los fantasmas del eros agamben

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  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    1/9

    Giorgio Agamben

    LOS FANTASMAS DE EROS

    ENSAYO SOBRE LA MELANCOLIA

    Nar

    ciso

    El

    demonio

    meridiano

    Durante

    toda

    la Eda d Me dia un flagelo

    peor

    que la peste

    que

    infesta los cas tillos las villas y los pa lacios de las

    ciuda

    des del mu ndo se abate sob re la s mo

    radas

    de la vida espiri

    tual pe

    netra

    en las celdas y en los cla ustros de los monaste

    rios en las tebaidas de los

    ermi

    ta os en las trapas de los re

    clusos .

    cedia

    tristitia

    taedium

    vitae

    desidia

    son los

    nombr

    es

    que los pa dres de la iglesia da n a la muerte que eso induce en

    el

    alma

    y aun

    que

    en las listas de las umma e oirtutum et vititi-

    mm

    en las miniat uras de los manuscritos y en las representa

    ciones populares de los siete pecados cap ita les su desolada

    .

    d H.

    El

    pr e

    se nte tex to es un fragmento del l

    ibro / jlll ml jiJII-

    l 1 1111 I/I/

    T orcidrntalr,

    de

    Giorgio gamben

    . Agamben naci en Rom a

    en 1942. ha enseado en Pa r s y Londres y en 1970

    pub

    lic 1 I 0 1 / / ) ' 0 // -

    /1 11/

    .

    El texto se

    reproduce

    con autor izacin de

    Einaudi

    ed itores

    Traduccin de Ida Vitale

    figura p r ~ z en el quinto puesto una antigua trad icin

    hermenutica hace de l el ms leta l de los vicios el nico

    par a el cua l no hay perdn posib le.

    Los padres se lanzan con p

    arti

    cular fervor contra los peli

    gros de est e demonio merid i

    ano

    qu e elige sus vctimas en

    tre los

    homines religiosi

    y los asa lta cuando el sol culmina en el

    horizont e ; y qu iz par a ningu na otra tenta cin del n ima

    sus esc ritos dan muest ra de una tan desp iadada penet racin

    psicolgica y de una tan pun tillosa

    y

    tan helada fenomenolo

    ga :

    La

    mi ra da

    del acidioso

    p 0 ; o lst' S

    i C1IlH

    1l1t'

    en

    la

    \ ( ' n l ;1I1i1

    y.

    con la a n

    lasa .

    r i l l

    ltl im. un-n de qu e viene ,1 visi tarl o;

    l 11 11

    crujido de la

    pllt 'l'l l CI lla sobre di'

    pirs :

    Sie llll una \'()/ y corre l

    asn

    mars a la v('u ta ll a

    par ;1

    m irar: y

    l l l tS eh hiljar a la e;

    e ya

    ha

    vu c li o a scn t.

    us

    donde

    rs ta

    ha,

    l p (' y couluudi d .

    Si lec,

    SI' iuu-rrum p

    inquieto

    y 1I11 .n inu to des

    PU(S se desliz, rn ( 1Sll( IW; st' fl l Il i l la

    ra

    ro n 1.

    1

    man os. eSlirl losdedo s

    25

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    2/9

    y. apart ando los ojos del libro. los detiene sobre la pared; de nuevo los

    pone sobre el libro. adela nta algunas lineas, balbuciendo el final de cada

    palab ra que lee; y mi

    entras se llena la cabeza con clculos ociosos. cuenta

    el

    nmero de las pginas y los folios de los cuadernos ; y se le hacen odio

    sas las letrasy las hermosas miniaturas que tiene ante los ojos, hasta que,

    por ltimo, vuelvea cer ra r

    el

    libro, usndolo comoalmohadnpara su ca

    beza, y cayendo en un sueo breve y no profundo, del cual lo despierta

    una sensacin de carencia y de hambre que debe saciar.

    Apenas este demonio comienza a obsesionar la mente de algn desventu

    rado , insinale dentro horror del lugar en el queseencuentra , fast idio de

    la propia celda y asco de los hermanos que viven con l,que ahora le pare

    cen descuidados y groseros . Lo vuelveinerte para cualquier actividad que

    se desarrolle entre las paredes de su celda , le impide qu

    edar

    se en paz y

    atender a su le

    ctur

    a ; y he aqu que el desdichado comienza a quejarse de

    no extraer ningn goce de la vida conventual, y suspira y gime que su es

    pritu no producir ningn fruto mientras se encuentre donde est ; que

    josamente se proclama inepto para hacer frentea cualqu ier c lculo del es

    pritu y se aflje por esta r vaco e inmvil siempre en el mismo punto, l

    que habra podido ser til a los dems guindolos, y en cambio noha con

    cluido nada ni servido a nadie. Se prodiga en desmesur ados elogios de

    monasterios ausentes y lejanos y evoca los lugares donde podra ser sano

    y feliz; describe cenobios suaves de hermanos y flagran tes de conversacio

    nes espirituales; y, por el contrario, todo lo que tiene al alcance de la

    mano le resulta spero y difcil, sus hermanos carentes de cualquier cuali

    dad e incluso le parece no poderse procurar la comida all sin gran fatiga.

    Al cabo se convence de que no podr esta r bien hasta que no haya aba n

    donado su celda y que, de quedarse,encontrar en ella la muerte. Luego,

    hacia la hora quinta o sex ta le sobreviene una languidez de cuerpo y un

    rabioso apetito de comida , como si estuviese extenuado por un largo viaje .

    o por un duro trabajo, o hu biese ayunado dos o tres das. Ent onces co

    mienza a mirar en derredor, aqu y all, entra

    y

    sale ms veces de la celda

    y pone sus ojos en el sol como si pudiese retardar el ocaso; y, por ltimo,

    invade su mente una enloquecida confusin, semejante al calor que en

    vuelve la tierra , y lo dej a inerte y como vaciado.

    Pero donde la mentalidad alegorizante de los

    padres

    de la

    Iglesia ha fijado magistralmente la alucinada constelacin

    psicolgica de la aceda ha sido en la evocacin del cortejo

    infernal de las liae acediae. Aqulla genera antes que nada

    malitia, el ambiguo e irrefrenable odio-amor hacia el bien en

    cuanto tal , y rencor la rebelda de la mala conciencia frente a

    aquellos que

    exhortan

    al bien;

    pusillanimitas,

    el

    nimo

    pe

    queo y el escrpulo que se retrae turbado ante la dificul

    tad y el compromiso de la existencia espiritual; desp

    eratio

    , la

    oscura y presuntuosa certeza de estar ya condenado antici

    padamente y la complacida profundizacin de la propia rui

    na, hasta e

    punto

    de

    que

    nada, ni siquiera la

    gracia

    divina,

    pueda salvarnos;

    torpor,

    e obtuso y somnoliento

    estupor

    que

    paraliza cualquier gesto que pudiera curarnos; y, por lti

    mo, evagatio mentis, la huida del nimo y el inquieto discurrir

    de fantasa en fantasa manifiesta en la verbositas, e hueco

    discurso vanamente proliferante sobre smismo, en la curiosi-

    tas,

    la insaciable sed de ver por ver que se dispersa en siem

    pre nuevas posibilidades, en e

    instabilitas loeioel propositi

    y en

    e

    importun istas

    mentis la petulante incapacidad de fijar un or

    den y un ritmo al propio pensamiento.

