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AÑOS D ESPUÉS Aliños y Aromas de los Recuerdos

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este es un librito bonito

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AñosDespuésAliños y Aromasde los Recuerdos

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Ana Elvira Román de García

AñosDespuésAliños y Aromasde los Recuerdos

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Años DespuésAliños y Aromas de los RecuerdosAna Elvira Román de García

ISBN 978-958-98171-9-3

EDICIÓNDepartamento de PublicacionesTaller Cinco Centro de DiseñoBogotá, Colombia

DISEÑO GRÁFICO Y DIAGRAMACIÓN:Felipe Valencia Vaudor

CORRECCCIÓN DE EStIlOIsabel Cristina Jurado Galvis

FOtOGRAFÍAArchivo particular IMpRESIÓNZetta Comunicadores S. A.Bogotá, Colombia.

Primera Edición - Septiembre de 2012

todos los derechos reservados son propiedad del autor. ley 23 de 1982. El con-

tenido de esta publicación, no podrá reproducirse total ni parcialmente, ni al-

macenarse en sistemas de reproducción, ni transmitirse en forma alguna ni por

ningún procedimiento mecánico, electrónico o de fotocopia, grabación u otro

cualquiera, sin el previo aviso de los autores y editores por escrito.

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Agradecimientos

May PosseLuz Mirian CaperaHenry Vergara Astrid Álvarez Todd DohlinMarité GarcíaGustavo Tatis

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A la memoria de

Federico García de la Espriella

y dedicado a mi hija

María Teresa García Román

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A mi madre:

AnA ElvirA román

ue se atrevió a soñaren momentos de la historiaen que soñar era un milagro.Soñó ser una mujer que desdesu situación como educadora,contribuyera en hacer de la niñezy de la juventud, un jardín de experiencias significativas.Convencida que la propuestade María Montessori la llevaríaa alcanzar sus sueños, escogió este camino y sembróuna semilla en la historia de Cartagena.Hoy su sueño de hace más de 50 años,es una hermosa realidad.Que el Dios de la vida la sigabendiciendo.

María Teresa García

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legar a sesenta años de labor educativa parece un

largo camino, pero en este sendero no he sentido ni

cansancio, ni fastidio, cada día como la siempreviva,

renazco nuevamente. El contacto con los niños me

contagia de alegría y entusiasmo. No me siento vieja

porque ellos son el báculo que me sostiene para

seguir andando. En mis años mozos, nunca pensé

que llegaría a cincuenta años de labor educativa.

los años fueron pasando sin yo sentirlos. Fui

desgranando mi rosario gozoso cuenta por cuenta.

Hoy que estoy en la cima quiero mirar hacia atrás,

y siempre me encuentro con una pirámide de

realizaciones y un corazón abierto que superviva para

los niños.

Ana Elvira Román

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Aquellos padres que nos acercamos un día al Colegio Montessori buscando una formación para nuestros hijos –que tuviera sólida filosofía en el fondo– encontramos a Ana Elvira Román de García envuelta por la luz solariega de su oficina de la antigua casa de Manga donde ella, durante 60 años, ha sido el pilar fundamental del colegio más prestigioso de Cartagena de Indias.

Su voz profunda y pausada, su forma de abordar las vidas y los motivos que como padres habíamos tenido para elegir su colegio; su mirada seria e inteligente y su diálogo analítico y humanístico son apenas la estructura conceptual de quien desde muy joven siguiera su vocación de maestra.

Estas páginas nos permiten hoy conocer los trazos de su pluma sensible; los paisajes y las imágenes que transitaron por su mirada romántica; los episodios de su vida que le dieron forma de prosa poética y que de manera sorprendente nos dejaron el testimonio no solo de su alma, sino de la vida que a principios del siglo XX fue, y, que gracias a sus palabras, podemos recobrar.

Solamente después de habernos sumergido en estas letras por ella escritas a lo largo de su vida, es que podemos tener la visión interior y global de la calidad de Maestra que ha sido la fundadora y Rectora del Colegio Montessori. Y desde la imborrable imagen de la mujer que día tras día ha llenado con su presencia el espacio que habita en el colegio, es que podemos comprender la admirable entrega que como escritora silenciosa y profundamente romántica, ella hizo a su vocación de educadora.

May Posse / Padre de familia / Colegio Montessori / Cartagena de Indias

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Un personaje de carne y hueso

Me acuerdo perfectamente la primera vez que conocí a Doña Ana Elvira Román. Al mirarla a los ojos, tuve la certeza alucinada de dialo-gar con uno de esos grandes personajes escapados de novelas medieva-les o de la mochila mágica de Gabriel García Márquez, pero con la tez urbana y el resplandor de los grandes intelectuales europeos. No voy a negarlo, me sentí intimidado por esta prestigiosa y adusta educadora, adornada con apellidos cartageneros de la más alta alcurnia.

pero lo cierto es que yo estaba ahí. Era un forastero académicamente muy bien preparado, pero con escaso vocabulario español, dispuesto a conquistar sus afectos y su respeto como el esposo de Mari t, su única y hermosa hija.

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Con el paso del tiempo, me di cuenta que la vida me estaba brindando la oportunidad de interactuar con todo un personaje de carne y hueso, testigo en primera fila de acontecimientos trascendentales de la historia del siglo veinte. Sus relatos en primera persona acerca de la Segunda Guerra Mundial; los orígenes y consecuencias en la sociedad colombia-na y latinoamericana del asesinato del más grande líder liberal de todos los tiempos, Jorge Eliécer Gaitán, conocido mundialmente como "El Bo-gotazo"; los tiempos aciagos de la dictadura del General Rojas pinilla; la primera huella del hombre en la luna, entre muchos otros, contados o escritos por Ana Elvira con gran certeza y genuina elocuencia.

Recuerdo también con enorme claridad sus tertulias familiares con amigos cercanos refiriendo, con lujo de detalles, sus sonrosadas aventu-ras juveniles viajando por seis días y siete largas noches en bote por el río Magdalena y más tarde en tren, todo para llegar a la capital de Santa Fe de Bogotá en búsqueda de la esquiva, pero indispensable formación académica.

Antes de leer y releer los borradores de estas historias que ahora, fe-lizmente, ven la luz de la imprenta, tenía en mi memoria pedacitos de sus fabulosos y sentidos relatos, todos ellos con el sello indiscutible de una mujer con solidez académica, pero que jamás ha dejado ni dejará de soñar.

No tengo duda, fui afortunado en conocer y convivir con Doña Ana El-vira, mujer emprendedora, organizada y honesta, capaz de fundar de la nada, y manejar una de las instituciones educativas más importantes,

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prestigiosas y tradicionales de la ciudad de Cartagena de Indias y de to-do el país: el Colegio Montessori.

también fui testigo de sus últimas incursiones en la arena política lo-cal y nacional, defendiendo a capa y espada el ideario del gran partido liberal, reconocida desde entonces, como prestigiosa pionera entre las mujeres de la costa caribe colombiana.

En esta colección de cuentos y recuerdos y añoranzas de Doña Ana Elvi-ra, se muestra el lado tierno de esta señora de recio carácter. Son visio-nes casi soñadoras de alguien que, en el fondo de su alma, no ha dejado de ser la niña inocente de un pueblo a las orillas del Canal del Dique. Me la imagino llegando en plena adolescencia a Cartagena de Indias, ciudad de su ilustre familia, para emprender un camino admirable co-mo educadora, como madre, y como abuela chocha, consentidora, y cla-ro, dulcemente alcahueta.

Ana Elvira Román de García, sigue siendo la misma matrona a quien yo acompañaba bien temprano todos los domingos, hace casi veinte y cinco años, por los laberintos del mercado de Bazurto, regateando cada centavo, pico a pico, con los más rejugados vendedores de la plaza. Ella, después de muchos años de “encubarlos”, pone a consideración de sus lectores, "Años después".

todd DohlinCartagena, Julio de 2011

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Aquella ciénaga mágica

Era una mañana de esplendor sereno. Se desprendían las hojas azota-das por el viento y eran suavemente llevadas hasta el césped verde-gris, que en aquel amanecer húmedo nos ofrecía nuestra madre naturaleza.

No era ilógico pensar que también a nosotras, visitantes pasajeras de aquella tierra, podría atraernos aquel follaje para descansar, mirando desde abajo, la copa protectora de aquel árbol. podría ser que aquel fo-llaje inmóvil en nuestras mentes, fuera centenario, y pájaros errantes buscaran su abrigo desde años ya remotos perdidos en el tiempo.

No era intención mía escribir sobre aquel árbol, más bien, quería recor-dar episodios de mi infancia, cuando mi padre deseó ser terrateniente desde su escritorio. Había adquirido aquella tierra como un tributo a nuestros deseos infantiles de corretear tras los ganados. Cada año pre-parábamos nuestro viaje con semanas de anticipación. Se volteaba la canoa, muy grande y acondicionada, que durante meses permanecía en el patio. Se llevaban cajas de alimentos, medicinas, platos, juguetes.

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para mi padre esa excursión tenía que ser planificada en toda su exten-sión, sin descuidar asunto alguno. para nosotros, era la aventura, era la alegría de internarnos por aquellas zonas boscosas.

Salíamos muy de mañana, con suéteres y abrigos hacia las ciénagas y caños, que parecían luminosos a través del juego de luces y de sombras. No nos impresionaba el que en sus orillas durmieran plácidamente, confundidos con malezas y mangles, ciertos reptiles. para nosotros, mis tres hermanos más chicos y yo, todo era descubrimiento. por primera vez visitábamos esa región, y ya nuestra madre nos había ilustrado so-bre ciertas experiencias que ella conocía.

Esta ciénaga no era permanente, sino que en la época de invierno crecía y rebosaba sus orillas, y los reptiles se pasaban de la ciénaga grande a los caños pluviales. Al secarse estas aguas, quedaban prisioneros en el lodo, sin poder regresar a su ambiente natural y morían, dándoles un aspecto macabro a su alrededor y que a nosotros nos infundía un poco de miedo.

la casa, que de lejos divisábamos, era toda blanca con luces de gas se-mejantes a cocuyos, era de palma y bastante espaciosa, los dueños an-teriores la habían decorado muy someramente, pero nuestros padres habían agregado un tinajero donde se depositaba el agua dentro de un filtro y gota a gota se iba llenando. para sacar el agua había un jarrón de lata puntiagudo, evitando así que tomáramos el agua directamente. la mesa de comedor, de madera sólida y pesada, tenía las sillas con es-

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paldares de cuero claveteado. Nuestro padre no perdonaba que estando en la finca, no se cumplieran los requisitos de comer en la mesa juntos, después de hacernos lavar las manos.

llegaba la hora de acostarnos. El cansancio nos abatía, pero allí esta-ban esperándonos hamacas y colchones, todo era muy plácido mientras no aparecía la bandada de murciélagos que volaban y revolaban sobre nuestras cabezas; se venían a la mente todos los cuentos sobre vam-piros, ya nos veíamos desangrados y extenuantes, cuando aparecía el capataz de la finca y nos convencía de que las palmas con espinas que colgaban del techo eran para ahuyentarlos.

Al fin aparecía el sueño.

A la mañana siguiente, apenas saliendo el sol, comenzábamos a mover-nos, tomábamos nuestras mochilas y nos íbamos directo al corral del or-deño. Era una aventura para nosotros el mirar amamantar a los terneros, mirar esas ubres llenas, rebosantes de leche y la pasividad y ternura con que se prodigaba la madre.

Después de siete días de permanencia en la finca, nos anunciaban nues-tros padres el regreso. No queríamos abandonarla…

llegábamos de nuevo a la ciénaga y allí estaban esperándonos aquellos reptiles, prisioneros del lodo y testigos mudos de nuestra impotencia para devolverlos a su ambiente natural.

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llegar a nuestra casa en el pueblo no era vivificante; sentíamos nostal-gia de muchas cosas: la travesía por la ciénaga, el avanzar de la canoa a través de taruyas florecidas; los árboles alrededor de la ciénaga y dentro de las aguas pluviales que la rodeaban, formaban un suelo verde que nos atraía al avanzar en la canoa lentamente. todas estas imágenes a través del tiempo, han embellecido los recuerdos.

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Llegada a Soplaviento

Mi hermano Gustavo y yo nacimos en el barrio de Manga de Cartagena.

papá tenía una obsesión por algunas fincas y ganados, a orillas del Ca-nal del Dique. Él conocía bastante esa zona porque su madre Magdale-na Vélez Racero, era copropietaria de una empresa que navegaba por el Magdalena y el Canal del Dique, hasta llegar a Cartagena.

El pueblo más habitable se llamaba Soplaviento. Nunca supimos el ori-gen de ese nombre y los nativos tampoco pudieron explicárnoslo, pero a papá le gustó el pueblito y construyó allí dos casas. Una en la parte baja que se anegaba cada año, y otra en las lomas, huyéndole a la crecida del canal.

Yo llegué allí de cuatro años y salí de doce cuando mi papá murió. En ese momento me enviaron interna para un colegio de religiosas y per-

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manecí allí hasta los diez y siete años, cuando me gradué, y dos años más, como profesora. No voy a negarlo, la muerte de mi padre me trau-matizó y quise entrar al convento. Allí en ese pueblo nacieron mis tres hermanos menores.

Antes no les había contado que yo tenía un hermano diez años mayor que yo; él estudiaba en Cartagena y estuvo desvinculado de la familia por desavenencias con papá por los estudios.

Se casó muy temprano, pero cuando supo que yo me iba a meter a re-ligiosa, visitó a la comunidad y les informó que por fuentes seguras los hijos mayores que debían sostener a la madre y hermanos menores, no podían aceptarlas en los conventos. Cierto o no, yo no me quedé y co-mencé a trabajar en oficinas del gobierno.

todos estos recuerdos los conservo vivos y frescos en mi memoria y en cada fibra de mi corazón.

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Luna llena

Era la tarde y aproximándose la noche, cuando miré que la luna cru-zaba furtiva sobre una superficie gris. No era la primera vez que me encontraba con la luna, pues siempre fue motivo de mi atracción y más cuando se presentaba como luna en creciente con una forma amarilla asemejándose a una tajada de melón. pero prefiero conservar mi luna llena, esparciéndose por todos los rincones y ámbitos del poblado. Quie-ro recordar los versos de Diego Fallon:

“Ya del oriente en el confín profundo.La luna aparta su nebuloso velo,

y leve sienta en el dormido mundo,su casto pie con virginal recelo”.

En aquella tarde se veían reflejos del sol en su ocaso. los vitrales de la ca-sa recibían rayos oblicuos que iluminaban el sendero y predominaban los blancos y azules en aquellas nubes hinchadas por retozos de lluvia. Y aún cuando parezca que la vida careciera de esas horas excepcionales en que sentimos sed de algo distinto de lo existente, no es así: la vida se transfor-ma y seguíamos soñando con lunas llenas, y aún cuando el bosque esté sombrío, el cielo siempre será azul, según los versos de paul Desjardins.

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pero no era sólo la luna creciente la que iluminaba mis ojos. En los res-coldos del pasado, aparecían aquellas noches en un pueblo sin luz don-de apenas se asomaban las linternas de gas, las luces de esperma o tal vez las luciérnagas encendidas.

llegaba la noche y con ella la luna toda llena con su faz amarillenta. los pescadores del pueblo desenredaban sus redes, tomaban sus canoas y enrumbaba agua adentro. Esta era la noche de los peces y la subienda para ellos.

las aguas del Canal del Dique eran turbias. A ratos se asemejaban a un descolorido café con leche; era un brazo exiguo del caudaloso Río Mag-dalena. Cuántas noches soñé en sus orillas mirando el trasegar de los pescadores.

luego aparecían de nuevo las taruyas florecidas cabalgando sobre las aguas. la noche se tornaba mágica y yo solamente era una pasajera transitoria que vivía bajo el influjo de la luna. Quería seguir soñando sin detenerme ante el tiempo. pálidas manos me llamaban hacia el infinito…

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La bañera de granito

Sonaban las campanas de mi pueblo como suelen sonar todas las campanas: vibrantes, cristalinas. las muchachas esperaban su turno hasta tanto poder agarrar las cabuyas que hacían sonar las campanas y no daban tres toques, como era lo acostumbrado, sino que seguían tocando hasta convertir en una fiesta toda esa algarabía.

El pueblo era ribereño, atravesado de norte a sur y de este a oeste por el Canal del Dique, sus caños y ciénagas. la vida era casi pastoril; lo único que cambiaba el ambiente y le daba mayor entusiasmo, era la llegada del tren. todo giraba alrededor suyo. Venía de la ciudad hasta Calamar, pasando por varios pueblos, entre ellos, mi pueblo. llegaban los periódicos, el hielo, comestibles y mercancías varias. también lle-gaban y salían los estudiantes ansiosos de reencontrarse con su gente. ¡Qué emoción la de viajar en ese tren! Solíamos montarnos hasta tanto arrancaba para su destino final. Muchas veces, corríamos detrás de él tratando de alcanzarlo.

