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LIBROS SOBRE LA REFORMA TERESIANA Estamos ante una obra!l; de valor en la bibliografía histórica car- melitana. Esto por dos motivos: porque no existía una historia univer- sal del Carmen 'Descalzo y porque el autor lo ha logradO' con éxito. En cuanto a lo primero ha llenado un vacío y ha satisfecho un deseo. de años en toda la Orden, porque las historias de alguna importancia eran particulares de una nación o lengua. En cuanto a lo segundO', la obra resulta un manual completo en cuanto cabe en la brevedad de un com- pendio y acertadamente didáctico y claro, y porque su estilo es sen- cillo y ameno. Comienza con una introducción en que da unas pinceladas acerca de la antigua Orden del Carmen hasta la Reforma Teresiana nacida de aquélla (pp. VII-XIX), preámbulo y presentación obligada para enmar- car el origen de ésta, lo que aún realiza más concretamente en el capí- tulo primero inmediato sobre el ambiente reformista que agitaba a la Iglesia, a España y al Garmelo en el siglO' XVI. 'Desde este siglo va des- arrollando la madej a de la historia de la Orden de Carmelitas Descal- zos fundados por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Este es el tema del libro. 'Divide su obra el autor en cuatro per,íodos. El primer período comprende los orígenes y desarrollo de la Orden Descalza el segundo trata de su siglo de oro (1600-1700); en el tercero de la Reforma Teresiana y las revoluciones de los siglos. XVIII y XIX; en el cuarto la historia actual (1875-1962). En todos los períodos sigue el mismo orden: encabeza cada uno dando el marco histórico " ALBERTO DE LA VmGEIN DEL CARMEN, Historia de la reforma Teresiana (1562- 1962). Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1968, XIX-741 p.

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Page 1: LIBROS SOBRE LA REFORMA TERESIANA · 2018-01-03 · LIBROS SOBRE LA REFORMA TERESIANA Estamos ante una obra!l; de valor en la bibliografía histórica car melitana. Esto por dos motivos:

LIBROS SOBRE LA REFORMA TERESIANA

Estamos ante una obra!l; de valor en la bibliografía histórica car­melitana. Esto por dos motivos: porque no existía una historia univer­sal del Carmen 'Descalzo y porque el autor lo ha logradO' con éxito. En cuanto a lo primero ha llenado un vacío y ha satisfecho un deseo. de años en toda la Orden, porque las historias de alguna importancia eran particulares de una nación o lengua. En cuanto a lo segundO', la obra resulta un manual completo en cuanto cabe en la brevedad de un com­pendio y acertadamente didáctico y claro, y porque su estilo es sen­cillo y ameno.

Comienza con una introducción en que da unas pinceladas acerca de la antigua Orden del Carmen hasta la Reforma Teresiana nacida de aquélla (pp. VII-XIX), preámbulo y presentación obligada para enmar­car el origen de ésta, lo que aún realiza más concretamente en el capí­tulo primero inmediato sobre el ambiente reformista que agitaba a la Iglesia, a España y al Garmelo en el siglO' XVI. 'Desde este siglo va des­arrollando la madej a de la historia de la Orden de Carmelitas Descal­zos fundados por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Este es el tema del libro. 'Divide su obra el autor en cuatro per,íodos.

El primer período comprende los orígenes y desarrollo de la Orden Descalza ~1662-1600); el segundo trata de su siglo de oro (1600-1700); en el tercero de la Reforma Teresiana y las revoluciones de los siglos. XVIII

y XIX; en el cuarto la historia actual (1875-1962). En todos los períodos sigue el mismo orden: encabeza cada uno dando el marco histórico

" ALBERTO DE LA VmGEIN DEL CARMEN, Historia de la reforma Teresiana (1562-1962). Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1968, XIX-741 p.

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del mismo y lo estudia en capítulos que divide en artículos dedicados a cada tema integrante del vivir carmelitano: gobierno, legislación, dis­ciplina regular, santos y sabios más destacados, prelados de la Iglesia, santos desiertos, apostolados varios, misiones, estudios. Todo ello tanto en la congregación española como en la italiana y portuguesa. Dedica varios artículos al Monte Carmelo en atención a su prerrogativa de cuna de toda la Orden Carmelitana, recuperado por la Descalcez Teresiana en 1631. Cierra cada período con una conclusión breve general en que recoge las ideas principales que ha expuesto, lo que observa también al fin de cada capítulo sacando conclusiones más particulares y con­cretas de utilidad práctica para el lector. Setenta páginas de índices completan la obra para facilitar el hallazgo de temas, lugares o perso­nas, así como un buen repertorio bibliográfico.

A tan meritoria obra se nos ocurren algunos pequeños reparos co­menzando por el título «Historia de la Reforma Teresiana», que nos parece que no expresa el tema que contiene, ya que da la sensación de tratar únicamente de lo que Santa Teresa realizó en la reforma del Car­mela, no del resultado permanente de tal reforma, que es la Orden de Carmelitas 'Descalzos, en sus cuatro siglos. Le concedemos solamente en un sentido muy amplio el calificativo de reformadora a Santa Teresa, pues a nuestro juicio no reformó' comunidades carmelitanas ni individuos, sino que restauró la observancia de la regla primitiva fundando monas­terios nuevos con sujetos nuevos.

De que la Regla dada por San Alberto en 1209 no habla del profeta ElÍas ni de la Virgen María no vemos se pueda asegurar que la vida de aquellos primitivos carmelitas no estuviera ambientada de una especial devoción mariana como nota característica de su instituto y que no con­siderasen al profeta ElÍas como su guía y modelo (p. VIII), porque esto era tan común entre los monjes de Oriente que sobraba recordarlo en la Regla, puesto que todo el monacato tenía a Elías y a Eliseo por sus padres y norma de vida, lo cual más aún sucedería entre los ermitaños del Carmelo, lugar tan unido a los prodigios y vida de los Profetas.

Teniendo en cuenta que es un manual de historia, quizá resulte un poco extenso, sobre todo en los períodos tercero y cuarto acerca de cues­tiones menos importantes. Por el contrario, se queda generalmente corto y deficiente en información sobre las Provincias de fuera de España, Portugal e Italia, debido sin duda a que no existen publicaciones de importancia sobre el Carmen Descalzo en esos países, sin lo cual es casi imposible una historia general. Con el fin de suplir esa pequeña deficiencia en futuras ediciones y traducciones, que le deseamos, nos permitimos recordar algunos hechos y personajes destacados que hemos echado de menos.

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En los artículos dedicados a los sujetos más eminentes de cada pe­ríodo podía haber añadido un párrafo breve final haciendo mención no­minal de otros también célebres, quizá alguno con más méritos de los que incluye en número individual. Tal sucede con el P. Juan de Jesús Roca entre los frailes primitivos, padre de la Provincia catalana y de in­tervención destacadísima en los orígenes y organización de la Reforma. Lo mismo BIas de San Alberto, el más insigne formador de la juventud descalza después de San Juan de la Cruz y sucesor de éste como primer Definidor y Vicario General. Entre los santos del segundo período, el más célebre de los que no menciona es el taumaturgo H. niego de Je­sús (1633), a quien seguían en masa los pueblos de la Alcarria y la Mancha. Entre los sabios del XVII le corresponde uno de los primeros puestos a Francisco de Santa María con mucha más razan que a sus con­tinuadores de la Historia de la Reforma. Al lado de Paulina de San Bar­tolomé (p. 404) debía figurar con méritos muy parecidos el italiano Li­berio de Jesús (Roma 1719), uno de los mayores sabios deI Carmen 'Des­calzo, autor de las Contl'ovel'sías Dogmáticas en ooho volúmenes en folio, durante treinta y ocho años profesor de teología en el Seminario de San Pancracio, prefeoto del Colegio Urbano de la Propaganda Fide y profesor en otros centros romanos. En Alemania sobresalió en el si­glo XVIII Alejandro de San Juan de la Cruz con la publicación de la HisfJol'ia Eclesiástica de Fleury en 84 volúmenes (un ej. procedente de Batuecas en nuestro colegio de Salamanca), de la cual tradujo de}> fran­cés al latín los primeros 25 tomos, de los que únicamente es autor el abad Fleury, añadiendo el P. Alejandro como propios los restantes 60 vo­lúmenes. Ya en este siglo fue muy conocido el carmelita árabe Anastasia María de San Etías, autor de innumerables publicaciones de temas orien­tales. En Francia es figura insigne Cipriano de la Natividad (1680) como fecundo escritor místico, traductor y editor de los escritos y biografías de Santa Teresa y San Juan de la Cruz y de otros místicos carmelitas, y el gran escriturista Querubín de San José (1725), conocido por su BibMotheca C1'iticae Sacl'ae en 4 vals. y la Summa C1'iticae Sac1'ae en otros nueve vals., además de otras muchas obras y comentarios; lo mis­mo que el belga Leonardo de San Martín (1796), que publicó Examina SC1'itul'istica (Gandavi 1765), comentando toda la Sagrada Escritura en once tomos y la Summa SCl'itul'ista en otros cuatro. Suponemos que no ha tenido intención el autor de mencionar a todos los mártires descal­zos ni a todas las monjas oélebres en santidad (como esto ya lo dice), ni siquiera a las que ya tienen aprobadas oficialmente por el Papa sus heroicas virtudes como Glara de la Pasión (Roma 1675) y Magdalena de San José (París 1637).

