libro narco e identidad

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impacto del narcotrafico

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  • NARCOTRFICO

    E IDENTIDAD JUVENIL

    Luis Javier Corvera QuevedoJos de Jess Lara Ruiz

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  • Narcotrfico e identidad juvenil. Mxico: Universidad Autnoma de Sinaloa/Ediciones del Lirio, 2012 XXX, [x] pp. : 17 x 23 cm

    D. R. 2012 Universidad Autnoma de Sinaloa

    Impreso y hecho en Mxico / Printed in Mexico

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  • A mis hijos Sendick y Yussim.

    A mi esposa Ofelia Sarabia.

    A los jvenes estudiantes de bachillerato que con su participacin hicieron posible la realizacin de esta obra.

    Luis Javier Corvera Quevedo

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  • NARCOTRFICO E IDENTIDAD JUVENIL

    UN FARO DE LUZ

    Javier Valdez Crdenas*

    Una sociedad que asla a sus j-venes, corta sus amarras: est condenada a desangrarse.

    Kofi Annan, secretario general,onu.

    Antes de morir quiero tener la posibilidad de matar a unas seis o siete personas. Es un joven de preparatoria. Tiene entre 15 y 19 aos. Sus ojos brincan como galopa el potro indmito que anida en su pecho: vive en una ciudad, un pas, que oferta la muerte, que ha instalado un bufet con todas las formas absurdas, estpidas y grotescas para saborear, gozar y sufrir el fin violento de la vida. El testimonio que recogen Luis Javier Corvera Quevedo y Jos

    de Jess Lara Ruiz, catedrticos e investigadores de la Universidad Autnoma de Sinaloa (UAS) en Narcotrfico e identidad juvenil, refleja lo que somos: el narco nuestro de cada da. El narcotrfico dej de ser hace mucho un fenmeno policiaco,

    de buenos y malos, policas y ladrones, militares y sicarios. Ahora es una forma de vida que todo lo salpica e inunda a tal grado que aquello de que el que nada debe nada teme ha dejado de tener

    [7]

    * Javier Valdez Crdenas es reportero y columnista del semanario Ro Doce, corres-ponsal del diario La Jornada. Autor de las obras Los Morros del Narco, Miss Narco, entre otras.

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    vigencia en Sinaloa y muchas regiones del pas. En este escenario de tomar atajos hacia el infierno, todos tememos, aunque no deba-mos nada. Y son muchos los que han muerto a balazos mientras laboran o se trasladan a la escuela u oficina o estn detrs de un mostrador. Y no eran matones ni vendan droga ni tenan asuntos pendientes con el crimen organizado. Solo estaban, eran, vivan. De ah el valor de la frase es un peligro estar vivo en Culiacn, usada en diversos textos periodsticos sobre la criminalidad.Ah viven y conviven, mueren y son asesinados, los jvenes.

    Los que estn vivos tienen que posponer sus sueos porque no hay dinero para seguir estudiando y porque la falta de oportu-nidades laborales, los bajos salarios, les cortaron las alas. A los otros, los muertos, les cort la vida el narcotrfico, la impunidad, la polica o el ejrcito. Cuntos de los cerca de 50 mil asesinados durante el sexenio de Felipe Caldern eran inocentes? No son po-cos, pero quiz nunca lo sabremos. As lo dicta la guadaa ende-moniada de unos y otros, en un pas sin gobierno ni leyes, en el que muchas de las ciudades y comunidades son controladas por el crimen organizado.El narcotrfico ejerce su poder y no hay mejor apologa y pro-

    paganda que la realidad misma: el sicario que tiene camioneta y bolsos hinchados de dlares, cuenta con armas, proteccin de los cuerpos de seguridad, joyas y mujeres. El narco que no tiene com-petencia porque la sociedad, la iglesia, la autoridad, los partidos, estn postrados o seducidos o son cmplices. El narco y esa atrac-tividad. El narco y su seduccin sin parangn. Del otro lado estn las familias desintegradas, nios y jvenes con casa pero sin hogar y sin amor, la pobreza, el hambre y la creciente desigualdad social provocada por polticas econmicas y sociales que solo ahondan las abismales diferencias entre los que tienen y los que no.Por eso tiene vigencia y gran valor la investigacin realizada

    por Corvera y Lara. Adems, se trata de un estudio en medio del

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    pramo nuestro: en Sinaloa y en casi todo el pas son pocos los acadmicos que asumen la responsabilidad de diseccionar la reali-dad nuestra frente al fenmeno cotidiano del narco, el ejercicio de poder, los aspectos socioculturales, la identidad que distorsiona y genera. En una sociedad que no se ve frente al espejo, con organi-zaciones enmudecidas, partidos y lderes silenciados, universida-des extraviadas en el desierto de lo acrtico, el trabajo acadmico de estos investigadores asoma del otro lado de la bruma silente y macabra, como un faro de luz, una batalla ganada en la bsqueda del puerto seguro, un abono al conocimiento y contra la desespe-ranza.Quiero saber cmo se siente una persona que le ha quitado la

    vida a uno de los suyos, dice el mismo joven preparatoriano, en el testimonio recogido en este libro. Ojal con esta investigacin, y a pesar de estos testimonios o quiz por ellos, nos animemos a reconocer ese narco nuestro de cada da, al que parimos y metimos a la alcoba de nuestra vida cotidiana, y nos sostengamos la mirada frente al espejo: para que nunca ms ningn joven se plantee la po-sibilidad de matar solo por experimentar.

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  • PRESENTACIN

    Hasta ahora existen pocos estudios socioculturales enfocados a la identidad de los estudiantes de bachillerato (nivel medio superior) con el narcotrfico. No obstante, por separado diversos autores abordan esta temtica.1 La situacin de la educacin y de este sector social, tanto en el

    pas como en la entidad sinaloense, es crtica, sobre todo si se toma en cuenta que en Mxico solo estudia 46 por ciento de los jvenes y la desercin es sumamente alta (Valenzuela, 2009: 31), aunado al hecho de que un gran nmero de los jvenes podra considerar que es ms fcil escalar socialmente, a travs de las actividades il-citas, en particular aquellas relacionadas con el narcotrfico; sin duda va a prevalecer en ellos la percepcin de que no es a travs del estudio y la obtencin de ttulos universitarios como se habr de lograr algn progreso econmico.Con respecto al sistema educativo vigente, nos impone una vi-

    sin de la realidad a travs de un plan de estudios que el personal acadmico y los estudiantes deben acatar en todos sus trminos. En tal sentido, hoy contamos con programas de estudio que prio-rizan la educacin por competencias; es decir, partiendo de los co-nocimientos previos de los estudiantes, se pretende que constru-yan nuevos saberes para que sean capaces de saber hacer ante la problemtica acadmica y socioeconmica que se les presente.

    1 Entre quienes tratan en sus escritos sobre la juventud, destacan: Salazar, 2004; Prez Islas, 2008; Valenzuela, 2009; sobre la identidad, Erickson, 1989; Castells, 2000; Gemez, 2003; Gimnez, 2007; sobre el narcotrfico, desde la perspectiva cultural: Valenzuela, 2002; Astorga, 2004 y Cajas, 2009.

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    Sin embargo, las deficiencias escolares se aprecian cuando el jo-ven manifiesta poco inters por el aprendizaje, o al momento en que el sistema educativo ejerce un control para seleccionar las ca-rreras que se va a estudiar; tambin en torno a los programas aca-dmicos que se van a aprender por parte del bachiller, as como en la insistencia de las autoridades por imponer una forma de com-portamiento en la escuela, y la pretensin de regular la conducta de los jvenes dentro y fuera de la institucin.Lo que se aprecia es la insuficiente participacin del Estado

    mexicano para apoyar el rengln educativo, pues pareciera ir per-diendo importancia la educacin en la medida en que se va alejan-do de las expectativas de los jvenes para lograr el ascenso social por esta va. Al mismo tiempo que al graduarse no encuentran empleo y si lo consiguen, se dan cuenta de que los salarios son irrisorios y muchas de las veces sin las prestaciones laborales que favorezcan su calidad de vida. Aun as la escolarizacin formal del nivel medio superior lleva

    a conceptualizar la escuela como un espacio de interaccin fun-damental para los estudiantes del bachillerato. Es en ella donde se manifiestan la relacin con sus pares, su capacidad reflexiva, sus vivencias, creencias y anhelos. Pero tambin en donde observan a otros jvenes que poseen dinero y autos nuevos, que asisten a fiestas, que se emborrachan y que tienen xito con las mujeres. En-tonces pretenden emular sus actos, pero se encuentran con que sus padres no tienen el poder econmico para satisfacer esos deseos y es cuando pretenden acercarse a la ilegalidad: vender droga, sica-riato, sembrar marihuana.Es en este espacio donde adquieren identidad y sentido de per-

    tenencia, ya sea a la institucin, a algn grupo social, acadmico, poltico, y en casos extremos con grupos delincuenciales. Los j-venes llegan a las aulas con el propsito de entender la realidad, la problemtica social, pero tambin se encuentran con preparatoria-

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  • presentacin 13

    nos que han decidido ingresar en el narcotrfico como alternativa a las limitaciones econmicas de su familia, o por la influencia del entorno social. Por ello, para entender la identidad de los jvenes del bachillerato universitario con respecto al narcotrfico, debe pensarse la cultura como el elemento que nos da cohesin y sen-tido de identificacin con un determinado territorio, el gusto por la msica, el vestido, formas de hablar y la religiosidad, entre otros aspectos del mbito cultural, social y econmico.Entender el proyecto de los jvenes y su identidad con alguna

    de las aristas del narcotrfico nos lleva a vislumbrar la necesaria atencin a este sector por parte de maestros, autoridades acadmi-cas y polticas, e incentivar la capacidad que tienen los estudiantes para alcanzar los fines propuestos, muchas de las veces a travs de sus propios recursos. Vale decir que el presente trabajo no pre-tende abordar los nuevos perfiles del fenmeno del narcotrfico, tanto en lo concerniente a la produccin, comercializacin, trfico y consumo, sino el propsito es estudiarlo y analizarlo desde un enfoque sociocultural en relacin con el sujeto (jvenes del bachi-llerato) y el entorno social.Es por ello que el texto gira en torno a la siguiente pregunta:

