martinez 1999 pluralidad de valores en la ciencia

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DISCUSIONES CR ´ ITICA, Revista Hispanoamericana de Filosof´ ıa Vol. XXXI, No. 91 (abril 1999): 41–73 EL RECONOCIMIENTO DE LA PLURALIDAD DE VALORES EN LA CIENCIA: LA PROPUESTA DE JAVIER ECHEVERRÍA SERGIO F. MARTÍNEZ Instituto de Investigaciones Filosóficas UNAM El rechazo del positivismo lógico ha llevado al desarrollo de una gran variedad de enfoques filosóficos para el estudio de la ciencia. Uno de los temas que desde muy diversas perspectivas ha generado interesantes propuestas y discu- siones es el reconocimiento y el estudio de las implicaciones de la diversidad de valores que desempeñan un papel en la explicación del desarrollo científico. 1 Ya sea a través de un estudio de las tradiciones en la ciencia, de la relación entre retórica y epistemología, o de la intrincada relación entre cuestiones éticas y científico-tecnológicas, tomar en cuenta las dimensiones axiológicas de la ciencia ha llevado a novedosos replanteamientos de varios problemas filosófi- cos. El libro de Javier Echeverría, Filosofía de la ciencia, 1 Ya en 1958 en The Uses of Argument, Stephen Toulmin defiende una concepción antipositivista de razón que a la vez que rechaza que el concepto de validez formal sea un ideal regulativo de una teoría de la argumentación sugiere que es a través de una teoría de la retórica como pueden integrarse el estudio de la diversidad de valores en una teoría del conocimiento. 41

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DISCUSIONES

CRITICA, Revista Hispanoamericana de Filosofıa

Vol. XXXI, No. 91 (abril 1999): 41–73

EL RECONOCIMIENTO DE LA PLURALIDAD DEVALORES EN LA CIENCIA: LA PROPUESTA DEJAVIER ECHEVERRÍA

SERGIO F. MARTÍNEZ

Instituto de Investigaciones FilosóficasUNAM

El rechazo del positivismo lógico ha llevado al desarrollo deuna gran variedad de enfoques filosóficos para el estudiode la ciencia. Uno de los temas que desde muy diversasperspectivas ha generado interesantes propuestas y discu-siones es el reconocimiento y el estudio de las implicacionesde la diversidad de valores que desempeñan un papel enla explicación del desarrollo científico.1 Ya sea a través deun estudio de las tradiciones en la ciencia, de la relaciónentre retórica y epistemología, o de la intrincada relaciónentre cuestiones éticas y científico-tecnológicas, tomar encuenta las dimensiones axiológicas de la ciencia ha llevadoa novedosos replanteamientos de varios problemas filosófi-cos. El libro de Javier Echeverría, Filosofía de la ciencia,

1 Ya en 1958 en The Uses of Argument, Stephen Toulmin defiendeuna concepción antipositivista de razón que a la vez que rechaza queel concepto de validez formal sea un ideal regulativo de una teoría dela argumentación sugiere que es a través de una teoría de la retóricacomo pueden integrarse el estudio de la diversidad de valores en unateoría del conocimiento.

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presenta una propuesta de cómo integrar el reconocimientode la diversidad de valores en una filosofía de la ciencia. Sibien estoy de acuerdo con mucho de lo que se promueve enel libro no obstante quiero mostrar lo que me parece que esun serio problema de fondo con su propuesta. Echeverríasupone que es posible deslindar y estudiar por separado losproblemas filosóficos que genera el estudio de los valoresepistémicos de la ciencia y los problemas generados por losvalores no epistémicos. Este supuesto, como trato de mos-trar, no es sostenible. Antes de proceder a formular estacrítica voy a presentar de manera breve las tesis centralesdel libro.

El libro de Javier Echeverría tiene muchos méritos. Esuna introducción a la filosofía de la ciencia contemporáneaque promueve una agenda propia y sugerente. Sintetiza enun libro pequeño muchas de las complejas y diversas con-tribuciones a los “estudios sobre la ciencia” que a finalesdel siglo XX nos invitan a abandonar el énfasis exclusivoen el estudio de la estructura y cuestiones relacionadas conla aceptación o rechazo de las grandes teorías científicas,como las teorías de Newton o Einstein, y en su lugar noshacen ver la importancia de explorar la ciencia desde laperspectiva de las variadas prácticas de los científicos y lamanera como esas prácticas son parte del entorno social.Echeverría está particularmente interesado en bosquejaruna filosofía de la ciencia que se ocupe de manera centralde las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad.Formula esta idea afirmando que “la filosofía de la cienciaha dejado de ser únicamente una filosofía pura (o filoso-fía del conocimiento científico) para pasar a ser, además,una filosofía práctica, en el sentido de una filosofía de laactividad científica” (p. 41).

El libro se propone estudiar la práctica científica desdela perspectiva de aquellos criterios axiológicos que tienenuna profunda influencia sobre las diversas modalidades de

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la praxis científica. En el primer capítulo se da una breveintroducción a las diferentes tendencias que componen losestudios contemporáneos sobre la ciencia. Según Echeve-rría, en contraste con una concepción finalista de la ciencia,en la que se considera que la ciencia está regida por unosobjetivos o finalidades que hay que tratar de satisfacer, sedebe reconocer la existencia previa de valores de donde sur-gen los objetivos de la ciencia. Una vez que este supuesto sereconoce, entonces “la axiología de la ciencia se convierteasí en la clave para estudiar filosóficamente los diversostipos de praxis científica, incluida aquella que busca au-mentar el conocimiento o aproximarse a la verdad” (p. 8).

En el capítulo II se introduce una tesis muy sugerente deEcheverría que sirve como elemento integrador del libro:la tesis de que la distinción tradicional entre el contextode justificación y el contexto de descubrimiento le quedachica a una filosofía de la ciencia práctica, y que es necesa-rio reconocer por lo menos cuatro diferentes contextos deactividad científica: el de educación, el de innovación, el deevaluación o valoración y el de aplicación. La idea de fondoes que se requiere estudiar la ciencia en estos contextos paradesarrollar el tipo de reflexión filosófica que va más allá delas cuestiones epistémicas o cognitivas que son de interés enuna filosofía de la ciencia teórica. La enseñanza de la cienciaes un primer ámbito o contexto. Según Echeverría, “en estaépoca de formación se prefigura la adscripción del futurocientífico (o profesional) a uno u otro paradigma y comu-nidad científica” (p. 60). El segundo contexto se refiere alantiguo contexto de descubrimiento ampliado para incluirla función de innovación. Las máquinas y los instrumentosde laboratorio son ejemplos característicos de innovaciónque no son descubrimientos, y cuyo estudio formaría partede este segundo contexto. Un tercer ámbito lo constituye elconsabido contexto de justificación ampliado para incluirla evaluación de productos técnicos, así como una nueva

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formalización, un prototipo o los planos de un ingeniero.Los valores que determinan el ámbito de justificación yevaluación son diversos y cambiantes. El contenido empí-rico, la capacidad predictiva y explicativa, la consistencia,la belleza, la potencialidad heurística, la resolución de pro-blemas, la simplicidad, son algunos ejemplos de ese tipo devalores. Finalmente tenemos el contexto de aplicación. Éstees el contexto en el cual las producciones y artefactos cien-tíficos sufren cambios profundos por medio de los cualeslas diferentes actividades científicas se vinculan con objetode producir transformaciones eficaces sobre el medio en elque se quiere actuar.

