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LITERATURA Y SOCIEDAD por Jeamel Flores He estado revisando algunos textos al respecto del tema que nos reúne ahora, y estos se centran en el debate entre Comercio y Literatura. El mercado se ha convertido en el filtro por el que la sociedad posmoderna ha decidido observar el mundo. El mercado no es bueno ni malo en sí mismo, pero posicionarlo en el ángulo por antonomasia para mirar la realidad, considero que nos envilece. Todos sabemos que somos más de lo que tenemos y somos más de lo que hacemos. La literatura y el arte en general nos regala esa libertad de espíritu, esa generosidad necesaria con la cual nuestras acciones se desprenden de la coyuntura y nos permiten mirar un horizonte más lejano. Ponerse en uno o en otro extremo creo que es equivocado. Es decir, por un lado, satanizar al mercado, creer a toda costa que la verdadera libertad está fuera de él, pensar que la poesía, al no tener demanda, es impoluta, creo que es mantener una dialéctica equivocada con una variable económica a la que no le debemos permitir ser el centro de nuestro entusiasmo. Ella no puede alejarnos de lo que nos constituye que son los otros y, principalmente, los otros seres humanos. De otra parte, es cierto que convertir las obras de arte en meras mercancías mentales degrada su sentido, las desviste de su encanto y nos obliga a quedarnos con la cáscara de las cosas como lo único importante. Intuimos, cuando no sabemos a ciencia cierta, la estafa de esta posición. Por eso, mi propuesta es centrar el debate entre literatura y sociedad en otros ángulos. Ir al inicio de lo que las constituye para plantear luego la relación o interacción entre ellas. El punto de partida de una sociedad es el individuo: sus creencias, costumbres, tradiciones; pero también sus miedos, ideales, esperanzas, sus luchas constantes y sus caminos recorridos. Lo social privilegia lo primero y, en muchos casos, abandona al sujeto que no se somete a sus normas. Todos los pueblos han creado sus cadenas de prejuicios y sus anteojeras para negar el sufrimiento. Todas las naciones han generado maneras de esclavitud ante sí mismos y ante los demás. Todo sistema está en

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LITERATURA Y SOCIEDAD

por Jeamel Flores

He estado revisando algunos textos al respecto del tema que nos reúne ahora, y estos se centran en el debate entre Comercio y Literatura. El mercado se ha convertido en el filtro por el que la sociedad posmoderna ha decidido observar el mundo. El mercado no es bueno ni malo en sí mismo, pero posicionarlo en el ángulo por antonomasia para mirar la realidad, considero que nos envilece. Todos sabemos que somos más de lo que tenemos y somos más de lo que hacemos. La literatura y el arte en general nos regala esa libertad de espíritu, esa generosidad necesaria con la cual nuestras acciones se desprenden de la coyuntura y nos permiten mirar un horizonte más lejano.

Ponerse en uno o en otro extremo creo que es equivocado. Es decir, por un lado, satanizar al mercado, creer a toda costa que la verdadera libertad está fuera de él, pensar que la poesía, al no tener demanda, es impoluta, creo que es mantener una dialéctica equivocada con una variable económica a la que no le debemos permitir ser el centro de nuestro entusiasmo. Ella no puede alejarnos de lo que nos constituye que son los otros y, principalmente, los otros seres humanos. De otra parte, es cierto que convertir las obras de arte en meras mercancías mentales degrada su sentido, las desviste de su encanto y nos obliga a quedarnos con la cáscara de las cosas como lo único importante. Intuimos, cuando no sabemos a ciencia cierta, la estafa de esta posición.

Por eso, mi propuesta es centrar el debate entre literatura y sociedad en otros ángulos. Ir al inicio de lo que las constituye para plantear luego la relación o interacción entre ellas. El punto de partida de una sociedad es el individuo: sus creencias, costumbres, tradiciones; pero también sus miedos, ideales, esperanzas, sus luchas constantes y sus caminos recorridos. Lo social privilegia lo primero y, en muchos casos, abandona al sujeto que no se somete a sus normas. Todos los pueblos han creado sus cadenas de prejuicios y sus anteojeras para negar el sufrimiento. Todas las naciones han generado maneras de esclavitud ante sí mismos y ante los demás. Todo sistema está en decadencia cuando son más los que toman conciencia de las situaciones de injusticia y se revelan ante las mismas.