Como hechos de relieve merecían haberse anotado que tres carmeli­tas descalzos españoles fueron desde Méjico en 1602 con Sebastián Viz-

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caíno a descubrir California, siendo sus primeros misioneros cientO' se­senta años antes que Junípero Serra y donde aún subsisten los· nombres carmelitanos que pusieron a aquellos lugares. También en MéjicO' tuvo fama nacional el lego Andrés de San Miguel (1644), españO'l eminente en ciencias naturales, ingeniero y arquitecto, que prestó grandes servicios al país, librándolo de inundaciones, dirigiendo los ríos, secando lagunas, levantando puentes y haciendo calzadas, además de construir cinco con­ventos de la Orden. Instiil:uciones que se deben al Carmelo podemos citar la fundación (1663) del famosO' Seminario de Misiones Extranjeras de París por Mons. Duval, obispo carmelita misionero (p. 273); cUyO' corazón conservan allí en una urna; Mons. Intreccialagli (1924), arzobispO' de Momeal, fundador en Italia de las HIH. Oblatas del iDivino Amor (p. 643); Monseñor José Antonio, arzobispo de La Plata y santO' carmelita arago­nés (m. 1801), fundó en la Argentina en 1782 la primera congregación regular de vida activa de la Orden del Carmen que aún existe con la denominación de HlH. Terciarias Carmelitass <Descalzas de Santa Teresa, dedicadas a la enseñanza. Al hablar el autor de este gran prelado y após­tol americano, parece ignorar (p. 377) que hubo otros prelados carmelitas descalzos en América;1 Mons. Juan Antonio de la Virgen María, alavés de la noble familia de Viana, fue nombrado obispo de Caracas en 1792 y murió en nuestro convento de Murcia en 1800, cuando pasaba a tomar posesión de la diócesis de Almería, a la que había sido trasladado desde Venezuela al fracasar el traslado del mencionado l1rzobispo de La Plata; Monseñor Bernardo del Espíritu Santo, natural de Comillas (Santander), siendo Provincial de los Carmelitas descalzos de Méjico fue elegido O'bis­po de Sonora (MéjicO') en 1817; Mons. Ramón MorenO' y Castañeda, me­jicano, fue obispo de la Baja Galifornia y Chiapas desde 1873, célebre en toda la Iglesia como defensor de la fe ante el gobierno de su país que le encarceló, y desterró después de haber atentado contra su vida dos veces; en su destierro por España recuperó para la Orden parte del convento de Segovia; y vuelto a Méjico murió en 1889.

Algunas inexactitudes de fechas y nombres podíamos anotar. Pero ni ellas ni las apuntadas aminoran el valor de una obra tan vasta que abarca cuatro siglos y todas las naciones. Deseamos ver cuanto antes en nuestras manos la historia de la Orden antes de la Reforma Teresia­na, como prO'mete, que ha de ser como la presente una obra verdadera­mente constructiva.

MATÍAS DEL N:IÑo JESÚS ocd San José de Batuecas

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El libro ~ se compone de tres partes: I El transcurso histórico de la reforma; II Los personajes; nI La reforma teresiana ante la teología. La primera parte (200 páginas) ofrece una descripción concisa y jugosa de la concatenación historica de los hechos que van de 1560 a 1594, aproximadamente, dando particular relieve al proceso del: P. Gracián; en la segunda (100 páginas) estudia más de cerca los principales pro­tagonistas: Teresa de Jesús, Jerónimo Gracián, Nicolás Doria, Juan de la Cruz y algunas figuras secundarias; la tercera (SO páginas) está de­dicada a reflexiones de Índole general sobre los heohos y las personas estudiados en las dos precedentes. Cierran el volumen 65 páginas de documentos de gran valor, en su mayoría inéditos.

El tema, sobre el que esta obra constituye una novedad de primer orden, es la llamada «Reforma teresiana». Para que el lector pueda hacerse una idea de esta novedad, he aquí escuetamente la realidad histórica: el movimiento religioso suscitado por Teresa de Jesús envol­vió en su seno un grupo de personas que no asimiló el ideal de la Madre ni se dejó plasmar por sus seguidores; al frente de ese grupo heterogéneo, con tendencias rigoristas, se colocó en un segundo tiempo el P. Nicolás de Jesús María Doria, que emprendió, la «reforma» de la obra teresiana, consiguiéndolo en parte; la primera historia oficial de la reforma fue escrita por seguidores del P. Doria, con las consecuen­cias que es fácil imaginar para el conocimiento de la realidad histórica de los odgenes. En estudios posteriores se había tratado de remediar algo, de «rehabilitar» a los personajes maltratados por los primeros cro­nsitas, pero sin emprender un estudio a fondo partiendo de un análisis crítico de la documentación original. El libro de Donázar puede con­siderarse un paso definitivo en esta linea. El punto de vista de los ven­cedores nos era sobradamente conocido. Donázar, mirando los hechos, podríamos decir, desde el punto de vista de los vencidos, revoluciona totalmente la exposición tradicional. Al leer este libro viene espontáneo pensar que como las crónicas del siglo XVII son la historia escrita por los discípulos del P. Doria, la obra de Donázar es la historia escrita por un discípulo del P. Gracián. Alargando el paralelismo nos encon­tramos con una misma pasión y un mismo entusiasmo por el protago­nista, pero con una gran diversidad en el modo de escribir historia: los discípulos del P. 'Doria conculcaron la verdad y calumniaron a los opositores de su héroe; Anselmo Donázar, aunque no perdona ninguna y puede dar a veces la impresión de ensañarse con los adversarios del P. Gracián, camina siempre apoyado en el documento, que eLta escru-

* A. DONÁZAR, Principio y fin de una reforma. Una revolución religiosa en tiempos de Felipe n. La reforma del Carmen y sus hombres. Bogotá, Ed. Gua­dalupe, 1968, 448 p.

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pulosamente, ofreciendo al lector la oportunidad de comprobar por si mismo el fundamento de sus afirmaciones.

«Este es un libro arriesgado», confiesa el autor en el prólogo (p. 9), Y se ve inmediatamente, dada la complejidad del tema que se propone reexaminar, pero el lector no podrá menos de agradecerle el haber co­rrido ese riesgo, por la seriedad y escrupulosidad con que ha procurado evitar pasos en falso. En varios años de estudio y de reflexión sobre fuen­tes de primera mano, sobre todo la documentación recogida por el P. Gracián y que yacía sin explotar a fondo en el Archivo Histórico Na­cional, ha logrado Donázar una obra que contribuirá decisavamente al esclarecimiento del siglo XVI español y de una época en la historia de la espiritualidad.

