los jardines de felipe ii

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« Ils[les jardins] sont les vêtements, ornements et tourments que l’homme impose Au ‘pays’, le bariolant, le tatouant, le scarifiant en paysage, éprouvant, dès les Commencements, ce ‘plaisir superbe de forcer la nature’, dont parle Saint-Simon à Propos de Versailles» Roger Alain, « Court traité du paysage » Emmanuel Paredes Téllez [LOS JARDINES DE FELIPE II] La importancia de la arquitectura de jardín en la España del siglo XVI.

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Page 1: Los jardines de Felipe II

« Ils[les jardins] sont les vêtements, ornements et tourments que l’homme impose

Au ‘pays’, le bariolant, le tatouant, le scarifiant en paysage, éprouvant, dès les

Commencements, ce ‘plaisir superbe de forcer la nature’, dont parle Saint-Simon à

Propos de Versailles»

Roger Alain, « Court traité du paysage »

Emmanuel Paredes Téllez

[LOS JARDINES DE FELIPE II] La importancia de la arquitectura de jardín en la España del siglo XVI.

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INDICE.

INTRODUCCION……………………………………………………… 3

LA IDEA RENOVADORA DE FELIPE II EN ARQUITECTURA E

INGENIERIA……………………………………………………………. 4

LOS JARDINES BOTANICOS…………………………………….. 8

LOS JARDINES DE FELIPE II.……………………………………. 9

EL REAL SITIO DE ARANJUEZ .……………………………….. 12

PALACIO SAN LORENZO DE EL ESCORIAL……………… 17

BIBLIOGRAFIA……………....……………………………………. 24

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INTRODUCCION.

A medida que voy leyendo cosas sobre la historia de los jardines he ido descubriendo que

Felipe II fue un monarca extraordinariamente interesado en ellos. Quiero apuntar de

forma muy esquemática algún punto que demuestra la predisposición del monarca hacia

ellos ya sea de forma directa o indirecta.

En primer lugar está el interés hacia el aspecto científico que representa el conocimiento

de las plantas. Felipe II impulsa expediciones como la de Francisco Hernández a Nueva

España cuyos frutos tienen repercusiones en la botánica y en la medicina. Las plantas

recogidas fueron plantadas en los jardines reales. El rey impulsó la creación de jardines

botánicos y medicinales pero de alguna manera los incorporó también a los jardines reales

donde se cultivaban plantas ornamentales. Esto se daba en los jardines de Aranjuez y en

los del Alcázar madrileño. La búsqueda por todos sus reinos de hierbas y plantas para

estos jardines reales está documentada.

En lo tocante al arte de los jardines, el monarca es sensible a la estética imperante en

Europa e impulsa la creación y modificación de vergeles y parques existentes. Sitios como

el de Aranjuez que su padre, Carlos I, hombre de acción, había desarrollado como finca de

caza, Felipe II los transforma en jardines ornamentales y de recreo.

Preocupado por el arte y la arquitectura está presente en el diseño de las obras y en la

elección de sus elementos. Importa árboles y plantas exóticas pero también impulsa la

creación de estanques y fuentes decorativas y compra esculturas para sus jardines. El rey

supervisaba muy directamente cuando no imponía alguna de sus ideas en el trazado de los

edificios que modificó o mandó construir de nuevo. Jardines en que la mano de Felipe II

estuvo presente son los de Aranjuez, El Escorial, el Alcázar de Madrid y junto a estos los de

la Casa de Campo.

Protegió y ayudó a estudiosos y creadores de jardines Durante su reinado se publicó en

1592 uno de los primeros libros de jardinería de España: “Agricultura de Jardines” de

Gregorio de los Ríos. Este autor fue nombrado por el rey, capellán de la Casa de Campo y

su obra tiene una visión moderna para su época.

A Felipe II le gustaban los jardines y como tal no se conformó en crearlos sino que quiso

que sus esfuerzos se conservasen especialmente en un patrimonio tan perecedero. Un

ejemplo de ello es que en su testamento especifica, mediante un codicilo, el

mantenimiento de los jardines de “El Escorial”.

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LA IDEA RENOVADORA DE FELIPE II EN ARQUITECTURA E

INGENIERIA.

Felipe II, al encontrar en sus manos la gran herencia y responsabilidad legada por su

padre, reordena las ideas que estaban proyectadas para la totalidad de los Sitios Reales

españoles y proyecta también la creación de un gran monumento de Estado: el Real

Monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Toda Esta obra requería una infraestructura de ingeniería que jugase un papel renovador

en la arquitectura y el urbanismo, obedeciendo a los siguientes planteamientos:

1. Renovar la estética en la arquitectura introduciendo un estilo nuevo, el

manierismo clasicista, anulado de su entorno el gusto proto-renacentista,

las tendencias góticas y mudéjares que aún pervivían con cierta fuerza.

2. Remozar la técnica española en sus diversas especialidades de los múltiples

campos y formando a técnicos españoles en academias, o por medio del

impulso a tratados de ingeniería que se inspiraban en textos de la

antigüedad, por lo que se podría decir de un pleno renacimiento de la

técnica o de ingeniería clasicista, paralelas a las corrientes artísticas

dominantes.

3. Modernizar los Sitios Reales con ayuda de los nuevos sistemas de ingeniería

(presas, canales, acequias, etc.) rodeándoles de jardines manieristas y

buscando, en definitiva, un estilo nacional que se caracterizara por unas

apariencias propias, pero a la vez con un lenguaje universal. Es lo que se ha

denominado estilo Austria, entre otras maneras, pero creo que la manera

más propia de definirlo es “clasicismo manierista”.

4. Centralizar el imperio en Madrid, dotando a este lugar con los servicios

funcionales más importantes para cumplir esta misión.

5. Iniciar un proceso que revertiera en el desarrollo de la economía y una

incipiente industria (que fue rápidamente malograda). Para ello se

proyecto una red de canales de riego, sistemas de navegación fluvial para el

transporte de mercancías, etc.

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Para realizar estos importantes proyectos, Felipe II requería de nuevas mentalidades que

estuvieran formadas en lo más moderno de la ciencia y la técnica. Por este motivo, entre

los hombres del gran equipo que deseaba organizar, uno de ellos esa de capital

importancia: el Director de las obras de ingeniería y arquitectura reales. Tras diversas

pruebas, el Monarca decidió llamar a un español especialista en ambos campos, y que era

paradigma del arquitecto-artista, pero especialmente del arquitecto-ingeniero.

Se trata de Juan Bautista de Toledo, mismo que en Italia había demostrado su gran

capacidad y su enorme categoría profesional trabajando como arquitecto segundo de

Miguel Ángel en las obras de la Basílica de San Pedro de Roma y realizando en el virreinato

de Nápoles importantes obras de ingeniería hidráulica, civil y militar.