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Entre los episodios que recuerdo sobre ese tren, hubo algo insólito. Un tío abuelo quiso traer de Europa, donde estudiaba, algo del confort, y fue así como llegó en barco una bañera de granito. Hasta ahí la cosa parecía normal; lo verdaderamente insólito fue la decisión de mi padre, cuando muerto el tío abuelo, de llevarse tan delicada pieza victoriana de granito para el pueblo donde vivíamos.

la llegada del tren, con la bañera de granito, fue un acontecimiento: diez hombres con poleas y listones se encargaron de arrastrarlo por más de 400 metros hasta mi casa. En la arrastrada del baño se fueron uniendo niños y adultos, hasta que fue ubicada en un lugar del jardín. la zona era exuberante, pródiga en sus colores y fragancias. Fue tal la magnificencia en las enredaderas colgantes, que cubrían gran parte del terreno, y las hojas brillantes y verdes, señalaban la presencia de una mano femenina.

Allí, en un recodo, fue colocada la bañera de granito; sus proporciones eran completas para una persona adulta, muy semejante a las tinas que se usan hoy en día en el cuarto de baño; la gran diferencia estaba en que era transportable y de mucho peso. Desde un principio comenzaron las visitas y los turnos para usarla. la mayor atracción estuvo en un caiman-cito que manteníamos a flote en una tabla. Muerto mi padre, nosotros nos trasladamos a la ciudad, la persona que compró la casa se llevó la bañera para su finca, y allí la convirtieron en abrevadero para el ganado.

Es increíble que una bañera de granito atravesara toda Europa, casi la ruta de Colón para llegar a América, para servir de abrevadero de ganado.

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Fiestas de la virgen de la concepción

La niebla cubría el campanario de la iglesia y allá en lontananza se percibía un fulgor amarillento que nos anunciaba la salida del sol, aún cuando la tonalidad gris que precede al alba inundaba todavía el am-biente. Era un día muy especial, comenzaban las fiestas del pueblo y tendríamos tarde de corraleja. los toros que participaban eran de mi padre y los tenían encerrados en el patio de la casa.

participaban los corregimientos y pueblos vecinos en una competencia de caballos. Nosotros también participábamos con un caballo que se lla-maba el Retinto: ancas anchas, crin negra, melena lacia; corría como si desafiara al viento. Nunca, en una lidia de toros en el pueblo, hubo un potro tan gallardo. Había sido comprado en Bogotá y adiestrado como caballo de paso; era arrogante y majestuoso, despertaba la envidia de los caballistas. Mi padre se ufanaba de esa compra, y aún cuando no era él un buen jinete, le gustaba que los trabajadores de la finca monta-ran el caballo por el pueblo para exhibirlo. Yo también me apegué a ese caballo, tendría como catorce años y me desenvolvía bastante bien. En

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vacaciones, cuando regresaba al pueblo, encontraba un Retinto enjaeza-do para salir a nuestro recorrido. Calles y más calles devoraban la ruta y hacían sentirme bien porque era el mismo recorrido de todas las veces y las mismas personas que siempre esperaban mi regreso en vacaciones. Muerto ya mi padre, no supimos qué se hizo el Retinto, podría ser que se fue con las vacas a otros potreros, o quizás fue vendido como caballo viejo.

Era la fiesta de la Virgen de la Concepción. Dos meses antes comenza-ban los preparativos. Se reunían los notables del pueblo, se señalaban contribuciones a cada cual y seguían su ritmo hasta la fecha señalada. Ese día, muy temprano, comenzaban los oficios religiosos; la gente con su mejor ropa, otros con velas encendidas iban señalando caminos de luces, las campanas vibraban con entusiasmo. A las niñas, sobre todo las más pequeñas, acostumbraban los padres a vestirlas como la ima-gen de la Virgen. Eran de porte mediano, cada año con ropas nuevas que conservaban el mismo estilo: saya blanca, manto azul celeste re-camado en lentejuela, bucles de color negro. Veíamos llenarse la iglesia de virgencitas de todos los tamaños. El orgullo familiar de presentarlas con ese vestido aumentaba al iniciarse el desfile y parecía que los mú-sicos interpretaban con mayor entusiasmo, inflando sus carrillos hasta el máximo.

Gentes y más gentes de los pueblos vecinos iban agregándose al corte-jo. Rezos, cantos, velas, una imagen de la Virgen en andas cubiertas de flores y todos deseosos de cargarla; fuegos artificiales, llanto y requie-

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bros de personas que pedían a la Virgen su ayuda. Y seguía avanzando la procesión hasta el Canal del Dique que rodeaba al pueblo y las luces reflejadas en el agua parecían una marcha fantasmal, seguida de luces y más luces.

las fiestas de corraleja tenían electrizado al pueblo, las bandas de mú-sica de viento competían para llenar el entusiasmo que haría volcar so-bre el ruedo a vaqueros, garrocheros, manteros, borrachos y gente joven correteando detrás de los toros y agarrándolos por la cola. todo era co-lorido y folclor. Estas fiestas tienen su encanto y difícilmente podrán desterrarse de nuestros pueblos, donde una mezcla de españolerías y criollismo le han dado vida propia.

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Mi primer libro de cuento

Me apena confesar que mi primer libro de cuentos era prestado y que nunca lo devolví. lo guardé hasta mis años adultos, posteriormente no lo volví a ver, seguramente refundido dentro de otros recuerdos.

No poseí libros de cuentos pero mi imaginación fue enriquecida con “Las mil y una noche”. Una vieja empleada de mi casa, bastante cono-cedora de estos relatos, deslumbró nuestras mentes, nos hizo vivir el suspenso que adoptó Sahrazad al referir sus cuentos al sultán. Apare-cieron Sindbad el marino y sus múltiples viajes, Aladino y la lámpara maravillosa, Harun Al Rashid y su esclava Chafar. todos esos cuentos eran acompañados con un tabaco que debíamos llevarle cada noche a la echadora de cuentos. posteriormente, mi hermano mayor, me envió una serie de libros escritos para niños de personajes de la historia universal.

No desfilaron por mi mente ni Caperucita Roja, ni La Cenicienta, ni Blanca Nieves, ni Pinocho y tantos otros que se fueron introduciendo en la litera-tura infantil muchos años después de haber pasado mi infancia.

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Mi afición por los libros crecía cada día y eran horas y más horas de-dicadas a la literatura, no tenía selección, me atraían las biografías, lo mismo que los versos, y hasta las novelas policíacas.

Es un mundo que llena todas las expectativas, es sentirse parte de cada uno de los relatos, y sorprenderse de que sería capaz, en un momento dado, de escribir algo que pudiese apreciarse.

Seguía buscando la razón de ser en cada uno de los libros, la manera trascendente de sumergirse en ellos y conocer que más allá de todas las elucubraciones, el espíritu surge y nos sitúa en un momento nuevo.

Navegar dentro de cada libro nos invita a seguir buscando a aquellos escritores con los cuales puede uno identificarse. No podemos ignorar el Nocturno de Silva, el Poema Número Veinte de Neruda y si de novela se trata leemos a Flaubert, Guy de Maupassant, Balzac y algunos otros modernos, pero nos atraen sobre todo, los clásicos.

Es tanto lo que se ha escrito, que nos faltaría tiempo de vida para leer-los, que bueno sería llegar a viejos y conservar la lucidez mental para seguir ilustrándonos... y, sobre todo, seguir soñando.

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La Eterna María

De Jorge Isaacs en su María, apartes de la llegada de Efraín al seno materno después de seis años de ausencia:

“Era ya la última jornada del viaje y yo gozaba de la más profunda mañana del verano. El cielo tenía un tinte de azul pálido; hacia el Oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún, viajaban nubecillas de oro”.

la María es la sencilla y conmovida narración sobre un joven de veinte años que se enamora de su prima de quince años. los elementos de la trama que emplea Isaacs para situarnos en el mundo de María, la expec-tativa de una muerte pronta y el dolor que se anticipa para sus padres adoptivos y para Efraín, la epilepsia que es una enfermedad que en esa época no tenía cura posible, y que María había heredado de su madre.

¿Quién que no haya leído la María puede juzgarla? lectura obligada de jóvenes de trece a quince años. En la adolescencia todos los amores nos parecen verdaderos y eternos. El primer amor es el preámbulo para entrar en la vida amorosa que se desarrollará más tarde. ¿Quién no lloró

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con la muerte de María? ¿Quién no se enamoró de Efraín? Otro de los elementos que atrae nuestra atención es la forma de ser de María: tími-da y apenas balbuceante, ingenua, y aparece como la adolescente que realmente era en esos episodios.

Muchos comentaristas calificados de la literatura colombiana han escrito páginas muy bellas sobre la María. Quizás lo que más llama la atención es que una novela escrita hace más de un siglo, sea por su lenguaje una novela actual. Según William Ospina: “No hay un solo párrafo sobre el cual el trabajo del tiempo no haya acumulado su herrumbe” y mientras hay novelas que desaparecen al correr de los años y otras apenas circulan, María sigue existente y despertando el mismo sabor sentimental.

William Ospina sigue comentando sobre la María: “Una sobria y riquí-sima novela sudamericana, con todo el espléndido paisaje del trópico”. No sólo es el lenguaje con que fue escrita la María, donde el autor hace gala de sus experiencias y el gran conocimiento sobre los personajes que utiliza en el desarrollo de la obra, sino también los entornos y luga-res bellísimos del Valle del Cauca.

para cerrar esta semblanza muy personal de la María, me atrae trans-cribir uno de los conceptos de Miguel de Unamuno, escritor español: “teniendo ya 59 años leí por primera vez a María de Jorge Isaac, en un ejemplar que mi hijo había regalado a su María cuando eran novios. Si la hubiera leído a mis quince años no me habría calado tan hondo… la sorbí como Efraín el agua fresca y clara de las manos de María”.

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Quince Años

Traer a mi memoria recuerdos del pasado es sumergirme en las aguas agridulces del tiempo. Nunca sufre uno tanto como cuando perci-be que todo el tiempo que constituyó una etapa de la vida, una razón de ser, ya no puede regresar. Quizás los quince años son parte de esa etapa.

En mis quince años no hubo fiestas, no hubo nada connotado para ce-lebrar, pero sí tuve el reconocimiento de que era una fecha importante en el camino de los años: la entrada a la parte adulta de mi ser. las jóve-nes en esa edad sueñan con el primer amor. Había leído María de Jorge Isaac y quise ser María: enamorada de Efraín… En la adolescencia, to-dos los amores nos parecen eternos y verdaderos.

lástima que no tuve un primer amor en esas edades, pero soñaba y so-ñaba cada día con la llegada de un apuesto personaje, y lo revestía de cualidades sin fin. ¡Ah el amor! Cómo nos cambia la vida y nos hace re-verdecer, aún cuando sea a los sesenta años, como en la obra de García Márquez, En los tiempos del cólera.

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Quisiera copiar a José Asunción Silva:

En los húmedos bosquesy un color opaco y tristecomo el recuerdo borrosode lo que fue y ya no existe.¡Cómo el olor de los perfumes idosy el cansancio que es triste,como el recuerdo borrosode lo que fue y ya no existe!

podría seguir con versos y requiebros sobre el amor. las páginas más bellas han sido escritas para ensalzar todos los amores, pero ninguno tan hermoso como el amor entre un hombre y una mujer. tal vez cuan-do se sueña sobre amores, se va dejando un sedimento de nostalgia, ningún amor llega a ser tan recordado como el primero. No importan las distancias ignotas, ni la fragancia indecisa que nos brinda ese amor. Amor a los sesenta años puede ser una utopía, pero puede darse y ser vivido como si realmente fuera el primer amor.

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Tiempo de internado

Cuando a mis padres les anunciaron la llegada de un baúl, en el tren de la mañana, se inició mi inquietud. El baúl lo enviaba de la ciudad mi hermano mayor como preparativo de mi viaje de interna a un colegio en Cartagena de Indias.

tan pronto llegó a la casa, ya estaban mis amigas del barrio esperándo-lo. Era verde, de tela metálica con incrustaciones doradas. Nunca había tenido un baúl, pero conocía todos los del pueblo que eran en madera caoba. Mi baúl estaba forrado por dentro con tela de flores y tenía un olor de novedad.

Comenzaron mis elucubraciones sobre los vestidos y demás enseres que debía llevar. por el momento aparté mi vestido de bolas blancas sobre un fondo azul suave. Éste sería con el que viajaría a la ciudad, al día siguiente hacia el internado. llegué al Colegio con mi padre y enseguida nos aten-dieron dos religiosas alemanas de la comunidad de madres franciscanas.

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El Colegio funcionaba en una céntrica calle de la localidad, la Media lu-na de Getsemaní, en una edificación de dos plantas con espacios abier-tos a todo alrededor. El baúl fue llevado a un entresuelo, donde ocupó un puesto al lado de otros baúles. pero seguía mi orgullo por éste, ya que realmente se destacaba dentro de los otros.

Comencé a familiarizarme con el ambiente. Antes no había visitado una capilla. Me impresionó toda esa composición: cantos, rezos, música, cuando espontáneamente de rodillas me postraba al lado de las reli-giosas. Se percibía además una ligera fragancia de lirios y jazmines. la capilla en semipenumbra con candelabros a media luz. Eran religiosas franciscanas que, con la humildad de sus votos perpetuos, oraban pos-tradas ante el altar.

Me sentía parte de esa comunidad y quería ser religiosa como ellas. te-nía trece años y estaba en la pre-adolescencia con toda la impresionabi-lidad de esa edad. Sin embargo, ante la posibilidad de mi vida como re-ligiosa, lo que más lamentaba era el abandono del hogar y ela renuncia que debía hacer de cosas materiales. Indudablemente debía renunciar al baúl y a todas las añoranzas que me producía recordarlo.

Finalmente, durante los cuatro años que permanecí en ese internado, logré recuperarme de mi excesiva religiosidad. Desistí de mi vida como miembro de esa comunidad y hoy me invaden sentimientos muy tier-nos sobre las religiosas franciscanas.

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El telegrafista

Cuando llegué de vacaciones al pueblo, después de un año de inter-nado, encontré que mis amigas estaban guardándome, según ellas, una sorpresa.

Había llegado un telegrafista, joven apuesto de cabellos negros y ojos muy expresivos, que tenía como particularidad pasear por el pueblo vestido de negro, en una bicicleta.

las amigas seguían comentando, que él se había acercado al grupo y ellas aprovecharon para sacarle parte de su historia: era el sexto hijo de una familia de clase media, que sólo había estudiado hasta el tercero de bachillerato por falta de medios económicos y había aprendido el ofi-cio de telegrafista con un amigo de un pueblo vecino. Que estaba muy orgulloso de ese trabajo, que vestía de negro porque notaba que atraía mejor a las jóvenes, que ahora sólo le faltaba la novia y que estaba segu-ro de que la levantaría de ese grupo.

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No sé en qué momento logró verme y despertar su atención hacia mí, pero un día llegó el muchacho del ordeño de las vacas con una carta. Fue intensa la emoción que sentí y la leí ávidamente y nerviosa. Era la primera carta de amor que recibía.

El estilo, según apreciación mía en esa época, era fácil y muy diciente y a pedazos citaba versos. Me comparaba con la esbeltez de la palmera, de cabellos con rizos dorados. Comenzaron mis elucubraciones amorosas, recibía cartas, serenatas, pero nunca contesté a este asedio porque mis padres me tenían muy vigilada.

El episodio tuvo para mí cierta transparencia, era la primera vez que al-guien me manifestaba su amor. No fue mi primer amor, pero sí me hizo pensar y cultivar mis ilusiones amorosas.

En la adolescencia se despiertan o se agudizan los sentimientos amo-rosos, amamos a un invisible ser humano y soñamos dándole a nues-tros ensueños matices realizables. Nuestro primer amor, casi nunca es verdadero, a menos que perdure. pero es bellísimo que nuestro mundo sentimental esté poblado de imágenes. Un amor como el de María por Efraín en la novela de Jorge Isaac, lo hemos sentido todos los jóvenes de trece a quince años cuando hemos leído la obra.

Había visto en un libro, que circulaba como de bolsillo, titulado “El Se-cretario de los Amantes”, cartas de amor que copiaban los enamorados, tal vez el telegrafista se había inspirado en ellas.

