lutero la libertad del cristiano

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    LuteroLA LIBERTAD DEL CRISTIANO (1520)

    El tratadillo La libertad del cristiano (Von der Freiheit eines Christenmenschen), el tercero delos llamados escritos de reforma, es la obra ms desapasionada o menos apasionada de cuantas

    salieron de la pluma de Lutero. En ella toca en alguna ocasin la cima mstica, sin llegar al arrebato,y su serenidad no deja sospechar el momento agitado y la circunstancia excepcional en que fue com-puesta. En esto se parece al Comentario al Magnificat.

    El origen del libro se debe a un ltimo esfuerzo de Karl von Miltitz, enviado pontifico, entreotras cosas, para entregar la Rosa de Oro al elector Federico el Sabio, el duque sajn protector deLutero. Mediador de paz en la causa luterana, pudo entrevistarse con Lutero el 11 de octubre de1520, cuando ste conoca perfectamente el contenido de la bulaExsurge, Domine, en la que se ana-tematizaba su doctrina y que se estaba pregonando con escasa suerte por el acalorado Eck en las cer-canas de Wittenberg. De la entrevista, y entre bastantes desaciertos del representante del papa, saliel proyecto feliz de escribir una carta sumisa a Len X y de acompaarla de una relacin de sus ac-tuaciones, con la esperanza de limar aristas y de provocar la ya imposible reconciliacin.

    Doce das emple Lutero en la redaccin de ambos documentos. La Carta al papa Len X (WA7,3-11) que no incluimos en nuestra edicin, se fech el 6 de septiembre. Se sabe que es unadata deliberadamente retrasada para olvidar la sospecha de obedecer a presiones o miedos ante labula condenatoria, conforme a una ingenua estratagema del sinuoso Miltitz. En realidad fue a prime-ros de noviembre cuando aparecieron la carta y el tratado. El texto de la misiva, ciertamente respe-tuoso hacia la persona de Len X, insultante hacia la institucin del papado, convence de sobra deque la vuelta atrs tena que reducirse al campo de ilusiones no realidades irenistas.

    El gran inters que Lutero concedi a La libertad del cristiano queda evidenciado por el hechode haberlo redactado primero en alemn y despus inmediatamente en su versin latina. El casose repiti: con ello quera hacer llegar su mensaje al pueblo, por una parte, y, por otra, a los letradosy humanistas. Cuando intenta exponer su doctrina personal tiene delante el propsito que abriga, esdecir, convencer al laico sencillo. Si redacta la misma obra en alemn y en latn, para que llegue si-multneamente al pueblo alemn y a todos los doctos de la cristiandad, jams se contenta con unatraduccin pura y simple de su texto. En ambos tratados distintos completamente expresa idn-

    ticas ideas, pero, cambiados el proyecto, el orden de las citas, sus imgenes y comparaciones segnconvenga. Cuando redacta en alemn, Lutero intenta ofrecer una obra popular; cuando escribe en la-tn, se dirige a los letrados y quiere mostrarles que tambin l maneja una argumentacin slida (M.Gravier,Luther et l'opinin publique, 33). Bien mirado, ni la escritura, ni el contenido, ni su secuen-cia varan en este caso deLa libertad de forma considerable en una y otra versin. Sin embargo,la intencionalidad apuntada por Gravier es un hecho constatable.

    El contenido desarrolla un tema constante en este ao de 1520 y en los escritos de reforma: eltema de la liberacin. De forma polmica y violenta ha expresado la idea en la Misiva ala noblezaalemana, donde, bajo un manto de precoz nacionalismo, ha deshecho la muralla de la jerarqua, delsacerdocio jerrquico; en la Cautividad, en que ha borrado la estructura sacramental y ennoblecido elquehacer y la esencia eclesial de la predicacin de la palabra. En la Libertadse afronta otra li-beracin ms profunda, y esta vez sin los tonos violentos anteriores: la liberacin universal, interna,

    espiritual, del cristiano en virtud de la fe. En el fondo, adems de la ms tranquila, es la obra mscordial de Lutero.A base exclusivamente de la Escritura le interesa a Lutero que en Roma se den cuenta de ello

    , casi slo a base de san Pablo, expone su pensamiento claro y vigoroso. De entrada lanza las dostesis paradjicas (siempre apoyndose Lutero en el armazn paradjico) de que el cristiano es elhombre ms libre y a la vez el ms siervo de todos. Para deshacer la anttesis, parte de la visinhumana dualista, esencial en todo su sistema, como buen representante de su estirpe agustiniana: elhombre, como ser espiritual, interno, y como ser corporal, externo, seccin que no responde al sim-plismo bblico, pero no olvidemos que Lutero estaba condicionado por un mundo de categoras men-tales de hace ms de cuatrocientos aos. Pues bien, esta divisin es la que marca la estructura de laobra.

    En primer lugar, el cristiano como ser espiritual, interno, en su relacin directa con el pecado, es

    un hombre libre; mejor, liberado. El factor de esta liberacin no son las acciones, los esfuerzos indi-viduales, sino la palabra de Dios, predicada por Cristo y tal como se contiene en el evangelio. Estapalabra exige al cristiano la fe, y slo opera si y cuando ste otorga su confianza a la promesa divina.

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    Para qu entonces las obras, ritos, mandamientos de la Escritura? Para convencer al hombre desu impotencia y de su incapacidad radical para cumplir esas obras que, en realidad, son viejo testa-mento. El hombre aniquilado, desalentado y desesperante de una justificacin y salvacin a fuerza desus obras, entra en la segunda fase del proceso: la fe en Cristo, con la seguridad de que en l ofreceDios la gracia, la justificacin, la paz, la libertad. Quien tenga esa fe provocada por la humillacinno cabe decir por la humildad es seor de todo, y en ella cumplir todo, pues no es l, sino Cris-

    to, quien lo cumple. Esta es la promesa salvadora y liberadora: el nuevo testamento.La fe, adems de liberar de las obras y de cubrir el pecado, transfigura. Se produce un intercam-

    bio gozoso forjado en el encuentro de la promesa y de la aceptacin fiducial: Cristo y el alma seidentifican y se intercomunican cuanto son y tienen. Es el momento ms encumbrado de la obra, enel que Lutero toca cimas seeras, y su vocabulario y su idea acuden a expresiones de la ms entraa-ble mstica nupcial. Cristo acepta la msera dote del alma, una prostituta que apenas si puede presen-tar ms ajuar que su pecado, que pervive, pero que Dios no tiene en cuenta al haber sido absorbidopor Cristo; en el trueque desigual el alma recibe cuanto Cristo posee: adems del perdn, de la justi-ficacin, y siempre en virtud de la fe y slo de la fe sin obras que lo merezcan, el cristiano reci-be la dignidad de rey y de sacerdote, con todo el poder y seoro espiritual que entraa. No existe elsacerdocio jerrquico; el sacerdocio es una gloria derivante del bautismo. No obstante, hay funcionesexclusivas de un determinado sector (aunque todos seamos igualmente sacerdotes, no todos pode-

    mos servir, dispensar y predicar): lo malo es que y Lutero no dice por el cautiverio romano enel libro, pero ya lo ha dicho antes y lo repetir siempre esto se ha trocado de servicio, de funcin,en tirano seoro.

    ste es el ncleo del contenido de la primera parte, la ms novedosa. A despecho de interpreta-ciones inmediatas, la liberacin es puramente interna, espiritual, de obras. No pertenece a la esferade lo social, mucho menos de lo poltico y econmico, y slo se consumar en el da postrero. Ahoraen este mundo y es la otra parte de la paradoja, el cristiano es un siervo al servicio de todos y atodos sometido. En esta dimensin, en el hombre exterior, tiene que obrar, actuar incansablemente.Hasta las clsicas mortificaciones monacales adquieren su sentido.