    La psicologa

    moderna

    ha vaciado hasta tal punto e tr

    mino

    aceda

    de su significado original, convirtindolo en un

    pecado contra la tica capitalis ta del trabajo,

    que

    es difcil

    reconocer en la espectacular personificacin medieval de

    demonio meridiano y de sus

    f iliae

    la inocente mezcla de pere

    za y dejadez que estamos habituados a asociar con la imagen

    del acidioso. Sin embargo, como muchas veces ocurre, la

    mala interpretacin y la minimizacin de un fenmeno, lejos

    de significar que nos es remoto y extrao, son indicio, em

    cambio, de una

    proximidad tan

    intolerable como

    para

    tener

    que ser disfrazada y reprimida. Esto es cierto

    hasta

    tal

    punto

    que muy pocos

    habrn

    reconocido en la evocacin patrstica

    de las

    filiae acediae

    las mismas categoras de las

    que

    se sirve

    Heidegger en su famoso anlisis de la trivialidad cotidiana y

    de la ca da en la dimensin annima e inautntica del si

    que ha proporcionado el punto de partida (en verdad no

    siempre a propsi to) para

    innum

    erables cara cterizaciones

    sociolgicas de nuestra existencia en las llam

    adas

    sociedades

    de masas. Y sin embargo, la concor dancia es tambin t

    erm

    i

    nolgica . Evagatio ments se convier te en la fuga y en la di

    de las posibilidades ms autnticas del espritu; ver-

    bositas es la char

    la

    qu e incesantemente disimula lo que

    tendra

    que

    revelar y conservar as el equvoco; curiositases la

    c

    uriosidad, que busca lo nue vo s lo par a volver a salta r

    hacia lo que es todava ms nuevo e, incapaz de preocupar

    se verdad

    eram

    ente por lo que se le ofrece, logra, a travs de

    esta imposibilidad de det enerse (la instabilitas de los Da-

    dre s), la constante disponibilidad de la distraccin. '

    La resurreccin de la sabidura psicolgica

    que

    el medievo

    haba cristalizado en la tipologa de acidioso puede por lo '

    tanto llegar a ser algo ms que un ejercicio aca dmico y, mi

    rada

    de cerca, la mscara repugnante de demonio mer idia

    no revela

    ms

    familiares de lo qu e se podra prever.

    Si examinamos, en efecto, la int

    erpret

    acin

    que

    de la esen

    cia de la aced a dan los doctores de la Iglesia , vemos que no

    est pues ta bajo el signo de la pereza, sino haj o e de la an

    gustiosa tristeza y de la desesperacin. Segn Santo TrJ

    ms, que en la Summa theologicaha recogido las observaciones

    de los padres en una sntesis rigurosa y exhaustiva, es preci

    samente una

    species trstitiae

    y, ms exa

    ctam

    ente, la tri steza

    relacionada con los esenciales bienes de espritu del hom

    bre , es decir con la especial dignidad espir itual que le ha sido

    conferida

    por

    Dios. No aflige al acidioso, pues, el conoci

    miento de un mal , sino por e contrario la consideracin del

    mayor de los bienes : aceda es precisamente el vertiginosu y

    despavorido retraerse

    r

    ece

    ssus

    frente al compromiso de la

    estacin del h

    ombr

    e ante Dios. Por tanto, en la medida en

    que consiste en la fuga horrorizada de aquello que no pucde

    ser eludido de ninguna manera, la ace da es un mal mort al ;

    es, incluso, la enfermedad mortal

    por

    excelencia, cuya de

    sencajada imagen ha fijado Kierkeg

    aard

    en la descripcin de

    la ms temible de sus hijas:

    l a

    desesperacin que es cons

    ciente de ser desesperacin, consciente por lo

    tanto

    de que

    hay un yo en e que existe algo de

    eterno

    y pret ende desespe

    radamente no ser ella misma o ya serlo .

    El sentido de este

    recessus a bono divino,

    de es ta

    huida

    del

    hombre ante la riqueza de sus propias posibilidades espiri

    tuales, contiene en s, sin embargo, una ambigedad funda

    mental, cuyo establecimiento es uno de los ms sorprenden

    tes resultados de la ciencia psicolgica medieval. Que e aci

    dioso retroceda ante su finalidad divina no significa , en los

    hechos ,

    que

    logre olvidarlo o que deje, en realidad, de de

    searlo. Si, en trminos teolgicos, lo qu e le impor ta no es la

    salvacin , sino la

    va

    que a ella

    condu

    ce, en trminos psicol

    gicos, e desistimiento del acidioso no denota uneclipse de

    deseo sino, ms bien, el que su objeto se vuelva inalcanzable:

    la suya es la perversin deunav

    oluntad

    quequiere elobjeto, pero noel

    caminoque la condu a l, y a la vezque desea, lecierrael camino al

    propio deseo.

    Santo Toms

    registra perfectamente la ambigua relacin

    entre la desesperacin y e propio deseo: lo que no anhela

    mas , escribe, no puede ser objeto ni de nuest ra esperanza

    ni de nuestra desesperacin ; y a su equvoca constelacin

    ertica se debe que , en la umma theolgica, la aceda no est

    opues ta a la sollieitu

    do

    es decir , al deseo y al cuidado, sino al

    gaudium,

    es decir a la satisfaccin del espritu en Dios.

    Esta persistencia y exaltacin del deseo ante un objeto que

    l mismo ha vuelto inalcanzable es

    expr

    esada por la ingenua

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

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    caracterizacin popular de Jacopone de Benevento diciendo

    que J aceda toda cosa quie re poseer, pero no quiere fati

    garse ; y Pascasio R

    adb

    erto la os

    cur

    ece con

    una

    de aquellas

    etimologas fant sticas a las cuales los pensadores medieva

    les confiaban sus ms audaces intuiciones especulativas:

    desperntio dicta est, ea quod desit illi pes in via,

    quae

    Chris

    tus est. gradlendi - l a desesperacin es llamada as, por

    que le [al ta el pie par a caminar por la va que es Cristo . De

    tenido en la escandalosa contemplacin de

    una

    meta que se

    le muestra en el mismo ac to en que le es clausurada y que se

    le vuelve ms obsesiva cuanto ms inalcanzable, el acidioso

    se encuentra as en una situacin paradojal en la cual , como

    en el aforismo de Kafka, existe un

    punto

    de llegada, pero

    ning

    n camin

    o

    y desde la cual no hay salvacin, puesto que

    no se puede huir de lo que ni siquiera se

    puede

    alcanzar .

