicionalista se hace trizas, y se abre así una perspectiva genealógica que explica sentencias por otra parte incompatibles. El joven Nicolás no es el mismo que el viejo. En el primero irrumpe, como contrapeso de la inteligencia, una incontenible sensualidad. La carne en su desear inextinguible. La vida como el más poderoso excitante. Ellas son las que mantienen vivo el fuego de la inteligencia: «Mejor no ser nunca nadie, mejor no ser nunca nada que matar en nosotros el deseo, que extinguir nuestra sed » (Notas, 23). Por lo tanto, podemos afirmar que «la inteligencia que olvida o desprecia los gestos voluptuosos desconoce la densidad que presta al mundo la oscura presencia de la carne» (Notas, 20). Pero vale también lo contrario: «No habremos aprendido a gozar sensualmente el mundo sino cuando el gesto que palpa se prolongue en arabesco de la inteligencia» (Notas, 175). Este es el principio de una metafísica de la sensualidad que percibe como espejismo el inalcanzable punto de equilibrio entre la carne y la inteligencia.

Detrás de esta intuición, no hay sólo teoría. Está la vida vivida. Está el mismo Gómez Dávila. «Siento que mi existencia sólo tiene dos puntos de plenitud y de equilibrio... Mi ser se cumple sólo en la yerta cumbre de la idea o en el valle bajo y sofocante del erotismo. La meditación más abstracta sobre el espiritu, sus normas, sus principios, o la tibia selva de los gestos voluptuosos. Sólo me conmueve el lívido amanecer que me encuentra desesperado ante el problema insoluble o ante el cuerpo inviolable, que ni siquiera su complicidad traiciona» (Notas, 111).

Se advierte aquí la inclinación al vértigo, al desequilibrio, a la caída. La sensualidad, fuerza irresistible que ejerce sobre todos los seres vivientes una atracción fatal, se convierte en el pretexto para una exaltación mágica, una ocasión para la trascendencia: «¡Ah! Perderse en una espesa selva tenebrosa y carnal. Aspiramos a una posesión demoníaca, per solamente hacemos el amor» (Notas, 33).

Pero la sensualidad exasperada trae efectivamente consigo un probema teológico: «Es el refugio del hombre desposeído de Dios, el

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Franco Volpi

último recinto donde su desesperación se encara contra la divinidad que lo abandona » (Notas, 315). La obra blasfema del Divino Marqués pone en escena el problema en toda su crudeza: ¿qué queda del hombre, después de la muerte de Dios, si no la naturaleza terrorífica de sus pulsiones? « La obra de Sade es la única tentativa coherente de construir un universo rígidamente vacío de las tres Virtudes Teologales. El universo de Sade es el universo de la absoluta ‘finitud’» (Notas, 314-15). Es la antropología negativa más coherente porque «cuando Dios muere, el hombre se animaliza» (Notas, 327). Por lo tanto, no nos hagamos

ilusiones: «El hombre es un animal que imagina ser hombre » (Escolios I, 140).

Un día cualquiera incluso tendrá que escribir una Crítica de la razón erótica. Ella deberá establecer las condiciones de posibilidad de una “metafísica sensual” capaz de salvar nuestra carne y nuestros cuerpos. Frente a la evidencia de que «todo nace y todo perece», se insinúa una hipótesis: «Quizás lo único que no sea vanidad es la perfección sensual del instante» (Notas, 236). Poner en suspenso el devenir destructivo del tiempo es una quimera que vale la pena soñar: «¡Que ese cuerpo que duerme abandonado junto al mío y esa dulce curva que nace de la nuca y fluye hasta el vientre no perezcan!» (Notas, 82).

El peso de la lucidez

Pero la vida, en su tendencia a perderse, en su mentirse a sí misma, nos arroja a la mediocridad con inexorable melancolía. O nos abandona, dejándonos suspendidos entre la inutilidad de las prescripciones y la estupidez de las prohibiciones, incapaces de decidir y actuar: ¿no tomamos decisiones porque creemos en la sabiduría de las decisiones que la vida toma por sí misma, o creemos en la sabiduría de la vida porque somos incapaces de tomar decisiones? La vida nos empuja entonces hacia una lúcida y desesperante desolación: «Días enteros pasados sin pensar en nada, sometidos a la tiranía y al capricho del momento. ¿En qué piensan los otros? Esta interrogación me parece un problema, hasta que recuerdo la oquedad en la que vago días enteros como en un largo y lento lago azul» (Notas, 228).

Y sin embargo también del abismo de este lago emerje, impenetrable, el sentido de superioridad que garantiza la inteligencia: «Para crear alrededor mío la zona de silencio y tranquilidad necesaria a la vida que no quiere hallar sino en sí misma la causa de sus ocupaciones y de sus quehaceres, he encontrado útiles ante todo la buena educación y la mala fe » (Notas, 102). Dos virtudes indispensables en una sociedad en la cual quien propone una idea

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Entre pocas palabras

inteligente «se siente pronto tan incómodo como si hubiera introducido un elefante » (Notas, 343).

Regla de vida imprescindible en este mundo, la sobriedad sigue en pie: ser indiferentes sin cinismos y apasionados sin entusiasmo. Y si es posible, dedicarse a la mejor ocupación: el pensamiento. Tan independiente, placentero y gratificante como para hacernos olvidar hasta la mediocridad de nuestros pensamientos. La esperanza es que la luz de la inteligencia no se extinga y ilumine el inerte cono de sombra que toda existencia arrastra tras de sí: «Quisiera obligarme a no dejar morir un solo día en la inconsistencia hebetada con que lo vivo. Quisiera que, en la noche, su esencia se concentrase en una gota pura de lucidez » (Notas, 342).

Ese poco en qué creer

En definitiva no queda más que atrincherarse en nuestra ciudadela interior, montando guardia en las entradas de la frágil singularidad de la que somos soberanos. Bien, pero si «el filósofo está hecho para vivir indiferente a todo» (Notas, 77), ¿qué respuesta podríamos dar alguna vez a las tres célebres preguntas de origen kantiano: qué pensar, qué hacer, en qué creer?

En el río del tiempo que destruye, todo está destinado a terminar en la misma transitoriedad de la que proviene. Todo va a terminar en el fondo del mar del relativismo y de la precariedad, es decir, en la duda, y nosotros «pasamos nuestra vida golpeando, siempre, a la misma puerta cerrada» (Notas, 243). Sólo la historia, que todo lo abarca, parece capaz de una totalidad. Escepticismo existencial e historicismo ontológico son las inevitables conclusiones: «Mis santos patrones: Montaigne y Burckhardt» (Escolios I, 428). El maestro de la skepsis es también el de la historia.

Y sin embargo, «la historia no resuelve ninguno de los problemas que plantea» (Notas, 89), puesto que «la verdad está en la historia, pero la historia no es la verdad» (Escolios I, 245). Para salir de la aporía, hace falta una sabiduría capaz de conciliar fugacidad y permanencia, relatividad y absoluto, inmanencia y trascendencia: una «sabidruía perfecta» que ame «las cosas pasajeras porque pasan y las cosas eternas porque duran » (Notas, 178), y sobre todo que no pretenda «enseñarle a Dios cómo se hacen las cosas » (Notas, 327). Solamente así la inmanencia encuentra un punto de fuga hacia la trascendencia, la temporalidad puede anclarse a un valor y alcanzar la certez de que, más allá de la finitud, se levante y perdure el Eterno. Por lo tanto, es preciso correr el riesgo de imprimir un sentido metafísico a las cosas, y vivir en el mundo

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Franco Volpi

como si no fuéramos de este mundo: «Aún sabiendo que todo perece, debemos construir en granito nuestras moradas de una noche» (Escolios II, 191).

Esta es la perspectiva de la «metafísica sensual » en la cual todo ser coincide consigo mismo y con la propia singularidad, hallando aquí, y sólo aquí, el propio sentido. Colaboran con esta empresa el arte y la religión. «El mundo, sin la interpretación del arte, sería como las fotografías de la superficie de la luna» (Notas, 266). ¿Y la religión? ¿La verdadera religión? «Es monástica, ascética, autoritaria, jerárquica» (Escolios II, 94), incluso si «no es un conjunto de soluciones, sino

un conjunto de problemas» (Notas, 288), e incluso si «ella no explica nada, sino complica todo» (Escolios I, 282). Nos regala, sin embargo, más allá de todo ente, la evidencia deslumbrante del Ser absoluto: «La única cosa de la cual nunca he dudado: la existencia de Dios » (Notas, 112).

Bien, ¿pero cuáles son las verdaderas pruebas ontológicas que la demuestran? Una vez más, Gómez Dávila está a un atisbo de la herejía: «A través de la belleza de una frase, de una forma, de un volumen; a través de lo que una presencia humana impone con autoridad serena; a través de su nobleza, su orgullo, su esplendor, su sufrimiento, su dicha; a través de la pasión intelectual que anhela una ascensión áspera, abrupta; es, así, a través de una dialéctica carnal que Dios aparece a mi razón, de manera tan irrefutable como deslumbra mi fe» (Notas, 339). Hasta el ateísmo, pues, se convierte en una demostración de la existencia de Dios.

Con admirable coherencia, Gómez Dávila se describe a sí mismo de este modo: «Sensual, escéptico y religioso, no sería quizá una mala definición de lo que soy » (Notas, 246).

Una voz inconfundible y pura

Es cierto que, en verdad, su obra parece brotar desde la nada. Inactual, incomparable, inclasificable. Una obra que proviene de una inteligencia que no piensa ni los pro ni los contras. Que no piensa dialécticamente, sino diversamente. Que sigue su camino impertérrita y sin indulgencias: «No debemos pensar para nuestro tiempo o contra nuestro tiempo, sino fuera de nuestro tiempo. Y que esto sea imposible, ¿qué importa? pues es ante todo una exigencia de principio y una regla del método » (Notas, 44).

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Entre pocas palabras

Ignorados hasta hace poco tiempo, los sorprendentes aforismos de Gómez Dávila mientras tanto están circulando y encontrando resonancia en todos lados. Lo que le interesaba no era tanto la fortuna que tuvieran, sino que su voz, que amaba esconderse entre pocas palabras, fuera conservada en la memoria de los hombres: «No es una obra lo que quisiera dejar. Las únicas que me interesan se hallan a infinita distancia de mis manos. Pero un pequeño volumen que, de cuando en cuando, alguien abra. Una tenue sombra que seduzca a unos pocos. ¡Si! Para que atraviese el tiempo, una voz inconfundible y pura» (Notas, 340).

De cuando en cuando, en noches de insomnio, hemos abierto sus páginas. Hemos escuchado su voz inconfundible y pura. A continuación su solitaria meditación. Desde entonces, sus Escolios se han convertido en nuestro libro de cabecera.

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Francia Elena Goenaga Olivares

La tumba habitada. Una reflexión sobre “la modernidad” en la obra de Nicolás Gómez Dávila.

Francia Elena Goenaga OlivaresUniversidad de los Andes.

“El error más grande del mundo moderno no es haber incendiado los castillos, sino haber destruido las chimeneas. Lo que desaparece al final del siglo

XIX es la dignidad de los humildes”.(Escolio 1231, Éditions du Rocher)1

Resumen:

La tumba habitada es la metáfora de la modernidad que utiliza Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) para demostrar su visión de la historia. En primera instancia se sitúa como moderno, criticando la Revolución industrial y valorando positivamente cierto anarquismo político y natural (de la naturaleza); en segunda instancia se sitúa como antimoderno porque en su crítica hay una mirada melancólica de un “orden” y una “jerarquía” que las sociedades democráticas rechazan. La “muerte de Dios” será para el pensador colombiano una idea interesante, y la modernidad la eterna vivencia del “viernes santo”.

Palabras clave: Modernidad, reaccionario, Gómez Dávila.

Abstract:

The tomb inhabited is the metaphor of Modernity used by Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) to demonstrate his vision of history. First, he assumes himself as a modern. He rejects the industrial Revolution and approves positively a kind of political and natural anarchism. Then, he introduces himself as an anti modern. His criticism is full of melancholy regretting an “order” and a “hierarchy” rejected by democratic societies. The “death of god” will be for the Colombian thinker a central idea and Modernity, the eternal experience of the “Good Friday”.

Key words: Modernity, reactionary, Gómez Dávila.

1. Los escolios son tomados de diferentes fuentes: las primeras publicaciones de Colcultura, Procultura, Instituto Caro y Cuervo, la edición francesa de éditions du Rocher, la última de Villegas editores. Así que para disolver malentendidos anunciaré la edición entre paréntesis.

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La tumba habitada

En este ensayo pretendo dar cuenta de la visión paradójica que Gómez Dávila tenía de la modernidad, pues en parte era profundamente moderno, heredero de algunos postulados

románticos; y en por otra parte crítico acérrimo de los cambios que la modernidad trajo como consecuencia desde el punto de vista de la tecnificación de la sociedad. Al valorar negativamente tales cambios, Gómez Dávila se sitúa en el lugar del pensador conservador, escéptico y católico.

Nicolás Gómez Dávila, como De Maistre y Burke, critica la modernidad, reaccionando en contra de La Revolución Francesa y del idealismo alemán, desde puntos concretos: la noción de igualdad y diferencia, que implica a su vez un concepto romántico de naturaleza, una clara aceptación de la “autoridad” y de la necesidad de jerarquizar; la idea de progreso, inserto en el devenir histórico; la desconfianza en la Razón; y la certeza absoluta de un ideal trascendente que toma el nombre de Dios. Desde luego, situarse a favor o en contra del proceso de la modernidad, implica encadenar distintos conceptos en una historia particular que sobrepasa el siglo XVIII. Situémonos primero en la problemática para abordar, posteriormente, los matices.

En el escolio que aparece como epígrafe, hay una oposición que el autor resalta: los castillos y las chimeneas, oposición que se deshace al poner el énfasis en la destrucción de las chimeneas, aludiendo metonímicamente al pueblo; contrariamente a lo esperado, no es la clase aristocrática la que importa aquí, sino aquellos que dependen de ella. En efecto, Gómez Dávila dirá una y otra vez en sus textos, notas y escolios que el principio reaccionario del cual parte, tiene como raíz la defensa no de un modo feudal de vida (históricamente hablando), sino de aquello que era su fundamento: la autoridad y la diferencia. Un mundo en donde no hay superiores, ni inferiores, sino iguales, es un mundo injusto: “Mis hermanos, sí. –Mis iguales? No./ Porque tenemos hermanos pequeños y hermanos mayores.” (Escolio 1147, Éditions du Rocher).

La diferencia también tiene un equivalente al hablar de la naturaleza: el desorden. La naturaleza en su estado original es desordenada y desigual. Hans Robert Jauss, en su reflexión sobre las transformaciones de lo moderno, dirá que la noción de “trabajo” en las primeras obras de Marx encara el mismo dilema: el trabajo nos pone fuera de nosotros mismos, es decir, no es natural. La idea de que la voluntad le permite al hombre ganar méritos y volverse competente para una sociedad mercantil está expresada en los ideales de la Revolución, pues no se nace con privilegios, con derechos heredados, sino que la transformación de la naturaleza en manos del hombre, cambia su situación en el mundo. Gómez Dávila lo ilustrará, hablando sobre los campos de Francia, ordenados linealmente, transformando la idea de “campo”, “Pomona”, “naturaleza agreste”, en naturaleza transformada, posible de evocar solamente como ideal, tal como lo hace el romántico.

“El campo francés colma la felicidad del economista impenitente. Riqueza de la tierra, fecundidad incomparable del suelo, y sobre todo admirable y minucioso cultivo del terreno que no tolera que el más pequeño rincón se desperdicie.

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Ese espectáculo me agobia. A pesar de la belleza y de la diversidad que la naturaleza concedió a esos paisajes, el hombre ha sabido imponerles una monotonía enervante. Los rectángulos implacables de los distintos cultivos se suceden obedientemente y se prolongan hasta el horizonte. Los árboles alineados se esconden los unos tras los otros, a igual distancia, y varían sus hileras al paso del automóvil con un gesto preciso y mecánico de gimnasta. Si, de pronto, encontramos un pequeño bosque, no es difícil adivinar qué fin práctico cumple ese trozo aparente de libertad olvidado en un suelo sometido. Y los viñedos, los viñedos de místicos sarmientos, que al fin invadieron al paisaje con severidad industrial.

No tarda el momento en que deseamos un pedazo de tierra estéril y libre, de tierra salvada de la labranza humana. Ese campo francés da lástima. Tierra sumisa y servil.

Naturaleza que el hombre subyugó. Suelo domado, incapaz de rebelarse; más parecido a una fábrica de comida que a la campiña rústica y sagrada donde el hombre solía morar”.(Notas, p. 267).

Desde 1692, la idea misma de “desorden” natural, se remonta al interés por los jardines chinos frente a los ordenados jardines ingleses, y es William Temple quien introduce una moda aristocrática que retomará posteriormente, en 1796, el arquitecto William Chambers. Más tarde, en 1799, el aristócrata y millonario intelectual William Beckford, le encargará al pintor Turner una vista de la abadía de Fonthill. El pintor deja la abadía en el fondo del cuadro, borrosa, mientras el paisaje agreste, indomable, se presenta en primer plano ante el espectador. Así como la naturaleza exterior, física, sólo sigue sus propias leyes, el espíritu gómezdaviliano no está hecho para seguir normas, salvo las de su Dios. Escéptico con fe es la definición que el colombiano ha hecho de sí mismo. Escéptico y epicureísta, pues sólo importa lo que dura eternamente o un instante, lo que dura algunos días, agregará Gómez Dávila, no tiene importancia. La sensualidad del instante lo seduce: “Cada instante puede ser una eternidad, pues la eternidad no es del orden del tiempo, sino del orden de la intensidad” (Notas, p.71).

En realidad, Gómez Dávila habla de Francia porque es el país que mejor conoce, en donde se educó en su juventud, y cuyo referente no perderá. Pero podríamos aplicar lo anteriormente dicho a cualquier paisaje contemporáneo. Lo importante en esta observación, a la que volverá reiteradamente el escritor bogotano, es la reflexión sobre la consecuencia de “dominar” y transformar manualmente una naturaleza que ha debido permanecer agreste, libre, infinita; tal como el hombre en la manifestación de sus pasiones lo revela. Hay también una segunda intención que nos remite de nuevo a la idea

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de trabajo: el ocio natural ya no es productivo porque se impone como una tarea: no se puede ser contemplativo mientras se explota una mina de carbón, inclusive, en la labor intelectual, dedicarse a la lectura como herramienta de trabajo, para realizar algo, es ya inaceptable para Gómez Dávila, tal como lo revela en la siguiente nota:

“Ningún alivio es comparable al que sentimos cuando renunciamos a nuestras pretensiones.