    Las obras son efecto y exigencia de la servidumbre externa: a) porque es imprescindible la asce-sis personal, la disciplina del propio cuerpo; b) porque, aunque se est liberado por la fe, se est ne-cesitado de obras por urgencias de la caridad. Bastara releer esta segunda parte para deshacer el fcil

    tpico de que Lutero el protestantismo no exige obras, pese a que el eslogan desola fides dierapie a todas las posibles interpretaciones. En Lutero no cabe el quietismo, hay que actuar. Lo que su-cede es que las obras no entraan ningn mrito, no contribuyen a la justificacin, carecen de valorsinergtico.

    El cristiano, para terminar, es libre, y en cuanto libre no tiene necesidad de las obras; es siervo, yen cuanto siervo est obligado a obrar. De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive en smismo, vive en Cristo y en su prjimo; en Cristo por la fe, en el prximo por el amor (30). Pero sinperder de vista, y reiterando con cadencia cansina, que sera una locura mayscula, desconocer lavida cristiana y la fe, empearse en lograr la justificacin y la salvacin a base de obras y prescin-diendo de la fe (21).

    EDICIONES. Fue ste uno de los escritos ms editados y ledos desde el momento de su apari-cin. Nuestra edicin reproduce la versin alemana, primera que escribi Lutero (Wittenberg, no-

    viembre 1950), ms condensada y sencilla que la latina. Prescindimos de la carta a Len X y de ladedicatoria. Otras ediciones posteriores: Walch 2, 19, 986-1.011; E 27, 175-199; WA 7, 20-38; M 2,2, 269-287; LD 2, 251-274; Cl 2, 10-27. Tambin ha sido reproducido en casi todas las ediciones debolsillo o en antologas (Calwer, 2; Ls, 81-98; Reklam, 110-150, etc.).

    BIBLIOGRAFA. W. Maurer, Von der Freiheit eines Christenmenschen. Zwei Untersuchungen zuLuthers Reformationsschriften (1520-1521), Gttingen 1949; Freiheit Christenmensch-Katalog derAusstellung von der Freiheit eines Christenmenschen. Kunstswerke und Dokumente aus demJahrhundert der Reformation, Berln 1967.

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    1. Para que nos resulte posible un conocimiento a fondo de lo que es un cristiano y de la formaen que se tiene que actuar en relacin con la libertad que Cristo le ha conquistado y donado y de laque tanto nos habla san Pablo comenzar por establecer estas dos conclusiones:

    - el cristiano es un hombre libre, seor de todo y no sometido a nadie;- el cristiano es un siervo, al servicio de todo y a todos sometido.Estas dos afirmaciones son claramente paulinas. Dice el apstol en el captulo 9 de la 1 carta a

    los Corintios: Soy libre en todo y me he hecho esclavo de todos1 En Romanos (cap. 13): No con-traigis con nadie otra deuda que la del amor mutuo2. Ahora bien, el amor es siervo de aquel aquien ama, y a l se halla sometido; por este motivo, refirindose a Cristo, dice (Gl 4): Dios ha en-viado a su hijo, nacido de mujer, y le ha sometido a la ley3.

    2. Para comprender estas dos afirmaciones contradictorias sobre la libertad y la servidumbre, te-nemos que pensar que el cristiano consta de dos naturalezas, la espiritual y la corporal. Atendiendo alalma, es denominado hombre espiritual, nuevo, interior; se le llama hombre corporal, viejo y exterioren relacin con la carne y la sangre. A causa de esta diversidad tiene la Escritura palabras que se con-tradicen, segn se refieren a la libertad o a la servidumbre, como he dicho ya.

    3. Ocupmonos en primer lugar del hombre interior y espiritual; veremos as lo que se requierepara que un cristiano pueda decirse y ser justo y libre. Es evidente que nada que sea externo ll-mese como se llame puede justificarle y hacerle libre, porque su bondad y su libertad, al igual que

    su malicia y su cautiverio, no son realidades corporales y externas. Qu ventaja reporta el alma queel cuerpo est libre, en buenas condiciones, rebosante de salud, que coma, beba y viva como le ven-ga en gana? Y al contrario, en qu se perjudica el alma por el hecho de que el cuerpo se encuentrecautivo, enfermo, abatido y que contra lo que quisiera est hambriento, sediento y agobiado porlas penalidades? Nada de ello afecta al alma ni contribuye a su liberacin o cautiverio, a hacerla justao injusta.

    4. De igual manera, de nada le sirve al alma que el cuerpo se vista de ornamentos sagrados como hacen los curas y eclesisticos, que more en iglesias y lugares santos, que trate cosas sagra-das; ni tampoco que rece corporalmente, que ayune, que peregrine, que haga todas las buenas obrasque pueda realizar siempre en y por el cuerpo. Es algo muy distinto lo que se exige para conferir alalma la justicia y la libertad. Todas estas cosas, obras y actitudes sobredichas puede poseerlas y eje-cutarlas tambin un impo, un simulador o un hipcrita; lo nico que de ellas puede salir es un pue-

    blo de hipcritas, y, viceversa, en nada se perjudica el alma si el cuerpo viste prendas mundanas, sianda por lugares profanos o si come, bebe, no peregrina ni reza y prescinde de todas esas obras quehacen los mencionados hipcritas.

    5. Lo nico que en el cielo y en la tierra da vida al alma, por la que es justa, libre y cristiana, esel santo evangelio, palabra de Dios predicada por Cristo. As lo afirma l mismo (Jn 11): Yo soy lavida y la resurreccin; quien cree en m vivir para siempre4; en Jn 14: Yo soy el camino, la ver-dad y la vida5; y en Mateo 4: No slo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de laboca de Dios6. Debemos tener, por tanto, la certeza de que el alma puede prescindir de todo menosde la palabra de Dios, lo nico capaz de ayudarla. Nada ms necesita si posee la palabra de Dios; enella encuentra toda satisfaccin, comida, gozo, paz, luz, inteligencia, justicia, verdad, sabidura, li-bertad y todos los bienes en sobreabundancia. Por eso leemos en el Salterio, y de forma especial enel Salmo 119, cmo el profeta no clama ms que por la palabra de Dios. Y en la Escritura se ve quela mayor desgracia que puede sobrevenir, como signo de la ira divina, consiste en que Dios retire su

    palabra7,y la gracia ms preciada en que la enve, a tenor del Salmo 104: Les envi su palabra; conella les socorri8. Cristo mismo vino con la nica misin de predicar la palabra de Dios. Incluso losapstoles, los obispos, sacerdotes y todos los eclesisticos han sido llamados e instituidos slo enfuncin de la palabra (aunque, desgraciadamente, en nuestro tiempo no acten en consecuencia coneste ministerio).

    1 1 Cor 9, 19.2 Rom 13, 8.3 Gl 4, 4.4 Jn 11, 25.5 Jn 14, 6.

