momento ii teorizaciÓn
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MOMENTO II
TEORIZACIÓN
Existe una amplia literatura sobre los partidos políticos donde se
existe consenso que los partidos son estructuras isomorfas, adaptables a
los cambios en el entorno. Los partidos cambian y se amoldan a los
cambios sociales, económicos, culturales y políticos. La cuarta
perspectiva, de igual forma que la anterior, no acude al concepto de crisis,
enfatizando más en las transformaciones de los partidos, de sus
estructuras y funciones. Los partidos se transforman; convierten y
reconvierten sus roles. Una última mirada, cercana a la anterior, asume
que los partidos, específicamente en América Latina, han entrado en una
dinámica de déficit y de inestabilidad o derrumbe. Los partidos incumplen
con su papel histórico; algunos de ellos logran estabilizarse y otros
desaparecen.
Así entonces, desde tales perspectivas, se analiza, si los partidos ya
no son lo que solían ser, ¿qué se espera que sean? Dependiendo del
diagnóstico, las diversas perspectivas del cambio partidista expresan lo
que cabe esperar respecto hacia el futuro. Se enuncia su desintegración y
reemplazo por otras formas de representación y canalización de
intereses. Asimismo, se plantea su existencia inercial con un creciente
deterioro, o se espera la reconstrucción de lo que estos han sido. Se
sostiene la renovación de sus formas organizativas y de actuación en
diversos escenarios. Se señala el surgimiento de nuevos tipos de partidos
o se enuncia la consolidación de algunos y la desaparición de otros.
De lo planteado se infiere que los partidos políticos han presentado
grandes cambios en los últimos cuatro decenios, en su organización, en
sus roles tradicionales, en los procesos internos, en sus desempeños
gubernativos, electorales y legislativos, y en la forma como se relacionan
con los ciudadanos, todo lo cual ha servido de análisis e interpretación
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con relación a la temática planteada, permitiendo a la vez estructurar unas
unidades de análisis relacionada con las áreas indicadas.
1. TEORÍAS REFERENCIALES
En una investigación se requiere de teorías existentes sobre la
temática que se examina, que permita juntar bases teóricas,
argumentadas, explicitadas, de manera que conceptualicen, describan y
expliquen el objeto, evento, situación o necesidad en estudio, a través de
la determinación de las categorías, subcategorías y unidades de análisis
seleccionados por el investigador, las cuales se desarrollan a partir de los
párrafos subsiguientes, de acuerdo a los títulos y subtítulos que engranan
un basamento teórico preciso para dar respuesta a los propósitos de
investigación formulados.
1.1. DIMENSIONES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS COMO HERRAMIENTA DE GOBIERNO
Las dimensiones de los partidos políticos como herramienta de
gobierno se constituyen en el conjunto de aspectos o elementos
concurrentes en la conformación de los partidos. Así lo señala Malamud
(2013), quien afirma que estos elementos, por si solos, no pueden abarcar
todas las dimensiones del fenómeno partidario. Por lo cual, deben confluir
todos. En este sentido, alude a la dimensión organizativa, atribuida a la
estructura interna del partido político, en el cual se encuentran los
fundamentos sobre los cuales se crearon. Por otro lado se presenta la
dimensión sociológica, basada en la composición de clase, de donde es
posible extraer lo relativo a los efectos sociales producidos con base en la
implementación de acciones y políticas públicas que diseñen como
partido de gobierno.
También se hace necesario, plantearse el estudio desde una
dimensión sistémica, precisada por la interacción con otros partidos y con
las instituciones de gobierno, es decir, aquella que deriva de las gestiones
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implementadas en su trance gubernamental; y la dimensión teleológica,
reducida a la ideología o los objetivos manifiestos, reflejada en aquellos
actos ejecutados en posición de gobierno. Asimismo, consideran Tamez
y otros (2015), que son tres son las dimensiones que resultan más
pertinentes para analizar los sistemas de partidos: el número de partidos,
la forma de competencia entre partidos y/o grado de polarización
ideológica, y por último, la estabilidad y el cambio de los sistemas de
partidos, o, expresado en otros términos, el nivel de institucionalización de
los mismos.
La primera dimensión se puede estudiar a partir la fragmentación
electoral y del número efectivo de partidos políticos. La segunda
dimensión: competencia y la polarización ideológica pueden examinarse a
través de la comparación de la matriz ideológica entre distintos partidos,
así como el nivel de competitividad de los distintos sistemas de partidos.
La última dimensión se puede comprender a partir de los indicadores: la
volatilidad electoral y la configuración de los vínculos existentes entre los
partidos y la sociedad.
En el mismo sentido de lo expresado, destacan los mencionados
autores, la necesidad de una Dimensión moral, como parte del entramado
filosófico de los partidos políticos, con la finalidad de poder atender a la
resolución de los conflictos suscitados en su seno o con sus
simpatizantes o adversarios, debiendo en tal sentido buscar la
construcción de coaliciones, y visionando en la misma óptica un modelo
de liderazgo con cuatro variables concretas: visión, realidad, ética y
coraje.
Las consideraciones anteriores permiten determinar que los partidos
políticos juegan un gran papel en la actualidad, de manera que no se
podría entender las democracias liberales sin ellos, la selección de
candidatos, las campañas políticas, las votaciones, sus resultados, las
apelaciones. Lo anterior forma parte de la vida democrática de un país y
se vuelven el centro de atención de los medios de comunicación, con el
fin de que la ciudadanía participe, decida y emita su voto. Los partidos
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son el enlace entre ciudadanía y gobierno, el cual dirige los destinos del
estado tanto en los aspectos políticos como económicos y sociales.
Incluso en democracias no liberales y no competitivas el partido político
tiene un rol central en el Estado, como es el caso del partido comunista en
China.
De la misma manera, se considera que los partidos políticos son la
gran herramienta para la democracia, de acuerdo a lo señalado por
Roskin, Cord, Medeiros y Jones (2006), de allí que se sugiera conocer su
historia, clasificación, estructura, elementos de base, funciones, además
de conocer también los diferentes sistemas de partidos y su relación con
el sistema electoral, la vigencia y evolución de los partidos políticos
además del marco jurídico de los partidos políticos.
De lo planteado es posible deducir, la necesidad del
aprovechamiento de los partidos políticos en las instituciones de gobierno
investigadas, con la finalidad de adoptar sus fundamentos, atribuidos al
resurgimiento de un hombre nuevo en estos tiempos de transformaciones
sociales, a la vez poner en práctica acciones donde la nación y los
ciudadanos a quienes se representan, tengan preeminencia o preferencia
en los planes concebidos, produciéndose en tal sentido una reordenación
de los objetivos propios de los orígenes de esos mismos partidos
políticos.
En este mismo sentido, se hace ineludible la dimensión sociológica,
basada en los efectos sociales devenidos en políticas públicas que se
diseñen como partido de gobierno. Asimismo, la dimensión sistémica,
devenida de la interacción con los demás entes a quienes les compete
laprotección de un estado, con todo lo cual es posible implementar la
dimensión teleológica, para dar cumplimiento a la ideología del partido
establecida en el plan formulado en posición de gobierno.
2.1.1. Fundamentos de los partidos políticos
Los fundamentos de los partidos políticos están concebidos dentro
de la Dimensión Organizativa de los mismos, de acuerdo a los
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planteamientos de Malamud (2013), de los cuales señala que forman
parte de su filosofía corporativa, de su cosmología, de su visión, por la
cual igualmente implementa su misión o razón de ser basado en su
ideología.
En tal sentido, considera el mencionado autor que estos
fundamentos deben estar basados en la concepción y creación del
"hombre nuevo", la supremacía de la nación y la revolución social o la
purificación racial, los cuales aparecen como el elemento sustancial de la
ideología partidaria, siendo su enfrentamiento con el sistema y los demás
partidos el fenómeno consecuente y no el esencial.
De la misma manera continua el autor mencionado que no obstante,
ya sea la cosmovisión profunda o la disposición hacia el régimen, el
hecho definitorio de esta clasificación es su "idealidad", en oposición a la
"materialidad" de la composición social; es decir, que regularmente se
rigen por aquellos que ha sido considerado como su ideología esencial,
su naturaleza, su esencia, y no los efectos sobre las sociedades en las
cuales de implantan, lo cual en este caso queda de segundo plano.
De la misma manera, como parte de sus fundamentos, se
mencionan otras dimensiones políticas, atinentes a la disciplina de los
partidos, es decir, el manual o método de conducta que lo rige; además
de su fortaleza organizativa, vale decir, aquellos aspectos que se
convierten en parte de su dominio de influencia sobre las personas,
además del diseño institucional delos poderes de gobierno, los cuales se
crean con base en la forma -también de gobierno- donde vayan a ser
ejecutados.
Por su parte, Lozano (2015) afirma que los partidos políticos son una
de las formas de organizaciones políticas existentes en Colombia que
tienen vocación de permanencia en el tiempo para desarrollar actividades
políticas, procesos electorales y participar en asuntos públicos de manera
general, y son los sujetos legitimados para acceder al poder político,
mediante la postulación de candidaturas y listas en los procesos
electorales.