Como descansa el cuerpo cuando cesamos de obligarlo a mantener una compostura, una gravedad o una rigidez que no le son propias, así la obligación que nos habíamos impuesto deja, al apartarse de nosotros, un vacío donde el espíritu se mueve holgadamente.

El libro que ayer leíamos con dificultad, porque buscábamos en él instrumentos para cumplir la tarea obligada, se hinche de nuevo en nuestras manos de todo su peso de placer o de encanto.

Pensar, escribir, todo es más fácil y sencillo cuando ya no nos creemos consagrados a altas empresas. El espíritu, antes cohibido por lo que esperaba de sí mismo, parece fluir de nuevo y desatarse, como un río en primavera.

Tales son las compensaciones de nuestra dignidad perdida” (Notas, p. 228).

Odo Marquard, filósofo alemán, en su libro Filosofía de la compensación dice que la modernidad llevada al extremo produce un efecto contrario: el de la lentitud. En Gómez Dávila produce dos efectos, o mejor, ensaya dos respuestas, una colonial (la nostalgia de una Edad Media ausente en América) y cierto sensualismo del instante. La modernidad es antinaturaleza, en términos de Baudelaire; exactamente, naturaleza transformada por el hombre. Es reveladora la frase final de la nota del epígrafe, volviendo al inicio de esta reflexión, pues la agreste naturaleza deja de ser santuario para el hombre, lugar del origen y de lo sagrado, y se convierte en “paisaje con severidad industrial”, que no es otro paisaje que el de los cuadros parisinos de Baudelaire, una arquitectura citadina, marcada por el uso del hierro. Naturaleza asistemática

Nada le atrae más al pensador colombiano que la idea de lo asistemático, sus notas y escolios son eso, “pintura puntillista” como él mismo dice, en donde la posibilidad de ver una unidad diseminada en cada una de sus partes, o en la totalidad que capta el ojo cada vez que mira, lee, proporciona a la escritura, al pensamiento mismo, un movimiento libre, un color y un sabor propios.

La naturaleza agreste, cuya pérdida lamenta el colombiano, es análoga a la relación con el poder, pues no solamente cambian las relaciones de poder con la nueva distribución de las riquezas; también la distribución de las riquezas cambia las nuevas relaciones de poder. El señor feudal que “defendía” los intereses de sus súbditos, es ahora un súbdito con

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deberes, cuyo ocio se ha transformado en “descanso dominical”, y los subalternos hacen parte de “los humildes” cuyos hogares quedaron desprotegidos por el “centralizado” y “ordenado” mundo, que ignora cómo dar a cada quien lo que le corresponde: así, más que los castillos son las chimeneas sin casa las que cuentan, según el colombiano. La naturaleza transformada se asemeja, en estas nuevas relaciones de producción, al edén después del “pecado original”, en donde la conciencia del tiempo, del hábitat, del trabajo mismo son considerados una maldición para la nueva raza. Los hombres son, en consecuencia, “flores del mal”.

El carácter asistemático que tanto atrae al colombiano está íntimamente ligado a otros problemas igualmente esenciales para el pensamiento gómezdaviliano: por un lado su escepticismo que le impide seguir normas, o buscar verdades y, por otro, su sensualismo que le permite volver concreta toda realidad del pensamiento. Veamos algunas notas reveladores al respecto:

Si renunciamos a todo sistema debemos renunciar a atribuir importancia a nuestras ideas (Notas, p. 108).

Mi escepticismo no es un rechazo de todo principio, de toda norma o de toda regla, sino la imposibilidad de recibir regla, norma o principio, de otras manos, y la necesidad de crearlos lentamente dentro del proceso de mi inmediato vivir (Notas, p. 108).

La voluptuosidad de abandonarse y de deshacerse; la voluptuosidad de poseerse y de construirse (Notas, p. 259).

Todo conocimiento tiene su sabor, su peso y su olor; cuando lo despojamos de ellos no persiste sino un reflejo ineficaz y frágil (Notas, p.73)

Para Gómez Dávila, las ideas tienen color, peso, resonancia; de la misma manera como las palabras tienen musicalidad, cuerpo; sin la sensualidad de cada instante, sin la voluptuosidad que nos permite el uso del fragmento o el carácter asistemático de la escritura y del pensamiento, la vida no sería más que una suma de certezas, cuando en realidad la duda, la manera de equivocarnos, el error, hablan mejor de nuestra condición que cualquier acierto. Ya los románticos le habían dado un valor positivo al vacío, al fracaso, a la nada, por ejemplo Schlegel, en los Límites de lo bello, nos dirá que los vacíos son nuestra esperanza; Gómez Dávila agregará que “La verdad tiene mil aspectos, el error es uno” (Notas, p.75). Invirtiendo los valores también se le da vuelta al pensamiento, “levedad”, en oposición a la “gravedad” del mundo moderno.

La obra gómezdaviliana expresa lo sublime moderno en todo su esplendor, pues lo alto siempre encarna en lo bajo, el mundo de las ideas permanece anclado a la materia, las palabras tienen carne, lo que leemos nos “golpea” antes de ser comprendido. La belleza,

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finalmente, debe sentirse con el cuerpo, así lo dice también Borges en su hermoso ensayo sobre la poesía. El sentir con el cuerpo borgiano es análogo al golpe que recibe el lector. No hay juicio posible sin sentir primero el impacto de lo bello. Esta es una de sus paradojas, pues su “sensualismo fragmentario” no deja de ser moderno.

La nueva religión

“La democracia repugna a unos porque niega la autonomía de los valores, a otros porque viola la diferencia concreta entre las personas. Escuela de Platón, escuela de Burke . » (Escolio 793).

Los valores que fundan una civilización son los primeros en ser arrasados por la violencia de la indiferencia, dirá Gómez Dávila, pues “sólo ante Dios somos individuos”, es decir, diferentes. La diferencia le permite al hombre ser libre; la igualdad, al contrario, esclaviza. Cada actividad humana, en consecuencia, tiene su lugar propio: hay que darle a la política lo que le corresponde, a las artes su libertad de expresión y a Dios lo que es de Dios. En este punto se alejará de los conservadores colombianos, quienes desde el siglo XIX se han dado a la tarea de mezclar las actividades de la Iglesia con las del Estado.

Ver en el hombre un Dios que proyecta su dominio sobre todo lo existente, lo exasperaba. Entre otras cosas, porque nada le parece más educador que la aceptación de alguien con mayor autoridad y sabiduría, o el papel del subalterno. Que el demócrata se crea representante de un pueblo que desconoce, la mayoría de las veces, lo indignaba. Y esta crítica la dirige tanto al Papa, después de la centralización del poder papal, como al rey mismo.

¿Qué aleja y qué acerca a Gómez Dávila de un pensador simplemente conservador?, es la pregunta que se impone. Tal vez su escepticismo, la duda como regla general y, especialmente, su imposibilidad de seguir norma alguna, de manera tan consecuente que no trabajó nunca bajo ningún patrón, desdeñó puestos políticos e, inclusive, la candidatura a la presidencia de la República. Al igual que un monje se encerró en su biblioteca a pensar, de manera asistemática, un libro aquí y allá, una idea que hoy consideraba importante, mañana no, parafraseándolo: “morando un instante en cada idea”.

La tradición conservadora

De acuerdo con José Luis Romero, el syllabus, documento escrito por Pío IX en 1864, revela dogmas que posteriormente, el Partido Conservador hará suyas: los atentados contra los dogmas de la fe; la condena de las filosofías empirista, racionalista, las ideas liberales y sociales, la teoría científica de la evolución. De esta manera, el partido conservador nace en oposición a las ideas liberales de la Revolución Francesa, y no como continuador de los partidos conservadores europeos. Tomando tres características esenciales en el syllabus: estructura, autoridad y moral.

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La primera es compartida por todos los conservadores sin excepción, en Colombia, el ejemplo por excelencia es Miguel Antonio Caro. El mismo Nicolás Gómez Dávila, tomará la noción de estructura como categoría estética. Romero, aclarará que los procesos tienen dos caras, una acelerada y progresista; otra lenta que tiene como raíz la idea de estructura. La estructura consiste “en un sistema de vínculos y normas que, en distintos aspectos, rigen las relaciones recíprocas de los miembros de las sociedades, aplicándose a cada paso particular pero de acuerdo con vigorosos principios generales cuyos fundamentos arraigan en los niveles más profundos de la conciencia colectiva y tienen caracteres análogos a las creencias” (Romero, p. XI). Razón por la cual, la persuasión no es uno de sus fuertes, entre otras cosas porque considera que le asisten razones “innatas”, “a priori” que obedecen una ley superior y natural. Gómez Dávila mismo, en sus escolios retomará una y otra vez la noción de estructura componente esencial de toda obra de arte y del pensamiento mismo. Es también en este sentido que consideramos la obra de Gómez Dávila, lejana a la intención hermenéutica del diálogo, de la razón argumentativa, porque nada es más ajeno al colombiano que la pretensión de convencer. Entre otras cosas porque “El que no comparte nuestras repugnancias no entiende nuestras ideas” (SETI, p. 144)2.

Así, si el Syllabius pretendía reinstaurar o al menos añorar un estado anterior, “original”, feudal podríamos agregar, igualmente el partido conservador tendrá ese mismo espíritu, que, agregándole posteriormente, la oposición a la Revolución, se constituirá como “reaccionario”, dado que esta palabra comprenderá directamente, el ir contra los ideales de la Revolución, y por ende del progreso y del librepensamiento. Romero irá más lejos para decir que el partido conservador volverá sus ojos a la sociedad colonial, a la sociedad barroca constituida por dos grupos diferenciados “los que gozaban de privilegios y los que no los tenían” (Romero, p. XVIII).

Otras características subyacen a la idea de “estructura”: “orden”, “jerarquía” y “autoridad”, el reconocimiento de estancias más altas que las humanas implica un orden en donde se reconoce un “superior”, y en donde se asume el papel de “inferior”. Desde el punto de vista moral, la autoridad es Dios, la Iglesia, en este caso; y desde el punto de vista de pertenencia histórica, el país modelo es España. Los conservadores son hispanistas. Y aquí, Gómez Dávila se separará de sus compartidarios, el país que le servirá de modelo espiritual no es “la madre patria” sino Francia. Este es el origen de todas las tensiones existentes en su obra, porque al igual que De Maistre, su amada Francia no es el país de la Revolución Francesa, es el país católico y escéptico por excelencia, características ambas que definen su paradójico pensamiento: catolicismo y escepticismo: “El escepticismo es la humildad del pensamiento.” (Escolio 434). La Francia de Gómez Dávila es, sin duda, la Francia de Montaigne y de Pascal.

2. Sucesivos escolios a un texto implícito será citado como SETI.

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El escepticismo de una sociedad y la incertidumbre sobre su destino permiten la existencia del individuo (Notas, p.79).

Ahora bien, desde el punto de vista moral, Miguel Antonio Caro3, presidente y poeta, consideró como un hecho natural la unión entre Iglesia y Estado, dado que la política tiene un carácter moral ineludible. En este aspecto, Gómez Dávila se alejará de la postura de los conservadores colombianos, pues tanto su propuesta estética como ética da a cado uno lo que le corresponde, nada más dañino para él que mezclar las cosas divinas con las humanas, el hombre será, parafraseándolo, un problema sin solución humana, pero su humana dimensión no le compete ni a la Iglesia, ni al Estado.

Para Miguel Antonio Caro, la autoridad estaba ligada a la aceptación de una ley natural, pues sin el reconocimiento de ésta, los hombres no están obligados a organizarse ni a obedecer ninguna norma, razón por la cual se fundan los gobiernos autoritarios, pues no hay autoridad “natural” a la cual someterse. Es esta misma idea la que rige la obra de Gómez Dávila, pero a su pensamiento reaccionario se suma una real preocupación por “el pueblo”, ¿quién responde por ellos? Y peor, si es la razón la facultad a la que se acude para cubrir toda violación de las leyes. La confianza en la razón, dirá Gómez Dávila, sólo es posible cuando se transforma en sensibilidad, dándole de este modo un sello a la cultura.

Finalmente, el pensamiento conservador es paradójicamente pragmático, siendo impreciso, imponiéndose la acción sobre la reflexión, tal como lo afirma Romero en su introducción al Pensamiento conservador: “Pero lo cierto es que había muy buenas razones para que el pensamiento político conservador se manifestara como impreciso. A diferencia de lo que genéricamente podría llamarse el pensamiento liberal, aquél no pretendió generalmente manifestarse con intención de propaganda o docencia. Quienes lo sostenían parecían seguros de que expresaban el orden natural de las cosas, del que todos los cambios eran desviaciones ilegítimas y al que se habría de volver inexorablemente también por la fuerza natural de las cosas. Por eso el pensamiento político conservador no se expresó sino esporádicamente y, sobre todo, cuando pareció necesario salir al encuentro del adversario y responder su desafío”. La acción se impone, igualmente, como necesidad natural, el mismo Gómez Dávila dirá en uno de sus escolios:

“La acción más que el conocimiento acerca al hombre de su verdadero ser” (Notas, p. 73).

Nicolás Gómez Dávila más que conservador es un reaccionario, pues si bien da una gran importancia a nociones como estructura y autoridad

3. Miguel Antonio Caro (Bogotá 1843-1909), poeta, político, filólogo, presidente de La Repúbli-ca. Hijo del poeta clásico José Eusebio Caro, uno de los fundadores del partido Conservador en Colombia. Traductor de Virgilio al español y colaborador de Rufino José de Cuervo en las múltiples gramáticas que realizaron juntos, tanto del latín como del español, en donde predominaba el uso y no la norma.

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(el texto, por ejemplo, es autoridad), no mezcla los deberes de la Iglesia y del Estado, al contrario, la autonomía que tiene la obra de arte es también propia de lo político. El reaccionario manifiesta, al contrario, una desobediencia innata, que puede alejarlo aún de sus congéneres. Tal como él mismo afirmó “El reaccionario se convierte en conservador en aquellas épocas en donde hay algo que conservar” (ETI,II,52)4. Y dado que cada vez hay menos cosas que conservar su verdadera definición es la de reaccionario.

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“Dios ha muerto”, exclama ese Viernes Santo que fue el siglo XIX.

Hoy vivimos en el silencio atroz del sábado. En el silencio de la tumba habitada.

¿En qué siglo se levantará, sobre la tumba abandonada, la aurora del domingo pascual? (Escolio 1125).

Gómez Dávila se sitúa en el jueves santo de la historia de una manera paradójica, pues si bien, la “ausencia de Dios”, de religiosidad, de sentido de lo sagrado en el mundo moderno es para él un claro signo de decadencia, son muchos los conceptos que comparte con la estética moderna: la autonomía del arte y de lo político, el carácter asistemático de su pensamiento y el carácter fragmentario de su escritura son ejemplos claros. Ahora bien, el progreso como un proyecto de la Razón, la industrialización que avanza a pasos agigantados y deshumanizadores, o el poder del Estado que disminuye la presencia del “individuo” son prueba de su “antimodernismo” conservador. ¿Dónde situarlo? Tal vez como un ¿romántico escéptico? Porque comparte con el Romanticismo conceptos esenciales como el de la naturaleza libre, primigenia, desordenada; y la razón como sensibilidad, tal como será entendida también en el surrealismo por André Breton. Veamos algunas citas que aclaran estas ideas:

La muerte de Dios es una idea interesante pero que no toca a Dios (Escolio 1112, Éditions du Rocher).

Cuando las « luces » iluminan el mundo, la humanidad se refugia en los bajos fondos del misterio (Escolio 1552, Éditions du Rocher).

La tumba habitada es la mejor definición de la modernidad, Gómez Dávila mismo es uno de los fantasmas que la habitan, con su lucidez y sus fobias, algunas históricamente comprensibles, otras, pertenecientes a su mitología personal. Dios se ha transformado en la modernidad en el hombre-dios, cuyo poder se expresa en la técnica; al igual que el progreso es el programa de la razón; la naturaleza el campo cultivado, y el fortalecimiento del Estado la prueba contundente de que el individuo habita la misma tumba vacía.

4. Escolios a un texto implícito será citado ETI.

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Moderno y antimoderno; hermeneuta y antihermeneuta; conservador y reaccionario, fragmentado como todo hombre contemporáneo, nos ha legado, Gómez Dávila lo mejor de su producción intelectual, entre otras cosas, su obra misma es inclasificable: ¿poesía, ensayo o filosofía?

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Bibliografía

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Notas, Bogotá, Villegas editores, 2003 (1954).

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Nuevos escolios a un texto implícito, 2 vols., Bogotá, Procultura, 1986.

Sucesivos escolios a un texto implícito, Bogotá, I.C.C., 1992.

Les horreurs de la démocratie, Anatolia, Éditions du Rocher, 2003.

Jauss, Hans Robert, Transformaciones de lo moderno. Estudios sobre las etapas de la modernidad, Madrid, Visor, 1995 (1989).

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Schlegel, Friedrich, Sobre los límites de lo bello, España, Akal, 1999.

Vaughan, William, Romanticismo y arte, Barcelona, Ediciones Destino, 1978.

Wilhem, Emrich, Protesta y promesa, Barcelona, Editorial Alfa, 1985.

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La literatura contemporánea parece una

algarabía de eunucos en celo.

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Nicolás Gómez Dávila, Henry David Thoreau, el romanticismo y el arte de la

lectura1

Till KinzelTechnische Universität Braunschweig (Alemania)

Resumen:

En este ensayo quiero explorar algunas de las ramificaciones de la actitud pro-romántica de Gómez Dávila para la evaluación de un escritor y pensador particular del siglo XIX, Henry David Thoreau. Es útil estudiar con algún detalle las nociones de Thoreau sobre la lectura de los clásicos, porque leerlos ha sido de decisiva importancia también para Gómez Dávila en su guerra de guerrilla intelectual contra la modernidad.

Palabras Clave: Lectura, Romanticismo, Thoreau, Gómez Dávila.

