ni · mente más fácil y cómoda que emprendo hoy, el bueno de joaquín me será de la mayor...

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nI LA PLANA DEL MAGDALENA P ASE todavía algunos días en Bogotá antes.' de aventurarme, de ahora en adelante solo, por el interior tan variado y tan profundo de Colombia, donde debía desarrollarse la parte más importante y positiva de mi viaje. Interesado, tanto por sus riquezas naturales e,omo por las costumbres de sus habitantes, me ,proponía realizar una extensa jira por el sistema de la cordillera central, principiando por el Toli- ma, para de allí descender por Antioquia hacia Cartagena y el mar. De las dos o tres tardes de que aun disponía, dediqué una de ellas a revivir un poco el pasado, contemplando algunos ejempla- res raros de la orfebrería indígena, de los que la señora viuda de Restrepo, esposa del ex ministro de Relaciones Exteriores, tuvo a bien hacerme los honores. La mayor parte de esa hermosa colec- ción se exhibía de momento en una exposición ea el extranjero; pero quedaban aun bastantes obje- tos para producir una impresión insospechada y apasionante; no se cansaba uno de contemplar en todos sentidos esas joyas dormidas durante tanto tiempo en la noche de los grandes vasos de barro exhumados de repente a la luz y como deslumbra- dos por la claridad del siglo XIX. y son de oro todos esos reales objetos, de oro de lo más fino y macizo, de oro son las máscaras con mejillas agrandadas, con cuello hundido y con ojos alargados y cuya gravedad parece perderse en algún sueño del pasado. De oro son los anchos pectorales dispuestos en forma de alas extendidaS!

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nILA PLANA DEL MAGDALENA

PASE todavía algunos días en Bogotá antes.'de aventurarme, de ahora en adelante solo,por el interior tan variado y tan profundode Colombia, donde debía desarrollarse la

parte más importante y positiva de mi viaje.Interesado, tanto por sus riquezas naturales

e,omo por las costumbres de sus habitantes, me,proponía realizar una extensa jira por el sistemade la cordillera central, principiando por el Toli-ma, para de allí descender por Antioquia haciaCartagena y el mar. De las dos o tres tardes deque aun disponía, dediqué una de ellas a revivirun poco el pasado, contemplando algunos ejempla-res raros de la orfebrería indígena, de los que laseñora viuda de Restrepo, esposa del ex ministrode Relaciones Exteriores, tuvo a bien hacerme loshonores. La mayor parte de esa hermosa colec-ción se exhibía de momento en una exposición eael extranjero; pero quedaban aun bastantes obje-tos para producir una impresión insospechada yapasionante; no se cansaba uno de contemplar entodos sentidos esas joyas dormidas durante tantotiempo en la noche de los grandes vasos de barroexhumados de repente a la luz y como deslumbra-dos por la claridad del siglo XIX.y son de oro todos esos reales objetos, de oro

de lo más fino y macizo, de oro son las máscarascon mejillas agrandadas, con cuello hundido y conojos alargados y cuya gravedad parece perderseen algún sueño del pasado. De oro son los anchospectorales dispuestos en forma de alas extendidaS!

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PIERRE D'ESPAGNAT

y los cetros de los caciques con doble airón de plu-mas hieráticas; de oro todas las figurillas, todaesa fauna plasmada en pleno movimiento, en plenaanimación, jaguares que se lanzan, gallinas quepicotean, peces que nadan. De oro son las pesadasarracadas que pendían de las ventanas de la na-riz y las argollas bruñidas que se ponían en los to-billos. De oro son, también, dos o tres reliquiasque cautivan por su aspecto y su destino sepulcral.Eran las urnas cinerarias que sin pie se apoyancontra el cristal de la vitrina, como las antiguasánforas; una de ellas, de un trabajo acabado, mellamó la atención por su pesada riqueza revestidadel gusto más refinado: en forma de pera ligera-mente aplastada, con una cabeza que llora en lu-gar de cuello. Y esa cabeza lloraba con una expre-sión dramática,· desolada. verdadera síntesis deldolor que algunas veces se da en los pueblos pri-mitivos y en los verdaderos grandes artistas. Laurna estaba vacía. Las cenizas que había conteni-do, últimos vestigios de un cuerpo tal vez adoradoy encantador, a su vez se habían diseminado parasiempre; y de repente se manifestaba hasta en lomás profundo de su amargo sentimiento, irresis-tible, el pensamiento del artista ...

Con motivo de las huellas digitales que se hanobservado en algunas de estas joyas se suscitaronen tiempos pretéritos controversias. Los que estánsiempre dispuestos a ver en todo maravilla infi-rieron que el orfebre chibcha debía conocer el se··creto de la ductibilidad de los metales, obsesión delhermetismo del siglo XV. No sé si mi explicaciónes original, pero la propongo: sencillamente, esosobjetos debían hab!r sido vaciados en moldes im-perfectos.

Otra de las tardes la aproveché para despedir-me de aquellas mis bonitas guitarristas, para oírotra vez, tocado por ellas, ese Paso de la reina tansonoro, tan suave en lo profundo de las nochesdel Magdalena. La esencia de algunas emociones

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RECUERDOS DE LA m1EV A GRANADA 1~9

no se explica. Traté una vez, no volveré a hacerlo,de explicarme el por qué en esa tonada que tieneuna sonrisa temblorosa vuelvo a ver a Colombiaentera, sus delicias, su luz, los calurosos días delrío y de las selvas, el éter azul de sus valles, lassiluetas delicadas que me la han hecho amar ...

Por fin una de esas mañanas le tocó el. Bogotá,a su vez, alejarse, desaparecer, y con ella los vie-jos muros desplomados, los tejados de tejas ro-jas, las hileras de altos eucaliptus, toda esa ciudadtan extrañamente cautivadora, un poco sombría,con aspecto claustral de medioevo, en la que elpasado, los siglos de fe ardiente y triste os hablan,en la que hasta su elevación proyecta sobre la vi-da el tinte propio de su luz enrarecida. Sí, todo esoque sin daros cuenta os había apresado, envuel··to, os asalta al marcharos con un algo de opresiónindefinible y os hace errar con la imaginación porlas calles con ventanas enrejadas que la silueta delos Andes domina con la eterna plegaria de sus dosiglesias ...

Ea, Bogotá ya desapareció del todo. Ahora letoca su turno a Chapinero; luégo a la vasta Ila-nura que se extiende a pérdida de vista, y a pocoel tren se detiene en Serrezuela, donde desciendoy donde me esperan las mulas resignadas, trasi-jadas, cabizbajas, con la cola rala, que me han dellevar a Ibagué, donde me encuentro solo, estavez, con mi peón Joaquín, en esta enorme regióndesconocida que llena hasta el horizonte el sudarioabrumador de la Sabana.

j Mi hijo, démonos prisa! Oh fuerza de la cos-tumbre, he dado esta orden en francés, olvidandoque de ahora en adelante tendré que arreglárme-las sin guía y sin intérprete; pero tal es taIJ;lbién lafuerza de la obediencia, que Joaquín ha compren·dido y que en un santiamén una de las caballeríasestá ensillada, y la otra con mi equipaj e encima ytodos en camino, cada cual a la distancia que ha-brá de guardar durante el viaje. A pie, con la nu-

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ca cubierta con el gran sombrero de Panamá, mifiel criado arrea por delante a palos la mula decarga cuyos primeros trancos sacuden de mala ga~na la pereza que la invade. Y a pesar del aspectodesolado del paisaje, no puedo reprimir un pocode alegría solitaria ante este tren de viaje tan ex-traño y pobre, ante esas pocas maletas que se bam-bolearán a través de regiones tristes, por subidasy bajadas, ante este arriero diminuto que corredetrás, y ante mí mismo, que voy cerrando la mar-cha, tan lejos, por el camino gris ceniciento. " yentonces acude a mi recuerdo la visión de Africa~cuando, en aquellas mañanas límpidas, bajo los ra-yos del sol que se filtran a través del follaje, IR.larga serpiente humana con los fardos en la cabe-za se internaba en la penumbra de la selva. Aque-llo tenía un sabor más agreste, más color local. Larecogida de los campamento~ al rayar el alba, ecos,humaredas y barullos inevitables al iniciarse lamarcha, rebeliones al instante reprimidas, luchascontra los bejucos y los pantanos, descansos ba-jo la llamarada tórrida del medio día, todo eso ex-halaba un vértigo embriagador de dominio, unevida de brutalidad implacable bajo un sol inmi-sericorde; era el constante estar a la defensivadel guárdate, que yo me guardo.

Por lo demás, para la excursión incomparable-mente más fácil y cómoda que emprendo hoy, elbueno de Joaquín me será de la mayor utilidad enlo tocante a la organización material de lH vida, ala rápida disposición de los descansos y para losotros mil detalles materiales de nuestra expedI-ción. Y al contemplarle pienso en el destino de es-te hombrecillo que durante los ocho años que es-tuvo al servicio del gobierno "hizo" el correo del

. Pacífico. A través del Quindío, del Cauca y de lacordillera del oeste, diez y ocho días de etapas enlas formidables murallas de montañas, escoltandola mula que va a Buenaventura para seguir pormar hacia el Perú o Vancouver. ¿Es una ilusión?

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Talvez, pero me parece que se ha quedado comoarrugado, como encogido a consecuepcia de esosviajes, de esos caravaneos de día y de noche ba-jo la luz del solo al resplandor de las estrellas,realizados al paso constante de su trotecil!o indie,trepando sin tregua por las vertientes de los An-des.

y muy pronto, también, mientras continuába-mos atravesando la desolación de la Sabana, pordetrás de las alineaciones de muros grises que pa-recen exhumaciones de ruinas y cuyos remates es-tán poblados de saxifragas, de áloes y de chumbe-ras, me invadió esa sensación casi física, voluptuo-sa en medio de su semiamargura, la de sentirmetan completa, tan absolutamente desconocido, tandueño de mí mismo y, para decirlo de una vez, tanindiferente para el resto del mundo. En Africa nohubiera sido fácil desaparecer, desvanecerse, sindejar rastro: no lo permitiría el misterioso e im-perceptible espionaje de los negros. j Pero aquí, enestos caos pelásgicos, en estos barrancos que sólovisitan las águilas! ...

Otra sensación especial que procuran estas ca-balgadas apacibles es la libertad extraordinariade que goza el pensamiento, el desprendimiento ca-si absoluto de las contingencias materiales. Es otroambiente imponderable que se superponE; al pri-mero, en el que el desvanecimiento de todas laspreocupaciones terrenas, el análisis, cuando no ladivagación, alcanza una intensidad sorprendente,la que los marinos dicen saborear en las nochesde guardia bajo las estrellas ...

Como tal vez nunca jamás vuelva por estas im-ponentes mesetas las he contemplado de· nuevoprofundamente antes de descender al puerto deLa Mesa. j Bajo la lluvia de plomo del medio día,qué silencio el de estas extensiones! Y para colmode opresión y de horror, al borde del camino empe-zaron a destacarse las ~spantosas cariátides hu-manas de que me habían hablado, los leprosos, que

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volvían hacia mi conmiseración sus caras destro-zadas, sus hinchazones sin nombre, sus ojos abis-mados en las llagas, sus miembros que parecen te-ner las articulaciones inferiores invertidas. Es unade las taras sociales de Colombia, esa plaga des-aparecida en Francia, perpetuada aquí como unlúgubre recuerdo de la edad media. Nunca ha ha-

. bido dinero para concentrar a esos desgraciadoscomo hicimos nosotros en la Désirade para los delas Antillas francesas; la enfermedad se propaga,la profilaxis la desdeña; hay, según dicen, un03cuarenta mil que exhiben al borde de los caminosllagas capaces de perseguiros con su espantosa pe·sadilla.

La cima del puerto se alcanza y se franquea rá-pidamente; después de la zona consabida de nÍe-bla fría que cortan jinetes fantasmas, se presen-tan los declives rápidos de la otra vertiente consus múltiples horizontes. En una media hora es-casa se descienden mil metros, se vuelve a encon-trar el sol que ilumina los perfiles todavía confu-sos de las interminables murallas de montañas,otros Vergeles y otros Consuelos se presentan amitad de la altura del cielo, principalmente haciael extremo oeste. Y, como siempre, me acoge lasinfonía de los valles, el encantamiento de la luzy el adorable hechizo pastoral de los Andes.

Sucede, sin embargo, que a la larga este encan-to del que creía uno no deber hastiarse nunca, can-sa; tanta magnifkencia continuada desalienta.Nada estimula ya la descripción, ni los ojos <1elpensamiento, ni el esfuerzo de las palabras. Pro-fundidades verdes o azules, rayas de plata, lomasque descienden minadas y vueltas a minar por su::}alvéolos particulares, que son otras tantas ramifi-caciones, murallones pelados sobre 'abismos infer-nales, altivas rocas rojizas, multitudes de piedras2.reniscas, redondeadas, que suben al asalto de laspendientes, o buitres lentos y negros en lo más al-to del cielo, todo eso es el cuadro inmutable que

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las etapas de este caravaneo diversificarán acá yallá, a lo sumo con una nota inesperada, con latransposición de un detalle. Pero la naturaleza sebur.a de la impotencia del pintor; prohibe la tra ..ducción de lo mejor, de lo más encantador: las iri •.saciones del éter, la hora del día, la forma que, in-cluso, llega a dar a un determinado rincón privi-legiado.