Por orden de Felipe II el nuevo arquitecto e ingeniero regio llego a España en 1560 y

recibió inmediatamente la orden del Monarca de llevar a cabo su complejo programa

modernizador. Respecto al proyecto de Aranjuez, su misión consistiría en construir un

nuevo palacio con su casa de oficios, trazar de nueva planta todos los jardines, encauzar

los ríos y sus afluentes, hacer navegable un tramo del rio Tajo y comenzar una serie de

diques, presas, estanques y lagunas para conseguir los fines deseados. La consigna era

dominar el ambiente y fundir al hombre con su ambiente, en busca del equilibrio.

En este sentido quizá sea el jardín el mejor ejemplo y el más sintético de la relación entre el hombre y su contexto. En el concepto de dominación quizá se centre el interés que despierta el jardín entre los que ejercen el poder y, entre ellos, fundamentalmente los reyes y emperadores. Si Dios, ser superior, fue el creador del paraíso, aquéllos que gobiernan los diversos territorios del mundo desearán equipararse con el artífice del universo, y entonces crearán sus propios admirables jardines. Los acompaña ahora, en los siglos XVI y XVII, una evolución en la forma de vida de la nobleza que se hace cada vez más sedentaria, más cortesana. El jardín estimula la cortesanía, la conversación, esa nueva manera de vivir. Felipe II es ya un hombre de otro momento, con una relación diferente con el espacio: un rey que se instala, que fija la Corte en Madrid en 1561, que apenas sale de Castilla. Este tiempo más detenido le permitirá observar y establecer una relación diferente con su territorio, con su hábitat. Al Rey Católico, al Rey Prudente, lo llaman también el Rey Arquitecto. Los manuales de historia suelen relacionarlo con la construcción de El Escorial, que es sin duda su obra mayor. Pero yo prefiero detenerme hoy en dos proyectos que muestran el interés de Felipe II por los jardines: me refiero al arreglo paisajístico del Real Sitio de Aranjuez y al proyecto de la Casa de Campo en el entorno del alcázar de Madrid. Los historiadores señalan que este monarca descubrió en los Países Bajos la delicia de los jardines y que en 1559 volvió a España con la idea de crear o ampliar los jardines peninsulares. Se reunían en este entusiasmo dos aspectos: por un lado Felipe II se sentía

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muy atraído por lo estético, por otro lado sabía que la arquitectura fundamentalmente palaciega constituía un símbolo del poder y uno de sus constituyentes era el jardín. Al elaborarse los planes de cada jardín el rey pasaba a los diseñadores listas de plantas e ideas, enviaba expertos al extranjero, traía expertos holandeses e italianos a España. Donde se manifiesta claramente un cambio de perspectivas, una nueva sensibilidad jardinera es en Aranjuez. Carlos V se había ocupado ya de arreglar este sitio real con una orientación que era la de su gusto por la caza. Es decir que en la organización del espacio natural se pensaba en plantaciones, regadíos, sectores de agua que atrajeran especies animales destinadas a la caza. También se introdujeron especies animales artificialmente. Ahora bien, la intervención de Felipe II en este espacio supone una nueva ordenación: lo que se había iniciado como un cazadero se convierte en un gran jardín de recreo, con estanques y fuentes decorativas con estatuas. De Flandes se importaron cinco mil árboles, de las Indias y de toda la península llegaron plantas exóticas. Había innumerables flores y tantas que ya la relación entre Aranjuez y las flores era un lugar común, que le permite decir a un personaje de Cervantes en El casamiento engañoso: « Mis camisas, cuellos y pañuelos eran un nuevo Aranjuez de flores, según olían, bañados en el agua de ángeles y de azahar que sobre ellos se derramaba ». Vemos entonces cómo Felipe II y sus arquitectos fundan en Aranjuez, en un área con un perímetro de 34 kilómetros, un nuevo paraíso. De la misma manera en que los monjes recrean su Edén particular de manera sumamente austera, el rey recrea su « lugar delicioso » convirtiéndose en un Dios sobre la tierra. Esa creación implica la modificación del espacio salvaje, su transformación en paisaje, la censura y el maquillaje de la naturaleza con consecuencias en la flora y en la fauna. Por otro lado, la incorporación de estatuas, que generalmente representan divinidades paganas o figuras bíblicas, hace del jardín un universo mágico y religioso a la vez. No había en el sentimiento de la época un rechazo por la adjunción de elementos artificiales en el jardín, cuya génesis es de por sí artística, técnica. Por ejemplo, Erasmo, en uno de sus coloquios, El banquete religioso, publicado en Basilea en 1522, en el que dedica varias páginas al arte de los jardines, encuentra absolutamente natural que en los huertos se mezclen flores naturales y flores pintadas, pájaros reales y pájaros pintados. Es interesante también su crítica de las representaciones, sobre todo escultóricas, de divinidades paganas que prefiere sustituir en su jardín ideal por las figuras de Cristo y de María, lo que permite establecer una vez más la relación entre los jardines de la Biblia y los jardines particulares. Pero volviendo a Felipe II, me gustaría evocar otro jardín menos presente en las biografías del monarca: el jardín de la Casa de Campo, que prolonga el entorno del alcázar de Madrid y que tiene un interés urbanístico extremadamente interesante. Contamos además con un libro, publicado en 1592, que constituye uno de los primeros libros de jardinería en su sentido moderno y que surge de la reflexión que genera la contemplación y el cuidado de