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Es así que la ley reserva su creación y desarrollo a los ciudadanos
colombianos, como lo dispone el artículo 100 de la Constitución Política
de Colombia (1991) y se establece los artículos 40 y 108 de la norma
rectora, pues los extranjeros residentes no pueden ejercer los derechos
políticos, salvo el ejercicio del derecho al voto en elecciones municipales y
distritales. Principalmente, en la parte dogmática de la Constitución
Política de Colombia (1991), específicamente en el artículo 40, se
encuentra a los partidos políticos como una manifestación del derecho a
la participación política, pero su creación y desarrollo están comprendidos
dentro de la libertad de reunión y manifestación, libertad de expresión,
asociación y pensamiento, consagrados en los artículos 20, 37 y 38 de la
norma superior.
2.1.1.1. Cosmovisión del hombre nuevo
La más riesgosa encrucijada que enfrentan los partidos en la
actualidad es una fuerte embestida antiestablishment, según considera
Malamud (2013), que la ejercida como rechazo al monopolio partidario de
las candidaturas y en tanto revalorización del rol de la ciudadanía sin
intermediación, según lo expresa igualmente Panebianco (2002). Esta
actitud se manifiesta en la proliferación de outsiders –personajes sin
trayectoria política que, desde afuera de los partidos, se promueven como
alternativas. Es así entonces que potenciados a través de los medios,
principalmente la televisión, los ejemplos más conocidos de estos nuevos
líderes, estos hombres nuevos, pueden encontrarse tanto en países con
partidos débiles como los Estados Unidos cuanto en aquéllos con fuertes
historias partidarias como Italia, con la misma facilidad que en sociedades
con sistemas de partido gelatinosos como Brasil o agotados como Perú y
Venezuela. Los desafíos que pusieron en riesgo la capacidad de gestión
de los partidos, hasta la fecha, variaron tanto en su naturaleza como en
sus consecuencias. De hecho, algunos fenómenos contribuyeron a definir
nuevos roles partidarios, constituyéndose en elementos complementarios
en vez de competitivos.
Sobre lo planteado, considera Rivas (2012) que el problema de la
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degeneración y deterioro de los roles y funciones de los líderes de las
organizaciones partidistas, desde el punto de vista institucional deviene
del ejercicio dirigido hacia la formación de prácticas políticas cívicas,
donde esta última tiende cada vez más a relegarse a mero pragmatismo,
instrumentalización de la política y de la propia toma de decisiones de los
individuos, sin reflexión, proyecto y contenidos ideológicos y
programáticos mínimos.
Asevera el mencionado autor que esta falta de contenido en la
política explica parte de los cambios. No se debe olvidar que en América
Latina, las prácticas políticas de los individuos han tendido a apoyarse
dentro de un fondo cultural místico-religioso, en la medida que los
individuos esperan soluciones de líderes carismáticos movidos por un
aura mesiánica. El agotamiento de la política y de la democracia se
evidencia desde el momento en que los partidos políticos, y con ellos sus
cuadros y clase política, no vislumbran el malestar presente en el
funcionamiento de la democracia.
En tal sentido, la crisis del modelo democrático en muchos países de
Latinoamérica se expresa en el declive de sus actores y
consecuentemente, lo que es peor, en la ausencia de propuestas y
alternativas institucionales que permitan la recuperación de la salud,
credibilidad y funcionabilidad de los actores y del sistema en su conjunto.
Así también, corresponde entre otras cosas intentar analizar los distintos
comportamientos y orientaciones por parte del ciudadano hacia la política.
De acuerdo con Vilas (2009), se observa que entre la democracia y
el neoliberalismo desarrollado en la gran mayoría de los países
latinoamericanos se tendrían las condiciones para el surgimiento de
líderes políticos con discursos emocionales, muy críticos con las
instituciones políticas tradicionales, y que movilizan porciones altas del
sufragio, al mismo tiempo que promueven programas de gobierno de tipo
liberal.
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Es decir, tendríamos en los llamados nuevos liderazgos la
encarnación de los “caudillos electorales de la posmodernidad”.
Ciertamente, el desfase entre los “nuevos” actores sociales y los “viejos”
actores políticos favorece en los primeros la práctica de una política de la
anti-política. Se tendría así una política caracterizada por la desconfianza
hacia la clase política (es decir, los políticos, los partidos políticos, las
burocracias, los dirigentes partidarios y sindicales) a la que acusan de
corrupción, compromiso con el sistema y traición al mandato popular.
2.1.1.2. Supremacía de la nación
Esta supremacía de la nación no se ha visualizado en el caso de
Colombia, de acuerdo a lo que se infiere del criterio de Lozano (2015)
quien afirma que en Colombia los partidos tradicionales han transitado de
un sistema de partidos dominados por fracciones internas de orden
nacional a un sistema de partidos totalmente atomizado en facciones
personalistas.En esta transición se han desdibujado las principales
funciones de los partidos que se han debido concretar a lo siguiente:
a) Formular programas con el objeto de agregar, articular y
representar intereses existentes en la nación y la sociedad;
b) organizar las campañas electorales;
c) reclutar los líderes políticos llamados a ocupar los principales
cargos públicos de manera ética; y
d) participar en la formulación e implementación de políticas públicas
o ejercer desde la oposición el rol de alternativa, coadyuvando en tal
sentido con la nación en sus fines más elementales.
Es así como, el multipartidismo nunca se dio, por el contrario, se
presentó una división de las organizaciones, trayendo como resultado
unas organizaciones desmembradas de los partidos políticos tradiciones,
lo que es entre otras cosas, una situación que Colombia ha padecido
desde los inicios de su independencia como por ejemplo con la facción de
los independentistas. Por consiguiente, no es el partido el que elige al
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candidato sino al revés, lo que trajo consigo la proliferación de listas y de
avales, a lo que contribuyó la no prohibición de la doble militancia.
De allí que resulta fundamental el replanteamiento del sistema de
partidos en Colombia, para que se garantice la defensa del sistema
democrático y el bienestar de los administrados, creando conductos de
opiniones efectivos para defender necesidades y valores de la sociedad, y
lo más importante, permitir una interacción institucional y competitiva para
lograr una sana vida política, de esa forma se ofrecerán mejores
programas al país. Así entonces, es muy probable que la crisis de la
democracia y el desprestigio de los partidos políticos se deba a lo
anteriormente expuesto, y adicionalmente por unos factores que de
acuerdo a Giraldo y Muñóz (2014, p. 21) y a través de encuestas
realizadas en los últimos 10 años, tendientes a demostrar cómo la
población no cree en los partidos ni en los políticos se centran en lo
siguiente:
• La desaparición del debate y la confrontación de las ideas y su
obvia consecuencia de desconocimiento de las manifestaciones propias
de los cambios de la sociedad.
• Generalización y presencia masiva de los modernos medios de
comunicación.
• Dominio y sometimiento del factor dinero sobre la política.
• Desproporción entre las ofertas de los aspirantes y las
realizaciones de los elegidos.
• Ineficiencia e ineficacia del trabajo de las leyes parlamentarias y
por ende de las leyes expedidas.
• Dominio de los parlamentarios en la vida institucional del partido.
De lo planteado se infiere que los partidos políticos han
desviado sus propósitos, sus fines, lo que ha implicado la falta de
credibilidad de los electores, del pueblo todo, generando en tal sentido
críticas destructivas hacia una figura política que debió crearse e
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implementarse para dar cumplimiento a unas tareas propias de la nación
y sus ideales proteccionistas a favor del pueblo.
Asimismo, considera Rivas (2012) que en los países, por el
bien de las naciones, deben darse procesos de democratización (cuando
el régimen anterior incluía elementos democráticos); de consolidación
democrática (cuando se da un proceso de instalación del núcleo básico
de instituciones y autoridades democráticas); y de transición (cuando se
da el paso de regímenes militares formales a regímenes democráticos),
con la finalidad de que los partidos políticos y sus líderes cumplan con sus
fines y roles.
2.1.1.3. Revolución social
En la actualidad, se ha venido sucediendo una suerte de
personalización de la política con rasgos antipolíticos y de tipo
neopopulista, de acuerdo a Rivas (2012) que constituye el principal reto y
enemigo de los regímenes democráticos y la mayor amenaza contra las
perspectivas de la democracia representativa. La anti-política y los
outsiders representan el mesianismo, el neo-populismo, la democracia
plebiscitaria, el autoritarismo e incluso la anarquía al prescindir de
organizaciones estables, fuertes y disciplinadas, así como también no
contar con programas políticos, sociales y económicos.
Por consiguiente, y como necesidad actual, contrario a lo que viene
sucediendo, la alternativa viable para las democracias, frente al avance
de la anti-política y otras tendencias, es precisamente el imperante
“reforzamiento de la sociedad política” a través de los partidos políticos;
dicha tarea implica su reinserción y redimensión como actores centrales
de la lucha democrática. Pero en algunos países latinos donde se ha
hablado de “revolución”, persisten una serie de deficiencias y de
problemas, a la que hay que sumar los problemas de gobernabilidad
democrática y el inicio del deterioro de la legitimidad obtenida de origen
(elecciones) a causa del desgaste del ejercicio gubernamental.
