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1 LOS FANTASMAS DE CORRALILLO. CRÓNICA ABREVIADA DE UNA EXPERIENCIA Autores: Lic. Jorge Isaac-Mengana, Dr. Reinaldo Rojas-Consuegra Imágenes: Dr. Ricardo Barragán Manso, Rafael López Martínez Noviembre/2008 Los mares del Cretácico no dejaban de agitarse; las olas rompían en la costa con fuerza y ritmo casi inexplicables, parecía que Neptuno trataba de expulsar de sus entrañas algo que le molestaba. Cada ola que se estrellaba en la costa era un esfuerzo supremo para limpiarse por dentro. Abajo, en las profundidades y en el fondo, donde la imaginación apenas alcanza, espectaculares seres enrollados, protagonizan una suerte de danza en apariencia desordenada y sin sentido. Unos, son gigantes, de más de tres metros de diámetro, otros, menos grandes, alcanzan entre unos pocos centímetros y un metro, y aún otros, son pequeños cual granos de garbanzos. Cada desplazamiento es perfectamente coincidente con el de los tentáculos que, saliendo de sus cabezas, son retraídos y extendidos a voluntad de cada uno de aquellos seres marinos de apariencia grotesca. Los tentáculos no dejan de moverse, son como las manos de un bailarín de flamenco que con sus dedos expresa sentimientos. Eran cientos, miles, millones de aquellos entes, cuyas apariencias recuerdan a pulpos modernos, solo que estos no tienen conchas visibles, mientras aquellas criaturas de tiempos remotos las exhibían haciendo gala de la más profusa variedad de formas. Los cuerpos suben y bajan lentamente en el líquido. A intervalos irregulares, sin previo aviso, salen como disparados desplazándose en sentido contrario a la cabeza; los tentáculos, en ese instante, y mientras dura el traslado se mantienen quietos, como suspendidos en el espacio. Para lograr tales movimientos toman una importante cantidad de agua, la retienen en unas cámaras especiales, y en el momento preciso, la expulsan con potencia sorprendente. La fuerza del agua al salir, empuja a la criatura hacia atrás: se diría que nadan de espalda. Pudiera asegurarse que estos extraños individuos fueron precursores de la propulsión a chorro que millones de años después, el hombre utilizó en algunos medios de transporte. ¿Dónde están hoy aquellas formidables criaturas? Los miembros de la expedición científica permanecen en silencio mientras el vehículo devora la distancia que separa la Ciudad de Santa Clara del municipio de Corralillo, en la costa norte de la provincia de Villa Clara. Rojas, el director del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba y jefe de la expedición, se empeña en sacarle a las cartas Diversidad de Ammonites.

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LOS FANTASMAS DE CORRALILLO. CRÓNICA ABREVIADA DE UNA EXPERIENCIA

Autores: Lic. Jorge Isaac-Mengana, Dr. Reinaldo Rojas-Consuegra Imágenes: Dr. Ricardo Barragán Manso, Rafael López Martínez Noviembre/2008

Los mares del Cretácico no dejaban de agitarse; las olas rompían en la costa con fuerza y ritmo casi inexplicables, parecía que Neptuno trataba de expulsar de sus entrañas algo que le molestaba. Cada ola que se estrellaba en la costa era un esfuerzo supremo para limpiarse por dentro.

Abajo, en las profundidades y en el fondo, donde la imaginación apenas alcanza, espectaculares seres enrollados, protagonizan una suerte de danza en apariencia desordenada y sin sentido. Unos, son gigantes, de más de tres metros de diámetro, otros, menos grandes, alcanzan entre unos pocos centímetros y un metro, y aún otros, son pequeños cual granos de garbanzos. Cada desplazamiento es perfectamente coincidente con el de los tentáculos que, saliendo de sus cabezas, son retraídos y extendidos a voluntad de cada uno de aquellos seres marinos de apariencia grotesca. Los tentáculos no dejan de moverse, son como las manos de un bailarín de flamenco que con sus dedos expresa sentimientos.

Eran cientos, miles, millones de aquellos entes, cuyas apariencias recuerdan a pulpos modernos, solo que estos no tienen conchas visibles, mientras aquellas criaturas de tiempos remotos las exhibían haciendo gala de la más profusa variedad de formas.

Los cuerpos suben y bajan lentamente en el líquido. A intervalos irregulares, sin previo aviso, salen como disparados desplazándose en sentido contrario a la cabeza; los tentáculos, en ese instante, y mientras dura el traslado se mantienen quietos, como suspendidos en el espacio. Para lograr tales movimientos toman una importante cantidad de agua, la retienen en unas cámaras especiales, y en el momento preciso, la expulsan con potencia sorprendente. La fuerza del agua al salir, empuja a la criatura hacia atrás: se diría que nadan de espalda. Pudiera asegurarse que estos extraños individuos fueron precursores de la propulsión a chorro que millones de años después, el hombre utilizó en algunos medios de transporte.

¿Dónde están hoy aquellas formidables criaturas?