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este jardín: “Agricultura de Jardines” de Gregorio de los Ríos. Felipe II, deseando extender el territorio que rodea al alcázar de Madrid, ordena iniciar la adquisición de una infinidad de parcelas en 1556, seguramente ya con la idea de situar en Madrid la capital del reino. La correspondencia entre Felipe II y sus arquitectos muestra el deseo de realizar un mundo verde bajo el alcázar, un verdadero proyecto de naturaleza urbanizada. Se traen mármoles de Italia para las fuentes, se echan cisnes en los estanques, se crean cuadros de follaje representando laberintos y armas de los Austridas, hay fuentes decoradas con Dianas y Venus, algunos parterres reproducen grabados de la Hypnerotomachia Poliphili. A pesar de que existían allí construcciones arquitectónicas, la Casa de Campo fue fundamentalmente una ciudad vegetal que extendía el palacio del alcázar y que modificaba el paisaje de los alrededores de Madrid creando una naturaleza artificial que daba del monarca una imagen a lo divino. El soberano era capaz de crear un paisaje nuevo vehiculando así la simbología del génesis. El mejor conocedor de las plantaciones en este paraíso filipino es el clérigo Gregorio de los Ríos, capellán de la Casa de Campo, cuyo libro constituye un testimonio importante que merecería un trabajo específico. La actitud del rey genera, por supuesto, una actitud similar en los particulares que cultivan también esta pasión por los jardines. Entre ellos, voy a citar sólo dos huertos que muestran la continuidad de este entusiasmo en el siglo siguiente: el de Pedro Soto de Rojas (1584-1658) en su Carmen del Albaicín de Granada, jardín real a partir del cual se elabora un largo poema gongorino titulado Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos (1652), y el de Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681) en Huesca, del que existen varios estudios. Como lo dice el título de Soto de Rojas, el jardín está cerrado o separado de su entorno e incluso su apertura implica una selección (« para pocos »). Hay un desfase entre la realidad y el jardín, que es un espacio dominado en el que se ejerce un poder, una censura. Esta separación del jardín puede ser social (como sería el caso del jardín del rey) o moral (como sería el caso del jardín monacal): en ambas situaciones la idea de selección está presente, y en el mismo sentido la idea de discriminación. Esta discriminación es en el caso del jardín «positiva » ya que se permite en ese espacio clausurado la existencia de « lo mejor »: quedan fuera de él las malas hierbas, los vicios, las capas populares. El jardín es un territorio protegido, y como todo territorio protegido es un espacio artificial.

Jardín del Palacio San Lorenzo de El Escorial

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LOS JARDINES BOTANICOS

Aunque la tradición árabe en España había mantenido vivo un especial interés por la

botánica, fue Andrés Laguna (1510-1581), médico distinguido de reconocida reputación

europea, filosofo y humanista celebre, el que hizo una llamada a la atención publica y al

rey, en su carta nuncupatoria, escrita en Amberes el 15 de Septiembre de 1555, impresa a

la cabeza de la primera edición de su Dioscórides y dedicada al Príncipe Felipe, sobre la

importancia de los jardines botánicos.

En ella dice: “siendo justísima que, pues todos los príncipes y la Universidades de Italia se

precian de tener en sus tierras muchos y muy excelentes jardines, adornados de todas

clases de plantas que se pueden hallar en el Universo, también V.M.(vuestra majestad)

provea y de orden, que al menos tengamos uno en España, sustentado con estipendios

reales. Lo cual V.M. haciendo, hará lo que debe a su propia salud tan importante al mundo

y a la de todos sus vasallos y súbditos; juntamente dará gran ánimo a muchos y muy claros

ingenios que cría España, para que viendo ser favorecida de V.M. la disciplina herbaria, se

den todos con grandísima emulación a ella; del cual estudio reanudará no menor gloria y

fama que fruto a la nación española, que en lo que mas la importa es tenida en todas

partes por descuidada.”

Y llevado de este mismo amor a las plantas y a la naturaleza, dice en la misma epístola,

“como Dios dio al hombre huertas, jardines y praderas en que para siempre habitasen;

entre jazmines, violetas y olorosos narcisos habíamos de vivir perdurablemente”.

La recomendación hecha por Laguna sirvió para poner de relieve una necesidad patente.

Pero también es cierto, y de ello hay numerosas pruebas, que Felipe II sentía una especial

predilección por los jardines y las flores, que testimoniò a lo largo de toda su vida con

delicada sensibilidad. Ya en 1550 dio las primeras instrucciones para reforzar y mejorar las

plantaciones de Aranjuez, ordenando por una real cédula, tres años después, la creación

de un jardín botánico en este sitio.

Nicolás Monardes tenia además un pequeño museo botánico que Bekman cita como

existente en 1554, siendo uno de los primeros de su tiempo. Francisco Franco, catedrático

de la Universidad de Alcalá de Henares, animó al Ayuntamiento de Sevilla para que

estableciera un jardín botánico en esta ciudad, con motivo de la visita de un herbolario del

rey en 1568, que traía la comisión de “llevar mucha suma de arboles curiosos y grande

suma de yerbas” para el jardín de Aranjuez.

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LOS JARDINES DE FELIPE II.

Hay que entender el esfuerzo que se había hecho en los caminos de penetración al Real Sitio, sobre todo en el ya descrito Camino Real de Madrid, que había hecho afirmar a Bourgoing, secretario de la embajada francesa: «El camino de Madrid a Aranjuez es uno de los más hermosos y mejor conservados de Europa ... » Y si esto había sido así, ¿qué celo no se habría puesto en organizar los jardines del palacio?

No había sido fácil. El Sitio, planificado por los jardineros de los monarcas de la Casa de los Austria, Felipe II y Felipe III, estaba ideado respondiendo a las preferencias flamencas. Un jardín más paisajista que geométrico, donde los caminos se cruzaban de una manera que a los Borbones les había parecido anárquica y descontrolada; y precisamente controlar la naturaleza era una de las metas de la jardinería francesa, convertir el jardín en un salón más de palacio, en el más importante. Esa fue la meta de Esteban Boutelou, el jardinero francés que estuvo sesenta años al servicio de los Borbones y cuyos hijos estudiarían después el arte de la jardinería en Francia e Inglaterra para ponerlo al servicio de los reyes españoles; de manera que arquitectos y jardineros, año tras año y reinado tras reinado, fueron remodelando los extensísimos, inacabables, jardines de Aranjuez.

A pesar de que los franceses consideraron a su llegada que el ajardinamiento de Aranjuez era de pésimo gusto y que sólo la naturaleza había puesto de su parte en el bello entorno del palacio viejo de Felipe II, lo cierto es que las noticias que tenemos del estado de conservación del antiguo jardín son halagüeñas; y eso a pesar del deterioro que presumiblemente debió de sufrir cuando en 1706 estableciera el Marqués de las Minas su gobierno y sus tropas, en plena guerra de Sucesión.

Álvarez de Colmenar, en 1707, nos cuenta que el jardín trazado por Herrera Barnuevo entre 1660 y 1690 estaba muy bien conservado, habla de sus paseos, grutas, fuentes, parterres, cenadores... y considera que sus maravillas convierten al palacio en un verdadero lugar encantado. Describe las fuentes y queda maravillado ante la de los Amores, a cuyo vaso lanzan el agua cuatro enormes árboles desde lo alto de sus copas; y le impresiona la gruta mandada hacer por Felipe III un siglo antes, a la que se asoman dragones por encima de los cuales una bandada de pájaros comenzaba a gorjear antes de que se iniciaran los juegos de agua. Sus trinos se oían al mismo tiempo que los órganos y trompetas que sonaban también en el lugar. Todo ello por no mencionar la multitud de pequeños estanques poblados de cisnes que se encontraban por doquier.