¿ Cómo dar realidad a esos gigantescos declivesque hunden en los valles sus lomos duros, pareci-dos a raíces, que enmarañaran nudos extraños?¿ Cómo describir esas especies de cavidadep. trian-gulares con tabiques cortantes que dejan entrQellos embutidas las unas en las otras? Yeso es loque constituye, sin embargo, el sistema orográficopropio, la diferencia específica de las cadenas demontañas ameriCanas.

Ninguna otra cadena de montañas, que yo sepa,extrema de modo análogo semejante subdivisión.esa incrustación multiplicada de entrantes triédri-cos que, de lejos, les dan el aspecto de una inmen-sa cristalización. Se cuenta que Hernán Cortés, d~vuelta de su campaña, hacía al rey de España !adescripción de las provincias que acababa de so-meter y que Carlos V, soñador y curioso, terminópor preguntarle: "Bueno, pero, en resumidas cuen-tas, ¿ a qué se parece ese país?" El conquistado!",por toda respuesta, se limitó a coger una hoja depapel, la estrujó, y extendiéndola a medias sobrela mesa, dijo:

-A esto.Símil éste, también, exacto para los Andes co-

lombianos, cuyas oquedades escalonadas, obras d'3tantas estaciones de lluvias, son características deestas cordilleras, no se parecen ni a los agudosdesgarramientos de los Alpes ni a los formida-ble>;acantilados de los Pirineos.

Por la tarde, nueva subida y después de milzig-zags por las laderas, verdaderos taludes en los

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que la vista se estrella contra el murallón a pico,se llega, de repente, a tiempo de presenciar la granllamarada de la puesta del sol, a una tabla -la re-gión lleva su nombre, La Mesa-, a una tabla muyelevada, en retroceso, muy al fondo, contra, elcielo, que parece ceder ante la retirada enloqueci..da de un panorama azul. La atmósfera a nuestroalrededor tiene una fluidez deliciosa. La luz, q'lefue tan abrumadora, ahora coquetea, sonríe, de-cae. Todo da la sensación de un repentino bienes-tar, es el abandono crepuscular de los países cá~!idos. La gama suave del amarillo y del rosa de-crece rápidamente por detrás de las montañas. S~diría que el hechizo tiene prisa de acabar y abre·via sus últimas escenas con objeto de no retrasarla llegada de la noche que, impaciente y cariñosa,le sigue. Una corona de indecisas claridades per-siste todavía por detrás de la silueta recortada delos montes. Entre tanto, todas las depresiones in-termedias, profundas, se· abisman más y más enel silencio reparador, en el sueño de las sombras,e invitan a imitarlas a las cimas que todavía bañael crepúsculo con una luz de uItracielo.

Al día siguiente montamos a caballo muy tem-prano juntamente con otro grupo de jinetes que,como yo, se dirigía hacia el alto Magdalena. Alatravesar la plaza ocupada por los tende~'etes delmercado, las cabalgaduras se detienen, las cabe-

. zas, todas a la vez, se descubren delante de lapuerta de la iglesia, de par en pa.r abierta. Reno-vación de esos estremecimientos de la niñez queno se olvidan nunca del todo... Saboreamos dpanorama admirable que ofrece la mañana en un.valle azulado todavía por las tinieblas perezosasque descienden de la cordillera acariciada ya porla aurora. En el altar mayor, nimbado por puntosde oro, un sacerdote alzaba el cáliz refu!gente so-bre la imprecisa muchedumbre, sobre unamaS:loscura, prosternada. El diácono agitaba la cam-

.panilla. Por el hueco de ia puerta penetraba a rau-

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dales la luz matutina. Había una muda emoción,una grandeza indescriptIble en esta elevación dela sagrada forma ante la majestad serena y to-davía entumecida de los Andes ...

El descenso caprichoso nos condujo rápidamen-te al nivel de las zonas cálidas, entre los panora-mas de la vegetación tropical. Ahora el caminoestá frecuentado por largas filas de gentes que,cargadas de provisiones, se dirigen hacia los mer-cados de La Mesa o de Bogotá. Caminar apresura-do, principalmente de mulas, que por recuas dequince o veinte llevan en los lados de la albardala carga cuadrada de panela, de azúcar mascaba-da, traída continuamente y en grandes cantidad,,!!de los ingenios diseminados por toda la región.Mañana cien mil dedos delicados la transforma-rán en almíbares, en esos dulces que en la mesade todas las clases sociales figuran tres o cuatroveces al día. Arte necesario éste para las mucha-chas, aportación indispensable y parte integran-te de la dote; ésta podrán no aportarla, pero, esosí, será imprescindible que sepan hacer dulces.

Así, para llegar a tiempo, las mulas cargadascon esos frutos dulces trotan y trotan delante d:~larriero, dejando atrás, como es natural a los len-tos y pesados bueyes de carga que llevan unacuerda pasada por el morro, como también a lasfamilias enteras de hombres y mujeres, igualmen-te cargados. Pobres gentes, pobres bestias de car-ga, mejor dicho, que tampoco se quejan pero cu-yo gesto, cuya actitud al aceptar semejante con-cepto de la vida, sirve de lección severa y peren-toria a los hastiados. .

Paul Bourget, comentando el espectáculo de unnegro condenado a la horca, dice: ¿ No es una iro-nía que un hombre de esta especie, verdadero oran-gután que sabe manejar un fusil y hablar. llegue,sin más ni más, a lo que la filosofía considera co-mo el fruto supremo de sus enseñanzas, a la resig-nación ante lo inevitable? Y a este respecto digo

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yo: ¿ no sería más exacto preguntarse si este in-diferente abandono, si esta resignación con susuerte no es más fácil y más natural en aquéllodque sólo conocieron los trabajos y las misenas dela vida? ¿ O si no son los privilegiados que sabo-rearon todos los vértigos, todas las delicias y todoel brillo de la vida, los que supieron lo que es <:!lplacer, en ocasiones doloroso, de vivir y de gozar,los que necesitan, por el contrario, tener una vo·luntad verdaderamente heroica, una fe acriso~ada,o estar realmente iluminados por la luz de una se-gunda razón para poder resignarse cuando lo hanperdido todo? Indudablementé, el alma de Mitrí-dates debía tener otro temple que la de Birotteaupara poder soportar los cambios de fortuna.

Y, a pesar de todo, al ver a estas gentes, agobia-das por el peso de la carga, soltar una mano desus fardos para saludarme a mí, que a sus ojossoy uno de los mimados por la suerte, se saca unverdadero provecho de alguna de esas máximassaludables, de ese llamamiento a la humildad ve-nido de los humildes entre los humildes, del M~-mento horno, del concepto de verdadero gusano ri-dículo y doliente que es lo que somos todos en es-te mundo, grandes y pequeños. Y es que realmen-te encarna en estos desgraciados la expresión su-prema de la paciencia y de la abnegación a qU!)puede llegar una criatura semejante a nosotros.Constituye una verdadera pesadilla verlos en filaindia -ellos son los que ·la inventaron- con ~lcuerpo inclinado, jadear subiendo la empinada.cuesta, y j por cuánto dinero! Traen a la memo-ria los rasgos, el dibujo de la cara borrosa, sinbrillo, sólo esbozada, con que Puvis de Chavannesrepresenta a sus personajes del pueblo mísero, ~~su triste Pescador -¿ lo recordáis?- ¿Qué puederepresentar como ganancia lo que tan penosamen-te acarrean sus espaldas? Entre cuatro o cincotalvez I!anen una piastra; y lo van a llevar hastalos infiernos, hasta alguna feria perdida en las

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montaft.as, a dos o tres jornadas de camino. Parad-les, ofrecedles comprar las mercancías en el sitiopor el mismo precio que obtendrían en el pueblo yos sorprenderá no poco ver cómo se niegan a e]o,sin una razón, sin una explicación, que, por otraparte, les costaría trabajo encontrar. Y es que lesgusta esa vida por la vida misma. Es que, de unavez para siempre, han tomado su resolución, so-beranamente, con esa suave resignación que essu alegría. Es que ese camino largo y agotadorconstituye para ellos un paseo, una distracción, opoco menos. Llegados allá donde van, una vez ven-didos los plátanos o la yuca, y una vez percibidoel importe, se irán a la tienda, a la taberna, parabeberse el peso. Y lo beberán en forma de gua-rapo o de chicha entre charlas sin fin que degene-rarán en discusión, y cuando estén bien borrachosllegarán a las manos, se pegarán, y tal vez hastaechen mano a los cuchillos. En ese momento in-tervendrá el alcalde poniéndoles a la sombra, don-de se quedarán hasta que alguno de ellos, infor-mado de lo ocurrido, pague la multa, cuyo impor-te se quedará en el bolsillo del edil. Y una vez enlibertad y en sus cabales, al volver a la aldea, sinun céntimo, recordarán emocionados esa juerga,y en su fuero interno se sentirán felices y bende-cirán esas dulces emociones de su existencia.

No vayáis a pensar, sin embargo, que son insen-sibles por completo a las verdaderas dulzuras tiala vida. Mientras la caña verdee, mientras el plá-tano deje colgar su racimo verde y mientras layuca desarrolle sus tubérculos en la tierra, le~gusta, como a los demás, tomar el fresco. mecién-dose en su hamaca, y fumar un cigarro, rasguean·do el bandolín. El mismo día, precisamer.te, mecrucé con un tipo curioso. Iba a caballo ~on elcuerpo inclinado hacia adelante, con la ruana so-bre los hombros y las riendas sueltas para podertocar la guitarra. El caballo, al paso, dormitaba alo largo de los bordes del camino cubierto de hier-

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ba polvorienta y el ding-ding estridente de losnompases arrancados por el músico se mezclaba,en la atmósfera dorada, con el chirrido metálicode las chicharras.

De las Juntas, donde llegamos luégo, y, sobre to-do, de Girardot, de donde un tren vulgar, a travésde una sabana agostada, conduce hasta 18s már-genes del Magdalena, no conservo más que el re-cuerdo c0nfuso de una ciudad pequeña caldead~al rojo vivo, en la que reaparece bruscamente elecuador. Reminiscencia del calor y de la sequíade Honda, la vegetación, constituída por palmerasy cocoteros, muestra de nuevo su raquítico sopor.El aire ha muerto, el cielo ha vuelto a adquirir esacolor azul oriental un poco blanquecino que le danlas emanaciones de las tierras cálidas. A lo lejos,la vista está limitada por las vertientes ligera-mente doradas, soñadoras y alejadas de las mon-tañas que, asentadas en planos diferentes, con-templan circularmente la llanura. Su larga cres-tería, las circunvalaciones muy lentas en el cenitde los Urubus, de los gallinazos, los horizontes mu-<Íos que llamean, éstos son las únicos espectácu-los que ofrece este pueblo cuya peculiaridad mássaliente sea tal vez su propio nombre -apellido deun descendiente de francés, general de las guerrasde la Independencia, caído gloriosamente bajo lasbalas españolas tremolando los colores republica-nos en la cima del Bárbula-.