Presentando un libro de tal envergadura es difícil entrar en detalles. Hay naturalmente pequeños deslices que el especialista notará fácilmen­te por sí mismo y que para el lector ordinario no tienen importancia, pues no afectan a la sustancia del libro. Sólo. quiero llamar la atencion sobre el título que no me parece lo suficientemente feliz y que quizá pudiera desorientar a más de uno. ¿Qué «reforma» es la que comienza y termina? Después de los estudios de los últimos años (de Silverio de Sta. Teresa a Otger Steggink) puede considerarse como históricamente cierto que la obra de la Madre Teresa no se encaminó a «reformar» la Orden del Carmen existente en el siglo XVI. La 'Madre se dedicó a fundar casas en las que fue implantando un nuevo modo de vida car­melitana (que puede decirse l'efo1'mada en cuanto que iba de acuerdo con los cánones de Trento, pero no es ese el sentido en que se emplea generalmente la palabra reforma en la historia de las órdenes religiosas). Las fundaciones de monjas le salieron a la medida de sus deseos; en las de frailes fue menos' afortunada por mérito del grupo de rigoristas de que hablábamos al principio. Según esto tendríamos la obra de la Madre Teresa fielmente reflejada en sus hijas y parcialmente desfigu­rada en sus hijos, pero ¿tanto como para hablar de «fin»? Es un hecho que la «Reforma teresiana» está celebrando su IV Centenario, mientras que el estudio de Donázar se centra en sus primeros treinta años. Haría falta un estudiO' de esos cuatro siglos para saber hasta qué punto se puede hablar de Orden de la Madre Teresa con mezcla del P. Doria, o de Orden del P. Doria con mezcla de la Madre Teresa. Tampoco el segundo subtítulo parece lo bastante preciso, pues en rigor no es de la «reforma del Carmen y sus hombres» de lo que trata el libro (la Orden del Carmen en cuanto tal prosiguió normalmente su camino en la Igle­sia), sino de «una revolución religiosa en tiempos de Felipe 11». La revolucionaria se llamaba Teresa de Jesús y su brazo derecho Jerónimo

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Gracián. Nicolás Doria fue el representante más destacado de la con­trarevolución.

Precisado así el título no me queda más que felicitar al autor por su espléndido trabajo y recomendar a todos los lectores de la Revista un libro imprescindiJble para cuantos se interesan por la espiritualidad. Un libro que se lee como una novela, pero que debe ser meditado.

Lástima que la presentación tipográfica no haya podido ser la que el valor de la obra se merecía.

ILDEFONSO MORlONES, ocd Teresianum (Roma)

Es un hecho" admitido universalmente' que las carmelitas descalzas han conser­vado sin inten'upción' el genuino espíritu heredado de su Santa Madre Teresa y que lo viven aún en toda su prístina pujanza, por lo que en la opinión comlÍn ocupan justamente el primer puesto de perfección y vitalidad entre las órdenes contemplativas. Este admirado esplendor y florecimiento de vida teresiana la han mantenido observando fielmente las Constituciones que les dejó Santa Teresa, aun­que no hecha& por ella, sinO' por el primer Capítulo de la Reforma Descalza en 1581, teniendo por base las provisionales dadas por la Santa a su primer monas­terio de Avila hacía veinte años y las indicaciones que envió a este Capítulo. Tales Constituciones fueron retocadas en el Capítulo de 1591 y publicadas al año siguiente, y son las que substancialmente han observado las monjas hasta el presente.

Un grupo de monjas, con Ana de Jesús y María de San José, fieles a su Madre Fundadora y considerando literalmente suyas las Constituciones de 1581, se opu­sieron tenazmente a las variaciones introducidas en ellas en 1591 por el legítimo organismo legislativo, pero éste se las impuso venciendo toda opción de dentro y fuera de la Reforma.

~Eratitor intenta probar, sin conseguirlo, que estas variaciones pusieron en pe­ligro la herencia teresiana y que Ana de Jesús, «capitana de las prioras», obró bien en oponerse a los Superiores en defensa de lo que juzgaba teresiano y, por el contrario, obraron muy mal los Superiores al castigar a la Madre Ana y al imponer sus criterios de mayor austeridad contraria al humanismo de Santa Te­resa y de su predilecto Padre Gracián, criterios que prevalecieron entre los reli­giosos y, por lo tanto, éstos se apartaron del genuino espíritu teresiano.

Divide la obra en dos partes. En la primera: Una herencia en peligro, estudia (c. I) a Santa Teresa como fundadora y formadora de monjas y frailes, las carac­terísticas de su gobierno y espiritualidad, sus relaciones con los principales sujetos que intervinieron en el desarrollo de la Reforma masculina y el juicio que ella dejó en sus escritos sobre cada uno de los mismos, juicios que le sirven al autor de

* ILDEFONSO MORlONES, ocd, Ana de Jesús y la Herencia Teresiana. ¿Huma­nismo cristiano o rigor primitivo? Roma, Edizioni del Teresianum, 1968, XXI-530 p.

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Gracián. Nicolás Doria fue el representante más destacado de la con­trarevolución.

Precisado así el título no me queda más que felicitar al autor por su espléndido trabajo y recomendar a todos los lectores de la Revista un libro imprescindiJble para cuantos se interesan por la espiritualidad. Un libro que se lee como una novela, pero que debe ser meditado.

Lástima que la presentación tipográfica no haya podido ser la que el valor de la obra se merecía.

ILDEFONSO MORlONES, ocd Teresianum (Roma)

Es un hecho" admitido universalmente' que las carmelitas descalzas han conser­vado sin inten'upción' el genuino espíritu heredado de su Santa Madre Teresa y que lo viven aún en toda su prístina pujanza, por lo que en la opinión comlÍn ocupan justamente el primer puesto de perfección y vitalidad entre las órdenes contemplativas. Este admirado esplendor y florecimiento de vida teresiana la han mantenido observando fielmente las Constituciones que les dejó Santa Teresa, aun­que no hecha& por ella, sinO' por el primer Capítulo de la Reforma Descalza en 1581, teniendo por base las provisionales dadas por la Santa a su primer monas­terio de Avila hacía veinte años y las indicaciones que envió a este Capítulo. Tales Constituciones fueron retocadas en el Capítulo de 1591 y publicadas al año siguiente, y son las que substancialmente han observado las monjas hasta el presente.

Un grupo de monjas, con Ana de Jesús y María de San José, fieles a su Madre Fundadora y considerando literalmente suyas las Constituciones de 1581, se opu­sieron tenazmente a las variaciones introducidas en ellas en 1591 por el legítimo organismo legislativo, pero éste se las impuso venciendo toda opción de dentro y fuera de la Reforma.

~Eratitor intenta probar, sin conseguirlo, que estas variaciones pusieron en pe­ligro la herencia teresiana y que Ana de Jesús, «capitana de las prioras», obró bien en oponerse a los Superiores en defensa de lo que juzgaba teresiano y, por el contrario, obraron muy mal los Superiores al castigar a la Madre Ana y al imponer sus criterios de mayor austeridad contraria al humanismo de Santa Te­resa y de su predilecto Padre Gracián, criterios que prevalecieron entre los reli­giosos y, por lo tanto, éstos se apartaron del genuino espíritu teresiano.

Divide la obra en dos partes. En la primera: Una herencia en peligro, estudia (c. I) a Santa Teresa como fundadora y formadora de monjas y frailes, las carac­terísticas de su gobierno y espiritualidad, sus relaciones con los principales sujetos que intervinieron en el desarrollo de la Reforma masculina y el juicio que ella dejó en sus escritos sobre cada uno de los mismos, juicios que le sirven al autor de

* ILDEFONSO MORlONES, ocd, Ana de Jesús y la Herencia Teresiana. ¿Huma­nismo cristiano o rigor primitivo? Roma, Edizioni del Teresianum, 1968, XXI-530 p.

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base para lo restante del libro. En los seis capítulos siguientes trata del P. Gracián, «un provincial humanista» (c. Il), de las insignes prioras Ana de Jesús y María de San José (c. III), del P. Nicolás Doria, «el provincial celoso y reformado» (c. IV), del Breve pontificio causa de las desavenencias entre los Superiores y las monjas (c. V), d eAna de Jesús e noposición al P. Doria (c. VI), y triunfo del P. Doria (c. VII). La segunda parte lleva por título: El gesto de Ana de Jesús y su histon'ografia, con introducción y seis capítulos. En el primero refiere los inten­tos y pasos dados para escribir la vida de la M. Ana de Jesús a raíz de su muerte; trata en el c. II del P. Quiroga, primero que sacó a la luz el conflicto de las monjas (c. V), de Ana de Jesús en oposición al P. Doria (c. VI), y triunfo del Priora de Bruselas contra la versión que allí se da de la actuación de Ana de Jesús; el cisterciense Angel Manrique, catedrático en la Universidad de Salaman­ca, a petición de la infanta Isabel Clara Eugenia desde Bruselas, escribe la vida de Ana de Jesús, cuyo original fue rigurosamente revisado por los censores car­melitas, quienes, según Mariones, tergiversaron los hechos contra la M. Ana impo­niendo variaciones y supresiones que contiene el manuscrito original ahora apa­recido y que aquí da a conocer (e. III); Jerónimo de San José, en varias obras, habla de Ana de Jesús y da a los hechos en litigio la misma versión que el P. Qui­raga a pesar de las protestas y lamentaciones de Beatriz de la Concepción, priora de Bruselas y después de Salamanca (c. IV); por último, la versión definitiva dada por Francisco de Sta. María en su historia Reforma de los Descalzos, que es la que prevaleció en la Orden en el mismo sentido que la dieron los PP. Quiroga y Jerónimo (c. V).