    . Est e desesperado profundizar en el abismo

    que

    se extien

    de

    entre

    el deseo y su inasible objeto ha sido fijado por la ico

    nografa medieval en e tipo de la aceda,

    representada

    como

    una mujer que deja caer desoladamente por tierra la mirada

    y

    abandona

    su cabeza al sostn de la mano, o como un bur

    gus o un religioso que confa su propio desconsuelo al almo

    hadn que el diablo le acerca. Lo que la intencin mnemo

    tcnica del medievo ofreca aqu a la edificacin de contem

    plador

    no era una representacin naturalista del

    sueo

    cul

    pable del desidioso, sino el gesto ejemplar de

    dejar

    caer la

    cabeza y la mirada como emblema de la desesperada parli

    sis del nimo

    ante una

    situacin sin salida. Sin embargo, y

    justamente

    por sta su fundamental contradiccin, la aceda

    carece de una

    polaridad

    negativa. Con su intuicin de la ca

    pacidad de vuelco dialct ico propia de las categoras de la

    vida espiritual,

    junto

    a la tristitia

    mortifera

    (o diabolica otristi-

    tia

    saeculi

    los padres colocan una tristitiasalutfera ( o utilis o

    secundum

    deum que es obradora de salvacin y ureo est-

    mulo del a lma y, como tal, no ha de ser considerada como

    vicio sino como virtud . En la esttica ascensin de la Scala

    Paradisi

    de Giovanni Climaco, el sptimo grado est ocupa do

    por el luto que crea alegra , definido como una tri steza

    del alma y una afliccin del corazn que busca siempre

    aquello de lo que est ardientemente sedienta; y, hasta ser

    privada de ello ansiosamente lo persigue y con aullidos y la

    mentos le va detrs si le huye .

    Precis

    am

    ente la ambigua pol

    arid

    ad negativa de la aceda

    se convier te as en la levadura dialcti ca capaz de cambiar la

    privacin en posesin. Puesto que su deseo permanece j ado

    en aquello que se ha vuelto inaccesible, la aceda noesslouna

    fugade sino incluso una huida para que comunica con su

    objeto medi ante la forma de la negacin y de la carencia.

    Como en aquellas figura s ilusorias que pueden ser int

    erpr

    e

    tadas de una manera o de otra,as cada uno de sus rasgos d i

    buja en su concavidad la plenitud de aquello de lo que se

    aparta y cada gesto que realiza en su huid a da fe de la p

    erdu-

    racin del vnculo que la relaciona con aqu ello.

    En cuanto su tortuosa intencin abre un espacio a la epifa

    na de lo inasible, el acidioso da testimonio de la oscura sabi

    dura

    segn la cual slo se ha concedido la esperanza para

    quien no tiene esperanza y slo para quien en ningn caso

    podr alcanzarlas han sido establecidas las metas . Hasta

    este punto es dialctica la naturaleza de su

    demonio

    meri

    diano .

    Como

    la enfermedad mortal que encierra en s mis

    ma la pos ibilidad de su propia curacin, tambin de ella se

    puede decir que l a mayor desgracia es no haberla nun ca te

    nido

    .

    Melancola

    En la serie de los cuatro humores del cuerpo

    humano

    , que

    un aforismo del

    Rgimen

    sanitatis palermitano condensa en

    tres versos:

    Quatuo r humores in humano corpor e constant:

    San gui s cum cholera, phlegma, melan choli a.

    Terra

    melancholia, aqua phlegma, aer sanguis, cholera ignis.

    la melancola, o bilis negra (-Irt, sri) , es aquello cuyo de

    sorden

    puede

    producir las ms nefastas consecuencias. En la

    cosmologa medieval de los humores, est asociada tradicio

    nalmente a la t ierra, al otoo (o al invierno) , al elemento se

    co, al fro, a la tramontana, al color negro , a la vejez (o a la

    madurez), y su planeta es

    Saturno

    , entre cuyos hijos el me

    lanclico encuentra un lugar junto al ahorcado , al cojo, al al

    deano, al que juega al azar, al religioso y al porquerizo. El

    sndrome fisiolgico de la

    abundant

    ia melancholiae incluye e

    ennegrecimiento de la piel, de la san gre y de la orin a, el en

    durecimiento del pulso , la sequedad de vientre , la flatulen

    cia , la eru

    cta

    cin cida , e silbido en el odo izquierdo, la

    const ipacin o el exceso de heces, los sueos tenebrosos, y

    entre las enfermedades que puede aparejar figuran la histe

    ria, la demencia, la epilepsia, la lepra, las hemorroides, la

    sarna

    y la mana suicida. En consecuencia, el temperamento

    que deriva de su prevalecer en el cuerpo hum ano est pre

    sentado bajo una luz siniestra : el melanclico es pexime

    U1I -

    plexionatus t r i ste , envidioso, malvado, vido, fraudulento,

    timorato y terroso.

    Sin embargo , una antigua tradi cin asociaba precisamen

    te al ms desdi chado de los humores el ejercicio de la poesa ,

    de la filosofa y de las artes. P or qu , dice uno de los ms

    extravagantes probl

    emata

    aris totlicos , los hombres que se

    han

    distinguido en la filosofa, en la vida pbli ca, en la poe-

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    4/9

    ntonello da Messina an ernimo en su celda

    ; ;

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    5/9

    sa o en las artes son melanclicos, y algunos hasta el punto

    de sufrir de los morbos que provienen de la bilis negra? La

    respuesta que dio Aristteles a esta cuestin seala el punto

    de

    partida

    de un proceso dialctico durante el cual la doctri-

    na del genio se enlaza indisolublemente a aquella del humor

    melanclico en la fascinacin de un complejo simblico cuyo

    emblema se ha fijado ambigamente en el ngel alado de la

    el n

    cola de Durero:

    Aquellos cuya bilis es abundante y fra, se vuelven torpes y extraos ; pero

    otros que la tienen abundante y caliente, se vuelven maniticos y alegres,

    muy enamorados y fciles de apasionar . .. Y muchos, puesto que elcalor

    de la bilis est cercano a la sede de la inteligencia, son presa de furor y en-

    tusiasmo, como ocurre con las Sibilas y las Bacantes y con todos aquellos

    que estn inspira dos por los dioses, loscuales estn hechos as no por un

    morbo sino por un temperamento natural. De este modo

    Maraco

    Siracu-

    sano nunca era tan buen poeta como cuando estaba fuera de s. aque-

    llos en los cuales el calor afluye hacia el medio, son tambin ellos melan-

    clicos, pero ms sabios y menos excntricos,y superan a los dems hom-

    bres, quin en las letras, quin en las arte s, quin en la vida pblica.

    Esta doble polaridad de la bilis negra y su enlace con la pla-

    tnica mana divina fue recogida y desarrollada con parti-

    cular fervor por aquella

    cur

    iosa mezcla de secta mstica y de

    cenculo de vanguardia que , en la Florencia de Lorenzo el

    Magnfico, se reuna en torno de Marsilio Ficino . En el pen-

    samiento de Ficino, que reconoca tener un temperamento

    melanclico y cuyo horscopo mostraba Saturnum in

    Aquario ascendentem , la rehabilitacin de la melancola

    iba unid a al ennoblecimiento del influjo de Saturno, que la

    tradicin astrolgica asociaba el temperamento melanclico

    como el ms maligno de los planetas, en la intuicin de una

    polaridad de los extremos en la cual coexistan frente a frente

    la ruinosa experiencia de la opacidad y la esttica ascencin

    a la contemplacin divina. Dentro de esta perspectiva, el in-

    flujo elemental de la tierra y el astral de Saturno se unan

    par a conferirle al melanclico una natural propensin al re-

    cogimiento interior y al conocimiento contemplativo:

    La naturaleza del humor melanclico sigue la calidad de la tierra, que no

    se dispersa tanto como los dems elementos, sino que se concentra ms

    estrechamente en s misma ... tal es tambin la naturaleza de Mercurio y

    de Sat urno, en virt ud de la cua l los espritus, recogindose en el centro,

    reclaman el avance del nima de aquello que lees extraoa aquello que le

    es propio, la fijan en la contemplacin y la disponen a penet rar el centro

    de las cosas.