En el capítulo III se introduce el tema de los valoresen la filosofía de la ciencia y se rechaza la idea de que losúnicos valores que deben interesar a los científicos seanlos valores cognitivos o epistémicos. En este capítulo sepresenta lo que me parece una introducción bien logradacontrapuntísticamente, a través de autores bien escogidos,de la manera como tradicionalmente se trata el tema de losvalores en la ciencia. En particular, a Echeverría le interesamostrar que no es posible estudiar el papel de los valores enla ciencia subordinando ese papel a una supuesta finalidadde la ciencia, y concluye sugiriendo que en su lugar debepartirse de la existencia de una pluralidad de valores, “epis-témicos, prácticos, e incluso estéticos, que son cambiantesen función del contexto y a lo largo de la historia, peroque la actividad científica trata de optimizar en la medidaen que sea racional” (p. 111). La pluralidad de los valorescientíficos se estudia en el capítulo IV. En el capítulo Vse muestra cómo el carácter social de la ciencia incide enel tipo de conocimiento que es el conocimiento científico,y en particular en la importancia que adquiere desde estaperspectiva el contexto de la educación. En este capítuloempieza a darle cuerpo a uno de los temas centrales dellibro (ya introducido en el primer capítulo), un enfoque al

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tema del relativismo que intenta relacionar ese problemacon problemas centrales en la filosofía de la ciencia tradi-cional, problemas tales como la discusión acerca del papely la naturaleza de las leyes científicas. En el capítulo VIel tema de las leyes es el tema central. Se considera quelas leyes científicas son “instrumentos teóricos y prácti-cos imprescindibles para que la ciencia tienda a mejorarel mundo, añadiendo nuevas posibilidades que antes erantenidas por inviables” (p. 163). De esta manera, Echeverríapretende ocuparse de las leyes científicas “en tanto leyes,antes que nada” (p. 164), y por lo tanto elaborar una filo-sofía de la actividad científica tal y como ésta se despliegaen los cuatro contextos de actividad mencionados anterior-mente, abandonando el enfoque tradicional que restringela filosofía de la ciencia a ser una filosofía del conocimientocientífico. Con este capítulo el libro concluye, integrandoen la discusión sobre el papel de las leyes en la actividadcientífica la tesis de la diversidad de contextos y la maneracomo esa tesis se relaciona con el sentido en el que Eche-verría considera que la filosofía de la ciencia debe ser unafilosofía práctica.

Estoy en gran medida de acuerdo con el proyecto deEcheverría, y en particular con la importancia que debetener en una filosofía de la ciencia el reconocimiento dela pluralidad de valores que desempeñan un papel en elquehacer científico y en particular en la caracterización desus fines. Me parece, sin embargo, que Echeverría no lograarticular una propuesta clara acerca de cómo tiene lugaresto. Hay una serie de sugerencias, pero me parece quemuchas de esas sugerencias son muy problemáticas y nopueden aceptarse. Mostrar los supuestos detrás de estassugerencias problemáticas va a ser el principal objetivo deeste trabajo.

Según Echeverría, en el contexto de una filosofía de laciencia práctica los problemas tradicionales de la filosofía

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de la ciencia tienen que replantearse. Así, por ejemplo, par-tiendo de la aseveración de que “la prueba de fuego parael relativismo científico radica en el relativismo nómico”,relaciona la pregunta acerca de la naturaleza del relativismocientífico a la que nos compromete una filosofía prácticacon la pregunta acerca de si puede haber leyes científicasinconmensurables entre sí. De esta manera, la preguntatradicional acerca de la naturaleza de las leyes científicasy su papel en la estructura del conocimiento científico sereplantea desde la perspectiva de una filosofía de la cienciaque se toma en serio el carácter situado de la actividad cien-tífica. Entender esta propuesta y examinarla críticamenterequiere que examinemos la tesis por partes y que comen-temos varios temas relacionados del libro.

Examinemos primero la manera como se presenta el pro-blema del relativismo. Comienza presentando las tesis deKuhn a partir de La estructura de las revoluciones cientí-ficas:

al distinguir entre dos tipos de ciencia, la ciencia normaly la ciencia revolucionaria, así como al afirmar que en losmomentos de crisis y de cambio científico radical existíainconmensurabilidad entre los paradigmas rivales, Kuhn diopábulo a un fuerte renacimiento del relativismo científico(p. 15).

Posteriormente se introducen varias de las bien conocidasversiones del concepto de inconmensurabilidad enunciadaspor Kuhn, pero sin entrar en un examen de las dificultadesque tiene la interpretación de esas diferentes versiones delconcepto, y por lo tanto sin tomar partido respecto a la seriede limitaciones y posibles interpretaciones del concepto deinconmensurabilidad. Esto tiene como consecuencia que laposición de Echeverría respecto a varias cuestiones impor-tantes para el desarrollo de la tesis del libro no quede clara,porque si bien Kuhn ha contribuido en mucho a sentar las

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bases de una historiografía de las tradiciones no teóricasen la ciencia, no debemos olvidarnos de que sobre todoen sus reflexiones acerca del concepto de inconmensurabi-lidad, Kuhn sigue planteando los problemas alrededor delas preocupaciones que genera el problema de la elecciónde teorías, como parte de un planteamiento excesivamentecentrado en la estructura lingüística de las teorías.

Hay diferentes maneras de desarrollar el concepto deinconmensurabilidad de modo tal que pueda entendersecomo un concepto constructivo y alejado del énfasis tra-dicional en las cuestiones relacionadas con el tema de laelección de teorías. Biagioli, por ejemplo (véase en particu-lar Biagioli, 1993), ha hecho ver cómo una reinterpretacióndel concepto de inconmensurabilidad de Kuhn puede serpuesta al servicio de una historiografía de la ciencia quereconoce el alcance limitado (y su enraizamiento en prácti-cas o ámbitos culturales) de los valores científicos. Segúnél, el desarrollo de la inconmensurabilidad depende de losdiferentes procesos por medio de los cuales las identidadessocioprofesionales tienden a formarse alrededor de ciertasteorías y valores, que a su vez permiten una mejor articu-lación conceptual de las teorías y los valores. La tesis deBiagioli tiene la ventaja de dejar muy clara, a través delestudio detallado de varios ejemplos históricos, la maneracomo el desarrollo de la inconmensurabilidad en la cienciaestá íntimamente ligado a la acción de mecanismos socio-culturales que promueven la identidad cultural de ciertascomunidades y tienden a erosionar la identidad de otras.

Esta tendencia a alejarse de la interpretación kuhnianade la inconmensurabilidad en busca de modelos historio-gráficos más acordes con el reconocimiento de la diversidadde prácticas y valores en la ciencia está muy extendida enlos estudios contemporáneos sobre la ciencia. Galison, porejemplo, ha hecho ver cómo por razones tanto historiográ-ficas como epistemológicas es importante reconocer que las