Abstract:

In this paper I want to explore some of the ramifications of Gómez Dávila’s pro-Romantic attitude for the evaluation of one particular American writer and thinker from the 19th century, Henry David Thoreau. It is useful to study in some detail Thoreau’s notions about reading the classics. For reading the classics had been of decisive importance as well for Gómez Dávila in his intellectual guerrilla warfare against modernity.

Key words: Reading, romanticism, Thoreau, Gómez Dávila.

1. Traducción del inglés Alfredo Abad T.

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El romanticismo es frecuentemente asimilado como una línea problemática del pensamiento en la cultura europea. A veces se suele asegurar que

el romanticismo fracasa en el intento de ponerse de acuerdo con la realidad por el hecho de romantizar el mundo. Los románticos, especialmente cuando viran hacia asuntos políticos, tienden a desestimar los duros y ásperos hechos de la vida política. El romanticismo se dice, es una especie de irracionalismo y por lo tanto un presagio de las ideologías anti ilustradas de los siglos XIX y XX, especialmente del “fascismo”.

Se exhorta, un tanto paradójicamente, que los románticos también tienden a favorecer el renombrado “debate eterno” das ewige Gespräch como opuesto a la necesidad de decidir aquí y ahora. Finalmente, el romanticismo no sólo está asociado, mirándolo retrospectivamente, a las nociones nostálgicas reaccionarias de cómo debería vivir la gente; también es propenso a enfatizar lo “enfermo” como opuesto a los “sanos” elementos del hombre – testigo la famosa sentencia de Goethe “Llamo sano a lo clásico, enfermo a lo romántico.”2 Toda la tradición de lo que llegó a ser identificado como “the romantic agony” (en alemán el término “schwarze Romantik” es usado en este contexto, pero no hay una adecuada traducción al inglés3) apoya el hecho o el supuesto hecho de que el hombre no puede sentirse en casa sobre la tierra y tiene que sufrir de Weltschmerz4, como lo ejemplifican los famosos héroes byronianos tales como Manfredo (en el poema dramático del mismo nombre). Esta forma particular del Romanticismo parecería corroborar la acusación de Goethe, pero el romanticismo es mucho más importante como fenómeno cultural que categorizarlo como una forma de enfermedad mental o espiritual5. Recientemente hay tentativas, tales como la del popular escritor alemán Rüdiger Safranski, para rehabilitar el Romanticismo, aunque únicamente en su forma alemana6.

La percepción de Gómez Dávila sobre el Romanticismo no nos toma realmente por sorpresa. En general, Gómez Dávila defiende al

2. “Das Klassische nenne ich das Gesunde, und das Romanische das kranke” Así lo divulgó Johan Peter Ec-kermann, Gespräche mit Goethe in den letzten Jahren seines Lebens. Ed. Heinz Schlaffer, München: Hanser, 1986, p. 300 (2 Abril 1829)

3. Schwarze romantic, oscuridad, sombra romántica. N. del T.

4. Weltschmerz, melancolía motivada por los desengaños de la vida. N. del T.

5. Es imposible hacer una lista satisfactoria de la literatura relevante del Romanticismo. De cualquier forma, un puñado de títulos será útil. Empezamos con, Karl Heinz Bohrer, Die Kritik der Romantik. Der Verdacht der Philosophie gegen die literarische Moderne, Frankfurt/ M.: Suhrkamp, 1989; Mario Praz, Liebe, Tod und Teufel. Die schuarze Romantik, München: dtv, 1988; Carl Scmitt, Politische Romantik, Berlin: Duncker & Humblot, 1991.

6. Rüdiger Safranski, Romantik. Eine deutsche Affäre, München: Hanser, 2007.

Henry David Thoreau

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...y el arte de la lectura

Romanticismo y a los románticos de sus enemigos7. Esto se hace en dos niveles. Primero, Gómez Dávila critica explícitamente el antiromanticismo de escritores como Charles Maurras. Segundo, varias veces se refiere de manera afirmativa a diferentes escritores y pensadores que se han identificado con el Romanticismo. Y tercero, lleva al Romanticismo hacia una cercana relación espiritual con su propio proyecto especial de crítica cultural que lleva el nombre de “reacción”. Además, alaba a William Blake, William Wordsworth y a los románticos alemanes por inaugurar una conspiración contra el desencantamiento del mundo moderno hecho por la ciencia (Escolios a un texto implícito I, 1977, p. 163) El fenómeno reaccionario en el sentido de Gómez Dávila está

enlazado a lo romántico de muchas maneras, aún a pesar de que lo reaccionario y lo romántico no son en todos los aspectos lo mismo.

En las líneas siguientes, quiero explorar algunas de las ramificaciones de la actitud pro-romántica de Gómez Dávila para la evaluación en particular de un escritor y pensador estadounidense del siglo XIX. Esto por supuesto, implicará un poco de especulación y suposiciones inteligentes, en la mayor parte, pues Gómez Dávila no se ocupa de interpretaciones extensivas de los pensadores y escritores que menciona. En lugar de ello, ofrece oportunidades para la reflexión sugiriendo conexiones que se expresan como un hecho o se aluden usando los nombres de estos escritores como símbolos para una visión completa del mundo. Echar un vistazo más cercano al escritor norteamericano Henry David Thoreau8 puede también servir para ocupar la reflexión necesaria inducida por otra de las altamente dudosas sentencias de Gómez Dávila:“La literatura americana deja de ser literatura cuando comienza a ser americana” (Notas I, 1954, p. 322; 2003, p. 444).

En este contexto, abordaré una extraña declaración en los escolios (Escolios a un texto implícito II, 2005, p. 250) acerca de la “lunatic fringe”9 de la reacción10. En este escolio, Gómez Dávila hace una lista de aquellos escritores que de alguna manera incluye en el panteón

7. Till Kinzel, Nicolás Gómez Dávila. Parteigänger verlorener Sachen, Schnellroda: Edition Antaios, 2006, p. 56.

8. Cito de los dos volúmenes de las obras de Thoreau en la Library of America. Ver A week in the Concord and Merrimack Rivers, Walden; or, Life in the Woods, The Maine Woods, Cape Cod, ed. Robert F. Sayre, New York: Library of America, 1985; Collected Essays and Poems, ed. Elizabeth Hall Witherell, New York: Library of America, 2001.

9. Lunatic Fringe, franja lunática es decir, extremista. N.del T.

10. Ver Till Kinzel, Nicolás Gómez Dávila. Parteigänger verlorener Sachen, Schnellroda: Edition Antaios, 2006, p. 57.

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de los reaccionarios, aunque él parezca un tanto escéptico acerca de la posición de aquéllos en los detalles. Los nombres que menciona son una sociedad extraña: Jean-Jacques Rousseau, León Tolstoi, Henry David Thoreau y D.H. Lawrence. Todos ellos parecen haber expresado una importante muestra de pensamiento en su tiempo, aunque fueron extraños en una decisiva consideración, y todos ellos pueden ser asociados vagamente al romanticismo. Los cuatro escritores mencionados estiman la naturaleza como un saludable y necesario antídoto contra la cultura. Pero especialmente Thoreau, quien vivió en el corazón de lo que se convertiría la moderna república, provee una lección importante de lo que significa ser moderno, y cómo uno puede reaccionar a la modernidad para preservar lo que está en el núcleo de la humanidad.

A fin de que se obtenga una mejor comprensión de este problema, es útil estudiar con algún detalle las nociones de Thoreau acerca de la lectura de los clásicos. Leer los clásicos había sido de decisiva importancia también para Gómez Dávila en su guerra de guerrillas intelectual emprendida contra la modernidad. El arte de la lectura juega un rol importante en el pensamiento de Gómez Dávila11. Solamente por la lectura de los clásicos en una forma apropiada es posible alcanzar cierta libertad de las limitaciones de la mentalidad corriente. Leer es en sí mismo una clase de entrenamiento para abordar ciertos pensamientos. A la manera de Nietzsche, quien definió al filólogo como el maestro de la lectura lenta, Gómez Dávila recalca la importancia de familiarizarse con los textos de la manera correcta. Así, sostiene que “Para entender un texto hay que girar a su alrededor lentamenta, ya que nadie se introduce en él sino por invisibles poternas” (Nuevos Escolios I, 1986, p. 204; 2005, p. 196) Así mismo, de manera escéptica menciona que “Saber leer es lo último que se aprende” (Nuevos Escolios I, 1986, p. 61; 2005, p. 61). La lectura de escritores griegos y latinos es una cura contra la enfermedad de la modernidad, contra la vulgaridad de la modernidad. Una verdadera cultura necesita aprender latín y griego porque leer sólo autores modernos sería una acción debilitante. El latín y el griego tienen un valor particular porque proporcionan una imagen contraria a la de la modernidad. La habilidad de leer está en riesgo debido a las tendencias de la modernidad, y cuando la habilidad de leer los textos clásicos deja de existir, los textos por ellos mismos no nos hablarán. Esto, de cualquier forma, reducirá decisivamente nuestra habilidad de pensar acerca de lo que para nosotros es más importante, pensar acerca de cómo deberíamos vivir. Es por consiguiente una pregunta de importancia filosófica considerar una y otra vez el problema de la lectura. Por esta razón nos volvemos

11. Till Kinzel, Nicolás Gómez Dávila. Parteigänger verlorener Sachen, Schnellroda: Edition Antaios, 2006, p. 36-40.

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ahora hacia la concepción filosófica del arte de la lectura en Henry David Thoreau.

El filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862) usualmente se cuenta entre los llamados trascendentalistas (tales como Ralph Waldo Emerson y Margaret Fuller). A la luz del hecho de que Gómez Dávila lo cuenta entre la “lunatic fringe” de la reacción, no es sorprendente que Thoreau no tenga un rol significativo en las historias comunes de la filosofía12. De cualquier forma, Thoreau ofreció una seria contribución para la autocomprensión filosófica del hombre. En consideraciones importantes, Thoreau también ofreció una declaración individual de independencia de las líneas dominantes

del pensamiento en su sociedad. La personalidad ideosincrática de Thoreau puede llevar al lector a la idea errónea de que sus pensamientos son sólo la expresión de su personalidad (una conclusión que sólo es permitida después del examen detenido de un escritor, si es del caso). De cualquier forma, la radical intención filosófica de su trabajo se neutraliza entonces y se hace inofensiva.

La crítica de Thoreau al materialismo de su sociedad es bien conocida y no genera en nosotros ninguna inquietud. La felicidad del hombre no yace en la acumulación de bienes externos. Thoreau, no obstante, nos enseña que no vale la pena quejarse por este hecho. Es absolutamente necesario reflexionar sobre la cuestión más crucial del hombre como hombre, a saber, qué es una buena vida. Thoreau intenta ayudarnos en nuestro camino hacia el auto-conocimiento: “Consideremos la manera en que gastamos nuestras vidas”13.

Thoreau ejemplifica esto en su libro más conocido, el cual es al mismo tiempo un experimento literario donde noveliza su propio experimento con su vida –Walden (1854).

El título de este libro hace referencia al lugar –estanque Walden- en donde Thoreau vivió por espacio de dos años y dos meses en una cabaña de madera. Su propia vida funciona como una metáfora para todo el proceso del crecimiento humano y es por lo tanto, mucho más que una mera autobiografía14. Su libro tiene algo de apología a la manera de la tradición socrática, con este libro cuidadosamente escrito, responde a preguntas que la gente le hacía acerca de su estilo

12. Cfr. Bruce Kuklick, A History of Philosophy in America 1720-2000, Oxford: Clarendon, 2001, p. 77.

13. Henry David Thoreau, “Life without principles”, en Collected Essays and Poems, Nueva York: Library of America, 2001, p. 348.

14. William Howarth, The Book of Concord. Thoreau’s Life as a writer, Harmondsworth: Penguin, 1983, p. 93.

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de vida en el estanque. El que Thoreau escribiera su libro con mucho cuidado suministra la primera pista sobre cómo leerlo. De acuerdo a Thoreau, “los libros deben leerse tan deliberada y reservadamente como se escribieron” (p. 403)15.

Revisemos dos pasajes relevantes del Walden de Thoreau, los capítulos intitulados sucintamente “Lectura” y “Soledad” respectivamente. Aquí Thoreau prueba dentro de las necesidades de la vida filosófica. Ya en el segundo parágrafo del libro, Thoreau se refiere a las preguntas de sus compañeros acerca de su estilo de vida. Esto le presenta la oportunidad para hablar de sí mismo, lo cual en otras circunstancias sería inoportuno. Thoreau reconoce por ello que su estilo de vida efectivamente necesita una justificación. No obstante, los jueces de su vida no son sólo los habitantes de su ciudad, sino al menos en la misma medida, sus lectores potenciales. Para que estos lectores constituyan el mundo al cual Thoreau se adhiere él mismo –todos los que en el futuro sienten la necesidad de cuestionar el estilo de vida propio y el de sus conciudadanos. Al aceptar como legítimas las cuestiones de los habitantes, Thoreau prepara el terreno para hacer que su propia crítica del estilo de vida de los ciudadanos sea aceptable.

Thoreau se inscribe él mismo dentro de la tradición filosófica de escritura que no elimina gramaticalmente el “Yo” del pensador para crear la apariencia de impersonalidad: “En muchos libros, el Yo, o la primera persona, se omite, en torno a esto se recordará que es la principal diferencia con respecto al egotismo. Con frecuencia olvidamos que es, después de todo, siempre la primera persona la que habla” (p. 325). Filosóficamente es importante hablar de uno mismo, porque uno no conoce a nadie más tan acertadamente. El auto-conocimiento sólo puede ser alcanzado por la honestidad, p.e., restringiéndose uno mismo a lo que conoce de primera mano. Thoreau quiere presentar “una cuenta simple y sincera de su propia vida”, no lo que otra gente dijo (p. 325). Además Thoreau tiene en consideración que habrá una variedad de lectores, porque aún en un país libre sólo una minoría será capaz de robar el fruto de los más altos placeres intelectuales (p. 327)16. Sugiere que sus meditaciones serán de interés particular para estudiantes pobres, en tanto que otros lectores simplemente elegirán lo que les gusta. Advierte, sin embargo, que quienes no se ajusten a su libro no deberían esperar que les haga un buen servicio (p. 325) Al

15. Martin Bickman, Walden. Volatile Truths, Nueva York; Twayne, 1992, p. 33-38.

16. Este pensamiento se puede encontrar también en el comentario de Thoreau según el cual el trabajo de los grandes poetas nunca fue leído por el género humano como tal, porque sólo otro gran poeta sabe como leerlo: “Sólo han sido leídos como la muchedumbre lee las estrellas, a lo sumo astrológicamente, no astronómicamen-te” (p. 406) El escepticismo de Thoreau al respecto, lo acerca a las perspectivas culturales antidemocráticas de Gómez Dávila.

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lector se le pide así que refleje sus propios deseos y anhelos ya en la primera página del libro. El lector por ello es atraído hacia el argumento filosófico teniendo que hacerse a sí mismo las preguntas que Thoreau tiene en mente con relación a sí mismo.

Thoreau es altamente escéptico de la sociedad, porque para él es el origen de la corrupción. Esta visión constituye una versión popularizada del rousseanismo, de acuerdo a que la sociedad en sí es una influencia corruptora sobre las personas: “En la sociedad no encontrarás salud, excepto en la naturaleza”. Y continua diciendo: “La sociedad está siempre muerta, y lo mejor de ella también”17. Por consiguiente, el mejor estilo de vida necesita ser uno que sea sano, pero es difícil de encontrar

precisamente porque aquéllos que más lo necesitan son también quienes consideran que la medicina para su enfermedad, la naturaleza, está muerta. La naturaleza es así, de acuerdo a Thoreau, no un patrón auto evidente para medir lo que es bueno para la vida del hombre. Y porque esto es verdad, es necesario considerar otras vías para ponerse de acuerdo con el problema de la buena vida, por ejemplo, observación cuidadosa, reflexión, lectura y conversación. De acuerdo a Thoreau es imposible para el hombre aceptar la tradición irreflexivamente, pero tiene que aceptar lo que es verdadero por medio de juicios independientes. De otra manera estaría simplemente siguiendo una moda.

Ninguna forma de pensamiento o de acción, por antigua que sea, puede ser digna de confianza sin probarla. Lo que todos repiten o pasan por alto en silencio como una verdad hoy, puede convertirse en una falsedad mañana, mero humo de opinión, en el cual alguien había confiado como una nube que rociaría lluvia fertilizante sobre sus campos (p. 329)

Thoreau acepta cómo este pasaje prueba la antigua distinción entre verdad permanente y mera opinión, como lo hacen todos desde Platón hasta Gómez Dávila, los cuales están comprometidos en la lucha contra la sofistería. Aunque es posible considerar como verdad lo que es un “mero humo de opinión”, es sólo la verdad lo que cuenta: “Cualquier verdad es mejor que hacer-creer” (p. 583)18.

17. Henry David Thoreau, “Natural History of Massachussets” en, Collected Essays and Poems, p. 22.

18. Mirar también el tributo de Emerson a Thoreau: “porque él no tenía el mínimo respeto hacia las opiniones de cualquier hombre o grupo de hombres, pero rinde homenaje únicamente a la verdad en sí (…)”. Ralph Waldo Emerson, “Thoreau” en: The essential Writings of Ralph Waldo Emerson, p. 819, cf. 822.

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Thoreau se refiere a la intransigente búsqueda de la verdad citando a Odiseo, quien quería escuchar el canto de la Sirena atado al mástil19. Como en el caso de Gómez Dávila, quien declaró que leer a Homero en la mañana era la mejor ayuda para confrontar las vulgaridades del día (Notas I, 1954, p. 141) Thoreau recurre a las fuentes clásicas para explicar su estilo de hacer filosofía. Recurre tanto a la naturaleza como a los escritores clásicos. Estos escritores ayudan a quitar los muchos prejuicios y decepciones predominantes en cualquier sociedad en general. La verdad es trascendente, es algo que está por encima del tiempo (supra tempus), y nunca puede perder su frescura para quienes se interesan por ella. En este contexto, leer los clásicos es eminentemente útil para Thoreau –y más que la universidad es su vida en el bosque la que le da espacio para leer seriamente. Elogia a Homero y a Esquilo, porque el lector, en cierto sentido, imita a sus héroes (p. 402). Contra quienes creen que los clásicos tendrán que abrir el camino para más estudios prácticos, Thoreau insiste en que el estudiante arriesgado estudiará siempre los clásicos, a pesar del lenguaje en que se escribieron (p. 403). Porque los clásicos aún nos hablan, hay respuestas en ellos a problemas que nunca se plantearon antes, son los únicos oráculos que no han caído.