Al decir los únicos espectáculos, me equivoco.En Girardot hay un puente colgante que cruza BIMagdalena. Y como con el de Antioquia y el in-acabado de Arrancaplumas, en las inmediacionesde Honda, este puente es una de las pocas obras"de ingeniería que hay en Colombia, como, además,se alza pintado de rojo y a gran altura sobre unpanorama de landas y de matas, extraordinaria.mente aflictivo y agreste, se queda uno extrañadoa su vista cuando, en realidad, sólo se debía pen-sar en estarle agradecido. El hecho es que esa

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nota grana resalta con tanta violencia sobre elampho codo que forma el río encajonado, estr~-chado por un alUmbramiento prodíglOso de bancosde rocas, con sus cuatro pílones erguidos, tan aIS-lados de todo, tan solos, verdadero testimonio,único palpable, de la vida, en medio de un aban-dono sin lÍmites, que francamente uno puede sor-prenderse de cosa tan natural. No hay camino qut!merezca ese nombre que conduzca al tablero, nise ve a alma viviente en sus inmediacioll('8. Aguasarriba o aguas abajo, la mirada se pierde en le-janías de lo más agrestes y vírgenes. En Colom-bia eso es frecuente, se ven a veces construccio-nes magníficas, aisladas en medio de la nada. Secaen en ruinas antes de que el panorama que lasrodea haya sido acondicionado. En este país de-masiado joven, cuya población está demasiado di-seminada por un territorio dos veces y media ma-yor que el de Francia, nunca hay ni tiempo ni di-nero para relacionar las cosas; se realizan aisla-damente algunas, pero' todo lo demás continúa8iendo la inmensa soledad, celosa, el impf'rio sindisputa de la naturaleza. Por eso la vista del puen-te de Girardot choca, como lo haría un obeliscotriunfal en medio del Sahara.

y más allá empieza, para prolongarse durantediez y siete leguas de ancho por ochenta de largo,la estepa ecuatorial del Magdalena, la más triste,la más agobiadora llanura cálida que haya reco-rrido en mi vida.

j Sí, otra sabana, pero qué maldici6n pesa sobreésta! Se penetra en ella a través de una vegeta-ción no muy espesa, espinosa, que vela por com-pleto la vista de las montañas; el suelo es areno-so, árido; la sombra ligera que dan esa especie d~tamariscos espinosos tamiza ligeramente el brillodel sol; luégo, sus encajes de verdura desapare-cen y la rasa uniformidad del mar de hierba seextiende por doquier. Pasto mísero, ralo, enclen-que, ajado. Súbitamente se encuentra uno metido,

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sin saber cómo, entre cercados que, vallados portroncos cortados por la mitad a lo largo, se con-tinúan durante varios kilómetros. Por fin se venlos Andes, pero a una distancia inverosímil. Y, sinembargo, es allá, allá adonde hay que llegar, auna región que la curva de la tierra oculta, perocuyo emplazamiento indica una entalladura mi-núscula en la cad(ma de montañas sombría. iVa-lor, mi amo!, grita riéndose Joaquín, que va a piey que, además, ignora las expediciones mucho máspenosas que he realizado por los sitios más salva-jes del mundo. El calor abrasa; las perdices apel)-nan entre las matas, y, mientras las águilas per-filan su silueta insolente sobre las vacas echadas,las nubes venidas de lejos extienden sobre el sue-lo grandes manchas de sombra y de relativo fres-cor.

Poco a poco, algunos aspectos experimentan mu-taciones. Algunos lienzos de la pared de montañasimaginarias se irisan de modo extraño, a manerade ópalos tornasolados. Hasta el mismo desiertono parece ya tan desalentador, ni tan fúnebre, ba-jo su chorro de llamas. Esa extensión, casi ilimi-tada, se muestra alternativamente llena de mati-ces y de amenazas. Y recuerdo el dístico admira-ble del viejo Hugo ante el otro infinito, sin vida ysin esperanza, del mar:

Tú me mostrarás tu gracia inmensamezclada con tu inmenso horror.

En medio de ese horror o de esa gracia se pasael río Coello por un puente tendido entre las sinuo-sidades de un precipicio. Abajo, en el barranco, la.masa de agua salta con furia por encima de uncaos de rocas, a cuyo nivel el camino no tarda enconducirnos y aprovecho para darle de beber enesa agua lechosa a mi montura jadeante. Ambosbebemos, cada uno por nuestro lado, en medio deenormes cantos rodados contra los que la espuma

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levanta burbujas, en el centro de un paisaje inve-rosímil, constItuído por el desgarramiento de to-da la región, por las convulsiones ahogadas, horri-bles, de las montañas. Y al beber, in.stmtivamentelevantamos la vista, yo y mi mula, hacia esas ma-sas inquietantes, haCIa esas alturas rocosas un po-co -bíblIcas que nos dominan. Constituye el verda-dero paisaje del autor de los salmos: De Torrentein via bibet ...

Es el vestíbulo adecuado para esos contrafuer-tes infernales, torcidos, por los que ahora se em-pieza a subir hacia las mesetas de la cordillera gla-cial. Desde los primeros pasos se acusa la diferen-cia total de su génesis en relación con la cadenaque recorrimos hace tres días. Belleza sombría esla de esas subestructuras entrechocadas, testigosde terribles épocas. Las masas diseminadas de are-niscas, los esquistos poderosos que se presentanasentados como formidables cimientos, no se en-cuentran ya aquí. Ahora sólo hay enormes frag-mentos de duros conglomerados, colinas de pu-dinga negruzca, hormigones de la base del terrenotriás:co, de terrible esterilidad, en una palabra,toda la gama verdosa y azul oscura de los minera-les eruptivos.

Estas dislocaciones naturales, lo mismo que lasinterminables pendientes qu.e las siguen, cuyo re-corrido absorberá la segunda jornada, se aplanan,se alisan repentinamente al llegar a los ochocien-tos metros; pero cómo describir \Jlli estupefacciónal desembocar bruscamente sobre una meseta sinrebordes, una segunda tabla suspendida aquí sinque se sepa por qué, inmensa, plana y rasa comola primera, pero más seca y más pelada aún, sicabe, más allá de la que se ven, siempre lejísimos,pero en círculo alrededor de la llanura, las mani-festaciones primeras de las escarpaduras cicló-peas del Quindío.

iLa sabana de Piedras! Me agrada la concisióndel término y la poética imagen que evoca. Ni ma-

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torrales, ni arbustos, ni casi hierba. Y a pérdidade vIsta, por delante y por detrás, bloques negruz-cos, espacIados casi con meticulosidad, sembradoshasta el inflnito, abrasados por el sol, lavados porla Luvia, recocidos por los incendios de las gramí-neas. Se pudiera pensar que este paisaje fuera (~lresultado de un concurso entre los genios de ladesolación, o que éstos hubieran querido rehaceraquí un nuevo erau eI¡ el que los miles de cantosbruñidos por el Ródano estuvieren reemplazadospor estos fragmentos erráticos arrancados de lasmontañas vecinas por los heleros anteriores a laaparición del hombre sobre la tierra.

iy qué silencio! Sólo roto por los incesantes eimplacables lamentos del viento. De este modo seandan kilómetros y kilómetros, a través de unadesolación pasmosa por lo exagerada. Por fin,cuando llego a una especie de promontorio natu-ra], a tres leguas poco más o menos de Ibagué,el espectáculo adquiere una grandiosidad y una so~briedad en su aspecto amenazador, una solemni-dad en su líneas y en su diF.posición, que obligana detenerse con admiración y respeto. Dos colo-res únicamente matIzan este paisaje: la llanurauniformemente verde, aunque de un verde sui-g~ncris, tostado, pasado, un poco rosa, un pocoamariHo, la estepa nivelada y lisa hasta el extre-mo de que, en su superficie, no se advierte ni unamancha, ni un montículo, ni un movimiento, niun soplo de vida, ni un hombre. Una superficie ra-sa y tersa como el cristal. Luég-o, al final de estaextensión tan perfectamente llana y glauca, unmuro azul, perpendicular, desmesurado, sin aspe-rezas, sin desgarrones, cae a plomo. como un ras-trillo oue cerrase este palenaue. Es el murallónf3Tltástico de los Andes. Su cúspide. sin embargo,ofrece enroscaduras complicadas, admirable aba-lorio de nubes, que toda una poesía de luces pla-tea. suntuosa.'

Pero el contraste que forman estos dos únicos

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matices, uniformes, absolutos, que convergen enángulo recto el uno sobre el otro, sin una irregu-laridad, sm una falla, presenta un esplendor tantremebundo que a su aspecto me estremezco.

Nil quietius, nil muscosius, nil amoenius, excla-mó antaño, al entrar en Ibagué, el bueno de Hum-boldt, que no escatimaba sn admiración, y que pa-seó, benévolo, hace cien años, por estos lugares,la beatitud sentimental de su alma germana. Mibenevolencia no llegará al extremo de repetir, COl1voz melosa, los elogios, talvez exagerados en estaocasión, del ilustre viajero. Ibagué, aunque no meconsta, "venido muy a menos de su pasada gran-deza" es, desde luego, una población bonita, aco-gedora y tranquila. El gobernador de la provinciadel Tolima, general Manuel Casabianca -apellidocorso, es decir, francés-, me hizo apreciar el va-lor de la hospitalidad. Y, sin embargo, el hastío 03invade pronto en este hueco de montañas que noofrece más que una perspectiva sobre el desiertode Piedras, mágica, es cierto, desde la colina de laderecha, en las apoteosis d8 la aurora, o en lastiernas prolongaciones del crepúsculo vespertino.Con frecuencia he subido a ella para aspirar conla pupila, la despedida indescriptible de la luz. Lalatitud no altera su melancolía. Esta ilumina porigual el iris del polinesio y el mío, que contemplacon humildad su omnipotencia. Y la única añoran-za atenuada que experimenté, el único recuerd:>del destierro que sentí fue al contemplar las bri-llantes estrenas de Andrómeda, Saturno, Aldeba-rán, Casiopea, constelaciones que, no obstante ",umagnificencia, hacen pensar en las del cielo deFrancia.

La región que rodea a Ibagué ofrece más atrac-tivos que la ciudad misma. En primer lugar, por-que su conquista fue más laboriosa y sangrientaque la de ninguna otra región de Nueva Granada.Los pueblos del Tolima, con los guanos de Santan-der, fueron casi los únicos que no se dejaron arre-

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batar sin salvar, por lo menos, el honor, los tesa-ras acumulados por sus padres. No se les pudo re-ducir más que por el exterminio. Pues, como lo ad-vierte justamente Pereira, la resistencia al con- .quistador aumentó siempre en razón inversa dela civilización de los indígenas. Cuanto menos bár-baros, más facilidades presentaban para su ava-sallamiento.

Los yalcones y los pijaos osaron empezar la lu-cha, lucha de ochenta años, en cuyo desarrollo 108incidentes desastrosos para los españoles se mul-tiplicaron. Los primeros, nómadas, difícilmentecombatibles, cayeron un día sobre la ciudad de Ti-maná y la destruyeron hasta los cimientos. Supre-mo revés para el pundonor castellano, pudiéndosever a su fundador Pedro de Añasco pasar variosaños encadenado como esclavo, dice la historia, .varrastrado en el cortejo de una heroica cacique-sa, la famosa Gaitana. A su vez, Ibagué y San Se-bastián de La Plata fueron asaltadas y reducidasa cenizas. La guerra se hacía sin cuartel por am-bas partes. Al encarnizamiento de los indios res-pondía el furor de los blancos, siendo preciso ha-cer constar, en elogio de éstos, que a pesar de tan-tas derrotas, su tenacidad no flaqueó en ningúnmomento. Así vemos sucesivamente al capitán Do-mingo Lozano organizar la represión de los pijaos,y en seguida al capitán mego de Bocanegra de-clarar, con insolente seguridad, que él asumía elcastigo de esos bárbaros. Claro es que no tuvo éxi-to; pero entonces, sin demora, otros se ofrecieron,intrigaron para obtener el honor y el provecho delpeligro, como si se tratase de conseguir una adju-dicación de suministros de carácter dudoso para elejército de Su Majestad. Por fin, fue designado elcapitán Talaverano, y después el capitán Mojica.Ambos fracasaron. Pero nada desanimó a los inva-sores, y es entonces cuando el famoso doctor San-gre, gobernador a la sazón de Bogotá, se inquietacon sus reiterados fracasos y toma en persona la

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dirección de las operaciones. Fue, sin embargo, alos talentos militares de su sucesor, Juan de Bor-ja, presidente de la Real Audiencia, a los que seqebió una pacificación casi inesperada déspués detantos años, con el exterminio, hacia 1620, de lospijaos y de su indomable jefe Calarcá.

Cosa singular; a pesar de toda la sangre que cos-taron los yacimientos de oro y de p:ata del Toli··ma, con algunas excepciones) fueron tal vez los que,de todo el Nuevo Reino, contribuyeron menos alauri sacra fames de los conquistadores. El capitánHemán Venegas que descubrió las minas de orode Sabandijas, de Venadillo y de Hervé, no parA-ce que sacara provecho apreciable. Si el capitánNúñez Pedro so fundó la ciudad de Mariquita enuna de las cadenas de aluviones más ricas, en cam-bio la historia de las minas de plata de Santa Ana,bajo la dirección de Juan José de Elhuyar, no esmás que la de un fracaso de veinte años, la de lalucha de un hombre desalentado, sin medios, sinherramientas, contra un mineral complejo y muybien disimulado en el alvéolo materno. Había enaquel entonces catorce veneros argentíferos en ex-plotación en la comarca, acerca de cuya riqueza co-rrían mil leyendas. Sin embargo, el virrey José deEzpeleta, hacia 1792, escribía que a pesar de tan-tas narraciones fabulosas, es materialmente im-posible recoger los nombres de aquéllos que con an-terioridad se hubieran enriquecido con los tesorosen cuestión, y que tampoco se podían encontrarrastros de la opulencia de esos yacimientos.

No se podría negar, sin embargo, que las inme-diaciones de Ibagué ofrecen un interés incuestio-nable, tanto por la extremada diversidad de lospaisajes, como por una cierta riqueza mineral.