    6 Mt 4, 4.7 Am 8, 11.8 Sal 107, 20.

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    6. Quiz preguntes: en qu consiste esta palabra que otorga gracias tan grandes y cmo debotratarla? Respuesta: no es ms que la predicacin, anunciada por Cristo, tal como la contiene el evan-gelio. Pero tiene que ser y as lo ha sido en realidad de forma que escuches al Dios que te diceque toda tu vida y todas tus obras nada suponen ante l, sino que t y cuanto tienes no merece msque la eterna perdicin. Cuando ests posedo por esta conviccin como es debido, tendrs que des-confiar de ti mismo y que reconocer la verdad de lo dicho por Oseas: En ti, Israel, no hay ms que

    perdicin; slo en m est la posibilidad de ayudarte9. Para que puedas salir de ti mismo y liberartede ti (es decir, de tu perdicin), te presenta a su querido hijo Jesucristo y te dice por medio de su pa-labra viviente y consoladora que debes rendirte a l con fe firme y confiar en l con alegra. Es en-tonces cuando en fuerza de esa fe te sern remitidos todos los pecados, cuando se ver superada tuperdicin y te tornars en justo, veraz, contento, bueno; cuando se cumplirn todos los mandamien-tos y te librars de todas las cosas. En este sentido dice san Pablo (Romanos 1): El cristiano viveslo por su fe10, y (en el captulo 10): El fin y la plenitud de la ley es Cristo para quienes creen enl11.

    7. Por eso la nica obra, el ejercicio nico de todos los cristianos debiera cifrarse en grabar bienhondo en s mismos a Cristo y a la palabra, para actuar y fortalecer esta fe de manera permanente;ninguna otra obra puede trocar a un hombre en cristiano, como dijo Cristo a los judos (Jn 6), cuandoen aquella ocasin le preguntaron por lo que tenan que hacer para cumplir las obras divinas y cris-

    tianas: La nica obra divina consiste en que creis en aquel a quien Dios os ha enviado12

    , porqueslo para esto le ha destinado Dios padre. Una fe verdadera en Cristo es un tesoro incomparable:acarrea consigo la salvacin entera y aleja toda desventura, como est escrito en el captulo final deMarcos: Quien crea y se bautice se salvar; el que no crea se condenar13. Previendo la riqueza detal fe el profeta Isaas dijo (captulo 10): Dios dejar un pequeo resto sobre la tierra, y el resto,cual diluvio universal, infundir la justicia14. Esto significa que la fe, compendio de la ley entera,justificar sobreabundantemente a quienes la posean, de forma que no necesitarn nada ms para serjustos y salvos. No de otra manera se expresa san Pablo (cap. 1 a los Romanos): La fe de corazn esla que justifica y salva15.

    8. Cmo se concilia entonces que la fe sola, sin obra de ninguna clase, sea la que justifique, laque proporcione un tesoro tan enorme, y que, por otra parte, se prescriban en la Escritura tantas le-yes, mandamientos, obras, actitudes, ceremonias? Pues en relacin con esto hay que advertir muy

    bien y tener en cuenta que slo la fe, sin obras, santifica, libera y salva, como repetir ms veces enlo sucesivo. No olvidemos que la sagrada Escritura est dividida en dos clases de palabra: en precep-tos o leyes de Dios por un lado, y en promesas y ofrecimientos por otro. Los preceptos nos muestrany prescriben diversas obras buenas, pero no se sigue que con ello se hayan cumplido. Ensean mu-cho, pero sin prestar ayuda; muestran lo que debe hacerse, pero no confieren fortaleza para realizar-lo. Su finalidad exclusiva es la de evidenciar al hombre su impotencia para el bien y forzarle a queaprenda a desconfiar de smismo. Por eso se llaman viejo testamento y todos son antiguo testa-mento. Por ejemplo: el mandamiento no abrigars malos deseos16 nos convence a todos de pecadoy de que nadie se ver libre de estas apetencias, haga lo que haga. De esta manera aprende a desalen-tarse y a buscar en otra parte ayuda para librarse de los malos deseos y poder cumplir, gracias a otro,un mandamiento imposible de satisfacer por s mismo. Y como ste, todos los dems mandamientosque no se pueden cumplir.

    9. Cuando el hombre, en fuerza de los preceptos, ha advertido su impotencia y se ha encontrado

    con ella, cuando se siente angustiado por la forma en que puede cumplir los mandamientos porqueo se cumplen o se condena uno, es cuando de verdad se ha humillado, se ha aniquilado ante suspropios ojos, no encuentra nada dentro de s que le pueda salvar. Este es el momento en que advienela segunda clase de palabras, la promesa y la oferta divina que dice: Quieres cumplir todos losmandamientos, verte libre de la concupiscencia y de los pecados a tenor de lo exigido por la ley?Pues mira: cree en Cristo; en l te ofrezco toda gracia, justificacin, paz y libertad; si crees lo posee-

    9 Os 13, 9.10 Rom 1, 17.11 Rom 10, 4.12 Jn 6, 28 ss.13 Mc 16, 16.

    14 Is 10, 22. La cita obedece a una interpretacin no exacta de la Vulgata.15 Rom 10, 10.16 Ex 20, 17,

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    rs, si no crees no lo tendrs Porque lo que te resulta imposible a base de las obras y preceptos tantos y tan intiles te ser accesible con facilidad y en poco tiempo a base de fe. He compendiadotodas las cosas en la fe para que quien la posea sea dueo de todo y se salve; el que no la tenga, nadatendr. Las promesas divinas, por tanto, regalan lo que exigen los mandamientos y cumplen lo questos piden, para que todo provenga de Dios: el precepto y su cumplimiento. Es l el nico que orde-na y el nico que cumple. Por este motivo las promesas de Dios son palabras del nuevo testamento y

    son el nuevo testamento.10. Estas y todas las palabras de Dios son santas, verdaderas, justas, palabras de paz, de libertad

    y rebosantes de bondad. Por eso, quien se agarre a ellas con fe verdadera ver cmo su alma se unetambin a ellas tan perfectamente, que toda la virtualidad de la palabra se tornar en posesin delalma. Por la fe la palabra de Dios trasfigura el alma y la hace santa, justa, veraz, pacfica, libre y ple-trica de bondad: un verdadero hijo de Dios en definitiva, como dice san Juan (captulo primero): Atodos los que creen en su nombre les ha concedido la posibilidad de ser hijos de Dios17.

    De aqu se deduce sin dificultad alguna lo mucho de que es capaz la fe y cmo no admite com-paracin con ninguna obra. Porque ninguna de las buenas obras se adhiere a la palabra de Dios comolo hace la fe, ni puede encontrarse en el alma, dominio en el que slo seorean la palabra y la fe. Elalma ser tal cual la palabra que la gobierna, exactamente igual que el hierro en fusin se torna in-candescente como el fuego por su unin con ste. Ello nos deja ver que al cristiano le basta con la fe;

    no necesita obra alguna para ser justificado. Si no precisa de obras, ha de tener la seguridad de queest desligado de todos los preceptos y leyes; y si est desligado, indudablemente es libre. sta es lalibertad cristiana: la fe sola. No quiere decirse que con ello fomentemos nuestra haraganera o que seabra la puerta a las obras malas, sino que no son necesarias las buenas obras para conseguir la justifi-cacin y la salvacin. De ello hablaremos con ms detenimiento.

