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1. Para un estudio pormenorizado de los diversos intentos de implantar Filología Moderna en la Universidad española durante la primera parte del siglo XX, véase Monterrey 2003. ATLANTIS 25.2 (December 2003): 71–96 ISSN 0210-6124 Los estudios ingleses en España (1900–1950): contexto ideológico-cultural, autores y obras Tomás Monterrey Universidad de La Laguna [email protected] Spain entered the 20th century in the traumatic aftermath of the 1898 war against the United States and the loss of the last colonies of her formerly impressive Empire. This crisis was political and economical, as well as spiritual. Two groups of intellectuals, known as the Generation of ’98 and the Generation of ’14, were concerned with “regenerating” Spain and invoked a renovation of the national values from their own ideological perspectives. Despite this hostile cultural background for non-Hispanic issues, a number of writers (including philosophers and journalists) produced some interesting works dealing with topics currently specific of the English Studies field. As occurred in France and Italy, they engaged in discussing the signification of the British culture and literature, rather than the English language. The first part of this essay aims at examining the negative or ambivalent attitudes towards Britain in the works of Ganivet, Unamuno and Ortega y Gasset. The second part will deal with relevant publications on English studies written by Spanish authors (including Madariaga, Par, Gullón and Pujals). Probablemente nunca en la historia de España hayan coexistido la violencia más feroz y la intelectualidad más brillante y audaz como en la primera mitad del siglo XX. La fecha crítica de 1898 es un emblema que ilustra repentinamente en el devenir histórico la decadencia última del gran imperio español. Pero el 98 es sobre todo una crisis en la conciencia nacional, y así lo entendieron los eruditos, que tanto influyeron en la vida española, como Unamuno y Ortega (Marco 1997; García Queipo de Llano 1988). A partir del 98, España tiene que volver su mirada a Europa; pero Europa y lo europeo es el otro (in)deseable. Esta resistencia a la influencia extranjera, por una parte, y, por otra, la inevitable (y amarga para muchos) necesidad de compartir un destino con los vecinos europeos generaron en los primeros años del siglo XX unos sentimientos contradictorios hacia Europa, que quizás condicionaron en lo sucesivo la implantación de la Filología Moderna en la Universidad española. 1 En aquel momento el proceso de decadencia nacional se veía emparejado con la expansión y consolidación del imperio británico, y, por otra parte, se quiso contrarrestar el fulgor de la modernidad europea con la riqueza del patrimonio cultural de España. Sin embargo, a pesar de ese recelo o desprecio por lo extranjero que surgió tras el 98, y de la

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1. Para un estudio pormenorizado de los diversos intentos de implantar Filología Moderna enla Universidad española durante la primera parte del siglo XX, véase Monterrey 2003.

ATLANTIS 25.2 (December 2003): 71–96 ISSN 0210-6124

Los estudios ingleses en España (1900–1950):contexto ideológico-cultural, autores y obras

Tomás MonterreyUniversidad de La Laguna

[email protected]

Spain entered the 20th century in the traumatic aftermath of the 1898 war against the UnitedStates and the loss of the last colonies of her formerly impressive Empire. This crisis waspolitical and economical, as well as spiritual. Two groups of intellectuals, known as theGeneration of ’98 and the Generation of ’14, were concerned with “regenerating” Spain andinvoked a renovation of the national values from their own ideological perspectives. Despitethis hostile cultural background for non-Hispanic issues, a number of writers (includingphilosophers and journalists) produced some interesting works dealing with topics currentlyspecific of the English Studies field. As occurred in France and Italy, they engaged indiscussing the signification of the British culture and literature, rather than the Englishlanguage. The first part of this essay aims at examining the negative or ambivalent attitudestowards Britain in the works of Ganivet, Unamuno and Ortega y Gasset. The second partwill deal with relevant publications on English studies written by Spanish authors (includingMadariaga, Par, Gullón and Pujals).

Probablemente nunca en la historia de España hayan coexistido la violencia más feroz yla intelectualidad más brillante y audaz como en la primera mitad del siglo XX. La fechacrítica de 1898 es un emblema que ilustra repentinamente en el devenir histórico ladecadencia última del gran imperio español. Pero el 98 es sobre todo una crisis en laconciencia nacional, y así lo entendieron los eruditos, que tanto influyeron en la vidaespañola, como Unamuno y Ortega (Marco 1997; García Queipo de Llano 1988). A partirdel 98, España tiene que volver su mirada a Europa; pero Europa y lo europeo es el otro(in)deseable. Esta resistencia a la influencia extranjera, por una parte, y, por otra, lainevitable (y amarga para muchos) necesidad de compartir un destino con los vecinoseuropeos generaron en los primeros años del siglo XX unos sentimientos contradictorioshacia Europa, que quizás condicionaron en lo sucesivo la implantación de la FilologíaModerna en la Universidad española.1

En aquel momento el proceso de decadencia nacional se veía emparejado con laexpansión y consolidación del imperio británico, y, por otra parte, se quiso contrarrestarel fulgor de la modernidad europea con la riqueza del patrimonio cultural de España. Sinembargo, a pesar de ese recelo o desprecio por lo extranjero que surgió tras el 98, y de la

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2. No hemos considerado, sin embargo, a otros autores de gran talla política y humanística comoManuel Azaña, que tradujo The Bible in Spain, de G. Borrow. Creemos que para los fines de estetrabajo no aporta ninguna idea extraordinaria sobre Inglaterra y el mundo anglosajón con respectoa los autores mencionados; aun cuando, como sugieren A. Coletes y J. Hurtley (2000), Azaña, juntocon Pérez de Ayala, constituye un claro ejemplo del rico potencial que encierra el campo de losestudios comparados, y más concretamente la investigación de la influencia de las letras y la culturaanglosajonas sobre autores españoles. También hemos dejado a un lado a los intelectuales ligadosa las generaciones del 27 y del 36 ya que no tuvieron el mismo impacto en la España de su tiempoque los del 98 o del 14. De hecho, a partir de 1936, la flor de la intelectualidad española quesobrevivió a la Guerra Civil estará en el exilio, muy lejos de influir sobre los acontecimientos

poderosa influencia francesa en nuestra cultura y pensamiento, comenzaron a apareceralgunas publicaciones sobre lo que hoy día encuadramos dentro de Filología Inglesa.

El objetivo en este artículo, pues, es indagar el interés por la lengua y cultura inglesasen España durante la primera parte del siglo XX, cuando la disciplina aún no existíapropiamente ni como carrera universitaria ni como área de investigación. La posibleinfluencia de ciertos prejuicios ideológicos españoles hacia Europa en general, y GranBretaña en particular, surgidos a raíz de la crisis del 98, que pudieron condicionar lacreación de los estudios ingleses, será tema central de la primera parte; mientras que lasegunda versará sobre destacados ensayos publicados por españoles en el campo de laFilología Inglesa durante estos cincuenta años.

1. “Inglaterra” entre los intelectuales españoles

En esta sección pretendemos sugerir que la preeminencia dada al estudio humanístico deEspaña tras la crisis del 98 revirtió en un notable descuido de los temas europeos, y muyposiblemente lentificó la creación de Filología Moderna. A este fin hemos revisado la obrade Miguel de Unamuno (1864–1936) y de José Ortega y Gasset (1883–1955) porque,además de ser los más destacados pensadores de la generación del 98 y de la generacióndel 14 respectivamente, tuvieron una importante proyección en la política nacional, y dehecho formaron parte del primer parlamento de la Segunda República. Si bien losprimeros ensayos de estudios ingleses saldrán de los intelectuales del 14, ambasgeneraciones acentuaron el interés por los temas hispánicos, y, aun siendo Unamuno yOrtega respetuosos y profundos conocedores de la cultura de Europa y de sus principaleslenguas, no dieron importancia al estudio especializado de éstas. Completaremos laopinión que sobre “Inglaterra” (expresión que por lo común engloba indistintamente aInglaterra, Gran Bretaña y Reino Unido) transmitía la intelectualidad española a lasociedad examinando la obra de autores muy representativos con respecto al objeto de estetrabajo. Uno es Ángel Ganivet (1865–1898) que, aun antes de 1898, escribió sobre la críticasituación nacional desde su privilegiada visión de diplomático en Europa y alimentó lastesis del 98; otro es Ramiro de Maeztu (1875–1936), profundo conocedor de la culturaanglosajona por vía materna y singular escritor, que evolucionó desde el socialismo hastala extrema derecha; y, por último, dos escritores del 14, Ramón Pérez de Ayala(1880–1962) y Salvador de Madariaga (1886–1978), ambos muy ligados a Gran Bretaña ya quienes debemos algunas de las primeras obras sobre nuestra disciplina académica.2

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nacionales. Por otro lado, y dadas las características de este trabajo, no podemos entrar en lavaloración de temas mucho más complejos, como las traducciones del inglés que proliferaron sobretodo en los años veinte y cuarenta, o la depuración ideológica en la Universidad durante losprimeros años del franquismo, que requieren una aproximación de distinta índole.

La victoria de los Estados Unidos en 1898 produjo entre los intelectuales españolesduras críticas contra el Gobierno, en vez de contra los atacantes. Gran parte de la opiniónpública consideró que la fuerte militarización de las colonias, el envío de tropas a Cuba yla respuesta española a la declaración de guerra americana habían sido políticamenteinadecuadas e iban contra la modernización del país. El humillante Tratado de París de1899 y la pérdida de los últimos enclaves del que fuera glorioso imperio español a manosde una nación joven, rica y sin importancia en la escena internacional, se interpretaroncomo la definitiva manifestación de la profunda crisis espiritual y material de España. ElTratado de París estipulaba que los Estados Unidos administrarían las colonias hasta elaño de sus respectivas independencias. Nadie podía advertir entonces el nacimiento de unanueva potencia colonial y de un nuevo concepto de colonialismo. Ni siquiera ÁngelGanivet, cónsul español en Amberes y Helsinki, en su Ideárium español (1897) pudo verque los Estados Unidos habían comenzado a construir una confederación de países(latino)americanos.