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Sobre este tópico, considera Valdez (2011) que un partido
revolucionario es la piedra angular del triunfo de una revolución, pero es
también el Talón de Aquiles para la caída de la misma; esto es aún más
palmario cuando el partido toma el poder político asumiendo el gobierno
de un Estado. Cuando esto ocurre: cuando el gobierno es del partido, el
partido debe controlar al gobierno y ser su guía, ya que a nadie más que
al partido le interesa que el gobierno cumpla con los fines de proporcionar
las condiciones necesarias para el bienestar social.
En este sentido, el partido debe ser el contralor natural del gobierno
revolucionario en todas sus instancias de poder. Para cumplir este rol, el
partido, diseminado por todo el Estado revolucionario, debe ser receptor
de denuncias y seguidor del resultado de las mismas. Debe tener la
capacidad de proponer la salida del gobierno de cualquiera de sus
funcionarios a quienes las respectivas instancias del partido les hayan
probado su ineficacia o corrupción en el ejercicio de sus funciones.
Incluso las máximas autoridades del gobierno deben rendirle cuenta al
partido. Cómo alguien denuncia en el partido la mala actuación de un
ministro, gobernador, alcalde, o cualquier otro funcionario público, si éstos
son quienes dirigen el partido.
Asimismo, el partido revolucionario, como organización vinculada
permanentemente al pueblo debe ser quien guíe al gobierno
revolucionario hacia el rumbo que el pueblo aspira. En este orden de
ideas, el partido debe recibir del gobierno revolucionario en todos sus
niveles, los planes de gobierno, para vigilar su cumplimiento, luego de
haber hecho su aporte en la formulación de éstos. El triunfo político que
lleva a un partido revolucionario a ser gobierno, se debe a su vinculación
con el pueblo y debido a esa vinculación, el partido puede interpretar y
asumir las luchas populares como propias. Este vínculo pueblo-partido
revolucionario es el que garantiza la permanencia en el poder de un
gobierno revolucionario; pero este vínculo se puede perder.
Ello, porque cuando un partido revolucionario se lanza a la toma del
poder político, su dirigencia y militancia mantienen una unión monolítica
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con el pueblo en virtud de que el partido revolucionario es pueblo
organizado. Cuando el partido revolucionario triunfa en su lucha y asume
la conducción de un Estado, tiende a cometer un error mortal y es que la
dirigencia del partido asume las funciones del gobierno revolucionario sin
soltar la dirigencia del partido; eso lleva indefectiblemente a la anulación
del partido, en virtud de que las dos funciones principales del partido
(control del gobierno revolucionario y guía de la gestión gubernamental)
desaparecen, ya que quienes deben ser controlados por el partido son los
mismos que controlan el partido.
De acuerdo con lo planteado, el ejercicio del poder político para
crear un estado revolucionario es muy duro y complejo, lo que requiere
mucha atención y esfuerzo de quienes asumen esa dura labor, en
consecuencia, en el mejor de los casos, esos cuadros que ejercen
funciones de gobierno no tienen tiempo para asumir funciones de
dirección dentro del partido y eso lleva a que el partido quede acéfalo y a
la deriva.
En esas condiciones, el partido deja de ser cada día un instrumento
del pueblo y la militancia cae frecuentemente en frustraciones. Ese
proceso de deterioro del partido puede durar años, pero es fatal si no se
corrige la causa. Al deteriorarse el partido, los días del gobierno están
contados. En este sentido, debe evitarse que quienes ejercen funciones
de gobierno dirijan el partido, para que este cumpla con sus roles
principales y se fortalezca la ecuación pueblo-partido revolucionario-
gobierno revolucionario. La única manera de mantener el gobierno
revolucionario es tener un partido fuerte; y un partido fuerte es el mejor
instrumento del pueblo para guiar y controlar al gobierno.
Por otro lado, considera Dávila (2011) que el sentido del discurso
que subyace a la revolución democrática moderna debe ser interpretar el
sentir de las mayorías, permitiéndoles manejar su propio destino,
presupuesta la convicción de que tales mayorías disponen de tal
capacidad, debiendo coexistir una fe en el poder de éstas para modelar el
orden político, las formas de gobierno y el estilo de los gobernantes.
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2.1.2. Efectos sociales
La Dimensión Sociológica de los partidos políticos enuncia los
efectos sociales que pueden derivar de los actos, de las acciones, de la
gestión de los partidos políticos. Al efecto, considera Malamud (2013) que
en esta dimensión se debe atender a la crisis de los pueblos y los
desafíos que le toca enfrentar a los partidos de gobierno. Considera el
mencionado autor que los problemas de gobernabilidad que aquejan a las
sociedades contemporáneas, particularmente a las democracias, no han
dejado indemnes a quienes son sus principales agentes de gestión.
Así es que la crisis fiscal del estado de bienestar y la sobrecarga de
demandas que agobia a los gobiernos han transmitido sus efectos de
deslegitimación de los partidos, que han visto reducirse progresivamente
sus bases de identificación social y sus márgenes de autonomía
institucional respecto de, fundamentalmente, la prensa independiente, las
asociaciones de interés y los grandes grupos económicos.
Este fenómeno ha sido genéricamente calificado como crisis de
representatividad, haciéndose especial hincapié en el hecho de que los
partidos ya no responderían a las exigencias de los ciudadanos
(revalorizados en su individualidad, en oposición a la categoría de masas
con que anteriormente se los definía) sino a sus propios intereses y los de
sus dirigentes, alejándose del sujeto al que decían responder.
Asimismo, se menciona que del acatamiento a la disciplina del
partido depende la estabilidad del gobierno. Sin embargo, la progresiva
dilución de las identificaciones partidarias, el crecimiento lento pero
constante de la apatía electoral y la desmesura de las expectativas
sociales en relación con la gestión pública de los partidos abren un signo
de interrogación sobre las formas futuras de la intermediación partidaria.
Cabe destacar lo planteado por Dávila (2011) quien asevera que los
países lo que buscan es crear un orden y unos principios de gobierno
para su acción. No cabría duda que en un escenario democrático se
deben concretar los ejes fundamentales para enfrentar el reto de fundar
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las bases de un nuevo orden político nacional y, en consecuencia, de un
nuevo tipo de relaciones sociales.
A tal fin servirían de instrumento los partidos políticos de masas, los
existentes y aquellos por venir, de manera de ocupar aquellos espacios
que ostentan un vacío socio-político, sobre todo cuando son débilmente
representados por otras instituciones de corte castrense, nefasta herencia
de regímenes derrocados. Partidos y grupos sociales de vocación
democrática tendrían que acostumbrarse a nuevas prácticas, debiendo
atemperar la discordia ideológica, porque las zanjas que ella abre cuando
se exacerba crean el clima propicio a la recurrencia dictatorial. Sólo una
dimensión instituyente con estas cualidades incitaría a un pensamiento, a
una proyección ideológico-política, permanente, dirigida al largo plazo. Se
trata de elaborar algo más fundamental.
Esto supone desde la ciencia política una labor de ingeniería política
acompañada de un necesario diseño y rediseño institucional, en el marco
de las principales organizaciones e instituciones, principalmente de los
partidos, después de los sindicatos, el parlamento, el ejecutivo, pasando
por la cultura política existente hasta el abordaje y estudio de las
consecuencias y efectos de los sistemas electorales (ingeniería electoral)
sobre los sistemas de partidos y sobre la propia representatividad del
electorado.
2.1.2.1. Gobernabilidad
Al respecto de la Gobernabilidad, señalan expertos del Ministerio del
Interior de la Presidencia de la Nación de Argentina (2007) que esta se
plantea como una cuestión compleja, debiendo ser aparejada a la forma
de gobierno del país del cual se trate, en el mayor de los casos a la
Democracia, la cual debe entonces producir los resultados aspirados por
la ciudadanía, en atención a los derechos y las garantías que les han sido
otorgados.
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De igual manera, aluden con relación a la gobernabilidad, la posible
generación de una crisis de gobierno y crisis de Estado, lo cual puede
darse desde la óptica jurídica, política, económica, social, cultural,
educativa, con base en las dificultades y adversidades que se planteen en
el manejo de la administración pública por parte de los partidos de
gobierno. Asimismo, expresan lo relativo a la crisis de representatividad,
en razón de que los gobernantes no son idóneos, no están debidamente
capacitados para el cargo que ocupan, pudiendo producirse en este
sentido la inseguridad y la ausencia del Estado; sobre todo en aquellos
casos en los cuales se produce un comportamiento oligárquico de las
dirigencias políticas y la autoridad pública.
En esa misma medida, pudiera producirse la incapacidad para
descubrir y expresar las demandas provenientes de la sociedad civil,
generando con ello la pérdida de credibilidad en los partidos políticos, por
la implementación de Políticas públicas ineficaces, o la ejecución de
acciones donde se develen altos niveles de corrupción. Ante todo ello,
sugieren la necesidad de canales institucionales que permitan satisfacer
demandas de los ciudadanos, debiendo en tal sentido conformar los
requisitos necesarios a un modelo de gobernabilidad en democracia.