La lectura, para Thoreau, de nuevo de una manera muy similar a Gómez Dávila, tiene una fuerte dimensión ascética, es un entrenamiento, una disciplina, sin la cual es imposible entender esos libros. Pero esta disciplina también educa más de lo que puede hacerlo cualquier cosa que nuestra época tenga para ofrecer:

Leer bien, esto es, leer verdaderos libros en un espíritu auténtico, es un noble ejercicio, uno que impondrá al lector una tarea, más que cualquier ejercicio que las costumbres del día estimen. Requiere un entrenamiento como el que los atletas experimentaron, la firme intención de casi toda la vida con miras a este objeto (403)

Los libros antiguos y los mejores tan sólo por su existencia ejercen una influencia sobre el género humano, porque sus autores son una clase de aristocracia natural y secreta dentro de cada sociedad, representan un patrón cultural y educativo para todos. Thoreau aboga por la lectura como un “noble ejercicio intelectual”, y es esta clase de lectura únicamente la que puede ser llamada lectura. Necesita conocimiento intelectual del más alto grado. Porque la lectura en este sentido

19. Acerca de la relación de Odiseo y la filosofía ver Seth Benardete, The Bow and the Lyre. A Platonic Reading of the Odyssee, Lanham: Rowman & Littlefield, 1997.

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agudiza las capacidades mentales en lugar de entorpecerlas y adormecerlas (como los libros que Thoreau llama “lectura fácil” y que no tienen ningún valor cultural, p. 406). Por esta razón, la sabiduría de las épocas antiguas es casi siempre desconocida, lo cual es malo para la comunidad que por consiguiente permanece atrasada en lugar de hacer de la educación el cometido de la sociedad entera (p. 409-410) Bien puede uno suponer que es la actitud democrática optimista de Thoreau lo que motivó a Gómez Dávila a relegarlo a la franja lunática de la reacción, porque un reaccionario sensato habría reconocido la locura de acudir de esta manera a la educación democrática. La lectura de un libro puede tener una influencia crucial en la vida de un hombre, así lo sugiere Thoreau (p. 408), porque

las mismas preguntas de la vida humana se formulan otra vez con cada vida en particular. Bien podemos encontrar las palabras para expresar nuestra propia situación en libros que se escribieron hace mucho:

Las cosas indecibles actualmente las podemos encontrar en alguna parte ya pronunciadas. Estas mismas preguntas que nos molestan, desconciertan y confunden, a su turno les han ocurrido a todos los hombres sabios; ninguna ha sido omitida, y cada uno les ha dado respuesta, de acuerdo a su habilidad, según sus palabras y vida (p. 409)

La actitud no parroquial de Thoreau es también evidente en su referencia a los clásicos de China e India, igualmente está ávido de ponerse al corriente de la cultura en el más amplio sentido tal como Gómez Dávila.

Aún a pesar de que decisivamente recomienda los clásicos, Thoreau también sabe, como cualquier filósofo lo haría, que hay límites para esa aproximación. Explícitamente advierte que los libros pueden hacernos olvidar lo que las cosas por sí mismas tienen para decirnos. La conciencia natural de las cosas a nuestro alrededor nos ofrece una vía a la realidad que es superior a todas las formas de aproximaciones transmitidas culturalmente.

La lectura del Walden de Thoreau se concibe de esta manera como un ejercicio en el arte de ver lo que está ante nuestros ojos: “¿Cuál es el curso de la historia, o de la filosofía, o de la poesía, sin que importe cuán bien seleccionado, o la más admirable rutina de vida, comparado con la disciplina de mirar siempre hacia lo que está por verse? (p. 411) La felicidad creada por la lectura de sus libros

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se acrecienta por su soledad en el bosque, lo cual le ofrece oportunidades para la contemplación. Su distancia de otros seres humanos le hace ver que las relaciones humanas son a menudo de baja calidad y frecuentemente lo llevan a uno a perder el respeto por los otros. Esto no es extraño, porque la soledad puede encontrarse también en la sociedad: “Un hombre pensando o trabajando está siempre solo, déjenlo que esté donde quiera. La soledad no se mide por los kilómetros de espacio que median entre un hombre y sus amigos” (p. 430). Finalmente, Thoreau incluso asume el cargo de “locura” que está, con algo de reservas, implícito en la caracterización de Gómez Dávila: pensar es algo excéntrico: “Con el pensamiento podemos estar al lado de nosotros mismos de manera cuerda” (p. 429).

Es el extremismo en su pensamiento lo que de nuevo lo acerca a Gómez Dávila, pues ambos quieren hacer un llamado que avive a unos pocos que desean pensar las cosas desde sus raíces. Ambos, Thoreau y Gómez Dávila, saben que hay un cierto desequilibrio en su pensamiento. Pero esto puede explicarse como un ardid pedagógico: la filosofía necesita ser conciente del hecho de que en sí misma puede contribuir a la osificación del pensamiento. Gómez Dávila expresó esta idea cuando lacónicamente afirmó que en las universidades la filosofía meramente invierna (Escolios a un texto implícito II, 1977, p. 407). Estudiar filosofía se puede convertir, de acuerdo a Gómez Dávila, en una diversión, para matar el tiempo, de manera tal que podemos efectivamente olvidarnos de pensar (Notas I, 1954, p. 258). Thoreau expresa un asunto similar cuando afirma sencillamente: “Hay actualmente profesores de filosofía, pero no filósofos” (p. 334)20. La razón por la que hay sólo profesores de filosofía y no filósofos está muy relacionada con el auto-conocimiento y las dificultades en torno a esto no pueden desestimarse.

Aprender a ser un filósofo está ligado a la cuestión de aprender cómo leer y aplicar las lecturas de uno a la vida propia:

Ser un filósofo no es meramente tener pensamientos agudos, ni incluso fundar una escuela, sino, tanto amar la sabiduría como vivir de acuerdo a sus dictados una vida sencilla, independiente, magnánima y de confianza. Ella debe resolver algunos de los problemas de la vida, no sólo en teoría, sino en la práctica. (p. 334).

20. Cf. Javier Alcoriza y Antonio Lastra, Hacia una lectura definitiva de George Santayana”, en George Santa-yana, La Filosofía en América, Madrid: Biblioteca Nueva, 2006, p. 11-13, n. 2, también Antonio Lastra, “Notes towards a supreme reading of George Santayana”, en: Under Any Sky. Contemporany Readings of George San-tayana, ed. Matthew Caleb Flamm/ Krysztof Skowronski, Newcastle: Cambridge Scholars Publishing, 2007, p. 232.

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Leer un autor tal como Thoreau requiere de las mismas virtudes necesarias para leer a Gómez Dávila. Pero estas virtudes están especialmente en peligro en las sociedades de hoy en donde la capacidad de atención de la gente parece declinar más y más. Estas virtudes son paciencia, el don de ser capaz de observar cosas, la buena voluntad de contemplar los seres, y ser honesto en relación con uno mismo y con los otros, la buena voluntad de convertir la teoría en el sentido clásico, en una práctica, en la práctica de la vida propia. El

radicalismo de Thoreau con respecto a la vida y la filosofía es Romántico; puede parecer una ruta improbable hacia la reacción en el sentido de Gómez Dávila. Pero la reacción no es una dogmática sino una pluralidad de aproximaciones que se encuentran en el reconocimiento de la única verdad que es dada de por vida porque es de todos los tiempos.

La alta estima de Gómez Dávila por el Romanticismo es particularmente importante con respecto a la literatura romántica como un caso especial de esa clase de arte que presenta un contrapeso a las aparentes fuerzas todopoderosas de la modernidad. Contra la tendencia de la modernidad de producir mediocridad intelectual -“Los intelectuales son el proletariado del Parnaso” (Escolios a un texto implícito II, 2005, p. 296) - Gómez Dávila afirma la calidad intelectual del más alto orden como la parte esencial de cualquier civilización digna del nombre. La lectura es central para la experiencia filosófica bajo las condiciones de la modernidad. Pero hay muchos textos que merecen la lectura cuidadosa que según Gómez Dávila es necesaria para tropezar con los sabios pensamientos allí enterrados. El concepto reaccionario de la literatura valiosa es mucho más amplio de lo que parecería a primera vista. Porque tal como acontece en la esfera política donde el reaccionario intenta encontrar un lugar incluso para el demócrata, en literatura encuentra un lugar para aquellos escritores que forman parte de la reacción de manera muy idiosincrásica, tal como por ejemplo, Henry David Thoreau.

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Ojalá resucitaran los “filósofos” del siglo XVIII, con su ingenio, su sarcasmo, su osadía, para que minaran, desmantelaran, demolieran, los “prejuicios” del siglo XX. Los prejuicios que nos legaron ellos.

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Conrado Giraldo Zuluaga Universidad Pontificia Bolivariana

Resumen:

El pensamiento de Nicolás Gómez Dávila es un gran ausente en el concierto académico de nuestra Nación. Aunque sabemos que hablar de filosofí a colombiana es algo realmente problemático, se quiere hacer aquí una presentación de sus principales presupuestos para, de esta manera, sopesar la riqueza argumentativa que podrí a avalar un verdadero pensamiento filosófico de nuestra tierra. Revisar sus posturas personales frente a asuntos tales como la crí tica a la democracia (a favor de la Aristocracia), la racionalidad moderna, el cristianismo, entre otros, pueden servirnos hoy como excusa para contactar con un erudito que, si bien no dejó una larga producción, sí hizo una interesantí sima producción de escolios y textos que podrí an inquietar a todo amigo del saber. Palabras clave: aristocracia, tradición, cristianismo, reaccionarismo.

Abstract:

The Nicolás Gómez Davila though is a great absentee in the academic concert of our nation. Although we know that to speak of Colombian philosophy is something really problematic, I wish to do here a presentation of its main budgets for, this way, hefting the argumentative wealth that could guarantee a true philosophical thought in our country. Revise his individual posture in his critic at the democracy (behalf the aristocracy), the modern rationality, the Christianity , etc. It can serve us as an excuse in order to get in touch with one erudite who made an interesting production of scholiums and texts that could be useful.

Key words: Aristocracy, tradition, christianity, reactionary.

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Introducción

Hablar de pensamiento latinoamericano es algo que a los puristas puede causar algo de escozor. Mucho más podría causarles hablar de pensamiento o filosofía colombianos. Este es el caso de este ejercicio: hablaré de un pensador colombiano, Nicolás Gómez Dávila1∗, bogotano2∗∗ de nacimiento pero de un pensar, un sentir y un escribir que supera fronteras y que le han hecho ser más conocido afuera que aquí mismo.

Erudito políglota, halla en el escolio la manera de hacernos reír hasta de nuestra propia ignorancia. Maestro del sarcasmo y de la ironía, prefiere el anonimato al aparecer. Sus escritos nos incitan a saber más y a recordar lo que hemos podido olvidar. Nos retan a establecer conexiones implícitas que él tiene bien explícitas en su lúcida mente.

Encontramos en sus escritos un profundo pozo de temas; su formación académica le ha permitido el contacto con la tradición clásica del pensamiento, le ha dado herramientas para acercarse a las teorías políticas y le ha conformado un sentir religioso y estético que bien pueden percibirse a través de la lectura de sus textos. Ante semejante repertorio no queda más que referirme a tres aspectos que podrían servirnos para este ejercicio: su reaccionarismo, su posición frente al asunto político y su idea de la religión y su relación con el hombre, su concepción tradicional pero a la vez novedosa de tales asuntos, tal como hemos titulado este ejercicio.

Sírvanos este trabajo como una invitación a descubrir un rico bastión de pensamiento autóctono, que si bien podría permanecer mimetizado en el contexto europeizante del pensamiento, puede brindarnos ideas que podrían concernir a nuestro contexto latinoamericano y, por qué no, al propio colombiano.

Perteneciente de manera indiscutible a la más rancia tradición, vemos aparecer la figura solitaria de un reaccionario, Nicolás Gómez Dávila. Sin embargo, no nos podemos dejar engañar por una imagen estereotipada del académico tradicional: en él hay mucho de novedad;

1. ∗ La siguiente es la reseña biográfica que aparece en la solapa de los libros suyos publicados por Villegas Editores: “Nicolás Gómez Dávila. Nace en Bogotá el 18 de mayo de 1913. A la edad de seis años se traslada con su familia a París, donde asiste a un colegio benedictino. Durante su adolescencia, una grave neumonía lo man-tiene en cama por un periodo de casi dos años, circunstancia que lo obliga a proseguir sus estudios en casa, con profesores particulares. A los veintitrés años regresa a Bogotá. En esta ciudad contrae matrimonio con Emilia Nieto Ramos, unión de la que hubo tres hijos. Nicolás Gómez Dávila se recluye en su biblioteca, donde se dedica a la reflexión, a la lectura, al estudio y a escribir. Allí muere el 17 de mayo de 1994”.

2. ∗∗ Mauricio Galindo Hurtado en su texto “Un pensador aristocrático en los andes: una mirada al pensamiento de Nicolás Gómez Dávila” sitúa como lugar de nacimiento a Cajicá.

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leyendo y repensando sus escritos vemos un ansia de innovación que rompe los esquemas que parecieran ser defendidos a ultranza. Este es, finalmente, el singular propósito de este ejercicio.

Un ser reaccionario, contra la modernidad y sus frutos

La soledad caracteriza el vivir de este pensador3∗. Soledad que lo acompañó en la conformación

de su pensamiento y que compartió solo con algunos amigos privilegiados que pudieron contar con horas de grata conversación a su lado. Este alejamiento, propio del intelectual, permitió a Gómez Dávila las consabidas particularidades del pensador: la posibilidad de extrañamiento y, a la vez, la habilidad de mirar las cosas desde ángulos no comunes, a pesar de que privilegia en el filosofar el empleo de los lugares comunes. Señala al respecto: “Sin duda los lugares comunes enuncian proposiciones triviales, pero desdeñarlos como meros tópicos es confundir las soluciones insuficientes que proponen con las interrogaciones auténticas que incansablemente reiteran. Los lugares comunes no formulan las verdades de cualquiera, sino los problemas de todos”4. Son los lugares comunes la condensación de las inquietudes permanentes del hombre, evidencian los problemas que le suelen aparecer al hombre a lo largo de toda su vida. Dice Gómez Dávila: “Cualquiera que sea el disfraz que revista, el lugar común es una invitación tácita a cavar en su recinto”5.

Con el tiempo y la soledad de su parte, su mente encontró el terreno abonado para observar lo tradicionales goznes del pensamiento y fue capaz de inventar nuevos aceites para una lubricación más efectiva de los mismos. Y esto no es fácil: “Filosofar – dice - es repugnar a la ficción y renunciar a la facilidad”6. Pero Gómez Dávila no solo pensó; también escribió. Y escribió por medio de escolios, pero ¿qué es un escolio? Responde él: “Sin presumir una importancia de que carecen estas notas, las escribo con una sencillez desinteresada, similar a la de nuestra actitud ante las imágenes que preceden al sueño. Las proclamo de nula importancia, y, por eso, son notas, glosas, escolios; es decir, la expresión verbal más discreta y más vecina del silencio”7. Pero existe en él una sincera convicción: a veces es innecesaria la escritura, pero debe escribirse. Dice al respecto:

3. ∗ Dice en Escolios a un texto implícito I: “Limitar nuestro auditorio limita nuestras claudicaciones. La soledad es el único árbitro insobornable” (p.15).

4. GÓMEZ DÁVILA, Nicolás. Textos I. Bogotá: Villegas editores, 2002. p. 18.

5. Ibid, p. 19.

6. --------. Notas. Bogotá: Villegas editores, 2003. p. 59.

7. Ibid, p. 50.

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Ciertamente no creo que para pensar, meditar o soñar, sea siempre necesario escribir. Hay quien puede pasearse por la vida con los ojos bien abiertos, calladamente. Hay espíritus suficientemente solitarios para comunicarse a sí mismos, en su silencio interior, el fruto de sus experiencias. Mas yo no pertenezco a ese orden de inteligencias tan abruptas; requiero el discurso que acompaña el ruido tenue del lápiz, resbalando sobre la hoja intacta8.

Aunque a veces pareciera ser alguien de gran orgullo y autosuficiencia, se nota en el fondo una humildad y sencillez que solo se comparan con su gran erudición. Recomienda escribir solo para sí mismos9∗: “La abundancia de lo mediocre y nuestra propia incertidumbre nos aconsejan no escribir o, si no logramos evitarlo, hacerlo discretamente para nosotros solos. Que escribir sea para nosotros un juego o el más serio de nuestros actos; conviene que tengamos con lo escrito el mismo pudor que con los gestos del amor que tanto satisfacen, pero que a todos repugnan”10.

Amigo del saber, sospecha del avanzar del pensamiento que arrolla de manera absolutista al hombre solitario y silencioso11∗∗. Por esto se declara reaccionario, sin ningún tipo de temor:

Si un propósito didáctico me orientara, habría escuchado sin provecho la dura voz reaccionaria. Su escéptica confianza en la razón nos disuade tanto de las aseveraciones enfáticas, como la de las impertinencias pedagógicas. Para el pensamiento reaccionario, la verdad no es objeto que una mano entregue a otra mano, sino conclusión de un proceso que ninguna impaciencia precipita. La enseñanza reaccionaria no es exposición dialéctica del universo, sino diálogo entre amigos, llamamiento de una libertad despierta a una libertad adormecida12.

Desconfía del asentimiento irreflexivo al que han llegado no poca cantidad de pensadores contemporáneos a él y los propios de la modernidad; afirma al respecto: “El moderno llama ‘cambio’ caminar

8. Ibid, p. 49.

9. ∗ De hecho la primera publicación de algunos de sus escritos se hizo de manera callada y solo para algunos pocos amigos.

10. Ibid, p. 66.

11. ∗∗ Escribe en Escolios a un texto implícito I: “La verdad nace en el alma que se agita en medio del silencio de las cosas” (p. 63).

12. --------. Textos I. Op. Cit., p. 55.