    De qu manera se ve impactada la identidad del joven del bachi-llerato universitario en relacin con el narcotrfico?A su vez, los objetivos considerados fueron: a) describir la in-

    fluencia que ejerce el narcotrfico en la identidad del bachiller uni-versitario; b) identificar los smbolos y las prcticas sociales que dan sentido a lo que se denomina la narcocultura, y c) analizar la educacin (y en particular la escuela preparatoria) como un pro-yecto alterno a la identificacin que sienten los jvenes hacia el narcotrfico.El supuesto del que se parte es que: la identidad de los jvenes

    del bachillerato universitario est siendo impactada por diversas manifestaciones del narcotrfico, lo que genera en ellos un senti-

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    miento de temor y necesidad de autodefensa ante la violencia ge-nerada por el narco. Adicionalmente, aun cuando la actividad del narcotrfico es considerada ilegal, entre los jvenes preparatoria-nos se est incrementando su aceptacin.En el primer captulo se traza un bosquejo terico sobre la ju-

    ventud, desde una perspectiva sociolgica y cultural. Asimismo, se analiza el flagelo del narcotrfico como elemento cotidiano entre los jvenes del bachillerato, y se hace una descripcin de ese sector de la poblacin con respecto al mundo seductor del narcotrfico.En el captulo segundo se aborda el tema del narcotrfico en Si-

    naloa desde un enfoque cultural. Teniendo como referente el con-cepto de narcocultura, se exponen sus antecedentes y su influencia en la sociedad, la tolerancia que muestran la sociedad y el gobierno hacia algunos de sus connotados lderes, as como la admiracin de los jvenes hacia ellos. De igual manera se describen los rasgos y las distintas manifestaciones del narcotrfico, incluido el sicaria-to como una actividad delincuencial cada vez ms comn.Como parte del tercer captulo se presentan algunos enfoques

    tericos sobre la identidad, su nocin como constructo social, con sentido de pertenencia, de reflexin y de representacin del poder. Lo anterior se articula en los valores que integran la identidad, as como los elementos que la conforman: el vestido, la msica, los smbolos y el territorio.En el cuarto captulo se muestran los resultados obtenidos del

    caso emprico en la preparatoria Dr. Salvador Allende de la Uni-versidad Autnoma de Sinaloa y se realiza una interpretacin al respecto. Finalmente, el eplogo.

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  • LOS JVENES DEL BACHILLERATO Y EL NARCOTRFICO

    Veamos el trmino juventud como plural, es decir, como juven-tudes en un sentido amplio. Histricamente, desde la nocin de Aristteles, pasando, entre otros, por Rousseau, el concepto fue asociado con una connotacin negativa en el sentido de un esta-do de imperfeccin que requiere irse mejorando hasta alcanzar la edad adulta.En la actualidad ser joven es visto como una etapa de transicin

    en su proceso de formacin para que, mediante el dominio de co-nocimientos, habilidades y valores, se adquiera la capacidad para insertarse en el mundo laboral y poder contribuir de ese modo al progreso socioeconmico del entorno social como conjunto. En este marco est vigente el planteamiento de Durkheim que consi-dera a los jvenes como una continuidad en un contexto sociocul-tural, donde la accin de los adultos sobre las nuevas generaciones es la que contribuye a su socializacin. Pero en los tiempos moder-nos emerge la perspectiva antropolgica del aprendizaje de pautas culturales entre los mismos jvenes, sin tomar ya como modelo nico el comportamiento de los adultos, y en algunos aspectos como ruptura. Los casos ms elocuentes son explicados por la escuela crtica cuando los jvenes presentan resistencia al estatus ideolgico dominante.Despus de revisar diversos enfoques, la perspectiva sociocultu-

    ral parece un instrumento confiable para analizar este fenmeno del narcotrfico y su influencia en la identidad de los jvenes del bachillerato de la Universidad Autnoma de Sinaloa.

    [15]

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    La juventud desde una perspectiva sociocultural

    El individuo deja de ser l mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas cultura-les, y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los dems esperan que l sea.

    Erich Fromm

    Hablan de los mafiosos como unos dolos, aspiran a trabajar con ellos y a ascender. Para eso hacen hasta lo ms absurdo.

    Alonso Salazar

    Pretender obtener una definicin nica de juventud es una tarea compleja, pues existen distintos enfoques al respecto. Lo ms per-tinente es hablar en plural: juventudes. Por ello, se pueden enun-ciar diversas concepciones al respecto; lo mismo con la relacin que guardan stas con la educacin y la cultura, as como tambin con la identidad y el narcotrfico. Por juventud se entiende la construccin sociohistrica y so-

    ciocultural, que a lo largo de cada poca va a tener significados distintos. Por ejemplo: en la antigedad ser Aristteles quien al referirse a los adolescentes y jvenes lo har en forma descriptiva y negativa de stos. Pero quien implcitamente propone el estudio del joven es Jean-Jacques Rousseau y lo plasma en su obra Emilio, o De la educacin, cuando habla de la necesidad de educar al nio como tal y no como adulto: cada edad y cada estado de la vida tiene su perfeccin conveniente, su peculiar madurez. Y no solo es la infancia una etapa, sino que es un conjunto de estados sucesivos que, progresivamente, conducen al hombre (citado en Palacios, 2007: 40).En consecuencia no es de extraarse que en la visin de este au-

    tor se empiece a referenciar a la juventud tan solo como un periodo de vida en que las personas experimentan cambios no duraderos y

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    cuyas etapas, por ende, son transitorias hasta llegar a la edad adul-ta. La crtica de Rousseau al sistema imperante lo lleva a sealar que al nio se le atribuyen conocimientos que no posee y se le pre-tende dar significados en el aprendizaje que no le corresponden. Esto se puede apreciar cuando al nio se le viste como un adulto, y se le educa en tal sentido; se le habla de su futuro, de sus perspecti-vas. Situacin que al nio en esa etapa no le interesa.En pocas ms recientes, ser joven se vislumbra como una etapa

    de aprendizaje para que se inserte en el mundo laboral. Todo el entorno laboral se dise para pasar del hogar paterno al trabajo que se desempea fuera de ste. En otras palabras, el trabajo de los jvenes empez en casa, en forma artesanal, y termin en las fbricas, con el avance de las fuerzas productivas y la subsecuente industrializacin. Por ello, en los distintos momentos histricos el joven es considerado como proyecto de adulto, aprendiz de ciudadano o, en el caso de los jvenes pertenecientes a los sectores medios y bajos, como insumo afectivo o reserva para la industria-lizacin (Valenzuela, 2009: 109).Cabe decir que las disciplinas que asumen el tema de la juventud

    como parte de su campo de estudio enfocan ciertos problemas que para ellos son prioritarios y exponen sus planteamientos tericos desde su perspectiva disciplinar. Por ejemplo, la sociologa ha es-tudiado a la juventud concibindola por grupos de edades, y aun-que se hace referencia a este sector como una construccin social y cultural, ya que toma en consideracin un conjunto de prcticas que sealan una transicin entre el mbito infantil y la vida adulta, se significa la edad desde una perspectiva biolgica, pues se esta-blecen diferencias por el nmero de aos;2 no obstante, prevalecen discrepancias en torno a que

    2 V. gr. con base en el criterio de la Organizacin Mundial de la Salud (OMS), que define como jvenes a las personas con edades comprendidas entre los 15 y los 25 aos de edad.

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    la juventud se circunscriba tan solo a las edades, ms bien se trata de una clasificacin social y supone un sistema de diferencias, las cuales se rearticulan de diversas maneras y son las que precisan y dan conte-nido y sentido al ser joven (Reguillo, 2000:102).

    En este contexto, al concebir la juventud como una edad tran-sitoria se elude la polmica de que se trata de una construccin so-ciocultural, pues si bien es cierto es compartida por un grupo so-cial o como parte de una etapa de la vida del ser humano, no debe soslayarse que los individuos no siempre van a ser jvenes, pues en algn momento llegar el ocaso de su vida. Es decir, como todas las etapas, la juventud es un periodo de transicin ms que de con-sumacin o realizacin (Keniston en Prez Islas, 2008:253).Para comprender la discusin concerniente a los jvenes, es

    necesario remitirnos a los constructores de la sociologa. Desde Carlos Marx y Lenin, hasta Max Weber y Emilio Durkheim. En el caso de Marx, en sus escritos slo hace referencia a los jvenes sealando las extenuantes jornadas laborales; no obstante, aclara la alienacin en la que se encuentra este sector, pues es el sistema capitalista el que ejerce control sobre ellos y da como resultado la falta de conciencia de clase.Quien va a sealar categricamente a los jvenes es Vladimir

    Ilich, conocido como Lenin. En l est siempre presente la cues-tin juvenil, es el sector que puede cambiar al sistema poltico y los conmina a aprender y a transformar radicalmente la enseanza y la educacin, en forma organizada, como va para construir una nueva sociedad.Con respecto a Max Weber, sus escritos no hacen alusin a los

    jvenes o, en el mejor de los casos, solo se mencionan en forma es-casa y de manera circunstancial.En cambio, Durkheim va a ser ms explicito, particularmente

    cuando define la educacin como la accin de los adultos sobre los jvenes. Adems de lograr un cierto nmero de estados fsicos

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    y mentales que constituyen al ser individual y al ser social; en este ltimo predominan los sentimientos, los hbitos y las ideas pre-sentes en el grupo social de pertenencia, como creencias religiosas, prcticas rituales, etc. Durkheim es quien ms se enfoc en los jvenes, deca que stos tenan que aprender de los adultos, y que era la forma en que adquiriran su socializacin. Vislumbraba en ellos una perspectiva generacional.De igual manera, la visin antropolgica en torno a los jvenes,

    va a ser desarrollada por Margaret Mead (1971), quien centra sus investigaciones en el rengln educativo, a la vez que enuncia tres diferentes tipos de culturas:

    posfigurativa (de lenta transformacin) en la que los nios aprenden primordialmente de sus mayores; cofigurativa (sociedades del cambio moderado) en la que tanto los nios como los adultos aprenden de sus pares, y, prefigurativas (de transformacin acelerada), en la que los adultos tambin aprenden de los nios (Mead, 1971: 35).