Para Ganivet, una sociedad política de esta índole tocaba la “esfera de lo imaginario”;él sólo concibió una “confederación intelectual o espiritual,” que exigiría a España poseer“ideas propias para imprimir unidad a la obra,” y luego darla “gratuitamente para facilitarsu propagación” (248–49). En 1896, Ganivet identificó a España con un actor trágico enla escena europea. Había sido, en su opinión, la primera nación europea que había logradoun gran esplendor gracias a las conquistas y a la expansión externa; y ahora era tambiénla primera nación en decaer, completando así su evolución. De esta manera, Ganivet, altiempo que reconocía la inferioridad de España en el ámbito internacional, afirmaba susuperioridad en cuanto a un mayor grado de evolución histórica. España, que iniciaba unanueva etapa en la historia de nuestro continente, estaba llamada a abrir la vía de un nuevoorden político y social. Para la regeneración del alma española no servían, pues, losmodelos europeos. De hecho, Ganivet decía que la península Ibérica era prácticamente unaisla, y los Pirineos un istmo y además muralla defensiva. Le gustaba pensar que, aunquela cordillera no podía proteger a la península de invasiones militares, al menos aislaba alos españoles y les permitía conservar su carácter independiente. Estaba convencido de queel país debía mantenerse alejado no sólo geográfica sino también políticamente de Europa.La segunda parte de su Ideárium español termina recomendando al lector: “Noli foras ire;in interiore Hispaniae habitat veritas” (“No salgas; en España se halla la verdad” 277). Apesar de sus ideas, Ganivet no mostró aversión por ningún país, excepto por Gran Bretaña.Para él, Inglaterra era la enemiga histórica de España. Como muchos otros pensadoresantes y después del 98, asociaba la decadencia del imperio español con la expansióninglesa. Él creía que no había ni humillación ni deshonra en el reconocimiento de lasuperioridad de un adversario; pero, al tiempo que señalaba la supremacía inglesa en losmares, sugería que la única manera de frenar su creciente influencia era neutralizando elMediterráneo. Afirmaba que Inglaterra no era una nación que despertase simpatías, ya quese imponía por la fuerza y abusaba de su poder. En particular le dolía el caso de Gibraltar

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3. El Unamuno de En torno al casticismo (1895) defendía unos ideales de modernización quefavorecían el acercamiento a Europa. Tras su crisis espiritual de 1897, se torna receloso hacia las ideasde Europa y de modernidad. En 1906, en su ensayo “Sobre la europeización: arbitrariedades” hablade “españolizar a Europa” (1968b: 931), y concretamente en Del sentido trágico de la vida (1913)rechaza el horizonte europeo y afirma la imposibilidad de ser europeo y español a un tiempo. A lafamosa frase de “África comienza en los Pirineos,” Unamuno contrapone que “es allí dondecomienza Europa” (Marco 1977: 132).

que, según él, era un signo de la fuerza de Inglaterra mientras España fuese débil. Gibraltarsignificaba, pues, una ofensa permanente de la que hacía responsables en gran medida alos propios españoles y a sus malos gobernantes. Aunque Ganivet murió en el año deldesastre, su Ideárium español, junto con la obra de Unamuno En torno al casticismo,publicada en 1895, influyó decisivamente en los intelectuales del 98.

El sueño imperial había anquilosado también la evolución económica. Frente a laindustrialización de Europa, en España se mantenían fórmulas tradicionales deproducción. Así, cuando el país volvió sus ojos a Europa tras el desastre, la sensación deinferioridad fue inevitable. Se descubría carente de la modernidad y del desarrollotecnológico de sus vecinos más prósperos, en particular Alemania y Gran Bretaña. Sinembargo, la creencia generalizada entre nuestros intelectuales era que España sólo podíalograr un nivel de desarrollo europeo sobre una base auténticamente nacional y nocopiando estructuras ni modelos extranjeros. En consecuencia, se estudió y definió laesencia española, se actualizaron los mitos nacionales y se les dio un nuevo significado enaquel contexto; se invirtieron los defectos colectivos y la vida cotidiana fue exaltada aobjeto artístico, especialmente a través de la música, la literatura y la pintura. En ningúnotro período de la historia española hubo un debate intelectual tan profundo y un examentan exhaustivo de las potencialidades del país como en las cuatro décadas que vanaproximadamente de 1890 a 1930. Aunque los temas estaban siempre centrados enEspaña, los principales pensadores poseían una profunda formación europea, habíanvivido en el extranjero y conocían varios idiomas. Por ejemplo, Ganivet fue diplomáticoen Amberes y Helsinki; Unamuno sabía francés, inglés y alemán, así como las cuatrolenguas de España; Ramiro y María de Maeztu hablaban inglés ya que era la lengua de sumadre; Ortega y Gasset estudió filosofía en Alemania; y Salvador de Madariaga, primercatedrático de Literatura Española en Oxford, fue famoso por su extraordinaria habilidadpara los idiomas.

Las generaciones del 98 y del 14, en su intento de redefinir la esencia española,propusieron soluciones para regenerar al país de la profunda crisis que sufría, convirtiendoa España y a los temas españoles en verdaderas materias filosóficas: España era un retointelectual. En torno a 1912 podían distinguirse dos grandes tendencias de pensamiento.Una, el casticismo, apuntada por Unamuno, rechazaba los modelos europeos demodernización e insistía en reexaminar los valores españoles para regenerar al país.3 Laotra, el europeísmo, asociado con Ortega y Gasset y la generación del 14, contemplaba lasanormalidades españolas en relación con la historia europea y el contexto del momento.Aunque diferentes, ambas posturas coincidían en sus métodos de pensar sobre el país.Lejos de adaptar o copiar fórmulas, modas o sistemas europeos, España misma lesproporcionaba los elementos necesarios para elaborar sus ideas, las cuales en gran medidainspiraron o iluminaron muchas de las futuras determinaciones políticas del siglo XX.

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4. Por ejemplo, “struggle for life” (1977a: 124); “sympathy” (1977a: 140); “omen” (1977c: 910).5. Estos ensayos fueron reunidos en la sección “Letras Inglesas” del vol. IV de Obras completas

(1968a: 1135–201): “La Balada de la Prisión de Reading,” “Algo sobre misantropía,” “Un nuevo libroen inglés sobre España,” una reseña sobre el libro de Crawford Flynch A Little Journey in Spain: Notesof a Goya Pilgrimage (1914), “Borrow y la xenofobia española,” “La Universidad de Depung” (sobrelos ingleses en el Tibet), “Sancho Panca,” “Lo que vio Peredur” (sobre los bardos galeses), “ConBorrow por Gales,” “Robinson Crusoe,” “Ginesillo de Parapilla,” “Otra vez Oliverio Cromwell,”“Leyendo a Dickens,” “Las serpientes invisibles” (una lectura de un poema de Browning), “Lascerezas de Dorotea Cromwell,” “Bienestar y vida” (sobre Bertrand Russell y la Rusia bolchevique),“La estrella y la ola” (sobre un ensayo de Cyril Bailey en torno a la religión romana y la filosofía), y“Tempestades, revoluciones y recursos” (donde Unamuno hace uso del Childe Harold de Byron parareflexionar sobre la historia y el progreso).

En el prólogo a Obra Selecta de Unamuno, Julián Marías señala que mientras el restode los escritores españoles están en Madrid, Unamuno está “en Europa, en esa ciudadespañola y europea que es Salamanca” (1977: 18). Para Unamuno, hacer uso delpatrimonio intelectual europeo era simplemente una actividad natural; sin embargo, niEuropa ni temas europeos fueron nunca tratados por él, a menos que estuviesen enrelación directa con España. Normalmente se cree que Unamuno sentía más simpatías porla cultura germánica (alemana, inglesa, etc.) que por el pensamiento francés. Supersonalidad en constante transformación parecía estar sólidamente asentada sobre firmesideales que se manifestaban de manera diversa según los vertiginosos cambios de lasociedad y la política españolas. Solamente aquéllos familiarizados con el pensamiento deUnamuno no encontrarán contradictorio el hecho de que el autor de En torno al casticismo(1895) amase y estudiase las lenguas regionales de España, y al tiempo utilizaseinnumerables palabras y expresiones de idiomas extranjeros (frecuentemente del inglés)en sus ensayos.4 Este primer Unamuno, el pro-europeo, comparó a Shakespeare yCalderón en “El espíritu castellano,” el tercer ensayo de En torno al casticismo. Utilizandovocablos de fisiología, contrastaba el realismo y vitalidad de los personajes de Shakespearefrente al idealismo alegórico y espiritual de las obras de Calderón. También en este ensayo,intentó observar a España desde una perspectiva más amplia y delinear una especie degreat tradition de las letras hispanas.

Unamuno leyó a Milton y a los prosistas ingleses, y disfrutaba con los románticos.Escribió también varias reseñas sobre temas ingleses para periódicos españoles, británicosy argentinos.5 En “La balada de la prisión de Reading,” sobre el poema de Wilde,Unamuno elogia la producción literaria del escritor irlandés y admite su extravagancia,pero termina con un ataque a los dandis españoles del momento. Una estructura similarpresenta “Algo sobre misantropía” en que introduce a Swift, Byron y Boswell comomisántropos, y concluye criticando que no existen en España biógrafos de la talla literariade Boswell. Merece la pena destacar otros dos artículos. Uno es “Borrow y la xenofobiaespañola” y el otro “Sancho Panca.” El primero gira en torno al caso de George Borrow,que vino a España para vender Biblias protestantes y fue encarcelado. Más tarde, a suregreso a Inglaterra, publicó sus experiencias en The Bible in Spain (1842). En esta reseñade 1917 Unamuno subraya la anglofobia de la sociedad española: “La España de 1835 esigual que la de 1917. La xenofobia española es sentimiento, sentimiento muy bajo, de lasclases media y alta. . . . La xenofobia española, y muy en especial la anglofobia, es un

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producto artificial y artificioso . . . de mala educación y de una sistemática falsificación dela historia pasada y presente obrando sobre dos sentimientos nacionales nuestros . . . laquisquillosidad y la recelosidad” (1968a: 1152).

“Sancho Panca” es una nota humorística en la que se burla de Byron cuando hacerimar “Panca” con “Salamanca” y distorsiona el personaje cervantino en Don Juan(canto 2, estrofa 37). Por lo demás, Unamuno, centrado siempre en asuntos nacionales,no habló mucho de Inglaterra ni de los Estados Unidos como potencias imperiales.

Cuando el filósofo arremetió contra los extranjeros que investigaban temas hispanos(véase Ortega y Gasset 1983a), su ira no iba realmente contra ellos, sino que más bienreprendía a la sociedad española por su reticencia a explorar y asumir su pura y auténticaidentidad: el casticismo hispano. Sus ácidas críticas a las investigaciones desarrolladas porhispanistas extranjeros (y más concretamente contra los germanos R. Lenz y F. Hansen)encendieron una de las controversias más singulares de la época. A pesar de que Azorín,Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Américo Castro, entre otros, reaccionaron contra lapostura de Unamuno, los argumentos del debate pusieron de manifiesto el nulo interésde los intelectuales españoles por estudiar cualquier aspecto relacionado con la cultura,lengua o literatura de cualquier otra nación europea. Duro fue también Unamuno cuandoacusaba a ciertos escritores de su excesiva dependencia de modas y libros franceses y delabuso de galicismos. La topografía del alma española fue suficiente materia para alimentarsu obra y pensamiento, que nunca le fue posible silenciar —con independencia delrégimen político que gobernara— hasta su muerte en diciembre de 1936.