Por ello mi primer cuidado, en relación con lasexcursiones que proyectaba, fue el de dar por com-pañíH a Joaquín otro peón, una especie de coadju-tor. Pronto encontré lo que quería, un tipo fuer··te, de cuarenta años, un arriero que respondía, no

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sin cierta satisfacción, al nombre de don Alejan-drino Góngora y Molano, un crIado suyo, añadíasiempre que su mter1ocutor le parecía ser personade condición. Bueno y abnegado como todos sus se-mejantes, hospitalario como la tierra indígen:..l,dueño, en fm, de una imponente constitución, noencontró, por parte de su colega, no obstante suantigua amistad, más que eBas atenciones elemen-tales, esa cortesía que las gentes de sociedad sedeben entre sí, pero nada de familiaridad. Se sa-ludaron con las palabras de "don" y de "caballe-ro". Desde el principio se estableció entre ambos,tan iguales para mí, una especie de jerarquía, dedesigualdad social en favor de Joaquín, reconociday aceptada tácitamente por Alejandrino, que meparece se debía a que_el primero tenía un reloj.Muy probablemente ese humilde cuentagotas denuestra existencia adquiere, tanto a los ojos deluno como del otro, el valor de un patrimonio mo-ral que confiere a su poseedor una superioridad d~rango consentida, la misma que, sin duda, tendráAlejandrino calzado con alpargatas sobre otro quevaya descalzo. Así, y con la mayor seriedad delmundo, existen en la masa de este pueblo grados,a primera vista imperceptibles, hasta pueriles, sise quiere, para nosotros, liberales natos, en losque subsiste un poco del viejo espíritu feudal queha creado entre sus diversas capas, lo mismo queen las celosas e intransigentes de nuestra socie-dad, barreras pequeñas pero igualmente infran-queables. Algo análogo advertí ya antes en Usa-tama, en las lamentaciones de un peón aspirantedesdeñado a la mano de una escogedora de café,hija, sin embargo, de trabajadores tan modestos,al parecer, como él mismo. Y como mi huésped pr~-guntara a la madre de la inhumana los motivosde tan categórica repulsa, con gran asombro míola vieja aldeana contestó: "Qué quiere usted, miamo, no es de nuestra clase." iQué dirían los ideó-

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lagos que hacen de la igualdad una necesidad in-nata de la humana naturaleza!

Para termmar con mi caso particular, tuve,pues, que resolver algunas cuestiones relativas alas precedencIas y a las atribuciones domésticas,encontrando después, sobre todo en Alejandrino,aquel sentido admirable y ese conocimiento uti-lísimo del país, a cincuenta leguas a la redonda;en una palabra, el mejor guía para mis excursio-nes a la aventura en-ese sistema de contrafuertesque parecen los botareles encogidos de las enormescimentaciones rocosas del Quindío.

No me había equivocado en cuanto a la magní-fica lección de historia de la tierra que se puedeinferir de la constitución de estos terrenos. Des-de la extensión rasa del llano, esos basamüntos seelevan en suave declive que pronto se hace másatormentado, son restos caóticos de toda la geo-logía, testigos de todas las épocas del génesis, quesueldan la era triásica a la pleistócena. Algunosde ellos son todavía más antiguos: son anterioresa todos los sueños de la prehistoria, son contempo-ráneos de las eras fabulosas relativas a las aguasde los mares paleozoicos. Escalón por escalón vanascendiendo a la región de las nubes, van a diezy siete mil pies de altura a servir de sostén a l~:l.tierra de hielo, a la altiva soledad de los nevado.~y de las agujas de cristal que ocupa toda la cimade la Cordillera Blanca, en la que en toda la am-plitud del horizonte se alzan, sobre el desierto he-lado, los colosales amontonamientos de nieve in-maculada del Páramo del Ruiz, del Tolima, y dela Mesa de Herveo. Nidos inaccesibles que ningúnpie humano ha hollado, en los que el sol tiene otrosrayos y otro color, donde sólo el cóndor "se remon-ta azotando con sus alas la nieve dura".

La primera sorpresa se experimenta saliendo d~Ibagué, al pasar la falla del río Combeima. A cienmetros no se advierte; la superficie del campo pa-rece siempre lisa; hay que estar en el borde del

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abismo mugiente, no sólo para percatarse de supresencia, smo para darse cuenta del poder espan-toso de QlsgregacIón y de arrastre que ejerce dhIlo de agua más mSIgnificante sobre esa& capasde aluvión, de espesor prodIgioso, capas que tam-bién tienen una antigüedad fantástlca, que sonrestos de un mundo desaparecido, testimonios dela edad lIásica, en medIOdel panorama, siempre so-lemne, pero más moderno de esos Andes tercia-rios que les dominan. Y entonces, con el chirridocaracterístlco que producen las pisadas sobre losgUlJOSde cuarzo, VIene a la mente la vIsión, un po-co desconcertante, sin duda, pero real de lo quefuera ei contmente anterIOr carente de nombre,sin huella en la memoria humana pero que, sinembargo fue, que existió siglos y siglos antes denosotros, antes del levantamiento de estas cordi-lleras actuales, cuya emersión, según algunos exé-getas, provocó el diluvio; continente que, a su vez,desapareció, y cuyos materiales se clasificaronde nuevo bajo las aguas, la primera América.

En verdad, asusta el pensar que ese mundo ha.podido ser, que su fauna ha podido arrastrarse ysu flOra desarrollarse; que durante tantas épocasel mar ha batido sus orillas y el sol se ha levanta-do y puesto sobre ellas y que ese mundo ha podid·)hundirse, abismarse, morir, como moriremos to-dos, sin que la retina humana le haya contempla-do, sin que haya habido en él más actores que !avida hipnótica de los belemnitas, de los peces conconchas de tortuga y de los ictiosaurios que guada-ñaban con grandes coletazos los bosques de cica-das.

Pero con la elevación que aumenta, eon el co-mienzo de la región de las minas, las oleadas detierra alteran profundamente estos saharas dearena; unas veces son quebradas con acantiladosroídos, barrancos llenos de materiales arrancadosde todas partes; otras creería uno andar por ver-daderos campos de demolición.

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Aspecto siniestro y pobre, cuya expresión defi-nitiva la da la región de los yacimientos auríferos.Todas esas blandas formas redondeadas, todasesas hinchazones de musgo salpicadas de guijosblancos, bajo los que yacen inmensas fortunas,están desguarnecidas, sin un arbusto, sin una plan-ta, como si el oro castigara con igual esterilidadal suelo y al alma humana. Y, sin embargo, el díade mañana los monitores llegarán. procedentes delMersey o del Savern, y a esta Colombia pétrea laconvertirán, j oh increíble genio maléfico!, en al•.go más árido y maldito aún, en un desierto, no,esta expresión no basta, en una superficie horri-ble y extraña que no será más que el gran sudariode piedras desnudas, de rocas abrasadas, ennegre-cidas por la lluvia y el sol, cuya superficie sopor-tará otros amontonamientos de piedras disgrega-das. Claro es que más tarde, mucho más tarde, CO'lsu clemencia soberana y con la ayuda de las eda-des, el tiempo rehará todo esto, 10 cubrirá de hu-mus y esparcirá de nuevo las semillas. Cuántosaños, sin embargo, necesitará para devolver el as-pecto que hoy tiene, a esta gran extensión de pór-fido oculta bajo nuestros pies y que mañana, tal-vez dentro de unos meses, van a despojar los mo-nitores. que quedará entonces sucia y con un as-pecto horrible. sin una grieta donde puedan cobi.jarse el lag-arto o la serpiente, sin ni siquiera unbuitre en los aires, ruina innominada que ya em-pieza ...

Bruscamente. una actividad febril surge delfanno de los valles: es el zumbido de colmena delos hombres ocupados en coger oro. Hay aauí dosde esos poblados mineros ("Martínez" y "El To-tumo"), muy próximos el uno al otro. Un rumormás fuerte Penaba el ambiente de este último: esel :ruo-irconstante de sus cuatro mbnitores.

Es difícil figurarse. sin haberla visto de cerca,la verdadera Q'randezá, la poderosa poesía de unamina hidráulica. Nada tan sencillamente terrible,

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nada tan violento dentro de la mayor naturalidady sm esfuerzo aparente. La trayectoria del aguaarrojada por un tubo, colocado como el cañón so-bre la cureña, esa tromba rodeada de blanda bru-ma que se estrella sobre una pared de roca, quela hiere como con un mazo, que rebota, con un rui-do de trueno en forma de abanico de barro, quevoltea, que precipita los unos por encima de losotros los bloques de pórfido para correr luégo alo largo de un canalillo enforma de torrente ama-rillento y rapidísimo. iQué proyección, qué haz d~metralla esparce cuando su curva límpida se es-trella contra un montón de piedras! Estas salendisparadas, vuelan en todas direcciones como sifueran cascos de granada. Al ver hundirse con es-truendo los lienzos de las colinas, los bloques deesquistos blandos de los que luégo no queda nadamás que moléculas tenues en suspensión sobre lasuperficie de un arroyo de rápida corriente, unopermanece, como ante los estragos de una inun-daci.ón, violentamente interesado y un poco asus-tado por la flexible, por la incalculable fuerza delagua.

Pero al mismo tiempo, j ah, desde luego es unespectáculo que anima, consuela y enorgullece anuestra debilidad de pensadores, es un espectácu-lo a la vez risible y grandioso el que ofrecen esospitm1eos al atacar a los gigantes del armazón te-rráoueo, reduciéndo!es a papilla, con su manga deriego!

Hasta el deseo y la preocupación del oro qUe-dan relegados a un plano secundario. Todo el e'3-fuerzo de la voluntad y de la vista se concentraen la acción destructiva del ariete líquido que saregula con la presión de un dedo, que vomita, conun ruido infernal, el tul de agua matizado con loscolores del arco iris. j Qué importan las pepitasque arranca a la muralla si éstas, cogidas, arras-tradas sin que se vean por ese torrente fangoso,deben haber perdido hasta su brillo y su forma

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en esa oscura amalgama! Y se prefiere contem-plar alrededor, tristemente, la gran brecha quelos lavados anteriores han hecho en la roca ama-rillenta y lisa, en esa losa subyacente de la tierrasobre la que descansaban los abultamientos de losaluviones arrastrados; es ~na verdadera ruina,con todo su horror, marcada con el sello de unairremediable esterilidad, jaspeada aquí y allá porzonas de manchas azules.

Luégo, hacia las seis de la tarde, la jornadatermina, los equipos regresan del trabajo, se or-ganizan los turnos para vigilar, a la luz de las es-trellas, el trabajo del monitor que no se para mm-ca. iQué alegría tan dulce y suave produce el en~contrarse todos reunidos, huéspedes habituales yhuéspedes de paso, bajo el techo hospitalario delos mineros, encontrado por fortuna en medio delos pobres albergues de los alrededores!

En todas estas gentes venidas de tan lejos, delas márgenes del Clyde o del Forth, y hasta en mimismo que traje como postrera visión de Francia.el recuerdo de la silueta pensativa del faro de Cor-duan, está el espíritu de Europa inmanente y pr(l-sente, que hace que las manos se estrechen, quelas caras se sonrían, con abstracción total de ladiferencia de nacionalidad, para recordar tan só-lo la similitud del cielo que nos vio nacer, el co-mún destierro y la ausencia de ambas patrias.Dulce fraternidad que sólo es dable fuera de Eu-ropa, pues al volver a los países respectivos surgende nuevo las mismas ardientes rivalidades, peroque a cierta distancia es real y profunda .. Ya loexperimenté en Africa; y aquí, en este nido deáguilas aislado de los Andes, donde por un mo-mento mi vida ha venido a parar, conforta el co-razón.

La noche, alrededor de la mésa, trae un recuer-do perfumado encantador de Caledonia. Cada unode esos mineros se llama Mac-Clure, Mac-Donaldo Mac-Ivor, y si· se evocan los ecos del breñal desde

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donde suena la gaita escocesa, al oír entonar lasviejas canciones en esa lengua gaélica, hija sono-ra de Ossian, en el circo de estas montañas, mien-tras la lluvia y el viento braman fuera, se diría uaclan de las altas tierras de Escocia sentado antelos vasos de cuerno, bebiendo a la salud de Wa-verley.

Ya no es Inglaterra, el regionalismo apunta. Esla Escocia de las leyendas, de las brumas, de loslagos verdes. Pero que el imperio esté en peligro,que un enemigo quimérico o real amenace la co-rona de la reina Ana y todos esos hijos de Bruceo de Baliol pondrán la barricada de sus pechos lel1-les al servicio de la Inglaterra avasalladora, de esanación formada por elementos dominadores tancontradictorios. Individualidades encantadoras, ra-za acaparadora y envidiada ...

Pero hay que separarse, y al montar muy demañana a caballo, con un tiempo brumoso, mishuéspedes salen a la puerta para despedirme. Conuna mirada circular de sus pupilas de montañe-ses consultan los Andes. Llovió durante toda lanoche, anchas bandas de vapores blancos se arras-tran aun por todas partes acumulándose en el fonodo de los barrancos. Por la V que forma una gar-ganta se ve la Sabana de Piedras, a pérdida devista rasa, cubierta por la neblina"que se arrastra,por grandes lienzos de nubes que pasan lamiendoel suelo. Nos separamos. "Son exactamente lasbrumas otoñales de Escocia", me dice el ingenie-ro jefe al darme la mano, y una expresión de nos-talg-ia, imperceptible, vela la sonrisa de sus ojosazules .