    La segunda categora de Mead (1971), denominada la cultura co-figurativa, es la que est presente en el momento de que los jvenes aprenden de los mismos jvenes, se aceptan entre ellos y de alguna manera rechazan los principios y valores aprendidos de sus padres. Es lo que pudiera denominarse la dictadura de los hijos sobre los padres. Como se aprecia, es en la antropologa donde se destacan las

    prcticas culturales de los jvenes y se analiza el contexto social en que stos construyen sus identidades, pero tambin el mbito en el que discrepan del mundo adulto, que, segn ellos, permanece indi-ferente a los deseos, los valores y las formas de concebir un mundo mejor desde el punto de vista de este sector de la poblacin.En contraste, la corriente sociolgica que surge en la Escuela de

    Chicago s llega a comprenderlos, y analiza sus conductas y com-portamientos desde distintas pticas; sobresale su fundador: Al-

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    bion Woodbury Small, lo mismo que William James, John Dewey, Charles Pierce y George H. Mead. Estos autores incluyen temti-cas diversas como movilizacin sindical, crimen organizado, anar-quismo, etc., pero quienes particularmente abordan la cuestin ju-venil son Frederic M. Thrasher y William Foote Whyte. Aunque es el primero quien va a aportar el anlisis conceptual de la delin-cuencia juvenil y el segundo, en torno al desempleo y el abandono de la escuela por parte de los jvenes (Prez Islas, 2008).En otro momento, las investigaciones se enfocaron en temticas

    tales como la esttica del vestido, el lenguaje, los tatuajes, iden-tidad de los grupos urbanos, el cambio generacional. Empero, existen otros planteamientos tericos, como los enunciados por la Corriente Crtica o Escuela de Frankfurt, en los que se indaga la forma como los jvenes discuten y se oponen a la ideologa y los valores dominantes, sobre todo en la escuela, y la resistencia a las normas, bajo el riesgo de ser expulsados.En conclusin, es menester el reconocimiento de que existen di-

    versas visiones y conceptos en torno a la(s) juventud(es), y cmo stas se identifican con la educacin que reciben en la escuela, en su casa, en su entorno social; lo mismo sus vivencias con la cultu-ra, la identidad y, para efectos del presente trabajo, con el narco-trfico y sus influencias culturales, cuya aceptacin se socializa, como cncer en un cuerpo enfermo.De ah que la caracterizacin de los contextos y las prcticas

    culturales y sociales en las que estn inmersos los jvenes nos lleve a revisar con detenimiento actitudes y comportamientos asumi-dos por el bachiller durante su estancia en la escuela preparatoria, como puede ser su forma de vestir, de hablar, de gesticular, alguna expresin artstica u otra manera de darse a notar con sus pares y frente a los maestros.

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    Enfoque sociocultural del narcotrfico

    La gente se hace dependiente no de las drogas en s, sino, y esto es lo ms interesante, del universo cultural que generan

    Juan Cajas

    El narcotrfico ha permeado tan fuerte en la sociedad, que empie-za a ser estudiado desde diversos mbitos disciplinares: cultural, sociolgico, socio-histrico, jurdico-policiaco, econmico. No obstante, el estudio del narcotrfico es poco conocido en Mxico, pues carecemos de un centro de investigacin especializado en el tema. Tan es as que conocemos del asunto por la informacin que nos proporcionan los medios de comunicacin, y por lo general stos redundan en la actividad criminal y policiaca, ponderando las estadsticas de homicidios por meses y aos, por sexenios; pero poco se conoce sobre la verdadera naturaleza intrnseca del fen-meno. El esfuerzo que hacen investigadores y acadmicos mexicanos

    con relacin al estudio de este problema social, ya sea desde la p-tica policiaca o cultural, es digno de admiracin y reconocimiento de nuestra parte, en virtud de que

    los nicos datos oficiales sistematizados con los que cuenta el pblico para analizar el narcotrfico en nuestro pas provienen, paradjica-mente, de los reportes de las agencias antidrogas de Estados Unidos y de los organismos internacionales como Naciones Unidas (Nexos, enero de 2009).

    Existen diversas opiniones y enfoques que analizan el tema, pero, dependiendo de la perspectiva, ste ser abordado como un asunto tico-jurdico, psico-social, mdico-sanitario y sociocultu-ral (Adalberto Santana, 2004). Tal como se aprecia a continuacin:

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    Tabla 1. Enfoques de la problemtica del narcotrfico

    Enfoque Droga Persona

    tico jurdico Agente activo Vctima

    Psicosocial Comportamiento ante

    la droga

    Consumidor-droga-am-

    biente

    Mdico-sanitario Enfermedad Farmacodependiente.

    Sociocultural Condiciones

    socioculturales

    Relacin del sujeto con el

    modelo econmico

    Fuente: Adalberto Santana, 2004.

    Del esquema anterior, es el enfoque socio-cultural el que permi-te abordar el tema del narcotrfico y la participacin juvenil esco-lar de manera integrada. Para ello, se toma en cuenta su interaccin social, con el nivel econmico de los jvenes, pues stos buscan allegarse alguna cantidad de dinero para su supervivencia. Al res-pecto, no debe soslayarse que el capitalismo crea otras necesidades de consumo en la poblacin, a travs del fomento del individua-lismo; aunado al hecho de la falta de oportunidades de empleo, a cuyo respecto est obligado el Estado a propiciarlas, para que el hombre/mujer constituyan un patrimonio econmico de bienes-tar; pero al no hacerlo, esto lleva a muchos jvenes a incursionar en el narcotrfico, pues en apariencia podrn obtener la riqueza material que desean, al mismo tiempo que les permitir continuar con la adiccin. Otro enfoque que tuvo vigencia en nuestro pas, y que a travs

    de la historia hemos conocido, es el mdico-sanitario, aplicado por las autoridades mexicanas para el control social de las drogas, el cual data desde el proceso revolucionario de 1910-1917, y estuvo a cargo de la Secretara de Salud; pero es en 1938, durante el go-bierno de Lzaro Crdenas del Ro, cuando se utilizan las fuerzas

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    armadas para destruir adormidera en Sonora, cabe decir que se da una coordinacin entre la Secretara de Salud y las fuerzas Arma-das. En 1947 se le delega a la Procuradura General de la Repblica (pgr) la autoridad para iniciar la lucha contra las drogas. Los mi-litares aparecen como coadyuvantes de la pgr, como antes lo eran de la Secretara de Salud (Astorga, 2007).Los gobiernos de Mxico, en su lucha contra las drogas, han

    realizado planteamientos tan dismbolos como que es por la salud de los mexicanos, por la seguridad nacional, por la moral y la raza, y por la economa del pas. Durante el gobierno de Vicente Fox, la lucha contra las drogas se defini como una cuestin pblica, no de seguridad nacional, aunque ms tarde daran marcha atrs. En nuestros das la visin que prevalece es la militar, a juzgar por la enorme presencia que tiene el ejrcito en el combate a las drogas.En Sinaloa se aplic la Operacin Cndor (1975-1978), con la

    participacin de ms de 10 000 militares, dejando vejaciones a su paso en la zona serrana, campesinos encarcelados y sin la deten-cin de un solo narcotraficante importante (Astorga, 2007). Para conocer los motivos que llevaron al gobierno mexicano a aplicar esta estrategia en el estado, baste decir que en Sinaloa, la siembra y trfico de la marihuana y amapola,3 como drogas naturales pro-hibidas, tienen gran arraigo en la poblacin serrana aunque no exclusivamente, donde su permanencia, dominio territorial y to-lerancia son inherentes a dicha poblacin; lo mismo sucede con el resto de los habitantes que obtienen beneficios de esta actividad ilegal. Sin desdear que la sociedad sinaloense, prcticamente, ha

    3 Para fines acadmicos, solo se hace mencin de las drogas naturales y/o ve-getales: marihuana y amapola. Existen otras de origen natural y/o vegetal como la cocana, que se elabora de la hoja de coca. Esta planta tiene una cultura an-cestral en Bolivia y en Per, donde los campesinos y los indios mastican su hoja para mitigar el hambre, la fatiga y el cansancio. Otra droga natural es el peyote, pero en Sinaloa no existen antecedentes de su siembra o consumo, por lo que en este estudio no se tomarn en cuenta.

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    expedido un reconocimiento tcito a esa prctica, en virtud de que las acciones por acabar con la corrupcin han tenido poca efectivi-dad, adems de la violencia cotidiana asociada con el narcotrfico, pues es tal el impacto cultural del negocio de las drogas en Sina-loa que a algunos jvenes les resulta divertido amenazar desde su auto a otras personas con rifles ak-47 de plstico (Astorga, 2007: 258). Lo anterior hace emerger un conjunto de elementos culturales

    que han ido conformando paulatinamente la idiosincrasia del si-naloense. Este peculiar estilo de comportarse, a veces con orgullo de pertenencia a algn grupo delincuencial, supone un arraigo de este fenmeno en la entidad; lo mismo sucede con su estilo en el vestir, sus gustos por la msica nortea (los corridos), el lenguaje, todo esto va configurando una especie de cultura por lo ilegal, y va impactando en forma negativa en la juventud. Quizs por esta razn, muchos jvenes se involucran en las diversas actividades re-lacionadas con el narcotrfico.Para abordar la temtica del narcotrfico es obligado referenciar

    a Luis Astorga (2003, 2004, 2007), quien es un reconocido socilo-go especializado en el tema del narcotrfico desde una perspectiva cultural. Este autor enuncia una crtica al gobierno federal por el combate a las drogas y agrega que concebir el trfico de drogas como asunto de seguridad nacional es eternizar la presencia mili-tar en su combate (Astorga 2007: 296 y 297).Otro autor que aborda el tema del narcotrfico ligado a la iden-

    tidad de los jvenes, desde un enfoque cultural, es Jos Manuel Valenzuela Arce (2002, 2009), quien realiza un trabajo sobre las bandas juveniles y sus manifestaciones, su sentido de pertenen-cia, sus significados en la forma de vestir, de hablar, de gesticular. Tambin estudia la relacin que estos grupos de jvenes guardan con la violencia, con el narcotrfico. Analiza los narco-corridos desde el enfoque sociocultural.

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    Otro aspecto vinculados con el narcotrfico, el jurdico-policia-co, es estudiado por los autores: Jess Blancornelas (2002, 2005), Ricardo Ravelo (2005, 2007), Alain Labrousse (1993), Francois Bo-yer (2001), Pablo de Greiff (2002), Jos Alfredo Andrade Bojorges (1999), Rubn Aguilar V. (2009), Diego Enrique Osorno (2010). Desde la perspectiva socioeconmica lo analizan: Marcos Kaplan (1991), Peter H. Smith (1993) Jorge Fernndez Menndez (2009), Rafael Loret de Mola (2002) y Adalberto Santana (2004). Desde el enfoque socio-cultural se identifica a Carlos Monsi-

    vis (2004), Daniel Bell (2006), Antonio Escohotado (2005). Por su parte, Alonso Salazar Jr. (2002) revisa el comportamiento de las bandas juveniles en Medelln, Colombia, y su relacin con la vio-lencia y el narcotrfico, lo cual permite comparar y analizar a los jvenes mexicanos, en la identidad y los niveles de violencia.