    As el dios canbal y castrado, que la im gerie medieval repre-

    sent aba cojo y en el acto de blandir la hoz segadora de la

    muerte, se converta ahora en el signo bajo cuya equvoca

    dominacin la ms noble especie de hombres, la de los reli-

    giosos contemplativos , destinada a la investigacin de los

    supr

    emos misterios, encontraba su sitio junto a la fila zafia

    y material de los desventurados hijos de Saturno.

    No es fcil precisar en qu momento la doctrina moral del

    demonio meridiano sale de los claustros para unirse con el

    antiguo sndrome mdico del temperamento atrabiliario. Es

    verdad que cuando el tipo iconogrfico del acidioso y el del

    melanclico aparecen fusionados en las ilustraciones de los

    calendarios y de los almanaques populares a fines del medie-

    vo, ya el proceso deba haberse iniciado tiempo

    atrs

    y slo

    el mal entendimiento de la aceda , identificada con su tardo

    disfraz como s ueo culpable del perezoso, puede explicar

    el escaso puesto

    que

    Panofsky y Saxl

    han

    reservado a la lite-

    ratura patrstica sobre el demonio meridiano en su tenta-

    tiva de reconstruir la genealoga de la Melan

    col

    dureriana.

    y

    de este mal entendimiento se debe incluso la errnea opi-

    nin (repetida tradicionalmente por todos aquellos que se

    han ocupado de este problema) segn la cual la aceda tena

    en el medievo una valoracin puramente negativa. Se puede

    suponer, por el contrar io, que precisamente el descubri-

    miento patrstico de la doble polaridad de tristitia acedia

    pudo contribuir a preparar el terreno para la revaloracin

    renacentista del temperamento atrabiliario en el mbito de

    una visin en la cual el demonio meridiano como tentacin

    del religioso, y el humor negro como enfermedad especifica

    del tipo humano contemplativo, deban aparecer como asi-

    milables y en los cuales la melancola, sometida a un gradual

    proceso de moralizacin, se presentaba, por as decirlo,

    como la herencia laica de la tristeza claustral .

    En la edicin dellanima de Ugo di San Vittore el proceso

    de transfiguracin alegrica de la teora de los humores apa-

    rece, complementariamente,

    junto

    . Si todava en Hildegard

    von Bingen la polaridad negativa de la melancola se inter-

    pretaba como el signo de la cada original, en Ugo el humor

    negro se identifica ahora, en cambio, con la tristiti utilisen

    una perspectiva en la cual la patologa humoral se vuelve el

    vehculo corpreo del mecanismo soteriolgico :

    El alma humana adopta cuatro humores : como sangre, la dulzura, como

    bilis roja, la amargura, como bilis negra, la tristeza ...

    a

    bilis negra es

    fra y seca, pero hielo y sequedad pueden interpretarse o en elbuen senti-

    do o en el malo .. . Ella vuelve a los hombres ya somnolientos, ya vigilan-

    tes, es decir, o graves de angust ia, o vigilantes y atentos a los deseos celes-

    tes. .. Si tuvisteis a travs de la sangre la dulzura dela caridad, tened aho-

    ra a travs de la bilis negra, o melancolla , la tristeza por los pecados .

    Slo en relacin con esta recproca compenetracin de ace-

    da y melancola, que mantena intacta su doble polaridad

    en la idea de un riesgo mortal dentro de la ms noble de las

    intenciones humanas, o de una posibilidad de salvacin es-

    condida en el peligro ms extremo, podemos comprender

    porqu en los escritos del jefe de la escuela mdica salernita-

    na, Constantino Africano , figura entre las causas ms im-

    port antes de la melancola el anhelo de ver el sumo bien

    de los religiosos y por qu , por otra parte, un telogo como

    Guillermo d Auvergne pueda afirmar sin rodeos que en su -

    poca muchsimos hombres muy pos y religiossimos desea-

    ban ardientemente elmorbo melanclico . En la tenaz voca-

    cin contemplativa del temperamento saturnino revive el

    Eros perverso del acidioso, que mantiene fijo en lo inalcan-

    zable su propio deseo.

    Eros melanclico

    La misma tradicin que asocia el temperamento melancli-

    co a la poesa , a la filosofa y al arte, le at ribuye una exaspe-

    rada inclinac in al eros. Aristteles, despus de haber afir-

    mado la vocacin genial de los melanclicos, pone a la luju-

    ria entre sus caracteres esenciales :

    El

    temperamento de la bilis negra

    scribe

    tiene la naturaleza del so-

    plo.. . De ah que, en general, losmelanclicos sean intemperantes, por-

    que incluso el acto venreo tiene la naturaleza del soplo. La prueba est

    en que el miembro viril se hincha repentinamente porque sellena devien-

    to.

    A

    partir

    de ese momento el desorden ertico figura entre los

    at ributos tradicionales del humor negro , y si, del mismo mo-

    do, tambin el acidioso es representado en los tratados me-

    dievales sobre los vicios como ql o v o ~ y Al-

    cuino puede decir de l que se entorpece los deseos car-

    nales , en la interpretacin muy moralizada de la teora de

    los humores de Hildegard von Bingen el Eros anormal del

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    6/9

    Acualquier parte donde seinclina la asidua intencin del alma, all aflu

    yen tambin los espritus, que son el vehculoy los instrumentos del alm...

    Los espritus son producidos en el corazn con la parte ms sutil de la

    sangre. Elalma del amante es arrastrada hacia la imagen del amado ins

    crita en la fantasa y hacia el

    amado

    mismo. Allson atraldos tambin los

    espritus en su obsesivovuelo, se agotan. Por esto es necesario un cons

    'tante refuerzo de sangre'pura para recrear los esp ritus consumidos, alll

    donde las partlculas ms delicadas ytransparentes de la sangre seexha

    lan cada dla para regenerar a los espritus. A causa de esto se disuelve la

    sangre ms

    pura

    y clara y slo queda la sangre impura, espesa, rida y '

    negra . Entonces el cuerpo seseca y agota, Ylos amantes sevuelven melan

    clicosEs pues la sangre

    seca, espesa y negra la que produce la melanco

    lIa o bilis negra, que llena la cabeza con sus vapores, ardece el cerebro y

    oprimesin descanso, dla y noche, el nimacon ttricas

    y

    espantosas visio- .

    nes. .. Por haber observado este fenmeno, los indicos de la antigedad '

    afirmaron que el amor es una pasin cercana al morbo melanclico. El

    mdico Rasis prescribe, por ello, para

    curar, elcoito, elayuno, la embria

    guez, caminar. :.

    . l l ~ v a r su inteligencia ms

    all

    del espacio y de la grande

    za .