El origen de la poesía es la palabra, pero antes que la palabra, el silencio. La literatura nos permite desembarazarnos de las ataduras sociales para buscar nuestro propio camino, muchas veces, en soledad. Por ello, es incómoda, porque inevitablemente señala el dolor y acusa a los infractores. No obstante su relación con la sociedad y su necesidad intrínseca es esa. Ella nos permite hacer visible lo invisible y sensibilizar al oponente. Muchos creen que sin Dickens, por ejemplo, no se hubieran ejecutado los cambios en la época victoriana, pues se hubiera desconocido la angustia vital de los obreros o los mineros y la miseria en que sus vidas se hallaba sumergida. Grandes conquista de la humanidad como el sufragio universal, la emancipación de la mujer, la protección a la infancia han tenido sus raíces profundas en las descripciones que muchos literatos y literatas han hecho de los estados de opresión, injusticia, abandono o sometimiento en que se encontraban niños, mujeres, esclavos y, en ocasiones, pueblos enteros.

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Enrique López Albújar, Abraham Valdelomar, César Vallejo, Martín Adán, Ciro Alegría, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera, José María Arguedas son nombres de nuestra literatura que a través de su relatos y poemas, que son testimonio de vida, nos han permitido conocer la situación del indio, del esclavo negro, de la mujer. A través de sus palabras han entretejido con finos hilos las emociones y las ideas, los arraigos del poder y la libertad de la renuncia, la sumisión al dinero y la autodeterminación de la voluntad; en pocas palabras han creado un puente entre lo individual y lo social, entre nuestro sueños más profundos y la realidad, a veces, en apariencia, dura e inamovible. La literatura dialoga con la sociedad, apasionada y frontalmente, para modificar aquellos ángulos que se empeñan en zaherir al hombre, y, acompaña al individuo dotándolo de paciencia y ternura, con la misma paciencia y ternura con que el mar acaricia la roca, pues solo los siglos saben que algún día será arena.                                               …

No obstante, existe otra perspectiva más interesante para abordar el tema: el de la cultura. Toda literatura es hija de su tiempo y de su espacio. Por lo tanto, conocer sobre los valores y costumbres de una época nos ayuda a desentrañar el significado de un manuscrito. Es bueno empezar por ahí. Hay que conocer el territorio firme en el cual toda creación se apoya y al que inevitablemente regresa. Una historia, con sus envidias y resignaciones, con sus conflictos y reconciliaciones nos espera. Un mundo, con sus amores, olores, colores está presto a acogernos para dejarnos su sabiduría de aciertos y fracasos. Por ello, la literatura nos permite, en primera instancia, captar y, luego, reflexionar sobre las afinidades y diferencias socioculturales y la pertenencia a un solo mundo humano.

No obstante, si bien la cultura nos proporciona las coordenadas básicas para interpretar un texto, su sentido no se limita a ella. La creación artística, por lo general, cuando la obra es magnífica, desborda las orillas que una civilización baña con la sal de sus precisiones y se adentra en lo indefinido. Los grandes escritores se alzan por encima de la circunstancia y la trascienden. El creador, casi inevitablemente, es un rebelde. El territorio que habita suele ser poco querido por la ciencia. Nos hemos acostumbrado a dar el nombre de “mágico”, de “doxa” o de indefinido a un espacio que en realidad le pertenece a la ética. La cultura y el mercado le ofrecen al hombre el éxito en esta vida, a cambio, en muchos casos, de arrebatarle la libertad, la felicidad y el entendimiento. La literatura le recuerda a ese mismo ser humano que dicha ganancia es efímera, innecesaria y, por momentos, injusta.