De la misma manera señala Zambrano (2010) que el ejercicio del
gobierno es un proceso difícil, complejo, cargado de incertidumbre y
conflictos entre actores diversos. Representa una gestión que demanda
un gran esfuerzo, que muchas veces es desilusionante, frustrante, por no
lograr resultados concretos. La gestión pública, en el ejercicio de la
gobernabilidad, no apunta al blanco de los problemas. Gobernar y hacer
política implica enfrentar problemas, resolver e intercambiar problemas.
Para ello el gobierno requiere de capacidad y de método, que sólo
es posible de adquirir en la capacitación en ciencias y técnicas de
gobierno. Esta gestión pública posee recursos extremadamente limitados
frente a un creciente número de necesidades y demandas. Es importante
tener presente que el objetivo central de la gestión es el ciudadano, es la
gente. Lo que la gente le exige al gobierno es que enfrente y dé
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respuestas a los problemas. Esta gobernabilidad debe dirigirse de la
siguiente manera:
1. Visión estratégica de largo plazo del desarrollo del estado o
municipio y el plan de gestión del gobierno. Es importante establecerle
direccionalidad al gobierno en el inicio de la gestión. Cuando el gobierno
no sabe focalizar su atención en lo fundamental, se dispersa, se hace
ineficaz e ineficiente, y su balance de gestión de gobierno tiende a
hacerse negativo. En tal sentido, el ejercicio del gobierno conlleva a
asumir una gran responsabilidad social, el cual está condicionado por las
circunstancias, por un lado, y la capacidad real que el dirigente tenga para
gobernar esas circunstancias, determinando la eficacia y eficiencia del
gobierno y su éxito como gobernante.
Enfrentar las circunstancias hace imperativo el uso de la
planificación. Planear es el cálculo que el dirigente hace para gobernar el
futuro; intentar que la razón humana se imponga sobre las circunstancias.
Para ello el gobernante tiene que prepararse, formarse él y su equipo
para diseñar y hacer gobierno, para construirle viabilidad a lo que no es
viable en la situación inicial. La realidad y el futuro es demasiado incierto,
complejo y cargado de sorpresas para dejarlo sólo a la suerte del nivel de
intuición política del dirigente y a la improvisación.
2. En segundo término, el gobernante necesita de una organización
en el gobierno que sea ágil y eficaz, con un equipo joven y experimentado
de alto vuelo. Esa organización debe estar en función de la visión
estratégica de la región y del plan de gestión del gobierno; es decir, la
organización en función de la estrategia. Esto implica reformas efectivas
que apalanquen la gestión si se quiere tener éxito.
3. En tercer término, se debe hacer gestión financiera, logrando la
descentralización fiscal del poder central a los gobiernos estadales y
municipales. Es insostenible en el futuro que las gobernaciones atiendan
las crecientes demandas de la población sin que se produzca una real
transferencia de capacidades para generar ingresos propios.
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4. En cuarto término, debe atenderse a que los gobernadores y
alcaldes requieren hacer alianzas hacia arriba con el poder central, hacia
abajo con las comunidades organizadas, hacia los lados con la sociedad
civil, en especial con el empresariado, universidades, iglesias, entre otros.
Para establecer con éxito estas alianzas la capacidad de negociación del
gobierno se convierte en un factor determinante. En política, y más en
democracia, la negociación se hace imprescindible.
5. Finalmente, se debe diseñar y organizar la oficina del gobernador
o del alcalde. Dotarla de sistemas gerenciales sencillos pero potentes,
que ayuden a dirigir al gobierno a pedir y rendir cuentas. Estos sistemas
pueden ser: la agenda del gobernador; análisis tecno-político; sistema de
planificación-presupuesto-finanzas; sistema gobernante la determinan los
sistemas de dirección y la demanda por planificación.
Plantea el mencionado teórico que el gobernante debe hacerse
acompañar por un equipo innovador. El ingenio, la constancia y el ser
visionario, son los elementos que determinarán la diferencia entre una
gobernación con un balance de gestión sin cambios importantes y la otra
gobernación con un balance de gestión, que, además de positivo,
implante una nueva forma de diseñar y hacer gobierno en Colombia.
Asimismo, se señala que gobernar es un asunto serio y complejo
que no puede dejarse en manos de improvisados, miopes e iletrados. Un
país para desarrollarse, entre otros factores, requiere de gobiernos con
elevada capacidad para realizar una gestión eficaz, eficiente y efectiva.
Para ello se necesita preparar a gobernantes y políticos. Este es el reto
de las universidades y las escuelas de gobierno en Colombia y América
Latina.
Considera Rivas (2012) que los escenarios de gobernabilidad
democrática se colocan cada vez más cuesta arriba y como algo difícil de
alcanzar, cuando existe la evidencia y necesidad de recuperar la
institucionalidad de los países, como es el caso venezolano en la
actualidad, y por encima de todo revalorizar a las instituciones políticas
frente a las tendencias personalistas y anti-políticas representadas tanto
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por los líderes políticos como por las organizaciones que le respaldan. En
este sentido, los sistemas políticos, imbuidos en este tipo de liderazgo
igualmente político, se muestran sometidos a una serie de presiones,
tanto de orden externo como interno, que es necesario solventar.
2.1.2.2. Legitimación
La legitimidad de los partidos políticos viene dada por una praxis de
honestidad y cumplimiento de sus fines reales. Es así como Alcántara-
Sáez (2012) señala que para recuperar dosis de legitimidad perdidas, se
requiere la incorporación de una determinada política de cuotas que
impulse la participación femenina en las candidaturas, los partidos pueden
incitar decisivamente a la mujer a hacer efectiva su entrada en la política
rompiendo las barreras actualmente existentes. La responsabilidad de
hacer real el empoderamiento de la mujer es, sin duda, uno de los
enormes débitos que tienen hoy en día los partidos.
De igual manera, señala el mencionado autor que la sociedad,
mediante los periódicos procesos electorales, articula verticalmente la
rendición de cuentas, mientras que lo hace horizontalmente a través de
diferentes mecanismos de control, bien sea de origen parlamentario,
jurisdiccional o societal, por medio de instancias de revocación de
mandato; los medios de comunicación también desarrollan funciones de
control, así como otras instancias de la sociedad civil como think tanks,
organismos de investigación e instancias evaluadoras de la actividad
política.
Finalmente, la opinión pública ejerce una acción escrutadora
sancionando, en términos de control social y de popularidad, la actuación
de los políticos. Este sistema amplio de rendición de cuentas pone el
acento en cuestiones muy diversas que, en la mayoría de los casos, se
centran en la deshonestidad, la mentira, la incompetencia, la capacidad
de comunicación y la falta de transparencia, así como, en algunas
sociedades, aquella conducta personal que se aleja de los cánones
mayoritarios existentes.
36
No obstante, hay otros aspectos que tienen una extremada
importancia para entender la evaluación que la sociedad pueda realizar
sobre los políticos y que se refieren al propio rendimiento de la política a
la hora de satisfacer demandas esenciales, que la ciudadanía exige como
prioritarias. La paz y la seguridad, el crecimiento económico y cierta
mitigación de la desigualdad, la cobertura mínima de necesidades
sociales irrenunciables en el terreno de la salud, la educación, la vivienda
y el trabajo constituyen ejes de actuación para la élite política sobre cuyos
resultados es permanentemente evaluada, siendo en épocas de crisis su
valoración.
En términos actuales, asumiendo el principio de legitimidad
democrática donde el soberano es el pueblo, el buen político, el político
de calidad, debería contar con ideales (valores), honradez y un profundo
sentido de la igualdad. No es muy diferente la visión que los propios
políticos tienen de las cualidades que deben tener sus pares para
alcanzar el máximo grado de calidad, si bien éstas terminan generando un
gran listado de aspectos.
Desde quedar reducidas exclusivamente a la moralidad
profunda, hasta quienes las centran en una larga serie como sería la
buena cabeza, la capacidad de comunicación, la sintonía con los tiempos
que corren y el buen criterio, según lo describe Oppenheimer (2010); o la
inteligencia, la rapidez, el atractivo y la accesibilidad; o haber aprendido y
ejercido un oficio, haber interiorizado los pilares del régimen político,
conocer la historia del país y de los países vecinos, especializarse en al
menos un ámbito concreto y una cierta comprensión básica de la
economía, según lo refiere Schmidt (2009). Un listado, a veces
contradictorio, que los medios de comunicación no hacen sino
exacerbar contribuyendo a cierta confusión sobre el tema y, a lo que
puede ser peor, a incrementar el clima de desconfianza.
2.1.2.3. Autonomía
Los problemas de gobernabilidad que aquejan a las sociedades
contemporáneas, particularmente a las democracias, no han dejado
37
indemnes a quienes son sus principales agentes de gestión. Sostiene en
este mismo sentido Malamud (2013) que la crisis fiscal del estado de
bienestar y la sobrecarga de demandas que agobia a los gobiernos han
transmitido sus efectos deslegitimadores sobre los partidos, han visto
reducirse progresivamente sus bases de identificación social y sus
márgenes de autonomía institucional respecto de, fundamentalmente, la
prensa independiente, las asociaciones de interés y los grandes grupos
económicos.
