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“Sí, quería regresar a La Moneda primero, porque estaba convencido de que durante mi gobierno [el primero, 1927-‐1931] se realizaron esfuerzos fecundos de progreso, a pesar de que eran negados en determinados círculos. Y segundo, porque algunas realizaciones requerían ser complementadas y terminadas… Confiaba que en una nueva etapa, con mayor experiencia de gobierno, podría realizar cosas útiles para el país” (Carlos Ibáñez al final de su gobierno en respuesta a Luis Correa).
• Carlos Ibáñez del Campo, apoyado por pequeños partidos, tales como el Partido Socialista Popular y el Partido Agrario Laborista. 446.439 votos (46,79%).
• Arturo Matte Larraín, apoyado por el Partido Liberal y por el Partido Conservador Tradicionalista. 265.357 votos (27,81%).
• Pedro Enrique Alfonso, apoyado por el Partido Radical, por la Falange Nacional y los socialcristianos. 190.360 votos (19,95%).
• Salvador Allende Gossens, apoyado por el Partido Socialista y por el Partido Comunista en la clandestinidad. 51.975 votos (5,45%).
“El triunfo fue la expresión de una reacción ante la forma en que los partidos políticos tradicionales de este país entendían la política y que no era otra cosa que la más sucia politiquería. Los partidos políticos perdieron el tiempo en combinaciones mezquinas, en la defensa de cargos públicos y en la parcelación de la administración pública” (Guillermo del Pedregal, primer Ministro del Interior del gobierno de Ibáñez).
• El Partido Socialista Popular. Era un sector que se dividió del Partido Socialista de Chile luego de la promulgación de la Ley de Defensa de la Democracia, con la finalidad de mantener las ideas de revolución. Se volvió a dividir en 1951 por el apoyo a Ibáñez, por un sector liderado por Allende. Veían en Ibáñez un caudillo populista y sentían que era necesario conducir a las masas populares.
• Partido Agrario Laborista, formado por la convergenc ia de sec to res bas tantes heterogéneos, entre ellos, los antiguos nazistas o miembros de la Alianza Popular Libertadora. Todos estos grupos eran ibañistas. Sus propuestas eran de carácter corporativista. La principal de ellas, era la existencia junto a una Cámara Política, la de una Cámara Funcional que reemplazara al Senado
• Muchos independientes se sumaron a su campaña de fuerte contendido antipartidista y antioligárquico.
“El programa de Ibáñez era calificado de ‘nacional-‐popular’, siguiendo la moda del peronismo. En esa apelación se intentaba conjugar y combinar las dos vertientes doctrinarias disímiles de los partidos que apoyaron a Ibáñez: el nacionalismo y la idea de intereses generales comunes a todos los componentes de una entidad territorial, que era uno de los ejes del pensamiento agrario-‐laborista, y la invocación de lo popular de la tendencia socialista” (Moulian, Fracturas).
“Ibáñez hizo girar la política en torno a sí, sin favorecer alguna forma de continuidad orgánica” (Moulian).
• Conseguir por parte del Parlamento, Facultades Extraordinarias para dictar una legislación económica que aumentara el control público sobre la actividad económica y permitiera sancionar drásticamente los negociados y la especulación.
• Favorecer la expansión económica, a través de políticas de redistribución de ingresos y de democratización social.
• Favorecer la organización de los trabajadores, política especialmente impulsada por el Partido Socialista Popular, y su ministro del Trabajo, Clodomiro Almeyda. Esa acción se concretó en febrero de 1953, con la formación de la Central Única de Trabajadores, CUT.
• Creación del Banco del Estado, permitiendo al Estado actuar directamente sobre el mercado crediticio y de captación de ahorros. • Aumento de las atribuciones del Banco Central para ejercer control sobre el crédito. • Creación de la INACO, organismo estatal que tenía la finalidad de intervenir sobre el comercio interno. • Formación de la Superintendencia de Abastecimiento de Precios, que reemplazaba a los otros organismos de control de precios y fiscalización del comercio.
• En 1953 ya había salido de la coalición de gobierno el Partido Socialista Popular.
• “Se aproximaba el momento del gran viraje. La inflación había llegado entre 1953 y principios de 1955 a niveles alarmantes. ¿Dónde buscar apoyo para una política de estabilización? Los partidos ibañistas que aún permanecían en el gobierno no servían para esa tarea porque su pretensión era generar políticas de compromiso, que simultáneamente satisfacieran a trabajadores y empresarios nacionales. Su concepto de armonización de intereses los hacía muy inadecuados para aplicar políticas drásticas” (Moulian, Fracturas).
“La derecha era la única alternativa. Ibáñez definió su actitud diciendo: ‘busco apoyo donde puedo encontrarlo’” (Moulian, Fracturas).
• Operación de contratación comenzó en 1955. • La Misión había colaborado con la dictadura de Odría en Perú, en 1950. Tenía excelentes relaciones con el FMI, lo que aseguraba un acceso más fluido al crédito externo.
• El diagnóstico de la misión para el caso chileno era que la hipertrofia se debía al alto nivel de gasto público y las restricciones al funcionamiento del mercado libre.
• Había que reducir, entonces, la demanda, el gasto público y la intervención estatal, reorganizar la Administración Pública y aumentar las exportaciones y el crédito externo.
• Esto atentaba contra la “mentalidad ibañista” que confiaba en el Estado como regulador de las desigualdades y como órgano de control económico.
• No se aplicaron todas las medidas del paquete propuesto por la Misión. Pero la estabilización cargó el peso sobre los trabajadores.
• Lo integraron los partidos democratacristiano, radical, socialista, democrático y comunista.
• El bloque contó con un amplio apoyo del presidente Ibáñez, impulsó diversas medidas legislativas que le dieron una fisonomía distinta a los procesos electorales:
• Cédula única para los actos electorales. • Funcionamiento de secretarías electorales sólo hasta dos días antes de las elecciones.
• Derogación de la Ley de Defensa de la Democracia, que había puesto al Partido Comunista fuera de la ley.
• Devolución de los derechos políticos a los militantes del Partido Comunista, revalidando las inscripciones electorales que se habían anulado.
“Carlos Ibáñez en 1952 representó la reaparición del caudillo que pone en jaque a los partidos, aprovechando el clima de ilegitimidad provocado por el gobierno de González Videla. Pero el ibañismo de 1952 debilitó a los partidos pero no los aniquiló para reemplazarlos, como en Argentina, por un movimiento caudillista de masas. Todo lo contrario, ese ibañismo se desintegró, en parte porque el líder no fue capaz de dotar al conjunto caleidoscópico de sus partidarios de una identidad que produjera unidad. Arrastrado por los vaivenes de la coyuntura Ibáñez pasó de una política a otra, sin tener éxito en rescatar algunas ideas-‐fuerzas que operaran como principios simbólicos de continuidad. Ibáñez fue consumido por la administración política, por la batalla coyuntural, por el arbitraje perpetuo entre grupos, camarillas y tendencias. Se trató de un caudillo que fue incapaz de ‘institucionalizarse’, de crear el movimiento que le diera continuidad” (Moulian, Fracturas).