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tradiciones teóricas y las experimentales no son coextensi-vas, y que la autonomía parcial de estas tradiciones debecapturarse por medio de un modelo historiográfico en elque se reconoce la importancia de la interacción y mutuaconformación de diferentes subculturas que obedecen a di-ferentes tipos de “restricciones”, que a su vez tienden amodificarse en tiempos diferentes y, por lo tanto, imponenritmos diferentes de cambio en las diferentes comunidades(Galison, 1987). Cada práctica cultural nunca puede en-tenderse aisladamente, siempre toma prestados de otras ypresta a otras recursos para la elaboración de sus relativa-mente autónomas agendas. Un modelo historiográfico comoel que propone Galison permite entender la importanciaque tienen la estructura y la dinámica de las comunidadescientíficas sin inclinarnos a la conclusión de que toda pre-tensión argumentativa se reduce a un cálculo de intereses, yen ciertos casos concretos muestra cómo los valores implí-citos en las diferentes prácticas científicas son expresión delos diferentes mecanismos culturales que delimitan mutua-mente y explican la dinámica y la estabilidad relativa de lasprácticas. Tanto en Biagioli, como en Galison y en buenaparte de la historiografía contemporánea de la ciencia, la re-tórica de los valores deriva su poder de convencimiento desu íntima relación con prácticas específicas, y sobre todocon los recursos sociales e instrumentales que esas prácticasmovilizan. Desde esta perspectiva, es muy difícil aceptar lamanera como Echeverría pretende justificar la considera-ción explícita de los valores en la filosofía de la ciencia, apartir del reconocimiento de “la existencia previa de valoresde donde surgen los objetivos de la ciencia”. Como vere-mos más adelante, los valores en la ciencia, por lo menosmuchos de ellos, deben entenderse como estándares implí-citos en prácticas cuya caracterización no puede reducirsea su valor instrumental. Los valores expresan perspectivashistóricamente constituidas e históricamente cambiantes,

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que constituyen los contextos en los cuales los fines se for-mulan y examinan racionalmente. Esta manera de plantearla pluralidad de los valores no es compatible con la pro-puesta de Echeverría en la medida en que, por una parte,los fines de la ciencia no pueden caracterizarse en términosde la consideración previa de valores de donde surgen losobjetivos de la ciencia, pues los valores no son previos alos objetivos ni los objetivos son previos a los valores, y porotra parte, si pensamos los valores de esta manera, no tienesentido pensar que los científicos tratan de “optimizar” esosvalores. Abundaré más sobre esto adelante.

Por otro lado, considero que no sólo Galison y Biagioli,sino la mayoría de los historiadores de la ciencia contem-poráneos poskuhnianos, si bien estarían de acuerdo conEcheverría respecto a la importancia de estudiar las di-versas actividades científicas y los valores en su contexto,rechazarían la concepción simplista del papel de la histo-ria de la ciencia en la filosofía de la ciencia que endorsaEcheverría:

El trabajo de los historiadores de la ciencia, como el de losantropólogos en relación a las culturas, consiste precisamenteen interpretar y hacer inteligibles esas teorías intraducibles.Los historiadores y los antropólogos tienen como tarea prin-cipal la de encontrar un vocabulario que permita describiry comprender otros períodos de la ciencia y otras culturas(p. 18).

Esta manera de entender la tarea de la historia de laciencia, en términos de las potencialidades y limitacionesde los recursos lingüísticos, es una idea muy importantepero que está muy lejos de describir los estudios sobre laciencia contemporáneos. Es más, como trataré de mostrar acontinuación, superar esta manera de entender la relaciónentre la historia de la ciencia y la filosofía de la cienciaes muy importante para poder llevar a cabo el tipo de

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proyecto que Echeverría quiere promover. El abandonodel énfasis en la dimensión lingüística de la ciencia en lahistoriografía de Galison, Biagioli, Hacking, Wise y tantosotros historiadores contemporáneos va de la mano con unareinterpretación del problema de la inconmensurabilidad,y esto no es accidental. Como dice Biagioli:

while incommensurability may appear as a problem to thosewho view it synchronically, that is, as a result of the linguisticstructures of already existing theories, its diachronical analy-sis suggests important clues about the process through whichparadigms and socioprofessional identities develop out ofprevious ones. (Biagioli, 1993, p. 214).

Sentar las bases para un estudio de las prácticas cien-tíficas requiere criticar esta excesiva concentración en losaspectos lingüísticos de la tesis de la inconmensurabilidad,sobre todo porque esta crítica es indispensable para abrirun espacio conceptual definido en el cual pueda afincarseun estudio a fondo del papel de los valores en la ciencia yde su papel en explicaciones de la dinámica científica. Meparece que esta falta de crítica de la versión kuhniana deinconmensurabilidad genera importantes problemas en latrama del libro. Si bien se reconoce la importancia de losvalores en las explicaciones de los procesos científicos, por-que se consideran indispensables para entender el procesocientífico, se apela a ellos sin que medie una explicaciónfilosófica acerca del origen y la estructura de los valores,y de cómo ese origen y esa estructura tienen implicacionesnormativas (epistémicas y no epistémicas).

Creo que la razón por la que muchas veces se piensaque esta individualización no es problemática proviene delénfasis tradicional en los planteamientos lingüísticos en lafilosofía de la ciencia que fácilmente ignoran la importan-cia que tiene en un modelo historiográfico la especificaciónde los mecanismos que subyacen en el cambio científico.

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Kuhn, por ejemplo, supone que el mecanismo que subyaceen el cambio científico es la solución de problemas (“puz-zles”). Pero la noción de problema no es una clase naturalque pueda aceptarse sin más en una explicación del cam-bio científico (Biagioli en 1993 elabora una crítica en estadirección). Esta noción y la dinámica de la solución de pro-blemas pueden y deben ser analizadas como el resultado dedinámicas culturales más básicas ligadas con la expresióny la transformación en el ámbito de prácticas científicas devalores plasmados en patrones de explicación, decisión yrazonamiento, así como en patrones de conducta.

La importancia de los valores en la conformación de losprocesos histórico-culturales que constituyen la ciencia esinnegable, pero esto no tiene que traducirse en una teoríasustantiva de los valores, o en que se requieran referenciasexplícitas a los valores en las explicaciones de los procesosde interés. Si bien una teoría como la de Hempel no tienelugar para incorporar el papel que desempeñan diversosvalores en las explicaciones científicas, teorías como la deGarfinkel (1981) o la de Lipton (1993) sí les otorgan unlugar importante pero implícito en sus teorías de la expli-cación. Para ambos, valores de diverso tipo cumplen unpapel en la elección del “marco” de la explicación. Y porotra parte, teorías sustantivas de los valores en las cienciassociales han sido propuestas y abandonadas sobre la basede objeciones que serían fácilmente extendibles al tipo deexplicaciones que Echeverría promueve.

Si la manera que promueve Echeverría fuera la únicapara incorporar la tesis de la diversidad axiológica de laciencia en una filosofía de la ciencia, todo lo que podríamosdecir es que hay una laguna en el enfoque de Echeverría.Pero en la medida en que es posible incorporar la tesis dela diversidad de valores en una filosofía de la ciencia queno apela directamente a los valores como factores explica-tivos, sino que apela a ellos implícitamente a través de un

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estudio y reconocimiento de la importancia de la estructuray dinámica de las normas implícitas en las prácticas cien-tíficas, las dificultades de las diferentes propuestas tienenque sopesarse.