Autonomía está definida como la independencia política de un
partido, la libertad en sus decisiones, la soberanía de su constitución y
ejecución de planes, la potestad de ejecutar sus programas de manera
libre y decidida en el seno del propio partido entre todos sus integrantes,
lo que garantiza la eficacia de sus finalidades y el real cumplimiento de los
objetivos con los cuales se fundó. Este fenómeno, a la vez, ha sido
genéricamente calificado como crisis de representatividad, haciéndose
especial hincapié en el hecho de que los partidos ya no responderían a
las exigencias de los ciudadanos (revalorizados en su individualidad, en
oposición a la categoría de masas con que anteriormente se los definía)
sino a sus propios intereses.
Plantea Dávila (2011) que los países deben buscar la autonomía de
su destino histórico. Nada más adecuado que solicitar el respaldo del
“poderoso aliento popular”, convocándole a la causa de la libertad civil,
construyéndole la paz y la estabilidad para vivir en común y la unión para
juntos enfrentar y resolver sus problemas. De esta manera se le estaría
dando, a sus fuerzas nacionales, causa suficiente para consolidar una
gesta revolucionaria, como un nuevo orden político que se prolongue en
el tiempo.
Más aún, en los países, actualmente, tal como se infiere de lo
planteado por Suárez (2006), se requiere afirmar la autonomía de
conducta y la lealtad a una política de indesviable nacionalismo
económico. Con el mismo sentido autónomo de actuación en lo que se
38
refiere al manejo y defensa de sus riquezas en todos los órdenes con que
ha procedido el gobierno en cada período.
2.1.2.4. Representatividad
En el seno de sistemas políticos democráticos representativos, los
partidos políticos cumplen una gestión o actividad de representación, de
carácter ejecutivo, tal como se infiere de lo planteado por Alcántara-Sáez
(2012), vale decir, de trabajo en el seno del partido o entidad similar y de
asesoría comprometida. Sostiene asimismo que un partido político
continúa teniendo plenamente vigencia en cuanto a su capacidad de
desarrollar funciones básicas de la democracia representativa, entre las
que se considera la de la selección, formación, promoción y apertura de
espacio para la rendición de cuentas de quienes optan por la política
como profesión.
Los partidos políticos están presentes en la vida política
latinoamericana llevando a cabo diferentes funciones, de entre la que
destaca el reclutamiento de la élite política, también hay evidencias
notorias de la valoración negativa que reciben de la sociedad, como lo
señala el autor mencionado. De entre los aspectos relativos a la necesaria
profesionalización de calidad de la clase política, se sostiene que el
desarrollo de la misma sería más efectiva en el seno de un partido, y de
ahí su imponderable revalorización y la adaptación de la vieja función del
reclutamiento hacia una vía de profesionalización de la política.
En efecto, el partido es el instrumento idóneo para impulsar el
proceso de selección de candidatos, de acuerdo a Freidenberg y
Alcántara (2009), bajo ciertos criterios de alguna manera meritocráticos y
para ejecutar —al brindar un escenario dónde llevar a cabo una carrera
profesional— la rendición de cuentas que el electorado demanda de sus
representantes en la medida en que se hace responsable subsidiario del
quehacer de aquél a quien postuló para un puesto.
39
En tal virtud, el electorado puede castigar no sólo a quien en su
función representativa les defraudó sino al partido que estaba detrás, que
lo eligió mal y que no ejerció ningún control sobre su tarea. Por otra parte,
si la financiación de la política se encauza a través del partido, el control
del gasto es más fácil de gestionar y desarrollar responsabilidades
individuales y colectivas. Es en esta coyuntura es donde la figura del
profesional de la política cobra especial relevancia, mientras que este
término es bien recibido cuando acompaña a otras tareas de la actividad
humana, referirse a alguien como político profesional para la
representatividad de un pueblo, despierta rechazo entre la mayoría de la
gente.
De hecho es el paso de alguien apreciado porque tiene una vocación
y porque está desinteresadamente dispuesto a aceptar un puesto de
representación de la comunidad a convertirse en una persona egoísta que
vive de la política, lo cual genera un cambio de consecuencias no
previstas para entender el repudio que en un breve plazo se produce. Sin
embargo, la profesionalización de la política democrática hoy resulta casi
inevitable y, dentro de ciertos límites, deseable, según Linz (2007); para el
caso de América Latina, ésta es una posición especialmente interesante
por el relativo vacío de estudios existente.
2.1.3. Gestión de los partidos de gobierno
La Dimensión Sistémica de los partidos políticos deriva de la gestión
de gobierno que ejecuten. En este sentido, considera Arce (2013) que en
la actualidad no es posible concebir un sistema democrático sin la
existencia de partidos políticos que igualmente sean adeptos al régimen
de gobierno como tal. Esto es así, porque sería posible la participación en
la integración de los órganos de representación y gobierno, y en las
funciones de intermediación entre el Estado y la sociedad civil.
Plantea igualmente el mencionado autor que en las democracias
modernas los partidos políticos se han vuelto indispensables, siempre y
cuando sus actuaciones sean colaborativas con los procesos de
40
transición a la democracia, además de aplicar acciones que permitan la
profundización y consolidación de la misma. De la misma manera, se
establece la necesidad de que los partidos políticos sean entes de
articulación de los intereses ciudadanos y su debida presentación a los
poderes del Estado. Hasta ahora, con todo y su descrédito, los partidos
políticos se constituyen en el mejor instrumento en el sistema democrático
para satisfacer las necesidades y aspiraciones de la sociedad.
En este sentido se debe crear modelos de cambios continuos tanto
en el gobierno como en los poderes del Estado, para cumplir con las
expectativas comunitarias. Se ha de resaltar en este trabajo doctoral que
para la efectividad en la gestión de los partidos políticos en Colombia, la
Corte Constitucional (1994), a modo de ilustración determina algunas
funciones que son inherentes a los partidos políticos, mencionó las
siguientes:
1. Movilizar a los ciudadanos con miras a su integración en el
proceso político y a la reducción de la abstención electoral de modo que
el sistema en su conjunto pueda aspirar a conservar su legitimidad y
respetar el primado del principio mayoritario.
2. Convertir las orientaciones, actitudes y demandas de la población,
expresas o latentes, en programas permanentes o coyunturales de acción
política que se presentan como alternativas para ser incorporadas
formalmente por las instancias públicas o que se destinan a alimentar la
oposición frente al poder establecido.
3. Contribuir a la formación de una cultura política y al ejercicio
responsable del sufragio, mediante la información al público relativa a los
asuntos que revisten mayor trascendencia social.
4. Ofrecer a los electores las listas de personas entre las que
pueden elegir a las personas llamadas a integrar y renovar los órganos
estatales.
Asimismo, sobre tal gestión de los partidos políticos en Colombia,
afirma Lozano (2015) que gracias a los efectos potenciales de las
41
recientes transformaciones institucionales y reformas al sistema electoral,
estos partidos políticos están encaminados a convertirse en partidos
programáticos, más coherentes, concretos y mejor definidos en su
naturaleza organizacional, programática y en su estrategia electoral. Por
otro lado, se debe caracterizar la presencia de nuevos movimientos
partidistas que se alejan del bipartidismo histórico y que han venido
permeando la arena política colombiana, especialmente a partir de la
Constitución de 1991.
Considera en este sentido Dávila (2011) la debida gestión de un
partido de gobierno, la implementación de un modelo político y de
desarrollo económico como ejercicio para conducir la administración
pública. No se trata de convertir la presidencia en una máquina de hacer
apresurados decretos, sino partir del inventario sereno de las necesidades
más apremiantes del país, así como de una evaluación de las
posibilidades para afrontarlas.
Esta sería la tónica de la gestión política y administrativa,
discutiendo los partidos políticos, en un ambiente de franqueza y de
cordialidad en torno a los problemas del país y a la forma más idónea de
abordar su solución, porque un denominador común debe unirlos, al
margen de cualquier divergencia de carácter ideológico o doctrinario, y
esta debe ser la preocupación por servirle con lealtad a su país.
Sobre esta base se establece el principio de gestión Gobernar es
dialogar. En un gobierno pluripartidista, se trata de rebajar el tono
personalista e individualista. Cuando se habla, se actúa en nombre del
gobierno y de las fuerzas en él representadas; cuando se habla se busca
el consenso, el entendimiento entre sectores. Esta es, grosso modo, la
dinámica del discurso del poder. Evitando las fricciones a que conllevan
fórmulas extremas. Se trata de forjar una patria, sobre todo cuando se
tienen las condiciones y las capacidades para hacerlo.