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Hoy conozco cartas del primer amor de algunos escritores famosos, siendo para mí la predilecta —tal vez porque fue escrita con dulce nos-talgia— la carta que escribió Flaubert, ya viejo, a quien fuera su primer y único amor: “Mi vieja amiga, mi ternura ya vieja, el futuro para mí no tiene más emociones, pero los días de antes se representaban como bañados en un vapor de oro, en este fondo luminoso, donde caros fan-tasmas me tienden los lazos, la silueta que se destaca más espléndida es la vuestra. Escribámonos de tiempo en tiempo aun cuando sea una palabra solamente para saber que vivimos todavía…”

Cuando regresé al año siguiente, el telegrafista se había casado con una de mis amigas y posteriormente fui madrina de la primera hija.

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caminos inciertos

No hay lunas en las noches oscuras, ni ríos que señalen el sendero, sólo las imágenes que aparecen desdibujadas por el reclamo de tiempo para sentirnos y soñarlos como piedras musgosas que marcaban el de-rrotero. No queríamos adentrarnos por aquellos atajos porque aparecían de noche siluetas fantasmales que habían sido percibidas por viajeros de turno.

El camino era incierto pero queríamos recorrerlo. tendría veinte años y con todo el bagaje que esta edad nos proporciona, me lancé a cami-narlo. Era joven y bastante agraciada. llegaron hombres a pretenderme y no sabía cuál sería el camino que debía recorrer: si aquel hombre de mediana edad que mostraba ser muy vivido y que había salido de su país por motivos políticos o aquel otro que me escribía versos y así olvi-daba sus posibles desventuras.

Si acerté o no en la escogencia, había un camino que debía recorrer. Y lo recorrí paso a paso. Brindé amor a aquel hombre que fue mi com-

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pañero. El norte de mi vida. El maestro que siempre iluminó mi senda y llenó de placidez todos mis días. Hoy sola y con todas las nostalgias que reviven mis momentos de dicha, quisiera regresar y vivir de nuevo cada minuto y seguir amando a aquel hombre, que fue mi compañero inseparable.

Hay otros senderos que he recorrido en esta larga vida: el trabajo. Me inicié desde muy temprano en lo que ha sido mi especialidad, educar a niños y a jóvenes. Han transcurrido sesenta y siete años dedicados a la docencia. tres años como profesora en el Colegio Biffi, cuatro años en la Escuela Normal de Señoritas y sesenta años en el Colegio Mon-tessori. Creo que hice una buena trayectoria. Fundé mi Colegio y me vinculé con gran afecto a todas estas actividades, quise ser la madre de todos aquellos niños y me parecía poco lo que siempre realizaba. Hoy son generaciones las que han pasado por mis manos y que han dejado el sabor dulce y plácido de haber cumplido con el derrotero que me ha-bía trazado.

Como una antorcha he estado encendida para trasegar los senderos e iluminar lo que aún me falta por seguir. El horizonte es siempre una tentación, un deseo.

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Mi refugio cerca del mar

Quiero escribir hoy sobre el barrio en Cartagena de Indias, Casti-llogrande, donde tengo mi hogar desde hace sesenta y seis años. Siento que hemos perdido a los vecinos de las casas solariegas porque múlti-ples edificios de quince o más pisos se construyeron en las avenidas.

Estábamos acostumbrados a sentarnos en las puertas de las casas en mecedoras para visitarnos y comentar la vida del momento. también nos atraía ver circular a las ayas con los niños en sus cochecitos y en triciclos, ya más grandes, con bicicletas y patines.

pasados algunos años fueron muriendo los padres y entonces los hi-jos mayores invirtieron su herencias en la construcción de edificios de muchos pisos donde cada quien tenía su apartamento, y algunos otros, fueron vendiéndolos a gentes de otros lugares atraídos por la belleza de nuestro territorio.

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Indudablemente la vida moderna ha traído muchas comodidades y la gente se ha ido adaptando, pero no sabemos cuánto tiempo necesitare-mos las personas mayores para entrar en esos cambios.

Adiós a las casas viejas y árboles grandes en los jardines.

Nos afectaría que se extendiera a otros lugares, sobre todo en Manga, en la avenida sobre la bahía donde hay muchos veleros estacionados luciendo orgullosos sus mástiles, y perdiéramos así esos paisajes.

No son solo los arquitectos nuestros quienes han dejado huellas de su creatividad, sino que firmas de otros lugares han descubierto el gran negocio que es la demanda en Cartagena y acá se nos vienen para dejar rastros de su espíritu mercantil.

tal vez por ser vieja, sueño con zonas de mi ciudad que perduran en mis recuerdos y posiblemente hay otras personas que desean conser-var también lugares como el centro donde aún hay vestigios de nuestra ancianidad.

Cuando Don pedro de Heredia en el siglo XVI llegó a este territorio ha-bitado por indios caribes que vivían en bohíos de palma, ya se conocían las riquezas que se mencionaban en las tumbas de los indios del Si-nú. Heredia y otros conquistadores aprovecharon toda esa explotación. posiblemente Heredia para comenzar a construir casas con tendencias españolas, —de allí surgió la zona del Centro y Santo toribio, San Die-

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go, Santo Domingo, Getsemaní—, llamó a este poblado Cartagena de Indias y se hicieron casas para los ricos españoles.

parte de este relato podemos encontrarlo en el libro “Cartagena de In-dias en el siglo XVI”, escrito por Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Mei-sel Roca. también se encuentra en “El Ocaso del gran Zenú” de Ana María Folchetti.

Bastante se ha escrito sobre la América, y en especial sobre nuestra ciu-dad. Escritores de todas las zonas, desde Don Juan de Castellanos y au-tores ilustres de este territorio.

Volviendo a mi despedida de Castillogrande, no debo olvidar en mis re-cuerdos a los pelícanos pescadores blancos y grises a orillas de la bahía, ni aquellas lejanas garzas blancas situadas en los árboles un poco dis-tantes, pero compañeras a ratos de nuestra soledad.

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La guardiana de las rosas

Seguí deshojando los pétalos de aquellas rosas hasta cubrir el césped. Era muy agradable caminar sobre este improvisado suelo que me atraía por su delicada suavidad. No quería asociar mis añoranzas con aquellos pétalos a pesar de que me hacían recordar a la persona que me los había obsequiado.

las rosas siempre fueron mis predilectas y en diversidad de colores for-maban un bouquet que iluminaba mis pupilas. Cuantas veces había sembrado mis rosas, unas se arraigaban a la tierra fácilmente, y otras, esquivas hubo que replantarlas. también me gustaba secarlas en los li-bros, pétalos tras pétalo y conservar el perfume que algunas mantienen. Quería llevarlas en un macizo a la tumba que encerraba todos mis afec-tos. Ella, mi hermana, igual que yo, cultivábamos las rosas. Aquellas rosas rojas que apenas asomaban sus pétalos, eran las preferidas.

El jardín de mi casa estaba repartido en dos terrazas. Una arriba, para las rosas, por el ambiente de sol. Había variedad de colores y era lumi-

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noso ver cómo se matizaban las rojas con las blancas y las rosadas con las amarillas. No cortábamos las flores, era más resplandeciente dejar-las en su propio tallo, menos perecederas. Formando parte del conjunto de la segunda planta de mi casa, quedaban las alcobas, paso obligado para mirar las rosas al bajar al primer piso. En estos arriates se mezcla-ban muchos químicos que ayudaban a su fortalecimiento.

Rosas aterciopeladas

las rosas rojas parecían de terciopelo y también las otras y todas las rosas. Era suave su contacto y quería seguir tocándolas para tener una sensación de seda. ¿por qué las rosas excluyen a otras flores? No sé, tal vez porque en el jardín de mi madre, allá en el pueblo, apretaditas en un arriate supervivían todas las rosas. la rosa Antonia, de rosa pálido, pero también muy grande, tal vez más grande que las otras, era per-seguida por los cultivadores. los sembrados en el pueblo eran ocasio-nales, todas las casas tenían su jardín pero no había selección. Crecían las matas caprichosamente y pegaban sus tallos con gran facilidad en cualquier tiesto.

la mañana era plácida, aun cuando había nubarrones amenazando llu-via. las rosas que yo cultivaba venían de un clima más suave que el nuestro, pero también tenían lluvias frecuentes. Cultivar un jardín re-quiere tiempo y dedicación, pero es tan bello verlas florecidas que nos parece poco cualquier tropiezo. Era corriente y de común acontecer que las rosas se combinaran con otras flores de belleza sin igual. los lirios,

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acomodándose junto a las azucenas; los corales, regándose por doquier y dando colorido a aquella zona que parecía deprimida.

Es un hálito que se desprende de algunas rosas, parece perfume y se in-crementa si están en espacios cerrados. Quiero percibirlas y penetrarme de todas esas esencias que no son fuertes sino tenues y delicadas como ellas. Si los concentro en una vasija pequeña y los cubro con un paño, noto que percibo mejor sus olores. No sé qué alquimias utilizan los per-fumistas, pero hay esencias de rosas y de jazmines muy perseguidas.

Y así, seguiré cultivando mis rosas, algunas formando un bouquet, para llevarlas a la tumba de todos mis afectos.

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Mi Matarratón

Sé que tienes un nombre diferente dentro de la escala botánica. para mí no es necesario llamarte de otro modo. tú eres la sombra que cobija nuestra terraza, el verde umbroso que nos protege del sol y la intempe-rie, el reposo cálido después de un día de trabajo, el compañero siempre presente cuando la familia se reúne.

Cada año al llegar la Navidad estás mudando tus hojas y brotan las ye-mas que florecen más tarde. tus flores son lilas y cubren el césped al caerse. A fuerza de riegos y cuidados se robusteció tu tronco. El sol tam-bién era amistoso contigo: dejaba llegar pálidos reflejos que iluminaban a aquel arriate donde tímidamente florecían las rosas y los jazmines que aromatizaban el sendero. tu vida seguía igual, hasta que un día apare-cieron costras parduzcas en tu tronco que me hicieron temer que esta-bas herido de muerte y vigilé tu recuperación. también las otras plantas tocaban a su fin, las flores se marchitaron y ennegrecidas, secas y sin aroma, ofrecían una imagen desolada.

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pero, pasado algún tiempo, brotaron de nuevo tus ramas y todo lumi-noso te señoreabas en tu contorno. Helechos, enredaderas y plantas pa-rásitas que entremezclaban el verde oscuro con el verde selva; el verde manzana con el desvanecido verde suave y renació mi entusiasmo.

tienes una hermandad con la lluvia porque haces más cadenciosa la caída del agua y sólo la percibimos gota a gota. también son las amigas las mariamulatas que llegan en enjambres en tus ramas y desde allí se oyen los requiebros a su pareja.

para mí serás siempre mi matarratón que está envejeciendo conmigo y que seguramente seguirás viviendo cuando yo esté en otras latitudes y no me sirva tu sombra para cobijarme.

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En busca de los pasos perdidos

Quise regresar al pueblo donde había pasado mi infancia porque quería corroborar si es cierto que el tiempo no pasa en vano. Y real-mente conformé esta inefable teoría: los estragos se encontraban a cada paso; este pueblo no es ni siquiera la sombra de aquel otro que poblaba mis sueños. Estaba desolado, triste y solitario. Mi terruño no había pro-gresado; antes por el contrario, se notaba deteriorado; las casas de barro y cemento, las calles de tierra natural. No lograba convencerme de que ese pueblo, tan deteriorado y polvo-riento, me llenara de añoranzas y me hiciera sentir que debía buscar los pasos perdidos en el tiempo; sólo pude identificar la calle donde viví, la iglesia, los rieles del ferrocarril. la casa nuestra había desaparecido y en su lote construyeron dos de cal y canto. pero aún así seguí buscan-do, perdido entre otros tantos árboles, un viejo tamarindo. Y allí estaba.Siempre me sirvió de pedestal para sobre sus ramas leer historietas a dos viejas vecinas dobladoras de tabaco.

Recorrí calle por calle, busqué los viejos vecinos. Muchos ya habían muer-to y otras generaciones habitaban sus casas. Mis amigos y contemporá-neos eran tan viejos como yo y nada nos unía, porque los recuerdos mu-tuos, en ellos tal vez, se habían petrificado y en mí quedaban solo cenizas.

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Regresar y recorrer todos los caminos de mi infancia parecía no ser ha-lagador, pero si reconfortante, si lograba descubrir que en ese pueblo de-solado, removiendo un poco los rescoldos, hallaba restos de mi pasado.

El Canal del Dique, otra de mis añoranzas, seguía siendo igual, sus cre-cientes periódicas, sus atardeceres violáceos, las canoas frágiles surca-ban de un lado a otro con hombres desnudos hasta la cintura que iza-ban como trofeos las nacarinas redes rebozadas de peces; las lavanderas en el puerto, los muchachos retozando en las orillas. Sí, todo estaba igual, la única extraña en el ambiente era yo.

la iglesia también se conservaba igual. Sus bancas rústicas, la Virgen de la Concepción adornada hasta arriba de flores artificiales; los murciéla-gos que empañaban el ambiente, las viejas campanas silenciosas espe-rando que manos infantiles las hicieran volar contra el viento.

El ferrocarril hacía mucho tiempo que había sido suspendido; no era rentable para el Estado; ahí quedaban pedazos de rieles y las huellas donde había estado situado. Sólo duró cincuenta y cuatro años, entre 1894 y 1950.

Realmente, me sacudió el alma regresar al pueblo. No quería perder las imágenes que aún conservaba de aquellos años. Si me tocara volver a vivir allí, me encontraría antes una dura realidad: el tiempo no pasa en vano y ya no soy la niña de diez años.

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Federico García

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Retrato del maestro

Aun cuando no quiso dedicarse a la docencia, era un maestro. Ob-jetivo, ágil, directo, transparente en sus explicaciones. la historia co-braba actualidad en sus labios y no importaba el tema, porque una vez comenzado era un río inmenso. Como todo buen maestro, vivía entre libros, y crecían en los estantes hasta formar centenares. todos eran leí-dos con avidez y fruición, pero con mano suave para no dañarlos. Quizá no hubo conocimiento humano totalmente extraño a este maestro. las escuelas filosóficas desfilaron ante sus ojos y seguía con una inconfor-midad tremenda. Buscó a medida que envejecía doctrinas más confor-tativas y espiritualistas, y lo vemos acercarse a Yogananda tratando de conseguir el dominio de la mente sobre el dolor físico. Y así, en esta búsqueda interminable, es como encuentra a Cristo, al Cristo de papini, al más humano de todos los Cristos. Y comenzamos a viajar por Galilea, Cafarnaum, las orillas del Río Jordán y el lago tiberiades. pensábamos como lucas, que su palabra era poderosa. No del todo nueva, pero era nuevo el hombre y el calor de su voz que surgía del corazón. Como fiel

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discípula, seguí los pasos de mi maestro, aunque diferíamos a veces sin abandonar nuestro plan de búsqueda y perfeccionamiento.

pero un día murió el maestro… y nada podía resignarme. Comencé a buscarle en los libros que habíamos leído juntos, en cada frase, en cada pensamiento, y allí estaba. En realidad no había muerto, como no mue-ren tampoco las ideas ni las enseñanzas. Quise entonces permanecer más cerca de él releyendo todos sus libros, y fue el Ruiseñor y la Rosa, de Oscar Wilde, el primero: -No necesito más que una rosa roja –gritó el Ruiseñor- una sola rosa roja.¿No hay ningún medio para que la consiga?-Hay un medio. –respondió el Rosal- pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.-Dímelo –contestó el Ruiseñor- No soy asustadizo.

-Si necesitas una rosa roja –dijo el Rosal- tienes que hacerla con notas de música, al claro de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio cora-zón. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesa-rán el corazón y teñirás de rojo la pálida rosa.

¡para la tumba de mi maestro, sólo necesito una rosa roja teñida con la sangre de mi propio corazón!

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La vejez

Siempre el gran temor de la humanidad no es la muerte, es la soledad y la vejez. Nuestros contemporáneos pueden morirse antes que noso-tros, o cambiar de residencia o se pierden los amigos en el transcurso de los años. los hijos abandonan el hogar y el nido se queda vacío.

Soy recurrente en este tema de la vejez porque debemos ser conscientes, cada día más, de que es una etapa de la cual no podemos sustraernos y debemos prepararnos psíquicamente para cuando llegue el momento. Qué bueno sería ser viejo sin presión alta, sin diabetes, sin divertículos, sin arteriosclerosis.

Seguramente con la sabiduría que se supone tenemos los ancianos, la vida sería muy agradable. la suerte de un viejo escritor está en haber tenido al comienzo de la vida adulta proyectos tan sólidamente arraiga-dos que conserven para siempre su originalidad y tan vastos que perma-nezcan abiertas hasta su muerte. Dentro de los casos que podrían men-

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cionarse, en escritores recomendados llámese Víctor Hugo o Voltaire, que figuran entre los más afortunados y fecundos, mientras que tantos otros se repiten o se callan.