Apelar directamente a los valores como factores expli-cativos supone que es posible individualizar y caracterizarlos valores de manera sustantiva e independientemente desu relación con los mecanismos culturales que subyacen enlos diversos procesos de cambio científico. Sin embargo, lamanera como los valores se individualizan culturalmenteno puede desligarse del problema de caracterizar los me-canismos específicos responsables de los cambios. La pre-gunta de si la exactitud y la precisión son el mismo valor—una pregunta que estuvo de moda entre historiadores dela ciencia hace unos años— no es una pregunta que ten-ga sentido hacerse independientemente de cierto contextoen el cual se reconocen como importantes ciertos mecanis-mos de cambio que muchas veces tienen una dimensiónepistémica. Si aceptamos una teoría del error en la que loserrores sistemáticos desempeñan un papel importante en lacaracterización de cómo se entiende la objetividad de unamedición, entonces vamos a tender a hacer una distinciónentre exactitud y precisión, pero esta distinción no tienepor qué hacerse y muchas veces no se hace.2

La precisión puede ser entendida como un medio paralograr descubrimientos de regularidades empíricas (comolas leyes de Kepler, por ejemplo), o puede ser entendidacomo un medio para ordenar sistemáticamente diferentesámbitos de la experiencia humana (por medio del cual sepromueve la coordinación de trenes, autobuses y fábricas, ola estandarización de técnicas de laboratorio). En el primersentido, la distinción entre exactitud y precisión puede ser

2 Véase la introducción de Wise a la antología compilada por él en1995, y los trabajos en la parte II de esa antología.

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importante para explicar un cambio en la manera comose concibe el error como epistemológicamente significati-vo, por ejemplo; desde la segunda perspectiva, hacer unadistinción entre exactitud y precisión no es tan importantecomo recalcar el hecho de que la precisión implica estan-darización, y por lo tanto acuerdo entre comunidades res-pecto a qué valorar y cómo evaluarlo. La importancia dela búsqueda de mediciones confiables en la química puedeincorporarse en una explicación del cambio de estándaresde medición, en una explicación del cambio de objetivoso en la explicación del rechazo de una teoría. La impor-tancia que le otorguemos al papel que desempeña la es-tandarización de tecnología, la precisión o la confiabilidadde mediciones, va a depender del tipo de mecanismos decambio que queramos sacar a colación.3 Lo que nos llevade nuevo a que la individualización previa de los valoresy, más en general, el supuesto de que podemos partir devalores previos para explicar los objetivos de la ciencia, esuna propuesta problemática.

La importancia que tiene para la filosofía de la ciencia uncompromiso con tipos de mecanismos específicos de cam-bio, históricamente identificables, se muestra claramentesi queremos dar cuenta de la relación entre valores (es-tándares o normas) epistémicos y no epistémicos, un temacrucial para entender el origen de los diferentes tipos denormatividad que cumplen un papel en la conformación dela estructura y dinámica de las diversas prácticas científi-cas. Si pensamos que la caracterización del tipo de meca-nismos que nos permiten explicar el origen de las normasepistémicas en cuestiones de hecho no tiene por qué versecomo si fuera radicalmente diferente de la manera comoexplicamos el origen de otros tipos de normas, estándaresy valores, entonces no es admisible pensar que haya una

3 Ejemplos de estas alternativas pueden encontrarse en Wise, 1995.

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división entre dos tipos de filosofía de la ciencia, una teó-rica y otra práctica. Esto sugiere que la preocupante faltade interés por la relación entre aspectos epistémicos y noepistémicos de la ciencia en el libro de Echeverría parecetener su origen en la aceptación de un marco historiográficoasociado con una filosofía teórica de la ciencia que consi-dera no problemática la caracterización de los mecanismosque sirven como motor de cambio en la ciencia.

Echeverría se mete en otras dificultades en el desarrollode su propuesta por no marcar su distancia de la propuestakuhniana más enfáticamente. Aquí quiero mencionar un te-ma que es central a todo lo largo del libro: su tesis de que elrelativismo epistémico asociado con Kuhn y los sociólogosdel conocimiento puede superarse si se reconoce que losdiversos valores que imperan en la ciencia tienen un alcan-ce restringido a uno de los cuatro contextos de la actividadcientífica que Echeverría introdujo en el capítulo II. Laidea es que en la medida en que la ciencia se caracterizapor sus valores, cierto relativismo en uno de los contextosno tiene por qué infectar a los otros. De esta manera, diceEcheverría, es posible superar “el relativismo epistémico alque tanto aluden los sociólogos del conocimiento científico,siguiendo en parte a Kuhn” (p. 158).

El núcleo de la tesis es reconocible y me parece bási-camente correcto. Hacking hizo muy famosa una primeraversión de esta tesis, sugiriendo que el impacto filosóficode la tesis de la inconmesurabilidad debía tomar en cuen-ta las diferentes dinámicas involucradas en las tradicionesexperimentales y las tradiciones teóricas.

Esta tesis ha sido desarrollada en diferentes direccionespor muchos historiadores y filósofos de la ciencia (ante-riormente hemos mencionado la manera como Galison yBiagioli elaboran versiones de la idea). En este tipo de pro-puesta, los valores implícitos en prácticas tienen de mane-ra natural un alcance restringido, pero extrapolable, que

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puede explicarse a partir de la estructura misma de lasprácticas. Valores como la confiabilidad o la precisión seconforman y desarrollan en prácticas concretas y sólo sonextrapolables a otras prácticas en la medida en que esasprácticas, o subprácticas de ellas, entran a formar partede los recursos conceptuales y prácticos de una disciplina.Como he mostrado en otra parte, esta perspectiva nos per-mite apreciar la importancia de la función que tienen lasteorías (más allá de su ampliamente reconocido papel enla representación del conocimiento) como estándares de lasmaneras de describir, organizar y comunicar el alcance dediversas normas a través de su corporización en prácticas.

Echeverría parece concederle a Kuhn que los mecanis-mos básicos que explican el cambio científico no son pro-blemáticos, que pueden describirse como mecanismos desolución de problemas planteados en cierto marco lingüísti-co. Como ya dije, esto hace muy difícil o imposible explicarcómo los valores pueden explicarse como algo íntimamenteligado a la dinámica (interacción, cooperación y conflicto)de las diferentes prácticas, y por lo tanto fomentan el tipode oscurantismo o dogmatismo respecto al papel de losvalores en explicaciones de cambio científico en el que lapropuesta de Echeverría se enreda. En la medida en queuna filosofía de la ciencia que toma en serio la dimensiónaxiológica de la ciencia no entre a considerar de frente ydecididamente el problema, central para cualquier enfoqueaxiológico, acerca del tipo de mecanismos específicos queconforman los estándares y valores distintivos de las dife-rentes prácticas científicas, la propuesta queda trunca.

Respecto a esta crítica, Echeverría podría decir que su in-terés no reside en localizar esos mecanismos, que ése ya noes un problema filosófico, sino sociológico o historiográfico.Mi réplica sería que el problema de determinar los mecanis-mos específicos responsables del cambio científico no tienepor qué ser un problema filosófico, pero el compromiso

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con cierto tipo de mecanismos, o la omisión de ese com-promiso, es filosóficamente relevante, ya que, entre otrascosas, tiene implicaciones para la manera como se enmarcael problema de la relación entre aspectos epistémicos y noepistémicos en la ciencia. A menos que dogmáticamentese acepte que no es un problema determinar cuáles sonesos mecanismos, ya sea porque —como Kuhn y muchossociólogos suponen—, esos mecanismos son identificablessin problema en la práctica científica, o sea porque —comolos filósofos positivistas aducen— esos mecanismos se sus-tentan en rasgos esenciales del tipo de experiencia humanaque constituye el conocimiento (que hacen “acumulable” laexperiencia en términos de teorías), una toma de posiciónrespecto al tipo de mecanismos que subyacen en un mode-lo de cambio científico es indispensable para individualizarlos valores y el papel que desempeñan en las explicaciones.

Mi diagnóstico puede no aceptarse, pero la pregunta defondo está allí: ¿cómo es que Echeverría pretende encon-trarle una solución al problema del relativismo epistémico apartir de un reconocimiento de la importancia de las dimen-siones no epistémicas de la dinámica científica? Él sugiereque es a través de un estudio de las leyes científicas comopuede resolverse el problema; veamos.