    11. Con la fe sucede como sigue: quien cree a otro, cree en l porque le tiene por persona buenay veraz; ste es el mayor honor que se puede rendir a otro, como, al contrario, la mayor injuria con-siste en reputarle por vano, mentiroso y frvolo. De igual manera, cuando un alma cree con firmezaen la palabra de Dios, le est confesando veraz, bueno y justo, y con ello le est rindiendo el ms altohonor que rendirle pueda. Porque por la certeza que tiene de su bondad y de la veracidad de todassus palabras, le dignifica, le atribuye la justicia, honra su nombre, se entrega a su entera disposicin.Y viceversa: no se puede infligir a Dios mayor injuria que la de no creerle, puesto que as el alma le

    est diciendo incapaz, mentiroso, fatuo; con tal incredulidad est renegando de l; se erige a s mis-mo en dolo que suplanta a Dios como si quisiera ser ms sabio que l. Cuando Dios advierte que elalma confa en la sinceridad divina y le honra con esta fe, entonces l la honra a ella, la reputa porjusta y veraz, como lo es en virtud de esta fe. Cuando se atribuye a Dios la verdad y la bondad, seest correspondiendo a la justicia y a la verdad, se est obrando en verdad y justicia, ya que la bon-dad tiene que confiarse a Dios. Y esto son incapaces de hacerlo los que no creen, por mucho que seempeen en obrar bien.

    12. La fe no entraa slo la grandeza de asimilar el alma a la palabra de Dios, de colmarla de to-das sus gracias, de hacerla libre y dichosa, sino que tambin la une con Cristo como una esposa seune con su esposo. De este honor se sigue, como dice san Pablo, que Cristo y el alma se identificanen un mismo cuerpo18; bienes, felicidad, desgracia y todas las cosas del uno y del otro se hacen co-munes. Lo que pertenece a Cristo se hace propiedad del alma creyente; lo que posee el alma se hacepertenencia de Cristo. Como Cristo es dueo de todo bien y felicidad, tambin el alma es seora de

    ello, de la misma manera que Cristo se arroga todas las debilidades y pecados que posee el alma.Ved qu trueque y qu duelo tan maravillosos: Cristo es Dios y hombre; no conoci nunca el pe-

    cado, su justicia es insuperable, eterna y todopoderosa. Pues bien, por el anillo nupcial, es decir, porla fe, acepta como propios los pecados del alma creyente y acta como si l mismo fuese quien losha cometido. Los pecados se sumergen y desaparecen en l, porque mucho ms fuerte que todosellos es su justicia insuperable. Por las arras, es decir, por la fe se libera el alma de todos sus pecadosy recibe la dote de la justicia eterna de su esposo Cristo.

    No es estupendo este ajuar por el que el rico, noble y tan buen esposo Cristo acepta en matri-monio a esta pobre, despreciable, impa prostituta, la despoja de toda su malicia y la engalana contoda clase de bienes? No es posible que los pecados la condenen, puesto que Cristo ha cargado conellos y los ha devorado. Cuenta, por tanto, con la justicia de su esposo, tan rica, que muy bien puedeafrontar todos los pecados por ms que permanezca en ella. De esta realidad habla san Pablo: Gra-

    17 Jn 1, 12.18 Ef 5, 30.

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    cias sean dadas a Dios que nos ha concedido la victoria por Jesucristo; en ella ha sido devorada lamuerte con el pecado19.

    13. Ah tienes el fundamento que permite atribuir a la fe la grandeza de que ella sola cumple laley entera y hace justos sin necesidad del concurso de otras obras. Porque puedes percibir que slo lafe cumple el primer mandamiento que ordena: Debes honrar a Dios. No estaras justificado, norendiras a Dios el honor debido, no cumpliras el primero de los mandamientos, aunque estuvieses

    lleno de buenas obras de los pies a la cabeza. Porque no se podra honrar a Dios como hay que ha-cerlo, si no se le reconoce como es en realidad, es decir, veraz, y bueno; ahora bien, tal reconoci-miento no puede provenir de obra buena alguna, sino slo de la fe que nace del corazn. Por eso,slo ella constituye la justificacin del hombre y el cumplimiento de todos los mandamientos, ya quequien cumple el primero y principal, fcilmente y con toda certeza cumplir los dems.

    Las obras son cosa muerta, incapaces de honrar y alabar a Dios, aunque puedan realizarse conesta finalidad. Pero aqu nos estamos refiriendo a algo que, al contrario de las obras, no se hace, sinoque es lo que las realiza, la pieza maestra que honra a Dios y ejecuta las obras: se trata de la fe delcorazn, cabeza y sustancia de la justificacin. Por eso es arriesgado y oscuro ensear que los pre-ceptos de Dios se cumplen a base de obras, cuando la realidad es que tal cumplimiento tiene que su-ceder por la fe, antes de que haga acto de presencia cualquier obra buena, consecuencia de este cum-plimiento, como veremos.

    14. Para comprender mejor lo que poseemos en Cristo y lo estupendo que es la fe verdadera, re-cordemos que en el antiguo testamento e incluso antes Dios exiga y se reservaba los primog-nitos machos, tanto de hombres como de animales20. La primogenitura era muy preciada y entraabados grandes privilegios en relacin con los hijos restantes: el seoro y el sacerdocio o la realeza yel sacerdocio, de suerte que el hijo primognito era un seor ante los restantes hermanos, y un sa-cerdote o papa ante Dios. En este tipo estaba prefigurado Jesucristo, el nico y verdadero primogni-to de Dios padre y de la virgen Mara. l es, por tanto, rey y sacerdote. Pero en el orden espiritual,porque su reino no es de la tierra ni sobre lo terreno, sino que es rey de bienes espirituales como laverdad, la sabidura, la paz, el gozo, la bienaventuranza, etc. (No obstante, no se excluyen los bienestemporales, ya que, aunque no se perciba visiblemente, le est sometido todo en el cielo, en la tierray en los infiernos.) De donde se deduce que su gobierno es espiritual e invisible.

    Su sacerdocio, en consecuencia, no consiste en ceremonias externas y ornamentos al contrario

    de lo que hacen los hombres sino en lo espiritual e invisible: est intercediendo sin interrupcin yante Dios por los suyos, se ofrece a s mismo en sacrificio y realiza todo lo que un buen sacerdotedebe hacer. Ruega por nosotros, como dice san Pablo (Rom 8)21, y nos instruye en lo ntimo denuestro corazn, misiones ambas caractersticas del verdadero sacerdote, lo mismo que interceden yensean los sacerdotes humanos exteriores, terrenos.

    15. Comoquiera que Cristo disfruta de la primogenitura con el honor y dignidad consecuentes,hace partcipes de ello a todos sus cristianos que, de esta forma y en virtud de la fe, se tienen queconvertir en reyes y sacerdotes con Cristo, como dice san Pedro (1 Pe 2): Sois un reino sacerdotal yun sacerdocio real22. Sucede, as, que el cristianismo, por la fe, se encumbra tanto sobre todas lascosas, que se torna en seor espiritual de todo. Nada puede estorbarle su bienaventuranza; al contra-rio, todo le tiene que estar sometido y todo tiene que cooperar a su salvacin, como ensea san Pablo(Rom 8): Todo interviene en beneficio de los que han sido llamados segn su designio 23, llmesevida o muerte, pecado o justicia, bien o mal. Y en la primera carta a los Corintios, captulo 3: Todo

    es vuestro: vida o muerte, el presente o el futuro, etc.24.No quiere ello decir que nos constituyamos en dueos poderosos de las cosas corporales para

    dominarlas y para poseerlas como hacen los hombres aqu abajo. Todos tenemos que morir en elcuerpo, nadie puede escapar de la muerte. ste es el motivo de que tambin nosotros nos veamosprecisados a soportar tantas cosas, como sucedi con Cristo y los santos. Y es que de lo que aqu setrata es de un seoro espiritual con dominio sobre las tribulaciones del cuerpo; o sea, que todas estascosas revierten en la perfeccin de mi alma, y los sufrimientos, incluso la muerte, tienen que ayudar-me y resultarme provechosos para mi salvacin. Esto es una encumbrada, una honrossima dignidad;

    19 1 Cor 15, 54-57.20 Ex 13, 2; Gen 49, 3.21 Rom 8, 14

    22 1 Pe 2, 9.23 Rom 2, 28.24 1 Cor 21, 22.

