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MENSAJES DE UN MUNDO DIBUJADO 15 dibujos de Álvarez Cabrero ilustrados por 32 exploradores literarios

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MENSA JES DE UN MUNDO DIBUJADO15 dibujos de Álvarez Cabrero ilustrados por 32 exploradores literarios

MENSAJES DE UN MUNDO DIBUJADO. 15 DIBUJOS DE ÁLVAREZ CABRERO ILUSTRADOS POR 32 EXPLORADORES LITERARIOS

Primera edición: abril, 2007SEPTEM FABULA

© de esta edición: Septem Ediciones, S.L., Oviedo, 2007e-mail: [email protected]

www.septemediciones.comBlog: septemediciones.blogspot.com

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin previo permiso escrito del editor. Derechos exclusivos reservados para todo el mundo.

DISEÑO CUBIERTA Y COMPAGINACIÓN: M&R StudioCUADRO PORTADA: Carlos Álvarez Cabrero ©

GRABADOS: Carlos Álvarez Cabrero ©COORDINADOR: Antonio Valle

DIRECCIÓN EDITORIAL: Marta Magadán

ISBN: 978-84-96491-59-5D. L.: AS-1598-07

Impreso en España ─ Printed in Spain

Antonio Valle—coordinador—

MENSA JES DE UN MUNDO DIBUJADO15 dibujos de Álvarez Cabrero ilustrados por 32 exploradores literarios

Ana Vanessa Gutiérrez Ana Vega

Antonio ValleBelén Díaz-Faes Rojo

Blanca Álvarez Chus FernándezDavid González

David Suárez Eva Vaz

Fernando MenéndezIgnacio del Valle

Jaime PriedeJavier Cuervo

Javier LasherasJorge OrdazJosé Havel

José Luis PiqueroLuis Arias Argüelles-Meres

Manolo D. AbadManuel García Rubio

Mariano AriasMiguel Barrero

Miguel RojoPablo ÁlvarezPedro de SilvaPelayo Fueyo

Rubén D. RodríguezSaúl FernándezVíctor Guillot

Xandru FernándezXuan Bello

Xuan Santori

PRESENTACIÓN

Tiene el lector en sus manos una obra decodificadora capaz de traducir los trazos de Álvarez Cabrero en composiciones literarias de excepcional calidad y belleza. El culpable del proyecto traductor es Antonio Valle. Una culpabilidad en primer grado que ha logrado aunar un esfuerzo desinteresado en la búsqueda de la experiencia estética e innovadora total: comprobar que una imagen encaja perfectamente con dis-tintas dimensiones narrativas. Álvarez Cabrero ha sido el catalizador que desencadena toda esta variada explosión de creatividad e ingenio que muestra —y demuestra— la existencia de una primera división de escritoras y escritores que, desde nuestra tierra, pueden ofrecernos esos mundos imaginados y buscados en nuestros momentos de ocio. Por ese motivo, desde Septem Ediciones, apostamos sin condiciones ni límites por nuestros druidas de la palabra escrita. Cada uno de los treinta y dos artistas na-rrativos ofrecen a quien lo desee un ejemplo de la maestría de su oficio. Por eso no podemos traicionar tanta belleza condensada en algo más de ciento cincuenta páginas. La experiencia está apunto de comenzar. Pase página y disfrute con todos ellos.