2.1.3.1. Participación en la integración Partido-Gobierno
Uno de los principios fundamentales en la gestión de los partidos
políticos debe ser la participación, en la búsqueda de la integración
42
partido-gobierno. Cuando existen problemas políticos en los países, vale
decir, en ausencia de una unidad substancial, la sociedad debe crear su
unidad real a través de sus instituciones, cuyos órganos inmediatos son el
discurso del poder y las instancias simbólicas tales como creencias,
entusiasmos, representaciones y tradiciones; unidad que será siempre
frágil, perecedera, renovable y contingente.
Así lo asevera Dávila (2011) quien igualmente afirma que poco
importa que sus dirigentes proclamen incesante y retóricamente su
vocación a defender el interés general o nacional, su voluntad de unión,
de emancipación popular, el antagonismo siempre estará presente y, en
consecuencia, también lo estará la tendencia a la división social, por lo
cual debe buscarse la integración de los miembros de los partidos y el
personal de gobierno de turno.
Al respecto, señala Cárdenas (2016) que dentro de las tareas de los
partidos políticos en la democracia están las funciones institucionales.
Sobre esto, aclara la necesidad del reclutamiento y selección de élites, la
organización de las elecciones y la formación y composición de los
principales órganos del Estado, las cuales son funciones institucionales
de los partidos que atienden más a la organización política que a la social.
Son funciones indispensables para la integración de los órganos del
Estado.
La primera de las funciones institucionales, el reclutamiento y la
selección de gobernantes, obedece a la necesidad que tiene cualquier
sociedad de contar con un grupo dirigente que se encargue de la cosa
pública, es decir, de la administración de los asuntos comunes.
Antiguamente, las corporaciones, los sindicatos y las asociaciones de
profesionales eran las principales vías para reclutar al personal
gobernante. En la actualidad, son los partidos los que escogen a los
miembros de ese personal e impulsan sus carreras políticas.
Sin embargo, una de las consecuencias más nefastas que trae
consigo esta función, cuando no se realiza utilizando métodos y
procedimientos democráticos internos, es la tendencia al funcionamiento
43
oligárquico de los partidos. Tal riesgo, advertido según Michels (2013),
sigue siendo el desafío más grande que enfrentan los partidos. La
organización formal que requiere el partido para desarrollarse lleva en
ocasiones a que los dirigentes adopten decisiones por encima de los
intereses y deseos de la base. No obstante este lado oscuro, el
reclutamiento de gobernantes, tiene efectos positivos en el sistema en su
conjunto: contribuye a darle estabilidad, a profesionalizar la política y a
alentar liderazgos que suelen ser determinantes en la vida de los Estados.
Por otra parte, la segunda función institucional es la de organizar
elecciones. Implica la influencia de los partidos en la elaboración de la
legislación electoral, su papel en todas las etapas o procesos electorales
y el hecho de ser los principales beneficiarios del resultado electoral. La
preponderancia de los partidos sobre las candidaturas independientes,
cuando ésta. La tercera de las funciones institucionales de los partidos es
su papel en la organización y composición de los poderes públicos,
principalmente del poder legislativo.
En cuanto a las funciones institucionales de los partidos en este tipo
de regímenes, es claro que los aparatos del Estado se integran,
estructuran y componen no a través de una pluralidad de partidos, pues
no la hay, sino por medio del partido único, es decir, el partido monopoliza
la organización del Estado y se confunde con él. Aquí el partido no está
situado en el plano de la sociedad civil ni en un plano intermedio entre lo
público y lo privado, sino totalmente incrustado en la esfera de lo estatal,
es decir, no goza de autonomía frente a los órganos del Estado, pues las
instituciones estatales y el partido son una sola cosa.
2.1.3.2. Intermediación entre Estado y sociedad civil
En materia política se evidencia una pérdida y debilitamiento
apreciable del partido político como actor principal del juego democrático
y máximo interlocutor entre la sociedad civil y el Estado. Así lo señala
Rivas (2000), y se afirma que el aumento considerable de los índices y
44
niveles de abstención electoral expresa el descontento y cuestionamiento
de las organizaciones partidistas, no tanto de la organización en sí como
de la forma de hacer política los miembros de los partidos. Ahora bien,
ello no implica necesariamente plantear un declive generalizado de la
forma partido, pero sí un debilitamiento importante. Un ejemplo de esto lo
constituyen los casos de Perú, Brasil y concretamente Venezuela entre
los más cercanos y representativos de la región latinoamericana.
De igual forma, señala Cárdenas (2016) que los partidos políticos
son actores quizás irremplazables del escenario político. En las
democracias desempeñan importantísimas tareas, y en los Estados no
democráticos tienen también ciertas finalidades. Se ha dicho, no sin
razón, que el Estado moderno es un Estado de partidos por el lugar
central que ocupan no sólo en la integración de los órganos de
representación y de gobierno, sino también por sus funciones de
intermediación entre el Estado y la sociedad civil.
En este sentido, por su importancia, los partidos son organizaciones
que crean y sustentan muchas de las instituciones del Estado.
Desempeñan funciones sociales y políticas imprescindibles en una
democracia, al grado de que no hay en este momento entidades capaces
de sustituirlos. Sin embargo, cuando no existen los suficientes controles
democráticos, algunos partidos pueden apoderarse de las instituciones y
constituirse en medios perversos y degenerativos.
Así, a este vicio consistente en la desviación de las actividades
normales y ordinarias de los partidos en una democracia se le llama
partidocracia; esto ocurre cuando los partidos fomentan prácticas
clientelares, destinan los recursos de los ciudadanos que reciben del
erario a finalidades distintas de las previstas y pueden, en casos
extremos, llegar a aliarse con sectores contrarios a los principios
democráticos y encabezar la construcción de regímenes violatorios de los
derechos humanos.
45
Pero en lo fundamental, los partidos son los constructores de los
regímenes democráticos. Son actores distinguidos en los procesos de
transición a la democracia y pueden ser los principales garantes de la
profundización y consolidación de la misma. En las democracias
modernas son indispensables, aun cuando en fechas recientes se plantee
el tema de su actualización ante problemáticas y desafíos tecnológicos,
sociales y económicos anteriormente desconocidos. Sin la mediación de
organización de los partidos sería imposible la formación de la opinión y la
voluntad colectivas.
Al respecto, refiere González (2007) que la crisis actual del Estado
de partidos democráticos se manifiesta como un complejo sistema de
transformaciones funcionales y orgánicas que afectan sobre todo a los
actores públicos esenciales del sistema, es decir, a los partidos políticos y
su clase política. Es así como la crisis y el agotamiento de las formas y
actores tradicionales no es en lo más mínimo un hecho aislado, sino que
tiene su impacto en los ciudadanos, en la cultura política de cada país y el
propio funcionamiento de la democracia
Desde este marco se observa en algunos casos el surgimiento de
nuevas formas de acción colectiva que se articulan con el fin de subsanar
los problemas de representatividad y canalización de ciertos intereses y
demandas de un colectivo insatisfecho que ha comenzado a cuestionar la
política tradicional, es decir, aquella política desarrollada únicamente por
medio y a través de la forma partido como tipo de mediación y
organización, y no a través de la intermediación entre el estado y la
sociedad civil a la cual representa.
2.1.3.3. Agente de cambio social
En la actualidad, se ha sostenido el criterio del proceso de formación
en los miembros activos de un partido político de gobierno; ello refleja la
necesidad urgente de transformaciones en la concepción del Estado y la
Administración Pública, lo cual a su vez supone una concientización sobre
las limitaciones que puede generar para el desarrollo y bienestar de los
46
pueblos mantener los esquemas tradicionales de gobierno. Así lo plantea
Cardozo (2006) quien a la vez afirma que de cara a un verdadero cambio,
un primer paso consiste en reconocer que la generación que actualmente
detenta el Poder tiene entre sus principales misiones dar paso y capacitar
a las nuevas generaciones de líderes y estimularlos a asumir su
responsabilidad de contribuir a la construcción de un nuevo país.
De la misma manera, plantea Alcántara-Sáez (2012) que la política
latinoamericana no se libra de transformaciones sucesivas, de cambios
estructurales, de fenómenos asentados en las democracias avanzadas
industriales que se afianzan aún más gracias al presidencialismo. La
americanización de las campañas electorales con periodos muy largos,
recursos fundamentalmente televisivos, reducción del discurso a meros
mensajes de duración extremadamente corta y centralidad en el
candidato limita mucho la capacidad de actuación tradicional del partido.
Éste se adapta entonces a los cambios, observados como
modificaciones sucedidas en el seno de los partidos políticos, y en los
políticos mismos, los cuales deben reinventar su propia axiología de
gestión, apegándose al nuevo panorama, donde debe reducir gran parte
de su fuerza humana y transforma su maquinaria para estar listo en el
momento electoral con candidaturas y, eventualmente, personal de
apoyo, por si se produjera el triunfo y hubiera que ocupar diferentes
posiciones de poder.
Pero ello no es óbice para que el funcionamiento constante del
Legislativo no haya dejado de generar una situación de lento, pero
continuado, cambio de las élites políticas en clase política. El eje
conductor de ese cambio gira en torno a la profesionalización de los
políticos; algo que, sin duda, ha sido guiado por el propio quehacer
partidista. Cabe enfatizar en este punto que se ha venido suscitando una
clasificación de los partidos políticos, de acuerdo a Támez y otros (2015)
que les convierte en agentes de cambio social o no, dependiendo de la
ideología dentro de la cual se hayan creado, y las transformaciones
suscitadas en el entorno social una vez implementados.