En el capítulo VI se presenta el tema de las leyes científi-cas. Las leyes científicas, dice Echeverría, tradicionalmentese han entendido como “la expresión canónica del conoci-miento científico en su forma más desarrollada” (p. 162).Lo que se pretende en ese capítulo es proponer una pers-pectiva complementaria a la anterior según la cual las leyescientíficas “no sólo inciden en el conocimiento científico, si-no que también influyen en la práctica científica” (p. 162).

Las leyes se examinan a partir de una larga discusión delmodelo nomológico deductivo, sólo interrumpido por muybreves referencias a otros trabajos sobre el tema. Es más,la propuesta de Echeverría se hace a partir de un contraste

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con la tesis de Hempel de que las leyes son enunciadosverdaderos de forma universal. Las limitaciones y las crí-ticas a esta manera de ver las leyes son bien conocidas yampliamente aceptadas. Echeverría menciona brevementealgunas, y sugiere una crítica a la tesis hempeliana de que laciencia está determinada por la búsqueda de la verdad comovalor predominante. No queda claro, sin embargo, cuál esesa crítica, porque inmediatamente después dice que en ellibro se quiere afirmar “lo contrario”, esto es, que a dife-rencia de lo que cree Hempel, “las leyes científicas puedencambiar a lo largo de la historia. . . ” (p. 168). Sin embargo,no se sigue del supuesto de que la búsqueda de la verdades el valor predominante en la ciencia (o más en general,que hay un valor o virtud epistémica predominante) quelas leyes no puedan cambiar en la historia. Aquí, como enmuchas otras partes del libro, Echeverría quiere relacionarla tesis de la diversidad de los valores con una crítica adiferentes filósofos de la ciencia, y en general, con una crí-tica a la manera tradicional de entender el problema de lasleyes desde un punto de vista exclusivamente epistémico,pero faltan argumentos para establecer incluso a qué tipode relación se refiere.

Si bien hasta el capítulo VI se ha dicho muy poco sobrelas leyes más allá de criticar la propuesta de Hempel ymuy poco en concreto sobre cómo entender los diferentesvalores, se avanza la siguiente caracterización de las leyes:

las leyes son optimizaciones concretas de los sistemas axio-lógicos vigentes en cada momento, y por ello hay que dis-tinguir entre aquellos cambios nómicos que se producen pormotivos de reequilibrio de los valores de la ciencia, por ejem-plo, al proponer leyes científicas más generales, como la deNewton, o cambios nómicos suscitados por la aparición denuevas leyes científicas incompatibles con las anteriormentevigentes (p. 168).

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Esta caracterización de las leyes es muy problemática. Paraempezar, no está claro cuál es la propuesta. La idea de quelos valores se reifican en “sistemas axiológicos” nunca seexplica, y por lo tanto queda oscura. Una manera en la quepodría entenderse la idea de la “optimización concreta delos sistemas axiológicos” es por intermedio de una teoría dela racionalidad basada en el ordenamiento de preferenciaspor los agentes. En la medida en que los científicos buscanoptimizar algún tipo de utilidad, se podría pensar que losdiferentes valores que subyacen en el ordenamiento de pre-ferencias tenderían a “equilibrarse” en un punto óptimo.Esta propuesta, sin embargo, no tiene visos de fructificar.Por un lado, la interpretación de la utilidad requerida porun modelo de la racionalidad de este tipo, o bien suponeuna interpretación formal que de alguna manera identificala utilidad con un índice que ordena los diferentes valoresa lo largo de una escala de preferencias, o bien adopta unainterpretación realista que pretende capturar una nociónde bienestar. El primer tipo de interpretación parece ser elúnico posible camino para desarrollar el tipo de propuestaque nos interesa. Sin embargo, me parece que por variasrazones Echeverría no querría comprometerse con esta ru-ta. Entre otras cosas porque es una propuesta reduccionistarespecto a los valores, un reduccionismo del que Echeverríaquiere alejarse. Más de fondo, cualquier sugerencia en estadirección tendría que enfrentar la serie de críticas formu-ladas a lo largo de las últimas décadas que dejan claro queno es posible tomar este tipo de teorías de la racionalidadcomo modelos de la deliberación racional. Entre otras cosasporque se presupone un ordenamiento de preferencias quedeben modelarse como el resultado de la deliberación.

Otro problema es la identificación de las leyes con estetipo de “optimizaciones”. Incluso suponiendo que se llegaa dejar claro qué se entiende por “optimizaciones concre-tas de sistemas axiológicos”, tendría que decirse por qué

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y cómo van a identificarse las leyes científicas con estasoptimizaciones. En primer lugar, porque hay muchos tiposde cosas a las que los científicos llaman leyes. Echeverríaparece suponer que intuitivamente podemos saber de quéestamos hablando cuando hablamos de leyes, y que conuno o dos ejemplos mencionados de pasada el lector puedetener una idea de en qué sentido las leyes son optimizacio-nes de sistemas axiológicos. Pero no hay una clase naturala la que hacemos referencia cuando hablamos de “las le-yes científicas”, y por lo tanto, incluso si en algunos casospudiéramos pensar que la propuesta de Echeverría seríaviable, no queda para nada claro que la propuesta pudierageneralizarse.4 Es más, no es posible sostener, como im-plícitamente lo hace Echeverría, que todas las leyes tienenel mismo status epistémico, o pueden caracterizarse de lamisma manera axiológicamente. Esto es algo que sólo lospositivistas más recalcitrantes aceptan. Sin ir más lejos, sibien Hempel no hace la diferencia, muchos filósofos de laciencia diferenciarían dos tipos de leyes (y dos tipos deexplicaciones asociadas). Por un lado, podemos hablar deleyes y explicaciones causales, y por el otro, de leyes y ex-plicaciones teóricas. Echeverría nunca menciona la distin-ción, pero por la manera como habla parece estar pensandosiempre en leyes teóricas. Las leyes teóricas dependen delas teorías en las que están enmarcadas, y las explicacionesque generan pueden aceptarse sin necesidad de comprome-ternos con la existencia de los entes teóricos que utilizan lasleyes en su formulación. Con respecto a las leyes teóricaspodemos tener una actitud meramente pragmática; en lamedida en que tienen una utilidad podemos aceptarlas, yesto es posible porque muy difícilmente una explicación

4 Creo que, en todo caso, él nos debe algunos ejemplos trabajadoscon mínimo detalle en donde quede claro en qué sentido se piensaque las leyes pueden identificarse con “optimizaciones” de sistemasaxiológicos.

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teórica excluye a otra en el sentido de que aceptar una re-quiera de no aceptar la otra. Podemos aceptar explicacionesde la mecánica clásica para explicar cómo llegan los satélitesa la Luna; pero también podríamos aceptar explicacionesbasadas en la mecánica cuántica. Esto no depende de sicreemos que la teoría es verdadera o no, sino de la capaci-dad de la teoría para permitirnos plantear un problema ydarnos una solución aceptable en el contexto del problema.

En el caso de explicaciones causales, la aceptación deuna explicación implica la creencia en las causas a las queapelan las leyes. Por ejemplo, si aceptamos la explicaciónestándar de la formación de los huracanes, estamos com-prometidos a creer en la existencia de las masas de airefrío y caliente que de acuerdo con esa explicación chocan amitad del Atlántico y que generan el movimiento circularcaracterístico de los huracanes. No tendría sentido decirque uno acepta la explicación pero no cree en la existenciade las masas de aire.