. .. No intentaré siquiera la enumeración monó-tona de las diversas etapas que hice, de los pobresalbergues que me cobijaron, todos iguales, en es-ta región montañosa que a medida que se avanzahacia el sur, es rada vez más ásp~ra y salvaje. ElValle, El Calabazo, Playa Rica, no son más que al·deas miserables, pero a las que se llega a través

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de paisajes tan magníficos y teatrales, que su vis-ta compensa de todos los sinsabores. Las bordeannivelaclOnes de llanuras de una antigüedad fabu-losa, capas geológicas sacudidas en todos sentidosy por toda especie de convulsiones infernales, unasveces elevadas hacia el cielo y otras inclinadas co~mo tablas o tejados. Sus flancos estriados casi conmeticulosidad reproducen con sus líneas natura.-les los trabajos vertiginosos, los capítulos de unagesta antidiluviana que se inscribieron antes dela aparición de los mamíferos en la superficie dela tierra. Las capas de aluvión endurecidas y lasde cantos alternan con regularidad, indicando elperíodo de los cataclismos, el orden armónico delos trastornos.

Luégo hay que cruzar vados innumerables, va··dos a veces profundos, de corriente violenta, si~nuosos, en ocasiones infranqueab:es debido a al~gún aguacero caído durante la noche en las altascabeceras de las inmediaciones. No conozco nadatan crispante como esas esperas de dos o tres ho-ras, a veces de medio día, en una margen desola-da, siguiendo con ansiedad el descenso impercep-tible de las aguas. La impaciencia acaba siemprepor apoderarse de uno, obligándole a intentar elpaso antes de tiempo, y recuerdo más de un pasopeligroso en donde la mula, sofocada por la co-rriente, perdía pie sobre las piedras que ruedano en algún hoyo invisible. La vista del jinete n·)tarda mucho en experimentar el vértigo que pro-duce esa masa de agua arrastrada sin cesar, la vo-luntad se turba cuando, precisámente, la menordesviación es funesta. Se precisa una verdaderatensión de la voluntad hacia la orilla opuesta, tanseductora, tan verde, tan tranquila, en la que ~lsol acaricia las hierbas, tierra firme donde el pen-samiento arroja el ancla. Mentalmente se anula E'¡torrente que pasa, el burbujeo que muge, paráno ver más que el centro de luz, ese idilio prome-tedor de reposo; no se necesita más para salvarse,

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ni menos para perderse. Escenas como ésta se re-piten dos o tres veces al día ante el río Coello, élrío Chile, el río Guamo, el río Frío y el río Cu-cuana.

Pero luégo, j qué galopadas para recuperar eltiempo perdido!

y como desde el umbral de los ranchos situa.dos al borde del camino los campesinos ven cami-nar a buen paso, por montes y valles, exóticamen-te tmjeado, a un extranjero, soy motivo para to-das las lenguas de los más variados comentarios.La mayor parte de ellos me toman por un sacer-dote español en busca de fortuna, es decir, en bus·ca de un curato o de una mina. Alguien preguntóayer a uno de mis peones: "¿ Ha muerto alguienen la montaña para que el bueno del cura se détanta prisa esta mañana?"

El Corazón está en una tabla, en una de esasmesetas de aluviones de las que hablaba antes, yque son como el eje de un espléndido panoramacircular. Llegamos después de una subida áspera,al caer la tarde, sobre las alturas de en frente, r¿-cortadas en festones cuyo color negro resalta so·bre el amarillo expirante del crepúsculo. Fue unade las noches más hermosas que contemplé enAmérica. Un reguero de plata fluía a nuestra de·recha en la sombra profunda en que susurra el ríoCucuana. Delante, en la extensión plaM del lla.-no, los bueyes alargaban el pescuezo, mügiendo,en dirección a una cima triangular desbordada porlas últimas claridades del día. Las luciérnagas sal ..taban en las hierbas; los árboles se iban poblan-do de gallinas que se encaramaban, aéreas, parapasar la noche. Una paz campestre completaba es-te .panorama de égloga, en tanto que lentamente,en las tinieblas, Que iban acentuándose, caía el si-lencio y la soledad aplastantes de las montañasadmiradas de que el sol se pusiera.

Poco a poco el estrecho valle del Cucuana va su-biendo hasta Playa Rica. Desde ahí hasta el Ba-

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rragán, supremo Páramo del Quindío, se necesitancuatro días largos de camino. Una mina de orovirgen se encuentra, según parece, en el últimoescalón azotado por el viento heládo y perdido enel cielo, una mina de oro más elevada que todoslos valles, situada por encima de todos los torren-tes, irónico tesoro confiado a la guarda de laságuilas e inexplotable por los siglo~ de los siglos.

En las regiones menos imponentes, el caminoque conduce a la pobre finca perdida en un des-filadero abrupto, es encantador, y sin duda porantífrasis lleva el nombre de "Playa Rica". Co-rre a lo largo de los codos del río que, saltando~obre las rocas, lanza al aire su eterna canción:y no contento con cruzar1t:s unas veinte veces,ofrece a más, de trecho en trecho, en los sitios pro-fundos, un puente de bambú, un arco frágil, osci-lante y desvencijado, constituído por tres o cua-tro tallos de bambú, sujetos lateralmente unos aotros y doblados todos juntos sobre el torrente.Los animales pasan a nado, sin tener, por lo me-nos, el temor constante de caer al agua. Son rin-cones que presentan un aspecto asiático, tonqui-nés, japonés, no lo sé, pero que os transportan,como en sueños, a cuatro mil leguas de distanciaen pleno corazón del imperio del arroz.

Algunas veces esta senda exquisita se adentrapor campos cuyos surcos movedizos se cierran porencima de la cabeza del jinete; son campos de ca-ñabrava, con cuya fibra se tejen los sombreros dePanamá, abanicos verdes que se mecen en la pun-ta de un asta de seis metros de altura. En Jos ma-torrales, no muy espesos, que forman el nacimien-to de sus troncos, hace un calor dorado, especial,un calor ruidoso, poblado por innumerabl€ canti-dad de insectos. Cuesta trabajo salir de ellos; portodas partes brotan manantiales y surgen casca-ditas que desaparecen en seguida en alguna grie-ta del suelo. j Hermoso sitio! Desde el fondo delos valles sonrientes, cuajados de un follaje virgi-

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liano, se perciben, casi por encima de uno, las ci-mas peladas de las colinas acariciadas por el sol yadosadas contra el cielo. Sus tonos cambian, SUdcolores se transforman según las incidencias de laluz. Aparecen largas cuestas, todas de color es-meralda, con lentejuelas bOl'dadas en su manto, ylos profundos repliegues del terreno, que bajanhasta el río, las surcan con hermosas bandas dacinzolín, en las que se estremecen vibraciones na-caradas. Algunas palmeras encorvan sus penachosinmóviles, de jade oriental, casi fatigados por hpolvareda del cenit. Aquí y allá hay grandes ver-tientes color de rosa, en lás que los monumenta-les basamentos de rocas grises, coronadas de m~l-tas poco espesas, recuerdan las murallas cIclópeasde una Tirinto invadidas por las zarzas.

Por de contado que recordaré durante muchotiempo las sinuosidades inefables del río Cucuana.El hermoso cielo de los Andes tiene la transparen-cia del de Italia. La felicidad de Melibea embalsa-maba la suave atmósfera pastoril ... Cantos, per-fumes, luz, vuelos estrepitosos de pájaros, estre-mecimiento de alas diáfanas. El mirlo paradisía-co y la libélula de oro; el colibrí resplandecientey el Goliat negro. j Y las mariposas de alas azuleiJcuajadas de ojos de Argos! j Y las de alas rojasestriadas con anchas bandas negras! j Y las de alagverdemar, que tienen la forma de liras! j Y las decolor naranja que tienen la forma de flores!

Luégo, como si siempre alguna imagen de muer-te, algún resto fúnebre se ocultase bajo las rosas,aparecen en las laderas de los sombríos barrancoslas escorias del pasado, fósiles minúsculos venidosantaño con las aguas de los mares miocenos .

. . .y de la suerte, lentamente, de esa sensa-ción' de un día hermoso, lo mismo que de las pre-cedentes, se desprendía para mí, a cada hora, unpoco más, la impresión del conjunto de este vasto'país: una multiplicidad de aspectos y qe produc-ciones, que desconcierta a la latitud, que reúne

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en sus entrañas, en su superficie, todas las épo-cas, todas las zonas, que mezcla los panoramas yla vegetación europeos a los paisajes y a la ve-getación de la tierra caliente, que reúne en el mis-mo descansillo de su celeste escala la quebrada ala que viene a beber el jaguar, y los prados ver-des donde crecen nuestras margaritas, que hacebrotar al lado de los follajes de nuestros climas elpesado plumero de las palmeras y el ligero de losbambúes. Continuas sensaciones de antípodas: 103Alpes nevados al lado de las tierras de Argelia,de los áloes y de los cactos; las tierras de pan lle-var, que son la Francia, y las selvas grandiosas,que son el resumen del ecuador.

De las márgenes del Magdalena al nevado delTolima, del valle donde crece el helecho gigant<la la roca de tres mil metros, donde no crece nada,se escalonan uno a uno todos los climas del globo.Una Suiza inmensa, una Suiza cálida, eso es Co-lombia!

Esto sólo bastaría casi para marcar la antitesisprofunda entre esta garganta donde me encuentroy el continente negro, tan cerrado, tan agobiador,allá, al otro polo del mundo ecuatorial. Africa esla monotonía, América la diversidad. Dos gran-diosidades en sentido inven~o; ésta eleva el almatanto como la otra la deprime.

Hasta la tierra labrantía de ambos continentesparece no tener nada de común . .A.rcillosay ferru-ginosa, purpúrea hasta la exageración, al extrem1jde hacer creer que fue amasada con la sangre deterribles hecatombes de tiempos pretéritos, es latierra del Dahomey; jugosa y oscura,de aspectomás patriarcal y propicio para los cultivos, ésta.y esa es la disimilitud que percibe el viajero aldesembarcar: Africa roja, América negra.

Lo único que empaña un poco el placer de es-tas excursiones a las regiones templadas es la m,i-seria invariable de las casuchas de los labriegos,

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de los ranchos piojosos, con suelo de tierra apiso-nada a los que, todas las noches, hay que acoger-se y, sin embargo, en medio de esa miseria en Pla-ya Rica, término hacia el occidente de mi viaje,permanecí en suspenso ante una admirable mu-chacha que descubrí inopinadamente en uno deesos chiribitiles, una india que fumaba un cigarro,sonriendo en lo profundo de sus ojazos negros. So-berbia, con esa majestad un poco extraña de lasrazas primitivas, con esas pupilas hieráticas y fi-jas, que la imaginación presta a las hijas de losincas,' a las sacerdotisas del sol. Vale, ella sola,todos los sinsabores del camino, y no sé si de sucara soberana algún espejo la habrá revelado losencantos. Talvez el más delicioso de todos consis-ta en que ella los ignore.

Esta muchacha, no sé por qué razón, se ha vis-to preservada de la mutilación, inútil y dolorosa,que consiste en hacerse arrancar, en la niñez, loscuatro incisivos. Reminiscencia, sin duda, de bár-baras costumbres antiguas que las coquetas ob-servan como absurdo puntillo de honor. No sufren,pero se sufre por ellas. Añado que, aparte esa mu-tilación, el detalle de sus facciones es, con frecuen-cia, verdaderamente artístico. Hay, sobre todo enel fondo de su iris y en los pómulos, un r.o sé quéque hace pensar en la Gioconda, reminiscencia queacentúa su extraña sonrisa, ese ¿quién sabe? pe.-renne en sus labios.

Parecen bastante superiores a sus maridos. Elindio de hoy, o, por lo menos, al que llaman así,descendiente cruzado del chibcha o del quimbaya,no debe a la conquista un desarrollo intelectualproporcional a la duración de la dominación espa-ñola; en cambio, ha perdido sus cualidades esen-ciales, la práctica de la tierra virgen de la queCooper y Chateaubriand nos han dado a conocerrasgos increíbles. ¿A qué han quedado reducidosen él la perspicacia del apache, el genio arquitec-tural de los toltecas y la ruda y metafórica elo-

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cuencia de los hurones? Es necesario hoy en díadescender hasta el negro, hasta el feroz motilón,.hasta el toba antropófago, para encontrar ese ins-tinto animal, esa identificación con las cosas dela naturaleza que les permite sacar informacio-nes casi imperceptibles del viento y de las armo-nías de los bosques. Ellos son los únicos que toda-vía conservan ese instinto superior de la orienta-ción basado en mil indicios, perceptibles sólo parael cazador más avezado, ese que podríamos llamarolfato para seguir los rastros, en una palabra, esaafinidad profunda con ,elmedio, que en Africa, so-bre todo, aparece unido a un poco de brujería. Deetapa en etapa, de cabeceras en quebradas, llega-mos ante un macizo agreste y desolado que, se-gún me dijeron mis guías, nos ocultaba la vistade una de las perspectivas más hermosas de Co-lombia. Aunque el tiempo pasaba no quise desis-tir, estando tan cerca, de un placer que habría decompensar un último esfuerzo, y di la orden de su-bir al asalto. El obstáculo parecía una especie debastión de extensión considerable, la cresta de unaola pétrea cerrando el cielo. La región está de-sierta; otras alturas se elevan en los alrededoresy alcanzada la cima, se domina, se ve. Se ve pri-meramente allá lejos la planicie deslumbradora y'humeante de donde vinimos, luégo toda esa regióndesconocidaque se nos revela ahora, la sonrisa dela Tierra de Hielo, inmensidad blanca, saludo he- .lado del nido de cóndores. Se descubría, por fin,más alto que todo, más alto que los gigantes delRuiz y del Herveo, más cerca de nosotros, joven,hermoso, prodigioso, inmortal, alzando su cabezaplateada en lo más cristalino del éter el Tolima,límpido, que n,os miraba.