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más rápidamente por el mismo camino en la misma dirección. El mundo, en los últimos trescientos años, no ha cambiado sino en ese sentido. La simple propuesta de un verdadero cambio escandaliza y aterra al moderno”13. Crítica sin compasión el resultado de esta nueva aparición del “saber”. Frente al saber del moderno afirma: “El moderno cree vivir en un pluralismo de opiniones, cuando lo que hoy impera es una unanimidad asfixiante”14. Por eso para él “El ‘racionalismo’ no es ejercicio

de la razón, es el producto de ciertos postulados especiales que han pretendido que los identifiquen con la razón misma”15. Lo moderno está absolutamente desprestigiado para Gómez Dávila; afirma al respecto: “La palabra ‘moderno’ ya no tiene prestigio automático sino entre tontos”16.

Como reaccionario que es, no tiene miramientos para su crítica; por eso afirma que “El reaccionario no es un pensador excéntrico, sino un pensador insobornable”17. Sin embargo sabe que no es fácil lanzarse a realizar tal proyecto de crítica pues “La objeción del reaccionario no se discute, se desdeña”18. Para Gómez Dávila “El reaccionario no es consejero de lo posible, sino confesor de lo necesario”19. Realmente está convencido de la necesidad de decir a todos que el proyecto de la modernidad es un proyecto descabellado: “La estupidez se apropia con facilidad diabólica lo que la ciencia inventa”20.

Para Gómez Dávila21 el pensamiento reaccionario teme la postiza simetría de los conceptos, los automatismos de la lógica, la fascinación de las simplificaciones ligeras, la falacia de nuestro anhelo de unidad.

Finalmente lo que quiere hacer Gómez Dávila es invitar: su reaccionarismo no pretende ser una simple piedra en el zapato del hombre de ciencia, es más una invitación a recapacitar en la confianza exagerada que la modernidad ha depositado en el avanzar científico de la modernidad, así lo afirma diciendo que “ser

13. --------, Sucesivos escolios a un texto implícito. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1992. p. 157.

14. Ibid, p. 114.

15. Ibid, p. 183.

16. Ibid, p. 60.

17. Ibid, p. 38.

18. Ibid, p. 68.

19. Ibid, p. 158.

20. Ibid, p. 61.

21. --------. Textos I. Op. Cit., p. 55.

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reaccionario es haber aprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino invitar”22. No cae, por tanto, en la trampa de borrar al otro para afirmarse a sí mismo; reconoce que “quien no se sienta heredero hasta de sus adversarios intelectuales no recoge sino parte de su herencia”23. Invita pues Gómez Dávila a reconocer que “la confusión intelectual se origina en la propensión de extender una idea, en lugar de buscar una idea extensa”24. Esto, parece sugerir él, pudo haberles sucedido a aquellos que depositaron su confianza en una razón todopoderosa25∗.

La Aristocracia, el mejor esquema político

Gómez Dávila no confía en la democracia como sistema prudente para el ejercicio del bien común. Podría uno preguntarse sus razones e intentar respuestas tentativas. Sin embargo, también es posible, deducirlas a partir de sus mismos textos. Considera que tanto el capitalismo como el comunismo son variables de la misma democracia:

Tanto capitalismo y comunismo, como sus formas híbridas, vergonzantes, o larvadas, tienden, por caminos distintos, hacia una meta semejante. Sus partidarios proponen técnicas disímiles, pero acatan los mismos valores. Las soluciones los dividen; las ambiciones los hermanan. Métodos rivales para la consecución de un fin idéntico. Maquinarias diversas al servicio de igual empeño26.

Ambos son, dice Gómez Dávila, mutantes históricos del principio democrático. Además, afirma: “La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan católicos cándidos; ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo XIX; ni estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la tesis comunista”27. Se vuelve sospechosa a Gómez Dávila la democracia: “Su fervor irreligioso, y su recato laico, proyectan limpiar las almas de todo excremento místico”28. Sin embargo, tiene cierta similitud con la forma religiosa: “La sociología de las revoluciones democráticas resucita categorías elaboradas por la

22. --------. Sucesivos escolios a un texto implícito. Op. Cit., p. 183.

23. Ibid, p. 19.

24. Ibid, p. 41.

25. ∗ Esta crítica al avanzar ciego propio de la Modernidad, con la razón como bandera, no es originaria de Nicolás Gómez Dávila. Bástenos recordar a Nietzsche, al movimiento Romántico, o algunos pensadores con-temporáneos (Guattari, Deleuze, Foucault, entre otros) que plantean algo parecido. Sin embargo, en Gómez Dávila la crítica no se refiere a un irracionalismo radical sino a una invitación a la reflexión para reconocer los límites de tal capacidad racional.

26. --------. Textos I. Op. Cit., p. 56.

27. Ibid, p. 58.

28. Ibid, p. 59.

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historia de las religiones: profeta, misión, secta. Metáforas curiosamente necesarias”29. Afirma que la democracia es una religión antropoteista, su principio es de carácter religioso pues asume al hombre como Dios:La divinidad que la democracia atribuye al hombre no es figura de retórica, imagen poética, hipérbole inocente, en fin, sino definición teológica estricta. La democracia nos proclama con elocuencia, y usando de un léxico vago, la eminente dignidad

del hombre, la nobleza de su destino o de su origen, su predominio intelectual sobre el universo de la materia y del instinto. La Antropología democrática trata de un ser a quien convienen los atributos clásicos de Dios30.

Aunque fue visitado por eminentes líderes políticos e intelectuales colombianos, algunos de los cuales fueron sus amigos personales31*, nunca gustó de mezclarse con el asunto ni prestó su nombre para ser relacionado con el tema político. Nicolás Gómez Dávila asume auténticamente32** su rechazo al ejercicio del poder a la manera democrática. La democracia vista desde su perspectiva no es sino un poder ejercido por el que menos lo debería ejercer y, para completar, de manera incorrecta; dice al respecto:

La democracia colectivista y despótica somete las voluntades apóstatas a la dirección autocráctica de cualquier nación, clase social, partido, o individuo, que encarne la voluntad recta. Para la democracia colectivista y despótica, la realización del propósito democrático prima sobre toda consideración cualquiera. Todo es lícito para fundar una igualdad real que permita una libertad auténtica, donde la soberanía del hombre se corona con la posesión del universo. Las fuerzas sociales deben ser encauzadas con decisión inquebrantable, hacia la meta apocalíptica, barriendo a quien estorbe, liquidando a quien resista. La confianza en su propósito corrompe al demócrata autoritario, que esclaviza en nombre de la libertad, y espera el advenimiento de un dios en el envilecimiento del hombre33.

Ve en la técnica el fruto de una religión democrática; en torno a esto

29. Ibid, p. 59.

30. Ibid, p. 63.

31. ∗ Algunos de ellos fueron Alberto Lleras Camargo, Mario Laserna, Alvaro Mutis, Alberto Zalamea, Fran-cisco Pizano, Abelardo Forero Benavides, Hernando Téllez, Douglas Botero.

32. ∗∗ He aquí su aportación novedosa al asunto.

33. Ibid, p. 73.

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afirma: “La técnica es la herramienta de su ambición profunda, el acto posesorio del hombre sobre el universo sometido. El demócrata espera que la técnica lo redima del pecado, del infortunio, del aburrimiento y de la muerte. La técnica es el verbo del hombre-dios”34. Siente, además, grandes sospechas en el título dado al pueblo por la supuesta soberanía popular:

La tesis de la soberanía popular entrega, a cada hombre, la soberana determinación de su destino. Soberano, el hombre no depende sino de su caprichosa voluntad. Totalmente libre, el solo fin de sus actos es la expresión inequívoca de su ser. La rapiña económica culmina en un individualismo mezquino, donde la indiferencia ética se prolonga en anarquía intelectual. La fealdad de una civilización sin estilo patentiza el triunfo de la soberanía promulgada, como si una vulgaridad impúdica fuese el trofeo apetecido por las faenas democráticas35.

Rechaza de manera enfática el sistema político engendrado por la democracia, no cree válido que se someta a la opresión a todo un grupo humano en aras de elegir al supuesto gobernante que “la mayoría” ha señalado como óptimo; advierte que, “El estado democrático es la herramienta por medio de la cual las mayorías primero oprimen a las minorías, y después se oprimen a sí mismas”36. Su crítica contra la democracia es incluso más mordaz cuando afirma que “Hay una manera práctica de saber si una idea es inteligente: averiguar si es impopular”37. Y respecto a los partidos dice: “En las democracias, los partidos políticos, al principio, son la consecuencia de un programa: los programas después son pretextos del partido”38.

Como vemos la democracia es para Gómez Dávila una tragedia para el hombre moderno, miremos tal idea presente en este párrafo de su obra Notas:

Sin embargo, hasta ayer el hombre creía en el mito de una acción común, de una acción que le permitía desprenderse de sí mismo, unirse a los demás hombres y realizar a la vez la más profunda y severa exigencia de su espíritu. Pero ¿qué hacer hoy, cuando toda acción común, todo gesto colectivo, solo crean universos donde son imposibles la grandeza del hombre y su nobleza? La acción colectiva lo lleva a colaborar en lo bajo y lo vil; solo le permite ocuparse de su auténtico deber un áspero egoísmo que acrecienta su soledad. Tragedia del hombre moderno, a quien solo puede satisfacer una acción común

34. Ibid, p. 73.

35. Ibid, p. 81.

36. -------- Sucesivos escolios a un texto implícito. Op. Cit., p. 146.

37. Ibid, p. 160.

38. Ibid, p. 175.

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con los otros hombres, pero que tiene que anhelar que esa acción fracase para salvar su propia nobleza39.

Es, entonces, la aristocracia40∗ el sistema político que debería regir al hombre para conquistar un verdadero bien común; afirma Gómez Dávila: “La civilización perdura en un país mientras le quedan huellas de costumbres aristocráticas”41. Así, a las clases dirigentes les corresponde sustentar una sociedad sana, este sería un verdadero Estado;

dice al respecto: “En la sociedad sana, el estado es órgano de clases dirigentes; en la sociedad contrahecho, el estado es instrumento de una clase burocrática”42. Piensa políticamente Gómez Dávila a la manera de la polis griega: “Las clases altas son el sitio por donde la sociedad respira”43. Y reviste a esta aristocracia de un poder coercitivo que, según él, aparece como algo justo: “El pueblo solo es civilizado mientras perdura la huella de una clase alta, látigo en mano”44.

Prefiere Gómez Dávila45 sostener una clase alta que sepa gobernar con justicia, a la corrupción burocrática originada por toda democracia. Hay algo de genética en la propuesta de este pensador: “La democracia es ‘elitista’. Siempre pretende escoger, aún cuando siempre escoja mal. Monarquía y aristocracia aceptan simplemente la casualidad genética”46. Suenan extraños estos últimos escolios, están en contravía del pensar democrático que el mundo contemporáneo formula hace rato. A contracorriente nos presenta convencidamente la aristocracia como modelo civilatorio superior a la democracia. Al respecto asevera: “Civilización es la disciplina que una clase social alta impone, con su sola existencia, a una sociedad entera”47.

La idea de Dios y su relación con el Hombre

Gómez Dávila fue formado en un cristianismo de carácter. Bebió en su infancia y adolescencia del cristianismo preconciliar y es el que se deja traslucir a través de su obra. Muy poco de lo propuesto por los

39. --------. Notas. Op. Cit., p. 62.

40. ∗ Es interesante la afirmación de Mauricio Galindo Hurtado que relaciona la estadía de Gómez Dávila en París y el contacto con promotores de ideas reaccionarias que deseaban el regreso de la monarquía francesa, bástenos mencionar a activistas políticos tales como Charles Maurras y Maurice Barres que pudieron haber influenciado al joven colombiano.

41. --------. Sucesivos escolios a un texto implícito. Op. Cit., p. 56.

42. Ibid, p. 141.

43. Ibid, p. 142.

44. Ibid, p. 153.

45. Ibid, p. 154.

46. Ibid, p. 177.

47. Ibid, p. 105.

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textos conciliares significará algo para él al respecto. Con esto, su idea de Dios nos parece llamativa, y más aún su manera de entender la relación de Este con el Hombre. Pero lo que nos podría oler a conservadurismo a ultranza puede aflorarnos como una novedosa inquietud mística. La preocupación sincera por la desmitificación, por la pérdida del encanto y del misterio son temáticas centrales de esta última reflexión.

Dios se convierte en Gómez Dávila en un horizonte de comprensión; afirma que “el peso de este mundo solo se puede soportar postrados de hinojos”48. En un lenguaje casi teológico explica la presencia de Dios en la realidad; veámoslo desde su obra “Textos I”:

Dios nace en el misterio de las cosas. Esa percepción de lo sagrado, que despierta terror, veneración, amor, es el acto que crea al hombre, es el acto en el que la razón germina, el acto en que el alma se afirma. El hombre aparece cuando Dios nace, en el momento en nace, y porque Dios ha nacido. El Dios que nace no es la deidad que una teología erudita elabora en la substancia de experiencias milenarias. Es un Dios personal e impersonal, inmediato y lejano, inmanente y trascendente; indistinto como el viento de las ramas. Es una presencia oscura y luminosa, terrible y favorable, amigable y hostil; satánica penumbra en que madura una espiga divina49.

A la manera tomista asegura que es primero la existencia divina que la humana; es más, afirma que “lo importante no es que el hombre crea en la existencia de Dios, lo importante es que Dios exista”50. Y de forma muy espiritual sugiere que “Dios no debe ser objeto de especulación, sino de oración”51.

Con respecto a su cristianismo, Gómez Dávila prefiere la fe sencilla a las elaboraciones teóricas; sobre esto dice: “Buscarle explicación a lo que se proclama misterio es el prólogo de la divagación herética. Contentémonos con un empirismo cristiano”52. La idea que tiene del cristianismo implica una vivencia de los hechos cotidianos aceptando los riesgos que conlleva asumirlos; así señala que: “Hay problemas que debemos vivir como problemas, y problemas que debemos vivir

48. Ibid, p. 25.

49. --------.Textos I. Op. Cit., p. 48.

50. -------- Sucesivos escolios a un texto implícito. Op. Cit., p. 181.

51. Ibid, p. 53.

52. Ibid, p. 20.

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como invitación a resolverlos. Ser cristiano es tener el tacto que los distingue”53. Y es condescendiente ante, incluso, lo que no parece racional ya que lo considera como una experiencia que no necesariamente deba entenderse: “Pretender que el cristianismo no haga exigencias absurdas es pedirle que renuncie a las exigencias que conmueven nuestro corazón”54. Lo que no perdona es la manera como, a su parecer, el cristianismo ha venido perdiendo lo que de defensor del misterio sagrado tenía: Así, afirma: “Ya no es ni siquiera en ética que degradan al cristianismo, es en sociología”55. Y como tal, logra ver desde su gran biblioteca en donde se refugia, un giro

del cristianismo con el cual no está de acuerdo. De esta manera señala: “Los que reemplazan la ‘letra’ del cristianismo por su ‘espíritu’ generalmente lo convierten en una pamplinada socio-económica”56. Y esto porque a Gómez Dávila le parece que “Lo que preocupa al Cristo de los Evangelios no es la situación económica del pobre, sino la condición moral del rico”57. Cree, entonces, que el cristianismo ha desdibujado su real papel: “Lo que importa al cristianismo es su verdad, no los servicios que le pueda prestar al mundo profano (el apologista vulgar lo olvida)”58. Así, delata sin más que “Los progresistas cristianos están convirtiendo al cristianismo en un agnosticismo humanitario con vocabulario cristiano”59.

Preocupa sobremanera a Gómez Dávila el asunto de la iglesia jerárquica, pero bástenos solo algunas citas para comprender su interés por no ser nuestra preocupación central aquí; escribe él: “La función de la Iglesia no es la de adaptar el cristianismo, al mundo, ni siquiera de adaptar el mundo al cristianismo, su función es la de mantener un contramundo en el mundo”60. En un lenguaje poético nos señala las funciones que cree él no debe dejar de lado la Iglesia institucional cristiana: “Hija de esperanzas inmortales, solo la Iglesia nos hermana a la meditación que cubre los peñascos asiáticos de una inmóvil epifanía de estatuas. Su liturgia secular reitera el gesto de las consagraciones primitivas. Un villorrio neolítico amasa un blanco pan en las grutas del Carmelo. En la Iglesia perdura la postración del

53. Ibid, p. 20.

54. Ibid, p. 21.

55. Ibid, p. 158.

56. Ibid, p. 64.

57. Ibid, p. 102.

58. Ibid, p. 128.

59. Ibid, p. 158.

60. Ibid, p. 103.

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primer simio ante la impasibilidad de los astros”61.

Frente al creyente está el ateo. Gómez Dávila “lanza” algunos escolios ante esta situación. Considera que el ateísmo es vaciar de sentido la realidad misma: “Cuando hasta la misma posibilidad de una trascendencia se vuelve impensable, el pensamiento sigue siendo útil, pero pierde todo interés”62. Incluso, en lenguaje sarcástico se burla del ateo: “Abundan los que se creen enemigos de Dios y solo alcanzan a serlo del sacristán”63. Ante el ateísmo fruto del proceso de dominio de la tierra cree que solo cabe una simple sonrisa de respuesta: “Si la trascendencia no existiera, la industrialización de la tierra sería la culminación risible de la historia”64.

¿Católico recalcitrante, conservador extremista65∗? O ¿creyente inteligente e intelectual atrevido? Lo cierto es que se nos presenta sin ambages ni timideces: “Nada inquieta más al incrédulo inteligente que el católico inteligente”66. Incluso, a veces, casi llega al insulto: “Hablar de Dios es presuntuoso, no hablar de Dios es imbécil”67. Dice también al respecto: “El incrédulo puede ser inteligente, el herético suele ser bobo”68. Y además: “En el hombre inteligente la fe es el único remedio de la angustia. Al tonto lo curan ‘razón’, ‘progreso’, ‘alcohol’, ‘trabajo’”69.

Y a todas estas, ¿Qué sucede con el hombre? Dentro de esta peculiar manera de pensar la reflexión sobre el hombre también nos deja perplejos. Piensa Gómez Dávila que hay un estrecho vínculo entre el hombre y Dios; afirma: “Entre el nacimiento de Dios y su muerte se desarrolla la historia del hombre”70. Y dentro de una concepción creacionista y platónica está convencido de que: “El hombre morirá, si Dios ha muerto, porque el hombre no es más que el opaco esplendor de su reflejo, no es más que su abyecta y noble semejanza”71.

61. --------. Textos I., p. 135.

62. --------. Sucesivos escolios a un texto implícito. Op. Cit., p. 14.