Jean paul Sartre estuvo bajo tratamiento de anfetaminas para poder es-cribir su última obra. Dejó un buen libro pero aceleró su muerte. Según Flaubert para tener cierta originalidad debemos conservar la alacridad, es decir la presteza del ánimo para emprender cualquiera actividad.

Un viejo puede aportar la sabiduría, sobre todo como experiencias de la vida. Después de haber vivido mucho tiempo, las cosas cambian, noso-tros también cambiamos, pero conservamos nuestra identidad, nues-tras raíces, nuestro pasado, nuestro anclaje en el mundo, permanecen inmutables.

Es bueno traer a cuentas algunos viejos que se mantuvieron y nunca fueron traicionados por su cuerpo. Gandhi, su vigor fue asombroso, la empresa en la que había empeñado su vida entera, liberar a la India contra los ingleses, se condujo a un buen fin. Desafortunadamente des-pués fue asesinado y no logró disfrutar de todos sus empeños. Nunca fue traicionado por las flaquezas de su cuerpo a pesar de los ayunos voluntarios a que se sometía periódicamente. Y en igual forma podría traer otros ejemplos del espíritu sobre el cuerpo, de fortaleza sobre la edad. Juan XXIII, tres meses después de su elección, sin consultar a na-die y venciendo a las oposiciones, emprendió una reforma de la Iglesia y convocó a un concilio.

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Según Simone de Beavoir “Cuando el anciano no es víctima de condi-ciones económicas y fisiológicas que lo reducen al estado de subhom-bres, sigue siendo a través de la senectud el individuo que ha sido, su edad depende en gran parte de su madurez”.

la vejez no es una conclusión necesaria de la existencia humana, sin embargo, es un conocimiento empírico y universal, que a partir de cier-to número de años, el organismo humano sufre deterioro.

Un mensaje de esperanza sería mantenernos en pie y no abandonar aquellas actividades que fue la razón de nuestro vivir. pero si es el caso que las limitaciones de la edad no permitan mantenerse con la cabeza en alto, es saludable recurrir a la lectura, visitar viejas amistades, con-servar los afectos familiares, sembrar y cultivar el jardín, tejer, vincular-se a un programa de beneficencia.

En mi caso, seguiré mirando el cielo estrellado y bendiciendo al todopo-deroso por dejarme disfrutar de un nuevo día.

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El tiempo no envejece el amor

Sentir que estamos viejos y que el camino se nos acorta, es una barrera que se va anteponiendo a nuestros deseos y realizaciones. Se nos agotan nuestras expectativas e ilusiones en una carrera contra el tiempo.

la noche de estas elucubraciones era toda oscura. Como un manto se cubría los espacios que fueron antes llenos de luces y verdes, y los sen-deros se estrechan y parecía que las ensoñaciones tienen término, amo-res que se diluyen y que quisieran prolongarse en el tiempo y donde nuestras nostalgias se vistieran de colores diáfanos.

¡Cuánto quisiéramos vivir nuevamente los años mozos y sentir que el tiempo no transcurre y que los estragos físicos que nos marcan pudie-ran diluirse! ¿Dónde está un alquimista que nos ampare?

En aquellos días sin término, aparecieron ensoñaciones de un amor que no llegó a tiempo, pero si fue dejando sus rescoldos. Nos preguntamos: ¿por qué no se puede amar a los cincuenta ó sesenta años? tal vez el amor con que se soñaba no apareció en el camino. No hay solo amor en la edad temprana, también podemos amar en la edad provecta.

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A García Márquez se le atribuyó una página evocadora "la Marioneta": "A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando de-jan de enamorarse".

El texto escrito por un ventrílocuo mexicano expresa: "Si Dios me ob-sequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma; Dios mío si yo tuviera un corazón".

¡Cuántos sentimos como García Márquez! y esperamos un trozo de vida para rectificar muchos de los pasos que hemos dado, también me gus-taría escribir nuestro odio sobre el hielo y esperar a que salga el sol y derritiera todos sus trazos.

En el camino nos encontramos con resabios de la vejez, deseando ser adolescentes. también soñamos con el más allá, perfilando un mundo desconocido y donde quisiéramos llegar creyendo en todo cuanto las enseñanzas espirituales nos enseñan. Si en el cielo que tenemos pro-metido se nos acoge de acuerdo con nuestras vivencias terrestres, solo tenemos la esperanza de encontrarnos con los seres queridos que nos antecedieron en el viaje sin término.

¡Oh Dios, si pudiéramos rectificar! ¡Cuántos momentos errados nos pro-vocaría borrar! Y de seguro más sereno nos resignaríamos a enfrentar el abismo de la muerte.

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El voto femenino

Ese 1º. de diciembre de 1957 era la primera vez en la historia de Co-lombia que las mujeres podíamos ejercer el derecho al voto. El voto fe-menino había sido creado en 1954 durante la dictadura de Rojas pinilla. Yo estuve desde el principio participando en el movimiento feminista que movía todo el país luchando por ese derecho democrático.

Hubo mujeres aguerridas que aprendieron a hablar duro, recuerdo de Bogotá a Esmeralda Arboleda de Uribe y Carmenza Rocha. Esmeralda fue nombrada por Rojas pinilla para discutir el proyecto. la primera cé-dula la expidieron a favor de María Eugenia Rojas, hija del general Ro-jas pinilla.

En Cartagena, yo fui una de las primeras mujeres de la Unión de Ciuda-danía de Colombia, creada en Bogotá, para tan noble propósito.

Ese día 1º. de diciembre de 1957, nos vestimos las mujeres con nuestras mejores galas y formamos filas en la plaza de la proclamación.

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Aquí en Cartagena hubo mujeres muy luchadoras, como Josefina de Gómez Naar, Elvira Faciolince de Espinosa, hoy ya fallecidas.

Mi trabajo político me valió el que se me tuviera en cuenta para diputa-da durante dos períodos. Fui cabeza de lista del grupo de Rafael Vergara támara; mi esposo Federico García de la Espriella me apoyó hasta el día en que me propusieron lanzarme a la Cámara de Representantes.

Dentro de mis experiencias difíciles en la Asamblea estuvo que en el primer período me tocó como liberal presidirla sin tener ninguna expe-riencia para ello. Estuve muy nerviosa y atacada por los Diputados de Sucre pertenecientes al grupo de lópez Michelsen, mientras yo enca-bezaba el grupo de Carlos lleras Restrepo. tuve que apoyarme con un guardaespaldas que permanecía detrás de mi silla.

Seguí siempre militando en la política y con mis ideas liberales muy definidas, tal vez por ello me escogieron en dos ocasiones para que des-de la plazoleta del portal de los Dulces, levantara el entusiasmo de los asistentes en búsqueda de la presidencia de Julio César turbay Ayala y posteriormente de Virgilio Barco Vargas.

Después hubo muchas discrepancias en el grupo de mujeres contagia-das de los vicios políticos de los hombres, y resolví retirarme. Además, mi esposo había muerto.

Resentí de esa época que Rafael Vergara támara, el político que yo ad-miraba no satisfizo mi aspiración a la Secretaría de Educación pública,

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dejándose influenciar por los subalternos de turno que tenían miedo a mi temperamento exigente en materia del cumplimiento a ciertas re-glas. A pesar de todo esto, yo seguía pensando en que las mujeres so-mos como las bolsas de té, que revelan sus fuerzas cuando las lanzan al agua.

Sigo leyendo cuanto se relaciona con la política y criticando todas las actuaciones y desfalcos a que hemos estado sometidos, siempre espe-ranzada en un futuro mejor; en el país y en la ciudad que merecemos y que tomamos prestados a nuestros hijos y nietos.

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Tras la juventud pérdida

Al escoger un itinerario de viaje sólo la curiosidad de mirar cómo viven y se desenvuelven los países socialistas, llevan a la mayoría del turismo americano a estos lugares.

Meses antes de viajar a Europa conocía por revistas italianas el famoso tratamiento de la Doctora Ana Aslan, científica de 71 años, Directora de la Clínica de Geriatría y Gerontología de Bucarest, único en su género, dedicada a tratar las molestias de la vejez con una droga: el Gerovital H3, fabricado por ella misma con mucha acogida en toda Europa.

Quise que mi esposo, que estaba muy quebrantado de salud, recibiera los beneficios de este tratamiento.

Estuvimos en Rumania como dos meses.

la clínica estaba situada en las afueras de la ciudad, rodeada de espacio-sos jardines y avenidas de manzanos, duraznos y fresas que daban folla-je a centenares de ancianos que paseaban y dialogaban amigablemente.

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En el primer piso funcionaba el ancianato del Estado. El segundo plano es exclusivo para el turismo, además del equipo ambulatorio que lleva-ban a Mamaia, playa sobre el Mar Negro.

El Gerovital H3 estaba indicado para la artritis, arterioesclerosis, reu-matismo y como estimulante de las funciones generales del organismo. Era una auténtica y poco creíble panacea.

las estadísticas de la clínica en ese momento arrojaban un total de cua-renta mil personas que se habían hecho el tratamiento, como Conrad Adenauer, Jhon F. Kennedy, Mao, Charles de Gaulle, Sukarno, Marlene Dietrich y otras celebridades.

El pueblo rumano en ese momento aún se estaba recuperando de la última guerra. Se notaba pobreza, pero no miseria. la ciudad tenía más o menos un millón de habitantes y era bastante alto el nivel de cultura general. Se hablaban dos y tres idiomas: el rumano, lengua nacional; el francés y el tudesco. los palacios de la antigua monarquía rumana han sido destinados para museos de arte y salas de concierto.

la mujer rumana ocupa un lugar importante en la vida nacional. Equi-parada al hombre en los frentes de trabajo se desempeña con seguridad y eficiencia.

Este pueblo rumano es tan latino como nosotros, cuyo idioma se nos hace familiar en las raíces de algunos vocablos.

Y no se crea que sus científicos, profesores y artistas ocupan una mo-desta categoría, al contrario, en las exposiciones de arte tanto, en Roma

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como en parís y Viena, reclaman el concurso de la personalidad de que hablamos, aún cuando sus científicos, profesores y artistas tienen suel-dos relativamente bajos para su prestigio y categoría.

Bien quisiéramos para nuestra patria, apartando el caso político, las magníficas proyecciones que en el orden cultural irradian de este pue-blo, que como nosotros, tuvo la bendita influencia latina.

Rumania e Italia

En un artículo anterior estuve comentando sobre mi viaje a Bucarest, en Rumania, buscando la salud para mi esposo que estaba muy enfer-mo. Estuvimos en Rumania como dos meses; era en ese momento un país comunista y de allí nos fuimos a Italia. la hermana de mi esposo vivía en Roma y estábamos interesados en ver si podíamos operarlo de una aortitis abdominal. Su hermana tenía mucho miedo y tres meses más tarde nos regresamos a Colombia, para morir de repente, seis me-ses después. Yo he vivido arrepentida todo el tiempo de no haber resuel-to su operación por el miedo de su hermana. pero no puedo devolver el tiempo y debí resignarme.

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No fue mucho lo que pude conocer de Roma, no tenía quien me acom-pañara. Mi esposo quiso que nos lleváramos a Marité, nuestra hija, que sólo tenía 8 años.

Sí conocí la Capilla Sixtina, los frescos de Miguel Ángel, la tumba de Juan XXIII, a San pedro encadenado.

Otra de las maravillas que conocí fue la Fontana de trevi; la enciclo-pedia dice si no es la más espléndida, es la más célebre de las fuen-tes de Roma. la sobria y majestuosa belleza de los mármoles esculpi-dos la convierten a la vez en una verdadera obra maestra escultórica y arquitectónica.

Otra de las maravillas de Roma que logré conocer es “Villa Borghese”. Es el parque más extenso de Roma, con un perímetro de seis kilóme-tros, pero es también el más bello por la riqueza de los monumentos que encierra y por la variedad de sus paseos. Como quedaba cerca del apartamento donde vivíamos, nos íbamos todas las tardes a sentarnos allí.

De allá me traje una estatua en mármol de Josefina Bonaparte y la ten-go en una mesita de la sala. Muchas veces, ella es la única compañera en mis soledades.

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La gruta azurra

Después de pasar por Rumania regresamos a Roma, ciudad sede de nuestra excursión. Queríamos iniciar nuestro recorrido por la Capilla Sixtina, sitio obligado de todos los turistas. Recorrimos cada centíme-tro; me extasié con los frescos de Miguel Ángel, a pesar de que no podía comprender por qué pintó a Jesús tan vengativo y justiciero, más bien parecía un pro-cónsul romano. la imagen que deseo conservar de Jesús es aquella donde perdona al buen ladrón y a María Magdalena y sus mensajes de las bellísimas parábolas.

Estaba en nuestro itinerario la Gruta Azurra; era una gran expectativa. Mi esposo, en un viaje anterior a Italia la había visitado. partimos de Ro-ma en un crucero de regular tamaño; el día estaba lluvioso; una capa de neblina recubría el océano y sobre ese fondo gris no asomaba el sol. Nos sobrecogió tanta tristeza, como si se tratara de una pintura sobrenatural.

la entrada a la gruta debía ser en embarcaciones pequeñas; fuimos llegando poco a poco y saturándonos de la penumbra azul platino que irradiaba la oquedad de esas aguas. Colgaban de la bóveda como lágri-mas de metal plateadas, las estalactitas. las aguas parecían azules y estáticas, con recogimiento avanzamos sobre el estrecho lago, no po-

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dríamos explicarnos el fenómeno en ese momento; las aguas parecían azules, despertando en nosotros un gran recogimiento ante la maravilla de la naturaleza y la magnificencia de Dios en todos los ámbitos y de-rroteros que descubrimos al viajar por algunos caminos del mundo.

Afuera nos esperaban para el regreso; el océano seguía siendo gris, pero menos intenso; la brisa era fresca, itinerante, revolviendo nuestros ca-bellos. Y aún bajo el influjo de esa visita nos prometimos que en alguna otra ocasión volveríamos a visitar la bellísima gruta, aún cuando fuera cabalgando en el corcel de los sueños.

venecia

Fue muy triste para mí que después de soñar por mucho tiempo con mi visita a Venecia, haberla conocido por fotos que llevó de su viaje mi esposo cuando estuvo allí.

Al principio creí que tal vez por no conocer la zona y la extensión del mar, le daba miedo. pero analizándolo, finamente comprendí que co-nociendo como él sabía las canciones italianas más cantadas en esos paseos, creyó que yo me entusiasmaría con Sole Mío, la traviata, la tarantela, torna a Sorrento y otros que me atraen, y el entusiasmo que ponen en sus instrumentos terminaría enamorándome de ese ambien-te, y seguramente me habría animado a cantar con los gondoleros.

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La vieja Pompeya

Leyendo “Viaje a Italia” de Goethe, veo que su inconformidad por la poca permanencia en este bello país, la hemos sentido todos los que mantenemos viva y despierta la curiosidad histórica. Dos años duró el escritor visitando lugares desde las siete de la mañana hasta entrada la noche y todavía consideró que no tuvo tiempo suficiente para conocer bien a Roma. Quería, como su personaje el Dr. Fausto, saberlo todo y conocerlo todo, y esta curiosidad insaciable lo llevó a exponer su vida asomándose tres veces al cráter del Vesubio en plena erupción.

En la excursión a Capri teníamos a nuestro paso a pompeya. Había re-frescado mis conocimientos sobre tan histórico lugar, porque de pasa-das giras derivé experiencias que hicieron no fiarme de la ligereza de los guías turísticos. Inicialmente creí no ver nada maravilloso en aquellas ruinas, sólo después de compenetrarme y visitar el museo, experimenté un gran recogimiento, sobre todo me parecieron impresionantes dos fi-guras petrificadas que recuerdo casi gráficamente: una mujer acostada sobre el vientre cubriéndose el rostro con horror, y un perro contorsio-nando con las patas hacia arriba tratando de zafarse de alguna cadena que lo sujetaba.

también muestran a los turistas una casa que lograron rescatar casi in-tacta, las habitaciones tienen acceso a un patio cuadrangular, adornado de estatuas y jardines; las salas decoradas con frescos demasiado libres,

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y hacia el fondo, fuera del reparto general, una serie de estancias donde se presume alojaban a sus concubinas esclavas. también hay en el mu-seo un lugar donde sólo pueden entrar hombres, lo que demuestra el respeto de los italianos para las señoras.

las excavaciones aún siguen bajo la dirección de expertos arqueólogos que trabajan con lentitud y sumo cuidado para no destruir las reliquias que pudieran rescatarse. Ha surgido al lado de la antigua pompeya una nueva ciudad, con el mismo nombre, digna de mención por su famo-sa Basílica. la gente se muestra alegre y despreocupada aún cuando el Vesubio siga humeando. parece que ya están acostumbrados, y el buen humor latino no se perturba en lo más mínimo.