Estaba muy próximo su mágico pil6n de nieve.Se hubiera creído poder tocarlo con las manos.Parecía otro Cervin, otra "Muela de las nubes"en estos otros Alpes del Mont Rose; y lo mismoque allí, en el macizo del Valais, muy parecido a

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éste, las formas blandas de sus sudarios tieneriaspecto traidor, parecen estar llenas de abismosencubiertos, de rocas agudas e invisibles. Se dis-frutaba del placer de estar cerca y lejos a la vez.Ese radiante espectáculo cesó pronto. Con la pues-ta del sol las altitudes, hasta en los Andes, se tor-nan frías y fúnebres. Con la desaparición de laluz se levanta la brisa de las cordilleras. Sopla és-ta sin cesar, bramando lúgubremente. Amontonalas nubes sobre el panorama que acabamos decontemplar unos minutos antes. Estamos solos ro-deados de la voz de los barrancos. "He aquí el vien-to, dice Chateaubriand, corre sobre la copa de losárboles y los sacude, al pasar, sobre mi cabeza.Ahora se parece a las olas del mar que rompentristemente sobre la playa."

Se escucha aquí, más aflictivo que en cualquierotro sitio, ese rumor quejumbroso del invierno,que es algo así como el quejido mismo, el etern.:>quejido de las montañas. Clamor indefinible quetrae en sus alas un no sé qué de algo olvidado ydesgarrador ...

A mí, que no he podido nunca oír sin palidecer,el cuerno de los Alpes, me dice su sonido lo mis-mo que debió susurrar, me figuro, "al pobre sui-zo de la balada alemana", de que habla Gautie.r,que estando de guarnición en Estrasburgo atrave-só el Rhin a nado, siendo capturado y fusilado porgustarle demasiado oír el Ranz. des Vaches ...

En fin, al despertarnos ateridos por el frío dela noche de los Andes, en medio de este nido deáguilas espacioso, absolutamente desierto en losparajes del hielo, vislumbré, de repente, una di-minuta laminilla blanca, algo así como una uña denieve por encima de los bordes oscurecidos del ho-rizonte inmediato. Y ese punto luminoso, ese dien-te brillante, tan imperceptible que se presientemás bien que se ve, resplandece al sol que le bañacon sus rayos antes de bajar hasta nosotros. En-tonces, mientras le contemplo en silencio, Alejal1-

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drino me dijo: "Está usted viendo una de las trescúpulas del Huila, que se alza cerca de Popayán,a doce días de camino de aquí." De modo, pensabayo, que ese destello emanado de esa estrella te~rrestre ha recorrido sesenta leguas, por cumbres,derrumbes y planicies, para llegar hasta mí. Adi-vino, vertiginosas entre él y yo, las extensionesexcavadas bajo su cara blanca, por la que se desli-za imperceptible el cordón sinuoso que constitui-rían esos doce días de camino, en el que todo unejército no representaría más que un movimien-to de átomos. Todo ese caos de cordilleras, de gar-gantas, de torrentes, el Quindío,el Saldaña, la vis-ta sobre la alegre y edénica depresión del Cau-ca. .. Hacia nuestra derecha el Barragán yergueigualmente en el cielo su frente malhumorada y~is; pero ya no brilla sobre el sueño de los valleaazulados el Tolima.

Este fue el límite extremo de mi excursión PO!el imperio de las cumbres. A lo intensamente pin.toresco de la naturaleza, constituído por el es-truendo de las cascadas, por el puente que un ár-bol tiende por encima de un torrente, por las ro-cas escarpadas de donde salta el venado, por la~armonías del viento, el hombre puede añadir la.embriaguez de su entusiasmo, el grito de su liber-tad. Aquí alcanzamos casi los últimos páramospor los que éste se aventura. Algunos escalonesmás por el camino de las nubes y se llega a la úl-tima zona cuyos dueños son los osos y los cóndo-res; es el reino prohibido. Dejo para otros el peli-gro y la gloria algo vana de abrir el camino. Segu-ramente sus conos de hielo tendrán también susmártires; el Himalaya ha envuelto a más de unoen sus sudarios. Cualesquiera que sean las señasimperiosas y traicioneras que nos hagan paraatraernos sus blancuras inmaculadas, consolémo~nos de no ser titanes para no tentar a Dios.

Ahora descendemos a lo largo de sus flancosescarpados, por los que el río Saldaña corre hacia

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la planicie, describiendo, a través de los mil re-pliegues del suelo, sus encantadoras sinuosidades.Algunas veces el panorama se parecía a un rincóndel lago Brieuz, otros al diorama variado y mi-núsculo que se divisa desde el Pilatos; todo eso e~más pequeño, convengo en ello, pero, además con,por encima, la línea brumosa de colores que corrE'hacia el sur y hacia el norte y que, con la imagi·nación, se prolonga hasta los límites extremos deAlaska y del Cabo de Hornos y, sobre todo, conel mágico exotismo de poder decirse: j la pasee-ahora, esta cordillera famosa, esta espina dorsaldel mundo, con la que soñaba cuando niño; dej{·impresos en ella los clavos de mis zapatos, al igua;del buitre que hunde en ella sus garras!. Así, de escalón en escalón, volvimos al nivel de}

valle de la alta llanura del Magdalena, y abandon@la región de los trastornos de la naturaleza paradirigirme a otra que los trastornos de los hom·bres han hecho todavía más célebre. Se han aca·,bado las vertientes escabrosas que inclinan sus de-clives de pizarras amenazadoras. Iba a penetraren la región de los placeres de explotación :rná~antigua y cuya curiosa configuración se advertíaya por las nuevas tablas de aluvión tan caracte-rísticas, algunas intactas, testigos casiinmacu-lados del período plioceno; otras más o menos in-clinadas, roídas por las aguas o por completo in-vertidas, enterradas por un ángulo, casi verticales,como si algún Anteo cansado las hubiera dejadocaer. Regiones famosas en la historia de la con-quista, en la's que se desenterraron otros tesorosa más de los de Apone, Mal Nombre, Gacaipa. Ytambién Coyaima, Natagaima, con sus nombregindígenas algo bárbaros, que han subsistido a pe·sar del tiempo transcurrido, nos hablan de otrossiglos más gloriosos, más brillantes todavía. Esde allí, de las entrañas de esa tierra oxidada, delas laderas rojizas de ese placer de Santa Marta,principalmente, de donde salió a la luz el brillo

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del imperio muisca, las riquezas dignas de ese paísde fábula, en que a la vuelta de la expedición deMartín Galiano contra el cacique Macaregua, loscaballos de sus soldados llevaban herraduras deoro.

En medio de la pampa amplia y terrible, pro-duce una sensación excitante el inclinarse sobrelos agujeros abiertos por los lavadores de oro deSaguanmachica.

Las depredaciones hechas en el terreno sobreuna extensión de varias leguas cuadradas sonenormes. Las lluvias torrenciales de cuatro siglosno han podido nivelarlas y, más bien, han añadi-do otras a las antiguas. Si se escala alguno de losmontículos toda esa extensión verde aparece os·'eurecida hasta el infinito por una multitud demanchas grises, de excavaciones leprosas, de úlce-ras que resultan aun más horribles en este desier-to, como si el gran cuerpo, la tierra, padeciera eneste sitio una repugnante enfermedad humana.

Estas miserias superficiales de la naturalezahan alumbrado, sin embargo, verdaderos hallaz-gos, documentos fósiles, únicos, relativos a la vi·da que poblaba en los tiempos prehistóricos estQspaisajes terciarios. En El Espinal, en El Guamo,en Payandé, se han exhumado vestigios del perío-do mioceno, briozairos, políperos, restos delezna-bles de una animalidad que empieza a insinuar sus

r formas. En la última planicie del Magdalena, másallá de Neiva, al pie del circo natural por el quela cordillera del este se adhiere a la cadena cen-tral, el Gigante, debe su nombre a los restos demamuts, de aquellos animales fantásticos del pe-ríodo pliceno que en él s'e descubrieron.

Los mitos indios, que lo explican todo, cuentanque en la época en que todo el valle de la parte al-ta del río era un lago, un jinete gigantesco apa-reció marchando sobre las aguas. Recorría sem-brando el espanto ese reino de las aguas; pero fuedetenido por el muro de los Andes, su apocalípti-

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\co corcel cayó y murió en el Gigante: Por eso laazada del labriego que desmonta sus tierras tro-pieza hoy con osamentas que le dejan vacilante yestupefacto ante los enormes costillares de ese ca:baIlo del diluvio.

La línea casi continua de erosiones y luégo lagran estepa verde, nos condujeron, por fin, a SanLuis, al pie de las últimas estribaciones de la cor-dillera central que se adelanta como en descubier-to. Un accidente de viaje nos obligó a permanecervarios días en ese pueblo, donde la:-reverberacióndel sol ciega. Sin esa estada obligada no hubiesetal vez conocido en toda su intensidad la profun-da melancolía de los llanos del Magdalena. El ho-rizonte abrumador, liso, que parece estremecerseen medio de las emanaciones y bajo los chorrosaplastantes de la luz, la sensación de caída quedan las montañas lejanas, que toman el aspectocompletamente vertical de macizas cascadas dehielo y, finalmente, esa tristeza incolora que ladistancia y la neblina ponen en las lejanías, a pe-sar de la languidez abrasadora de las horas delmedio día ...

Estos pueblecitos colombianos son todos igua-les, construídos siempre con arreglo al patrón im-portado de España. En el centro, una plaza cua-drada, una alfombra de hierba rala con espacios detierra gris, con cuatro mangos en las esquinas yun cedro blanco en el centro. Toda la actividad seconcentra ahí: mercado, espectáculos y manifesta- .ciones electorales. En uno de sus lados, solitaria.,revestida de yeso, la iglesia, deslumbrante de cal,de un blanco que al sol resulta un poco rosado, yque al cesar la luz resplandeciente del día cobraun aspecto lamentable, manchada de tiznones ne-gruzcos. Entonces parece, en verdad, que la pobrecasa de Dios pide limosna para sí y para los suyoscon una reverencia de su campanario inclinado. Enfrente de ella, en el lado opuesto del rectángulo dehierbal está la escuelal de la que sale continua-

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mente el murmullo de voces que salmodian y en-tre ambas, diseminados por la misma alfombraverde, caballos y vacas pacen evitando con cuida-do los cueros de buey que, sujetos por una infini-dad de estacas y rodeados de la negra y grandeasamblea de urubus, se secan al sol.

Durante un rodeo que hicimos por la sierra quesube de Coyaima a Ataco, nos sorprendieron losgrandes aguaceros de invierno. Fue aquella, conseguridad, la cabalgata más dura de todas las querealicé en Colombia,por la cima afilada del cerro,cortada en pequeños terraplenes sucesivos, en losque las mulas tenían que asegurar sus remos unoa uno. Nieblas de las alturas en las que; perdidoshombres y animales, parecen fantasmas; ráfagasde viento y turbonadas de lluvia que caen instan-táneamente de un cielo inexorablemente negro, elmismo que minutos antes parecía tan inexorable-mente azul, nada nos fue perdonado: aguacerosnocturnos, torrenciales, bajo los que caminábamossobre cumbres completamente desiertas y en unaoscuridad de tumba, sin ni siquiera poder ver dón-de'ponían los cascos nuestras cabalgaduras, no te-niendo para guiarnos más qUeel rumor inquietan-te de los torrentes que se oÚ:tpor todas partes enmedio de las tinieblas más impenetrables.

Claro es que también tuvimos alguna de esasmañanas que compensan de todas las fatigas y delos malos ratos al ofrecer a la vista, unas vecesincomparables panoramas hundidos bajo nuestrospies, otras, simplemente los hermosos coloridosfrescos y recién lavados del camino, o las varieda-des de los esquistos, azules, rojos, violetas, vinadosy, en todo momento, la vista de las perdices queapeonan, de las codornices que lanzan su trino bre-ve desde los montecillos de hierba' corta o de losvuelos ruidosos en zig-zags de los loros verdes queen ocasiones interrumpe un ave de rapiña, y dealgún águila parda que se levanta a nuestros pies,traspone rauda la cumbre por donde avanzamos

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para dejarse caer como un:bólido en el abismo delvalle.