La manera como Echeverría habla de las leyes ignorapor completo el hecho de que no todas las leyes son leyesteóricas, que hay leyes causales (que a su vez pueden ser demuy diverso tipo), y tan sorprendente como es esta omisiónme parece que es entendible por la tendencia a seguir los li-neamientos de la filosofía teórica de la ciencia en la manerade entender el alcance de las cuestiones epistemicas.

Otra dificultad con la propuesta de Echeverría es la si-guiente. La utilización de las leyes en la práctica científicasiempre involucra idealizaciones y aproximaciones que es-tán cargadas de valores, y no parece factible pensar queesa carga axiológica pueda distribuirse en las leyes demanera tal que pudiéramos ignorar esa carga axiológica ala hora de especificar cómo las leyes son una expresión delos diferentes valores científicos. Me explico. Suponiendoque las leyes son de alguna manera una expresión concretade los valores (algo que creo que es posible aceptar si se

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formula con cuidado la idea), no se sigue que esos valores seconcreticen sólo en las leyes, de manera tal que podamoshablar de que las leyes son optimizaciones concretas desistemas axiológicos. Los valores se concretizan de maneramuy importante en los métodos aceptados de idealizacióny aproximación que permiten relacionar las leyes con losdatos y los diferentes tipos de modelos utilizados en la cien-cia. Precisamente, es a través del tipo de idealizaciones yaproximaciones establecidas que las teorías funcionan comoestándares, y por lo tanto como portadoras de valores nomeramente epistémicos. De aceptarse esto, las leyes puedenexpresar diversos tipos de valores sin que nada sugiera quesean optimizaciones axiológicas. El sentido en el que las le-yes son portadoras o expresan valores no puede desligarsedel sentido en el que aproximaciones, idealizaciones y teo-rías son portadoras de valores no meramente epistémicos.

Una variante de la crítica anterior es la siguiente. Su-pongamos que de alguna manera el sentido en el cual lasleyes pueden entenderse como “optimizaciones de sistemasaxiológicos” puede esclarecerse, y supongamos que la ideade “equilibrio de valores” es suficientemente clara. Todavíano está claro qué se quiere decir con “cambios nómicos quese producen por motivo de reequilibrio de los valores de laciencia”; no todo reequilibrio de valores tendría que ma-nifestarse en un cambio en las leyes; puede, por ejemplo,manifestarse en la importancia creciente que toma ciertométodo para calcular el error. Esto tendría implicacionespara la decisión de si cierta aproximación se considera acep-table o no, o si cierta idealización es apropiada o no paramodelar cierto problema, y tendría implicaciones para laconstrucción de una máquina para la detección de ciertasustancia química, por ejemplo; pero ¿estaríamos hablan-do de “cambios nómicos” o no? A menos que se incor-poren otros criterios, que me parece que tendrían que serepistemológicos, para decidir cuándo un reequilibrio de los

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valores tiene implicaciones nómicas, una propuesta comola de Echeverría no tendría visos de conectar la prácticacientífica real con la filosofía de la ciencia.

Más en general, no es posible ignorar que diferencias enlas maneras de concebir el origen y la naturaleza del errorde las mediciones están íntimamente ligadas a diferenciasen las maneras de concebir (e individualizar) valores comola objetividad, la precisión y la exactitud, cuestiones quea su vez están íntimamente ligadas a la determinación deaquellos métodos que se reconocen como epistémicamenteconfiables. Todas estas cuestiones tienen que reconocersecomo orgánicamente relacionadas. El reconocimiento de es-ta relación holista entre diferentes aspectos de la actividadcientífica que involucran un cambio de valores no pareceque permitiría que una estrategia como la propuesta porEcheverría pudiera realmente ayudarnos a entender la ma-nera como los diferentes tipos de valores cumplen un papelen la construcción del conocimiento científico.

Es posible pensar los valores como algún tipo de “fuer-zas” y recurrir a metáforas y patrones de explicación am-pliamente desarrollados a partir del siglo XIX para desarro-llar una propuesta como la que Echeverría sugiere. Hayestudios históricos importantes que apoyarían este tipo desugerencia, pero sería muy difícil generalizar esta idea hastael punto de que pudiera servir de apoyo a la caracterizaciónde las leyes que tan enfáticamente formula Echeverría. Unopuede reconocer la importancia y la pertinencia que tienehablar de los valores como fuerzas en cierto tipo de dis-cusión historiográfica; por ejemplo, si se está tratando dehacer ver las implicaciones que cierto cambio en el concep-to de evidencia en el siglo XVII tiene para la consolidaciónde cierta manera de entender el valor metodológico quetiene el experimento en la construcción del conocimientocientífico; pero esto no justificaría hablar de los valores co-mo fuerzas en el nivel de generalidad en el cual Echeverría

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está hablando, como si la analogía entre valores y fuerzasno tuviera que ser cuidadosamente diseñada, construiday calibrada en explicaciones de cambio científico para serútil.

Echeverría parece estar adoptando una tesis como la deKuhn, según la cual valores como la precisión, la coheren-cia y la universalidad de alguna manera están siempre allí,aunque su expresión cambia históricamente. Dice Kuhn:

Si se conserva breve la lista de valores y se mantiene va-ga su especificación, entonces valores como la precisión, laamplitud, y la fecundidad son atributos permanentes de laciencia. Pero basta con saber un poco de historia para saberque tanto la aplicación de estos valores, como, más obvia-mente, los pesos relativos que se le atribuyen, han variadomarcadamente con el tiempo y también con el campo deaplicación (citado en Echeverría, p. 89).

Hay sentidos en los cuales me parece que es posible sos-tener una tesis como ésta, pero no es posible sostener unatesis de este tipo suponiendo que estos valores pueden en-tenderse como normas (idealizadas) a las que los científicostratan de aproximarse (de manera tal que justificarían lametáfora del equilibrio de valores). Por ejemplo, no creoque la manera como Echeverría formula la idea sea sosteni-ble. Dice él que lo esencial “es buscar un cierto equilibrio,que siempre será dinámico, entre las diversas tentativas derealización de esos valores que los científicos pueden llevara cabo a través de sus investigaciones y de sus propuestasteóricas” (p. 88). Una manera rápida de ver las dificultadescon esta idea es empezar por mostrar las dificultades conuna tesis subyacente de Kuhn (que el mismo Echeverríamenciona en la p. 89) según la cual la búsqueda de la pre-cisión es una “segunda revolución científica” por mediode la cual las ciencias matemáticas clásicas impregnan las“ciencias baconianas” del siglo XVII. Según esta tesis, el

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valor de la precisión se habría cultivado por siglos en laciencias matemáticas para posteriormente, en el siglo XVII,extenderse a otros ámbitos de la cultura científica. Nóteseque si generalizamos esta historia de la precisión a otrosvalores científicos llegamos de manera natural a la tesis deKuhn acerca de la permanencia de los valores.

Varios historiadores han hecho ver que esta manera depresentar la historia de la precisión, y más en general, laidea de una lista de valores fijos pero con pesos relati-vos variables a lo largo de la ciencia no puede sostenerse.Heilbron ha hecho ver cómo, al contrario de la tesis deKuhn respecto a la manera como el valor de la precisión seextiende a la mecánica, la historia del valor de la precisiónrequiere incorporar la manera como los filósofos naturalesempiezan a incorporar en sus argumentos técnicas de me-dición cultivadas en áreas de las ciencias empíricas comola electricidad y la mecánica (véase Heilbron, 1993). Wisey Smith (véase Wise y Smith, 1989) han mostrado cómoes que, a través del uso de la metáfora de la balanza, elconcepto de precisión se extiende a lo largo y a lo anchodel racionalismo ilustrado, pero que no puede identificarseun punto de origen de las metáforas, tal y como requeriríala tesis de Kuhn de que hay un origen común del valor de laprecisión que se va diseminando a través de la historia dela ciencia. Como dice Norton Wise en la introducción a TheValues of Precision, hacer una historia de este tipo de va-lores nos obliga a movernos constantemente del problemade entender los diversos valores que podemos identificarcomo versiones del valor de la precisión al problema deentender los diversos valores que la precisión ha ayudadoa promover. Esta complejidad dialéctica entre valores y ob-jetivos es la que me parece una propuesta que Echeverríadeja de lado.