63. Ibid, p. 22.

64. Ibid, p. 34.

65. ∗ Podría incluso relacionarse a Gómez Dávila con el pensamiento de Miguel Antonio Caro cuando hablamos de este asunto.

66. Ibid, p. 64.

67. Ibid, p. 66.

68. Ibid, p. 167.

69. Ibid, p. 92.

70. --------. Textos I. Op. Cit., p. 45.

71. Ibid, p. 53.

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Influenciado por el existencialismo y por Heidegger, Gómez Dávila hace una reflexión en torno al hombre como único ser que sabe que tiene que morir. Sin embargo, contrapone a esta conciencia de la muerte la invención humana de la inmortalidad. Escribe en su obra “Textos I”: “La vida es temporaria paciencia de la muerte. El hombre es evasión transitoria de su futura podredumbre. Sin embargo, el único animal que sabe que tiene que

morir, el animal burlado por su obstinación quimérica, el animal que solo palpa materias corruptibles, inventa la inmortalidad”72. Pero este deseo de no morir no está alentado por el simple hecho del temor a la muerte:

Lo que tiene por esencia no morir es la perfección inexistente de las cosas deseadas. El deseo, el deseo que fracasa, el deseo que tiene por destino fracasar, el deseo que la vida sofoca y resucita, el deseo inmortal que nos tortura, es nuestra clandestina facultad de percibir la inexistente perfección del mundo: la perfección que escapa al vuelo del deseo, pero que la dura tensión de sus alas delata y manifiesta73.

Porque el hombre es para Gómez Dávila un rebelde: “El hombre nace rebelde. Su naturaleza le repugna. El hombre ansía una inmanencia divina. El mundo entero sería el cuerpo insuficiente de su implacable anhelo”74. Pero un rebelde encerrado por el tiempo: “Los años son nuestras celdas sucesivas. La vida traza una espiral desde el infinito de nuestras ambiciones hasta la fosa donde su vértice se clava. Nuestros sacrificios anticipan la rigidez postrera”75. Y aunque libre, el hombre aparece para él como el dueño del errar: “Somos libres de postular los fines más diversos, libres de ejecutar las acciones más contrarias, libres de internarnos en las selvas más oscuras, pero nuestra libertad es solo una libertad de errar. Si somos dueños de mutilar la promesa inscrita en nuestra carne, su determinación excede nuestro siervo albedrío76.

El hombre para Nicolás Gómez Dávila: “No es el huésped angélico caído en medio de una pululación de larvas. Ni la bestia enceldada en la concreción de su carne. Ni el espejo de una fantasmagoría de

72. Ibid, p. 146.

73. Ibid, p.150.

74. Ibid, p. 11.

75. Ibid, p. 13.

76. Ibid, p. 13.

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masas obedientes a sus solas trayectorias materiales. El hombre no es el mero sujeto, el espectador inmaculado, la pupila solitaria dilatada en el centro del espacio universal”77. En sus palabras, el hombre es el deseo que desea y el objeto del deseo; es el conjunto global, integral, entero de la condición humana; está arrojado en una situación irresoluble… es su condición y ésta quebrada y rota. Dice: “La condición del hombre es el fracaso… la condición del hombre es impotencia”78. Y agrega:

Viviéndose a sí mismo como impotencia radical, el hombre se vive a sí mismo en el tiempo, porque el tiempo es la concreta faz de la impotencia, su cuerpo sensual y perceptible. El tiempo es la impotencia vivida; el tiempo es la traducción de la esencial impotencia del hombre en el lenguaje de la sensibilidad; el acto en que nuestra impotencia se conoce y se asume, no como conclusión de un raciocinio sobre la repetida evidencia del fracaso, sino como carne de la vida79.

Para él80, el hombre tiene en la conciencia el modo como la existencia realiza su fracaso, la conciencia es la estructuración de la impotencia y del fracaso. Así: “Ser consciente es, luego, ser consciente del fracaso, de la imposibilidad final de todo empeño. La conciencia del hombre es conciencia de su impotencia, es conciencia de su condición”81.

Aparece desde esta temática una extraña situación contradictoria para el hombre: desde su conciencia hay una actitud de aceptación y de rechazo simultáneas en él con respecto a su ser de hombre; hay, por tanto, algo paradójico:

La conciencia que acepta su condición humana, la acepta necesariamente como condición absurda, y no puede rechazar la absurdidad esencial sin rechazar simultáneamente la condición misma. No pudiendo, así, rechazar el absurdo inherente que requiere justificación, la conciencia que acepta tiene que situar el principio justificativo fuera de toda condición, como una instancia trascendente. A esa instancia la conciencia refiere la condición total, pero la trascendencia del principio justificativo exige que la conciencia no espere contemplar su realización, o realizarlo ella misma, en el seno de la

77. Ibid, p. 22.

78. Ibid, p. 24.

79. Ibid, p. 24.

80. Ibid, p. 27.

81. Ibid, p. 29.

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condición humana, en el tiempo, en la historia82.

Sin embargo la realización del principio implicaría abolir la condición del hombre. La conciencia que acepta su condición no permitiría su redención sino solo fuera de toda condición imaginable. Si la conciencia rechaza su condición humana solo rechaza su absurdidad. Existen hombres que son capaces de aceptar su condición humana y que

aceptan las innaturales exigencias de la vida, dice con referencia a esto Gómez Dávila:

Estos hombres comprenden que la enfermedad de la condición humana es la condición humana misma, y que por lo tanto solo pueden anhelar la mayor perfección compatible con la viciada esencia del universo. Una inquieta ironía conduce sus pasos cautelosos a través de la torpe y áspera insuficiencia del mundo. Como nada esperan de la indiferencia de las cosas, la más leve delicia conmueve su corazón agradecido. Como no confían en la espontánea y blanda bondad del universo, la fragilidad de lo bello, la endeblez de lo grande, la fugacidad atroz de todo esplendor terrestre, despiertan en sus almas el respeto más atento la reverencia más solemne. Toda la astucia de su inteligencia, toda la austera agudeza de su espíritu, apenas bastan para ensayar de proteger y de salvar las semillas esparcidas83.

Ruego se me excuse citar aquí un texto un tanto largo suyo, pero creo necesaria su inclusión para finalizar esta presentación. Más que análisis filosófico puede verse aquí a un poeta que confía plenamente en la posibilidad del hombre, que espera en el cumplimiento futuro de sus sueños y anhelos:

El hombre traspasa la ausente presencia de su anhelo y percibe, palpa, posee, la carne única y sensual del supremo bien.Compacto bloque de pasado, excluso de remotos archipiélagos, que una alusión evoca, con su trino silvestre, y precipita en las frondas del presente. Insólito viajero que confía a nuestro corazón diurno su eternidad de un instante.Anhelo jubiloso que vacila sobre el borde de su seguro cumplimiento, y absorbe en el presente real de su promesa la futura vendimia.Mundo oculto en nuestro mundo transparente; blancura

82. Ibid, p. 33.

83. Ibid, p. 36.

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de una espalda en la floresta umbría; pureza del estanque bajo las ramas inclinadas.Árbol que ostenta al sol de la mañana los cristales de la nocturna lluvia; quieto fulgor del mar entre troncos retorcidos; silencio en que se dora nuestro fervor desnudo.Ancho horizonte de colinas bajo el opaco verde de robles; valle que oculta entre sombras un desgranar de fuentes repentinas.

Primavera de la más clara primavera; verano que prodiga las pompas del verano; otoño de las mieles del otoño; invierno de la inmóvil primavera.

Zumo de abejas embriagadas; pan cotidiano del amor.

Carne del mundo, donde la carne resucita.

Es en el fracaso mismo; es en la oscuridad senda de su frustración y de su engaño; es en la materia deleznable, en la tierra friable, en la arena lábil; es en lo voluble, en la mudanza, en la blanda carne amenazada, donde el hombre halla el firme suelo de sus sueños.

Mito que el corazón añora y adivina, que el hombre ignora; pero que tal vez su terco fervor no desearía si no fuese prometido a su ardiente posesión84.

Conclusiones

Un colombiano haciendo reflexiones filosóficas desde el rigor de las escuelas tradicionales europeas más excelsas puede sonar muy raro. Lo extraño es, sin embargo, que este mestizo suramericano le da a los viejos problemas del hombre europeo un matiz casi imperceptible que lo hace atractivo y novedoso. Una serie de contradicciones nos obligan a desconfiar de semejante prodigio: un aristócrata reaccionario en contravía de los desarrollos tecnológicos y racionales modernos, un hijo de familia burguesa que no cree en la democracia, un anticuado creyente preconcilar que parece hacer una profunda crítica a las experiencias cristianas inauténticas… en fin, podría tornársenos sospechoso. Sin embargo leyendo y releyendo sus textos, observando su modo de vivir y conociendo su ser cotidiano puede uno entender que se está ante un hombre que en su soledad y en su simplicidad supo hacerse amigo del saber. Es momento de conocerlo y darlo a

84. Ibid, p.153-154.

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conocer. Aunque no era muy devoto de sus coterráneos85∗ considero necesario hacer algo que en vida nunca se lo propuso: divulgarlo como pensador que merece reconocimiento y estudio. Sabemos que no lo aceptaría, pero no parece justo que estos ricos escolios sigan permaneciendo en la sombra y mucho menos que alguien como Nicolás Gómez Dávila siga siendo un desconocido en su propia tierra. Hemos podido dar cuenta de lo propuesto en este corto ejercicio, quede

la preocupación por saber que son muchos más los extranjeros que conocen a Gómez Dávila que sus propios compatriotas. Y finalmente un último escolio que considero una extraña mezcla entre sarcasmo y verdad:

“Los Evangelios y el Manifiesto comunista palidecen; el futuro del mundo está en poder de la coca-cola y la pornografía”86.

85. ∗ Extraña leer este duro escolio en contra de los colombianos que está en su libro Notas (p. 225): “Carac-terísticas del colombiano: imposibilidad de lo concreto; en sus manos todo se vuelve vago; falta de morali-dad; la noción de deber le es desconocida; la única regla es el miedo del gendarme o del diablo; en su alma ninguna estructura moral, ni intelectual, ni social; ignora toda tradición; sometido pasivamente a cualquier influencia, nada lo marca; nada fructifica, ni dura, en ese suelo de contextura informe, movedizo, plástico e inconsistente”.

86. --------Sucesivos escolios a un texto implícito. Op.Cit., p. 181.

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VOLPI, Franco. Nicolás Gómez Dávila. El solitario de Dios. Bogotá: Villegas editores. 2005

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Alfredo Abad Torres

La Filosofía como Epifanía

Alfredo Andrés Abad T.Universidad Tecnológica de Pereira

Resumen:

Este ensayo intenta esbozar la relación verdad transitoriedad en el pensamiento de Gómez Dávila y posibilitar por ello la clarificación de su concepción de la filosofía entendida ésta como proyecto inacabado y circunscrito a un instante concreto. De esta manera, la concepción de filosofía en el autor permite tener una idea más amplia y compleja de la misma acercándola a una visión mucho más personal y también fragmentaria.

Palabras clave: Verdad, filosofía, epifanía.

Abstract:

This paper tries to outline the relation truth transitority in the Gómez Dávila though and make posible the clarification from his conception of philosophy, understood as a constant project and limited by the concretion of the instant. In this author the philosophy has a larger and complex conception and brings it near to a fragmentariy and personal vision from itself.

Key words: Truth, philosophy, epifany.

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La Filosofía como Epifanía

Cuando hace algunos años descubrí a Nicolás Gómez Dávila en una de las selecciones que de sus escolios se han publicado, recuerdo haber permanecido estupefacto ante la perplejidad

que acontece una vez se aborda su obra. A pesar de las desavenencias que surgen ante su lectura, el mérito de una escritura y un pensamiento tan depurados dinamiza la entrega con que se abordan y acrecienta el interés sobre los mismos. El carácter implícito que se expresa en el título de su obra más importante o conocida Escolios a un Texto Implícito ha sido siempre tema de controversia dados los no muy claros referentes que pueden concretarlo. Siempre he tratado de huir de las alusiones que lo asocian al pensamiento reaccionario, no porque sean equivocadas, sino porque son evidentes y explícitas mientras que los enigmas que se recrean en la lectura de los Escolios enfocan las problemáticas gomezdavilianas hacia otro tipo de horizontes que en buena medida ofrecen un panorama más aventajado de su pensamiento filosófico. Esta última expresión (la de concebir un pensamiento filosófico en el autor) parecerá extraña a quienes se ocupan de representar la filosofía con una extrema tendencia hacia la especulación indirecta1, hacia la categorización rígida de la misma como un saber que se aprehende, digna sólo de consideraciones obtusas y torpes frente a lo que en un contexto más amplio puede definirse como filosofía, es decir, generar dudas, incertidumbre, problemas. Hacia esta perspectiva me permito ofrecer un esbozo de lo que en Gómez Dávila acontece como especulación nacida de la experiencia directa, una filosofía ajena a esquematismos como los que tanto aprecian los profesores de filosofía quienes más que pensar son simples embalsamadores de ideas. A lo largo de los Escolios es posible identificar críticas a la filosofía en lo que respecta a sus pretensiones de acatar un pensamiento no vivido, asimilado a través de la importación y no del surgimiento propio acaecido de manera directa como vivencia o epifanía. El descubrimiento de una verdad acontece de manera instantánea, como una lúcida recepción de un acontecer en donde el ser es devenir, para dar cuenta de una radical instantaneidad de la experiencia humana.

Da gusto leer a Gómez Dávila por la manera como se desliga de los cánones académicos en que la filosofía ha caído hace ya algunos siglos. Precisamente este punto indica una confrontación con un pensar en el que la experiencia o vivencia no fundamenta la reflexión, mientras que la escritura y el pensamiento en Gómez Dávila se inscriben paralelamente en una simbiosis en donde la fragmentariedad de la primera deriva de la inmediatez y del carácter directo que tiene el segundo. A pesar de que dentro del conjunto de su obra puede ser considerada la vasta y rígida inclinación hacia ciertas posturas

1. Hago referencia a la tendencia academicista de representar la filosofía como simple comentario a la tradición, y no como configuración de una existencia, tal como se concibe en Gómez Dávila. “Que la filosofía pueda parecer a algunos como una disciplina puramente intelectual, como un conjunto de conocimientos, como un grupo de investigaciones, es una singular aberración. La filosofía es una vida. La filosofía es una manera de vivir (…)” (Notas, 164)

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(eclesiales, políticas etc.) el matiz fragmentario de su pensamiento ha sido desestimado, precisamente por quienes afanados en ocuparse de las lecturas explícitas del autor, han olvidado el talante implícito que atraviesa toda la gran cantidad de fragmentos, y que en este esbozo, quisiera detallar como quizá la principal motivación para esclarecer las relaciones que Gómez Dávila sostuvo con algo que por ahora, sin mayores consideraciones establecemos como filosofía. Quiero pues indicar que para comprender el enfoque filosófico de este pensador se debe sin lugar a dudas considerar hacia qué apunta y qué motiva su escritura fragmentaria. Con respecto a lo que puedan pensar muchos críticos de la obra del colombiano, disiento de las mismas cuando establecen ciertos fundamentos motivadores del pensamiento gomezdaviliano, los cuales en la mayoría de casos están emparentados con un tipo de posicionamiento regular del pensador, en torno a temas corrientes y explícitos en su escritura. La contundencia de sus afirmaciones en torno a la modernidad y el respaldo reaccionario que las motiva, son esquemas a los cuales se ha querido reducir perniciosamente la obra del colombiano. Muy por el contrario, considero que el valor de la obra del colombiano no se reduce a su postura reaccionaria, la cual entre otras obliga a considerar aspectos sospechosos a través de los cuales filosóficamente el bogotano no saldría bien librado, si a ellos aludiéramos en lo que respecta por ejemplo a la confrontación de su obra con la escuela de la sospecha, para detallar que en buena parte de sus reflexiones se ocultan intenciones que como en todo pensamiento, no dejan bien posicionado a su creador en tanto descubren diversos intereses que ya Nietzsche, Marx y Freud han evidenciado2. Sabemos que la “empresa reaccionaria” de nuestro autor está anclada en supuestos que los pensadores de la sospecha nos obligarían a rechazar por motivos explícitos en los Escolios3. Creo que cualquier intento de respaldar y escudar los prejuicios del bogotano sólo puede ser emprendido por quienes en realidad más que comprenderlo quieren usarlo. Tal es el caso de las críticas enfocadas en una actitud discipular, propia de las derechas y de los claustros. Creo también por supuesto, que quienes se han ensañado contra el colombiano padecen un estrabismo

2. Paradójicamente el mismo Gómez Dávila tiene en común con autores como los citados, el hecho de mos-trarse como un crítico de un tipo de racionalidad, de moral, de interés; lo cual es suficiente para ubicarlo dentro de aquellos pensadores que han reconocido (sospechado) motivos ocultos en la cultura. Como es-céptico es pródigo en ejemplos de ello, pero de todas formas, eso no lo exime de haber caído él mismo en consideraciones análogas a las criticadas.

3. A pesar de que el autor puede ser criticado por los prejuicios que sostiene, no hay que olvidar que él mismo podría ser contado entre quienes se ubican entre los pensadores de las sospecha debido a su comprensión desengañada y escéptica. De hecho, “El modelo contemporáneo de bobo se caracteriza por el apasionamiento con que se proclama libre de prejuicios”; o también la contundente afirmación: “Desde hace dos siglos llaman “librepensador” al que cree conclusiones sus prejuicios” (Nuevos II, 13) Las citas extraídas de los textos de Gómez Dávila hacen referencia a las ediciones recientes de Villegas Editores.

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diametralmente opuesto a la miopía de sus aduladores4.

El enfoque fragmentario expuesto en los escolios y las paradojas a que nos obliga la lectura de los mismos, corresponden a un pensador mucho más problemático de lo que las reducciones reaccionarias nos suelen enseñar.

En numerosas ocasiones los Escolios introducen al lector en una red que el propio autor ha denominado estética puntillista. Esa red procura conformar una obra que si bien no es sistemática tiende en todo caso a considerar ciertas temáticas desde unas perspectivas que sí están definidas en el pensamiento del bogotano y por las cuales se puede hacer una clasificación detallada y regular del mismo. Existe sin embargo, otra red que en buena medida es laberíntica, la cual para los propósitos de este texto es en la que más quisiera concentrar la atención. Se considera aquí entonces el fragmento en todas sus problemáticas, en la ubicación no sólo escritural sino intelectual que hace que un autor como este no se deje encasillar fácilmente. Me interesa pues resaltar el hecho de que la elección de un tipo de escritura como el escolio, el aforismo y la nota, no se debe solamente a una consideración estilística sino que implica una constitución ideológica abierta y hasta laberíntica.