No debía precedernos mucho tiempo, pues al-gunos días más tarde nos encontrábamos perple-jos ante el río Saldaña y después ante el Cucuana,tumultuosos, arrollando enfurecidos sus propiasmárgenes y desbordados sobre una gran exten-sión, como si la cólera de los gigantes tempestuo-sos de donde provienen estuviese concentrada ba-jo sus ondas.

Las frágiles piraguas de. los barqueros danzancomo un cascarón de nuez en sus remolinos. Peroel paso de las mulas exige esfuerzos inauditos.Empiezan negándose resueltamente a entrar en elagua; es preciso precipitarlas, valiéndose de en-gaños y después, una vez que han alcanzado la co-rriente, con qué inquietud se sigue con la vista lastres frontaleras que emergen, los belfos apreta-dos, los ojos exorbitados por el esfuerzo supremode conservación, con qué ansiedad se sigue con lavista las tres pequeñas manchas grises que, agru-padas, giran una tras otra como corchos y que de-rivan, a veces, varios kilómetros, antes de tomarpie en la orilla opuesta. Los peores pasos habíantenido lugar en el alto valle del gran río cuyasprincipales provincias conocía. Un arqueólogo másdecidido que yo no se hubiera ahorrado una últi-ma caminata de ciento veinte leguas para poderadmirar en San Agustín las ruinas andaquíes, lasestatuas colosales que parecen atestiguar el des-bordamiento en Colombiade la civilizaciónincaica.Pero el tiempo me apremiaba, tenía ya que pen-sar en el regreso, y me liberé de aquella tentacióntomando la decisión más difícil talvez que se pre-senta en un viaje, la de renunciar a ella. Y toméel camino del llano, es decir, el llano mismo, esaextensión monótona que el Magdalena limita porel este, como un canal de riego, el'lallanura infini-ta, un poco abombada, que canta bajo los rayos delsol como la Provenza. en verano, y que tiene una

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barrera violeta, inefable a la extrema derecha,que puede llamarse, a capricho de las ilusiones delalma, el alicatado de los Alpes o la cordillera deBogotá.

Una vez más experimenté el calor y el vértigo.Me abrasé los ojos en sus reflejos de hoguera deun verde casi azul enmarcados por vertientes agos-tadas. Volví a verlas llamas color de rosa quesuben a los párpados, los millones de chispas quedespiden el polvo de hierro y de mica, los barran-cos malditos, el blanco agrietado de los cuarzos,que dan a toda esta región estéril de los alrededo-res de San Luis el aspecto de estar espolvoreadade sal.,

Pero a la vez, una línea grandiosa, nueva, unalínea de acantilados completamente recta surgía,en medio del panorama, paralela al río que habíadesaparecido. Barrera, sin duda, de un mar dese-cado, pero incoherente, que ocultaba toda la par-te de la derecha, de un colorido rosa inimagina-ble, con estrías color verde musgo, constituída porgrandes lienzos de pared redondeados que pare-cían haber sido pulimentados, trabajados a tor-no antaño, por manos humanas. Quince kilómetrosde fortificaciones levantadas en el desierto.

Entre tanto, la sombra de las vertientes opues-tas se extendía gradualmente hacia mí, y el cre-púsculo, ya cargado con los consejos de la noche,predisponía el espíritu a una infinita variedad dereflexiones. Estas, primeramente, fueron de carác-ter físico, y se referían a la facilidad con que lassensaciones de viaje se graban en el espíritu. Yes que aquí la unidad del paisaje es mucho másuniforme que en nuestros países; relativamenteorientales. Si, por ejemplo, con el pensamiento re-construyo un camino de los alrededores de Fon-tainebleau que me sea familiar, mi memoria se de-tiene, se pierde en seguida en una serie desmenu-zada de paisajes, de valles, de bosquecillos, de pra-dos que un buey corta con su lengua, rincones de

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acuarela, perspectivas de miniatura. En cambiosi reproduzco el cuadro colombiano, si vuelvo conla imaginación de Ibagué a San Luis, el caminodesemboca, para empezar, en una sabana -peroésta ocupa seis leguas-; luégo pasa por un puen-te suspendido sobre el abismo mugiente del Coello-pero el puente ofrece seiscientos metros de ojo yel abismo ciento veinte de profundidad-; por finllega a esa región de protuberancias, de valles deun aspecto tan monótono y sombrío que constitu-ye una tercera perspectiva, pero que se prolongadurante veinte kilómetros, antes de conducirme ami destino. Así, pues, habré recorrido once leguas,y en ese trayecto no he visto, en realidad, más quetres aspectos de la naturaleza. En ese mismo espa-cio el rincón de Francia más insignificante me hu-biera ofrecido veinte o treinta. Análoga impresióntuve cuando recorrí el Africa lúgubre. Extensio-nes de selvas o extensiones de desiertos de seis-cientas leguas; sólo los continentes nuevos, dondeel espacio no cuenta, pueden permitirse semejan-tes exuberancias. En el camino de Bogotá se pue-den anotar cinco o seis paisajes sucesivos. De Gi-rardot a Ibagué, dos.

. . .La gran sombra de la noche me hablaba tam-bién del profundo desencanto que producen los re-corridos a través del mundo, la estafa que los via-jes representan para aquellos que por traslado en-tienden salud, por aventura, morfina. Pasear porla redondez de la tierra sus tristezas y sus sueñoses confesarse talvez eternamente incurable; escrearse el más huraño de los aislamientos osandoaquilatar la verdadera indiferencia del universo,de ese mundo egoísta y afanado, por todo lo quenos afecta. Pero, aparte de todo esto, cuando·<Jehace el balance de los riesgos corridos, de las ex-periencias adquiridas, se siente, en el fondo, unpesar, el eterno, el universal pesar que nos amar-ga todo en este mundo, que imprime su sello sobretodo lo que hemos visto, deseado, pensado, sobre

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todo lo que hemos dejado detrás de nosotros, so-bre todo lo que hemos abandonado, del mismo mo-do que abandonamos una en pos de otra las sema-nas y los años, fugaces hosterías de la vida. Lué-go se advierte que, lejos de curar la llaga. esa in-quietud peregrina no ha hecho más que acumularnostalgias. No se sufre ya por la ausencia de unasola pa:tria: es por la de diez patrias sucesiva-mente elegidas, a las que uno se ha entregado lomismo que a la primera, por las que se sufre.

Y, sobre todo y siempre, lo que nos atormenta,es el loco, el punzante deseo de volver a ver. Esedeseo jamás satisfecho que debe acosarnos siem-pre, sobre todo cuando no son las pierna5 las queandan, cuando es sólo la imaginación la que vuelv'~a recorrer los trayectos hechos por los países que-ridos, esa interrogación que pronto se multiplicapor todos los puntos del globo que uno ha conoci-do: ¿ cómo estará ahora aquello?

De repente, antes de llegar a Ibagué, un clarohacia la izquierda me hizo instintivamente volverla cabeza. Encontraba de nuevo al declinar deldía, el Coello,el Combeima, el retroceso del hori-zonte hacia Martínez, con el puntito blanco, la ca-sa donde, de nuevo, en esta hora crepuscular, es-tarán reunidos en torno a la mesa mis amigos, losmineros de Escocia. Y la luz de la luna, que ilu-mina la pequeña aldea, extiende hasta mis pies,al entrar en el hotel Milton la silueta melancóli-ca del campanario, la del gran dedo de las tinie-blas, levantado sobre la atmósfera azulada de lasmontañas inmediatas.

Días más tarde daba a la propia capital del To-lima un adiós, talvez eterno. Seguido ahora sólopor Alejandrino, volví a descender sobre Honda,atravesando otra pequeña región -treinta y cin-co leguas- de la llanura, única en el mundo, queextiende, desde Yeguas hasta el Gigante, su in-movilidad, y la alfombra verde de sus trescientosveinte kilómetros. Luégo se presenta el paso trai-

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cionero del río Recio y el río Sabandija, con sucaudal aumentado por crecidas impetuosas, delque, dicho sea sin exageración de viajero, escapa-mos de milagro; siguen después los grandes con- 'trafuertes de los Andes centrales que bajan des-de las nubes, a nuestra izquierda, para venir a mo-rir a nuestros pies; es el límite de la región dela plata, el vestíbulo de la región del oro, con suvivero de nombres famosos: Frías, Santa Ana,Obdulia, Calamonte, La Plata, que recuerdan ladeslumbrante era de la conquista, cuando el nom-bre de Nueva Granada era sinónimo de NuevaGolconda.

Mariquita. Pueblo vulgar, blanco, refulgente deluz sin tamizar, situado en las vertientes cubiertasde bosque, en el centro de una gran región minera.j Epílogos de la hi!toria! Aquí es donde murió,a los cincuenta y un años, leproso y arruinado, ~lgran Quesada. Pasma y admira comprobar la na-da de hoy, se busca en vano entre las ruinas de susconventos, entre las de sus mansiones antaño sun-tuosas, algún recuerdo de los cincuenta mil habi-tantes que antes hicieron de este villorrio una fe·bril y opulentaciuqad, se buscan inútilmente ras-tros de la clientela ilustre, reclutada entre los pri-meros conquistadores de Cundinamarca, entre lasfamilias más ricas y nobles del reino atraídas porla fama de sus minas. Se querría adivinar, a tra-vés de uno de esos muros en ruina, el sitio dondeel rey de los conquistadores debió extinguirse. Pe-ro ningún sillar conserva su nombre y sólo el sue-ño que forjó su frente heroica indica apenas latierra donde aquél se desarrolló.

No aquí, es cierto, pero sí en Bogotá, adonde suscenizas fueron trasladadas, una losa funeraria,al amparo de la Catedral, cubre sus restos con ungrito de fe por epitafio: "Expecto resurrectionemmortuorum" ...

Como en los tiempos de las cruzadas doradas,tiene Quesada la sepultura que corresponde a. un

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buen hidalgo granadino. Puede no creerse deste-rrado: yace en tierra santa.iAy de mí!, cuando la resurrección que aguar-

dan esos muertos gloriosos para pasar una revis-ta nocturna, más terrible que la debida al lápiz deRaffet, llame en la ceniza de sus tumbas a GonzaloJiménez de Quesada, Adelantado de Nueva Gra-nada; a Sebastián de Benalcázar, Adelantado dePopayán; a Luis Sánchez, fundador de Muzo; aPedro de Ursúa, fundador de Pamplona; a JorgeRobledo, mariscal ne la provincia de Antioquia;a Pedro de Heredia, Adelantado de Cartagena; aDíez Aux de Armendáriz, fundador de Valledupar;a Hernán Venegas, mariscal del Nuevo Reino; aNicolás de Frederman, general de las gentes deVenezuela, y a tantos otros, ¿quién sabe con quétemblor sus sombras altivas escucharán ese toquede llamada? ¿Quién podrá decir si suscribirán, enese día, a la falaz oficiosidad de los epitafios? Ten-drán que rendir cuentas terribles cuando se pon-gan en el platillo de la balanza el debe y el habereternos. Todas aquellas exacciones de las que elsuelo que piso fueron la causa y el teatro. Esteha empapado la sangre, pero sus desgarramientospasados, los sufrimientos de toda especie de losque aun hoy conserva las cicatrices, bastan paraatestiguar esa especie de furor bajo, esa pasiónfrenética con que los gerifaltes de España se lan-zaron a la ralea de la más hermosa presa que tal·vez se haya nunca visto. Pues fue un verdaderoviento de locura el que les hizo poner en la ex-humación de tantos tesoros, de tantos recursos,todo el esfuerzo de ese temperamento extremadoal que ya se debía la Inquisición, los éxtasis deSanta Teresa y las atrocidades de Flandes.

Se siente cernerse sobre la sombra de esta con-quista la figura taciturna, ardiente y atormenta-da de Carlos V, que no era en sí, por lo demás,otra cosa que el resumen, la encarnación de su épo-ca y de las casas reales más significadas de enton-

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ces -hijo de Juana la Loca y de Felipe el Her-moso, nieto por su madre de Fernando y de Isa-bel; por su padre bisnieto de Carlos el Temera-rio-o" Y, en efecto, si se examina ese extraño per-sonaje real, tan complejo, a la vez flamenco y es-pañol, valeroso y templado, tan impasible ante losreveses como ante los éxitos, exaltado y sereno,noble y mezquino, piadoso y descreído, parece queen él se advierten en dosis precisas, la audaci.lcruel del bisabuelo y la sangre fanatizada de losreyes católicos, la inclinación a la intriga, casi en-fermiza y tradicional de su padre el archiduquey hasta la vena inquietante de la singularidadmaterna.