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    un seoro todopoderoso, un reino espiritual. Si tengo fe, nada hay, por muy bueno o malo que sea,que no est sometido a mi servicio. Adems no necesito de nada de ello; me basta mi fe. Fjate questupenda libertad y qu poder ste de los cristianos.

    16. Y, por encima de lo anterior, somos sacerdotes. Es ms importante que ser reyes, porque elsacerdocio nos confiere la dignidad de presentarnos ante Dios y de rogar por los dems. El presen-ciarse delante de Dios y el rogar son funciones exclusivas del sacerdocio. Cristo nos ha conseguido,

    por tanto, la posibilidad de comunicarnos y de rezar unos por los otros de forma espiritual, al igualque un sacerdote lo hace visiblemente por el pueblo. No obstante, el que no cree en Cristo no tienenada a su servicio, es un siervo de todo, cualquier cosa le asustar. Su plegaria no es grata ni llega ala presencia de Dios.

    Quin podr hacerse idea de la honra y de la grandeza del cristiano? Por su realeza es seor detodo, por su sacerdocio est dotado de poder ante Dios. Dios hace caso de cuanto le pide y desea,como se dice en el salterio: Dios hace la voluntad de los que le temen y escucha sus splicas25.Honor tal lo consigue el cristiano por la fe slo, no por obras. Bien claro se ve por lo dicho cmo elcristiano est libre de todo, est sobre todas las cosas; por lo mismo no tiene precisin de recurrir alconcurso de ninguna buena obra para su justificacin y salvacin: la fe se lo otorga todo sobreabun-dantemente. Si fuese tan necio como para pensar que puede conseguir la santidad, la libertad y la sal-vacin por una obra buena, perdera la fe y todo lo dems; le pasara exactamente igual que al perro

    que llevaba una tajada de carne en las fauces: quiso atrapar la carne que se reflejaba en el agua y sequed sin la carne y sin su reflejo.26

    17. Quiz preguntes: si todos somos sacerdotes, qu diferencia existir entre laicos y sacerdotesen la cristiandad? Respondo: se han deteriorado hasta tal punto hoy en da los trminos de sacerdo-te, clrigo, fraile y similares, que se ha llegado al extremo injusto de aplicar algo propio demuchos slo a esos pocos que se denominan eclesisticos. Ninguna distincin establece la sagradaEscritura, a no ser que a los iniciados y a los ordenados los llama ministros, siervos, ecnomos, esdecir, ministros, siervos, dispensadores que tienen la obligacin de predicar a Cristo, la fe y la liber-tad cristiana a los dems. Ahora bien, aunque todos seamos igualmente sacerdotes, no todos po-demos servir, dispensar y predicar. Por eso dice san Pablo (1 Cor 4): Queremos que se nos conside-re slo como siervos de Cristo y dispensadores del evangelio27. Pero en nuestros das esta funcinha desembocado en un seoro, en un poder mundano, externo, tan fuerte y tremendo que ni equipa-

    rarse puede a ninguna potestad civil, como si los laicos no fuesen cristianos. De esta forma ha desa-parecido la comprensin de la gracia cristiana, de la libertad, de la fe, de cuanto Cristo nos ha dona-do, de Cristo mismo, y lo han suplantado por innumerables leyes humanas, por obras, tornndose ensiervos de los hombres ms viles de la tierra.

    18. De todo esto deducimos que no basta con predicar la vida y las acciones de Cristo a la mane-ra de las historias y cronicones (por no decir nada de los que ni aluden a ello por dedicarse a la predi-cacin de cnones y leyes humanas). Otros muchos predican y leen a Cristo para suscitar la compa-sin, y as se enfadan con los judos o se entregan a actitudes ms pueriles an. A Cristo hay que pre-dicarle con la finalidad primordial de aumentar y conservar tu fe y la ma en l. El acrecentamiento yconservacin de la fe se logra cuando se me explica el motivo de la venida de Cristo y la manera enque puedo utilizar y disfrutar lo que me ha trado. Esto es lo que sucede cuando se expone honrada-mente la libertad cristiana de que gracias a l gozamos; cuando se nos ensea que somos reyes y sa-cerdotes, que somos seores de todas las cosas y que resulta agradable a Dios cuanto hacemos, en

    conformidad con lo anteriormente expuesto.Cuando un corazn escucha a Cristo en ese estilo, exultar de alegra en lo ms hondo, se sentir

    consolado, percibir la dulzura de retornar al amor de Cristo. Nadie podr conseguirlo a base de le-yes ni de obras. Quin osar apenar y asustar a un corazn con estos sentimientos? Si le asalta el te-mor de los pecados y de la muerte, estar pronto para creer que la justificacin de Cristo es suya yque sus pecados no le pertenecen a l sino a Cristo. Como queda explicado, los pecados desaparece-rn en fuerza de esta fe en la justificacin de Cristo, y el corazn sabr desafiar a la muerte y al peca-do con el apstol: Dnde est, muerte, tu victoria? Dnde, muerte, tu aguijn? Tu aguijn es elpecado. Demos gracias a Dios, que nos ha concedido la victoria por Jesucristo nuestro seor. Lamuerte ha sido engullida en su victoria, etc.28.

    25 Sal 145, 19.

    26 Fedro,Fbulas, 1, 4.27 1 Cor 4, 1.28 1 Cor 15, 55 ss.

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    19. Baste con lo dicho acerca del hombre interior, de su libertad y lo ms importante de sujustificacin, justificacin que no necesita el recurso de ley ni buenas obras de ninguna clase; es ms,stas lo nico que haran sera perjudicar a quien pretendiese justificarse por ellas. Llegamos a la se-gunda parte: la referente al hombre exterior. Quisiera adelantar una respuesta a los que se escandali-zan de lo que queda dicho y objetan: Muy bien, si la fe lo es todo y ella sola basta para la justifica-cin, a qu viene el precepto de obrar bien? Abandonmonos a algo tan estupendo y no hagamos

    nada. No, amigo mo, que no se trata de eso. Estara muy bien si fueses slo hombre interior, si tehubieses transformado en un ser puramente espiritual e interno, lo cual no suceder hasta el da pos-trero. Aqu abajo se comienza, se adelanta lo que slo en la otra vida se consumar. Por eso el aps-tol lo llama primicias del espritu, es decir, los primeros frutos del espritu 29. A esto se refiere loque queda dicho ms arriba: El cristiano es un siervo al servicio de todo y a todos sometido. Osea, que en la medida en que es libre, el cristiano no tiene precisin de las obras; en cuanto siervo,est obligado a hacer todo lo posible. Veamos cmo se concilia lo enunciado.