Marta Magadán

Editora

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PRÓLOGO

La interpretación del mundo que hace Carlos Álvarez Cabrero puede situarse en Praga, Madrid, Oviedo o el resto del mundo desde mediados de los ochenta. Comenzó en el cómic (en el mítico Víbora) y esa ha sido una señal de identidad en sus temas, fondos y formas. Le gustan Hergé, Brueghel el Viejo y Otto Dix, entre otros, aunque también podríamos encontrar imágenes relacionadas con Edvar Munch o el pop art y añadir todas las etiquetas posibles que desee el crítico observador. Hay quien dice que su mirada es la de unos ojos desencajados, como los de sus personajes, un gran angular surrealista capaz de ver más de lo que está o detallar lo que otros no ven. Los carteles publicitarios o los mensajes conminatorios están presentes en muchos rincones de sus cuadros (en las camisetas de los protagonistas, en los locales o transportes públicos que frecuentan, en los libros que arrinconan o en las aceras por las que caminan). No hay duda de que en los cuadros de Álvarez Cabrero, además de una parte expresiva, hay una intención comunicativa. Si añadimos a esa personalísima interpretación el impulso narrativo del cómic que aún rezuma en sus cuadros encontramos una obra repleta de sugerencias para la literatura.

El mensaje es suficientemente ambiguo y sugerente para que un grupo de intré-pidos escritores se hayan atrevido a buscar en cada recoveco de 15 dibujos a lápiz de Álvarez Cabrero para (re)crear un texto que dé forma escrita a ese mundo dibujado. Si el arte es hoy en día cada vez más multidisciplinar, por qué no encontrar un paso intermedio entre pintura y espectador. Eso es lo que pretenden los recreadores de ese mundo de Rosendo Haddock Reed, meter tinta entre los trazos de lápiz y el es-pectador, multiplicar las lecturas de los dibujos e ilustrar en lo posible los contenidos de esas superviñetas.

En este atrevido proyecto están implicados una treintena de escritores de toda condición, libres de género a la hora de escribir textos, sólo condicionados por el

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espacio (si no ponemos límite a sus palabras, no sería posible reunir tanto talento en un solo libro). Son Chus Fernández, Blanca Álvarez, Manuel García Rubio, José Luis Piquero, Ignacio del Valle, Manolo D. Abad, Pelayo Fueyo, Ana Vega, Maria-no Arias, Jorge Ordaz, Javier Cuervo, Miguel Barrero, Eva Vaz, Xuan Santori, José Havel, Saúl Fernández, Xuan Bello, Rubén D. Rodríguez, Belén Díaz Faes, Pablo Álvarez, Fernando Menéndez, Pedro de Silva, David Suárez, Antonio Valle, Jaime Priede, Xandru Fernández, Javier Lasheras, Ana Vanesa Gutiérrez, Miguel Rojo, David González, Víctor Guillot y Luis Arias Argüelles-Meres.

Para evitar etiquetas o interpretaciones incorrectas hay que aclarar que esto no es de ninguna manera una antología (no ha habido una selección de textos y/o autores al uso), es un ejercicio de creación conjunta a cargo de un grupo de escritores y escritoras unidos por su amor al arte en un proyecto inusual. Sin duda podrían formar parte de una antología (eso queda a juicio de los críticos y antólogos) y desde luego entre todos demuestran el gran estado de forma de la literatura asturiana (aunque algunos de los aquí presentes vivan en Andalucía, Madrid o Cataluña, o hayan nacido en Montevideo, Huelva o Badajoz; los asturianos nacemos donde queremos). Y naturalmente el libro alberga creaciones tanto en castellano como en asturiano.

Por otro lado el variopinto grupo de literatos tiene cabida, como suele ocurrir con esta enfermedad de síntomas tan dispares, para los más variados perfiles, desde escritores profesionales que viven de cada renglón sudado y sangrado hasta todo tipo de periodistas, profesores, profesionales varios, desocupados por ideales o a su pesar y demás literatos de después del trabajo o día perdido. La edad tampoco ha sido un límite, desde los nacidos en los 40 hasta los 80. Y en cuanto a reconocimiento social tampoco hay igualdad: vendedores de miles de libros junto a colaboradores de fan-zines alternativos. Tampoco hay un nexo ideológico, político o filosófico, ni mucho menos unidad en conceptos literarios. Una de las ideas fundamentales al comenzar este libro era incluir a representantes de todas las corrientes literarias, compañeros de gustos, esas familias de las letras que tienen cabida en esta región. Así que partiendo de esos principios de amalgama, esos latigazos al caos, sin duda encontraremos bro-

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chazos para todos los gustos en estas páginas necesariamente breves. Sólo queremos pedir disculpas a los lectores de novelas, esas extensiones no habrían sido posibles, a nuestro pesar. Disfruten de lo breve y aumenten lo que tenemos.