De todo esto había -exacerbado por el sol delos trópicos- en la sangre de esos alabarderosafamados y formidables que hicieron española :.1

América. La fiebre de la riqueza engendraba he-roísmos. Se queda el ánimo suspenso al compro-bar que con medios de acción tan rudimentarios,sin abastecimientos, sin medicina, revestidos dearmaduras que el calor debía hacer intolerables,obligados a batallar constantemente contra lastribus hostiles del llano, hayan podido, cincuentaaños después del descubrimiento del Nuevo Mun-do, no sólo explorar y someter casi todo lo queahora conocemossino recorrer regiones en las quenadie ha osado aventurarse después de ellos.

Las aguileras más inaccesibles de estas monta-ñas, caídas en el olvido hoy, la oscuridad de laselva virgen, habían sido visitadas por ellos. Yno es raro que, en medio de los tallares más im-penetrables, de repente un tramo de acueductoolvidado o la excavación de una mina, obra deellos, venga providencialmente a servir de guía alviajero.

Claro es que con frecuencia sucedió que muchosde esos esfuerzos gigantescos fueron estériles. Eldescubrimiento de las Indias Occidentales habíatrastornado los cerebros. Todas las antiguas fá~

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bulas legadas a la cábala por los libros de caballe-ría, resucitaron en las imaginaciones sobreexci-tadas. El Dorado, país tan maravilloso como im-preciso que todos buscaban a la vez por todaspartes y que, sucesivamente, creyeron encontrarQuesada en Cundinamarca, su hermano en Casa-nare, Felipe de Urre en los territorios de los oma-guas, César en los del cacique de Dabeiba, Be-nalcázar en el Cauca, Solano en el Amazonas, noera, evidentemente, más que una región remotadel famoso reino de Candaya celebrado por la do-lorida al caballero de la Mancha que no debía es-tar tampoco muy lejos de las felices regiones deUtopía. Otros como Hernando de Soto, como Pon-ce de León, viendo el tiempo blanquear sus cabe-llos cortos y crespos, buscaban, con igual desaso-siego, la fuente de Juventa, y, dice Reclus, tresreligiosos, entre los que figuraba Juan Alvarez,deán del Cabildo de León, tomando por oro en fu-sión la lava que hervía en el cráter llamado el In-fierno de Mosaya, concibieron el loco proyecto deperforar un túnel hasta llegar al líquido tesoropara verterle de una vez. El volcán se compade-ció de esos Empédocles.

Algunas veces también la leyenda mintió, comocon frecuencia lo hacen las leyendas.

iDesgraciado Perúsi se descubre el 8inú!

cantaban los soldados de Cartagena cuando toda-vía no se conocía el Sinú más que por las des-cripciones fantásticas de las tradiciones indíge-nas. y cuando, bajo la fe de esas tradiciones, Pe-dro de Heredia, siempre en busca de El Dorado, en1534 emprende su expedición a esas regiones fa-bulosas, no se descubrieron los yacimientos queprometían. El oro allí acumulado provenía de An-tioquia y del Chocó; el propio Sinú no reveló nada.

Esos episodios vienen a las mientes con fuerza

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avasalladora cuando al pasar a lo largo de los re-vestimientos de los aluviones enchapados en losflancos de la cordillera, entre Venadillo y el ríoLa Miel, se distinguen, a lo lejos, de trecho entrecho, los pequeños cortes rojos que los monito-res de hoy, herederos del tesoro de Quesada, en-sanchan cada año en las vertientes de sus colinas.A los buitres de Palos que canta el poeta han se-guido los caballeros con casco de sauco que vienendel Clyde o del Támesis, y que perforan la monta-ña con la misma dignidad con que cortarían unalonja de jamón o un trozo de pastel de ciruelas.No malgastarán las palabras, de las que son ava-ros, en cuestiones relativas a la Castilla de Oro.¿Pagará la montaña? Es lo único de lo que quie-ren' estar seguros. iTo pay or not to pay J, diríamelancólicamente Hamlet si volviera al mundo.

y así, a través de kilómetros y kilómetros, sepasa por delante de estas pequeñas nidadas hu-manas adheridas a Mariquita, y que desde haceveinte años se han agrupado sucesivamente entorno de Malpaso, la primera y la más rica. LaGuardia, Reforma, Rica, Orita, Cajángora, Gua-rinó, Malabar, y tantas otras, forman un rosarioininterrumpido de desconchones rojizos que va aperderse en el extremo norte, tan muertas, vistasa esta distancia, tan impregnadas de su fúnebredecaimiento comoel decorado de la terrible soledaddonde se asientan. Pero, a la vez que la miradaabarca toda su hilera, toda la cadena de monta-ñas con pepitas y polvo de oro, los ojos se entre-gan, maquinalmente, al trabajo de síntesis quequerría adelantarse al tiempo y abreviar los me-dios. La imaginación se esfuerza en extraer inme-diatamente la preciosa quintaesencia de semejan-te California. Calcula que para extraer esas lami-nillas del caos de piedras donde están perdidas se-ría menester hacer pasar las montañas por cana-les de mercurio, y compara su masa entera con elpequeño cubo de oro, que no sería mayor que una

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caja de caudales de volumen corriente, cuya obten-ción exige tantos trabajos ...

Entretenido en esta divagación, detuve un mo-mento mi caballo. Y bruscamente, del ruidoso fan-tasma que agitaba en mi marcha, paso al desier-to, al silencio lleno de pasiva filosofía y de ense-ñanzas perennes. La tierra aparece instantánea-mente tal cual es, en realidad, inanimada. Todoese barullo, toda esa furia de gentes y de máqui-nas que están en ebullición allí arriba,· no logranmover ni una sombra sobre la faz muda y abu-rrida de la tierra. Y la tristeza de sus lejanías i

carece de expresión, como si el sentimiento de lanada y la inutilidad del ser gravitasen tambiénsobre ella.

La indiferencia fatalista del suelo acaba porcontagiar las almas. A mi alrededor no hay másvida que la que representa el soplo imperceptibledel céfiro que mece la punta de las hierbas altas.Todolo demás, hasta el horizonte que se tiene ade-lante, hasta el horizonte que se tiene a la espal-da, hasta las barreras azules que se alzan al estey al oeste, todo, en la superficie de la estepa, estriste, está como coagulado bajo la luz abrumado-ra. No conozco símil ni pincel .capaces de repro-ducir esta impresión: j el sol de las dos de la tar-de en los llanos! El espectáculo entero, el mar dehierbas, las pendientes cegadoras de los acantila-dos blancos, la cinta de los ríos, todo arde, se ha-ce polvoriento, baila, ríe burlonamente bajo la in·fernal compuerta del sol abierta de par en par.El cielo lanza su furor sobre la tierra, sobre elcadáver y la rigidez de la tierra; y todo en eseabrazo, en ese asalto del dios desesperado por sueterna impotencia, es sombrío.

y hasta ~omopara reforzar más aun esa impre-sión de desierto atravieso ahora nubes de lan-gostas, que se levantan a mis pasos en el polvodel camino. Se han dejado caer, abatidas tambiénpor el ardor despiadado de un día de plomo, y he

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aquí que tienen que emprender de nuevo el vuelo.Se alzan, produciendo un frrrru metálico, en to-das direcciones, en forma de abanico, y sigo con

. la vista la marcha que forman zigzagueante, ama-rillenta, verdosa, del color de estas hierbas tosta-das. Plaga aérea, se desplazan, parecen vacilar, sulargo vuelo se deshilacha, ¿qué van a devastarahora? ¿Adónde van a llevar la esterilidad?

No debíamos tardar mucho en divisar el caosde amontonamientos azules y la depresión en cu-yo fondo sabíamos que corre el Magdalena. Losgrandes acantilados, extraños, que caen a plomosobre la llanura rosa y límpida como un cristal,por donde vamos, se retiraban ahora hacia unaespecie de abismo violáceo, maraña de montañasque cortan en forma impresionante las techum-bres superpuestas de nubes de plata. Yesos acan-tilados son grisáceos aquí, violáceos allá, todosestán tapizados de matas y de árboles, enchapa-dos a intervalos de manchas blancas, que son lasladeras demasiado perpendiculares en las que na-da crece. Luégo, de improviso, desaparecían y latierra con ellas, dejando ver en una hondonadatriangular la ciudad pequeña y blanca que ya co-nocemos.

En Honda me esperaba una llamada a la reali-dad, un contraste violento entre esos panOramasde donde venía y una agitación inusitada, el run-run de la guerra. La "Profund,a" estab~ pletóricade soldados, llena de rumores de revolución. Mien-tras caminábamos por los valles del Tolima, va-gando bajo las maravillosas perspectivas de laaurora, el horizonte político se ensombrecía cadavez más en Bogotá. La proximidad de las eleccio-nes presidenciales, el temor de una sorpresa porparte de los liberales, motivaban esas concentra-ciones de tropas aumentadas por la incorporaciónforzosa de reclutas que se enganchaban en la ca-lle a razón de dos reales por día. Correos, telégra-fos, servicios públicos, todo está militarmente cus-

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ÉiECt.1ERt>OS DE LA NUEVA GRANADA 171

todiado. He ido a ver hacer el ejercicio a esos po-bres peones transformados en guerreros. Era la:misma carne de cañón de siempre, idéntica en losdos hemisferios, resignada, indiferente. Sus muje-res, sin las que se morirían de hambre, porque elgobierno no les mantiene, esperaban, acurrucadaspor los alrededores, la hora de comer. No era laprimera vez que veía a esaa desgraciadas siguien-do, de lejos, retaguardia de miseria, al batallónen marcha de sus maridos o de sus amantes. Meconsidero incapaz de expresar el estremecimientoque a su 'paso me sacudía. Pobres bestias de car-ga, admirables, que llevan sobre sus sufridas es-paldas las míseras ropas, el incompleto menaje,sin contar, además, cabeza abajo, coronando lacarga, al rorro que vino al mundo en lá cuneta delcamino; y así siguen con constancia, ayudando,abasteciendo, animando con su alegría y su sacri-ficio, la fatiga y el desamparo de la jornada, dan-do, con lo que les queda de juventud, un poco rl~amor a su compañero, un poco de leche a su hijo.Sí, son santas estas sublimes miserables, ante lasque el suave Vicente Ferrer se hubiese arrodilla-do, cuya fidelidad y abnegación las hace correr lo¡~riesgos de la matanza, las lleva hasta la línea decombate para curar la postrer herida, para arran-car el fusil ya enmudecido de las manos crispadasy vengar a sus muertos antes de caer, con el ar-ma en la cadera, sobre el cadáver del hombre quehabían amado ...

y todo ello con tanta sencillez, sin afán algunode gloria, sin preocuparse de que se escriba o deque se hable de ello. iMujeres al fin, en la acep-ción más profunda, más intensa de la palabra, se·res extremados, partículas de ángel o de demonioy según se tercie, cortesanas o mártires!

En fin, talvez mañana se llegue a las manos (1).

(1) Mis temores de entonces se han confirmado. Una lar·ga y sangrienta revolución, que acaba de terminar, vino 9.

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¿ y por qué? ¿ En favor de quién? Para manteneren el poder a los nacionalistas que lo ejercen hoy.El candidato del gobierno es un anciano más queoctogenario. Los adversarios dicen: ¿ estando conun pie en la sepultura, tan cerca ya de Dios, sepueden pretender a tiros las dignidades humanasy llevar ante el gran tribunal la acusación de lasangre vertida? j Libertad y Orden, oh Chateau-briand!

y fuera de Colombia, según dicen los periódi-cos, el viento de la insurrección sopla huracanado.La danza de los partidos gira como la de las hc,-jas que el viento arremolina y termina como la ::leHolbein, Costa Rica, Guatemala, Uruguay, Brasily mañana Venezuela, que se apresta a derribaral dictador (1). El viejo solar hispanoamericanoarde por los cuatro costados como un haz de -pa-ja. Pero aquí, principalmente, la sorda agi1;a.ciónaumenta de día en día y hasta la misma atmósfe-ra lleva en sí un no sé qué.de inquieto y de eléctri-co. Los alardes se multiplican. El asistir a ellosme sume de nuevo en el recuerdo de Francia. Elsoldado colombiano recuerda mucho al nuéstro:estatura, uniforme, quepis inclinado hacia un la-do, formaciones, voces de mando en nuestra. len-gua, todo... '

y el. coraje francés también. Constantemente,de día y de noche, las trompetas rompen el silen-cio, nada tranquilizador, precursor de la tormen-ta. Lanzan por la ciudad algunos toques largos,melancólicos,parecidos al de retreta de la caballe-ría francesa.

Esta mañana, de improviso, los toques fueron.tan violentos, delante de mi ventana, que me des-Perté sobresaltado, febrilmente retrotraído a lostiempos ya lejanos de mi servicio militar en elcuartel Rochambeau, y al toque de diana.demosrar, una vez más, la vehemencia y la implacab1l1dadde l'as rencillas políticas en este pais.

(1) Algún tiempo después, en efecto, JoaqUÍn Crespo per-día, en una emboscada, la vida y el poder.