Puede agregarse que, a diferencia de lo que sugiere Kuhny que Echeverría acepta, la motivación principal para la

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cuantificación y el cultivo de diferentes versiones del valorde la precisión no es la matematización de la naturaleza, ola búsqueda de leyes más generales, como la ley de Newton.Muchas veces, la motivación proviene de fuera de la ciencia;por ejemplo, de la necesidad de los burócratas del gobier-no de tener información confiable para la construcción demapas o para los censos (Hacking, 1990). Así, identificar laprecisión como un valor involucra reconocer la importanciaque tiene la búsqueda de la precisión en la promoción de lacomunicación y la diseminación de estándares tecnológicosy burocráticos que permiten la expansión de un estado ala vez que promueven el desarrollo de muchas prácticascientíficas. Siendo así, difícilmente podemos decir que laprecisión es un atributo permanente de la ciencia. El valorde la precisión no puede caracterizarse como un valor “cien-tífico” (en el sentido de que su cultivo no puede explicarseapelando al papel que desempeña en la búsqueda de leyesmás generales, o por su papel en la matematización de lanaturaleza). En todo caso, podría tratar de caracterizarsecomo un atributo permanente de culturas con cierto gradode desarrollo tecnológico y burocrático. Esta conclusión nola veo contraria al espíritu de la propuesta de Echeverría,sólo va en contra de la manera como Echeverría pretendeimplementar la propuesta, y en particular va en contra dela idea de que es posible hablar de las leyes como “opti-mizaciones concretas de sistemas axiológicos”. Si se aceptael tipo de historiografía de los valores anteriormente men-cionada, y en particular si se rechaza la ontología de losvalores implícita en el planteamiento kuhniano (que pareceestar detrás de esta propuesta de Echeverría), no hay unaontología de los valores suficientemente estable y definidacomo para sustentar el tipo de caracterización de las leyesque Echeverría nos ofrece.

Es importante recalcar que el reconocimiento de que mu-chas veces la motivación principal para el cultivo de un va-

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lor “científico” se localiza fuera de la ciencia está muy lejosde implicar que podemos estudiar los valores en la cienciaindependientemente de cuestiones epistémicas. Golinski,por ejemplo, ha mostrado cómo el valor de la precisión sedesarrolló en el siglo XVIII en gran medida promovido porintereses políticos, pero en íntima relación con argumentosque se consideraban particularmente importantes desde unpunto de vista epistémico (véase, por ejemplo, el artículode Golinski en Wise, 1995). Las mediciones de precisiónelaboradas por Lavoisier eran parte de su manera de argu-mentar en favor de una teoría, pero esta argumentación nopretendía concluir con una mera aceptación de la teoría,pretendía concluir que ciertas explicaciones causales eranlas apropiadas, y no otras.

La retórica de los valores en las comunidades científicasestá estrechamente ligada con la elección del tipo de te-sis que se consideran epistémicamente apropiadas para sertratadas por una comunidad, y las maneras que se consi-deran aceptables para establecerlas. Los valores, como lasleyes, no deben pensarse como algo que existe previamenteo independientemente de los métodos y fines, así como delos patrones de explicación y razonamiento aceptados. Lahistoria y la estructura de los valores es tan compleja ypertinente para la filosofía de la ciencia como la historiade los métodos científicos. Así como no hay una lista demétodos que si se conservara, aunque breve y vaga, puedaservirnos para caracterizar la ciencia, así tampoco hay unalista de valores. En la medida en que tomamos en serio elpapel de las prácticas en la producción de conocimiento,como lo quiere Echeverría, es necesario también reconocerla complejidad de la estructura normativa implícita en lasprácticas científicas, una complejidad que no puede captu-rarse mediante una lista de valores, por muy breve y vagaque se quiera mantener.

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Esa falta de reconocimiento de la complejidad de las nor-mas implícitas en prácticas incide en el planteamiento deun tema muy importante en el trasfondo de la propuesta deEcheverría: el tema de la relación entre aspectos epistémi-cos y no epistémicos en una filosofía de la ciencia. Aunqueno creo que sea su intención, la manera como Echeverríadesarrolla su propuesta sugiere que es posible separar endos partes la filosofía de la ciencia, una preocupada porcuestiones epistémicas y otra por cuestiones prácticas. Sibien creo que desde un punto de vista didáctico puedeser útil olvidarse de los problemas epistémicos y concen-trarse en otros temas, esto sólo puede hacerse preparandomucho el terreno, previniendo al lector de los peligros deesa separación, y sobre todo evitando que el problema quese está tratando no se contamine de una epistemologíatrasnochada. Es importante reconocer que la filosofía dela ciencia no se reduce a la epistemología del conocimientocientífico, pero es importante también reconocer que unafilosofía de la ciencia tiene que comprometerse con una to-ma de postura respecto a cuestiones epistemológicas, y queesa toma de postura va a estar implícita o explícitamenteinvolucrada en nuestra caracterización de los aspectos noepistémicos de la ciencia. Echeverría parece suponer quela epistemología se quedó en donde la dejó el empirismológico, y sugiere que el desarrollo de la filosofía de la cien-cia contemporánea tiene lugar (o debe tener lugar) en otrasdirecciones (direcciones no epistémicas). Este supuesto esinsostenible.

Desde la perspectiva de muchas propuestas de epistemo-logías naturalizadas contemporáneas, epistemologías que sesustentan en la tesis de la continuidad entre la ciencia yla epistemología, un problema central es cómo explicarel origen de la normatividad epistémica reconociendo lapertinencia de cuestiones de hecho en la respuesta a estapregunta. Esto requiere rechazar la dicotomía que impone

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la llamada “falacia naturalista”, rechazo que abre la puer-ta al reconocimiento de que el problema del origen de lanormatividad epistémica no es un problema separado dela explicación del origen de normas no epistémicas.5 Enparticular, es posible pensar la epistemología contemporá-nea de una manera totalmente acorde con las preocupacio-nes filosóficas de Echeverría: preocupada por entender lamanera como el conocimiento implícito en prácticas se ha-ce explícito en métodos, teorías y tecnología, y preocupadapor entender la manera como ese conocimiento explícito asu vez moldea la estructura de las prácticas, y en particularla individualización y la diseminación de diferentes valoresen contextos institucionales específicos. La epistemologíapuede y debe entenderse como estudio de la cognición enun sentido amplio, no sólo centrada en la categoría dela creencia, y esto nos obliga a rechazar la idea de que el

5 Es significativo que las dos únicas menciones a la epistemolo-gía naturalizada en el libro son: 1) para decir que “las epistemologíasnaturalizadas de la ciencia, en la medida en que siguen insistiendo(como vimos en el caso de Peirce) en la adaptación del hombre al me-dio natural, resultan insuficientes” (p. 187); y 2) para decir que cabehablar de una epistemología artificializada, y no de una epistemologíanaturalizada ya que, “[p]or lo que se refiere a los individuos (y ellos sonla base de las concepciones evolucionistas), la enseñanza es un procesode adaptación a un entorno social, y no a un medio natural” (p. 143).Está claro que Echeverría tiene una idea muy limitada de las direccio-nes en las que se han desarrollado las epistemologías naturalizadas, yen particular que parece pensar, como muchos filósofos de la cienciapospositivistas, que el tema de la epistemología naturalizada se quedódonde lo dejó Quine. En primer lugar, no creo que una caracterizaciónde la relación entre adaptación y conocimiento sea un buen punto departida para dar una idea de la variedad de proyectos que caben dentrodel tema de la epistemología naturalizada, y sobre todo para evaluar supertinencia para el tema del libro. En segundo lugar, está claro por lasegunda cita (y comentarios en otras partes del libro) que Echeverríapresupone una oposición muy criticable entre naturaleza y sociedad.Creo que una de las promesas más importantes de una epistemologíanaturalizada es que permite superar esa oposición y hablar de unaepistemología naturalizada como una epistemología social.