    20. Es cierto que el hombre, en el aspecto interior espiritual, se halla suficientemente justificadoen virtud de la fe y posee todo lo que necesita, lo que no quiere decir que la propia fe y estos bienesno tengan que ir creciendo hasta la otra vida. Sin embargo, mientras permanezca en sta terrena, seve obligado a gobernar su propio cuerpo y al trato con los dems. Entonces es cuando intervienen lasobras; aqu no cabe la ociosidad. Realmente se necesita ejercitar el cuerpo con ayunos, vigilias, tra-

    bajos y con toda clase de moderada disciplina, para que se someta y se conforme al hombre interiory a la fe y para que no os estorbe ni se oponga a ellos, que es lo que hace cuando no se le modera.Porque el hombre interior est unido a Dios, alegre y gozoso gracias a Cristo que ha obrado cosastan estupendas en l, y su mayor contento estribara en servir a Dios gratuitamente y en la libertaddel amor. Ahora bien, en su carne se encuentra con una voluntad rebelde que aspira a servir al mundoy a seguir sus apetitos. Esto no lo puede sufrir la fe, que se abalanza con ardor sobre ello para repri-mirlo y estorbarlo. Es lo que dice san Pablo en Romanos (cap. 7): Me complazco en la ley de Diossegn mi hombre interior, pero encuentro otra voluntad en mi carne que quiere esclavizarme al peca-do30; disciplino mi cuerpo y lo reduzco a la obediencia, no vaya a ser que yo, que predico a los de-ms, me descalifique a m mismo31. Y en Glatas (cap. 5); Los que son de Cristo crucifican su car-ne junto con sus malas pasiones32.

    21. Estas buenas obras, sin embargo, no deben realizarse con la idea de que gracias a ellas se va

    a justificar el hombre ante Dios; tal creencia no puede compadecerse con la fe, lo nico que es y quedebe ser justo a los ojos de Dios. Estas obras tienen que hacerse slo con la finalidad de lograr laobediencia del cuerpo para purificarle de sus apetencias desordenadas y para que dirija su atencin alas tendencias malas y exclusivamente a su eliminacin. Porque el alma, una vez que ha sido purifi-cada por la fe y que ama a Dios, deseara gustosamente que todas las cosas, y en primer lugar su pro-pio cuerpo, fuesen tambin puras y que todo el mundo amara y glorificara con ella a Dios. Sucedeas que el hombre no puede andar ocioso a causa de su propio cuerpo y que para someterle tiene queentregarse al ejercicio de muchas obras buenas. Pero no son stas el bien verdadero que le santifica yjustifica ante Dios, sino que las ejecuta libremente, con amor desinteresado, para agradarle. No buscani mira ms que el agradar a Dios, cuya voluntad deseara cumplir de la mejor forma posible. Cadauno puede as determinar la mesura y discrecin que ha de usar en la disciplina del cuerpo: ayunar,velar, trabajar todo lo que juzgue necesario para que el cuerpo reprima su malicia. Pero los otroslos que pretenden justificarse a base de obras desatienden la disciplina para fijarse nicamente

    en las obras. Se sienten satisfechos cuando hacen muchas y bien, y se creen que ello los justifica; lle-gan en ocasiones hasta a perder el seso y a destruir sus cuerpos. Es una locura mayscula, es desco-nocer la vida cristiana y de la fe el empeo en justificarse y salvarse a base de obras, prescindiendode la fe.

    22. Ofrezcamos algunos ejemplos a este propsito. Las obras de un cristiano que ha sido justifi-cado y santificado graciosamente por su fe en la sola gracia de Dios tienen que ser contempladascomo si fuesen las de Adn y Eva en el paraso. Se dice en el Gnesis (cap. 2) que despus de crear-le, coloc Dios al hombre en el paraso para que lo cultivase y guardase 33. Dios haba creado a Adndel todo justo, sin pecado, y no necesitaba su trabajo y su custodia para santificarse y justificarse.

    29 Rom 13, 23.30 Rom 7, 22-23.

    31 1 Cor 9, 27.32 Gl 5, 24.33 Gn 2, 15.

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    Mas, para que no estuviese ocioso le confi Dios algo que hacer: plantar, cultivar y guardar el para-so. Eran obras totalmente libres y realizadas con la finalidad exclusiva de agradar a Dios, no para lo-grar una justificacin que ya posea y que se nos habra infundido tambin a nosotros en estado natu-ral. Lo mismo sucede con el creyente, colocado de nuevo en el paraso y creado otra vez por su fe:no necesita las obras para justificarse; las tiene que hacer para no estar ocioso, para tener su cuerpoen forma y para conservarse, con la intencin nica de agradar a Dios.

    Sucede tambin lo mismo que con un obispo consagrado. No se hace obispo porque consagre untemplo, confirme o realice funciones de su ministerio; si antes no hubiere sido consagrado, nada deesto tendra valor y no pasara de una pura farsa. Pues, de igual forma, el cristiano que ha sido consa-grado por la fe, realiza obras buenas, pero no por ellas se aumenta ni se perfecciona su consagracincristiana cosa que es funcin exclusiva del incremento de la fe; es ms, si antes no creyese nifuese cristiano, sus obras no tendran valor alguno, no trascenderan de ser pecados necios, puniblesy condenables.

    23. De ah la exactitud de estas dos sentencias: No hacen bueno y justo a un hombre las obrasbuenas y justas, sino que es el hombre bueno y justo el que hace obras buenas y justas; Malas ac-ciones no hacen nunca malo a un hombre, es el hombre malvado el que realiza obras malas. Lo pri-mero que, por tanto, se requiere, la condicin previa para las buenas obras, es que la persona seabuena y justa; despus llegarn las buenas obras que han de salir de una persona justa y buena. Es lo

    que dice Cristo: Un rbol malo no produce buenos frutos; un rbol bueno no da frutos malos34

    . Esevidente que los frutos no soportan el rbol y que los rboles no crecen en los frutos, sino todo locontrario: son los rboles los que llevan el fruto y los frutos los que crecen en los rboles. Bien, puesas como los rboles tienen que existir antes que los frutos y stos no hacen malos o buenos a los r-boles, sino que son los rboles los que producen a los frutos, de la misma manera el hombre tieneque ser personalmente bueno o malo antes de hacer obras buenas o malas. Sus acciones no le trans-forman en bueno o malo, sino que es l el que hace obras buenas o malas.

    Es lo mismo que observamos en todos los oficios: no hace bueno o malo al carpintero una cosabuena o mala; es el carpintero, bueno o malo, el que ejecuta una obra buena o mala. No es la obra laque conforma al maestro, sino que la obra ser cual sea el maestro. As sucede con las acciones delhombre: su bondad o malicia depende de que las realice con fe o sin ella, pero no al revs: su justifi-cacin y su fe no dependen de cmo sean sus obras. stas no justifican, de igual manera que no con-

    fieren la fe. Pero la fe, de la misma forma que justifica, es la que hace buenas obras. Puesto que lasobras a nadie justifican y el hombre tiene que estar justificado antes de realizarlas, resulta evidenteque slo la fe que procede de la pura gracia por Cristo y su palabra es la que justifica suficientemen-te a la persona y la salva; que el cristiano no necesita para su salvacin de ninguna obra, de ningnmandamiento, sino que est liberado de todos los preceptos. Por esta libertad pura hace gratuitamen-te todo cuanto realiza, no buscando en ello su utilidad o su salvacin ya que su fe y la gracia deDios le han saciado y salvado, sino slo el agrado divino.

    24. Por otra parte, de nada aprovecharn las buenas obras para la justificacin y salvacin delque no tiene fe. Ni las obras malas no tornarn en hombre malo y condenado, sino que ser la incre-dulidad, que malicia a la persona y al rbol, la que har obras malas y reprobadas. Por este motivo, elcomienzo de la bondad o de la maldad de alguien no radica en las obras sino en la fe, en consonanciacon el dicho del sabio: El comienzo de todos los pecados est en apartarse y desconfiar de Dios35.Tambin Cristo ensea que no hay que empezar por las obras al decir o hacis al rbol bueno, y en-

    tonces sern buenos sus frutos, o le hacis malo y malos sern sus frutos36. Como si afirmase que elque quiera tener buenos frutos debe comenzar antes por el rbol y plantarlo bien; que quien deseehacer buenas obras no debe comenzar por ellas sino por la persona, que es quien tiene que hacerlas.Ahora bien, nada que no sea la fe hace buena a la persona y slo la incredulidad la malicia.