47
Al respecto se clasifican de la siguiente manera: Como Extrema
Izquierda se ubica al Partido Comunista, como Izquierda al Partido
Socialista, en el centro se ubican los Partidos Social-demócratas,
mencionando los Partidos Demócrata y Social-cristiano; en la derecho se
ubican los Partidos Liberales y en la extrema derecha el Nazismo, el
Fascismo. Sin embargo, refieren los mencionados autores que la
evolución de los partidos hoy en día hace que en un ambiente de
competencia libre y democrática, los partidos se muevan hacia el centro,
para atraer más electores, o simplemente la ideología pasa a segundo
término y lo más importante es ganar votos y convertirse en gobierno.
2.1.4. Funciones de los partidos políticos en posición de gobierno
Las funciones de los partidos políticos aluden a su Dimensión
Teleológica, indicando en tal sentido los fines, los ideales, los propósitos
de estos, para los cuales fueron creados. Al respecto, consideran Roskin
y otros (2006) que los partidos políticos cumplen las siguientes funciones:
1. Son puente entre los ciudadanos y el gobierno. Los partidos políticos
son las instituciones por excelencia para hacer llegar las demandas de los
ciudadanos al gobierno. Son los intermediarios.
Asimismo deben cumplir las siguientes funciones: 2. Aglutinar los
diferentes intereses de la sociedad. Si cada grupo de interés se
convirtiera en un partido político, la sociedad sería un caos, por tanto los
diferentes grupos con intereses aines se ven obligados a coaligarse y
cooperar. 3. Integrar a los diferentes grupos dentro del Sistema Político.
Los partidos políticos aglutinan diferentes grupos de interés dándoles la
oportunidad de participar en la conformación de la plataforma política del
partido. Los integrantes del partido se sienten representados y desarrollan
un sentido de lealtad y respeto a las reglas del sistema político.
Por otra parte, las funciones están referidas también a 4.
Socialización Política. En la medida que integran a diferentes grupos,
48
deben enseñar las reglas del juego político. Preparar a los candidatos,
enseñarles cómo hablar en público, como manejarse en los mítines.
Ayudar por tanto a la creación de políticos más competentes y
comprometidos con el sistema. 5. Movilización del Electorado. En las
campañas políticas los partidos políticos deben movilizar a sus electores
en la búsqueda del voto. 6. Organización del Gobierno. El partido político
que obtiene el poder, obtiene también puestos del gobierno, y debe tratar
de establecer las políticas públicas de acuerdo a su ideología.
Así entonces, entre las funciones de los partidos políticos es posible
encontrar también, en el criterio de Feo La Cruz (2011) la función de
intermediación entre ciudadano y Estado, labor que desarrolla a partir de
la articulación y agregación de intereses; otra función que considera de
gran importancia es la referente a la socialización política y transmisión de
la Cultura Política; y por último, el reclutamiento, formación y renovación
de las élites.
De la misma manera, señala Rivas (2012) que algunos autores
dedicados al estudio del fenómeno partidista en las democracias
latinoamericanas, son partidarios de abordar la discusión alrededor de la
llamada crisis de los partidos, partiendo del estudio de sus funciones. Sin
embargo, algunos de estos análisis tienden a ser criticados por no tomar
en cuenta o dejar de lado otros factores influyentes en el fenómeno como
las transformaciones de las estructuras sociales, nuevos conflictos y los
propios cambios que asume la cultura política.
En tal sentido, insiste que el agotamiento y declive de la forma
partido se produce desde el momento en que en el interior de dichas
organizaciones se origina un deterioro, por no decir abandono, de la
función pedagógica, dándose así una desconexión entre los partidos, la
sociedad y la propia opinión pública, lo cual entre otras cosas altera lo
concerniente a los procesos de socialización política.
De manera que los partidos han terminado en severas crisis de
transformación por los efectos de crisis de la misma democracia.
Continua, González (2007), señalando, que los cambios originados al
49
interior de los partidos, son un proceso de transformación orgánica y
funcional por efecto perverso y degenerativo de la democracia,
caracterizado por los siguientes aspectos:
1.- Los partidos han dejado de ser la comunidad de comunidades
donde la solidaridad ha sido desplazada por los intereses; es decir, los
partidos dejaron de ser portadores de solidaridad para convertirse en
portadores de intereses.
2.- Los partidos han sido desplazados del lugar que habían ocupado
en cuanto a la formación de la opinión, junto a la creciente
desideologización de la política, lo cual incide en el debate y la discusión.
3.- Se observa igualmente una baja pronunciada en las tasas de
afiliación y de adhesión partidista. Se observa así un debilitamiento de los
vínculos entre los ciudadanos electores y las organizaciones partidistas,
producto del descenso en la variable “identificación partidista”.
4.- Los partidos políticos han sido afectados por las
transformaciones sociales y económicas que han producido un cambio
por lo menos en cuanto a la composición de los diversos sectores
sociales.
Todas estas situaciones han conducido a que los partidos políticos
pierdan credibilidad frente a los electores, frente a sus mismos miembros,
frente a las entidades de gobierno, las cuales deberían estar marcadas
por índices y niveles de eticidad y de gestión de buen gobierno, en pro de
los beneficios sociales.
2.1.4.1. Articulación de intereses
Una de las principales funciones de los partidos políticos es servir de
intermediadores entre la sociedad civil y el Estado, canalizando las
exigencias e intereses emanados de la sociedad civil, según Feo La Cruz
(2011). En este sentido, a los partidos les corresponde tratar de armonizar
entre la diversidad de tales intereses sociales, para extraer de allí
alternativas válidas de políticas públicas.
50
Es decir, el partido cumple la importante misión de transformar lo
particular en general, cuestión que establece un deslinde preciso entre su
rol y el que le corresponde a los grupos de presión. Si algo justifica la
existencia de los partidos políticos es justamente esta función
intermediadora. Para ello, evidentemente, el partido debe mantenerse en
relación permanente con la sociedad civil y ello sólo puede alcanzarlo, si
logra una plena comunicación con su base social que es la que puede
proporcionarle la más fresca información, veraz y cierta.
Es así como, un partido oligarquizado difícilmente podrá lograr esta
comunicación interna con su base social, y mucho menos con la sociedad
civil, lo que traerá una disminución de la competencia política de los
ciudadanos al sentirse impotentes para modificar el entorno y percibirán al
sistema político demasiado lejano de sus expectativas.
Al efecto, Benedicto y Reinares (2004) sostienen precisamente que
el perceptible alejamiento del ciudadano medio respecto a la política
institucional tiene, así mismo, mucho que ver con las crecientes
dificultades de los partidos políticos para seguir siendo canales eficaces
de transmisión de las demandas e intereses actuales de los diferentes
grupos sociales; de la misma manera, el panorama de apatía y erosión de
los pilares de acción política institucional constituye sólo una de las
perspectivas.
Del mismo modo, Garretón (2015) sostiene que el creciente
desinterés por la política, reflejado en el distanciamiento de la política y la
gente, se presenta como un signo peligroso que puede conducir a la
apatía, abstencionismo electoral e incluso reemergencias de
autoritarismos, mesianismos y populismos, que de alguna manera rompan
el desencanto y vuelvan a darle así un sentido heroico a la política.
2.1.4.2. Socialización
Otra función de los partidos políticos de gran relevancia, aunque no
le corresponda con exclusividad es la relativa a la socialización política.
51
Se dice según Feo La Cruz (2011) que no es exclusiva de los partidos,
por cuanto ella puede ser desarrollada por diferentes agentes, según Cot
y Mounier (2008) tales como la familia, la escuela, la actividad laboral, los
grupos de presión, los partidos, entre otros, señalando al efecto lo
siguiente:
En la perspectiva de un sistema establecido, la función de la socialización política consiste en garantizar la continuidad del sistema político a través de las generaciones. Por intermedio de la socialización, el sistema inculca a las nuevas generaciones los valores y el comportamiento político de las generaciones precedentes a fin de garantizar la reproducción permanente.(Pág.67) En este sentido, la socialización tiene un rol fundamental en la
estabilización del sistema político, ya que en la medida en que esta
función se realice eficazmente se pueden conquistar las ambiciosas
metas de la armonía y la paz social. Estas ideas aparentemente
aceptables en una primera lectura, han generado numerosas críticas,
entre las cuales se considera que el fenómeno de la socialización no es
ni conservador ni revolucionario, y no siempre una generación desea
reproducir sus valores y costumbres transmitiéndolos a sus hijos.
Además es importante mencionar que un funcionalismo que apela a
la teoría de la estabilidad es muy limitado, ya que propugna un sistema
social conservador, en el cual se genera muy pocas transformaciones.