El duque de Saint Simon recuerda también los caprichos vistos en el jardín de la Isla. Los pájaros falsos colgados de los árboles dejan caer el agua sobre el incauto paseante que se detiene a ver las estatuas, y las fauces de los leones los empapan de repente. Lo critica y considera que frente a la nobleza del jardín francés y el arte excepcional de Le Notre, estos jardines de gusto flamenco no son mas que «pequeñeces y niñerías». Y es que no

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cabe duda de que todas estas cosas, por muy sorprendentes que fueran, no estaban dentro del esquema borbónico, cuya dinastía se empeñó en llevar aquella caprichosa naturaleza semi-controlada al estado de perfecta racionalidad y simetría.

El resultado fue más que aceptable. Inmensas avenidas adornadas con estatuas; también con incontables fuentes y surtidores, cascadas y grutas, pero remodeladas de tal forma que crearon un universo extremadamente placentero que no parecía tener rival. A partir de entonces nadie dudó en considerar los jardines de Aranjuez como los más hermosos de su tiempo.

Los más importantes cambios se hicieron en el jardín de la Isla y en el del Príncipe por

orden de Carlos IV antes de ser rey. Las reformas realizadas en ambos fueron profundas y

muy estudiadas por el propio Príncipe de Asturias porque el deterioro al que se había

llegado era muy grande. Ya en 1776 Henry Swinburne hacía alusión al abandono en que

estaba sumida esta zona del Real Sitio, lamentando la pérdida de lo que debió de ser en su

día una cuidada labor de jardinería. «Es éste un lugar paradisíaco, atravesado por paseos y

prados circulares que en su origen debieron de ser muy regulares y rígidos en su estado

primitivo, pero la naturaleza, después de un siglo ha arruinado la regularidad del arte; los

árboles han crecido más allá del límite que se les marcó y han destrozado los linderos.»

Felipe II ordenó en el año 1561 la sustitución de la vieja residencia maestral de Aranjuez por un nuevo edificio que es el antecedente del actual Palacio Real ribereño. Juan Bautista de Toledo fue el arquitecto a quien el rey encargó los planos, iniciándose la construcción de la capilla, que fue culminada por Juan de Herrera. Unos años más tarde, se comienzan las obras del Palacio bajo la dirección de Juan de Minjares. Cuando Felipe II muere, en 1598, la construcción no está totalmente acabada. Faltarán todavía muchos años hasta completarse definitivamente.

Hasta el reinado de Felipe V permanecen prácticamente abandonadas las obras del nuevo Palacio Real de Aranjuez. El rey borbónico, siguiendo los primitivos planos de Herrera manda al aparejador de los Reales Sitios, Pedro Caro Idrogo, la continuación de las obras, que se reinician en el año 1715. Se levanta la torre norte, de idénticas características a la construida por Minjares, y se completa la fachada oeste, construyéndose también toda la estructura que conforma el actual cuerpo del Palacio.

Posteriormente el edificio sufrirá un incendio y el monarca Fernando VI encargará su reconstrucción a Santiago Bonavía, quien incluye en la restauración de la fachada principal algunos cambios, como el añadido del frontis sobre el que descansan las estatuas de los reyes Felipe II, Felipe V y Fernando VI.

En época de Carlos III se amplía el Palacio Real de Aranjuez, siendo Francisco Sabatini el autor de las alas de poniente. En el extremo del ala derecha se levantará a actual capilla, decorada por Bayeu. El Palacio Real de Aranjuez se caracteriza exteriormente por sus

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colores blanco, de la piedra de Colmenar, utilizada en su construcción, y rojo de los ladrillos. En la parte delantera del edificio hay una sucesión de ventanas, en su piso inferior, y balcones, en el superior, además de una balaustrada. En el cuerpo central, con un piso más, se encuentra el frontón con el escudo de Fernando VI, sobre el que están colocadas las estatuas de los reyes Felipe II, Felipe V y Fernando VI, según el proyecto de Bonavía. En la parte inferior de este cuerpo central un pórtico de cinco arcos de medio punto. Desde la fachada orientada al este se pueden observar los Jardines del Parterre. Finalmente, las fachadas norte y sur tienen las mismas características arquitectónicas.

La visita al Palacio Real de Aranjuez se inicia por la Sala de Guardias de la Reina, una habitación situada en el ala oeste que fue destinada a los Guardias de Corps, que eran las personas que protegían a la familia real. En esta sala hay cuadros de Lucas Jordán, con escenas bíblicas, así como también una pintura dedicada a la caza del pintor Franz Snyders.

EL PALACIO REAL DE ARANJUEZ

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EL REAL SITIO DE ARANJUEZ.

Si el trazado del casco histórico está considerado uno de los mejores ejemplos del urbanismo barroco y su palacio es una de las mejores obras arquitectónicas de Madrid, son sus fastuosos jardines y sus fuentes adornadas con esculturas mitológicas los que han dado fama universal a esta localidad.

Aranjuez entra en la historia como lugar de ocio de los monarcas españoles. Los Reyes Católicos, al ser administradores del Maestrazgo de la Orden de Santiago, ya dispusieron de una finca de recreo a orillas del río Tajo en Aranjuez. Isabel y Fernando ocuparon la casa palacio de los maestres, y desde ese momento cada monarca fue agrandando y mejorando el Real Sitio, hasta convertirlo en un lugar de recreo campestre para la corte. Felipe II creó en la villa los primeros jardines botánicos del mundo, aunque su época dorada llegó con los Borbones: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y, en especial, Carlos IV. Con Felipe V se inicia la construcción del palacio, de los jardines y de la villa, siguiendo una planta en retícula con tres grandes vías radiales. El 17 de marzo de 1808 estalló un motín cuando el pueblo asaltó la casa de Manuel Godoy para mostrar su malestar ante un rey falto de carácter (Carlos IV), su esposa (María Luisa de Parma) y su ambicioso ministro (Godoy). La revuelta fue alentada por los partidarios del heredero, el futuro Fernando VII, pero el nuevo rey no tardaría en dejar la corona en manos del hermano de Napoleón, José I, conocido como Pepe Botella, y España inicia su período histórico de la Guerra de la Independencia.

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El Palacio Real de Aranjuez se levanta a la orilla izquierda del Tajo. Anteriormente hubo en el mismo lugar una casa palacio perteneciente a los Maestres de Santiago. Los orígenes del Palacio se remontan al año 1561 cuando Felipe II ordenó su construcción al arquitecto Juan de Herrera. Bajo los Austrias se edificaron la capilla, la torre sur y parte del cuerpo central. El palacio sufrió graves incendios en 1660 y 1665, pues buena parte del edificio era de madera. La estructura actual es del periodo borbónico.