    Aqu

    no se trata simplemente, como se ha credo de un

    lmite estt ico de la estructura mental de los melanc licos

    que los excluye de la esfera metafsica sino ms bien de un

    l ~ i

    dialctico q u ~ .

    cobra sentido

    respecto al impulso

    eronco de transgresin que transforma la intencin contem

    plativa en concupiscencia de fusin . Por lo tanto la inca

    pacidad ?e concebir lo incorpreo y el deseo de h a c ~ r l o obje

    to de

    fusin

    son las dos caras del mismo proceso,

    durante

    el

    cual se revela que la tradicional vocacin contemplativa del

    melanclico est expuesta a un trastorno del deseo que la

    amenaza desde dentro.

    Es curioso que esta constelacin ertica de la melancola

    se les haya escapado tan

    tenazmente

    a los estudiosos que

    han tratado de

    trazar

    la genealoga y los significados de la

    Melancola

    de Durero.

    Cada interpretacin

    que prescinda de

    la fundamental pertinencia del humor negro en la esfera del

    deseo ertico, pertinencia que radica en que puede descifrar

    una por.una las figuras inscritas en su recinto,

    est

    condena

    da a

    pasar

    de largo junto al misterio que se ha fijado emble

    mticamente en esta imagen. Slo si se

    comprende

    que est

    puesta

    bajo

    el signo de Eros es posible velar y, a la vez, deve

    lar

    el secreto,

    cuya

    intencin alegrica va

    totalmente

    por de

    bajo del espacio entre Eros y sus fantasmas .

    melanclico

    toma

    directamente el aspecto de un

    trastorno

    sdico y ferino:

    (los melanclicos) tienen grandes huesos que contienenpoca mdula, que

    adems arde

    tan

    fuerte, que son incontinentes con las mujeres comovbo

    ras ... son excesivas en su lujuria y sin medida con las mujeres como as

    nos, tanto que si cesaran en su depravacin fcilmente se volveran lo-

    cos su abrazo es odioso,tortuoso y mortfero como elde loslobos rapa-

    ces tienen comercio con las hembras y no por eso dejan de odiar las.

    Pero el nexo

    entre amor

    y melancola tena desde hada tiem

    po su fundamento terico en una tradicin mdica que con

    sidera constantemente amor y melancola como enfermeda

    des afines, si no idnticas.

    Dentro

    de esta tradicin, que apa-

    rece ya cumplidamente

    articulada

    en el

    Viaticum

    del mdico

    rabe

    Haly

    Abbas (que, a travs de la traduccin de Cons

    tantino

    Africano, influy profundamente en la medicina eu

    ~ o p medievalj. el amor, que aparece con el

    nombre

    de amor

    heteos o

    a OT

    heTOY US y la melancola, estn catalogados

    entre

    las enfermedades de

    la

    mente en rbr icas cont iguas y a ve

    ces, como en el SpeculuTT doctnnale de Vicente de Beauvais, fi

    guran

    directamente' bajo la misma rbrica: d e melancolia

    nigra et canina et de amore

    qui

    ereos

    dicitur

    .

    Esta

    sustan

    cial proximidad de.las patologas ertica y melanclica est

    expresada en el

    De amore

    de Ficino. El proceso mismo del

    enamoramiento se convierte

    aqu

    en el mecanismo que viola

    y subvierteel equilibrio humoral, miefttras, para el converso,

    la encarnizada obsesin contemplativa del melanclico lo

    impulsa fatalmente a la

    pasin

    amorosa. La soberbia

    s n t e

    figural que resulia de ello y que hace

    asumir

    a Eros los oscu

    ros trazos saturninos del ms siniestro de los temperamentos

    deba seguir

    actuante

    ' por siglos en lasimgenes populares

    del

    enamorado

    melanclico,

    cuya

    enflaquecida

    y ambigua

    caricatura

    ha mucho tiempo que aparece entre los emblemas

    del humor negro en el frontispicio de los tratados sobre la

    melancola del seiscientos: .

    En el mismopasaje, el

    carcter

    propio de eros melanclico es

    identificado por Ficino con una dislocacin y un abuso: es-

    to suele acaecerle , escribe, a aquellos que abusando del

    amor transforman

    lo que respecta a la contemplacin en de

    seo de fusin . La intencin ertica que desencadena el de

    sorden melanclico se presenta aqu como la que pretende

    poseer y tocar lo que slo debera ser objeto de contempla

    cin; la trgica insania del temperamento saturnino encuen

    tr a

    as su raz

    en

    la nt ima contradiccin de un gesto

    que

    quiere asir lo inasible. En esta perspectiva se

    interpreta

    el

    pasaje de

    Enrique

    de Gand que Panofsky relaciona

    con

    la

    imagen de Durero y segn la cual los melanclicos no

    pue-

    den concebir lo incorpreo en cuanto tal, porque no

    saben

    objeto perdido

    En 1917 aparece en el Internationale Zeitschrift fr Psy

    choanalise

    (vol. IV) el ensayo

    titulado ut

    y

    melancola

    uno

    de los raros textos en que Freud enfrenta

    temticamente

    la

    interpretacin psicoanaltica del antiguo complejo humoral

    saturnino. La distancia que separa al psicoanlisis de las l

    timas ramificaciones de la

    medicina humoral

    del mil seis

    cientos coincide

    con

    el nacimiento y desarrollo de la moder

    na ciencia psiquitrica, que clasifica la melancola entre las

    formas graves de enfermedad

    mental;

    de ah que no deje de

    sorprendernos el encontrar, en el anlisis freudiano del me

    canismo de la melancola, aunque naturalmente traducidos

    al lenguaje de la lbido, dos elementos que tradicionalmente

    aparecan

    en las descripciones patrsticas de la acedia y en la

    fenomenologa del

    temperamento

    atrabiliario, cuya persis

    tencia en el texto freudiano testimonia la extraordinaria fije

    za en el tiempo de la constelacin melanclica : el abandono

    del objeto y el ret irarse en s

    misma

    de la intencin contem

    plativa.

    .Segn

    Freud, en efecto, el mecanismo dinmico de la me

    lancola

    toma

    sus caracteres esenciales en

    parte

    del lutoy en

    parte de la regresin narcsstica. Como en el luto, la lbido

    responde a la prueba de la realidad que muestra que la per

    sona amada ha dejado de existir, fijndose en

    cada

    recuerdo

    yen

    cada objeto relacionados con ella; tambin la melanco

    la es una reaccin a la

    prdida

    de un objeto de amor, de lo

    que no se desprende, sin embargo, pese a lo que se

    podra

    es

    perar, una transferencia de la lbido hacia un nuevo objeto,

    sino un retraerse en el yo, narcssticarnente identificado con

    , el objeto perdido. Segn la concisa frmula de Abraham, cu

    yas conclusiones, en su estudio sobre la melancola, publica

    do cinco aos antes, const ituyen la base de la indagacin de

    Freud:

    despus

    de haber sido retirado del objeto, la identi

    ficacin libdica regresa al yo y, simultneamente, el objeto

    es incorporado al

    yo .