José Ortega y Gasset también mantuvo una postura ambivalente hacia el mundoanglosajón. Ortega, como otros muchos, no veía en Gran Bretaña un país de artistas. En“Shylock” (1910), por ejemplo, describía la representación de El mercader de Venecia acargo de una compañía italiana, pero no hacía ninguna referencia al texto dramático. Porel contrario, siempre tuvo palabras de elogio hacia la sociedad inglesa por su capacidadpara autoorganizarse y para construir una identidad nacional basada en un sentido decomunidad efectivo y orgánico (algo que tanto faltaba en la sociedad española delmomento). En “Epílogo para los ingleses,” escrito con motivo de la publicación de laversión inglesa de La rebelión de las masas, Ortega apuntaba que “la originalidad extremadel pueblo inglés radica en su manera de tomar el lado social o colectivo de la vidahumana, en el modo como se sabe ser una sociedad” (1983e: 282). El filósofo aprovechóla ocasión para atacar duramente a los países de habla inglesa por su parcialidad de juiciocon respecto a las actividades de los españoles con los indígenas americanos. Se quejabade que el anglosajón nunca presta atención a la perspectiva hispana, y sólo lo hace cuandoya ha sido deformada. A continuación contrasta el carácter de los ingleses con el de lospueblos del sur, perspectiva que, globalmente, no genera simpatías hacia la sociedadinglesa; de hecho algunos de sus comentarios parecen más propios de Ganivet, Azorín oUnamuno que del filósofo del vitalismo:

Téngase presente que Inglaterra no es un pueblo de escritores, sino de comerciantes, deingenieros y de hombres piadosos. Por eso supo forjarse una lengua y una elocución en quese trata principalmente de no decir lo que se dice, de insinuarlo más bien y como eludirlo.El inglés no ha venido al mundo para decirse, sino, al contrario, para silenciarse. Con facesimpasibles, puestos detrás de sus pipas, velan los ingleses alerta sobre sus propios secretospara que no se escape ninguno. Esto es una fuerza magnífica, e importa sobremanera a la

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6. Cabe destacar en este sentido la obra del cántabro Telesforo Trueba y Cosío quien publicó enLondres entre 1829 y 1834 varios relatos históricos de corte romántico sobre temas españoles (comoThe Castilian, Gomez Arias, or The Moors of the Alpujarras, The Incognito, or Sins and Pecadillos, TheRomance of History, y Salvador, the Guerrilla), y quien contribuyó positivamente a la evolución dela novela histórica en lengua inglesa.

especie humana que se conserven intactos ese tesoro y esa energía de taciturnidad. Mas almismo tiempo dificultan enormemente la inteligencia con otros pueblos, sobre todo con losnuestros. El hombre del Sur propende a ser gárrulo. Grecia, que nos educó, nos soltó laslenguas y nos hizo indiscretos a nativitate. El aticismo había triunfado sobre el laconismo,y para el ateniense vivir era hablar, decir, desgañitarse dando al viento en formas claras yeufónicas la más arcana intimidad. Por eso divinizaron el decir, el logos, al que atribuíanmágica potencia, y la retórica acabó siendo para la civilización antigua lo que ha sido la físicapara nosotros en los últimos siglos. De aquí que nos sintamos azorados cuandoacercándonos a estos espléndidos ingleses, les oímos emitir la serie de leves maullidosdisplicentes en que su idioma consiste. (1983e: 283–84)

A pesar de esta desdeñosa descripción de la lengua inglesa, Ortega afirmaba que confrecuencia los intelectuales españoles se entienden mejor con sus colegas ingleses oalemanes que con sus propios conciudadanos. En esta apreciación subyace su distinciónentre la España “oficial,” obsesionada con prolongar la gloria de una edad concluida, y laEspaña “vital,” sincera, honrada y que aspira a entrar de lleno en la historia. El vitalismode Ortega contemplaba una plena renovación cultural de la sociedad bajo el liderazgo delas clases educadas. Estaba convencido de que España tenía que alcanzar un nivel europeode desarrollo científico y cultural; pero paradójicamente, debido a su permanenteaislamiento, la sociedad española estaba cada vez más influenciada por Francia yAlemania, y en consecuencia se estaba extranjerizando, haciéndose más “provinciana.” Susentido del cosmopolitismo salva la aparente contradicción de su creencia en que sóloEuropa salvará a España de la influencia extranjera: si la sociedad española quiere serauténticamente europea, decía el filósofo en “La España oficial y la España vital,” sucultura habrá de ser totalmente española, creativa y universal (1983c: 237).

Mientras que Ganivet identificaba a Inglaterra con el enemigo de España, Unamunoconstataba la anglofobia de nuestra sociedad, Ortega se burlaba de la ejecución oral de lalengua inglesa, y todos procuraban el enaltecimiento de lo hispano, había otros escritoresque no ocultaron sus simpatías por la civilización británica. El más ardiente defensor delmodelo anglosajón de organización social fue Ramiro de Maeztu. Dejando a un lado suinteresante vida y la evolución de su pensamiento, Maeztu fue uno de esos excepcionalesautores españoles que, con anterioridad a 1950, escribieron un libro originalmente eninglés.6 Se trataba de Authority, Liberty, and Function in the Light of the War (1916) en elque intentaba hacer balance del desgaste ideológico y moral que padecería Europa tras laGuerra Mundial. En 1926, a raíz de la publicación de Don Quijote, don Juan y la CelestinaMaeztu fue invitado a dar unas conferencias a los Estados Unidos. Fue aquélla unaexperiencia reveladora. Él, que siempre había creído en la superioridad de la razaanglosajona, descubrió en los Estados Unidos la realización de su ideal de sociedadutópica. No sólo encontró una nación rica y tecnológicamente avanzada, sino también unatierra de oportunidades para todos, de bienestar social, de grandes universidades conexcelentes bibliotecas, de altos salarios y justas retribuciones al trabajo personal. Para él,

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7. A principios de los años treinta Maeztu denunciaba que España era una nación cada vez másseducida por comportamientos e ideales políticos foráneos, y defendía, por lo tanto, una vuelta a latradicional trinidad de monarquía-ejército-iglesia.

el capitalismo venía a ser sobre todo una moralidad de esfuerzo y sacrificio. Como Weber,Maeztu identificó la ética del puritanismo con el origen de la extraordinaria riqueza de losamericanos y su inmensa libertad. Según su opinión, eran los españoles los auténticosmaterialistas y los verdaderos representantes del hedonismo.7

No deja de sorprendernos que Maeztu, un gran periodista y experto en temas inglesesy españoles, no intentase un estudio sistemático de ambas culturas que tan bien conocía.En Don Quijote, don Juan y la Celestina, defendía que estos personajes habitaban en lasalmas de los españoles, no como abstracciones, sino “que entraron en nosotros por laintuición y el sentimiento, como la vida misma” (17–18). En este libro dedicó una pequeñaparte a la comparación entre Hamlet y Don Quijote sobre la base de que ambos personajeshicieron su aparición en 1605. En línea con los objetivos de la generación del 98, esteensayo no pretendía un análisis literario de estos personajes, sino que exploraba laidiosincrasia española y se concentraba en las emociones que estas dos obras pudieronhaber producido en los primeros años del siglo XVII. La comparación concluía con untono de amargura y nostalgia por el glorioso pasado imperial, típico de la generacióndel 98:

Cuando se representó el drama predicador de la impaciencia y la acción, Inglaterra apenassi existía como fermento de un pueblo futuro. Cuando se publicó la novela alabadora delreposo, España dominaba sobre el mayor imperio sobre la tierra. El Hamlet es la tragedia deInglaterra; el Quijote el libro clásico de España. En torno a estas dos obras se ha venidocristalizando el alma de los dos pueblos. Inglaterra ha conquistado un imperio; España haperdido el suyo. (32)

Ligados a la generación del 14 y al europeísmo de Ortega, Ramón Pérez de Ayala ySalvador de Madariaga, por el contrario, representan la aproximación natural al mundobritánico. Pérez de Ayala y Madariaga, embajadores en Londres y Washingtonrespectivamente durante la Segunda República, escribieron ensayos extensos sobre temasingleses, como veremos en la siguiente sección. Aun cuando proceden a veces de formacomparativa, no se percibe en estos autores la intención de confrontar lo positivo ynegativo de las culturas británica e hispana. En cualquier caso, sus contribuciones debenentenderse como trabajos ocasionales de escaso o nulo impacto en la intelectualidadespañola del momento. De hecho, Madariaga escribió en inglés las dos obras que nosocupan, una de ellas nunca fue traducida; y los ensayos ingleses de Pérez de Ayala fueronreeditados en 1963, tras la muerte del literato. Estos autores, sin embargo, forman partede una cadena de eruditos anglófilos entre los que cabe mencionar a Jovellanos y Moratínen el siglo XVIII, y, en el siglo XIX, a Blanco-White, Marqués de Dos Hermanas, Valera,Menéndez Pelayo, o Galdós, lista que verá su continuidad con Alfonso Par, Ricardo Gullóny Esteban Pujals, cuya obra también será examinada en la siguiente sección.

Como hemos visto, el discurso patriótico español del momento y el rechazo de valoresy modelos extranjeros deben entenderse correctamente, puesto que estaban motivados porla absoluta necesidad de dignificar la esencia espiritual de España. Al sublimar la

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Hispanidad, la conciencia nacional intentaba superar el sentimiento de inferioridad nacidode la frustración tras el desastre colonial y de una estructura industrial relativamente pocodesarrollada. La defensa a ultranza de la cultura española y de los valores patrióticos quellevaron a cabo los más destacados intelectuales de principios de siglo XX no trajo consigomarcadas posturas chauvinistas contra Inglaterra y la lengua inglesa, aunque ciertamentehabía anglofobia, como denunció Unamuno, quizás el menos anglófobo del 98. Europaera percibida como destino, pero al tiempo era rechazada con orgullo dado su mayoradelanto. La táctica de los pensadores españoles consistió en contraponer la riquezaespiritual hispana frente al progreso científico, tecnológico y social de las principalesnaciones europeas; de hecho muy pocos estudiosos dedicaron sus esfuerzos a investigartemas extranjeros. Como excepción, cabría mencionar a Menéndez Pidal que, aunquetardíamente, abordó la épica francesa, y a su discípulo Américo Castro, encargado deorganizar las primeras Cátedras de Francés en 1932 junto con el filósofo García Morente.Respecto a nuestra parcela académica, aparte del estudio erudito de pensadores ycientíficos ingleses, interesaban a principios de siglo sobre todo las obras religiosas,filosóficas e históricas, como las de Gibbon y Carlyle. Hubo que esperar algunas décadaspara la aparición de las primeras monografías extensas sobre Filología Inglesa, que, al igualque en Francia e Italia, no trataban sobre aspectos lingüísticos del inglés, sino literarios yhumanísticos.

2. Destacadas monografías sobre literatura inglesa

Antes de revisar las publicaciones españolas que sobre los estudios ingleses aparecieron enla primera mitad del siglo XX, creemos necesario hacer referencia a las traducciones deobras inglesas, una de las vertientes más interesantes de nuestra disciplina y que nopodemos tratar en este trabajo debido a la complejidad del fenómeno y a la especificidadde cada obra y autor.

En el prólogo a Obra selecta de Unamuno, Julián Marías resume el interés cultural deesta época señalando que había “tres cosas: lo español, lo francés y lo extranjero, que es loajeno, lo extraño” (1977: 19). En efecto. A pesar del declive de la influencia francesa trasla derrota en la guerra franco-prusiana, Francia, y no Alemania, siguió siendo el referentede las clases educadas del país durante la primera mitad del siglo XX. La relación con elpaís galo era tan estrecha que, mientras Inglaterra era vista como una sociedad mercantily la heredera —o la usurpadora— del poder español en el mundo, la literatura extranjerase leía en francés, o en traducciones del francés al castellano.

Ya en 1861, con ocasión de la traducción de Manfred a cargo de José Alcalá Galiano yFernández de las Peñas, Juan Valera señaló que Gibbon, Scott y Byron eran los autoresbritánicos más leídos, bien en castellano o en francés, y reconoció “un cortísimo comerciode ideas” (1961a: 267) entre España y Gran Bretaña. Se quejaba Valera de que los inglesesdespreciaran el desarrollo cultural español del momento, mientras que la lengua y laliteratura inglesas eran de interés para muchos intelectuales españoles debido, sobre todo,a las traducciones y elogios de los críticos y escritores franceses. A pesar de las celebradastraducciones realizadas en la segunda mitad del siglo XIX (como las de Menéndez Pelayo,Macpheson, Villalta, James Clark o Galdós), la situación no cambió demasiado con el

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8. Unamuno fundamentó en Carlyle su idea de que el pueblo español carecía del sentido delheroísmo, que consistía precisamente en la habilidad para reconocer a sus héroes (1977a: 134).