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estudio de las prácticas científicas puede coexistir pacífica-mente con una epistemología trasnochada que supone queel conocimiento tiene que entenderse como conocimientohecho explícito en teorías. Una crítica a la manera como seentienden las leyes de Hempel no puede dejar de ser unacrítica a su manera de entender la epistemología.

Echeverría desarrolla su filosofía práctica de la cienciaal margen de la epistemología de la ciencia basándose enuna distinción entre aceptación y creencia: “la postura delos científicos respecto a las leyes es la de la aceptación,no la de creencia” (p. 187). Sin embargo, esta distinciónentre aceptación y creencia no se elabora, sólo se usa; peroésta no es una distinción que pueda darse por sentada. Esuna distinción que puede elaborarse de diferentes maneras,y diferentes maneras de elaborarla tendrían implicacionesimportantes para la formulación más precisa de varias delas tesis propuestas en el libro. En epistemología es muycomún hablar de aceptación en aras de la verdad; por ejem-plo, cuando se dice algo como “no puedo creerlo (porqueparece ir en contra de cosas que creo firmemente), perolo acepto (porque por ejemplo acepto ciertos estándares deautoridad epistémica que aplican en este caso)”. [O]tras ve-ces se pone énfasis en el hecho de que la aceptación pareceser voluntaria, mientras que la creencia no. Una personano puede decidir qué creer, pero puede decidir qué acep-tar sobre la base de algún tipo de razones. Por ejemplo,Kaplan piensa que “X acepta p” es una abreviación de “Xdefendería p si su único fin fuera defender la verdad”. Entodos estos usos no tiene sentido contraponer aceptacióny creencia a la manera que Echeverría sugiere; aceptación ycreencia son ambas, directa o indirectamente, categoríasepistémicas. Uno de los pocos filósofos que ha defendidouna distinción entre aceptación y creencia que parece acer-carse a la que Echeverría utiliza es van Fraassen. En Laimagen científica él considera que la aceptación de una

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teoría tiene una dimensión epistemológica: ¿qué grado decreencia supone la aceptación de una teoría? Y tambiénuna dimensión pragmática: ¿qué otra cosa está involucradaademás de la creencia? Para él, la aceptación no es só-lo creencia, y la diferencia entre aceptación y creencia espragmática. Esta versión de la distinción entre aceptacióny creencia encaja hasta cierto punto con la manera comoEcheverría utiliza los términos, ya que para él como paravan Fraassen, la postura de los científicos es la de la creen-cia en un grado que no compromete al realismo.

Pero esta cercanía con la posición de van Fraassen sólosirve para confirmar la sospecha ya mencionada sobre lamanera estrecha de entender la epistemología de Echeve-rría. Muchos autores han criticado precisamente a van Fra-assen por desarrollar un tipo de empirismo basado en unaconcepción estrecha de la epistemología que excluye consi-deraciones pragmáticas (véanse, por ejemplo, los artículosde Boyd, Ellis, Glymour y Hooker en Images of Science,compilado por Paul Churchland y Clifford Hooker).

Finalmente, y para concluir, volvamos al tema del rela-tivismo. En el primer capítulo del libro se decía que laclave del debate sobre el relativismo científico radicabaen el relativismo nómico, y que esta idea iba a elaborar-se en el capítulo VI. Se criticaba a Kuhn y al relativismosociológico porque “el concepto kuhniano de ‘mundo’ estan vago como el de ‘cultura’ de los relativistas” (p. 20).Se prometía mostrar cómo una interpretación del conceptode inconmensurabilidad en término de las leyes científicasde las diferentes teorías, y no entre las concepciones delmundo o las culturas subyacentes, resuelve el problema delrelativismo (véase, por ejemplo, la discusión en la p. 19).Pero todas estas promesas no se retoman en el capítulo VI.No parece decirse más a manera de respuesta al relativis-mo que la breve alusión a la tesis del alcance restringidode los valores de la que ya hablamos. El libro parece ter-

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minar abruptamente antes de llegar a las respuestas queestábamos esperando, y lo que es peor, se sugiere una po-sición que parece claudicar frente al relativismo sociológicodel que Echeverría pretende apartarse. Dice Echeverría:

[el científico debe adoptar] una actitud diplomática con res-pecto a las leyes defendidas y propugnadas por otras co-munidades científicas, otorgándoles el mismo grado de cre-dibilidad, utilidad y veracidad que uno asigna a las leyescientíficas que practica cotidianamente en su trabajo. Si nofuera por este argumento de mutuo reconocimiento, o si seprefiere de reconocimiento de autoridad de otras personas enámbitos de los que uno no se ha ocupado, no habría razonespara creer en las leyes científicas fuera del campo concretoen donde cada científico individual ha hecho estudios einvestigaciones. La postura de los científicos con respecto alas leyes es la de aceptación, no la de creencia. Y las razonespor las cuales se aceptan son de índole pragmática (p. 187)(las cursivas son mías).

Pero si las razones por las cuales se aceptan las leyes son deíndole pragmática exclusivamente, no veo cómo Echeverríapretende alejarse del tipo de relativismo sociologista que élcritica.

Para concluir, resumo mi crítica al proyecto de Echeve-rría. Ciertamente es posible pensar en una lista de valoresque si se conserva breve y se mantiene vaga su especifi-cación puede pensarse como una lista de atributos perma-nentes de la ciencia. Una lista de este tipo, sin embargo,no puede servir de base para explicar muchas situacionesconcretas de cambio científico. Como mostramos con ladiscusión acerca del valor de la precisión, no es sólo unacuestión de que este valor ha sido entendido de maneradiferente en la historia de la ciencia y en los diferentescampos de aplicación. La individualización misma de loque entendemos por precisión, y las situaciones en las quees importante distinguir precisión de exactitud, por ejem-

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plo, dependen de supuestos epistémicos acerca de los me-canismos específicos de cambio, o acerca de la relación en-tre aspectos pragmáticos y epistémicos en la formación deacuerdos respecto a qué valorar y cómo evaluarlo. La su-gerencia de Echeverría de que es posible separar —y nosólo distinguir— cuestiones de aceptación de cuestiones decreencia hasta el punto de que podemos hablar de estudiarpor separado una filosofía práctica de la ciencia, suponeque es posible separar los aspectos pragmáticos de los epis-témicos en la filosofía de la ciencia. La historia de la cienciay una epistemología mínimamente naturalizada coincidenen apuntar a que este tipo de separación no es posible.Una razón pragmática en determinado contexto puede sertambién una razón (indirectamente) epistémica.

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Recibido: 4 de noviembre de 1998

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