En conclusión, el mundo concreto proporciona la base sobre la cual se construirá un edificio; pero los planos fueron creados a través de la imaginación. La ficción concibe nuevos puentes de interacción, oxigena el espíritu y abre puertas hacia lo desconocido. Esto que se llama “misterio” no es sino el compromiso que tenemos con nuestro entorno y los demás seres humanos. En la cotidianidad las respuestas nunca están dichas del todo. Los resultados no se obtienen siguiendo una receta precisa, pues las condiciones no se repiten con igual exactitud. Las variables son infinitas y, en ese sentido, las respuestas también. Por ello, la mirada hacia el arte es inagotable. La literatura, solidaria con la vida, no congela las respuestas y permanece al costado del hombre que más la necesita: está del lado del dolor y del fracaso.

Hay tres condiciones que la Literatura posee de por sí: “la condición lingüística, la condición psicológica y la condición axiológica” (Fernández Moreno 1971: 96 – 98). En los tres casos 

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hablamos de revoluciones o de nuevas variables de comunicación. En la primera, si bien muchas obras literarias poseen la facultad extraña de rompimiento con la gramática tradicional de una lengua, su oferta de mutación no se adhiere a esta propuesta únicamente. Aún desde la formalidad total y el aparente respeto de las reglas, una verdadera literatura es de sedición. Es decir que en ese diálogo personal e íntimo con el lector, le habla al espíritu único e irremplazable de este. Por ello, el enfrentamiento entre lo individual-particular y lo social-general es inevitable.

La segunda condición se refiere no solo al estado de conciencia, sino, y más aún, al inconciente desde donde fluyen, libres de la represión, los fantasmas que atormentan al escritor. La literatura es un camino siempre nuevo, un camino desconocido y, por lo tanto, más peligroso como atractivo, y más susceptible de error; pero “del error nace la verdad como de la noche el día” (JUNG 2003: 85). Ese inconsciente que el psicoanálisis se empeña en conocer tiene una llave de acceso en la escritura estética. Con la literatura podemos navegar en él como en una barca bien equipada y lista para socorrernos ante cualquier naufragio. La poesía, la novela y el cuento a través de imágenes sensibles erupcionan los límites de la gramática y por lo tanto de los mundos posibles: es al mismo tiempo un espejo hacia adentro y una posibilidad futura de realización personal sin las ataduras atávicas que nos impedían ser felices.

La tercera condición: el plano axiológico es el ético. La última gran insurrección no se da sino en el misterioso campo donde habita “el otro”. Todas las anteriores rupturas no nos preparan sino para salir de nosotros mismos. El camino de rendición y de reverencia que el otro nos acucia, exigen las “caídas de los muros de Berlín” que nos protegían. Las murallas son el canon y la ideología que hace aceptable o no un escrito. De esta manera, el texto literario se aproxima o se asemeja a la inmediatez de la vida: es un “compañero de aventuras” (CORTÁZAR). La importancia no está en sus significados cuánto en su presencia. Si las altas notas de Beethoven nos procuran el dolor, sabemos que en ese espacio no estamos solos. Alguien llegó con nosotros, o antes aún, y vio la oscura luz de la belleza asomarse entre las ramas de la congoja. Esa rendija que aparece apenas como un parto en la desesperanza me exige, para permitirme salir, que después de conocerme me olvide de mí mismo.

Otro enfoque interesante para apreciar el nexo entre literatura y sociedad es el estético. Más inasible y menos concreto nos habla de armonía más que de forma y, por lo tanto, de interrelación entre las partes. La belleza, como arrobamiento del espíritu, como anonadamiento, nos acerca a la idea de “verdad” que la filosofía tanto ha perseguido, por un lado; y por el otro, nos habla de los altos anhelos que todo ser humano encierra en sí mismo y busca, a veces, por caminos equivocados. Es permanencia y huida; es encierro y apertura; es soledad y compañía; es silencio y música; es, como diría Borges, un hombre y todos los hombres. La belleza nos aproxima a ese ángulo donde sin dejar de ser nosotros mismos nos encontramos con el otro.