9. En este sentido, merece destacar el artículo de Julio César Santoyo (1993) sobre la biografíade Manuel Pérez del Río-Cossa (1888–1958), que fue el primer traductor de Chaucer al castellano.

nuevo siglo. Como se ha indicado, en España se tenía en gran estima a la literatura inglesade carácter científico, religioso y humanístico. Thomas Carlyle, cuyo libro On Heroes habíasido traducido en 1893, era citado con frecuencia, especialmente por Unamuno queadvirtió bastante profundidad en el pensamiento del escocés.8 Lo mismo puede decirse deMartin Hume, un historiador contemporáneo, que investigó la decadencia colonialespañola desde el año de la Armada en su libro The Spanish People, y que fue muycontrovertido entre los escritores del 98. Bacon era a menudo mencionado por suConsideraciones en torno a una guerra con España; pero importantes joyas de la literaturainglesa corrieron distinta suerte. Por ejemplo, según Palau, El viejo marinero de Coleridgeapareció en 1898, mientras que Wordsworth seguía siendo un desconocido. Existían variasediciones de Robinson Crusoe, pero ninguna de Moll Flanders, que se vertió al castellanoen 1933. Muchos trabajos de J. H. Newman circulaban por España en 1909, mientras quela primera edición de los trabajos completos de Shakespeare, según Palau, se vino apublicar en 1917 en Valencia, traducidos por Martínez Lafuente con prólogo de VíctorHugo; y aun hubo que esperar hasta 1929 para que, de la mano de Luis Astrana Marín,apareciese la primera edición castellana de las obras completas de Shakespeare traducidasdirectamente del inglés. Las más importantes comedias de Ben Jonson, siempre segúnPalau, tuvieron que esperar unos años más. Sin embargo, bien por la creciente fama de lanarrativa contemporánea inglesa, bien por las consecuencias de la Gran Guerra y laneutralidad española, o bien por el desarrollo cultural hispano, hubo en los años veinte unnotable aumento de las traducciones directas del inglés. Algunas de ellas ibanacompañadas de un prefacio o prólogo, que constituyen en ocasiones los primeros apuntescríticos hispanos a la literatura inglesa. Con el desarrollo actual en nuestro país de laFilología Inglesa, convendría revisar estos prefacios, y conocer un poco más sobre eltraductor y el impacto de la obra en la sociedad de su tiempo.9

Los estudios ingleses propiamente dichos fueron excepcionales en la erudición españolade principios de siglo, incluso en la prensa especializada. En la Revista de Filología Española,fundada en 1914 por Menéndez Pidal, apenas se editaron artículos relativos a nuestro campo.Erasmo Buceta escribió dos de éstos. Uno llevaba por título “Opiniones de Southey yColeridge sobre el ‘Poema del Cid’” (1922), y el otro era “El entusiasmo por España dealgunos románticos ingleses” (1923), en torno al interés de Wordsworth, Shelley, Byron,Landor, Scott y especialmente Southey por España. Buceta, profesor de la Universidad deCalifornia, publicó otros trabajos sobre las lenguas románicas en esta revista, peroúnicamente dos de sus notas giran en torno a temas ingleses. Una fue “El ‘Don Carlos’ deLord John Russell,” un breve estudio de la tragedia de cinco actos en verso blanco publicadaen 1822, y otra comentaba la edición de los romances españoles en la Inglaterra de principiosdel siglo XIX. G. Zellars fue el autor de “Influencia de Walter Scott en España” (1931), queconsistía en un detallado estudio de la semejanza de las novelas de Scott con otras escritas porautores españoles a lo largo del siglo XIX y que escaparon al análisis realizado por P. H.Churchman y E. Allison Peers en A Survey of the Influence of Sir Walter Scott in Spain.

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10. La primera Cátedra de Español en la educación superior británica fue creada en 1828 por elUniversity College of London, institución fundada al margen de la Iglesia Anglicana y que siempreha disfrutado de una autonomía especial dentro de la Universidad de Londres. El primer ocupantede esta Cátedra fue Antonio Alcalá Galiano, destacado liberal exiliado en Inglaterra. Sin embargo,la primera Cátedra de Español en el sistema universitario moderno inglés, es decir ligada a estudiosextensos y tareas departamentales, corresponde a la de la Universidad de Liverpool que data de 1908.

A raíz de este marginal dato informativo abramos por mera curiosidad una ventanaa lo que ocurría en Gran Bretaña con respecto a los estudios hispánicos. Si Valera en elsiglo XIX se quejaba del poco interés por España en Inglaterra, la situación cambióradicalmente en las primeras décadas del siglo XX. Mientras que en 1914 existía una únicaCátedra de Español (en la Universidad de Liverpool),10 en 1924 el número se elevaba asiete. Había tres Spanish Societies (una en Londres, otra en Liverpool y una tercera enOxford), así como grupos de estudio a nivel universitario en Belfast, Edimburgo yManchester. La Universidad de Liverpool impartía cursos de verano de español, y en 1934se fundó el Institute of Hispanic Studies dentro de la Liverpool Hispanic Society. Fuetambién la Universidad de Liverpool la que empezó a editar en diciembre de 1923 la revistaBulletin of Spanish Studies: A Record and Review of their Progress siguiendo la línea deBulletin Hispanique, de Burdeos, y sobre todo de la conocidísima Revue Hispanique.Lógicamente el interés estaba centrado en España y, en menor grado, en Hispanoamérica.Uno de los pocos artículos escritos por españoles sobre temas ingleses fue el de FerránSoldevila i Zubiburu, escritor e historiador catalán, sobre “Walter Scott y el Renacimientoliterario catalán.” Se trataba de un comentario al capítulo cuarto del libro de Jean Amade,Origines et premières manifestations de la Renaissance littéraire en Catalogne au XIXe siècle(Toulouse-Paris, 1924), que dedicaba un apartado a Walter Scott. También al otro ladodel Atlántico, donde ya existía una destacada galería de hispanistas, se reconocía laindependencia cultural de España dentro de Europa. J. Ferguson, en su tesis doctoralAmerican Literature in Spain, publicada en 1916 por Columbia University Press, afirmabaque sólo Scott y Byron habían dejado su impronta en España, y que Cooper, Poe yWhitman llegaban a este país a través de los Pirineos.

La revista española más importante de los años treinta, Revista de Occidente, fundadapor Ortega y Gasset en 1932 con el fin de divulgar las tendencias contemporáneas de lacultura, la ciencia y la filosofía, publicó unos pocos artículos sobre temasanglonorteamericanos hasta su cierre a causa de la Guerra Civil. El historiador y abogadoAntonio de Marichalar, marqués de Montesa, escribió la mayoría de ellos. “Joyce en sulaberinto” (1924) estaba dedicado a Ulysses. En este artículo Marichalar emprende la difíciltarea de presentar a los lectores españoles los valores literarios de la novela rehuyendo elhalo de esnobismo y la exagerada veneración de ciertos críticos. Para ello bosqueja latrayectoria literaria de Joyce y entra en materia a través del personaje Stephen Dedalus. Eltratamiento de la estructura temporal le lleva a afirmar que: “no hay propiamente acción.Es un retrato . . . y el autor no narra, sino que dibuja una presencia prolongada: unaintensificación” (1924: 189). Marichalar también se esfuerza en explicar la técnica delmonólogo interior que utiliza Joyce, así como los juegos del lenguaje, para lo cual llegaincluso a traducir un fragmento. Próximo a concluir, Marichalar recapitula: “Un laberintono es una maraña ni un enredo, sino una perfecta arquitectura: un trazado difícil, cuyo

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11. Ver Coletes (1997) para un análisis en profundidad del elemento británico en la obra de Pérezde Ayala.

único fin consiste en dar con la salida precisamente” (1924: 197). Este artículo será citadoen varias ocasiones por Ricardo Gullón cuando trate a Joyce en Novelistas inglesescontemporáneos (1945).

Con motivo de la publicación de Sanctuary, Marichalar escribió “William Faulkner”(1933), una introducción al novelista; y también firmó trabajos sobre Liam O’Flaherty yGeorge Santayana. “La revolución de Roosevelt” (1934), de Luis Olarriaga, fue otro de losartículos cuya temática forma parte de nuestros estudios académicos. Revista de Occidentepublicó además traducciones de escritores extranjeros, como fue el caso de Jung sobreUlysses de Joyce, Edmund Wilson sobre Gertrude Stein, Herman Oncken sobre Cromwell,y Raymond Lacoste sobre Cunninghame Graham. Breves notas y reseñas divulgaron laobra de Huxley, Conrad, Shaw, Lawrence, Butler, Mansfield y Woolf.

Teniendo en cuenta que la erudición española pudo haber emprendido estudioscomparativos o análisis profundos de obras relevantes, es sorprendente que la cultura,literatura y lengua inglesas no fuesen objeto de interés investigador. Esto muyposiblemente se deba a que los estudios sobre literaturas y culturas europeas no formabanparte de la enseñanza superior del momento. De hecho, no hubo en las primeras décadasdel siglo XX trabajos de cierto alcance —que sepamos— con la excepción quizás dealgunos ensayos de Ramón Pérez de Ayala, y de dos obras de Salvador de Madariaga:Shelley and Calderón (1920), y un curioso libro de psicología comparada Englishmen,Frenchmen, and Spaniards (1928).

Pérez de Ayala y Madariaga probablemente sean los intelectuales de la generación del14 que mejor representan la vocación europeísta del Novecentismo. Pérez de Ayala nacióen Oviedo en 1880, donde se licenció en Derecho. Durante la Primera Guerra Mundialtrabajó en Londres como corresponsal para un diario argentino. Recibió el PremioNacional de Literatura en 1927 y, en 1928, ingresó en la Real Academia Española. Fueembajador de España en Gran Bretaña durante la Segunda República. Al estallar la GuerraCivil se exilió en Argentina, de donde regresó en 1954. Atraído por el mundo anglosajóny el liberalismo inglés (Coletes 2000), su obra está impregnada de la cultura y literaturainglesas, a las que dedicó un gran número de ensayos y trabajos críticos. Entre éstosdestacan los incluidos en Las máscaras (1919), su obra cumbre en el campo de la críticateatral, y en Tributo a Inglaterra (1963). En el Libro II de Las máscaras, examina la singularpersonalidad de Oscar Wilde y su aportación a la literatura inglesa, y la figura de Don Juanen el teatro de Bernard Shaw. Esta obra contiene también una pequeña reseña titulada“Domando la tarasca” (299–306), sobre la traducción de The Taming of the Shrewrealizada por Martínez Sierra.11

El estudio sobre Wilde está dividido en cuatro apartados. Se abre con “Oscar Wilde oel espíritu de la contradicción” (196–206), en el que Pérez de Ayala esboza un penetranteretrato del controvertido dandy a partir de la expresión “spoiled child,” o el niño echadoa perder. Pérez de Ayala describe cómo los típicos rasgos psicológicos de esta criatura (unaimplacable voluntad, necesidad de sentirse el centro de atención, ver la vida como juegogracioso, adoptar la vanidad y el cinismo como actitudes convencionales) degeneran enuna rebeldía individual que la sociedad no tolera. A esta forma de contradicción, que surge

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de haber vivido sin obstáculo, nuestro autor añade “otro espíritu contradictorio, que esforma de reacción contra el ambiente hostil, y se origina de la vanidad lastimada” (200).Sin embargo, redime en parte a Wilde cuando advierte una tentativa de contrición en “Deprofundis,” que se torna falsa cuando repara en cómo pasó sus últimos días en Francia:“ni aún siendo el hombre deshecho y echado a perder, dejó de ser el niño echado a perder,vanidoso, contradictor y obsesionado por adoptar actitudes teatrales” (206).