Al hacer estos apuntes recuerdo la primera vez que oí nombrar a pom-peya: tenía entonces catorce años, y no fue en una clase de historia si-no en un recreo donde las internas rodeábamos a la religiosa. Era ale-mana de nacimiento y conocía por tradición y por estudio la tragedia del Vesubio. Mantuvo durante tres tardes en suspenso nuestras mentes juveniles, y todas, todas soñamos con visitar algún día a pompeya. Al abandonar las milenarias calles recordé con afecto a aquella monja que despertó en mí la ilusión de esta visita.

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El pastor y las estrellasDel libro de Eduardo Santa

La eternidad no es un problema de tiempo sino de intensidad en nuestras vidas. Vivir con gran intensidad es una forma de desafiar y vencer los simbolismos del tiempo.

la distancia es como el tiempo. Entre tú y tu sueño, solo la puede me-dir tu deseo de realizarlo. Hacia el ideal que hemos escogido debemos orientar nuestros esfuerzos. No hay nada más hermoso que el trabajo que se hace con verdadera devoción, mi mayor felicidad en el mundo es trabajar en aquello que se ama, se siente el mismo hábito que debió sentir Dios el día de la creación, porque todos, desde el herrero hasta el músico, vamos sacando las cosas de la imaginación.

Construimos nuestra propia felicidad, como el gusano de seda y cons-truyendo su tela sacándola de su propia sustancia. Nosotros la sacamos de nuestro interior. Si la andamos buscando es porque hemos perdido ignorantes de que está dentro de nosotros mismos.

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Cuando nos falta la paz interior todas las sensaciones nos llegan mez-cladas con el murmullo de nuestras preocupaciones y la gran sinfonía se convierte en estrépito ¿y qué queda de esa sinfonía si el arpa de nues-tro espíritu tiene sus cuerdas destempladas?

todas las cosas en el mundo fueron hechas para nosotros; debemos te-ner ojos para verlas. Si así lo hubiésemos hecho, nuestro mundo interior también sería tan armonioso como una noche con estrellas. Aprende primero a estar contigo mismo, en soledad. ¡la soledad agudiza todos los sentidos! Y qué bella es la naturaleza.

Siempre hay que esperar lo mejor de cada día que llega. Y si no viene lo esperado y estamos alegres a pesar de ello, mucho es lo que ganamos, porque cada día que se va sin alcanzar lo deseado, es víspera de uno mejor. la fe y el oportunismo son lámparas que brillan más en la oscuri-dad. Hay que aprovechar los buenos tiempos para gozarlos y los no tan buenos para rechazarlos y esperar mayores y mejores después. la suerte está en uno mismo.

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Retrato de un sueño

Hago énfasis en una de las razones de mi larga existencia: el colegio Montessori. Me gradué de maestra a los 17 años con las madres franciscanas, como ellas notaron mi gran inclinación para la docencia, quisieron que traba-jara con ellas un tiempo. Me quedé tres años. posteriormente un amigo de mi familia lo nombró Secretario de Educación pública y de inmedia-to me nombró directora de la Escuela Normal de Señoritas, con más de trescientas alumnas, la mayoría eran de provincias y tenían internas. Dentro de las cátedras a mi cargo estaba la historia de la educación. Apenas leí el método Montessori, me enamoré del libro y comencé a transmitirlo a los demás.

En esos días llegó de Bogotá un inspector de educación, José E. Max león, ya está muerto, en visita del interés mío me informó que el Dr. Agustín Nieto Caballero, dueño del Gimnasio Moderno de Bogotá, aca-baba de llegar de Italia donde fue a conocer a la Dra. Montessori y la aplicación de sus métodos.

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No me detuve a pensarlo y viajé a Bogotá, visité al Dr. Agustín y cuando supo el motivo que me llevó allí, me brindó su apoyo y dejó que durante dos meses observara la aplicación de la filosofía en el aula. Cuando ter-miné mi visita, en el momento de despedirme, me dijo: "Señorita, usted tiene madera para ser una gran maestra, ¿por qué no se entusiasma y abre un preescolar en Cartagena, utilizando el método Montessori?, yo puedo asesorarla.”

Arriesgué todo mi porvenir a este propósito, renuncié a la normal de señoritas. Reuní un grupo de mamás de niños chicos para lanzarles la idea de iniciar un preescolar con el método Montessori, mixto, el pri-mero de ese tipo que se fundó en la ciudad, con clases de inglés y artes.

Conseguí una casa en el pie de la popa, donde hoy funciona la Clínica AMI. Era una casa grande, con patio lleno de árboles frutales. Allí per-manecimos cuatro años. Inicialmente tuve dificultades económicas, pe-ro a medida que el plantel educativo progresaba, se aclaraba el horizon-te. El preescolar se inauguró el 2 de Junio de 1949, pero como abrimos un poco tarde, solo tuvimos 16 niños que hoy los considero fundadores del colegio.

Norma Gómez VélezMagola Gómez VélezEleuterio de la CruzEma Askovich GonzálezMaría Eugenia lleras

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Rebecca Arango de la CruzNatacha Fortich MorenoAdolfo Manotas lópezHoracio Román JuanMaría del Rosario Araujoluis Arturo DuránBibiana lequerica OteroZiliah Méndez de la EspriellaCarmencita Román piñeresRebecca Castillo EspinosaAntonio Arango de la Cruz

Descubrí que los niños acentuaban mis emociones y que el placer de tenerlos era superior a cualquier contratiempo. No sé si las circunstan-cias de no haber tenido hijos, hizo que me agarrara de cada niño como si fuera parte de mí ser. Disfrutaba de todas sus actividades: las rondas, los cantos, el teatro de títeres, sus dibujos, la banda de guerra. Me sen-tía compensada cada vez que ingresaba a una sala de clases.

Después de unos años, entraron en el colegio Montessori nuevos niños, teniendo en total 75 alumnos y así viéndonos obligados a buscar un lu-gar más espacioso. Conseguimos una casa en la calle Real del pie de la popa, la residencia de la familia de pombo, casa estilo republicana con ventanas francesas, grandes terrazas y patio parte en cemento y el otro en tierra, para que los niños pudieran correr y jugar a ser niños.

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las maestras que habían ingresado conmigo en esa época fueron: María Sierra de Villa, española; Jenny Archibol, de San Andrés; Flor Iriarte; leonor pájaro Falcón, profesora de cantos y rondas, y Dora pareja de Hernández, secretaria general. De esas maestras hoy estamos aún vivas, Dora pareja, Flor Iriarte y yo, esperando hasta cuando Dios nos lleve a otros destinos.

Debo admitir que el éxito del colegio fue rotundo. la alta sociedad de Cartagena quería que sus hijos recibieran la mejor enseñanza con el mé-todo Montessori y querían además que lo extendiéramos a la primaria.

Hoy cuando recuerdo los miles de niños que han surcado nuestras au-las y la alegría intensa que me transmitían, quiero recordarlos a todos, siguiéndoles los pasos a través de los años. Conozco de muchos de ellos sus éxitos y realizaciones, sus matrimonios, sus hijos, y me siento par-tícipe de todo este derrotero por cuanto ayudamos a la formación de su carácter. He encontrado por distintos caminos a muchos de los jóvenes que permanecieron toda la niñez con nosotras, y aun cuando no me conozcan, yo siento una gran satisfacción encontrarlos y percibir que tenemos algún vínculo. En especial no puedo olvidar a Carlos Arturo, a Bibiana, a león, a Gustavo, a Nicolás, y tantos otros que no tengo espa-cio para enumerarlos.

Cuando alguno de esos niños se destaca, en el correr de los años, así mismo otros que no han podido salir adelante, yo sé y puedo asegurarles el derrotero, claro está que este conocimiento de la psicología y carácter

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de los niños, fue en los primeros veinte años, después fue creciendo el colegio y menos la vinculación que tenía con cada uno de ellos.

también quiero recordar a muchos padres de familia que con su presen-cia permanente y apoyo ayudaron a que el colegio se mantuviera en los primero planos.

Hoy, ya estoy vieja, y la gente piensa que tal vez ya no voy a mi trabajo, pero no es así, sigo allí cada día, administrando muchos renglones y espero estar allí hasta tanto Dios me llame para transitar otros caminos.

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Anécdotas de mis alumnos

Dentro de las tantas cosas que podría contar de la vida del colegio, puedo recordar que en la parte alta vivíamos mi esposo y yo. tenía sala, comedor, dos alcobas, baños y dos terrazas. Esta vivienda era en la calle Real del pie de la popa. Un día una de las maestras me llamó la atención para que yo mirara cómo subían las escaleras, junto con la muchacha del servicio que llevaba el desayuno a mi esposo, tres niños: Carlos Es-callón Núñez, hijo de Rafael Escallón Villa, dueño del Diario de la Cos-ta; Carlos Arturo Díaz, hijo del Dr. Ariel Díaz Echeverry, y Víctor Nieto Núñez, hijo de Víctor Nieto y Bonty Núñez. Estaban acostumbrados a subir dos o tres veces por semana, se sentaban en la mesa del comedor a desayunar con mi esposo y él los recibía con mucha simpatía. Fue necesario poner vigilancia para que no siguieran subiendo otros niños.

***

Un domingo muy temprano, no había clases y yo bajé a coger algunas frutas. Sentado en una base de material redonda donde había un árbol

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de tamarindo estaba un joven como de trece o más años. le pregunté qué deseaba y todo lloroso me contó: –yo nací en esta casa, soy hijo de Elvira de pombo y me llamo José Enrique Rizo pombo–. Siempre que paso por aquí me siento en la terraza. Me conmovió mucho el mucha-cho y lo invité para que me visitara cuando quisiera.

El primer día que entró al colegio Juan Carlos lemaitre, estuvo todo revoltoso y no quiso entrar en la ronda que tenían otros niños con la profesora de canto. Su papá Eduardo lemaitre Román, estuvo muy mo-lesto, lo cogió por un brazo y a la fuerza se metió con él a la rueda y comenzó a dar vueltas y vueltas con los otros niños, hasta quedar ex-hausto y mareado.

***

A Nadia Farah la llevó la mamá el primer día de clases y le dio una ra-bieta, se tiró al suelo, se quitó los zapatos, se despeinó gritando. Enton-ces la mamá le trajo tres amiguitas y terminaron gritando y haciendo fiestas. En los siguientes días no se quería ir del colegio.

***

El caso de Gustavo Amador Navarro fue más fuerte, tan pronto cerraron las puertas, se quitó los zapatos y los tiró contra las ventanas siendo necesario mandarlo con dos maestros a su casa en un automóvil. Chis-pazos de un rebelde con causa.

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Me acuerdo del caso del niño Jairo Vélez De la Espriella. Fué más pa-tético. la maestra se quejaba de que los cuentos que refería, Caperucita Roja, La Cenicienta, Los Enanitos, todos los dibujos terminaban metidos en cajones de muertos.

la Directora le dijo: –háblales del alcalde, del gobernador, de personas adultas–. El mismo final: terminó enterrándolos en cajas de cemento.

***Otro niño quien no recuerdo el nombre, su madre llamó muy tempra-no preguntando si su hijo se había llevado la chapa de la abuela. Sí, respondió el niño que la había vendido por dos pesos y el niño que la había comprado estuvo muy contento porque mordía y asustaba a sus compañeritos.

***Cuando la época de Rojas pinilla, la maestra contó que como los enani-tos tenían prisionera a Blanquita de Nieves, tomasín Campuzano hizo que a un árbol se subieran muchos niños para rescatar a Blanquita de las manos de los crueles soldaditos que respaldaban a Rojas pinilla.

***Un día se presentó un papá a matricular a un niño, se llamaba Diobet Guerra. Desde el primer día se sentó en una piedra grande debajo de un árbol y allí permaneció toda la semana. Nunca jugó, ni habló con otro niño. Citamos a los papás para que nos contaran algo sobre el niño,

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los padres permanecieron silenciosos y no contaron nada a la psicólo-ga. los padres lloraron, el niño también, pero no pudimos sacar nada en conclusión. Nunca más volvió al colegio. Averiguamos donde vivía y tampoco supimos nunca nada sobre él.

***león trujillo Vélez, era el anfitrión del colegio, cada niño nuevo que llegaba, él se encargaba de llevarlo a su salón y le mostraba la maestra. pero los más tímidos le tenían miedo. lo mismo fue el día que llegó un sacerdote alemán, él le agarró la mano y un cordón que tenía en la cin-tura y le fue mostrando todo el colegio.

***

pudiera escribir un centenar de tomos del tamaño de la Sagrada Biblia para reseñar todas y cada una de las anécdotas con mis alumnos du-rante 60 años de labores. Estos fueron apenas unos cuantos botones de muestra y estoy segura que cada uno de mis alumnos tendrá, allá en su memoria, sus propias anécdotas y pilatunas.

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Recordar es volver a vivir

Sentada en una silla, debajo de un árbol frondoso de níspero y ro-deada de 10 niños de cinco ó seis años, tratando de demostrarme hasta tanto habían progresado en su proceso de aprendizaje de lectura y escri-tura, pasaba todas las tardes en la calle Real del pie de la popa, en una casa grande de la familia pombo y de patio embaldosado donde funcio-naba en ese momento el preescolar del jardín infantil Montessori.

Hoy, que han pasado sesenta años más, quiero recordarlos a todos; mu-chos en el camino de la vida son hoy médicos, arquitectos, ingenieros, abogados, hombres de negocio; yo sé que casi todos alcanzaron profe-siones prestigiosas, porque además de pertenecer a familias destacadas de la ciudad, también poseían talento e inteligencia de sobra.

Yo sé que si leyera todos los libros de matrículas después de inaugurar el bachillerato, pasaríamos de cinco mil alumnos en estos últimos sesenta años.

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Hay muchos que nos desgarraron el alma, pero también nos han llena-

do de satisfacción algunos episodios.

tengo una lista comprobada de cien o más niños muertos en los últimos

sesenta años, la mayoría en motos o automóviles: Helenita Cesáreo le-

maitre aún muy joven murió en un accidente de avión, dos niños que

venían con su mamá para esta ciudad, también perecieron de igual for-

ma. también tuve en el alma la desesperación que debieron sentir Fer-

nando Barraza y Fabián De la Espriella cuando resolvieron quitarse la

vida. lo mismo el sufrimiento de Carlos Arturo Díaz cuando vio que su

amigo le hizo un disparo. De Manolo Castillo Ruiseco que creyendo que

la guerrilla era la redención para Colombia, entró en ella y murió silen-

ciado por los mismos que le hicieron creer que era una lucha redentora.

A Carlos pizarro león-Gómez cuando quiso retirarse de la subversión le

quitaron violentamente la vida.

tampoco puedo olvidar a aquellos padres de familia que destruidos sus

matrimonios visitaban el colegio y, escondidos detrás de los árboles, lle-

gaban a mirar a sus hijos jugando o para llevarles unos dulces. Recuer-

do en especial a un padre extranjero que llegó a la ciudad para ver a su

hija de seis años y traerle unos aretes muy finos. Al día siguiente llegó

temprano para mirarla con ellos y encontró a la niña llorando porque su

mamá le había botado los aretes.

también recuerdo un señor polaco, también separado, que llegaba todos

los días a las siete de la mañana para llevarle la merienda a su Raque-

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lita, y después como a las nueve, llamaba por teléfono a preguntar si le había gustado y que la maestra le dijera que “su papá la quiere mucho”.

No todo era tristeza, hay muchos recuerdos agradables. las rondas, los títeres, los bailes, la banda de guerra, actuaciones de los niños que nos hacían mucha gracia.

En las representaciones en el teatro Heredia también tuvimos momen-tos graciosos. la primera mamá que llegó hasta donde nosotros fue Carmencita piñeres de Román, con su hija de seis años que había baila-do el ballet de los cisnes. Había otra; una mamá que quería con todo su empeño que su niña Gloria toledo, bailara en las danzas del teatro, pero desafortunadamente a la niña no le atraía ninguna clase de baile. El profesor desesperado por la insistencia de la mamá, un día fue a la Bo-quilla, alquiló un bote pequeño, lo decoró con colores, puso dos mucha-chos disfrazados de payasos y la montó en la canoa; afortunadamente su mamá quedó muy satisfecha con el papel que la niña desempeñó. Debo admitir que durante estos espectáculos nunca dejé de sentirme intranquila, pues quería y exigía lo mejor, además debía de estar en ple-na vigilancia de cualquier detalle inesperado para resolverlo.