Y tengan en cuenta sobre todo, que el altruismo ha sido fundamental en este pro-yecto. Los autores presentes han regalado su tiempo y sus letras a un exótico propó-sito, lo más valioso que tenemos y nunca sobra. Como organizador de la idea quiero agradecer personalmente la participación de todos, también de los que no han podido estar y especialmente de aquellos que desde un principio hicieron cuanto pudieron para abrir este camino y facilitar las tareas de una coordinación tan compleja.

Partiendo de un grupo inicial que sugirió una lista de posibles invitados los co-laboradores se multiplicaron con rapidez. Con esto quiero decir que muchas otras personas fueron invitadas pero por diferentes motivos (mucho trabajo, poca salud, falta de motivación, sin respuesta) no aparecen en este volumen. Otros dirán que de-berían haber sido invitados. Si es así, presten atención a este mensaje para el futuro: todo aquel que tenga interés en formar parte de esta tripulación será bienvenido.

Quién sabe, tal vez esto sólo sea un primer capítulo, el primer paso para la creación de una Sociedad Recreativa de Exploradores Literarios, cuyos afanes apuntarían a la búsqueda de todas las posibilidades, de todos los recovecos pensados o insospecha-dos, de obras de arte no literarias. O simplemente un magnífico libro. Todo genio y amor al arte.

Antonio Valle

Oviedo, marzo de 2007

1EL ÁGUILA NEGRA

▪— MIGUEL ROJO —▪▪— FERNANDO MENÉNDEZ —▪

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EL CAPATAZ DEL ÁGUILA NEGRA

Tenía dieciséis años. Ni uno más ni uno menos. Y necesitábamos dinero urgen-temente si queríamos ir de vacaciones a algún sitio. Coger la tienda y largarnos de la ciudad para conocer mundo. Y para eso se necesitaba pasta. Se lo podría pedir a mi padre como hacían mis amigos con los suyos. Pero eso no era posible. No porque no tuviera padre o mi padre careciera de un lugar dónde caerse muerto. Sencillamente, porque no. Hay cosas que uno sabe sin necesidad de que nadie se las diga. Sí o no. Cuando él llegaba de trabajar como repartidor de paquetería en unos grandes almacenes y se tiraba en el sofá delante del televisor… no era el momento más apropiado. Cuando los domingos volvía con mi madre después de ir a misa sin a pararse tomar un café… no era el mejor momento. Cuando llegaba fin de mes y había que pedir fiado en la tienda de Angelines… sencillamente, tampoco era el momento. Ya dije, hay cosas que no se necesitan preguntar para saber la respuesta. Y ésta era una de ellas. Así que cuando acabamos el curso en junio y mis amigos planearon ir a conocer mundo, me di cuenta de que tenía un grave problema. Es cierto que conocer mundo era ir a Llanes, pero aquello, sin dinero, era el fin del mundo. Así que me puse a buscar currelo. Cualquier cosa me valía. El autobús de Colloto me dejó a las puertas de la fábrica de cervezas El Águila Negra. Ya la conocía de vista, pero al reparar en ella más detenidamente me pareció muy hermosa. Con sus chimeneas, sus edificios de ladrillos, el águila planeando sobre el dulzón aroma a cebada que salía por los grandes ventanales. Sí, especial y prometedora. Tuve que mentir y decir que tenía 18 años para que me contrataran.