Pérez de Ayala tampoco es benevolente con su obra dramática. En “Las comediasmodernas de Wilde” (206–12), utiliza la definición de genio literario del propio Wilde paraponer al descubierto los puntos débiles de su dramaturgia. Para Wilde el genio literariocreaba “obras que asientan respuestas a preguntas que todavía no se han formulado”(209); Pérez de Ayala deshace esta paradoja afirmando que “los grandes escritores sonaquellos que mejor han sabido responder a las preguntas esenciales y eternas, según elmodo y expresión de su tiempo y pueblo” (209). Menosprecia el talento de Wildereduciendo su genialidad a sus meras dotes de conversador: “¿en qué sustentaba su jac-tancia de genialidad? En su conversación. ¡Peregrina vanagloria! Era un genio de la charla”(209–10). Tampoco sus personajes son del gusto del escritor asturiano. Atendiendo a ladistinción propuesta por Dr Johnson entre personajes de costumbres y personajes denaturaleza, cree Pérez de Ayala que a Wilde “le faltó la simpatía humana con quevivificarlos; le faltó lirismo, el infundirse y apasionarse dentro de cada uno de ellos” (211).

“Proceso póstumo” (212–18) consiste en una parodia del proceso de Wilde en el quese juzgaba la obscenidad de un escrito, como preámbulo al cuarto apartado, “La moral yel arte” (218–26). En éste, Pérez de Ayala, quien se declara en contra de juzgar a las obraspor su mera factura o forma, condena las tesis centrales del esteticismo literario del queWilde fue un claro exponente. Tras comparar el esteticismo con el “arte artístico” o “artepor el arte,” y con el “arte popular,” concluye afirmando que “en el arte esteticista loinmoral se impone por virtud de una selección y por razón de su belleza” (224–25) y quela inmoralidad es “impedimento de la excelencia artística” (225).

Los ensayos sobre el teatro de Shaw forman parte de un argumento más extenso sobreel personaje de don Juan, aunque seguimos encontrando, como en todos los trabajos sobretemas ingleses de Pérez de Ayala, más deseo por informar e instruir al público que porcomparar literaturas. Nuestro autor intenta la difícil tarea de explicar los parámetros delteatro de ideas de Shaw, y su capacidad para “hacer de muchas personas individuales unasola persona colectiva, crear y dominar un público” (355). Así pues, tras examinar latradición escénica de Don Juan desde Tirso hasta los Quintero en “Don Juanes” (349–53),dedica un apartado a “La dramaturgia de Bernard Shaw” (354–60). Posteriormente, en “Eldon Juan de Shaw” (360–64), comenta la pieza Man and Superman (en la que el nombredel personaje principal, Tanner, es un derivado intencionado de Tenorio), y la explica enclave de drama de ideas, siendo Tanner y Ann dos ideas genéricas, del eterno masculinoy el eterno femenino respectivamente.

La parte más interesante de su producción sobre temas ingleses, o por lo menos la demás gratificante lectura, consiste en un centenar de pequeños artículos sobre la vidainglesa escritos en su mayoría durante las primeras décadas del siglo XX. García Mercadallos editó en 1963 bajo el título de Tributo a Inglaterra. Hay en ellos una singular mezcla deestilo periodístico, erudición y humor, a lo que se suma el ágil fluir de su excelente prosa.Por ejemplo, en “Un día a regatas” (115–19) describe con todo detalle el ambiente de una

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regata veraniega en Henley que se ve coronada por una lluvia torrencial y un tremendotemporal. En “Obesidad y estética” (213–15), escrito a raíz de la joven elegida en unconcurso de belleza, Pérez de Ayala contrapone con delicadeza y humor las formas de lasfiguras prerrafaelitas de Dante Gabriel Rossetti al gusto que Enrique VIII sentía por lasmujeres gordas.

Tras los artículos que forman la primera parte de Tributo a Inglaterra, y que dannombre al libro, sigue otra colección denominada “Ensayos ingleses,” con temática dediversa índole, pero especialmente cultural y política. De entre ellos, destaca uno sobreJuan Bunyan (John Bunyan) escrito con motivo del 250 aniversario de su muerte. Pérezde Ayala describe cuidadosamente con su visión periodística, o “estilo reporteril” (115), lospormenores de la celebración. Posteriormente explica el estilo del literato y su impacto enla sociedad de su tiempo. A modo de conclusión —como era casi preceptivo— estableceuna comparación entre El peregrino y El Quijote por su capacidad de haber penetradofirmemente en el gusto popular.

Salvador de Madariaga, nacido en La Coruña en 1886, estudió Ingeniería de Minas enParís, y en 1916 se trasladó a Londres donde trabajó en The Times como corresponsal paralos países de habla hispana. Poco a poco fue interesándose por la literatura inglesa y leyóno sólo a los clásicos sino también a sus contemporáneos (Shaw, Wells, Chesterton yGalsworthy). Su dominio del inglés era tal que algunas de sus obras aparecieron publicadasoriginalmente en dicha lengua. Tuvo cargos de responsabilidad en la Liga de las Naciones,y en 1927 ocupó la recién creada Cátedra de Literatura Española de la Universidad deOxford. Fue embajador en Estados Unidos en 1931 y en Francia en 1932. En 1934 formóparte del Gobierno republicano como Ministro de Instrucción Pública, y en 1936 seconvirtió en miembro de la Real Academia Española. Luego vivió en el exilio en variospaíses europeos. Escribió mucho sobre historia hispanoamericana, haciendo gala de unaversatilidad a menudo criticada por su ligereza intelectual.

Shelley and Calderón, cuya calidad parece demostrada en el hecho de haber sidoreeditado en 1965 por Kennikat Press (aunque nunca fue traducido al castellano), estácompuesto por cuatro ensayos: “Shelley and Calderón,” “English Sidelights on SpanishLiterature,” “Spanish Popular Poetry” y “The Case of Wordsworth.” El primero de ellosexamina en profundidad la influencia del dramaturgo hispano en el poeta romántico.Según Madariaga, Shelley fue un ferviente admirador de Calderón, y en concreto leentusiasmaba su percepción de la naturaleza, la fe y el destino del ser humano. Lainfluencia de Calderón en Shelley, afirma Madariaga, no es formal, sino espiritual:

His [Shelley’s] characters are not so much human beings as symbols, or personified ideas.He had a truth to serve, a theory to illustrate, a creed to preach; and in this, again, he was thebrother spirit of Calderón, whose Autos, which he so ardently admired, were also dramatisedarguments, though arguments for a cause which Shelley hated with all his heart. (23)

El artículo está dividido en ocho partes, que a veces se alejan del tema principal. Porejemplo, en la cuarta parte Madariaga habla del método de análisis literario de Arnold ysu visión de Wordsworth, en la sexta ofrece algunos comentarios biográficos, y finalizaimaginando a Shelley en Castilla, si hubiese llegado a vivir para residir en España tal ycomo en alguna ocasión había manifestado. Sin embargo, estas aparentes digresiones ycomentarios que los críticos tienden a evitar en la actualidad deben verse como fallos

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menores y juzgarse de acuerdo con las prácticas ensayísticas del momento, que subrayabanlos aspectos morales, filosóficos y biográficos del autor y su obra.

“Sidelights” compara la literatura inglesa y española: Beowulf y Mío Cid, Chaucer yJuan Ruiz, Sidney y Garcilaso, Shakespeare y Lope, Milton y Calderón. “Spanish PopularPoetry” consiste en una introducción sobre el romancero para el público británico.

El último ensayo de la colección “and perhaps the unwisest enterprise in the book,”como indica en el prefacio (ix), comienza con la crítica de Arnold en torno a Wordsworthy prosigue con un método de análisis atendiendo a las categorías metafísicas de belleza,verdad y virtud. Su objetivo consistía en ofrecer al público inglés una valoración deWordsworth desde una óptica hispana. Tras la lectura del trabajo no podemos dejar decuestionarnos el éxito de su empresa. Sus comentarios críticos no contemplan los aspectospropios de la sensibilidad romántica, sino que más bien Madariaga sigue los criterios deldenominado “humanismo liberal,” de moda en aquel momento. Por otra parte, seadvierten bastantes ambigüedades. Cuando cita los versos iniciales de “The Tyger,” esdifícil distinguir si el fragmento es un ejemplo de “lightning of poetry” en la literaturainglesa, o bien en la poesía de Wordsworth, lo que sería un error imperdonable:

His eye is as scientifically accurate as the lens of an optical apparatus, a fact that certainlycontributes to that photographic impression which his treatment of landscape conveys. Hecan give a most lovely literary description, or as it is said to-day, “pen-picture,” of nature’sface, but he is seldom if ever able to thrust a dart of intuition at nature’s heart—suchlightnings of poetry as:

Tiger, tiger, burning brightIn the forests of the night.

He had a penetrating, almost a mystic, feeling for nature, which gives quality toeverything he wrote and makes it worth reading. But a feeling is not a poem. It is not evenpoetry. (148)

No obstante, el principal interés de Shelley and Calderón no yace ni en ser una de lasprimeras contribuciones española a los estudios ingleses de cierta sustancia, ni en su gradode profundidad y perspicacia crítica, sino en las vías de investigación que se sugerían eneste estadio preuniversitario de nuestra disciplina. Cada uno de los cuatro ensayospresentaban otras tantas alternativas para el estudio de la literatura inglesa desde unaperspectiva española. El primero analizaba la influencia de un autor sobre otro, como “aneffort . . . towards investigating the true nature of this literary bond between the twonations by an analysis of the genius of each of the two poets concerned as revealed in theirworks and life” (x–xi). “Sidelights” contemplaba las similitudes entre los cánones y lastradiciones literarias “to stimulate the study of Spanish poetry in England” (xi). El objetivodel tercer ensayo consistía en “an attempt at estimating the value and interpreting themeaning of Spanish popular songs in terms of English culture” (xi), una originalidad queen pocas ocasiones se ha puesto en práctica. Lo más común entre nuestros estudiosos esla cuarta modalidad, es decir la de leer “typically English authors” con una perspectivahispana, aunque con frecuencia para un público también hispano.