Felipe II, haciendo suyo un antiguo proyecto de su padre, el Emperador Carlos, ordenó en el año 1561 la sustitución de la vieja residencia maestral de Aranjuez por un nuevo edificio que es el antecedente del actual Palacio Real ribereño. Juan Bautista de Toledo fue el arquitecto a quien el rey encargó los planos, iniciándose la construcción de la capilla, que fue culminada por Juan de Herrera. Unos años más tarde, se comienzan las obras del Palacio bajo la dirección de Juan de Minjares. Cuando Felipe II muere, en 1598, la construcción ribereña presenta acabada la llamada torre sur, ocupada por la capilla, y una gran parte de las fachadas de mediodía y poniente. Hasta el reinado de Felipe V permanecen prácticamente abandonadas las obras del nuevo Palacio Real de Aranjuez. El rey borbónico, siguiendo los primitivos planos de Herrera encomienda al aparejador de los Reales Sitios, Pedro Caro Idrogo, la continuación de las obras, que se reinician en el año 1715. Se levanta la torre norte, de idénticas características a la construida por Minjares, y se completa la fachada oeste, construyéndose también toda la estructura que conforma el actual cuerpo del Palacio. Destruido el edificio por un incendio, Fernando VI encarga su reconstrucción a Santiago Bonavía, quien incluye en la restauración de la fachada principal algunos cambios, como los arcos sustentadores de la terraza del primer piso y la adición del frontis sobre el que descansan las estatuas de los reyes Felipe II, Felipe V y Fernando VI . En época de Carlos III se amplía el Palacio Real de Aranjuez, siendo Francisco Sabatini el autor de las alas de poniente, que limitan lateralmente la soberbia plaza de Armas. En el extremo del ala derecha se levantó la actual capilla, decorada por Bayeu, no concluyéndose el teatro que debía ubicarse en el ala situada a la izquierda. El Palacio Real de Aranjuez se caracteriza exteriormente por sus colores blanco, de la piedra de Colmenar, utilizada en su construcción, y rojo, de los ladrillos empleados en sus paramentos. El frente del edificio, excepto en su cuerpo central, presenta una sucesión de ventanas, en su piso inferior, y balcones, en el superior, que es rematado por una balaustrada. En el cuerpo central, con un piso más, se encuentra el frontón con el escudo de Fernando VI, sobre el que están colocadas las estatuas de los reyes Felipe II, Felipe V y Fernando VI, según el proyecto de Bonavía. En la parte inferior de este cuerpo central un pórtico de cinco arcos de medio punto, también diseñado por Bonavía, sustenta la terraza del piso principal con su gran balconada. La fachada orientada al Este, con dos pisos, posee en su centro un cuerpo saliente cuyas ventanas y balcones dominan los Jardines del Parterre. Finalmente, las fachadas Norte y Sur, de características arquitectónicas similares, están compuestas de dos cuerpos rematados por una balaustrada. El acceso al Palacio se realiza a través de los pórticos de la fachada principal. La escalera, obra de Bonavía, cuenta con una balaustrada de estilo rococó, pintada en negro y oro, estando decoradas las mesetas con unas interesantes esculturas de Antoine Coysevox - Luis XIV, el Gran

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Delfín, María Teresa de Austria...-, colocadas en hornacinas rematadas por arcos de medio punto sobre pilastras. La visita al Palacio Real de Aranjuez se inicia por la Sala de Guardias de la Reina, una habitación situada en el ala Oeste que fue destinada a los Guardias de Corps, encargados de la custodia de los miembros de la familia real. En la decoración de esta sala destacan las pinturas de Lucas Jordán, con pasajes de la vida de Salomón, y una escena de caza, obra de Franz Snyders. Relojes franceses, mobiliario y jarrones de estilo Imperio, completan sus elementos decorativos. La Saleta de la Reina, en el ángulo noroeste del edificio, formaba parte de las habitaciones del Palacio ribereño que estuvieron dedicadas a las audiencias reales. De nuevo encontramos aquí cuadros de Lucas Jordán, en esta ocasión dedicados a temas mitológicos: Júpiter y Leda, El viento y Triptolemo. Otro cuadro más de este mismo pintor, El Prendimiento de Jesús, y una pintura de Carducho, La muerte de un fraile trinitario junto a relojes y candelabros de estilo Imperio, componen los elementos decorativos de esta sala. Las magníficas consolas son obras del taller del ebanista francés Saumier. Continuando el recorrido por el ala Norte del Palacio llegamos a la Antecámara de Música, sala que fue utilizada para la recepción de grandes personalidades. Cuadros con escenas bíblicas pertenecientes a la escuela italiana del siglo XVII y pinturas religiosas de Solimena, decoran sus paredes. La Cámara de la Reina, otra de las habitaciones utilizadas como pieza de etiqueta en el siglo XVIII, fue transformada en sala de música por Isabel II. Uno de los relojes de esta sala es de la acreditada firma Geo-Grahan, de Londres, con esfera semicircular y calendario mensual. El tapiz pertenece a la serie Dido y Eneas, tejido en Bruselas en el siglo XVI. En esta sala se conserva el piano regalado por la emperatriz francesa Eugenia de Montijo a la reina Isabel II. Por el Ante oratorio y el Oratorio de la Reina, con ventanas al patio central del Palacio y decorados con pinturas de Giaquinto, Maella, Bayeu y Villanueva, y mármoles y bronces de Juan Bautista Ferroni, se accede al Salón del Trono, en el centro del ala norte, cuyos paramentos están tapizados con terciopelo rojo. El mobiliario del salón pertenece a la época de Isabel II, excepto los sillones reales de madera tallada y dorada, situados bajo el dosel, que corresponden al estilo Luis XVI. Las pinturas de la bóveda, atribuidas a Vicente Camarón, representan la Monarquía, cuyo símbolo, la Corona Real, es sostenido por las figuras de Venus y la Industria. El Despacho de la Reina, contiguo al Salón del Trono, cuenta con un gran número de obras pictóricas que decoran sus paredes, entre ellas el magnífico Florero, de Jan Brueghel. Un paisaje de Martínez del Mazo, dos cuadros de pequeño tamaño con vistas de edificios clásicos, pintados por Francisco Galli Bibiena, y tres floreros de Arellano, son algunas otras de las pinturas más interesantes de este despacho. En la decoración de la bóveda, de estilo pompeyano en su arranque, obra de Maella, destacan las representaciones de algunos pasajes de la Pasión de Cristo. Los muebles de esta sala son de la época de Carlos IV, construidos en el Taller Real, destacando en ellos la fina labor de taracea. Desde el Despacho de la Reina se accede al Gabinete de Porcelana, una de las piezas más atractivas y famosas del Palacio Real de Aranjuez. Considerada como la obra capital de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro de