Hemos construido un mundo donde lo social exige al hombre una rapidez y una velocidad en la elección para conseguir al precio que sea la victoria. Esa presteza hace que lo permanente se disuelva en el tiempo y que lo accesorio invada las partículas de éter asfixiándonos. La belleza es la manifestación más amable de la continuidad de Dios en la vida; es una máquina para detener el paso acelerado de los segundos; es una ventana que oxigena los pulmones, renueva 

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la sangre y permite, en ese éxtasis, el reconocimiento con lo inasible y la deuda impagable que tenemos con el otro. Nos regala, por lo tanto, la humildad, la gratuidad y el empeño constante de la aurora en su eterno renacer.

No obstante, en su afán de crear belleza, la literatura combate con una contradicción en su esencia: la palabra. Las palabras se adhieren a las personas que las pronuncian y a los receptores que escuchan o leen: su significado varía según la capacidad que tiene cada uno de ellos de crear una sintonía y una sinfonía con ellas. Estas solo tienen validez en el diálogo, son genuinas cuando son capaces de teletransportar dos mundos, de unirlos indefectiblemente y de transformarlos. Solo en ese momento se produce la comunicación tanto anhelada. No solo la palabra debe despojarse de sí misma, disolverse en su función de médium: el emisor y el receptor también.

La palabra rota es ectoplásmica: capaz de acariciar o de golpear a su lector. No es necesario ni suficiente pelearse con la gramática para lograrlo; aunque, en algunos casos, pueda ser oportuno. La palabra rota es como la semilla que ha florecido. Para ello, ha sido imprescindible que se abra, entregando su alimento profundo: el embrión que guardaba en su interior, que nutre y da vida. Ese proceso no es simple y puede ser violento cuando no estamos preparados: conmociona nuestro universo con la voracidad de los desastres naturales y con la expectativa de los amaneceres. Diligente, silenciosa y rápida ovula a quien es capaz de recibirla. Por ello, es fusión, generación, parto, lágrimas, felicidad, encuentro… eternidad.

La palabra sacramentada no puede referirse a sí misma ni denotar “una cosa en el mundo”, tiene que ser revelación, contacto íntimo de amor. Es un medio sensible para entrar en comunicación con lo invisible. En tanto que “novedad” no puede sino manifestarse de manera intransferible en cada ser humano. Por ello, la palabra gramatical despojada de poesía no nos dice nada para estos fines. Es más, probablemente garantice el orden, el entendimiento primordial y básico, pero continúe, a pesar de las seguridades que circunscribe, sin decirnos nada.

El diálogo es una invasión de los sentidos donde nos dejamos sobrecoger por el otro: es permanente atención y escucha; es receptividad, aprendizaje, mudez, quietud, silencio, humildad. El regalo que el otro nos trae desborda las palabras que son búsqueda; recorrido que estamos dispuestos a realizar por amor; asombro que no cesa; disposición eterna del ánimo; sumisión. El Logos del diá-logo no puede ser sino lugar de encuentro; espacio público en cuanto no privado, en cuanto no-mío; desposesión de lo propio; entrega. La belleza es comunicación, porque es la herida primera con que el otro se manifiesta en mí en su otredad; maravilla inasible que se regala y se mantiene en su jurisdicción; es esa invitación para salir del “sí mismo”, eterno punto de acopio de la filosofía.

No se trata de retener, sino de dar y es este el primer mensaje que en su maravilla la belleza (estética) nos regala. La reafirmación de un espacio seguro nos impide, a veces, poder apreciar lo que de divino se manifiesta. Traducimos lo que el otro dice a un lenguaje seguro que no violente los muros de protección que hemos creado. No obstante, más allá, siempre “más-allá”, está la respuesta a nuestras preguntas. Debemos rendirnos ante lo que nos acucia hasta las lágrimas; debemos invitarlo a entrar y dejarlo empadronarse de lo que es nuestro, más aún, 

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de lo que es mío; debemos dejar al otro manifestarse en la sorpresa y en la incapacidad propia de com-prender la revelación de su presencia.                                               …

Finalmente, quisiera centrarme en este discurso sobre Literatura y sociedad en lo social. La comunidad presupone como origen una cierta homogeneidad. Esto es positivo si sobre ella se asienta la diversidad; si sobre la base de un mismo principio se permite la manifestación de un prisma interminable que facilita la presencia de múltiples aristas y la refracción de la luz que posibilita visualizar todos los colores ocultos en el blanco. De lo contrario, lo idéntico es negativo porque supondría la repetición de lo mismo hasta el infinito; por lo tanto hasta el hartazgo: el autoritarismo y la ausencia de libertad.