    Hay una cosa cierta: las obras son las que hacen a alguien bueno o malo a los ojos de los hom-bres; es decir, manifiestan al que es bueno o malo, como dice Cristo: Por sus frutos losconoceris37. Pero esto se reduce a lo externo, a la apariencia que engaa a tantos que andan ense-ando la forma de hacer buenas obras y de justificarse, y sin embargo no aluden para nada a la fe.Caminan como un ciego que gua a otro ciego, se atormentan con tantas obras, pero sin llegar nuncaa la verdadera justificacin. A estos se refiere san Pablo al decir (2 Tim 3): Tienen la apariencia de

    34 Mt 7, 18.

    35 Eclo 10, 12.36 Mt 12, 33.37 Mt 7, 20.

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    piedad, pero estn privados de lo fundamental; andan enseando siempre, pero nunca llegan al cono-cimiento de la verdadera piedad38.

    Quien no quiera caer con esos ciegos tendr que trascender de las obras, de la ley o de la doctri-na de las obras. Tiene que fijarse ante todo en la forma de justificarse la persona; y la persona se jus-tifica y salva no a base de preceptos y obras, sino por la palabra de Dios, es decir, por la promesa desu gracia, y por la fe. En eso consiste la gloria divina: en salvarnos graciosamente por su palabra de

    gracia, por su pura misericordia y no por obras nuestras.25. Por lo antedicho se comprende con facilidad el criterio para reprobar o admitir las obras bue-

    nas y la manera de entender las doctrinas que hablan de estas buenas obras. Si se incluye la clusulaabsurda de que por ellas intentamos justificarnos y salvarnos, esas doctrinas no son buenas, hay querechazarlas en su totalidad; atenan contra la libertad y ofenden a la gracia de Dios que es la nicaque por la fe justifica y salva. Esto no lo pueden realizar las obras, y el intento de hacerlo es unaofensa contra la obra y la gloria de la gracia de Dios. Si rechazamos las buenas obras, no lo hacemospor ellas mismas; es en razn de esa clusula indigna y de la opinin errada y perversa que siembra.Esto hace que parezcan como buenas cuando en realidad no lo son; tales doctrinas se engaan a smismas y seducen a los dems, exactamente igual que los lobos rapaces disfrazados de ovejas.

    Cuando no hay fe resulta insuperable esta clusula maliciosa y esta idea perversa; permaneceren estos santos de obras hasta que sobrevenga la fe y la destruya. La naturaleza por s misma no

    puede extirparla, ni siquiera desenmascararla; es ms, la tendr como algo precioso y salvador. staes la causa de que tanta gente se vea seducida por ella.Por eso, aunque est muy bien escribir y predicar sobre el arrepentimiento, la confesin y la sa-

    tisfaccin, si no se llega a la fe, no cabr duda de que se trata de doctrinas sencillamente diablicas yseductoras. No hay que predicar slo un aspecto de la palabra de Dios, sino ambos. Se tiene que pre-dicar la ley para que, atemorizados los pecadores y descubiertos los pecados, se llegue al arrepenti-miento y a la conversin. Pero no hay que limitarse a eso; hay que predicar tambin la otra parte dela palabra de Dios, la promesa de la gracia, la doctrina de la fe, sin la cual resultan intiles los pre-ceptos, el arrepentimiento y todo lo dems. Existen todava predicadores del arrepentimiento y de lagracia, pero que exponen la ley y las promesas de Dios de tal manera, que no ensean de dnde pro-ceden y cmo se llega al arrepentimiento y a la gracia. Porque el arrepentimiento fluye de la ley, lafe nace de las promesas divinas, y por la fe en la palabra de Dios se justifica y se consuela el hom-

    bre, despus que por el temor de Dios se haya humillado y haya conseguido el conocimiento propio.26. Baste con lo dicho acerca de las obras en general, y en particular acerca de las obras con queun cristiano tiene que ejercitar su propio cuerpo. Tratemos ahora de las que hay que realizar en rela-cin con los dems.

    El hombre no vive encerrado en su cuerpo; est condicionado adems por los restantes hombresde este mundo. ste es el motivo de que no le est permitido presentarse vaco de obras ante los de-ms, y aunque ninguna de ellas le resulte necesaria en orden a la justificacin y salvacin, se ve for-zado a hablar, a actuar con los otros. Por eso, su nica y libre pretensin en todas las obras ser la deservir y ser provechoso a los dems; las necesidades del prjimo es lo nico que ha de tener en cuen-ta. sta s que es una autntica vida cristiana, puesto que la fe acta con complacencia y amor, a te-nor de lo que san Pablo ensea a los glatas 39. Y en los Filipenses nos encontramos con que despusde haberles dicho cmo toda la gracia y toda la riqueza que tenan la haban recibido gracias a su feen Cristo, prosigue: Por todo el consuelo que poseis en Cristo, por el estmulo del amor que os ten-

    go, por la comunin espiritual que tenis con todos los cristianos buenos, os recomiendo que colmisel gozo de mi corazn siendo todos de un mismo sentir, amndoos los unos a los otros, sirvindoosmutuamente sin fijarse en uno mismo o en lo suyo sino en los dems y en sus necesidades40.

    Fjate bien en la claridad con que programa aqu Pablo la vida cristiana: todas las obras tienenque orientarse al beneficio de los dems, por la sencilla razn de que a uno mismo le basta y le sobracon su fe. De esta forma, todas las obras restantes, toda la vida le quedan para servir con la libertaddel amor al prjimo. Para confirmarlo aduce el ejemplo de Cristo y dice: Tened los mismos senti-mientos que veis tuvo Cristo, el cual, a pesar de que era de condicin divina, de que posea todo lorequerido para s mismo, de que su vida, sus obras y sus padecimientos no le eran necesarios parajustificarse y salvarse, se despoj de todo, adopt la condicin de siervo, todo lo hizo y padeci por

    38 2 Tim 3, 5 ss.39 Cf. Gl 5, 6.40 Flp 2, 1-3.

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    nuestro bien; de esta suerte, el que era totalmente libre, se someti a la servidumbre por causa nues-tra41.

    27. As, al ejemplo de Cristo, su cabeza, el cristiano tiene que sentirse totalmente satisfecho consu fe y entregarse al aumento constante de la misma. En ella consiste su vida, su justificacin, su sal-vacin; la fe es quien le entrega cuanto Cristo y Dios tienen, como hemos dicho ms arriba y lo con-firma san Pablo en Gl 1: La vida que vivo en el cuerpo la vivo en la fe de Cristo, el hijo de

    Dios42. Y aunque el cristiano sea un hombre libre del todo, es necesario, sin embargo, que se con-vierta en siervo para ayudar al prjimo; que le trate y se comporte con l como lo ha hecho Dios pormedio de Cristo. Y hacerlo todo gratuitamente, sin buscar otra cosa que el agrado divino. Dios, pen-sar el cristiano, me ha enriquecido a m, hombre indigno y condenado, sin mrito ni dignidad pormi parte, de forma gratuita y por pura misericordia, con riqueza pletrica, con la justificacin y lasalvacin, por y en Cristo, con tal plenitud que ya no necesitar en adelante nada ms que creer queas ha sucedido. Cmo no voy a intentar agradar libre, alegre y gratuitamente a un padre que me hacolmado de tan incontables riquezas? Me comportar de forma cristiana con mi prjimo, al igual queCristo lo ha hecho conmigo; no har ms que lo que prevea necesario, til y saludable a los dems,porque a m me basta con poseer todo en Cristo por mi fe.