    Sin embargo, en relacin al proceso gentico del luto, la

    melancola representa en su origen una circunstancia parti

    cularmente

    dificil de explicar. En efecto,

    Freud

    no esconde

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    7/9

    Rubens: erclito mel n li o fragmento

    su embarazo ante la irrefutable comprobacin de que, mien

    tras que el luto sucede a una prdida realmente sobrevenida,

    en la melancola no slo no est nada claro qu es lo que se

    ha perdido, sino que ni siquiera es seguro realmente que

    haya habido una prdida de la que se pueda hablar. Hay

    que adm itir

    escribe

    con cierta incomodidad- que se ha

    producido una prdida, pero sin llegar a saber qu se ha per

    dido , y tratando de atenuar la contradiccin por la que ha

    bra una prdida pero no un objeto perd ido, habla poco des

    pus de una prdid

    desconocida , o de una prdida obje

    tual que escapa a la conciencia . El examen del mecanismo

    de la melancola, as como est descrito por Freud y por

    Abraham, muestra, en efecto, que el receso de la libido es el

    dato original , ms all del cual no es posible remontarse; de

    modo que, queriendo mantener la analoga con el luto, ha

    bra que decir que la melancola ofrece la paradoja de una

    intencin luctuosa que precede y anticipa la prdida del ob

    jeto. El psicoanlisis parece haber llegado aqu a conclusio

    nes muy similares a aquellas a las que haba arribado la in

    tuicin psicolgica de los padres de la Iglesia, que conceban

    la aceda como receso de un bien que no haba sido perdido e

    interpretaban la ms terrible de sus hijas, la desesperacin,

    como anticipacin del no cumplimiento y de la condena. Y

    como el receso no proviene de un defecto, sino de una conci

    tada

    exacerbacin del deseo que vuelveinaccesible el propio

    objeto en su desesperado intento de asegurarse contra su

    prdida y de adherirse a l al menos en su ausencia, se dira

    que la retraccin de la libido melanclica no tiene otro fin

    que el de hacer posible una apropiacin en una situacin en

    la que , en realidad, no es posible ninguna posesin. Desde

    esta perspectiva, la melancola no seria tanto la reaccin re

    gresiva hacia la prdida del objeto de amor como la capaci

    dad

    fantasm tica

    de hacer aparecer como perdido un objeto

    inapropiable. Si la lbido se conduce o osi hubiese ocurrido

    una prdida, aunque en realidad

    nada

    se haya perdido, es

    porque est montando una simulacin en cuyo mbito lo

    que no poda perderse porque nunca sehaba posedo apare

    ce como perdido y lo que no poda poseerse porque, quiz,

    nunca haba sido real, puede pasar a ser propiedad en cuan

    to objeto perdido. En este punto, se vuelve comprensible la

    ambicin especifica del ambiguo proyecto melanclico, que

    la analoga con elmecanismo ejemplar del luto haba en par

    te desfigurado y vuelto irreconocible y que con mucha razn

    la antigua teora humoral identificaba con la voluntad de

    transformar en objeto de abrazo lo que slo habra debido

    ser objeto de contemplacin. Recubriendo su objeto con los

    fnebres adornos del luto, la melancolia leconfiere la fantas

    magrica realidad de lo perdido; pero en cuanto es luto por

    un objeto no apropiable, su estrategia abre un espacio a la

    existencia de lo irreal y delimita una escena en la cual el yo

    puede entrar en relacin con l e intentar una apropiacin

    que ninguna posesin podra equiparar y ninguna prdida

    asediar.

    Siesto esas, si lamelancola logra apropiarse de su objeto

    slo en la medida en que afirma su prdida, se comprende

    entonces porqu Freud qued tan impresionado con la am

    bivalencia de la intencin melanclica, hasta convertirla en

    uno de sus caracteres esenciales. La tenaz batalla que elodio

    yel amor libran en torno al objeto uno para separar de l la

    lbido, otro para defender del ataque esta posicin de la libi

    do , coexisten en la melancola y se ajustan en uno de aque

    llos compromisos que slo son posibles bajo el dominio de

    las leyes del inconsciente y cuya individualizacin es una de

    las adquisiciones ms fecundas que el psicoanlisis ha deja:

    do en herencia a las ciencias del espritu.

    Como en la

    erleugnung

    fetichista, en el conflicto entre la

    percepcin y la realidad, que lo obliga a renunciar a su fan

    tasma, y su deseo que lo insta a negar la percepcin, el nio

    no hace ni una cosa ni otra , o ms bien hace las dos simult

    neamente, desmintiendo, por un lado, la evidencia de su.per

    cepcin y reconociendo, por otra, la realidad mediante la

    asuncin de un sntoma perverso; as, en la melancola, el

    objeto no sufre apropiacin ni es perdido, sino ambas cosas a

    la vez. Y como el fetiche es, a la vez, el signo de algo y de su

    ausencia, y debe a esta contradiccin su propio estatuto fan

    tasmal , as el objeto de la intencin melanclica es a la vez

    real e irreal, incorporado y perdido, afirmado y negado. No

    esde asombrarse que Freud haya podido hablar, a propsito

    de la melancola, de

    un triunfo del objeto sobre el yo, pre

    cisando que el objeto ha sido, s, suprimido, pero se ha

    mostrado ms fuerte que el y

    o

    . Curioso triunfo, que consis

    te en triunfar a travs de lapropia supresin: y, sin embargo,

    precisamente en el gesto de abolir el melanclico manifiesta

    su fidelidad extrema al objeto.

    Desde esta perspectiva se entiende incluso el sentido de la

    correlacin que Freud (tras las huellas de Abraham) esta

    blece entre la melancola y l a fase oral o canibalistica de la

    evolucin de la libido , en la cual el yo aspira a incorporarse

    el propio objeto devorndolo, como la singular obstinacin

    con la que la psiquiatra legal del ochocientos clasifica como

    formas de melancola los casos de canibalismo que llanan de

    horror las crnicas criminales de la poca . La ambigedad

    de la relacin melanclica con el objeto se asimilaba as a la

    manducacin canibalistica que destruye y a la vez incorpora

    elobjeto a la lbido; y detrs de los ogros melanclicos de

    los archivos legales del ochocientos vuelve a levantarse la

    sombra siniestra del dios que se traga a sus hijos, de aquel

    Cronos-Saturno cuya tradicional

    asociac n

    con la melanco

    la encuentra aqu un fundamento ulterior en la identifica

    cin de la incorporacin fantasmtica de la lbido melancli-

    ~ i i i i i i i i i

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    8/9

    ca con la comida homofgica del depuesto monarca de la

    edad de oro.

    os f nt sm s de

    Eros

    En su ensayo sobre Lutoy melancola Freud apunta apenas el

    eventual carcter fantasmal del proceso melanclico, obser

    vando que la revuelta contra la prdida del objeto de amor

    puede alcanzar el punto en que el sujeto se

    aparta

    de la rea

    lidad y se aferra al objeto perdido gracias a una psicosis alu

    cinatoria del deseo . Es necesario remitirse, por lo tanto, a

    su Complemento

    metapsicolg

    ico a la doctrina de lossueos (que en

    trara a formar parte, con el ensayo 'sobre lamelancola.jun

    to al cual fue publicado, del proyectado volumen de Prepara-

    cin

    de

    una metapsicologa

    para encontrar esbozada, paralela

    mente a un 'anlisis del mecanismo del sueo,

    una

    indaga

    cin sobre el proceso por el cual los fantasmas del deseo lo

    gran eludir aquella institucin fundamental del yo, que es la

    prueba de la realidad; y penetrar en la conciencia. Segn

    'Freud, en el desarrollo de la vida psquica, el yo pasa en los

    hechos

    por

    un estadio inicial en el que todava no dispone de

    una facultad que le permita diferenciar las percepciones rea

    les de las imaginarias:

    Al comienzo nuestra vida pslquica

    -escribe-

    cada vez que sentimos

    la necesidad de un objeto apto para sat isfacernos, una alucinacin nos lo

    hacia creer realmente presente: Pero en este caso, no sobrevenla la espe

    rada satisfaccin y elfracaso debla pronto incitarnos a crear una organi

    zacin capaz de hacernos distinguiruna similar percepcin de deseo de la

    realidad verdadera y propia y ponernos a continuacin en condicionesde

    evitarla. En otros trminos , hemos abandonado precozmente la sat isfac-'

    cin alucinatoria del deseo y construido una especie de pruebade la reali

    En algunos casos, todava, la prueba de la realidad puede ser

    eludida o puesta temporalmente fuera de juego. Es lo que

    ocurre en la psicosis alucinatoria del deseo, que se presenta

    como reaccionante una prdida que la realidad afirma pero

    que el yo tiene que negar por no poder soportarla :

    El yo rompe ahora sus lazos con la realidad y retrae su propio choque al

    sistema consciente de las percepciones. A travs de esta anulacin de lo

    real la prueba de la realidad esevitada y los fantasmas del deseo, perfec

    tamente conscientes, sin destitu ir. pueden penetrar en la conciencia y ser

    aceptadas como realidades mejores. \

    Freud, que en ninguno de sus escritos ha elaborado una ver

    dadera y apropiada teora orgnica del fantasma, no precisa

    en qu parte sta se desarrolla en la dinmica de la intros

    peccin melanclica. Sin embargo,

    una

    antigua y tenaz tra

    dicin consideraba el sndrome del humor negro tan estre

    chamente ligado

    auna

    -morbosa hipertrofia de la facultad

    fantstica, que se puede decir que slo si se le coloca dentro

    del complejo de la teora medieval del fantasma es posible

    entender plenamente todos sus aspectos. Y es probable que

    el psicoanlisis contemporneo, que ha revalorado el papel

    del fantasma en los procesos psquicos y parece adems que

    rer considerarse cada vez ms.explcitamente como una teo

    'ra general del fantasma, encontrara un punto de referencia

    til en una

    'doctrina que, con muchos siglosde anticipacin,

    haba concebido a Eros como un proceso esencialmente fan

    tasmal, otorgndole al fantasma una parte importante en la

    vida del espritu. La fantasmologa medieval naca de

    una

    convergencia de la teora de la imaginacin de origen aristo

    tlico, con la doctrina neoplatnica del pneuma como ve

    hculo del nima, la teora mgica de la fascinacin y aquella

    mdica de los influjos entre espritu y cuerpo. Segn este

    multiforme complejo doctrinal, que se encuentra ya diversa

    mente anunciado en la Teologa pseudoaristotlica, en el Li

    berdespirituetanima de Alquero y en el einsomn iis de Sinesio

    la fantasa ,( , ;

    q

    a.J ta.CLxo J lt JEJ l a ,

    tus phantasticus se concibe como una especie de cuerpo sutil

    del alma que , Situado en la

    punta

    extrema del

    alma

    sensible

    recibe las imgenes de los objetos, forma los fantasmas de los

    sueos y, en determinadas circunstancias, puede separarse el

    cuerpo para establecer contactos y visiones sobrenatura

    les; es, por lodems , la sede de las influencias astrales, el ve

    hculo de los influjos mgicos

    y

    como quid m

    ediu

    m entre cor

    preo e incorpreo, permite

    dar

    razn de toda una serie de

    fenmenos , de otro modo , inesplicables, como la accin de

    los deseos maternos sobre la materia blanda

    del feto, la

    aparicin

    de los demonios y el efecto de los fantasmas de

    acoplamiento sobre el miembro genital. La misma teor a

    permita tambin explicar la gnesis del

    amor

    ; sobre todo,

    no es posible comprender el ceremonial amoroso que la lri

    ca trovadoresca y los poetas del dolce stil novodejaron en he

    rencia a la poesa occidental moderna, si no se tiene en cuen

    ta que desde los orgenes se presenta como un

    pro

    ceso fan

    tasmal. No un cuerpo externo, sino una imagen interior, es

    decir el fantasma impreso, a travs de la mirada, en los esp

    ritus fantsticos, y el origen y el objeto del enamoramiento; y

    slo la

    atenta

    elaboracin y la descomedida contemplacin

    de este fantasmal simulacro mental se consideraba que te

    nan la capacidad de generar una autntica pas in amorosa.

    Andrea Cappellano, cuyo eamore est considerado como la

    teorizacin ejemplar del amor corts, define as el amor

    como Immoderata cogitatio del fantasma interior y agre

    ga que ex sola cogitatione... passio illa procedit.

    No sorprender entonces,

    dada

    la fundamental pertinen

    cia del

    humor

    negro en el proceso ertico, que el sndrome

    melanclico est desde el origen tradicionalmente unido a la

    prctica fantasmal. Las imaginationes malae hace mucho

    que aparecen en la literatura mdica entre los signa melan

    coliae en posicin tan eminente, que puede decirse que el

    morbo atrabiliario se configuraesencialmente, segn la ex

    presin del mdico paduano Girolamo Mercuriale, como un

    vitiurn corruptae imaginationis. Ya Lulio menciona la afi

    nidad entre la melancola y la facultad imaginativa, preci

    sando que los saturninos a langa accipiunt per ymaginacio

    nem, que

    cum

    melancolia maiorem habet concordiam quam

    cum alia compleccione; y en Alberto Magno se encuentra

    escrito que los melanclicos multa

    phantasm

    ata inve

    niunt

    porque el vapor seco retiene ms slidamente las

    imgenes. Pero, una vez ms, es en Ficino y en el neoplato

    nismo florentino que la capacidad de la bilis negra de dete

    ner y fijar los fantasmas es afirmada en el

    mb

    ito de una teo

    ra mdico-mgico-filosfica que identifica explcitamente la

    contemplacin amorosa del fantasma con la melancola, que

    correspondera al proceso ertico precisamente por una ex

    cepcional disposicin fantasmal. Si en la

    Teologa

    platnicase

    lee que los melanclicos, a causa del humor trreo fijan con

    sus deseos ms establemente y ms eficazmente la fantasa ,

    en el pasaje arriba citado del eamare ficiniano, el obsesivo y

    enervante precipitarse de los espritus vitales en tono del fan

    tasma

    impreso en los espritus fantsticos caracteriza, a la

    vez, el proceso ertico y el desencadenamiento del sndrome

    atrabiliario. Desde esta perspectiva, la melancola resulta

    esencialmente un proceso ertico empeado en un ambiguo

    comercio con fantasmas;

    ya

    la doble polaridad, demoniaco

    mgica y anglico-contemplativa de la naturaleza del fantas

    ma sedeben tanto la funesta tendencia de los melanclicos a

    la fascinacin necrornntica como su aptitud para la ilumi

    nacin esttica.