Tres eran los puntos principales que Ana de Jesús defendía como teresianos contra sus Superiores: gobierno por uno solo no por el Consejo General, posibili­dad de reelegir a las prioras sin interrupción y libertad omnímoda de las prioras para llamar confesores de dentro y fuera de la Orden. Como suele suceder, la victoria se decidió por los más fuertes, pero en este caso no a favor de la razón, según el autor.

La presente obra es una tesis doctoral en Historia Eclesiástica por la Grego­riana, un trabajo científico y serio. Prescindimos de eso para juzgar su obra obje­tivamente y ver la autoridad que merezca en la cuestión que se propone dilucidar. Tenemos que decir a su favor que ha reunido un caudal inmenso de material para un estudio posterior más convincente, pues nos parece que él no ha conseguido nada definitivo. En conjunto creemos que está desacertado a lo largo de sus pági­nas, porque parte de prejuicios más parciales que los que él recrimina en los antiguos historiadores carmelitas. Para justificar la actuación de Ana de Jesús acu­mula diatribas, exageraciones y conjeturas contra el P. Nicolás Doria y sus cola­boradores y escritores de la Reforma, con lo cual no logra dilucidar el fin que inten­ta, porque la actuación de Ana de Jesús, P. Gracián y María de San José queda tan turbia como estaba y más al descubierto su aparente rebeldía a los legítimos Superiores Descalzos.

Desvaloriza la herencia teresiana al poner en peligro su continuidad a causa de unas modificaciones de gobierno tan extrínsecas a la magna obra de la Santa, pues muy pobre y superficial sería el espíritu que hubiera alentado a sus hijas si por ello se hubiera puesto en balanza su supervivencia. Cuatro siglos de glorioso historial han demostrado que la perfección descalza no se apuntalaba en eso, ya que al fin se les impuso y substancialmente han estado en vigor hasta el presente.

La cuestión más discutida fue el querer las monjas eximirse del gobierno de la Consulta General como perjudicial para su buena marcha, pero precisamente resul­tó lo contrario durante los tres siglos que estuvieron sujetas a la Orden. Así lo ase-

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gura el P. Silverio, hablando del Definitorio General o Consulta: «Gran parte de la gloria de haberse mantenido las Descalzas en sus primitivos fervores fue debida a este supremo y benemérito tribtmal de la Reforma teresiana, que con un cono­cimiento muy cabal de su legislación y una madurez de juicio contrastada con los años... Las religiosas acudían a él como a un padre... Con el Definitorio estaban bien seguras de que sus intereses espirituales y materiales irían en aumento y que nada extraño se infiltraría en su observancia. Sus documentos y acuerdos se acoplaban siempre al criterio y enseñanzas de la Santa. Por eso la vida de las Des­calzas en España resultaba, si es lícito hablar aSÍ, teresianÍsima» (H. C. D., t. XII, p. 126).

En las otras dos cuestiones tenía la M. Ana mayor razón para defenderlas, pues las reelecciones y libertad de confesores y predicadores había sido voluntad de la Santa Madre, pero no constan como constituciones ciertas suyas, ya que en las verdaderas Constituciones teresianas no se habla de eso, sino en las aproba­das por el Capítulo de 1581 y que suelen considerarse como de la Santa. En rea­lidad no las hizo ella, que solamente envió memoriales y sugerencias, lo cual no es hacerlas ni escribirlas; ella admitió lo que el Capítulo elaboró. Consta que los venerables capitulares no se atuvieron por mayoría a todos los deseos de S. Teresa tanto en las Constituciones de los frailes como de las monjas a pesar de haber salido provincial el P. Gracián y por lo mismo ser mayoría sus partidarios, y así contra la voluntad expresa de la Santa dejaron más riguroso el ayuno de las mon­jas y no admitieron grado para los frailes. Tenía razón el P. Doria cuando insistía en que aquellas Constituciones no las había hecho la M. Teresa, como defendían sus contradictoras y tiene por tales el P. Moriones, sino el P. Provincial y Definidores, y es esto tan cierto que como autores figuran después del título en la portada de la edición hecha por el P. Gracián (B. M. C., t. IV, p. 421). Lo sabía muy bien el P. Doria como Definidor primero que había sido de aquel Capítulo y proba­blemente con muy influyente intervención, puesto que la Santa le había dado gran autoridad en la elaboración de las Constituciones escribiendo a Gracián que lo tratase especialmente con él (19 febr. y 21 febr. 1581). Resulta por lo tanto un contrasentido que el autor lamente el cambio en las Constituciones del «bellísimo texto de la madre Fundadora», que ciertamente ella no escribió (pp. 282-87).

Que la permisión para reelegir Primas fuera voltmtad de la Santa Madre tal como se expresa en el n. 5 del c. 1 de las Consto de 1581 no es obstáculo para la prohibición dada en las de 1592, porque aquella permisión era claramente provi­sional al decir ese n. 5: «por ser los monasterios de la primera regla nuevoS y no haber tantas personas para el gobierno dellos», etc., luego evidentemente, supera­da la escasez de personal, no sólo se podía sino que en la mente de la Santa o de los legisladores se debía suprimir tal permisión. Treinta años llevaban ya de exis­tencia las hijas de Sta. Teresa, tiempo suficiente para tener monjas aptas para Prioras de los treinta monasterios que en 1592 existían, y lo contrario hubiera sido señal de infantilismo y formación deficiente. Obraron acertadamente el P. Doria y sus consejeros e hicieron gran honor a las religiosas juzgándolas aptas para los prioratos, como lo comprobó la realidad. La Santa Madre nombraba Prioras con solos cuatro o cinco años de profesión y resultaban excelentes, y naturalmente las reelegían porque no había monjas dispuestas los primeros años, como sucede duran­te la primera época de fundación de un monasterio. En este sentido podía haber reclamado Ana de Jesús la facultad para reelegir Priora s en las fundaciones que se hicieran o que llevaran poco tiempo realizadas, como suele concederse, pero no el dejarlo como norma en unas Constituciones definitivas. Es sabida la insis­tencia de San Juan de la Cruz contra las reelecciones en los Padres y sus razones

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tienen más fuerza para las monjas por la estabílídad perpetua en el mismo monas­terio.

Mas aún que las reelecciones defendió Ana de Jesús la libertad de confesores cuando las Constituciones de 1592 quitaron a las Prioras la facultad mandando atenerse a los cánones del Concilio de Trento y que los provinciales proveyeran abundantemente a las monjas de confesores. Luego, si era esa la ley del Concilio, no creo que la Santa Madre quisiera otra libertad, cuando en todo intentó implan­tar sus normas. Por otra parte, en la nota que envió al Capítulo de Alcalá sólo habla de la libertad para llamar predicadores sin mencionar a los confesores (H. C. D., t. IV, p. 519; carta al P. Gracián del 21 febr. 1581, 3). A la tv1. María de S. José la dice: «procure el menor trato que ser pueda fuera de nuestros des­calzos (digo para que traten esas monjas ni vuestra reverencia sus almas)>> (c. 22 julio 1579, 4). Así lo han practicado generalmente las descalzas con gran provecho pensando ser más conforme a la mente de la Santa que fundó a los frailes precisa­mente para que sus hijas tuvieran quien las asistiera espiritualmente viviendo la misma vida reformada. De forma que no está claro en este asunto el pensamiento definitivo de la Madre Fundadora y menos sabiendo que la Beata Ana afirma que la Santa cambió de parecer en sus últimos años.

Creemos que Ana de San Bartolomé conoce bien la mente de Sta. Teresa como compañera y secretaría suya Íntima en la época última de su vida, pero el autor la desvaloriza porque discrepa de Ana de Jesús y María de San José y está en todo del lado del P. Doria contra Gracián.