El fragmento y el instante

Que el hombre viva entre fragmentos es una consideración propia de don Nicolás, de hecho la hace suya al reivindicar el papel jugado por la concreción del instante dentro de la vida y por supuesto dentro del pensamiento. Vale la pena tener en cuenta la importancia que el autor concede al instante dentro de la comprensión de lo que podría considerarse una aprehensión fragmentaria y por ende, capaz de asumir la contingencia que la envuelve. Este aspecto es significativo y poco visto dentro de los horizontes de implicación del pensamiento gomezdaviliano. Incorpora dentro de sí una ambivalencia, una ambigüedad, una paradoja tal, que es capaz de constituir un terreno impropio para una crítica incapaz de asumir el equívoco dentro de una filosofía. “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante” (Escolios I, 44) El fruto de la exaltación por lo concreto indica una clara oposición a un modelo esquemático del mundo y de la realidad, o de lo que por ella se entienda. El hombre tal como lo ha entendido Nicolás Gómez Dávila no puede ser resuelto, ni en sus orígenes, ni en sus pretensiones, ni en sus querencias, y por lo tanto, el crítico tampoco podrá ejercer la violencia interpretativa que suele darse sobre el autor cuando lo reduce solamente al esquematismo propio de las ideologías a las que pertenece nuestro autor. De hecho, “Al inventarle un sentido global al mundo despojamos de sentido hasta los fragmentos que

4. Se han visto aún casos en que la misma izquierda se sirve de la crítica que el colombiano hizo de la moder-nidad y principalmente de la configuración burguesa del mundo, la cual entre otras cosas es una de las miradas más originales que se han hecho sobre la estructuración del mundo moderno.

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lo tienen” (Nuevos II, 93) El fragmento en Gómez Dávila, el instante arrancado como desgarramiento al devenir de la existencia no tiene un valor insignificante. En esa ambivalencia característica del pensamiento que asume la contradicción en toda su complejidad, el bogotano concede una considerable relevancia a la constitución de la imagen instantánea del fragmento vivido. Por ello pudo escribir con convencimiento y a la vez con sensibilidad:

Las experiencias espiritualmente más hondas no provienen de meditaciones intelectuales profundas, sino de la visión privilegiada de algo concreto.En el larario del alma no veneramos grandes dioses, sino fragmentos de frases, gajos de sueños. (Nuevos I, 44)

Tal inclinación por la manifestación de lo efímero, de lo casual, de la experiencia fragmentaria, no es un aspecto fortuito. Se debe a la propia concepción gomezdaviliana frente a la totalidad del universo. La idea de absorber una realidad a través de un sistema cerrado y preciso no es propia de quien pudo expresar que “El universo no es sistema, es decir: coherencia lógica. Sino estructura jerárquica de paradojas” (Escolios II, 129) De hecho, gran parte de los escolios están fundamentados en pensamientos paradójicos nacidos por supuesto de la visión fragmentaria de quien se ha ubicado en los instantes, los cuales tienen su propio valor y por lo tanto, su axiología se remite a una inmanencia del fenómeno cuyas resonancias sólo son comprensibles en tanto se ubique su contexto intransferible y único. Gran parte de la relevancia dada por el autor al fragmento y el instante tiene su origen en la asimilación del valor de lo concreto hasta el punto de poder ver en ello rasgos de un sensualismo y erotismo que distan mucho de la imagen convencional del bogotano. Los enfoques a partir de los cuales se determina esta metafísica de la sensualidad, en la cual la carne es un aspecto vital, no son constantes dentro de la obra; sin embargo, permiten describir una imagen distinta que dista de las visiones reduccionistas del autor. Así, “Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia” (Escolios I, 110) o “Mejor no ser nunca nadie, mejor no ser nunca nada que matar en nosotros el deseo, que extinguir nuestra sed” (Notas, 58) Esta apasionada descripción de la concreción e importancia del instante nace del inequívoco sentido que el autor le confiere a lo fragmentario nacido precisamente de la experiencia concreta5. A ella se debe el abordaje que se adopta en los Escolios de la verdad.

5. Esta experiencia esta demarcada por un halo trágico. En efecto, Gómez Dávila se da cuenta de que la inmediatez de la experiencia no es sólo evidencia directa sino también abocada a la finitud. En torno a esto pudo escribir: “La verdadera sensualidad es avidez de la eternidad de su objeto” (Escolios I, 150) En dicha avidez se manifiesta la experiencia trágica del instante ligado a la finitud y asumido en la posibilidad siempre trunca de desplegarse en la eternidad.

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La verdad en lo concreto

Si para Gómez Dávila “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante” (Escolios I, 44) es en vista de su inclinación a lo concreto e inmanente como fuente de verdad. En efecto, la evidencia proporcionada por la experiencia de lo concreto se plasma en una identificación directa e intransferible que mucho tiene que ver con la idea de verdad como alétheia de estirpe griega. Se trata de la tipificación de la verdad como identidad propia generada dentro del vínculo personal con el instante vivido. Al margen pues de las concepciones de verdad como adecuación, coherencia, etc., Gómez Dávila se siente ligado a un tipo de verdad ofrecida por la evidencia de lo inmediato. “La verdad no es juicio, sino adhesión a una evidencia concreta” (Escolios I, 58) Tal inclinación hacia la manifestación directa de lo encontrado en la cotidianidad ha sido poco tenida en cuenta en los estudios gomezdavilianos. Este rasgo es sumamente importante si se tienen en cuenta las implicaciones que derivan de allí contrarias a las concepciones dogmáticas que se han querido mostrar en el autor y por medio de las cuales se estaría suponiendo una inclinación hacia la verdad como adecuación que en manera alguna aparece en los Escolios. Más que una verdad asimilada como concordancia o como coherencia hacia una creencia previa, la verdad en el autor aparece como “la imprevista y misteriosa eflorescencia de una trivialidad” (Ibid. 130) En gran medida esta postura no se aleja de una hermenéutica amparada en la posibilidad de establecer la autenticidad de nuestra experiencia y por ello su verdad, sólo de acuerdo al contexto que la envuelve. El desenvolvimiento de una verdad sólo acontece en la medida de describir una experiencia única e intransferible derivada de un contexto particular cuya evidencia se asume como desvelamiento. Por ello, “La más simple verdad es tan compleja que ninguna fórmula la expresa, y requiere para expresarse el contexto global de una persona y de una vida” (Ibid. 208)6 La concreción de una verdad es su sentido más elevado, dado que su grado de estimación depende de la adhesión personal y por ello, es el contexto en el sentido fenomenológico lo que hace que la identificación de la misma sea auténtica. En muchos escolios el autor ha rescatado el valor de la literatura en este sentido. En efecto, es la inteligencia literaria la capacidad de pensar lo concreto (Cfr. Escolios II, 152) de acuerdo al desvelamiento fenomenológico acontecido en la experiencia poética y literaria que en gran medida ha desechado la filosofía de carácter sistemático. Este desvelamiento tiene un carácter cuyos despliegues se topan generalmente con el sentido de la filosofía como epifanía.

6. En este mismo sentido se despliega este escolio: “la verdad es la melodía de ciertas almas más que el producto de determinados métodos” (Escolios I, 295)

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A partir de la experiencia del instante como acontecimiento único e irrepetible, se establece en el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila una concepción de la filosofía que en buena medida choca contra la ortodoxia de la misma. La búsqueda gomezdaviliana por la manifestación de una metafísica de lo concreto explícita a través de la verdad como epifanía desestima las posiciones que han querido ver en el autor a un pensador que puede ser fácilmente inscrito dentro de una ortodoxia definida. Nada más inexacto a la hora de confrontar el buen número de escolios que se acercan a una identificación de la verdad con el instante vivido, esto es, irrepetible, que se manifiesta en la cotidianidad y en la confrontación personal a que está abocado irremediablemente. Que la verdad sea persona es algo que el autor ha establecido en la medida de identificar el carácter intransferible de la manifestación inmediata de lo descubierto en el devenir de cada existencia. La ubicación del contexto no es dimensión esporádica de la verdad sino auténtica legitimación de la misma. La hermenéutica derivada de allí establece una determinación del hombre a partir de la cual se asume como situación siempre concreta, cualquier legitimación de una identidad en el mismo que le haga ver como individuo ya totalmente fundado no es más que una construcción falsa que niega la propia posición del autor al respecto. La verdad del hombre es siempre verdad en situación, verdad en contexto, verdad como epifanía, verdad concreta. Por tal motivo en Textos Gómez Dávila afirma:

Es menester repetir con ahínco que el hombre es su situación, su situación total, y su situación nada más. (…) El presente es el insustituible lugar de lo real; lo que existe sólo existe en él. Existir es estar en el presente; es ser presente. La existencia existe en un presente eterno. El presente es la jugosa pulpa de las cosas, la morada inmoble del ser, el espacio luminoso donde residen las esencias. Es la existencia plena y densa; la substancia sin menguas; el acto puro del ser absorto en la colmada exaltación de su júbilo. Pero la validez intemporal, la repetición incesante, la caza de instantes abolidos, sólo son simulacros estériles e inanes del presente en la fluidez del tiempo. En efecto, aun cuando sea su realidad y su existencia, el presente es, sin embargo, lo que el tiempo mata, lo que tiene función de matar. (Textos I, 23-25)

Estas líneas no sólo revelan una postura que la filosofía contemporánea de Nietzsche a Heidegger ha interpretado a partir del carácter trágico del primero y del devenir existencial del ser en el tiempo del segundo. Instauran una fenomenología y una hermenéutica en donde se logra apreciar un posicionamiento claro del autor en lo que respecta a la

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exégesis del hombre y por ende de su verdad7. Puesto que el análisis debe concentrarse en dichas líneas y no solamente en las posibles conexiones con otras filosofías, su estudio permitirá detallar un enfoque fundamental del pensamiento del autor en torno al fenómeno de la verdad en la persona y su manifestación como epifanía.

El énfasis en el presente implica una acepción de la específica transitoriedad de la existencia humana y por tanto, una identificación del sentido con la ubicación contextual de la cual surge. ¿Qué relación se establece entonces entre el tiempo y la verdad? ¿No es esta relación una identificación grave de la tragedia8 propia del hombre y por la cual se reconoce su transitoriedad, esto es, su devenir irremediablemente ligado a la caducidad? De estas consideraciones sólo puede surgir una visión de la verdad como visión concreta y por lo tanto, sólo esta podrá ser auténtica, eminentemente habitada por una identificación de lo evidente, de lo manifestado en el desvelamiento del ser inmerso en el tiempo. No es otra la razón por la que con significativas repercusiones fue posible a nuestro autor haber concebido que “La literatura es la más sutil, y quizá la única exacta, de las filosofías” (Escolios II, 134), lo que en otros términos significa que la filosofía es realmente una epifanía. Al suscribirse a una descripción sobre lo singular o lo particular, la literatura se ocupa de exponer una manifestación de una verdad, esto es, de una emergencia de lo evidente. Si “toda verdad va de la carne a la carne” (Escolios I, 171) esto se resume en la inequivocidad de toda experiencia directa e intransferible que nace de la concreción temporal en donde habita el hombre.

Por supuesto, esta displicencia que Gómez Dávila tiene para con la filosofía entendida como sistema totalizador de conceptos no será bien recibida por los ambientes tradicionalistas de la misma. Los rasgos de una filosofía como epifanía se detallan en el mismo estilo del escritor. ¿No son acaso los escolios una confirmación de lo que se revela en la inmediatez? ¿Una confirmación del desvelamiento del ser atrapado en la concreción de la nota, la sentencia o el escolio? La escritura de este tipo explicita una manifestación inmediata que se ampara sólo en la concreción del instante del cual se origina. No nace pues bajo los auspicios de una obra acabada o proyectada hacia un acercamiento a un objetivo cualquiera. En la escritura fragmentaria el fragmento ya es un todo, y en este caso, es un todo que hace evidente una expresión única, es decir, una verdad acaecida como desvelamiento.

7. Es también evidente en ellas el que estén concebidas en un lenguaje no muy académico y por tanto hayan sido desestimadas. Sin embargo los rasgos fundamentales de las mismas detallan unas consonancias ineludibles con la fenomenología y la hermenéutica, específicamente de la línea heideggeriana. Esto no significa que el autor de Ser y Tiempo haya influenciado a Gómez Dávila, tan sólo es la exposición de unas posiciones similares que corresponden a posturas y contextos totalmente independientes.

8. En el lenguaje del propio Gómez Dávila más que de tragedia debe hablarse de fracaso. Cfr. Textos I pág. 22-36.

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Esta visión de la verdad como epifanía respalda la noción que Gómez Dávila deja advertir con respecto a la filosofía en la medida de no ver en ella una disciplina o una profesión sino ante todo un compromiso vital que se construye día a día y por el cual “(…) La obra propia de la filosofía es una vida y no un conjunto de recetas” (Notas, 443). Que la filosofía sea una manera de vivir, una estética de la existencia9, es algo que queda suficientemente legitimado por la no vinculación del autor en un derrotero específico de búsqueda de áncoras definitivas como las que proporcionaría un pensamiento sistemático. Pero el reconocimiento de la marginalidad del instante, el aspecto trágico que de allí deriva, la posibilidad de ver en ello una metafísica nacida en el seno de la transitoriedad, hacen que sea posible comprender por qué para el autor la vida escribe sus mejores textos en apéndices y márgenes.

9. Este punto lo he tratado con mayor amplitud en Gómez Dávila o las Paradojas de la Escritura. Tesis Uni-versidad Tecnológica de Pereira, 2007.

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La filosofía se acartona, se encanece, se encorva, cuando se divorcia de las letras.

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Krzysztof UrbanekEscuela Superior Bogdan Janski en Varsovia Polonia

Nicolás Gómez Dávila escribe desde las posiciones que denomina “reaccionarias”. Según su opinión, ser reaccionario en nuestro tiempo consiste en oponerse a las ideas de igualdad

y libertad ilimitada, de progreso y democracia, de materialismo, socialismo, capitalismo y revolución. En otras palabras: oponerse a todo lo que se considera actual y universalmente aceptado. Por otro lado ser reaccionario está fuertemente vinculado con el sentimiento de propia impotencia.

El pensador se apartó decididamente de todo lo contemporáneo y sostuvo que incluso el conservadurismo carece de sentido porque casi no hay cosas dignas de ser conservadas. En su opinión, vivimos en la época de la barbarie completa, época llena de falsos dioses y sus profetas y de ideas viles y estúpidas. Claro está, incluso hoy se pueden encontrar las últimas huellas de la antigua cultura, pero hacia esas huellas el hombre moderno tiene la actitud inequívocamente negativa y anhela eliminarlas tan pronto como le sea posible. En esta situación los reaccionarios, privados de influencia sobre la realidad, tienen solamente una misión: conspirar. Sin embargo, la conspiración no puede reducirse a aumentar el caos revolucionario, sino que debe consistir en guardar el legado cultural y civilizador, ese fermento del que milagrosamente –la intervención de Dios le parece a Gómez imprescindible– algún día podría renacer la estructura sana del universo humano. Fiel a sus convicciones Nicolás Gómez Dávila en su difícil trabajo de comentarista no buscaba novedades, sino las verdades antiguas y comprobadas, las verdades que llamaba “lugares comunes”.

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Según el autor de los Escolios a un texto implícito la situación de los reaccionarios ha empeorado considerablemente después del II Concilio Vaticano (1962 – 1965). La Iglesia pre-conciliar comprendía que su tarea primordial es proclamar el Reino de Dios y oponerse al mundo corrompido por naturaleza, mientras que la Iglesia post-conciliar ha firmado una alianza con el mundo y ha empezado a pudrirse. El pensador colombiano criticaba con decisión los cambios litúrgicos porque pensaba que el rito es más importante que las palabras y que la participación de los fieles se acerca demasiado a la profanación. Tampoco le gustaban los cambios en la retórica porque –por lo menos desde su perspectiva– llevan a sustituir la enseñanza sobre la misión redentora de Cristo por las divagaciones socioeconómicas y psicológicas. Al reaccionario le parecía totalmente incomprensible la expulsión del latín –viejo y consagrado por los siglos del ministerio litúrgico– y la introducción de las lenguas vulgares.

Al leer los escolios de Gómez Dávila uno se encuentra bajo la irresistible impresión de que el pensador estaba auténticamente escandalizado y asustado con lo que denominaba “protestantización”, democratización y secularización de la Iglesia Católica. Hay que advertir que el autor criticaba la Iglesia actual sin piedad llegando a veces hasta los límites del buen gusto. Al mismo tiempo hay que señalar que a diferencia de la mayoría de los críticos contemporáneos el solitario de Bogotá combatía desde dentro de la Iglesia.

El reaccionario odiaba la democracia y le contraponía la antigua sociedad feudal cuya ampliamente desarrollada estructura jerárquica permitía desfrutar de la auténtica libertad. La libertad, según el reaccionario, consiste en la libre elección del amo. El pensador subrayaba que la jerarquía es algo natural y bello, y que únicamente la sociedad jerárquicamente ordenada puede ser buena y realmente reflejar el sano organismo vivo. Gómez Dávila recordaba que antes en la cabeza de la sociedad estaba la aristocracia que destacaba por la experiencia acumulada por los siglos, la valentía y el gusto. En las manos de los mejores se encontraba la responsibilidad de otros grupos sociales y la licencia de hacer uso de la fuerza: el símbolo era el látigo, es decir, el instrumento –por lo menos en este caso– para disciplinar a los rebeldes. La aristocracia jugaba y debería seguir jugando el papel especial en sus relaciones con la élite intelectual a la que le faltan a menudo las virtudes del espíritu y la nobleza de los modales cotidianos propios de los aristócratas.

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Entretanto ahora todo sucede, según Gómez Dávila, en el ambiente absurdo del igualitarismo y la ilimitada libertad, y la única –porque bien organizada– clase social real es la burocracia que oprime todas las demás. Otro problema de nuestro tiempo es la muchedumbre –mantenida en el hervor revolucionario y sometida a las manipulaciones políticas, económicas y psicológicas– que es capaz de imponer todas las soluciones. El pensador reconoce trágico que ahora se trate de ocultar los valores eternos, antes vigilados y cultivados por los mejores, con los nuevos, ratificados en los plebiscitos populares.