    Los jvenes universitarios y el mundo seductor del narcotrfico

    son muchachos que ven la realidad, saben queestudiando y trabajando no consiguen nada

    Alonso Salazar

    Al hablar de los jvenes se hace referencia a aquellos que estn cur-sando el bachillerato universitario, cuyas edades oscilan entre 15 y 19 aos,4 ya que stos son los que estn inscritos en la institucin educativa. Por ello es imperioso aproximarse a conocer el grado de influencia que tiene el narcotrfico sobre el sector. Este grupo social tiene como caractersticas ser impetuosos y audaces, un sec-tor importante carece de hbitos de estudio, de reflexin sobre el

    4 Algunos autores sealan que estas edades se enmarcan en la etapa de la ado-lescencia. Sin embargo, para fines de estudio, los alumnos inscritos en la prepa-ratoria debern ser considerados como jvenes, tal como lo concibe la Organi-zacin Mundial de la Salud (OMS).

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    entorno social en el que se encuentran inmersos; situacin que en buena parte los hace presa fcil de la trivialidad, sobre todo si se toma en consideracin que se trata de jvenes preparatorianos. El mbito social en que se mueven es preocupante: empleo de-

    ficiente y mal pagado, medios de comunicacin que ponderan lo superficial, el consumismo, el desenfreno por poseer los ltimos avances tecnolgicos. Estos son solo algunos elementos en los que interaccionan los jvenes, quienes en su afn por mantener los pa-rmetros sealados por el sistema

    se desesperan y por eso caen en la delincuencia. Adems, los medios de comunicacin los sugestionan todos los das para que compren ropa de marca y para tener billete y una moto o un carro. Ese es el prototipo que han creado la publicidad y los jefes de la mafia. Si usted no tiene ni lo necesario para vivir dignamente, si no tiene trabajo o si gana una miseria, todos los das les estn mostrando lo que necesita para estar bien (Salazar, 2004: 115).

    En tales circunstancias muchos jvenes optan por incorporarse al narcotrfico. El ingreso en esta actividad ilcita tiene diversas circunstancias: en ocasiones es por la pobreza en que se encuen-tran, por el vicio o por sentir el poder y el placer de disponer de vidas ajenas. Lo que s es claro es que muchos jvenes lo hacen por imitacin, por querer ser aceptados o por, precisamente, per-tenecer a un grupo (Noroeste, 29 de julio de 2005). De cualquier manera, la incorporacin al narcotrfico persigue el propsito de obtener satisfactores materiales, al mismo tiempo que esto se convierte en una obsesin y, por ende, estn dispuestos a realizar cualquier actividad que les permita tener el xito anhelado.En apariencia se trata de una generacin de jvenes clonada

    ideolgica y culturalmente,5 que cree que el narcotrfico es el ca-

    5 Esta frase pertenece al pensador francs Jean Baudrillard (1992). No hace alusin especfica a los jvenes, sino que la utiliza en general para toda la sociedad.

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    mino para ascender en la sociedad. Ni siquiera reflexionan en el dao que causan a otros jvenes y a ellos mismos, pues es una ju-ventud desinformada, hedonista, que tan slo piensa en su inters personal y en su afn por enriquecerse en lo material. Con tales aseveraciones pareciera definirse una postura de visin de corto plazo, consumista, desencantada y despolitizada que, se dice, ca-racterizan a los jvenes actualmente (Baz y Tellez en Lizrraga Portillo, 2002: 29).Este comportamiento est presente en la poblacin, y se acen-

    ta en los sectores ms vulnerables, los jvenes, sobre todo, si no cuentan con una base slida en valores y perspectivas sobre su fu-turo: trabajo, educacin y bienestar econmico; si lo que prevalece es la incertidumbre y no existen expectativas para ascender en la escala social por la va de la educacin, entonces cuando un joven observa que las nicas personas ricas del barrio son los traficantes de droga, puede sentirse seducido a llevar una vida criminal (Pa-palia, 2003: 477).Cada vez es ms frecuente que los jvenes desde temprana edad

    se vean involucrados, de manera directa e indirecta, en actividades delictivas; transgreden la ley con la finalidad de adquirir dinero rpido, para satisfacer las necesidades inmediatas sin importar los medios utilizados para su obtencin. Su pragmatismo los lleva a retomar la mxima de que el fin justifica los medios, pero sin que exista una relacin consciente de ello. No es casual que, cuando se habla del narcotrfico ante los j-

    venes, se despierte en ellos una curiosidad inusitada, sobre todo cuando se cuentan relatos e historias de personajes famosos que son vistos como parte de la cotidianidad; admiren sus acciones, la forma de sobornar a la polica, a los jueces, a los ministerios pbli-cos, y no les espante la violencia ni los estragos que causa en la so-ciedad. Escuchan atentos porque sienten identificacin con las ac-tividades ilegales que realizan los narcotraficantes y suponen que

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    es el mecanismo para obtener la riqueza material que buscan. No estn pensando en el estudio como un elemento que les permitir obtener trabajo, sino en que el dinero que redita el narcotrfico otorga poderes y capacidad de consumo superior a los de quienes definen sus trayectorias de vida apostando a la educacin (Valen-zuela, 2002: 141).Estos jvenes ven en el narcotrfico un mecanismo viable para

    ser aceptados en la sociedad, una forma de ascenso social. No ven ni en la preparacin acadmica ni en el trabajo legal la mejor for-ma de sobrevivir en esta sociedad capitalista, que pondera lo indi-vidual. Desde luego que esta afirmacin no puede generalizarse, ya que otros jvenes valoran el estudio y el trabajo lcito para el ascenso social, aunque reconocen que por esta va el progreso es lento y con enormes dificultades; lo cierto es que

    el narcotrfico se convirti en una opcin para amplios sectores de la poblacin, que encontraron una alternativa de promocin social y econmica. Posteriormente la mafia se convirti en modelo de refe-rencia para la juventud, que vio la forma de realizar sus deseos de estatus y bienestar que las opciones tradicionales de estudio y trabajo les negaban (Salazar, 2004: 152).

    Por ello, vale la pena asomarse al sistema educativo del pas, pues siendo ste el crisol de las contradicciones de la estructura econmica y social, es evidente que en l se presentan las trabas que impiden la incorporacin al mundo laboral de sus egresados. El estado de Sinaloa no escapa a esta realidad nacional, donde el desempleo, el subempleo y las bajas retribuciones salariales son parte de la vida cotidiana, pues

    existe una franja de jvenes que naufragan frente a una serie de pro-blemas como el desempleo permanente, la marginacin reiterada y las crecientes desigualdades sociales y culturales. Paisaje social que fun-ciona como un elemento determinante para que esos sectores puedan

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    introducirse con una mayor y relativa facilidad al mundo de las dro-gas (Santana, 2004: 103).

    Esta falta de empleo y de posibilidades reales de desarrollo per-sonal de los jvenes permite que afloren en ellos la frustracin, la desesperanza, la depresin, la adicin a las drogas, y llega un mo-mento en que buscan mejores condiciones de vida y de trabajo, y, en consecuencia, el cambio de identidad y de cultura. En Sinaloa, un sector creciente considera viable, para la mejora de sus condi-ciones de vida, la opcin del narcotrfico, ms que en actividades lcitas. De ah que con frecuencia se pregunten: estudiar para qu?, para ser un desempleado ms?, para tener un salario que no cubre las necesidades bsicas?Ante la fatdica realidad que se impone en todo momento, re-

    sulta atractivo, para una juventud inmediatista, querer resolver sus necesidades materiales con el ingreso en esta actividad ilegal. En los jvenes de la entidad existe una tendencia a formar parte del narcotrfico. Parecen no importarles los riesgos implcitos y se disponen a asumir las consecuencias de su participacin; al mis-mo tiempo que se vislumbra un desinters por el estudio y es una prctica cotidiana que

    en cualquier serrana del norte, los nios de seis u ocho aos apren-den a manejar las armas y escuchan corridos, no tienen inters en ser ingenieros, contadores, bomberos o policas, como en mi genera-cin. Ahora quieren ser narcos, algo distintivo del trastocamiento de los valores y de una generacin inmediatista... Imagnate a un joven de 17 aos que va a la escuela y que en su casa se vive en la pobreza. Si ve a otros (jvenes) que tienen troca, dinero, armas y mujeres, pues sin duda que eso se vuelve su patrn (Proceso, 27 de marzo de 2005).

    Los jvenes son un sector de la poblacin muy susceptible a efectuar actividades consideradas como ilcitas; su energa biolgi-

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    ca y su bsqueda de una personalidad definida los lleva a experi-mentar diversas emociones y acciones en este campo. Sin embargo, es justo reconocer que existen muchos jvenes que anteponen a esos deseos la expectativa de la educacin, por considerarla el me-jor camino para escalar socialmente.Por ello, para entender la identidad de los jvenes del bachille-

    rato universitario con respecto al narcotrfico deben considerarse los elementos de identificacin con un determinado territorio, el gusto por la msica, el vestido, formas de hablar, la religiosidad,6 lo que consecuentemente nos lleva a la utilizacin del enfoque cul-tural, por ser inherente al hombre y a la colectividad

    la cultura instituye las reglas/normas que organizan la sociedad y go-biernan los comportamientos individuales. Las reglas/normas cultu-rales regeneran globalmente la complejidad social adquirida por esta misma cultura (Morn, 2001: 19).

    En tal sentido, se puede afirmar que el narcotrfico se localiza en buena parte de la esfera social, se hace presente en la vida coti-diana, es algo complejo que recrea el imaginario social a partir de lo que realmente existe. Forma parte de nosotros. Por ello no es exagerado enunciar que el narcotrfico en Sinaloa constituye parte de nuestra cultura.En el territorio sinaloense se cultiva marihuana y adormidera

    (amapola) de gran calidad, en opinin de los consumidores. El es-critor espaol Antonio Escohotado (2005) confes al respecto:

    Cuando llevaba ya dos dcadas fumando prcticamente a diario algo de camo, en 1986 me regalaron una marihuana de Sinaloa (Mxico) de tal potencia que al cabo de pocos das (en un acto de clara cobar-da) acab tirando el resto (Escohotado, 2005: 180).

    6 Por religiosidad se entiende no solo la participacin en alguna religin, sino la ido-latra de imgenes de bandidos o santos. Tal es el caso de Jess Malverde o San Judas Tadeo.