    Ah tienes cmo la fe es la fuente de la que brota la alegra y el amor hacia Dios, y del amor esavida entregada libre, ansiosa y gozosamente al servicio incondicional del prjimo. Nuestro prjimo

    est en la indigencia y necesitado de lo que nosotros tenemos en abundancia, de la misma forma quenosotros hemos sido unos indigentes ante Dios y hemos necesitado su gracia. Por eso, al igual queDios nos ha socorrido graciosamente por Cristo, tambin nosotros tenemos que orientar nuestrocuerpo y sus obras nicamente hacia la ayuda del prjimo. Qu encumbrada y noble es la vida delcristiano! Y, sin embargo, hoy da no slo se deja sin resaltar, sino que se ignora y no se predica estarealidad.

    28. Leemos en Lucas (cap. 2) que la virgen Mara acudi como las dems mujeres al templo alas seis semanas para purificarse segn la ley, aunque no estaba obligada a hacerlo, ya que, a diferen-cia de las otras, estaba pura43. Sin embargo se someti a la ley por amor, para comportarse como to-das y no menospreciar con su actitud a las mujeres restantes. Es la misma razn que llev a san Pa-blo a permitir la circuncisin de Timoteo44, no porque fuese necesario hacerlo, sino para evitar el malpensar de los judos que andaban flojos en la fe. Pero no permiti que se circuncidara Tito45, cuando

    advirti que se le urga la circuncisin como condicin indispensable para la salvacin. Cuando a losdiscpulos se les pidi el dinero del tributo, discuta Cristo con san Pedro (Mt 17) sobre si los hijosdel rey no estaran exentos. Pedro respondi que s; no obstante le mand que fuese al mar y le dijo:Para no escandalizar, vete y pesca el primer pez que encuentres; en su boca hallars una pieza; pagacon ella por ti y por m46. He aqu un bonito ejemplo que nos ensea cmo Cristo se denomina a smismo y llama a los suyos hijos libres del rey, de nada necesitados, y, sin embargo, se somete volun-tariamente y paga el impuesto. Esta obra no le sirvi a Cristo ni le fue necesaria para su justificaciny su salvacin; tampoco les sern necesarias las suyas ni las dems a los cristianos para su salvacin.Son realizadas, mejor, como una prestacin voluntaria, por amor a los otros y para contribuir a superfeccin.

    Complacer a los dems y la moderacin de su cuerpo debiera ser el sentido de todas las obrasque realizan los sacerdotes, los conventos, los monasterios, y el fin exclusivo de cada una de las ac-ciones de su estado y de su profesin. Con ellas debieran ofrecer un ejemplo a imitar por los dems,

    puesto que tambin los otros tienen la necesidad de controlar sus cuerpos a base de disciplinas. Noobstante, hay que andar siempre con cuidado para evitar la pretensin de justificarse y salvarse porsu medio, cosa que consigue slo la fe.

    En esta misma lnea prescribe san Pablo (Rom 13 y Tit 13) el sometimiento y la disposicin delos cristianos a la autoridad secular47. No quiere decir que con ello se vayan a justificar, sino que tie-nen que estar al servicio de los dems y de la autoridad, cumpliendo su voluntad en libertad y enamor. Quien les infunda este sentido puede fcilmente avenirse con todos esos incontables preceptos

    41 Flp 2, 5-7.42 Gl 2, 20.43 Lc 2, 22 ss.44 Hech 16, 3.

    45 Gl 2, 3.46 Mt 17, 24 ss.47 Rom 13, 1 ss; Tit 3, 1

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    y leyes del papa, de los obispos, de los conventos, de los monasterios, de los prncipes y de los seo-res que algunos insensatos se empean en urgir como necesarios para la salvacin y los llaman injus-tamente mandamientos de la iglesia La forma de pensar de un cristiano liberado es la siguiente: De-seo ayunar, orar, cumplir este precepto y el de ms all, pero no porque lo necesite para lograr la jus-ticia y la salvacin, sino porque con ello quiero dar ejemplo y rendir un servicio al papa, al obispo, ala comunidad o a mi hermano por amor al Seor, haciendo esto y padecindolo al igual que Cristo

    hizo y padeci tanto ms por mi causa necesitndolo mucho menos. No me importa que los tiranoscometan una injusticia al exigirlo, mientras no se oponga a Dios.

    29. Lo antedicho capacita para que cada uno pueda juzgar y distinguir entre las obras y los pre-ceptos, entre los prelados ciegos o insensatos y entre los santos. Porque cualquier obra que no se di-rija a servir a los dems o a mortificar su voluntad doy por supuesto que no se exija nada contraDios no ser una buena obra realmente cristiana. Esto es lo que hace recelar que sean cristianosescasos monasterios, iglesias, conventos, altares, misas, fundaciones, ayunos y las plegarias que sedirigen principalmente a santos determinados. Y es que me temo que en todo ello se busca slo elpropio inters, al creer que es un medio de penitencia por los pecados y de salvacin. Todo procedede la ignorancia que existe en torno a la fe, en torno a la libertad cristiana, y de que algunos preladosciegos empujan a estas cosas al alabarlas y enriquecerlas con indulgencias, sin preocuparse jams deensear la fe.

    Mi consejo es que si deseas hacer alguna fundacin, rezar, ayunar, te guardes de hacerlo con laidea de beneficiarte a ti mismo; dalo gratuitamente y en beneficio de los dems, para que los otrospuedan disfrutarlo. As sers un cristiano autntico. Porque de qu te servirn tus bienes, esas bue-nas obras, sobrantes en realidad, para gobernar y abastecer tu cuerpo, cuando dispones de cuanto ne-cesitas en la fe, en la que Dios te ha otorgado todas esas cosas?

    Mira: los bienes divinos se derraman de tal forma del uno al otro, se hacen tan comunes, que to-dos tienen que mirar al prjimo como si de uno mismo se tratase. De Cristo nos fluyen a nosotros;nos ha adoptado en su vida como si l hubiese sido lo que nosotros somos. De nosotros se derramanhacia los que los necesitan, de tal manera que yo tengo que presentar ante Dios tambin mi fe y mijustificacin por mis prjimos y para cubrir sus pecados, para aceptarlos sobre m como si fueran lospropios, justamente como Cristo hizo con todos nosotros. sta es la naturaleza del amor cuando esautntico; es autntico cuando la fe es verdadera. Por eso el apstol (1 Cor 13) cifra la propiedad del

    amor en que no busque su inters sino el de los dems

    48

    .30. De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive en s mismo; vive en Cristo y en suprjimo: en Cristo por la fe, en el prjimo por el amor. Por la fe se eleva sobre s mismo hacia Dios,por el amor desciende por debajo de l mismo, pero permaneciendo siempre en Dios y en el amor di-vino, como dice Cristo (Jn 1): Veris el cielo abierto y a los ngeles que suben y bajan sobre el hijodel hombre49.

    sta es la libertad autnticamente espiritual y cristiana: la que libera al corazn de todos los pe-cados, leyes y preceptos; est por encima de cualquier otra libertad, cmo lo est el cielo sobre la tie-rra. Que Dios nos conceda su comprensin y su conservacin. Amn.

    48 1 Cor 13, 549 Jn 1, 51.