Seríamos prolijos en hacer notar los muchos puntos y páginas enteras en que no estamos conformes con el autor y que nos parecen indudable y fácllmente recha­zables. Notemos algunas. En muchas de sus páginas o frases adopta un método de estilo en que no se sabe si cuanto dice es opinión suya o es del P. Doria y sus partidarios o si es a favor o en contra del mismo por el tono irónico y mordaz que emplea contra el P. Nicolás, no advirtiendo que indirectamente va contra Sta. Te­resa que apreciaba tanto al P. Doria y le quería por Superior de la Reforma, aun­que después del P. Gracián indudablemente; tal método es inadmisible en un tra­bajo científico. Así tiene frases como éstas, inexactas en absoluto: «la Orden del P. Doria», porque jamás tal instituto ha existido ni se ha dado tal paternidad a la Reforma Teresiana a no ser este mismo año por Donazar, tan acorde en muchos puntos con Moriones (p. 270); en repetidas páginas califica al P. Antonio de Jesús como iniciador de la Reforma en Duruelo (p. 289 Y otras) destituyendo de esa gloria a S. Juan de la Cruz; son frecuentes las frases alusivas a la intervención diabólica (pp. 191, 270, 276, 434, etc.), cosa tan desagradable e impropia de una historia seria.

En su afán de contraponer a los Superiores Descalzos con Ana de Jesús les culpa de cuanto se escribió desfavorable a ésta, y por eso llama primera versión «oficia]" al relato que del conflicto con las monjas hace el P. José Qlúroga en su vida de San Juan de la Cruz (1628), cuando la verdad histórica es tan distinta, ya que realmente esta biografía fue extraoficial, publicada en Bruselas a espaldas y sin permiso de los Superiores y por ello castigado su autor y muerto en un medio destierro y muchos años antes destituido de su nombramiento de historiador gene­ral y sepultada su obra en tres volúmenes manuscritos.

En una obra científica como ésta, sobra la transcripción de textos extensos, ya conocidos y reeditados, con los que llena muchas páginas del libro en lugar de dar una síntesis citando la obra impresa. Aumenta aún esto con unos apéndices de 46 páginas de textos que no tienen relación alguna con Ana de Jesús y sólo indi­rectamente con el rigor y humanismo del subtítulo.

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NOTAS 553

No podemos silenciar la gravlSlma acusaClOn de falsedad consciente y parciali­dad descarada de que hace reos a los primeros historiadores de la Reforma Tere­siana, eminentes en virtudes, ciencia teológica, mística e histórica: José de Jesús María Quiroga, Jerónimo de San José y Francisco de Santa María (pp. 459, 460, 468). Si hay errores en el fárrago de sus páginas es lo corriente en las historias de aquellos siglos carentes de la crítica exactitud de hoy, sin los medios modernos de Ínformación ni facilidad para viajar, y más si se trata de historias extensas en las que aun con las facilidades modernas abundan los errores e inexactitudes y siem­pre a merced de que aparezcan nuevos documentos quizá contraríos. ¿Por qué, pues, culpa al P. Quiroga (p. 343, nota) de contradicción, por cambiar en 1628 lo que había dicho en 1618? En cualquier historiador se dan casos semejantes, si, pasados lmos años, vuelve a escribir sobre lo mismo o reedita su obra. En la nota siguiente llama calumniadores a Quiroga y sucesivos historiadores sin probarlo.

A través de toda la segunda parte trata a los historiadores de falsarios y par­tidarios incondicionales de los Superiores, como si desconociera que los PP. Quiroga y Jerónimo procedieron con tanta objetividad y amor a la verdad que sus volú­menes históricos después de tantos años de trabajo fueron reprobados y prohibidos y ellos mismos destituidos del cargo de historiadores generales por no atenerse a la censura y normas oficiales,. así que no parecen tan contemporizadores o parciales como el autor repite para desautorizar sus afirmaciones sobre Ana de Jesús. Arre­cia aún más su ironía contra Francisco de Sta. María por ser el historiador oficial definitivo que impuso su criterio en la Orden, pero no tiene en cuenta lo que dice en la p. 412 Y es cierto, que su historia la compuso con los materiales reunidos por los dos anteriores. En la página siguiente aduce el gran elogio que el P. Fran­cisco hace de Ana de Jesús: «gran sujeto colmado de la naturaleza, admirado de los mayores de su tiempo y alabado de todos los que la conocieron», sin que obste para que en el asunto discutido no se pusiera el historiador de parte de la M. Ana, sino de quien juzgó que estaba en razón, lo cual no es causa para tenerle por enemigo de la Venerable. A{m es más grave afirmar que los cronistas inventa­ron hechos que les convenían para sus planes (p. 45). Los documentos aún exis­tentes pueden responder en general por la honradez y veracidad de los historia­dores, porque aún se conservan en gran cantidad los materiales que utilizaron (B. N. M., mss. 8.693, 7.018, 7.003, 5.807, 5.631, 4.213, 3.537, 2.711 y otros más breves), enviados de cada convento para la historia, y en los conventos primitivos a{m se pueden leer en sus libros de difuntos, becerros y relaciones resueltas las vidas y casos ejemplares que idénticamente cuentan las crónicas. Por tanto, lo que haya de error o exageración habrá que culparlo a quien escribiera las necrologías y memorias biográficas de cada convento o monasterio, que a veces no tenían las buenas cualidades que exige la historia y sabemos que el ambiente de la época era de credulidad y exageración. Hay lm caso de esto en las relaciones de religiosos del convento de Sevilla enviadas al P. Francisco y que el gran general Fr. Juan del Espíritu Santo le mandó suprimir de su historia como exageradas (B. N. M., Ms. 3.569, f. 101).

Decir que el grupo menos conforme con el P. Gracián y Ana de Jesús eran ermitaños incultos y sin letras (pp. 99, 464) no pasa de ser una ocurrente inven­ción contraria a la realidad. Los ermitaños que poblaron los conventos de La Roda, Altomira, Peñuela y Calvario no tuvieron influencia y no sé si habría alguno que ocupara puestos de gobierno. Por el contrario, casi todos los colaboradores del P. Doria fueron sujetos procedentes de las universidades o destacados en los cole­gios de la Orden. Pone al frente de los «ermitaños sin letras» a los PP. Antonio y Ambrosio Mariano, dos precisamente bien eminentes en estudios, porque el P. An­tonio era tenido por muy docto entre los Calzados y por haber brillado en los estudios de Salamanca llegó a ser presentado en teología y prior de conventos,

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cargo para el que entonces se exigía título; el que a los 50 años hubiera querido irse a la Cartuja, como San Juan de la Cruz, no indica que careciese de letras. El mismo error se da en el P. Ambrosio Mariano, que antes de ser ermitaño había corrido mucho mundo y actuado brillantemente con sus doctorados in utroque iure, tan eminente en filosofía y teología que asistió como seglar al concilio de Trento, humanista clásico como demuestran sus escritos latinos, con su competen­cia en matemáticas e ingeniería hizo notables servicios a la nación por encargo de Felipe Il, y por eso era tanta su influencia y aprecio entre los grandes y corte de Madrid y Lisboa, muy semejante en esto al P. Doria, así que nada de ermita­ño sin letras, sino ermitaño después de convencido de la. vanidad de este mundo y sus letras. Los íntimos de Doria: PP. Juan de Jesús Roca y Agustín de los Reyes, no sólo fueron admirados universitarios, sino catedráticos de Universidad. Gregorio Nacianceno ingresó siendo sllcerdote y había sido universitario de Alcalá. Los Con­siliarios de la Consulta doriana eran destacados en ciencias y oratorias: S. Juan de la Cruz, Luis de S. Jerónimo, Diego Evangelista y Tomás de Aquino (además de los PP. Antonio y Ambrosio), estos dos por ser los estudiantes más destacados en el colegio de Alcalá cuando e! Capítulo de 1581 tuvieron los discursos de aper­tura y clausura (H. C. D., t. IV, PP. 529 Y 554). Más bien parece que los sencillos y humildes frailes ordinarios eran los pocos que estaban al lado del P. Gracián, a quien veneraban por sus virtudes, piedad, caridad y bondad natural, porque, a ex­cepción de Pedro de la Purificación, no sé que haya alguno entre los que le seguían.