Había un capataz. Siempre llevaba gorra, corbata y un mono azul. Cuando me escondía en los wáteres para lavarme las manos despellejadas de cargar cajas, él siempre aparecía por allí. No decía nada. Me miraba y se iba a otro sitio. Por lo demás bien: bebía todas las cervezas que quería y cada semana nos regalaban una caja para llevar a casa. Era obligatorio firmar por un mes, pero a los quince días ya tenía suficiente money para largarme a conocer el mundo. Así que me despedí. Dije

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que se había muerto mi padre y mi madre en un accidente. Me pasé. Hasta querían mandar una corona de flores. Cuando salía por la puerta se me acercó el capataz. Yo sé que no tienes 18 años, me dijo guiñándome un ojo. Y está prohibido trabajar con menos edad. Y lo de tus padres puro camelo. Si te denuncio te quitarán el dinero y tendrás serios problemas con la policía. Te espero en los wáteres. Recuerdo que mientras se la meneaba no dejaba de pensar en Llanes, en las chicas que conoceríamos, en las playas, en las juergas que nos correríamos...

Miguel Rojo

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ÁGUILA NEGRA

Fernando vive convencido de que el tiempojuega de su parte.Esgrime su inocencia con beligerancia,como si oliera sangre constantemente. Busca el paraíso en viejos baressobre los que cuelgael cartel de un satisfecho gordopleno de cerveza.Viejos bares con olor a serríny pote casero. Trato de que comprendael precio del valor añadido,las ventajas del ahorro y de la vida doméstica.Incluso hasta lo invito a una cerveza sin alcohol. Pero Fernandome miraincréduloa los ojos. He de admitirlo:qué crimen perfectoes la verdadera amistad.

Fernando Menéndez

2AUTOBÚS

▪— MIGUEL BARRERO —▪▪— FERNANDO MENÉNDEZ —▪

▪— CHUS FERNÁNDEZ —▪

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LITURGIAS URBANAS

Hace unos años, trabajaba en las afueras de la ciudad y me veía obligado a tomar el autobús cada día para acudir a mi empresa. Cada mañana, siempre a la misma hora, aguardaba en la parada junto a otros pasajeros a los que, como yo, sus queha-ceres obligaban a desplazarse hasta las antípodas de sus domicilios. Siempre eran los mismos, y no me equivoco si digo que al cabo de dos semanas ya nos conocíamos y hubiésemos podido señalar —si alguien nos hubiese requerido para ello— la ausencia de algún díscolo o la aparición de un neófito en aquellos prematuros y somnolientos viajes. No quiero decir con esto que fuésemos amigos o que tratásemos de olvidar los gélidos aires de la mañana con conversaciones de mayor o menor cortesía acerca del tiempo o nuestras familias, sino que pasamos de ser unos absolutos extraños a considerarnos una suerte de amables desconocidos cuya presencia cada mañana allí, en aquel tramo de acera, nos confirmaba que, en efecto, un día más la rutina hacía acto de presencia en nuestras vidas.

Lo pienso ahora y podría recordarlos a todos, uno por uno. La línea no atravesaba el centro de la ciudad, y por ello no era de las más usadas. En el transcurso del trayecto era raro que se subiera algún desconocido, y cuando lo hacía lo normal era que se quedase de pie, aferrado a las barras, como si la mera acción de ocupar alguno de los asientos que quedaban libres (no éramos un grupo numeroso) supusiera la irreparable ruptura de un orden nacido de quién sabe qué extraña entropía urbana. Sí, podría mencionarlos a todos pese a que nunca supe sus nombres ni a qué dedicaban esas horas que se veían obligados a pasar fuera de casa (alguna vez jugué a adivinarlo en función de la calle o el barrio en el que se bajaban, alguna vez me entretuve imaginando —a medida que la luz del día se abría paso y los edificios iban desfilando al otro lado de las lunas— los avatares que la vida les reservaba a cada uno en sus destinos respectivos); podría detenerme aquí y hablar del hombre del peluquín que siempre posaba su cartera sobre las rodillas, del joven con carpetas y bolsa de deporte que solía dormitar con la cabeza apoyada en la ventanilla, de la mujer con el pelo teñido de rubio y la derrota en los ojos que siempre parecía

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canturrear una extraña canción en un idioma extranjero o del extraño anciano que se sentaba en el asiento de detrás del conductor y mantenía la mirada fija en su nuca, como si en su negra coronilla adivinara alguna remota explicación del mundo. Y sin embargo, jamás fui consciente de la existencia de aquel extraño microcosmos mientras existía y formaba parte de él, en la época en la que yo también quedaba englobado en ese todo y era observado y evaluado por tan variopinto elenco.