Los miembros de la expedición científica permanecen en silencio mientras el vehículo devora la distancia que separa la Ciudad de Santa Clara del municipio de Corralillo, en la costa norte de la provincia de Villa Clara. Rojas, el director del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba y jefe de la expedición, se empeña en sacarle a las cartas

Diversidad de Ammonites.

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Fantasmas de ammonites.

El lugar de la búsqueda.

topográficas y geológicas la información que necesitan los expedicionarios, y de paso, aliviar la frustración de cuatro largos días de búsqueda sin resultados concretos; el tiempo y los recursos se agotan.

Ricardo Barragán, paleontólogo especialista en ammonites, que ha llegado unos días antes desde México, ahora permanece con la vista fija en el pavimento.

Rafael es un ingeniero geólogo que ha hecho el periplo Moa-Ciudad de La Habana en tiempo record: solo cuatro días. Ahora está igualmente callado. Joven al fin, rompe el silencio: “Caballeros, mi martillo no puede irse de aquí sin encontrar un fósil de ammonite”. Todos ríen con desánimo.

Damián, el miembro más útil del grupo, se mantiene concentrado en la conducción del vehículo, es la primera vez que participaba en una expedición científica y se ha hecho un firme propósito: “yo voy a encontrar el mejor fósil”. Así expresó la noche anterior, mientras miraba con insistencia su mano izquierda algo hinchada a consecuencia de las tantas piedras rotas.

El paisaje monótono, el silencio incómodo y aplastante. “Donde hay fantasmas hay fósiles”, declara Rojas. Sus palabras salen por las ventanillas abiertas del auto a la misma velocidad con que las ha dicho.

Damián dándose cuenta de que el ambiente estaba pesado enciende la reproductora del auto: Yo voy a pedir pa'ٰ ti, lo mismo que tu pa'ٰ mí. Siguiendo el ritmo del estribillo, Rafael agrega: “am-monites”. Una risa unánime opacó el audio.

Llegan al lugar preseleccionado, el auto se detiene en la pendiente; la vista es es-pléndida: a lo lejos, el Océano Atlántico sereno y azul, el cielo despejado; viento fresco, aire puro. Silencio.

La construcción de la carretera había dejado expuestas, a ambos lados de la vía, las rocas formadas hace unos 130 millones de años; el corte es perfecto. Como páginas de un libro antiguo, en el que las palabras se han borrado por el paso del tiempo y los elementos, las capas rocosas se proyectan caprichosamente hacia las nubes. Bajan del auto, en sus manos: mandarrias, cinceles, martillos de geólogo. Recomienza la búsqueda.

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Aptychus fosilizados.

La quietud del lugar se interrumpe por el pic, pac; pic, poc, poc de los martillos al golpear y cavar. Es un frenesí. Alguien bautizó ese sonido como “la sinfonía de los ammonitólogos”.Eran pasadas las 11:30 de la mañana, llevan unas tres horas picando piedras, con un entusiasmo que a primera vista parecería impropio. No había aparecido ni un ammonite; solo aparecían fantasmas: los fantasmas de Corralillo.

Los paleontólogos llaman fantasmas a las sombras o huellas que quedan en la roca, en el lugar en que, en otro momento, se encontraban fósiles de o de cualquier otro organismo del pasado. Ocurre que, una vez formado el fósil, el agua que circula por el interior de las rocas puede llegar a disolverlo, quedando de él solo una sombra casi indescifrable: un fantasma. La utilidad científica de los fantasmas es discreta, pues su estudio no permite determinar la especie a la que pertenece el organismo vivo a partir del cual se formó.

Barragán explica que la abundancia de fantasmas revela que la zona fue sometida a un importante flujo de aguas subterráneas ácidas a través de los poros de las rocas y que esas aguas lavaron los fósiles. En fin, que si hay fantasmas, la probabilidad de encontrar fósiles bien conservados es muy baja.

A lo anterior se añade, para angustia del grupo, la presencia de una gran cantidad de aptychus fosilizados en las rocas. Los aptychus se conforman de un par de placas que vienen siendo algo así como las

puertas que abren y cierran las entradas de las conchas de los ammonites. Cuando el animal abre la puerta, saca los tentáculos, nada, se alimenta, se orienta y, ante un peligro, guarda los tentáculos y cierra la puerta de acceso.

Al morir los ammonites y descomponerse las partes blandas del molusco, los aptychus se desprenden de los cuerpos y algunos fosilizan desvinculados de los animales a los que pertenecieron. Las aguas subterráneas de Corralillo disolvieron las conchas, pero dejaron intactos los aptychus, pues éstos tienen una composición química diferente a la concha de los ammonites, En fin, en Corralillo aparecían, muchos aptychus y muchos fantasmas; y nada más.

A pesar de las evidencias en contra, los expedicionarios continúan picando piedras, ya los martillos pesan el doble, ninguno usa la mandarria; las piedras se hacen cada vez más duras.

Un grito de tenor desafinado rompió la sinfonía de los ammonitólogos: “¡Ricardooo!, ¡Rojaaas!; ¡lo encontreeé!”