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Madrid, esta habitación ocupa el ángulo noreste del edificio, con magníficas vistas a los jardines que rodean el Palacio. La totalidad de la extensión de las paredes y techos de este gabinete, presenta una riquísima ornamentación de porcelana en relieve, mezcla de estilos rococó y chinesco, realizada por Giuseppe Gricci entre los años 1763 y 1765, por mandato del rey Carlos III. La exuberante y abigarrada decoración del Gabinete de Porcelana está repleta de hojas, frutas, troncos de árboles y monos. También los seres fantásticos y las figuras humanas con facciones y atuendos orientales, tienen cabida en esta fantástica obra, cuya magnífica pintura en tonos suaves realza aún más la belleza del resultado final. Las sobrepuertas y los sobrebalcones están decorados, asimismo, con grupos escultóricos de porcelana, destacando la policromía de las puertas, también guarnecidas con figuras del mismo material. En el ala este del Palacio, orientadas al jardín del Parterre, se encuentran situadas las habitaciones privadas de los reyes. El Dormitorio de la Reina, con una bóveda pintada por Zacarías González Velázquez, en la que aparecen alegorías de la Ciencia, la Virtud, el Arte, la Ley y la Monarquía, conserva el mobiliario que la ciudad de Barcelona regaló a Isabel II con motivo de su boda con Francisco de Asís de Borbón. Entre sus cuadros destaca un Sagrado Corazón de Jesús, de Ferrant y Fischermans. Comunicando con el dormitorio está situado el Tocador de la Reina, también con muebles de la época de Isabel II, cuyas paredes están recubiertas con seda rayada y decorada con ramos de rosas. El Salón de Baile, decorado a finales del siglo XIX, ocupa el centro del ala este, separando los aposentos privados del rey y de la reina. Contiguo a él, el Comedor de Gala luce una espectacular bóveda con alegorías del tiempo, pintada por Santiago Amiconi, durante el reinado de Fernando VI. De sus paredes cuelgan cuadros de Corrado Giaquinto, de Amiconi y de Flipart. Un reloj de pie, obra de Peter Kintzing, y otro, de Lépine, son de los mejores de la colección que se conserva en el Palacio. El suelo del comedor, diseñado en estilo rococó, fue ejecutado por el maestro Bernasconi con mármoles de Granada, Cabra y León. Por último, el mobiliario del comedor de gala, compuesto por sillas, sillones y consolas, estas de estilo muy cercano al taller del ebanista Saumier y de la época de Carlos IV, son de estilo Imperio. El Gabinete Árabe, decorado durante el reinado de Isabel II, está inspirado en la sala de las Dos Hermanas, de la Alambra granadina. La habitación, de reducidas dimensiones, fue utilizada como sala de fumar. En ella destaca un velador de Sévres, elaborado en porcelana y bronce, regalo del rey Luis Felipe de Francia, a Isabel II. La Cámara del Rey, con acceso desde el comedor y comunicada con el Gabinete Árabe, está decorada con una serie de cuadros de Fernando Brambilla, que representan distintas vistas de los Reales Sitios: Escalera principal del monasterio de El Escorial, San Lorenzo desde la cruz del Humilladero, Vista del monasterio de El Escorial en ocasión de adorar los reyes la Sagrada Forma, Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, Galería de Convalecientes y estanque de los monjes del Real Monasterio de El Escorial, Patio de los Reyes del Real Monasterio de El Escorial, Fuente de la cascada nueva en Aranjuez y - Fuente de la Fama en Aranjuez. Los muebles, de la época de Fernando VII, relojes estilo Imperio, así como un piano de cola y una mesa de juego de época isabelina, completan la decoración de la cámara. La bóveda del Dormitorio del Rey, junto al Gabinete Árabe, fue pintada por Amiconi y

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Rusca, destacando en ella las alegorías de la Paz y la Justicia. La cama, de estilo Imperio, es de caoba, con aplicaciones en bronce. El resto de los muebles, compuesto por dos consolas, sofá, sillas y tocador, corresponden a diversas épocas. Un Crucificado, sobre la cama, pintado por Mengs, y otros cuadros de temas religiosos, entre ellos una Virgen con Niño, de José de Madrazo, así como unos medallones con las efigies de Isabel II y Francisco de Asís de Borbón, se distribuyen por las paredes tapizadas con seda amarilla y terciopelo rojo, estilo Imperio. En el ala este del Palacio se suceden, a partir del ángulo sureste, el Salón de Espejos, la habitación mejor conservada del edificio real, decorada con grotescos por Juan de Villanueva hacia 1790; el Despacho del Rey, con cuadros de Magadán y mobiliario del ebanista francés Jacob Desmalter; la Sala Estudio del Rey, con mobiliario de estilo Carlos IV; y la Habitación de Pinturas Chinas, que conserva una importante colección de cuadros donados a Isabel II por un emperador chino de la dinastía Quin. También en este ala, con ventanas al patio central, se encuentra la amplia Sala de Guardias del Rey, final de la visita al Palacio de Aranjuez, en cuyas paredes se encuentran seis grandes cuadros de Lucas Jordán, tres de ellos de batallas, y los otros tres de temas bíblicos: La muerte de Absalón, David vistiendo la coraza y Construcción del templo de Salomón. La sillería de esta sala, perteneciente al siglo XVIII, es de las más interesantes del Palacio ribereño. A la Capilla de Palacio, cuya visita se realiza independientemente del resto del edificio real, se accede desde la Plaza de Parejas, situada junto a la fachada Sur. Construida por Francisco Sabatini en el ala izquierda añadida a la fachada de poniente del Palacio en 1798, esta capilla vino a sustituir a la edificada por Felipe II. En ella destacan la bóveda, pintada por Francisco Bayeu, y los tres retablos neoclásicos construidos en mármol y con decoración de bronces, realizada por Fabio Vendetti. Entre las pinturas más interesantes de la Capilla de Palacio se encuentra un San Miguel Arcángel de Lucas Jordán, en el retablo del lado del Evangelio, y La Concepción, en el altar mayor, de Mariano Salvador Maella.

EL PALACIO REAL DE ARANJUEZ

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EL PALACIO SAN LORENZO DE EL ESCORIAL.