Otros recuerdos: cuando al fin resolví abrir el preescolar, pero no en-contraba casa apropiada, puse un aviso en la dirección de la casa donde vivía. Avenida California en Manga.

Una tarde se presentó la primera señora que me visitaba, era Blanca Becerra de Román, con su hija pilarica. Ella es una señora distinguida y

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de mucha importancia en la ciudad. Al día siguiente llegó Nuria Serra de Vilas, señora española con 2 hijos, yo la conquisté para que trabajara conmigo y se quedó por mucho tiempo.

Como yo no pude abrir el preescolar en febrero, cuando funcionaban to-dos los colegios, por no haber conseguido una casa apropiada, lo abrí el 2 de junio de 1949, con 16 niños. la casa quedaba en el pie de la popa, donde funciona hoy la Clínica Ami.

Siempre conté con el apoyo de los padres de familia. Cuando salimos con la banda de guerra, como era la primera vez que se presentaba este espectáculo en la ciudad, vestidos de pantalones y faldas blancas, cha-quetas rojas y kepis estilo militar. la primera banda de guerra la enseñó Ana Raquel de Mac-Máster. El pueblo rodeó a los niños en tal forma, que los papás tuvieron miedo y pidieron vigilancia de la policía y ellos mismos iban al lado de sus niños cuidándolos.

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El sueno continúa

En las seis décadas que lleva funcionando el colegio, son muchos los recuerdos que conservo y que sería muy largo enumerar. puedo hacer el siguiente recuento: diecisiete años para graduarme de maestra, siete años trabajando como profesora en el Colegio Biffi y otros años en la contraloría departamental, auditora fiscal de Bolívar, oficina de catastro nacional, cinco años como directora de la escuela normal de señoritas. En total ya van sesenta y seis años con el funcionamiento del Colegio Montessori.

Hubo hechos muy importantes en la organización del Colegio que mar-caron el derrotero y con ello todas las alternativas que se fueron presen-tando para el logro de los objetivos. puedo decir con toda certeza que fue mi marido Federico García De la Espriella quien puso la primera piedra en este gran proyecto llamado Colegio Montessori, fue él quien sin vacilar prestó a su hermana María teresa cien mil pesos que fue con lo que se compró la primera sede propia para el colegio y fomentó mi entusiasmo y su apoyo incondicional. también tengo que mencio-

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nar a mi hija Marité García Román que ha sido un motor renovador. En los últimos veinticinco años ha dedicado todo su tiempo y empeño al Colegio y en este empeño logró abrir el bachillerato pese a mis opo-siciones. Me inclinaba más en educación para niños pensando que la responsabilidad con los adolecentes requería de mucho más atención y yo ya no quería estar en esos afanes. Ella contó con el apoyo de todd Dohlin, el papá de sus hijos para esta tarea. Durante todos estos años no solo se mejoraron las instalaciones locativas dándole un aspecto más moderno y con más confort para los alumnos, sino también se instauró la metodología Montessori a toda cabalidad, siguiendo las orientacio-nes y lineamientos de esta metodología a nivel internacional. En estos últimos tiempos donde la competencia y exigencias son muchas y más rigurosas, el día de hoy el colegio está certificado con el ISO 9001, dan-do garantía de prestar un excelente servicio para nuestra comunidad.

Felicitaciones a Marité y a todo su equipo de trabajo por haber hecho crecer el colegio y comprender que sólo se puede salir adelante con grandes impulsos y empeños. Esta hija ha comprendido generosamente a su madre y ha enrumbado al colegio Montessori hacia la excelencia académica y hacia una conciencia social para formar ciudadanos del mundo.

Me da tranquilidad saber que el colegio seguirá después de mi partida y orgullo de haber hecho una bella labor cumplida.

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Judith Pinedo FlórezUna alumna con arresto

Siempre en el impreso del colegio Montessori de Cartagena nos aco-gimos a las doctrinas de María Montessori: “Cuando se deja al niño un poco de espacio en el mundo y en el tiempo, éste como primera mani-festación en su defensa proclama: quiero hacerlo yo... ayúdame a hacer-lo solo”... Este impulso hemos visto que ha sacado adelante a muchos de nuestros alumnos, porque sabemos que educar no es transmitir cul-tura sino facilitarle el hallazgo de su propio yo, con todas las riquezas de su mundo interior. A la muestra un botón y este es el caso de nuestra ex-alumna Judith pinedo, alcaldesa de Cartagena, cuando llegó al co-legio Montessori alrededor de los años sesenta con sus dos hermanas menores, Eulalia e Isabel.

Al poco tiempo percibimos en ella impulsos de liderazgo, de sacar ade-lante sus propósitos, no sólo obtenía la excelencia en sus estudios, que aún se conservan en los cuadros de honor del colegio, sino que conse-guía con iniciativas y proyectos, lograr arrastrar a los compañeros. Era

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parte de su personalidad no tener miedo para enfrentarse, reafirmó su seguridad desde que comenzó a escribir su columna en “El Universal” donde profesaba su espíritu para la lucha.

todos los cartageneros hemos visto su desempeño en muchas formas a pesar del sin número de oponentes y a pesar de eso, ella ha salido airosa. No dudo en que el futuro se enfrentará a posiciones de mayor responsabilidad con el mismo ímpetu que la caracteriza. por algo ella misma se colocó el apodo de “Maríamulata”, ese pájaro astuto, inteli-gente e incansable que ya hace parte de nuestra identidad.

Roberto Burgos cantor

Tendría cinco años cuando aprendió a leer en forma clara y con gran entonación. presentábamos en esa época cuentos caracterizados en el teatro Heredia, y como aún no teníamos enseñanza primaria escogía-mos los actores en el pre-escolar. Ensayamos a varios y solo Roberto nos dió la talla. El personaje que debía representar estaría detrás de bastido-res, como incógnito, y con voz fuerte, demostrando rabia, debía leer su papel. Nos asombramos de su intervención. Solo duró en nuestro cole-gio dos años porque su padre quería que iniciara la primaria.

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transcurrió mucho tiempo y no supe más de ese niño. Un día cualquie-ra alguien me dijo que había terminado sus estudios en Bogotá y que se comentaba que era gran escritor y había publicado su primer libro Lo Amador.

Cuando hace algunos meses anunció la prensa que tendría una charla en la ciudad y no pude asistir por ciertas limitaciones, compré su último libro La Ceiba de la memoria. Quería leerlo y transcribir a mis nietos, ya bachilleres, algunos trozos muy interesantes para despertarles el gusto por la buena lectura.

transcribo: “Con que esto es el nuevo mundo. En la franja de arena entre el mar y la ciénaga se levantaron algunas edificaciones de una ciudad a medio hacer: vivienda de madera y techos de palmas”. Esa era nuestra ciudad, que por su situación marítima y puntos especiales para el anclaje de los barcos, fue escogida por los comerciantes negreros para descargar su mercancía. Aquí llegaban de otros lugares a comprar los esclavos. por eso es explicable que los pueblos de las costas marítimas tengan su mayoría de gente negra. El resto de los habitantes son mes-tizos o mulatos, o posiblemente blancos, según las proporciones de las etnias que se cruzaron.

transcribo un trozo de La Ceiba de la Memoria.

“Mi nombre, Pedro, es Benkos Biojó. Gritar.

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El grito arroja, expulsa los males que me carcomen y debilitan por dentro. El grito llama a las fuerzas. Grito y me siento en mi tierra. La traigo aquí. Mi tierra de árboles gigantes y al borde de desiertos que vemos perderse sin cruzarlos. Mi tierra sin mí que viene en mí y es una ausencia a la fuerza. Lejana en que el mar se traga todo. El castigo impone este lugar. Quiere enraizarme. Y grito. Los vientos que silban y rondan ese mar se oponen al vuelo de mi grito. Mar que me da miedo. Mar que nunca he salido a cazar. Mar ante el cual estoy indefenso. Sin lanza. Sin garrote, sin antorcha”.

Y que Pedro, quien me llama Domingo y me enseña de su Dios, me oiga”.

pedro Claver con toda la entrega que hizo a los esclavos, tratando de mi-tigar sus enfermedades y maltratos no pudo quitarles del alma la gran tristeza que llevaban consigo por la separación de la tierra y de los suyos.

Hoy me complace haber leído en la prensa que en Cienfuegos y la Haba-na, fueron presentados recientemente los escritores y obras ganadoras del premio “Casa de las Américas 2009” y que dentro de los homena-jeados estuviera Roberto Burgos Cantor, autor de La Ceiba de la Memoria, exaltada allí en Cuba con el “premio de Narrativa José María Arguedas” y también fue finalista del “premio Rómulo Gallego” en Venezuela. Creo que el padre de Roberto, profesor de Humanidades de la Universi-dad de Cartagena, tuvo gran influencia en el desarrollo de su intelecto, pero no sé si alcanzó a leer algunos de sus libros.

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para mí, como educadora, es de gran orgullo haberle iniciado en su pro-ceso de aprendizaje y aun cuando yo no sea una intelectual como aque-llos otros que le han leído y juzgado, encuentro en La Ceiba de la Memoria un sentimiento humano tan profundo que nos hace admirar todas esas etnias que poblaron nuestro continente y en especial a Cartagena co-mo principal puesto de desembarque de esclavos y que inmortalizaron a San pedro Claver.

El deseo de publicar sobre Benkos Biohó se agudizó con el comentario de Gustavo tatis Guerra, donde resalta el interés de los afrodescendien-tes de Cartagena, de no dejar por fuera a nadie menos que al más gran-de líder Benkos Biohó, quien se adelantó a la independencia de Carta-gena de Indias.

la vigencia de Benkos cobra una nueva dimensión histórica y cultural al aproximarse el bicentenario de la independencia, según comentario de Gustavo tatis Guerra que cité anteriormente y se me antoja muy in-formado sobre el tema.

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Lo inolvidable

Es posible que uno pertenezca tanto al territorio de sus recuerdos co-mo al incesante encuentro con el presente y sus retos.

Más allá de lo que cada quien conserva, dulcificado por los años o con las censuras de la vergüenza, hay fragmentos de la vida compartida que reposan en la memoria amorosa de los otros. Ese tejido de circunstan-cias y momentos al rescatarlos del silencio de la vida transcurrida, ha-cen visible una sustancia que funda el placer de reconocerse en la com-pañía protectora y fecunda de los otros.

Así, al leer el conmovedor texto que publicó Ana Elvira Román en la pasada edición dominical de este diario, sentí la presencia poderosa de lo humano, el lugar que tienen los actos, por nimios que parezcan, en la armazón de un destino. Y más que todo sentí su amor como fundamen-to de la vocación a la cual se entregó y cuyo ministerio ejerció con suma delicadeza.

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Nunca requirió de esfuerzo para estar otra vez en el jardín de la infan-cia. para mí no es una calistenia de la memoria, sino una necesidad de afianzar pertenencias, renovar vínculos con los solares, volver a ver de dónde partí para mantener lealtades y saber que aún tengo un refugio.

los años del jardín infantil Montessori permanecen intactos. A lo mejor enriquecidos por la comprensión que aporta a lo vivido el número de los días y la certeza de que ya nada puede expropiar los recuerdos.

En ese entonces, desde mi asombrado y ansioso asomarme al mundo, Ana Elvira Román era la imagen de la energía y la elegancia. para una escolaridad entregada a las órdenes religiosas con su persistencia en el sufrimiento como vía de la perfección moral, ésta mujer liberal, que practicó la política en un tiempo que estuvo capturada por los varones, representó una revolución.

El Jardín tenía su sede en el pie de la popa. En una de las villas amplias, altas, de escalas y terrazas, con ventanería francesa, de la calle Real, es-coltada por bongas que en alguna época del año cubrían de pelusa blan-ca el pavimento. tenía un patio tan grande que se perdía en la penumbra de los árboles de tamarindo, mango, mamón. En el recuerdo veo a los niños con pantalón corto de caqui y camisa blanca. Era mixto y las niñas usaban un azul leve de rayas blancas. Era tan libre y tierno el jardín que uno podía terminar de tomarse el tetero en el bus. por ello los mucha-chos de otros colegios gritaban en coro al encontrarse con el bus del jar-dín, ¡el bus de los teteros! Ya sabrían cuánto se depende de la teta.

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tengo presente el día que la directora presentó con orgullo legítimo la adquisición del escenario de los títeres. Fue una fiesta que se agregó a los columpios y subibajas con que jugábamos. Qué bella manera de dar-le voz a los fantasmas de nuestros sueños y de las vigilias en oscuridad.

No sé cómo hizo Ana Elvira para desenterrar mi disfraz favorito, el de pirata. Sí sé que era el único colegio que hacía un concurso de disfraces. Esto para los cartageneros y las artes plásticas es fundamental.

Ana Elvira, debo darle las gracias por ser mi maestra y cuidar mi niñez a pesar de que hoy no he pagado la matrícula.

Roberto Burgos Cantor

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Mi reino por una iguana

Amparadas por un antiguo juramento, las famosas iguanas del ba-rrio de Manga lograron sobrevivir y educarse en sagrada armonía.

En el colegio Montessori, por ejemplo, nadie se asombra si al abrir un pupitre, mamá iguana y sus verdes muchachitos le saltan por encima de su cabeza, atraviesan el aula, salen al patio y, garbosamente, suben al palo de caimito a terminar la siesta.

pero tanta tolerancia y respeto tienen sus raíces en la historia de la ciudad.

A principios de siglo, don Dionisio Jiménez, solvente y distinguido ca-ballero de la aristocracia cartagenera, decidió comprar y urbanizar la Isla de Manga. trazó sus calles y demarcó generosos lotes rebosantes de sombra. pensaban, incluso, que don Dionisio debía estar mal de la cabe-za, pues eran épocas de ruina y depresión. pero contra todos los pronós-ticos, Manga se fue llenando de voces y colores; florecieron viviendas de

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diversos estilos, campestres la mayoría, unas evocaban a Francia, otras, calcadas sin permiso de las casonas de la Habana.

En quince años el barrio de don Dionisio ya estaba poblado y muchos cartageneros se quitaron del cuello las asfixiantes murallas. Aparecie-ron jardines, huertos, hortalizas, árboles frutales a tutiplén y se orga-nizaban safaris en busca de iguanas, pues los mangueros de entonces saboreaban los huevos extraídos del vientre del manso Dinosaurio, que luego se convertían en choriceras enrolladas a sus cuellos, mientras dis-frutaban de las tertulias en las amplias terrazas.

Carlos Vélez Daníes, para garantizarles aquél manjar a la parentela, mandó a traer desde su ingenio en Sincerín, una lancha repleta de los indefensos reptiles y los soltó, como gallinas, en el patio de su casa.

Allá por los años veinte, una de sus hijas, Catalina Vélez torres casó con Enrique pío Román y juntos construyeron la hermosísima “Casa Román”.

En uno de sus viajes a la Habana, donde le quedaban negocios, Enrique pío, furibundo amante de la naturaleza, compró al dueño de un circo en bancarrota, una pareja de iguanas amaestradas. Al retornar a Carta-gena, mientras su esposa exhibía a sus amigas los vestidos y sombreros con el último grito de la moda, don Enrique pío, ordenaba construir el nido de amor a los recién llegados.

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Se organizaban romerías para observarlos. Él, galante, caballero, repetía delicados ademanes intentando, inútilmente, contentar a la princesa. Ella, glamorosa y triste, se balanceaba en los trapecios de la jaula, mi-rando de soslayo a los curiosos.

Muy pronto, el aroma y el donaire de la cubanita se dispersaron por to-da la isla de Manga y llegó desde el vecino patio de la casa de los Vélez, una excitada manada de caporos que, con solo mirar a la prisionera, requebraban de pasión y frenesí. Don Enrique, comenzó a inquietarse y nombró a uno de sus mozos, fusil en mano, centinela del asustado matrimonio. pero una mañana, mientras aseaban la jaula, en un abrir y cerrar los ojos, los artistas recuperaron su libertad e inmediatamente se inició una encarnizada batalla por la damisela. Aseguran que el furor de la reyerta asustó tanto al cubiche que fijó su residencia definitiva en las Islas Galápagos, frente al Ecuador. Don Enrique, contrató a cien hombres, les ofreció el cielo y la tierra con el fin de rescatar a la Julieta ,pero resultó imposible; su corazón ya pertenecía a un atlético hijo de Sincerín.