Poco a poco, aquel pequeño universo comprimido en tan reducido espacio fue disgregándose. Primero dejó de coger el autobús la mujer de pelo rubio, luego nos abandonó el joven que dormitaba y, más o menos a razón de una ausencia por semes-tre, fui quedándome abrumadoramente solo en mi asiento de siempre. Una mañana —en mi sexto año de contrato en aquella siniestra empresa— acudí a la parada y no había nadie. Decidí cambiar mis hábitos y me senté junto al conductor. Seguía siendo el mismo, y por primera vez en todo aquel tiempo le dirigí la palabra. A mitad de trayecto me enteré de que se jubilaba al día siguiente y de que a partir de ahora sería un conductor nuevo —mucho más joven y animoso— el que comenzase a frecuentar aquella parada. De pronto, me vi a mí mismo recordando uno por uno a mis antiguos compañeros y lamentando su ausencia en aquella desapacible mañana de noviembre. Me preguntaba por sus paraderos actuales, trataba de averiguar lo que les podía haber pasado (pero el conductor no sabía nada, acostumbrado también él a ser un partici-pante silencioso en aquella extravagante liturgia) y me reprochaba cada vez con más ahínco el no haberles dirigido nunca la palabra, el no haberme atrevido a conocerlos, el no haber tenido la lucidez suficiente para acercarme a cada uno de ellos y conocer sus motivaciones y sus problemas. Me desprecié a mí mismo, y así me encontraba cuando el viejo conductor me dejó, por última vez, en mi destino.

Unas horas después, abandonaba mi empleo.

Miguel Barrero

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AUTOBÚS

¿Por dónde andará el autobúsdel que hablaba Morrissey, consus dos pisos y su hambre de viernesdispuesto a estrellarsecontra nosotros? ¿Qué será de aquellos finalestrágicos y felices, inexplicablespara reseñadores, creyentes y académicos? Haga el favor de conducira toda velocidad contra ese coche.Mire que le estoy apuntandodirectamente al corazón.

Fernando Menéndez

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ES BUENO SER MECIDO

O

YO VIVO DONDE CUELGO MI SOMBRERO

O

QUÉ PENSARÁ EL CONDUCTOR DE TODOS SUS PASAJEROS

O

CÓMO LO QUE IBA A SER UN TEXTO A PARTIR DE UNA ILUSTRACIÓN DE CABRERO SE ACABÓ CONVIRTIENDO

EN EL POSIBLE COMIENZO DE UNA HISTORIA MÁS LARGA

el conductor: este traqueteo. es bueno ser mecido. llegamos ya a la última parada. algo tengo que hacer mientras tanto, pero cuánto dura ese mientras tanto tendremos una segunda oportunidad, que hoy empieza el año nuevo en china, que éste tiene que ser un buen año para todos nosotros. a la rubia ésa se le cae un mechón sobre los labios. ojalá pudiese levantarme y así con el mismo movimiento con que lo devolvería a su lugar (ya siento en la palma de mi mano el calor y la suavidad de su pelo) llegaría hasta su nuca y la traería hasta mi boca

el asesino: tendría que acostarme, pero no quiero dormirme y perderme el partido. cuál echaban hoy por la primera, el del madrid o el del barça, no me acuerdo, tengo que mirarlo y también tengo que llevar el coche a pasar la revisión, ya verás qué broma

el estudiante: hay algo triste en una mano que cuelga, una mano al final del brazo que sobresale de la bañera (o del borde una cama quizá), esa mano, la mano que cuelga,