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    En el caso del sector educativo correspondiente al bachillerato, algunos estudiantes se deslumbran frente a otros jvenes que tie-nen camionetas de modelo reciente, dinero y vestimenta cara, lo que hace suponer que estn dispuestos a transitar por el camino del narcotrfico. Su comportamiento cotidiano consiste en el des-file de camionetas ltimo modelo, con el estreo a todo volumen, para impresionar a las jovencitas, proporcionando una especie de serenata masiva con msica ranchera y de narco-corridos. Com-plementa el ritual la vestimenta de estos jvenes que en su mayora aspiran a ganar el respeto y a obtener poder a cualquier precio, dentro del narcotrfico. Lo anterior tiene una explicacin si se toma en cuenta que en las actividades normales de una prepara-toria, las relaciones entre hombres y mujeres tienden a aumentar la importancia del atractivo fsico, los autos y la ropa; y a disminuir la importancia del xito en las actividades escolares (Prez Islas, 2009: 161). Para el caso sinaloense, aspectos de la narcocultura que cada

    vez son ms penetrantes en la educacin informal y escolar (Ra-mrez, 2001: 108) se reflejan en el comportamiento de algunos ado-lescentes y jvenes, que pretenden emular esta prctica social que les da poder e impunidad, pues perciben que siendo profesionistas no van a obtener el patrimonio econmico que desean. Lo anterior cobra mayor vigencia cuando se afirma que la educacin ha per-dido fuerza en el imaginario juvenil como elemento de movilidad social (Valenzuela, 2009: 31). No obstante, vale la pena mencionar que hay miles de jvenes

    que estn pensando en la va del estudio, de la educacin, como una opcin para transformar la realidad y conformar una sociedad ms igualitaria, con oportunidades para todos, donde al momento de ingresar en el sector productivo puedan obtener un salario re-munerativo y constituir un patrimonio econmico sin los riesgos y las amenazas que representa la va del narcotrfico.

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    Con respecto a lo anterior, cabe destacar que prevalece en la en-tidad (y en el pas) una educacin que tiene una cobertura amplia en los niveles bsicos, y se va reduciendo en los niveles superiores; de tal manera, que al llegar al bachillerato cerca del 50 por ciento de los jvenes se quedan sin estudiar (Valenzuela, 2009) y dados los niveles de pobreza de las familias, no es difcil imaginar el ca-mino que habrn de seguir, de ah la importancia de la bsqueda de alternativas para ellos:

    no es malinchismo entonces criticar vicios y patrones culturales sur-gidos de la prolongada convivencia de los sinaloenses con el narco-trfico, extendido ya a otras regiones del pas; de lo que se trata es de promover los caminos del desarrollo cultural, social y econmico (Zavala, 2000: 287).

    La significacin que los jvenes le otorgan al estudio y a los pro-yectos acadmicos vara segn el sector social de que se trate. Su interrelacin impacta en la formacin de su personalidad

    la formacin del carcter individual (que) comienza en la familia y en la escuela, pero solo en la vida misma logra definirse y fijarse en defi-nitiva. Sin embargo, hay orientaciones adquiridas en el medio escolar y familiar que perduran como ncleos en torno a los cuales se asenta-rn los rasgos de la futura personalidad (Ramos, 1987: 103).

    Por ello, cuando los jvenes escuchan expresiones tales como estudia cuando menos para profesor, estudia para que seas al-guien, el impacto es variado. Algunos dirn que es la nica va para escalar socialmente, y en otros casos no lo consideran indis-pensable. Lo que necesariamente viene a relacionar el vnculo en-tre la educacin y los valores culturales:

    la educacin no tiene solo por finalidad transmitir el patrimonio cultural a las nuevas generaciones, sino adems modernizar las tra-

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    diciones: Los aspectos negativos de las culturas tradicionales exigen un esfuerzo de renovacin a la luz de la evolucin socioeconmica, y al respecto corresponde a la educacin desempear un papel impor-tante suscitando una transformacin positiva de los valores culturales (Nanzhao en Derlors, 1997: 279).

    En la preparatoria Dr. Salvador Allende de la UAS hay casos de alumnos que afirman que aun estudiando no es posible lograr un ascenso social, sino que adems se requiere trabajar en el nar-cotrfico, de lo que sea, de mandadero, pero estar dentro. Lo que viene a evidenciar que no bastan

    ni el sistema educativo, ni la escuela, ni la familia, ni los medios edu-can para observar framente lo que acontece en nuestro entorno a la luz de distintos paradigmas. Los cuatro se esfuerzan, en general, por educarnos para saber comportarnos como si todo estuviese bien cuando de manera evidente buena parte del todo est mal (Revista Este Pas, 25 de abril de 2007).

    Muchos jvenes vislumbran como innecesarios los logros aca-dmicos para sobrevivir, ya que tanto los profesionistas como los que no lo son, coinciden enfrentando los mismos problemas de subempleo y desempleo. Ante esta realidad, resulta atractivo el ingreso en el narcotrfico y no son pocos los que retoman este ca-mino, pues

    han encontrado en la violencia, en el sicariato y en el narcotrfico una posibilidad de realizar sus anhelos y de ser protagonistas en una so-ciedad que les ha cerrado las puertas (Salazar, 2004: 149). Este conflicto de intereses entre el deber ser y lo que acontece

    con los jvenes forma parte de la resistencia a aceptar lo que el sis-tema escolar les est proponiendo, pues consideran que se tienen mayores oportunidades si ingresan en el narcotrfico, por ello en

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    la escuela preparatoria, las crisis del desarrollo de los jvenes se pre-sentan a partir de la identificacin y diferenciacin respecto de los otros, la confianza de nuevos amigos o el rechazo de maestros y las nuevas visiones que el mundo escolar les transmite (Alvarado en Ra-mrez, 2006: 217).

    En este contexto, la educacin reviste una enorme importancia en el proceso formativo del joven estudiante, como un elemento de disuasin con respecto al narcotrfico y, por ende, con el compor-tamiento del alumno en la escuela y en el entorno social:

    la adolescencia entraa riesgos para el desarrollo saludable, as como oportunidades para el crecimiento fsico, cognitivo y psicosocial. Los patrones de comportamiento de riesgo, como el consumo del alcohol, el abuso de las drogas, la actividad delictiva y sexual y el empleo de armas de fuego tienden a ser establecidos muy temprano en la adoles-cencia (Papalia, 2003: 442).

    Al analizar el fenmeno del narcotrfico con respecto a la edu-cacin, veremos que a ste se le concibe como una empresa de-lictiva cuyas actividades deben realizarse en un marco de auto-noma, eficacia y productividad. Tomando en consideracin que estas categoras son propias del sistema capitalista, cuya finalidad es la obtencin del lucro, estatus y poder, nos lleva a considerar la diversidad cultural del narcotraficante: esto es, el conjunto de las mentalidades, las actitudes y los comportamientos semejantes con el empresario legal. Lo anterior cobra sentido cuando los narcotraficantes ponderan

    la preparacin acadmica como un elemento que les va a permitir el aprovechamiento de los conocimientos tecnolgicos para apli-carlos en beneficio del negocio, concibindolo como una empresa en la que se exaltan los valores capitalistas: ganancia, competencia, competitividad. Es el caso de

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    narcos con nuevo perfil. Son jvenes, titulados en las mejores uni-versidades estadounidenses y latinoamericanas... prefieren los trajes formales a las chamarras de gamuza y a las camisas multicolores; los relojes discretos, a grandes relojes Rolex de oro, circulan en Golf ms que en un Mercedes. Se trasladan sin escoltas ni guardaespaldas y no titubean en tomar un taxi para acudir a una cita importante (Francois Boyer, 2001: 43).

    Se trata de hijos de narcotraficantes cuyas familias los impulsan en el estudio, hasta que alcancen grados superiores, como maes-tras o doctorados. Tal es el caso de los hermanos Rodrguez Ore-juela, quienes mandaron a estudiar a sus hijos a las mejores univer-sidades de Estados Unidos y Europa. El mundo moderno conoci el caso de William Rodrguez Abada, el hijo del narcotraficante colombiano Miguel Rodrguez Orejuela, jefe del crtel de Cali, que fue educado en prestigiosas universidades de Estados Unidos y Espaa (Harvard, Stanford, Tulsa y Greenoble).7

    Al respecto, es pertinente mencionar que aunque en la mayora de los narcotraficantes prevalece el criterio de que es innecesario contar con una preparacin acadmica, pues afirman que no la ne-cesitaron para destacar en el mundo de las drogas, con sus hijos no es aplicable el mismo razonamiento, dado que existe una preocu-pacin por que estudien, les otorgan todas las facilidades para que concluyan sus cursos universitarios, al menos que stos decidan lo contrario.Finalmente, resulta ineludible mencionar que hay muchos jve-

    nes que se resisten a formar parte de la cultura del narcotrfico. Esta resistencia se manifiesta en la bsqueda de mejores oportu-nidades que les permitan escalar socialmente a travs del trabajo legal y mediante la educacin; sin soslayar las enormes dificulta-des que deben enfrentar estos jvenes que, a la postre, inhiben y desmotivan para continuar con su preparacin acadmica. Aun as

    7 Fuente: www.tdn.com

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    es importante insistir en que es la educacin el elemento que hace posible el desarrollo econmico, social y cultural de un pas. Por ello, es imprescindible mantener la perspectiva de desarrollo de largo plazo [que] le confiere un papel importante a la educacin cuyos frutos no son rpidos, pero s son se-guros. La educacin es un eje estratgico de crecimiento y desarrollo humano (Macroeconoma, septiembre 1 de 2003). Es una difcil tarea, pero el Estado, la familia, la escuela, la igle-

    sia y todas las instituciones involucradas, de manera directa e indi-recta, deben insistir en la necesidad de enfrentar esta problemtica antes de que nos devore como sociedad. A lo largo de este captulo se constata que el fenmeno del nar-

    cotrfico y su correlacin con los jvenes universitarios no es un hecho aislado. El creciente comercio ilegal de las drogas y sus di-versas manifestaciones han permeado los diversos mbitos de lo poltico, lo cultural y lo econmico.De esta manera un sector sensible como son los jvenes univer-

    sitarios que estudian el nivel de bachillerato se ve impactado por un fenmeno que puede estar presente en diversos contextos: fa-miliar, escolar y social.Particularmente resultan ms influidos aquellos sectores de j-

    venes en condiciones econmicas desfavorables, as como aquellos adolescentes preparatorianos con problemas de desintegracin fa-miliar; todos ellos se vuelven presa fcil de la tentacin del narco-trfico.En este marco, las instituciones (gubernamentales y no guber-

    namentales), incluido el establecimiento escolar del nivel medio superior, deben dar cuenta de los valores que se promueven en la esfera de lo social, as como los apoyos de igualdad de oportunida-des de estudio, la creacin de reas recreativas, fomento al deporte, generacin de empleos dignos, entre otras acciones que mejoren

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    las condiciones de desarrollo humano de los jvenes universita-rios, como un referente obligado de frente a la seduccin del mun-do del narcotrfico.