No asiente el autor (p. 452, nota) a la idea hoy comúnmente admitida de que San Juan de la Cruz es el modelo intermedio del carmelita descalzo y rechaza la fórmula: «Ni Doria ni Gracián, sino San Juan de la Cruz», que para nosotros es la única admisible. La documentación, como probaremos en otra ocasión, va alunentando por un Juan de la Cruz más cercano a Doria que a Gracián e indiscu­tiblemente no conforme totalmente con ninguno de los dos, sino con uno u otro según viera la razón y verdad. Y al fin defendió la expulsión de Gracián.

Una segunda cuestión toca el autor a través de todas sus páginas y la indica en el subtítulo de la obra: «¿Humanismo cristiano o rigor primitivo?» Hace resal­tar la existencia de dos tendencias opuestas en la Descalcez primitiva: el huma­nismo de Sta. Teresa, representado por el P. Gracián, María de San José y Ana de Jesús y el rigor que se implantó en los Descalzos desde la fundación de Pastrana y encarnó el P. Doria como su más destacado defensor con eficacÍsima influencia en la legislación y ambiente de la Reforma.

Tenemos que conceder al autor su parte de razón en este asunto, pero no ve­mos que sea tanta la divergencia si no es a base de exagerar los dos extremos. Se deforma el humanismo teresiano desglosándolo de! elemento penitencial y mol'­tificativo. ¿Qué instituto religioso tiene reglas tan austeras como las que dio Santa Teresa a sus monjas y estableció a los frailes en Duruelo? Los textos de sus cartas que aduce contra el rigor o a favor de la suavidad ninguno aminora la gran aus­teridad que implantó en la Reforma: ayunos diarios más de la mitad del año con una sola comida, cama de tablas sin colchón, descalcez total a los frailes, restric­ción de locutorio con rejas, velos sobre la cara, ropa áspera y vasta, edificios po­bres y pequeños, abstinencia perpetua de carnes. Ante todo esto qué importancia pueden tener pequeños detalles que los frailes aumentaron? «Todo se lleva con amor», dijo la Santa.

El temor que tuvo Santa Teresa y repitió María de San José de que e! excesivo rigor alejara o malograra buenas vocaciones para el Carmelo no respondió a la realidad. La austeridad comenzada en Duruelo por San Juan de la Cruz, amaes­trado por S. Teresa, no decayó sino que se mantuvo un largo período y aun se aumentó y, sin embargo, las vocaciones masculinlls afluyeron y cuajaron con tanta

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abundancia y selecta calidad que a los veintidós años contaban con cincuenta con­ventos y mil trescientos religiosos, doble que las monjas con solos treinta monas­terios y seiscientas religiosas a pesar de llevar seis años más de vida y haber ayu­dado a la Reforma treinta monjas de la Encamación de Avila. En ese ritmo de austeridad primitiva continuó el siglo XVII de tal manera que a mediados del si­guiente había tres mil carmelitas descalzos en España y sólo mil cuatrocientas cincuenta y ocho monjas, la mitad, luego podríamos concluir, según la clasificación del autor, que fue mayor. el éxito del rigor primitivo que el del humanismo cris­tiano. No se puede hablar de peligro de la herencia teresiana, sino al contrario, sus hijos le asimilaron tan arraigadamente el espíritu reformista de la Santa Madre que aseguraron su obra a perpetuidad constituyendo la rama más numerosa de la Orden Carmelitana. .

Pasando por alto otras afirmaciones que tendríamos que desautorizar, temlina­mos haciendo referencia a la Conclusión (pp. 462-469), cuyas líneas en su casi totalidad son inaceptables, tanto por el tono dogmatizante y militar que adopta dividiendo la Reforma en dos grupos con sus jefes de oposición en lucha «a vida o muerte», como por no responder a la auténtica historia. Saca conclusiones que ni las ha probado ni se siguen de cuanto ha expuesto, además de las que deduce de lo que aquí hemos juzgado desacertado.

Es de gran valor para la vida de Ana de Jesús el hallazgo del original de su biografía por Angel Manrique con las correcciones que anotaron los censores, cuya muchas. e importantes supresiones y cambios nos da a conocer el autor en el largo capítulo 111 (pp. 349-386) intentando aclarar el conflicto a favor de M. Ana, aunque no parece hagan mucha luz. Ojalá que ello sirva para glorificar a esta religiosa, cuyos escritos fue ella la primera en hacer publicar. Le agradecemos también el haber dado a conocer como apéndice el opúsculo del P. Gracián El Ce­rro, aunque aquí tiene poca razón de ser y la novedad ya la había divulgado en «Ephemerides Carmeliticae» XVI, 1965, 2.

El Indice Analítico (pp. 526-530), con que termina el volumen, responde a las ideas expuestas· en él, pero no a la verdad de la documentación existente, pues no se puede negar ni poner en tela de juicio la aclamación de los carmelitas reco­nociendo a Santa Teresa como santa y como madre suya desde San Juan de la Cruz hasta el presente, sin caso alguno contrario. Conviene recordarlo en este cuarto centenario del comienzo de los descalzos en Duruelo. El Místico Doctor la llama «nuestra madre» en vida aún de ésta cuando escribe a Catalina de Jesús y después de muerta lo repite en el Cántico, 13, 7, añadiendo el calificativo el «bien­aventurada». El P. Nicolás Doria, primer General de la Reforma, la tiene por santa y madre suya en su escrito Tratado de la perfección, c. 5 (ed. Florencio del N. J., Roma 1935, p. 15), diciendo: <<lluestra santa madre», y en una carta a la Priora de Valladolid, inédita, y de la que tenemos copia, dice: «la Santa Madre». El P. Antonio de Jesús, primer Prior de Duruelo y primer Consiliario del P. Doria, escribía a la Priora de Salamanca el 6 de julio de 1588: «Ntra. Madre que está en el cielo». La primera publicación oficial de la Consulta que se imprimió como libro llama a la M. Teresa mujer insigne y eminente en santidad que como nueva Débora salvó al Carmelo e inició y guió la reforma de los religiosos, luego como madre fundadora (Privilegia, Madrid 1591, en la Dedicatoria). A. estos cuatro tes­timonios, los más antiguos que se conocen, siguen todos los descalzos de cuatro siglos, lo mismo que todas las religiosas, aunque no se adhirieran a las protestas y defensas de Ana de Jesús y María de San José, tales como la Beata Ana, Isabel de Sto. Domingo, Maria de Jesús y Ana de San Agustín, por no citar sino las compañeras de la Santa Madre más destacadas en santidad.

Como colofón a estas reflexiones sobre los orígenes del Carmen Descalzo, a que nos ha dado motivo la meritoria obra del P. Moriones, reproducimos el final

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556 NOTAS

Firmas autógrafas de San Juan de la Cruz

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de dos documentos con las finnas de los primeros Superiores Generales de la Re­forma Teresiana, componentes de la Consulta tantas veces mencionada, y atacada en este libro, cuya originalidad tuvo tanto éxito que ha sido adoptada en el gobier­no central de todos los institutos religiosos con la denominación de Definitorio o Consejo General. Los documentos son dos escrituras oficiales de la Consulta (1589) que se hallan originales en los protocolos 371 y 162 del Archivo Histórico Provin­cial de Segovia con otras varias de la misma. Como ninguna está completa, publi­camos dos para dar todas las finnas, pues creemos que nunca se han reproducido en conjunto y honradas por el autógrafo de S. Juan de la Cruz, que figura como presidente y como consiliario al frente de la Descalcez Cannelitana ahora hace cuatro siglos gloriosos.

Fr 'MATIAS DEL N. JESÚS' ocd Batuecos

"San Juan de la Cruz ¡; entra por la puerta grande en el mundo de la actua­lidad.» «San Juan de la Cruz no tiene que temer ante el mundo contemporáneo.,> «Los años del Concilio y posconcilio ven crecer desmesuradamente, en amplitud y hondura, la actualidad del Doctor Místico.» «San Juan de la Cruz es uno de los autores que menos sufre con el pasar de los años. Se atiene a lo sustancial del Evangelio y de la naturaleza humana ... » Constataciones como éstas (no ya meras afinnaciones gratuitas), que abundan a lo largo de todo el libro, pueden damos una idea de su importancia y de su ambientación. En medio de este derrumbe aparatoso de cátedras que venimos presenciando, también se oyó el nombre de San Juan de la Cruz. Pero, ahí está. La prueba es este objetivo, sereno y perfecto ar­bitraje que hace aquí Federico, presidiendo la competición entre el pensamiento contemporáneo y el Doctor Místico (tras cuatro siglos de magisterio). Entre otros méritos del libro que reseñamos, cabe adelantar aquí el de hacemos asistir hoy a las lecciones de Fray Juan rodeado de un alumnado cada día más abundante, co­dicioso y abigarrado de ideologías e inquietudes.