“Lo mismo” puede ser objeto de peleas y de imposiciones; de envidias, recelos, miedos e inseguridades. La identidad de un grupo no puede reducirse a un modelo que deba copiarse con automatismo y sin convicción; el pasado no puede perpetrarse a condición de aniquilar el presente y el futuro. Lo ulterior es siempre cambio, novedad; y es necesario estar abiertos a lo por-venir. La convivencia que genera lo social es un devenir que no debe anquilosarse en ningún estamento de sus logros o derrotas; la vida es compromiso y, por lo tanto, constante diálogo con lo marginal: desvariados intentos por cumplir con lo imposible. En consecuencia, no deben invertirse los roles y hacer que la norma prime sobre el sujeto o excusarnos en la ley (pública) para salvaguardar lo intereses (privados). Lo público, por definición, sugiere que el otro es primero y anterior al yo.

Las sociedades existen no solo por la proximidad corpórea, sino a través de la armonía espiritual. Muchas ciudades han logrado conglomerados donde el sujeto esencialmente se ve despojado de su esencia, amenazado por la “masa” y solo. En otras palabras, dichos lugares producen ruido. No podría llamarse a eso civilización. El equilibrio se logra cuando cada quien ocupa su lugar y desde ahí irradia su luz a plenitud y es feliz. De lo contrario, creamos seres al acecho, carentes de destino, mediatizados por su propia ignorancia, con exigencias impropias. Las reglas intrínsicamente necesarias contienen al yo y propician el espacio justo para que cada individuo encuentre su realización. Lo social y la Literatura nacen juntas, porque el hombre empieza a cantar cuando ha visualizado al otro.

La literatura no crea historias fantasiosas y ajenas; por el contrario, le da palabras originarias y hondas a las sensaciones del alma y a las vivencias del espíritu; ayuda a cohesionar las partes no ensambladas de nosotros mismos y del cuerpo social; permite crear vínculos y no ataduras: nos hace, sin duda, mejores. La literatura tiene sentido porque lo social pre-existe; porque la convivencia se ha dado, en comunión o en combate. La literatura emerge cuando individualizamos en medio de la masa y le damos nombre a lo inaccesible, a lo intemporáneo, a lo más-allá: no para hacerlo nuestro, sino para reconocer su límite, su distancia, su belleza, su necesidad, su presencia y mi deber.

Un hombre sin deberes es un salvaje. Pero habría que reformular este término. El salvaje humano está lleno de prejuicios y de actitudes preconcebidas; carece de intención y de sentir: no está el yo (destino), no está el otro; no hay en él ni reconocimiento ni ausencia. La responsabilidad es la manifestación más excelsa de lo social y su condición a-priori: sin ella no hay sociedad. Si la Literatura se inserta en este engranaje es porque ninguna de las otras manifestaciones basta: ni ley ni derecho ni Estado ni nación ni justicia ni humanidad ni patria ni 

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ninguna otra. Y no bastan porque todo límite supone una exclusión; porque todo acuerdo tiene un desacuerdo de fondo; porque toda luz inevitablemente hecha sombra sobre el lado que no me interesa, que no me conviene o que simplemente soy incapaz de mirar.

Desde esa oscuridad, para los que tienen oídos, una voz llama y se vuelve, antes que idea o transformación, literatura: música dolorosa, silencio inexplicable… y, en medio de esos balbuceos, se oye el canto. La paz regresa gracias a ella; el alma se instala en el cuerpo nuevamente; la esperanza deja sentir sus primeros acordes; desde el caos del sufrimiento, un nuevo parto. Y todo esto es posible porque alguien reinventó el mundo desde un lenguaje primigenio… porque si un día el yo se acercó al otro debió ser par decirle: te amo.