Pero tal esquema no se ajusta a la realidad de sistemas que están
sometidos a numerosas tensiones, en las cuales pretender la inmovilidad
podría producir resultados adversos. Sobre el particular, Cot y otro (2008)
señalan:
En esta perspectiva la cuestión principal qué debe predominar en toda investigación es la siguiente: en qué medida la socialización política contribuye al mantenimiento del sistema frente al stress a que éste está expuesto. Con más detalle se propone estudiar la socialización como sostén del sistema y de sus autoridades (Pág.76).
52
En este contexto, la socialización política persigue el mantenimiento
del sistema político a través de la generación de los denominados
"apoyos difusos" (Sentimientos de lealtad al sistema, patriotismo, respeto
a los símbolos patrios). En este marco el análisis sistémico se conecta
con la tradición psico-sociológica, de cuya relación surge la reflexión
acerca de la transmisión de las orientaciones políticas en las diferentes
etapas de la vida, subrayando la importancia del período preadulto del
desarrollo individual. Partiendo de los elementos del sistema (comunidad,
régimen y autoridad) se concibe la función de la socialización política
como generadora de sentimientos a favor del sistema.
En tal sentido, el aprendizaje de los símbolos patrióticos de un
estado refuerza el ligamen con la comunidad. Asimismo, la iniciación
cívica, al inculcar los principios del régimen político, desarrolla las
cualidades del ciudadano común y, en consecuencia, su fidelidad a
determinadas reglas del juego, vale decir, a sus políticas y acciones.
Finalmente, el sistema no carece de medios para reforzar el ligamen a las
autoridades por medio de la personalización del poder, la transmisión de
líneas de diferencias políticas, entre otros aspectos específicos.
Es así que, si en un Sistema Político no funciona adecuadamente la
actividad socializadora, se corren grandes riesgos de desestabilización y
de situaciones anímicas y de crisis de legitimidad de los diferentes
elementos del sistema. Cabe resaltar en este apartado que la sociedad es
un entramado de vínculos que permite a las personas organizarse para
vivir juntas, convivir o llevar una vida en común, y realizar, a través de
este entramado o tejido, una serie de aspectos significativos de la vida
para todos aquellos que los comparten.
Así se define la socialización según D´Elia (2012) quien además
señala que estos vínculos no son espontáneos como los que se heredan
de la familia o de la etnia, tampoco son los que se derivan o establecen
por la pertenencia a un país, estado, municipio o localidad donde se vive.
Refiere igualmente que son vínculos que se construyen a partir de una
acción deliberada, tienen ciertas características, están orientados hacia
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ciertos objetivos y producen o tienen unos determinados resultados a lo
largo de la vida.
Así, al conjunto de estos aspectos (existencia, inserción, posición,
trato y participación) los llamaremos necesidades sociales. En éstas, no
solamente se incluye la necesidad de vivir o de vivir más tiempo, sino el
vivir de una determinada manera, lo cual puede expresarse en una
“buena vida”. Pero también incluye la necesidad de ocupar un lugar en la
sociedad que permita alcanzar la clase de vida que queremos. Un lugar
que nos permita ser “sujetos” o personas dueñas de esa buena vida y, al
mismo tiempo, ser “actores”.
2.1.4.3. Cultura política
Se debe enfatizar en principio que la socialización política es el
proceso a través del cual se internaliza la cultura política. De esta manera
se hace la vinculación entre ambas nociones. Este concepto forma parte
de los aportes de la escuela funcionalista aplicada a los fenómenos
políticos, según Feo La Cruz (2011). Asimismo, esta cultura política puede
entenderse de acuerdo a Hernández (2004, p. 55) de la siguiente manera:
“Maduración de las pautas de comportamiento que encuentran un sentido
del orden que se fundamenta en la interiorización de valores y conductas
y del acatamiento de roles y reglas que dan coherencia a las instituciones
y organizaciones que componen un sistema político”
Como afirmara Feo La Cruz (2011), si el proceso socializador se
cumple y se produce la internalización de los valores políticos, se obtiene
como resultado un sustento sólido para fundar una relación estable entre
gobernantes y gobernados. La existencia de una cultura política se
convierte en un sustento de legitimación del sistema que le permitiría
soportar la disminución de los apoyos en épocas críticas, en las que el
Sistema Político no puede responder a la sobrecarga de demandas de
parte del medio social.
Sobre esta misma cultura política Peschard (2016) afirma que su
noción es tan antigua como la reflexión misma sobre la vida política de
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una comunidad. Para referirse a lo que hoy se llama cultura política, se ha
hablado de personalidad, temperamento, costumbres, carácter nacional o
conciencia colectiva, abarcando siempre las dimensiones subjetivas de
los fenómenos sociales y políticos.
Dicho de otra manera, desde los orígenes de la civilización
occidental ha existido una preocupación por comprender de qué forma la
población organiza y procesa sus creencias, imágenes y percepciones
sobre su entorno político y de qué manera éstas influyen tanto en la
construcción de las instituciones y organizaciones políticas de una
sociedad como en el mantenimiento de las mismas y los procesos de
cambio.
En este sentido, la cultura política de una nación es la distribución
particular de patrones de orientación sicológica hacia un conjunto
específico de objetos sociales los propiamente políticos entre los
miembros de dicha nación. Es el sistema político internalizado en
creencias, concepciones, sentimientos y evaluaciones por una población,
o por la mayoría de ella.
En última instancia, el referente central de la cultura política es el
conjunto de relaciones de dominación y de sujeción, esto es, las
relaciones de poder y de autoridad que son los ejes alrededor de los
cuales se estructura la vida política. Es el imaginario colectivo construido
en torno a los asuntos del poder, la influencia, la autoridad, y su
contraparte, la sujeción, el sometimiento, la obediencia y, por supuesto, la
resistencia y la rebelión.
Al discutir sobre la cultura política democrática y su relación con las
instituciones políticas, es indispensable preguntarse qué tanto la primera
determina a las segundas, o qué tanto éstas son el cimiento sobre el cual
aquélla se configura y asienta. El debate, entonces, continúa en torno a si
la cultura es causa o consecuencia de la forma de gobierno. Esta misma
cultura política da sustento a un conjunto de objetos y acciones políticas
observables, es decir, a instituciones políticas, al igual que a aspectos
políticos de las estructuras sociales.
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Todo sistema político está compuesto por unidades interactuantes e
interrelacionadas, cuyo rasgo distintivo es su incidencia sobre el proceso
político. Mientras las estructuras políticas dictan la acción política, la
cultura política es el sistema de creencias empíricas, símbolos expresos y
valores que definen la situación donde la acción política se lleva a cabo.
En otros términos, la cultura política afecta, a la vez que es afectada por,
la forma como operan las estructuras políticas. De tal manera, sólo la
vinculación entre ambos aspectos puede integrar al conjunto de las
funciones políticas, es decir, dar cuenta del sistema político en su
totalidad.
Es casi un lugar común entre los estudiosos de la cultura política
afirmar que hay un círculo cerrado de relaciones entre cultura y estructura
políticas, de suerte que si bien las experiencias de los individuos acerca
de los procesos e instituciones políticas ayudan a configurar cierta cultura,
ésta define a su vez la dirección de aquéllos. No obstante, sus esquemas
de análisis revelan la primacía que otorgan a los factores culturales sobre
los estructurales, justamente porque lo cultural tiene un mayor grado de
penetración y de persistencia.
No cabe duda que los distintos componentes de la realidad social
son interdependientes y que la estructura política impacta a la vez que es
impactada por las creencias, actitudes y expectativas de los ciudadanos;
sin embargo, si se conviene en que la cultura política es la forma en que
los miembros de una sociedad procesan sus propias estructuras o
instituciones políticas, o sea, sus experiencias con el gobierno, los
partidos políticos, la burocracia, los parlamentarios, etc.,
Es posible entender que la interrogante pertinente no puede ser:
¿cuáles son los patrones culturales que dan soporte a una democracia
estable?, como lo quiere el enfoque conductista de la cultura política, sino:
¿de qué manera se edifica el entramado cultural sobre el que descansan
y se recrean ciertas instituciones políticas?, en este caso las propiamente
democráticas.
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Sobre este mismo concepto de cultura política, sostienen Almond y
Verba (2011) que hoy se habla de una cultura política mundial que
aparece dominada por el impulso de la participación, no se sabe cuál será
el modo de dicha participación. Las naciones nuevas se enfrentan a dos
modelos diferentes de Estado moderno de participación: el democrático y
el totalitario. El primero ofrece al hombre medio la oportunidad de
participar en el proceso de las decisiones políticas en calidad de
ciudadano influyente; el segundo le brinda el papel de «súbdito
participante.
Ambos modelos tienen sus atractivos para las naciones jóvenes, y
no puede decirse cuál vencerá; si es que no surge una nueva
combinación de los dos. Si el modelo democrático del Estado de
participación ha de desarrollarse en estas naciones, se requerirá algo más
que las instituciones formales de una democracia: el sufragio universal,
los partidos políticos, la legislatura electiva. Éstas, de hecho, se incluyen
también en el modelo totalitario de participación, en un sentido formal ya
que no funcional. Una forma democrática del sistema político de
participación requiere igualmente una cultura política coordinada con ella.