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  • LA CULTURA Y EL NARCOTRFICO

    La historia del narcotrfico en Sinaloa tiene un origen polmico, desde la dcada de 1920, relacionado con la presencia y participa-cin de chinos en la produccin del opio. La opinin pblica tam-bin sostiene que entre 1940 y 1950 se estableci un convenio entre los gobiernos de Estados Unidos y de Mxico para el suministro de morfina destinada al ejrcito estadounidense durante la segun-da guerra mundial.El auge y florecimiento del cultivo y trfico de las drogas ilegales

    se da en la dcada de los setenta; destaca en ese aspecto Sinaloa, lla-ma la atencin a nivel nacional e internacional por el grado de poder y control de los barones que manejan el negocio de la droga. La con-solidacin del narcotrfico se da partir de su integracin cultural con el entorno social, poltico y econmico. Sus facetas retoman di-versas caracterizaciones: narcocultura, subcultura y contracultura.Sostener el mundo de las drogas ilcitas y desarrollarlas hasta los

    niveles de degradacin social existentes no podra darse sin la tole-rancia de amplios sectores de la sociedad y del gobierno, a la par que se constituyen patrones culturales que los identifican: el lenguaje, la vestimenta, la msica, el derroche y el lujo de los narcotraficantes. As, la narcocultura se hace presente en la sociedad, no sin antes pa-gar un alto costo social en vidas humanas que sucumben ante la ola de violencia que viene aparejada con el crecimiento del narco. Los jvenes preparatorianos tambin son atrados por los capos de las drogas, algunos iniciados como mandaderos hasta ascender, hacien-do el papel de sicairos, en un ambiente de apologa de la muerte que los envuelve y que acrecienta el problema de la violencia.

    [39]

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    El fenmeno cultural del narcotrfico

    Antecedentes del narcotrfico en la entidad

    A partir de la dcada de los treinta el uso de drogas en Mxico

    fue visto como un problema social y un cncer de la sociedad.

    Adalberto Santana

    En Sinaloa existe el narcotrfico desde principios del siglo xx,8 pero empez a desarrollarse en la segunda mitad de esa centuria. Para ser ms precisos desde la dcada de 1920 se inicia el procesa-miento de la Papaver Somniferum mejor conocida como la amapo-la. Aunque adquiere mayor relevancia despus de la segunda gue-rra mundial

    se habla de que Estados Unidos solicit al gobierno de Mxico se permitiera sembrar amapola, para luego poder enviar suministros de morfina a los soldados norteamericanos que estaban participando en la segunda guerra mundial (Lazcano, 1992: 201).

    Esta afirmacin de que el gobierno mexicano negoci con el de Estados Unidos para sembrar amapola en el estado de Sinaloa no es compartida por un conjunto de personalidades que manifies-tan diversas posiciones discrepantes sobre este tenor, toda vez que enfatizan que la afirmacin anterior es un invento de los mismos sinaloenses (Astorga) pero existen otros que estn convencidos de su existencia (Hass, Lazcano, Valenzuela Lugo), a juzgar por una serie de hechos y acontecimientos de la poca. Manuel Lazcano declara que no cuenta con evidencias al res-

    pecto, pero afirma que la amapola vino a Badiraguato por sus con-

    8 Luis Astorga afirma que desde 1922, la prensa local habla de sembrados de adormi-dera en Sinaloa y Sonora. Toma como referencia el peridico El Demcrata Sinaloense (28 de julio de 1922).

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    diciones climatolgicas muy adecuadas para el cultivo. Por otro lado, el abogado Ral Valenzuela Lugo sostiene que entre 1940 y 1950 se observa una intensificacin del cultivo (de amapola) para el trfico en Badiraguato, debido a la segunda guerra mundial y a la necesidad de los Estados Unidos para abastecerse de herona (Astorga 2004: 61). Sin embargo, Luis Astorga, dice

    la historia del supuesto pacto es parte de las creencias compartidas no slo por sinaloenses de varias generaciones, sino tambin por acad-micos nacionales y extranjeros que le han dado crdito a pesar de la falta de pruebas sustentables (Astorga, 2003: 139).

    Quizs sea esa la razn por la que Carlos Monsivis, citando a Antonio Hass, afirma el gobierno norteamericano requerido de herona y morfina, usadas como anestsicos en los hospitales, alienta el cultivo de la adormidera en Mxico, porque el gobierno de Turqua, el pas con la mayor pro-duccin de amapola, simpatiza con el nazismo. En Sinaloa, Durango y Sonora, un grupo de tcnicos chinos, a las rdenes del ejrcito nor-teamericano, cultiva intensa y extensamente la amapola (Monsivis, 2004: 12).

    Estas aseveraciones son coincidentes con la presencia de los chi-nos, quienes en 1925 tienen una injerencia en la produccin del opio en Estados Unidos, pero sern los mexicanos quienes para el ao de 1943 controlen 90 % de las operaciones (Santana, 2004).Con respecto al supuesto convenio entre el gobierno mexicano

    y el de Estados Unidos para la siembra de amapola o adormidera9 en nuestro pas; si bien es cierto, no existen evidencias documenta-

    9 Es conveniente sealar que tanto la amapola como la adormidera producen el opio. Una vez procesada o llevada al laboratorio se obtienen los opiceos: herona y morfina. Ambas son muy amargas, pero la primera es ms fuerte que la ltima; la morfina es ms abundante y recibe su nombre en honor de Morfeo, dios de los sueos. En China a la morfina se le conoce como el opio de Cristo. La morfina fue aislada qumicamente del

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    les de dicho convenio, no se puede soslayar la presencia de cuando menos dos elementos en la historia del narcotrfico en Sinaloa:1. La relacin del cultivo de amapola con la presencia y participa-

    cin de los chinos en la regin, en el primer tercio del siglo xx.2. La ampliacin del cultivo, producto de la demanda del consu-

    mo en Estados Unidos, despus de la segunda guerra mundial.

    Estos elementos hacen suponer la existencia de dicho conve-nio, sobre todo si se toma en consideracin que en Sinaloa vive y convive en nuestra sociedad el fenmeno cultural del narcotrfico, y que han sobresalido en este campo muchos sinaloenses, como: Rafael Caro Quintero, Miguel ngel Flix Gallardo, Manuel Sal-cido Uzeta el cochiloco, Amado Carrillo Fuentes el seor de los cielos, los hermanos Arellano Flix, Ismael Zambada Garca el Mayo, Joaqun Guzmn Loera el Chapo, Juan Jos Espa-rragoza el Azul, Hctor Luis Palma Salazar el Gero Palma, los hermanos Beltrn Leyva, entre otros. Una presuncin popular plantea que estos personajes crecieron al amparo de los gobiernos emanados del Estado mexicano y se han consolidado a partir de la ilegalidad del fenmeno, slo as se explica que en los aos 1975-1976, Mxico surte 75% de la mariguana y 60% de la herona con-sumidas en Estados Unidos (Francois Boyer, 2001: 54 ).No obstante lo anterior, es justo reconocer que el Estado mexi-

    cano s ha combatido el narcotrfico o al menos una parte del te-jido social involucrado. En Sinaloa, por ejemplo, conocimos de la operacin Cndor, encabezada por el general Jos Hernndez To-ledo. Esta accin gubernamental tena el propsito de acabar con el narcotrfico en la entidad, pero sucedi que la economa local se desplomaba y despus de tres aos de relativa calma en el estado, (1975-1978) la operacin se cancel, lo que permiti el regreso a

    opio en 1805 y a partir del decenio de 1830, fbricas de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos la produjeron en grandes cantidades.

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    Sinaloa de los narcotraficantes que haban emigrado a los estados de Jalisco, Nayarit, Baja California, Michoacn, y de esta manera el narcotrfico volvi a instalarse hasta la actualidad. A raz de los altos niveles de violencia en Sinaloa, que han pre-

    valecido en la ltima dcada, de nuevo se escuchan voces que so-licitan la presencia de otra operacin Cndor10 ya que en ciertos momentos, la ciudadana percibe que el Estado pretende ocultar la relacin del narcotrfico con las esferas del gobierno, as como la penetracin que ste tiene en la economa nacional y regional. Existen posiciones crticas de que la penetracin del narcotr-

    fico en el Estado mexicano se extendi en el momento en que se comprendi que el trfico de enervantes constitua un verdadero negocio que se poda desarrollar sin dificultad y aprovechar la si-tuacin orogrfica y geogrfica de privilegio que le proporciona el ser un pas vecino de Estados Unidos, nacin que para el siglo xx se haba convertido en la principal consumidora de drogas en el continente. Por ello, no es sorprendente la afirmacin de que

    el narcotrfico en Mxico no es un problema que haya aparecido de la noche a la maana, ni mucho menos algo que se vaya a solucionar slo mediante el uso de la fuerza. La corrupcin relacionada con las drogas ha sido rampante desde hace varias dcadas, en las cuales los grandes seores de la droga han gozado de la proteccin de los fun-cionarios en los niveles ms altos del gobierno y las fuerzas armadas (Foreign Affaire nm. 2, abril-junio de 2007).

    En este orden de ideas, es pertinente enunciar que en la segunda mitad del siglo xx es cuando empiezan a aflorar las contradiccio-nes actuales del narcotrfico, evidenciando el conjunto de intere-ses econmicos y polticos que hacen emerger a una generacin de

    10 Los tres poderes del gobierno del estado de Sinaloa demandaron la intervencin decidida de la federacin, ya fuera a travs de una operacin Cndor o una similar (El Debate, 18 de mayo de 2005).

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    familias y personas que retoman el negocio, que dicho sea de paso en este periodo no tienen necesidad de manifestaciones de violen-cia dado el contubernio existente entre el Estado mexicano y los narcotraficantes. Tal como lo asevera el catedrtico Luis Astorga (2007),

    en los tiempos del partido de Estado haba instituciones poltico-policiacas corruptas pero eficientes para las necesidades de ese sis-tema autoritario Los mecanismos de control anteriores desapare-cieron, qued la corrupcin y la venta de fidelidades al mejor postor; los guardianes de la ley se transmutaron en sicarios con charola Los traficantes comenzaron a disputarle al Estado el control de las mismas posiciones dentro de ellas en varias partes del pas (Astorga, 2007: 304).