El segundo libro de Madariaga sobre temas ingleses fue Englishmen, Frenchmen, andSpaniards: An Essay in Comparative Psychology, publicado en 1928 por Oxford University

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Press en inglés y por La Revue de Genève en francés, y en 1931 en castellano por EspasaCalpe (con varias ediciones posteriores en España y Sudamérica). Esta obra tuvo una largagénesis. Algunas de las ideas aquí contenidas aparecieron originalmente en Arceval y losingleses (1925), una especie de novela sobre ciertos españoles en Londres que hablaban delas diferencias culturales entre los dos países, siendo Arceval el portavoz del autor. Mástarde, mientras Madariaga trabajaba en la Liga de las Naciones, impartió unas charlassobre este tema a petición del eminente internacionalista inglés Alfred Zimmern. Estasconferencias constituyeron la base del libro que tiene dos partes bien diferenciadas.

La primera parte es original en su planteamiento, aun cuando abundaban en estos añosescritos de diversa índole comparando psicologías nacionales. Comienza afirmando queexiste un concepto clave para cada una de las tres sociedades. Así, la forma de ser de losingleses, franceses y españoles se identificaban respectivamente con fairplay, le droit y elhonor, tres ideas fundamentales en sus respectivas lenguas y, al tiempo, absolutamenteintraducibles en las otras dos. El segundo paso consiste en darles expresión. De estamanera, para el caso inglés, fairplay viene a ser una metáfora de action, y por lo tantoasociada con el cuerpo. Le droit estaría asociado con thought, con la inteligencia y elpensamiento. El honor tendría que ver con passion, con las emociones y el alma. Acontinuación Madariaga identifica al inglés con “the man of action,” al francés con “theman of thought,” y al español con “the man of passion.” Esto da pie a un interesantecomentario de action, thought y passion en cada uno de estos tres caracteres nacionales;partiendo de action en “the man of action,” pasa a thought en “the man of action,” y asísucesivamente hasta passion en “the man of passion,” produciendo una verdaderaradiografía de las características más convencionales de estos pueblos. La segunda partecompara estas tres sociedades atendiendo a una amplia gama de aspectos como laestructura social, la familia, la estructura política, la historia, el arte, la lengua, etc.Madariaga se nos muestra fascinado por el idioma del “hombre de acción,” es decir, porla lengua inglesa. Los monosílabos con diversas funciones sintácticas, la fuerza de laentonación y el acento, las abreviaturas de palabras largas y las frecuentes onomatopeyasconstituían la parte positiva del inglés frente a la ambigüedad y vaguedad de la realizaciónde sus sonidos:

[La lengua inglesa] es universal y proteica. Ora abierta y oscura, ora aguda y penetrante, oraprofunda y musical, ora seca y corta, ora rígida y opaca, pero siempre vaga, ambigua,movediza, de modo que nunca termina como empezara, aparece gradualmente, arrastrandotras de sí trozos de indecisas consonantes. La nebulosa vocal inglesa es genuina representantedel espíritu empírico inglés, siempre fluido y en proceso de transformación, solo enactividad en el momento vago del presente que lo lleva a la acción, y aun entonces siempredispuesto a pactar. (1958: 228–29)

Ramón Pérez de Ayala y Salvador de Madariaga muestran una trayectoria muyparecida. Ambos fueron periodistas, escritores, embajadores en países de habla inglesa, yestuvieron ligados a destacadas instituciones académicas. Sus trabajos sobre estudiosingleses, aun siendo serios en sus objetivos y acertados en su desarrollo, no son fruto ni deuna profunda labor investigadora ni de la aplicación de riguroso (o sistemático) análisiscrítico. Este avance, si exceptuamos a algunos eminentes traductores, llegaría en los añostreinta con la obra de Alfonso Par.

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Alfonso Par nació en 1879 en el seno de una familia burguesa catalana dedicada a laindustria textil del algodón, en la que él también trabajó. En el plano intelectual se nospresenta como un hombre versátil, cuya labor da muestra de la intensidad de sus aficiones.Apasionado por la obra de Wagner, especialmente por sus textos y escenografía, fuemiembro fundador de la Associació Wagneriana en 1901, y su presidente desde 1906 hasta1936, año en que murió asesinado por la UGT. Era un ferviente admirador de Ramon Llully, como destacado catalanista, defendió sus tesis contra la renovación formal de la lengua.Su otra gran pasión fue Shakespeare, a quien dedicó una prolífica obra. Tradujo, entreotras piezas dramáticas, King Lear al catalán y al castellano. En 1916, coincidiendo con eltercer centenario de la muerte del dramaturgo, escribió en catalán Vida de GuillemShakespeare, que apareció en castellano en 1930, y en este mismo año Contribución a labibliografía española de Shakespeare. Este constante estudio se verá coronado con dos obrascolosales, una publicada en 1935, Shakespeare en la literatura española, en dos volúmenes,y otra al año siguiente, ya póstuma, Representaciones shakespearianas en España, tambiénen dos volúmenes. Su investigación fue continua y totalmente vocacional. Podemos intuirlas dificultades que entrañaba una actividad de este tipo cuando, en el prólogo de estaúltima obra, nos explica la titánica labor de consultar página a página los principalesperiódicos catalanes para conocer las representaciones shakespearianas en Barcelona a lolargo de los 160 años que abarca el estudio, o cómo, al no existir allí hemerotecas conperiódicos madrileños, lo ayudaron amigos de Madrid. Esta constante, minuciosa y rigu-rosa tarea de documentación, en cuanto a obras, repartos y escenografía necesaria para suúltimo libro, es sólo comparable con el detenido análisis de ensayos, traducciones, refundi-ciones y reescrituras creativas de la obra shakespearianas en nuestro país tal y como se evi-dencia en Shakespeare en la literatura española, que lleva como subtítulo Juicios de los lite-ratos españoles, con noticias curiosas sobre algunos de ellos y sobre sucesos literarios famosos.

Par deliberadamente traspasa el ámbito de lo literario hasta ofrecernos la presencia deShakespeare en la cultura española. La obra se divide en cuatro partes, “Galoclasicismo”y “Romanticismo” en el volumen 1, y “Realismo” y “Escuelas modernas” en el volumen 2.En cada una de ellas, describe el arte y el pensamiento predominante en Europa y laacogida de Shakespeare en las literaturas del continente, particularmente en Francia; pasaposteriormente a explicar el gusto literario y dramático en España, y a partir de aquí entrade lleno en el asunto central de su estudio.

En la primera parte, rastrea la fama del escritor inglés en nuestro país y cómo su obrallegaba en el siglo XVIII a través de Francia, y más concretamente a través de lastraducciones de las adaptaciones de Ducis, que había acomodado las tragedias a los gustosneoclásicos eliminando los finales violentos. Esta misma estructura se sigue en la épocaromántica, si bien el periodo histórico que cubre, 1805–1850, requiere un detallado repasodel agitado devenir político nacional. Par no sólo indica la presencia de Shakespeare en laliteratura y escena españolas, sino que completa el panorama con el teatro introducido porlas tropas Napoleónicas y la influencia de la literatura inglesa en los exiliados liberalesdurante el reinado de Fernando VII. Aun cuando en España, durante esta época, elnombre del dramaturgo inglés fuese casi desconocido y su obra objeto de distorsión yparodia, es preciso resaltar la gran cantidad de fuentes documentales consultadas por Pary su capacidad para verter el fruto de su investigación en un estilo objetivo, pulcro y claro.

Igual línea metodológica y argumentativa continúa en la primera parte del volumensegundo, que abarca el realismo (1850–1875) y la restauración monárquica, el neorroman-

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12. El periodista cubano José de Armas y Cárdenas, pseudónimo “Justo de Lara” (nacido enGuanabacoa 1866 y fallecido en La Habana en 1919), fue el autor de Ensayos críticos de literaturainglesa y española, publicado en Madrid por Suárez en 1910. Se trataba de una colección de artículosaparecidos con anterioridad. Marlowe, Othello y Pepys eran las materias de los tres ensayos sobre

ticismo y el naturalismo (1875–1895). Ahora bien, aunque ofrece una impresionanterelación de la influencia de Shakespeare en los literatos de la segunda mitad del siglo XIX,echamos en falta un examen más profundo tanto de las grandes traducciones que serealizaron entonces, así como del impacto cultural de las representaciones teatrales que,sistemáticamente y por vez primera, no distorsionaban la trama del original inglés.

El período que transcurre entre 1896 y 1933 es tratado bajo el título genérico de“Escuelas modernas.” En estos años, lógicamente, la información a tener en cuenta en cadauno de los diversos aspectos es mucho mayor, aunque ahora Par la conocía de primeramano. El autor suple la falta de espacio con un lenguaje más personal. En esta parte no nosda indicaciones sobre las tendencias artísticas predominantes, sino que entra directamenteen materia. De este período considera que merece destacarse dos grandes acontecimientos.De un lado, el escaso entusiasmo por la celebración en España del centenario deShakespeare y Cervantes en 1916, al que dedica un apartado (165–85) y, de otro, lahistórica traducción del inglés de sus obras completas a cargo de Luis Astrana Marín.

Se quejaba Alfonso Par de que en España, a causa del conflicto europeo, se decidieseno celebrar oficialmente el centenario de Cervantes, mientras que en Inglaterra, inclusoen plena guerra, se publicó una magnífica edición de las obras de Shakespeare, y enAlemania, la nación enemiga, se escenificaron en casi un millar de ocasiones. Continúalamentándose nuestro autor de los representantes elegidos para el libro homenaje alisabelino (1916: A Book of Homage to Shakespeare) en el que, bajo la supervisión editorialde Israel Gollancz y publicado por Oxford University Press, participaban escritores de todoel mundo. Alfonso Par justifica doblemente sus críticas. Por un lado, los autores invitados(José de Armas, Alfonso Merry del Val, Antonio Maura y Armando Palacio Valdés) noestuvieron a la altura de las circunstancias. Según su opinión,

Habría podido el primero dar una muestra de su firme erudición shakespeariana y buengusto literario, pero prefirió salirse de compromiso con un soneto en que Shakespeare yCervantes departen sobre la guerra; el segundo escribe en inglés unas cuartillas bajo el títuloA Shakespeare de un español, en las que su diplomático autor prodiga los lugares comunesde costumbre y termina invitando a los ingleses a estudiar la literatura española; el terceroredacta, supongo que en un buen castellano, una serie de conceptos muy alambicados, quefrancamente no sé a qué fin se dirigen ni yo acabo de comprender, y el cuarto suscita, porfin, un tema de interés, aunque ni lo desarrolla ni lo prueba, sino que se contenta conafirmar y repetir que por encima de la obra de Shakespeare se extiende un cielo, o sea quedramáticamente el poeta cree en la Divinidad. (181)

Por otro lado, no tiene prejuicios en mencionar otros estudiosos que seguramentehubiesen contribuido a dicha publicación con trabajos más sustanciosos: “José de Armas(pero no con un soneto de ‘circunstancias’), Roviralta, Astrana Marín, Ferrer Robert,Álvaro Alcalá-Galiano, Navarro Lamarca, etc., hubiesen cumplido mejor con nuestrapatria y con los promotores de la conmemoración inglesa” (181).12 Alfonso Par comenta

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literatura inglesa, a los que habría que añadir por proximidad temática uno sobre Calderón enInglaterra y otro sobre los tesoros bibliográficos del Museo Británico. Alfonso Par alaba también unartículo de Carlos Arturo Torres titulado “En la cuna de Shakespeare” como uno de “los trabajoscríticos más sagaces y documentados que hayan aparecido en nuestra lengua” (1935: 186). Nuestroautor constata que en Hispanoamérica el conocimiento de Shakespeare es notable y asegura queescritores como “Melián, Lafimur, Armas, Torres, . . . constituyen un grupo de erudiciónshakespeariana que muy difícilmente tiene parejo en la Península” (186).