Nicolás Gómez Dávila escribía de la fealdad del mundo moderno, del mundo en el que se olvida de lo bueno, lo verdadero y lo bello, y se alaba lo chillón o simplemente lo útil. En vez de las catedrales, los castillos, los conventos y los palacios se construyen horribles objetos utilitarios que, traicionando la vileza de las almas de sus constructores, embotan la sensibilidad y corrompen el gusto de los demás. Todo el arte moderno, según el pensador, está totalmente pendiente de la moda actual y predispuesto a satisfacer los instintos más bajos del público. De vez en cuando resuenan todavía algunos ecos del bueno y noble arte clásico, sin embargo, eso suele ocurrir sobre todo por casualidad. Los artistas, como la mayoría de la gente que se ocupa de la “producción cultural”, están depravados, carecen de educación, anhelan el aplauso y los provechos materiales. En consecuencia, son totalmente estériles. El reaccionario hablaba mucho de la creación artística de los siglos pasados. Percibía en ella los valores que le permitían al individuo desarrollar y conservar su propia humanidad, y encontrar lo trascendental: en última instancia, encontrar a Dios. Hay que señalar que el pensador colombiano reconoce el arte como el último baluarte de la tradición: porque todo es destruible, salvo lo bello que es immortal.

Gómez Dávila dedicaba mucho espacio a la filosofía. Se puede arriesgar la tesis de que él mantenía el diálogo con todos los filósofos importantes del pasado y expresaba su opinión respecto a casi todos los básicos problemas filosóficos. En sus escolios manifestaba la convicción de que filosofar es intentar responder siempre las mismas preguntas con un vocabulario perpetuamente cambiante. Además, creía que para cultivar una gran reflección filosófica se necesita no solamente la competencia técnica y la capacidad de analizar, sino también el talento literario y la habilidad de utilizar las metáforas. Nicolás Gómez Dávila fue enemigo de todas las corrientes del pensamiento humano que ignoraban la complejidad y la pluralidad interna de la realidad humana. Se oponía a los monismos, los racionalismos parciales, los grandes sistemas idealistas. Estaba en contra de los materialismos, los utilitarismos y los determinismos. De entre los pensadores que rechazaban sistematicamente los conceptos teístas, sólo sentía auténtica simpatía –por lo menos da esa impresión– por Nietzsche, porque consideraba que solamente

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este filósofo alemán fue plenamente consecuente y verdaderamente valiente.

Gómez Dávila presta mucha atención a Marx, del que sabía reconocer sus logros, y a los marxistas, a quienes juzgaba malogrados y arribistas. El reaccionario estimaba altamente a Platón y a los pensadores cristianos que se basaron en su enseñanza. Además, al reaccionario le gustaban por ejemplo Descartes, Pascal, Kant y Schopenhauer. Gómez Dávila advertía de las consecuencias funestas de las doctrinas estoicas, hegelianas y las relacionadas con la Ilustración francesa.

El solitario de Bogotá se presentaba como pensador teocéntrico, que en el conflicto entre los racionalistas y los voluntaristas se identificaba con los últimos, destacando constantemente el carácter fundamental de la gracia y de la obra redentora de Cristo. Él no podía aceptar ni la tendencia actual de situar al hombre en el centro del universo, ni el gnosticismo que seguía desarrollándose con tanta dinámica. Tampoco compartía la fe moderna en la fuerza liberadora del progreso y el desarrollo científico y técnico. En cambio, esperaba un milagro y ponía su confianza en la eficacia de la plegaria repetida con paciencia.

El autor en sus comentarios tocaba muchísimos temas y cuestiones, y es imposible ahora enumerarlos todas. Concluyendo, pues, quisiera subrayar que para mí lo más importante en la obra del pensador colombiano es que se puede ver en ella la epifanía del espíritu de la cultura europea y occidental, el espíritu heleno, latín y cristiano, el espíritu que en el Viejo Continente parece estar en agonía. Y la divulgación de los escolios que presentamos hoy día se puede considerar un milagro gracias al que también nosotros tenemos la oportunidad de divisar los fundamentos casi olvidados de nuestra conciencia, las bases que a menudo desaparecen bajo las pilas de basura y escombros. El “texto” deconstruído y mancillado muchas veces es simplemente inalcanzable, sin embargo quedan los escolios que nos ofrecen su esencia. Creo que los volumenes que nos ha dejado Nicolás Gómez Dávila pueden jugar el papel de la llamada a volvernos a nuestras auténticas raíces. Quien ama la profundidad y la claridad de esos tomos no parará hasta que no llegue a su fuente subyacente.

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Selección Escolios

Selección de Escolios

NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA

- Cuando oigo a dos suramericanos hablar de Europa, quisiera embarcarme, inmediatamente, para Australia.

- Todo pedagogo es un pederasta vergonzante.

- En la antigüedad no existió lo que hoy se llama filosofía; y lo que entonces se llamó filosofía hoy no existe.

- En filosofía lo que no sea fragmento es estafa.

- El estado liberal no es la antítesis del estado totalitario, sino el error simétrico.

- Las filosofías son más interesantes como capítulos pintorescos en la historia del pensamiento que como pretenciosos asaltos a la verdad.

- Lo difícil del filósofo difícil suele ser más su lenguaje que su filosofía.

- La filosofía es actitud solitaria. La adhesión de cualquier muchedumbre a una doctrina la convierte en mitología.

- Filosofar es adivinar, sin poder nunca saber si acertamos.

- En filosofía debemos buscar con seriedad, pero no confiar sino con ironía en lo que encontramos.

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Escolios Nicolás Gómez Dávila

- Los credos del incrédulo me dejan atónito.

- El filósofo se desequilibra fácilmente, sólo el moralista no suele perder el juicio.

- Filósofo honesto es el que no deja que su oficio piense por él.

- Lo que importa a casi todos no es tener razón, sino tenerla ellos.

- Desde hace dos siglos llaman “libre pensador” al que cree conclusiones sus prejuicios.

- Casi todo el mundo tiene cara petulante de joven y de viejo cara boba.

- Creyendo rugir, el joven rebuzna.

- Los reaccionarios somos infortunados: las izquierdas nos roban ideas y las derechas vocabulario.

- El roce social no pule, empuerca.

- Izquierdistas y derechistas meramente se disputan la posesión de la sociedad industrial. El reaccionario anhela su muerte.

- Tomistas y marxistas pueden intercambiarse personal.

- Libertad es el término que más se emplea sin saber qué significa.

- Con la aparición de discípulos se fosiliza una filosofía; con la aparición de escuelas filosóficas se fosiliza una cultura.

- Ser izquierdista es juzgar a nuestro adversario no sólo culpable de sus crímenes sino también de los nuestros.

- La izquierda ya no se atreve a proclamarse esperanza, sino a lo sumo fatalidad.

- Hoy llaman “liberación intelectual” el cambio de cárcel.

- La mayoría de la gente no conoce las ideas sino como conoce las celebridades: en retrato.

- El marxismo es la teología puritana de la religión burguesa.

- Desde mediados del siglo pasado, desde Baudelaire, Flaubert, Kierkegaard, Dostoievski, Ruskin, Burckhardt, es cosa sabida que la fe en el progreso caracteriza al imbécil.

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Selección Escolios

- El fragmento es el medio de expresión del que aprendió que el hombre vive entre fragmentos.

- La izquierda no condena la violencia mientras no la oye golpear a su puerta.

- Nada nos sobra. Todos sobramos.

- Todo mendigo es mi hermano.

- Ser reaccionario es comprender que el hombre es un problema sin solución humana.

- La filosofía se acartona, se encanece, se encorva, cuando se divorcia de las letras.

- La democracia ateniense no entusiasma sino a quienes ignoran a los historiadores griegos.

- La inteligencia aísla; la estupidez congrega.

- El ser que uno se encuentra ser nos es también finalmente un ser extraño.

- Las obras excelsas del siglo XX no son ‘modernas’; ‘modernas’ son los numerosos desatinos. Proust no es ‘moderno’, ni Yeats, ni George; ‘moderna es la poesía cacofónica y la novela experimental.

- Latín y griego educan porque transmiten una visión del mundo antagónica a la actual.

- Un congreso de ‘filósofos’ enternece.

- El filósofo que sale a la plaza pública acaba vendiendo específicos.

- El profesionalismo, en filosofía, suele ser ardid para eludir las responsabilidades del pensamiento.

- La novela contemporánea cava su fosa en el cementerio donde enterraron la tragedia clásica del XVIII.

- La mano que no supo acariciar no sabe escribir.

- El ateo nunca le perdona a Dios su inexistencia.

- Celso y Porfirio inventaron al Jesús revolucionario.

- La idea tiene filo, pero sólo la imagen tiene profundidad.

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En torno a Nicolás Gómez Dávila

- Los filósofos actuales viven entre más tabús que el hechicero primitivo.

- Ser estúpido es creer que se puede fotografiar el sitio que cantó un poeta.

- El especialista va de monografía en monografía hasta el coma final.

- El historiador de izquierda visita las épocas aristocráticas de la historia con remilgos de beata escrupulosa.

- Leer a Nietzsche como respuesta es no entenderlo. Nietzsche es una interrogación inmensa.

- El intelectual no es que piensa sino el que opina.

- El anticristo es, probablemente, el hombre.

- El escepticismo es la humildad de la inteligencia.

- El hombre vive de sus problemas y muere de sus soluciones.

- Muchos aman al hombre sólo para olvidar a Dios con la conciencia tranquila.

- Sólo hay instantes.

- La filosofía es un género literario.

- Historiador marxista y exegeta católico, ambos mienten.

- La filosofía que no se contenta, a la postre, con catalogar dificultades meramente resulta cómica a la larga.

- Quien escribe razón con mayúscula se prepara a engañar.

- Más tedioso aún que el trabajo es su panegírico.

- “Fin de las ideologías” es el nombre con que celebran el triunfo de una determinada ideología.

- Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son.

- Nada más peligroso que resolver problemas transitorios con soluciones permanentes.

- La filosofía honesta no pretende explicar sino circunscribir el misterio.

- Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir.

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Selección Escolios

- La literatura moderna elabora más platos para cocinero que para gastrónomo.

- Vencer a un tonto nos humilla.

- La idea desarrollada en sistema se suicida.

- Vivimos porque no nos miramos con los ojos con que los demás nos miran.

- El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.

- Hace doscientos años era lícito confiar en el futuro sin ser totalmente estúpido. ¿Hoy quién puede creer en las actuales profecías, puesto que somos ese espléndido porvenir de ayer?

- Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos.

- El acto filosófico genuino está en descubrir un problema en cada solución.

- Reducir la filosofía al análisis lingüístico equivale a suponer que sólo hay pensamiento ajeno.

- El hombre común yerra en la oscuridad, el filósofo se equivoca a la luz del día.

- El prejuicio de no tener prejuicios es el más común de todos.

- Hijo calavera de notable provinciano, el comunismo deslumbra a la ciudad con sus arengas, mientras prepara su regreso al pueblo para administrar la botica de su padre.

- Los profesores de literatura y filosofía miran al escritor y al filósofo con superioridad de adulto.

- ¡Qué raros son los que no admiran libros que no han leído!

- Toda época bautiza absoluto su anécdota.

- Acostumbramos llamar perfeccionamiento moral el no darnos cuenta de que cambiamos de vicio.

- Los cristianos de Nietzsche no son los de ayer, sino los de hoy. Historiador inexacto, pero tal vez profeta.

- Con buen humor y pesimismo no es posible ni equivocarse ni aburrirse.

- ¿La tragedia de la izquierda? Diagnosticar la enfermedad correctamente, pero agravarla con su terapéutica.

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En torno a Nicolás Gómez Dávila

- La literatura contemporánea parece una algarabía de eunucos en celo.

- Ojalá resucitaran los “filósofos” del siglo XVIII, con su ingenio, su sarcasmo, su osadía, para que minaran, desmantelaran, demolieran, los “prejuicios” del siglo XX. Los prejuicios que nos legaron ellos.

- La ética debe ser estética de la conducta.

- Pensando en abrirle los brazos al mundo moderno, la Iglesia le abrió las piernas.

- El proletariado tiende hacia la vida burguesa, como los cuerpos hacia el centro de la tierra.

- La literatura es la más sutil, y quizá la única exacta, de las filosofías.

- El especialista no sabe qué sabe.

- Los intelectuales, al morir, van al limbo.

- La literatura plantea los problemas del hombre en el idioma de la inteligencia y no en uno de los esperantos del intelecto.

- El que argumenta suele convencer de lo contrario.

- El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.

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Colaboradores

Franco VolpiProfesor de filosofía de la Universidad de Padua (Italia). Es autor de estudios que van de la filosofía antigua al pensamiento contemporáneo tales como Heidegger e Brentano (1976) Heidegger e Aristotele (1984) entre otros. Dirige para la editorial Adelphi la edición de las obras de Heidegger (1987-) y Schopenhauer (1996-) en italiano. Ha difundido ampliamente la obra de Gómez Dávila especialmente en Europa.

Conrado Giraldo ZuluagaDocente Asociado de la Facultad de Filosofía de La Universidad Pontificia Bolivariana, Magíster en Desarrollo y Licenciado en Filosofía y doctorando de la misma universidad, músico del Instituto de Bellas Artes de Medellín.

Francia Elena GoenagaProfesora asistente del Departamento de Literatura de la Universidad de los Andes (Colombia). Traductora de Las Máximas de François de La Rochefoucauld, publicado por Eafit en el año 2006. Realizó su tesis de doctorado sobre los moralistas franceses del siglo XVII francés, y una maestría en filosofía contemporánea sobre El pensamiento reaccionario. Nicolás Gómez Dávila en Paris. En San Librario Libros ha publicado dos libros de poesía: Gestos y La boca del cielo.

Till KinzelProfesor de literatura inglesa y americana en la Technische Universität Braunschweig (Alemania). Ha publicado los libros: Sobre Michael Oakeshott (2007), sobre Philip Roth Die Tragödie und Komödie des amerikanischen Lebens, 2006, y Allan Bloom y Leo Strauss Platonische Kulturkritik in Amerika, 2002. Es también el autor del primer libro sobre Nicolás Gómez Dávila Nicolás Gómez Dávila - Parteigänger verlorener Sachen, 2003, ³2006 el cual está disponible en su tercera edición.

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Krzysztof UrbanekDoctor en filosofía, profesor de filosofía en Szkoła Wyższa im. Bogdana Jańskiego w Warszawie (la Escuela Superior Bogdan Jański en Varsovia Polonia) Ha publicado los libros: Osoba – nauka – wiara. Filozofia personalistyczna Pedra Laína Entralga, SIM, Warszawa 2007 (Persona – ciencia – fe. La filosofía de Pedro Laín Entralgo). Y Między sceptycyzmem a wiarą. Nicolás Gómez Dávila i jego dzieło, Bogna J. Obidzińska, Krzysztof Urbanek [red., red.], Furta Sacra, Warszawa 2008. (Entre el escepticismo y la fe. Nicolás Gómez Dávila y su obra, Bogna J. Obidzińska, Krzysztof Urbanek [ed., ed.])Traductor al polaco de Nuevos escolios a un texto implícito. Tomo I, Furta Sacra, Warszawa 2007 y de Sucesivos escolios a un texto implícito, Furta Sacra, Warszawa 2006.

Alfredo Abad T.Profesor adscrito al programa de filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira (Colombia). Licenciado en Filosofía, Magíster en Literatura (U.T.P) (Tesis Nicolás Gómez Dávila Las Paradojas de la Escritura) Autor de los libros Filosofía y Literatura Encrucijadas Actuales (2007); con Liliana Herrera Cioran, Ensayos Críticos (Compilador - Traductor, 2008). Coordinó para la revista Paraδοξα la presente edición conmemorativa de Gómez Dávila.

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Convocatoria

La Revista es una publicación semestral de carácter filosófico y recibe colaboraciones nacionales

y extranjeras en torno a temáticas expuestas a través de ensayos, reseñas o traducciones.

Las colaboraciones deben enviarse a la secretaría del Programa de Filosofía de la Universidad Tecnológica

de Pereira en formato digital o al E-mail [email protected]

En cuanto al manejo de bibliografía y citas es necesario tener en cuenta las siguientes consideraciones:

1. Las citas deben hacerse en el interior del texto así: (Apellido del autor, año, pág) junto al texto

que se está citando o al que se está refiriendo por medio de una paráfrasis.

Ej. (Marcuse, 1984:56)

2. La bibliografía debe incluirse al final del texto y debe tener las siguientes características:

- Para libros: Apellido del autor, Iniciales del nombre (Año de publicación).

Nombre del libro. Sitio de publicación: Editorial.

Ej.: Heidegger. (1997). Ser y Tiempo. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

- Para revistas: Apellido del autor, Iniciales del nombre (Año de publicación). “Nombre del artículo”.

En: Nombre de la revista, Número de la revista, páginas.

Ej. Foucault M. (1969). “Nietzsche, Freud, Marx”.

En: Eco, 19, 34-47.

- Para artículos en obras colectivas: Apellidos y nombres del autor, (fecha)

“Título del artículo”, en: Apellidos y nombres del editor o compilador.

Título del libro. (Edición) ciudad: editorial, páginas.

Ej. Hoyos, Guillermo. (1994) “Elementos filosóficos para la comprensión de una política de

ciencia y tecnología”, en: Viviescas, Fernando y Giraldo Izasa, Fabio (Comp.) Colombia: el

Despertar de la Modernidad. Bogotá: Ediciones Foro Nacional por Colombia. p. 396-451.

Otras consideraciones:

- Es importante señalar que todo ensayo debe tener su resumen y su traducción al inglés de no más

de 10 líneas. De igual forma, las colaboraciones deben estar acompañadas de una breve nota

biográfica. Redactar el texto en Word y enviarlo sin tabulaciones o efectos que complican la

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- Las traducciones deben enviarse con el texto original y con la autorización por escrito del autor.

- Los ensayos y traducciones deben tener una extensión mínima de 15.000 caracteres y una máxima de

40.000. Las reseñas una mínima de 5.000 y máxima de 15.000 caracteres en Arial 12 puntos.