    No fue hasta la dcada de los aos sesenta y principios de los setenta cuando empez a tener relevancia este fenmeno en nues-tro pas, a juzgar por el gran auge en el consumo de drogas en jvenes y estudiantes. En este contexto, la demanda de marihuana y herona en nuestro territorio se fue incrementando, a tal grado que esta ltima se ha constituido en smbolo perfecto de droga malfica (Escohotado, 2005: 66). Pues es la droga de moda en es-tos aos, hasta llegar a la dcada de los ochenta, cuando se impuso con mayor intensidad el consumo de cocana la droga elegan-te, logrando desplazar en algunos segmentos de la poblacin el consumo de otros estupefacientes.Hoy apreciamos que en la entidad sinaloense existen mayores

    niveles de violencia y cientos de homicidios anuales que estn re-lacionados con el narcotrfico, y la sociedad pareciera haberse ido acostumbrando a este hecho, pues ha perdido su capacidad de im-presionarse, quizs porque

    hemos estado expuestos a muchsima violencia y parece que sta es cada vez peor. Se cortan cabezas, miembros, y se hacen muchas cosas

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    horribles que antes no se hacan, y ahora la gente ya no se asombra, les parece muy normal, y eso es lo ms grave de todo: la gente ha per-dido la capacidad de asombro (Osorno, 2010: 269). Efectivamente, no hay tiempo para el asombro, son demasiados

    los muertos diarios y cada vez se utilizan mtodos ms crueles con la finalidad de intimidar al enemigo y, desde luego, a la sociedad; en ese contexto suceden los asesinatos que de tan frecuentes di-luyen las reacciones morales de la sociedad (Monsivis, 2004: 16), quizs por esto mismo Jess Aguilar Padilla, siendo gobernador de Sinaloa, emiti una declaracin desafortunada al inicio de su mandato, en el sentido de que es normal la delincuencia que se vive en el estado (Noroeste, 26 de enero de 2005).Este desatino del gobernante obedece tal vez a una especie de

    normalizacin de un fenmeno que de relativamente marginal pas a ser parte de la vida cotidiana, a permear la sociedad y a im-ponerle, hasta cierto punto, las reglas del juego (Astorga, 2004: 88). No obstante, la sociedad no se acostumbra a esta normalidad

    y la rechaza con manifestaciones, mtines, opiniones los cientos de asesinatos de personas, jvenes en su mayora, y exige al Estado que adopte acciones coordinadas entre la federacin, los estados y los municipios para detener la violencia y los asesinatos, presumi-blemente generados por el narcotrfico.

    Narcotrfico: un dilema cultural

    La cultura definida como un sistema simblico obliga a que

    los procesos culturales sean ledos, traducidos e interpretados.

    Clifford Geertz

    Los humanos, como los seres racionales que somos, producimos cultura en cada accin, en cada relacin que establecemos, en la

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    solucin particular asumida con respecto a los problemas que se suscitan. La cultura pasa a ser entonces la estructuracin de res-puestas humanas al problema de la vida. Es, antes que nada, una praxis11 humana mediante la cual el hombre comprende, ordena y le da sentido a su existencia. En otros trminos, el individuo se hace humano porque pertenece a una cultura concreta, no por estar dotado de la capacidad abstracta de pertenecer a cualquiera (Prez Gmez, 2000: 44). Lo anterior implica, en primer lugar, que la cultura es un pro-

    blema eminentemente ligado a la prctica. Los hombres en su quehacer van construyendo el sentido de lo que hacen, ya que la cultura es un producto del hombre, y el hombre, a su vez, es un producto de la cultura (Neira, 2000: 8). Sin embargo, el sentido no tiene por qu ser explcito para el individuo, aunque igualmente lo reproduzca en la accin, sobre todo si se comparte la opinin de que la dominacin se ejerce a travs de las cultura (Bourdieu, 2002: 79). Es decir, se puede estar reproduciendo la cultura domi-nante y no percatarse de ello, ya que sta explicita sus contenidos por medio de elaboraciones de diferentes niveles, desde el sentido comn hasta los sistemas filosficos. En contraste, si el individuo se encuentra alienado,12 es difcil que realice una prctica reflexiva de los contenidos. En segundo lugar hay que destacar que la cultura, as entendi-

    da, es un hecho histrico y social, es un componente ms de la vida en sociedad. Este planteamiento es coincidente con Clifford

    11 Por praxis se entiende la realizacin de una prctica, ya sea poltica, edu-cativa, social, etc., pero no se trata de una prctica a ciegas, sino una prctica tal como la entiende Paulo Freire (1997) una prctica con reflexin en la accin.

    12 Adalberto Santana entiende el concepto de alienacin (Entusserung) como una induccin tendenciosa en los individuos y en el conjunto de los grupos sociales que pro-voca una conducta en la que se acepta consumir reiteradamente todo tipo de bienes (Santana, 2004: 64-65). Jaime Goded, por su parte, define alienacin como la separacin del hombre de su actividad esencial o trabajo, que se convierte en un poder extrao al hombre, y que escapa a su comprensin y control (Goded, 1979: 127).

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    Geertz, cuando ste asevera que todas las culturas son diferentes y los hechos sociales son culturales. Esto nos permite dilucidar que la manera como cada ser humano concibe y significa el mundo lle-va implcitas las caractersticas de la vida social, as como las clases y los grupos sociales en que nos desarrollamos, pues se concibe la cultura (como) una ciencia interpretativa en busca de significacio-nes (Geertz, 2005: 20). Por esta razn es que al pensar y actuar de diversa manera, pasa-

    mos a pertenecer a determinado sector social con el cual compar-timos esas maneras de actuar. No podra ser de otra forma, ya que cultura y sociedad mantienen una relacin generadora mutua (Morn, 2001: 19). Ambas se complementan e influyen significa-tivamente en el individuo, logrando una interaccin permanente. Hasta este momento sabemos que la cultura forma parte de

    nuestras vidas, pues est indisolublemente ligada a nuestros actos cotidianos, a nuestra relacin en la sociedad, ya sea como comuni-dad, familia o individuo, pero qu entendemos por cultura? Res-pecto a la diversidad de conceptos existentes de cultura, un primer enunciado es el siguiente: Cultura (del latn, cultura, cultivo, elabo-racin) es el conjunto de todos los aspectos de la actividad transforma-dora del hombre y la sociedad, as como los resultados de esta activi-dad (Blauberg, 1978: 64). El concepto anterior denota una limitacin evidente, en vir-

    tud de que no especifica a qu tipo de actividad transformadora se refiere y, por ende, es muy genrico, lo que hace imprescindible enunciar otro concepto que nos diga en dnde radica la actividad transformadora del hombre en la sociedad. Cultura. Es un proceso continuo de sustentacin de una identidad mediante la coherencia lograda por un consistente punto de vista esttico, una concepcin moral del yo y un estilo de vida que exhi-be esas concepciones en los objetos que adornan a nuestro hogar y a nosotros mismos, y en el gusto que expresa esos puntos de vista.

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    La cultura es, por ende, el mbito de la sensibilidad, la emocin y la ndole moral, y el de la inteligencia, que trata de poner orden en esos sentimientos (Bell, 2006: 47). Al relacionar cultura con narcotrfico nos percatamos de que

    este ltimo interviene en toda la actividad del hombre, ya que se aprecia una influencia en todas las esferas de la sociedad y consti-tuye un fenmeno que se encuentra presente en la vida social, eco-nmica, poltica, toda vez que ha copado todas las instituciones y las estructuras de la sociedad. La economa, la cultura, la educa-cin, la iglesia, el gobierno (Semanario Ro Doce, 16 de mayo de 2005). Por ello, cuando se hace referencia al narcotrfico, es comn

    afirmar que se trata de un problema cultural muy arraigado en nuestra sociedad, a tal grado que a este flagelo se le ha denomi-nado narcocultura. No obstante, muchos individuos piensan que todo lo que rodea al narcotrfico debe ser considerado como sub-cultura, y dejan de lado la opinin de quienes afirman que se trata de una cultura, y, por supuesto, no debe ignorarse a aquellos que consideran que se est frente a un fenmeno de contracultura. Al respecto, el presidente de la Confederacin de Colegios y

    Asociaciones de Abogados de Mxico, Adolfo Trevio Garza, a pregunta expresa de que si el narcotrfico se est viendo como una cultura, manifiesta:

    eso nunca puede ser una cultura, porque la cultura es un desarrollo, es la superacin de algo, y nunca puede haber una cultura del narco-trfico porque no es la superacin ni el desarrollo [lo que se persigue] es la destruccin de la persona (Noroeste, 31 de mayo de 2004).

    Por su parte, Rafael Oceguera Ramos coincide con este plan-teamiento, pero rechaza que en la entidad prevalezca la narcocul-tura, aunque reconoce que

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    s existe una especie de subcultura que hace apologa de la violencia y el delito y es una realidad que no se niega y debe atacarse con un trabajo conjunto de Gobierno, sociedad civil y medios de difusin (Noroeste, 18 de abril de 2005).

    Un comportamiento de vestimenta peculiar fue asumido en Si-naloa, a finales de la dcada de los aos setenta, con el movimiento juvenil de los llamados cholos.13 Quizs sta sea la razn por la que algunos autores coinciden en aseverar que este tipo de movi-mientos son una subcultura (ejemplo: Jess Cuellar), pues reflejan una parte de la cultura general, aunado al hecho de que poseen rasgos culturales propios, pero se olvida de que la juventud adop-t este movimiento buscando una salida, a veces inconsciente, a su situacin de marginacin y pobreza, en donde el lenguaje de la violencia imper para lograr tener dominio del barrio, de la calle; imponiendo un estilo de vestir, de hablar, de comportamiento, y de esta manera se configur un fenmeno contracultural. Si bien es cierto que es la sociedad la que abriga en su seno las

    diversas manifestaciones delictivas, es justo reconocer que no todos los individuos asumen comportamientos que pudieran enmarcarse en la ilegalidad, sobre todo a partir de que en una sociedad que manifiesta y contiene varias subculturas, en funcin de los ambien-tes sociales especficos, algunos de ellos tienden a orientar hacia las acciones ilegales y otros no (Arenas nm. 7, verano de 2004). La existencia de varias subculturas, propuesta por Giddens

    (2000), la comparten muchas personalidades del mbito acadmi-co, ya que la conciben como una parte del todo, particularmente si por subcultura pueden entenderse las variaciones dentro de una concepcin cultural ms amplia, y que representan el estilo de vida de partes significativas de la poblacin (Bejar, 1983: 106).

    13 De acuerdo con Jos Manuel Valenzuela Arce (1985), este movimiento se inici en la ciudad de los ngeles, California, a finales de la dcada de los aos sesenta del siglo xx, y logr una gran presencia en el estado de Sinaloa a finales de los aos setenta.