Para los ya numerosos especialistas en «sanjuanismo» de estos últimos decenios, no constituye ninguna novedad el encontramos todos reunidos en este libro-tribuna de Federico. No faltó ninguno a la cita. Ello acredita ya por sí mismo la compe­tencia del autor y la erudición con que sabe llevar el diálogo. Pero es que abundan nombres nuevos y muy significativos entre los frecuentadores de esta cátedra, cuya presentación se hace aquí: el primado ortodoxo Atenágoras, el primado anglicano Ramsey, el pastor Trueman Dicken, los cardenales Koenig y Garrone, Blondel, Teilhard y Henri de Lubac, Rahner, Hans Küng y Schillebeeckx, Kieran Kavanaugh, Laurentin y Hans von Baltahsar, etc., bastarían para justificar las afinnaciones de invitación a San Juan de la Cruz que copiábamos al principio.

Pero no es precisamente ese el tema de este libro; como no lo expresa tampoco el título que ostenta. (Al final de esta reseña verificaremos lo chico que le viene, y hasta sospechamos que no pertenezca al. autor.) Vamos a dar en esta recensión. a. las intenciones del autor; b. relación del contenido; c. juicio crítico que nos merece .

... FEnliJRICO RUIZ SALVADOR, ocd, Introducción a San Juan de la Cruz. El Hom­bre, los escritos, el sistema. Madrid, BAC, 1968, VIII-684 p.

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558 NOTAS

A. Las intenciones del autor. Dejamos sus mismas palabras: Con Carcía Ua­mera, comienza verificando: «Nos faltan trabájos de conjunto que nos den la visión Integral, plena, de los escritos del Santo Doctor.» Prosigue: «La situación aquí formulada justifica el ensayo de síntesis que ahora presento» (p. 7). «Pretende ser éste un libro de introducción sólido y denso, pero.a la vez leve y transparente, re­mitiendo a la. lectura directa de los escritos originales. Aspira a ser una síntesis que el lector encuentre útil en ios comienzos y también después de haberse fami­liarizado con el Santo. Algo extenso puede resultar. Mas el grado de especializa­ción a que se ha llegado en el campo de los estudios sanjuanistas, y la misma plu­rivalencia de su obra obligan a ello.» Después de adelantar la densidad de vida, experiencias, formación, modo de expresión, ambiente y paisaje, que hacen de Sau Juan de la GIUZ un tema de estudio siempre unitario y extremadamente complejo, concluye: «Hay en estas páginas mucha novedad que sólo raramente pondré de relieve. Es un estudio positivo a su modo. Procura hablar desde la realidad que San Juan de la Cruz contempla y desde el alma de Juan, que contempla esa rea­lidad.» Refiriéndose al enfoque concreto de la actualidad, Federico hace esta au­tocrítica: «¿Dice así o piensa efectivamente Fray Juan todo lo que vamos a cargar a cuenta suya? Aquí está el nervio de todo acercamiento posterior a una obra de hace siglos. Por muy objetiva que se pretenda la actitud, le miramos hoy con otros ojos, modificados por el paso del tiempo y la acumulación de innumerables expe­riencias individuales. Se le entiende mejor así que por la sola repetición material. La pura objetividad, o es ceguera o espejismo. Espero revitalizarle con el menor número posible de elementos extraños» (p. 8). Finalmente, ahorrándonos otras met:Js y limitaciones que se prefija el autor, juzgamos interesante este criterio que tuvo en cuenta: «Al hablar de actualidad o presencia de San Juan de la Cruz, dos es­colIos quisiera evitar. El primero es el hablar en abstracto de cualidades de su doctrina, que la hacen apta para resolver los problemas del mundo contemporáneo. Si no se añaden datos concretos de general aprecio, el raciocinio demostraría que merece ser actual, pero hasta ahora no lo ha conseguido. Pero también el riesgo contrario me parece odioso: citar testimonios, sin concretar los puntos de su figura o doctrina que demuestren justificada la estima general que de hecho ha conseguido. Sin la motivación interna, los testimonios pudieran interpretarse como un tributo a la moda: es actual porque se habla mucho de él; se habla mucho de él porque es actual» (p. 129-130).

B. Relací6n del contenido. La serie continua de los 24 capítulos está distri­buida en cuatro partes: 1 El Escritor (cap. 1-5); II Los Escritos (6-9); In El Sis­tema (10-16); IV El Proceso (17-24). Una Introduccí6n, breve, y buen Indice de Materias completan el contenido. El mérito de la Editorial es apreciable cuanta a presentación. Papel, tipografía, precio, mecenazgo, responden al honor de la BAC. El «escritor» contemplado biográficamente en «el marco de una existencia» (cap. J) y como «hombre de un sólo ideal» (cap. 2) es como el substrato experimental que define su personalidad y que inspira su obra y su proyección. «San Juan de la Cruz es un misterio que nos desborda» (p. 67). Observación crítica de conjunto muy apreciable: «En estos últimos años, la incomprensión se debe a incalculable riqueza que ha salido a la superficie como fruto de un análisis más penetrante. Cada rasgo es completo y tiende a independizarse y, por consiguiente, a poner la figura total en escorzo. Los antiguos fracasaron por falta de hondura; la investi­gación moderna corre el peligro de fracasar por fragmentaria y parcial» (p. 60). Los tres capítulos restantes de esta primera' parte son los más interesantes. El 3 «< Biblia y Experiencia») y el 5 «< Maestro universal») ofrecen las mayores nove­dades. En el 4 «<Mística y Lenguaje») Federico dice sus autorizadas «novedades. (que también las hay) en un sentido más bien de revisión crítica de lo mucho que

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desde esta perspectiva se escribió. Los aspectos de la experiencia autobiográfica, retrospectiva y generalizada, positiva o negativa, le dejaban por resolver al santo la exactitud en la percepción y la fidelidad en la transmisión. La Biblia cumple ambas funciones como alimento de la vivencia y como auxiliar de la expresión (p. 80). La «Biblia experimentada» (p. 86) «es el soporte de su propia experiencia y doctrina. Juan se conoce a sí mismo mejor mirando a la Biblia que en un examen retrospectivo». La crítica de los investigadores de las fuentes, tanto blblica, como posterior, es consciente y responsable. Se reconocen los esfuerzos y los resultados. Vilnet, Maritain, los pro-tomistas, entre otros, entran en diálogo. El análisis del "simbolismo» en la expresión sanjuanista ofrece apreciaciones inéditas y de gran avance. La «simbolización total» y la «inefabUidad mística», que lleva al Doctor Místico a aplicar a un mismo vocablo situaciones y significados diversos, son im­prescindibles a la hora de acercarle a nosotros. El «Maestro universal», Doctor en la Iglesia y fuera de la Iglesia, aparece en el cap. 5 repartiendo tarea y sembrando apasionada discusión a filósofos, literatos, artistas, candidatos a hombres y a santos, dentro de la temática moderna del humanismo y de la espiritualidad. Hasta a las objeciones de falta de sensibilidad litúrgica y de anti-encarnacionismo con que se acusó al Doctor Místico, da respuestas aquí el Autor (p. 150-155).

Los «Escritos» Breves, la Subida y la Noche, el C6ntlco y la Llama, dan tema para cada uno de los cuatro capítulos de la Segunda Parte. Son verdaderas Intro­ducciones a cada lila de los libros del Santo. Estudia el origen, historia, estructill'a y contenido de cada uno, en una presentación densa y sutilmente razonada desde su punto de vista personal, así como desde la crítica y el estudio de otras opiniones. El avance de posiciones es notable y habrá de respetarse en adelante. Los Ro­mances salen ganando. «Suponen y encarnan un sistema profllndamente bíblico y cimentado en la mejor teología de Cristo y de la Iglesia.» (,La Iglesia sacra­mentaliza el plan divino y el amor unitivo de Cristo.» El autor ve «cargado de consecuencias el hecho de haber sido escritos antes que los grandes poemas y sus comentarios» (p. 162). La Subida y la Noche vienen estudiadas en el cap. 7. Des­anolla ampliamente esta tesis: Subida y Noche son demasiado afines para pOller vivir aisladas, y demasiado diferentes para poder fundirse» (p. 195). Argumenta en contra de quienes hemos tratado de considerarlas (al margen de la distancia que crearon los manuscritos y los títulos respectivos), no precisamente «fundidas», sino como la gran síntesis de la «Noche», o de la purificación del hombre. Seguimos pensando que la temática y la misma argumentación del P. Federico cuando se olvida de los manuscritos para razonar desde la visión unitaria del Doctor Místico (sobre todo, en los dos capítulos que dedica al tema de la Noche en la Parte IV) han de seguir prevaleciendo para hacer un tratado único con el contenido de la Subida y de la Noche, salvadas natill'almente las diferencias que dicta el «proceso», si queremos hablar de «sistemas» y de «síntesis doctrinales». La presentación del C6ntico y de la Llama en sus dobles y respectivas redacciones es clara y muy orien­tadora. Se echa de menos al final otro esquema correspondiente al que dio de la Subida y Noche. El análisis de los poemas y de los comentarios, muy rico y va­riado, lo está pidiendo como resumen final y visión global.