Finalmente, la Casa Román aceptó el noviazgo, condicionado a que los habitantes de Manga no volverían a cazar iguanas. todos juraron respe-tar el armisticio con tal que el barrio recuperara la tranquilidad perdida.

por eso, cuando Ana Elvira Román de García, el 2 de Junio de 1949, decidió fundar su colegio Montessori, el Secretario de Educación de en-tonces y la Junta de Notables de Manga, entre los cuales se encontraba

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don Enrique pío, condicionaron la licencia de funcionamiento a que le permitiera a los descendientes del plebeyo y a la princesa, asistir, sin sobresaltos, matrículas ni pensiones, por lo menos a las clases de litera-tura, artes plásticas e historia universal.

Cuando el prestigioso plantel educativo celebró sus bodas de oro, cien-tos de manos dibujaron en las gradas del patio, una enorme iguana, ha-zañosa, pensativa y libre, dispuesta a desafiar el paso de los siglos desde su trono de luz y clorofila.

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Henry vergara SagbiniUn impulsor persistente

Siempre tuvimos personajes que se involucraban de cuerpo y alma con el desarrollo del colegio. No sólo formaban parte de la asociación de padres de familia, sino que participaban como activos asesores, defi-niendo metas, innovaciones y proyectos.

Es el caso del doctor Henry Vergara Sagbini, quien fue uno de los pione-ros para la apertura del bachillerato académico del colegio Montessori donde se educaron sus tres hijos: Henry leonardo, César Augusto y Ga-briel Elías.

Él se opuso a incluir estas frases de agradecimiento a su nombre, pero yo soy la dueña y señora de cada una de estas palabras.

Sin duda alguna que el doctor Vergara Sagbini se convirtió en el “mar-capaso” de esta aventura literaria; animándome con extrema paciencia y bondad para que hoy, todos ustedes, tengan en sus manos este mane-jo de mis más íntimos recuerdos.

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Mi padre Manuel Román vélez

Mi padre era descendiente de los Román & picón que vinieron de España, de palos de Moguer. llegaron aquí por un naufragio, donde ve-nía el hijo del Marqués de Valdehoyos a reclamar una casa que habría dejado su padre.

El señor Román & picón se enamoró de Cartagena y como era farma-ceuta organizó su farmacia, después un laboratorio y por último la fá-brica de la Kola Román.

A pesar de haber viajado por Europa y vivido permanentemente en Car-tagena, su ciudad natal, a mediana edad le entusiasmó la vida de los pueblos, tal vez porque su madre era condueña de una flota de trans-porte de navegación por el río Magdalena que cruzaba muchos pobla-dos del Canal del Dique. Ahí, en un desconocido pueblo llamado Sopla-viento, contempló maravillado una ladrillera que más tarde la adquirió. papá fue fundador y dueño del periódico llamado “Restauración” don-

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de exponía sus ideas políticas en forma franca y transparente, hasta el punto de criticar algunas actuaciones de su tío gobernador por la cons-trucción del puente Román, al igual que al señor Jiménez, dueño de casi todas las tierras de lo que hoy es el barrio Manga. Mi padre se fue quedando y organizó otra familia. Gustavo y yo nacimos en Cartagena y los otros cuatro en Soplaviento.

Allí compró fincas, ganados, y construyó dos casas. Una a orillas del Ca-nal del Dique y la otra en la parte alta para cuando venían las crecientes del río.

En Soplaviento viví yo desde los cuatro años y a los doce me llevaron interna a un colegio de la ciudad, a estudiar para maestra, según deseos de mi abuelita.

Yo no he podido olvidar ese pueblo, ni mucho menos el Canal del Dique, quizás porque ahí se inició mi adolescencia. Aún sueño con las taruyas florecidas, azules y lilas, e imagino que el río Amazonas las llevó hasta el frente de mi casa. ¡Cuánto daría por tenerlas en mi estancia y poder tocarlas con la punta de mis dedos!

Yo fui muy apegada a mi padre, pues él siempre insistía que yo había heredado los ancestros literarios de él y de su hermano Ricardo que es-cribía versos que le fueron laureados.

Acostumbraba a subirme sobre una mesa y me ponía a recitar versos escritos por él, de Amado Nervo, Rubén Darío, Julio Flórez y José Asun-ción Silva.

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pero es éste el que más me gustaba:

Hay un lugar donde el dolor imperahaciéndose sentir hora tras horadonde hay seres que sufren sin remedioy eterno mal su corazón devora.Y en ese sitio donde todo es tristela muerte en su carroza se paseay allí solo se escucharon los gemidos que lanzarael profeta Idumea.

Este verso se refiere a los leprosos de Agua de Dios. Su situación con-movía las fibras más íntimas de mi espíritu.

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Mi madre Ana Angulo del castillo

Era de temperamento muy alegre y siempre le sirvió a mi papá de secretaria; pasaba manuscritos los artículos que papá publicaba en su periódico. Disfrutaba mucho leyendo novelas y algunos libros que le lle-vaban de la ciudad.

Hizo que leyéramos juntas la historia de la Revolución Francesa, y yo con ese espíritu de controversia tomé enseguida partido a favor de los girondinos que apoyaban la monarquía, en contra de los jacobinos que llevaron a los reyes a la guillotina.

Mi madre no supo ser buena administradora, muerto papá entregó el manejo de las fincas a personas inescrupulosas, que al cabo de algún tiempo acabaron con nuestro patrimonio.

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papá había muerto cuando yo tenía doce años y a mí me mandaron interna para Cartagena a un colegio de religiosas. Decepcionada, quise desde ese momento entrar al convento. Ya les había contado que tenía un hermano, mayor que yo diez años, pero apenas adolescente se vi-no a la ciudad a estudiar el bachillerato, no siguió carrera porque papá no lo apoyó en la que había escogido y al cabo de un tiempo terminó casándose.

la responsabilidad del sostenimiento de mi madre y tres hermanos me-nores quedó en mis manos.

A pesar de que yo me había graduado de profesora, trabajé algún tiem-po con las religiosas y después un familiar me vinculó a oficinas del gobierno. Fue un viaje forzoso: primero la contraloría departamental, después la auditoría fiscal y por último la oficina de catastro.

Afortunadamente a un amigo de la familia, Enrique Castillo Jiménez, lo nombraron Secretario de Educación pública y como él sabía que yo me había graduado de profesora, me nombró directora de la escuela normal de Señoritas, eran como 300 alumnas y la mayoría de provincias.

Gracias a todos estos antecedentes familiares pude realizarme como educadora y hoy doy gracias por estas bellas oportunidades que la vida me brindó.

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La abuelita vicenta del castillo Ariza de Angulo

La abuelita es la bordadora de sueños, la ternura que no envejece en el tiempo. la contadora de cuentos bajo un cielo liso y azulado. "Abuelita, y el cuento de la sirenita", reclama leandro, mi nieto de ocho años.

–Recuerda que te había contado que la sirenita era mitad pez y mitad niña, pero que un día se sintió muy sola y quiso jugar con niños a la orilla del lago…–

–¿Y la casa encantada? Era tétrica, de amplios corredores, donde el viento sonaba en la penumbra, pero allá estaba la princesa y había que rescatarla…–

podría seguir contando miles de cuentos y siempre tendré buen audito-rio. para los niños las horas no tienen fin cuando de cuentos y narracio-nes se trata.

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Viene a mis añoranzas la figura aparentemente frágil de mi abuelita materna. Se llamaba Vicenta Del Castillo Ariza de Angulo. Estudió para maestra y con ese espíritu y entusiasmo fundó una escuela. De ella he-redé mi afición por la enseñanza.

la casa de mi abuela era de amplios corredores, embalaustrados, en donde el viento silbaba como un violín a través de un zaguán.

los árboles frutales la cercaban y senderos de grama nos comunicaban de un lado a otro. la cocina también era diferente, no había estufa sino fogones de leña. En esa vivienda funcionó la escuela de mi abuela.

la casa estaba muy cerca del Canal del Dique. Allí flota para siempre en mis recuerdos. por allí viajaban las chalupas, las lanchas, los buques a vapor, las dragas que estabilizaban el nivel del agua.

para mi abuela, la escuela no sólo eran las instalaciones físicas, sino que también supo imprimirle elevados conceptos de individualidad y disci-plina necesarios para una integración. Mi abuela era maestra, y con to-da la significación que tiene este vocablo, nos preparaba para el futuro, siempre con proyecciones personales hacia metas no clasificadas, pero de hondo sentido humano.

¡Cómo recuerdo a esa abuela! Me gustaba su talante, su altivez, su don de mando, la resonancia de su corazón, su manera dulce y recia de querernos. Severa a ratos, pero con gran ternura. Nos levantaba muy

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temprano cuando aún no aparecía la aurora, y con tres o más nietos comenzaba nuestro peregrinaje por la zona el mercado: fritangueras, echadoras de agua, ahijados postrándose a cada paso para besar su ma-no… Después llegábamos al corral de las vacas a tomar la leche.

En esta vida de contacto con los nietos, los abuelos sólo esperamos que los padres sean más comprensivos, que no sientan celos por compar-tir con nosotros esos afectos. Sólo buscamos volvernos un poco niños junto con ellos, y derramar toda nuestra ternura, ya vieja, pero sólida y constante, queriendo que los años no transcurran en vano, sino que ese afecto que profesamos a los nietos nos ayude a seguir viviendo.

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Mis hermanas

Meme

En todas las familias nos inclinamos afectivamente más a unos que a otros, según los temperamentos, simpatías y convicciones que se nos vayan demostrando. En mi casa, me apegué desde el principio a mi her-mana Meme y a quien cargaba en mi cintura, colocándole el nombre de una amiga del colegio, “lill María”. Ella más tarde oyó el nombre de un pescador vecino de mi casa que le decían Meme y entonces no quiso que la llamara de otra manera.

Era muy bonita y siempre tuvo muchos enamorados, entre ellos un co-mandante de la base naval, pero mi hermano mayor pensaba que debía esperar y esperar.

Nunca se casó porque se mantuvo enamorada de un primo. A Meme no la podré olvidar y aún la siento a mi lado, al pie de mi cama.

los recuerdos que amarran.

Éramos seis hermanos con diferencias notables de temperamentos. tal vez el hecho de ser la más dedicada a ellos los estimuló siempre a bus-carme. Hoy estoy sola. todos, uno tras otro fueron muriendo y yo con esta gran soledad, sigo recordándoles.

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la última en morir se llamaba Nolly. por ser poco la diferencia de eda-des nos manteníamos muy unidas y compartimos los hijos, ya que ella tuvo cuatro y yo no pude tener ninguno.

Nolly

Siempre fuimos muy unidas; le llevaba solo cuatro años. Mi papá quiso llamarla Nolly Me tangere por la estatua de la libertad del parque que que-daba frente al teatro Cartagena, para significar “no me toquéis”. Siempre estuvo conmigo en el colegio, a pesar de ser bastante desaplicada.

Cuando me nombraron directora de la escuela normal de señoritas y me dieron una alcoba muy elegante, con escaparate, tocador y buena cama con colchón, enseguida se mudó conmigo. Nunca habíamos disfrutado de comodidades. Se hizo amiga de las docentes internas que estaban en el colegio, casi todas de primaria. Siempre disfrutábamos de los paseos por el río Magdalena en buques apropiados para circular por el Canal del Dique, llegamos hasta la dorada y de allí hasta Bogotá, donde nos hospedábamos en una escuela normal; después de permanecer una se-mana, venía el regreso por Medellín. todos estos paseos los suministra-ban los diputados. Dos meses después nos facilitaban un bus para co-nocer las sabanas de Bolívar, nos hospedaban en las escuelas públicas. Como todas las alumnas eran jóvenes y simpáticas, tuvieron muchos enamorados. Solo yo debía mantenerme al margen porque era la direc-tora. Nolly era bastante atractiva y la perseguían los enamorados.

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Cuando mi vida siguió otro curso, Nolly se trasladó a vivir donde Os-valdo, mi hermano mayor. Allí se enamoró del hermano de Graziella mi cuñada, pero su madre fue opuesta a esta simpatía, mi hermano mayor también.

pasaron los años y ella llegó a enamorarse de un ganadero con quien compartió su vida.

Hoy me hace mucha falta porque fuimos las hermanas más unidas. So-lo espero encontrarnos en el otro mundo con la misma simpatía y afec-to que nos brindamos siempre en este mundo.

Ella quiso que fuera colocada en el mismo féretro donde estaban las cenizas de su hijo Federico, que la traumatizó tanto. pidió que al morir la vistieran de amarillo, elegante con el mismo vestido que casó a su última nieta y que la maquillaran muy bien y le pusieran flores amari-llas en la cabeza. todos logramos verla como en sus mejores tiempos y no pensamos que eran las cenizas de Nolly. Hoy queda solo en nuestros recuerdos que está junto a su hijo Federico, unidos en una sola ceniza.

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Recuerdos de Pasy

Así le llamaba su papá porque era muy inquieto.

lo conocí la primera vez en una residencia donde se hospedaba la espo-sa de un primo suyo. Desde el primer momento me mostró simpatía y me manifestó que le produje desde el principio una impresión de fres-cura y sinceridad que hacía tiempo no sentía, yo me anticipé a decirle, me llamo Analva, no era que me disgustaba mi nombre, sino que me gustaba el tema de los seudónimos, tal vez para parecer más interesan-te. también recuerdo en otra ocasión, siendo más joven, cuando me to-có participar en un programa junto con otros jóvenes donde se nos ha-cía competencia de preguntas intelectuales y esa vez me llamé, Nereida.

Ya en Bogotá me tocaba buscar trabajo. El primero fue en un banco que apenas comenzaba y hoy se llama, “the Nacional City Bank” y a pesar de no saber inglés, eso no fue impedimento para lograr ser la secretaria del director general.

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Un día pasy viéndome salir de noche de mi trabajo, me confesó que quería darme un beso, sin embargo me respetó y le agradecí ese gesto. Yo sé que cuando nos encontremos en el otro mundo, aparecerá ante ti la Analva que te quiso y que supo apreciar las cualidades humanas que posees.

Adiós mi querido pasy, siempre fuiste mi caballero, cuando volvamos a encontrarnos te daré todo los besos que por timidez no quise darte.

¡Tu Analva del amor!

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El ángel que nunca llegó

¡Hijo mío que nunca naciste! preparé mi vientre para acunarte, me rodeé de música y de flores para tener un buen talante que me hiciera ver bello el contorno que me rodeaba, me alimenté para que fueras un niño sano, cambié de vestido, deseando lucir mi maternidad… pero un día… manos inescrupulosas te extrajeron de mi vientre, tenías cinco meses y estabas vivo. Consideraron los médicos que me atendieron que los miomas que me rodeaban no permitirían tu desarrollo. Más tarde otros conceptos creyeron que dejándome acostada hasta tanto culmina-se el embarazo hubiera podido salvarte.

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Y comencé a buscarte a través de aquellos niños que año tras años lle-gaban al colegio, y que crecían en mi mente, y así llegaste a ser ado-lescente. pero en esta búsqueda llegó un momento en que no lograba identificarte, no tenía en el colegio niños con los que pudiera hacer una comparación y comencé a resignarme, porque en este trasegar de año tras año, no me había convencido de que el niño que buscaba ya no es-taba en nuestro ambiente.En esa búsqueda del hijo que habíamos deseado y ante la perenne frus-tración de mi esposo, surgió un hermano compasivo. Ya él había tenido varios hijos y creyó que si tomábamos en adopción a la niña que acaba-ba de nacer, podría proporcionarnos una gran felicidad.

Así llegó Marité a nuestros brazos. Mi esposo se agarró a ella como si representara todo su empeño para seguir viviendo. A mí me llenó de esperanzas y derramé sobre ella toda la ausencia del hijo que perdimos. Marité fue criada con todo el empeño y esmero que puede dársele a una hija muy querida. Desafortunadamente mi esposo no logró sobrevivir. A los diez años de Marité, murió repentinamente.

Comienza entonces mi inquietud para educarla. todos los esfuerzos me parecían pocos, quería que sobresaliera en todos los campos. Claro está que enseguida la encaminé hacia la enseñanza. Su futuro estaba en el colegio. Y en ese empeño quise sacarla al extranjero.

permaneció durante largos años fuera de la casa y a medida que pasaba el tiempo, la soledad me maltrataba. Obtuvo muchos títulos, entre ellos aprendió el francés y el inglés perfectamente y se graduó en Gerencia

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Educativa y método Montessori en los Estados Unidos, donde logró profundizar y ponerlo en práctica en el Colegio.

En este trasegar de año tras año, llegó también el hombre que la des-posó y hoy tengo dos bellísimos nietos, Adriano y leandro, que han en-dulzado mi vejez. Gracias Dios por traer este milagro a casa. Gracias por haber enviado a Marité a nuestro hogar.