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    La discrepancia concierne al ambiente social, ya que se sostiene que el binomio subcultura-delincuencia est indisolublemente li-gado, con independencia del ambiente en referencia. No obstante que esta aseveracin se presenta con regularidad en la sociedad, es decir, que existen grupos delincuenciales cuyas prcticas y accio-nes son consideradas como subcultura, necesita considerar que:

    Las subculturas se producen en toda la sociedad y se expresan como acentuadas interpretaciones diferentes de valores ms amplios que varan segn la edad, la clase, el gnero y la etnia. Estn construidas en relacin de una a la otra, hechas por s mismas, o por reinterpreta-cin o invencin (Young, 2003: 147). En suma, la complejidad del fenmeno nos lleva a caracterizarlo

    con diversos matices desde una perspectiva sociocultural. As, en este trabajo se identifica el narcotrfico como sinnimo de narco-cultura en tanto los narcos son tolerados y aceptados socialmente, tambin en su connotacin de subcultura que representa un atraso ms que un progreso cultural, y en matices de una contracultura que rechaza las normas sociales impuestas por la sociedad domi-nante; en todos los casos con pretensiones de imponer sus propios cdigos y extender su capacidad de influencia en todas las esferas de la sociedad.

    Tolerancia social ante el fenmeno

    El rpido auge en los niveles de consumo de marihuana se explica, entre otras razones, por el creciente fenmeno de la tolerancia social.

    Adalberto Santana

    Cuando se habla de tolerancia se habr de referir a la aceptacin tcita o pasiva de la sociedad ante el problema de las drogas y el narcotrfico. De ninguna manera, a la capacidad de una droga

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    para estar en el organismo de la persona que la consume. Es decir, no tiene que ver con la intoxicacin o los niveles de resistencia del individuo que consume determinada sustancia, con respecto a la sobriedad. En cambio, interesa apreciar la forma en que reacciona la sociedad ante los niveles de violencia, de homicidios, de droga-diccin que tiene postrada a la juventud del pas y de la entidad sinaloense.En Sinaloa, ms que en otros estados de la Repblica, los narco-

    traficantes han logrado una legitimacin cultural y social sin pre-cedentes. Los llamados narcos se han convertido en el prototi-po de personas a emular: han impuesto una vestimenta, los gustos musicales, sus autos son admirados, as como las hazaas de los principales jefes del narcotrfico; dicho sea de paso,

    Sinaloa es el estado que concentra el mayor nmero de lderes de or-ganizaciones poderosas del trfico de drogas en Mxico. Son los he-rederos del saber y la experiencia de los pioneros del negocio en el estado y el pas (Astorga, 2007: 257).

    El narcotrfico es un fenmeno que avanza en la entidad, que penetra como la humedad en el imaginario social y que, a decir del periodista Jess Blancornelas, el ex gobernador de Sinaloa, Juan S. Milln Lizrraga, se refiri al narcotrfico como un monstruo que ha crecido porque la sociedad lo ha tolerado, agregando lo si-guiente:

    Telefnicamente desde su despacho en Culiacn me dijo en agosto del 2000 lo que sera normal en cualquier sociedad, por el contrario, es angustioso ver y enterarse que no se repudie a toda persona vincu-lada al narcotrfico. El gobernador dijo que no solamente los tole-ran, sino que hasta con indiferencia se les permite involucrarse en la vida normal de los sinaloenses; en los clubes sociales y no hay quien proteste porque junto a sus hijos estn los mafiosos en las escuelas,

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    se les acepta como gente normal y con una palabra remata su frase el mandatario: contaminan (Blancornelas, 2002: 180).

    Lo anterior tiene coincidencia con los planteamientos de Ma-nuel Lazcano Ochoa, cuando afirma

    quiz sea muy atrevido decirlo, pero es la realidad, la sociedad ha aceptado el fenmeno del narcotrfico y lo sigue aceptando los hi-jos de los narcos van a la misma escuela que los hijos de los comer-ciantes y empresarios; van a las escuelas donde van nuestros hijos. Andan en los mismos lugares de diversin y entretenimiento, en las mismas fiestas (Lazcano, 1992: 229).

    Son diversas las personalidades que externan, en reuniones pri-vadas y pblicas, opiniones tales como: el narcotrfico genera divisas al pas, el dinero sucio ayuda al desarrollo del pas, si Mxico no trafica lo harn otros pases. Justificando de esta ma-nera, la existencia necesaria de esta actividad ilegal, pues aseveran en cierta forma la sociedad tolera al narcotraficante y todos quieren enriquecerse con tan ruin ocupacin. Mafiosos compran autos por docenas y al contado. Los fraccionadores y arquitectos se adineran. En las joyeras estn alegres y sobran negocios turbios (Blancornelas, 2005: 27).

    Estas opiniones, cuando son expresadas por servidores pbli-cos, evidencian la impunidad de la que gozan algunos narcotrafi-cantes, aunque en ciertos momentos se sacrifica a algn personaje importante, mediante su aprehensin para apaciguar los reclamos ciudadanos. Quienes justifican el narcotrfico con estas expresio-nes estn dispuestos a vivir y coexistir con la violencia, los homici-dios y la inseguridad, caractersticos de la cultura del narcotrfico. Es difcil negar esta situacin que lacera nuestras conciencias,

    que provoca conflictos en el tejido social y desde luego, en la fa-

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    milia, en los actos cotidianos del individuo y su entorno. Encubre la corrupcin prevaleciente en todos los mbitos de la sociedad, misma que da origen a la impunidad y provoca el desencanto ciu-dadano, al percibir que las autoridades estn involucradas con los delincuentes, sobre todo cuando se glorifica a los detentadores de las fortunas sin preguntar sobre sus orgenes, el trabajo se degrada tanto como el salario, y la educacin se convierte en un campo disminuido con poco reconocimiento social y econmico (Valen-zuela, 2002: 105). Todo parece indicar que la tolerancia social del fenmeno del

    narcotrfico en Sinaloa es mayor que en otras entidades del pas, toda vez que una buena parte de la sociedad, de alguna manera, se ha involucrado, pues me queda claro que mucha gente aqu quiere ms a los narcos que al ejrcito. Lo sabe todo el mundo. Y tambin se saben las razones: la pobreza lacerante y el abandono oficial han sido aligerados por los traficantes (Osorno, 2010: 116). En el fondo sienten orgullo de que los principales narcotrafi-

    cantes sean originarios de la entidad. Esto representa mayores in-versiones millonarias en el estado, que a la postre vendrn a gene-rar miles de empleos y mayor circulacin de dinero, constituyendo as un estado con altos niveles de modernizacin.

    La narcocultura presente en la sociedad

    La narcocultura expresa y refuerza la delincuencia, la violen-cia, el crimen y el terror.

    Marcos Kaplan

    La narcocultura es un concepto compuesto, que lo mismo se uti-liza como sinnimo de narcotrfico que de narcomundo. Por ello, al dar una definicin de narcocultura, implcitamente se hace refe-rencia a ambos.

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    el trmino compuesto narcotrfico incluye una palabra (trfico) que tiene un doble significado: uno peyorativo y otro positivo. En el primero se le da el sentido de comercio clandestino, vergonzoso e ilcito. En el segundo se entiende como negociar (traficar con), que nos lleva a negocio del latn negtium (nec-otium) ausencia de ocio (Astorga, 2004: 24).

    Por tal razn, al traficante de cualquier sustancia psicoactiva il-cita se le denominar narcotraficante, y al fenmeno que integra todas las fases del negocio ilcito se le denominar narcotrfico. Por cierto que en la dcada de los aos setenta este trmino es usa-do con mayor frecuencia en el lenguaje oficial y cotidiano. Es co-mn que se refiera tanto al lxico y la vestimenta de los narcotra-ficantes como a su expresin corporal y a la violencia que genera este flagelo. Actualmente existen multiplicidad de trminos, ade-ms de mandaderos, tambin se les denomina: gomeros, raque-teros, gnsteres, mafiosos, traficantes, cultivadores, contrabandis-tas, negociantes y hampones, fueron las palabras que antecedieron al trmino narcotraficante (Osorno, 2010: 126). El concepto de narcocultura, segn Ileana Lugo Martnez, es

    un tipo de expresin que lleg para quedarse en Mxico. Las mo-dalidades de esta expresin son diversas

    la vestimenta, el lenguaje y hasta la generosidad que tienen los nar-cotraficantes con sus pueblos de origen al invertir en obras de infra-estructura son manifestaciones de esa cultura. Adems, all se puede observar en la calle sin mayor dificultad a hombres marcados por el estereotipo del narcotraficante: botas de piel, pantaln y sombrero vaqueros, cinto con hebilla vistosa, camisa estampada con vrgenes y gruesas joyas (Proyecciones nm. 7, agosto-septiembre de 2000).

    Desde luego que existen ms caractersticas que las sealadas aqu, que permiten definir este fenmeno como narcocultura; es mucho ms amplio, constituye las diversas interpretaciones sobre

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    las causas que lo generan o las circunstancias que lo hacen posible, tiene que ver con la violencia y sus niveles de crueldad. En otras palabras,

    Es lo que se ha denominado la narco-cultura, que ha permeado espe-cialmente a generaciones jvenes que han carecido de oportunidades de desarrollo acadmico y laboral, que provienen de familias disfun-cionales en conflicto y violencia en su gran mayora (Bien Comn, 20 de julio de 2009).

    Esta podra ser tan solo una de las causales, pero existen otras tan dismbolas como contradictorias, que hacen del narcotrfico un problema social complejo. Se puede estar en desacuerdo con tales aseveraciones, pero sin duda algunos jvenes han ingresado a formar parte del crimen organizado a partir de esta experien-cia. Sin embargo, la amplitud de factores y causas evidencia que la cultura del narcotrfico es mucho ms que lo enunciado anterior-mente. Por ello no es exagerado afirmar que

    es una forma de pensar y de vivir de los narcos y sus sicarios, lujosa, dispendiosa, exhibicionista, en la que la ropa fina, las joyas, los veh-culos lujosos, la fiesta y el sexo, constituyen la compensacin princi-pal frente a los peligros a los que estn expuestos (Este Pas, enero-febrero de 2010).

    Ejemplo de ello lo constituyen la ostentacin que se hace en los autos y las camionetas ltimo modelo, el uso de las armas, la exhi-bicin de mujeres como si fueran trofeos, y stas aceptando jugar tales roles, la prepotencia, la corrupcin, entre otros. Pero de lo que se trata e