Construido a lo largo de casi medio siglo, el palacio de Felipe II se constituyó en símbolo del poderío de la monarquía española durante el Siglo de Oro. Lejos del lujo francés o vienés, El Escorial se impone por su austeridad y armonía. Si el símbolo de la monarquía francesa es Versalles, el de la británica Buckingham y el de la austríaca el Hofburg, el palacio que concentra los valores y la proyección de la monarquía española desde el Siglo de Oro es el imponente El Escorial, construido en las afueras de Madrid como apoteosis y síntesis del reinado de Felipe II. Aquel en cuyo imperio “nunca se ponía el sol...”. España no sólo estaba viviendo una increíble expansión territorial, de las manos de sus tierras en América: la explosión cultural del Siglo de Oro fue impulsada también en tiempos de Felipe II por Lope de Vega, El Greco, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes. Así, para semejante imperio hacía falta semejante palacio: macizo, levantado en posición dominante a unos mil metros de altura sobre el Monte Abantos, que forma parte de esa Sierra de Guadarrama que flanquea Madrid, y refugio austero de insospechados tesoros. Su sola posición brinda el primero de esos tesoros, en los días agobiantes del verano madrileño: una ola de fresca bienvenida se derrama desde la montaña hacia los valles, y hace del pueblo de El Escorial uno de los lugares favoritos para pasar el fin de semana estival durante una estadía en Madrid. Hasta el siglo XVIII, el palacio estaba aislado en su paisaje de montaña: sólo entonces se empezó a permitir la construcción de casas alrededor. Y hoy el pueblo responde con una activa vida cultural y social; teatros abiertos, gente en la calle, tabernas y restaurantes donde tentarse con infinitas tapas, las carnes y la frescura más suave o más picante de un buen gazpacho. Mientras tanto, el Escorial espera: dentro de sus gruesos muros también se siente una frescura que no le teme al peso de siglos de historia, y vale dedicarle tiempo para recorrer sus jardines, su imponente biblioteca y los salones donde alguna vez discurrió la vida real pero cotidiana. No deja de ser curioso que, pese a la complejidad del Siglo de Oro español y los numerosos arquitectos que intervinieron en la obra (dominaron Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, pero hubo numerosos consultores por voluntad de Felipe II) el Escorial se destaque por la armonía de sus líneas, lo despejado de sus simetrías y la lograda síntesis de las formas artísticas italianas y flamencas. Es que por sobre arquitectos y tendencias artísticas termina imponiéndose el carácter de un hombre: Felipe II, hijo de Carlos V, nieto de Juana “la Loca” y Felipe “el Hermoso”, y bisnieto de los Reyes Católicos que hicieron de España un reino unido bajo la bandera, y también la espada, del catolicismo y la evangelización. Fueron su austeridad y su tendencia a la reflexión y la piedad, al menos según los historiadores que le son más favorables, lo que hizo de este palacio un modelo de contención en un reino que era por entonces la gran potencia de Europa.

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En sus comienzos, El Escorial fue concebido como un monasterio de monjes de la orden de San Jerónimo, con una iglesia que debía servir de panteón al emperador Carlos V, su hijo Felipe II y sus sucesores. Al mismo tiempo, fue pensado como palacio para albergar al rey y su séquito, con un colegio y un seminario vinculados a su función religiosa, y una biblioteca que hoy es una de las joyas indiscutidas del edificio, puesto bajo la advocación de San Lorenzo (durante toda la recorrida se van divisando en fachadas y decoraciones la parrilla, que representa el suplicio del santo). Tal vez porque el día de San Lorenzo se celebra el 10 de agosto, y fue el 10 de agosto de 1557 la fecha del triunfo de Felipe II sobre Enrique II de Francia en San Quintín, celebrado con la construcción de El Escorial. Tan compleja y devastadora fue la batalla que quedó, en el proverbio popular, aquello de “armarse la de San Quintín”: un legado lingüístico por un lado, y un legado arquitectónico por otro, que tales son las curiosidades de la historia. La “traza universal” de El Escorial, o proyecto en términos más modernos, es de Juan Bautista de Toledo, que sin duda tenía buenos pergaminos para encarar la obra, ya que había trabajado como ayudante de Miguel Ángel en el Vaticano. A su trabajo se sumó el de Juan de Herrera, que dirigió la construcción de buena parte del conjunto, incluyendo partes no diseñadas por Toledo: el resultado es un estilo sobrio y despojado, de líneas rectas y volúmenes cúbicos, donde sólo las tradicionales “bolas herrerianas” funcionan como elemento decorativo y distintivo. Ambos quisieron lograr la “octava maravilla del mundo”: tal vez el título sea algo excesivo, pero está a la altura del elogio de Le Corbusier, para quien El Escorial era “el edificio más moderno de la antigüedad”, dueño de esa solidez que en el siglo XXI sólo saben exhibir los rascacielos. Hoy día El Escorial puede “leerse” de distintos modos. Por un lado, es una forma de asomarse a la vida diaria de la corte española y de Felipe II, cuyos aposentos, muebles y obras de arte se exhiben en cuidadosas reconstrucciones. Por otro, es un impresionante museo de arquitectura y pintura con obras de Tiziano, El Bosco, El Greco y Velásquez. Y es, además el mausoleo de los reyes de España. El Escorial tiene un Panteón para los reyes: una cámara circular cubierta de mármoles azulados y rojizos que sirven de marco a las urnas donde reposan los restos de los monarcas y sus esposas (pero sólo si ellas han sido, además, madres de reyes). Antes de llegar a las urnas, los cuerpos pasan varios años en “el Pudridero”, una habitación contigua de nombre más que suficientemente gráfico. Los reyes están ubicados a la derecha del altar y las reinas a la izquierda, por orden cronológico desde Carlos V hasta Alfonso XIII. Sólo faltan Felipe V y Fernando VI, junto a sus esposas, a quienes se les respetó el deseo de ser enterrados en otro lugar. En cuanto a los infantes del reino, tienen su propio Panteón, formado por nueve cámaras: el conjunto es imponente, pero no le falta un toque macabro... Además de estos sectores, y de sus armoniosos patios, El Escorial tiene al menos dos corazones: su bella basílica, donde están los lujosos cenotafios de Carlos V y Felipe II, y sobre todo una espléndida biblioteca cuya riqueza decorativa (en particular los frescos del techo, de Pellegrino Tibaldi) la distingue del resto de los aposentos. El público tiene acceso al salón principal, donde hay libros impresos, pero la biblioteca tiene otras salas para manuscritos, impresos y libros prohibidos. A pesar de varios contratiempos, incendios

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incluidos, la biblioteca conserva unos 40.000 volúmenes, entre ellos manuscritos latinos, griegos, hebreos y árabes. Como curiosidad, los libros pueden verse con el lado de las hojas puesto hacia fuera, para que respire el papel, y entre los más valiosos objetos que aquí se conservan se destaca una esfera armilar de Antonio Santucci, de 1582, y las esferas terrestre y celeste de Jean Blaeu, de 1660. A la salida del palacio, hay que detenerse en sus jardines y en la vista que se extiende sobre Madrid y sus alrededores, antes de volver a la plaza del pequeño pueblo para elegir en qué mesa descansar un rato y luego emprender el viaje de regreso. Viaje que puede incluir una parada en el Valle de los Caídos, el discutido monumento querido por Franco después de la Guerra Civil, y que ahora es objeto de revisión en la nueva Ley de la Memoria Histórica impulsada por el gobierno español.