Como escolares al escuchar el timbre del recreo, corren hacia Rafael. El joven sostiene en sus manos un trozo de roca amarillenta-carmelitosa, en su interior un ejemplar grande, hermoso, perfectamente conservado de un ammonite; justo lo que buscaban. Todos quieren tener aquella piedra en sus manos; ver el fósil de cerca. La perseverancia, el tesón, el amor a la ciencia han triunfado una vez más. Yo nunca pensé que un trozo de piedra pudiera ser tratado con tanto respeto, admiración y, si cabe la palabra, con tanta delicadeza.

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Ammonites en las paredes de cafetería La Fruta.

Rafael recibe su martillo de geólogo.

Sin que nadie pudiera evitarlo, sin que mediaran palabras, el grupo empezó a buscar en el mismo lugar donde el Rafa había encontrado el ejemplar: la sinfonía arreció, elevó el tono. Aquello me hizo recordar mi infancia cuando iba a pescar con mis amigos: si a uno del grupo le estaban picando, los demás nos acercábamos al lugar de la suerte, para ver si lográbamos coger algo, las discusiones, a veces, terminaban con la pesquería.

Los hallazgos continuaron, aparecieron más ejemplares conservados, útiles para la ciencia. Cada miembro de la expedición resulta recompensado con al menos un ammonite arrebatado al tiempo y a los procesos de disolución que aún hoy se manifiestan en las rocas de Corralillo.

Los fósiles encontrados son tratados como lo que en realidad son: documentos únicos e irrepetibles de la evolución de La Tierra y de la vida. Cada ejemplar extraído es colocado como en un santuario cerca de los expedicionarios y, por infortunio, cerca de la carretera.

Un carretón tirado por un caballo asustado volaba carretera abajo. Los gritos de sus conductores, al saltar del bólido, alertan del peligro a los exploradores. Sorprendidos, y más asustados que el caballo, treparon al farallón: guantes, gorras y sombreros quedaron abandonados; curioso, nadie soltó su martillo de geólogo. No imaginé que aquellos buscadores de ammonites tuvieran tal habilidad para trepar. El único que permaneció tranquilo fue Rojas. Después casi confesó que el susto lo había parali-zado.

Ya detenido el animal y sometido nuevamente a la obediencia; los paleontólogos, preocupados, pero más tranquilos, pasan revista a los daños: los ejemplares colectados

habían sido literalmente machacados por las patas del caballo, las ruedas del carretón y las botas de los jóvenes conductores del vehículo. Los rostros de los expedicionarios expresan la catástrofe; apenas cuatro ejemplares quedaron casi ilesos.

Después de la tempestad, vino la calma. Eran cerca de las 2:30 de la tarde, solo en ese momento, toman conciencia que desde la noche anterior no ingieren alimentos: solo agua.

El restaurante “La Fabada”, en el pueblo de Corralillo, fue el anfitrión de aquella tropa de

ropas y zapatos sucios. Gente buena los corralillenses, que a pesar de las apariencias, les brindan una atención esmerada y muy profesional. Se aprovechó ese momento para entregar en acto solemne y público, un martillo de geólogo nuevo a Rafael, por haber encontrado el primer fósil de ammonites de su vida. Regresa la alegría.

Concluido el almuerzo, salen al portal del restaurante. Justo al frente se encuentra la

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Barragán y los trabajadores de La Fruta.

cafetería La Fruta, que tiene un muro enchapado (revestido) con rocas de la zona. No era posible lo que estaban viendo. Los fantasmas de Corralillo ahora tomaban forma y dimensiones precisas, los fósiles de ammonites que tanto habían buscado, aparecían, espléndidos, desafiantes, enteritos en las rocas del enchape de la cafetería. La casualidad no debía ser tan cruel.

Conversan con los trabajadores del establecimiento, les explican quienes son, de dónde vienen, qué hacen en Corralillo. Toman varias fotos de los fósiles e insisten para que los trabajadores de La Fruta les ayuden a obtener la autorización para sacar las piedras que contenían los fósiles. El entusiasmo de aquellos cubanos por ayudar al avance del conocimiento de la historia natural de su país y su terruño se hizo evidente.

Pasado el impacto y de regreso al sitio de búsqueda, los expedicionarios razonan y concluyen, que no es correcto extraer los fósiles del muro de la cafetería.

Al día siguiente pasan por el lugar y comunican las conclusiones a los trabajadores quienes les estaban esperando con la autorización para extraer las piedras. El grupo se comprometió en hacer una placa para identificar los fósiles del muro, así los habitantes del lugar y quienes visiten Corralillo tendrán un nuevo motivo de orgullo, y el muro de la cafetería se transformará en un espacio para el

conocimiento de parte de la historia natural de Corralillo.

Los fantasmas de Corralillo no pudieron evitar el avance de la ciencia; fueron colectados unos 20 ejemplares de ammonites útiles para el trabajo científico, varios aptychus y un fragmento fosilizado de la columna vertebral de un pez. Esos materiales, luego de ser estudiados, se incorporarán a las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural, formarán parte de nuestro patrimonio. Ahora será más fácil para todos aquellos que necesiten estudiar los ammonites de Corralillo, pues no tendrán ya que vérselas con sus fantasmas.