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es una cuerda amarrada a un balcón, una cuerda que ondea suavemente, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, casi nunca quieta, sobre nosotros que la miramos

la cocinera: le pusimos una de camarón, en la furgoneta, en cuanto salió del hospital, queríamos que ésa fuese la primera canción que escuchase en este mundo. y aquellos, los que pidieron que me acercase hasta su mesa y cuando llegué se pusieron a aplaudir. qué mal lo pasé. nunca había sido tan feliz. por primera vez en toda mi vida tengo claro lo que quiero hacer. por qué nadie hablará con nadie. si por lo menos alguien se pusiese a cantar

el cartero: a ver cómo duermo ahora. una noche perdida y después otro día perdido. bueno, por lo menos tendré una buena excusa para no ir a trabajar, una forma de justificar otro día así, perdido, otro día perdido. estaré mejor cuando llegue a casa

el mozo de almacén: tres días, sólo faltan tres días, qué hice la semana pasada, no, la otra, eso fue la otra. con los ojos cerrados la música suena más alto. ya me están empezando a doler los oídos. y encima voy a llegar tarde. a veces siento una rabia tan grande, como cuando se te cae el helado

el viejo: no son cortos los días, son muy largas las noches. el conductor ya no nos mira, parece agotado, estará deseando volverse a dormir, supongo, qué pensará el conductor de sus pasajeros, qué pensará el conductor de todos nosotros, cuándo nos llevará por lo claro

la bibliotecaria: si algo me hace feliz es ver cómo se acerca el bus hasta mi parada. podría haber venido caminando, pero hace tanto frío por la noche, qué más da que sea verano, aquí siempre hace frío por la noche. este lunes empiezo a correr. ojalá corrieses detrás de mí, calle tras calle, el sonido de tus pasos sobre el sonido de mis pasos; al doblar una esquina te esperaría y en cuanto te oyese llegar me pondría a correr otra vez. si me encontrases, te querría; si dieses conmigo, me quedaría para siempre contigo. me gusta subir bien alto la persiana

el profesor: un placer así: inmediato y sencillo; el que sentimos al apretar bien un

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nudo, su mano bajo la mía. llegamos ya a la última parada, así que supongo que no hará falta que me levante y apriete el botón; menos mal: me da mucha vergüenza cruzar el pasillo mientras todo el mundo me mira

el extranjero que a su vez es el repartidor de propaganda que a su vez era el dibujante en su ciudad natal: lo peor es lo frías que se te quedan las manos, a primera hora, por la mañana. además, siempre te terminan doliendo los dedos cuando tienes que pasarte tantas horas sujetando algo que no te importa. cómo es posible que me pase tanto tiempo mirando estos papeles y apenas recuerde nada de lo que ponen. yo vivo donde cuelgo mi sombrero, dijo liberty valance, pero qué podría decir yo, de qué me sirven los nombres ahora. si digo casa nadie señala mi casa, si digo amor nadie me abre su cama. cómo se llamará aquello y aquello y aquello. sé cómo se llamaba, pero no sé cómo se llama. no antes ni tampoco ahora, sólo allí y aquí. nunca más mi deambular

el contable: ¿será éste un nuevo día? mira aquella fachada. para qué le pondrán esa red, si más que una red parece una cortina. y esos andamios, todos azules y amarillos, menos aquél, aquél es rojo. dan ganas de reír. y también dan ganas de llorar

Chus Fernández

3BURIAL VAULTS

▪— JAVIER CUERVO —▪▪— ANTONIO VALLE —▪

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UNDERGROUND (Bajo tierra)

American way of death: La otra vida merece un cadáver feliz y un enterramiento una catatonia sin humedades al más allá.