13. Eduardo Juliá Martínez (1887–1967) fue uno de esos escritores que aprovechó la fecha decentenario para divulgar la figura de Shakespeare. Lo hizo con una especia de biografía novelada que,bajo el título Shakespeare y su tiempo: historia y fantasía, pretendía exponer “las verdades entre lasapariencias del entretenimiento” (1916: xii). Desconocemos el éxito de su empresa, que, sin embargo,estaba sustentada por una amplia documentación, como se refleja en las notas y apéndices finales(281–331), que es con mucho lo más sustancioso de la obra. Éste fue el gérmen de su interesanteShakespeare en España (1918), que a su vez sirvió de base a la obra de Alfonso Par.

14. Luis Astrana Marín (1889-1959) nació en Villaescusa de Haro (Cuenca). Compaginó susestudios de Teología con un profundo interés por Shakespeare, Quevedo, Cervantes y Lope de Vega.Dominaba a la perfección latín y griego, así como francés, inglés, e italiano. El hito de Astrana Marínes ya todo un clásico de sobra conocido entre los filólogos ingleses españoles, por lo cual no se trataráen mayor profundidad.

ampliamente la obra de estos (y otros) autores,13 mostrándonos el creciente interés por elescritor inglés en la España de principios de siglo, que culmina con las traduccionesrealizadas por Astrana Marín, publicadas por Espasa Calpe a lo largo de la década de losveinte.14 Los elogios a esta “magna edición” (204) abarcan su doble vertiente crítica ytraductora. Calificado como “ungido de Apolo” (140), según Par, logró traduccionesperfectas debido a su “inteligencia avisada del texto inglés y dominio cabal del castellanoclásico, que es la única cantera que guarda materiales análogos a los empleados porShakespeare, con lo que su versión es modelo por su fidelidad y encanto por su fluidez”(141). Al final de este apartado (203–9), Par vuelve a tratar la obra de Astrana Marín pararesaltar su sensatez al elaborar la biografía del dramaturgo inglés, así como su sabioproceder con los juicios de la crítica inglesa y alemana, al tiempo que aportaba su propiopunto de vista. Ciertamente el encomio es justo. Esta primera versión íntegra del inglésvenía acompañada de un extenso estudio preliminar en torno a la vida y la obra deldramaturgo (Shakespeare, 1951: 11–121). Dividido en 19 subapartados, nos ofrece labiografía del escritor atendiendo a su producción literaria. También nos acerca a laescenografía isabelina y al panorama literario, al tiempo que nos indica sucintamente lasfuentes Shakespearianas y los aspectos que más han interesado a la crítica internacionalde su producción dramática y poética.

Volviendo a la obra de Par, cada uno de los períodos históricos en que se divide sutrabajo lleva un capítulo dedicado específicamente a Shakespeare en la literatura catalana.Par añade su propia valoración crítica en un último capítulo titulado “Opinión delpresente escritor” (245–87). Comienza explicando las peculiaridades de los escenarios yteatros isabelinos, a continuación contrasta el teatro de Shakespeare con los dramaturgoshispanos y centra su ensayo en tres aspectos fundamentales de sus personajes: eltratamiento de la condición humana, el fatalismo o pesimismo, y la dimensión moral.Como grandes virtudes del genio inglés, Par destaca en primer lugar “su modo de ver y deescenificar a los hombres” (272), en segundo lugar la capacidad de “situar el conflicto

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dentro de la conciencia de los personajes” (277), y como tercera característica resalta su“humildad . . . durante la composición de sus dramas” (279), aspecto que le lleva aconsiderar las formas poéticas y la retórica, así como la producción no dramática. Parcondensa su idea concluyendo que “Shakespeare es el poeta de la risa y del dolor” (287).

Representaciones shakespearianas en España nos ofrece no sólo el catálogo que prometeel título, sino también los pormenores sobre el gusto del público, la calidad de los actores,la evolución de la escenificación, y el creciente grado de fidelidad al original inglés a lolargo de los 160 años que cubre su estudio. Escrito en un tono confidencial y en un estilomás personal, Par nos descubre que la historia de Shakespeare en España es una materiainsólita. Ésta incluye tanto los finales felices de las grandes tragedias nacidos del gusto dela Francia dieciochesca, como el éxito de Shakespeare enamorado, de Duval (obra de unacto introducida durante la invasión napoleónica que versa sobre un episodio ficticio deldramaturgo mientras componía el acto IV de Othello), y el de Los hijos de Eduardo, deCasimir Delavique, que combinaba El rey Juan y Ricardo III. Y tanto más sorprendente esel hecho de que fuesen las compañías de actores italianas las que, en la segunda mitad delsiglo XIX, dieron a conocer, con notable éxito aunque en italiano, unos argumentos másfidedignos de los originales ingleses. Ante esta inusitada competencia italiana, algunosempresarios del teatro español reaccionaron encargando obras que luego hacían pasarcomo las auténticas.

Cuando en noviembre de 1936 este libro salió al mercado Alfonso Par había sido yaasesinado en las sombras a causa de la violencia política desatada en España. Tenía enmente destinar un trabajo a las “verdaderas traducciones” como fenómeno diferente delas refundiciones escénicas (Par 1936: 10–11). Su proyecto, como tantos otros, sucumbiócon la Guerra Civil; pero los años cuarenta no fueron en absoluto una década vacía. ElBritish Council se estableció en España (Hurtley 1992). Continuó la actividad traductorade obras literarias; se publicaron varias obras críticas, antologías e historias de la literaturainglesa traducidas del alemán, del francés y del inglés; y también aparecieron trabajosfirmados por autores españoles.

Entre éstos cabe destacar la publicación de Vida inmortal de William Shakespeare(1941), de Luis Astrana Marín. Se trataba de una excelente versión que ampliaba labiografía publicada en 1930 con motivo de la edición de las obras completas. Su profundoconocimiento del dramaturgo inglés y su prudente tratamiento de la información a sualcance eran ya unánimemente reconocidos. La calidad de la producción de Astrana Marínen su conjunto se refleja en el hecho de que no ha perdido su vigencia en la actualidad.

También merece constatar las aportaciones de otros estudiosos. Nicolás González Ruiz(1897–1967), natural de Mataró, fue Profesor de Lengua y Literatura Española en laUniversidad de Liverpool en el curso 1921–22. Se dedicó al periodismo con notable éxitoy recibió en 1948 el premio Luca de Tena. Entre 1944 y 1946 emprendió una serie depublicaciones que, bajo el título genérico de Vidas paralelas, comparaba a dos personajes,en su mayoría históricos. El primer volumen de la colección fue Dos reinas decapitadas:María Estuardo, María Antonieta (1944), y el número quinto Dos genios contemporáneos:Cervantes, Shakespeare (1944). González Ruiz fue, además, traductor de Shakespeare yactivo asesor artístico en el Teatro Español de Madrid.

De aspiraciones más eruditas, aunque de enfoque muy personal, es El historiadorWilliam Shakespeare: ensayo sobre el espíritu del siglo XVI, de Rafael Ballester Escalas,

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nacido en Gerona en 1916. Su libro, publicado en Tarragona en 1945, sirvió de base a sutesis doctoral Concepto y estructura de la historia en la obra de Shakespeare, defendida enla Universidad de Madrid en 1950, año en que también le fue concedido el PremioMenéndez Pelayo. El volumen cuenta con una serie de capítulos introductorios sobre losproblemas que plantea a la crítica literaria la vida y el pensamiento de Shakespeare, y sobreaspectos concretos de su obra. La aproximación de Ballester a su materia presentanumerosas inconsistencias metodológicas tanto en la visión estrecha del mundo isabelino,como en su fundamento intelectual. De hecho, el autor nos advierte desde la primera líneaque es un libro redactado “al correr de la pluma como quien escribe una novela” (1). Sudefensa de la educación aristocrática del dramaturgo, y su explicación del feminismo y lafeminidad a través de Cordelia y Desdemona, pueden ser discutibles como adhesiónpersonal del autor a determinadas hipótesis, pero los criterios que utiliza para eltratamiento de la religión, el pesimismo, la música y, sobre todo, de la historia resultantotalmente inadecuados para el estudio de las crónicas y las tragedias históricas deShakespeare. Ballester procede cronológicamente atendiendo a la historia universal, esdecir comenzando por los dramas de temática griega (Troilo y Crésida y Timón de Atenas)y concluyendo con Enrique VIII. Por otra parte, más que un análisis de cada obra nosencontramos una serie de comentarios y largas citas. Da la impresión de que el autorpierde el norte literario cuando, al tratar los dramas basados en historias de la antigüedad,compara el texto shakespeariano con la fuente clásica. En cambio, parece haber un pocomás de coherencia cuando habla de las crónicas, seguramente debido la bibliografíaanglosajona que maneja. Aun así, se echa en falta un verdadero compromiso con laliterariedad de su objeto de estudio, como sucede cuando habla de Ricardo III, obra degran popularidad en los escenarios españoles.

En cuanto a los trabajos sobre narrativa inglesa, cabe mencionar algunas glosas delnovecentista Eugenio D’Ors (1881–1954) sobre novelistas contemporáneos aparecidas enel diario Arriba en mayo de 1943, y que Andrés Amorós ha llegado a calificar como “elpunto más bajo de toda la crítica literaria de D’Ors . . . Una sucesión de lamentablesincomprensiones” (150). También se publicó en 1946 una breve monografía en Barcelonatitulada La novela inglesa, escrita por Ramón Setantí. Pero destaca sobre todo Novelistasingleses contemporáneos (1945), de Ricardo Gullón, que junto con la tesis doctoral deEsteban Pujals, Espronceda y Lord Byron, fue uno de los dos grandes libros sobre estudiosingleses escritos en España y por españoles durante los años cuarenta.

Ricardo Gullón nació en Astorga en 1908. En 1929 se licenció en Derecho en laUniversidad de Madrid, e ingresó en la carrera fiscal. Debido a su defensa del Gobiernorepublicano fue encarcelado durante la Guerra Civil. Tras su liberación en 1943 vivióexiliado en Puerto Rico y Estados Unidos. Allí desarrolló una intensa labor como profesorde literatura en varias universidades, muy particularmente en la de Austin (Texas), de laque llegó a ser profesor emérito de español y portugués. Sus áreas de especialización eranel simbolismo francés y la literatura española del siglo XIX, pero también publicóabundantemente sobre teoría literaria y literatura hispanoamericana. Recibió el PremioPríncipe de Asturias de las Letras en 1989 y fue miembro de la Real Academia Españoladesde 1990 hasta 1991, año de su fallecimiento.

Nos sorprende que Ricardo Gullón, prolífico autor de afamadas monografías sobreteoría literaria y sobre escritores de habla hispana, fuese también autor de un libro sobre

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15. Hardy y Meredith son el objeto del primer capítulo “Dos victorianos eminentes,” le siguenotros capítulos sobre J. Conrad, D. H. Lawrence, K. Mansfield, J. Joyce, A. Huxley, V. Woolf, V.Sackville-West, C. Morgan, R. Lehmann, M. Baring, y se cierra con el capítulo titulado “Dospartidarios de las formas sencillas,” dedicado a Frank Swinnerton y Margaret Kennedy.

novela contemporánea inglesa. Su espíritu inquieto le llevó desde muy pronto a conocerlas vanguardias de su tiempo y a escribir para las revistas más comprometidas con laactualidad del arte. Antonio de Marichalar, prologuista del libro que nos ocupa, destacade Gullón que “ninguno de los de su tiempo parece más especializado, en España, ni másdecidido a seguir, de cerca, la literatura británica” (Gullón 1945: 22). Por otra parte, sequejaba Marichalar de la escasez de buenos prólogos a las traducciones u otros estudiosespecíficos que hubiesen ido mostrando al público español el panorama de la literaturainglesa.