La Parte III, «El Sistema», viene a tener en cada capítulo un libro en esbozo. Tal es la densidad del pensamiento y la rica variedad de sugerencias de temas como: «El Sistema doctrinal» (c. 10); El Hombre (c. 11); «Dios en Fe» (c. 12); «Jesucristo» (c. 13); «Unión del Hombre con Dios» (c. 14); «El sendero de las Nadas» (c. 15); «Las Virtudes Teologales» (c. 16). La simple enumeración de los aspectos más importantes que Federico señala, nos ocuparía espacio triple del que disponemos. También aquí se produce el gran desfile de sanjuanistas, muchos de

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los cuales hicieron sus tesis doctorales sobre estas materias. (Echamos de menos una muy importante: La transformación del alma en Dios, del P. Eulogio de San Juan de la Cruz; 1963.) San Juan de la Cruz sale de estos estudios aureolado de "teólogo en serio», de humanista cristiano consumado con su mejor sistema antro­pocéntrico, de «sereno de la Noche de Fe» con su canto y su linterna amigos, y de doctor de ese «frente a frente» de Dios y el Hombre, en diálogo tenso, sin digresiones, hasta allí donde convergen: «Dios, de condición amante y dadivosa, el hombre, abierto y anhelante, Jesucristo, personificador de una larga historia de relaciones familiares» (p. 383). La visión <<integradora» a todo nivel (histórico del hombre, moral y cristiana) de la Unión, con la «potencia sacralizadora» del Hombre nuevo, en posesión ya de alma enamorada, es reahnente espectacular y nueva. El «sendero de las Nadas» provocó muchos «malabarismos que se hacen a cuenta del vacío sanjuanista» bastantes autores, «a base de estirarlo por los cuatro costados, desencajándolo de su organismo» (p. 414). Muchos lectores habrían de leer este capítulo antes de coger a San Juan de la Cruz. Es una preparación básica y del todo elemental. Sin embargo, Teilhard y Rahner (entre otros colosos del pensa­miento actual) se enredaron también con las «nadas». El autor se manifiesta pre­ciso, seguro y constructivo: El dilema Todo-Nada es un tema de «opción»; ~s el Evangelio: es el misterio de la muerte y de la resurrección (p. 415-438). «Opción es el arte que tiene olvidada nuestra época, que se aficiona a toda clase de bienes, a todas las manifestaciones de la vida. No sabe renunciar.» «Las personas que no sienten a Dios como realidad única en el centro de su vida, nunca se sentirán obli­gadas a elegir. Dios es para ellas un objeto de piedad más, un afecto más entre muchos. A causa del poco amor que tienen, no echan de menos lo que les falta. Acaparan, en vez de elegir.» El tema de las Virtudes Teologales (16), «gran re­sorte del sistema», con su actitud «integradora» y poder de purificación y de unión, es para nuestras preferencias uno de los mejor logrados. «El mérito de San Juan de la Cruz en este campo empieza a ser recogido.» La historia de la teología y la teología misma no podrán menos de contar con él. El dinamismo de la gracia san­tificante y el de las mismas virtudes en su desarrollo son magistral aportación teo­lógica.

En ¡a Parte IV (cap. 17-24) se estudia el Proceso espiritual en su gradual des­arrollo y aplicación de los principios. Es como la gran síntesis del libro. Se con­jugan los tres factores: teologal, moral y psicológico; se analizan las «crisis de desarrollo» en la «vida del sentido» y del espíritu en «el abismo de la Fe», en fuerza de la «exigencias del amor». El estudio de la Noche (no sabemos por qué tan distanciado en tres capítulos): «La Noche oscura» (cap. 19) y «Por los caminos de la Noche» (cap. 22), es otro de los mejor logrados. Resulta reahnente desbor­dante. Pero no vemos la razón de desparramarlo tanto por todo el libro; aunque admitimos la sobreabundancia de materia como para hacer dos capítulos (mejor rotulados y diferenciados). La santidad vista desde «el más profundo centro» del alma (cap. 23) y la ventana que deja abierta al cielo en el capítulo último: «Es­peranzas del Cielo», dan digno y el más noble remate a esta poderosa síntesis doc­trinal del sanjuanismo. Hemos de renunciar a proseguir esta relación.

C. Juicio crítico. En primer lugar, una calurosa enhorabuena. El título del libro es desacertado. Se desarrollan en él tres tesis simultáneas: estudio directo y objetivo de la gran síntesis sanjuanista, crítica masiva de la producción sanjua­nística más caracterizada y verificación de una actualidad que se viene sola encima, sin ningún esfuerzo de acomodación. Pudiéramos añadir el clima normal de todo el libro que es la evidencia en que queda la plurifacética y sorprendente figura del hombre, pensador, literato, artista, esteta, místico, teólogo... del protagonista,

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de ese «hombre inconfundible y que no se repetirá jamás»; «un santo de esos que si no hubieran sido santos, aun corno hombres, hubieran conseguido la mitad de su talla». En su estudio directo y objetivo, Federico trae un bagaje muy rico y nuevo. Su estilo es diáfano, elegante, sentencioso y de exquisita cortesía cuando establece comparación y hace crítica. Su dialéctica es clara, valiente y consecuente. Nos atrevemos a decir que este libro es el mejor que hasta el presente se ha es­crito, entre numerosas y valiosas síntesis parciales o totales del pensamiento san­juanista.

¿Limitaciones? El título (lo dijimos). No se trata de un libro de divulgación, ni fácil, ni al alcance de lectores primerizos o sin acercarse aún a San Juan de la Cruz. Supone en todo momento muchos conocimientos y hasta cierta familiaridad ya, tanto con el Santo, cuanto con la problemática que ha venido suscitando. En este sentido, queda limitado el número de lectores y queda faltando la verdadera Introducción-invitaci6n a San Juan de la Cruz a nivel de divulgación. De entre los lectores que intencionadamente busca, es fácil que haya no pocos que echen de menos una base de crítica textual, en el sentido que, dado el estado actual de la cuestión, se les dé razonado el valor y la autenticidad del texto que hoy por hoy mejor garantiza el pensamiento del Santo. Nosotros no echamos de menos nin­guna aclaración; pero reconocemos su necesidad en tanto persista la intricada cues­tión de los manuscritos no-autógrafos. Por nuestra cuenta ya dejamos constancia en la «relación» anterior de algunas observaciones positivas o negativas. Estas, realmente insignificantes. Repetimos sólo que no nos gusta seguir viendo tan disocia­das la Subida y la Noche por culpa de diferencias necesarias, pero perjudiciales para la cohesión del sistema doctrinal completo, si su historicisJillo (extrínseco al mismo sistema) sigue imponiendo el respeto a la situación material de unos ma­nuscritos que no tuvieron la suerte ni siquiera de ser concluidos, cuando menos revisados y refundidos por su mismo autor. Este, sin embargo, da con suficiente cohesión y visión de sus intenciones la perspectiva total de su pensamiento, desde los Romances (acertadamente revalorizados) hasta la Llama de amor viva. Al ter­minar la lectura de este libro, se busca un léxico sanjuanista. Vendría bien en fu­turas ediciones. La inventiva y la riqueza conceptual del santo lleva al equívoco o a la imprecisión a no pocos lectores. Federico apunta con frecuencia a esta ri­queza y consiguiente necesidad.

LUClNIO DEL SS. SACRAMEN'ID ocd