The burial vault has become a necessary part of the interment process over the course of time. Years ago, burial vaults were not used as extensively as they are to-day because traditionally the casket was put in the grave and covered with soil. As cemeteries grew in numbers and the public demand for better cared for cemeteries, the burial vault is an important tool for the overall maintenance and beauty of the cemetery.

Burial vaults serve mainly 2 functions in the interment process:1) Protection of the casket2) Protection of the cemeteryNo es lo mismo organizar una partida de “craps”, drogar un caballo, matar un

galgo, romperle un brazo a “Studs”, el mejor jugador de billar del Lower East Side, o dejar que los chicos jueguen a las tabas con los nudillos de Sugar Brown. No es lo mismo con los seres queridos, con la chica que acabas de hacer una “tijuana bible” que merecería haber sido dibujada del natural.

Burial vaults are usually offered in many different styles and materials. These cha-racteristics determine the protection factor for the casket. The most common burial vault used is made from concrete.

All of these burial vaults can be offered with some type of personalization.Aunque no sea en un cementerio tiene derecho a un buen entierro, en algún lugar

bonito, soleado y abrigado del viento.Typically, the least expensive burial vault is a concrete liner topseal usually con-

taining some steel reinforcement. The protection factor for caskets with this type of

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burial vault is the minimum. The reason for this is that concrete is porous, allowing the ground water to eventually seep through to the casket.

Necesito poner tierra de por medio entre los dos durante un tiempo. ¿Cuánto tiempo? Yo me reuniré contigo. Y no te olvidaré ni un solo día.

The Purpose of a lined burial vault is to protect the casket from the outside ele-ments, settling and to keep the ground intact for proper memorialization.

¿Cuánta tierra entre los dos?Poca pero en vertical.

Javier Cuervo

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NO HAN ENTENDIDO MI ENCARGO

Burial vault: contenedor acorazado para entierro

—Ya han entrado los gusanos— dijo la voz de su madre.William se despertó y ya no pudo volver a dormir.Al día siguiente fue con su mujer a la funeraria a exigir explicaciones. El dependiente

volvió a llevarles hasta la piscina para exhibir la impermeabilidad de lo que definía como “sarcófagos imperecederos” y le rogó que bajara la voz porque aquella era una empresa seria y respetuosa ante el dolor que suponía la muerte de alguien cercano.

William metió las manos en los bolsillos y salió de la manera más digna de aquel negocio por el que se sentía estafado. Su mujer intentaba calmarle, le recordaba la escena de la piscina, la estanqueidad de la caja, decía. Un policía patrullero miraba receloso, como sospechando de su gesto iracundo, y William se volvió hacia él:

—Y usted qué mira. ¿Es que nunca se le ha muerto su madre?Volvió a soñar esa noche.Soñaba todas las noches. Cada vez dormía menos.Su mujer intentó ayudarle, pero él no explicaba nada, taciturno, casi hermético.No quería dormir.Pero William no podía evitarlo, acababa sentándose, cayéndose, derrumbándose

profundamente dormido. Entonces llegaban los mensajes. Peticiones de ayuda, la-mentos, risas nerviosas provocadas por cosquillas serpenteantes, implacables.

Tenía que caminar. El movimiento constante, esa era la forma de evitar el sueño.Ponía un pie delante de otro e intentaba mirar el mundo a su alrededor tras cada

paso, antes de cada paso. De vez en cuando llegaba la voz de su madre: sufría, un paso más, se divertía con las cosquillas, otro paso, un paso más, cantaba en su tumba acorazada, otro, volvía el dolor o las cosquillas, uno más, ¿eran risas o lamentos?

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William sentía las llagas de sus pies en cada huella intentando mantener los ojos abiertos. Un sol repugnante estrangulaba su cabeza cuando oyó el reproche materno, casi condenatorio:

—Pero, William, ¿tú qué haces aquí?Intentó sonreír.

Antonio Valle

4EL BOTONES▪— VÍCTOR GUILLOT —▪▪— PABLO ÁLVAREZ —▪

▪— BLANCA ÁLVAREZ —▪