Novelistas ingleses contemporáneos: cinco damas y nueve caballeros desvela a los lectoresespañoles los valores que el público británico y la crítica literaria, incluyendo su propiaperspectiva, destacaban de la obra de catorce novelistas.15 Gullón no se preocupa poranotar las fuentes bibliográficas; pero apreciamos una investigación concienzuda y unagran capacidad de síntesis argumentativa, aunque a menudo prevalece su propia opinión,lo cual, en este caso, resultaba peligroso. Mientras que por un lado escribe como un buencrítico —consecuente con sus criterios— aun a riesgo de equivocarse, por otro lado sujuicio podía desorientar al público, ya que no había —ni habrá durante muchos años—otras monografías similares para contrastar dicha valoración. Su acertada presentaciónde Contrapunto, de Huxley, y de Respuesta polvorienta de Lehmann (obras cuya lecturaocupa los capítulos dedicados a cada uno de sus autores), es equiparable al examen dela vida y obra de autores más carismáticos como Hardy o Lawrence, a pesar de quealgunas novelas de este último no sean totalmente de su agrado. Al menos así lo parececuando arremete contra Mujeres enamoradas en una “nota complementaria” al final delcapítulo, quizás para acallar la censura franquista. Al tratar la obra de Joyce y Woolf, sinembargo, Gullón no consigue concordar las críticas favorables con su propio gustoliterario. El lector recibe una concisa explicación de las innovaciones técnicas de Ulises,y puede aproximarse a la textura de Ana Livia Plurabella y a su esencial intraducibilidad;pero Gullón les niega categoría de novela: “Que el producto obtenido pueda llamarsenovela casi no es tolerable en Ulises, pero en el caso de Ana Livia Plurabella ni con lavoluntad más optimista cabría admitirlo” (127). Este razonamiento no es totalmentedescabellado teniendo en cuenta que Beckett era aún desconocido, y que el concepto de“anti-novela” y el postmodernismo estaban por llegar. Defiende que la escritura de Joycees un acto de “deserción,” en una “tentativa casi sobrehumana de superar cuanto elhombre realizó hasta ahora con las palabras” (127).

La obra experimental de Virginia Woolf es con mucho la que Gullón más descalifica.Los elogios a Flush contrastan con el exagerado juicio que le merece Orlando: “[L]a lecciónde este malogro sirva como paradigma del derrumbamiento conminado a quienambiciona síntesis imposibles por rehuir los —en apariencia— fáciles caminos propuestosen nuestra curiosidad; Orlando, como Ulises —pero en menor grado— más es pieza demuseo que obra literaria. Extremos a que llegó el viejo arte de novelar” (163). No disfrutael estudioso de Astorga con una novela de Woolf. A ningún lector de su libro se le ocurriría

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16. Se trata de dos artículos: “Paralelismo e independencia de Espronceda y Lord Byron” (Arbor25 [1948]), y “El vivir y el morir en Byron” (Cuadernos de Literatura 16–17–18, julio-diciembre 1949:45–65), reproducido con revisión en Lord Byron en España (Alhambra: Madrid, 1982. 104–32).

17. Este papel simbólico de Esteban Pujals en la historia de los estudios ingleses en España vienereforzado por la casualidad de que en 1948 se publicó Ensayos hispano-ingleses: homenaje a WalterStarkie. Aunque Starkie continuó ligado a España, este libro viene a representar el final de una etapade la presencia cultural anglosajona en nuestro país, de la que él fue, sin duda, el gran protagonista.

leer a continuación Al faro, ni Las olas, ni incluso Mrs. Dalloway, pues, aun cuando Gullónsaque entusiasmo para teñir de poesía la prosa de Woolf, no olvida su mente el amago dehastío que le produjo la lectura:

Con todo, empero, un libro de Virginia Woolf nunca es opaco. Tiene transparencia especial,reflejo como de lago donde la luz al romperse colorea las aguas de tan graciosa manera quelos ásperos guijarros del fondo fingen cierta suavidad de pez dormido. Gracias a tal virtudpodemos olvidar el tono monocorde de las voces, y si ciertamente sus personajes nuncallegaron a desligarse del escritor, la delgadísima sutileza con que se ordenan ideas casiinexpresables, el afán por conseguir la captura de motivos fugaces, vibraciones apenasperceptibles en las conciencias y los ensueños, nos reconcilian con este ardor. (168)

Los últimos capítulos dedicados a Baring, Swinnerton y Kennedy constituyen unainvocación al regreso de las formas tradicionales de la novela.

Esteban Pujals es, junto con Emilio Lorenzo, uno de los pioneros de la Filología Inglesaen España. Nació en Vilaseca (Tarragona) en 1911. Se licenció en Románicas en Barcelona.En 1945 defendió en la Universidad de Madrid su primera tesis doctoral, Espronceda y LordByron, Premio Menéndez Pelayo 1949, que sería publicada íntegramente por el CSIC en1951 aunque con anterioridad algunas partes fueron adaptadas para su divulgación enrevistas especializadas.16 Comenzó en 1949 a impartir clases de Literatura Universal en laUniversidad de Madrid, y más tarde, desde que se puso en marcha nuestra especialidad,de literatura inglesa. Su segunda tesis doctoral presentada en la Universidad de Londresen 1957 llevaba por título Spain and Spanish Themes in Modern English Poetry. En 1961obtuvo por oposición la Cátedra de Lengua y Literatura Inglesas. Entre su extensa lista depublicaciones destacan Drama, pensamiento y poesía en la literatura inglesa, Historia de laliteratura inglesa y las traducciones de El paraíso perdido al castellano, y de El paraísorecuperado al castellano y al catalán. Nuestro primer catedrático de Lengua y LiteraturaInglesa, primer profesor emérito de nuestra especialidad en la Universidad española, yPresidente Honorario de AEDEAN desde 1981, nos sirve de eslabón que conecta losestudios ingleses en la primera mitad del siglo XX y la etapa “universitaria” de la segundamitad.17

Espronceda y Lord Byron es, como apunta Leopoldo Durán, un “excelente libro deliteratura comparada [cuya meta] es demostrar la total independencia de Espronceda conrespecto al poeta inglés” (1994: 120). Aunque es ésta la principal conclusión de su tesis, enuna nota de advertencia preliminar fechada en Londres el 20 de abril de 1949, y escritaseguramente con motivo de su publicación, Pujals nos explica que el objetivo principal desu investigación no yacía en “apoyar o rebatir la teoría de la imitación,” sino que más biensu intención era situar a ambos autores “abierta y desembarazadamente cara al mundo,

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18. Entre los poemas de Hopkins (15–32) cabe destacar “Abigarrada hermosura” (“Pied Beauty”),“La noche estrellada” (“The Starlight Night”) y “Vítores en la cosecha” (“Hurrahing in Harvest”).Los poemas traducidos por Panero son “Lucy,” “Los dafodiles” y “Al cuco,” de Wordsworth;“Invierno,” “A. . .,” “La Luna” y “Mudanza” de Shelley; y “La Belle Dame sans Merci” de Keats(305–12).

19. Merece la pena destacar también el artículo de Sánchez-Castañer “Viaje de un inglés porEspaña en el siglo XVII” (333–53) sobre el viaje de Thomas Williams en 1680, el de María Alfarosobre “Poesía inglesa e hispánica: influencia que ejerció Lord Byron sobre los poetas españoles Joséde Espronceda y Gustavo Adolfo Bécquer” (7–14) y el breve ensayo de Gerardo Diego en torno a “Laconstrucción del soneto shakespeariano” (97–101).

con el ánimo de observar la reacción que experimentan ante sus fenómenos y percibir lainterpretación artística que nos ofrecen de los máximos problemas, móviles e ideales dela vida.” Esta advertencia inicial se ajusta a la estructura de su trabajo, pues, mientras quela cuestión de la subordinación poética de Espronceda con respecto a Byron no era nuevaentre los hispanistas y recibe un breve tratamiento en el grueso del trabajo (1951: 473–86),el verdadero interés de la monografía de Pujals radica en el rigor y profundidad de suestudio comparativo. Nuestro catedrático procede delineando las semblanzas biográficasde Byron y de Espronceda en la primera parte, para examinar en la segunda las obras delromántico británico (poesía y drama por un lado, y prosa por otro), y del español(agrupadas en poesía, novela y drama, y prosa). En la tercera parte compara sus biografíasy analiza sus respectivos conceptos del mundo y de la vida (sentimientos, ideas, creencias,actitudes ante el vivir y el morir, etc.). Este análisis comparativo, siempre fundamentadoen las tradiciones críticas de ambos autores en sus respectivas literaturas, prosigue con losaspectos formales de sus obras literarias, sus caracteres literarios y finalmente sus supuestasimitaciones. Mediante una prosa clara, directa y reveladora, Pujals huye de la pedanteríay del adorno molesto. Mantiene siempre un espíritu objetivo que hace de este estudiodetallado y lúcido un punto obligado de referencia para los estudiosos tanto de la literaturaespañola como de la inglesa. Espronceda y Lord Byron fue sin duda una valiosa primiciainvestigadora para la Filología Inglesa en la Universidad española.

En 1948, como colofón al período que nos ocupa, apareció Ensayos hispano-ingleses:homenaje a Walter Starkie, editado por José Janés, como no podía ser de otra manera. Eséste un libro singular, tanto por su significado histórico como por el valor de su contenido.Junto a varios escritos de diversa índole sobre la personalidad y labor de Walter Starkie(firmados por escritores como Pío Baroja, Camilo José Cela, Julio Gómez de la Serna oManuel Machado), una historia de Azorín, o la correspondencia entre Fitzmaurice-Kellyy Menéndez Pelayo, se publicaron también traducciones y artículos de investigación.Dámaso Alonso contribuyó con la traducción al castellano de seis poemas de Hopkins, yLeopoldo Panero con ocho poemas románticos breves.18 En lengua catalana se publicarondos poemas, uno “La crida” (“The Call”) de R. Brooke traducido por Josep Janés i Olivé(157–58), y el recientísimo “Fern Hill” de Dylan Thomas por Marià Manent (173–75). Deentre los artículos de temática literaria e histórica cabe destacar por su interés y atractivafactura “Notas del primer viaje de Antonio Pérez a la corte de Isabel de Inglaterra” deGregorio Marañón (177–95), y “Apuntes para un estudio de las relaciones literarias deDonne con España” a cargo de José Antonio Muñoz Rojas (225–42).19

Ciertamente quedan aún muchos nombres por enunciar, muchas obras por rescatar

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y muchas actividades (seminarios, conferencias, espectáculos, etc.) por enjuiciar; pero ojaláesta mirada a nuestra disciplina en el tiempo, y a través de sus protagonistas, nosproporcione vías para entender mejor nuestro compromiso académico.

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