  • 8/10/2019 Los Fantasmas Del Eros Agamben

    9/9

    Grabado del siglo

    X

    : sp rtilio

    La influencia deesta concepcin que relacionaba indisolu

    blemente el temperamento saturnino con la frecuentacin

    delfantasma se extiende muy pronto fuera de su mbito ori

    ginal y es evidente en un pasaje del Trattatodelta

    nob

    ilt delta

    pittur de Romano Alber ti que ha sido citado a menudo a

    propsito de la historia del concepto de melancola sin re

    gistrar que ms de cuatro siglos antes que el psicoanlisis

    echaba las ba ses de una teora del .arte considerada como

    una operacin fantasmal :

    Los pintores se vuelven melanclicos - escribe Romano Alberti- por

    que queriendo imitar es necesario que retengan los fantasmas fijosen el

    intelecto a fin de que despus los expresen de aquel modo como lo ha

    ban visto en presencia; y esto no slo una vez sino continuamente sien

    do ste su ejercicio; por lo que de tal modo tienen la mente abstrada

    y

    separada de la materia que consecuentemente de ello vienela melanco

    la la cual sin embargo dice Aristteles que significa ingenio pruden

    cia porque como l mismo dice casi todos los ingeniosos

    y

    prudentes

    han sido melanclicos.

    La tradicional asociacin de la melancola con la actividad

    ar t stica encuentra aqu su justificacin precisamente en la

    exacerb ada prctica fantasmal que constituye su rasgo co

    mn

    . Ambas se ponen bajo el signo del Spiritusphanta

    i cus el

    cuerpo sutil

    que

    no slo proporciona el vehculo de los sue

    os del

    amor

    y de los influjos mgicos sino que incluso apa

    rece estrecha y enigmticamente unido a las creaciones ms

    nobles de la cultura humana . Si esto es verdad resulta en

    tonces

    una

    circunstancia llena de significado

    que

    uno de los

    textos en los que Freud se detiene ms en el anl isis de los

    fantasmas del deseo sea precisamente el ensayo sobre la

    a

    ci

    n liter ri y el sueode o osabiertos

    en el que intenta es

    boza r una teora psicoanaltica de la creacin artstica y for

    mula

    la hiptesis de que la obra de arte sera de todos mo

    dos

    una

    continuacin del juego infantil y de la inconfesada

    pero nunca abandonada prctica fantasmal del adulto.

    Llegados a este punto comienza a hacerse visible la re

    gin a cuya configuracin espiritual se diriga un itinerario

    que i ~ i o tras los rastros del demonio meridiano y de su

    cortejo infernal nos ha conducido hasta el genio alado de la

    m ~ l n ~ o l dureriana y en cuyo mbito la antigua tradicin

    cristal izada en este emblema puede encontrar quizs un

    nuevo fundamento . La prdida

    imaginar

    ia que

    tan

    obsesi

    vamente ocupa la intencin melanclica carece de

    todo

    ob-

    jeto real

    porque

    su fnebre estrategia se dirige hac ia la im

    posible captacin del fantasma. El objeto perdido.no es ms

    que la

    aparienc

    ia que el deseo crea para su corte jo del fan

    tasma y la introyeccin de la l bido es apenas una de las fa

    ses de un proceso en el cual lo que es real pierde su realidad

    para que lo que es irreal se vuelva real. S en

    e f e ~ t o

    el

    mun-

    do externo es narcissticamente negado como objeto de

    amor

    por el melanclico el fantasma recibe a cambio de

    ~ s t

    ~ e g -

    cin un principio de realidad y sale de la muda cripta mte-

    rior para entrar en una nueva y

    fundament

    al dimensin . Ya

    no fanta

    sma

    y todava no signo el objeto ir rea l de la intro-

    yeccin melanclica abre un espacio que no es la alucinada

    escena onrica de los fantasmas ni el mundo indiferente de

    los objetos naturales; pero en este intermediario lugar ep if

    nico s ituado en la t ierra de nadie entre el amor narcisstico

    y la eleccin objetual externa se podr situar un da a las

    creaciones de la cultura humana el entrebescar de las formas

    simblicas y de las prcticas textuales a travs de las cuales

    el hombre entra en contacto con un mundo ms cercano

    que

    ningn

    otro y del cual

    dependen

    ms

    directamente

    que

    de la naturaleza fsica su felicidad y su des

    ventura

    . l ocus se-

    uerus

    de la melancola la cual sin embargo dice Aristteles

    que significa ingenio y prudencia es tambin el lusus

    seoerus

    de la palabra y de las formas simblicas a

    tra

    vs de las cuales

    segn las palab ras de Freud el hombre lo

    gra

    gozar de los

    propios f

    ant

    asmas sin escrpulo ni vergenza la topologa

    de lo irreal que dibuja en su inmvil dialctica es al

    mismo

    tiempo una topologa de la cultura.

    No nos asombra desde esta perspectiva que la melanco-

    la haya sido iden tificada por los alquimistas con Nigredo el

    primer estadio de la Gran

    Obra que

    consista precisamente

    segn la antigua mxima estagirtica en

    darle

    un

    cuerpo

    a

    lo incorpreo y volver incorpreo lo corpreo. En el espacio

    abierto

    por

    su obstinada intencin fantasmagrica comien

    za la incesante fatiga alqumica de la

    cultura humana

    para

    apropiarse de lo negativo y de la

    muer

    te y

    para plasmar

    la

    mxima

    realidad aferrando la mxima irrealidad.

    Por esto si volvemos ahora la m irada hacia el

    grabado

    de

    Durero se adecua a la inmvil figura alada atenta a sus

    pro-

    pios fantasmas y a cuyo flanco es t Spiritus ph nt sticus re

    presentado

    en forma de amorcil lo que los instrumentos de

    la vida activa yazgan abandonados por el suelovueltos cifra

    de

    una

    enigmtica sabidura. El

    inquietante alejamiento

    de

    los objetos familia res es el precio

    pagado

    por el melanclico

    a las potencias que custodian lo inacces ible . El ngel

    medi-

    tante no es segn una interpretacin ya tradicional el sm

    bolo de la imposibilidad de la Geometra y de las artes que

    se fundan sobre ella

    para

    alcanzar el incorpreo

    mundo

    me

    tafsico sino por el contrario el smbolo del

    intento del

    hombre en el lmite de un esenc ial riego fsico de

    corporizar

    sus propios fantasmas y de dominar

    mediante

    una

    prctica

    artstica aquello

    que

    de otro

    modo

    no podra ser ni

    aferrado

    ni conocido. El comps la esfera la muela de

    moler

    el

    mar-

    tillo la balanza la regla vaciadas de su sentido hab itual y

    trans

    formadas en smbolos de su propio luto por la inten-

    cin melanclica no tienen

    otro

    significado que el espacio

    que ellos traman en la epifana de lo inasible. Y puesto que

    su enseanza es que slo podemos asir

    verdaderamente

    lo

    inas ible el melanclico est

    cmodo

    a solas entre estos am-

    biguos despojos emblemticos. Como reliquias de un pasa-

    do en el que est escr ita la cifra ednica de su infancia han

    capturado para siempre una vislumbre de lo

    que

    puede po-

    seerse a condicin de haber sido perdido para siempre.