Gracias Marité y a todo su equipo de trabajo por haber hecho crecer el colegio y comprender que sólo se puede salir adelante con grandes im-pulsos y empeños. Esta hija ha comprendido generosamente a su madre y ha enrumbado al colegio Montessori hacia la excelencia académica y hacia una conciencia social para formar ciudadanos del mundo.

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Adriano y Leandro

Cuando supe que mi hija Marité iba a tener un hijo, me parecía largo el tiempo que debía esperar. Vigilé la crecida de su vientre y su bienestar.

los dolores de parto fueron intensos y como yo no había tenido hijos, estaba muy tensionada, imaginariamente veía a Adriano nadar aferra-do a la placenta de su madre, mientras la vulva se ensanchaba lenta-mente como si se abrieran los pétalos de una flor dejando asomarse la cabecita, mientras el médico lo ayudaba a nacer. lloró en un momento; su cabello era claro y tendía a parecerse a su madre. Fue comilón desde el principio y se prendía de las mamas hasta extraerles la última gota.tres años después llegó leandro; este vino por cesárea porque la madre tuvo dificultades. Resultó rubio, muy parecido a su padre.

para nosotros, en especial sus padres, fue un regocijo muy grande y vi-víamos sujetos de ellos viéndolos desarrollarse, crecer, gatear, caminar y hablar. Hasta que un día coincidimos que ya estaban en edad de colegio y los vestimos con sus morrales y loncheras.

la vida en el colegio la alternaban con los deportes que les había or-ganizado su papá, lo mismo que las clases de batería para Adriano y

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de piano para leandro. Ambos demuestran gran sentido del ritmo y la música. tienen ancestros melódicos del lado de sus abuelos paternos y de su papá que le gusta la guitarra y el canto.

Siguieron creciendo y desarrollándose. Adriano llegando a la adolescen-cia con todas las incertidumbres y vacilaciones de esta edad, enamorán-dose todos los días de niñas diferentes y soñando con las fantasías de los primeros amores.

leandro simpático y afable, afectuoso con todos en la casa y nos besa frecuentemente. Ha demostrado facilidad para el canto y el baile. Son dos jovencitos encantadores.

la llegada de estos niños fue como fertilizar mi alma y colmaron las ilu-siones de sus padres que soñaban por reproducirse. Un hogar sin hijos es un suelo yerto donde se espera que germinen el semen y los óvulos de sus padres. Bendito sea Dios que supo hacer florecer las esperanzas de tener hijos para que crezcan y se reproduzcan.

Ellos llenaron mi vida del vacío intenso que la falta de hijos me mante-nía solitaria, a pesar del afecto de Marité.

Siempre pienso que a los nietos llega a querérseles más que a los hijos, tal vez porque nos encontramos más viejos y solitarios y además ellos son muy afectuosos. leandro siempre me dice: –Abuelita, tú no te vas a morir, queremos tenerte siempre con nosotros. Cuando ya no camines

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yo te llevo en la silla de ruedas y te paseo por todo el barrio–. A ratos me besa y me dice: –¿Abuelita, por qué eres tan linda?–. Adriano es más serio pero también me manifiesta su afecto.

para mi, Adriano y leandro han llenado mi vida. pido cada día a Dios que los proteja por los caminos y senderos que les toque recorrer y que de seguro guardarán un recuerdo de esta vieja que los quiere tanto.

Creo que les he dejado buenos recuerdos; generalmente los dormía, so-bre todo a leandro que pedía que cantara:

Señora Santana ¿por qué llora el niño?por una manzana que se le ha perdido:yo no quiero una, yo no quiero dosquiero mi manzana que se me perdió.

Recordando a José Asunción Silva, les entonaba su tierna canción de cuna:

¡Aserrín!¡Aserrán!Los maderos de San Juan,piden queso, piden pan,los de Roque, alfandoquelos de Rique, alfeñique¡Los de triqui, triquí tran!

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Mis sobrinos

Dentro del grupo de miembros de mi familia que he nombrado como mis raíces, quiero nombrar a mis sobrinos. Fuimos seis herma-nos, cuatro hermanos: Osvaldo, Gustavo, Ariel, Nolly, Meme y yo. De mi hermano Osvaldo con Graciela Román nacieron: Osvaldo, Amaury, Ariel Enrique y Hernando.

De ellos quise mucho a Amaury porque desde chiquito se me parecía al niño Jesús, cabellos rubios, ojos azules, y como yo lo consentía bastan-te, cuando visitaba su casa quería dormir conmigo.

Gustavo, mi segundo hermano, fue bastante prolífico, casado con Ninfa Vega y tuvieron siete hijos: Vilma, Gustavo, Edgardo, Gabriel, Elvirita, Marité y Manuel. tabí vivió en casa con nosotros por un tiempo, por cosas de estudios, igual Vilma que convivió con nosotros parte de sus primeros años de primaria y adolescencia, llenando nuestra casa con su espíritu alegre y rebelde. A Vilma también la hemos querido enor-memente. Ella se casó con Abelardo González, un bogotano muy buena

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persona. De allí nacieron paola, Juan y Esteban, a ellos los he querido como nietos y me siento feliz con ellos, pues no solo son personas de bien sino que también, han sobresalido como grandes visionarios y em-prendedores. Con mucho orgullo de Juan Sebastián que vino en esta pasada Cumbre de las Américas como delegado y acompañante del pre-sidente de los Estados Unidos, Barack Obama y vicepresidenta Hillary Clinton. De este grupo también he querido a Elvirita, Gustavo, pepe, Edgardo y Gabriel.

De mi hermana Nolly casada con Rafael Mercado nacieron cuatro hijos:Rafael, Grace, Federico y Nolita.

De mi hermano Ariel casado con Alma Amor... Ariel desafortunada-mente murió muy temprano, tuvimos una sola sobrina, Ana piedad.

De Meme mi hermana, a pesar de ser muy bonita no se casó. Ella era sencilla y amable, pero de fuerte carácter, ayudó a todos sus sobrinos en diferentes momentos de la vida a criar; fue mi acompañante durante muchos años en casa. Ella estaba dotada para ser la mejor ama de casa y madre.

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Un médico con calidad humana

Tendría como tres años de estar enferma con distintos quebrantos y cambiando permanentemente de médicos sin resultados a la vista. Estas dolencias me afectaron el ánimo y me volví depresiva y sin deseos de seguir luchando por mi vida y el colegio.

Una amiga que era psicóloga y conocía mi decaimiento me despertó cierto entusiasmo. Un día me informó que en la Universidad San Bue-naventura donde ella trabajaba, conocía a un profesor de farmacología y con aspiraciones de estudiar psiquiatría. Me entusiasmé y de inme-diato le pedí lo llevara a visitarme.

Un día por la tarde se presentó en mi casa acompañada de un hombre relativamente joven y lo recibí con gran simpatía, que facilitaron el tra-tamiento. Se llama Francisco Barrios Ayola y comenzó a mirar todos los remedios, le parecieron demasiados para los males que yo presentaba y que era necesario cambiar las drogas que estaba tomando para la depre-

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sión. Desde el principio apoyándome en la simpatía que me demostraba comencé a confiar en él.

también quise leer algunos libros que pudieran ayudar a orientarme y cayeron en mis manos, algunos de Jorge Bucai, argentino famoso por sus libros de psiquiatría. leí el primero El camino del Encuentro, después El Camino de las Lágrimas.

Hoy más que nunca hago propios los versos luminosos del dolorosa-mente inmolado Facundo Cabral:

¡Qué suerte he tenido de nacer!para tener acceso a la fortunaDe ser río, en lugar de ser laguna¡De ser lluvia, en lugarde ver llover!.

Realmente doy gracias a Dios, por haber encontrado en mi camino a un médico amigo, que me ayudó a recuperar mi salud y las ganas y el gusto de un nuevo amanecer para renovar mi vida y seguir trabajando en mi colegio, leyendo mis libros predilectos y tratando de escribir algo que renovara mis añoranzas.

la vejez llega cuando “el paso de los recuerdos es mayor que el de las esperanzas”, rezaba un proverbio árabe.

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Los galeanos de cabecera

Mi vida ha sido larga y fructífera, no he dejado de tener achaques de salud, como es apenas natural por mi edad, mis dolencias se han agrandado en los últimos años. Es el óxido de la vida y para sobrellevar-lo he contado con excelentes galenos que han oficiado como mis médi-cos de cabecera, convirtiéndose, además en mis grandes amigos.

¿Cómo no recordar a Daniel Vargas, a Eusebio Guerrero, a Enrique De la Vega, a Ariel Díaz Echeverry?

En los últimos tiempos he recibido el bálsamo de la sanación de ma-nos de Hernando Vergara, luis Agredo, Alvaro Fortich, Jaime Cabarcas, Antonio María Martínez pizarro y Eduardo pertuz, estos dos últimos fueron además mis alumnos en su primera infancia.

todos ellos me atendieron y aún me atienden con gran profesionalismo y bondad, como corresponde a los hijos legítimos que escaparon de la indolencia de la ley 100 que convirtió a la medicina en una mercancía.

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La mujer maravilla

Hablar de mi madre es como abrir un libro de historias vividas en-tre la niñez y las demás etapas de mi vida. Hoy me invade la nostalgia de hermosos recuerdos infantiles.

Desde muy temprana edad, sentí que ella era diferente a las demás ma-más. para mí, era "la mujer maravilla". la que se iba al trabajo todo el día y justamente también era la dueña y directora en el colegio donde yo estudiaba; ella, la máxima autoridad, y yo, su hija. Aunque siempre fuí una alumna como las demás, de seguro que de alguna manera, reci-bía los beneficios de un "trato especial". lo cierto es que yo la veía como una mujer fuerte, segura y de armas a tomar, lo que me daba la certeza de tener un ángel protector.

Recuerdo que cuando niña le tenía mucho miedo a los rayos y truenos, para mí era una gran pesadilla cuando había tormenta y buscaba siem-pre el refugio de mi Cristo, la almohada y de mis padres, para que me protegieran. No podré olvidar cómo mi mamá se paraba en el balcón y

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miraba hacia el cielo y contaba el tiempo entre el relámpago y el trueno, y decía: –ya la tempestad se está alejando–. Esas palabras para mí eran lo único que yo quería oír para darme tranquilidad y no podía dejar de admirar su valentía, pues no podía creer que no tenía miedo de mirar el cielo, en medio de semejante tormenta.

Mi madre no solo era la directora del colegio, también enseñaba el ABC y cuidaba que la letra de sus estudiantes llevara el sello cursivo que mostrara pulcritud y legibilidad. pensaba que en la letra se ve reflejado el carácter y la personalidad, creo que con esto estarían de acuerdo to-dos los que pasaron; quienes la recuerdan también por ese sutil detalle de inculcar la buena letra como un sello Montessori y las puestas en es-cena de las fantásticos shows de baile con el profesor torres en el teatro Heredia, lo máximo en espectáculos infantiles en esa época. Desde niña siempre he escuchado con mucho entusiasmo sus historias de los primeros años del colegio, mencionaba con orgullo la primera banda de guerra infantil que tuvo la ciudad y cómo los niños desfilaban por las calles del Corralito de piedra con sus instrumentos y uniformes marciales, mientras la policía les abría calles de honor, dando paso a semejante espectáculo que dejaba boquiabiertos a los parroquianos con su arte y majestuosidad.

lo único malo de toda esta historia, es que ella no pasaba mucho en ca-sa pues como mujer líder y pujante, no llegaba a casa después de su do-ble jornada de trabajo en el colegio, ella, seguía sus funciones dirigien-

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do y coordinando reuniones o dando discursos políticos en programas radiales o en una plaza pública defendiendo los postulados del "gran partido liberal", que era su otra pasión. Ella llegó a ser la primera mujer diputada en el Departamento de Bolívar.

Mi madre también ocupaba el nivel más alto en el matriarcado en nues-tra familia Román Angulo, por su recio carácter y su enorme credibili-dad; a ella le endosaban casi todas las decisiones, incluyendo las com-plicadas piezas del ajedrez familiar; no obstante, también daba consejos a las familias que buscaban al colegio Montessori como una alternativa pedagógica para que sus hijos recibieran una educación integral.

Mi madre también es una sensible y avezada cronista; desde siempre ha escrito artículos de opinión periodísticos y cuentos de gran calidad narrativa. Hoy, desde la cima de su eterna mecedora, en la intimidad de su cuarto, aun escribe con la fluidez y el ímpetu de una adolescente, y la profundidad del sabio que recuerda el pasado y lo entrelaza con el presente y el devenir.

pero los escritos de mi madre van aun más allá, entre aromas y aliños de “tiempos Después”. Grandes y pequeños recuerdos que marcaron su ser y la motivaron a dejar en este libro su historia, página a página, de lo que fue y aun es su fuente de inspiración.

Mi madre, a quien amo y admiro infinitamente, permanece vigente, con la pupila de las águilas caudales, empecinada en dejar huellas profun-

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das en la historia de Cartagena de Indias, con su pensamiento román-tico y luminoso junto a su exitoso proyecto educativo que ha marcado numerosísimas generaciones en Cartagena y en toda la costa caribe co-lombiana, ofreciéndoles una educación renovadora para la sociedad y el universo "haciendo historia y transformando el futuro".

pasados los años, y ahora que yo soy doblemente mamá, no me queda duda que ella sigue siendo la "Mujer Maravilla", con una mente clara y precisa, capaz de encontrar rápidas y eficientes soluciones a laberintos y encrucijadas de su larga vida prodigiosa de longevidad familiar.

A ella le expreso a través de estas palabras, mi infinito amor y admira-ción. Mil gracias madre también por dejarme ese legado tan hermoso que es educar a los niños y jóvenes para transformar los sueños reali-dad. Que Dios te guarde y siempre.

tu hija

Marité

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¡Analva!

Cuando te conocí me produjiste una impresión de frescura y sinceri-dad que hacía tiempo no sentía. Me hiciste recordar a las muchachitas de mi provincia que no se dejaban dar un beso si no cuando creían que era un afecto serio. tú tendrías veinte y yo tal vez cuarenta. Mi traslado a Bogotá para terminar en el Externado mi carrera de abogado me acos-tumbró a pretender a las mujeres como algo ligero para pasar el tiempo.

En ti reconocí la inocencia absoluta, no sólo por tu edad, sino porque habrías permanecido siete años internada en un colegio de religiosas que te hicieron perder tus entusiasmos juveniles. Como notaron que tenías buena voz, te pusieron a dirigir el coro. te hicieron romper los libros de poesía que te había copiado tu papá. Fueron muchos los cam-bios en tu personalidad, según comentaron tus amigas. te dejaste cre-cer el cabello, no te empolvabas. Inclusive un día resolviste cambiarte el nombre. No me llamen Ana Elvira, quiero que mi nombre sea Analva!

¡Adiós Analva de mi alma! Quedaste prendida en mi espíritu para siempre!

tu amante esposo,Federico García De la Espriella

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Tabla de Contenido

• Prólogo 12

• Unpersonajedecarneyhueso 13

Escritos Literarios 16

• Aquellaciénagamágica 17• LlegadaaSoplaviento 21• Lunallena 23• Labañeradegranito 25• FiestasdelaVirgendelaConcepción 27• Miprimerlibrodecuento 31•LaeternaMaría 33• Quinceaños 35• Tiempodeinternado 37• Eltelegrafista 39• Caminosinciertos 42• Mirefugiocercadelmar 44• Laguardianadelasrosas 47• Mimatarratón 50• Enbuscadelospasosperdidos 52• Retratodelmaestro 55• Lavejez 57• Eltiemponoenvejeceelamor 60

• Elvotofemenino 63

Mis viajes 68

•Traslajuventudperdida 69•RumaniaeItalia 71•LagrutaAzurra 73•Venecia 75

•LaviejaPompeya 76

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vivencias del colegio 78

•Elpastorylasestrellas 79•Retratodeunsueño 82•Anécdotasdemisalumnos 87•Recordaresvivir 91•Elsueñocontinúa 95•JudithPinedoFlórez:Unaalumnaconarrestos 97•RobertoBurgosCantor 98•Loinolvidable 102•Mireinoporunaiguana 105

•Unimpulsorpersistente 109

Raíces y afectos 110

•MipadreManuelRománVélez 111•MimadreAnaAnguloDelCastillo 115•LaabuelitaVicentaDelCastilloArizadeAngulo 117•MisHermanos 120•RecuerdosdePasy 123•ElÁngelquenuncallegó 125•AdrianoyLeandro 128•Missobrinos 131•Unmédicoconcalidadhumana 133•LosgaleanosdeCabecera 135•Lamujermaravilla 136

•Analva 140