Palacio San Lorenzo de El Escorial

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El Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial es un gran complejo (palacio, monasterio, museo y biblioteca) que se encuentra en San Lorenzo de El Escorial. Situado junto al monte Abantos en la Sierra de Guadarrama, este monumental complejo fue mandado construir por el rey Felipe II para conmemorar la victoria de San Quintín el 10 de agosto de 1557 sobre las tropas de Enrique II, rey de Francia, y para servir de lugar de enterramiento de los restos de sus padres, el emperador Carlos I e Isabel de Portugal, así como de los suyos y los de sus sucesores. El origen arquitectónico de su planta es muy controvertido. La planta parece estar basada en las descripciones del Templo de Salomón del historiador judío-romano Flavio Josefo, modificadas por la necesidad de adaptar esa idea a las necesidades del programa monástico y a las múltiples funciones que Felipe II quiso que albergara el edificio: panteón, basílica, convento, colegio, biblioteca, palacio, etc. Todo ello llevó a duplicar las dimensiones iniciales del edificio. Las principales secciones en que se puede dividir el Real sitio son: La Biblioteca A la cual Felipe II cedió los ricos códices que poseía y para cuyo enriquecimiento encargó la adquisición de las bibliotecas y obras más ejemplares tanto de España como del extranjero. Fue proyectada por el arquitecto Juan de Herrera que, además de la misma, se ocupó de diseñar las estanterías que contiene. Los frescos de las bóvedas fueron pintados por Pellegrino Tibaldi. Dotada de una colección de más de 40.000 volúmenes de extraordinario valor, está ubicada en una gran nave de 54 metros de larga, 9 de ancha y 10 metros de altura con suelo de mármol y estanterías de ricas maderas nobles primorosamente talladas. Arias Montano elaboró su primer catálogo y seleccionó algunas de las obras más importantes para la misma. En 1616 se le concede el privilegio de recibir un ejemplar de cada obra publicada aunque nunca se llegó a cumplir de una forma demasiado rigurosa. La bóveda de cañón del techo de la biblioteca está decorada con frescos representando las siete artes liberales, esto es: Retórica, Dialéctica, Música, Gramática, Aritmética, Geometría y Astrología. Palacio de Felipe II Formado por una serie de estancias decoradas con austeridad, fue el lugar de residencia del rey Felipe II. Situada junto al altar mayor de la Basílica, cuenta con una ventana que permitía al rey seguir la misa desde la cama cuando estaba imposibilitado a causas de la gota que padecía. Basílica Precedida por el Patio de los Reyes, verdadero núcleo central de todo el conjunto, en torno al cual se articulan las demás dependencias.

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Sala de las Batallas Donde en pinturas al fresco se representan las principales batallas ganadas por los ejércitos españoles. Panteón de Reyes Consta de 26 sepulcros de mármol donde reposan los restos de los reyes de las casas de Austria y Borbón, excepto Felipe V y Fernando VI. También reposan los restos de los Reyes de España Don Francisco de Asís de Borbón y de su esposa la Reina Doña Isabel II de España. Las paredes de mármoles de Toledo pulidos están decoradas con adornos de bronce dorado. Los últimos restos depositados en el panteón han sido los del rey Alfonso XIII y su esposa la reina Victoria Eugenia de Battemberg. Panteón de Infantes Finalizada su construcción en 1888, está destinado a príncipes, infantes y reinas que no han sido madres de reyes. Con paredes y pavimentos de mármol blanco, es digno de especial mención el del Infante Don Juan de Austria. Actualmente están ocupados 36 de los 60 nichos de que consta. Salas capitulares Destinadas actualmente a pinturas, eran las salas donde los monjes celebraban sus Capítulos, especie de confesiones mutuas para mantener la pureza de la congregación. Pinacoteca Formada por obras de las escuelas Alemana, Flamenca, Veneciana, Italiana y Española, de los siglos XV, XVI y XVII. Museo de Arquitectura En sus once salas se muestran las herramientas, grúas y demás material empleado en la construcción del monumento, así como reproducciones de planos y documentos relativos a las obras, con datos muy interesantes sobre las mismas. Jardines de los Frailes Mandados construir por Felipe II, que era un amante de la naturaleza, constituyen un lugar ideal para el reposo y la meditación.

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Relicarios Siguiendo uno de los preceptos aprobados por el Concilio de Trento referente a la veneración de los santos, Felipe II dotó al Monasterio de una de las mayores colecciones de reliquias del mundo católico. La colección se compone de unas 7.500 reliquias, que se guardan en 507 cajas o relicarios escultóricos trazados por Juan de Herrera y la mayoría construidos por el platero Juan de Arfe Villafañe. Estos relicarios adoptan las más variadas formas: cabezas, brazos, estuches piramidales, arquetas etc. Las reliquias fueron distribuidas por todo el Monasterio concentrándose las más importantes en la Basílica. En el lado del Evangelio, bajo la protección del Misterio de la Anunciación de María, se guardan todos los huesos de las santas y mártires. En el lado opuesto, en el Altar de San Jerónimo, se sitúan los restos de los santos y mártires. Los restos sagrados se guardan en dos grandes armarios, decorados por Federico Zúccaro, que se encuentran divididos en dos cuerpos; se pueden abrir por delante, para ser expuestos al culto, y por detrás, para poder acceder a las reliquias. La Casita del Infante La Casita del Infante en el Escorial, conocida también como la Casita de Arriba, debe su nombre al Infante Don Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III. Se llevó a cabo entre 1771 y 1773 por el mismo arquitecto que la Casita de Abajo, Juan de Villanueva. Es una pequeña «villa», con jardines de estilo italiano, dispuestos en terrazas descendentes. Desde ellos se disfruta de una de las más bellas vistas del Monasterio. La Casita del Príncipe La Casita del Príncipe o de Abajo fue edificada en 1772 por el arquitecto más importante del neoclasicismo español, Juan de Villanueva, para el Príncipe de Asturias, luego Carlos IV. La composición arquitectónica de este edificio recuerda a la de su obra más célebre, el Museo del Prado en Madrid. Son interesantes las decoraciones neoclásicas realizadas, entre otros, por Ferroni, las sedas y los estucos de mármol y los techos pintados por Vicente Gómez, Mariano Salvador Maella y Francisco Bayeu.

Palacio San Lorenzo de El Escorial

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Palacio San Lorenzo de El Escorial

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BIBLIOGRAFIA

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